GIBRALTAR, 9 de octubre, 02:15 horasLos hombres del 2º batallón de infantería de marina acababan de embarcar en los 40 botes que debían llevarles hasta el peñón, impulsados por motores Hispano Suiza de 12 caballos. Dichos motores habían sido desarrollados por Hispano Suiza en 1909 a petición del puerto de Barcelona
(1), y ante el éxito obtenido habían sido adquiridos por la Marina para equipar botes auxiliares en buques y puertos. Ahora gracias a ellos los botes equipados con ellos y tripulados por 3 marineros encargados de la maniobra, transportarían 30 infantes de marina por bote con la misión de atacar el puerto.
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¡General Miles! ¡General Miles! –Llamaba el capitán de guardia despertándolo abruptamente.
-Estoy despierto. ¿Qué ocurre?
-Mi general, los españoles acaban de iniciar el bombardeo de nuestras líneas con artillería ligera.
-¿Qué hora es?
-Son las 03:00, mi general.
-Las tres… bien, es el asalto final, de usted la alarma y que todos los hombres acudan a sus puestos…
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El sargento Ridgley corría junto a su pelotón rumbo a las trincheras. Pese a la amenaza que esto suponía no podía dejar de pensar que por fin los españoles pasaban al ataque, por fin los españoles se mostrarían tras un largo mes en el que se habían limitado a bombardearlos con sus grandes cañones de asedio sin mostrarse en ningún momento. Una situación que había llevado los nervios de los defensores británicos al límite por la indefensión que causaba el invisible enemigo. Ahora, en unos minutos todo iba a cambiar y estaría luchando por su vida…
¡Luchando! Sí, pero contra un enemigo que podría ver, y eso bastaba para animarlo…
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Frente al pequeño pueblo de la Línea se extendían las trincheras españolas, excavadas al abrigo de la noche en los primeros días de guerra. En ellas 3.600 hombres pertenecientes al regimiento Saboya preparaban sus bayonetas, a la espera de la orden de asaltar las posiciones británicas. Tras ellos la infantería del regimiento La Reina y del 4º batallón de infantería de marina constituirían la reserva por si era necesaria para acabar el trabajo.
23 segundos, pensaba el comandante Rubio, 23 segundos desde que disparaban los cañones hasta el momento en el que las granadas caían en sus objetivos. Un tiempo que había sido cuidadosamente calculado al inicio del bombardeo, pues en unos minutos, cuando se ordenase pasar al asalto, la artillería comunicaría su último disparo de forma que la infantería saliese a la carrera con los proyectiles aun en el aire. Tratarían con ello de impedir la respuesta de los defensores, convirtiendo el bombardeo en un asalto sin solución de continuidad.
El truco era salir lo suficientemente rápido como para que los defensores apenas se hubiesen percatado del fin del bombardeo cuando llegasen los infantes, pero no tan rápido como para que la infantería fuese víctima de su propia artillería.
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El Rey Alfonso XIII permanecía despierto, incapaz de dormir a causa de la impaciencia. En unos minutos el ejército se lanzaría al asalto en Gibraltar en un primer intento de recuperar el peñón para España tras un mes de preparación artillera y el bloqueo instaurado por la marina.
Si todo iba bien esperaba poder ser el primer monarca español en pisar el peñón en los últimos 200 años, sin duda eso sería una imagen digna de mención que recorrería toda España en primera plana de sus periódicos. Por ello en unos minutos se dirigiría a su automóvil abandonando el hotel en el que se alojaba en Sevilla, para viajar hacia Gibraltar escoltado por un grupo de guardias civiles y dos secciones de la guardia Real.
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El general Julio Ardanaz Crespo observaba el brutal bombardeo al que era sometido el peñón desde una hora antes, tras haber sumado las 24 piezas de 75mm y 12 de 105mm de su división a la acción de los poderosos cañones ferroviarios de 305mm. En esta ocasión sin embargo el bombardeo se concentraba sobre la primera línea de trincheras británica, a la que esperaban causar suficientes bajas como para facilitar a la infantería su trabajo.
En solo media hora llegaría el momento de lanzarse al asalto, así que también era su turno de reunirse con sus hombres en la línea para poder hacerse una idea más exacta de la situación. Estos eran los comandantes de sus fuerzas, el general de brigada Cifuentes, comandante de la brigada XXVII, el general de brigada Induráin, comandante de la brigada XXVIII, y por supuesto sus comandantes de artillería, el coronel Pardo, jefe de la artillería divisionaria y el Tcol Joaquín Argüelles Ríos, jefe de la artillería ferroviaria.
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El pueblo de la línea se había salvado con relativamente pocos daños al asedio, pues los británicos prefirieron no desperdiciar municiones disparando a la nada, y tan solo cayeron unas pocas granadas disparadas más para animar a los propios defensores británicos que para lograr algo. Frente al pueblo se extendían las trincheras españolas, en las que se amontonaban los cerca de 4.000 soldados encargados de encabezar el ataque. Hombres pertenecientes al regimiento y a una compañía de zapadores-minadores enviada en su apoyo.
¡Caleeennnnnn….. Bayonetas!... ¡Ar!–La orden atronaba a lo largo de la trinchera siendo respondida por los chasquidos metálicos de los encastres de esta al engancharse a los fusiles. A lo largo y ancho de las trincheras los hombres se arrodillaban mientras recibían la bendición otorgada por los Pater de la brigada, alguno de ellos armado con algo más que su crucifijo.
No lejos de allí unos pocos hombres apuraban las tazas de licor que Dios sabía de donde habían sacado. Hoy no importaba nada, los jefes de compañía se preparaban para lo peor mientras los sargentos trataban de mantener alta la moral de la tropa.
-¡Un minuto! –El aviso que indicaba que tan solo restaba un minuto para iniciar el asalto. Después de eso, sonarían los silbatos que darían paso al asalto, mientras tras ellos la artillería continuaba disparando durante otro minuto entero, todo con el fin de que los soldados recorriesen la mayor parte de los 500 metros que mediaban entre las trincheras y las posiciones británicas a cubierto.
-Diez segundos- Sonó de nuevo la voz de aviso, siendo acompañada poco después por las voces de los soldados que esperaban…
10…9…8…7…6…5…4…3…2…1…
¡Piiiiiiiiiiiiiipppppp! –Los silbatos de los oficiales sonaron en un silbido que a muchos les pareció ensordecedor, empujando a los hombres a salir de las trincheras y echar a correr empujados por las voces de sus sargentos y cabos.
No muy lejos de allí los botes que transportaban a los infantes de marina preparaban sus armas mientras los pilotos de los lanchones aceleraban sus motores para recorrer los últimos metros hasta el puerto para atacar por el flanco a los defensores.
Eran las 05:00 y el asalto a Gibraltar acababa de empezar.
Continuara
- Motor real
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.