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Los conflictos armados en la historia de la Humanidad. Los éjércitos del Mundo, sus jefes, estrategias y armamentos, desde la Antiguedad hasta 1939.
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Preliminares de la Batalla de Korykos

Antíoco, en Éfeso, estaba muy tranquilo con respecto a la guerra con Roma dando por hecho que los romanos no pasarían a Asia. Una buena parte de sus amigos, por error o por adularlo, alimentaba esta seguridad. Únicamente Aníbal, permanecía exceptico ante la situación. Ante las preguntas del rey, el cartaginés afirma estar sorprendido de que los romanos no estuvieran ya en Asia, que Antíoco era una razón mucho más importante que los etolios; el potencial militar de los romanos era tan grande por mar como por tierra. Desde hacía ya tiempo su flota se encontraba en las proximidades de Malea; él había oído que recientemente habían llegado de Italia nuevas naves y un nuevo almirante para dirigir las operaciones; así pues, que Antíoco dejara de forjarse una paz basada en vanas esperanzas; en Asia, y por Asia misma, tendría que luchar en breve contra los romanos, y habría que quitarles su imperio a quienes tenían puestas sus miras en el orbe entero, o él tendría que quedarse sin su propio reino.

Ante el temor que le inspiran estas palabras, el propio rey, con las naves que estaban preparadas y equipadas, se dirige al Quersoneso para reforzar aquella zona por si los romanos llegaban por tierra. Ordena a Polixénidas que aliste y bote el resto de la flota. Por otro lado manda naves exploradoras a hacer un reconocimiento completo en torno a las islas.

Polixénidas, informado por las naves de reconocimiento dispuestas al efecto de que la flota romana estaba fondeada en Delos, envía mensajeros al rey. Deja éste lo que estaba haciendo en el Helesponto, regresa a Éfeso tan aprisa como puede con las naves de espolón y celebra inmediatamente un consejo para decidir si se debía afrontar el riesgo de un combate naval. Polixénidas opinaba que no había tiempo que perder, y que en todo caso era preciso combatir antes de que la flota de Éumenes y los navios rodios se unieran con los romanos; de esta forma serían apenas inferiores en número y superiores en todo lo demás, tanto por la velocidad de las naves como por la diversidad de tropas auxiliares; las naves romanas, en efecto, rudimentariamente construidas, no tenían facilidad de maniobra, aparte de que, como venían a un país enemigo, llegaban cargadas de suministros, y en cambio las propias, como dejaban en torno suyo enteramente pacificada la zona, no transportarían nada más qué soldados y armas; contarían además con la gran ventaja de su conocimiento del mar, de las costas y de los vientos, factores todos estos que crearían problemas a los enemigos por su desconocimiento.

El autor del plan, que además era quien iba a ponerlo en práctica, convenció a todos. Se emplearon dos días en los preparativos; al tercero partieron con 100 naves, 70 de las cuales eran cubiertas y las demás descubiertas, todas de tamaño menor, y pusieron rumbo a Focea. De allí, el rey, enterado de que la flota romana se estaba acercando ya, como no tenía intención de tomar parte en el combate naval se retira a Magnesia, que está situada al pie del Sípilo, con el fin de reunir tropas de tierra; la flota se dirige a Cisunte, puerto de Eritras, en la idea de que estaría mejor allí para esperar a los romanos.


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Batalla de Korykos

En cuanto amainó el aquilón, pues había soplado durante varios días ininterrumpidamente, los romanos parten de Delos en dirección a Fanas, puerto de Quíos abierto al mar Egeo; desde allí dirigen las naves hacia la ciudad y después de aprovisionarse cruzan a Focea. Éumenes marcha a recoger su flota a Elea, y pocos días más tarde, con 24 naves cubiertas y un número algo superior de ellas descubiertas regresa a Focea junto a los romanos, que se estaban preparando y equipando para el combate naval. Partieron de allí con 115 naves cubiertas y unas 50 descubiertas. Al principio, los aquilones los empujaban de costado en dirección a tierra, y se veían obligados a navegar en estrecha fila, casi nave tras nave; luego, cuando amaina un tanto la fuerza del viento, tratan de llegar al puerto de Korykos, situado al norte de Cisunte.

Cuando Polixénidas recibe la noticia de que se estaba acercando el enemigo, se alegró de tener oportunidad de combatir, despliega su ala izquierda hacia mar abierto, ordena a los capitanes de navío que desplieguen el ala derecha hacia tierra y marcha al combate con un frente en línea. Cuando Caio Livio advierte esta maniobra arria las velas y baja los mástiles al tiempo que recoge los aparejos y espera a las naves que venían detrás. Cuando hubo ya un frente de unas 30, para equilibrar con ellas el ala izquierda, iza las velas de proa y avanza mar adentro ordenando a los que iban detrás que alinearan las proas cerca de tierra. Éumenes cerraba la formación, pero cuando comienza el ajetreo de recoger los aparejos también él pone las naves a la mayor velocidad posible.

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Movimientos aproximados

Estaban ya a la vista de todos. Dos navíos cartagineses iban delante de la flota romana, y les salieron al paso tres navíos del rey. Dada la desigualdad numérica, dos naves reales flanquean a una de ellas; primero barren los remos por ambos costados, y luego la abordan los combatientes, que capturan la nave después de arrojar al agua o dar muerte a sus defensores. La otra nave, que había ido al choque en igualdad, al ver que la primera había sido capturada, antes de verse rodeada por tres a la vez retrocede buscando refugio entre la flota. Encendido de cólera, Livio avanza contra el enemigo con la nave pretoria. Las dos que habían rodeado a una de las cartaginesas se lanzan contra ésta esperando el mismo resultado; él ordena a los remeros que hundan los remos en el agua para estabilizar la nave, que lancen los garfios de hierro sobre las naves enemigas que se acercaban. En esta ocasión una nave sola abordó y capturó dos mucho más fácilmente que antes las dos a una sola.
Ya se había producido también el choque entre las flotas en toda la línea, y se combatía en todas partes con las naves entremezcladas. Éumenes llega cuando ya se había iniciado la batalla; en cuanto advierte que Livio había desorganizado el flanco izquierdo enemigo, ataca a su vez el flanco derecho, donde la lucha estaba equilibrada. Y así, no mucho después se inicia la huida, primero desde el flanco izquierdo. En efecto, cuando Polixénidas vio que los soldados enemigos eran claramente superiores, izó las velas de proa y emprendió una huida en desbandada; muy pronto hicieron también otro tanto los que habían trabado combate contra Éumenes cerca de tierra. Los romanos y Éumenes los persiguieron mientras los remeros pudieron aguantar y mantuvieron esperanzas de castigar su retaguardia. Cuando vieron que los vanos intentos de sus naves cargadas con los suministros eran burlados por la velocidad de las otras, dada su ligereza, acabaron por desistir después de capturar 13 naves con sus soldados y remeros y de hundir 10. De la flota romana se perdió únicamente la nave cartaginesa que habían cogido en medio otras dos al principio de la batalla. Polixénidas no cesó en su huida hasta el puerto de Éfeso.

Los romanos se quedan aquel día en el lugar de donde había partido la flota real, y al día siguiente intentan la persecución del enemigo. Aproximadamente a mitad del recorrido salen a su encuentro 25 naves rodias provistas de cubierta con el prefecto de la flota Pausistrato. Las unen a las suyas, persiguen al enemigo hasta Éfeso y se alinean frente a la bocana del puerto en formación de combate. Tras obligar a los enemigos a reconocer claramente su derrota, Caio Livio envía a casa a los rodios y a Éumenes; rumbo a Quíos los romanos dejan atrás primero el puerto de Fenicunte, en territorio de Eritrea, echan anclas por la noche, y al día siguiente pasan a la isla, cerca de la ciudad misma. Allí estuvieron detenidos unos cuantos días, más que nada para que repusieran fuerzas los remeros, e hicieron la travesía hasta Focea. Dejando allí 4 quinquerremes como guarnición de la ciudad, la flota llega a Canas, y como ya se acercaba el invierno se sacaron las naves a tierra rodeándolas de un foso y una empalizada.




Nota: El monte Korykos se suele identificar con el actual Koraka (Koraka Dağ). El puerto con ese nombre, mirando la obra de Estrabón, L. XIV, La península de los teios y eritreos, 31, el hombre se lía un tanto al describir varios istmos en la actual península de Çeşme. Pero tampoco es que sea muy relevante.
Canas, en donde pasan los romanos a invernar, estaba a pocos Km. de Elea, cuya localización tampoco es que sea muy precisa pero se la sitúa cerca de la actual Zeytindağ.


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190

Entran en funciones los cónsules Lucio Cornelio Escipión y Caio Lelio

FC:

L. Cornelius P.f. L.n. Scipio (Asiaticus) , C. Laelius C.f. C. n.


La primera cuestión que trata el senado es la de los etolios. Sus enviados insisten en ser atendidos primero porque tenían un período de tregua corto, y además los apoyaba Flaminio, que había regresado de Grecia a Roma.
Los etolios adoptan un tono de súplica, contrapesando con sus antiguos servicios su mal comportamiento reciente. Pero mientras dura su presencia, los senadores los acosan a preguntas desde todas partes tratando de arrancarles, más que respuestas, el reconocimiento de sus culpas, y cuando se les manda salir de la curia comienza en el senado un vivo debate.
Después de varios días de discusión, al fin se toma la decisión de no concederles ni negarles la paz. Se les ofrece una doble opción: atenerse a lo que el senado, a su entera libertad, decidiera sobre su caso, o entregar 1.000 talentos y tener los mismo amigos y los mismos enemigos. Cuando quisieron saber en qué aspectos se pondrían a merced del senado no se les da una respuesta segura. Así, sin haber concluido la paz, son despedidos con órdenes de abandonar Roma el mismo día e Italia en el término de quince días.

A continuación se inicia el debate acerca de las provincias de los cónsules. Los dos querían Grecia. Caio Lelio tenía mucha influencia en el senado (según Tito Livio). Cuando el senado dispone que los cónsules lleguen a un acuerdo entre ellos o echen a suertes las provincias, él manifiesta que obrarían con mejor criterio confiando la cuestión a la decisión de los senadores en vez de a la suerte. Escipión, a su vez, después de responder que pensaría lo que debía hacer, habla a solas con su hermano (el Africano). Éste le aconseja que confíe en el senado sin miedo, por lo que comunica a Caio Lelio que se haría lo que él proponía.

El sistema propuesto era irregular. Publio Cornelio Escipión Africano declara que si decidían que Grecia fuese la provincia de su hermano Lucio Escipión, él lo acompañaría como legado. Estas palabras zanjan la cuestión. Casi por unanimidad se le asigna Grecia a Escipión, y a Lelio Italia.



Recordemos que durante su consulado en 194, cuando el senado decidió retirar las tropas de Grecia, el Africano se opuso. Para el 193 apoyó la candidatura de su primo pero no lo logró. Ahora para 190 ha logrado el consulado de su hermano. La actitud de Caio Lelio de dejar la designación de las provincias al senado es un tanto irregular. Por otro lado, es Lelio y no Escipión el que hace la propuesta, confiando, según Livio, en su influencia en el senado. El autor relata que el senado decantó su elección motivado por la curiosidad:

"había curiosidad por comprobar quién representaba un apoyo mayor, si el vencido Aníbal para el rey Antíoco, o su vencedor el Africano para el cónsul y las legiones romanas" XXXVII, 1

- Sea como fuere, iba a actuar la facción senatorial más agresiva ante la perspectiva de una guerra en Asia. Publio está usando a su hermano Lucio como pantalla legal para convertirse en el auténtico conductor de la campaña.


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Preparativos en Roma

Lucio Cornelio Escipión, además de serle asignadas las dos legiones que tenía Manio Acilio en Grecia, recibe como complemento 3.000 infantes y 100 jinetes romanos y 5.000 infantes y 200 jinetes latinos con la disposición adicional de que, tras su llegada a la provincia, si lo estimaba conforme a los intereses del Estado, trasladase el ejército a Asia.
Aulo Cornelio Mámula, el pretor del año anterior, que había estado ocupando el Brucio con su ejército, recibió orden de trasladar sus legiones a Etolia, si el cónsul así lo estimaba, y entregárselas a Manio Acilio en caso de que éste quisiera quedarse allí; si Acilio prefería volver a Roma, se quedaría Aulo Cornelio en Etolia (en calidad de propretor) con aquel ejército.

El cónsul Lucio Cornelio, una vez llevado a cabo lo que debía hacerse en Roma, hizo saber, delante de la asamblea, que los soldados alistados por él como complemento más los que estaban en el Brucio con el pretor Aulo Cornelio debían concentrarse todos en Brundisium el día 15 de julio. También nombró tres legados, Sexto Digicio, Lucio Apustio y Caio Fabricio Luscino, para que se hicieran cargo de las naves de todos los puntos de la costa y las reunieran en Brundisium.
Cerca de 5.000 voluntarios, romanos y aliados, que habían cumplido su servicio a las armas con el Africano como general, se presentaron al cónsul cuando partía y se reengancharon.


El pretor Lucio Emilio Regilo, al que se le había asignado el mando de la flota, recibe instrucciones de que el pretor del año anterior, Marco Junio, le entregase 20 navios de guerra con su marinería; él personalmente enrolaría 1.000 soldados de marina y 2.000 de infantería; con estas naves y estos soldados zarparía para Asia y se haría cargo de la flota de Caio Livio.


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Los etolios, cuando a la vuelta de Roma sus emisarios informan de que no había ninguna esperanza de paz, ocupan el monte Córace para cortar el paso a los romanos, pues no dudaban de que volverían al comienzo de la primavera para atacar Naupacto. Acilio, como sabía que era eso lo que se esperaba, considera preferible dar un golpe inesperado y atacar Lamia, pues Filipo había llevado a sus habitantes al borde de la aniquilación y además ahora se podía caer sobre ellos por sorpresa precisamente porque no temían nada parecido. Partiendo de Elacia, primero acampa en las cercanías del río Esperqueo; luego se pone en movimiento por la noche, y al amanecer rodea las murallas y ataca. Sin embargo, aquel día, la ciudad logra resistir.

Después de realizar otro asalto con todos sus efectivos, Manio Acilio toma Lamia. Pone en venta una parte del botín y reparte el resto; después celebra consejo para decidir qué hacer a continuación. Nadie se pronuncia a favor de marchar sobre Naupacto, al estar ocupado por los etolios el desfiladero del Córace. No obstante, para evitar la inactividad durante el verano y evitar que, debido a las propias vacilaciones, los etolios tuvieran igualmente la paz que no habían conseguido del senado, Acilio decide atacar Anfisa. Hasta allí es conducido el ejército, desde Heraclea cruzando el Eta. Establece el campamento cerca de las murallas, pero no intenta el ataque rodeándolas de hombres como en el caso de Lamia, sino a base de obras de asedio.
Se aplicaba el ariete y el muro había sido derribado en muchos puntos; es entonces cuando llega la noticia de que su sucesor, Lucio Cornelio, había desembarcado las tropas en Apolonia y marchaba a través del Epiro y Tesalia con 13.000 hombres de infantería y 500 de caballería.


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Lucio Cornelio había llegado ya al golfo Malíaco; envía por delante emisarios a Hípata para instar a sus habitantes a que rindieran la ciudad, y ante su respuesta de que no harían nada sin una decisión de toda la comunidad etolia, para evitar que el asedio de Hípata lo entretuviera cuando Anfisa aún no había sido tomada, envía por delante a su hermano el Africano y él avanza hacia Anfisa. A su llegada, los habitantes abandonan la ciudad, pues gran parte de la misma estaba ya desguarnecida de muralla, y todos ellos se retiran a la ciudadela, que consideraban inexpugnable.
El cónsul instala el campamento a unas 6 millas de distancia. Hacia allí van unos embajadores atenienses para mediar en favor de los etolios. Recibieron una respuesta más comprensiva del Africano, que buscaba una excusa honrosa para dejar la guerra etolia, con las miras puestas en Asia: éste pide a los atenienses que traten de convencer también a los etolios, no sólo a los romanos, de que era preferible la paz a la guerra. Enseguida, gracias a las presiones de los atenienses, llega una numerosa diputación etolia procedente de Hípata, y sus esperanzas de paz se incrementan tras una entrevista con el Africano, al que se dirigen en primera instancia; éste les recordó que se habían puesto bajo su protección muchos pueblos y que en todos ellos había dejado testimonios de su clemencia y bondad. Cuando parecía que la cuestión estaba resuelta, el cónsul, al que fueron a ver, les da la misma respuesta con la que habían sido despedidos del senado. Afectados por ella, pues veían que no había servido de nada ni la embajada de los atenienses ni la tranquilizadora respuesta del Africano, dicen que querían consultar con los suyos.
Luego regresan a Hípata, y no se veía qué decisión adoptar, pues no había de dónde sacar 1.000 talentos para pagar, y si se entregaban a discreción, temían ser objeto de malos tratos físicos. Disponen, pues, que volvieran los mismos emisarios a presentarse al cónsul y al Africano y les pidieran que, si de verdad querían conceder la paz rebajaran la suma de dinero u ordenaran que la rendición incondicional no afectase a las personas de los ciudadanos.
No se consigue que el cónsul cambie en nada, y también esta embajada se despide sin resultado. Los atenienses les proponen a los etolios que soliciten una tregua de seis meses que hiciera posible el envío de embajadores a Roma; un aplazamiento no empeoraría los males presentes, puesto que habían llegado al límite, y poniendo tiempo por medio podían ocurrir muchas circunstancias que paliasen la calamitosa situación del momento. A propuesta de los atenienses se envía a las mismas personas; se reunieron primero con el Africano, y por mediación suya consiguen del cónsul una tregua de la duración que pedían.

Levantado el asedio de Anfisa, Manio Acilio deja la provincia después de entregar el ejército al cónsul; éste, desde Anfisa, se dirige de nuevo a Tesalia con intención de marchar hasta Asia atravesando Macedonia y Tracia.

Convenía antes de emprender la marcha sondear la disposición de ánimo del rey Filipo. Se elige para ese cometido a Tiberio Sempronio Graco; éste llega a Pela en donde se entrevista con el rey. Al siguiente día vio preparadas para el ejército provisiones abundantes, construidos sobre los ríos los puentes, y arreglados los caminos por donde era difícil el paso. A su regreso se encuentra con el cónsul en Taumacos. Satisfecho con la aptitud del rey, Lucio Cornelio se dirige a Macedonia, donde estaba todo preparado. Desde allí, Filipo lo acompaña a través no sólo de Macedonia sino de Tracia y lo tuvo todo a punto, hasta que llegaron al Helesponto.


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Preparativos de Antíoco

Antíoco había tenido libre todo el invierno para prepararse por tierra y por mar; había dedicado especial atención al carenado de la flota, para no verse privado por completo del control naval. Pensaba en que había sido derrotado sin que estuviera presente la flota rodia (y estos no iban a incurrir en el error de retrarsarse ora vez). Envía a Aníbal a Siria a buscar naves fenicias y da instrucciones a Polixénidas de que se reparen cuanto antes las naves que quedaban y prepare otras nuevas.

El rey pasa el invierno en Frigia reuniendo tropas auxiliares de todas las procedencias; incluso manda emisarios a Galacia (zona central de Anatolia).

Por otro lado, deja a su hijo en Eólide al mando de un ejército para contener a las ciudades costeras incitadas a la sublevación por el rey Eumenes y por los romanos desde Focea.


Primeros movimientos

El rey Eumenes, a mediados del invierno, con 2.000 soldados de infantería y 500 de caballería se presenta en Canas, lugar en el que invernaba la flota romana. Dijo que se podía sacar un gran botín del territorio enemigo de las cercanías de Tiatira, y a base de insistir convenció a Caio Livio para que enviara con él 5.000 hombres. La expedición volvió a los pocos días con un enorme botín.


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Entretanto, estalla un motín en Focea promovido por la facción proseleúcida de la ciudad. Los rodios envían hacia allí a su almirante Pausístrato con 36 navíos. Caio Livio, que con 30 naves suyas y 7 cuatrirremes del rey Eumenes, iba ya rumbo al Helesponto desde Canas para preparar lo necesario con vistas al paso del ejército, que suponía llegaría por tierra.


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Caio Livio primeramente enfila con su flota el puerto llamado de los Aqueos (Achilleion), desde allí sube a Ilion (la Troya VIII), y después de ofrecer un sacrificio en honor de Minerva escucha amistosamente a las embajadas venidas de los países del contorno, desde Eleunte, Dárdano y Reteo para poner sus ciudades bajo su protección. Luego navega hacia la entrada del Helesponto, deja 10 naves fondeadas enfrente de Abidos, y con el resto de la flota cruza a Europa para atacar Sestos aunque la ciudad se entrega sin resistencia.

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A continuación retorna a Abidos, donde se habían establecido contactos para sondear la disposición de ánimo de los habitantes, y como no se recibió respuesta alguna de paz, se prepara para el asedio.


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Batalla de Panormo


Mientras Caio Livio se hallaba en el Helesponto, Polixénidas, enterado de la presencia de Pausístrato en la zona, entabla contactos con él asegurándole que traicionaría a Antíoco (Polixénidas era un exiliado rodio) entregando la flota real entera o la mayor parte de la misma; que, como precio por tan importante servicio, ponía únicamente su vuelta a la patria. La trascendencia del asunto hizo que Pausístrato ni creyera ni desdeñara lo que había oído. Zarpa rumbo a Panormo, en tierra de Samos, y allí se detiene para examinar el ofrecimiento que se le había hecho. Los mensajeros iban y venían, y Pausístrato no queda convencido hasta que Polixénidas, en presencia de un emisario suyo, escribe de su mano que haría lo que había prometido. A partir de ahí se diseña el plan de la falsa traición: Polixénidas dijo que no haría ningún preparativo; no tendría el número suficiente de remeros ni marinos para la flota; sacaría a tierra algunas naves con el pretexto de repararlas, y otras las repartiría por los puertos cercanos, y sólo mantendría unas pocas en el agua delante del puerto de Éfeso para enfrentarlas en combate si la situación exigía que salieran. Este mismo desentendimiento que, según le dijeron, iba a mostrar Polixénidas con su flota lo mostró el propio Pausístrato desde el primer momento; envía una parte de las naves a buscar suministros a Halicarnaso y otra parte a la ciudad de Samos, y él permanece en Panormo a fin de estar preparado cuando recibiera del traidor la señal de ataque.

Al ponerse el sol, Polixénidas zarpa con 70 naves cubiertas y recala en el puerto de Pigela (a unos 10 Km al S.O. de Éfeso). Espera allí sin moverse todo un día; mientras tanto ordena a un tal Nicandro, capitán de piratas, que se dirija de allí a Palinuro con 5 naves cubiertas y que luego condujera a los hombres por el camino más corto a través de los campos en dirección a Panormo, a la retaguardia del enemigo. Al caer la noche, Polixénidas se dirige a Samos.
Pausístrato queda un tanto desconcertado al avistar la flota seleúcida, pues era una maniobra que no había previsto; luego se repone enseguida y, convencido de que se podía mantener a raya al enemigo más fácilmente por tierra que por mar, conduce a sus hombres en dos columnas hasta los promontorios que forman el puerto contando con alejar fácilmente desde allí al enemigo con tiros cruzados. La aparición de Nicandro por el lado de tierra desbarata esta táctica, y cambiando bruscamente de planes ordena que embarcase todo el mundo. Pero entonces se produjo una gran confusión tanto entre los soldados como entre la marinería, y se inició una especie de huida hacia las naves, al verse rodeados por mar y por tierra al mismo tiempo. Pausístrato considera que la única vía de salvación era la posibilidad de forzar el paso a través de la entrada del puerto y salir a mar abierto; cuando ve que habían embarcado sus hombres ordena a los demás que le sigan y marchando en cabeza, con su nave lanzada a fuerza de remos, se dirige a la bocana del puerto. Cuando estaba ya rebasando la entrada, Polixénidas rodea su nave con 3 quinquerremes. Golpeada por los espolones, la nave se hunde; sus defensores son acribillados con venablos, y entre ellos sucumbe también Pausístrato. Las naves restantes fueron capturadas unas fuera y otras dentro del puerto, y algunas fueron apresadas por Nicandro cuando trataban de alejarse de tierra; solamente 5 naves rodias y 2 de Cos escaparon abriéndose paso entre el apelotonamiento de embarcaciones gracias al pánico provocado con llamas relucientes, pues llevaban delante gran cantidad de fuego en recipientes de hierro que pendían de dos pértigas sobresalientes por proa.

No lejos de Samos, unas trirremes de Eritrea se encontraron con las naves rodias que venían a escoltar, y como éstas iban huyendo, viraron poniendo rumbo al Helesponto, al encuentro de los romanos.

Después del combate, Focea es entregada a traición al dejar abierta la guardia una de las puertas. Cime y otras ciudades de la costa se entregaron por miedo.


La localización de Panormo es incierta. Algunos la sitúan en la bahía de Vathi, en la isla de Samos.
-Por otro lado, recordemos que Pausístrato se había dirigido con 36 navíos hacia Focea por el motín que había estallado en la ciudad promovido por la facción proseleúcida.
-Se supo aprovechar la ausencia de Caio Livio para cumplir dos objetivos: rendir Focea y acabar con la flota rodia.


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Mientras ocurrían en Eólide estos acontecimientos, Abidos había soportado el asedio durante bastantes días gracias a que defendía las murallas una guarnición del rey. Agotados por el cerco se entablan negociaciones con Caio Livio; es entonces cuando llega la noticia de la derrota de la flota rodia.

Livio teme que Polixénidas, crecido por el éxito de una acción tan importante, cayera por sorpresa sobre la flota que se encontraba en Canas. Abandona inmediatamente el asedio de Abidos y la vigilancia del Helesponto y echa al agua las naves que habían sido sacadas a tierra; Éumenes, por su parte, llega a Elea.
Livio se dirige a Focea con toda la flota, a la que había incorporado dos trirremes mitilenas. Informado de que estaba ocupada la ciudad por una fuerte guarnición real y que no quedaba lejos el campamento de Seleuco, hijo de Antíoco, saquea la costa, embarca a toda prisa el botín y espera hasta que Éumenes le diera alcance con su flota. Se dirige a Samos a toda velocidad.
Desde Rodas se envían 10 navíos y se preparan otros 10 para enviarlos pocos días después, todos al mando de Eudamo.

Los romanos y Éumenes primeramente ponen la flota rumbo a Eritrea. Se detienen allí sólo una noche, y al día siguiente llegan al promontorio de Córico. Como desde allí querían cruzar a la costa de Samos más cercana,
no esperaron a que saliera el sol, que permitiría a los pilotos conocer el estado del cielo, y soltaron amarras en unas condiciones atmosféricas inciertas. A mitad de la travesía el viento nordeste cambió a norte, y el mar, agitado por el oleaje, comenzó a zarandearlos.

Polixénidas, suponiendo que la flota romana intentaría dirigirse a Samos para unirse con los rodios, espera la oportunidad. Al ver a la flota dispersa por el temporal piensa que es el momento de atacar pero al arreciar el viento y levantar olas más altas, se da cuenta de que le es imposible alcanzarlos. Aplazada la acción de atacar a parte de la flota romana, Polixénidas retorna a Éfeso.

A los pocos días se unen las flotas romana y rodia y zarpan inmediatamente hacia Éfeso; toman, posiciones formando las naves de proa hacia la entrada del puerto. Como nadie sale a hacerles frente, dividen la flota; una parte queda anclada en el mar a la salida del puerto, y la otra desembarca sus tropas. Cuando éstas se llevaban un botín muy cuantioso después de devastar a lo largo y ancho el territorio, en el momento en que estaban ya cerca de las murallas hace una salida contra ellos el macedonio (o seleúcida) Andrónico, que estaba de guarnición en Éfeso, les arrebata buena parte del botín y los obliga a volver hacia el mar, a las naves. Al día siguiente los romanos preparan una emboscada a mitad del camino y marchan en columna hacia la ciudad para tratar de atraer al macedonio fuera de las murallas; como la sospecha de algo parecido impide que saliera nadie, regresan a las naves.

Dado que las tropas del rey rehuían el combate tanto por mar como por tierra, Caio Livio se retira a Samos.

Nota: El comportamiento de Caio Livio, además de buscar entablar combate, es el de demostrar a las ciudades autónomas y a aquellas que no sabían qué partido tomar (y que no se repitieran casos como el de Focea, por ejemplo), quien es el que domina la situación. De ahí que se plante en la bocana del puerto de Éfeso en actitud desafiante. Tanto y más que se esperaba la llegada de Aníbal que, recordemos, había sido enviado para traer naves de refuerzo. Y, claro está, su relevo, el pretor Lucio Emilio Regilo, estaba a punto de llegar. Bien le hubiera venido a Caio Livio ceder el mando de la flota con una victoria.


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A la llegada de Lucio Emilio Regilo se convoca un consejo para estudiar la situación. Al primero al que le pregunta es a Caio Livio. Éste le dice que había pensado bloquear la entrada del puerto de Éfeso hundiendo varias naves de transporte con mucho lastre. La propuesta no le parece bien a nadie.
Epícrates de Rodas opinaba que se debía enviar a Licia parte de las naves, desentendiéndose de Éfeso por el momento, e incorporar a la alianza a Pátara, la capital de la región. Añade que esto sería de gran utilidad en dos sentidos: los rodios, con la pacificación de los territorios situados frente a su isla, podían concentrar sus energías exclusivamente en la atención a la guerra contra Antíoco, y en segundo lugar se impediría que la flota que se estaba preparando en Cilicia tomara contacto con Polixénidas. Esta propuesta fue la más aceptada; se decide no obstante que Lucio Emilio se trasladara a Éfeso con toda la flota para sembrar el pánico.

Caio Livio, con 2 quinquerremes romanas, 4 cuadrirremes y 2 naves de Esmirna descubiertas, es enviado a Licia con instrucciones de dirigirse primeramente a Rodas y preparar la acción. A su paso por Mileto, Mindo, Halicarnaso, Cnido y Cos, va repartiendo las instrucciones oportunas. En Rodas todos aprueban el ataque a Pátara. Después de reforzar la flota con 3 cuadrirremes, Caio Livio parte para Licia.


Nota:


• Para ver la situación pongo parte de un mapa:

Imagen

Vemos que los territorios de Antíoco en la península de Anatolia están limitados en la parte septentrional por Galacia y Bitinia. Luego están Rodas y el reino de Pérgamo. Los romanos tienen a sus fuerzas terrestres en la zona del Helesponto preparadas para cruzar a Asia. La flota romana está operando desde la isla de Samos, cercanías de Eritras (actual península de Çeşme) y la costa de Pérgamo. Al norte de Éfeso, Antíoco cuenta con pocas defensas y esa zona ya ha sido saqueada varias veces. Focea (Phokaia en el mapa) se ha pasado al bando seleúcida, de ahí que Caio Livio abandonara el asedio de Abidos anteriormente.
La propuesta de Epícrates tiene las miras en la región de Licia, sobre todo en la capital, Pátara. Lucio Emilio se queda en la zona de Éfeso para evitar los movimientos de la flota real mientras que Livio, pretor saliente, se va a hacer cargo del intento, teniendo en cuenta que se esperaban naves de refuerzo (traídas por Aníbal) que estaban por llegar desde el este.

Las zonas que ha tanteado Caio Livio en su marcha hacia Rodas (Mileto, Mindo, Halicarnaso, Cos y Cnido):

Imagen

En el primer mapa algunas vienen como neutrales, Mileto y Mindo están en la zona marcada como seleúcida. Antíoco estaba limitado al litoral cercano a Éfeso (en esta cara oeste de Anatolia, claro).

- Sin poner un mapa cada dos por tres es difícil explicar los acontecimientos y el porqué de los movimientos que realiza cada uno. Todo sería una lista de nombres sin sentido si no se ubican geográficamente.


de guiner
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Intento contra Pátara


Al principio, un viento favorable acerca la flota de Caio Livio a Pátara; después cambia la dirección del viento y el mar comienza a arbolarse por lo que las naves llegan a la costa a fuerza de remos. Pero no había ningún fondeadero seguro en las cercanías de la ciudad, y no podían detenerse en aguas abiertas delante de la bocana del puerto, con el mar embravecído y la noche al caer. Pasan de largo frente a las murallas y se dirigen a Fenicunte, a menos de dos millas de allí. De repente son atacados por la población y la guarnición del rey que habían tomado unos peñascos que dominaban el puerto. Livio envía contra ellos infantería auxiliar ligera y cuando ve que desde la ciudad afluían más enemigos, temiendo que su infantería quedara rodeada, ordena que entren en combate el resto de soldados y las tripulaciones de las naves. Finalmente los licios son derrotados y repelidos hasta la ciudad.
Fracasado el intento de tomar Pátara, parte al golfo de Telmeso y manda a los rodios a casa. Por su parte, Caio Livio hace la travesía hasta Grecia con la intención de cruzar a Italia después de reunirse con los Escipiones que se encontraban en las proximidades de Tesalia.

Cuando Lucio Emilio Regilo tuvo conocimiento del cese de las operaciones de Licia y de la partida de Livio hacia Italia, como él mismo había sido alejado de Éfeso por el temporal y había vuelto a Samos sin conseguir su propósito, considera que era una deshonra el fracaso de la tentativa contra Pátara, y decide partir hacia allí con toda la flota. Desembarca en la bahía de Bargilias en dirección a Iasos; ésta ciudad estaba ocupada por una guarnición real. El territorio de los alrededores es devastado y se inicia el asalto a la plaza. Entonces surge un desacuerdo con los rodios, los cuales no querían que la ciudad fuera atacada; parece ser que un grupo de exiliados estaba detrás. Los rodios recaban el apoyo del rey Eumenes, el cual hace que Lucio Emilio desista del asalto.
La flota arriba a Lorima, puerto situado frente a Rodas, y llegan a oídos de Lucio Emilio unos comentarios hechos por los tribunos militares; se decía que la flota había sido retirada de Éfeso, de su guerra, que el enemigo, al que se dejaba a la espalda con las manos libres, pudiera hacer impunemente toda clase de intentos contra tantas ciudades aliadas de las cercanías. Emilio llama a los rodios y les pregunta si toda su flota cabía en el puerto de Pátara, y cuando le responden que no, tomando ese motivo como escusa, lleva las naves de vuelta a Samos.


La tentativa de Caio Livio no influía para nada en el equilibrio de fuerzas en la zona, tanto y más que era pretor saliente y actuaba con los rodios y exiliados de ciudades de la región.
Lo de Lucio Emilio era diferente. Un ataque a Iasos, contando con que se había devastado el territorio, iba en contra de los intereses de Rodas, la cual se había implicado mucho más en el conflicto y no le interesaba que los romanos dejaran una imagen de enemigos en ciudades que tenían esperanzas de atraerse. El objetivo rodio era Licia, no el litoral frente a Rodas. Por lo que se ve, el objetivo de Lucio Emilio era todo lo contrario; y como no, estaba dejando desprotegida toda la zona a su cargo.


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Asedio de Pérgamo


Mientras ocurrían estos acontecimientos en el mar, Seleuco, hijo de Antíoco, después de mantener su ejército en Eolia durante toda la estación invernal, en parte prestando ayuda a los aliados y en parte saqueando a los que no podía atraer a su alianza, decide invadir el reino de Eumenes mientras éste, lejos de su casa, atacaba con los romanos y los rodios la costa de Licia.
Primero se acercó a Elea con su ejército dispuesto para el ataque; después renunció a atacar la ciudad y tras saquear los campos sin cuartel marchó a atacar Pérgamo, capital y ciudadela del reino.

Átalo, hermano de Eumenes, comienza por colocar avanzadas delante de la ciudad; lanzando ataques con la caballería y la infantería ligera, hostiga, más que contiene, al enemigo. Finalmente, cuando se retira murallas adentro tras comprobar con las escaramuzas que no estaba en igualdad de fuerzas en ningún sentido, comienza el asedio de la ciudad.

Por la misma época, aproximadamente, Antíoco parte de Apamea y establece su base primero en Sardes (cuartel general de Antíoco y capital administrativa del Asia Menor) y después junto al nacimiento del río Caico, no lejos del campamento de Seleuco, con un gran ejército mezcla de diferentes pueblos. Los más temibles eran 4.000 mil galos mercenarios a los que envía, añadiéndoles algunos otros, a devastar indiscriminadamente el territorio de Pérgamo.

Cuando llegan a Samos estas noticias, Eumenes se dirige primero a Elea con su flota; luego, como había soldados de caballería y de infantería ligera disponibles, protegido por ellos como escolta se da prisa en llegar a Pérgamo antes de que los enemigos se dieran cuenta e hicieran algún movimiento.

En la ciudad comienzan a producirse de nuevo ligeros encuentros con salidas rápidas; estaba claro que Eumenes rehuía un combate decisivo.




En las traducciones que he mirado en castellano pone Etolia. Es Eolia o Eólida:

Seleucus Antiochi filius, cum per omne hibernorum tempus exercitum in Aeolide AUC XXXVII, 18.1

- En varios sitios cometen la misma metedura de pata al seguir esas traducciones


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Pocos días más tarde llegan a Elea, procedentes de Samos, las flotas romana y rodia. Cuando Antíoco recibe la noticia de que éstas habían desembarcado sus tropas en Elea y que se estaban realizando los preparativos necesarios para cruzar el Helesponto, piensa que había llegado el momento de negociar la paz antes de verse presionado por tierra y mar simultáneamente.

El rey ocupa una colina enfrente de Elea para emplazar el campamento. Deja allí todas sus tropas de infantería, y con 6.000 jinetes baja al llano, al pie mismo de las murallas de Elea, después de enviar un parlamentario a Lucio Emilio para decirle que quería negociar la paz.

Emilio hace llamar a Eumenes y celebra un consejo en el que participan también los rodios. Estos no desdeñaban la idea de la paz; Éumenes decía que no era honroso hablar de paz en aquellas circunstancias, ni era posible llegar a una conclusión en la negociación:

«¿Cómo vamos a aceptar sin deshonor, encerrados y sitiados tras unas murallas, una especie de paz con condiciones? ¿Y quién dará por válida esa paz que habremos pactado sin el cónsul, sin la autorización del senado, sin el mandato del pueblo romano?. Quisiera saber, en efecto, si una vez concluida la paz en tu nombre, piensas volver inmediatamente a Italia y llevarte la flota y el ejército, o si piensas esperar a ver cuál es la decisión del cónsul sobre este particular, cuál el parecer del senado, y cuál el mandato del pueblo. Ocurrirá, por consiguiente, que permanecerás en Asia, y que las tropas volverán de nuevo a los cuarteles de invierno, renunciando a la guerra, y dejarán exhaustos a los aliados de tanto suministrar provisiones; y después, si así les parece a los que tienen poder de decisión, reemprenderemos de nuevo y desde el principio una guerra que, con la ayuda de los dioses, podemos terminar antes del invierno si el ritmo actual no se interrumpe con algún aplazamiento»

La respuesta a Antíoco fue clara: no se podía hablar de paz hasta la llegada del cónsul.


Después de haber intentado en vano la paz Antíoco devasta primero las tierras de Elea y después las de Pérgamo; deja allí a su hijo Seleuco, marcha hacia Adramiteo y llega a una rica tierra llamada llanura de Tebas en donde se consigue un gran botín.
A Adramiteo llegan también, para servir de guarnición a la ciudad, Lucio Emilio y Eumenes haciendo la travesía con las naves.


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Se levanta el asedio de Pérgamo

Por aquellos mismos días abordan a Elea, procedentes de Acaya, 1.000 soldados de a pie y 100 jinetes al mando de un tal Diófanes; después de desembarcar son conducidos a Pérgamo, por la noche, por unos emisarios mandados por Átalo a su encuentro. Se tomaron un par de días para el descanso de hombres y caballos y a la vez para hacer un reconocimiento de los puestos de guardia del enemigo, con los sitios y las horas en que salían y se retiraban. Los soldados del rey se acercaban casi hasta el pie de la colina sobre la que se asienta la ciudad; de ese modo a su espalda se devastaba libremente, pues nadie salía de la ciudad ni siquiera para lanzar venablos desde lejos sobre las avanzadas. Una gran parte tenía los caballos sin sillas ni bridas; dejando a unos pocos con las armas y en sus puestos, los demás se habían dispersado diseminándose en todas direcciones por la llanura. Al observar esto desde lo alto de la ciudad de Pérgamo, Diófanes ordena a sus hombres que empuñen las armas y estén preparados junto a la puerta; él se va a ver a Átalo y le dice que tiene intención de hacer un intento contra una avanzada enemiga. Átalo lo autoriza de mala gana ya que se daba cuenta de que iba a pelear con 100 jinetes contra 600, y con 1.000 soldados de a pie contra 4.000.
Diófanes sale de la ciudad y se detiene no lejos del puesto enemigo esperando una oportunidad. Los soldados del rey se fijaron de repente en ellos y, al ver que no se realizaba movimiento alguno, tampoco ellos hacen nada, añadiendo incluso burlas sobre lo reducido de su número. Diófanes mantiene quietos a sus hombres durante algún tiempo como si les hubiera hecho salir únicamente para observar el espectáculo; cuando ve que los enemigos estaban lejos de sus puestos ordena a la infantería que lo siga todo lo deprisa que pudiera, él se pone a la cabeza de la caballería con su propio escuadrón y a rienda suelta carga de improviso sobre el puesto enemigo después de lanzar el grito de guerra toda la infantería y la caballería al unísono. Los soldados del rey son pillados de imprevisto, la llanura es escenario de la matanza y la huida por todas partes. Diófanes persigue a los que huyen en desbandada mientras no corre riesgo; al fin regresa al abrigo de la ciudad.
Al día siguiente las avanzadas del rey, mejor organizadas y ordenadas, se situan quinientos pasos más lejos de la ciudad, y los aqueos salen casi a la misma hora y hasta el mismo sitio. Durante muchas horas, ambos bandos se mantienen alerta a la espera del ataque como si fuera a producirse de un instante a otro. Llegado el momento de volver al campamento, cerca de la puesta del sol, las tropas del rey reúnen las enseñas y comienzan a retirarse en columna, en formación más de marcha que de combate. Mientras el enemigo permanece a la vista, Diófanes no se mueve. Después carga contra la retaguardia con el mismo ímpetu que el día anterior, y de nuevo provoca tal pánico y desconcierto que, a pesar de los tajos que caían sobre sus espaldas, nadie se detuvo para luchar.


Este golpe de audacia de los aqueos obligó a Seleuco a retirar su campamento del territorio de Pérgamo.


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Movimientos posteriores


Antíoco, ante la imposibilidad de atacar Adramiteo por la presencia de la flota romana, devasta la región y se retira a Sardes por Tiatira. Seleuco permanece en la costa después de levantar el asedio de Pérgamo.

La flota romana, junto con Eumenes y los rodios, se dirige primero a Mytilene y luego retorna a Elea, su punto de partida. Al dirigirse desde allí a Focea para asaltarla, abordan a una isla llamada Baquio, que domina la ciudad de los focenses, saquean el territorio y cruzan hacia la propia ciudad. Se distribuyen los objetivos y la atacan; cuando parecía que era posible tomarla con armas y escalas sin trabajos de asedio, entra en la ciudad un destacamento de 3.000 hombres enviado por Antíoco. Inmediatamente se renuncia al ataque y la flota se retira a la isla sin más consecuencia que el saqueo de los alrededores de Focea.


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