Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
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Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
Luego Speer nos habla de los errores de Hitler y sus apreciaciones sobre el tanque TIGER:
El error fundamental consistía en que Hitler no sólo se había hecho cargo del mando supremo de la Wehrmacht, sino también del Ejército de Tierra y, con él, de su hobby de desarrollar tanques. En circunstancias normales, estas cuestiones habrían sido debatidas por oficiales del Estado Mayor, de la Dirección General de Armamentos del Ejército y de la Comisión de Armamentos de la industria. El Comandante en Jefe del Ejército de Tierras o lo habría intervenido en casos de extrema gravedad. No era nada habitual que los oficiales expertos recibieran instrucciones que se ocupaban hasta del último detalle y estas resultaban perniciosas, pues Hitler los eximía de responsabilidades e instruía a sus oficiales para la indiferencia. Las decisiones de Hitler condujeron no sólo a que hubiera muchos proyectos paralelos, sino también a problemas de aprovisionamiento cada vez más difíciles de resolver. Era especialmente molesto que Hitler no comprendiera la necesidad de las tropas de recibir suficientes repuestos.
Un ejemplo que refleja este vicio es el debut del tanque Tiger donde Speer nos dice:
Hitler procedía como un «zapatero remendón» de lo más mezquino. A ello hay que añadir la desventaja de que los mapas sólo permiten deducir de manera insuficiente la naturaleza del terreno.
A su desconocimiento en los pasos para fabricar un tanque se sumaban su incapacidad para entender su funcionamiento y aplicación. El mejor ejemplo de su torpeza se dio a principios del verano de 1942, cuando ordenó utilizar los primeros seis tanques Tigre, de los que esperaba mucho, como siempre que aparecía un arma nueva. Nos anticipó imaginativamente cómo los cañones antitanque rusos de 7,6 cm, que perforaban el blindaje de nuestros Panzer IV incluso a gran distancia, dispararían en vano proyectil tras proyectil, y cómo finalmente los Tigre terminarían arrollando sus cañones.
Guderian se negó terminantemente a usar los pesados Tiger en ese terreno y en pleno otoño, mientras que la Wa Prüf 6 explicó que aún al tanque le faltaban varios meses de prueba.
El Estado Mayor le hizo notar que el subsuelo pantanoso que había a ambos lados de la carretera elegida imposibilitaría toda evolución táctica de los tanques. Pero Hitler rechazó de plano esta objeción y se inició el primer ataque de los Tigre .
Todo el mundo esperaba ansioso el resultado y yo también estaba un poco nervioso, pero la prueba general no llegó a producirse. Los rusos dejaron tranquilamente que los tanques pasaran ante su puesto de cañones antitanque y después dio de lleno al primero y al último en el costado, donde el blindaje era más ligero. Los cuatro restantes quedaron inmovilizados porque no podían avanzar ni retroceder, ni tampoco escapar por los lados a causa del suelo pantanoso, y pronto estuvieron también fuera de combate.
Hitler no dijo nada sobre aquel fracaso total, ni entonces ni nunca.
El general Guderian lamentó ese desafortunado hecho, no sólo por el fracaso inaugural de los Tiger, sino porque habían caido en manos de los rusos y estos tendrían todo el invierno de 1943 para analizar los puntos débiles del nuevo tanque y copiar la tecnología del Tiger.
Algo similar sucedió con los Panther, quienes fueron llevados al frene de batalla de Kursk sin haber solucionado una serie de problemas técnicos. Para peor el inicio de la Operación Zitadelle se retrasó una y otra vez, y en vez de comenzar a mediados de mayo, comenzó a principios de Julio, dándoles a los rusos preciosos 45 días para armar defensas sólidas.
Después del fracaso de Kursk y del fiasco que resultaron los Panther, Guderian me dijo varias veces que era importante tener muchos talleres de reparación de los tanques, ya que eso facilitaba que un tanque descompuesto, estuviera pronto nuevamente en acción de combate.
Según él, una reparación rápida, que requeriría mucho menos tiempo que fabricar tanques nuevos, haría que estuvieran en funcionamiento más de los que podrían producirse a costa de las piezas de recambio. Apoyado por mi jefe de sección Saur, Hitler insistió en que era prioritario hacer tanques nuevos; sin embargo, arreglar los que estaban sólo averiados habría permitido fabricar un 20% menos. Alguna vez visité a Hitler con el capitán general Fromm, en cuya jurisdicción, en su calidad de jefe del Ejército de Reserva, se daban las anomalías descritas, con el fin de que le expusiera los argumentos de las tropas. Fromm se expresaba con gran claridad, se mostraba firme y tenía sentido de la diplomacia. Sentado con el sable entre las rodillas y la mano en la empuñadura, todo él manifestaba energía, y aún hoy creo que, con su gran capacidad, habría podido impedir más de un error en el cuartel general del Führer. De hecho, su influencia aumentó después de algunas reuniones, pero enseguida se hicieron perceptibles ciertas resistencias, tanto por parte de Keitel, que veía amenazada su posición, como por la de Goebbels, que lo presentó ante Hitler como un hombre en el que no se podía confiar políticamente; el mismo Hitler chocó con él por una cuestión de avituallamiento y, sin muchos rodeos, me dio a entender que no deseaba que Fromm me acompañara más. El punto central de muchas de las reuniones mantenidas con Hitler lo constituía la definición del programa de armamentos del Ejército de Tierra. El sostenía el siguiente punto de vista: cuanto más exijo, más obtengo; el caso es que, para mi sorpresa, algunos programas que los especialistas de la industria habían calificado de irrealizables se cumplieron sobradamente. La autoridad de Hitler liberaba unas reservas que nadie tenía en cuenta al hacer sus cálculos. De todos modos, a partir de 1944 sus órdenes eran del todo utópicas; nuestros intentos de imponerlas en las fábricas dieron muy poco rendimiento.
Me daba la impresión de que Hitler eludía con frecuencia su responsabilidad militar refugiándose en aquellas larguísimas reuniones sobre armamentos, especificaciones técnicas de tanques y producción bélica, que él mismo me dijo alguna vez que le proporcionaban una distensión similar a la que encontraba antaño cuando nos reuníamos para hablar de arquitectura. Les dedicaba muchas horas incluso en situaciones apremiantes, a veces justo cuando sus mariscales o ministros deseaban hablarle con urgencia.
Continuará
El error fundamental consistía en que Hitler no sólo se había hecho cargo del mando supremo de la Wehrmacht, sino también del Ejército de Tierra y, con él, de su hobby de desarrollar tanques. En circunstancias normales, estas cuestiones habrían sido debatidas por oficiales del Estado Mayor, de la Dirección General de Armamentos del Ejército y de la Comisión de Armamentos de la industria. El Comandante en Jefe del Ejército de Tierras o lo habría intervenido en casos de extrema gravedad. No era nada habitual que los oficiales expertos recibieran instrucciones que se ocupaban hasta del último detalle y estas resultaban perniciosas, pues Hitler los eximía de responsabilidades e instruía a sus oficiales para la indiferencia. Las decisiones de Hitler condujeron no sólo a que hubiera muchos proyectos paralelos, sino también a problemas de aprovisionamiento cada vez más difíciles de resolver. Era especialmente molesto que Hitler no comprendiera la necesidad de las tropas de recibir suficientes repuestos.
Un ejemplo que refleja este vicio es el debut del tanque Tiger donde Speer nos dice:
Hitler procedía como un «zapatero remendón» de lo más mezquino. A ello hay que añadir la desventaja de que los mapas sólo permiten deducir de manera insuficiente la naturaleza del terreno.
A su desconocimiento en los pasos para fabricar un tanque se sumaban su incapacidad para entender su funcionamiento y aplicación. El mejor ejemplo de su torpeza se dio a principios del verano de 1942, cuando ordenó utilizar los primeros seis tanques Tigre, de los que esperaba mucho, como siempre que aparecía un arma nueva. Nos anticipó imaginativamente cómo los cañones antitanque rusos de 7,6 cm, que perforaban el blindaje de nuestros Panzer IV incluso a gran distancia, dispararían en vano proyectil tras proyectil, y cómo finalmente los Tigre terminarían arrollando sus cañones.
Guderian se negó terminantemente a usar los pesados Tiger en ese terreno y en pleno otoño, mientras que la Wa Prüf 6 explicó que aún al tanque le faltaban varios meses de prueba.
El Estado Mayor le hizo notar que el subsuelo pantanoso que había a ambos lados de la carretera elegida imposibilitaría toda evolución táctica de los tanques. Pero Hitler rechazó de plano esta objeción y se inició el primer ataque de los Tigre .
Todo el mundo esperaba ansioso el resultado y yo también estaba un poco nervioso, pero la prueba general no llegó a producirse. Los rusos dejaron tranquilamente que los tanques pasaran ante su puesto de cañones antitanque y después dio de lleno al primero y al último en el costado, donde el blindaje era más ligero. Los cuatro restantes quedaron inmovilizados porque no podían avanzar ni retroceder, ni tampoco escapar por los lados a causa del suelo pantanoso, y pronto estuvieron también fuera de combate.
Hitler no dijo nada sobre aquel fracaso total, ni entonces ni nunca.
El general Guderian lamentó ese desafortunado hecho, no sólo por el fracaso inaugural de los Tiger, sino porque habían caido en manos de los rusos y estos tendrían todo el invierno de 1943 para analizar los puntos débiles del nuevo tanque y copiar la tecnología del Tiger.
Algo similar sucedió con los Panther, quienes fueron llevados al frene de batalla de Kursk sin haber solucionado una serie de problemas técnicos. Para peor el inicio de la Operación Zitadelle se retrasó una y otra vez, y en vez de comenzar a mediados de mayo, comenzó a principios de Julio, dándoles a los rusos preciosos 45 días para armar defensas sólidas.
Después del fracaso de Kursk y del fiasco que resultaron los Panther, Guderian me dijo varias veces que era importante tener muchos talleres de reparación de los tanques, ya que eso facilitaba que un tanque descompuesto, estuviera pronto nuevamente en acción de combate.
Según él, una reparación rápida, que requeriría mucho menos tiempo que fabricar tanques nuevos, haría que estuvieran en funcionamiento más de los que podrían producirse a costa de las piezas de recambio. Apoyado por mi jefe de sección Saur, Hitler insistió en que era prioritario hacer tanques nuevos; sin embargo, arreglar los que estaban sólo averiados habría permitido fabricar un 20% menos. Alguna vez visité a Hitler con el capitán general Fromm, en cuya jurisdicción, en su calidad de jefe del Ejército de Reserva, se daban las anomalías descritas, con el fin de que le expusiera los argumentos de las tropas. Fromm se expresaba con gran claridad, se mostraba firme y tenía sentido de la diplomacia. Sentado con el sable entre las rodillas y la mano en la empuñadura, todo él manifestaba energía, y aún hoy creo que, con su gran capacidad, habría podido impedir más de un error en el cuartel general del Führer. De hecho, su influencia aumentó después de algunas reuniones, pero enseguida se hicieron perceptibles ciertas resistencias, tanto por parte de Keitel, que veía amenazada su posición, como por la de Goebbels, que lo presentó ante Hitler como un hombre en el que no se podía confiar políticamente; el mismo Hitler chocó con él por una cuestión de avituallamiento y, sin muchos rodeos, me dio a entender que no deseaba que Fromm me acompañara más. El punto central de muchas de las reuniones mantenidas con Hitler lo constituía la definición del programa de armamentos del Ejército de Tierra. El sostenía el siguiente punto de vista: cuanto más exijo, más obtengo; el caso es que, para mi sorpresa, algunos programas que los especialistas de la industria habían calificado de irrealizables se cumplieron sobradamente. La autoridad de Hitler liberaba unas reservas que nadie tenía en cuenta al hacer sus cálculos. De todos modos, a partir de 1944 sus órdenes eran del todo utópicas; nuestros intentos de imponerlas en las fábricas dieron muy poco rendimiento.
Me daba la impresión de que Hitler eludía con frecuencia su responsabilidad militar refugiándose en aquellas larguísimas reuniones sobre armamentos, especificaciones técnicas de tanques y producción bélica, que él mismo me dijo alguna vez que le proporcionaban una distensión similar a la que encontraba antaño cuando nos reuníamos para hablar de arquitectura. Les dedicaba muchas horas incluso en situaciones apremiantes, a veces justo cuando sus mariscales o ministros deseaban hablarle con urgencia.
Continuará
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LA FRUSTRADA BOMBA ATÓMICA ALEMANA, NARRADA POR SPEER
Almorzaba a menudo con el capitán general Friedrich Fromm en un reservado del restaurante Horcher. En uno de estos encuentros, a fines de abril de 1942, me dijo que lo único que nos daría alguna posibilidad de ganar la guerra era inventar un arma completamente nueva. Me explicó que estaba en contacto con un grupo de científicos que trabajaban en un arma capaz de destruir ciudades enteras, quizá incluso de poner fuera de combate a todas las Islas Británicas. Fromm me propuso hacerles una visita. Le parecía importante que mantuviéramos una entrevista con ellos. También el doctor Albert Vögeler, director del principal consorcio alemán del acero y presidente de la Kaiser-Wilhelm-Gesellschaft, me llamó la atención en aquel tiempo sobre la descuidada investigación atómica. Por él me enteré de los escasos medios que el Ministerio de Educación y Ciencia del Reich, lógicamente debilitado por la prioridad de la guerra, dedicaba a investigación. El 6 de mayo de 1942 discutí el asunto con Hitler y le propuse que Göring, como figura representativa, encabezara el Consejo de Investigación del Reich.
Un mes más tarde, el 9 de junio de 1942, Göring fue designado para el cargo. Hacia la misma época, los tres representantes de las distintas armas (Milch, Frommy Witzell) y yo nos reunimos en la Harnackhaus, el centro berlinés de la Kaiser-Wilhelm-Gesellschaft, para hacernos una idea general del estado de la investigación nuclear alemana. Entre otros científicos cuyos nombres ya no recuerdo, se hallaban presentes los futuros premios Nobel Otto Hahn y Werner Heisenberg. Tras algunas disertaciones relativas a distintos campos de investigación, Heisenberg informó «sobre la desintegración atómica y el desarrollo de la máquina de uranio y del ciclotrón».
Heisenberg se lamentó de que el Ministerio de Educación no se ocupara de fomentar la investigación nuclear, se quejó de la falta de dinero y de materiales y mencionó que la incorporación a filas de los científicos había hecho que la ciencia alemana retrocediera en un campo que años atrás dominaba: los extractos de las revistas científicas americanas permitían presumir que allí se disponía de medios técnicos y económicos más que suficientes para llevar adelante la investigación nuclear. Así pues, era previsible que América nos llevara una ventaja que, dadas las increíbles posibilidades que ofrecía la fisión nuclear, podría llegar a tener tremendas consecuencias. Después de su conferencia pregunté a Heisenberg cómo podía emplearse la física nuclear para fabricar bombas atómicas. Su respuesta no fue en absoluto alentadora. Dijo que, aunque la solución científica se había encontrado ya, por lo que en teoría nada obstaculizaba la fabricación de la bomba, seguramente tendrían que transcurrir por lo menos dos años para prepararlo todo, y eso siempre que se le prestara toda la ayuda que solicitaba a partir de aquel mismo momento. Heisenberg justificó un plazo tan largo alegando, entre otras razones, que en toda Europa se disponía de un único ciclotrón que estaba en París y que funcionaba aún imperfectamente. Le propuse recurrir a mi autoridad como ministro de Armamentos para construir ciclotrones como los que tenían en Estados Unidos o mayores. Sin embargo, Heisenberg objetó que, con nuestra falta de experiencia, por el momento sólo podríamos preparar un modelo pequeño. De todos modos, el capitán general Fromm prometió licenciar a unos cien colaboradores científicos, y yo invité a los investigadores a que me indicaran qué medidas había que adoptar para fomentar la investigación nuclear, así como qué materiales y cuánto dinero necesitaban. Pocas semanas después nos pidieron varios cientos de miles de marcos, además de acero, níquel y otros metales restringidos en pequeñas cantidades, así como la construcción de un bunker y algunos barracones, y solicitaron que se diera la máxima prioridad al primer ciclotrón alemán, ya comenzado. Me extrañó la modestia de las peticiones en un asunto tan decisivo, por lo que elevé el dinero a dos millones de marcos y autoricé la entrega del material. Al parecer, de momento no habría servido de nada emplear más cantidades, y en cualquier caso me dio la impresión de que la bomba atómica no iba a tener trascendencia en la guerra. Como conocía la tendencia de Hitler a fomentar proyectos fantásticos mediante exigencias insensatas, fue muy poco lo que le dije el 23 de junio de 1942 acerca de la conferencia sobre la fisión nuclear y de las medidas adoptadas para apoyar la investigación en este campo.
Obtuvo informes más detallados y optimistas de su fotógrafo Heinrich Hofmann, que tenía amistad con el ministro de Comunicaciones del Reich, Ohnesorge, así como también, muy probablemente, por medio de Goebbels. Ohnesorge se interesaba por la fisión nuclear y, igual que las SS, mantenía un equipo de investigación independiente, dirigido por el joven físico Manfred von Ardenne. La circunstancia de que Hitler no se dirigiera a los responsables directos para informarse, sino que eligiera hacerlo a través de fuentes incompetentes y poco fiables, basadas en rumores, demuestra una vez más su tendencia al diletantismo y su escasa comprensión de lo que representa una investigación científica. Hitler me habló alguna vez de la posibilidad de fabricar una bomba atómica, peroera evidente que la idea superaba su capacidad de comprensión, igual que se le escapaba el carácter revolucionario de la física nuclear. En las transcripciones que se han conservado de mis conversaciones con Hitler, constituidas por 2. 200 puntos, la fisión nuclear sólo aparece una vez, y se trata además muy brevemente. Aunque alguna vez consideró las perspectivas que ofrecía, mi informe sobre la entrevista que había mantenido con los físicos lo ratificó en su decisión de no dedicar un mayor interés al asunto. Es verdad que el profesor Heisenberg no me había respondido de una manera categórica a la pregunta de si, tras lograr una fisión nuclear, esta podría mantenerse con toda seguridad bajo control o si, por el contrario, continuaría ininterrumpidamente, causando una reacción en cadena. Estaba claro que a Hitler no lo entusiasmaba la posibilidad de que la Tierra se convirtiera en una estrella incandescente bajo su dominio. A veces bromeaba con la idea de que los científicos, en su afán obsesivo por descubrir todos los secretos terrenales, llegaran un día a prender fuego al globo. Añadía que de todos modos hasta entonces aún habrían de transcurrir muchos años y que era seguro que él no lo vería. La reacción de Hitler ante la última imagen de un noticiario cinematográfico sobre el bombardeo de Varsovia en otoño de 1939 confirmaba que no habría vacilado ni un instante en emplear bombas atómicas contra Inglaterra. Estábamos con él y Goebbels en la sala de estar de su residencia berlinesa. Las nubes de humo oscurecían el cielo y los bombarderos se arrojaban en picado sobre sus objetivos. En un crescendo acentuado por las tomas cinematográficas, se podía seguir la trayectoria de las bombas, el ascenso de los aparatos y la nube de explosiones, que adquiría dimensiones gigantescas. Hitler estaba fascinado. El final de la película lo constituía un montaje en el que un avión se precipitaba sobre Gran Bretaña, se veía una enorme llamarada y la isla saltaba en pedazos. El entusiasmo de Hitler era desbordante: —¡Eso es! —exclamó, arrebatado—, ¡los aniquilaremos!
A propuesta de los físicos nucleares, en otoño de 1942 renunciamos a desarrollar la bomba atómica después de que, al preguntarles nuevamente por los plazos, me explicaran que no se podía contar con finalizarla antes de tres o cuatro años; en ese tiempo, la guerra tenía que estar más que decidida. En su lugar autoricé el desarrollo de un quemador de uranio que generara energía motriz en el que estaba interesada la Marina para emplearlo en los submarinos. Durante una visita a las fábricas Krupp hice que me mostraran algunos componentes de nuestro primer ciclotrón y pregunté al técnico que lo construía si no podíamos intentar hacer uno mayor. Su respuesta reiteraba lo que ya me había dicho el profesor Heisenberg:nos faltaba experiencia. En verano de 1944, cerca de la clínica de la Universidad deHeidelberg, pude ver cómo se desintegraba un núcleo atómico en nuestro primer ciclotrón. El profesor Walter Bothe me informó de que este aparato nos permitiría realizar progresos médicos y biológicos. Me di por satisfecho. A consecuencia del bloqueo de las importaciones de volframio de Portugal, en el verano de 1943 nos vimos amenazados por una crisis en la producción de municiones en las que se empleaban aleaciones de este metal, por lo que ordené reemplazarlo por uranio, autorizando el empleo de unas 1. 200 toneladas de nuestras reservas, lo que demuestra que ya entonces tanto mis colaboradores como yo habíamos abandonado la idea de fabricar bombas atómicas. Quizá habría sido posible tener lista la bomba atómica en 1945, pero para ello habría sido indispensable que se hubieran puesto a nuestra disposición, con el tiempo suficiente, unos medios técnicos, económicos y personales similares a los dedicados al desarrollo de los misiles. Desde este punto de vista Peenemünde no sólo fue nuestro mayor proyecto, sino también el más fallido.
El hecho de que no se dedicaran mayores esfuerzos a este terreno también tenía que ver con consideraciones ideológicas. Hitler admiraba al físico Philipp Lenard, que había recibido el premio Nobel en 1905 y era uno de los pocos científicos que estaban de su parte desde el principio. Lenard había dicho a Hitler que los judíos ejercían una influencia perniciosa en la física nuclear por medio de la teoría de la relatividad.
Invocando la opinión de su ilustre compañero de Partido, en sus conversaciones de sobremesa Hitler había llegado a tachar la física nuclear de «física judía», lo cual no sólo fue cogido al vuelo por Rosenberg, sino que también hizo que el ministro de Educación dudara sobre el apoyo que debía prestar a la investigación nuclear.
(Dios mío, los prejuicios sí que son cegadores y limitan las perspectivas y visión del mundo)
De todos modos, aun en el caso de que Hitler no hubiese aplicado sus doctrinas a la investigación nuclear, incluso aunque el estado de nuestra investigación de base en junio de 1942 hubiese permitido a nuestros físicos nucleares invertir, en lugar de varios millones, varios miles de millones de marcos para desarrollar la bomba atómica, la crítica situación de nuestra economía de guerra nos habría impedido aportar los materiales y trabajadores cualificados necesarios. No fue sólo la mayor capacidad de producción de Estados Unidos lo que permitió a este país emprender un proyecto de tal envergadura. Hacía tiempo que la industria armamentista alemana, debido a la frecuencia cada vez mayor de los ataques aéreos, se hallaba en una situación de emergencia que impedía los proyectos de largo alcance. A lo sumo, y concentrando al máximo los esfuerzos, Alemania habría podido disponer de la bomba atómica en 1947; desde luego, no la habría tenido al mismo tiempo que América, en agosto de 1945.
La guerra habría acabado a más tardar el 1 de enero de 1946, al consumirse nuestras últimas reservas de mineral de cromo.
Esto también me pareció MUY interesante.
Cuando me refiero a lo jugoso del libro de Speer, justamente es a este tipo de anécdotas que vienen de un testigo privilegiado del círculo íntimo de Hitler.
El texto no tiene desperdicio.
Saludos.
Almorzaba a menudo con el capitán general Friedrich Fromm en un reservado del restaurante Horcher. En uno de estos encuentros, a fines de abril de 1942, me dijo que lo único que nos daría alguna posibilidad de ganar la guerra era inventar un arma completamente nueva. Me explicó que estaba en contacto con un grupo de científicos que trabajaban en un arma capaz de destruir ciudades enteras, quizá incluso de poner fuera de combate a todas las Islas Británicas. Fromm me propuso hacerles una visita. Le parecía importante que mantuviéramos una entrevista con ellos. También el doctor Albert Vögeler, director del principal consorcio alemán del acero y presidente de la Kaiser-Wilhelm-Gesellschaft, me llamó la atención en aquel tiempo sobre la descuidada investigación atómica. Por él me enteré de los escasos medios que el Ministerio de Educación y Ciencia del Reich, lógicamente debilitado por la prioridad de la guerra, dedicaba a investigación. El 6 de mayo de 1942 discutí el asunto con Hitler y le propuse que Göring, como figura representativa, encabezara el Consejo de Investigación del Reich.
Un mes más tarde, el 9 de junio de 1942, Göring fue designado para el cargo. Hacia la misma época, los tres representantes de las distintas armas (Milch, Frommy Witzell) y yo nos reunimos en la Harnackhaus, el centro berlinés de la Kaiser-Wilhelm-Gesellschaft, para hacernos una idea general del estado de la investigación nuclear alemana. Entre otros científicos cuyos nombres ya no recuerdo, se hallaban presentes los futuros premios Nobel Otto Hahn y Werner Heisenberg. Tras algunas disertaciones relativas a distintos campos de investigación, Heisenberg informó «sobre la desintegración atómica y el desarrollo de la máquina de uranio y del ciclotrón».
Heisenberg se lamentó de que el Ministerio de Educación no se ocupara de fomentar la investigación nuclear, se quejó de la falta de dinero y de materiales y mencionó que la incorporación a filas de los científicos había hecho que la ciencia alemana retrocediera en un campo que años atrás dominaba: los extractos de las revistas científicas americanas permitían presumir que allí se disponía de medios técnicos y económicos más que suficientes para llevar adelante la investigación nuclear. Así pues, era previsible que América nos llevara una ventaja que, dadas las increíbles posibilidades que ofrecía la fisión nuclear, podría llegar a tener tremendas consecuencias. Después de su conferencia pregunté a Heisenberg cómo podía emplearse la física nuclear para fabricar bombas atómicas. Su respuesta no fue en absoluto alentadora. Dijo que, aunque la solución científica se había encontrado ya, por lo que en teoría nada obstaculizaba la fabricación de la bomba, seguramente tendrían que transcurrir por lo menos dos años para prepararlo todo, y eso siempre que se le prestara toda la ayuda que solicitaba a partir de aquel mismo momento. Heisenberg justificó un plazo tan largo alegando, entre otras razones, que en toda Europa se disponía de un único ciclotrón que estaba en París y que funcionaba aún imperfectamente. Le propuse recurrir a mi autoridad como ministro de Armamentos para construir ciclotrones como los que tenían en Estados Unidos o mayores. Sin embargo, Heisenberg objetó que, con nuestra falta de experiencia, por el momento sólo podríamos preparar un modelo pequeño. De todos modos, el capitán general Fromm prometió licenciar a unos cien colaboradores científicos, y yo invité a los investigadores a que me indicaran qué medidas había que adoptar para fomentar la investigación nuclear, así como qué materiales y cuánto dinero necesitaban. Pocas semanas después nos pidieron varios cientos de miles de marcos, además de acero, níquel y otros metales restringidos en pequeñas cantidades, así como la construcción de un bunker y algunos barracones, y solicitaron que se diera la máxima prioridad al primer ciclotrón alemán, ya comenzado. Me extrañó la modestia de las peticiones en un asunto tan decisivo, por lo que elevé el dinero a dos millones de marcos y autoricé la entrega del material. Al parecer, de momento no habría servido de nada emplear más cantidades, y en cualquier caso me dio la impresión de que la bomba atómica no iba a tener trascendencia en la guerra. Como conocía la tendencia de Hitler a fomentar proyectos fantásticos mediante exigencias insensatas, fue muy poco lo que le dije el 23 de junio de 1942 acerca de la conferencia sobre la fisión nuclear y de las medidas adoptadas para apoyar la investigación en este campo.
Obtuvo informes más detallados y optimistas de su fotógrafo Heinrich Hofmann, que tenía amistad con el ministro de Comunicaciones del Reich, Ohnesorge, así como también, muy probablemente, por medio de Goebbels. Ohnesorge se interesaba por la fisión nuclear y, igual que las SS, mantenía un equipo de investigación independiente, dirigido por el joven físico Manfred von Ardenne. La circunstancia de que Hitler no se dirigiera a los responsables directos para informarse, sino que eligiera hacerlo a través de fuentes incompetentes y poco fiables, basadas en rumores, demuestra una vez más su tendencia al diletantismo y su escasa comprensión de lo que representa una investigación científica. Hitler me habló alguna vez de la posibilidad de fabricar una bomba atómica, peroera evidente que la idea superaba su capacidad de comprensión, igual que se le escapaba el carácter revolucionario de la física nuclear. En las transcripciones que se han conservado de mis conversaciones con Hitler, constituidas por 2. 200 puntos, la fisión nuclear sólo aparece una vez, y se trata además muy brevemente. Aunque alguna vez consideró las perspectivas que ofrecía, mi informe sobre la entrevista que había mantenido con los físicos lo ratificó en su decisión de no dedicar un mayor interés al asunto. Es verdad que el profesor Heisenberg no me había respondido de una manera categórica a la pregunta de si, tras lograr una fisión nuclear, esta podría mantenerse con toda seguridad bajo control o si, por el contrario, continuaría ininterrumpidamente, causando una reacción en cadena. Estaba claro que a Hitler no lo entusiasmaba la posibilidad de que la Tierra se convirtiera en una estrella incandescente bajo su dominio. A veces bromeaba con la idea de que los científicos, en su afán obsesivo por descubrir todos los secretos terrenales, llegaran un día a prender fuego al globo. Añadía que de todos modos hasta entonces aún habrían de transcurrir muchos años y que era seguro que él no lo vería. La reacción de Hitler ante la última imagen de un noticiario cinematográfico sobre el bombardeo de Varsovia en otoño de 1939 confirmaba que no habría vacilado ni un instante en emplear bombas atómicas contra Inglaterra. Estábamos con él y Goebbels en la sala de estar de su residencia berlinesa. Las nubes de humo oscurecían el cielo y los bombarderos se arrojaban en picado sobre sus objetivos. En un crescendo acentuado por las tomas cinematográficas, se podía seguir la trayectoria de las bombas, el ascenso de los aparatos y la nube de explosiones, que adquiría dimensiones gigantescas. Hitler estaba fascinado. El final de la película lo constituía un montaje en el que un avión se precipitaba sobre Gran Bretaña, se veía una enorme llamarada y la isla saltaba en pedazos. El entusiasmo de Hitler era desbordante: —¡Eso es! —exclamó, arrebatado—, ¡los aniquilaremos!
A propuesta de los físicos nucleares, en otoño de 1942 renunciamos a desarrollar la bomba atómica después de que, al preguntarles nuevamente por los plazos, me explicaran que no se podía contar con finalizarla antes de tres o cuatro años; en ese tiempo, la guerra tenía que estar más que decidida. En su lugar autoricé el desarrollo de un quemador de uranio que generara energía motriz en el que estaba interesada la Marina para emplearlo en los submarinos. Durante una visita a las fábricas Krupp hice que me mostraran algunos componentes de nuestro primer ciclotrón y pregunté al técnico que lo construía si no podíamos intentar hacer uno mayor. Su respuesta reiteraba lo que ya me había dicho el profesor Heisenberg:nos faltaba experiencia. En verano de 1944, cerca de la clínica de la Universidad deHeidelberg, pude ver cómo se desintegraba un núcleo atómico en nuestro primer ciclotrón. El profesor Walter Bothe me informó de que este aparato nos permitiría realizar progresos médicos y biológicos. Me di por satisfecho. A consecuencia del bloqueo de las importaciones de volframio de Portugal, en el verano de 1943 nos vimos amenazados por una crisis en la producción de municiones en las que se empleaban aleaciones de este metal, por lo que ordené reemplazarlo por uranio, autorizando el empleo de unas 1. 200 toneladas de nuestras reservas, lo que demuestra que ya entonces tanto mis colaboradores como yo habíamos abandonado la idea de fabricar bombas atómicas. Quizá habría sido posible tener lista la bomba atómica en 1945, pero para ello habría sido indispensable que se hubieran puesto a nuestra disposición, con el tiempo suficiente, unos medios técnicos, económicos y personales similares a los dedicados al desarrollo de los misiles. Desde este punto de vista Peenemünde no sólo fue nuestro mayor proyecto, sino también el más fallido.
El hecho de que no se dedicaran mayores esfuerzos a este terreno también tenía que ver con consideraciones ideológicas. Hitler admiraba al físico Philipp Lenard, que había recibido el premio Nobel en 1905 y era uno de los pocos científicos que estaban de su parte desde el principio. Lenard había dicho a Hitler que los judíos ejercían una influencia perniciosa en la física nuclear por medio de la teoría de la relatividad.
Invocando la opinión de su ilustre compañero de Partido, en sus conversaciones de sobremesa Hitler había llegado a tachar la física nuclear de «física judía», lo cual no sólo fue cogido al vuelo por Rosenberg, sino que también hizo que el ministro de Educación dudara sobre el apoyo que debía prestar a la investigación nuclear.
(Dios mío, los prejuicios sí que son cegadores y limitan las perspectivas y visión del mundo)
De todos modos, aun en el caso de que Hitler no hubiese aplicado sus doctrinas a la investigación nuclear, incluso aunque el estado de nuestra investigación de base en junio de 1942 hubiese permitido a nuestros físicos nucleares invertir, en lugar de varios millones, varios miles de millones de marcos para desarrollar la bomba atómica, la crítica situación de nuestra economía de guerra nos habría impedido aportar los materiales y trabajadores cualificados necesarios. No fue sólo la mayor capacidad de producción de Estados Unidos lo que permitió a este país emprender un proyecto de tal envergadura. Hacía tiempo que la industria armamentista alemana, debido a la frecuencia cada vez mayor de los ataques aéreos, se hallaba en una situación de emergencia que impedía los proyectos de largo alcance. A lo sumo, y concentrando al máximo los esfuerzos, Alemania habría podido disponer de la bomba atómica en 1947; desde luego, no la habría tenido al mismo tiempo que América, en agosto de 1945.
La guerra habría acabado a más tardar el 1 de enero de 1946, al consumirse nuestras últimas reservas de mineral de cromo.
Esto también me pareció MUY interesante.
Cuando me refiero a lo jugoso del libro de Speer, justamente es a este tipo de anécdotas que vienen de un testigo privilegiado del círculo íntimo de Hitler.
El texto no tiene desperdicio.
Saludos.
-
- General de Brigada
- Mensajes: 4946
- Registrado: 08 Feb 2012, 05:38
- Ubicación: Chacoi
Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
Con respecto al uso del personal civil y empleados públicos Speer nos dice:
También en junio de 1943 transmití la intención de «transferir dos millones de alemanes que trabajaban en la administración y en puestos burocráticos improductivos a las empresas de producción de armamentos», pero tampoco logré imponerme.
Según USSBS, Effects of Strategic Bombing , que utiliza datos extraídos del «Balance de la economía de guerra del Departamento Nacional de Estadística alemán», el personal se distribuía de la forma siguiente:
Mayo de 1943:
Comercio, banca, seguros: 3.100.000
Administración: 2.800.000
Transporte: 2.300.000
Oficios: 3.400.000
Servicios sociales: 1.000.000
Servicio doméstico: 1.400.000
TOTAL: 14.000.000
Mayo de 1944:
Comercio, banca, seguros: 2.900.000 (200.000 menos que un año antes)
Administración: 2.800.000 (IGUAL que el año anterior)
Transporte: 2.300.000 (IGUAL que el año anterior)
Oficios: 3.300.000 (100.000 menos que el año anterior)
Servicios sociales: 900.000 (100.000 menos que el año anterior)
Servicio doméstico: 1.400.000
TOTAL: 13.600.000
La disminución de 400.000 personas debe de corresponder en gran parte a vacantes por jubilación que no se cubrieron porque las nuevas generaciones habían sido incorporadas a las filas de la Wehrmacht. Así pues, después de intentar durante un año y medio que las fuerzas que no participaban directamente en la contienda fueran incorporadas a la producción de armamentos, no se consiguió nada.
Si en 1943 hubiera podido contar aunque sea con un millón de empleados administrativos, la producción de armamentos en 1944 hubiera sido aún mayor, pero como siempre chocaba con los intereses de los Jefes Regionales o con las dubitaciones de Hitler
(INCREÍBLE. Pero yo en mi carácter de Führer, ya en 1941 (DOS AÑOS ANTES!!!) voy a autorizar que cuatro millones (el DOBLE de lo que pretendía Speer) de empleados públicos pasen a las fábricas de armamentos.)
El 12 de julio de 1944 expuse de nuevo a Hitler mis viejos argumentos:
«Los bombardeos han demostrado que es posible continuar viviendo entre ruinas, sin hoteles ni fondas, sin locales de esparcimiento, sin viviendas, incluso sin poder satisfacer las necesidades diarias. Han demostrado que el comercio y las operaciones bancarias pueden proseguir aunque disminuya su actividad o que, por ejemplo, los viajeros siguen pagando el pasaje aunque no se les facilite billete porque se han quemado todos; y que incluso las agencias fiscales continúan percibiendo ingresos a pesar de que los expedientes del Ministerio de Hacienda están destruidos.
Ese detalle del sacrificio que promovía la población fue desestimado por Hitler, quién seguía exigiendo más y más sacrificios, mientras sus propios ministros y jerarcas del partido se daban la gran vida.
Continuará
También en junio de 1943 transmití la intención de «transferir dos millones de alemanes que trabajaban en la administración y en puestos burocráticos improductivos a las empresas de producción de armamentos», pero tampoco logré imponerme.
Según USSBS, Effects of Strategic Bombing , que utiliza datos extraídos del «Balance de la economía de guerra del Departamento Nacional de Estadística alemán», el personal se distribuía de la forma siguiente:
Mayo de 1943:
Comercio, banca, seguros: 3.100.000
Administración: 2.800.000
Transporte: 2.300.000
Oficios: 3.400.000
Servicios sociales: 1.000.000
Servicio doméstico: 1.400.000
TOTAL: 14.000.000
Mayo de 1944:
Comercio, banca, seguros: 2.900.000 (200.000 menos que un año antes)
Administración: 2.800.000 (IGUAL que el año anterior)
Transporte: 2.300.000 (IGUAL que el año anterior)
Oficios: 3.300.000 (100.000 menos que el año anterior)
Servicios sociales: 900.000 (100.000 menos que el año anterior)
Servicio doméstico: 1.400.000
TOTAL: 13.600.000
La disminución de 400.000 personas debe de corresponder en gran parte a vacantes por jubilación que no se cubrieron porque las nuevas generaciones habían sido incorporadas a las filas de la Wehrmacht. Así pues, después de intentar durante un año y medio que las fuerzas que no participaban directamente en la contienda fueran incorporadas a la producción de armamentos, no se consiguió nada.
Si en 1943 hubiera podido contar aunque sea con un millón de empleados administrativos, la producción de armamentos en 1944 hubiera sido aún mayor, pero como siempre chocaba con los intereses de los Jefes Regionales o con las dubitaciones de Hitler
(INCREÍBLE. Pero yo en mi carácter de Führer, ya en 1941 (DOS AÑOS ANTES!!!) voy a autorizar que cuatro millones (el DOBLE de lo que pretendía Speer) de empleados públicos pasen a las fábricas de armamentos.)
El 12 de julio de 1944 expuse de nuevo a Hitler mis viejos argumentos:
«Los bombardeos han demostrado que es posible continuar viviendo entre ruinas, sin hoteles ni fondas, sin locales de esparcimiento, sin viviendas, incluso sin poder satisfacer las necesidades diarias. Han demostrado que el comercio y las operaciones bancarias pueden proseguir aunque disminuya su actividad o que, por ejemplo, los viajeros siguen pagando el pasaje aunque no se les facilite billete porque se han quemado todos; y que incluso las agencias fiscales continúan percibiendo ingresos a pesar de que los expedientes del Ministerio de Hacienda están destruidos.
Ese detalle del sacrificio que promovía la población fue desestimado por Hitler, quién seguía exigiendo más y más sacrificios, mientras sus propios ministros y jerarcas del partido se daban la gran vida.
Continuará
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Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
Con respecto a los privilegios de los nazis, Speer nos dice:
Hitler había dado una aprobación más bien vacilante a nuestro plan para simplificar la Administración, restringir el consumo y limitar las actividades culturales. Sin embargo, mi intento de que esta misión fuera encomendada a Goebbels fracasó gracias al siempre vigilante Bormann, que temía un aumento de poder de su ambicioso rival, y se nombró para ello al doctor Lammers, aliado suyo en el triunvirato, que era un funcionario sin iniciativa ni imaginación al que se le ponían los pelos de punta ante semejante desprecio por la burocracia, a sus ojos imprescindible.
Fue también Lammers quien sustituyó a Hitler en la presidencia de las sesiones del Gabinete, que volvieron a celebrarse a partir de enero de 1943. No se convocaba a ellas a todos los miembros del Gobierno, sino sólo a los que tenían que ver con el orden del día. El lugar en que se celebraban, la sala de sesiones del gabinete del Reich, demostraba bien a las claras el poder que había conseguido, o se había atribuido, el triunvirato. Las sesiones eran muy controvertidas: Goebbels y Funk apoyaban mis ideas radicales, mientras que el ministro del Interior Frick y el propio Lammers formulaban los reparos que eran de esperar. Sauckel declaró sin más que él podía proporcionar tantos trabajadores como se le pidieran, así como especialistas extranjeros.
Ni siquiera cuando Goebbels reclamó que los dirigentes del Partido renunciaran a su nivel de vida, de lujo casi ilimitado, consiguió cambiar nada. Y Eva Braun, de ordinario tan reservada, hizo actuar a Hitler cuando oyó decir que se quería prohibir que las mujeres se hicieran la permanente y paralizar la producción de cosméticos. Hitler enseguida se sintió inseguro: recomendó que, en lugar de la prohibición absoluta, se procediera a una discreta«interrupción del suministro de tintes para el cabello y otros productos de belleza», así como a la «paralización de las reparaciones de los aparatos utilizados para hacer la permanente».
Después de algunas reuniones del Gabinete, Goebbels y yo vimos con claridad que no podíamos esperar que la producción de armamentos se viera activada por Bormann, Lammers o Keitel; nuestros esfuerzos se habían atascado en los detalles sin importancia.
En la segunda quincena de mayo de 1943, Göring me comunicó que deseaba pronunciar un discurso sobre armamento en el Palacio de Deportes conmigo. Acepté. Para mi sorpresa, Hitler determinó unos días después que el orador sería Goebbels y, cuando nos dispusimos a concertar los textos de nuestros discursos, el ministro de Propaganda me aconsejó que acortara el mío, pues el suyo duraría una hora. —Si su discurso dura más de media hora, el público perderá el interés.
Como de costumbre, enviamos a Hitler el texto de ambos discursos, con la observación de que el mío se acortaría bastante. Hitler me hizo acudir al Obersalzberg.
Leyó en mi presencia los manuscritos que le había entregado Bormann y, sin ninguna consideración y con aparente deleite, en unos minutos redujo el de Goebbels a la mitad. —Tenga, Bormann, comunique esto al doctor y dígale que el discurso de Speer me parece magnífico.
Hitler me había hecho ganar prestigio sobre Goebbels ante el intrigante Bormann. Después de este incidente, los dos supieron que yo continuaba gozando de su aprecio. Por mi parte podía contar con que, llegado el caso, también me apoyaría frente a sus colaboradores más cercanos.
Mi discurso del 5 de junio de 1943, en el que di a conocer por primera vez los notables progresos en la producción de armamentos, fue un fracaso por partida doble, ya que obtuvo el efecto contrario al buscado porque el aumento de pertrechos les transmitió cierta tranquilidad. Las jerarquías del Partido opinaban que «la cosa también marcha sin necesidad de tanto sacrificio, así que ¿para qué inquietar al pueblo adoptando medidas drásticas?», mientras que el generalato y el frente pusieron en duda la veracidad de mis afirmaciones a causa de las dificultades que hallaban para obtener armas o municiones.
(INCREIBLE. Estamos hablando del 5 de junio de 1943, después del desastre de Stalingrado y de África y faltando un mes para el desembarco en Sicilia. Increíble la miopía política y militar como para no darse cuenta que la guerra ya estaba perdida.)
Yo traté de explicarles que dicho aumento de la producción si bien era significativo, no era suficiente y que se necesitaban más sacrificios por parte de los distintos Gaul y Jefes Regionales, pero fue en vano. Como buenos políticos demagógicos, ninguno estaba dispuesto a tomar medidas antipopulares o a ajustarse el cinturón. (INCREIBLE).
Continuará.
Hitler había dado una aprobación más bien vacilante a nuestro plan para simplificar la Administración, restringir el consumo y limitar las actividades culturales. Sin embargo, mi intento de que esta misión fuera encomendada a Goebbels fracasó gracias al siempre vigilante Bormann, que temía un aumento de poder de su ambicioso rival, y se nombró para ello al doctor Lammers, aliado suyo en el triunvirato, que era un funcionario sin iniciativa ni imaginación al que se le ponían los pelos de punta ante semejante desprecio por la burocracia, a sus ojos imprescindible.
Fue también Lammers quien sustituyó a Hitler en la presidencia de las sesiones del Gabinete, que volvieron a celebrarse a partir de enero de 1943. No se convocaba a ellas a todos los miembros del Gobierno, sino sólo a los que tenían que ver con el orden del día. El lugar en que se celebraban, la sala de sesiones del gabinete del Reich, demostraba bien a las claras el poder que había conseguido, o se había atribuido, el triunvirato. Las sesiones eran muy controvertidas: Goebbels y Funk apoyaban mis ideas radicales, mientras que el ministro del Interior Frick y el propio Lammers formulaban los reparos que eran de esperar. Sauckel declaró sin más que él podía proporcionar tantos trabajadores como se le pidieran, así como especialistas extranjeros.
Ni siquiera cuando Goebbels reclamó que los dirigentes del Partido renunciaran a su nivel de vida, de lujo casi ilimitado, consiguió cambiar nada. Y Eva Braun, de ordinario tan reservada, hizo actuar a Hitler cuando oyó decir que se quería prohibir que las mujeres se hicieran la permanente y paralizar la producción de cosméticos. Hitler enseguida se sintió inseguro: recomendó que, en lugar de la prohibición absoluta, se procediera a una discreta«interrupción del suministro de tintes para el cabello y otros productos de belleza», así como a la «paralización de las reparaciones de los aparatos utilizados para hacer la permanente».
Después de algunas reuniones del Gabinete, Goebbels y yo vimos con claridad que no podíamos esperar que la producción de armamentos se viera activada por Bormann, Lammers o Keitel; nuestros esfuerzos se habían atascado en los detalles sin importancia.
En la segunda quincena de mayo de 1943, Göring me comunicó que deseaba pronunciar un discurso sobre armamento en el Palacio de Deportes conmigo. Acepté. Para mi sorpresa, Hitler determinó unos días después que el orador sería Goebbels y, cuando nos dispusimos a concertar los textos de nuestros discursos, el ministro de Propaganda me aconsejó que acortara el mío, pues el suyo duraría una hora. —Si su discurso dura más de media hora, el público perderá el interés.
Como de costumbre, enviamos a Hitler el texto de ambos discursos, con la observación de que el mío se acortaría bastante. Hitler me hizo acudir al Obersalzberg.
Leyó en mi presencia los manuscritos que le había entregado Bormann y, sin ninguna consideración y con aparente deleite, en unos minutos redujo el de Goebbels a la mitad. —Tenga, Bormann, comunique esto al doctor y dígale que el discurso de Speer me parece magnífico.
Hitler me había hecho ganar prestigio sobre Goebbels ante el intrigante Bormann. Después de este incidente, los dos supieron que yo continuaba gozando de su aprecio. Por mi parte podía contar con que, llegado el caso, también me apoyaría frente a sus colaboradores más cercanos.
Mi discurso del 5 de junio de 1943, en el que di a conocer por primera vez los notables progresos en la producción de armamentos, fue un fracaso por partida doble, ya que obtuvo el efecto contrario al buscado porque el aumento de pertrechos les transmitió cierta tranquilidad. Las jerarquías del Partido opinaban que «la cosa también marcha sin necesidad de tanto sacrificio, así que ¿para qué inquietar al pueblo adoptando medidas drásticas?», mientras que el generalato y el frente pusieron en duda la veracidad de mis afirmaciones a causa de las dificultades que hallaban para obtener armas o municiones.
(INCREIBLE. Estamos hablando del 5 de junio de 1943, después del desastre de Stalingrado y de África y faltando un mes para el desembarco en Sicilia. Increíble la miopía política y militar como para no darse cuenta que la guerra ya estaba perdida.)
Yo traté de explicarles que dicho aumento de la producción si bien era significativo, no era suficiente y que se necesitaban más sacrificios por parte de los distintos Gaul y Jefes Regionales, pero fue en vano. Como buenos políticos demagógicos, ninguno estaba dispuesto a tomar medidas antipopulares o a ajustarse el cinturón. (INCREIBLE).
Continuará.
Última edición por Super Mario el 21 Dic 2013, 16:51, editado 1 vez en total.
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Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
Con respecto al uso de los prisioneros, Speer nos dice
La ofensiva rusa de invierno se había estancado. El aumento de nuestra producción no sólo contribuyó a cerrar las brechas abiertas en el frente del Este, sino que los suministros de armamento permitieron a Hitler preparar una nueva ofensiva para realizar un ataque en tenaza en la región de Kursk a pesar de las grandes pérdidas sufridas durante el invierno. El comienzo de esta ofensiva, preparada bajo el nombre clave de «operación ciudadela», fue demorado una y otra vez, pues Hitler daba gran importancia al empleo de los nuevos tanques. Sobre todo, esperaba milagros de un tanque de propulsión eléctrica construido por el profesor Porsche.
Durante una sencilla cena en un cuarto trasero, rústicamente amueblado, de la Cancillería del Reich, oí por casualidad que Sepp Dietrich decía que Hitler pensaba dar la orden de que esta vez no se tomaran prisioneros. Al parecer, las avanzadillas de las SS habían comprobado que las tropas rusas asesinaban a los prisioneros, por lo que Hitler anunció de forma espontánea que se tomaría un desquite mil veces más sangriento.
Me quedé consternado, pero también me alarmó ver cómo nos perjudicábamos a nosotros mismos. Hitler calculaba que se harían cientos de miles de prisioneros; hacía meses que tratábamos en vano de cerrar una brecha de igual envergadura en la oferta de mano de obra. Por eso aproveché la primera ocasión que tuve para presentar a Hitler mis objeciones respecto a aquella orden. No resultó difícil hacerle cambiar de idea; incluso creo que se sintió aliviado al poder retirar la promesa que había hecho a las SS. Aquel mismo día, 8 de julio de 1943, ordenó a Keitel que promulgara un decreto en virtud del cual todos los prisioneros de guerra habrían de ser puestos al servicio de la producción de armamentos.
Keitel estableció en un decreto que: «Todos los prisioneros de guerra hechos en el Este a partir del 5 de julio de 1943serán enviados a los campos de prisioneros del Alto Mando de la Wehrmacht, donde debe encontrárseles una utilidad de inmediato o, en caso contrario, serán empleados en las minas.» Cita del interrogatorio al general soviético Raginsky. (Documento USA 455)
Las reacciones de Hitler al respecto de los prisioneros eran impredecibles. Por ejemplo, el 19 de agosto de 1942, durante el desembarco en Dieppe, los soldados canadienses mataron a unos cuantos obreros de la Organización Todt que estaban construyendo búnkers. Seguramente los tomaron por funcionarios políticos, ya que llevaban uniformes pardos y brazales con la cruz gamada. En el cuartel general del Führer , Jodl me llevó aparte y me dijo: — Creo que será mejor que no informemos de esto al Führer , pues si se entera ordenará represalias. Pero como olvidé advertírselo a mi representante en la Organización Todt, Xaver Dorsch, este informó a Hitler de lo ocurrido. Al contrario de lo que habíamos supuesto, se mostró accesible a los argumentos de Jodl, que atribuía el suceso a un lamentable descuido del Alto Mando de la Wehrmacht, el cual no había comunicado al enemigo, a través de Suiza, qué uniforme usaba la Organización Todt; se ocuparía enseguida de remediarlo. Hitler rechazó mi propuesta de renunciar al brazal con la cruz gamada.
Estas consideraciones sobre el trato que había que dar a los prisioneros resultaron superfluas ante el fracaso de Kursk, porque la ofensiva comenzó el 5 de julio, pero, a pesar del empleo masivo de nuestras armas más modernas, no se logró formar un cerco; la confianza de Hitler resultó ilusoria. Tras dos semanas de combate, decidió abandonar. Aquel fracaso indicaba que también en las estaciones favorables era el enemigo soviético quien imponía las reglas.
Después de la segunda catástrofe invernal, después de Stalingrado, el Estado Mayor del Ejército de Tierra ya había estado presionando para que se estableciera una segunda posición bastante más a retaguardia, pero no obtuvo la conformidad de Hitler. Ahora, tras el fracaso de la nueva ofensiva, también él se mostró dispuesto a establecer unas posiciones defensivas entre veinte y veinticinco kilómetros tras la línea de fuego.
El Estado Mayor propuso establecer como línea fija la orilla occidental del Dniéper, que, consu pendiente de casi cincuenta metros, permitía dominar las llanuras que se extendían ante ella. Seguramente habría habido tiempo suficiente para construir una línea defensiva allí, pues el Dniéper se encontraba a más de 200 kilómetros del frente. Sin embargo, Hitler se negó en redondo a hacerlo. Mientras que antes, cuando las campañas eran victoriosas, solía elogiar al soldado alemán como al mejor del mundo, ahora dijo: —Por motivos psicológicos, es preferible no establecer una posición a retaguardia. Si la tropa se entera de que hay un puesto fortificado unos cien kilómetros tras la línea decombate, nadie los moverá a luchar. Retrocederán sin resistencia a la primera ocasión.
Hitler se enteró por Dorsch, mi lugarteniente, de que la Organización Todt, a pesar de la prohibición, había empezado a levantar en diciembre de 1943, por orden de Manstein y con la tácita aquiescencia de Zeitzler, un puesto defensivo a orillas del Bug, situado a unos 150 ó 200 kilómetros del frente ruso, y una vez más, alegando la misma razón que seis meses antes, ordenó con inusual dureza que se suspendieran inmediatamente aquellos trabajos. (INCREÍBLE)
Esa posición de retaguardia, según manifestó excitado, constituía una nueva prueba de la postura derrotista de Manstein. La testarudez de Hitler hizo que las tropas soviéticas mantuvieran a nuestros ejércitos en constante movimiento, porque en Rusia, con el suelo congelado, no se podía pensar en abrir ninguna trinchera a partir de noviembre. Por lo tanto, los soldados no disponían de ninguna protección para protegerse de las inclemencias del tiempo. Además, la mala calidad de nuestros equipos de invierno ponía a las tropas alemanas en peor posición que al enemigo, perfectamente equipado para el frío.
Esta no era la única prueba de que Hitler se resistía a aceptar el nuevo curso de los acontecimientos. En la primavera de 1943 ordenó que se construyera un puente de cinco kilómetros de largo sobre el estrecho de Kerch, con vías férreas y carretera, aunque allí ya se estaba instalando un funicular que entró en funcionamiento el 14 de junio, con un rendimiento diario de mil toneladas. Aunque este volumen de avituallamiento apenas bastaba para cubrir las necesidades del XVII Ejército, Hitler no renunciaba a su proyecto de avanzar hacia Persia a través del Cáucaso y argumentó que había que enviar refuerzos hasta la cabeza de puente del Kubán para iniciar una ofensiva. (INCREÍBLE)
Sus generales, en cambio, hacía tiempo que habían abandonado esta idea y, durante una inspección de esta cabeza de puente, expresaron sus dudas incluso respecto a la posibilidad de mantener las posiciones, a la vista de las fuerzas con que contaba el enemigo. Cuando comuniqué a Hitler estos temores, dijo con desprecio:
—¡Todo son excusas! Tanto a Jänicke como al Estado Mayor les falta fe en una nueva ofensiva.
Poco después, en verano de 1943, el general Jänicke, comandante en jefe del XVII Ejército, se vio obligado a solicitar a Hitler, a través de Zeitzler, la retirada de las tropas de la desprotegida cabeza de puente del Kubán. Quería prepararse en Crimea, en una posición más favorable, para la esperada ofensiva rusa de invierno. Hitler, por el contrario, exigió con redoblada terquedad que se acelerara la construcción del puente, a pesar de que ya entonces estaba bien claro que jamás llegaría a terminarse. Las últimas unidades alemanas empezaron a desalojar la cabeza de puente de Hitler en el continente asiático el 4 de septiembre.
Continuará
La ofensiva rusa de invierno se había estancado. El aumento de nuestra producción no sólo contribuyó a cerrar las brechas abiertas en el frente del Este, sino que los suministros de armamento permitieron a Hitler preparar una nueva ofensiva para realizar un ataque en tenaza en la región de Kursk a pesar de las grandes pérdidas sufridas durante el invierno. El comienzo de esta ofensiva, preparada bajo el nombre clave de «operación ciudadela», fue demorado una y otra vez, pues Hitler daba gran importancia al empleo de los nuevos tanques. Sobre todo, esperaba milagros de un tanque de propulsión eléctrica construido por el profesor Porsche.
Durante una sencilla cena en un cuarto trasero, rústicamente amueblado, de la Cancillería del Reich, oí por casualidad que Sepp Dietrich decía que Hitler pensaba dar la orden de que esta vez no se tomaran prisioneros. Al parecer, las avanzadillas de las SS habían comprobado que las tropas rusas asesinaban a los prisioneros, por lo que Hitler anunció de forma espontánea que se tomaría un desquite mil veces más sangriento.
Me quedé consternado, pero también me alarmó ver cómo nos perjudicábamos a nosotros mismos. Hitler calculaba que se harían cientos de miles de prisioneros; hacía meses que tratábamos en vano de cerrar una brecha de igual envergadura en la oferta de mano de obra. Por eso aproveché la primera ocasión que tuve para presentar a Hitler mis objeciones respecto a aquella orden. No resultó difícil hacerle cambiar de idea; incluso creo que se sintió aliviado al poder retirar la promesa que había hecho a las SS. Aquel mismo día, 8 de julio de 1943, ordenó a Keitel que promulgara un decreto en virtud del cual todos los prisioneros de guerra habrían de ser puestos al servicio de la producción de armamentos.
Keitel estableció en un decreto que: «Todos los prisioneros de guerra hechos en el Este a partir del 5 de julio de 1943serán enviados a los campos de prisioneros del Alto Mando de la Wehrmacht, donde debe encontrárseles una utilidad de inmediato o, en caso contrario, serán empleados en las minas.» Cita del interrogatorio al general soviético Raginsky. (Documento USA 455)
Las reacciones de Hitler al respecto de los prisioneros eran impredecibles. Por ejemplo, el 19 de agosto de 1942, durante el desembarco en Dieppe, los soldados canadienses mataron a unos cuantos obreros de la Organización Todt que estaban construyendo búnkers. Seguramente los tomaron por funcionarios políticos, ya que llevaban uniformes pardos y brazales con la cruz gamada. En el cuartel general del Führer , Jodl me llevó aparte y me dijo: — Creo que será mejor que no informemos de esto al Führer , pues si se entera ordenará represalias. Pero como olvidé advertírselo a mi representante en la Organización Todt, Xaver Dorsch, este informó a Hitler de lo ocurrido. Al contrario de lo que habíamos supuesto, se mostró accesible a los argumentos de Jodl, que atribuía el suceso a un lamentable descuido del Alto Mando de la Wehrmacht, el cual no había comunicado al enemigo, a través de Suiza, qué uniforme usaba la Organización Todt; se ocuparía enseguida de remediarlo. Hitler rechazó mi propuesta de renunciar al brazal con la cruz gamada.
Estas consideraciones sobre el trato que había que dar a los prisioneros resultaron superfluas ante el fracaso de Kursk, porque la ofensiva comenzó el 5 de julio, pero, a pesar del empleo masivo de nuestras armas más modernas, no se logró formar un cerco; la confianza de Hitler resultó ilusoria. Tras dos semanas de combate, decidió abandonar. Aquel fracaso indicaba que también en las estaciones favorables era el enemigo soviético quien imponía las reglas.
Después de la segunda catástrofe invernal, después de Stalingrado, el Estado Mayor del Ejército de Tierra ya había estado presionando para que se estableciera una segunda posición bastante más a retaguardia, pero no obtuvo la conformidad de Hitler. Ahora, tras el fracaso de la nueva ofensiva, también él se mostró dispuesto a establecer unas posiciones defensivas entre veinte y veinticinco kilómetros tras la línea de fuego.
El Estado Mayor propuso establecer como línea fija la orilla occidental del Dniéper, que, consu pendiente de casi cincuenta metros, permitía dominar las llanuras que se extendían ante ella. Seguramente habría habido tiempo suficiente para construir una línea defensiva allí, pues el Dniéper se encontraba a más de 200 kilómetros del frente. Sin embargo, Hitler se negó en redondo a hacerlo. Mientras que antes, cuando las campañas eran victoriosas, solía elogiar al soldado alemán como al mejor del mundo, ahora dijo: —Por motivos psicológicos, es preferible no establecer una posición a retaguardia. Si la tropa se entera de que hay un puesto fortificado unos cien kilómetros tras la línea decombate, nadie los moverá a luchar. Retrocederán sin resistencia a la primera ocasión.
Hitler se enteró por Dorsch, mi lugarteniente, de que la Organización Todt, a pesar de la prohibición, había empezado a levantar en diciembre de 1943, por orden de Manstein y con la tácita aquiescencia de Zeitzler, un puesto defensivo a orillas del Bug, situado a unos 150 ó 200 kilómetros del frente ruso, y una vez más, alegando la misma razón que seis meses antes, ordenó con inusual dureza que se suspendieran inmediatamente aquellos trabajos. (INCREÍBLE)
Esa posición de retaguardia, según manifestó excitado, constituía una nueva prueba de la postura derrotista de Manstein. La testarudez de Hitler hizo que las tropas soviéticas mantuvieran a nuestros ejércitos en constante movimiento, porque en Rusia, con el suelo congelado, no se podía pensar en abrir ninguna trinchera a partir de noviembre. Por lo tanto, los soldados no disponían de ninguna protección para protegerse de las inclemencias del tiempo. Además, la mala calidad de nuestros equipos de invierno ponía a las tropas alemanas en peor posición que al enemigo, perfectamente equipado para el frío.
Esta no era la única prueba de que Hitler se resistía a aceptar el nuevo curso de los acontecimientos. En la primavera de 1943 ordenó que se construyera un puente de cinco kilómetros de largo sobre el estrecho de Kerch, con vías férreas y carretera, aunque allí ya se estaba instalando un funicular que entró en funcionamiento el 14 de junio, con un rendimiento diario de mil toneladas. Aunque este volumen de avituallamiento apenas bastaba para cubrir las necesidades del XVII Ejército, Hitler no renunciaba a su proyecto de avanzar hacia Persia a través del Cáucaso y argumentó que había que enviar refuerzos hasta la cabeza de puente del Kubán para iniciar una ofensiva. (INCREÍBLE)
Sus generales, en cambio, hacía tiempo que habían abandonado esta idea y, durante una inspección de esta cabeza de puente, expresaron sus dudas incluso respecto a la posibilidad de mantener las posiciones, a la vista de las fuerzas con que contaba el enemigo. Cuando comuniqué a Hitler estos temores, dijo con desprecio:
—¡Todo son excusas! Tanto a Jänicke como al Estado Mayor les falta fe en una nueva ofensiva.
Poco después, en verano de 1943, el general Jänicke, comandante en jefe del XVII Ejército, se vio obligado a solicitar a Hitler, a través de Zeitzler, la retirada de las tropas de la desprotegida cabeza de puente del Kubán. Quería prepararse en Crimea, en una posición más favorable, para la esperada ofensiva rusa de invierno. Hitler, por el contrario, exigió con redoblada terquedad que se acelerara la construcción del puente, a pesar de que ya entonces estaba bien claro que jamás llegaría a terminarse. Las últimas unidades alemanas empezaron a desalojar la cabeza de puente de Hitler en el continente asiático el 4 de septiembre.
Continuará
Última edición por Super Mario el 21 Dic 2013, 20:34, editado 2 veces en total.
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Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
Estimado Super Mario, los daltónicos no podemos leer en azul sobre un fondo de color similar; lo vemos tal y como te he puesto este post. Si no fuera mucha molestia...
Un saludo
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Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
Con respecto al aprovechamiento de las industrias francesas y de occidente, Speer nos dice:
El desarrollo de la producción de armamentos fortaleció mi posición hasta otoño de1943. Después de haber agotado casi por completo las reservas industriales de Alemania, traté de aprovechar el potencial del resto de los países europeos que estaban bajo nuestra influencia.
Al principio, Hitler se resistió a aprovechar totalmente la capacidad industrial de Occidente. Incluso proyectaba desindustrializar los territorios orientales ocupados; decía que la industria fomentaba el comunismo y daba pie a la formación de un estamento intelectual nada deseable. Sin embargo, las circunstancias pronto demostraron ser más fuertes que las ideas de Hitler en todos los territorios ocupados, y él tenía el suficiente sentido práctico para admitir que una industria intacta permitiría abastecer mejor a las tropas.
En términos industriales, Francia era el más importante de los países ocupados. Hasta la primavera de 1943, su capacidad en este sentido apenas nos benefició.
Se había planeado reemprender la extracción de carbón en Ucrania en abril de 1942 y construir una fábrica de municiones cerca del frente. Los éxitos militares de la Unión Soviética dieron al traste con el proyecto a fines de agosto de 1943.En el llamado Protectorado de Bohemia y Moravia, que se encontraba de hecho bajo la soberanía de las SS, a las que nadie osaba tocar, se producían los objetos más diversos para sus formaciones. En verano de1943, el Ministerio estableció un plan para fabricar cada mes 1.000 tanques ligeros más empleando a los especialistas y las máquinas existentes en esa región. Hitler ordenó a Himmler, aunque no lo hizo hasta octubre de 1943, que paralizase la producción para las SS y que concediese a las organizaciones armamentistas las mismas atribuciones de las que ya gozábamos en Alemania. (Crónica de 8 de octubre de 1943) No pudimos emplear esta región industrial hasta fines de 1943, y la producción de los denominados «tanques checos» no comenzó hasta mayo de 1944, mes en que se fabricaron 66 unidades, cifra que ascendió 3387 en noviembre de 1944. (INCREÍBLE. Imagínense si esa decisión se tomaba a fines de 1941. En 1942 se hubieran podido duplicar la producción de tanques y de esa manera crear más divisiones Panzer. ESTO VA A SER MUY IMPORTANTE PARA MI UCRONÍA)
Continuará.
El desarrollo de la producción de armamentos fortaleció mi posición hasta otoño de1943. Después de haber agotado casi por completo las reservas industriales de Alemania, traté de aprovechar el potencial del resto de los países europeos que estaban bajo nuestra influencia.
Al principio, Hitler se resistió a aprovechar totalmente la capacidad industrial de Occidente. Incluso proyectaba desindustrializar los territorios orientales ocupados; decía que la industria fomentaba el comunismo y daba pie a la formación de un estamento intelectual nada deseable. Sin embargo, las circunstancias pronto demostraron ser más fuertes que las ideas de Hitler en todos los territorios ocupados, y él tenía el suficiente sentido práctico para admitir que una industria intacta permitiría abastecer mejor a las tropas.
En términos industriales, Francia era el más importante de los países ocupados. Hasta la primavera de 1943, su capacidad en este sentido apenas nos benefició.
Se había planeado reemprender la extracción de carbón en Ucrania en abril de 1942 y construir una fábrica de municiones cerca del frente. Los éxitos militares de la Unión Soviética dieron al traste con el proyecto a fines de agosto de 1943.En el llamado Protectorado de Bohemia y Moravia, que se encontraba de hecho bajo la soberanía de las SS, a las que nadie osaba tocar, se producían los objetos más diversos para sus formaciones. En verano de1943, el Ministerio estableció un plan para fabricar cada mes 1.000 tanques ligeros más empleando a los especialistas y las máquinas existentes en esa región. Hitler ordenó a Himmler, aunque no lo hizo hasta octubre de 1943, que paralizase la producción para las SS y que concediese a las organizaciones armamentistas las mismas atribuciones de las que ya gozábamos en Alemania. (Crónica de 8 de octubre de 1943) No pudimos emplear esta región industrial hasta fines de 1943, y la producción de los denominados «tanques checos» no comenzó hasta mayo de 1944, mes en que se fabricaron 66 unidades, cifra que ascendió 3387 en noviembre de 1944. (INCREÍBLE. Imagínense si esa decisión se tomaba a fines de 1941. En 1942 se hubieran podido duplicar la producción de tanques y de esa manera crear más divisiones Panzer. ESTO VA A SER MUY IMPORTANTE PARA MI UCRONÍA)
Continuará.
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Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
Con respecto a la producción de minerales y el aprovechamiento de las minas de Nikopol y Krivoig Roy, nos dice:
Zeitzler me dijo excitado por teléfono que acababa de tener una fuerte disputa con Hitler. Este había insistido en convocar a todas las divisiones que estuvieran disponibles en las proximidades de Níkopol para defender esta posición y había manifestado acaloradamente que, sin manganeso, la guerra se perdería en muy poco tiempo, porque Speer tendría que suspender a los tres meses la producción de armamento por falta de materias primas.
Zeitzler me suplicó encarecidamente que lo ayudara: en vez de concentrar a las tropas,sería mejor iniciar la retirada, a no ser que quisiéramos repetir lo de Stalingrado.
Inmediatamente después de esta conversación me reuní con Röchling y Rohland, los especialistas de la industria del hierro, para esclarecer nuestra situación respecto al manganeso, uno de los principales aditivos en el proceso de fabricación del acero; después de hablar con el jefe del Estado Mayor tuve claro que había que dar por perdidas las minas de la Rusia meridional. Mis entrevistas dieron un resultado sorprendentemente positivo. El 11 de noviembre envié a Zeitzler y a Hitler sendos telegramas con el siguiente texto:
«Manteniendo el procedimiento de fabricación seguido hasta la fecha, el Reichtiene asegurada la provisión de manganeso durante diez o doce meses. La industria alemana del hierro garantiza que, en el caso de perder Níkopol, las existencias de manganeso podrían durar hasta dieciocho meses gracias a la introducción de otros procedimientos que no supondrán ningún perjuicio para otras aleaciones.»
Añadía que, aunque se perdiera también el cercano centro de Krivói Rog, que Hitler pretendía sostener a toda costa, la producción alemana de acero podría continuar sin problemas. Cuando, dos días más tarde, llegué al cuartel general del Führer, este se dirigió a mí con malos modos y me dijo con desacostumbrada brutalidad:
—¿Cómo se le ha ocurrido enviar al jefe del Estado Mayor su informe sobre lasituación del manganeso?.
Yo, que había esperado encontrar a un Hitler satisfecho, me quedé perplejo y sólo supe decir:
—¡Pero, mein Führer, si es un resultado excelente!
Sin embargo, no transigió. —¡No tiene por qué enviar informes al jefe del Estado Mayor! ¡Cuando quiera usted algo, haga el favor de decírmelo a mí! Me ha puesto en una situación insostenible. Acabo de ordenar que todas las tropas disponibles se concentren para la defensa de Níkopol. ¡Por fin tenía una razón que obligara al grupo de ejércitos a combatir!. Y entonces me viene Zeitzler con su informe. ¡He quedado como un mentiroso! Si ahora perdemos Níkopol, la culpa será suya. ¡Le prohíbo de una vez para siempre —terminó gritando— que envíe ningún tipo de informe a nadie más que a mí! ¿Me ha entendido? ¡Se lo prohibo!.
A pesar de todo, mi informe hizo su efecto, pues poco después Hitler dejó de insistir en la batalla para defender las minas de manganeso; sin embargo, como al mismo tiempo remitió la presión soviética en la región, Níkopol no se perdió hasta el 18 de febrero de1944. Nuestras existencias de todos los metales empleados en las aleaciones figuraban en una segunda memoria que entregué a Hitler aquel mismo día. En ella, que incluía la observación de que «no se han tenido en cuenta las entradas procedentes de los Balcanes, Turquía, Finlandia y Noruega septentrional», insinuaba cautelosamente que consideraba probable la pérdida de estos territorios. Los resultados se resumían como sigue:
Manganeso:
Existencias nacionales: 140.000 t.
Entradas de Islandia: 8.100 Tn. Consumo: 15.000 tn. Meses cubiertos: 19 meses
Níquel:
Existencias nacionales: 6.000 tn. Entradas de Islandia: 190 tn. Consumo: 750 tn. Meses cubiertos: 10 meses
Cromo:
Existencias nacionales: 21.000 tn. Entradas de Islandia: — Consumo: 3.751 tn. Meses cubiertos: 5,6
Volframio:
Existencias nacionales: 1.330 tn. Entradas de Islandia: — Consumo: 160 tn. Meses cubiertos: 10,6
Molibdeno:
Existencias nacionales: 425 tn. Entradas de Islandia: 15.5 tn. Consumo: 69,5 tn. Meses cubiertos: 7,8
Silicio:
Existencias nacionales: 17.900 tn. Entradas de Islandia: 4.200 tn. Consumo: 7.000 tn. Meses cubiertos: 6,4
Añadí a la memoria el siguiente comentario: «Según esta tabla, las existencias más escasas son las de cromo, material muy importante, dado que sin cromo no se puede mantener una industria de armamentos altamente desarrollada. Si se pierden los Balcanes, y con ellos Turquía, las existencias de cromo sólo están garantizadas para 5,6 meses. Esto significa que, tras agotarse las existencias del mineral en bruto, lo que sucedería dos meses después del plazo indicado, se produciría la paralización de distintas ramas de importancia (aviones, tanques, camiones, granadas para tanques, submarinos, casi toda la fabricación de municiones) entre uno y tres meses más tarde, ya que entonces se habrán agotado todas las reservas.»
Esto quería decir, ni más ni menos, que la guerra acabaría a los diez meses de perder los Balcanes. Hitler escuchó en silencio mi exposición, según la cual eran los Balcanes, y no Níkopol, los que determinarían el curso de la guerra. Después me volvió la espalda, malhumorado, y se dirigió a mi colaborador Saur para discutir con él los nuevos programas de fabricación de tanques. Hasta el verano de 1943, Hitler me llamaba por teléfono al principio de cada mes para enterarse de las cifras de producción más recientes, que anotaba en una lista que ya tenía preparada.
Continuará.
Zeitzler me dijo excitado por teléfono que acababa de tener una fuerte disputa con Hitler. Este había insistido en convocar a todas las divisiones que estuvieran disponibles en las proximidades de Níkopol para defender esta posición y había manifestado acaloradamente que, sin manganeso, la guerra se perdería en muy poco tiempo, porque Speer tendría que suspender a los tres meses la producción de armamento por falta de materias primas.
Zeitzler me suplicó encarecidamente que lo ayudara: en vez de concentrar a las tropas,sería mejor iniciar la retirada, a no ser que quisiéramos repetir lo de Stalingrado.
Inmediatamente después de esta conversación me reuní con Röchling y Rohland, los especialistas de la industria del hierro, para esclarecer nuestra situación respecto al manganeso, uno de los principales aditivos en el proceso de fabricación del acero; después de hablar con el jefe del Estado Mayor tuve claro que había que dar por perdidas las minas de la Rusia meridional. Mis entrevistas dieron un resultado sorprendentemente positivo. El 11 de noviembre envié a Zeitzler y a Hitler sendos telegramas con el siguiente texto:
«Manteniendo el procedimiento de fabricación seguido hasta la fecha, el Reichtiene asegurada la provisión de manganeso durante diez o doce meses. La industria alemana del hierro garantiza que, en el caso de perder Níkopol, las existencias de manganeso podrían durar hasta dieciocho meses gracias a la introducción de otros procedimientos que no supondrán ningún perjuicio para otras aleaciones.»
Añadía que, aunque se perdiera también el cercano centro de Krivói Rog, que Hitler pretendía sostener a toda costa, la producción alemana de acero podría continuar sin problemas. Cuando, dos días más tarde, llegué al cuartel general del Führer, este se dirigió a mí con malos modos y me dijo con desacostumbrada brutalidad:
—¿Cómo se le ha ocurrido enviar al jefe del Estado Mayor su informe sobre lasituación del manganeso?.
Yo, que había esperado encontrar a un Hitler satisfecho, me quedé perplejo y sólo supe decir:
—¡Pero, mein Führer, si es un resultado excelente!
Sin embargo, no transigió. —¡No tiene por qué enviar informes al jefe del Estado Mayor! ¡Cuando quiera usted algo, haga el favor de decírmelo a mí! Me ha puesto en una situación insostenible. Acabo de ordenar que todas las tropas disponibles se concentren para la defensa de Níkopol. ¡Por fin tenía una razón que obligara al grupo de ejércitos a combatir!. Y entonces me viene Zeitzler con su informe. ¡He quedado como un mentiroso! Si ahora perdemos Níkopol, la culpa será suya. ¡Le prohíbo de una vez para siempre —terminó gritando— que envíe ningún tipo de informe a nadie más que a mí! ¿Me ha entendido? ¡Se lo prohibo!.
A pesar de todo, mi informe hizo su efecto, pues poco después Hitler dejó de insistir en la batalla para defender las minas de manganeso; sin embargo, como al mismo tiempo remitió la presión soviética en la región, Níkopol no se perdió hasta el 18 de febrero de1944. Nuestras existencias de todos los metales empleados en las aleaciones figuraban en una segunda memoria que entregué a Hitler aquel mismo día. En ella, que incluía la observación de que «no se han tenido en cuenta las entradas procedentes de los Balcanes, Turquía, Finlandia y Noruega septentrional», insinuaba cautelosamente que consideraba probable la pérdida de estos territorios. Los resultados se resumían como sigue:
Manganeso:
Existencias nacionales: 140.000 t.
Entradas de Islandia: 8.100 Tn. Consumo: 15.000 tn. Meses cubiertos: 19 meses
Níquel:
Existencias nacionales: 6.000 tn. Entradas de Islandia: 190 tn. Consumo: 750 tn. Meses cubiertos: 10 meses
Cromo:
Existencias nacionales: 21.000 tn. Entradas de Islandia: — Consumo: 3.751 tn. Meses cubiertos: 5,6
Volframio:
Existencias nacionales: 1.330 tn. Entradas de Islandia: — Consumo: 160 tn. Meses cubiertos: 10,6
Molibdeno:
Existencias nacionales: 425 tn. Entradas de Islandia: 15.5 tn. Consumo: 69,5 tn. Meses cubiertos: 7,8
Silicio:
Existencias nacionales: 17.900 tn. Entradas de Islandia: 4.200 tn. Consumo: 7.000 tn. Meses cubiertos: 6,4
Añadí a la memoria el siguiente comentario: «Según esta tabla, las existencias más escasas son las de cromo, material muy importante, dado que sin cromo no se puede mantener una industria de armamentos altamente desarrollada. Si se pierden los Balcanes, y con ellos Turquía, las existencias de cromo sólo están garantizadas para 5,6 meses. Esto significa que, tras agotarse las existencias del mineral en bruto, lo que sucedería dos meses después del plazo indicado, se produciría la paralización de distintas ramas de importancia (aviones, tanques, camiones, granadas para tanques, submarinos, casi toda la fabricación de municiones) entre uno y tres meses más tarde, ya que entonces se habrán agotado todas las reservas.»
Esto quería decir, ni más ni menos, que la guerra acabaría a los diez meses de perder los Balcanes. Hitler escuchó en silencio mi exposición, según la cual eran los Balcanes, y no Níkopol, los que determinarían el curso de la guerra. Después me volvió la espalda, malhumorado, y se dirigió a mi colaborador Saur para discutir con él los nuevos programas de fabricación de tanques. Hasta el verano de 1943, Hitler me llamaba por teléfono al principio de cada mes para enterarse de las cifras de producción más recientes, que anotaba en una lista que ya tenía preparada.
Continuará.
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Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
MANDOS SUPERPUESTOS Y BUROCRACIA EN LA WEHRMACHT
Esta información es clave para mi What IF, ya que Speer me brinda datos muy importante que me dice de dónde se pueden sacar hombres para conformar nuevas divisiones de infantería sin afectar a obreros de la industria o al reclutamiento de nuevos soldados.
Copio y Pego y destaco con color azul:
Sólo una o dos semanas antes del atentado del 20 de Julio de 1944, el general Wagner (uno de los conspiradores) pintaba la situación con los colores más negros y formulaba peticiones de armamento tan desmesuradas para el caso de nuevas retiradas que yo de ningún modo habría podido satisfacerlas. Actualmente creo que sus exigencias sólo podían tener por objeto demostrar a Hitler que ya no era posible conseguir que el ejército dispusiera de suficientes armas y que íbamos camino de la catástrofe. En mi ausencia, mi colaborador Saur, apoyado por Hitler, había sermoneado al aposentador general, mucho mayor que él, como si se tratara de un colegial. Ese día me dirigí a él para expresarle mis simpatías, pero pude compro bar que aquello hacía tiempo que no lo preocupaba.
Hablamos extensamente de los problemas que se habían presentado en la dirección de la guerra por la falta de un mando superior adecuado. El general Fellgiebel describió el innecesario derroche de soldados y material que representaba que cada uno de los ejércitos de la Wehrmacht tuviera que disponer de una red de comunicaciones propia; la Luftwaffe y el Ejército de Tierra habían llegado a tender cables por separado hasta Atenas y Laponia. Aparte de las consideraciones económicas, la fusión de los distintos sistemas evitaría los roces. Sin embargo, Hitler siempre reaccionaba negativamente y con aspereza si se le insinuaba algo por el estilo. Yo mismo puse algunos ejemplos que demostraban las ventajas que comportaría la dirección unitaria del armamento de todas las ramas de la Wehrmacht.
Aproveché un almuerzo para hablar con el coronel Engel, con el fin de intentar reducir la burocracia que aquejaba a la Wehrmacht. Cuando llegué ya me estaba esperando el coronel Engel, antiguo asistente de Hitler en el Ejército de Tierra. Me interesaba la opinión que pudiera tener de una memoria en la que yo exigía el nombramiento de un «sub dictador», es decir, de un hombre provisto de unos poderes inhabituales que eliminara de una vez la inextricable organización triple y cuádruple de la Wehrmacht, sin consideración alguna hacia su prestigio, y estableciera por fin una organización efectiva.
Engel me dijo que eso sería lo mejor y que inclusive con el personal que se liberaría de esas tareas burocráticas se podían armar más de una docena de divisiones de infantería, pero que Hitler jamás aceptaría semejante decisión, que se contraponía con sus obsesiones controladoras. (Esto es CLAVE para mi What IF ya que desde esa cantera voy a armar a las divisiones que van a conformar el ejército Germano-italo-francés que va a Invadir Turquía SIN NECESIDAD DE AFECTAR A OBREROS DE LA INDUSTRIA O A LLAMAR A NUEVOS SOLDADOS).
Mi experiencia industrial, mis conocimientos sobre organización y optimización de recursos y manos de obra, así como algunos conocimientos obtenidos en conversaciones con el personal del Estado Mayor, como Olbricht, Stieff, Wagne, podía ser perfectamente aplicable a optimizar los recursos de la Wehrmacht.
Un estudio realizado entre mi Ministerio y el Estado Mayor, decía que no salían las cuentas, pues de los 10.500.000hombres incorporados al ejército sólo 2.300.000 estaban luchando. La habilidad organizativa alemana se dividía en la mayor cantidad posible de ramas independientes, cada una de las cuales se regulaba de un modo autárquico. (INCREIBLE)
La memoria prosigue: «Así, hemos organizado de forma independiente entre sí todas las subdivisiones de los tres ejércitos de la wehrmacht, de las waffen-SS, de la Organización Todt y del Servicio de Trabajo del Reich. El suministro de ropa, los abastecimientos, el servicio de transmisiones, la sanidad, los refuerzos, los transportes, todos estos asuntos están organizados por separado, tienen sus propios almacenes y reciben sus suministros con independencia unos de otros.»
La consecuencia era un dispendio superfluo de hombres y de material. [/b]
(INCREÍBLE. De más está decir que Yo, en mi carácter de Hitler, ya en 1941 voy a liberar a todo ese personal que dentro de la Wehrmacht cumplía tareas inútiles y burocráticas. Según Engel podía armar 12 divisiones de infantería, suficientes para conformar mi ejército Germano-Italo-francés).
Saludos
Esta información es clave para mi What IF, ya que Speer me brinda datos muy importante que me dice de dónde se pueden sacar hombres para conformar nuevas divisiones de infantería sin afectar a obreros de la industria o al reclutamiento de nuevos soldados.
Copio y Pego y destaco con color azul:
Sólo una o dos semanas antes del atentado del 20 de Julio de 1944, el general Wagner (uno de los conspiradores) pintaba la situación con los colores más negros y formulaba peticiones de armamento tan desmesuradas para el caso de nuevas retiradas que yo de ningún modo habría podido satisfacerlas. Actualmente creo que sus exigencias sólo podían tener por objeto demostrar a Hitler que ya no era posible conseguir que el ejército dispusiera de suficientes armas y que íbamos camino de la catástrofe. En mi ausencia, mi colaborador Saur, apoyado por Hitler, había sermoneado al aposentador general, mucho mayor que él, como si se tratara de un colegial. Ese día me dirigí a él para expresarle mis simpatías, pero pude compro bar que aquello hacía tiempo que no lo preocupaba.
Hablamos extensamente de los problemas que se habían presentado en la dirección de la guerra por la falta de un mando superior adecuado. El general Fellgiebel describió el innecesario derroche de soldados y material que representaba que cada uno de los ejércitos de la Wehrmacht tuviera que disponer de una red de comunicaciones propia; la Luftwaffe y el Ejército de Tierra habían llegado a tender cables por separado hasta Atenas y Laponia. Aparte de las consideraciones económicas, la fusión de los distintos sistemas evitaría los roces. Sin embargo, Hitler siempre reaccionaba negativamente y con aspereza si se le insinuaba algo por el estilo. Yo mismo puse algunos ejemplos que demostraban las ventajas que comportaría la dirección unitaria del armamento de todas las ramas de la Wehrmacht.
Aproveché un almuerzo para hablar con el coronel Engel, con el fin de intentar reducir la burocracia que aquejaba a la Wehrmacht. Cuando llegué ya me estaba esperando el coronel Engel, antiguo asistente de Hitler en el Ejército de Tierra. Me interesaba la opinión que pudiera tener de una memoria en la que yo exigía el nombramiento de un «sub dictador», es decir, de un hombre provisto de unos poderes inhabituales que eliminara de una vez la inextricable organización triple y cuádruple de la Wehrmacht, sin consideración alguna hacia su prestigio, y estableciera por fin una organización efectiva.
Engel me dijo que eso sería lo mejor y que inclusive con el personal que se liberaría de esas tareas burocráticas se podían armar más de una docena de divisiones de infantería, pero que Hitler jamás aceptaría semejante decisión, que se contraponía con sus obsesiones controladoras. (Esto es CLAVE para mi What IF ya que desde esa cantera voy a armar a las divisiones que van a conformar el ejército Germano-italo-francés que va a Invadir Turquía SIN NECESIDAD DE AFECTAR A OBREROS DE LA INDUSTRIA O A LLAMAR A NUEVOS SOLDADOS).
Mi experiencia industrial, mis conocimientos sobre organización y optimización de recursos y manos de obra, así como algunos conocimientos obtenidos en conversaciones con el personal del Estado Mayor, como Olbricht, Stieff, Wagne, podía ser perfectamente aplicable a optimizar los recursos de la Wehrmacht.
Un estudio realizado entre mi Ministerio y el Estado Mayor, decía que no salían las cuentas, pues de los 10.500.000hombres incorporados al ejército sólo 2.300.000 estaban luchando. La habilidad organizativa alemana se dividía en la mayor cantidad posible de ramas independientes, cada una de las cuales se regulaba de un modo autárquico. (INCREIBLE)
La memoria prosigue: «Así, hemos organizado de forma independiente entre sí todas las subdivisiones de los tres ejércitos de la wehrmacht, de las waffen-SS, de la Organización Todt y del Servicio de Trabajo del Reich. El suministro de ropa, los abastecimientos, el servicio de transmisiones, la sanidad, los refuerzos, los transportes, todos estos asuntos están organizados por separado, tienen sus propios almacenes y reciben sus suministros con independencia unos de otros.»
La consecuencia era un dispendio superfluo de hombres y de material. [/b]
(INCREÍBLE. De más está decir que Yo, en mi carácter de Hitler, ya en 1941 voy a liberar a todo ese personal que dentro de la Wehrmacht cumplía tareas inútiles y burocráticas. Según Engel podía armar 12 divisiones de infantería, suficientes para conformar mi ejército Germano-Italo-francés).
Saludos
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Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
Una vez más Speer vuelve a atacar al triunvirato formado por Bormman, Lammers y Keitel y contra la burocracia de los Jefes Regionales que entorpecían la producción de
Cuando, a primeros de julio, propuse a Hitler que encomendara a Goebbels, en vez de al ineficaz triunvirato formado por Bormman, Lammers y Keitel, ocuparse de los problemas derivados de la implicación bélica total de Alemania, no podía imaginar que unas semanas después del atentado del 20 de Julio contra Hitler, el entendimiento que existía entre Goebbels y yo se habría roto, muy en perjuicio mío, a causa de la pérdida de prestigio que yo había sufrido por haber sido candidato de los conjurados. Además, eran cada vez más numerosos los jefes del Partido que opinaban que las pasadas derrotas se debían sobre todo a la insuficiente intervención del Partido. Incluso habrían designado ellos mismos a los generales. Los jefes regionales se lamentaban abiertamente de que en 1934 las SA hubieran sido supeditadas a la Wehrmacht; en los antiguos esfuerzos de Röhm por formar un ejército popular veían ahora una oportunidad perdida; un ejército popular habría sabido forjar a tiempo un cuerpo de oficiales impregnado del espíritu nacionalsocialista, y ahora atribuían a su falta los fracasos de los últimos años. El Partido creía que ahora, por fin, debía hacer presión por lo menos en el sector civil y dar órdenes rigurosas y enérgicas al Estado y a todos nosotros.
Una semana después de la reunión con los jefes regionales en Poznan, el jefe de la Comisión Principal de Armas, Tix, me manifestó que «los jefes regionales, los mandos de las SA y otros estamentos del Partido, repentinamente y sin consulta previa», estaban tratando de intervenir en las empresas. Tres semanas después, debido a la intromisión del Partido, había surgido «un mando doble». Las centrales de armamentos estaban sometidas«en parte a la presión de los jefes regionales, cuyas arbitrarias intervenciones daban lugar a una confusión que clamaba al cielo». (Increíble cómo el propio NSDAP y sus Jefes Regionales trabaron o entorpecieron el proceso productivo).
Los jefes regionales se vieron animados en su ambición y en sus actividades por Goebbels, quien de pronto se sentía menos ministro del Reich que jefe del Partido y, apoyado por Bormann y Keitel, preparaba amplias movilizaciones. Era de esperar que aquellas arbitrariedades causaran graves perturbaciones en la producción de armamentos.
El 30 de agosto de 1944 comuniqué a los jefes de sección que pensaba hacer responsables de los suministros de armamentos a los jefes regionales. Quería capitular.
Entre otras cosas, me había quedado indefenso; ni a mí ni a la mayoría de los ministros nos quedaba la posibilidad de exponer a Hitler tales sucesos, sobre todo si afectaban al Partido. En cuanto la conversación tomaba un rumbo desagradable, él la eludía. Últimamente me resultaba más eficaz presentarle mis quejas por escrito.
Estas se dirigieron contra las crecientes intromisiones del Partido. El 20 de septiembre escribí a Hitler una extensa carta en la que le expuse sin rodeos todos los reproches que me hacía el Partido, sus esfuerzos por prescindir de mí y desautorizarme, sus suspicacias y sus tácticas vejatorias. Los sucesos del 20 de julio, le decía en mi carta, «habían alimentado nuevamente la desconfianza hacia la lealtad de mi extenso círculo de colaboradores industriales».
Además, el Partido estaba convencido de que mi entorno más inmediato era«reaccionario, con intereses económicos particulares y contrario al Partido». Goebbels y Bormann me habían dicho claramente que la autorresponsabilización de la industria que yo había creado y mi propio Ministerio podían considerarse «focos de atracción de economistas reaccionarios y hasta hostiles al Partido». Yo no me sentiría «lo bastante fuerte para ejecutar con éxito y sin obstáculos mi propio trabajo, ni tampoco podrán hacerlo mis colaboradores, si ha de medirse con un rasero de política partidista».
Sólo bajo dos condiciones, seguía diciendo en mi carta, estaría dispuesto a acceder a que el Partido interviniera en la organización armamentista, ennumerando los siguientes puntos:
1) tanto los jefes regionales como los delegados económicos de Bormann en las distintas regiones (asesores económicos regionales) deberían estar directamente subordinados a mí en todos los asuntos del armamento.
2) Debería haber «claridad sobre la jerarquía de mando y sobre la jurisdicción». Esta exigencia apuntaba directamente contra las pretensiones de poder de Bormann.
3) Exigí de Hitler que «en todo lo concerniente a armamentos y producción de guerra pudiera dar directamente las instrucciones necesarias a los jefes regionales, sin tener que ponerlas en conocimiento del jefe de la cancillería del Partido (Bormann)».
4) Los jefes regionales tendrían la obligación «de informarme directamente, y de ponerse también en contacto conmigo en cuestiones fundamentales del campo de los armamentos y la producción de guerra».
Sin embargo, el primitivo sistema de poder de Bormann se fundaba precisamente en que, aunque ideaba sin cesar nuevas misiones estatales para los jefes de las regiones, insistía al mismo tiempo en que «todos los informes pasaran sistemáticamente por él» y en que«las instrucciones dadas a los jefes regionales solamente podían ser transmitidas a través de él, para dar uniformidad a la transmisión».
De esta forma se interponía entre los Ministerios y las autoridades ejecutoras y hacía que tanto unos como otras dependieran de él.
Además, exigía que Hitler apoyara de nuevo el principio con arreglo al cual yo había orientado la industria de armamentos. Sin titubear le decía:
«Es preciso decidir categóricamente si en el futuro debe seguir rigiendo el principio de autorresponsabilización de la industria, basado en la confianza hacia los empresarios, o si la industria ha de ser dirigida por otro sistema. En mi opinión, debe mantenerse la responsabilidad de los empresarios, acentuándola todo lo posible. No debe cambiarse un sistema que ha demostrado su eficacia», concluía, pero consideraba necesario que se tomara una decisión «que indicara claramente, incluso de cara al exterior, qué dirección iba a tomar el gobierno económico en el futuro».
Lo que Speer nos dice a continuación me parece información muy rica, jugosa e Importante para entender cómo funcionaba el Tercer Reich, cuál era su entramado de intereses cruzados y cómo era la lucha de poder entre los distintos ministerios y jerarcas, mientras la Wehrmacht se desangraba en el frente:
El 21 de septiembre me presenté en el cuartel general y entregué mi escrito a Hitler, quien lo leyó en silencio. Sin darme respuesta alguna, oprimió el timbre y pasó el documento a su asistente, con la indicación de que se lo entregara a Bormann. Al mismo tiempo encargó a su secretario que dictaminara junto a Goebbels, que se encontraba en el cuartel general, sobre el contenido del escrito. Aquello era mi derrota definitiva. Por lo visto, Hitler se había cansado de intervenir en aquellas disputas que le resultaban tan confusas.
Horas después, Bormann me llamó a su despacho, situado a pocos pasos del bunker de Hitler. Iba en mangas de camisa, con los tirantes sobre su torso voluminoso. Goebbels, en cambio, vestía impecablemente. Invocando el decreto de Hitler de 25 de julio, el ministro me espetó que pensaba hacer uso ilimitado de los plenos poderes que lo facultaban para darme órdenes. Bormann se mostró de acuerdo: yo debía someterme a Goebbels. Por lo demás, me prohibía todo intento de influir en Hitler. Llevaba aquel enfrentamiento, cada vez más desagradable, en tono grosero, mientras Goebbels escuchaba con aire amenazador y hacía comentarios cínicos ocasionales. Aquella iniciativa por la que yo tanto había luchado era una realidad, aunque adoptaba la forma más inesperada, la connivencia entre Goebbels y Bormann.
Días después, Hitler, que había guardado silencio respecto a mis peticiones, me dio pruebas de su buena disposición y firmó un llamamiento, redactado por mí y destinado a los directores de las fábricas, que, en el fondo, no era sino la concesión de lo que le había pedido en mi carta. En circunstancias normales, esto habría equivalido a un triunfo sobre Bormann y Goebbels. En aquellos momentos, sin embargo, la autoridad de Hitler dentro del Partido distaba de ser sólida. Los jerarcas más fanáticos se limitaron a hacer caso omiso del llamamiento y siguieron entrometiéndose a su antojo en la economía; eran los primeros síntomas de una descomposición que ahora también atacaba al aparato del Partido y a la lealtad de sus líderes. La lucha sorda, cada vez más enconada, que siguió librándose en las semanas siguientes no hizo sino acentuar estos síntomas. (Todo esto suena como IRREAL. Estamos hablando de septiembre de 1944, cuando la Bragation de los rusos destruyó todo el GEC, en Italia fueron superados, las mejores divisiones alemanas que estaban en occidente fueron destrozadas en Falaise, París y Roma cayeron, los rusos están a las puertas de Varsovia, la guerra está perdida, miles de soldados mueren en el frente y Bormman se pelea con Speer y Goebbels por mezquindades y porciones de un poder que está acabado. IN-SO-LI-TO. Sólo en la Alemania de Hitler sucede eso. Por momentos el Tercer Reich se parece a los países Latinoamericanos.
Naturalmente, el propio Hitler tenía parte de culpa en su pérdida de autoridad. Se mostraba impotente entre las peticiones de más soldados con que lo asediaba Goebbels y las mías para aumentar la producción de armamento, accedía a unas y a otras, dando así su conformidad a órdenes contradictorias hasta que las bombas y el avance de los ejércitos enemigos las hicieron totalmente inocuas, quitaron todo sentido a aquel forcejeo y, por último, convirtieron la cuestión de la autoridad de Hitler en algo superfluo.
Acosado en igual medida por la política interior y por el enemigo exterior, encontraba un gran alivio cada vez que podía alejarme de Berlín. Pronto empecé a prolongar cada vez más mis visitas al frente. Desde luego, nada podía hacer para mejorar el suministro, pues las experiencias que ahora recogía ya no tenían ninguna utilidad. Sin embargo, esperaba que mis observaciones y los informes que me daban los comandantes me permitieran influir en algunas medidas del cuartel general.
Sin embargo, en conjunto puede decirse que mis informes, tanto de palabra como por escrito, no surtieron el menor efecto a medio plazo. Por ejemplo, muchos generales del frente con los que hablé me pidieron que renovara sus viejas unidades proveyéndolas de nuevas armas y tanques de nuestra todavía abundante producción. Pero Hitler y su nuevo comandante en jefe del Ejército de Reserva, Himmler, opinaban, contra toda argumentación, que las tropas rechazadas por el enemigo habían perdido su espíritu de resistencia y, por lo tanto, era preferible formar a toda prisa nuevas unidades, las llamadas Divisiones de Infantería del Pueblo. Como dijeron con reveladora metáfora, había que dejar que las divisiones que ya estaban diezmadas se «desangraran» del todo.
Continuará.
Cuando, a primeros de julio, propuse a Hitler que encomendara a Goebbels, en vez de al ineficaz triunvirato formado por Bormman, Lammers y Keitel, ocuparse de los problemas derivados de la implicación bélica total de Alemania, no podía imaginar que unas semanas después del atentado del 20 de Julio contra Hitler, el entendimiento que existía entre Goebbels y yo se habría roto, muy en perjuicio mío, a causa de la pérdida de prestigio que yo había sufrido por haber sido candidato de los conjurados. Además, eran cada vez más numerosos los jefes del Partido que opinaban que las pasadas derrotas se debían sobre todo a la insuficiente intervención del Partido. Incluso habrían designado ellos mismos a los generales. Los jefes regionales se lamentaban abiertamente de que en 1934 las SA hubieran sido supeditadas a la Wehrmacht; en los antiguos esfuerzos de Röhm por formar un ejército popular veían ahora una oportunidad perdida; un ejército popular habría sabido forjar a tiempo un cuerpo de oficiales impregnado del espíritu nacionalsocialista, y ahora atribuían a su falta los fracasos de los últimos años. El Partido creía que ahora, por fin, debía hacer presión por lo menos en el sector civil y dar órdenes rigurosas y enérgicas al Estado y a todos nosotros.
Una semana después de la reunión con los jefes regionales en Poznan, el jefe de la Comisión Principal de Armas, Tix, me manifestó que «los jefes regionales, los mandos de las SA y otros estamentos del Partido, repentinamente y sin consulta previa», estaban tratando de intervenir en las empresas. Tres semanas después, debido a la intromisión del Partido, había surgido «un mando doble». Las centrales de armamentos estaban sometidas«en parte a la presión de los jefes regionales, cuyas arbitrarias intervenciones daban lugar a una confusión que clamaba al cielo». (Increíble cómo el propio NSDAP y sus Jefes Regionales trabaron o entorpecieron el proceso productivo).
Los jefes regionales se vieron animados en su ambición y en sus actividades por Goebbels, quien de pronto se sentía menos ministro del Reich que jefe del Partido y, apoyado por Bormann y Keitel, preparaba amplias movilizaciones. Era de esperar que aquellas arbitrariedades causaran graves perturbaciones en la producción de armamentos.
El 30 de agosto de 1944 comuniqué a los jefes de sección que pensaba hacer responsables de los suministros de armamentos a los jefes regionales. Quería capitular.
Entre otras cosas, me había quedado indefenso; ni a mí ni a la mayoría de los ministros nos quedaba la posibilidad de exponer a Hitler tales sucesos, sobre todo si afectaban al Partido. En cuanto la conversación tomaba un rumbo desagradable, él la eludía. Últimamente me resultaba más eficaz presentarle mis quejas por escrito.
Estas se dirigieron contra las crecientes intromisiones del Partido. El 20 de septiembre escribí a Hitler una extensa carta en la que le expuse sin rodeos todos los reproches que me hacía el Partido, sus esfuerzos por prescindir de mí y desautorizarme, sus suspicacias y sus tácticas vejatorias. Los sucesos del 20 de julio, le decía en mi carta, «habían alimentado nuevamente la desconfianza hacia la lealtad de mi extenso círculo de colaboradores industriales».
Además, el Partido estaba convencido de que mi entorno más inmediato era«reaccionario, con intereses económicos particulares y contrario al Partido». Goebbels y Bormann me habían dicho claramente que la autorresponsabilización de la industria que yo había creado y mi propio Ministerio podían considerarse «focos de atracción de economistas reaccionarios y hasta hostiles al Partido». Yo no me sentiría «lo bastante fuerte para ejecutar con éxito y sin obstáculos mi propio trabajo, ni tampoco podrán hacerlo mis colaboradores, si ha de medirse con un rasero de política partidista».
Sólo bajo dos condiciones, seguía diciendo en mi carta, estaría dispuesto a acceder a que el Partido interviniera en la organización armamentista, ennumerando los siguientes puntos:
1) tanto los jefes regionales como los delegados económicos de Bormann en las distintas regiones (asesores económicos regionales) deberían estar directamente subordinados a mí en todos los asuntos del armamento.
2) Debería haber «claridad sobre la jerarquía de mando y sobre la jurisdicción». Esta exigencia apuntaba directamente contra las pretensiones de poder de Bormann.
3) Exigí de Hitler que «en todo lo concerniente a armamentos y producción de guerra pudiera dar directamente las instrucciones necesarias a los jefes regionales, sin tener que ponerlas en conocimiento del jefe de la cancillería del Partido (Bormann)».
4) Los jefes regionales tendrían la obligación «de informarme directamente, y de ponerse también en contacto conmigo en cuestiones fundamentales del campo de los armamentos y la producción de guerra».
Sin embargo, el primitivo sistema de poder de Bormann se fundaba precisamente en que, aunque ideaba sin cesar nuevas misiones estatales para los jefes de las regiones, insistía al mismo tiempo en que «todos los informes pasaran sistemáticamente por él» y en que«las instrucciones dadas a los jefes regionales solamente podían ser transmitidas a través de él, para dar uniformidad a la transmisión».
De esta forma se interponía entre los Ministerios y las autoridades ejecutoras y hacía que tanto unos como otras dependieran de él.
Además, exigía que Hitler apoyara de nuevo el principio con arreglo al cual yo había orientado la industria de armamentos. Sin titubear le decía:
«Es preciso decidir categóricamente si en el futuro debe seguir rigiendo el principio de autorresponsabilización de la industria, basado en la confianza hacia los empresarios, o si la industria ha de ser dirigida por otro sistema. En mi opinión, debe mantenerse la responsabilidad de los empresarios, acentuándola todo lo posible. No debe cambiarse un sistema que ha demostrado su eficacia», concluía, pero consideraba necesario que se tomara una decisión «que indicara claramente, incluso de cara al exterior, qué dirección iba a tomar el gobierno económico en el futuro».
Lo que Speer nos dice a continuación me parece información muy rica, jugosa e Importante para entender cómo funcionaba el Tercer Reich, cuál era su entramado de intereses cruzados y cómo era la lucha de poder entre los distintos ministerios y jerarcas, mientras la Wehrmacht se desangraba en el frente:
El 21 de septiembre me presenté en el cuartel general y entregué mi escrito a Hitler, quien lo leyó en silencio. Sin darme respuesta alguna, oprimió el timbre y pasó el documento a su asistente, con la indicación de que se lo entregara a Bormann. Al mismo tiempo encargó a su secretario que dictaminara junto a Goebbels, que se encontraba en el cuartel general, sobre el contenido del escrito. Aquello era mi derrota definitiva. Por lo visto, Hitler se había cansado de intervenir en aquellas disputas que le resultaban tan confusas.
Horas después, Bormann me llamó a su despacho, situado a pocos pasos del bunker de Hitler. Iba en mangas de camisa, con los tirantes sobre su torso voluminoso. Goebbels, en cambio, vestía impecablemente. Invocando el decreto de Hitler de 25 de julio, el ministro me espetó que pensaba hacer uso ilimitado de los plenos poderes que lo facultaban para darme órdenes. Bormann se mostró de acuerdo: yo debía someterme a Goebbels. Por lo demás, me prohibía todo intento de influir en Hitler. Llevaba aquel enfrentamiento, cada vez más desagradable, en tono grosero, mientras Goebbels escuchaba con aire amenazador y hacía comentarios cínicos ocasionales. Aquella iniciativa por la que yo tanto había luchado era una realidad, aunque adoptaba la forma más inesperada, la connivencia entre Goebbels y Bormann.
Días después, Hitler, que había guardado silencio respecto a mis peticiones, me dio pruebas de su buena disposición y firmó un llamamiento, redactado por mí y destinado a los directores de las fábricas, que, en el fondo, no era sino la concesión de lo que le había pedido en mi carta. En circunstancias normales, esto habría equivalido a un triunfo sobre Bormann y Goebbels. En aquellos momentos, sin embargo, la autoridad de Hitler dentro del Partido distaba de ser sólida. Los jerarcas más fanáticos se limitaron a hacer caso omiso del llamamiento y siguieron entrometiéndose a su antojo en la economía; eran los primeros síntomas de una descomposición que ahora también atacaba al aparato del Partido y a la lealtad de sus líderes. La lucha sorda, cada vez más enconada, que siguió librándose en las semanas siguientes no hizo sino acentuar estos síntomas. (Todo esto suena como IRREAL. Estamos hablando de septiembre de 1944, cuando la Bragation de los rusos destruyó todo el GEC, en Italia fueron superados, las mejores divisiones alemanas que estaban en occidente fueron destrozadas en Falaise, París y Roma cayeron, los rusos están a las puertas de Varsovia, la guerra está perdida, miles de soldados mueren en el frente y Bormman se pelea con Speer y Goebbels por mezquindades y porciones de un poder que está acabado. IN-SO-LI-TO. Sólo en la Alemania de Hitler sucede eso. Por momentos el Tercer Reich se parece a los países Latinoamericanos.
Naturalmente, el propio Hitler tenía parte de culpa en su pérdida de autoridad. Se mostraba impotente entre las peticiones de más soldados con que lo asediaba Goebbels y las mías para aumentar la producción de armamento, accedía a unas y a otras, dando así su conformidad a órdenes contradictorias hasta que las bombas y el avance de los ejércitos enemigos las hicieron totalmente inocuas, quitaron todo sentido a aquel forcejeo y, por último, convirtieron la cuestión de la autoridad de Hitler en algo superfluo.
Acosado en igual medida por la política interior y por el enemigo exterior, encontraba un gran alivio cada vez que podía alejarme de Berlín. Pronto empecé a prolongar cada vez más mis visitas al frente. Desde luego, nada podía hacer para mejorar el suministro, pues las experiencias que ahora recogía ya no tenían ninguna utilidad. Sin embargo, esperaba que mis observaciones y los informes que me daban los comandantes me permitieran influir en algunas medidas del cuartel general.
Sin embargo, en conjunto puede decirse que mis informes, tanto de palabra como por escrito, no surtieron el menor efecto a medio plazo. Por ejemplo, muchos generales del frente con los que hablé me pidieron que renovara sus viejas unidades proveyéndolas de nuevas armas y tanques de nuestra todavía abundante producción. Pero Hitler y su nuevo comandante en jefe del Ejército de Reserva, Himmler, opinaban, contra toda argumentación, que las tropas rechazadas por el enemigo habían perdido su espíritu de resistencia y, por lo tanto, era preferible formar a toda prisa nuevas unidades, las llamadas Divisiones de Infantería del Pueblo. Como dijeron con reveladora metáfora, había que dejar que las divisiones que ya estaban diezmadas se «desangraran» del todo.
Continuará.
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Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
Con respecto a la creación de nuevas divisiones blindadas, Speer nos dice:
A fines de septiembre de 1944, durante una visita a una división blindada de instrucción en Bitburg, pude comprobar las consecuencias de este sistema. Su comandante, curtido por muchos años de guerra, me mostró el campo de batalla en el que pocos días antes se había consumado una tragedia con una brigada acorazada inexperta.
Insuficientemente adiestrados, durante la marcha, a causa de un avance incorrecto, habían perdido diez de los treinta y dos nuevos tanques Pantera. Los veintidós restantes fueron conducidos al campo de batalla tan desacertadamente, según me demostró el comandante, que quince de ellos fueron destruidos por una unidad de artillería antitanque americana con tanta facilidad como si estuvieran en un campo de pruebas.
—Era la primera batalla de esta unidad, recién formada. ¡Lo que habrían podido hacer mis veteranos con todos esos tanques!—dijo el capitán con amargura.
Al terminar de explicarle el caso a Hitler, comenté irónicamente que «la creación de nuevas unidades está muchas veces en franca desventaja frente a la renovación de las existentes».
Pero Hitler no se dejó impresionar. Durante una reunión estratégica afirmó que sabía por experiencia que los soldados sólo cuidan bien sus armas cuando se escatima en los suministros. (IMPRESIONANTE. Hitler realmente era un asno obcecado y perverso)
Cuatro semanas más tarde, en el informe sobre mi visita al Grupo de Ejércitos del Sudoeste, efectuada entre el 19 y el 25 de octubre de 1944, indiqué a Hitler, apoyado por Guderian, jefe del Estado Mayor, que durante el mes de septiembre las tropas combatientes sólo habían recibido una parte de los suministros de armas: «Las averiguaciones del aposentador general permiten saber que durante el mes de septiembre fueron asignados los siguientes suministros a las fuerzas combatientes de todos los frentes:
Pistolas
Suministro para divisiones del frente: 10.000 Nuevos efectivos: 78.000
Metralletas
Suministro para divisiones del frente: 2.934 Nuevos efectivos: 57.660
[/b]Ametralladoras[/b]
Suministro para divisiones del frente: 1.527 Nuevos efectivos: 24.473
[bCañones antiaéreos de 2 cm[/b]
Suministro para divisiones del frente: 54 Nuevos efectivos: 4.442
Cañones antiaéreos de 3,7 cm
Suministro para divisiones del frente: 6 Nuevos efectivos: 948
Cañones antitanque de 7,5 cm
Suministro para divisiones del frente: 180 Nuevos efectivos: 748
Lanzagranadas de 8 cm
Suministro para divisiones del frente: 303 Nuevos efectivos: 1.947
Lanzagranadas de 12 cm
Suministro para divisiones del frente: 14 Nuevos efectivos: 336
Morteros ligeros
Suministro para divisiones del frente: 275 Nuevos efectivos: 458
Morteros pesados
Suministro para divisiones del frente: 35 Nuevos efectivos: 273
Camiones
Suministro para divisiones del frente: 543 Nuevos efectivos: 4.736
Tractores oruga
Suministro para divisiones del frente: 80 Nuevos efectivos: 654
Tanques
Suministro para divisiones del frente: 317 Nuevos efectivos: 373
Cañones de asalto
Suministro para divisiones del frente: 287 Nuevos efectivos: 762
Otras visitas me demostraron que en el frente occidental se trataba a veces de llegar a acuerdos con el enemigo respecto a temas puntuales. Cerca de Arnheim encontré enfurecido a Bittrich, general de las Waffen-SS; su II Cuerpo Acorazado había tenido la víspera un encuentro con la División Aerotransportada británica. Durante la lucha, el general había establecido con los ingleses un acuerdo que los autorizaba a gestionar un hospital de campaña situado tras las líneas alemanas. Funcionarios del Partido habían dado muerte a los pilotos ingleses y americanos, por lo que los esfuerzos de Bittrich quedaban desautorizados. Los duros reproches que oí aquel día contra el Partido resultaban muy sorprendentes porque procedían de un general de las SS.
También el coronel Engel, antiguo asistente de Hitler para el Ejército de Tierra que ahora mandaba la 12ª División de Infantería en Duren, había establecido por propia iniciativa un acuerdo con el enemigo para retirar a los heridos durante las treguas. No era aconsejable hablar de estos acuerdos en el cuartel general, pues era bien sabido que Hitler los consideraba prueba de debilidad. Todos lo habíamos oído hablar en tono sarcástico de la supuesta caballerosidad de los oficiales prusianos. Por el contrario, según él, la dureza e implacabilidad con que ambos bandos luchaban en el Este acrecentaban el espíritu de resistencia del soldado, al no dar cabida a cuestiones humanitarias.
Recuerdo un solo caso en el que Hitler consintió, aunque contra su voluntad, en llegar a un acuerdo con el enemigo. A fines de otoño de 1944, la flota británica dejó incomunicadas a las tropas alemanas que se encontraban en las islas griegas. A pesar de la absoluta superioridad naval de los ingleses, las unidades alemanas pudieron ser transportadas sin contratiempos a tierra firme y algunas de ellas cruzaron ante la vista de los navíos ingleses. En compensación, los alemanes habían accedido a emplear aquellas tropas para defender Salónica de los rusos hasta que pudieran tomarla los ingleses.
Cuando terminó la operación, que había sido propuesta por Jodl, Hitler declaró:
—No volveremos a prestarnos a nada semejante.
Hasta acá fueron analizados los Desperdicios de Recursos que por prejuicios, torpeza e impericia cometieron los nazis.
A continuación se analizará las "Obsesiones de Grandeza de Hitler", visto desde la perspectiva de Speer.
Saludos.
A fines de septiembre de 1944, durante una visita a una división blindada de instrucción en Bitburg, pude comprobar las consecuencias de este sistema. Su comandante, curtido por muchos años de guerra, me mostró el campo de batalla en el que pocos días antes se había consumado una tragedia con una brigada acorazada inexperta.
Insuficientemente adiestrados, durante la marcha, a causa de un avance incorrecto, habían perdido diez de los treinta y dos nuevos tanques Pantera. Los veintidós restantes fueron conducidos al campo de batalla tan desacertadamente, según me demostró el comandante, que quince de ellos fueron destruidos por una unidad de artillería antitanque americana con tanta facilidad como si estuvieran en un campo de pruebas.
—Era la primera batalla de esta unidad, recién formada. ¡Lo que habrían podido hacer mis veteranos con todos esos tanques!—dijo el capitán con amargura.
Al terminar de explicarle el caso a Hitler, comenté irónicamente que «la creación de nuevas unidades está muchas veces en franca desventaja frente a la renovación de las existentes».
Pero Hitler no se dejó impresionar. Durante una reunión estratégica afirmó que sabía por experiencia que los soldados sólo cuidan bien sus armas cuando se escatima en los suministros. (IMPRESIONANTE. Hitler realmente era un asno obcecado y perverso)
Cuatro semanas más tarde, en el informe sobre mi visita al Grupo de Ejércitos del Sudoeste, efectuada entre el 19 y el 25 de octubre de 1944, indiqué a Hitler, apoyado por Guderian, jefe del Estado Mayor, que durante el mes de septiembre las tropas combatientes sólo habían recibido una parte de los suministros de armas: «Las averiguaciones del aposentador general permiten saber que durante el mes de septiembre fueron asignados los siguientes suministros a las fuerzas combatientes de todos los frentes:
Pistolas
Suministro para divisiones del frente: 10.000 Nuevos efectivos: 78.000
Metralletas
Suministro para divisiones del frente: 2.934 Nuevos efectivos: 57.660
[/b]Ametralladoras[/b]
Suministro para divisiones del frente: 1.527 Nuevos efectivos: 24.473
[bCañones antiaéreos de 2 cm[/b]
Suministro para divisiones del frente: 54 Nuevos efectivos: 4.442
Cañones antiaéreos de 3,7 cm
Suministro para divisiones del frente: 6 Nuevos efectivos: 948
Cañones antitanque de 7,5 cm
Suministro para divisiones del frente: 180 Nuevos efectivos: 748
Lanzagranadas de 8 cm
Suministro para divisiones del frente: 303 Nuevos efectivos: 1.947
Lanzagranadas de 12 cm
Suministro para divisiones del frente: 14 Nuevos efectivos: 336
Morteros ligeros
Suministro para divisiones del frente: 275 Nuevos efectivos: 458
Morteros pesados
Suministro para divisiones del frente: 35 Nuevos efectivos: 273
Camiones
Suministro para divisiones del frente: 543 Nuevos efectivos: 4.736
Tractores oruga
Suministro para divisiones del frente: 80 Nuevos efectivos: 654
Tanques
Suministro para divisiones del frente: 317 Nuevos efectivos: 373
Cañones de asalto
Suministro para divisiones del frente: 287 Nuevos efectivos: 762
Otras visitas me demostraron que en el frente occidental se trataba a veces de llegar a acuerdos con el enemigo respecto a temas puntuales. Cerca de Arnheim encontré enfurecido a Bittrich, general de las Waffen-SS; su II Cuerpo Acorazado había tenido la víspera un encuentro con la División Aerotransportada británica. Durante la lucha, el general había establecido con los ingleses un acuerdo que los autorizaba a gestionar un hospital de campaña situado tras las líneas alemanas. Funcionarios del Partido habían dado muerte a los pilotos ingleses y americanos, por lo que los esfuerzos de Bittrich quedaban desautorizados. Los duros reproches que oí aquel día contra el Partido resultaban muy sorprendentes porque procedían de un general de las SS.
También el coronel Engel, antiguo asistente de Hitler para el Ejército de Tierra que ahora mandaba la 12ª División de Infantería en Duren, había establecido por propia iniciativa un acuerdo con el enemigo para retirar a los heridos durante las treguas. No era aconsejable hablar de estos acuerdos en el cuartel general, pues era bien sabido que Hitler los consideraba prueba de debilidad. Todos lo habíamos oído hablar en tono sarcástico de la supuesta caballerosidad de los oficiales prusianos. Por el contrario, según él, la dureza e implacabilidad con que ambos bandos luchaban en el Este acrecentaban el espíritu de resistencia del soldado, al no dar cabida a cuestiones humanitarias.
Recuerdo un solo caso en el que Hitler consintió, aunque contra su voluntad, en llegar a un acuerdo con el enemigo. A fines de otoño de 1944, la flota británica dejó incomunicadas a las tropas alemanas que se encontraban en las islas griegas. A pesar de la absoluta superioridad naval de los ingleses, las unidades alemanas pudieron ser transportadas sin contratiempos a tierra firme y algunas de ellas cruzaron ante la vista de los navíos ingleses. En compensación, los alemanes habían accedido a emplear aquellas tropas para defender Salónica de los rusos hasta que pudieran tomarla los ingleses.
Cuando terminó la operación, que había sido propuesta por Jodl, Hitler declaró:
—No volveremos a prestarnos a nada semejante.
Hasta acá fueron analizados los Desperdicios de Recursos que por prejuicios, torpeza e impericia cometieron los nazis.
A continuación se analizará las "Obsesiones de Grandeza de Hitler", visto desde la perspectiva de Speer.
Saludos.
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Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
DELIRIO U OBSESIÓN DE GRANDEZA
Lo que viene a continuación son anécdotas que cuenta Speer sobre la obsesión de Hitler (e inclusive del nazismo) por las monumentales obras arquitectónicas, las que estaban teñidas o contaminadas por sus delirios de grandeza.
Yo deseo hacer aquí un análisis psicológico y establecer un paralelismo entre la patología obsesiva y grandilocuente de Hitler, con su interpretación del mundo, del arte, de las razas, de las armas e inclusive de su forma de guerrear o de interpretar la forma de encarar la WWII.
Estoy convencido que la patología de Hitler, y más que nada del nazismo como concepto filosófico-político, contaminó todos los estamentos de la Nación Alemana, sometiendo a la población germánica de una visión pantagruélica y exagerada al mejor estilo del imperio romano de Nerón o a la visión ambiciosa de Napoleón.
Como todo dictador totalitario, Hitler confundió el concepto de Nación/Estado y lo cambió por el concepto: EL ESTADO SOY YO.
Él se veía así mismo como un iluminado que estaba tocado por un Don mágico que poseía la mejor visión y el mejor plan para llevar a Alemania a la cúspide del mundo.
Él era un ser superdotado que estaba tocado por la mano de Dios y por lo tanto era como una especie de padre de la “Gran Germania”.
Bajo ese concepto distorsionado, Alemania no era una nación formada por millones de personas independientes que tenían distintos gustos, preferencias e ideologías, sino como una familia de púberes en donde él era el Tutor o “Pater familiae”, quien era el director y Guía espiritual de esa familia, sabía qué necesitaban sus párvulos, cuales eran los objetivos y qué era lo mejor para ellos.
Hitler era como el capitán de un barco que manejaba el timón como un iluminado que apuntaba la popa hacia el éxito, mientras que los ciudadanos alemanes eran los grumetes de ese barco que no tenían ni voz ni voto y que lo único que tenían que hacer era obedecer sus órdenes.
Alemania no era un crisol de razas que se podían dar el lujo de disentir con su amo, sino como una sola mente o voluntad política que debía seguir con fe devota a su Pastor. Todo aquel que no respetara su poder o se rindiera ante su voluntad era un apóstata, un traidor y debía ser separado o eliminado.
De Stalin se podría decir casi lo mismo, pero el nazismo tenía dos vicios que no tenía el comunismo:
1) Su racismo y antisemitismo.
2) Su visión grandilocuente del mundo
Su antisemitismo distorsionó la visión del mundo y de la guerra, llevándolo a desperdiciar oportunidades y recursos detrás de una pureza racial que no sólo era una quimera, sino que era perjudicial para el desarrollo pleno de una Nación. Si en vez de desperdiciar tiempo y recursos en eliminar a los judíos, gitanos, eslavos, hubiera puesto esa energía en la fabricación de armamentos o aprovechado ese potencial humano en armar divisiones, quizás otro hubiera sido el cantar.
Pero la visión grandilocuente también contaminó a toda Alemania y fue tan nociva como la estupidez del antisemitismo.
La visión megalómana de Hitler lo llevó a pensar de que todo lo que proviniese del nazismo debía ser grandioso, monumental y reflejar la grandeza racial del ario puro. Y justamente esa visión distorsionada lo llevó a desperdiciar recursos o a malgastar energías en proyectos que eran irrealizables, muy poco prácticos y algunos tan inútiles que rozaban la estupidez y en vez de resaltar el poderío “ario” no hacía más que dejar en evidencia su visión obtusa y cerrada del mundo.
Stalin fue mucho más práctico y pragmático que Hitler, sin embargo el dictador alemán desperdició grandes oportunidades por culpa de sus prejuicios raciales, que lo llenaron de ceguera y limitaron su accionar.
Pero lo más importante es que esa visión megalómana del mundo se trasladó a todos los estamentos de la sociedad alemana. Es decir que todos los proyectos debían ser grandiosos y reflejar en esa grandeza el “ideario nazi de la pureza racial”. Por lo tanto el alcalde (o intendente) de una pequeña ciudad o el burócrata de una dependencia pública o el simple secretario de un ministerio en vez de establecer proyectos prácticos y útiles, se enfrascaban en proyectos gigantescos, costosos y poco prácticos, compitiendo entre sí para ver quién hacía la obra más monumental; obras que lamentablemente gastaban recursos del estado en proyectos que podrían haber sido mucho más baratos y funcionales.
Y lo peor que ese ideario megalómano también se trasladó a la Wehrmacht, y más que nada a las Waffen SS.
Los objetivos pretensiosos de Barbarroja o la brutal e ilógica batalla de Stalingrado, o la pretensión de conquistar todo el Cáucaso o la batalla de Berlín, fueron puestas en escena que dejaban al descubierto la megalomanía de Hitler, lo distorsionado de su visión estratégica y su vicio conceptual.
Inclusive en la fabricación de armas, aviones y tanques el nazismo también fue contaminando con su visión racista y grandilocuente.
El KonisTiger, el Maus, el cañón Dora, el Heinkel 177 y el gigantesco cañón V-3 son un ejemplo de desperdicio de tiempo y recursos en armas inútiles y poco prácticas.
Un SDKFZ 251 valía más que un M-3 americano y era más complejo de fabricar.
El famoso FLAK 88mm tenía 50 piezas más que el antiaéreo de 90mm americano.
El T34 era más económico y fácil de fabricar que el Panzer IV
El cañón de artillería ruso de 122mm era más eficiente y barato que el cañón de 150mm alemán.
¿Por qué se preguntarán ustedes?:
- Para mí por culpa del nazismo que con su ideología retorcida había contaminado todos los estamentos de la sociedad alemana.
¿Por qué desperdiciar recursos en un tanque tan inútil como el Maus o el cañón V-3?
- Porque solo un nazi enceguecido por su distorsionado concepto ideológico puede creer que cuanto más grande e impactante es MEJOR.
Si le hubieran preguntado al conductor de un Tanque o a un oficial si el Maus era un buen tanque, les hubieran contestado:- Están LOCOS!!! Prefiero 2 Panther!!!
Pero qué se podía esperar de burócratas nazis fanáticos quienes creían que matando millones de judíos el mundo iba a estar mejor???
Lamentablemente Hitler convenció a los alemanes de su superioridad racial y de que todo aquel que no fuera ario era un ser inferior que merecía morir. Su ceguera y sus prejuicios lo llevaron a la derrota. (Y sino lean los Post anterior sobre lo que Hitler pensaba de la Bomba Atómica que decía que era “Ciencia Judía”)
Paradójicamente fue derrotado por brutos eslavos, simples americanos con goma de mascar o tropas coloniales hindúes, marroquíes o neozolandesas.
Hay una frase en el libro de Speer que me impactó mucho y que pasaré a reproducir:
A comienzos de 1939, Hitler trató de justificar ante unos albañiles las dimensiones de su estilo arquitectónico con estas palabras:
—¿Por qué siempre lo más grande? Lo hago para devolver a cada ciudadano alemán la confianza en sí mismo. Para poder decir a cada individuo, en cientos de campos distintos: nosotros no somos inferiores, al contrario, estamos a la altura de cualquier otro pueblo. (Para analizar cada palabra)
Luego Speer hace un análisis psicológico que deja al desnudo el ideal megalómano del nazismo:
No se debe atribuir única y exclusivamente a la forma de gobierno esta tendencia al gigantismo. La riqueza adquirida con rapidez desempeña un papel tan importante como la necesidad de demostrar las propias fuerzas, no importa por qué motivo. Por eso encontramos las mayores construcciones de la Antigüedad griega en las islas sicilianas y en Asia Menor. Puede que eso haya tenido algo que ver con el hecho de que la constitución de las ciudades fuera determinada por un solo soberano; pero incluso en la Atenas de Pericles, la estatua de la diosa Atenea esculpida por Fidias tenía doce metros de altura. Además, varias de las siete maravillas del mundo han adquirido popularidad mundial precisamente a causa de su extraordinaria magnitud: el templo de Artemisa en Éfeso, el Mausoleo de Halicarnaso, el Coloso de Rodas o el Zeus olímpico de Fidias.
Sin embargo, el gusto de Hitler por lo descomunal iba más allá de lo que estaba dispuesto a confesar a aquellos obreros: lo más grande debía glorificar su obra y aumentar su confianza en sí mismo. La erección de aquellos monumentos debía servir para anunciar su deseo de dominar el mundo mucho antes de que se atreviese a comunicárselo a su entorno más íntimo.
También yo me sentí embriagado por la idea de crear testimonios históricos de piedra con ayuda de planos, dinero y empresas constructoras, para poder anticipar con ellos una aspiración milenaria. Me sentí tan excitado como Hitler al poderle demostrar que, al menos en lo referente al tamaño, habíamos superado las principales construcciones históricas. Pero en tales ocasiones Hitler nunca manifestaba en voz alta su entusiasmo. Escatimaba las grandes palabras. Quizá en aquellos momentos se sintiera sobrecogido por cierto temeroso respeto; no obstante, le gustaba la imagen de su propia grandeza, generada a una orden suya y proyectada hacia la eternidad.
Más claro échale agua.
Un psicólogo se haría un festín con la megalomanía de Hitler.
Justamente por cometer el error de creer que era una virtud la pureza aria y todas esas estupideces racistas, terminó perdiendo la guerra.
Así como un padre y su fuerte impronta influye en la educación de sus hijos, Hitler y su ideología nazi influyó en la Alemania nacionalsocialista, contaminando a toda la población con un ideario distorsionado que lo llevó a la derrota.
En los siguientes Post se analizará esa megalomanía retorcida y sus efectos nefastos en la guerra.
Saludos y espero que lo disfruten.
Lo que viene a continuación son anécdotas que cuenta Speer sobre la obsesión de Hitler (e inclusive del nazismo) por las monumentales obras arquitectónicas, las que estaban teñidas o contaminadas por sus delirios de grandeza.
Yo deseo hacer aquí un análisis psicológico y establecer un paralelismo entre la patología obsesiva y grandilocuente de Hitler, con su interpretación del mundo, del arte, de las razas, de las armas e inclusive de su forma de guerrear o de interpretar la forma de encarar la WWII.
Estoy convencido que la patología de Hitler, y más que nada del nazismo como concepto filosófico-político, contaminó todos los estamentos de la Nación Alemana, sometiendo a la población germánica de una visión pantagruélica y exagerada al mejor estilo del imperio romano de Nerón o a la visión ambiciosa de Napoleón.
Como todo dictador totalitario, Hitler confundió el concepto de Nación/Estado y lo cambió por el concepto: EL ESTADO SOY YO.
Él se veía así mismo como un iluminado que estaba tocado por un Don mágico que poseía la mejor visión y el mejor plan para llevar a Alemania a la cúspide del mundo.
Él era un ser superdotado que estaba tocado por la mano de Dios y por lo tanto era como una especie de padre de la “Gran Germania”.
Bajo ese concepto distorsionado, Alemania no era una nación formada por millones de personas independientes que tenían distintos gustos, preferencias e ideologías, sino como una familia de púberes en donde él era el Tutor o “Pater familiae”, quien era el director y Guía espiritual de esa familia, sabía qué necesitaban sus párvulos, cuales eran los objetivos y qué era lo mejor para ellos.
Hitler era como el capitán de un barco que manejaba el timón como un iluminado que apuntaba la popa hacia el éxito, mientras que los ciudadanos alemanes eran los grumetes de ese barco que no tenían ni voz ni voto y que lo único que tenían que hacer era obedecer sus órdenes.
Alemania no era un crisol de razas que se podían dar el lujo de disentir con su amo, sino como una sola mente o voluntad política que debía seguir con fe devota a su Pastor. Todo aquel que no respetara su poder o se rindiera ante su voluntad era un apóstata, un traidor y debía ser separado o eliminado.
De Stalin se podría decir casi lo mismo, pero el nazismo tenía dos vicios que no tenía el comunismo:
1) Su racismo y antisemitismo.
2) Su visión grandilocuente del mundo
Su antisemitismo distorsionó la visión del mundo y de la guerra, llevándolo a desperdiciar oportunidades y recursos detrás de una pureza racial que no sólo era una quimera, sino que era perjudicial para el desarrollo pleno de una Nación. Si en vez de desperdiciar tiempo y recursos en eliminar a los judíos, gitanos, eslavos, hubiera puesto esa energía en la fabricación de armamentos o aprovechado ese potencial humano en armar divisiones, quizás otro hubiera sido el cantar.
Pero la visión grandilocuente también contaminó a toda Alemania y fue tan nociva como la estupidez del antisemitismo.
La visión megalómana de Hitler lo llevó a pensar de que todo lo que proviniese del nazismo debía ser grandioso, monumental y reflejar la grandeza racial del ario puro. Y justamente esa visión distorsionada lo llevó a desperdiciar recursos o a malgastar energías en proyectos que eran irrealizables, muy poco prácticos y algunos tan inútiles que rozaban la estupidez y en vez de resaltar el poderío “ario” no hacía más que dejar en evidencia su visión obtusa y cerrada del mundo.
Stalin fue mucho más práctico y pragmático que Hitler, sin embargo el dictador alemán desperdició grandes oportunidades por culpa de sus prejuicios raciales, que lo llenaron de ceguera y limitaron su accionar.
Pero lo más importante es que esa visión megalómana del mundo se trasladó a todos los estamentos de la sociedad alemana. Es decir que todos los proyectos debían ser grandiosos y reflejar en esa grandeza el “ideario nazi de la pureza racial”. Por lo tanto el alcalde (o intendente) de una pequeña ciudad o el burócrata de una dependencia pública o el simple secretario de un ministerio en vez de establecer proyectos prácticos y útiles, se enfrascaban en proyectos gigantescos, costosos y poco prácticos, compitiendo entre sí para ver quién hacía la obra más monumental; obras que lamentablemente gastaban recursos del estado en proyectos que podrían haber sido mucho más baratos y funcionales.
Y lo peor que ese ideario megalómano también se trasladó a la Wehrmacht, y más que nada a las Waffen SS.
Los objetivos pretensiosos de Barbarroja o la brutal e ilógica batalla de Stalingrado, o la pretensión de conquistar todo el Cáucaso o la batalla de Berlín, fueron puestas en escena que dejaban al descubierto la megalomanía de Hitler, lo distorsionado de su visión estratégica y su vicio conceptual.
Inclusive en la fabricación de armas, aviones y tanques el nazismo también fue contaminando con su visión racista y grandilocuente.
El KonisTiger, el Maus, el cañón Dora, el Heinkel 177 y el gigantesco cañón V-3 son un ejemplo de desperdicio de tiempo y recursos en armas inútiles y poco prácticas.
Un SDKFZ 251 valía más que un M-3 americano y era más complejo de fabricar.
El famoso FLAK 88mm tenía 50 piezas más que el antiaéreo de 90mm americano.
El T34 era más económico y fácil de fabricar que el Panzer IV
El cañón de artillería ruso de 122mm era más eficiente y barato que el cañón de 150mm alemán.
¿Por qué se preguntarán ustedes?:
- Para mí por culpa del nazismo que con su ideología retorcida había contaminado todos los estamentos de la sociedad alemana.
¿Por qué desperdiciar recursos en un tanque tan inútil como el Maus o el cañón V-3?
- Porque solo un nazi enceguecido por su distorsionado concepto ideológico puede creer que cuanto más grande e impactante es MEJOR.
Si le hubieran preguntado al conductor de un Tanque o a un oficial si el Maus era un buen tanque, les hubieran contestado:- Están LOCOS!!! Prefiero 2 Panther!!!
Pero qué se podía esperar de burócratas nazis fanáticos quienes creían que matando millones de judíos el mundo iba a estar mejor???
Lamentablemente Hitler convenció a los alemanes de su superioridad racial y de que todo aquel que no fuera ario era un ser inferior que merecía morir. Su ceguera y sus prejuicios lo llevaron a la derrota. (Y sino lean los Post anterior sobre lo que Hitler pensaba de la Bomba Atómica que decía que era “Ciencia Judía”)
Paradójicamente fue derrotado por brutos eslavos, simples americanos con goma de mascar o tropas coloniales hindúes, marroquíes o neozolandesas.
Hay una frase en el libro de Speer que me impactó mucho y que pasaré a reproducir:
A comienzos de 1939, Hitler trató de justificar ante unos albañiles las dimensiones de su estilo arquitectónico con estas palabras:
—¿Por qué siempre lo más grande? Lo hago para devolver a cada ciudadano alemán la confianza en sí mismo. Para poder decir a cada individuo, en cientos de campos distintos: nosotros no somos inferiores, al contrario, estamos a la altura de cualquier otro pueblo. (Para analizar cada palabra)
Luego Speer hace un análisis psicológico que deja al desnudo el ideal megalómano del nazismo:
No se debe atribuir única y exclusivamente a la forma de gobierno esta tendencia al gigantismo. La riqueza adquirida con rapidez desempeña un papel tan importante como la necesidad de demostrar las propias fuerzas, no importa por qué motivo. Por eso encontramos las mayores construcciones de la Antigüedad griega en las islas sicilianas y en Asia Menor. Puede que eso haya tenido algo que ver con el hecho de que la constitución de las ciudades fuera determinada por un solo soberano; pero incluso en la Atenas de Pericles, la estatua de la diosa Atenea esculpida por Fidias tenía doce metros de altura. Además, varias de las siete maravillas del mundo han adquirido popularidad mundial precisamente a causa de su extraordinaria magnitud: el templo de Artemisa en Éfeso, el Mausoleo de Halicarnaso, el Coloso de Rodas o el Zeus olímpico de Fidias.
Sin embargo, el gusto de Hitler por lo descomunal iba más allá de lo que estaba dispuesto a confesar a aquellos obreros: lo más grande debía glorificar su obra y aumentar su confianza en sí mismo. La erección de aquellos monumentos debía servir para anunciar su deseo de dominar el mundo mucho antes de que se atreviese a comunicárselo a su entorno más íntimo.
También yo me sentí embriagado por la idea de crear testimonios históricos de piedra con ayuda de planos, dinero y empresas constructoras, para poder anticipar con ellos una aspiración milenaria. Me sentí tan excitado como Hitler al poderle demostrar que, al menos en lo referente al tamaño, habíamos superado las principales construcciones históricas. Pero en tales ocasiones Hitler nunca manifestaba en voz alta su entusiasmo. Escatimaba las grandes palabras. Quizá en aquellos momentos se sintiera sobrecogido por cierto temeroso respeto; no obstante, le gustaba la imagen de su propia grandeza, generada a una orden suya y proyectada hacia la eternidad.
Más claro échale agua.
Un psicólogo se haría un festín con la megalomanía de Hitler.
Justamente por cometer el error de creer que era una virtud la pureza aria y todas esas estupideces racistas, terminó perdiendo la guerra.
Así como un padre y su fuerte impronta influye en la educación de sus hijos, Hitler y su ideología nazi influyó en la Alemania nacionalsocialista, contaminando a toda la población con un ideario distorsionado que lo llevó a la derrota.
En los siguientes Post se analizará esa megalomanía retorcida y sus efectos nefastos en la guerra.
Saludos y espero que lo disfruten.
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Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
OBSESIÓN DE GRANDEZA
Hasta el verano de 1936, la intención de Hitler fue que la administración municipal se hiciera cargo de los proyectos de Berlín. Pero entonces me ordenó presentarme y, sin rodeos y sin la menor solemnidad, me hizo el encargo:
—No hay nada que hacer con esta ciudad. A partir de ahora, será usted quien se ocupe de ella. Llévese este dibujo. Cuando tenga algo terminado, enséñemelo. Ya sabe que para estas cosas siempre tengo tiempo.
Todas las escalas constructivas de Berlín iban a ser inmensamente superadas por dos edificaciones que Hitler pretendía levantar en la nueva calle monumental. En el extremo norte, cerca del Reichstag, preveía una gigantesca sala de reuniones, coronada por una cúpula de 250 metros de diámetro, en la que habría cabido varias veces la basílica romana de San Pedro. En el interior, la superficie abovedada libre sería de unos 38.000 m2, que darían cabida a más de 150.000 personas de pie.
Durante las primeras conversaciones que tuvimos al respecto, cuando nuestras reflexiones urbanísticas estaban todavía en sus comienzos, Hitler creyó tener que explicarme que las dimensiones de aquel tipo de salas tenían que decidirse de acuerdo con las ideas de la Edad Media. Me dijo, por ejemplo, que la catedral de Ulm tenía una superficie de 2.500 m2, a pesar de que cuando se comenzó a edificar, en el siglo XIV, Ulm sólo tenía 15.000 habitantes, incluidos niños y ancianos.
—Así pues, nunca pudieron llenar el sitio. En comparación, una sala en la que quepan 150.000 personas resulta incluso pequeña para una ciudad como Berlín, que cuenta con varios millones de habitantes.
A cierta distancia de la estación del sur, Hitler, como polo opuesto a esta sala, pretendía erigir un arco de triunfo cuya altura había fijado en 120 metros.
—Será un digno monumento a nuestros muertos en la Gran Guerra. Grabaremos en granito el nombre de cada uno de nuestros 1.800.000 caídos. El mísero monumento que ha levantado la República en Berlín es una vergüenza. ¡Menuda deshonra para una gran nación!
Entonces me entregó dos bocetos que había dibujado en unas tarjetas.
—Son de hace diez años. Los conservo porque siempre he estado seguro de llegar a construirlos algún día. Y eso es lo que haremos ahora.
La comparación con el tamaño de las personas dibujadas demostraba, me explicó Hitler, que ya entonces había previsto una cúpula con un diámetro de más de doscientos metros y un arco de triunfo con una altura de más de cien. Lo más asombroso de todo no eran aquellas enormes dimensiones, sino la obsesión que lo había llevado a planear aquellas monumentales construcciones cuando aún no podía tener ninguna esperanza de que pudieran hacerse realidad. Y actualmente me parece más bien intranquilizador que en plena época de paz, mientras hablaba de su voluntad de entendimiento, comenzara a hacer realidad esos proyectos, que reflejaban claramente sus aspiraciones belicistas de dominio hegemónico.
Eufórico me decía:
—Berlín es una gran ciudad, pero no una ciudad cosmopolita. ¡Mire usted París, la ciudad más hermosa del mundo, o la misma Viena! ¡Son verdaderas ciudades! Sin embargo, Berlín no es más que un desordenado montón de edificaciones. Tenemos que superar a París y a Viena. Berlín debe ser una ciudad grandiosa, como lo fue Roma. Berlín debe ser el centro del mundo, un faro cultural, su arquitectura debe ser magnánima, asombrar al mundo y reflejar el poderío Alemán. Berlín será la capital de un Imperio grandioso y por lo tanto usted es el responsable de que las más grandes obras arquitectónicas se realicen.
La forma en que repetía las palabras “grandiosa”, “grande”, “magnánima”, “Inmensa” le hacían bullir la sangre y los ojos le brillaban.
Años después cuando yo asumí como Ministro de armamentos, esas ínfulas de que todo debía ser grande y magnánimo entorpecería el proceso de producción de armas más sencillas y eficaces, que sean posibles de fabricar en serie, para darle prioridad a proyectos de tanques inmensos, fastuosos, pero difíciles de fabricar, que demandaban muchas horas hombre y un trabajo a veces casi artesanal.
A medida que empecé a trabajar en los “grandiosos” proyecto de Hitler de una Berlín “Faro del Mundo” comenzó a interrumpirme una y otra vez con que los edificios gubernamentales debían ser más y más grandes.
Luego se obsesionó con una gran avenida de 120 metros de largo que debía ser mayor que la de los campos eliseos de París.
Dicha “grandiosa” avenida había ido generando un nuevo concepto de urbanismo. Comparada con aquella amplia reordenación, la idea inicial resultaba insignificante. Al menos en lo que se refiere a los planes urbanísticos, yo había superado con creces las ideas de grandeza de Hitler, y eso era algo que debió de ocurrirle muy pocas veces en su vida. Aceptaba sin vacilar todas las ampliaciones y me dejaba las manos libres, pero no era capaz de entusiasmarse por esta parte de la planificación. Es verdad que lo examinaba todo, aunque muy por encima, y al cabo de unos minutos preguntaba, aburrido:
—¿Dónde tiene usted los nuevos planos de la gran avenida?
Con ello seguía refiriéndose a la parte central de la magnífica avenida que había exigido inicialmente. Después disfrutaba hablando de los Ministerios, de los edificios administrativos de las grandes firmas alemanas, de un nuevo teatro de ópera, de hoteles de lujo y de grandes centros recreativos, y yo disfrutaba con él. Sin embargo, para mí la planificación general estaba al mismo nivel que los edificios representativos; para Hitler, no. Su pasión por las construcciones eternas lo llevaba a desinteresarse por completo de las infraestructuras viarias y de las zonas residenciales y verdes: la dimensión social le era indiferente.
Continuará.
Hasta el verano de 1936, la intención de Hitler fue que la administración municipal se hiciera cargo de los proyectos de Berlín. Pero entonces me ordenó presentarme y, sin rodeos y sin la menor solemnidad, me hizo el encargo:
—No hay nada que hacer con esta ciudad. A partir de ahora, será usted quien se ocupe de ella. Llévese este dibujo. Cuando tenga algo terminado, enséñemelo. Ya sabe que para estas cosas siempre tengo tiempo.
Todas las escalas constructivas de Berlín iban a ser inmensamente superadas por dos edificaciones que Hitler pretendía levantar en la nueva calle monumental. En el extremo norte, cerca del Reichstag, preveía una gigantesca sala de reuniones, coronada por una cúpula de 250 metros de diámetro, en la que habría cabido varias veces la basílica romana de San Pedro. En el interior, la superficie abovedada libre sería de unos 38.000 m2, que darían cabida a más de 150.000 personas de pie.
Durante las primeras conversaciones que tuvimos al respecto, cuando nuestras reflexiones urbanísticas estaban todavía en sus comienzos, Hitler creyó tener que explicarme que las dimensiones de aquel tipo de salas tenían que decidirse de acuerdo con las ideas de la Edad Media. Me dijo, por ejemplo, que la catedral de Ulm tenía una superficie de 2.500 m2, a pesar de que cuando se comenzó a edificar, en el siglo XIV, Ulm sólo tenía 15.000 habitantes, incluidos niños y ancianos.
—Así pues, nunca pudieron llenar el sitio. En comparación, una sala en la que quepan 150.000 personas resulta incluso pequeña para una ciudad como Berlín, que cuenta con varios millones de habitantes.
A cierta distancia de la estación del sur, Hitler, como polo opuesto a esta sala, pretendía erigir un arco de triunfo cuya altura había fijado en 120 metros.
—Será un digno monumento a nuestros muertos en la Gran Guerra. Grabaremos en granito el nombre de cada uno de nuestros 1.800.000 caídos. El mísero monumento que ha levantado la República en Berlín es una vergüenza. ¡Menuda deshonra para una gran nación!
Entonces me entregó dos bocetos que había dibujado en unas tarjetas.
—Son de hace diez años. Los conservo porque siempre he estado seguro de llegar a construirlos algún día. Y eso es lo que haremos ahora.
La comparación con el tamaño de las personas dibujadas demostraba, me explicó Hitler, que ya entonces había previsto una cúpula con un diámetro de más de doscientos metros y un arco de triunfo con una altura de más de cien. Lo más asombroso de todo no eran aquellas enormes dimensiones, sino la obsesión que lo había llevado a planear aquellas monumentales construcciones cuando aún no podía tener ninguna esperanza de que pudieran hacerse realidad. Y actualmente me parece más bien intranquilizador que en plena época de paz, mientras hablaba de su voluntad de entendimiento, comenzara a hacer realidad esos proyectos, que reflejaban claramente sus aspiraciones belicistas de dominio hegemónico.
Eufórico me decía:
—Berlín es una gran ciudad, pero no una ciudad cosmopolita. ¡Mire usted París, la ciudad más hermosa del mundo, o la misma Viena! ¡Son verdaderas ciudades! Sin embargo, Berlín no es más que un desordenado montón de edificaciones. Tenemos que superar a París y a Viena. Berlín debe ser una ciudad grandiosa, como lo fue Roma. Berlín debe ser el centro del mundo, un faro cultural, su arquitectura debe ser magnánima, asombrar al mundo y reflejar el poderío Alemán. Berlín será la capital de un Imperio grandioso y por lo tanto usted es el responsable de que las más grandes obras arquitectónicas se realicen.
La forma en que repetía las palabras “grandiosa”, “grande”, “magnánima”, “Inmensa” le hacían bullir la sangre y los ojos le brillaban.
Años después cuando yo asumí como Ministro de armamentos, esas ínfulas de que todo debía ser grande y magnánimo entorpecería el proceso de producción de armas más sencillas y eficaces, que sean posibles de fabricar en serie, para darle prioridad a proyectos de tanques inmensos, fastuosos, pero difíciles de fabricar, que demandaban muchas horas hombre y un trabajo a veces casi artesanal.
A medida que empecé a trabajar en los “grandiosos” proyecto de Hitler de una Berlín “Faro del Mundo” comenzó a interrumpirme una y otra vez con que los edificios gubernamentales debían ser más y más grandes.
Luego se obsesionó con una gran avenida de 120 metros de largo que debía ser mayor que la de los campos eliseos de París.
Dicha “grandiosa” avenida había ido generando un nuevo concepto de urbanismo. Comparada con aquella amplia reordenación, la idea inicial resultaba insignificante. Al menos en lo que se refiere a los planes urbanísticos, yo había superado con creces las ideas de grandeza de Hitler, y eso era algo que debió de ocurrirle muy pocas veces en su vida. Aceptaba sin vacilar todas las ampliaciones y me dejaba las manos libres, pero no era capaz de entusiasmarse por esta parte de la planificación. Es verdad que lo examinaba todo, aunque muy por encima, y al cabo de unos minutos preguntaba, aburrido:
—¿Dónde tiene usted los nuevos planos de la gran avenida?
Con ello seguía refiriéndose a la parte central de la magnífica avenida que había exigido inicialmente. Después disfrutaba hablando de los Ministerios, de los edificios administrativos de las grandes firmas alemanas, de un nuevo teatro de ópera, de hoteles de lujo y de grandes centros recreativos, y yo disfrutaba con él. Sin embargo, para mí la planificación general estaba al mismo nivel que los edificios representativos; para Hitler, no. Su pasión por las construcciones eternas lo llevaba a desinteresarse por completo de las infraestructuras viarias y de las zonas residenciales y verdes: la dimensión social le era indiferente.
Continuará.
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Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
Hess, por el contrario, únicamente se interesaba por la construcción de viviendas y apenas prestaba atención a la parte representativa de nuestra planificación. Al final de una de sus visitas me manifestó sus reservas a ese respecto. Le prometí que por cada ladrillo que pusiera para la construcción de los edificios representativos pondría otro para las viviendas. Cuando Hitler se enteró, se mostró desagradablemente sorprendido y habló de la urgencia de lo que él pretendía; sin embargo, no anuló nuestro acuerdo.
Cenaba con Hitler una o dos veces por semana. Sobre las doce de la noche, cuando había terminado la última película, me pedía a veces mi rollo de planos y nos dedicábamos a discutir los detalles hasta las dos o las tres de la madrugada. El resto de los invitados se retiraban a tomar una copa de vino o, sabiendo que ya les sería difícil hablar con él, se volvían a casa.
Lo que más atraía a Hitler era la maqueta de nuestra ciudad modelo, que estaba montada en los antiguos locales de exposición de la Academia de Bellas Artes. Para poder llegar allí sin que nadie lo molestara, había hecho abrir una puerta en el muro de los jardines ministeriales que había entre la Cancillería y nuestro edificio. A veces invitaba a los comensales a acompañarnos al estudio y nos poníamos en marcha equipados con llaves y linternas de mano. Unos focos iluminaban las maquetas dispuestas en las salas vacías. Yo no tenía que decir nada, pues Hitler, emocionado, daba a sus acompañantes toda clase de explicaciones.
Había gran expectación cuando se colocaba una nueva maqueta, que se iluminaba con potentes focos dispuestos con una orientación semejante a la del sol. Generalmente se construían a escala 1:50; unos ebanistas reproducían hasta el último detalle las construcciones reales, incluso en el color. Así pudimos ir componiendo gradualmente partes enteras de la nueva gran avenida y obtuvimos una impresión plástica de las obras que debían realizarse diez años más tarde. Esta calle de maquetas ocupaba unos treinta metros de las antiguas salas de exposición de la Academia de Bellas Artes de Berlín.
Hitler se sentía particularmente entusiasmado por una gran maqueta general que reproducía, a escala 1:1.000, la gran avenida. La maqueta se podía fraccionar en partes que estaban montadas sobre mesas con ruedas. De este modo, Hitler podía entrar en «su calle» por algunos puntos y comprobar su efecto real: por ejemplo, podía adoptar la perspectiva del viajero que llegaba a la estación del sur, o contemplar el efecto desde la Gran Sala o desde el centro de la calle. Llegaba a ponerse casi de rodillas, con los ojos algunos milímetros por encima del nivel de la calle, para hacerse una idea correcta. Mientras tanto, hablaba con una vivacidad inusual. Esas eran las únicas horas en las que abandonaba por completo su habitual rigidez. En ninguna otra ocasión lo vi tan espontáneo, activo y relajado como en aquellos momentos; en cambio yo, que por lo general estaba cansado y seguía sintiendo, aun con todos los años que había pasado a su lado, un resto de respetuosa inhibición, solía quedarme callado. Uno de mis más íntimos colaboradores resumió la impresión que le producía aquella singular relación diciendo:
—¿Sabe lo que es usted? ¡Usted es el amor desgraciado de Hitler!
Pocos eran los visitantes que tenían acceso a aquellos locales, cuidadosamente ocultos a la vista de los curiosos. Nadie podía ver el gran proyecto de las obras de Berlín sin autorización expresa de Hitler. Göring, después de haber contemplado en una ocasión el conjunto de maquetas de la gran avenida, ordenó a su escolta que se adelantara y me dijo con voz emocionada:
—Hace algunos días, el Führer me habló de mi misión después de su muerte. Me dijo que hiciera siempre lo que creyera acertado; sin embargo, me hizo prometerle que nunca lo reemplazaría a usted por otro, que no me entrometería en sus proyectos y que le dejaría libre iniciativa. Y que pondría a su disposición todo el dinero necesario para las obras, todo lo que usted me pidiera. —Göring, emocionado, hizo una pausa.— Prometí al Führer con un solemne apretón de manos que lo obedecería en todo, y ahora también se lo prometo a usted.
Y dicho esto me estrechó largo rato la mano con ademán patético.
También mi padre examinó los trabajos del hijo que se había hecho célebre. Pero al ver las maquetas se limitó a encogerse de hombros y decir:
—¡Os habéis vuelto completamente locos!.
Por la noche, mi padre y yo fuimos al teatro a ver una comedia en la que actuaba Heinz Rühmann. Casualmente, Hitler acudió a la misma representación. Durante el entreacto preguntó a su asistente si el anciano caballero que estaba conmigo era mi padre. Entonces nos pidió que fuéramos a verlo. Cuando mi padre, que a pesar de sus setenta y cinco años iba siempre erguido y se mostraba dueño de sí mismo, fue presentado a Hitler, le acometió un fuerte temblor, algo que jamás vi que le sucediera ni antes ni después de aquel momento. Se puso pálido, no reaccionó ante el himno de alabanza que entonó Hitler en loor de su hijo y se despidió sin despegar los labios. Mi padre nunca mencionó el encuentro y yo evité preguntarle el motivo de la inquietud que lo había asaltado al verse frente a Hitler.
Continuará.
Cenaba con Hitler una o dos veces por semana. Sobre las doce de la noche, cuando había terminado la última película, me pedía a veces mi rollo de planos y nos dedicábamos a discutir los detalles hasta las dos o las tres de la madrugada. El resto de los invitados se retiraban a tomar una copa de vino o, sabiendo que ya les sería difícil hablar con él, se volvían a casa.
Lo que más atraía a Hitler era la maqueta de nuestra ciudad modelo, que estaba montada en los antiguos locales de exposición de la Academia de Bellas Artes. Para poder llegar allí sin que nadie lo molestara, había hecho abrir una puerta en el muro de los jardines ministeriales que había entre la Cancillería y nuestro edificio. A veces invitaba a los comensales a acompañarnos al estudio y nos poníamos en marcha equipados con llaves y linternas de mano. Unos focos iluminaban las maquetas dispuestas en las salas vacías. Yo no tenía que decir nada, pues Hitler, emocionado, daba a sus acompañantes toda clase de explicaciones.
Había gran expectación cuando se colocaba una nueva maqueta, que se iluminaba con potentes focos dispuestos con una orientación semejante a la del sol. Generalmente se construían a escala 1:50; unos ebanistas reproducían hasta el último detalle las construcciones reales, incluso en el color. Así pudimos ir componiendo gradualmente partes enteras de la nueva gran avenida y obtuvimos una impresión plástica de las obras que debían realizarse diez años más tarde. Esta calle de maquetas ocupaba unos treinta metros de las antiguas salas de exposición de la Academia de Bellas Artes de Berlín.
Hitler se sentía particularmente entusiasmado por una gran maqueta general que reproducía, a escala 1:1.000, la gran avenida. La maqueta se podía fraccionar en partes que estaban montadas sobre mesas con ruedas. De este modo, Hitler podía entrar en «su calle» por algunos puntos y comprobar su efecto real: por ejemplo, podía adoptar la perspectiva del viajero que llegaba a la estación del sur, o contemplar el efecto desde la Gran Sala o desde el centro de la calle. Llegaba a ponerse casi de rodillas, con los ojos algunos milímetros por encima del nivel de la calle, para hacerse una idea correcta. Mientras tanto, hablaba con una vivacidad inusual. Esas eran las únicas horas en las que abandonaba por completo su habitual rigidez. En ninguna otra ocasión lo vi tan espontáneo, activo y relajado como en aquellos momentos; en cambio yo, que por lo general estaba cansado y seguía sintiendo, aun con todos los años que había pasado a su lado, un resto de respetuosa inhibición, solía quedarme callado. Uno de mis más íntimos colaboradores resumió la impresión que le producía aquella singular relación diciendo:
—¿Sabe lo que es usted? ¡Usted es el amor desgraciado de Hitler!
Pocos eran los visitantes que tenían acceso a aquellos locales, cuidadosamente ocultos a la vista de los curiosos. Nadie podía ver el gran proyecto de las obras de Berlín sin autorización expresa de Hitler. Göring, después de haber contemplado en una ocasión el conjunto de maquetas de la gran avenida, ordenó a su escolta que se adelantara y me dijo con voz emocionada:
—Hace algunos días, el Führer me habló de mi misión después de su muerte. Me dijo que hiciera siempre lo que creyera acertado; sin embargo, me hizo prometerle que nunca lo reemplazaría a usted por otro, que no me entrometería en sus proyectos y que le dejaría libre iniciativa. Y que pondría a su disposición todo el dinero necesario para las obras, todo lo que usted me pidiera. —Göring, emocionado, hizo una pausa.— Prometí al Führer con un solemne apretón de manos que lo obedecería en todo, y ahora también se lo prometo a usted.
Y dicho esto me estrechó largo rato la mano con ademán patético.
También mi padre examinó los trabajos del hijo que se había hecho célebre. Pero al ver las maquetas se limitó a encogerse de hombros y decir:
—¡Os habéis vuelto completamente locos!.
Por la noche, mi padre y yo fuimos al teatro a ver una comedia en la que actuaba Heinz Rühmann. Casualmente, Hitler acudió a la misma representación. Durante el entreacto preguntó a su asistente si el anciano caballero que estaba conmigo era mi padre. Entonces nos pidió que fuéramos a verlo. Cuando mi padre, que a pesar de sus setenta y cinco años iba siempre erguido y se mostraba dueño de sí mismo, fue presentado a Hitler, le acometió un fuerte temblor, algo que jamás vi que le sucediera ni antes ni después de aquel momento. Se puso pálido, no reaccionó ante el himno de alabanza que entonó Hitler en loor de su hijo y se despidió sin despegar los labios. Mi padre nunca mencionó el encuentro y yo evité preguntarle el motivo de la inquietud que lo había asaltado al verse frente a Hitler.
Continuará.
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Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
Con respecto a los gigantescos edificios que imaginaba Hitler, Speer nos dice:
Cuando hojeo hoy las numerosas fotografías de las maquetas de nuestra antigua gran avenida, me doy cuenta de que no sólo habría sido una locura, sino también un alarde de monotonía.
Tanto Hitler como yo habíamos pensados que a la nueva calle le faltaría vida si únicamente había en ella edificios públicos, por lo que destinamos dos tercios de su longitud a edificios privados. Los posibles intentos de la Administración pública para desplazarlos podrían ser acallados con ayuda de Hitler. De ningún modo queríamos erigir una calle ministerial. Con la intención de dar vida urbana a la nueva avenida se proyectaron un lujoso cine de estreno con capacidad para dos mil espectadores, una nueva ópera, tres teatros, una sala de conciertos, un edificio de congresos que se llamaría «Casa de las Naciones», un hotel de veintiún pisos, con mil quinientas camas, locales de variedades, restaurantes de lujo y hasta una piscina cubierta, de estilo romano, que parecía unas termas imperiales.{47} Plácidos patios interiores con columnatas y pequeñas tiendas bien cuidadas invitarían a pasear lejos del ruido de la calle. También habría abundantes anuncios luminosos. Hitler y yo habíamos imaginado toda la calle como una exposición comercial continua de artículos alemanes que habría de atraer particularmente a los extranjeros.
La estación central ideada por Hitler era imponente, situada en el comienzo meridional de la gran avenida ideada por el Führer, que habría destacado positivamente sobre el resto de los monstruosos edificios de piedra gracias a su tejado de planchas de cobre y a su revestimiento con superficies de cristal. La estación preveía cuatro niveles de tráfico superpuestos y unidos por medio de escaleras automáticas y ascensores, y pretendía superar a la Grand Central Terminal de Nueva York.
Los visitantes oficiales habrían salido de allí por una gran escalinata exterior. Tanto ellos como los viajeros que salieran de la estación tendrían que quedar sobrecogidos —o, mejor dicho, patidifusos— por la imagen urbana y, por consiguiente, por el poderío del Reich. Siguiendo el modelo de la avenida de esfinges que lleva de Karnak a Luxor, la plaza de la estación, con sus mil metros de longitud y trescientos treinta de anchura, estaría flanqueada por las armas conquistadas. Hitler había ordenado este detalle después de la campaña de Francia y lo confirmó una vez más en las postrimerías del otoño de 1941, tras sus primeras derrotas en la Unión Soviética. (A pesar de que seguían muriendo soldados a las puertas de Moscú, padeciendo el frío y el hambre, Hitler vivía en una burbuja imaginando una Berlin fastuosa)
El Gran Arco de Hitler (o Arco de Triunfo, aunque raramente lo llamaba así), que se situaría a 800 metros de la estación, cerraría y coronaría la plaza. El Are de Triomphe que Napoleón hizo levantar en la Place de l'Étoile constituye, con sus cincuenta metros de altura, una masa monumental, un remate imponente de los dos kilómetros de longitud de los Champs Élysées, pero nuestro Arco de Triunfo, de 170 metros de anchura, 119 de profundidad y 117 de altura, habría anulado el resto de edificaciones de aquella parte de la calle. (INCREIBLE, era algo realmente gigantesco, digno de un megalómano)
Después de algunos intentos infructuosos, ya no me quedaba valor para tratar de persuadir a Hitler de que alterara parte de su plan. Este era el corazón de sus proyectos; surgido mucho antes de que el profesor Troost ejerciera sobre él su beneficiosa influencia, es el mejor ejemplo de las ideas arquitectónicas que Hitler desarrolló en los años veinte y plasmó en su cuaderno de bocetos, que se ha perdido. Hacía oídos sordos a cualquier propuesta que implicara modificar las proporciones de la obra o simplificarla, pero parecía satisfecho cuando yo, en los planos terminados, ponía tres cruces en el lugar donde debía ir el nombre del arquitecto.
Tras el ojo del Gran Arco, de ochenta metros de altura, y a cinco kilómetros de distancia, la segunda construcción triunfal de la calle, la mayor sala de reuniones del mundo, con su cúpula de 290 metros de altura, se perdería en el humo de la capital.
Entre el Arco de Triunfo y la Gran Sala, once ministerios aislados interrumpían nuestra calle. Además de un Ministerio del Interior, otro de Comunicaciones, uno de Justicia, otro de Economía y uno de Abastecimientos, después de 1941 todavía tuve que incorporar al proyecto un Ministerio de Colonias. Así pues, ni siquiera durante la campaña de Rusia renunció Hitler a establecer colonias alemanas. Los ministros que esperaban conseguir con nuestros proyectos la concentración de sus dependencias, desperdigadas por Berlín, quedaron decepcionados cuando Hitler dispuso que los nuevos edificios se destinaran sobre todo a fines representativos y no al aparato del Gobierno.
Continuará.
Cuando hojeo hoy las numerosas fotografías de las maquetas de nuestra antigua gran avenida, me doy cuenta de que no sólo habría sido una locura, sino también un alarde de monotonía.
Tanto Hitler como yo habíamos pensados que a la nueva calle le faltaría vida si únicamente había en ella edificios públicos, por lo que destinamos dos tercios de su longitud a edificios privados. Los posibles intentos de la Administración pública para desplazarlos podrían ser acallados con ayuda de Hitler. De ningún modo queríamos erigir una calle ministerial. Con la intención de dar vida urbana a la nueva avenida se proyectaron un lujoso cine de estreno con capacidad para dos mil espectadores, una nueva ópera, tres teatros, una sala de conciertos, un edificio de congresos que se llamaría «Casa de las Naciones», un hotel de veintiún pisos, con mil quinientas camas, locales de variedades, restaurantes de lujo y hasta una piscina cubierta, de estilo romano, que parecía unas termas imperiales.{47} Plácidos patios interiores con columnatas y pequeñas tiendas bien cuidadas invitarían a pasear lejos del ruido de la calle. También habría abundantes anuncios luminosos. Hitler y yo habíamos imaginado toda la calle como una exposición comercial continua de artículos alemanes que habría de atraer particularmente a los extranjeros.
La estación central ideada por Hitler era imponente, situada en el comienzo meridional de la gran avenida ideada por el Führer, que habría destacado positivamente sobre el resto de los monstruosos edificios de piedra gracias a su tejado de planchas de cobre y a su revestimiento con superficies de cristal. La estación preveía cuatro niveles de tráfico superpuestos y unidos por medio de escaleras automáticas y ascensores, y pretendía superar a la Grand Central Terminal de Nueva York.
Los visitantes oficiales habrían salido de allí por una gran escalinata exterior. Tanto ellos como los viajeros que salieran de la estación tendrían que quedar sobrecogidos —o, mejor dicho, patidifusos— por la imagen urbana y, por consiguiente, por el poderío del Reich. Siguiendo el modelo de la avenida de esfinges que lleva de Karnak a Luxor, la plaza de la estación, con sus mil metros de longitud y trescientos treinta de anchura, estaría flanqueada por las armas conquistadas. Hitler había ordenado este detalle después de la campaña de Francia y lo confirmó una vez más en las postrimerías del otoño de 1941, tras sus primeras derrotas en la Unión Soviética. (A pesar de que seguían muriendo soldados a las puertas de Moscú, padeciendo el frío y el hambre, Hitler vivía en una burbuja imaginando una Berlin fastuosa)
El Gran Arco de Hitler (o Arco de Triunfo, aunque raramente lo llamaba así), que se situaría a 800 metros de la estación, cerraría y coronaría la plaza. El Are de Triomphe que Napoleón hizo levantar en la Place de l'Étoile constituye, con sus cincuenta metros de altura, una masa monumental, un remate imponente de los dos kilómetros de longitud de los Champs Élysées, pero nuestro Arco de Triunfo, de 170 metros de anchura, 119 de profundidad y 117 de altura, habría anulado el resto de edificaciones de aquella parte de la calle. (INCREIBLE, era algo realmente gigantesco, digno de un megalómano)
Después de algunos intentos infructuosos, ya no me quedaba valor para tratar de persuadir a Hitler de que alterara parte de su plan. Este era el corazón de sus proyectos; surgido mucho antes de que el profesor Troost ejerciera sobre él su beneficiosa influencia, es el mejor ejemplo de las ideas arquitectónicas que Hitler desarrolló en los años veinte y plasmó en su cuaderno de bocetos, que se ha perdido. Hacía oídos sordos a cualquier propuesta que implicara modificar las proporciones de la obra o simplificarla, pero parecía satisfecho cuando yo, en los planos terminados, ponía tres cruces en el lugar donde debía ir el nombre del arquitecto.
Tras el ojo del Gran Arco, de ochenta metros de altura, y a cinco kilómetros de distancia, la segunda construcción triunfal de la calle, la mayor sala de reuniones del mundo, con su cúpula de 290 metros de altura, se perdería en el humo de la capital.
Entre el Arco de Triunfo y la Gran Sala, once ministerios aislados interrumpían nuestra calle. Además de un Ministerio del Interior, otro de Comunicaciones, uno de Justicia, otro de Economía y uno de Abastecimientos, después de 1941 todavía tuve que incorporar al proyecto un Ministerio de Colonias. Así pues, ni siquiera durante la campaña de Rusia renunció Hitler a establecer colonias alemanas. Los ministros que esperaban conseguir con nuestros proyectos la concentración de sus dependencias, desperdigadas por Berlín, quedaron decepcionados cuando Hitler dispuso que los nuevos edificios se destinaran sobre todo a fines representativos y no al aparato del Gobierno.
Continuará.
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