Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
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Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
Durante la entrevista que mantuvimos acto seguido, los frentes señalaron un curioso desplazamiento: ahora era Hitler el que no quería renunciar a mi colaboración. Cuando le propuse que una parte delas competencias que yo había tenido hasta la fecha fueran traspasadas a Dorsch, Hitler se negó:
—No voy a separar estos ámbitos de ninguna manera. Tampoco tengo a nadie a quien pueda encomendar la construcción. Por desgracia, el doctor Todt está muerto, y usted sabe, señor Speer, lo que esta actividad significa para mí. ¡Compréndalo! Además, me declaro conforme de antemano con todas las medidas que usted considere convenientes en este campo.
Con estas palabras se contradecía a sí mismo, pues sólo unos días antes había decidido, también en presencia de Himmler y Göring, nombrar a Dorsch para este cometido. De forma completamente arbitraria, como siempre, pasaba por alto su reciente declaración y, en el fondo, también los sentimientos de Dorsch: la arbitrariedad de sus opiniones era un signo harto elocuente del profundo desprecio que sentía por el género humano. Todo me permitía suponer que tampoco aquel cambio de actitud sería muy duradero, por lo que le repuse que había que adoptar una decisión a largo plazo.
Una vez concluida la entrevista, Hitler me acompañó de nuevo hasta el guardarropa, volvió a coger la gorra y los guantes y se dispuso a acompañarme hasta la salida. Como esto me pareció un exceso de formalismo, le dije en el tono despreocupado propio de su entorno íntimo que todavía tenía una cita con Von Below, su asistente de la Luftwaffe, en el piso superior. Por la noche participé en la tertulia, rodeado como antaño por Hitler, EvaBraun y los miembros de su corte. La conversación transcurrió con indiferencia y Bormann propuso poner unos discos. Se comenzó con un aria de Wagner para pasar muy pronto a “El murciélago”.
Después de tanto ir y venir, después de las tensiones e inquietudes de los últimos tiempos, aquella noche me sentí satisfecho: todas las dificultades y conflictos parecían orillados. La inseguridad de las últimas semanas me había afectado profundamente. Yo no podía trabajar sin sentirme apreciado y reconocido, y ahora podía considerarme el vencedor en una lucha por el poder que Göring, Himmler y Bormann habían dirigido contra mí. Sin duda estarían muy decepcionados, pues seguro que habían creído que ya estaba en la cuneta. Ya en aquel tiempo me pregunté si Hitler no se habría dado cuenta del juego que los tres se traían entre manos y en el que se había dejado enredar de una forma inadmisible.
Continuará.
—No voy a separar estos ámbitos de ninguna manera. Tampoco tengo a nadie a quien pueda encomendar la construcción. Por desgracia, el doctor Todt está muerto, y usted sabe, señor Speer, lo que esta actividad significa para mí. ¡Compréndalo! Además, me declaro conforme de antemano con todas las medidas que usted considere convenientes en este campo.
Con estas palabras se contradecía a sí mismo, pues sólo unos días antes había decidido, también en presencia de Himmler y Göring, nombrar a Dorsch para este cometido. De forma completamente arbitraria, como siempre, pasaba por alto su reciente declaración y, en el fondo, también los sentimientos de Dorsch: la arbitrariedad de sus opiniones era un signo harto elocuente del profundo desprecio que sentía por el género humano. Todo me permitía suponer que tampoco aquel cambio de actitud sería muy duradero, por lo que le repuse que había que adoptar una decisión a largo plazo.
Una vez concluida la entrevista, Hitler me acompañó de nuevo hasta el guardarropa, volvió a coger la gorra y los guantes y se dispuso a acompañarme hasta la salida. Como esto me pareció un exceso de formalismo, le dije en el tono despreocupado propio de su entorno íntimo que todavía tenía una cita con Von Below, su asistente de la Luftwaffe, en el piso superior. Por la noche participé en la tertulia, rodeado como antaño por Hitler, EvaBraun y los miembros de su corte. La conversación transcurrió con indiferencia y Bormann propuso poner unos discos. Se comenzó con un aria de Wagner para pasar muy pronto a “El murciélago”.
Después de tanto ir y venir, después de las tensiones e inquietudes de los últimos tiempos, aquella noche me sentí satisfecho: todas las dificultades y conflictos parecían orillados. La inseguridad de las últimas semanas me había afectado profundamente. Yo no podía trabajar sin sentirme apreciado y reconocido, y ahora podía considerarme el vencedor en una lucha por el poder que Göring, Himmler y Bormann habían dirigido contra mí. Sin duda estarían muy decepcionados, pues seguro que habían creído que ya estaba en la cuneta. Ya en aquel tiempo me pregunté si Hitler no se habría dado cuenta del juego que los tres se traían entre manos y en el que se había dejado enredar de una forma inadmisible.
Continuará.
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Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
Al analizar la complejidad de los motivos que me llevaron a regresar de forma tan sorprendente al círculo íntimo de Hitler, me parece que fue sin duda una razón importante el deseo de seguir conservando mi posición de poder. Si bien es verdad que no hacía más que participar en el poder de Hitler, extremo sobre el que seguramente no llegué a engañarme nunca, siempre me pareció apetecible que, estando a su lado, también recayera sobre mí algo de su popularidad, de su esplendor, de su grandeza. Hasta 1942 cuando tan sólo era el arquitecto del Reich, seguí pensando que mi vocación de arquitecto me permitía gozar de una conciencia de mí mismo independiente de Hitler. Pero a partir de la primavera de 1942 en que asumí como “Ministro de armamento”, el afán de ejercer un poder puro, de efectuar nombramientos, de decidir sobre cuestiones importantes, de disponer de miles de millones, finalmente había conseguido sobornarme y embriagarme. A pesar de que había estado dispuesto a dimitir, me habría costado renunciar a los estimulantes que proporciona la embriaguez del mando. Por otra parte, los reparos que la reciente evolución de los acontecimientos habían suscitado en mí fueron borrados de mi conciencia por el llamamiento de la industria, así como por la sugestión inalterablemente fuerte que podía ejercer Hitler. Aunque nuestra relación había experimentado un salto y mi lealtad se hallaba debilitada y nunca volvería a ser lo que había sido, cosa de la que me estaba dando cuenta, por lo pronto había regresado al círculo íntimo de Hitler y me sentía satisfecho.
Parecía una victoria. Pero yo ya había aprendido que las victorias no contaban mucho. Al día siguiente todo podía ser distinto.
Informé a Göring de la nueva situación con frialdad. Ni siquiera lo tuve en cuenta cuando me decidí a nombrar a Dorsch mi representante en el campo de la construcción en el Plan Cuatrienal; pues, tal como le escribí no sin cierto tono sarcástico, «al hacerlo así supuse que usted, dada la confianza que tiene en el director general señor Dorsch, estaría plenamente de acuerdo». Göring contestó con pocas palabras y de mala gana:
- «Estoy de acuerdo en todo. Ya he sometido a Dorsch todo el sector de la construcción de laLuftwaffe.»
Himmler no mostró ninguna reacción; en tales circunstancias era escurridizo como un pez. Sin embargo, en lo que se refiere a Bormann, el viento comenzó a soplar visiblemente a mi favor por primera vez en dos años; enseguida se dio cuenta de que yo había salido reforzado de la conspiración y de que todas sus laboriosas intrigas de los últimos meses habían fracasado. No tenía el valor ni el poder suficientes para, dejándose llevar por su rencor hacia mí, no tener en cuenta el nuevo giro de los acontecimientos. Yo lo trataba con una indiferencia ostensible; en la primera ocasión que tuvo, durante uno de los paseos en grupo hacia la casa de té y con una cordialidad exagerada, me aseguró queél no había participado en las maquinaciones urdidas contra mí. A lo mejor decía laverdad, aunque me resultaba difícil creerlo; en cualquier caso, al decirme aquello no hacía sino reconocer que habían existido maquinaciones en mi contra.
Poco después nos invitó a Lammers y a mí a su casa del Obersalzberg, amueblada de un modo impersonal. Sin que viniera a cuento y de forma bastante forzada, nos incitó a beber y hacia la medianoche sugirió que nos tuteáramos en señal de confianza. Al día siguiente restablecí las distancias, pero Lammers quedó atrapado en el tuteo, lo que no impidió a Bormann arrinconarlo muy pronto sin mayores miramientos, mientras que aceptaba mi desplante sin reacción aparente y con gran cordialidad, pues se daba cuenta de que seguía gozando del favor de Hitler.
Continuará.
Parecía una victoria. Pero yo ya había aprendido que las victorias no contaban mucho. Al día siguiente todo podía ser distinto.
Informé a Göring de la nueva situación con frialdad. Ni siquiera lo tuve en cuenta cuando me decidí a nombrar a Dorsch mi representante en el campo de la construcción en el Plan Cuatrienal; pues, tal como le escribí no sin cierto tono sarcástico, «al hacerlo así supuse que usted, dada la confianza que tiene en el director general señor Dorsch, estaría plenamente de acuerdo». Göring contestó con pocas palabras y de mala gana:
- «Estoy de acuerdo en todo. Ya he sometido a Dorsch todo el sector de la construcción de laLuftwaffe.»
Himmler no mostró ninguna reacción; en tales circunstancias era escurridizo como un pez. Sin embargo, en lo que se refiere a Bormann, el viento comenzó a soplar visiblemente a mi favor por primera vez en dos años; enseguida se dio cuenta de que yo había salido reforzado de la conspiración y de que todas sus laboriosas intrigas de los últimos meses habían fracasado. No tenía el valor ni el poder suficientes para, dejándose llevar por su rencor hacia mí, no tener en cuenta el nuevo giro de los acontecimientos. Yo lo trataba con una indiferencia ostensible; en la primera ocasión que tuvo, durante uno de los paseos en grupo hacia la casa de té y con una cordialidad exagerada, me aseguró queél no había participado en las maquinaciones urdidas contra mí. A lo mejor decía laverdad, aunque me resultaba difícil creerlo; en cualquier caso, al decirme aquello no hacía sino reconocer que habían existido maquinaciones en mi contra.
Poco después nos invitó a Lammers y a mí a su casa del Obersalzberg, amueblada de un modo impersonal. Sin que viniera a cuento y de forma bastante forzada, nos incitó a beber y hacia la medianoche sugirió que nos tuteáramos en señal de confianza. Al día siguiente restablecí las distancias, pero Lammers quedó atrapado en el tuteo, lo que no impidió a Bormann arrinconarlo muy pronto sin mayores miramientos, mientras que aceptaba mi desplante sin reacción aparente y con gran cordialidad, pues se daba cuenta de que seguía gozando del favor de Hitler.
Continuará.
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Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
A mediados de mayo de 1944, durante una visita a los astilleros de Hamburgo, el jefe regional Kaufmann me dijo en confianza que, a pesar del medio año transcurrido, seguía sin aplacarse el disgusto que les había causado aquel discurso mío. Casi todos los jefes regionales estaban en mi contra y Bormann apoyaba y animaba esta actitud.
Kaufmann me previno contra el peligro que esto suponía. Aquella advertencia me pareció lo bastante grave para llamar la atención de Hitler al respecto en mi siguiente conversación con él. Me había distinguido de nuevo con un pequeño gesto y por primera vez me invitó a visitarlo en su despacho del primer piso del Berghof, donde acostumbraba mantener entrevistas personales o muy confidenciales. Entono quedo, casi como si yo fuera su amigo íntimo, me aconsejó que evitara hacer nada que pudiera soliviantar a los jefes regionales y ponerlos en mi contra, y añadió que no debía subestimar nunca el poder de los jefes regionales, pues ello podía perjudicarme en un futuro inmediato. Me dijo que ya sabía que la mayoría de ellos tenían un carácter difícil y que muchos eran unos auténticos matones, más bien rudos, pero muy leales.
Había que aceptarlos como eran. La postura de Hitler me dio a entender que de ningún modo estaba dispuesto a dejar que Bormann dictara su conducta hacia mí:
—Es verdad que me han llegado quejas, pero, por lo que a mí respecta, el asunto está resuelto.
Estas palabras dejaban claro que esta parte de la ofensiva de Bormann también había fracasado.
Hitler parecía preso de sentimientos encontrados cuando dicho esto me comunicó, casi como si me pidiera comprensión por no distinguirme con un honor equivalente, que pensaba conceder a Himmler la máxima condecoración del Reich. El Reichsführer-SS había hecho unos méritos muy especiales, añadió como disculpándose. (En mi Historia Alternativa, yo me encargo de fusilar a Himmler, Bormann y Göring)
Le respondí de buen humor que esperaba que después de la guerra me fuera concedida, por mis méritos arquitectónicos, la no menos valiosa condecoración del Arte y la Ciencia. Desde luego, Hitler no había estado seguro de mi reacción ante aquella muestra de preferencia hacia Himmler.
Aquel día me intranquilizaba más que Bormann pudiera presentar a Hitler, con unas cuantas observaciones bien enfocadas, un artículo aparecido en el Observer inglés del 9de abril de 1944 en el que se me calificaba de cuerpo extraño en el doctrinario engranaje del Partido. Con el fin de adelantarme, entregué a Hitler una traducción de este artículo haciendo a la vez unas cuantas observaciones jocosas. Hitler se caló las gafas con cierta torpeza y comenzó a leer:
«Speer es hoy, en cierto modo, más importante para Alemania que Hitler, Himmler, Göring, Goebbels o los generales. En realidad, todos ellos no son sino colaboradores de este hombre, que es quien realmente dirige la gigantesca máquina bélica y saca de ella el máximo rendimiento. Vemos en él la precisa materialización de larevolución del ejecutivo. Speer no es uno de esos nazis extravagantes y pintorescos. De hecho ni siquiera se sabe si tiene opiniones políticas. Se habría podido adscribir a cualquier otro Partido político, si hacerlo le hubiera servido para conseguir trabajo y una carrera. Es un prototipo destacado del hombre medio, triunfador, bien vestido, cortés, incorruptible. Su estilo de vida, con esposa y seis hijos, es característico de la clase media. Speer se asemeja a algo típicamente nacionalsocialista o típicamente alemán muchísimo menos que cualquier otro líder alemán. Más bien simboliza un tipo de hombre que se está volviendo cada día más importante en todos los Estados que participan en la guerra: el técnico puro, el hombre brillante que no proviene de una clase social ni tiene antepasados gloriosos y cuyo único objetivo es abrirse camino en el mundo gracias a sus facultades como técnico y organizador. Precisamente su falta de lastre psicológico y anímico y la desenvoltura con que maneja la temible maquinaria técnica y organizativa de nuestro tiempo hace que esta tipología insignificante llegue tan lejos en nuestros días. Este es su tiempo. Puede que nos deshagamos de los Hitler y de los Himmler, pero los Speer, sea lo que fuere lo que pueda pasarle a este en particular, seguirán mucho tiempo entre nosotros.» (INCREIBLE. Hasta los ingleses alababan el trabajo titánico de Speer).
Hitler leyó el comentario con toda calma, dobló la hoja y me la devolvió sin despegar los labios, pero con mucho respeto. A pesar de todo, en las semanas y los meses que siguieron se fue haciendo cada vez más evidente para mí la distancia que se había creado entre Hitler y yo, que no dejaba de aumentar. Nada hay más difícil que restablecer una autoridad que ha sido puesta en tela de juicio. Ahora, tras haberle ofrecido resistencia por primera vez, mi forma de pensar y actuar se había hecho más independiente de Hitler, quien, en vez de mostrarse colérico ante mi rebeldía, había reaccionado más bien como un hombre desamparado, con gestos que expresaban un favor especial, y, finalmente, había llegado incluso a renunciar a sus intenciones, a pesar de habérselas anunciado a Himmler, Göring y Bormann. Aunque yo también hubiera tenido que ceder, eso no desvirtuaba la experiencia de que, si me oponía a él con decisión, también a Hitler podía imponerle proyectos difíciles.
De todos modos, nada de todo aquello consiguió que se me crearan más que unas primeras dudas sobre el carácter del régimen, cuestionable desde su misma base. Lo queme escandalizaba era que los jerarcas continuaran sin mostrarse dispuestos en absoluto a someterse a las mismas privaciones que esperaban que aceptara la nación; que continuaran disponiendo de las vidas de los demás sin consideración alguna; que siguieran demostrando su degradación moral y entregándose a sus banales intrigas. Es posible que todo esto influyera en mi lento distanciamiento. Poco a poco, todavía vacilante, comencé a despedirme de la vida que había llevado, de las tareas y vínculos anteriores, así como de la irreflexión que me había conducido hasta allí. (Acá me parece que Speer nos miente e intenta lavarse las manos o despegarse del nazismo.)
El siguiente Capítulo trata sobre el atentado a Hitler.
Saludos.
Kaufmann me previno contra el peligro que esto suponía. Aquella advertencia me pareció lo bastante grave para llamar la atención de Hitler al respecto en mi siguiente conversación con él. Me había distinguido de nuevo con un pequeño gesto y por primera vez me invitó a visitarlo en su despacho del primer piso del Berghof, donde acostumbraba mantener entrevistas personales o muy confidenciales. Entono quedo, casi como si yo fuera su amigo íntimo, me aconsejó que evitara hacer nada que pudiera soliviantar a los jefes regionales y ponerlos en mi contra, y añadió que no debía subestimar nunca el poder de los jefes regionales, pues ello podía perjudicarme en un futuro inmediato. Me dijo que ya sabía que la mayoría de ellos tenían un carácter difícil y que muchos eran unos auténticos matones, más bien rudos, pero muy leales.
Había que aceptarlos como eran. La postura de Hitler me dio a entender que de ningún modo estaba dispuesto a dejar que Bormann dictara su conducta hacia mí:
—Es verdad que me han llegado quejas, pero, por lo que a mí respecta, el asunto está resuelto.
Estas palabras dejaban claro que esta parte de la ofensiva de Bormann también había fracasado.
Hitler parecía preso de sentimientos encontrados cuando dicho esto me comunicó, casi como si me pidiera comprensión por no distinguirme con un honor equivalente, que pensaba conceder a Himmler la máxima condecoración del Reich. El Reichsführer-SS había hecho unos méritos muy especiales, añadió como disculpándose. (En mi Historia Alternativa, yo me encargo de fusilar a Himmler, Bormann y Göring)
Le respondí de buen humor que esperaba que después de la guerra me fuera concedida, por mis méritos arquitectónicos, la no menos valiosa condecoración del Arte y la Ciencia. Desde luego, Hitler no había estado seguro de mi reacción ante aquella muestra de preferencia hacia Himmler.
Aquel día me intranquilizaba más que Bormann pudiera presentar a Hitler, con unas cuantas observaciones bien enfocadas, un artículo aparecido en el Observer inglés del 9de abril de 1944 en el que se me calificaba de cuerpo extraño en el doctrinario engranaje del Partido. Con el fin de adelantarme, entregué a Hitler una traducción de este artículo haciendo a la vez unas cuantas observaciones jocosas. Hitler se caló las gafas con cierta torpeza y comenzó a leer:
«Speer es hoy, en cierto modo, más importante para Alemania que Hitler, Himmler, Göring, Goebbels o los generales. En realidad, todos ellos no son sino colaboradores de este hombre, que es quien realmente dirige la gigantesca máquina bélica y saca de ella el máximo rendimiento. Vemos en él la precisa materialización de larevolución del ejecutivo. Speer no es uno de esos nazis extravagantes y pintorescos. De hecho ni siquiera se sabe si tiene opiniones políticas. Se habría podido adscribir a cualquier otro Partido político, si hacerlo le hubiera servido para conseguir trabajo y una carrera. Es un prototipo destacado del hombre medio, triunfador, bien vestido, cortés, incorruptible. Su estilo de vida, con esposa y seis hijos, es característico de la clase media. Speer se asemeja a algo típicamente nacionalsocialista o típicamente alemán muchísimo menos que cualquier otro líder alemán. Más bien simboliza un tipo de hombre que se está volviendo cada día más importante en todos los Estados que participan en la guerra: el técnico puro, el hombre brillante que no proviene de una clase social ni tiene antepasados gloriosos y cuyo único objetivo es abrirse camino en el mundo gracias a sus facultades como técnico y organizador. Precisamente su falta de lastre psicológico y anímico y la desenvoltura con que maneja la temible maquinaria técnica y organizativa de nuestro tiempo hace que esta tipología insignificante llegue tan lejos en nuestros días. Este es su tiempo. Puede que nos deshagamos de los Hitler y de los Himmler, pero los Speer, sea lo que fuere lo que pueda pasarle a este en particular, seguirán mucho tiempo entre nosotros.» (INCREIBLE. Hasta los ingleses alababan el trabajo titánico de Speer).
Hitler leyó el comentario con toda calma, dobló la hoja y me la devolvió sin despegar los labios, pero con mucho respeto. A pesar de todo, en las semanas y los meses que siguieron se fue haciendo cada vez más evidente para mí la distancia que se había creado entre Hitler y yo, que no dejaba de aumentar. Nada hay más difícil que restablecer una autoridad que ha sido puesta en tela de juicio. Ahora, tras haberle ofrecido resistencia por primera vez, mi forma de pensar y actuar se había hecho más independiente de Hitler, quien, en vez de mostrarse colérico ante mi rebeldía, había reaccionado más bien como un hombre desamparado, con gestos que expresaban un favor especial, y, finalmente, había llegado incluso a renunciar a sus intenciones, a pesar de habérselas anunciado a Himmler, Göring y Bormann. Aunque yo también hubiera tenido que ceder, eso no desvirtuaba la experiencia de que, si me oponía a él con decisión, también a Hitler podía imponerle proyectos difíciles.
De todos modos, nada de todo aquello consiguió que se me crearan más que unas primeras dudas sobre el carácter del régimen, cuestionable desde su misma base. Lo queme escandalizaba era que los jerarcas continuaran sin mostrarse dispuestos en absoluto a someterse a las mismas privaciones que esperaban que aceptara la nación; que continuaran disponiendo de las vidas de los demás sin consideración alguna; que siguieran demostrando su degradación moral y entregándose a sus banales intrigas. Es posible que todo esto influyera en mi lento distanciamiento. Poco a poco, todavía vacilante, comencé a despedirme de la vida que había llevado, de las tareas y vínculos anteriores, así como de la irreflexión que me había conducido hasta allí. (Acá me parece que Speer nos miente e intenta lavarse las manos o despegarse del nazismo.)
El siguiente Capítulo trata sobre el atentado a Hitler.
Saludos.
- Lucas de Escola
- Capitán
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Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
Lo cierto es, que el artículo que aparece en The Observer sobre Speer se ajusta bastante a lo que se consideró desde todos los gabinetes aliados sobre la personalidad del nuevo Ministro de Armamento y Municionamiento. Como es de esperar, la figura del nuevo hombre importante de Alemania, como con la de tantos otros, fue estudiada y analizada en profundidad por todos los servicios de inteligencia. Y las conclusiones son muy similares a lo que aparece en el artículo: Speer no era un jefazo nazi al uso, no era un Bormann o un Himmler; era más bien un buscavidas, alejado de fanatismos, que creyó conveniente arrimarse al Sol que más calienta en unos tiempos convulsos. Puede, incluso, que no fuese un nazi, es decir, alguien que en la intimidad reconociese valor alguno a las tesis nazionalsocialistas. Pero, demostró ser absolutamente insensible a cualquier aspecto que no fuese su propio provecho y desarrollo personal y profesional. Tal vez, por eso se le consideraba tan peligroso en aquellos análisis. Puede que, incluso, se elaborase un plan sobre el papel para matarle y desposeer así al nazismo de un hombre verdaderamente eficiente. Estos mismos razonamientos fueron esgrimidos por su defensa durante los Juicios de Nuremberg.
Yo creo, más bien, que Speer se lamenta y arrepiente de sus pasos dados hasta el momento; un grave error, no de la nación o del régimen, sino pensando en sí mismo y su futuro. Es de suponer que no era ignorante de la situación real de Alemania y de sus escasas posibilidades de ganar la guerra. Puede que por entonces, cuando pensaba en esto, ya comenzase a planificar, consciente o inconscientemente, cómo iba a defenderse tras la derrota. Y, desde luego, todo pasaba por entregarse a los británicos y norteamericanos; nada de hacerlo ante los soviéticos.
Acá me parece que Speer nos miente e intenta lavarse las manos o despegarse del nazismo
Yo creo, más bien, que Speer se lamenta y arrepiente de sus pasos dados hasta el momento; un grave error, no de la nación o del régimen, sino pensando en sí mismo y su futuro. Es de suponer que no era ignorante de la situación real de Alemania y de sus escasas posibilidades de ganar la guerra. Puede que por entonces, cuando pensaba en esto, ya comenzase a planificar, consciente o inconscientemente, cómo iba a defenderse tras la derrota. Y, desde luego, todo pasaba por entregarse a los británicos y norteamericanos; nada de hacerlo ante los soviéticos.
Un plan que no puede modificarse, no es un buen plan.
- Malcomn
- General de Brigada
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- Registrado: 11 Ago 2008, 20:45
Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
Tened en cuenta que las memorias las escribe después de su condena, durante su periodo de cárcel. Esto complica mucho saber cuanto de verdad hay en los arrepentimientos y deseos que expresa.
Saludos.
Saludos.
-
- General de Brigada
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Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
Antes que nada, FELIZ 2014 estimado Lucas!!. Paz, Salud y Prosperidad para ti y tu familia.
Coincido con que Speer no fue un nazi típico. que era fanático, obtuso, antisemita, tosco, previsible, poco culto, perteneciente a la clase baja alemana, sino que era un burgués de una familia acaudalada, culto y de gustos refinados- Sus padres no simpatizaban con el nazismo. Pero no creo que haya sido un oportunista que se valió del nazismo para enriquecerse y que se acercó al solcito que más calentaba.
Si uno lee en sus memorias o en documentos históricos la forma en que se involucró con el gobierno de Hitler, fue más bien casual. Es más, se afilió al NSDAP mucho tiempo después.
Yo lo veo como un arquitecto brillante, como una persona inteligente y capaz, y como un administrador talentoso en el manejo de los recursos humanos y materiales.
Yo lo veo como el hombre indicado en el momento justo. Pero eso no le quita de modo alguno responsabilidad, ni lo exime de culpa; al contrario, agrava su situación ya que fue funcional al nazismo y colaboró con su apogeo. Él fue culpable de la muerte de millones de trabajadores esclavos.
Es una paradoja y hasta una injusticia que Sauckel haya sido ahorcado y Speer no.
Y se salvó por lo que tú dijiste estimado Lucas, porque fue un seductor que con sus modales refinados y su buen inglés manipuló al jurado con sus verdades a medias.
Totalmente de acuerdo, por eso insisto que debió haber sido ahorcado. No le creo a Speer cuando nos dice que él no sabía nada del Holocausto.
Una vez más coincido 100%. Toda su defensa fue una farsa y una puesta en escena, que la ejecutó en forma consciente para manipular al jurado.
Se MERECÍA MORIR EN LA HORCA.
En la película que se hizo sobre Speer eso que yo digo queda expuesto, ya que lo desenmascara demostrando que él sabía sobre el Holocausto y sobre las condiciones infrahumanas del trabajo esclavo.
Expongo una vez más los links de los 4 capítulos de la película. Vale la pena que vean las 6 horas porque es MUY INTERESANTE e ilustrativo.
Capítulo1: EL ENGAÑO: http://www.youtube.com/watch?v=9gOX5kazgeY
Capítulo 2 EL PROCESO: http://www.youtube.com/watch?v=0ZLXjnhluiA
Capítulo 3:SPANDAU-LA CONDENA: http://www.youtube.com/watch?v=UUqME3Pu-oo
Capítulo 4: EPÍLOGO: http://www.youtube.com/watch?v=LIZhtD7UCM8
Saludos y FELICIDADES.
Lucas de Escola escribió:Lo cierto es, que el artículo que aparece en The Observer sobre Speer se ajusta bastante a lo que se consideró desde todos los gabinetes aliados sobre la personalidad del nuevo Ministro de Armamento y Municionamiento. Como es de esperar, la figura del nuevo hombre importante de Alemania, como con la de tantos otros, fue estudiada y analizada en profundidad por todos los servicios de inteligencia. Y las conclusiones son muy similares a lo que aparece en el artículo: Speer no era un jefazo nazi al uso, no era un Bormann o un Himmler; era más bien un buscavidas, alejado de fanatismos, que creyó conveniente arrimarse al Sol que más calienta en unos tiempos convulsos.
Coincido con que Speer no fue un nazi típico. que era fanático, obtuso, antisemita, tosco, previsible, poco culto, perteneciente a la clase baja alemana, sino que era un burgués de una familia acaudalada, culto y de gustos refinados- Sus padres no simpatizaban con el nazismo. Pero no creo que haya sido un oportunista que se valió del nazismo para enriquecerse y que se acercó al solcito que más calentaba.
Si uno lee en sus memorias o en documentos históricos la forma en que se involucró con el gobierno de Hitler, fue más bien casual. Es más, se afilió al NSDAP mucho tiempo después.
Yo lo veo como un arquitecto brillante, como una persona inteligente y capaz, y como un administrador talentoso en el manejo de los recursos humanos y materiales.
Yo lo veo como el hombre indicado en el momento justo. Pero eso no le quita de modo alguno responsabilidad, ni lo exime de culpa; al contrario, agrava su situación ya que fue funcional al nazismo y colaboró con su apogeo. Él fue culpable de la muerte de millones de trabajadores esclavos.
Es una paradoja y hasta una injusticia que Sauckel haya sido ahorcado y Speer no.
Y se salvó por lo que tú dijiste estimado Lucas, porque fue un seductor que con sus modales refinados y su buen inglés manipuló al jurado con sus verdades a medias.
Puede, incluso, que no fuese un nazi, es decir, alguien que en la intimidad reconociese valor alguno a las tesis nazionalsocialistas. Pero, demostró ser absolutamente insensible a cualquier aspecto que no fuese su propio provecho y desarrollo personal y profesional. Tal vez, por eso se le consideraba tan peligroso en aquellos análisis. Puede que, incluso, se elaborase un plan sobre el papel para matarle y desposeer así al nazismo de un hombre verdaderamente eficiente. Estos mismos razonamientos fueron esgrimidos por su defensa durante los Juicios de Nuremberg.
Totalmente de acuerdo, por eso insisto que debió haber sido ahorcado. No le creo a Speer cuando nos dice que él no sabía nada del Holocausto.
Lucas de Escola escribió:
Yo creo, más bien, que Speer se lamenta y arrepiente de sus pasos dados hasta el momento; un grave error, no de la nación o del régimen, sino pensando en sí mismo y su futuro. Es de suponer que no era ignorante de la situación real de Alemania y de sus escasas posibilidades de ganar la guerra. Puede que por entonces, cuando pensaba en esto, ya comenzase a planificar, consciente o inconscientemente, cómo iba a defenderse tras la derrota. Y, desde luego, todo pasaba por entregarse a los británicos y norteamericanos; nada de hacerlo ante los soviéticos.
Una vez más coincido 100%. Toda su defensa fue una farsa y una puesta en escena, que la ejecutó en forma consciente para manipular al jurado.
Se MERECÍA MORIR EN LA HORCA.
En la película que se hizo sobre Speer eso que yo digo queda expuesto, ya que lo desenmascara demostrando que él sabía sobre el Holocausto y sobre las condiciones infrahumanas del trabajo esclavo.
Expongo una vez más los links de los 4 capítulos de la película. Vale la pena que vean las 6 horas porque es MUY INTERESANTE e ilustrativo.
Capítulo1: EL ENGAÑO: http://www.youtube.com/watch?v=9gOX5kazgeY
Capítulo 2 EL PROCESO: http://www.youtube.com/watch?v=0ZLXjnhluiA
Capítulo 3:SPANDAU-LA CONDENA: http://www.youtube.com/watch?v=UUqME3Pu-oo
Capítulo 4: EPÍLOGO: http://www.youtube.com/watch?v=LIZhtD7UCM8
Saludos y FELICIDADES.
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Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
Antes que nada, FELIZ 2014 estimado Malcomn!!. Paz, Salud y Prosperidad para ti y tu familia.
Por supuesto. Toda Memoria es una visión parcial y subjetiva. Y encima sobre un tema tan delicado como todo lo referido al nazismo y la WWII. Jamás Speer iba a reconocer que sabía sobre el Holocausto porque eso lo condenaría a la horca. Entonces qué hizo como astuta estrategia defensiva??: Negó el conocimiento del Holocausto, pero sobreactuó un poco de culpa y sentirse compungido y avergonzado de semejante asesinatos en masa y violaciones de lesa humanidad.
Pero yo no le creo nada. Si yo hubiera sido jurado, lo hubiera condenado a la horca.
Mientras Göring, o Franck o Rosemberg o Sauckel no demostraron arrepentimiento, Speer sí. Esa astucia defensiva marcó la delgada línea que lo salvó de la nuerte.
En la película que se hizo sobre Speer eso que yo digo queda expuesto, ya que lo desenmascara demostrando que él sabía sobre el Holocausto y sobre las condiciones infrahumanas del trabajo esclavo.
Expongo una vez más los links de los 4 capítulos de la película. Vale la pena que vean las 6 horas porque es MUY INTERESANTE e ilustrativo.
Capítulo1: EL ENGAÑO: http://www.youtube.com/watch?v=9gOX5kazgeY
Capítulo 2 EL PROCESO: http://www.youtube.com/watch?v=0ZLXjnhluiA
Capítulo 3:SPANDAU-LA CONDENA: http://www.youtube.com/watch?v=UUqME3Pu-oo
Capítulo 4: EPÍLOGO: http://www.youtube.com/watch?v=LIZhtD7UCM8
Saludos y FELICIDADES.
Malcomn escribió:Tened en cuenta que las memorias las escribe después de su condena, durante su periodo de cárcel. Esto complica mucho saber cuanto de verdad hay en los arrepentimientos y deseos que expresa.
Saludos.
Por supuesto. Toda Memoria es una visión parcial y subjetiva. Y encima sobre un tema tan delicado como todo lo referido al nazismo y la WWII. Jamás Speer iba a reconocer que sabía sobre el Holocausto porque eso lo condenaría a la horca. Entonces qué hizo como astuta estrategia defensiva??: Negó el conocimiento del Holocausto, pero sobreactuó un poco de culpa y sentirse compungido y avergonzado de semejante asesinatos en masa y violaciones de lesa humanidad.
Pero yo no le creo nada. Si yo hubiera sido jurado, lo hubiera condenado a la horca.
Mientras Göring, o Franck o Rosemberg o Sauckel no demostraron arrepentimiento, Speer sí. Esa astucia defensiva marcó la delgada línea que lo salvó de la nuerte.
En la película que se hizo sobre Speer eso que yo digo queda expuesto, ya que lo desenmascara demostrando que él sabía sobre el Holocausto y sobre las condiciones infrahumanas del trabajo esclavo.
Expongo una vez más los links de los 4 capítulos de la película. Vale la pena que vean las 6 horas porque es MUY INTERESANTE e ilustrativo.
Capítulo1: EL ENGAÑO: http://www.youtube.com/watch?v=9gOX5kazgeY
Capítulo 2 EL PROCESO: http://www.youtube.com/watch?v=0ZLXjnhluiA
Capítulo 3:SPANDAU-LA CONDENA: http://www.youtube.com/watch?v=UUqME3Pu-oo
Capítulo 4: EPÍLOGO: http://www.youtube.com/watch?v=LIZhtD7UCM8
Saludos y FELICIDADES.
Última edición por Super Mario el 01 Ene 2014, 22:01, editado 1 vez en total.
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Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
En último Post del año pasado, había dicho que iba a abrir el capítulo sobre el ATENTADO CONTRA HITLER.
Pero en virtud de los aportes de Lucas de Escola y Malcomn, me parece pertinente desarrollar lo que yo llamo ACTITUDES MISERABLES de Albert Speer.
ACTITUDES MISERABLES de ALBERT SPEER
El 10 de noviembre de 1938, al dirigirme a mi despacho, tuve que pasar ante las ruinas, todavía humeantes, de la sinagoga de Berlín. Era este el cuarto de los graves acontecimientos que marcaron el carácter del último año anterior a la guerra. Este recuerdo óptico constituye hoy en día una de las experiencias más deprimentes de mi vida, pues lo que más me molestó entonces fue la contemplación del desorden que reinaba en la Fasanenstrasse: vigas carbonizadas, trozos de fachadas derruidas, paredes calcinadas… Anticipos de una imagen que se habría de adueñar de casi toda Europa durante la guerra. Pero lo que más me perturbó fue el nuevo despertar político de la «calle». Los cristales rotos de los escaparates herían, ante todo, mi sentido burgués del orden.
No me di cuenta entonces de que se había roto algo más que los cristales; de que aquella noche Hitler había cruzado por cuarta vez en un solo año el Rubicón y que había hecho irrevocable el destino de su Reich. ¿Percibí entonces, siquiera por un momento fugaz, que estaba comenzando algo que habría de concluir con la destrucción de un grupo de nuestro pueblo? ¿Que también cambiaría mi sustancia moral? No lo sé. (Speer lo sabía perfectamente, pero se hace el inocente.)
Me tomé más bien con indiferencia lo sucedido. Contribuyeron a ello algunas palabras de pesar de Hitler, quien aseguró que él no deseaba esos ataques. Casi parecía avergonzado. Goebbels insinuó más tarde, en la intimidad, que el iniciador de aquella triste y monstruosa noche había sido él mismo, y creo perfectamente posible que pusiera a un Hitler vacilante frente a los hechos consumados para imponerle la ley de la acción.
Siempre me ha sorprendido no recordar apenas las observaciones antisemitas de Hitler. Retrospectivamente puedo recomponer, partiendo de los elementos que conservo en la memoria, lo que entonces me llamaba la atención: la discrepancia respecto a la imagen que había querido forjarme de Hitler; la preocupación por su creciente decaimiento físico; la esperanza de que se suavizara la lucha contra la Iglesia; el anuncio de utópicas metas lejanas; toda clase de curiosidades… En aquel tiempo, el odio de Hitler hacia los judíos me parecía tan natural que no me impresionaba. (Speer es patético justificándose)
Continuará
Pero en virtud de los aportes de Lucas de Escola y Malcomn, me parece pertinente desarrollar lo que yo llamo ACTITUDES MISERABLES de Albert Speer.
ACTITUDES MISERABLES de ALBERT SPEER
El 10 de noviembre de 1938, al dirigirme a mi despacho, tuve que pasar ante las ruinas, todavía humeantes, de la sinagoga de Berlín. Era este el cuarto de los graves acontecimientos que marcaron el carácter del último año anterior a la guerra. Este recuerdo óptico constituye hoy en día una de las experiencias más deprimentes de mi vida, pues lo que más me molestó entonces fue la contemplación del desorden que reinaba en la Fasanenstrasse: vigas carbonizadas, trozos de fachadas derruidas, paredes calcinadas… Anticipos de una imagen que se habría de adueñar de casi toda Europa durante la guerra. Pero lo que más me perturbó fue el nuevo despertar político de la «calle». Los cristales rotos de los escaparates herían, ante todo, mi sentido burgués del orden.
No me di cuenta entonces de que se había roto algo más que los cristales; de que aquella noche Hitler había cruzado por cuarta vez en un solo año el Rubicón y que había hecho irrevocable el destino de su Reich. ¿Percibí entonces, siquiera por un momento fugaz, que estaba comenzando algo que habría de concluir con la destrucción de un grupo de nuestro pueblo? ¿Que también cambiaría mi sustancia moral? No lo sé. (Speer lo sabía perfectamente, pero se hace el inocente.)
Me tomé más bien con indiferencia lo sucedido. Contribuyeron a ello algunas palabras de pesar de Hitler, quien aseguró que él no deseaba esos ataques. Casi parecía avergonzado. Goebbels insinuó más tarde, en la intimidad, que el iniciador de aquella triste y monstruosa noche había sido él mismo, y creo perfectamente posible que pusiera a un Hitler vacilante frente a los hechos consumados para imponerle la ley de la acción.
Siempre me ha sorprendido no recordar apenas las observaciones antisemitas de Hitler. Retrospectivamente puedo recomponer, partiendo de los elementos que conservo en la memoria, lo que entonces me llamaba la atención: la discrepancia respecto a la imagen que había querido forjarme de Hitler; la preocupación por su creciente decaimiento físico; la esperanza de que se suavizara la lucha contra la Iglesia; el anuncio de utópicas metas lejanas; toda clase de curiosidades… En aquel tiempo, el odio de Hitler hacia los judíos me parecía tan natural que no me impresionaba. (Speer es patético justificándose)
Continuará
Última edición por Super Mario el 01 Ene 2014, 21:46, editado 1 vez en total.
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Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
Yo sentía que era el arquitecto de Hitler. Los acontecimientos políticos no eran de mi incumbencia. Me limitaba a darles un escenario imponente. Hitler me reafirmaba a diario en esta forma de ver las cosas al invitarme a discutir únicamente sobre arquitectura; además, mi intromisión en cuestiones políticas se habría achacado a la presunción de un advenedizo. Me sentí y me vi dispensado de cualquier toma de posición. Además, la educación nacionalsocialista pretendía la compartimentación del pensamiento; se esperaba de mí que me limitara a la arquitectura.
En qué grotesca medida me aferré a esta ilusión lo demuestra mi informe a Hitler de 1944: «La misión que debo cumplir es apolítica. Me he sentido a gusto en mi trabajo cuando tanto este como yo mismo han sido considerados y valorados solo desde un punto de vista profesional».
Sin embargo, la distinción carecía, en el fondo, de importancia. Hoy me parece que habla de mi esfuerzo por mantener alejada de mi imagen idealizada de Hitler la habitual puesta en práctica de las consignas antisemitas que aparecían en las pancartas que colgaban a la entrada de las poblaciones y que constituían el tema de las tertulias del té. Pues, naturalmente, en realidad no tenía la menor importancia quién había movilizado a la plebe y la había lanzado contra las sinagogas y las tiendas judías, ni si la acción se había producido a instancias de Hitler o sólo con su autorización.
Speer más que un miserable era un HDP.
Continuará.
En qué grotesca medida me aferré a esta ilusión lo demuestra mi informe a Hitler de 1944: «La misión que debo cumplir es apolítica. Me he sentido a gusto en mi trabajo cuando tanto este como yo mismo han sido considerados y valorados solo desde un punto de vista profesional».
Sin embargo, la distinción carecía, en el fondo, de importancia. Hoy me parece que habla de mi esfuerzo por mantener alejada de mi imagen idealizada de Hitler la habitual puesta en práctica de las consignas antisemitas que aparecían en las pancartas que colgaban a la entrada de las poblaciones y que constituían el tema de las tertulias del té. Pues, naturalmente, en realidad no tenía la menor importancia quién había movilizado a la plebe y la había lanzado contra las sinagogas y las tiendas judías, ni si la acción se había producido a instancias de Hitler o sólo con su autorización.
Speer más que un miserable era un HDP.
Continuará.
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Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
Después de salir de Spandau, se me ha preguntado una y otra vez lo que yo mismo traté de averiguar durante las dos décadas que pasé en la soledad de mi celda: lo que sabía de la persecución, deportación y exterminio de los judíos; lo que habría tenido que saber y la parte de culpa que creía tener.
No volveré a dar la respuesta con la que durante tanto tiempo he tratado de tranquilizar a los que me lo preguntaban y sobre todo a mí mismo: que en el sistema de Hitler, como en todos los regímenes totalitarios, cuanto más alta era la posición que uno ocupaba, mayores eran el aislamiento y el blindaje respecto al exterior; que la tecnificación del asesinato reduce el número de asesinos y aumenta la posibilidad de ignorar su existencia; que la manía secretista del régimen creaba diversos grados de iniciación, lo que daba a todo el mundo la oportunidad de no percibir lo inhumano. (Jajajaja. LA HORCA PARA SPEER)
No volveré a dar estas respuestas, con las que intentamos enfrentarnos a lo que sucedió como lo haría un abogado. Es verdad que yo, en mi calidad de protegido y, más tarde, influyente ministro de Hitler, me hallaba aislado; es verdad que el atenerse exclusivamente a sus asuntos dio grandes posibilidades de evasión tanto al arquitecto como después al ministro de Armamentos; es verdad que no sabía lo que comenzó en aquella noche del 9 al 10 de noviembre de 1938 y culminó en Auschwitz y Maidanek. (Yo agregaría: ES VERDAD QUE SPEER ERA UN HDP Y UN CÍNICO MENTIROSO).
Pero la dimensión de mi aislamiento, la intensidad de mi evasión y mi grado de ignorancia eran cosas que, en definitiva, determinaba yo mismo.
He llegado a comprender que mis torturantes exámenes de conciencia plantean la cuestión de forma tan equivocada como los curiosos con los que me he ido tropezando. Si lo sabía o no lo sabía, y cuánto sabía, se convierte en una cuestión del todo irrelevante al lado de la cantidad de cosas horribles que debería haber sabido y en las consecuencias que se derivaban con toda claridad de lo poco que sí sabía. (Speer es tan bueno que me hace llorar. MÁS FALSO QUE CONDOLENCIAS DE FUNEBRERO)
En el fondo, los que me interrogan esperan que me justifique. Sin embargo, no tengo ninguna excusa.
(MENTIROSO HDP!!!. TE JUSTIFICASTE UNA Y OTRA VEZ, Y MANIPULASTE LOS HECHOS A TU CONVENIENCIA)
No le creo la actitud culposa, sus justificaciones y su cinismo. TE MERECÍAS LA HORCA, SPEER!!!
Saludos y en el capítulo siguiente si voy a desarrollar el ATENTADO CONTRA HITLER.
No volveré a dar la respuesta con la que durante tanto tiempo he tratado de tranquilizar a los que me lo preguntaban y sobre todo a mí mismo: que en el sistema de Hitler, como en todos los regímenes totalitarios, cuanto más alta era la posición que uno ocupaba, mayores eran el aislamiento y el blindaje respecto al exterior; que la tecnificación del asesinato reduce el número de asesinos y aumenta la posibilidad de ignorar su existencia; que la manía secretista del régimen creaba diversos grados de iniciación, lo que daba a todo el mundo la oportunidad de no percibir lo inhumano. (Jajajaja. LA HORCA PARA SPEER)
No volveré a dar estas respuestas, con las que intentamos enfrentarnos a lo que sucedió como lo haría un abogado. Es verdad que yo, en mi calidad de protegido y, más tarde, influyente ministro de Hitler, me hallaba aislado; es verdad que el atenerse exclusivamente a sus asuntos dio grandes posibilidades de evasión tanto al arquitecto como después al ministro de Armamentos; es verdad que no sabía lo que comenzó en aquella noche del 9 al 10 de noviembre de 1938 y culminó en Auschwitz y Maidanek. (Yo agregaría: ES VERDAD QUE SPEER ERA UN HDP Y UN CÍNICO MENTIROSO).
Pero la dimensión de mi aislamiento, la intensidad de mi evasión y mi grado de ignorancia eran cosas que, en definitiva, determinaba yo mismo.
He llegado a comprender que mis torturantes exámenes de conciencia plantean la cuestión de forma tan equivocada como los curiosos con los que me he ido tropezando. Si lo sabía o no lo sabía, y cuánto sabía, se convierte en una cuestión del todo irrelevante al lado de la cantidad de cosas horribles que debería haber sabido y en las consecuencias que se derivaban con toda claridad de lo poco que sí sabía. (Speer es tan bueno que me hace llorar. MÁS FALSO QUE CONDOLENCIAS DE FUNEBRERO)
En el fondo, los que me interrogan esperan que me justifique. Sin embargo, no tengo ninguna excusa.
(MENTIROSO HDP!!!. TE JUSTIFICASTE UNA Y OTRA VEZ, Y MANIPULASTE LOS HECHOS A TU CONVENIENCIA)
No le creo la actitud culposa, sus justificaciones y su cinismo. TE MERECÍAS LA HORCA, SPEER!!!
Saludos y en el capítulo siguiente si voy a desarrollar el ATENTADO CONTRA HITLER.
- Lucas de Escola
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Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
Pero no creo que haya sido un oportunista que se valió del nazismo para enriquecerse y que se acercó al solcito que más calentaba.
Si uno lee en sus memorias o en documentos históricos la forma en que se involucró con el gobierno de Hitler, fue más bien casual. Es más, se afilió al NSDAP mucho tiempo después.
Es que, precisamente, esta clase de datos son los que reflejan su escasa afinidad con "el orden Nacionalsocialista establecido". No fue un afiliado más, nacido del fragor de los mítines (aunque él confesase su adhesión al partido a partir de un mitin imprevisto de un Hitler comedido y bien vestido); no era uno de aquellos desencantados por cuestiones económicas, políticas o históricas que se sumaron al "ideal" de un austriaco perturbado que parecía tener responsables para todos los males de Alemania. Su familia, como buena parte de la burguesía del momento, veía a Hitler como un enemigo de sus intereses. Más bien, a Speer todo aquel discurso nazi le traía al pairo, o casi; su único interés, en sus primeros contactos con el poder, parecía ser, exclusivamente, desarrollar su carrera profesional y su estudio de arquitectura. Una buena prueba de ello, es que se afilió al partido Nazi en el 31, pero como las labores de arquitectura que le encargaban le parecían de poca monta, renunció a su cargo ese mismo año y volvió al negocio familiar (también de arquitectura). Tal vez, buscaba renombre y popularidad; convertirse es un Adolf Loos o un Le Corbusier; puede que en un nuevo Apolodoro de Damasco. Parecía ver en el Nacionalsocialismo una oportunidad para llevar a cabo sus proyectos, y en Hitler al megalómano necesario que le proporcionaría el visto bueno a sus costosos proyectos de calado y relumbrón que podrían encumbrarle.
Y claro que el devenir de lo que sucedió en los años siguientes, a partir de su cercanía a Hitler y el poder, le propició conocer cuanto se estaba produciendo en el régimen. Lo sabía perfectamente, pero ello no suponía un estorbo para sus planes personales. Y por eso, probablemente, prefirió mirar hacía otro lado mientras pudiera. Su peor momento a este respecto, a mi entender, fue cuando el régimen empezó a solicitar de él otra clase de servicios, un compromiso más relevante hacía las políticas nazis: ocuparse de carreteras y de la limpieza de escombros (que aún no le distraían de su trabajo para el diseño de un nuevo Berlín) o su nombramiento como Ministro de Armamento, que debió sentir como un mazazo a su planes; se opuso a tal cargo, intentó convencer a Hitler de que no era la persona adecuada, pero el Führer, sabedor de lo organizadas y eficientes que habían resultado sus cuadrillas de trabajadores en la construcción de carreteras y la retirada de escombros, no le permitió rechazar la propuesta, ni siquiera sabiendo que Göering la quería para sí.
Creo que fue entonces cuando comprendió que su espíritu oportunista (un trepa, llamamos nosotros), su apego obsesivo e innegociable a su carrera y su autismo hacía una realidad enmascarada le había jugado una mala pasada. Y comenzó su arrepentimiento, tal vez, en privado. Pero, ya era tarde; las intrigas políticas, las desafecciones podían llevar a la muerte a cualquiera; cuando menos, un prestigio ganado durante años podía pasar a la nada en un sólo día. Y él, sin duda, no era esa clase de hombres ni de valientes. Se dejó llevar; intentó sobrevivir a unos y otros, propios y extraños. Y consciente de lo que se avecinaba, con tiempo de sobra, probablemente, él mismo comenzó a hacer desaparecer cualquier documento que le involucrase en los aspectos más sanguinarios del régimen. Y en Nuremberg hizo su pantomima; la fiscalía no encontró ninguno que le acusase directamente de ser conocedor de aquellas carnicerías.
Última edición por Lucas de Escola el 02 Ene 2014, 01:16, editado 1 vez en total.
Un plan que no puede modificarse, no es un buen plan.
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Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
Brillante análisis!!!
Suscribo cada una de tus palabras. Desde el fino cristal del cual lo analizas, entiendo cuando lo tratas de "oportunista" al cínico de Speer.
Destaco dos párrafos que me parecieron muy interesantes:
Así fue, tienes razón. Realmente es muy merecida la medalla que ganaste. FELICITACIONES!!! (Te mandé un MP al respecto)
Lo que no entiendo es cómo Sauckel no pudo zafar y Speer si???
Yo creo que allí entró a tallar su aspecto cosmopolita, su seducción y que no era un nazi tosco y típico como Sauckel.
Los rusos no se dejaron engañar y lo querían colgar. Ingleses y americanos lo salvaron.
Para mí se merecía la horca.
SALUDOS.
Suscribo cada una de tus palabras. Desde el fino cristal del cual lo analizas, entiendo cuando lo tratas de "oportunista" al cínico de Speer.
Destaco dos párrafos que me parecieron muy interesantes:
Lucas de Escola escribió:Más bien, a Speer todo aquel discurso nazi le traía al pairo, o casi; su único interés, en sus primeros contactos con el poder, parecía ser, exclusivamente, desarrollar su carrera profesional y su estudio de arquitectura. Una buena prueba de ello, es que se afilió al partido Nazi en el 31, pero como las labores de arquitectura que le encargaban le parecían de poca monta, renunció a su cargo ese mismo año y volvió al negocio familiar (también de arquitectura). Tal vez, buscaba renombre y popularidad; convertirse es un Adolf Loos o un Le Corbusier; puede que en un nuevo Apolodoro de Damasco. Parecía ver en el Nacionalsocialismo una oportunidad para llevar a cabo sus proyectos, y en Hitler al megalómano necesario que le proporcionaría el visto bueno a sus costosos proyectos de calado y relumbrón que podrían encumbrarle.
...
Creo que fue entonces cuando comprendió que su espíritu oportunista (un trepa, llamamos nosotros), su apego obsesivo e innegociable a su carrera y su autismo hacía una realidad enmascarada le había jugado una mala pasada. Y comenzó su arrepentimiento, tal vez, en privado. Pero, ya era tarde; las intrigas políticas, las desafecciones podían llevar a la muerte a cualquiera; cuando menos, un prestigio ganado durante años podía pasar a la nada en un sólo día. Y él, sin duda, no era esa clase de hombres ni de valientes. Se dejó llevar; intentó sobrevivir a unos y otros, propios y extraños. Y consciente de lo que se avecinaba, con tiempo de sobra, probablemente, él mismo comenzó a hacer desaparecer cualquier documento que le involucrase en los aspectos más sanguinarios del régimen. Y en Nuremberg hizo su pantomima; la fiscalía no encontró ninguno que le acusase directamente de ser conocedor de aquellos carnicerías.
Así fue, tienes razón. Realmente es muy merecida la medalla que ganaste. FELICITACIONES!!! (Te mandé un MP al respecto)
Lo que no entiendo es cómo Sauckel no pudo zafar y Speer si???
Yo creo que allí entró a tallar su aspecto cosmopolita, su seducción y que no era un nazi tosco y típico como Sauckel.
Los rusos no se dejaron engañar y lo querían colgar. Ingleses y americanos lo salvaron.
Para mí se merecía la horca.
SALUDOS.
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Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
Ahora sí analizamos el atentado contra Hitler, desde la perspectiva de Speer:
EL ATENTADO CONTRA HITLER SEGÚN SPEER
El 20 de Julio de 1944 (el día del atentado de Hitler), después de almorzar y siguiendo mi agenda, recibí a Clodius ,delegado del Ministerio de Asuntos Exteriores, que me informó sobre el modo de proteger el petróleo rumano. Sin embargo, antes de que la entrevista hubiera terminado recibí una llamada de Goebbels.
Su voz había sufrido un cambio notable desde la mañana; sonaba ronca y alterada.
—¿Puede usted interrumpir su trabajo enseguida? ¡Venga a verme! ¡Es muy urgente! No, no le puedo decir nada por teléfono.
Suspendí la entrevista y, a eso de las cinco de la tarde, me encaminé al domicilio de Goebbels. El ministro de Propaganda me recibió en un despacho del primer piso de su palacio residencial, situado al sur de la Puerta de Brandenburgo. Me dijo apresuradamente:
—Acabo de saber por el cuartel general que se ha puesto en marcha un golpe militar en todo el Reich. Quiero tenerlo conmigo en esta situación. A veces me precipito en mis decisiones. Usted, con su aplomo, me será útil. Tenemos que obrar reflexivamente.
En realidad, la noticia me causó no menos excitación que a Goebbels. De repente acudieron a mi memoria las conversaciones que había tenido con Fromm, Zeitzler, Guderian, Wagner, Stieff, Fellgiebel, Olbricht o Lindemann. A la desesperada situación en todos los frentes, el éxito de la invasión enemiga, la superioridad del Ejército Rojo y la amenaza de ruina del abastecimiento de carburante se unía el recuerdo de nuestras críticas, a menudo amargas, sobre el diletantismo de Hitler, sus insensatas decisiones, sus continuas ofensas a oficiales de alta graduación, sus incesantes destituciones y afrentas.
Desde luego, no pensé que Stauffenberg, Olbricht, Stieff y su círculo ejecutaran el golpe ;más bien se lo habría atribuido a un hombre de temperamento colérico como Guderian. Más tarde descubrí que en aquel momento Goebbels ya estaba informado de que las sospechas se dirigían hacia Stauffenberg. Sin embargo, no me dijo nada. Tampoco me comunicó que justo antes de que yo llegara había estado hablando por teléfono con el propio Hitler.
Aun sin saber nada de esto, yo ya había tomado una decisión: en realidad me pareció que en aquel momento un golpe de Estado sería catastrófico; pero, una vez más, no supe ver su dimensión moral. Goebbels podía contar conmigo. Las ventanas del despacho daban a la calle. Unos minutos después de mi llegada vi a unos soldados completamente equipados, con cascos de acero, granadas de mano en el cinturón y ametralladoras, dirigiéndose en pequeños grupos hacia la Puerta de Brandenburgo. Una vez allí instalaron las ametralladoras e interrumpieron el tráfico mientras dos de ellos, fuertemente armados, se dirigían a la puerta de entrada del parque y montaban guardia. Llamé a Goebbels, quien comprendió enseguida lo que aquello significaba. Desapareció en el dormitorio contiguo, cogió unas pastillas de un estuche y se las guardó en el bolsillo de la chaqueta, y dijo, muy tenso:
—¡ Por lo que pudiera pasar!
Enviamos a un asistente a averiguar qué órdenes tenían aquellos centinelas, pero no sacamos gran cosa en claro. Los soldados que hacían guardia se mostraron poco locuaces y, finalmente, se limitaron a declarar:
—Aquí no entra ni sale nadie.
Continuará.
EL ATENTADO CONTRA HITLER SEGÚN SPEER
El 20 de Julio de 1944 (el día del atentado de Hitler), después de almorzar y siguiendo mi agenda, recibí a Clodius ,delegado del Ministerio de Asuntos Exteriores, que me informó sobre el modo de proteger el petróleo rumano. Sin embargo, antes de que la entrevista hubiera terminado recibí una llamada de Goebbels.
Su voz había sufrido un cambio notable desde la mañana; sonaba ronca y alterada.
—¿Puede usted interrumpir su trabajo enseguida? ¡Venga a verme! ¡Es muy urgente! No, no le puedo decir nada por teléfono.
Suspendí la entrevista y, a eso de las cinco de la tarde, me encaminé al domicilio de Goebbels. El ministro de Propaganda me recibió en un despacho del primer piso de su palacio residencial, situado al sur de la Puerta de Brandenburgo. Me dijo apresuradamente:
—Acabo de saber por el cuartel general que se ha puesto en marcha un golpe militar en todo el Reich. Quiero tenerlo conmigo en esta situación. A veces me precipito en mis decisiones. Usted, con su aplomo, me será útil. Tenemos que obrar reflexivamente.
En realidad, la noticia me causó no menos excitación que a Goebbels. De repente acudieron a mi memoria las conversaciones que había tenido con Fromm, Zeitzler, Guderian, Wagner, Stieff, Fellgiebel, Olbricht o Lindemann. A la desesperada situación en todos los frentes, el éxito de la invasión enemiga, la superioridad del Ejército Rojo y la amenaza de ruina del abastecimiento de carburante se unía el recuerdo de nuestras críticas, a menudo amargas, sobre el diletantismo de Hitler, sus insensatas decisiones, sus continuas ofensas a oficiales de alta graduación, sus incesantes destituciones y afrentas.
Desde luego, no pensé que Stauffenberg, Olbricht, Stieff y su círculo ejecutaran el golpe ;más bien se lo habría atribuido a un hombre de temperamento colérico como Guderian. Más tarde descubrí que en aquel momento Goebbels ya estaba informado de que las sospechas se dirigían hacia Stauffenberg. Sin embargo, no me dijo nada. Tampoco me comunicó que justo antes de que yo llegara había estado hablando por teléfono con el propio Hitler.
Aun sin saber nada de esto, yo ya había tomado una decisión: en realidad me pareció que en aquel momento un golpe de Estado sería catastrófico; pero, una vez más, no supe ver su dimensión moral. Goebbels podía contar conmigo. Las ventanas del despacho daban a la calle. Unos minutos después de mi llegada vi a unos soldados completamente equipados, con cascos de acero, granadas de mano en el cinturón y ametralladoras, dirigiéndose en pequeños grupos hacia la Puerta de Brandenburgo. Una vez allí instalaron las ametralladoras e interrumpieron el tráfico mientras dos de ellos, fuertemente armados, se dirigían a la puerta de entrada del parque y montaban guardia. Llamé a Goebbels, quien comprendió enseguida lo que aquello significaba. Desapareció en el dormitorio contiguo, cogió unas pastillas de un estuche y se las guardó en el bolsillo de la chaqueta, y dijo, muy tenso:
—¡ Por lo que pudiera pasar!
Enviamos a un asistente a averiguar qué órdenes tenían aquellos centinelas, pero no sacamos gran cosa en claro. Los soldados que hacían guardia se mostraron poco locuaces y, finalmente, se limitaron a declarar:
—Aquí no entra ni sale nadie.
Continuará.
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Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
Las múltiples llamadas telefónicas de un Goebbels incansable generaron novedades confusas: Tropas de Potsdam habían iniciado su marcha hacia Berlín, adonde también se dirigían, al parecer, guarniciones de distintas provincias. Personalmente, a pesar de mi rechazo espontáneo del levantamiento, me sentía invadido por la extraña sensación de ser un simple testigo imparcial, como si no me importara lo más mínimo aquella febril actividad de Goebbels, que se mostraba nervioso y decidido. En algunos momentos la situación pareció más bien desesperada y se mostró muy preocupado. Sólo el hecho deque el teléfono continuara funcionando y que la radio no emitiera todavía ninguna proclama de los sublevados le hizo deducir que la parte contraria vacilaba. Desde luego, es incomprensible que los conjurados no pusieran fuera de servicio los medios de comunicación ni los utilizaran para sus propios fines, a pesar de que semanas atrás habían establecido un detallado programa que preveía no sólo detener a Goebbels, sino también ocupar la Central de Telecomunicaciones de Berlín, la Jefatura Superior de Telecomunicaciones, la Central de Comunicaciones de las SS, la Central de Correos del Reich, las emisoras más importantes, situadas en los alrededores de Berlín, y la Jefatura de Radio.
Sólo se habrían necesitado unos cuantos soldados para penetrar en el domicilio de Goebbels y detener al ministro sin hallar resistencia, pues no disponíamos más que de un par de pistolas para defendernos. Es probable que Goebbels hubiera tratado de impedir la detención tomando las pastillas de cianuro que tenía preparadas, con lo cual los conjurados se habrían deshecho de su enemigo más capacitado.
También resultó muy sorprendente que, durante unas horas tan críticas, Goebbels no pudiera comunicarse con Himmler, el único que disponía de gente de incuestionable confianza para sofocar el levantamiento. Como no conseguía encontrar una razón plausible que explicara aquella falta de contacto, expresó varias veces su desconfianza hacia el jefe nacional de las SS y ministro del Interior, y siempre me ha parecido un síntoma de la incertidumbre que reinaba en aquellos momentos el hecho de que dudara abiertamente de que un hombre como Himmler mereciera su confianza.
¿Expresaba también su recelo hacia mí que durante una conversación telefónica me invitara a entrar en una habitación contigua? Me dejó sentir su escepticismo sin mucho disimulo. Después se me ha pasado por la cabeza que quizá creyera que la mejor forma de estar seguro de mí era tenerme cerca de él, sobre todo teniendo en cuenta que las primeras sospechas habían recaído sobre Stauffenberg y, por lo tanto, también forzosamente sobre Fromm. Al fin y al cabo, Goebbels conocía mi amistad con este último, al que hacía tiempo que calificaba de «enemigo del Partido».
También yo pensé enseguida en él. Cuando Goebbels me hubo dejado a solas, pedí que me comunicaran con la central telefónica de la Bendlerstrasse para hablar con Fromm, quien estaría en mejores condiciones que nadie para facilitarme detalles.
—El capitán general Fromm no puede ponerse —me dijeron.
Ignoraba que en aquellos momentos ya estaba encerrado en una habitación de la Bendlerstrasse.
—Entonces comuníqueme con su asistente.
Me respondieron que nadie contestaba en ese número.
—Pues entonces haga el favor de ponerme con el general Olbricht.
Este se puso enseguida al aparato.
—¿Qué pasa, mi general? —le pregunté, empleando el habitual tono de broma que contribuía a salvar situaciones difíciles—. Tengo que trabajar y aquí hay unos soldados que me impiden salir de casa de Goebbels.
Olbricht se disculpó:
—Lo siento mucho; en su caso, se trata de un error. Lo arreglaré enseguida.
El general colgó el teléfono antes de que yo pudiera seguir preguntándole nada. Por mi parte, evité dar cuenta a Goebbels de mi conversación con Olbricht, cuyo tono y contenido insinuaban un acuerdo que podía suscitar su desconfianza.
Schach, jefe regional en funciones de Berlín, entró entonces en la habitación en la que yo estaba. Un conocido suyo llamado Hagen acababa de responderle de la integridad nacionalsocialista del comandante Remer, cuyo batallón había cercado el distrito gubernamental. Goebbels trató enseguida de hacerlo venir. Cuando obtuvo su conformidad, me hizo volver al despacho. Confiaba por completo en que podría ganar a Remer para su causa y me rogó que estuviera presente cuando llegara. Me dijo que Hitler estaba informado de que iba a mantener aquella entrevista, que esperaba el resultado en el cuartel general y que hablaría personalmente con el comandante si era necesario.
Minutos después entró el comandante Remer. Goebbels daba la impresión de mantener el control, pero estaba nervioso. Parecía saber que el destino de la rebelión y, por consiguiente, el suyo iban a decidirse en aquel momento. Al cabo de unos minutos extrañamente carentes de dramatismo todo había pasado y el golpe había fracasado.
Lo primero que hizo Goebbels fue recordar al comandante su juramento de lealtad al Führer. Remer contestó afirmando su lealtad a este y al Partido, pero añadió que Hitler había muerto. Por consiguiente, tenía que obedecer las órdenes de su jefe, el teniente general Von Hase. Goebbels le opuso el argumento decisivo que anulaba cualquier otro:
—¡El Führer vive! —Al notar que Remer comenzaba a vacilar y que luego se mostraba visiblemente inseguro, añadió: —¡Vive! ¡Acabo de hablar con él! ¡Una pequeña camarilla de generales ambiciosos ha intentado dar un golpe militar! ¡Es una infamia! ¡La mayor infamia de la historia!
La posibilidad de que Hitler siguiera vivo fue un alivio para aquel hombre acosado e irritado por la orden de cercar el distrito gubernamental. Remer nos miró fijamente, feliz aunque todavía algo incrédulo. Goebbels le hizo notar la hora que estaban viviendo, su tremenda responsabilidad ante la Historia, una responsabilidad que pesaba sobre sus de jóvenes hombros: pocas veces el destino había reservado una oportunidad semejante a una sola persona; de él dependía aprovecharla o no. Quien hubiera visto a Remer en aquel momento, quien hubiera observado la transformación que obraban en él aquellas palabras, habría sabido que Goebbels había ganado la partida. Fue entonces cuando este jugó su mejor baza:
—Ahora hablaré con el Führer y también usted lo hará. El Führer puede darle órdenes que dejen sin efecto las de su general, ¿verdad? —concluyó en tono levemente irónico. Y entonces estableció comunicación con Rastenburg.
Continuará.
Sólo se habrían necesitado unos cuantos soldados para penetrar en el domicilio de Goebbels y detener al ministro sin hallar resistencia, pues no disponíamos más que de un par de pistolas para defendernos. Es probable que Goebbels hubiera tratado de impedir la detención tomando las pastillas de cianuro que tenía preparadas, con lo cual los conjurados se habrían deshecho de su enemigo más capacitado.
También resultó muy sorprendente que, durante unas horas tan críticas, Goebbels no pudiera comunicarse con Himmler, el único que disponía de gente de incuestionable confianza para sofocar el levantamiento. Como no conseguía encontrar una razón plausible que explicara aquella falta de contacto, expresó varias veces su desconfianza hacia el jefe nacional de las SS y ministro del Interior, y siempre me ha parecido un síntoma de la incertidumbre que reinaba en aquellos momentos el hecho de que dudara abiertamente de que un hombre como Himmler mereciera su confianza.
¿Expresaba también su recelo hacia mí que durante una conversación telefónica me invitara a entrar en una habitación contigua? Me dejó sentir su escepticismo sin mucho disimulo. Después se me ha pasado por la cabeza que quizá creyera que la mejor forma de estar seguro de mí era tenerme cerca de él, sobre todo teniendo en cuenta que las primeras sospechas habían recaído sobre Stauffenberg y, por lo tanto, también forzosamente sobre Fromm. Al fin y al cabo, Goebbels conocía mi amistad con este último, al que hacía tiempo que calificaba de «enemigo del Partido».
También yo pensé enseguida en él. Cuando Goebbels me hubo dejado a solas, pedí que me comunicaran con la central telefónica de la Bendlerstrasse para hablar con Fromm, quien estaría en mejores condiciones que nadie para facilitarme detalles.
—El capitán general Fromm no puede ponerse —me dijeron.
Ignoraba que en aquellos momentos ya estaba encerrado en una habitación de la Bendlerstrasse.
—Entonces comuníqueme con su asistente.
Me respondieron que nadie contestaba en ese número.
—Pues entonces haga el favor de ponerme con el general Olbricht.
Este se puso enseguida al aparato.
—¿Qué pasa, mi general? —le pregunté, empleando el habitual tono de broma que contribuía a salvar situaciones difíciles—. Tengo que trabajar y aquí hay unos soldados que me impiden salir de casa de Goebbels.
Olbricht se disculpó:
—Lo siento mucho; en su caso, se trata de un error. Lo arreglaré enseguida.
El general colgó el teléfono antes de que yo pudiera seguir preguntándole nada. Por mi parte, evité dar cuenta a Goebbels de mi conversación con Olbricht, cuyo tono y contenido insinuaban un acuerdo que podía suscitar su desconfianza.
Schach, jefe regional en funciones de Berlín, entró entonces en la habitación en la que yo estaba. Un conocido suyo llamado Hagen acababa de responderle de la integridad nacionalsocialista del comandante Remer, cuyo batallón había cercado el distrito gubernamental. Goebbels trató enseguida de hacerlo venir. Cuando obtuvo su conformidad, me hizo volver al despacho. Confiaba por completo en que podría ganar a Remer para su causa y me rogó que estuviera presente cuando llegara. Me dijo que Hitler estaba informado de que iba a mantener aquella entrevista, que esperaba el resultado en el cuartel general y que hablaría personalmente con el comandante si era necesario.
Minutos después entró el comandante Remer. Goebbels daba la impresión de mantener el control, pero estaba nervioso. Parecía saber que el destino de la rebelión y, por consiguiente, el suyo iban a decidirse en aquel momento. Al cabo de unos minutos extrañamente carentes de dramatismo todo había pasado y el golpe había fracasado.
Lo primero que hizo Goebbels fue recordar al comandante su juramento de lealtad al Führer. Remer contestó afirmando su lealtad a este y al Partido, pero añadió que Hitler había muerto. Por consiguiente, tenía que obedecer las órdenes de su jefe, el teniente general Von Hase. Goebbels le opuso el argumento decisivo que anulaba cualquier otro:
—¡El Führer vive! —Al notar que Remer comenzaba a vacilar y que luego se mostraba visiblemente inseguro, añadió: —¡Vive! ¡Acabo de hablar con él! ¡Una pequeña camarilla de generales ambiciosos ha intentado dar un golpe militar! ¡Es una infamia! ¡La mayor infamia de la historia!
La posibilidad de que Hitler siguiera vivo fue un alivio para aquel hombre acosado e irritado por la orden de cercar el distrito gubernamental. Remer nos miró fijamente, feliz aunque todavía algo incrédulo. Goebbels le hizo notar la hora que estaban viviendo, su tremenda responsabilidad ante la Historia, una responsabilidad que pesaba sobre sus de jóvenes hombros: pocas veces el destino había reservado una oportunidad semejante a una sola persona; de él dependía aprovecharla o no. Quien hubiera visto a Remer en aquel momento, quien hubiera observado la transformación que obraban en él aquellas palabras, habría sabido que Goebbels había ganado la partida. Fue entonces cuando este jugó su mejor baza:
—Ahora hablaré con el Führer y también usted lo hará. El Führer puede darle órdenes que dejen sin efecto las de su general, ¿verdad? —concluyó en tono levemente irónico. Y entonces estableció comunicación con Rastenburg.
Continuará.
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- General de Brigada
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Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
Goebbels podía ponerse directamente en contacto con el cuartel general del Führer a través de una línea especial del Ministerio. Unos segundos después, Hitler estaba al aparato; Goebbels, tras un par de observaciones sobre la situación, le pasó el teléfono al comandante. Remer reconoció al instante la voz del supuestamente difunto Hitler y como sin querer, con el auricular en la mano, adoptó la posición de firmes. Sólo se le oía repetir: —Sí, mein Führer . . . , sí. ¡A sus órdenes, mein Führer!
A continuación, Goebbels se puso otra vez al habla y preguntó a Hitler por el resultado de la conversación: en vez del general Hase, sería el comandante quien se encargara de tomar todas las medidas militares necesarias en Berlín, y se le había dado la orden de ejecutar todas las instrucciones que le diera Goebbels. Una única línea telefónica intacta había hecho fracasar definitivamente el levantamiento. Goebbels pasó a la ofensiva y ordenó que todos los hombres del batallón de la guardia disponibles fueran concentrados rápidamente en el jardín de su domicilio.
Aunque la rebelión había fracasado, aún no había sido sofocada por completo cuando Goebbels, sobre las siete de la tarde, hizo transmitir por radio la noticia de que Hitler había sufrido un atentado con explosivos, pero que vivía y había reanudado su trabajo. De nuevo empleaba uno de los medios técnicos que los sublevados habían negligido durante las pasadas horas, con tan graves consecuencias para sus planes. Esta confianza era engañosa: el éxito volvió a quedar en entredicho cuando, poco después, se comunicó a Goebbels que había llegado a la plaza de Fehrbellin una brigada de tanques que se resistía a obedecer a Remer. Alegó someterse únicamente a las órdenes del capitán general Guderian; sus instrucciones, expresadas con laconismo militar, eran:
«El que no obedezca será fusilado. »
Su capacidad combativa era tan claramente superior que su postura no determinaría sólo lo que ocurriera en las próximas horas. Hablaba de la incertidumbre de nuestra situación que nadie supiera decir a ciencia cierta si aquellas tropas acorazadas a las que Goebbels no podía oponer ninguna fuerza equivalente pertenecían a los sublevados o al Gobierno. Tanto Goebbels como Remer consideraban posible que Guderian participara en la sublevación.
El coronel Bollbrinker estaba al mando de la brigada. Como era un buen conocido mío, intenté ponerme en contacto con él por teléfono. Su respuesta fue tranquilizadora: los tanques habían acudido a aplastar la insurrección.
Unos ciento cincuenta soldados del batallón de la guardia de Berlín, por lo general hombres de cierta edad, se habían concentrado entre tanto en el jardín de la residencia de Goebbels. Antes de dirigirse a ellos, el ministro me dijo:
—Cuando los haya convencido, habremos ganado el juego. ¡Fíjese en cómo lo hago!
Ya era de noche y la escena sólo estaba iluminada por la luz que salía por una puerta que daba al jardín. Los soldados escucharon con la mayor atención el largo discurso de Goebbels, quien en el fondo no decía nada. No obstante, se mostró muy seguro de sí mismo, como si fuera el gran triunfador del día. Precisamente porque supo centrar en lo personal los tópicos de siempre, su parlamento tuvo un efecto fascinante. Casi podía leer en los rostros de aquellos hombres la impresión que les causaba; se ganó a quienes formaban frente a él en la penumbra sin emplear órdenes ni amenazas, sino la persuasión. El coronel Bollbrinker llegó hacia las once de la noche a la habitación que me había sido asignada. Me dijo que Fromm tenía la intención de someter a los conjurados ya detenidos a un consejo de guerra en la Bendlerstrasse. Me di cuenta enseguida de que eso tendría que resultarle extremadamente difícil; además, en mi opinión tenía que ser el propio Hitler quien decidiera lo que tenía que pasar con los sublevados. Poco después de medianoche me puse en marcha para tratar de impedir cualquier ejecución. Bollbrinker y Remer me acompañaban en el automóvil. En medio de un Berlín a oscuras, la Bendlerstrasse estaba vivamente iluminada por reflectores: era una imagen irreal y fantasmagórica. Tenía el efecto teatral de un escenario cinematográfico iluminado por los focos en un gran estudio oscuro. Unas sombras largas y nítidamente recortadas daban plasticidad al edificio. Cuando quise enfilar la Bendlerstrasse, un oficial de las SS me ordenó detenerme junto al bordillo de la Tiergartenstrasse. Ocultos en la oscuridad de los árboles se encontraban, casi indistinguibles, el jefe de la Gestapo, Kaltenbrunner, y Skorzeny, el que liberó a Mussolini, rodeados de numerosos subordinados. La conducta de aquellos hombres parecía tan irreal como sus oscuras figuras. Nadie juntó los talones para saludar; toda la firmeza de la que habitualmente se hacía gala había desaparecido; todo discurría con suavidad; incluso las conversaciones se mantenían en voz baja, como en un entierro. Expliqué a Kaltenbrunner que quería impedir que Fromm celebrara el consejo de guerra; tanto aquel como Skorzeny, de los que más bien habría esperado expresiones de odio o de triunfo por la derrota moral de su rival, el Ejército de Tierra, me contestaron, casi con indiferencia, que los acontecimientos del día eran competencia del ejército. —No queremos mezclarnos en esto y no vamos a intervenir de ningún modo. Por otra parte, creo que el consejo de guerra ya se ha celebrado. Kaltenbrunner me informó de que no se iba a emplear a las SS para sofocar la revuelta o ejecutar las sentencias, porque eso sólo ocasionaría nuevas discordias con el Ejército de Tierra y agravaría las tensiones.
Incluso había prohibido a su gente entrar enel edificio de la Bendlerstrasse. Sin embargo, aquellas consideraciones tácticas, surgidas en el momento, no se respetaron: al cabo de dos horas los órganos de las SS ya habían empezado a perseguir a los oficiales del Ejército de Tierra que habían participado en la conjura. Cuando Kaltenbrunner terminó de hablar, se hizo visible una poderosa sombra que se recortaba en el fondo claramente iluminado de la Bendlerstrasse; Fromm, vestido de uniforme y completamente solo, se acercaba con paso cansado hacia nosotros. Me despedí de Kaltenbrunner y sus acompañantes y salí de la oscuridad de los árboles al encuentro de Fromm. —El golpe ha terminado —empezó a decir el capitán general, dominándose con esfuerzo—. Acabo de dar las órdenes pertinentes a todos los destacamentos de la región militar.
Durante un buen rato se me ha impedido dar órdenes al Ejército establecido en suelo alemán. ¡Me han encerrado en una habitación! ¡El jefe de mi Estado Mayor, mis colaboradores más cercanos!—Su enojo y también su inquietud se hacían perceptibles cuando, con voz cada vez más fuerte, trató de justificar el fusilamiento de los componentes de su Estado Mayor: —En mi calidad de juez, tenía la obligación de formar inmediatamente un consejo de guerra a todos los que hubieran participado en la conjura.- Y en voz baja añadió, atormentado:
—El general Olbricht y el jefe de mi Estado Mayor, el coronel Von Stauffenberg, están muertos.
Continuará
A continuación, Goebbels se puso otra vez al habla y preguntó a Hitler por el resultado de la conversación: en vez del general Hase, sería el comandante quien se encargara de tomar todas las medidas militares necesarias en Berlín, y se le había dado la orden de ejecutar todas las instrucciones que le diera Goebbels. Una única línea telefónica intacta había hecho fracasar definitivamente el levantamiento. Goebbels pasó a la ofensiva y ordenó que todos los hombres del batallón de la guardia disponibles fueran concentrados rápidamente en el jardín de su domicilio.
Aunque la rebelión había fracasado, aún no había sido sofocada por completo cuando Goebbels, sobre las siete de la tarde, hizo transmitir por radio la noticia de que Hitler había sufrido un atentado con explosivos, pero que vivía y había reanudado su trabajo. De nuevo empleaba uno de los medios técnicos que los sublevados habían negligido durante las pasadas horas, con tan graves consecuencias para sus planes. Esta confianza era engañosa: el éxito volvió a quedar en entredicho cuando, poco después, se comunicó a Goebbels que había llegado a la plaza de Fehrbellin una brigada de tanques que se resistía a obedecer a Remer. Alegó someterse únicamente a las órdenes del capitán general Guderian; sus instrucciones, expresadas con laconismo militar, eran:
«El que no obedezca será fusilado. »
Su capacidad combativa era tan claramente superior que su postura no determinaría sólo lo que ocurriera en las próximas horas. Hablaba de la incertidumbre de nuestra situación que nadie supiera decir a ciencia cierta si aquellas tropas acorazadas a las que Goebbels no podía oponer ninguna fuerza equivalente pertenecían a los sublevados o al Gobierno. Tanto Goebbels como Remer consideraban posible que Guderian participara en la sublevación.
El coronel Bollbrinker estaba al mando de la brigada. Como era un buen conocido mío, intenté ponerme en contacto con él por teléfono. Su respuesta fue tranquilizadora: los tanques habían acudido a aplastar la insurrección.
Unos ciento cincuenta soldados del batallón de la guardia de Berlín, por lo general hombres de cierta edad, se habían concentrado entre tanto en el jardín de la residencia de Goebbels. Antes de dirigirse a ellos, el ministro me dijo:
—Cuando los haya convencido, habremos ganado el juego. ¡Fíjese en cómo lo hago!
Ya era de noche y la escena sólo estaba iluminada por la luz que salía por una puerta que daba al jardín. Los soldados escucharon con la mayor atención el largo discurso de Goebbels, quien en el fondo no decía nada. No obstante, se mostró muy seguro de sí mismo, como si fuera el gran triunfador del día. Precisamente porque supo centrar en lo personal los tópicos de siempre, su parlamento tuvo un efecto fascinante. Casi podía leer en los rostros de aquellos hombres la impresión que les causaba; se ganó a quienes formaban frente a él en la penumbra sin emplear órdenes ni amenazas, sino la persuasión. El coronel Bollbrinker llegó hacia las once de la noche a la habitación que me había sido asignada. Me dijo que Fromm tenía la intención de someter a los conjurados ya detenidos a un consejo de guerra en la Bendlerstrasse. Me di cuenta enseguida de que eso tendría que resultarle extremadamente difícil; además, en mi opinión tenía que ser el propio Hitler quien decidiera lo que tenía que pasar con los sublevados. Poco después de medianoche me puse en marcha para tratar de impedir cualquier ejecución. Bollbrinker y Remer me acompañaban en el automóvil. En medio de un Berlín a oscuras, la Bendlerstrasse estaba vivamente iluminada por reflectores: era una imagen irreal y fantasmagórica. Tenía el efecto teatral de un escenario cinematográfico iluminado por los focos en un gran estudio oscuro. Unas sombras largas y nítidamente recortadas daban plasticidad al edificio. Cuando quise enfilar la Bendlerstrasse, un oficial de las SS me ordenó detenerme junto al bordillo de la Tiergartenstrasse. Ocultos en la oscuridad de los árboles se encontraban, casi indistinguibles, el jefe de la Gestapo, Kaltenbrunner, y Skorzeny, el que liberó a Mussolini, rodeados de numerosos subordinados. La conducta de aquellos hombres parecía tan irreal como sus oscuras figuras. Nadie juntó los talones para saludar; toda la firmeza de la que habitualmente se hacía gala había desaparecido; todo discurría con suavidad; incluso las conversaciones se mantenían en voz baja, como en un entierro. Expliqué a Kaltenbrunner que quería impedir que Fromm celebrara el consejo de guerra; tanto aquel como Skorzeny, de los que más bien habría esperado expresiones de odio o de triunfo por la derrota moral de su rival, el Ejército de Tierra, me contestaron, casi con indiferencia, que los acontecimientos del día eran competencia del ejército. —No queremos mezclarnos en esto y no vamos a intervenir de ningún modo. Por otra parte, creo que el consejo de guerra ya se ha celebrado. Kaltenbrunner me informó de que no se iba a emplear a las SS para sofocar la revuelta o ejecutar las sentencias, porque eso sólo ocasionaría nuevas discordias con el Ejército de Tierra y agravaría las tensiones.
Incluso había prohibido a su gente entrar enel edificio de la Bendlerstrasse. Sin embargo, aquellas consideraciones tácticas, surgidas en el momento, no se respetaron: al cabo de dos horas los órganos de las SS ya habían empezado a perseguir a los oficiales del Ejército de Tierra que habían participado en la conjura. Cuando Kaltenbrunner terminó de hablar, se hizo visible una poderosa sombra que se recortaba en el fondo claramente iluminado de la Bendlerstrasse; Fromm, vestido de uniforme y completamente solo, se acercaba con paso cansado hacia nosotros. Me despedí de Kaltenbrunner y sus acompañantes y salí de la oscuridad de los árboles al encuentro de Fromm. —El golpe ha terminado —empezó a decir el capitán general, dominándose con esfuerzo—. Acabo de dar las órdenes pertinentes a todos los destacamentos de la región militar.
Durante un buen rato se me ha impedido dar órdenes al Ejército establecido en suelo alemán. ¡Me han encerrado en una habitación! ¡El jefe de mi Estado Mayor, mis colaboradores más cercanos!—Su enojo y también su inquietud se hacían perceptibles cuando, con voz cada vez más fuerte, trató de justificar el fusilamiento de los componentes de su Estado Mayor: —En mi calidad de juez, tenía la obligación de formar inmediatamente un consejo de guerra a todos los que hubieran participado en la conjura.- Y en voz baja añadió, atormentado:
—El general Olbricht y el jefe de mi Estado Mayor, el coronel Von Stauffenberg, están muertos.
Continuará
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