Relato: 2008. La Llamarada del Fénix
- SAETA2003
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Relato: 2008. La Llamarada del Fénix
Nadie ha dicho que Colombia no posea mayor número de aviones y helicópteros lo que se te está diciendo es que sin superioridad aérea muchos de ellos serán destruidos en tierra y los restantes serán replegados a bases improvisadas, y cada vez que despegue correrán grave riesgo de ser destruidos por lo que su operación será muy limitada.
Si Vis Pacem, Para Bellum
- Jig
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santabarbara155 escribió:Compara el numero de helos y de aviones de transporte y veras que siguen resagados. Pero el relato es del 2008 donde estaban bastante peor como tu explicas.
Como siempre lees lo que mas te conviene desvariando las cosas, ya el amigo SAETA lo publico claramente y entendible para todos.
en cuanto a los diez batallones no se tardaron dos semanas, yo estaba activo en esa epoca y a mi mismo me toco trasladar Guardias Nacionales a los puestos fronterizos cuando se ordeno reforzar la frontera, puedo decirte que solo por la guardia nacional se traslado lo equivalente a cuatro batallones desde los comandos regionales del interior hasta los puestos fonterizos, el ejercito tambien hizo lo suyo, lo que se tardo en llegar fueron las unidades blindadas. por otro lado en ese momento solo se contaba con dos C-130, de los helicoptaros rusos solo habian llegado un puñado de Mi-17 y la mayor parte de los helicoptaros Bell-412 estaban inoperativos.
el dia de hoy las cosas son muy diferentes, actualmente se cuenta no solo con los C-130, tambien se cuenta con 8 Y-8, tres Mi-26 y mas de 30 helicopteros Mi-17, la flota de Bell-412 se ha recuperado casi en su totalidad al igual que la de los cougar se estan recibiendo nuevos aviones Donier 228, y la flota de M-26 de la guardia nacional y el ejercito mantiene como siempre un excelente nivel de operatividad.
Acotando los AS-332 y AS-532 los cuales han recibido mantenimiento estando operativos con el GAOE 10.
Dios es amor. Ayudemos a la naturaleza y a construir un mundo mejor cada día.
- santabarbara155
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Entonces repito lo que dijeron 2 c130, algunos mi17 y otros pocos helicopteros para dar logistica y provisiones a minimo 40000 tropas en territorio extranjero en 2008, no hay que ser mago para saber los problemas en logistica que hubieran tenido. Colombia tiene 7 c130 si no estoy mal para ponerte un ejemplo.
- SAETA2003
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El ejército venezolano desde siempre le ha dado mucha importancia a la logística a tal punto que cada brigada.posee un batallón de apoyo logístico dotado con los medios necesarios para trasladar preparar y entregar armamento, combustible y alimento a las tropas, así que no te hagas falsas ilusiones.
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- Alférez
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Relato: 2008. La Llamarada del Fénix
SAETA2003 escribió:El ejército venezolano desde siempre le ha dado mucha importancia a la logística a tal punto que cada brigada.posee un batallón de apoyo logístico dotado con los medios necesarios para trasladar preparar y entregar armamento, combustible y alimento a las tropas, así que no te hagas falsas ilusiones.
Eso es prácticamente un modelo estándar de una brigada moderna, aca igual, un batallón de logística por brigada y una compañía de ASPC por brigada movil y batallon.
Saben compañeros colombianos y venezolanos, de seguro se han hecho correctivos con respecto al fiasco de los 10 batallones. Personalmente ya no le veo el gusto al mencionar o recordar tal cosa; pero que lastima, el relato del compañero flanker arranca el año 2008 .
Saludos.
Para sobrevivir moralmente a una guerra se debe combatir con honor y humanidad - Gustav Roedel
- flanker33
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Relato: 2008. La Llamarada del Fénix
Hola a todos.
Respecto al tema de la logística, como he leído de todo en este y otros foros, la verdad es que me es imposible saber a ciencia cierta quién tiene razón, así que opté por hacer que la logística diera problemas para ambos bandos, pero que no fueran insalvables.
Y sobre lo de abrir por parte colombiana más frentes, donde yo creo que habría más posibilidades,sería en la zona de los Llanos (aunque sin descartar alguna ciudad fronteriza en zonas más selváticas como Puerto Ayacucho). Un problema que veo para llevar a cabo una ofensiva importante en esa zona, a parte de los logísticos (abrir otro frente más con operaciones ofensivas en suelo enemigo no sería sencillo), es la orografía, comenzando por una buena parte de la frontera común dividida por el rio Arauca, y con numerosos cursos fluviales (más o menos importantes) una vez adentrados en Venezuela. También la ausencia de objetivos importantes en zonas cercanas, salvo algunas ciudades menores o quizás Guasdualito y su aeropuerto, es otro factor a tener en cuenta. En el relato he optado por operaciones menores, tipo compañía o batallón en puntos concretos de la frontera común. Desde luego puedo estar equivocado, pero para mí, que el EdC lanzase una ofensiva con varias brigadas abriendo un nuevo frente, podría ser muy arriesgado y preferiría tratar de maximizar las posibilidades de éxito en los frentes que hay abiertos antes de abrir otro con perspectivas inciertas que podrían influir negativamente en los demás, pero también puede ser que yo sea más cauto de lo debido.
Un saludo.
Respecto al tema de la logística, como he leído de todo en este y otros foros, la verdad es que me es imposible saber a ciencia cierta quién tiene razón, así que opté por hacer que la logística diera problemas para ambos bandos, pero que no fueran insalvables.
Y sobre lo de abrir por parte colombiana más frentes, donde yo creo que habría más posibilidades,sería en la zona de los Llanos (aunque sin descartar alguna ciudad fronteriza en zonas más selváticas como Puerto Ayacucho). Un problema que veo para llevar a cabo una ofensiva importante en esa zona, a parte de los logísticos (abrir otro frente más con operaciones ofensivas en suelo enemigo no sería sencillo), es la orografía, comenzando por una buena parte de la frontera común dividida por el rio Arauca, y con numerosos cursos fluviales (más o menos importantes) una vez adentrados en Venezuela. También la ausencia de objetivos importantes en zonas cercanas, salvo algunas ciudades menores o quizás Guasdualito y su aeropuerto, es otro factor a tener en cuenta. En el relato he optado por operaciones menores, tipo compañía o batallón en puntos concretos de la frontera común. Desde luego puedo estar equivocado, pero para mí, que el EdC lanzase una ofensiva con varias brigadas abriendo un nuevo frente, podría ser muy arriesgado y preferiría tratar de maximizar las posibilidades de éxito en los frentes que hay abiertos antes de abrir otro con perspectivas inciertas que podrían influir negativamente en los demás, pero también puede ser que yo sea más cauto de lo debido.
Un saludo.
"Si usted no tiene libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor" - José Luís Sampedro
- Jig
- Capitán
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Y el relato que paso amigo? nos dejaste en vilo compadre.
Dios es amor. Ayudemos a la naturaleza y a construir un mundo mejor cada día.
- flanker33
- Teniente Coronel
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Aquí está, lo prometido es deuda, y lamento la tardanza.
Un saludo.
Un saludo.
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- flanker33
- Teniente Coronel
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9 de marzo. Base Naval de Puerto Cabello. Venezuela.
Aunque hacía ya varios minutos que las siluetas de la pequeña flota que había zarpado de puerto eran invisibles tras el oscuro horizonte del Mar Caribe, el Capitán de Navío Eugenio Cadenas seguía de pie con la mirada fija en el mar. Aquella era una misión sencilla, pero que se podía complicar, dependiendo de las circunstancias, y aquello le llenaba de incertidumbre. Miró el reloj, apenas faltaban unos minutos para las seis de la mañana, y se decía a sí mismo que en aproximadamente 24 horas todo habría terminado para bien o para mal. Pensativo, aguantó unos instantes más hasta que su ayudante carraspeó tras él.
-Si, si, lo se, debemos irnos…tenemos trabajo antes de la reunión matinal.
-Cuando usted ordene, mi Capitán.
-¿Saben en la sala de operaciones que deben informarme de todo lo relacionado con esta misión aunque esté reunido?
-Todo está preparado, no se preocupe.
-Este bien. Entonces vayámonos.
Tras despedirse de los mandos de la base que se encontraban a unos metros, Cadenas subió a un vehículo oficial que lo llevó hacia donde le esperaba el helicóptero que lo llevaría de nuevo al Cuartel General de la Armada en Caracas. Mientras avanzaban por las calles de la Base Naval, pensaba que su cargo actual le impedía navegar junto a aquellos marineros a los que había despedido hacia poco, ya que ahora era más un gestor de hombres y equipos que un guerrero, pero al menos por un rato se había dado el gusto de evadirse de los despachos y sala de reuniones, preparar a conciencia la travesía de la flota y resolver los flecos que quedaban con los mandos allí presentes, y por supuesto, volver a oler el salitre del mar.
A pocas millas de allí, navegando rumbo norte, varios buques avanzaban en pos de su objetivo.
9 de marzo. En las cercanías de Curaçao, sobre el Mar Caribe.
En el interior del E-3 de la USAF que patrullaba los cielos y mares del norte de Venezuela desde la seguridad del espacio aéreo de la colonia holandesa de Curaçao, uno de los operadores de consola avisó al coordinador táctico para que observase lo que tenía en su pantalla. El radar indicaba la presencia de al menos siete buques que habían salido de la base naval venezolana de Puerto Cabello hacía algo más de una hora, y que navegaban en condiciones EMCON. Ahora se habían encontrado con otros dos contactos que habían navegado hacia ellos en los últimos minutos. Los buques que habían salido de la Base Naval eran contactos de tamaño medio, así como también uno de los que iban a su encuentro, y que el equipo de apoyo electrónico había identificado gracias a las emisiones de su radar, como un Guardacostas de la Armada venezolana clase “Almirante Clemente”, seguramente el “General Morán” según inteligencia, siendo el otro buque que faltaba, un contacto más pequeño, posiblemente un patrullero que mantenía sus emisiones radar a cero.
Ambos observaron durante un rato a la formación naval que acababa de reunirse, y tras un tiempo prudencial, determinaron un rumbo NNO y una velocidad de 15 nudos sostenidos para la flota que avanzaba hacia el frente naval del conflicto venezolano-colombiano. La información no tardó demasiado en distribuirse por los canales de mando apropiados.
9 de marzo. La Guajira. Colombia.
-¿General Molero? - preguntó el recién llegado a la tienda de mando, quitándose la gorra al entrar en la misma.
El General se volvió y vio entrar a alguien que le resultaba familiar
-¿Si?...¿Usted es...?
-Coronel Benito de la Cruz a sus ordenes, mi General. - mientras se adelantaba, se cuadraba y saludaba marcialmente a su superior.
-Ah si, de la Cruz, ya me acuerdo de usted, me han informado de su llegada – contesto mientras respondía al saludo. - Es del Cuartel General ¿verdad? el “padre intelectual” de todo esto ¿cierto?
-El plan “HUYA” fue más bien una labor de un equipo que tuve el honor de coordinar, pero si, podría decirse así.
-Vaya, es usted modesto, eso me gusta Coronel. - Y tras volver a mirarlo de arriba a abajo, Molero preguntó – Y dígame ¿ha venido a espiarnos o a asegurarnos de que acatamos el nuevo plan de acción? – refiriéndose a la continuación de la ofensiva hasta Riohacha.
-Sinceramente, ni lo uno ni lo otro mi General, mis ordenes son observar, valorar, aconsejar y ayudar en lo que sea necesario – aunque de la Cruz sospechaba que el motivo de su urgente traslado al frente no era otro que el deshacerse de él y su incomoda postura contraria al “ataque final”, tal y como se había dado en denominarse en el Cuartel General del CEO el proseguir la ofensiva.
-Ya veo, a espiarnos, tal y como pensaba – dijo con una medio sonrisa que hizo que el Coronel no supiera si lo decía en serio o en broma, por lo que se quedo callado y esperando instrucciones de su superior. Este miró su reloj. Marcaba casi las siete de la tarde. - Está bien. Estábamos a punto de comenzar una reunión sobre el transcurso de las operaciones en lo que llevamos de día. Si quiere unirse a nosotros para que se haga una idea y actualice sus datos tras el viaje hasta aquí, está invitado – y con un gesto de su mano, le indicó donde podía colocarse en la mesa de operaciones situada en el centro de la gran tienda de campaña.
De la Cruz ocupó el lugar que le brindaba el General. En la reunión estaban presentes los oficiales del Estado Mayor de Molero, y alguno de sus ayudantes, excepto el encargado de la logística, que había mandado a su segundo. Con todos aquellos hombres alrededor de la mesa, el General comenzó a hablar.
-Señores, he convocado esta reunión para actualizar lo que sabemos hasta ahora y como discurren las operaciones, pero sobre todo, quiero saber las necesidades y los problemas con los que nos estamos encontrando en nuestras unidades, tanto en las de combate como a retaguardia...Coronel Fernández, comience usted por favor.
El oficial de operaciones, que había regresado a su puesto tras la reunión en el CEO de forma apresurada, comenzó a explicar la situación.
-...comenzando cronológicamente, esta mañana todavía de madrugada, un equipo del COPEMI, los comandos de la Infantería de Marina, han atacado el puesto de la Armada Colombiana en Punta Espada, destruyendo la torre donde se alojaba el radar de búsqueda y los aparatos de escucha electrónica que había en ella. Desde el punto de vista de la efectividad ha sido un éxito, aunque los comandos han sufrido dos bajas, un muerto y un prisionero, pero el resto del equipo ha logrado exfiltrarse exitosamente. Ahora mismo, los colombianos están asegurando en sus medios de comunicación que hemos atacado un hospital de campaña que tienen en la misma base y que ha habido bajas entre los heridos. Nuestros comandos, aunque dicen que la situación fue un tanto confusa en un momento dado, aseguran no haber atacado ningún hospital...puede que alguna bala perdida se haya dirigido hacia allí, pero es imposible saber si nuestra o suya.
-De cualquier modo, lo aprovecharán propagandisticamente, eso seguro – intervino Molero.
-Afirmativo, ya lo están haciendo, e incluso han pedido una investigación de la ONU.
-Bueno, eso es algo que ahora mismo no debe preocuparnos, pero no estaría de más recordar a nuestras tropas que el trato que se debe dar en todo momento al enemigo, tanto herido como apresado, ha de ser el acorde con la Convención de Ginebra, ya que a veces, con el estres del combate, esas conductas pueden relajarse, y no estoy dispuesto a eso. Hemos de ser ejemplo de gallardía y hombría, tanto en la lucha como en el trato al enemigo que se rinde o yace herido.
Los oficiales mostraron su acuerdo con su superior y tomaron las oportunas notas.
-Siguiendo la secuencia de los hechos, sobre las ocho cero cero de esta mañana, nuestras fuerzas reanudaron a la ofensiva. Avanzamos en todo los frentes. Tras dejar rodeada Manaure con algunas fuerzas, desde el norte se ha avanzado en dirección SO, aunque el enemigo, el terreno, la escasez de vías de comunicación en esa zona y la distancia a cubrir, hayan hecho que la Infantería de marina y el Grupo de Caballería no hayan alcanzado sus objetivos para el día de hoy, y que dificilmente vaya a lograrlo. Esperamos que lleguen a las posiciones asignadas al norte de Punta la Vela, de madrugada o a primera hora de mañana. Mientras, desde nuestras posiciones al oeste y noroeste de Cuatro vías, las 41º y 44ª Brigadas Blindadas han avanzado durante todo el día a lo largo de la carretera 90, combatiendo y sufriendo constantes emboscadas de los colombianos y un goteo de bajas muy irritante, pero por fin han logrado sus objetivos, y ahora mismo ya se encuentran combatiendo contra las unidades enemigas que defienden, lo que creemos – dijo mirando al oficial de Inteligencia – que es la primera linea de defensa de Riohacha, y que va desde Punta la Vela, hasta un punto a 7 u 8 kilómetros de las afueras de Riohacha, en la carretera 90, y luego al sur del río Ranchería, a lo largo de todo nuestro flanco izquierdo.
-¿Ha endurecido la resistencia el enemigo en ese punto? - preguntó de la Cruz.
-Así es Coronel. Hemos detectado preparativos defensivos en esa zona y las unidades colombianas ya no retroceden. Se están quedando a luchar en sus puestos.
-Ha hablado de una primera linea, ¿cuantas lineas defensivas más estiman que hay antes de Riohacha? - volvió a preguntar de la Cruz.
-Al menos otra, en la periferia de la ciudad, y que la bordearía por completo, y es más que posible que estén preparando la ciudad misma para una lucha casa por casa.
-¿Hemos detectado que evacuen a los civiles? - preguntó esta vez Molero.
-Si, desde ayer tenemos noticias de una evacuación masiva de civiles por parte de las autoridades colombianas, lo cual es interesante, por que hasta ahora se habían abstenido de hacerlo por no minar la moral de sus compatriotas, aunque ahora parecen tener claro que es mejor que los civiles no sufran las consecuencias de una más que previsible lucha callejera en la ciudad.
-Si, mejor así, para ambos bandos, nosotros tampoco queremos que haya más muerte de civiles...continua por favor.
-Si, mi General – dijo tras haber tomado un sorbo de agua. - Nuestros planes más inmediatos pasan ahora por colocar a nuestras tropas en la mejor posición para continuar mañana el ataque con las fuerzas presente, unidas a las que llegaran desde el norte, y si llegan a tiempo, con la 2ª Brigada de Infantería de Marina.
-¿Sabemos donde están esa Brigada ahora? - intervino uno de los presentes.
-No con exactitud. Solo nos han confirmado que están cerca, pero no si podrán intervenir mañana por la mañana- dijo encogiéndose de hombros – pero por lo demás, y siguiendo con nuestros preparativos, debemos realizar un reconocimiento en fuerza sobre las posiciones enemigas que comenzaría esta madrugada. Si rompemos sus defensas por la mañana, por la tarde-noche podríamos estar combatiendo en las afueras de Riohacha, y pasado mañana entrar en la ciudad...quizás en 48 o 72 horas podamos haber tomado nuestros últimos objetivos.
-¿Pero...? Por que siempre hay un “pero”, ¿verdad Fernández? - preguntó con ironía el General.
- Me temo que así es, mi General. Caballeros, como ya saben estamos cortos de munición, de suministros en general, y de soldados y vehículos que reemplacen a nuestras bajas. Si no llegan pronto los prometidos refuerzos, no se si podremos tomar la ciudad. - dijo con cierto tono pesimista.
-Por eso nuestro colega Marriaga – dijo Molero refiriéndose al oficial encargado de la logística – no puede estar con nosotros ahora mismo, ya que se encuentra tratando de resolver todos esos problemas...Coronel de la Cruz ¿tiene algo que decirnos al respecto? - preguntó a la vez que miraba con cierta dureza al interpelado.
“Debería decirle que yo no estoy de acuerdo con todo esto” pensó para si mismo, pero sabía que aquel no era el momento ni el lugar para hacerlo. Así que se atuvo a lo prometido por el Comandante del CEO en la reunión del día anterior en Caracas.
-Las unidades de refuerzo y los suministros ya están en camino, y deberían llegar en breve según lo prometido ayer en una reunión del más alto nivel...mi General.
-¿Y dijeron en esa reunión cuando deberían llegar? Y lo que es más importante ¿que pasa si no llegan a tiempo y mis hombres han de morir por falta de apoyo y suministros? ¿He de continuar atacando? - Molero estaba descargando ahora su frustración contra el enviado del Cuartel General, pero este se limitó a encogerse ligeramente de hombros y a responder.
-Mi General, es lo que le puedo decir, no se más del asunto. Quizás debería preguntar en el CEO. - “Carajos, yo no tengo la culpa de que las unidades se muevan más rápido en las planificaciones de los altos mandos que en la realidad, y que estos a veces la obvien en beneficio de sus propias tesis. Si por mi fuera, y de haber querido continuar la ofensiva, hubiera decretado un parón de 36 a 48 horas antes de reanudar el ataque”, pensó algo molesto el Coronel ante la insistencia de su superior.
-Mi General, si me permite – intervino Fernández – creo que el Coronel está igual de “sorprendido” que nosotros con la decisión del Alto Mando, y no deberíamos responsabilizarlo a él de las nuevas ordenes recibidas. - De la Cruz agradeció con la mirada a su colega la intervención.
-Discúlpeme Coronel, es el cansancio unido a algo de frustración – explicó el General en un arrebato de sinceridad, pero se recompuso enseguida y adoptó de nuevo su firme y marcial posición de comandante en jefe de aquella misión. - Le agradecería si pudiera conseguir acelerar la llegada de los suministros y refuerzos, o al menos obtener algo de información sobre ellos.
-A la orden mi General, haré todo lo que esté en mi mano, no lo dude.
-Gracias Coronel...prosigue Fernández, por favor.
-Claro mi General. Como decía, la llegada de esas tropas y suministros es crítica para la rápida conclusión de la campaña. Si llegan en breve, tenemos fundadas esperanzas en que podremos tomar la ciudad...
Tras unos minutos más explicando algunas cuestiones menores, tomó la palabra el responsable en aquella reunión de la logística, ahondando con datos en lo expuesto por Fernández. Y aunque explicó que se recibían cierta cantidad de suministros, por ejemplo todavía había municiones, explicó que si se seguían gastando al ritmo actual dada la intensidad de los combates y las ordenes de utilizar la máxima potencia de fuego disponible para evitar bajas y maximizar el daño al enemigo, estas se agotarían en breve, en especial las de la artillería, por lo que habría que reducir su uso, haciendo que las tropas lucharan “con una mano a la espalda”. También escaseaban suministros médicos, piezas de repuesto para los vehículos, e incluso puntualmente agua, y el combatir en una zona semiarida y con altas temperaturas no ayudaba en absoluto. Al menos tenían suficientes raciones de campaña y el combustible era suficiente para los vehículos que quedaban en las unidades.
El oficial dijo que se podría combatir con la misma intensidad un día más, luego, si no llegaban los prometidos suministros en la cantidad suficiente, habría que limitar el uso de la potencia de fuego, reducir el movimiento de los vehículos por falta de repuestos y evacuar a los heridos leves a hospitales de la retaguardia mejor dotados.
Tras la explicación del responsable de la logística, intervino el oficial de inteligencia, explicando la distribución del dispositivo enemigo y de las intenciones que parecían tener. La presencia enemiga que tenían enfrente se había reforzado con otras nuevas unidades que ya estaban en la zona y con los preparativos defensivos que se habían llevado a cabo. Como Fernández, el oficial de inteligencia confiaba aún en que si se podía seguir haciendo uso del poder de fuego de las unidades blindadas y de artillería, con el apoyo de helicópteros y la aviación, había una buena oportunidad de obtener la victoria, aunque echaba en falta algo más de infantería para la lucha que se podía dar en el interior de la ciudad, sobre todo si no llegaban los infantes de marina a tiempo, y advirtió además que era probable que luchasen en cierta inferioridad numérica esta vez. Por supuesto, la presencia de comandos enemigos en la retaguardia seguía siendo un fastidio que consumía hombres y recursos que se podrían destinar al ataque, pero a su juicio no eran un factor determinante en la resolución del conflicto. Sin embargo la concentración de tropas enemigas que según todos los informes se estaban reuniendo al sur de la península, en el gran flanco izquierdo del avance venezolano, si podían ser determinantes, a pesar de los informes que llegaban de Caracas diciendo que la situación estaba controlada y que las fuerzas presentes junto con los refuerzos, serían suficientes para frenar cualquier intento de contraataque colombiano.
Finalmente volvió a retomar la palabra el General Molero.
-Por último, he de decirles, que mañana, y según me ha informado mi colega de la Aviación Militar, no podremos contar con su apoyo como en los últimos días. De hecho, ya habrán observado hoy una cierta reducción en sus misiones de apoyo a nuestras fuerzas, pues bien, he sido informado que sus aviones están bajo mucha presión por el ritmo de las operaciones, y su disponibilidad se ve perjudicada por lo que es necesario realizar una mayor tarea de mantenimiento en los mismos, que afectará al número de salidas que podrán ser llevadas a cabo. Además, parece ser que han sido requeridos de nuevo para que vuelvan a atacar objetivos estratégicos, alejados de este Teatro de Operaciones.
Aquello preocupo a los oyentes. El apoyo de la aviación había sido muy importante en las últimas 48 horas, y si ahora, en el momento clave de la campaña, los ataques de la aviación sobre el enemigo en la Guajira disminuían de forma apreciable, la lucha sería más dura e incierta.
De la Cruz, al dar por terminada la reunión el General Molero, tuvo sensaciones contradictorias. Por una parte, y a pesar de todo, parecía que la victoria estaba al alcance de la mano, pero por otro lado, y por causas no atribuibles o controlables por Molero y sus hombres, aquella oportunidad podía perderse y hacer que toda la campaña se empantanara de manera muy peligrosa para los objetivos venezolanos. Las próximas horas iban a ser cruciales.
Tras la reunión, el Coronel se dispuso a cumplir con lo que le había ordenado del General Molero. O al menos con la tarea de obtener información, ya que el acelerar la llegada de los suministros o refuerzos, quedaba muy lejos de sus posibilidades. Tras varios minutos de espera, logró comunicarse por fin con el CEO, aunque de poco le sirvió, pues apenas pudo sacar nada en claro, así que optó por llamar al Cuartel General del Ejército, donde tenía más contactos y obtener información sería más sencillo. Tras pasar la llamada por un par de mandos, al final logró comunicar con su amigo el Teniente Coronel Guzman, el cual le puso al día de los asuntos que le interesaban.
Los suministros enviados al frente con toda celeridad, se encontraban en diferentes etapas de conseguir llegar a sus destinos. Los pocos que quedaban ya en la zona de Maracaibo y la frontera, habían llegado ya a las unidades o estaban a punto de hacerlo, pero dado que aquellos suministros estaban pensados para completar la Operación Huya, ahora eran claramente insuficientes para sostener la continuación de la ofensiva hacia Riohacha. Por lo tanto, más cantidades de municiones, combustible, y material de todo tipo fluían a través de las principales vías de comunicación del centro y norte del país hacia el Teatro de Operaciones de la Guajira. Con toda la prisa y parte de la improvisación con la que se había ordenado el envío de dichos suministros en los respectivos cuarteles y centros logísticos, la situación era algo caótica, y nadie sabía muy bien donde andaba este o aquel convoy, ni siquiera se sabía muy bien que había en cada uno, con la fragmentaria información que iba llegando al Cuartel General, pero de la Cruz pensó que era algo lógico e inherente a la confusión de la guerra y de la conducción de las operaciones bélicas, pero que sin duda conllevaría un cierto retraso el organizar toda esa línea de suministros una vez llegados al frente, aunque al menos estaban en movimiento y todo parecía indicar que llegarían más pronto que tarde.
Respecto al despliegue de las tropas de refuerzo, en primer lugar, la 42º Brigada Paracaidista al completo, es decir, los restos del Batallón 421º (y ni siquiera todo los efectivos que quedaban, ya que varios de ellos, todavía estaban unidos a los Infantes de Marina en tareas de seguridad alrededor de Manaure, en Uribia o Puerto Bolívar) y el Batallón 422º, más los demás elementos de apoyo de la brigada, había terminado de desplegarse alrededor de “Cuatro Vías” hacía una hora y ya estaban mejorando las posiciones defensivas alrededor de tan vital cruce de caminos, relevando de esa tarea al Batallón de la 11ª Brigada que defendía la zona, que ahora se avanzaba hacia el oeste. Por otro lado, y variando lo establecido el día anterior en la reunión del CEO, se intercambiaron las misiones de la 31ª Brigada de Infantería y la 2ª Brigada de IM, siendo esta última la que también apoyaría el ataque sobre Riohacha, mientras que la primera defendería la zona de Maicao, desde la frontera hasta contactar con los paracaidistas en “Cuatro Vías”.
El primer Batallón de infantería de la 31ª Brigada en llegar al Teatro de Operaciones, estaba relevando en estos mismos momentos al 131º Batallón en Maicao, y este, al terminar dicho relevo, avanzaría hacia el oeste, posiblemente para unirse a la ofensiva por Riohacha. El resto de la 31º Brigada, llegaría en las próximas horas, siendo difícil precisar exactamente cuándo estaría disponible toda ella para ocupar el sector que tenían asignado y hacerse cargo de la defensa de la zona de retaguardia contra los reiterados ataques de los comandos colombianos que tan molestos resultaban, y liberando a unidades de la Infantería de Marina y los comandos de las tareas de defender la retaguardia y dar caza a aquellos soldados enemigos. Entonces, otro de los batallones de la 11º Brigada, se movería hacia el oeste para reforzar la defensa desde “Cuatro Vías” hacia el oeste. Finalmente, el 321º Batallón de Caribes había llegado también a Maicao, desde donde adoptaría su papel de reserva del Teatro.
De la posición actual de la 2ª Brigada de Infantería de Marina, no pudo saber absolutamente nada, y es que era lo que tenía de malo contactar con el Cuartel General del Ejército, y no con el CEO, pero al menos ya tenía algo por donde comenzar a reportarse a su superior.
En cualquier caso, parecía que los mandos superiores habían cumplido con sus promesas y los refuerzos y suministros, tan necesarios para continuar la ofensiva, estaban en camino y llegando. Estaba por ver si con la suficiente premura como para ser decisivos en la conclusión exitosa de la contienda.
9 de marzo. Cerca de Riohacha. Colombia.
Torres miró al frente. Los resplandores se repetían rítmicamente. Primero uno, luego otro, y otro, y otro más. Eran proyectiles de artillería que caían allá en el horizonte sobre uno y otro bando, y que iluminaban fantasmagóricamente el cielo nocturno de la Guajira. El Teniente Coronel se sentía impotente. Allí, en los suburbios de Riohacha, a varios kilómetros de la primera línea, no podía hacer nada para ayudar en la defensa de su nación. Además, nunca le habían gustado los combates nocturnos, por mucho que los teóricos del arte militar llevaran años augurando que era el futuro de la guerra, a él no le gustaba nada aquello. Aún con costosos y vulnerables aparatos de visión nocturna, Torres prefería mil veces combatir bajo la luz del sol que en el verdoso mundo de las gafas de visión nocturnas.
Otra bengala surco el cielo a lo lejos, entonces aumentaba el rumor de las armas ligeras en la distancia. Detectó que en conjunto no eran combates de mucha intensidad, pero tampoco eran tiroteos aislados. Seguramente el enemigo trataba de consolidar alguna posición ventajosa para retomar la ofensiva al amanecer, o quizás estaban reconociendo el terreno. Era difícil saberlo desde allí.
“Al menos mi Grupo de combate ha recuperado fuerzas y estamos otra vez en buena forma” pensó el Teniente Coronel, y es que desde que se habían retirado de “Cuatro Vías” y aguardado en una posición de retaguardia, habían podido recibir algunos suministros muy bienvenidos, sobre todo munición de todo tipo, así como soldados, vehículos y armamento para reemplazar en buena parte a sus bajas. Además, las horas de descanso fuera del frente le habían venido muy bien a sus hombres para tomar un respiro y estar medianamente descansados. También le animó el hecho que en la ciudad y sus alrededores, se vieran muchas tropas y que se estaban dando los últimos retoques a las posiciones defensivas de las que se esperaba ayudaran a detener a los venezolanos antes de que entrasen en la propia ciudad. Por su parte, la misión seguía siendo la misma, actuar como unidad mecanizada de reacción ante cualquier penetración enemiga en el dispositivo defensivo, pero tan solo si este rompía el segundo anillo defensivo y se encaminaba hacia los arrabales de Riohacha. Eran por así decirlo, un último recurso para tratar de evitar la lucha casa por casa en la ciudad.
Torres esperó un rato más hasta que notó que el ruido del combate disminuía, y entonces se dirigió a su puesto de mando para dar un último vistazo allí y resolver los problemas de última hora, antes de tratar de dormir un par de horas al menos, que le servirían para evitar tomar malas decisiones al día siguiente por falta de sueño.
9 de marzo. Riohacha. Colombia.
Era ya noche cerrada cuando golpearon a su puerta.
-Mi General, esto acaba de llegar – dijo el suboficial asomándose al despacho del General y que le pasaba una hoja impresa.
-Gracias, puede retirarse.
Mientras el suboficial salía del pequeño despacho que a Suárez le habían preparado en el sótano del edificio que ahora hacía las veces de Cuartel General de las fuerzas colombianas en la Guajira, este se puso las gafas y leyó lo que le acababan de traer. Tenía la vista cansada, tanto por la edad como por la actividad y la falta de sueño que soportaba desde antes incluso que comenzara el conflicto, pero aún así lo que allí ponía, le hizo agudizar sus sentidos y tratar de discernir lo que aquello podía suponer.
En esencia, desde el Ministerio de Defensa le informaban sobre la situación y dimensión internacional de la guerra…y había novedades. En Nueva York se había llegado hacía un par de horas a la resolución de detener cualquier tipo de suministro de material militar de terceros países a Colombia y a Venezuela, lo que venía a ser un embargo de armas, al menos mientras durase el conflicto. Al fin, la presión sobre Moscú había surtido efecto, o quizás los rusos pensaban que el coste político de mantener la ayuda ya no merecía la pena cuando la victoria de sus “amigos” parecía tan cercana. Sea como fuere, aquello era una buena noticia para él y sus hombres, por que “oficialmente”, Colombia no estaba recibiendo ni se pensaba recibir ningún tipo de armamento, y aunque Moscú, Pekín y La Habana sospechaban y dejaban caer a quien quisiera escuchar que los EEUU estaban pasando datos de inteligencia a las FFAA colombianas, de momento no habían podido demostrar nada, y mientras tanto Bogotá como Washington siguieran negándolo categóricamente todo, no había de que preocuparse.
Por otro lado, la US Navy había difundido la noticia de que el Grupo de Batalla del portaviones “George Washington” se dirigía al sur de Puerto Rico, en pleno Mar Caribe, para seguir más de cerca “los preocupantes acontecimientos en el norte de Colombia”, lo que había hecho que el presidente venezolano, lanzase uno de sus más encendidos discursos antinorteamericanos que se le recordaba. También el Grupo anfibio de la Navy que navegaba en el Pacífico cerca de Panamá, se iba a dirigir más al sur en el marco de unas nuevas maniobras navales. Esto le hizo esbozar una sonrisa al General, ya que aunque la probabilidad de que los EEUU intervinieran militarmente en el conflicto era muy, muy remota, no hacía sino incrementar la presión para sus enemigos. Por el contrario, ante la situación en general y tras aquellos movimientos en particular, la opinión pública mundial se iba posicionando claramente a favor de una rápida conclusión del conflicto, y la parte antinorteamericana de aquella opinión pública, también podía ejercer presión sobre Washington para que dejara de apoyar a Colombia, y ninguna de esas dos cosas le convenía ahora a Suárez, la última, por que con el apoyo, aunque fuera diplomático o encubierto de los Estados Unidos, era un fuerte espaldarazo a la posición de Bogotá, mientras que si se daba por concluido en breve el conflicto, sus planes quedarían inconclusos y en cierto modo, habría quedado como un incompetente.
Suárez se había jugado aquella campaña a varios hechos y peticiones que se concretaron en la reunión con sus superiores en Santa Marta nada más comenzar la guerra, y que se podían resumir en los siguientes puntos, a saber:
-Prioridad absoluta del Teatro de Operaciones de la Guajira sobre cualquier otro.
-Envío de suministros, hombres, y material, principalmente blindados, artillería y armamento antitanque desde otras unidades del Ejército, con destino a las que combatirían en el TO, aunque aquello supusiera dejar debilitadas a las primeras en otros frentes.
-Necesidad absoluta de recibir por cualquier tipo de vía armamento y material prioritario, que una vez comenzado el conflicto se consumiría con rapidez y sería difícil de conseguir en los plazos previstos de duración de la guerra. Dicho armamento se centraba principalmente en misiles antitanque de los ya usados por el Ejército colombiano, armas de defensa aérea tipo MANPADS preferiblemente o en su defecto algún tipo de artillería antiaérea guiada por radar de eficacia probada o piezas de artillería, preferiblemente del calibre 155. También equipos avanzados de visión nocturna o sistemas para interferir las transmisiones de radio enemigas.
-Mantener alejada a la aviación enemiga de sus tropas y generar un cierto número de salidas de apoyo a las fuerzas terrestres por parte de la FAC para desgastar al enemigo, y dar moral a los soldados del Ejército, haciéndoles sentir que no luchaban solos.
-La ARC debería controlar el mar territorial y evitar a toda costa que el enemigo llevase a cabo desembarcos u operaciones, en mar o en tierra, tras las lineas defensivas del Ejército.
-Colaboración en materia de información de inteligencia con los Estados Unidos, tanto estratégica como táctica, especialmente en el plano naval y aéreo, para evitar sorpresas tras las líneas colombianas.
-Intenso esfuerzo para tener el apoyo de la opinión pública, tanto nacional como internacional. Recabar el apoyo de diplomático de cuantos más países mejor, con mayor énfasis en los EEUU y países Latinoamericanos.
-Ceder terreno si era necesario, pero siempre combatiendo y causando bajas y desgastando al enemigo, hasta Riohacha. Allí defensa a ultranza para retener y desangrar al mayor número posible de fuerzas enemigas.
-Concentración de tropas a lo largo del sur de la peninsula de la Guajira y del flanco izquierdo del enemigo para poder montar un contraataque que cortase sus lineas de abastecimiento y amenazara su retaguardia.
-Hacer durar el conflicto lo necesario hasta que el contraataque del Ejercito colombiano derrotara al enemigo y lo expulsara del suelo patrio.
Suárez pensaba que si los venezolanos hubiesen dado por finalizada su ofensiva con la toma de “Cuatro Vías” como indicaba que era su intención un informe del Pentágono al que había tenido acceso hacia menos de dos días, y que se había conseguido gracias a los buenos servicios de la NSA, a esas horas, ya debería haber lanzado un contraataque para expulsar al enemigo, pero de forma más improvisada y con menos garantías de éxito, o haber quedado como un inepto ante sus mandos y ante su país, y aquella era un opción que no quería ni plantearse. Al final, habían sido muchas peticiones y situaciones, unas se habían dado o conseguido, y otras no, pero ahora ya no había tiempo para lamentaciones, se acercaba el punto culminante de la lucha.
Tras terminar de leer el informe del Ministerio de Defensa, el General se apoyó sobre el respaldo de la silla y estiró un poco la espalda para aliviar algo la tensión que tenía en los músculos. Desde que comenzara todo aquello se sentía diez años más viejo, y se preguntaba como los soldados de cualquier graduación se podrían acostumbrar a la guerra y a convivir con ella durante meses o incluso años…pero aquel pensamiento solo le duró un instante, estaba demasiado ocupado para entretenerse con disquisiciones cuasi filosóficas, tenía cosas más importantes que hacer, como revisar por enésima vez la disposición de sus fuerzas, las estimaciones de inteligencia sobre las fuerzas enemigas y los planes más inmediatos que debían llevar a cabo sus hombres.
Comenzó por lo primero, y volvió a estudiar el plano donde se veía la disposición de las unidades bajo su mando, que habían crecido hasta completar lo que bien podrían ser tres divisiones reforzadas, pero que el alto mando había mantenido a sus órdenes, convirtiéndolo de facto en el máximo responsable de las operaciones terrestres en la Guajira, cosa ya prevista por otro lado, pero donde siempre cabía la posibilidad de ser sustituido en esa tarea por un oficial superior si las cosas se torcían.
A las dos brigadas de la 1ª División que habían comenzado la lucha el día 5, se habían unido batallones de comandos y de Infantería de Marina, además de la 11ª Brigada de la 7ª División y la 1ª Brigada de la 5ª. Con aquellas unidades se había sostenido el frente y los flancos colombianos en la Guajira, manteniendo tropas incluso a retaguardia enemiga, y aunque algunas cosas habían fallado, como una temprana pérdida de Uribia o el relativo desastre de Puerto Bolivar, la situación evolucionaba más o menos acorde a lo esperado. Y no es que no le hubiese gustado detener al enemigo en la frontera, o en Maicao, o no perder “Cuatro Vías”, pero con el despliegue inicial y la sucesión de acontecimientos que habían llevado al conflicto, pensaba que la decisión adoptada, y refrendada por los Comandantes de las FFAA colombianas, basada en múltiples estudios, maniobras y ejercicios de Estado Mayor, era la más acertada.
Con aquellas fuerzas reunidas en torno a Riohacha, además del apoyo de diversas unidades de ingenieros y artillería, tocaba defender la ciudad y sus alrededores, tratando de causar muchas bajas y reteniendo el mayor número posible de fuerzas enemigas allí. Por suerte, estas unidades estaban logrando recibir soldados, armamento y munición para reemplazar las pérdidas sufridas, y aunque distaban de estar al máximo de su potencia, indudablemente estaban mejor que tan solo 24-48 horas atrás. Por su parte, dos Brigadas de la 7ª División, la 4ª y 14ª, con sus seis Grupos/Batallones, protegían lo que restaba del flanco derecho, hasta la zona fronteriza con Venezuela. Mas al sur, y reunidas al norte de Albania, la poderosa 13ª Brigada de la 5ª División, más la 6ª Brigada de la misma unidad y la 2ª Brigada Móvil, estaban llamadas a realizar el decisivo contraataque sobre el extendido flanco izquierdo enemigo.
Pero revisando la información de inteligencia, estaba claro que los venezolanos enviaban más fuerzas al Teatro de Operaciones, y reforzaban su flanco y retaguardia. Se estimaba que esos refuerzos consistían en al menos dos brigadas, una que estaba llegando a Maicao y la otra, seguramente la Brigada Paracaidista enemiga, en “Cuatro Vías”. Además, los informes de una flota de buques enemigos, entre los que parecían encontrarse los 3 LST operativos de la Armada venezolana, que había zarpado de su base la noche anterior, y que según las últimas informaciones disponibles se encontraba navegando ligeramente al oeste de Aruba, abrían un interrogante sobre las intenciones enemigas, máxime cuando otros informes sin confirmar, indicaban que la 2ª Brigada de Infantería de Marina enemiga se estaba desplazando por tierra hacia el Teatro de Operaciones. Si finalmente aquellos buques y su escolta proseguían hacia el oeste, esperaba que los marinos y aviadores de la Armada y la Fuerza Aérea hicieran todo lo posible por hundirlo, ya que lo último que necesitaba era una fuerza enemiga a sus espaldas.
Estaba intranquilo, pero pensó que el ataque de sus tropas iba a contar con todos los apoyos necesarios y disponibles, artillería, helicópteros, suministros, etc…para que tuviera éxito, pero el dominio del aire que había mostrado el enemigo en los últimos días y aquel refuerzo de tropas venezolanas, eran factores que le causaban cierto desasosiego, y aunque había pensado en medios para tratar de contrarrestar la superioridad aérea, debía asumir que el contraataque sería un combate muy duro.
9 de marzo. Norte de Colombia.
-¡Ya está aquí el primero! – informó uno de los soldados colombianos que oteaba el cielo en aquella oscura noche.
Rick Pérez giró la cabeza hacia donde indicaba el soldado, y tras unos segundos pudo discernir la silueta del pequeño avión que se acercaba por el norte, sin ninguna luz de navegación conectada y volando bajo. Era el primero de los cuatro vuelos que se esperaban aquella noche.
Indicó a un sargento de la FAC que encendiese las luces estroboscópicas que iluminaban la zona de aterrizaje en aquel apartado paraje, en las cercanías del Parque Natural Sierra Nevada de Santa Marta, lejos de cualquier sitio habitado o de cualquier aeropuerto. Luego se acercó al puesto de comunicaciones y cogió el micrófono.
-Solitario 1, Solitario 1. Aquí Bandido, te tenemos a la vista. Confirma que visualizas las luces de la pista. – Tras unos segundos obtuvo respuesta.
-Aquí Solitario 1 en aproximación final. Confirmo luces de ZA. Os traigo nuevos juguetitos, así que id preparando “mi regalo”. Ahora nos vemos. Corto.
Pérez se mantuvo de pie junto al equipo de comunicaciones, mientras el personal allí presente se aprestaba a descargar el cargamento del pequeño avión, apenas este hubiese tocado tierra, a la vez que le preparaban el “regalo” para el piloto, una caja de botellas de chirrinche que había pedido la noche anterior, y que la superioridad había tenido a bien concederle a la tripulación de aquel aparato por los servicios prestados. Aquello hubiese sido muy irregular en unas Fuerzas Armadas convencionales como las colombianas, pero aquel piloto y su tripulación no eran militares, ni colombianos ni de ningún otro país, o al menos no lo eran en la actualidad. Algo parecido ocurría con Rick Pérez, ya que era lo que se había dado en llamar en tiempos recientes un “contratista”, pero que a él le sonaba más a nombre de ejecutivo u oficinista, que a lo que de verdad era, un soldado profesional que trabajaba por cuenta ajena, lo que desde tiempos ancestrales se había dado en llamar, un mercenario.
Minutos después, con el avión ya en el suelo y con los militares colombianos comenzando la descarga del aparato, Pérez se acercó al mismo con la prometida caja de bebidas alcohólicas para su colega de fatigas en aquella “juerga”. El avión, un pequeño C-212 Aviocar pintado de colores oscuros y sin ninguna marca, bien podría haber sido un avión del narco o de cualquier otra organización clandestina de la zona, pero en realidad era un avión “a sueldo” de la CIA, como su tripulación, y que operaba desde un pequeño aeródromo en Panamá, enviando valiosos suministros a las FFAA colombianas desde hacía dos noches en aquel mini puente aéreo, aunque llevaban alertados y preparados desde el día siguiente al inicio de las hostilidades entre Venezuela y Colombia. Finalmente, en la reunión que tuvo lugar en la Casa Blanca la mañana del 7 de marzo, se había autorizado una operación encubierta para proveer cantidades limitadas de armas avanzadas, principalmente misiles y algunos repuestos y aparatos electrónicos de alta tecnología, que pudiesen tener un valor importante en el desarrollo de la contienda. Por supuesto, aquella operación “negra” de la CIA sería desmentida con toda rotundidad por el gobierno norteamericano ante la opinión pública si llegaba a descubrirse o se lanzaban acusaciones, pero a su vez mandaba un mensaje inequívoco a los demás servicios de inteligencia y gobiernos involucrados en la lucha o a sus aliados, que bien sospecharían de su origen cuando lo descubrieran.
Pérez dejó la caja de chirrinche en el suelo y comprobó la carga que estaban sacando del avión el grupo de soldados especializados en estos menesteres de la Fuerza Aérea Colombiana. Unas cajas tenían la indicación de misiles antitanque filoguiados de fabricación estadounidense TOW. Otros de misiles Spike MR israelíes, también anticarro, además de algunos lanzadores de ambos misiles, pero lo más importante para Rick Pérez, y la razón por la cual él se encontraba allí, eran las cajas donde se leía “MANPADS FIM-92 STINGER”.
El mercenario, junto con su equipo de cuatro hombres más, habían sido contratados por un intermediario que trabajaba para la CIA, para que se desplegasen en el norte de Colombia. El trabajo estaba muy bien pagado, y además no revestía apenas peligro. Estarían fuera de la línea del frente y no tendrían que entrar en combate, ya que su función sería la de instruir a personal colombiano en el manejo de aquellos misiles portátiles antiaéreos, que habían comenzado a llegar la noche anterior en vuelos como aquel que estaban descargando. Pero que no fuera peligroso no quería decir que fuera fácil. Se trataba de que los soldados colombianos aprendiesen el manejo de aquellos artefactos en un tiempo record, al menos de una manera básica. Normalmente, el curso del Stinger duraba varias semanas para los soldados de las FFAA estadounidenses, pero obviamente aquel tiempo podía ser recortado en tiempos de crisis o necesidad. Se sabía que durante la guerra de Afganistán, cuando los mujhaidines luchaban contra los soviéticos en la década de los ochenta, estos llegaron a aprender su uso en apenas dos semanas. Pues bien, él y sus hombres ni siquiera tenían ese tiempo. Debían ser días, y entre menos mejor, así que aquello era una carrera contrarreloj para que los colombianos aprendieran su manejo tan rápido como fuera humanamente posible.
Pérez, como antiguo miembro de las Fuerzas Especiales del Ejército norteamericano, debía conocer el uso y manejo de gran cantidad de armamento, tanto propio como extranjero. Recordaba que había aprendido a usar el Stinger en apenas una semana, al menos lo básico, pero después tuvieron más tiempo para proseguir con el aprendizaje avanzado. Ahora, uno de los mandos colombianos a los que debía reportarse, le había insinuado que en 48 o 72 horas, debían estar saliendo los primeros “graduados” en aquel cursillo. El contratista le hubiese dicho que era una tarea imposible, pero tras haber estado todo aquel día que ahora llegaba a su fin, enseñando a sus alumnos, le quedaba algo de esperanza. Y es que a su favor jugaba que el personal que le habían enviado para aprender, todos ellos suboficiales u oficiales profesionales, algunos del arma de artillería, especialidad defensa antiaérea, y otros soldados de las Fuerzas Especiales, eran material humano de primera clase para una tarea así. Así como aquellos barbudos afganos que no sabían leer ni escribir la mayoría, habían aprendido en dos semanas, estos soldados tenían la lección bien aprendida, y conocían de arriba abajo el manual técnico del Stinger antes de que Rick y sus hombres pisaran suelo colombiano unos días atrás. Es más, conocían desde hacia tiempo los rudimentos teóricos del Stinger, cuyo manual básico se podía encontrar incluso en Internet, así que con la teoría solidamente aprendida, y muchos de ellos con buenos fundamentos de defensa antiaérea, enseñar el manejo práctico del lanzador del misil se hacía mucho más sencillo. El que cada uno de los instructores tan solo contase con cuatro alumnos “por clase”, también facilitaba el aprendizaje de estos, y aunque los alumnos lógicamente tenían muchas preguntas, aprendían rápido. Quizás todavía pudiese darse el milagro de tener a un pequeño equipo con los conocimientos básicos para el uso de los Stingers en uno o dos días más...y también los mandos colombianos habían sondeado a Pérez y a sus hombres para que a cambio de un “generoso extra” en sus retribuciones, alguno de ellos liderase al equipo colombiano que se desplegarían cerca del frente, y aunque debía consultarlo con sus “amigos” de la CIA, él, como mercenario tenía cierta flexibilidad a la hora de escoger los trabajos, y notaba que allí se podía ganar mucho dinero, que al fin y al cabo era para lo que había ido a aquel conflicto.
-¿Eso es lo mío? – preguntó el piloto del Aviocar acercándose a Pérez.
-Afirmativo colega. Tu pago “en especies”… ¿Qué tal el vuelo?
-Aburrido, con alguna turbulencia, pero nada excitante.
-¿Ni siquiera un aterrizaje nocturno sobre una pista sin preparar?
-Bahhh…eso ya lo hacía yo cuando tú te meabas todavía en los pañales – exageró el veterano piloto. Pérez soltó una carcajada y luego le acercó la caja de chirinche.
-Toda tuya, viejo borrachuzo.
Tras aquel encuentro, Pérez regresó a la tienda de campaña que compartía con sus hombres. Estaban a punto de acostarse a dormir un poco en sus camastros, ya que tocaba levantarse a las cuatro de la mañana para aprovechar bien el día, pero uno de ellos le pasó una nota con el inventario que se había descargado del Aviocar. Rick centró su vista en los 6 lanzadores y los 12 misiles que acababan de llegar, que se unirían a los que ya tenían y a los que estaban por llegar esa noche, hasta un total de 18 lanzadores y 72 misiles. No era un gran arsenal, pero por algo se comenzaba, y era posible que a algún piloto venezolano, le diera más de un dolor de cabeza. En fin, solo eran negocios. Lo mejor sería dormir un rato, había sido un día largo, y le esperaba otro igual de duro.
Aunque hacía ya varios minutos que las siluetas de la pequeña flota que había zarpado de puerto eran invisibles tras el oscuro horizonte del Mar Caribe, el Capitán de Navío Eugenio Cadenas seguía de pie con la mirada fija en el mar. Aquella era una misión sencilla, pero que se podía complicar, dependiendo de las circunstancias, y aquello le llenaba de incertidumbre. Miró el reloj, apenas faltaban unos minutos para las seis de la mañana, y se decía a sí mismo que en aproximadamente 24 horas todo habría terminado para bien o para mal. Pensativo, aguantó unos instantes más hasta que su ayudante carraspeó tras él.
-Si, si, lo se, debemos irnos…tenemos trabajo antes de la reunión matinal.
-Cuando usted ordene, mi Capitán.
-¿Saben en la sala de operaciones que deben informarme de todo lo relacionado con esta misión aunque esté reunido?
-Todo está preparado, no se preocupe.
-Este bien. Entonces vayámonos.
Tras despedirse de los mandos de la base que se encontraban a unos metros, Cadenas subió a un vehículo oficial que lo llevó hacia donde le esperaba el helicóptero que lo llevaría de nuevo al Cuartel General de la Armada en Caracas. Mientras avanzaban por las calles de la Base Naval, pensaba que su cargo actual le impedía navegar junto a aquellos marineros a los que había despedido hacia poco, ya que ahora era más un gestor de hombres y equipos que un guerrero, pero al menos por un rato se había dado el gusto de evadirse de los despachos y sala de reuniones, preparar a conciencia la travesía de la flota y resolver los flecos que quedaban con los mandos allí presentes, y por supuesto, volver a oler el salitre del mar.
A pocas millas de allí, navegando rumbo norte, varios buques avanzaban en pos de su objetivo.
9 de marzo. En las cercanías de Curaçao, sobre el Mar Caribe.
En el interior del E-3 de la USAF que patrullaba los cielos y mares del norte de Venezuela desde la seguridad del espacio aéreo de la colonia holandesa de Curaçao, uno de los operadores de consola avisó al coordinador táctico para que observase lo que tenía en su pantalla. El radar indicaba la presencia de al menos siete buques que habían salido de la base naval venezolana de Puerto Cabello hacía algo más de una hora, y que navegaban en condiciones EMCON. Ahora se habían encontrado con otros dos contactos que habían navegado hacia ellos en los últimos minutos. Los buques que habían salido de la Base Naval eran contactos de tamaño medio, así como también uno de los que iban a su encuentro, y que el equipo de apoyo electrónico había identificado gracias a las emisiones de su radar, como un Guardacostas de la Armada venezolana clase “Almirante Clemente”, seguramente el “General Morán” según inteligencia, siendo el otro buque que faltaba, un contacto más pequeño, posiblemente un patrullero que mantenía sus emisiones radar a cero.
Ambos observaron durante un rato a la formación naval que acababa de reunirse, y tras un tiempo prudencial, determinaron un rumbo NNO y una velocidad de 15 nudos sostenidos para la flota que avanzaba hacia el frente naval del conflicto venezolano-colombiano. La información no tardó demasiado en distribuirse por los canales de mando apropiados.
9 de marzo. La Guajira. Colombia.
-¿General Molero? - preguntó el recién llegado a la tienda de mando, quitándose la gorra al entrar en la misma.
El General se volvió y vio entrar a alguien que le resultaba familiar
-¿Si?...¿Usted es...?
-Coronel Benito de la Cruz a sus ordenes, mi General. - mientras se adelantaba, se cuadraba y saludaba marcialmente a su superior.
-Ah si, de la Cruz, ya me acuerdo de usted, me han informado de su llegada – contesto mientras respondía al saludo. - Es del Cuartel General ¿verdad? el “padre intelectual” de todo esto ¿cierto?
-El plan “HUYA” fue más bien una labor de un equipo que tuve el honor de coordinar, pero si, podría decirse así.
-Vaya, es usted modesto, eso me gusta Coronel. - Y tras volver a mirarlo de arriba a abajo, Molero preguntó – Y dígame ¿ha venido a espiarnos o a asegurarnos de que acatamos el nuevo plan de acción? – refiriéndose a la continuación de la ofensiva hasta Riohacha.
-Sinceramente, ni lo uno ni lo otro mi General, mis ordenes son observar, valorar, aconsejar y ayudar en lo que sea necesario – aunque de la Cruz sospechaba que el motivo de su urgente traslado al frente no era otro que el deshacerse de él y su incomoda postura contraria al “ataque final”, tal y como se había dado en denominarse en el Cuartel General del CEO el proseguir la ofensiva.
-Ya veo, a espiarnos, tal y como pensaba – dijo con una medio sonrisa que hizo que el Coronel no supiera si lo decía en serio o en broma, por lo que se quedo callado y esperando instrucciones de su superior. Este miró su reloj. Marcaba casi las siete de la tarde. - Está bien. Estábamos a punto de comenzar una reunión sobre el transcurso de las operaciones en lo que llevamos de día. Si quiere unirse a nosotros para que se haga una idea y actualice sus datos tras el viaje hasta aquí, está invitado – y con un gesto de su mano, le indicó donde podía colocarse en la mesa de operaciones situada en el centro de la gran tienda de campaña.
De la Cruz ocupó el lugar que le brindaba el General. En la reunión estaban presentes los oficiales del Estado Mayor de Molero, y alguno de sus ayudantes, excepto el encargado de la logística, que había mandado a su segundo. Con todos aquellos hombres alrededor de la mesa, el General comenzó a hablar.
-Señores, he convocado esta reunión para actualizar lo que sabemos hasta ahora y como discurren las operaciones, pero sobre todo, quiero saber las necesidades y los problemas con los que nos estamos encontrando en nuestras unidades, tanto en las de combate como a retaguardia...Coronel Fernández, comience usted por favor.
El oficial de operaciones, que había regresado a su puesto tras la reunión en el CEO de forma apresurada, comenzó a explicar la situación.
-...comenzando cronológicamente, esta mañana todavía de madrugada, un equipo del COPEMI, los comandos de la Infantería de Marina, han atacado el puesto de la Armada Colombiana en Punta Espada, destruyendo la torre donde se alojaba el radar de búsqueda y los aparatos de escucha electrónica que había en ella. Desde el punto de vista de la efectividad ha sido un éxito, aunque los comandos han sufrido dos bajas, un muerto y un prisionero, pero el resto del equipo ha logrado exfiltrarse exitosamente. Ahora mismo, los colombianos están asegurando en sus medios de comunicación que hemos atacado un hospital de campaña que tienen en la misma base y que ha habido bajas entre los heridos. Nuestros comandos, aunque dicen que la situación fue un tanto confusa en un momento dado, aseguran no haber atacado ningún hospital...puede que alguna bala perdida se haya dirigido hacia allí, pero es imposible saber si nuestra o suya.
-De cualquier modo, lo aprovecharán propagandisticamente, eso seguro – intervino Molero.
-Afirmativo, ya lo están haciendo, e incluso han pedido una investigación de la ONU.
-Bueno, eso es algo que ahora mismo no debe preocuparnos, pero no estaría de más recordar a nuestras tropas que el trato que se debe dar en todo momento al enemigo, tanto herido como apresado, ha de ser el acorde con la Convención de Ginebra, ya que a veces, con el estres del combate, esas conductas pueden relajarse, y no estoy dispuesto a eso. Hemos de ser ejemplo de gallardía y hombría, tanto en la lucha como en el trato al enemigo que se rinde o yace herido.
Los oficiales mostraron su acuerdo con su superior y tomaron las oportunas notas.
-Siguiendo la secuencia de los hechos, sobre las ocho cero cero de esta mañana, nuestras fuerzas reanudaron a la ofensiva. Avanzamos en todo los frentes. Tras dejar rodeada Manaure con algunas fuerzas, desde el norte se ha avanzado en dirección SO, aunque el enemigo, el terreno, la escasez de vías de comunicación en esa zona y la distancia a cubrir, hayan hecho que la Infantería de marina y el Grupo de Caballería no hayan alcanzado sus objetivos para el día de hoy, y que dificilmente vaya a lograrlo. Esperamos que lleguen a las posiciones asignadas al norte de Punta la Vela, de madrugada o a primera hora de mañana. Mientras, desde nuestras posiciones al oeste y noroeste de Cuatro vías, las 41º y 44ª Brigadas Blindadas han avanzado durante todo el día a lo largo de la carretera 90, combatiendo y sufriendo constantes emboscadas de los colombianos y un goteo de bajas muy irritante, pero por fin han logrado sus objetivos, y ahora mismo ya se encuentran combatiendo contra las unidades enemigas que defienden, lo que creemos – dijo mirando al oficial de Inteligencia – que es la primera linea de defensa de Riohacha, y que va desde Punta la Vela, hasta un punto a 7 u 8 kilómetros de las afueras de Riohacha, en la carretera 90, y luego al sur del río Ranchería, a lo largo de todo nuestro flanco izquierdo.
-¿Ha endurecido la resistencia el enemigo en ese punto? - preguntó de la Cruz.
-Así es Coronel. Hemos detectado preparativos defensivos en esa zona y las unidades colombianas ya no retroceden. Se están quedando a luchar en sus puestos.
-Ha hablado de una primera linea, ¿cuantas lineas defensivas más estiman que hay antes de Riohacha? - volvió a preguntar de la Cruz.
-Al menos otra, en la periferia de la ciudad, y que la bordearía por completo, y es más que posible que estén preparando la ciudad misma para una lucha casa por casa.
-¿Hemos detectado que evacuen a los civiles? - preguntó esta vez Molero.
-Si, desde ayer tenemos noticias de una evacuación masiva de civiles por parte de las autoridades colombianas, lo cual es interesante, por que hasta ahora se habían abstenido de hacerlo por no minar la moral de sus compatriotas, aunque ahora parecen tener claro que es mejor que los civiles no sufran las consecuencias de una más que previsible lucha callejera en la ciudad.
-Si, mejor así, para ambos bandos, nosotros tampoco queremos que haya más muerte de civiles...continua por favor.
-Si, mi General – dijo tras haber tomado un sorbo de agua. - Nuestros planes más inmediatos pasan ahora por colocar a nuestras tropas en la mejor posición para continuar mañana el ataque con las fuerzas presente, unidas a las que llegaran desde el norte, y si llegan a tiempo, con la 2ª Brigada de Infantería de Marina.
-¿Sabemos donde están esa Brigada ahora? - intervino uno de los presentes.
-No con exactitud. Solo nos han confirmado que están cerca, pero no si podrán intervenir mañana por la mañana- dijo encogiéndose de hombros – pero por lo demás, y siguiendo con nuestros preparativos, debemos realizar un reconocimiento en fuerza sobre las posiciones enemigas que comenzaría esta madrugada. Si rompemos sus defensas por la mañana, por la tarde-noche podríamos estar combatiendo en las afueras de Riohacha, y pasado mañana entrar en la ciudad...quizás en 48 o 72 horas podamos haber tomado nuestros últimos objetivos.
-¿Pero...? Por que siempre hay un “pero”, ¿verdad Fernández? - preguntó con ironía el General.
- Me temo que así es, mi General. Caballeros, como ya saben estamos cortos de munición, de suministros en general, y de soldados y vehículos que reemplacen a nuestras bajas. Si no llegan pronto los prometidos refuerzos, no se si podremos tomar la ciudad. - dijo con cierto tono pesimista.
-Por eso nuestro colega Marriaga – dijo Molero refiriéndose al oficial encargado de la logística – no puede estar con nosotros ahora mismo, ya que se encuentra tratando de resolver todos esos problemas...Coronel de la Cruz ¿tiene algo que decirnos al respecto? - preguntó a la vez que miraba con cierta dureza al interpelado.
“Debería decirle que yo no estoy de acuerdo con todo esto” pensó para si mismo, pero sabía que aquel no era el momento ni el lugar para hacerlo. Así que se atuvo a lo prometido por el Comandante del CEO en la reunión del día anterior en Caracas.
-Las unidades de refuerzo y los suministros ya están en camino, y deberían llegar en breve según lo prometido ayer en una reunión del más alto nivel...mi General.
-¿Y dijeron en esa reunión cuando deberían llegar? Y lo que es más importante ¿que pasa si no llegan a tiempo y mis hombres han de morir por falta de apoyo y suministros? ¿He de continuar atacando? - Molero estaba descargando ahora su frustración contra el enviado del Cuartel General, pero este se limitó a encogerse ligeramente de hombros y a responder.
-Mi General, es lo que le puedo decir, no se más del asunto. Quizás debería preguntar en el CEO. - “Carajos, yo no tengo la culpa de que las unidades se muevan más rápido en las planificaciones de los altos mandos que en la realidad, y que estos a veces la obvien en beneficio de sus propias tesis. Si por mi fuera, y de haber querido continuar la ofensiva, hubiera decretado un parón de 36 a 48 horas antes de reanudar el ataque”, pensó algo molesto el Coronel ante la insistencia de su superior.
-Mi General, si me permite – intervino Fernández – creo que el Coronel está igual de “sorprendido” que nosotros con la decisión del Alto Mando, y no deberíamos responsabilizarlo a él de las nuevas ordenes recibidas. - De la Cruz agradeció con la mirada a su colega la intervención.
-Discúlpeme Coronel, es el cansancio unido a algo de frustración – explicó el General en un arrebato de sinceridad, pero se recompuso enseguida y adoptó de nuevo su firme y marcial posición de comandante en jefe de aquella misión. - Le agradecería si pudiera conseguir acelerar la llegada de los suministros y refuerzos, o al menos obtener algo de información sobre ellos.
-A la orden mi General, haré todo lo que esté en mi mano, no lo dude.
-Gracias Coronel...prosigue Fernández, por favor.
-Claro mi General. Como decía, la llegada de esas tropas y suministros es crítica para la rápida conclusión de la campaña. Si llegan en breve, tenemos fundadas esperanzas en que podremos tomar la ciudad...
Tras unos minutos más explicando algunas cuestiones menores, tomó la palabra el responsable en aquella reunión de la logística, ahondando con datos en lo expuesto por Fernández. Y aunque explicó que se recibían cierta cantidad de suministros, por ejemplo todavía había municiones, explicó que si se seguían gastando al ritmo actual dada la intensidad de los combates y las ordenes de utilizar la máxima potencia de fuego disponible para evitar bajas y maximizar el daño al enemigo, estas se agotarían en breve, en especial las de la artillería, por lo que habría que reducir su uso, haciendo que las tropas lucharan “con una mano a la espalda”. También escaseaban suministros médicos, piezas de repuesto para los vehículos, e incluso puntualmente agua, y el combatir en una zona semiarida y con altas temperaturas no ayudaba en absoluto. Al menos tenían suficientes raciones de campaña y el combustible era suficiente para los vehículos que quedaban en las unidades.
El oficial dijo que se podría combatir con la misma intensidad un día más, luego, si no llegaban los prometidos suministros en la cantidad suficiente, habría que limitar el uso de la potencia de fuego, reducir el movimiento de los vehículos por falta de repuestos y evacuar a los heridos leves a hospitales de la retaguardia mejor dotados.
Tras la explicación del responsable de la logística, intervino el oficial de inteligencia, explicando la distribución del dispositivo enemigo y de las intenciones que parecían tener. La presencia enemiga que tenían enfrente se había reforzado con otras nuevas unidades que ya estaban en la zona y con los preparativos defensivos que se habían llevado a cabo. Como Fernández, el oficial de inteligencia confiaba aún en que si se podía seguir haciendo uso del poder de fuego de las unidades blindadas y de artillería, con el apoyo de helicópteros y la aviación, había una buena oportunidad de obtener la victoria, aunque echaba en falta algo más de infantería para la lucha que se podía dar en el interior de la ciudad, sobre todo si no llegaban los infantes de marina a tiempo, y advirtió además que era probable que luchasen en cierta inferioridad numérica esta vez. Por supuesto, la presencia de comandos enemigos en la retaguardia seguía siendo un fastidio que consumía hombres y recursos que se podrían destinar al ataque, pero a su juicio no eran un factor determinante en la resolución del conflicto. Sin embargo la concentración de tropas enemigas que según todos los informes se estaban reuniendo al sur de la península, en el gran flanco izquierdo del avance venezolano, si podían ser determinantes, a pesar de los informes que llegaban de Caracas diciendo que la situación estaba controlada y que las fuerzas presentes junto con los refuerzos, serían suficientes para frenar cualquier intento de contraataque colombiano.
Finalmente volvió a retomar la palabra el General Molero.
-Por último, he de decirles, que mañana, y según me ha informado mi colega de la Aviación Militar, no podremos contar con su apoyo como en los últimos días. De hecho, ya habrán observado hoy una cierta reducción en sus misiones de apoyo a nuestras fuerzas, pues bien, he sido informado que sus aviones están bajo mucha presión por el ritmo de las operaciones, y su disponibilidad se ve perjudicada por lo que es necesario realizar una mayor tarea de mantenimiento en los mismos, que afectará al número de salidas que podrán ser llevadas a cabo. Además, parece ser que han sido requeridos de nuevo para que vuelvan a atacar objetivos estratégicos, alejados de este Teatro de Operaciones.
Aquello preocupo a los oyentes. El apoyo de la aviación había sido muy importante en las últimas 48 horas, y si ahora, en el momento clave de la campaña, los ataques de la aviación sobre el enemigo en la Guajira disminuían de forma apreciable, la lucha sería más dura e incierta.
De la Cruz, al dar por terminada la reunión el General Molero, tuvo sensaciones contradictorias. Por una parte, y a pesar de todo, parecía que la victoria estaba al alcance de la mano, pero por otro lado, y por causas no atribuibles o controlables por Molero y sus hombres, aquella oportunidad podía perderse y hacer que toda la campaña se empantanara de manera muy peligrosa para los objetivos venezolanos. Las próximas horas iban a ser cruciales.
Tras la reunión, el Coronel se dispuso a cumplir con lo que le había ordenado del General Molero. O al menos con la tarea de obtener información, ya que el acelerar la llegada de los suministros o refuerzos, quedaba muy lejos de sus posibilidades. Tras varios minutos de espera, logró comunicarse por fin con el CEO, aunque de poco le sirvió, pues apenas pudo sacar nada en claro, así que optó por llamar al Cuartel General del Ejército, donde tenía más contactos y obtener información sería más sencillo. Tras pasar la llamada por un par de mandos, al final logró comunicar con su amigo el Teniente Coronel Guzman, el cual le puso al día de los asuntos que le interesaban.
Los suministros enviados al frente con toda celeridad, se encontraban en diferentes etapas de conseguir llegar a sus destinos. Los pocos que quedaban ya en la zona de Maracaibo y la frontera, habían llegado ya a las unidades o estaban a punto de hacerlo, pero dado que aquellos suministros estaban pensados para completar la Operación Huya, ahora eran claramente insuficientes para sostener la continuación de la ofensiva hacia Riohacha. Por lo tanto, más cantidades de municiones, combustible, y material de todo tipo fluían a través de las principales vías de comunicación del centro y norte del país hacia el Teatro de Operaciones de la Guajira. Con toda la prisa y parte de la improvisación con la que se había ordenado el envío de dichos suministros en los respectivos cuarteles y centros logísticos, la situación era algo caótica, y nadie sabía muy bien donde andaba este o aquel convoy, ni siquiera se sabía muy bien que había en cada uno, con la fragmentaria información que iba llegando al Cuartel General, pero de la Cruz pensó que era algo lógico e inherente a la confusión de la guerra y de la conducción de las operaciones bélicas, pero que sin duda conllevaría un cierto retraso el organizar toda esa línea de suministros una vez llegados al frente, aunque al menos estaban en movimiento y todo parecía indicar que llegarían más pronto que tarde.
Respecto al despliegue de las tropas de refuerzo, en primer lugar, la 42º Brigada Paracaidista al completo, es decir, los restos del Batallón 421º (y ni siquiera todo los efectivos que quedaban, ya que varios de ellos, todavía estaban unidos a los Infantes de Marina en tareas de seguridad alrededor de Manaure, en Uribia o Puerto Bolívar) y el Batallón 422º, más los demás elementos de apoyo de la brigada, había terminado de desplegarse alrededor de “Cuatro Vías” hacía una hora y ya estaban mejorando las posiciones defensivas alrededor de tan vital cruce de caminos, relevando de esa tarea al Batallón de la 11ª Brigada que defendía la zona, que ahora se avanzaba hacia el oeste. Por otro lado, y variando lo establecido el día anterior en la reunión del CEO, se intercambiaron las misiones de la 31ª Brigada de Infantería y la 2ª Brigada de IM, siendo esta última la que también apoyaría el ataque sobre Riohacha, mientras que la primera defendería la zona de Maicao, desde la frontera hasta contactar con los paracaidistas en “Cuatro Vías”.
El primer Batallón de infantería de la 31ª Brigada en llegar al Teatro de Operaciones, estaba relevando en estos mismos momentos al 131º Batallón en Maicao, y este, al terminar dicho relevo, avanzaría hacia el oeste, posiblemente para unirse a la ofensiva por Riohacha. El resto de la 31º Brigada, llegaría en las próximas horas, siendo difícil precisar exactamente cuándo estaría disponible toda ella para ocupar el sector que tenían asignado y hacerse cargo de la defensa de la zona de retaguardia contra los reiterados ataques de los comandos colombianos que tan molestos resultaban, y liberando a unidades de la Infantería de Marina y los comandos de las tareas de defender la retaguardia y dar caza a aquellos soldados enemigos. Entonces, otro de los batallones de la 11º Brigada, se movería hacia el oeste para reforzar la defensa desde “Cuatro Vías” hacia el oeste. Finalmente, el 321º Batallón de Caribes había llegado también a Maicao, desde donde adoptaría su papel de reserva del Teatro.
De la posición actual de la 2ª Brigada de Infantería de Marina, no pudo saber absolutamente nada, y es que era lo que tenía de malo contactar con el Cuartel General del Ejército, y no con el CEO, pero al menos ya tenía algo por donde comenzar a reportarse a su superior.
En cualquier caso, parecía que los mandos superiores habían cumplido con sus promesas y los refuerzos y suministros, tan necesarios para continuar la ofensiva, estaban en camino y llegando. Estaba por ver si con la suficiente premura como para ser decisivos en la conclusión exitosa de la contienda.
9 de marzo. Cerca de Riohacha. Colombia.
Torres miró al frente. Los resplandores se repetían rítmicamente. Primero uno, luego otro, y otro, y otro más. Eran proyectiles de artillería que caían allá en el horizonte sobre uno y otro bando, y que iluminaban fantasmagóricamente el cielo nocturno de la Guajira. El Teniente Coronel se sentía impotente. Allí, en los suburbios de Riohacha, a varios kilómetros de la primera línea, no podía hacer nada para ayudar en la defensa de su nación. Además, nunca le habían gustado los combates nocturnos, por mucho que los teóricos del arte militar llevaran años augurando que era el futuro de la guerra, a él no le gustaba nada aquello. Aún con costosos y vulnerables aparatos de visión nocturna, Torres prefería mil veces combatir bajo la luz del sol que en el verdoso mundo de las gafas de visión nocturnas.
Otra bengala surco el cielo a lo lejos, entonces aumentaba el rumor de las armas ligeras en la distancia. Detectó que en conjunto no eran combates de mucha intensidad, pero tampoco eran tiroteos aislados. Seguramente el enemigo trataba de consolidar alguna posición ventajosa para retomar la ofensiva al amanecer, o quizás estaban reconociendo el terreno. Era difícil saberlo desde allí.
“Al menos mi Grupo de combate ha recuperado fuerzas y estamos otra vez en buena forma” pensó el Teniente Coronel, y es que desde que se habían retirado de “Cuatro Vías” y aguardado en una posición de retaguardia, habían podido recibir algunos suministros muy bienvenidos, sobre todo munición de todo tipo, así como soldados, vehículos y armamento para reemplazar en buena parte a sus bajas. Además, las horas de descanso fuera del frente le habían venido muy bien a sus hombres para tomar un respiro y estar medianamente descansados. También le animó el hecho que en la ciudad y sus alrededores, se vieran muchas tropas y que se estaban dando los últimos retoques a las posiciones defensivas de las que se esperaba ayudaran a detener a los venezolanos antes de que entrasen en la propia ciudad. Por su parte, la misión seguía siendo la misma, actuar como unidad mecanizada de reacción ante cualquier penetración enemiga en el dispositivo defensivo, pero tan solo si este rompía el segundo anillo defensivo y se encaminaba hacia los arrabales de Riohacha. Eran por así decirlo, un último recurso para tratar de evitar la lucha casa por casa en la ciudad.
Torres esperó un rato más hasta que notó que el ruido del combate disminuía, y entonces se dirigió a su puesto de mando para dar un último vistazo allí y resolver los problemas de última hora, antes de tratar de dormir un par de horas al menos, que le servirían para evitar tomar malas decisiones al día siguiente por falta de sueño.
9 de marzo. Riohacha. Colombia.
Era ya noche cerrada cuando golpearon a su puerta.
-Mi General, esto acaba de llegar – dijo el suboficial asomándose al despacho del General y que le pasaba una hoja impresa.
-Gracias, puede retirarse.
Mientras el suboficial salía del pequeño despacho que a Suárez le habían preparado en el sótano del edificio que ahora hacía las veces de Cuartel General de las fuerzas colombianas en la Guajira, este se puso las gafas y leyó lo que le acababan de traer. Tenía la vista cansada, tanto por la edad como por la actividad y la falta de sueño que soportaba desde antes incluso que comenzara el conflicto, pero aún así lo que allí ponía, le hizo agudizar sus sentidos y tratar de discernir lo que aquello podía suponer.
En esencia, desde el Ministerio de Defensa le informaban sobre la situación y dimensión internacional de la guerra…y había novedades. En Nueva York se había llegado hacía un par de horas a la resolución de detener cualquier tipo de suministro de material militar de terceros países a Colombia y a Venezuela, lo que venía a ser un embargo de armas, al menos mientras durase el conflicto. Al fin, la presión sobre Moscú había surtido efecto, o quizás los rusos pensaban que el coste político de mantener la ayuda ya no merecía la pena cuando la victoria de sus “amigos” parecía tan cercana. Sea como fuere, aquello era una buena noticia para él y sus hombres, por que “oficialmente”, Colombia no estaba recibiendo ni se pensaba recibir ningún tipo de armamento, y aunque Moscú, Pekín y La Habana sospechaban y dejaban caer a quien quisiera escuchar que los EEUU estaban pasando datos de inteligencia a las FFAA colombianas, de momento no habían podido demostrar nada, y mientras tanto Bogotá como Washington siguieran negándolo categóricamente todo, no había de que preocuparse.
Por otro lado, la US Navy había difundido la noticia de que el Grupo de Batalla del portaviones “George Washington” se dirigía al sur de Puerto Rico, en pleno Mar Caribe, para seguir más de cerca “los preocupantes acontecimientos en el norte de Colombia”, lo que había hecho que el presidente venezolano, lanzase uno de sus más encendidos discursos antinorteamericanos que se le recordaba. También el Grupo anfibio de la Navy que navegaba en el Pacífico cerca de Panamá, se iba a dirigir más al sur en el marco de unas nuevas maniobras navales. Esto le hizo esbozar una sonrisa al General, ya que aunque la probabilidad de que los EEUU intervinieran militarmente en el conflicto era muy, muy remota, no hacía sino incrementar la presión para sus enemigos. Por el contrario, ante la situación en general y tras aquellos movimientos en particular, la opinión pública mundial se iba posicionando claramente a favor de una rápida conclusión del conflicto, y la parte antinorteamericana de aquella opinión pública, también podía ejercer presión sobre Washington para que dejara de apoyar a Colombia, y ninguna de esas dos cosas le convenía ahora a Suárez, la última, por que con el apoyo, aunque fuera diplomático o encubierto de los Estados Unidos, era un fuerte espaldarazo a la posición de Bogotá, mientras que si se daba por concluido en breve el conflicto, sus planes quedarían inconclusos y en cierto modo, habría quedado como un incompetente.
Suárez se había jugado aquella campaña a varios hechos y peticiones que se concretaron en la reunión con sus superiores en Santa Marta nada más comenzar la guerra, y que se podían resumir en los siguientes puntos, a saber:
-Prioridad absoluta del Teatro de Operaciones de la Guajira sobre cualquier otro.
-Envío de suministros, hombres, y material, principalmente blindados, artillería y armamento antitanque desde otras unidades del Ejército, con destino a las que combatirían en el TO, aunque aquello supusiera dejar debilitadas a las primeras en otros frentes.
-Necesidad absoluta de recibir por cualquier tipo de vía armamento y material prioritario, que una vez comenzado el conflicto se consumiría con rapidez y sería difícil de conseguir en los plazos previstos de duración de la guerra. Dicho armamento se centraba principalmente en misiles antitanque de los ya usados por el Ejército colombiano, armas de defensa aérea tipo MANPADS preferiblemente o en su defecto algún tipo de artillería antiaérea guiada por radar de eficacia probada o piezas de artillería, preferiblemente del calibre 155. También equipos avanzados de visión nocturna o sistemas para interferir las transmisiones de radio enemigas.
-Mantener alejada a la aviación enemiga de sus tropas y generar un cierto número de salidas de apoyo a las fuerzas terrestres por parte de la FAC para desgastar al enemigo, y dar moral a los soldados del Ejército, haciéndoles sentir que no luchaban solos.
-La ARC debería controlar el mar territorial y evitar a toda costa que el enemigo llevase a cabo desembarcos u operaciones, en mar o en tierra, tras las lineas defensivas del Ejército.
-Colaboración en materia de información de inteligencia con los Estados Unidos, tanto estratégica como táctica, especialmente en el plano naval y aéreo, para evitar sorpresas tras las líneas colombianas.
-Intenso esfuerzo para tener el apoyo de la opinión pública, tanto nacional como internacional. Recabar el apoyo de diplomático de cuantos más países mejor, con mayor énfasis en los EEUU y países Latinoamericanos.
-Ceder terreno si era necesario, pero siempre combatiendo y causando bajas y desgastando al enemigo, hasta Riohacha. Allí defensa a ultranza para retener y desangrar al mayor número posible de fuerzas enemigas.
-Concentración de tropas a lo largo del sur de la peninsula de la Guajira y del flanco izquierdo del enemigo para poder montar un contraataque que cortase sus lineas de abastecimiento y amenazara su retaguardia.
-Hacer durar el conflicto lo necesario hasta que el contraataque del Ejercito colombiano derrotara al enemigo y lo expulsara del suelo patrio.
Suárez pensaba que si los venezolanos hubiesen dado por finalizada su ofensiva con la toma de “Cuatro Vías” como indicaba que era su intención un informe del Pentágono al que había tenido acceso hacia menos de dos días, y que se había conseguido gracias a los buenos servicios de la NSA, a esas horas, ya debería haber lanzado un contraataque para expulsar al enemigo, pero de forma más improvisada y con menos garantías de éxito, o haber quedado como un inepto ante sus mandos y ante su país, y aquella era un opción que no quería ni plantearse. Al final, habían sido muchas peticiones y situaciones, unas se habían dado o conseguido, y otras no, pero ahora ya no había tiempo para lamentaciones, se acercaba el punto culminante de la lucha.
Tras terminar de leer el informe del Ministerio de Defensa, el General se apoyó sobre el respaldo de la silla y estiró un poco la espalda para aliviar algo la tensión que tenía en los músculos. Desde que comenzara todo aquello se sentía diez años más viejo, y se preguntaba como los soldados de cualquier graduación se podrían acostumbrar a la guerra y a convivir con ella durante meses o incluso años…pero aquel pensamiento solo le duró un instante, estaba demasiado ocupado para entretenerse con disquisiciones cuasi filosóficas, tenía cosas más importantes que hacer, como revisar por enésima vez la disposición de sus fuerzas, las estimaciones de inteligencia sobre las fuerzas enemigas y los planes más inmediatos que debían llevar a cabo sus hombres.
Comenzó por lo primero, y volvió a estudiar el plano donde se veía la disposición de las unidades bajo su mando, que habían crecido hasta completar lo que bien podrían ser tres divisiones reforzadas, pero que el alto mando había mantenido a sus órdenes, convirtiéndolo de facto en el máximo responsable de las operaciones terrestres en la Guajira, cosa ya prevista por otro lado, pero donde siempre cabía la posibilidad de ser sustituido en esa tarea por un oficial superior si las cosas se torcían.
A las dos brigadas de la 1ª División que habían comenzado la lucha el día 5, se habían unido batallones de comandos y de Infantería de Marina, además de la 11ª Brigada de la 7ª División y la 1ª Brigada de la 5ª. Con aquellas unidades se había sostenido el frente y los flancos colombianos en la Guajira, manteniendo tropas incluso a retaguardia enemiga, y aunque algunas cosas habían fallado, como una temprana pérdida de Uribia o el relativo desastre de Puerto Bolivar, la situación evolucionaba más o menos acorde a lo esperado. Y no es que no le hubiese gustado detener al enemigo en la frontera, o en Maicao, o no perder “Cuatro Vías”, pero con el despliegue inicial y la sucesión de acontecimientos que habían llevado al conflicto, pensaba que la decisión adoptada, y refrendada por los Comandantes de las FFAA colombianas, basada en múltiples estudios, maniobras y ejercicios de Estado Mayor, era la más acertada.
Con aquellas fuerzas reunidas en torno a Riohacha, además del apoyo de diversas unidades de ingenieros y artillería, tocaba defender la ciudad y sus alrededores, tratando de causar muchas bajas y reteniendo el mayor número posible de fuerzas enemigas allí. Por suerte, estas unidades estaban logrando recibir soldados, armamento y munición para reemplazar las pérdidas sufridas, y aunque distaban de estar al máximo de su potencia, indudablemente estaban mejor que tan solo 24-48 horas atrás. Por su parte, dos Brigadas de la 7ª División, la 4ª y 14ª, con sus seis Grupos/Batallones, protegían lo que restaba del flanco derecho, hasta la zona fronteriza con Venezuela. Mas al sur, y reunidas al norte de Albania, la poderosa 13ª Brigada de la 5ª División, más la 6ª Brigada de la misma unidad y la 2ª Brigada Móvil, estaban llamadas a realizar el decisivo contraataque sobre el extendido flanco izquierdo enemigo.
Pero revisando la información de inteligencia, estaba claro que los venezolanos enviaban más fuerzas al Teatro de Operaciones, y reforzaban su flanco y retaguardia. Se estimaba que esos refuerzos consistían en al menos dos brigadas, una que estaba llegando a Maicao y la otra, seguramente la Brigada Paracaidista enemiga, en “Cuatro Vías”. Además, los informes de una flota de buques enemigos, entre los que parecían encontrarse los 3 LST operativos de la Armada venezolana, que había zarpado de su base la noche anterior, y que según las últimas informaciones disponibles se encontraba navegando ligeramente al oeste de Aruba, abrían un interrogante sobre las intenciones enemigas, máxime cuando otros informes sin confirmar, indicaban que la 2ª Brigada de Infantería de Marina enemiga se estaba desplazando por tierra hacia el Teatro de Operaciones. Si finalmente aquellos buques y su escolta proseguían hacia el oeste, esperaba que los marinos y aviadores de la Armada y la Fuerza Aérea hicieran todo lo posible por hundirlo, ya que lo último que necesitaba era una fuerza enemiga a sus espaldas.
Estaba intranquilo, pero pensó que el ataque de sus tropas iba a contar con todos los apoyos necesarios y disponibles, artillería, helicópteros, suministros, etc…para que tuviera éxito, pero el dominio del aire que había mostrado el enemigo en los últimos días y aquel refuerzo de tropas venezolanas, eran factores que le causaban cierto desasosiego, y aunque había pensado en medios para tratar de contrarrestar la superioridad aérea, debía asumir que el contraataque sería un combate muy duro.
9 de marzo. Norte de Colombia.
-¡Ya está aquí el primero! – informó uno de los soldados colombianos que oteaba el cielo en aquella oscura noche.
Rick Pérez giró la cabeza hacia donde indicaba el soldado, y tras unos segundos pudo discernir la silueta del pequeño avión que se acercaba por el norte, sin ninguna luz de navegación conectada y volando bajo. Era el primero de los cuatro vuelos que se esperaban aquella noche.
Indicó a un sargento de la FAC que encendiese las luces estroboscópicas que iluminaban la zona de aterrizaje en aquel apartado paraje, en las cercanías del Parque Natural Sierra Nevada de Santa Marta, lejos de cualquier sitio habitado o de cualquier aeropuerto. Luego se acercó al puesto de comunicaciones y cogió el micrófono.
-Solitario 1, Solitario 1. Aquí Bandido, te tenemos a la vista. Confirma que visualizas las luces de la pista. – Tras unos segundos obtuvo respuesta.
-Aquí Solitario 1 en aproximación final. Confirmo luces de ZA. Os traigo nuevos juguetitos, así que id preparando “mi regalo”. Ahora nos vemos. Corto.
Pérez se mantuvo de pie junto al equipo de comunicaciones, mientras el personal allí presente se aprestaba a descargar el cargamento del pequeño avión, apenas este hubiese tocado tierra, a la vez que le preparaban el “regalo” para el piloto, una caja de botellas de chirrinche que había pedido la noche anterior, y que la superioridad había tenido a bien concederle a la tripulación de aquel aparato por los servicios prestados. Aquello hubiese sido muy irregular en unas Fuerzas Armadas convencionales como las colombianas, pero aquel piloto y su tripulación no eran militares, ni colombianos ni de ningún otro país, o al menos no lo eran en la actualidad. Algo parecido ocurría con Rick Pérez, ya que era lo que se había dado en llamar en tiempos recientes un “contratista”, pero que a él le sonaba más a nombre de ejecutivo u oficinista, que a lo que de verdad era, un soldado profesional que trabajaba por cuenta ajena, lo que desde tiempos ancestrales se había dado en llamar, un mercenario.
Minutos después, con el avión ya en el suelo y con los militares colombianos comenzando la descarga del aparato, Pérez se acercó al mismo con la prometida caja de bebidas alcohólicas para su colega de fatigas en aquella “juerga”. El avión, un pequeño C-212 Aviocar pintado de colores oscuros y sin ninguna marca, bien podría haber sido un avión del narco o de cualquier otra organización clandestina de la zona, pero en realidad era un avión “a sueldo” de la CIA, como su tripulación, y que operaba desde un pequeño aeródromo en Panamá, enviando valiosos suministros a las FFAA colombianas desde hacía dos noches en aquel mini puente aéreo, aunque llevaban alertados y preparados desde el día siguiente al inicio de las hostilidades entre Venezuela y Colombia. Finalmente, en la reunión que tuvo lugar en la Casa Blanca la mañana del 7 de marzo, se había autorizado una operación encubierta para proveer cantidades limitadas de armas avanzadas, principalmente misiles y algunos repuestos y aparatos electrónicos de alta tecnología, que pudiesen tener un valor importante en el desarrollo de la contienda. Por supuesto, aquella operación “negra” de la CIA sería desmentida con toda rotundidad por el gobierno norteamericano ante la opinión pública si llegaba a descubrirse o se lanzaban acusaciones, pero a su vez mandaba un mensaje inequívoco a los demás servicios de inteligencia y gobiernos involucrados en la lucha o a sus aliados, que bien sospecharían de su origen cuando lo descubrieran.
Pérez dejó la caja de chirrinche en el suelo y comprobó la carga que estaban sacando del avión el grupo de soldados especializados en estos menesteres de la Fuerza Aérea Colombiana. Unas cajas tenían la indicación de misiles antitanque filoguiados de fabricación estadounidense TOW. Otros de misiles Spike MR israelíes, también anticarro, además de algunos lanzadores de ambos misiles, pero lo más importante para Rick Pérez, y la razón por la cual él se encontraba allí, eran las cajas donde se leía “MANPADS FIM-92 STINGER”.
El mercenario, junto con su equipo de cuatro hombres más, habían sido contratados por un intermediario que trabajaba para la CIA, para que se desplegasen en el norte de Colombia. El trabajo estaba muy bien pagado, y además no revestía apenas peligro. Estarían fuera de la línea del frente y no tendrían que entrar en combate, ya que su función sería la de instruir a personal colombiano en el manejo de aquellos misiles portátiles antiaéreos, que habían comenzado a llegar la noche anterior en vuelos como aquel que estaban descargando. Pero que no fuera peligroso no quería decir que fuera fácil. Se trataba de que los soldados colombianos aprendiesen el manejo de aquellos artefactos en un tiempo record, al menos de una manera básica. Normalmente, el curso del Stinger duraba varias semanas para los soldados de las FFAA estadounidenses, pero obviamente aquel tiempo podía ser recortado en tiempos de crisis o necesidad. Se sabía que durante la guerra de Afganistán, cuando los mujhaidines luchaban contra los soviéticos en la década de los ochenta, estos llegaron a aprender su uso en apenas dos semanas. Pues bien, él y sus hombres ni siquiera tenían ese tiempo. Debían ser días, y entre menos mejor, así que aquello era una carrera contrarreloj para que los colombianos aprendieran su manejo tan rápido como fuera humanamente posible.
Pérez, como antiguo miembro de las Fuerzas Especiales del Ejército norteamericano, debía conocer el uso y manejo de gran cantidad de armamento, tanto propio como extranjero. Recordaba que había aprendido a usar el Stinger en apenas una semana, al menos lo básico, pero después tuvieron más tiempo para proseguir con el aprendizaje avanzado. Ahora, uno de los mandos colombianos a los que debía reportarse, le había insinuado que en 48 o 72 horas, debían estar saliendo los primeros “graduados” en aquel cursillo. El contratista le hubiese dicho que era una tarea imposible, pero tras haber estado todo aquel día que ahora llegaba a su fin, enseñando a sus alumnos, le quedaba algo de esperanza. Y es que a su favor jugaba que el personal que le habían enviado para aprender, todos ellos suboficiales u oficiales profesionales, algunos del arma de artillería, especialidad defensa antiaérea, y otros soldados de las Fuerzas Especiales, eran material humano de primera clase para una tarea así. Así como aquellos barbudos afganos que no sabían leer ni escribir la mayoría, habían aprendido en dos semanas, estos soldados tenían la lección bien aprendida, y conocían de arriba abajo el manual técnico del Stinger antes de que Rick y sus hombres pisaran suelo colombiano unos días atrás. Es más, conocían desde hacia tiempo los rudimentos teóricos del Stinger, cuyo manual básico se podía encontrar incluso en Internet, así que con la teoría solidamente aprendida, y muchos de ellos con buenos fundamentos de defensa antiaérea, enseñar el manejo práctico del lanzador del misil se hacía mucho más sencillo. El que cada uno de los instructores tan solo contase con cuatro alumnos “por clase”, también facilitaba el aprendizaje de estos, y aunque los alumnos lógicamente tenían muchas preguntas, aprendían rápido. Quizás todavía pudiese darse el milagro de tener a un pequeño equipo con los conocimientos básicos para el uso de los Stingers en uno o dos días más...y también los mandos colombianos habían sondeado a Pérez y a sus hombres para que a cambio de un “generoso extra” en sus retribuciones, alguno de ellos liderase al equipo colombiano que se desplegarían cerca del frente, y aunque debía consultarlo con sus “amigos” de la CIA, él, como mercenario tenía cierta flexibilidad a la hora de escoger los trabajos, y notaba que allí se podía ganar mucho dinero, que al fin y al cabo era para lo que había ido a aquel conflicto.
-¿Eso es lo mío? – preguntó el piloto del Aviocar acercándose a Pérez.
-Afirmativo colega. Tu pago “en especies”… ¿Qué tal el vuelo?
-Aburrido, con alguna turbulencia, pero nada excitante.
-¿Ni siquiera un aterrizaje nocturno sobre una pista sin preparar?
-Bahhh…eso ya lo hacía yo cuando tú te meabas todavía en los pañales – exageró el veterano piloto. Pérez soltó una carcajada y luego le acercó la caja de chirinche.
-Toda tuya, viejo borrachuzo.
Tras aquel encuentro, Pérez regresó a la tienda de campaña que compartía con sus hombres. Estaban a punto de acostarse a dormir un poco en sus camastros, ya que tocaba levantarse a las cuatro de la mañana para aprovechar bien el día, pero uno de ellos le pasó una nota con el inventario que se había descargado del Aviocar. Rick centró su vista en los 6 lanzadores y los 12 misiles que acababan de llegar, que se unirían a los que ya tenían y a los que estaban por llegar esa noche, hasta un total de 18 lanzadores y 72 misiles. No era un gran arsenal, pero por algo se comenzaba, y era posible que a algún piloto venezolano, le diera más de un dolor de cabeza. En fin, solo eran negocios. Lo mejor sería dormir un rato, había sido un día largo, y le esperaba otro igual de duro.
"Si usted no tiene libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor" - José Luís Sampedro
- Andrés Eduardo González
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Relato: 2008. La Llamarada del Fénix
Bienvenido de vuelta, Flanker. Por cierto, lindo detalle del Stinger...
"En momentos de crisis, el pueblo clama a Dios y pide ayuda al soldado. En tiempos de paz, Dios es olvidado y el soldado despreciado».
- Comando Gato'e Techo
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Relato: 2008. La Llamarada del Fénix
Flanker:
Gracias.
...y que pasa un poco más al sur.....en el TO Sur....????
Gracias.
...y que pasa un poco más al sur.....en el TO Sur....????
El arte de la estrategia es de vital importancia para una Nación. Es terreno de vida o muerte. El camino a la seguridad o a la ruina.
Sun Tzu
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- flanker33
- Teniente Coronel
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Relato: 2008. La Llamarada del Fénix
Gracias a ustedes por leer el relato.
En la próxima entrega se hablará de la evolución del TO Sur.
Saludos.
En la próxima entrega se hablará de la evolución del TO Sur.
Saludos.
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- flanker33
- Teniente Coronel
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Relato: 2008. La Llamarada del Fénix
Hola a todos.
Aquí dejo otro fragmento más del relato.
Saludos.
Aquí dejo otro fragmento más del relato.
Saludos.
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- flanker33
- Teniente Coronel
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10 de marzo. San Gabriel. Ecuador.
A aquellas horas de la noche, solo el café, la tensión y las ansias de conocer las noticias llegadas del frente, le hacían mantener sus neuronas activas, aunque estas pidiesen a gritos un descanso. El General Celso Freire miraba fijamente como en el mapa que presidía la sala del Cuartel General avanzado que el Ejército Ecuatoriano había establecido en la localidad de San Gabriel, a algo más de 20 km de las posiciones enemigas alrededor de Tulcán, había aparecido por fin el símbolo de la bandera ecuatoriana sobre el pueblo de Tufiño tras varias horas de combates. Durante todo el día anterior se había estado luchando por la zona al oeste de Tulcán, reduciendo el territorio que mantenían ocupado los colombianos. Primero todo había ido bien, logrando con cierta facilidad separar Tulcán de Tufiño, llegando sus tropas hasta la frontera, pero poco a poco, al intentar reducir la cabeza de puente que se había creado alrededor de Tufiño, la resistencia se había endurecido mucho más. Se habían producido fuertes bombardeos artilleros por parte de ambos bandos, y el avance se estancó hasta el anochecer, cuando tras reagruparse, las fuerzas ecuatorianas volvieron a lanzar un renovado ataque, tratando de expulsar definitivamente a los colombianos del suelo patrio. En el confuso y violento combate nocturno que siguió, se produjeron cuantiosas bajas en sus filas, pero tras un par de horas, por fin los colombianos se habían replegado al otro lado de la frontera, y aquella banderita en el mapa era la confirmación de ello.
Aunque había algo que no le terminaba de cuadrar a Freire, ya que según algunos informes preliminares de sus mandos sobre el terreno, había indicios que el enemigo había procedido con una retirada ordenada, y que los combates más duros se habían dado para dar tiempo a que aquellas tropas cruzasen de vuelta a su país, retirándose después con relativa prontitud ante el ataque nocturno ecuatoriano. Quizás el enemigo estaba pensando ya en retirarse de esa zona, o quizás no, pero él había cumplido con sus objetivos con éxito, al menos en aquel sector. Desgraciadamente, el plan de batalla exigía que durante el día 9, se aislase Tulcán por el este y oeste, pero el ataque contra la parte este de Tulcan, principalmente desde el aeropuerto y hasta la frontera, se había saldado con un éxito – o fracaso, según se mirase – relativo. El aeropuerto seguía sin poder ser ocupado, pero a su vez le era negado al enemigo, y el intento de reducir el terreno que habían ganado los colombianos hasta la frontera al oeste de la ciudad, tan solo había visto pequeños avances, insuficientes para poder considerarlos un éxito. De todas maneras, debía sobreponerse a aquel hecho. Dentro de pocas horas sus fuerzas lanzarían el asalto contra Tulcán, y aquello no era negociable según le habían dejado bien claro las máximas autoridades del país. Su ofensiva, en unión con la que sus aliados venezolanos iban a lanzar al norte, debían finalmente decidir la guerra a su favor en pocos días, derrotando decisivamente a los colombianos, y aunque Freire creía en el poderoso efecto de lanzar dos importantes ofensivas coordinadas contra el enemigo, desearía haber tenido algún día más para terminar de preparar a sus hombres y a las maquinas que iban a participar en el ataque, y también terminar de aislar a las fuerzas enemigas que defendían Tulcán por el sur, este y oeste, y facilitar la toma de la ciudad. Se debía conformar con los avances conseguidos y con el “ablandamiento” de las posiciones defensivas enemigas tras toda la jornada sufriendo estas un duro bombardeo artillero por parte de su artillería.
Al menos en los demás sectores de la frontera la situación era de relativa calma. Las acciones aéreas de importancia aquel día habían sido escasas por no decir nulas, a la espera de poder apoyar la ofensiva terrestre por Tulcán. Las mejores noticias llegaban desde el mar, donde la Armada seguía bloqueando la costa colombiana sin más sobresalto como en los pasados días, aunque las noticias que llegaban de un Grupo naval de la US Navy dirigiéndose ligeramente al sur de la costa del Pacífico de Panamá, eran inquietantes. Esperaba que los políticos de Quito al menos pudiesen mantener la situación internacional como hasta ahora, por que si no la cosa se iba a complicar hasta extremos insospechados.
10 de marzo. Santa Marta. Colombia.
Tras su periplo hacia la zona de conflicto y el frustrado intento de llegar a primera línea unos días atrás, Sandrine y su cámara Jean-Rene, se encontraban ya de vuelta en Santa Marta, donde habían sido conducidos por las autoridades colombianas que habían descubierto la presencia de los periodistas franceses en un control de carreteras. Allí se habían ganado una reprimenda de las autoridades civiles y militares del país, pero tampoco nada demasiado serio, no era cuestión de tener mala prensa y enemistarse con una potencia como Francia. Más dura había sido la bronca de los superiores de su canal de televisión, los mismos que la hubiesen colmado de halagos y parabienes si le hubiera salido bien la jugada, pero así eran los directivos de los medios de comunicación. Ella sabía cómo era ese juego y sabía jugarlo, así que no les prestó demasiada atención. Era una buena periodista y tenía cierto prestigio en su país, aumentado ahora con la popularidad que le daba estar en el punto más candente de las noticias en el planeta. Le preocupaban mucho más otras cosas, como por ejemplo, la situación en que quedaba Edianys y su Yaneth tras la pérdida de su hogar y de su marido, ellas si tenían motivos para estar preocupadas, y aunque Sandrine trato de hacer todo lo que estaba en su mano para ayudarlas dadas las circunstancias, seguro que les esperaba una vida muy difícil a partir de entonces. Pero también estaba preocupada por la suerte que habría corrido su irritante y fanfarrón colega australiano Alan Howard, del cual no había vuelto a tener noticias desde que se despidieran días atrás y él se empeñara en llegar a primera línea de combate. Nadie sabía nada de él, no había enviado ningún reportaje, imagen o crónica ni siquiera para la CNN donde supuestamente le había dicho que trabajaba ahora el freelance.
Ella por su parte, tras recuperarse un poco del viaje y soportar estoicamente las correspondientes reprimendas, había tenido que ponerse al día y volver al trabajo, así que allí estaba, cuando eran poco más de la una de la madrugada, dispuesta otra vez a grabar una crónica para el informativo matinal en Francia.
“…y estos son los principales acontecimientos de lo sucedido ayer día 9 en la zona de operaciones de la Guajira, la más importante de este conflicto. En otras zonas de la frontera común entre Venezuela y Colombia, y pese a que las operaciones no sean tan intensas, tampoco se deja de luchar. Nos llegan informaciones de intercambio de disparos, incluidos morteros y fuego de artillería en algunos puntos, desde la zona selvática al sur, pasando por la región de los Llanos en el centro y hasta la zona más montañosa algo más al norte.
Desde Caracas, el portavoz de las Fuerzas Armadas venezolanas anuncio que en el día de ayer, la aviación militar de su país había vuelto a atacar importantes objetivos estratégicos. Enseño fotos de una base aérea colombiana sobre la que se alzaban columnas de humo y que identifico como la de Palanquero, así como de una fábrica de municiones y explosivo para la artillería y aviación en llamas, identificada como fabrica “Santa Barbara”, en Sogamoso. También anunció el intento de un submarino colombiano de penetrar en aguas venezolanas y atacar un convoy naval, intento que fue repelido por los buques y aviación naval de su país, habiendo evidencias de que dicho submarino fue alcanzado y hundido, pero que no podía confirmarlo en ese momento. Finalmente dicho convoy pudo llegar a su destino en algún lugar del Golfo de Venezuela sin mayor novedad.”
Lo que no dijo Sandrine ni el portavoz era que dicho convoy había salido de puerto Cabello el día anterior cargado de suministros bélicos para el frente y con el armamento pesado de la 2ª Brigada de Infantería de Marina, unidad que a su vez se había desplazado “ligera” por carretera hacia la Guajira. El Capitán de Navío Cadenas podía respirar tranquilo, ya que pese al intento colombiano de atacar al convoy con el submarino “Pijao”, este había podido llegar con su vital carga y descargarlo en Maracaibo y playas de la Guajira, a la vez que seguro había inquietado y confundido al mando colombiano ante la posibilidad que se produjera un intento de asalto anfibio a la espalda de sus fuerzas. El submarino según todos los indicios se había evadido de sus fragatas y helicópteros ASW, pero nunca estaba de más tratar de confundir y minar un poco la moral de la población colombiana con la noticia que posiblemente hubiese sido hundido.
“La Armada Colombiana” proseguía Sandrine, “ha dicho que no ha perdido ninguno de sus submarinos, pero que no descarta ni desmiente la operación ya que no comenta sus operaciones militares más sensibles a la prensa. Y por último, en el escenario del conflicto entre Ecuador y Colombia, las autoridades de Quito dicen haber recuperado ayer parte del terreno perdido en torno al pequeño pueblo fronterizo de Tufiño tras duros combates, pero reconocen que no han podido retomar el control del aeropuerto de Tulcan ni el terreno que lo une hacia el este con la frontera colombiana, y que había sido objeto de ataque por sus fuerzas. Estas operaciones parecen encuadrarse en el marco de una esperada contraofensiva ecuatoriana que podría materializarse en cualquier momento según expertos consultados por esta periodista.”
Tras unas cuantas explicaciones más sobre la seguridad de los nacionales franceses y las recomendaciones de las embajadas francesas a sus ciudadanos en la zona y países limítrofes, Sandrine dio por concluida la grabación. Ahora tocaba editarlo y enviarlo a París, luego descansaría unas horas.
10 de marzo. Sierra del Perijá. Frontera entre Colombia y Venezuela.
Entre la oscuridad y la bruma se entreveía la cima de la montaña. A aquella altitud, el frio, intensificado por el viento que soplaba, y la humedad provocada por la vegetación y la ligera llovizna que caía, calaban y congelaban hasta los huesos. A duras penas la ropa térmica, el uniforme, los guantes y el gorro de lana que vestían aquellos hombres servían para mitigar las bajas temperaturas de las horas previas al amanecer.
Apenas doscientos metros, doscientos cincuenta a lo sumo. Aquella era toda la distancia que los separaba de su objetivo, la cota 2743. Y es que por fin habían conseguido llegar, tras un penoso avance por aquellas montañas, que había comenzado al oscurecerse totalmente la noche y que había durado muchas horas, quizás demasiadas. Aliados con la oscuridad y la tupida vegetación de los bosques selváticos de las montañas, los 40 hombres del pelotón del Teniente Juan Fernando Quiroga, del Batallón de Alta Montaña nº 7 “My. Raúl Guillermo Mahecha Martínez”, habían realizado primero una marcha de varios kilómetros para dar luego un rodeo y alejarse de la vista de posibles puestos de observación enemigos. Mas tarde habían realizado un rappel para salvar un precipicio que se interponía en su camino. Al llegar al fondo, y ocultos por altas paredes verticales, otra lenta marcha de casi una hora de duración, tras la cual hubieron de escalar una pared casi vertical para seguir la ruta prevista de acercamiento a su objetivo. Después un penoso avance en absoluto silencio y con los cinco sentidos puestos en detectar posibles problemas, y ya cerca de la cota 2743, habían estado a punto de perder todo el factor sorpresa al toparse con varias trampas “caza-bobos” entre los árboles. Casi de milagro, y gracias a las gafas de visión nocturna y la intuición del Teniente lograron detectarlas a tiempo, pero aquel imprevisto los obligó a avanzar con mayor cautela si cabe, variando ligeramente su camino y eliminando algunas de aquellas trampas explosivas, añadiendo más retraso sobre el horario previsto. Y así, algo más de una hora después del horario previsto, tenían por fin a la vista la cota 2743.
Pero ahora, la oscuridad y la vegetación que les habían servido para mantenerse ocultos comenzaban a faltar. Donde estaban situados eran las últimas masas vegetales que les servirían para ocultarse, a partir de allí la vegetación era mucho menor y más baja, y ya llegando a las posiciones enemigas era inexistente, ya que los defensores se habían encargado de limpiarla para tener un buen campo de visión y de tiro. Por otra parte, la oscuridad de la noche no tardaría mucho en comenzar a diluirse y a dejarse ver los primeros rayos de sol en el horizonte, así que tenían poco tiempo para preparar el asalto.
Desde donde se encontraba, Quiroga podía observar a través de la lluvia, en lo alto, las posiciones venezolanas. La posición enemiga en la cúspide de aquella montaña estaba constituida por un punto fortificado de forma ovalada y de unos 45 por 30 metros de longitud. Estaba servido por al menos unos 20 o 30 efectivos enemigos, armados con armamento portátil (especialmente ametralladoras y seguramente algunos morteros ligeros) y bien fortificados, con trincheras, sacos terreros, alambradas y refugios donde guarecerse en caso de bombardeo colombiano. La posición era particularmente fuerte en su sector frontal, dando la cara a la parte colombiana de la sierra del Perijá, pero era una defensa que abarcaba los 360 grados, por lo que no tenía ningún punto sin defender o por donde cogerlos por sorpresa. Quiroga y sus hombres, tras el largo y difícil avance nocturno, se encontraban precisamente a “la espalda” del puesto, al este, por donde era más difícil de suponer un ataque enemigo, pero aún así, no iba a ser fácil asaltar aquella posición. Tan solo la sorpresa y la decisión y contundencia de su asalto les daría alguna oportunidad. Y no debían fallar ya que el plan del Batallón de conquistar las tres cotas más importantes en aquel sector no dejaba mucho espacio para el fracaso de ninguna de las tres compañías que iban a realizarlo. Primero un solitario pelotón de cada compañía se infiltraría en suelo enemigo para realizar el asalto a las posiciones enemigas, que debido a la gran cantidad de territorio a defender y los siempre escasos efectivos, no podían ser muy numerosas. Apoyados por fuego de morteros y sirviéndose de la sorpresa, debían ocupar las posiciones venezolanas y esperar los refuerzos del resto de la compañía que llegaría por helicóptero primero y por tierra algo después. Una vez firmemente asentados y fortificados, debían mantener la posición a la vez que hacían de observadores para la artillería propia que dispararía sobre las fuerzas enemigas que vieran o que intentaran sacarlos de allí. La idea era conquistar algo de territorio enemigo, desde luego no mucho, pero lo importante era atraer fuerzas enemigas, que estos creyeran que podía ser el inicio de un asalto más importante al sur de su ofensiva sobre la Guajira, y que se vieran forzados a prestarles atención, además que seguro que trataría de recuperar su suelo patrio de todas las maneras posibles. El Teniente no discutía la estrategia, acataba ordenes, pero sabía que aquella misión que les había tocado iba a ser muy dificil.
Quiroga ya había contactado con el mando del Batallón para informar que estaban listos para el asalto, y a su vez fue informado que el pelotón de asalto de la 1ª Compañía también se encontraba listo, y que estaban a la espera de que el de la 2ª Compañía comunicase su estado, para iniciar el ataque. Pero tras unos minutos, se escucharon algunas explosiones, no muy fuertes, luego algunas más potentes y finalmente un importante fuego de fusilería.
“Mierda, han descubierto a los de la Segunda” fue lo que le vino a la cabeza a Quiroga. No tardó en llamar a su operador de radio para informar y solicitar instrucciones, pero el Mayor al mando del Batallón se le había adelantado. Tenían luz verde para iniciar el ataque.
El Teniente cogió la radio otra vez y llamó a los morteros. Tras un rápido bombardeo, sus hombres avanzarían lanzando proyectiles y granadas de humo, y cubriéndose como pudieran, tratarían de llegar lo más rápido posible a la cima y desalojar a los defensores. Quiroga temía sufrir muchas bajas, pero no había más opción.
Se agachó al escuchar los primeros proyectiles de mortero caer a no demasiada distancia. Solo esperaba que no hubiera proyectiles “largos” que les causaran problemas, no necesitaba añadir el “fuego amigo” a sus dificultades.
Cuando minutos después la intensidad del bombardeo comenzó a menguar, el Teniente Quiroga hizo una señal a sus hombres. Era la hora...
El cabo Jesús María López estaba encogido en el fondo de su refugio soportando con resignación y algo de miedo otro bombardeo enemigo, el segundo de aquella noche. Como en días anteriores, seguían machacando con fuego de mortero la posición venezolana. El Teniente les había dicho que eran morteros de 81 mm, pero a él y a sus compañeros en aquella posición defensiva en lo alto de la cota 2743, les parecían obuses de 155…aunque quizás era porque nunca habían tenido que soportar un bombardeo de ese calibre. Desde que comenzara el conflicto los colombianos tenían la mala costumbre de bombardear la posición dos o tres veces por noche. La precisión no era demasiada, aunque algunos proyectiles habían causado ya algunas bajas, en concreto cuatro, dos heridos que tuvieron que ser evacuados y dos fallecidos que tuvieron la mala suerte de no llegar a tiempo a su refugio cuando cayeron los primeros proyectiles. También aquellos proyectiles tenían la virtud de no dejar dormir demasiado a los soldados, y entre la tensión y la falta de sueño, la fatiga se acumulaba y tras varios días de conflicto, se comenzaba a notar entre los soldados del pelotón que defendía aquella posición, pertenecientes al 133º Batallón de Infantería.
López, acompañado de su municionador y ayudante, el soldado Gil, estaba en su posición de ametrallador, protegido por un hueco que sobresalía un poco hacia delante de la trinchera principal, pero que conectaba con esta, y rodeado de sacos terreros enfrente, a los lados, y por encima suyo, dejando tan solo una abertura al frente para vigilar todo el sector hacia el oeste y sur oeste de la posición, justo enfrente de las posiciones colombianas en las montañas al otro lado del valle. Otra ametralladora cubría el arco hacia el oeste y noroeste, y otra más hacia el este, en el lado opuesto de su posición, teniendo cubiertos todos los sectores de fuego por donde pudiera atacar el enemigo. Además, desde las trincheras y los pozos de tirador, el resto de los 31 soldados del pelotón podían disparar sus fusiles y lanzagranadas contra los agresores, y un par de morteros ligeros ayudaban a completar el conjunto de la defensa de la plaza.
De pronto, cuando a López le pareció que comenzaban a aflojar las explosiones a su alrededor, escuchó lo que le pareció el tableteo de armas automáticas, pero no pudo discernir de donde procedía. Con cautela pero con decisión se incorporó y echó un vistazo desde su posición al campo de visión que cubría su ametralladora para ver si estaban siendo atacados…pero nada, al menos desde aquella dirección. AL menos parecía que los morteros enemigos habían parado de caer, pero estaba algo desorientado y nervioso por aquel otro ruido de fuego de armas portátiles. Entonces Gil le cogió de la manga de su guerrera y le indicó hacia atrás.
-Por allá, suena por allá, a retaguardia…
-¡coñ*!...
El cabo echó una última mirada por la tronera donde apuntaba su ametralladora y al no ver indicios de un ataque enemigo, cogió la FN MAG y salio a la trinchera principal con su ayudante. Miraron a uno y otro lado. A su izquierda, un soldado disparaba hacia el este por encima de la trinchera, a su derecha no había nadie, aunque lo quebrado del trazado de la trinchera hacia que no pudieran ver a mucha distancia. López subió la MAG a lo alto de la trinchera y echó un vistazo a la vez que apuntaba hacia donde oía los disparos. Todavía no estaba seguro del todo de lo que pasaba, pero todo parecía indicar que les estaban atacando desde atrás. “¿Como carajos se las abran ingeniado para evitar las zonas minadas y pillarnos por sorpresa?” pensó. Pero no hubo tiempo para más. Surgiendo de no se sabía donde, dos hombres con uniforme mimetizado y gorro negro de lana en la cabeza avanzaban disparando su fusil desde la cadera. Inmediatamente y como por un automatismo, reaccionó disparando una larga y sostenida ráfaga de ametralladora. Vio como lo que le parecieron “pequeños surtidores de sangre”, salían del cuerpo de aquellos soldados al recibir los impactos de sus proyectiles. Cayeron casi al unisono. No volverían a levantarse.
Gil se había unido al tiroteo y disparaba su FAL contra Dios sabe que. Él volvió a mirar en busca de nuevos objetivos, a la vez que se daba cuenta que acababa de quitarle la vida a dos hombres, y no sentía nada, no podía, no tenía tiempo y debía tener todos sus sentidos puestos en su tarea si quería salir vivo de aquello. Y se lo vino a recordar un pequeño artefacto que vio realizar una parábola unos metros más allá. Sus reflejos le sirvieron bien, y justo cuando agacho la cabeza por debajo de la tierra apelmazada de la trinchera, unas esquirlas pasaron volando sobre ella. “Virgen Santa, Virgen Santa, Virgen Santa...” se repetía, viendo lo cerca que había estado de morir. No sabía que sucedía más allá de su campo de visión, no tenía ni idea de como les iba a los demás ni de que ordenes había dado el Teniente, solo sabía que debía defender su puesto y tratar de salir con vida. Nada más tenía sentido ni importancia fuera de aquel “pequeño mundo”.
Pero no estaba dispuesto a dejarse llevar por el pánico. Se incorporó de nuevo y volvió a disparar, esta vez contra nada en particular, solo para mantener agachado al enemigo. Pero cuando soltó el gatillo, al poco vio como a su derecha aparecían las siluetas de tres hombres tras un bote de humo que habían lanzado segundos antes. “Demasiado pronto...los puedo ver” pensaba a la vez que giraba la ametralladora y volvía a disparar otra ráfaga. Alcanzó a uno de los enemigos, pero hubo de agachar la cabeza al oír y notar como las balas enemigas buscaban su cabeza y levantaban tierra alrededor suyo.
-¡Gil, esos cabrones deben de haber entrado en la trinchera allá, a la derecha! ¡No sabemos si queda alguno de los nuestros! ¡Ve a la esquina y defiéndela, no dejes que nadie salga por allá!
-¡Voy mi cabo! - respondió el solicito soldado.
Iba a levantarse de nuevo con su arma cuando vio que a la izquierda, el soldado que antes disparaba desde allí, ahora yacía en el fondo de la trinchera con un enorme boquete en lo que antes había sido su rostro. Encomendándose a la Virgen, volvió a asomarse, siempre con el cañón de su MAG por delante y vio con horror como tres hombres se abalanzaban sobre su posición disparando. El respondió al fuego y logró abatir a uno de ellos, pero otro lanzó una granada que cayó dentro de la trinchera, a su izquierda. En un acto reflejo, soltó la ametralladora y saltó a su derecha cuerpo a tierra, pero la explosión de la granada de mano le alcanzó. Algunos trozos de plástico incandescente se alojaron en el interior de su cuerpo. El dolor fue increíble, y el aullido consecuente atronador. Creyó que iba a morir allí mismo. Se arrastró por el suelo como pudo hacia su derecha, intentando buscar la ayuda de Gil, su última esperanza, pero con la vista borrosa por el dolor y las heridas, pudo ver como el cuerpo del soldado que era su amigo, caía atravesado por dos o tres proyectiles del 5,56...de pronto “todo su mundo” terminó de derrumbarse y quedó en estado de shock... “estoy muerto” se dijo antes de sentir como alguien desde atrás le agarraba y le volteaba hacia arriba, quedando frente a su cara un cañón de un fusil Galil.
-¡Mi Teniente, el helicóptero llega en tres minutos! - le dijo su radio operador.
-Gracias. Informe al Sargento para que lo reciba.
-A la orden.
Hacía casi diez minutos que el fuego se había detenido y el Teniente Quiroga seguía con su ronda de inspección post asalto tras visitar a sus heridos. Tras los pocos pero furiosos minutos que había durado el ataque, el Teniente todavía tenía la sangre hirviendo de adrenalina, aunque ya comenzaba a aflojar la tensión del combate, y había empezado a notar la herida en su muslo izquierdo y que le hacia cojear ostensiblemente. El médico del pelotón quería echarle un vistazo , pero el Teniente le había dado largas. Primero debía evaluar la situación, y tampoco parecía demasiado importante, si no ya se habría derrumbado.
Por un lado estaba contento. Había cumplido su objetivo, la posición enemiga era suya. Ahora solo debía esperar a los refuerzos y rezar para que el enemigo no montara un contraataque importante, por que incluso con los hombres que llegarían en el Mi-17, con todas las bajas que había sufrido, la posición de sus fuerzas en aquella montaña sería precaria. Por otro lado, estaba desanimado. Diecisiete de sus hombres eran bajas, once muertos y seis heridos graves. Ocho más, incluido él, con heridas leves que les permitirían seguir luchando, finalizaban la macabra lista de bajas del pelotón... “y pese a todo hemos tenido suerte” se decía. Habían sorprendido a los defensores apenas recién salidos del aturdimiento del fuego de los morteros y sin ningún aviso de que tuvieran enemigos a sus espaldas. Aunque los venezolanos se habían defendido bien dadas las circunstancias, como lo atestiguaban las bajas entre sus hombres, la velocidad y la fiereza del asalto habían decidido el resultado del combate. Se había apoderado de la cima de aquella montaña, con bastante equipo enemigo y varios prisioneros, varios de ellos heridos. Miró hacia donde estaban los venezolanos. Vio a uno, en su uniforme se leía “López”, y parecía haber sido alcanzado en la espalda, en el costado izquierdo y en las piernas. El hombre parecía más muerto que vivo, pero tanto él como los demás prisioneros enfermos recibirían atención.
-¡Doctor, venga aquí!
-Mi Teniente, ¿tiene ya tiempo para que le mire la pierna?
-Todavía no. Quiero que se asegure de que tras evacuar a nuestros heridos más graves en el helicóptero, haga lo mismo con los prisioneros. Evaluelos y determine quienes pueden ser evacuados y recibir ayuda medica, a los demás deberá tratarlos aquí ¿entendido?
-Si mi Teniente... pero ¿su pierna?
-Luego, luego. No es nada, no me duele mucho. Vamos, cumpla sus ordenes.
Y mientras el doctor se alejaba, Quiroga pensaba en que según le habían informado, el pelotón de la 2ª Compañía no había tenido éxito y sus hombres se habían encontrado en un campo minado y bajo un preciso fuego enemigo, que les causo varias bajas y les obligo a abortar la misión. Por su parte, la 1ª Compañía si había logrado su objetivo y ya estaban reforzando la posición conseguida.
Con la mirada perdida por un segundo en el horizonte, hacia el oeste, hacia los picos de las montañas de su Patria, en ese preciso momento vio como un enorme Mi-17 se aproximaba volando bajo, por debajo de las montañas, y se elevaba solo en el último momento ya cerca de la cúspide de la cota 2743. Llegaban los primeros refuerzos...el plan y su misión seguían en pie.
A aquellas horas de la noche, solo el café, la tensión y las ansias de conocer las noticias llegadas del frente, le hacían mantener sus neuronas activas, aunque estas pidiesen a gritos un descanso. El General Celso Freire miraba fijamente como en el mapa que presidía la sala del Cuartel General avanzado que el Ejército Ecuatoriano había establecido en la localidad de San Gabriel, a algo más de 20 km de las posiciones enemigas alrededor de Tulcán, había aparecido por fin el símbolo de la bandera ecuatoriana sobre el pueblo de Tufiño tras varias horas de combates. Durante todo el día anterior se había estado luchando por la zona al oeste de Tulcán, reduciendo el territorio que mantenían ocupado los colombianos. Primero todo había ido bien, logrando con cierta facilidad separar Tulcán de Tufiño, llegando sus tropas hasta la frontera, pero poco a poco, al intentar reducir la cabeza de puente que se había creado alrededor de Tufiño, la resistencia se había endurecido mucho más. Se habían producido fuertes bombardeos artilleros por parte de ambos bandos, y el avance se estancó hasta el anochecer, cuando tras reagruparse, las fuerzas ecuatorianas volvieron a lanzar un renovado ataque, tratando de expulsar definitivamente a los colombianos del suelo patrio. En el confuso y violento combate nocturno que siguió, se produjeron cuantiosas bajas en sus filas, pero tras un par de horas, por fin los colombianos se habían replegado al otro lado de la frontera, y aquella banderita en el mapa era la confirmación de ello.
Aunque había algo que no le terminaba de cuadrar a Freire, ya que según algunos informes preliminares de sus mandos sobre el terreno, había indicios que el enemigo había procedido con una retirada ordenada, y que los combates más duros se habían dado para dar tiempo a que aquellas tropas cruzasen de vuelta a su país, retirándose después con relativa prontitud ante el ataque nocturno ecuatoriano. Quizás el enemigo estaba pensando ya en retirarse de esa zona, o quizás no, pero él había cumplido con sus objetivos con éxito, al menos en aquel sector. Desgraciadamente, el plan de batalla exigía que durante el día 9, se aislase Tulcán por el este y oeste, pero el ataque contra la parte este de Tulcan, principalmente desde el aeropuerto y hasta la frontera, se había saldado con un éxito – o fracaso, según se mirase – relativo. El aeropuerto seguía sin poder ser ocupado, pero a su vez le era negado al enemigo, y el intento de reducir el terreno que habían ganado los colombianos hasta la frontera al oeste de la ciudad, tan solo había visto pequeños avances, insuficientes para poder considerarlos un éxito. De todas maneras, debía sobreponerse a aquel hecho. Dentro de pocas horas sus fuerzas lanzarían el asalto contra Tulcán, y aquello no era negociable según le habían dejado bien claro las máximas autoridades del país. Su ofensiva, en unión con la que sus aliados venezolanos iban a lanzar al norte, debían finalmente decidir la guerra a su favor en pocos días, derrotando decisivamente a los colombianos, y aunque Freire creía en el poderoso efecto de lanzar dos importantes ofensivas coordinadas contra el enemigo, desearía haber tenido algún día más para terminar de preparar a sus hombres y a las maquinas que iban a participar en el ataque, y también terminar de aislar a las fuerzas enemigas que defendían Tulcán por el sur, este y oeste, y facilitar la toma de la ciudad. Se debía conformar con los avances conseguidos y con el “ablandamiento” de las posiciones defensivas enemigas tras toda la jornada sufriendo estas un duro bombardeo artillero por parte de su artillería.
Al menos en los demás sectores de la frontera la situación era de relativa calma. Las acciones aéreas de importancia aquel día habían sido escasas por no decir nulas, a la espera de poder apoyar la ofensiva terrestre por Tulcán. Las mejores noticias llegaban desde el mar, donde la Armada seguía bloqueando la costa colombiana sin más sobresalto como en los pasados días, aunque las noticias que llegaban de un Grupo naval de la US Navy dirigiéndose ligeramente al sur de la costa del Pacífico de Panamá, eran inquietantes. Esperaba que los políticos de Quito al menos pudiesen mantener la situación internacional como hasta ahora, por que si no la cosa se iba a complicar hasta extremos insospechados.
10 de marzo. Santa Marta. Colombia.
Tras su periplo hacia la zona de conflicto y el frustrado intento de llegar a primera línea unos días atrás, Sandrine y su cámara Jean-Rene, se encontraban ya de vuelta en Santa Marta, donde habían sido conducidos por las autoridades colombianas que habían descubierto la presencia de los periodistas franceses en un control de carreteras. Allí se habían ganado una reprimenda de las autoridades civiles y militares del país, pero tampoco nada demasiado serio, no era cuestión de tener mala prensa y enemistarse con una potencia como Francia. Más dura había sido la bronca de los superiores de su canal de televisión, los mismos que la hubiesen colmado de halagos y parabienes si le hubiera salido bien la jugada, pero así eran los directivos de los medios de comunicación. Ella sabía cómo era ese juego y sabía jugarlo, así que no les prestó demasiada atención. Era una buena periodista y tenía cierto prestigio en su país, aumentado ahora con la popularidad que le daba estar en el punto más candente de las noticias en el planeta. Le preocupaban mucho más otras cosas, como por ejemplo, la situación en que quedaba Edianys y su Yaneth tras la pérdida de su hogar y de su marido, ellas si tenían motivos para estar preocupadas, y aunque Sandrine trato de hacer todo lo que estaba en su mano para ayudarlas dadas las circunstancias, seguro que les esperaba una vida muy difícil a partir de entonces. Pero también estaba preocupada por la suerte que habría corrido su irritante y fanfarrón colega australiano Alan Howard, del cual no había vuelto a tener noticias desde que se despidieran días atrás y él se empeñara en llegar a primera línea de combate. Nadie sabía nada de él, no había enviado ningún reportaje, imagen o crónica ni siquiera para la CNN donde supuestamente le había dicho que trabajaba ahora el freelance.
Ella por su parte, tras recuperarse un poco del viaje y soportar estoicamente las correspondientes reprimendas, había tenido que ponerse al día y volver al trabajo, así que allí estaba, cuando eran poco más de la una de la madrugada, dispuesta otra vez a grabar una crónica para el informativo matinal en Francia.
“…y estos son los principales acontecimientos de lo sucedido ayer día 9 en la zona de operaciones de la Guajira, la más importante de este conflicto. En otras zonas de la frontera común entre Venezuela y Colombia, y pese a que las operaciones no sean tan intensas, tampoco se deja de luchar. Nos llegan informaciones de intercambio de disparos, incluidos morteros y fuego de artillería en algunos puntos, desde la zona selvática al sur, pasando por la región de los Llanos en el centro y hasta la zona más montañosa algo más al norte.
Desde Caracas, el portavoz de las Fuerzas Armadas venezolanas anuncio que en el día de ayer, la aviación militar de su país había vuelto a atacar importantes objetivos estratégicos. Enseño fotos de una base aérea colombiana sobre la que se alzaban columnas de humo y que identifico como la de Palanquero, así como de una fábrica de municiones y explosivo para la artillería y aviación en llamas, identificada como fabrica “Santa Barbara”, en Sogamoso. También anunció el intento de un submarino colombiano de penetrar en aguas venezolanas y atacar un convoy naval, intento que fue repelido por los buques y aviación naval de su país, habiendo evidencias de que dicho submarino fue alcanzado y hundido, pero que no podía confirmarlo en ese momento. Finalmente dicho convoy pudo llegar a su destino en algún lugar del Golfo de Venezuela sin mayor novedad.”
Lo que no dijo Sandrine ni el portavoz era que dicho convoy había salido de puerto Cabello el día anterior cargado de suministros bélicos para el frente y con el armamento pesado de la 2ª Brigada de Infantería de Marina, unidad que a su vez se había desplazado “ligera” por carretera hacia la Guajira. El Capitán de Navío Cadenas podía respirar tranquilo, ya que pese al intento colombiano de atacar al convoy con el submarino “Pijao”, este había podido llegar con su vital carga y descargarlo en Maracaibo y playas de la Guajira, a la vez que seguro había inquietado y confundido al mando colombiano ante la posibilidad que se produjera un intento de asalto anfibio a la espalda de sus fuerzas. El submarino según todos los indicios se había evadido de sus fragatas y helicópteros ASW, pero nunca estaba de más tratar de confundir y minar un poco la moral de la población colombiana con la noticia que posiblemente hubiese sido hundido.
“La Armada Colombiana” proseguía Sandrine, “ha dicho que no ha perdido ninguno de sus submarinos, pero que no descarta ni desmiente la operación ya que no comenta sus operaciones militares más sensibles a la prensa. Y por último, en el escenario del conflicto entre Ecuador y Colombia, las autoridades de Quito dicen haber recuperado ayer parte del terreno perdido en torno al pequeño pueblo fronterizo de Tufiño tras duros combates, pero reconocen que no han podido retomar el control del aeropuerto de Tulcan ni el terreno que lo une hacia el este con la frontera colombiana, y que había sido objeto de ataque por sus fuerzas. Estas operaciones parecen encuadrarse en el marco de una esperada contraofensiva ecuatoriana que podría materializarse en cualquier momento según expertos consultados por esta periodista.”
Tras unas cuantas explicaciones más sobre la seguridad de los nacionales franceses y las recomendaciones de las embajadas francesas a sus ciudadanos en la zona y países limítrofes, Sandrine dio por concluida la grabación. Ahora tocaba editarlo y enviarlo a París, luego descansaría unas horas.
10 de marzo. Sierra del Perijá. Frontera entre Colombia y Venezuela.
Entre la oscuridad y la bruma se entreveía la cima de la montaña. A aquella altitud, el frio, intensificado por el viento que soplaba, y la humedad provocada por la vegetación y la ligera llovizna que caía, calaban y congelaban hasta los huesos. A duras penas la ropa térmica, el uniforme, los guantes y el gorro de lana que vestían aquellos hombres servían para mitigar las bajas temperaturas de las horas previas al amanecer.
Apenas doscientos metros, doscientos cincuenta a lo sumo. Aquella era toda la distancia que los separaba de su objetivo, la cota 2743. Y es que por fin habían conseguido llegar, tras un penoso avance por aquellas montañas, que había comenzado al oscurecerse totalmente la noche y que había durado muchas horas, quizás demasiadas. Aliados con la oscuridad y la tupida vegetación de los bosques selváticos de las montañas, los 40 hombres del pelotón del Teniente Juan Fernando Quiroga, del Batallón de Alta Montaña nº 7 “My. Raúl Guillermo Mahecha Martínez”, habían realizado primero una marcha de varios kilómetros para dar luego un rodeo y alejarse de la vista de posibles puestos de observación enemigos. Mas tarde habían realizado un rappel para salvar un precipicio que se interponía en su camino. Al llegar al fondo, y ocultos por altas paredes verticales, otra lenta marcha de casi una hora de duración, tras la cual hubieron de escalar una pared casi vertical para seguir la ruta prevista de acercamiento a su objetivo. Después un penoso avance en absoluto silencio y con los cinco sentidos puestos en detectar posibles problemas, y ya cerca de la cota 2743, habían estado a punto de perder todo el factor sorpresa al toparse con varias trampas “caza-bobos” entre los árboles. Casi de milagro, y gracias a las gafas de visión nocturna y la intuición del Teniente lograron detectarlas a tiempo, pero aquel imprevisto los obligó a avanzar con mayor cautela si cabe, variando ligeramente su camino y eliminando algunas de aquellas trampas explosivas, añadiendo más retraso sobre el horario previsto. Y así, algo más de una hora después del horario previsto, tenían por fin a la vista la cota 2743.
Pero ahora, la oscuridad y la vegetación que les habían servido para mantenerse ocultos comenzaban a faltar. Donde estaban situados eran las últimas masas vegetales que les servirían para ocultarse, a partir de allí la vegetación era mucho menor y más baja, y ya llegando a las posiciones enemigas era inexistente, ya que los defensores se habían encargado de limpiarla para tener un buen campo de visión y de tiro. Por otra parte, la oscuridad de la noche no tardaría mucho en comenzar a diluirse y a dejarse ver los primeros rayos de sol en el horizonte, así que tenían poco tiempo para preparar el asalto.
Desde donde se encontraba, Quiroga podía observar a través de la lluvia, en lo alto, las posiciones venezolanas. La posición enemiga en la cúspide de aquella montaña estaba constituida por un punto fortificado de forma ovalada y de unos 45 por 30 metros de longitud. Estaba servido por al menos unos 20 o 30 efectivos enemigos, armados con armamento portátil (especialmente ametralladoras y seguramente algunos morteros ligeros) y bien fortificados, con trincheras, sacos terreros, alambradas y refugios donde guarecerse en caso de bombardeo colombiano. La posición era particularmente fuerte en su sector frontal, dando la cara a la parte colombiana de la sierra del Perijá, pero era una defensa que abarcaba los 360 grados, por lo que no tenía ningún punto sin defender o por donde cogerlos por sorpresa. Quiroga y sus hombres, tras el largo y difícil avance nocturno, se encontraban precisamente a “la espalda” del puesto, al este, por donde era más difícil de suponer un ataque enemigo, pero aún así, no iba a ser fácil asaltar aquella posición. Tan solo la sorpresa y la decisión y contundencia de su asalto les daría alguna oportunidad. Y no debían fallar ya que el plan del Batallón de conquistar las tres cotas más importantes en aquel sector no dejaba mucho espacio para el fracaso de ninguna de las tres compañías que iban a realizarlo. Primero un solitario pelotón de cada compañía se infiltraría en suelo enemigo para realizar el asalto a las posiciones enemigas, que debido a la gran cantidad de territorio a defender y los siempre escasos efectivos, no podían ser muy numerosas. Apoyados por fuego de morteros y sirviéndose de la sorpresa, debían ocupar las posiciones venezolanas y esperar los refuerzos del resto de la compañía que llegaría por helicóptero primero y por tierra algo después. Una vez firmemente asentados y fortificados, debían mantener la posición a la vez que hacían de observadores para la artillería propia que dispararía sobre las fuerzas enemigas que vieran o que intentaran sacarlos de allí. La idea era conquistar algo de territorio enemigo, desde luego no mucho, pero lo importante era atraer fuerzas enemigas, que estos creyeran que podía ser el inicio de un asalto más importante al sur de su ofensiva sobre la Guajira, y que se vieran forzados a prestarles atención, además que seguro que trataría de recuperar su suelo patrio de todas las maneras posibles. El Teniente no discutía la estrategia, acataba ordenes, pero sabía que aquella misión que les había tocado iba a ser muy dificil.
Quiroga ya había contactado con el mando del Batallón para informar que estaban listos para el asalto, y a su vez fue informado que el pelotón de asalto de la 1ª Compañía también se encontraba listo, y que estaban a la espera de que el de la 2ª Compañía comunicase su estado, para iniciar el ataque. Pero tras unos minutos, se escucharon algunas explosiones, no muy fuertes, luego algunas más potentes y finalmente un importante fuego de fusilería.
“Mierda, han descubierto a los de la Segunda” fue lo que le vino a la cabeza a Quiroga. No tardó en llamar a su operador de radio para informar y solicitar instrucciones, pero el Mayor al mando del Batallón se le había adelantado. Tenían luz verde para iniciar el ataque.
El Teniente cogió la radio otra vez y llamó a los morteros. Tras un rápido bombardeo, sus hombres avanzarían lanzando proyectiles y granadas de humo, y cubriéndose como pudieran, tratarían de llegar lo más rápido posible a la cima y desalojar a los defensores. Quiroga temía sufrir muchas bajas, pero no había más opción.
Se agachó al escuchar los primeros proyectiles de mortero caer a no demasiada distancia. Solo esperaba que no hubiera proyectiles “largos” que les causaran problemas, no necesitaba añadir el “fuego amigo” a sus dificultades.
Cuando minutos después la intensidad del bombardeo comenzó a menguar, el Teniente Quiroga hizo una señal a sus hombres. Era la hora...
El cabo Jesús María López estaba encogido en el fondo de su refugio soportando con resignación y algo de miedo otro bombardeo enemigo, el segundo de aquella noche. Como en días anteriores, seguían machacando con fuego de mortero la posición venezolana. El Teniente les había dicho que eran morteros de 81 mm, pero a él y a sus compañeros en aquella posición defensiva en lo alto de la cota 2743, les parecían obuses de 155…aunque quizás era porque nunca habían tenido que soportar un bombardeo de ese calibre. Desde que comenzara el conflicto los colombianos tenían la mala costumbre de bombardear la posición dos o tres veces por noche. La precisión no era demasiada, aunque algunos proyectiles habían causado ya algunas bajas, en concreto cuatro, dos heridos que tuvieron que ser evacuados y dos fallecidos que tuvieron la mala suerte de no llegar a tiempo a su refugio cuando cayeron los primeros proyectiles. También aquellos proyectiles tenían la virtud de no dejar dormir demasiado a los soldados, y entre la tensión y la falta de sueño, la fatiga se acumulaba y tras varios días de conflicto, se comenzaba a notar entre los soldados del pelotón que defendía aquella posición, pertenecientes al 133º Batallón de Infantería.
López, acompañado de su municionador y ayudante, el soldado Gil, estaba en su posición de ametrallador, protegido por un hueco que sobresalía un poco hacia delante de la trinchera principal, pero que conectaba con esta, y rodeado de sacos terreros enfrente, a los lados, y por encima suyo, dejando tan solo una abertura al frente para vigilar todo el sector hacia el oeste y sur oeste de la posición, justo enfrente de las posiciones colombianas en las montañas al otro lado del valle. Otra ametralladora cubría el arco hacia el oeste y noroeste, y otra más hacia el este, en el lado opuesto de su posición, teniendo cubiertos todos los sectores de fuego por donde pudiera atacar el enemigo. Además, desde las trincheras y los pozos de tirador, el resto de los 31 soldados del pelotón podían disparar sus fusiles y lanzagranadas contra los agresores, y un par de morteros ligeros ayudaban a completar el conjunto de la defensa de la plaza.
De pronto, cuando a López le pareció que comenzaban a aflojar las explosiones a su alrededor, escuchó lo que le pareció el tableteo de armas automáticas, pero no pudo discernir de donde procedía. Con cautela pero con decisión se incorporó y echó un vistazo desde su posición al campo de visión que cubría su ametralladora para ver si estaban siendo atacados…pero nada, al menos desde aquella dirección. AL menos parecía que los morteros enemigos habían parado de caer, pero estaba algo desorientado y nervioso por aquel otro ruido de fuego de armas portátiles. Entonces Gil le cogió de la manga de su guerrera y le indicó hacia atrás.
-Por allá, suena por allá, a retaguardia…
-¡coñ*!...
El cabo echó una última mirada por la tronera donde apuntaba su ametralladora y al no ver indicios de un ataque enemigo, cogió la FN MAG y salio a la trinchera principal con su ayudante. Miraron a uno y otro lado. A su izquierda, un soldado disparaba hacia el este por encima de la trinchera, a su derecha no había nadie, aunque lo quebrado del trazado de la trinchera hacia que no pudieran ver a mucha distancia. López subió la MAG a lo alto de la trinchera y echó un vistazo a la vez que apuntaba hacia donde oía los disparos. Todavía no estaba seguro del todo de lo que pasaba, pero todo parecía indicar que les estaban atacando desde atrás. “¿Como carajos se las abran ingeniado para evitar las zonas minadas y pillarnos por sorpresa?” pensó. Pero no hubo tiempo para más. Surgiendo de no se sabía donde, dos hombres con uniforme mimetizado y gorro negro de lana en la cabeza avanzaban disparando su fusil desde la cadera. Inmediatamente y como por un automatismo, reaccionó disparando una larga y sostenida ráfaga de ametralladora. Vio como lo que le parecieron “pequeños surtidores de sangre”, salían del cuerpo de aquellos soldados al recibir los impactos de sus proyectiles. Cayeron casi al unisono. No volverían a levantarse.
Gil se había unido al tiroteo y disparaba su FAL contra Dios sabe que. Él volvió a mirar en busca de nuevos objetivos, a la vez que se daba cuenta que acababa de quitarle la vida a dos hombres, y no sentía nada, no podía, no tenía tiempo y debía tener todos sus sentidos puestos en su tarea si quería salir vivo de aquello. Y se lo vino a recordar un pequeño artefacto que vio realizar una parábola unos metros más allá. Sus reflejos le sirvieron bien, y justo cuando agacho la cabeza por debajo de la tierra apelmazada de la trinchera, unas esquirlas pasaron volando sobre ella. “Virgen Santa, Virgen Santa, Virgen Santa...” se repetía, viendo lo cerca que había estado de morir. No sabía que sucedía más allá de su campo de visión, no tenía ni idea de como les iba a los demás ni de que ordenes había dado el Teniente, solo sabía que debía defender su puesto y tratar de salir con vida. Nada más tenía sentido ni importancia fuera de aquel “pequeño mundo”.
Pero no estaba dispuesto a dejarse llevar por el pánico. Se incorporó de nuevo y volvió a disparar, esta vez contra nada en particular, solo para mantener agachado al enemigo. Pero cuando soltó el gatillo, al poco vio como a su derecha aparecían las siluetas de tres hombres tras un bote de humo que habían lanzado segundos antes. “Demasiado pronto...los puedo ver” pensaba a la vez que giraba la ametralladora y volvía a disparar otra ráfaga. Alcanzó a uno de los enemigos, pero hubo de agachar la cabeza al oír y notar como las balas enemigas buscaban su cabeza y levantaban tierra alrededor suyo.
-¡Gil, esos cabrones deben de haber entrado en la trinchera allá, a la derecha! ¡No sabemos si queda alguno de los nuestros! ¡Ve a la esquina y defiéndela, no dejes que nadie salga por allá!
-¡Voy mi cabo! - respondió el solicito soldado.
Iba a levantarse de nuevo con su arma cuando vio que a la izquierda, el soldado que antes disparaba desde allí, ahora yacía en el fondo de la trinchera con un enorme boquete en lo que antes había sido su rostro. Encomendándose a la Virgen, volvió a asomarse, siempre con el cañón de su MAG por delante y vio con horror como tres hombres se abalanzaban sobre su posición disparando. El respondió al fuego y logró abatir a uno de ellos, pero otro lanzó una granada que cayó dentro de la trinchera, a su izquierda. En un acto reflejo, soltó la ametralladora y saltó a su derecha cuerpo a tierra, pero la explosión de la granada de mano le alcanzó. Algunos trozos de plástico incandescente se alojaron en el interior de su cuerpo. El dolor fue increíble, y el aullido consecuente atronador. Creyó que iba a morir allí mismo. Se arrastró por el suelo como pudo hacia su derecha, intentando buscar la ayuda de Gil, su última esperanza, pero con la vista borrosa por el dolor y las heridas, pudo ver como el cuerpo del soldado que era su amigo, caía atravesado por dos o tres proyectiles del 5,56...de pronto “todo su mundo” terminó de derrumbarse y quedó en estado de shock... “estoy muerto” se dijo antes de sentir como alguien desde atrás le agarraba y le volteaba hacia arriba, quedando frente a su cara un cañón de un fusil Galil.
-¡Mi Teniente, el helicóptero llega en tres minutos! - le dijo su radio operador.
-Gracias. Informe al Sargento para que lo reciba.
-A la orden.
Hacía casi diez minutos que el fuego se había detenido y el Teniente Quiroga seguía con su ronda de inspección post asalto tras visitar a sus heridos. Tras los pocos pero furiosos minutos que había durado el ataque, el Teniente todavía tenía la sangre hirviendo de adrenalina, aunque ya comenzaba a aflojar la tensión del combate, y había empezado a notar la herida en su muslo izquierdo y que le hacia cojear ostensiblemente. El médico del pelotón quería echarle un vistazo , pero el Teniente le había dado largas. Primero debía evaluar la situación, y tampoco parecía demasiado importante, si no ya se habría derrumbado.
Por un lado estaba contento. Había cumplido su objetivo, la posición enemiga era suya. Ahora solo debía esperar a los refuerzos y rezar para que el enemigo no montara un contraataque importante, por que incluso con los hombres que llegarían en el Mi-17, con todas las bajas que había sufrido, la posición de sus fuerzas en aquella montaña sería precaria. Por otro lado, estaba desanimado. Diecisiete de sus hombres eran bajas, once muertos y seis heridos graves. Ocho más, incluido él, con heridas leves que les permitirían seguir luchando, finalizaban la macabra lista de bajas del pelotón... “y pese a todo hemos tenido suerte” se decía. Habían sorprendido a los defensores apenas recién salidos del aturdimiento del fuego de los morteros y sin ningún aviso de que tuvieran enemigos a sus espaldas. Aunque los venezolanos se habían defendido bien dadas las circunstancias, como lo atestiguaban las bajas entre sus hombres, la velocidad y la fiereza del asalto habían decidido el resultado del combate. Se había apoderado de la cima de aquella montaña, con bastante equipo enemigo y varios prisioneros, varios de ellos heridos. Miró hacia donde estaban los venezolanos. Vio a uno, en su uniforme se leía “López”, y parecía haber sido alcanzado en la espalda, en el costado izquierdo y en las piernas. El hombre parecía más muerto que vivo, pero tanto él como los demás prisioneros enfermos recibirían atención.
-¡Doctor, venga aquí!
-Mi Teniente, ¿tiene ya tiempo para que le mire la pierna?
-Todavía no. Quiero que se asegure de que tras evacuar a nuestros heridos más graves en el helicóptero, haga lo mismo con los prisioneros. Evaluelos y determine quienes pueden ser evacuados y recibir ayuda medica, a los demás deberá tratarlos aquí ¿entendido?
-Si mi Teniente... pero ¿su pierna?
-Luego, luego. No es nada, no me duele mucho. Vamos, cumpla sus ordenes.
Y mientras el doctor se alejaba, Quiroga pensaba en que según le habían informado, el pelotón de la 2ª Compañía no había tenido éxito y sus hombres se habían encontrado en un campo minado y bajo un preciso fuego enemigo, que les causo varias bajas y les obligo a abortar la misión. Por su parte, la 1ª Compañía si había logrado su objetivo y ya estaban reforzando la posición conseguida.
Con la mirada perdida por un segundo en el horizonte, hacia el oeste, hacia los picos de las montañas de su Patria, en ese preciso momento vio como un enorme Mi-17 se aproximaba volando bajo, por debajo de las montañas, y se elevaba solo en el último momento ya cerca de la cúspide de la cota 2743. Llegaban los primeros refuerzos...el plan y su misión seguían en pie.
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