
Al amanecer del segundo día los combates se reanudaron con inusitada virulencia. La difícil orografía de la isla imposibilitaba la repetición de las grandes batallas que se libraban en suelo europeo incluso a una escala mucho menor. Ganaba por lo tanto protagonismo la lucha en unidades de entidad compañía o incluso sección o pelotón, desatándose una lucha de movimientos en la que pese a la inicial ventaja española por conocer el terreno, los canadienses, acostumbrados a moverse en los grandes espacios de su país natal no tardaron en adaptarse.
Luchando en barrancos y áridas zonas rocosas los soldados se agotaban bajo el plomizo sol que acrecentaba la sensación de sed. Tiempo después muchos de los supervivientes describirían la lucha como una pesadilla infernal librada en un paraíso, en donde el avance de una compañía podía ser destrozado por una única ametralladora o en donde tiradores ocultos entre las rocas dominaban grandes extensiones de terreno y que minutos más tarde cuando eran atacados ya no estaban allí. Cada altura, cada casa, cada barranco tuvo que ser ganado a sangre y fuego a lo largo de un agotador día de combates, mientras desde las alturas los cañones españoles seguían bombardeando metódicamente las playas repletas de soldados y equipos.

Mientras la lucha continuaba en tierra en una serie de combates con desigual fortuna, en el mar se estaban viviendo momentos de angustia tras la aparición de un submarino sin duda enemigo. Esa mañana uno de los numerosos buques antisubmarinos que protegían la escuadra había creído localizar un periscopio, aunque por desgracia cuando llegaron a investigar ya había desaparecido. La amenaza era sin embargo más que evidente y no podía ser obviada, por lo que todos los buques se pusieron en alerta, tendiendo los acorazados sus redes antitorpedo mientras destructores y corbetas buscaban al enemigo.
Este o más bien su periscopio sería visto otras dos veces a lo largo de las horas siguientes, si bien fueron apariciones tan breves que confirmaron la impresión que su comandante estaba buscando a los buques principales y tan solo echaba breves vistazos a la superficie para posicionarse y buscar sus objetivos. El comandante del submarino era sin duda audaz, pues pese a los varios ataques con cargas de profundidad que se habían realizado, perseveraba en su intención de atacar. Era pues preciso anticiparse a sus intenciones y acabar con él antes de que tuviese oportunidad de atacar. Por fin poco después de las dos de la tarde, y tras muchas horas de incertidumbre, el destructor HMS Hornet localizo el periscopio no demasiado lejos de la agrupación principal.
No hubo tiempo para florituras, el pequeño destructor se puso a 28 nudos y embistió al submarino cuando estaba en cota de periscopio destrozándolo al precio de dañar su casco seriamente. El submarino se hundiría con rapidez, lográndose rescatar tan solo a 4 de sus tripulantes. fue entonces cuando descubrieron que se trataba de uno de los modernos submarinos clase D, el Alfonso XII, que pese a su escaso tiempo de vida había hundido ya 24 buques, siempre bajo el mando de su comandante, el Tte de fragata Villaseca.

Poco después a 60 millas de allí el Tte de fragata Borja, recibía la noticia sobre el destino de su compañero, pues todo el drama había sido visto por la guarnición desde las alturas. Decidido a no sufrir el mismo destino Borja tomaría una decisión muy distinta. En lugar de buscar a los grandes buques internándose en esa zona tan patrullada por los escoltas, permanecería fuera del despliegue de la escuadra enemiga y atacaría precisamente a esos escoltas. Así a lo largo de los cuatro días siguientes lograría hundir a los destructores Archer, y Jackal, los dragaminas Azalea, y Myrtle, y los arrastreros armados Emley y Numitor, varios de ellos actuando durante la noche desde la superficie. Los torpedos sin embargo se acabaron, y para entonces la isla estaba ya casi en manos británicas.
La guarnición se rendiría finalmente el día 18, para entonces el submarino Morena había resultado hundido tras torpedear y hundir a su vez al crucero acorazado Achilles, al que se sumaba el crucero Forth, hundido dos días atrás junto a Fuerteventura. Las bajas canadienses y de la marina ascendían a 9.000, pero los 16.000 hombres de la guarnición de la isla habían muerto o sido hechos prisioneros y al menos dos submarinos destruidos a los que poco después se sumaría el viejo cañonero Marques de la Ensenada, torpedeado por un submarino británico frente a Tenerife.