Según los últimos informes recibidos por la escuadra española, en esos momentos la flota de invasión permanecía agrupada a unas 3 millas de la costa, dejando el espacio entre esta y la flota a las unidades encargadas de desembarcar los suministros y sus escoltas. Esto daba una oportunidad a los buques españoles que atacarían precisamente en esa zona en la que la resistencia sería menor, esperando causar un daño considerable entre las fuerzas enemigas. Para ello esperaban utilizar la oscuridad para acercarse todo lo posible, destruir los buques que hubiese de guardia, y posteriormente penetrar en esa zona de descarga destruyendo todo a su paso.
El primer buque en descubrir al enemigo sería el destructor Sterett, situado en la periferia occidental del despliegue de la flota invasora como piquete. Intrigado por las sombras que se echaban sobre él, encendió sus focos iluminando brevemente al Churruca. Este sin embargo hizo otro tanto y que abrió fuego con toda su artillería sobre el desdichado destructor, al igual que hizo el Escaño tras él. La distancia era en esos momentos tan corta que casi no fue necesario ni corregir la puntería, alcanzado por 9 granadas de 152mm y numerosos disparos de ametralladora pesada, el destructor se partiría yéndose al fondo con rapidez. Ahora Fuentes sabía que el enemigo había sido alertado y pronto descubrirían la amenaza, por lo que ordeno aumentar el andar a cuanto diesen sus calderas. En la siguiente media hora hubo algunos cruceros que dieron hasta medio nudo más de su velocidad máxima, tal era el esfuerzo de los fogoneros.

No mucho después otra sombra se recortó sobre la superficie del mar, siendo rápidamente iluminada por los reflectores de los cruceros españoles. Se trataba de un crucero protegido, posiblemente de la serie Denver. Rápidamente se convirtió en el objetivo de toda la artillería de los buques españoles y fue destruido cuando sus artilleros aun corrían a sus puestos, para por ultimo ser mandado al fondo por un torpedo del Churruca. En los minutos siguientes otro crucero protegido y dos destructores serían mandados al fondo, mientras la escuadra recortaba distancias con la zona de desembarco. Ahora la entrada al dispositivo enemigo estaba abierta, sin duda habían cogido desprevenido al enemigo que estaría más alerta por si aparecían submarinos que por un ataque de superficie. Si se retiraban en ese momento los cruceros se salvarían para tal vez luchar otro día, habiéndose llevado por delante cuatro unidades enemigas. Por desgracia su misión consistía en destruir el flujo de suministros hacia las playas, y para eso era preciso atacar y de ser necesario sacrificarse.
A varias millas de allí, el almirante William Sims corrió al puente a medio vestir alertado por las explosiones, para comprobar por sí mismo la situación. Maldiciéndose, observo como cuatro cruceros enemigos iluminados por los reflectores de los buques cercanos acababan de aparecer por el oeste y estaban disparando a discreción contra todo objetivo que divisaban, destrozando por igual a los soldados de las playas como a los buques que navegaban cerca de ellas que eran muchos. Sabía que esos buques habían abandonado Cuba días atrás, e imaginaba que no se retirarían sin haber disparado una sola vez, lo que nunca imagino fue la carga suicida que estaban llevando a cabo. Por primera vez el enemigo aceptaba batalla en inferioridad de condiciones. Decenas de gabarras y barcazas de desembarco totalmente desarmadas eran empleadas en llevar suministros a las playas, y muchas de ellas estaban en el trayecto de los buques enemigos que las estaban destrozando con disparos de su artillería secundaria o con sus ametralladoras pesadas. Al amanecer sabría que incluso tres de ellas fueron simplemente embestidas y partidas por la mitad por sus enemigos.
Mientras tanto en la playa los cientos de hombres que se esforzaban en descargar las barcazas, descansaban o disparaban los cañones corrieron a resguardarse como pudieron. Las explosiones se sucedían a tal velocidad que parecía un trueno continuo que no tuviese fin. La distancia entre los cruceros y la playa era solo de unos cientos de metros, y bajo la luz de los reflectores las ametralladoras se sumaron al combate con decisión. No había pasado mucho tiempo cuando una repentina explosión ilumino las playas. Habían alcanzado las municiones de una batería de artillería, que había saltado por los aires con un terrible estruendo.