El presidente Raymond Pointcare se había reunido con el Estado Mayor del Ejército y estaba recibiendo un detallado informe de la marcha de la guerra, y de las perspectivas a corto y medio plazo.
En la mayor parte de los frentes la situación permanecía en una tensa calma. En Cuba la cabeza de playa lograda por los marines se habían consolidado, y ahora estaban centrados en acumular suministros para posteriormente pasar a la ofensiva. Mientras tanto en el mar la flota de apoyo se había retirado para evitar nuevas pérdidas ante los sumergibles enemigos. La actividad se centró por lo tanto en el envío de suministros fuertemente escoltados, hasta unas playas en las que desembarcaban los suministros protegidos por densos campos de minas y destructores de escolta. Esto obligaría a los sumergibles a desistir de su esfuerzo por el peligro que suponía atacarlos, aunque no evitaría que un destructor y varios buques de cabotaje de los que llevaban suministros se fuesen a pique al ser alcanzados por la artillería. Mientras tanto los sumergibles habían pasado a operar lejos de Cuba, y las pérdidas ante ataques submarinos en la costa este se dispararon al carecer de suficientes escoltas.
Según informaba inteligencia los alemanes disponían de entre 1.5 y 2 millones de soldados de reserva, en gran parte gracias a no haberse empeñado en nuevas operaciones ofensivas tras las primeras fases de Verdún, y en no menor medida por haber centrado sus esfuerzos en el frente oriental, donde habían obtenido grandes éxitos a poco coste. Los austrohúngaros y los otomanos estaban en perores condiciones, pero para solventarlo los alemanes habían enviado sendos cuerpos de ejército expedicionarios en su ayuda, logrando éxitos reseñables tanto en el Caporetto como en Palestina. España por su parte seguía a la suya, resguardada tras la abrupta barrera de los pirineos, y las defensas de hormigón armado construidas con tanto esfuerzo desde dos lustros atrás. Sin duda y pese a su aislamiento era un hueso duro de roer, al menos mientras no pudiesen dedicar unas fuerzas verdaderamente poderosas para su conquista. De hecho en esos momentos era posible que la proporción numérica en los pirineos fuese favorable a España en un 1.5 a 1 aproximadamente, siendo además muchos de los soldados franceses, hombres de la reserva territorial.

Por el contrario Francia estaba en el límite, sino industrial si humano. Las grandes ofensivas de 1916, y principios de 1917 habían supuesto tal sangría que los poilus habían acabado por amotinarse meses atrás. Ahora aquellos problemas ya parecían lejanos, pero no se le escapaba que si sufrían nuevas derrotas podrían reproducirse en términos incluso peores, tal vez similares a los vividos en Rusia. Algo similar parecía suceder en el Imperio Británico, habiendo exprimido los recursos humanos de sus colonias hasta la saciedad, con el fin de alimentar la voraz maquinaria bélica sin renunciar a la ofensiva. En ese aspecto solo la llegada masiva de decenas de miles de soldados norteamericanos estaba sirviendo para aliviar la situación en el frente. Una ayuda que llegaba en el momento justo, pues las reservas disponibles por el ejército en los últimos meses tendían a ser nulas, sobre todo a raíz de la derrota italiana del Caporetto y el envío de las últimas reservas a aquel frente.
Y si la situación de recursos era catastrófica, la estratégica no le andaba a la zaga.