What if: Imaginemos un Barbarroja en 2 etapas
- Lucas de Escola
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What if: Imaginemos un Barbarroja en 2 etapas
Albrecht, me has pillado editando y terminando el post.
¡Ya me has reventado el final, carajo!
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Un plan que no puede modificarse, no es un buen plan.
- KL Albrecht Achilles
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What if: Imaginemos un Barbarroja en 2 etapas
Lucas de Escola escribió:Albrecht, me has pillado editando y terminando el post.
¡Ya me has reventado el final, carajo!
Jejeje
Saludos
It matters not how strait the gate. How charged with punishments the scroll.
I am the master of my fate: I am the captain of my soul. - From "Invictus", poem by William Ernest Henley
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What if: Imaginemos un Barbarroja en 2 etapas
Muy interesante todo lo que nos has contado, estimado Lucas.
Yo aproveché este fin de semana y estuve investigando. No pude encontrar nada revelador o información fidedigna o seria sobre si Bormann era un espía ruso.
A mí me cuesta creer, porque si eso hubiera sido cierto, hubiera sido un descubrimiento fabuloso que hubiera tenido mucha repercusión en la prensa e inclusive se hubieran escrito libros y hasta filmado películas al respecto.
Sin embargo parece más un mito que otra cosa.
Con respecto a la muerte de Bormann, tuve la suerte de leer el libro "Yo quemé a Adolf Hitler" de Erich Kempka y el confirma su muerte el 1 de mayo, cuando un grupo salió del Bunker y mientras se protegía sobre un tanque, la explosión de una granada de artillería lo mató.
En el siguiente Post copio y pego la parte del libro en que Kempka explica cómo fue la muerte de Bormann.
Saludos.
Yo aproveché este fin de semana y estuve investigando. No pude encontrar nada revelador o información fidedigna o seria sobre si Bormann era un espía ruso.
A mí me cuesta creer, porque si eso hubiera sido cierto, hubiera sido un descubrimiento fabuloso que hubiera tenido mucha repercusión en la prensa e inclusive se hubieran escrito libros y hasta filmado películas al respecto.
Sin embargo parece más un mito que otra cosa.
Con respecto a la muerte de Bormann, tuve la suerte de leer el libro "Yo quemé a Adolf Hitler" de Erich Kempka y el confirma su muerte el 1 de mayo, cuando un grupo salió del Bunker y mientras se protegía sobre un tanque, la explosión de una granada de artillería lo mató.
En el siguiente Post copio y pego la parte del libro en que Kempka explica cómo fue la muerte de Bormann.
Saludos.
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Yo tengo un documento .PDF que bajé en forma gratuita.
Lo que voy a copiar y pegar a continuación está entre la página 50 y la 53. Aclaro esto porque no sé si en el libro original está en la misma página.
LA ÚLTIMA SALIDA DE MARTIN BORMANNN
Terminada la conferencia, en la que Goebbels, Burgdorf, Bormannn, Krebs y Mohnke fijaron puntos de la negociación con el General Yukov, el General Krebs salió como parlamentario hacia lasposiciones rusas. A las veintiuna horas todavía no había regresado, por lo que Mohnke decidióaplazar la salida durante veinticuatro horas. Muy tarde ya, regresó por fin el General Krebs a la Cancillería. Informó a Goebbels que el General Yukov exigía la rendición incondicional. Lo único queKrebs había podido conseguir era la promesa de que prisioneros, y heridos serían tratados de acuerdo con lo previsto en el Convenio de Ginebra.
Nuestra decisión quedó tomada en firme. La salida fue definitivamente fijada para el día 1 de mayo a las veintiuna horas. Todo nos daba ya lo mismo. Sólo teníamos dos posibilidades: pasar convida a través de las líneas enemigas o morir decentemente como militares. Cada vez se infiltrabanmás soldados rusos en el Tiergarten. De seguir así, nos costaría trabajo mantener nuestra posición hasta el momento de la salida.
Bajo la impresión de estos hechos amargos e implacables, mis pensamientos se dirigieron, sin yo proponérmelo, a la señora Goebbels.
¿Qué iba a ser de ella y de los niños ?
No había querido separarse de su marido y, ahora, ya era tarde.
Seguí pensando febrilmente. ¿No habría un medio de salvar siquiera a los pobres chiquillos de aquel caos?
Amaneció el 1 de mayo.
El ambiente reinante en el refugio del Führer era casi insoportable. Por la tarde se me acercó el Secretario de Estado Naumann y me rogó le proporcionase otros doscientos litros de gasolina. El Dr. Goebbels y su mujer habían tomado la decisión de suicidarse como Hitler y Eva, inmediatamente después de nuestra salida, haciéndose incinerar a continuación.
En aquellos momentos, las tropas alemanas ya no ocupaban más que la Plaza Belle-Allianz, Estación de Anhalt, el Puente de Potsdam, la Puerta de Brandenburgo y la Estación de la Friedrichsstrasse, así como el distrito de los palacios.
Ingresó en el puesto de socorro del refugio una muchacha gravemente herida. Su vestido estaba destrozado y todo manchado de sangre. Le limpiaron inmediatamente las heridas y lecolocaron un vendaje. Pese a los grandes dolores que padecía, no salió de sus labios ni una sola queja. Allí estaba tendida, pálida y fatigada. Con voz apenas audible preguntó por su prometido.
Sabía que estaba destinado en la Cancillería como conductor. Tenía pocas esperanzas de encontrarlo, pues suponía que habría salido a desempeñar algún servicio.
Pero se equivocaba, porque lo envié a buscar, encargando que lo relevasen. Tan pronto como la muchacha lo vio pareció olvidarlo todo, incluso sus sufrimientos.
El hombre habló conmigo para decirme que quería cumplir un deseo de su novia. Esta le había pedido que se casasen. Fui en seguida a buscar al Secretario de Estado, Dr. Naumann, que, como jurista que era, estaba facultado para casarlos y que ya había realizado días antes algunas bodas deurgencia, y le expliqué el caso, Naumann se negó diciendo que ya tenía demasiado trabajo y que no podía ocuparse en aquel momento de lo que yo le pedía. Su propio jefe, el Dr. Goebbels, lo necesitaba constantemente.
Continuará.
Lo que voy a copiar y pegar a continuación está entre la página 50 y la 53. Aclaro esto porque no sé si en el libro original está en la misma página.
LA ÚLTIMA SALIDA DE MARTIN BORMANNN
Terminada la conferencia, en la que Goebbels, Burgdorf, Bormannn, Krebs y Mohnke fijaron puntos de la negociación con el General Yukov, el General Krebs salió como parlamentario hacia lasposiciones rusas. A las veintiuna horas todavía no había regresado, por lo que Mohnke decidióaplazar la salida durante veinticuatro horas. Muy tarde ya, regresó por fin el General Krebs a la Cancillería. Informó a Goebbels que el General Yukov exigía la rendición incondicional. Lo único queKrebs había podido conseguir era la promesa de que prisioneros, y heridos serían tratados de acuerdo con lo previsto en el Convenio de Ginebra.
Nuestra decisión quedó tomada en firme. La salida fue definitivamente fijada para el día 1 de mayo a las veintiuna horas. Todo nos daba ya lo mismo. Sólo teníamos dos posibilidades: pasar convida a través de las líneas enemigas o morir decentemente como militares. Cada vez se infiltrabanmás soldados rusos en el Tiergarten. De seguir así, nos costaría trabajo mantener nuestra posición hasta el momento de la salida.
Bajo la impresión de estos hechos amargos e implacables, mis pensamientos se dirigieron, sin yo proponérmelo, a la señora Goebbels.
¿Qué iba a ser de ella y de los niños ?
No había querido separarse de su marido y, ahora, ya era tarde.
Seguí pensando febrilmente. ¿No habría un medio de salvar siquiera a los pobres chiquillos de aquel caos?
Amaneció el 1 de mayo.
El ambiente reinante en el refugio del Führer era casi insoportable. Por la tarde se me acercó el Secretario de Estado Naumann y me rogó le proporcionase otros doscientos litros de gasolina. El Dr. Goebbels y su mujer habían tomado la decisión de suicidarse como Hitler y Eva, inmediatamente después de nuestra salida, haciéndose incinerar a continuación.
En aquellos momentos, las tropas alemanas ya no ocupaban más que la Plaza Belle-Allianz, Estación de Anhalt, el Puente de Potsdam, la Puerta de Brandenburgo y la Estación de la Friedrichsstrasse, así como el distrito de los palacios.
Ingresó en el puesto de socorro del refugio una muchacha gravemente herida. Su vestido estaba destrozado y todo manchado de sangre. Le limpiaron inmediatamente las heridas y lecolocaron un vendaje. Pese a los grandes dolores que padecía, no salió de sus labios ni una sola queja. Allí estaba tendida, pálida y fatigada. Con voz apenas audible preguntó por su prometido.
Sabía que estaba destinado en la Cancillería como conductor. Tenía pocas esperanzas de encontrarlo, pues suponía que habría salido a desempeñar algún servicio.
Pero se equivocaba, porque lo envié a buscar, encargando que lo relevasen. Tan pronto como la muchacha lo vio pareció olvidarlo todo, incluso sus sufrimientos.
El hombre habló conmigo para decirme que quería cumplir un deseo de su novia. Esta le había pedido que se casasen. Fui en seguida a buscar al Secretario de Estado, Dr. Naumann, que, como jurista que era, estaba facultado para casarlos y que ya había realizado días antes algunas bodas deurgencia, y le expliqué el caso, Naumann se negó diciendo que ya tenía demasiado trabajo y que no podía ocuparse en aquel momento de lo que yo le pedía. Su propio jefe, el Dr. Goebbels, lo necesitaba constantemente.
Continuará.
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Por lo tanto, y como superior jerárquico que era del novio y jefe de la unidad a que pertenecía, no me quedó más remedio que proceder yo mismo a llevar a cabo el casamiento. Hice redactar a toda prisa los documentos pertinentes y ordené a la pareja que se presentase a las dieciocho horas en la cocina donde habían sido preparadas las dietas especiales de Hitler, para proceder al enlace.
Apoyada en los testigos, la muchacha se presentó en el lugar indicado, junto con su novio.Como en otras bodas anteriores, también en esta reinaba un silencio solemne. Tan sólo se oía el sordo estampido de las granadas que estallaban en las inmediaciones de la Cancillería o en el jardín.
Cada vez que los proyectiles enemigos alcanzaban el bunker se oía un estrépito como de vidriorotos.
Me resultó difícil dar con las palabras adecuadas al momento. Todos sentíamos una extraña emoción al ver – en medio de aquella situación increíblemente grave – aquella pareja dejóvenes que se miraban con mirar luminoso y cargado de confianza mutua, lo mismo que puedemirarse una pareja feliz en tiempos también felices.
Poco después de casar a mi joven camarada supe que, entre tanto, habían muerto los niño del matrimonio Goebbels.
El Dr. Sumpfegger me contó que el Dr. Goebbels le había pedido que pusiese fin a la vida de sus hijos, inyectándoles algún tóxico de efectos rápidos. El Dr. Stumpfegger le contestó que no se sentía capaz de hacerlo porque, pensando en sus propios hijos, no podía conciliar semejante acción con los dictados de su conciencia. Goebbels se mostró desesperado porque no quería en modo alguno que sus hijos cayesen vivos en manos del enemigo. Por fin logró encontrar entre los fugitivos refugiados en la carbonera un médico, que mostró comprensión por el punto de vista del matrimonio Goebbels.
Este médico fue quien produjo la muerte de los pequeños.
Fueron adoptadas las últimas medidas previas a la salida. Todo bagaje inútil fue abandonado. Incluso los objetos personales que la señora Eva Hitler había distribuido entre sus amigos, poco antes de morir, sólo pudieron ser llevados en parte.
El reloj marcaba las 20,45.
Fueron llevados a cabo los preparativos para la incineración del Dr. Goebbels y su mujer. El mismo lo dirigió todo personalmente.
Todos los que querían participar en la salida, soldados, refugiados y heridos, fueron encuadrados en distintos grupos. El que yo mandaba comprendía alrededor de treinta mujeres.
Una vez más, entré en el bunker para despedirme del Dr. Goebbels y de su mujer. Aunque hacia pocas horas que habían muerto sus hijos, el matrimonio estaba tranquilo y sereno. Con expresión dolorida me rogó la señora Magda Goebbels que saludase cariñosamente de su parte a Harald, su hijo de primeras nupcias, en caso de que llegase a verlo. Me encargó que le relatase en
qué condiciones había muerto su madre.
Había caído la noche.
Los distintos grupos habían ido abandonando la Cancillería. Cruzamos rápidamente la desierta Wilhelmsplatz, bajamos al «metro» y, por el túnel, echamos a andar hacia la Friedrichstrasse. Al cabo de una hora, aproximadamente, llegamos a la estación de este nombre.
Ante nuestros ojos se ofreció un cuadro desgarrador. A lo largo de las paredes, pasillos, andenes y escaleras, había una multitud de soldados agotados, de heridos faltos de toda asistencia y de fugitivos. La mayoría de los que allí estaban habían perdido toda esperanza de fuga y se mostraban totalmente apáticos.
Por de pronto, salí yo solo de la estación para estudiar la posibilidad de una marcha hacia el Norte. Las órdenes qué había recibido eran de tratar de llegar a Fehrbellin, con mi grupo compuesto por unos cien hombres. Una vez allí debería procurar unirme a alguna unidad alemana todavía combatiente.
A pocos metros del Puente del Weidendamm, me encontré con una barrera. Los disparos restallaban con estampidos de tonalidades huecas. La zona aparecía prácticamente desierta.
Algunos hombres que guarnecían la barrera me dijeron que diversos grupos habían conseguido romper el cerco, por allí, pero que otros, en cambio habían sido rechazados con graves pérdidas.
Continuará
Apoyada en los testigos, la muchacha se presentó en el lugar indicado, junto con su novio.Como en otras bodas anteriores, también en esta reinaba un silencio solemne. Tan sólo se oía el sordo estampido de las granadas que estallaban en las inmediaciones de la Cancillería o en el jardín.
Cada vez que los proyectiles enemigos alcanzaban el bunker se oía un estrépito como de vidriorotos.
Me resultó difícil dar con las palabras adecuadas al momento. Todos sentíamos una extraña emoción al ver – en medio de aquella situación increíblemente grave – aquella pareja dejóvenes que se miraban con mirar luminoso y cargado de confianza mutua, lo mismo que puedemirarse una pareja feliz en tiempos también felices.
Poco después de casar a mi joven camarada supe que, entre tanto, habían muerto los niño del matrimonio Goebbels.
El Dr. Sumpfegger me contó que el Dr. Goebbels le había pedido que pusiese fin a la vida de sus hijos, inyectándoles algún tóxico de efectos rápidos. El Dr. Stumpfegger le contestó que no se sentía capaz de hacerlo porque, pensando en sus propios hijos, no podía conciliar semejante acción con los dictados de su conciencia. Goebbels se mostró desesperado porque no quería en modo alguno que sus hijos cayesen vivos en manos del enemigo. Por fin logró encontrar entre los fugitivos refugiados en la carbonera un médico, que mostró comprensión por el punto de vista del matrimonio Goebbels.
Este médico fue quien produjo la muerte de los pequeños.
Fueron adoptadas las últimas medidas previas a la salida. Todo bagaje inútil fue abandonado. Incluso los objetos personales que la señora Eva Hitler había distribuido entre sus amigos, poco antes de morir, sólo pudieron ser llevados en parte.
El reloj marcaba las 20,45.
Fueron llevados a cabo los preparativos para la incineración del Dr. Goebbels y su mujer. El mismo lo dirigió todo personalmente.
Todos los que querían participar en la salida, soldados, refugiados y heridos, fueron encuadrados en distintos grupos. El que yo mandaba comprendía alrededor de treinta mujeres.
Una vez más, entré en el bunker para despedirme del Dr. Goebbels y de su mujer. Aunque hacia pocas horas que habían muerto sus hijos, el matrimonio estaba tranquilo y sereno. Con expresión dolorida me rogó la señora Magda Goebbels que saludase cariñosamente de su parte a Harald, su hijo de primeras nupcias, en caso de que llegase a verlo. Me encargó que le relatase en
qué condiciones había muerto su madre.
Había caído la noche.
Los distintos grupos habían ido abandonando la Cancillería. Cruzamos rápidamente la desierta Wilhelmsplatz, bajamos al «metro» y, por el túnel, echamos a andar hacia la Friedrichstrasse. Al cabo de una hora, aproximadamente, llegamos a la estación de este nombre.
Ante nuestros ojos se ofreció un cuadro desgarrador. A lo largo de las paredes, pasillos, andenes y escaleras, había una multitud de soldados agotados, de heridos faltos de toda asistencia y de fugitivos. La mayoría de los que allí estaban habían perdido toda esperanza de fuga y se mostraban totalmente apáticos.
Por de pronto, salí yo solo de la estación para estudiar la posibilidad de una marcha hacia el Norte. Las órdenes qué había recibido eran de tratar de llegar a Fehrbellin, con mi grupo compuesto por unos cien hombres. Una vez allí debería procurar unirme a alguna unidad alemana todavía combatiente.
A pocos metros del Puente del Weidendamm, me encontré con una barrera. Los disparos restallaban con estampidos de tonalidades huecas. La zona aparecía prácticamente desierta.
Algunos hombres que guarnecían la barrera me dijeron que diversos grupos habían conseguido romper el cerco, por allí, pero que otros, en cambio habían sido rechazados con graves pérdidas.
Continuará
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Una ojeada por encima de la barrera me convenció de la verdad de lo que me decían. Muertos y heridos yacían en la calle como sombras negras. El espectáculo resultaba espeluznante.
Al fondo, a la altura de la Vegelstrasse, el enemigo alimentaba un Gigantesco incendio para tener visibilidad que le permitiese vigilar la Friedichstrasse. Según me dijeron los defensores de la barrera, los rusos se habían atrincherado en las casas y ruinas de la Friedrichstrasse, barriéndola toda con sus armas automáticas. Reuní nuevamente mi grupo y señalé el Palacio del Almirante como nuevo punto de reunión. Cada cual quedó en libertad de separarse del grupo y unirse a otra unidad si buenamente podía hacerlo durante la salida.
Hacia las dos de la madrugada vi venir hacía mí un pequeño grupo de personas. Reconocí a Bormannn, que vestía uniforme de «Obergruppenführer» de las SS, y, con él, iban el Dr. Naumann, el ayudante del Dr. Goebbels, «Hauptsturmführer» de las SS Schwegermann y el Dr. Stumpfegger.
Todos ellos habían abandonado la Cancillería después que nosotros.
Pregunté inmediatamente a Schwegermann qué había sido del Dr. Goebbels y su mujer. Schwegermann, que había permanecido al lado de su Jefe, hasta el último momento, me informó brevemente:
- El matrimonio Goebbels había muerto exactamente como Hitler y Eva. El Ministro se disparó un tiro y la señora Magda Goebbels se envenenó.
La tensión del momento no permitía entrar en más detalles. Bormannn procedió a discutir la situación con el Dr. Naumann y conmigo. Hacían falta carros para romper el cerco y yo le dije que lo más probable era que ya no hubiese carros en aquel distrito de la capital.
Nos pareció un verdadero milagro que al cabo de poco tiempo comenzásemos a oír, en efecto, el rumor de unas orugas procedentes del sector que todavía estaba en nuestro poder, y suspiramos aliviados al ver cómo ante la barrera se detenían tres carros tipo IV acompañados de otros tres carros acorazados de transporte.
Me dirigí al comandante del primero de los carros. Se me presentó diciendo que era el «Obersturmführer» de las SS Hansen que, cumpliendo órdenes recibidas, iba hacia el Norte con los restos de una compañía acorazada de la División de las SS Nord.
Yo le expliqué nuestros propósitos y le ordené que marchase despacio a fin de ofrecer protección a nuestro grupo hasta llegar a Ziegelstrasse.
Formamos verdaderos racimos humanos en torno a los carros Y éstos comenzaron a avanzar al paso. Agachándonos lo más posible, los seguimos. Bormannn y el Dr. Naumann marchaban a la izquierda del vehículo, a la altura, sobre poco más o menos, de la torre giratoria del mismo.
Inmediatamente detrás íbamos el Dr. Stumpfegger y yo.
Parecía como si nuestros nervios estuviesen a punto de romperse. Todos sabíamos que aquella era una carta que jugábamos a vida o muerte. De pronto, el enemigo comenzó a hacer fuego con todas sus armas. Del costado de nuestro carro brotó una luminosa llamarada. Bormannn y el Dr. Naumann salieron despedidos por la fuerza de la explosión.
También yo perdí el equilibrio. El Dr. Stumpfegger fue violentamente lanzado contra mí y yo me sentí a mi vez arrebatado y perdí el conocimiento.
Continuará.
Al fondo, a la altura de la Vegelstrasse, el enemigo alimentaba un Gigantesco incendio para tener visibilidad que le permitiese vigilar la Friedichstrasse. Según me dijeron los defensores de la barrera, los rusos se habían atrincherado en las casas y ruinas de la Friedrichstrasse, barriéndola toda con sus armas automáticas. Reuní nuevamente mi grupo y señalé el Palacio del Almirante como nuevo punto de reunión. Cada cual quedó en libertad de separarse del grupo y unirse a otra unidad si buenamente podía hacerlo durante la salida.
Hacia las dos de la madrugada vi venir hacía mí un pequeño grupo de personas. Reconocí a Bormannn, que vestía uniforme de «Obergruppenführer» de las SS, y, con él, iban el Dr. Naumann, el ayudante del Dr. Goebbels, «Hauptsturmführer» de las SS Schwegermann y el Dr. Stumpfegger.
Todos ellos habían abandonado la Cancillería después que nosotros.
Pregunté inmediatamente a Schwegermann qué había sido del Dr. Goebbels y su mujer. Schwegermann, que había permanecido al lado de su Jefe, hasta el último momento, me informó brevemente:
- El matrimonio Goebbels había muerto exactamente como Hitler y Eva. El Ministro se disparó un tiro y la señora Magda Goebbels se envenenó.
La tensión del momento no permitía entrar en más detalles. Bormannn procedió a discutir la situación con el Dr. Naumann y conmigo. Hacían falta carros para romper el cerco y yo le dije que lo más probable era que ya no hubiese carros en aquel distrito de la capital.
Nos pareció un verdadero milagro que al cabo de poco tiempo comenzásemos a oír, en efecto, el rumor de unas orugas procedentes del sector que todavía estaba en nuestro poder, y suspiramos aliviados al ver cómo ante la barrera se detenían tres carros tipo IV acompañados de otros tres carros acorazados de transporte.
Me dirigí al comandante del primero de los carros. Se me presentó diciendo que era el «Obersturmführer» de las SS Hansen que, cumpliendo órdenes recibidas, iba hacia el Norte con los restos de una compañía acorazada de la División de las SS Nord.
Yo le expliqué nuestros propósitos y le ordené que marchase despacio a fin de ofrecer protección a nuestro grupo hasta llegar a Ziegelstrasse.
Formamos verdaderos racimos humanos en torno a los carros Y éstos comenzaron a avanzar al paso. Agachándonos lo más posible, los seguimos. Bormannn y el Dr. Naumann marchaban a la izquierda del vehículo, a la altura, sobre poco más o menos, de la torre giratoria del mismo.
Inmediatamente detrás íbamos el Dr. Stumpfegger y yo.
Parecía como si nuestros nervios estuviesen a punto de romperse. Todos sabíamos que aquella era una carta que jugábamos a vida o muerte. De pronto, el enemigo comenzó a hacer fuego con todas sus armas. Del costado de nuestro carro brotó una luminosa llamarada. Bormannn y el Dr. Naumann salieron despedidos por la fuerza de la explosión.
También yo perdí el equilibrio. El Dr. Stumpfegger fue violentamente lanzado contra mí y yo me sentí a mi vez arrebatado y perdí el conocimiento.
Continuará.
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Cuando recuperé el conocimiento, al cabo de un tiempo cuya duración no me es posible determinar, mis ojos todavía estaban deslumbrados por la claridad de la explosión y por un momento temí haber perdido la vista. Comencé a moverme a tientas y poco a poco fue funcionando de nuevo mi cerebro.
Según parecía, la explosión me había lanzado entre los escombros que había a lo largo de la calle. Todavía no me era posible ver, y penosamente recorrí a gatas cosa de cuarenta metros, hasta que tropecé con un obstáculo. Mis manos tentaron una muralla y me dije que debía ser la barrera contra carros de la que habíamos partido en nuestra malograda salida.
Poco a poco fui consiguiendo ver los contornos de las cosas y, al llegar a la entrada de la barrera, me acurruqué allí y esperé. Al cabo de cierto tiempo logré distinguir de nuevo lo que me rodeaba y divisé una persona que avanzaba con paso vacilante. Me acerqué a ella y reconocí a Georg Beetz, segundo piloto del jefe, el cual también había tomado parte en la salida. Comprobé con espanto que su cabeza parecía haber sido abierta por un casco de metralla desde la frente hasta el occipucio.
El me dijo que eso debía haberle ocurrido al hacer explosión el carro cuya voladura nos hizo saltar también a Bormannn, al Dr. Naumann, a Stumpfegger y a mí.
Cogidos del brazo para apoyarnos mutuamente, fuimos avanzando poco a poco en dirección al Palacio del Almirante. A poca distancia del Puente del Weidendamm, Beetz se declaró incapaz de seguir adelante. Lo acomodé sobre un carrito de mano, abandonado allí por algún fugitivo, y con gran alivio por mi parte, vi en aquel momento a la Doctora Häusermann, que trabajaba con el Profesor Blaschke, odontólogo personal del Führer.
Le rogué que se ocupase de Beetz y fui a buscar material de curas al Palacio del Almirante y después, entre la Doctora y yo, procedimos a vendar al herido. Dado su estado, era ya imposible tratar de sacarlo de Berlín. La Doctora Häusermann me prometió llevárselo a su casa y cuidarlo, pero desgraciadamente, y según supe posteriormente, Beetz murió allí mismo: a poco de haberme ido yo.
Volví al Palacio del Almirante. Después de lo que había visto, estaba plenamente convencido de que ya no era posible salir de Berlín en grupo cerrado. Así, pues, disolví el mío para que cada cual tratase, por su cuenta de buscar ropas de paisano y cruzar como buenamente pudiese a través de las líneas enemigas.
Cumplido con este mi último deber militar, llegó el momento de ocuparme de mí mismo.
Es interesante lo que cuenta, aunque no es categórico sobre la muerte de Bormann. Kempka dice que se protegieron detrás de un Panzer IV, mientras que Axmann dice que era un Tiger. El resto no difiere mucho.
Luego Kempka sigue relatando cómo fue su huida de Berlín, que es apasionante, y cómo zafó de ser atrapado por los rusos, haciéndose pasar por un obrero extranjero.
El libro es pobre como documento histórico, pero entretenido e interesante en lo que respecta a los entretelones de la intimidad de Hitler, vista desde la mirada de su chofer, que tuvo un lugar privilegiado para contar chismes y anécdotas sobre el nazismo.
Como siempre fue una deriva interesante que valió la pena, ya que aprendí mucho. (La verdad que de todas las derivas aprendo mucho, por eso no me molestan, y más si la plantean en un tono cordial como lo haces tú, estimado Lucas. Inclusive de la deriva planteada por Löic aprendí mucho, a pesar de que él fue descortés y maleducado).
Saludos.
PD: Ya falta poco para los tiros. Tan sólo me falta terminar algunos aspectos políticos y económicos. Y explicar cómo voy a hacer para armar mi ejército Germano-Italo-Francés que va a atravesar Turqía.
Es un As en la manga que me va a permitir obtener medio millón de soldados, para recuperar las bajas del Ostheer y armar diez divisiones para formar mi ejército Germano-Italo-Francés.
Y lo mejor de todo es que ese medio millón no va a afectar a obreros o jóvenes alemanes, sino que es una especie de Volksstrum que yo voy a implementar en 1941, pero no voy a reclutar viejos para ocuparlos como soldados, sino para tareas no combativas como choferes, personal administrativo, panaderos, cocineros, logística, intendencia, etc.
Salud.
Según parecía, la explosión me había lanzado entre los escombros que había a lo largo de la calle. Todavía no me era posible ver, y penosamente recorrí a gatas cosa de cuarenta metros, hasta que tropecé con un obstáculo. Mis manos tentaron una muralla y me dije que debía ser la barrera contra carros de la que habíamos partido en nuestra malograda salida.
Poco a poco fui consiguiendo ver los contornos de las cosas y, al llegar a la entrada de la barrera, me acurruqué allí y esperé. Al cabo de cierto tiempo logré distinguir de nuevo lo que me rodeaba y divisé una persona que avanzaba con paso vacilante. Me acerqué a ella y reconocí a Georg Beetz, segundo piloto del jefe, el cual también había tomado parte en la salida. Comprobé con espanto que su cabeza parecía haber sido abierta por un casco de metralla desde la frente hasta el occipucio.
El me dijo que eso debía haberle ocurrido al hacer explosión el carro cuya voladura nos hizo saltar también a Bormannn, al Dr. Naumann, a Stumpfegger y a mí.
Cogidos del brazo para apoyarnos mutuamente, fuimos avanzando poco a poco en dirección al Palacio del Almirante. A poca distancia del Puente del Weidendamm, Beetz se declaró incapaz de seguir adelante. Lo acomodé sobre un carrito de mano, abandonado allí por algún fugitivo, y con gran alivio por mi parte, vi en aquel momento a la Doctora Häusermann, que trabajaba con el Profesor Blaschke, odontólogo personal del Führer.
Le rogué que se ocupase de Beetz y fui a buscar material de curas al Palacio del Almirante y después, entre la Doctora y yo, procedimos a vendar al herido. Dado su estado, era ya imposible tratar de sacarlo de Berlín. La Doctora Häusermann me prometió llevárselo a su casa y cuidarlo, pero desgraciadamente, y según supe posteriormente, Beetz murió allí mismo: a poco de haberme ido yo.
Volví al Palacio del Almirante. Después de lo que había visto, estaba plenamente convencido de que ya no era posible salir de Berlín en grupo cerrado. Así, pues, disolví el mío para que cada cual tratase, por su cuenta de buscar ropas de paisano y cruzar como buenamente pudiese a través de las líneas enemigas.
Cumplido con este mi último deber militar, llegó el momento de ocuparme de mí mismo.
Es interesante lo que cuenta, aunque no es categórico sobre la muerte de Bormann. Kempka dice que se protegieron detrás de un Panzer IV, mientras que Axmann dice que era un Tiger. El resto no difiere mucho.
Luego Kempka sigue relatando cómo fue su huida de Berlín, que es apasionante, y cómo zafó de ser atrapado por los rusos, haciéndose pasar por un obrero extranjero.
El libro es pobre como documento histórico, pero entretenido e interesante en lo que respecta a los entretelones de la intimidad de Hitler, vista desde la mirada de su chofer, que tuvo un lugar privilegiado para contar chismes y anécdotas sobre el nazismo.
Como siempre fue una deriva interesante que valió la pena, ya que aprendí mucho. (La verdad que de todas las derivas aprendo mucho, por eso no me molestan, y más si la plantean en un tono cordial como lo haces tú, estimado Lucas. Inclusive de la deriva planteada por Löic aprendí mucho, a pesar de que él fue descortés y maleducado).
Saludos.
PD: Ya falta poco para los tiros. Tan sólo me falta terminar algunos aspectos políticos y económicos. Y explicar cómo voy a hacer para armar mi ejército Germano-Italo-Francés que va a atravesar Turqía.
Es un As en la manga que me va a permitir obtener medio millón de soldados, para recuperar las bajas del Ostheer y armar diez divisiones para formar mi ejército Germano-Italo-Francés.
Y lo mejor de todo es que ese medio millón no va a afectar a obreros o jóvenes alemanes, sino que es una especie de Volksstrum que yo voy a implementar en 1941, pero no voy a reclutar viejos para ocuparlos como soldados, sino para tareas no combativas como choferes, personal administrativo, panaderos, cocineros, logística, intendencia, etc.
Salud.
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El pájaro ese de Erich Kempka salió atontado del impacto. Ahí sería más fiable la versión de Arthur Axmann, que los vio salir despedidos y afirmó posteriormente haber visto el cadáver de Bormann.
Hugh Trevor-Roper, encargado de interrogar a toda esa camarilla para darle un informe oficial a los soviéticos, porque les dio por acusar a los pérfidos de ocultar a Hitler, le da más veracidad a la versión de Axmann.
Además, ¿qué tiene todo esto que ver con el WI?.
Y dices eso en la página 115. Tomo nota.
PD: En color azul, las letras son horteras e ilegibles con este fondo. En cursiva quedan mejor los copia y pega.
Un saludo
Hugh Trevor-Roper, encargado de interrogar a toda esa camarilla para darle un informe oficial a los soviéticos, porque les dio por acusar a los pérfidos de ocultar a Hitler, le da más veracidad a la versión de Axmann.
Además, ¿qué tiene todo esto que ver con el WI?.
Ya falta poco para los tiros
Y dices eso en la página 115. Tomo nota.
PD: En color azul, las letras son horteras e ilegibles con este fondo. En cursiva quedan mejor los copia y pega.
Un saludo
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Valerio escribió:PD: En color azul, las letras son horteras e ilegibles con este fondo. En cursiva quedan mejor los copia y pega.
Ah, perdón.
Lo que pasa es que en otro Foro uno de los reglamentos era que los textos que se copiaban y pegaban de libros debían ir en color azul y entonces me quedó ese tips.
Saludos.
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Valerio escribió:El pájaro ese de Erich Kempka salió atontado del impacto. Ahí sería más fiable la versión de Arthur Axmann, que los vio salir despedidos y afirmó posteriormente haber visto el cadáver de Bormann.
Hugh Trevor-Roper, encargado de interrogar a toda esa camarilla para darle un informe oficial a los soviéticos, porque les dio por acusar a los pérfidos de ocultar a Hitler, le da más veracidad a la versión de Axmann.
Muy buena información.
Y con respecto a si Bormann era un espía, sabes algo???
Saludos.
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Pues la verdad es que no. Me sonaba lo que ya comenté de Reinhard Gehlen, pero ni idea de si han aparecido novedades. Si fue verdad, en alguna estantería perdida de los archivos de la antigua Unión Soviética quedará constancia, supongo.
Un saludo.
Un saludo.
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Valerio escribió:Hugh Trevor-Roper, encargado de interrogar a toda esa camarilla para darle un informe oficial a los soviéticos, porque les dio por acusar a los pérfidos de ocultar a Hitler, le da más veracidad a la versión de Axmann.
Además, ¿qué tiene todo esto que ver con el WI?.
Si sabía que Hugh Trevor-Roper fue el encargado del interrogatorio.
Con respecto a qué tiene que ver con la WWII, se debe a que yo (en mi caracter de Hitler) decidí descabezar al NSDAP y eliminar a Himmler, Bormann, Jodl, Keitel, Ley, Göring, Franck, Rosemberg, Wilhem Frick, Adolf Eichman, Ernst von Wiezsaecker, Gustav Adolf Steengracht von Moyland, Wilhelm Keppler y Ernst Wilhelm Bohle, y en sus reemplazo nombrar a otros generales o políticos más afines a mis intereses. (Más que nada necesito descabezar a los oficiales de las SS que perdían su tiempo y malgastaban los recursos de Alemania en esa estupidez llamada "limpieza racial", para dejar en paz a los judíos y dedicar toda la capacidad organizativa de las SS en la organización de una fuerza laboral que me permita incrementar la producción de armas, pertrechos, municiones etc.
Aclaré que Heydrich junto con Sauckel iría a Francia para controlar el funcionamiento de las fábricas francesas).
Dije que a la mayoría los iba a fusilar arguyendo un intento de golpe de estado o de traición a la patria (algo similar a lo que Hitler hizo con Rhöm), pero que a Bormann lo iba a conservar.
Bormann iba a ser reemplazado por Rudolf Schmundt (Que era el edecán de Hitler), pero a Bormann no lo iba a fusilar, sino que le iba a encargar que sea él el encargado de romper ese entramado burocrático del NSDAP, ya que Bormann conocía al dedillo toda su estructura.
Allí fue cuando Lucas de Escola me dijo que tenga cuidado con Bormann, porque había sido un espía. Y por eso se armó la discusión alrededor de la figura de Bormann.
Salud.
- Lucas de Escola
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A mí me cuesta creer, porque si eso hubiera sido cierto, hubiera sido un descubrimiento fabuloso que hubiera tenido mucha repercusión en la prensa e inclusive se hubieran escrito libros y hasta filmado películas al respecto.
Es que sí se han escrito, Super Mario. Y películas, no sé, pero documentales hay unos cuantos. Inicialmente, cada autor fue incluyendo pequeñas variaciones acordes a sus creencias y descubrimientos. Nada relevantes. Posteriormente, parece que todo ello se ha ido aglutinando, dando una mayor relevancia y verosimilitud al caso. Y te repito que ya en dos documentales generalistas sobre la IIGM he escuchado cómo sus autores daban por cierta la teoría; Bormann era un traidor; no sospechoso de ser un traidor, que hubiese sido lo más fácil, sino un traidor con toda la carga de su significado. No profundizaron en sus pruebas para tal confirmación, así que, y para mi pesar, no puedo exponer en qué se basan.
Y con respecto a lo que expuso Erich Kempka, he de decir que para los investigadores siempre tuvo más valor lo expuesto por Axmann, tal y como refleja Valerio, que testimonió haberle visto muerto en las cercanías de la estación berlinesa de Lehrter Bahnof. No sé si entre la dentadura de Bormann o de Stumpfegger, o de ambos, se hallaron rastros de cianuro, de lo que se desprende que se suicidaron, o, al menos, deja bastante cojo el testimonio de que los mató una oportuna granada de artillería.
Para finalizar, también haré mención a lo que expuso el ex-espía Aunsworth-Davis, para el que los estudios que se realizaron en 1999 fueron una pantomima. Según él, todo aquello formó parte de un contubernio entre los gobiernos alemán-estadounidense y paraguayo, ya que Bormman había logrado instalarse allí con el nombre de Juan Keller, donde murió en 1989. Parte de sus restos fueron trasladados a Berlín secretamente para hacerlos pasar por los aparecidos en los años 70, maniobra que no hubiese supuesto el más mínimo problema. Aunque, evidentemente, esto no deja de ser la típica hipótesis conspiranoica, que nadie puede confirmar ni desmentir. Lo que sí parece cierto es que el Mossad estuvo siguiendo su rastro por sudámerica durante años, y que el tipo al que consideraban candidato para ser Bormann, se les escapaba una y otra vez.
Un plan que no puede modificarse, no es un buen plan.
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[youtube]1DQBQGI62WQ[/youtube]
No lo he visto entero. No se si dirán algo de su supuesto papel como espía.
Un saludo.
No lo he visto entero. No se si dirán algo de su supuesto papel como espía.
Un saludo.
- KL Albrecht Achilles
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Lucas de Escola escribió:A mí me cuesta creer, porque si eso hubiera sido cierto, hubiera sido un descubrimiento fabuloso que hubiera tenido mucha repercusión en la prensa e inclusive se hubieran escrito libros y hasta filmado películas al respecto.
Es que sí se han escrito, Super Mario. Y películas, no sé, pero documentales hay unos cuantos. Inicialmente, cada autor fue incluyendo pequeñas variaciones acordes a sus creencias y descubrimientos. Nada relevantes. Posteriormente, parece que todo ello se ha ido aglutinando, dando una mayor relevancia y verosimilitud al caso. Y te repito que ya en dos documentales generalistas sobre la IIGM he escuchado cómo sus autores daban por cierta la teoría; Bormann era un traidor; no sospechoso de ser un traidor, que hubiese sido lo más fácil, sino un traidor con toda la carga de su significado. No profundizaron en sus pruebas para tal confirmación, así que, y para mi pesar, no puedo exponer en qué se basan.
Solo por curiosidad: ¿Y que creen ustedes que ganara Bormann siendo traidor a la causa del Reich?, por otro lado habria que pensar que tanto se habria extendido en el tiempo su ayuda al Kremlin, porque no me lo imagino informando a Stalin de lo que hacia la Wermacht con Berlin rodeada y bajo una lluvia de bombas, sabiendo que estas no iban a diferenciar si el era amigo de los rojos o no. Ademas de que podia haber orquestado una salida de la ciudad o haber esperado tranquilamente a que lo hicieran prisionero sin arriesgarse a huir como lo hizo, pereciendo en el intento.
Saludos
It matters not how strait the gate. How charged with punishments the scroll.
I am the master of my fate: I am the captain of my soul. - From "Invictus", poem by William Ernest Henley
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