El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
- Luis M. García
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Domper, el rango de Rommel cuando llegó a Libia creo -hablo de memoria, puedo equivocarme- que era Generalleutnant, o sea un Jefe de Cuerpo. El rango de Generalmajor era el de accaso al generalato y equivale a nuestro General de Brigada o Brigadier, según los tiempos.
Saludos.
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Qué gran vasallo, si hubiese buen señor...
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Lo que pasa es que en este hilo Rommel llega a África antes, y subordinado a Von Manstein. Rommel tiene el grado que según la Wiki tenía en esas fechas en LTR.
Saludos
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Tu regere imperio fluctus Hispane memento
- Luis M. García
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Creo que no. Rommel llegó a África a principios del 41, igual que en tu relato. Y llegó como Generalleutnant.
http://en.wikipedia.org/wiki/Erwin_Romm ... _commander
En la página anterior has fechado un par de post a finales del 41 en lugar de a finales del 40 como correspondía, corrígelo cuando puedas para que el personal no se haga un lio.
Saludos.
Rommel's reward for his success was promotion to the rank of Generalleutnant, and a reputation as an elite commander of motorized forces. On 6 February 1941, he was appointed commander of the newly created Deutsches Afrika Korps (DAK
http://en.wikipedia.org/wiki/Erwin_Romm ... _commander
En la página anterior has fechado un par de post a finales del 41 en lugar de a finales del 40 como correspondía, corrígelo cuando puedas para que el personal no se haga un lio.
Saludos.
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Gracias por lo de la fecha, ya está corregido. Agradezco infinitamente estos detalles, así como las faltas ortográficas y sintácticas. Parece mentira pero aun sale alguna que otra, tras no sé cuantas revisiones.
Respecto al grado de Rommel, fue promovido en Febrero de 1941, pero en este supuesto llega a África en Noviembre de 1940 (mira la entrada de lo del petróleo de Desio). En mensajes próximos se habla de las promociones de Don Erwin.
Saludos
Respecto al grado de Rommel, fue promovido en Febrero de 1941, pero en este supuesto llega a África en Noviembre de 1940 (mira la entrada de lo del petróleo de Desio). En mensajes próximos se habla de las promociones de Don Erwin.
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Visita de cortesía
27 de Enero de 1941
El Tenente Carlo Emanuele Buscaglia discutía airado con el capitano Erasi.
—¿Esa va a ser nuestra arma secreta? ¿Quiere que me juegue el pellejo tirando eso en las barbas de los ingleses?
El capitán Erasi entendía a su valiente subordinado, pero órdenes eran órdenes. Los alemanes habían cedido a la Aeronautica Militare algunas de sus minas magnéticas. Demasiado pocas para resultar efectivas, y por eso habían diseñado la nueva arma secreta.
A medianoche las alarmas empezaron a sonar sobre Alejandría. El puerto estaba sufriendo ataques ocasionales desde Diciembre, pero esta vez los contactos eran tantos que se esperaba un ataque duro. Lamentablemente el puerto de pega que se estaba construyendo en una bahía próxima aun no estaba acabado, y los bombarderos del Eje no tuvieron dificultades en encontrar sus blancos. Mientras las bombas silueteaban los muelles, y los reflectores iluminaban el cielo, media docena de trimotores Savoia Marchetti SM.79 sobrevolaron la bahía a ras de agua y dejaron caer varios objetos al mar.
La mañana siguiente el destructor HMS Foxhound encontró uno de los objetos cuando la explosión de una mina magnética le deshizo la proa. La navegación por el puerto quedó paralizada mientras los dragaminas buscaban más minas. La noche siguiente fue Suez el puerto visitado por los SM.79, y al día siguiente tres Savoia lanzaron minas a pleno día en Port Said. Los ingleses enviaron lanchas y buzos a buscar las minas, que no aparecían, y mientras la navegación por el Canal quedó paralizada.
El Almirante Cunningham miró por la ventana hacia el desolador panorama del puerto. Al fondo un depósito de combustible seguía ardiendo cubriendo de humo oleoso el puerto. En el dique seco estaba el portaaviones Illustrious, preparándose para su vuelta a Inglaterra tras las reparaciones provisionales. Pero esperaban turno el portaaviones Eagle y el acorazado Warspite, su buque insignia. Aunque los daños causados en el Warspite por el torpedo alemán eran importantes, no corría peligro inminente. Mucho peor era la situación del Eagle: tras una titánica lucha se había podido remolcar el lisiado portaaviones hasta Alejandría mientras seguía filtrándose agua por los mamparos dañados. Aunque las bombas trabajaban a pleno rendimiento, si el barco no podía entrar en el dique seco tendría que ser embarrancado para que no se hundiese. Pero antes era necesario sacar al Illustrious del dique, y eso no sería posible mientras el fondo de la rada siguiese llena de minas.
El Rear Admiral Elliot, capitán del puerto de Alejandría, entró en el despacho de Cunningham. Un ayudante llevaba un amasijo de tela, cuerdas y algas.
—Almirante, me gustaría que le echases un vistazo a esto.
—Elliot, por favor, no tengo tiempo para basura —respondió Cunningham—. Y tú tampoco tienes tiempo mientras el fondo del puerto siga minado ¿Aparecen esas dichosas minas o no?
Elliot aguantó la bronca. Aunque Cunningham solo le superase en un grado, era un oficial con mando de flota, y por tanto se consideraba un ser superior al que un contraalmirante retirado debía rendir pleitesía. Seguro que le molestaba la familiaridad. Pues iba dado. El contraalmirante Elliot había dejado su confortable retiro para dirigir esta base llena de moscas. Si Cunningham seguía molestándole, se volvería para Inglaterra, donde le habían ofrecido ser el comodoro de un convoy.
—Almirante, eso no es basura sino un engaño del demonio. Yo también supuse que los italianos estaban usando un tipo de mina camuflada y por eso no encontrábamos todas las que habían lanzado. Por eso intenté otra cosa, ordené que las lanchas del arsenal recorriesen el puerto lanzando anzuelos…
—¿Pensabas que las minas iban a picar?
—No, almirante —siguió Elliot—. Las minas no aparecerían, pero podríamos pescar un paracaídas. Puse vigías en el puerto con la orden de señalar la dirección en la que cayesen las minas, para poder triangularlas y buscar ahí. Y hemos encontrado varios paracaídas como este.
—¿Y qué tienen de especial? En la flota desde hace algún tiempo sabemos lo que es un paracaídas.
—Este es especial. En lugar de tener argollas para fijarlo a la mina, está unida a una red vacía. Pensamos que los italianos lanzaron bloques de sal. Debieron pensar que nuestros observadores contarían las minas lanzadas, y que las encontraríamos enseguida. Al lanzar parte minas y parte bloques de sal no podíamos saber si lo quedaban minas en el fondo. Nos han hecho buscar minas inexistentes, y han conseguido mantener cerrado el puerto sin gastar una lira.
—Malditos espaguetis. Nunca hubiese esperado que fuesen tan ingeniosos. Entonces ¿Está libre el puerto ya?
—No, almirante, lo siento. Los italianos también han lanzado minas de verdad y ayer mismo encontramos otra. Recomiendo mantener el puerto cerrado hasta mañana.
—Pero por lo menos podrá salir el Illustrious del dique. Si el Eagle no entra en las próximas horas lo perderemos.
Elliot pensó un momento y asintió—. Está bien. Enviaré a mis lanchas para revisar otra vez la entrada en el dique. Pero la reapertura del resto del puerto se retrasará otro día más.
—Limpie el puerto cuanto antes, Elliot, y basta de pretextos.
El Contraalmirante salió, sabiendo que la limpieza total iba a ser una tarea lenta. Aunque estaba seguro que sus hombres harían un esfuerzo, la rada era demasiado grande.
Esa noche volvieron los Savoia a Alejandría.
27 de Enero de 1941
El Tenente Carlo Emanuele Buscaglia discutía airado con el capitano Erasi.
—¿Esa va a ser nuestra arma secreta? ¿Quiere que me juegue el pellejo tirando eso en las barbas de los ingleses?
El capitán Erasi entendía a su valiente subordinado, pero órdenes eran órdenes. Los alemanes habían cedido a la Aeronautica Militare algunas de sus minas magnéticas. Demasiado pocas para resultar efectivas, y por eso habían diseñado la nueva arma secreta.
A medianoche las alarmas empezaron a sonar sobre Alejandría. El puerto estaba sufriendo ataques ocasionales desde Diciembre, pero esta vez los contactos eran tantos que se esperaba un ataque duro. Lamentablemente el puerto de pega que se estaba construyendo en una bahía próxima aun no estaba acabado, y los bombarderos del Eje no tuvieron dificultades en encontrar sus blancos. Mientras las bombas silueteaban los muelles, y los reflectores iluminaban el cielo, media docena de trimotores Savoia Marchetti SM.79 sobrevolaron la bahía a ras de agua y dejaron caer varios objetos al mar.
La mañana siguiente el destructor HMS Foxhound encontró uno de los objetos cuando la explosión de una mina magnética le deshizo la proa. La navegación por el puerto quedó paralizada mientras los dragaminas buscaban más minas. La noche siguiente fue Suez el puerto visitado por los SM.79, y al día siguiente tres Savoia lanzaron minas a pleno día en Port Said. Los ingleses enviaron lanchas y buzos a buscar las minas, que no aparecían, y mientras la navegación por el Canal quedó paralizada.
El Almirante Cunningham miró por la ventana hacia el desolador panorama del puerto. Al fondo un depósito de combustible seguía ardiendo cubriendo de humo oleoso el puerto. En el dique seco estaba el portaaviones Illustrious, preparándose para su vuelta a Inglaterra tras las reparaciones provisionales. Pero esperaban turno el portaaviones Eagle y el acorazado Warspite, su buque insignia. Aunque los daños causados en el Warspite por el torpedo alemán eran importantes, no corría peligro inminente. Mucho peor era la situación del Eagle: tras una titánica lucha se había podido remolcar el lisiado portaaviones hasta Alejandría mientras seguía filtrándose agua por los mamparos dañados. Aunque las bombas trabajaban a pleno rendimiento, si el barco no podía entrar en el dique seco tendría que ser embarrancado para que no se hundiese. Pero antes era necesario sacar al Illustrious del dique, y eso no sería posible mientras el fondo de la rada siguiese llena de minas.
El Rear Admiral Elliot, capitán del puerto de Alejandría, entró en el despacho de Cunningham. Un ayudante llevaba un amasijo de tela, cuerdas y algas.
—Almirante, me gustaría que le echases un vistazo a esto.
—Elliot, por favor, no tengo tiempo para basura —respondió Cunningham—. Y tú tampoco tienes tiempo mientras el fondo del puerto siga minado ¿Aparecen esas dichosas minas o no?
Elliot aguantó la bronca. Aunque Cunningham solo le superase en un grado, era un oficial con mando de flota, y por tanto se consideraba un ser superior al que un contraalmirante retirado debía rendir pleitesía. Seguro que le molestaba la familiaridad. Pues iba dado. El contraalmirante Elliot había dejado su confortable retiro para dirigir esta base llena de moscas. Si Cunningham seguía molestándole, se volvería para Inglaterra, donde le habían ofrecido ser el comodoro de un convoy.
—Almirante, eso no es basura sino un engaño del demonio. Yo también supuse que los italianos estaban usando un tipo de mina camuflada y por eso no encontrábamos todas las que habían lanzado. Por eso intenté otra cosa, ordené que las lanchas del arsenal recorriesen el puerto lanzando anzuelos…
—¿Pensabas que las minas iban a picar?
—No, almirante —siguió Elliot—. Las minas no aparecerían, pero podríamos pescar un paracaídas. Puse vigías en el puerto con la orden de señalar la dirección en la que cayesen las minas, para poder triangularlas y buscar ahí. Y hemos encontrado varios paracaídas como este.
—¿Y qué tienen de especial? En la flota desde hace algún tiempo sabemos lo que es un paracaídas.
—Este es especial. En lugar de tener argollas para fijarlo a la mina, está unida a una red vacía. Pensamos que los italianos lanzaron bloques de sal. Debieron pensar que nuestros observadores contarían las minas lanzadas, y que las encontraríamos enseguida. Al lanzar parte minas y parte bloques de sal no podíamos saber si lo quedaban minas en el fondo. Nos han hecho buscar minas inexistentes, y han conseguido mantener cerrado el puerto sin gastar una lira.
—Malditos espaguetis. Nunca hubiese esperado que fuesen tan ingeniosos. Entonces ¿Está libre el puerto ya?
—No, almirante, lo siento. Los italianos también han lanzado minas de verdad y ayer mismo encontramos otra. Recomiendo mantener el puerto cerrado hasta mañana.
—Pero por lo menos podrá salir el Illustrious del dique. Si el Eagle no entra en las próximas horas lo perderemos.
Elliot pensó un momento y asintió—. Está bien. Enviaré a mis lanchas para revisar otra vez la entrada en el dique. Pero la reapertura del resto del puerto se retrasará otro día más.
—Limpie el puerto cuanto antes, Elliot, y basta de pretextos.
El Contraalmirante salió, sabiendo que la limpieza total iba a ser una tarea lenta. Aunque estaba seguro que sus hombres harían un esfuerzo, la rada era demasiado grande.
Esa noche volvieron los Savoia a Alejandría.
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Muerte
3 de Febrero de 1941
—Premier, le ruego que reconsidere su decisión. Necesitamos esas divisiones en Egipto.
El Jefe del Estado Mayor Imperial, el general Dill, intentaba disuadir a Churchill, aunque tenía pocas esperanzas de conseguirlo. Dill pensaba que la decisión del Primer Ministro era un error estratégico monumental. Grecia era una ratonera donde no había posibilidades de conseguir nada.
Al parecer el injustificado ataque italiano a Grecia había sido una iniciativa personal de Mussolini, que quería imitar las glorias alemanas. Pero había lanzado la ofensiva en pleno invierno, con pocos soldados que además estaban pésimamente equipados. Por los informes que había leído Dill, los soldados italianos ni siquiera llevaban uniformes de abrigo. Como resultado los italianos habían sufrido otra derrota estrepitosa cuando los griegos contraatacaron.
El dictador griego, Ioannis Metaxas, había intentado conseguir apoyo inglés para una gran ofensiva que limpiase de italianos los Balcanes. Pero había pedido nada menos que nueve divisiones, cuando Inglaterra ni siquiera había podido reequipar a los soldados escapados de Dunkerque. Dill propuso enviar un contingente más reducido, pero Metaxas se negó. Solo aceptó la llegada de aviones de caza que detuviesen a los bombarderos italianos, y que se reforzasen las guarniciones de Creta y de Lemnos. Metaxas pensaba que la presencia de unos pocos soldados ingleses no permitiría lanzar la soñada ofensiva y solo serviría para atraer las iras alemanas.
A pesar de las precauciones del dictador griego la inteligencia inglesa detectó movimientos en los Balcanes. Unidades alemanas se estaban desplegando en Bulgaria, y militares yugoslavos habían informado al agregado militar inglés que los germanos habían exigido acceso a la frontera griega a través de Macedonia. Pero Metaxas prefirió seguir la táctica del avestruz y cerrar los ojos al peligro. Ni un tanque, ni un cañón, ni un soldado pudieron desembarcar en Grecia continental.
La situación había cambiado con la muerte repentina de Metaxas la semana anterior. Su sucesor Koryzis estaba asustado por los preparativos italoalemanes, y cuando el embajador inglés le informó confidencialmente de un inminente golpe de estado antialemán en Yugoslavia, se decidió. El gobierno griego había solicitado formalmente la asistencia inglesa. Yugoslavos, griegos e ingleses podrían expulsar a los italianos de Albania.
Dill sabía que apoyar a Grecia iba a ser una empresa muy arriesgada, pero Churchill vio ahí su oportunidad. El Primer Ministro seguía soñando con las guerras napoleónicas, cuando Inglaterra se quedó sola ante el ogro corso, y pudo librar una guerra de desgaste en España. Churchill creía que los Balcanes iban a ser su Peninsular War, y que las montañas griegas podrían ser la base segura desde la que atacar lo que él llamaba “el vientre blando e Europa”.
Si solo fuesen sueños… pero Churchill pensaba enviar a Grecia las divisiones recién formadas en los Dominios. Había ordenado enviar a Grecia a las 6ª y 9ª divisiones australianas y a la división neozerlandesa.
—No podemos abandonar a los griegos a su suerte —dijo Churchill—. Vamos a enviar esas divisiones a Grecia.
—Le ruego que disculpe mi insistencia, Primer Ministro, pero si mandamos a los australianos y a los neozelandeses ahí nuestra ofensiva en Egipto tendrá que ser aplazada.
Dill intentó tentar a Churchill con la esperanza de una nueva victoria. El contraataque inglés en Egipto había conseguido un éxito asombroso al destruir gran parte de las fuerzas italianas atacantes y obligar al resto a retirarse hasta Bardia. Dill no era partidario de un nuevo ataque en Libia, pero prefería luchar en África, con la pantalla de la Royal Navy, que en Grecia.
—General Dill, Wavell ya tiene suficiente con los tanques que le enviamos. No entiendo por qué retrasa su ofensiva. Cuando los espaguetis vean nuestros tanques se desharán como azucarillos.
—Premier, los italianos no están solos en Libia. Los alemanes están enviando grandes contingentes. Casi se podría cruzar el Mediterráneo saltando de convoy en convoy.
—Por eso es el momento de atacar. No debemos dejarles consolidarse.
—Primer Ministro, pide un imposible. He tenido enviar la 4ª División India a Sudán, y ahora quiere enviar otras tres divisiones a Grecia. Recuerde que Wavell no solo tiene a los italoalemanes enfrente sino a los franceses en su retaguardia. Sin esas tres divisiones la situación en Egipto peligra.
—General Dill, no le estoy pidiendo su opinión sino que le estoy ordenando que envíe esas tropas a Grecia. Es mi última palabra.
Dill estaba harto de lidiar con esa mula terca que tenían por Primer Ministro. Perder Grecia sería malo, pero ser derrotados en Egipto sería una catástrofe y Dill no deseaba unir su nombre a una derrota. Tal vez tuviese razón Halifax cuando propuso negociar con los alemanes.
—Primer Ministro, usted no es militar y no voy a aceptar esa orden.
—Como desee. Espero su carta de dimisión cuanto antes.
3 de Febrero de 1941
—Premier, le ruego que reconsidere su decisión. Necesitamos esas divisiones en Egipto.
El Jefe del Estado Mayor Imperial, el general Dill, intentaba disuadir a Churchill, aunque tenía pocas esperanzas de conseguirlo. Dill pensaba que la decisión del Primer Ministro era un error estratégico monumental. Grecia era una ratonera donde no había posibilidades de conseguir nada.
Al parecer el injustificado ataque italiano a Grecia había sido una iniciativa personal de Mussolini, que quería imitar las glorias alemanas. Pero había lanzado la ofensiva en pleno invierno, con pocos soldados que además estaban pésimamente equipados. Por los informes que había leído Dill, los soldados italianos ni siquiera llevaban uniformes de abrigo. Como resultado los italianos habían sufrido otra derrota estrepitosa cuando los griegos contraatacaron.
El dictador griego, Ioannis Metaxas, había intentado conseguir apoyo inglés para una gran ofensiva que limpiase de italianos los Balcanes. Pero había pedido nada menos que nueve divisiones, cuando Inglaterra ni siquiera había podido reequipar a los soldados escapados de Dunkerque. Dill propuso enviar un contingente más reducido, pero Metaxas se negó. Solo aceptó la llegada de aviones de caza que detuviesen a los bombarderos italianos, y que se reforzasen las guarniciones de Creta y de Lemnos. Metaxas pensaba que la presencia de unos pocos soldados ingleses no permitiría lanzar la soñada ofensiva y solo serviría para atraer las iras alemanas.
A pesar de las precauciones del dictador griego la inteligencia inglesa detectó movimientos en los Balcanes. Unidades alemanas se estaban desplegando en Bulgaria, y militares yugoslavos habían informado al agregado militar inglés que los germanos habían exigido acceso a la frontera griega a través de Macedonia. Pero Metaxas prefirió seguir la táctica del avestruz y cerrar los ojos al peligro. Ni un tanque, ni un cañón, ni un soldado pudieron desembarcar en Grecia continental.
La situación había cambiado con la muerte repentina de Metaxas la semana anterior. Su sucesor Koryzis estaba asustado por los preparativos italoalemanes, y cuando el embajador inglés le informó confidencialmente de un inminente golpe de estado antialemán en Yugoslavia, se decidió. El gobierno griego había solicitado formalmente la asistencia inglesa. Yugoslavos, griegos e ingleses podrían expulsar a los italianos de Albania.
Dill sabía que apoyar a Grecia iba a ser una empresa muy arriesgada, pero Churchill vio ahí su oportunidad. El Primer Ministro seguía soñando con las guerras napoleónicas, cuando Inglaterra se quedó sola ante el ogro corso, y pudo librar una guerra de desgaste en España. Churchill creía que los Balcanes iban a ser su Peninsular War, y que las montañas griegas podrían ser la base segura desde la que atacar lo que él llamaba “el vientre blando e Europa”.
Si solo fuesen sueños… pero Churchill pensaba enviar a Grecia las divisiones recién formadas en los Dominios. Había ordenado enviar a Grecia a las 6ª y 9ª divisiones australianas y a la división neozerlandesa.
—No podemos abandonar a los griegos a su suerte —dijo Churchill—. Vamos a enviar esas divisiones a Grecia.
—Le ruego que disculpe mi insistencia, Primer Ministro, pero si mandamos a los australianos y a los neozelandeses ahí nuestra ofensiva en Egipto tendrá que ser aplazada.
Dill intentó tentar a Churchill con la esperanza de una nueva victoria. El contraataque inglés en Egipto había conseguido un éxito asombroso al destruir gran parte de las fuerzas italianas atacantes y obligar al resto a retirarse hasta Bardia. Dill no era partidario de un nuevo ataque en Libia, pero prefería luchar en África, con la pantalla de la Royal Navy, que en Grecia.
—General Dill, Wavell ya tiene suficiente con los tanques que le enviamos. No entiendo por qué retrasa su ofensiva. Cuando los espaguetis vean nuestros tanques se desharán como azucarillos.
—Premier, los italianos no están solos en Libia. Los alemanes están enviando grandes contingentes. Casi se podría cruzar el Mediterráneo saltando de convoy en convoy.
—Por eso es el momento de atacar. No debemos dejarles consolidarse.
—Primer Ministro, pide un imposible. He tenido enviar la 4ª División India a Sudán, y ahora quiere enviar otras tres divisiones a Grecia. Recuerde que Wavell no solo tiene a los italoalemanes enfrente sino a los franceses en su retaguardia. Sin esas tres divisiones la situación en Egipto peligra.
—General Dill, no le estoy pidiendo su opinión sino que le estoy ordenando que envíe esas tropas a Grecia. Es mi última palabra.
Dill estaba harto de lidiar con esa mula terca que tenían por Primer Ministro. Perder Grecia sería malo, pero ser derrotados en Egipto sería una catástrofe y Dill no deseaba unir su nombre a una derrota. Tal vez tuviese razón Halifax cuando propuso negociar con los alemanes.
—Primer Ministro, usted no es militar y no voy a aceptar esa orden.
—Como desee. Espero su carta de dimisión cuanto antes.
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Motoscafo Turismo Modificato
3 de Febrero de 1941
De Globalpedia, la Enciclopedia Total
“Los Motoscafo Turismo Modificato o MTM, también conocidos como barchino esplosivo, eran lanchas motorizadas equipadas con una carga explosiva, empleadas durante la Guerra de Hegemonía por la Regia Marina Italiana.
La Primera Flottiglia MAS los usó en varias operaciones, junto con los torpedos humanos Maiale. En su primer ataque contra la flota británica …”
—Tenente Faggioni, el capitán le reclama en el puente.
El teniente se dirigió rápidamente hacia allí. A Faggioni le seguía extrañando vestir con ropas civiles, pero al unirse a la Flotilla MAS ya le habían advertido que allí se trabajaba de otra forma.
La Primera Flotilla MAS había intentado usar submarinos para atacar Alejandría, pero había fracasado, perdiendo al Iride y al Gondar. Por eso se iba a intentar otro método para acercarse a la base naval. El Belluno era un buque mixto de carga y pasaje de aspecto moderno. Botado en 1933 con el nombre de Fort de France, había sido capturado en 1940 y adquirido por la marina italiana, que había decidido convertirlo en buque auxiliar. Tras una rápida reforma había dejado Nápoles una semana antes. Tras atravesar el estrecho de Mesina se había dirigido a la base naval de Tarento, donde habían embarcado Faggioni y sus hombres.
El Belluno salió al mar el primer día del mes para efectuar una de las misiones más arriesgadas que podían encomendarse a un buque. Una vez lejos de la costa y de las miradas indiscretas se reunió con dos lanchas torpederas, a las que tomó a remolque, y la dotación empezó la transformación. La superestructura fue pintada de blanco y se erigió una falsa superestructura de madera y lonas. Las dos lanchas fueron disfrazadas de pesqueros. Acabada la transformación el Belluno cambió su nombre por el griego Salamis, y se dirigió hacia el Este, lejos de la costa cretense, confiando en que su disfraz le salvase de malos encuentros. La suerte y la presión que sufrían los británicos se aliaron con el Belluno. Si todo iba bien la mañana siguiente Faggioni embarcaría en las MAS para atacar.
El Belluno había navegado en silencio radiofónico estricto. Una llamada intempestiva significaba un cambio de planes.
—Teniente, he recibido un mensaje de Supermarina. Un reconocimiento aéreo ha detectado tres acorazados y dos portaaviones en Alejandría. Parece que por lo menos un acorazado y un portaaviones están dañados, pues dejan escapar petróleo. Otro portaaviones está en el dique seco. Supermarina desea que intente atacar y destruir esos buques.
El teniente se inclinó sobre la mesa, en la que había una carta de Alejandría—. Mi capitán, los barcos de guerra probablemente estarán en el puerto militar, que está muy resguardado. Sin embargo el dique seco está junto a la bocana del puerto y es mucho más vulnerable. Considero que debe ser el primer objetivo de mi ataque. Sin el dique seco los ingleses no podrán reparar los buques dañados.
—Bien pensado, teniente. Informe a sus hombres. Embarcarán en las lanchas en quince minutos.
—¿Tan lejos de la costa? Tendremos el combustible justo para llegar.
—Tiene razón, pero Supermarina ha ordenado atacar esta noche. Mañana el portaaviones podría haber salido del dique. Las MAS son más veloces que este cascarón y les permitirán llegar antes que amanezca. Buena suerte.
Doce horas después las MAS 451 y 452 se acercaban a la costa egipcia. Las pequeñas embarcaciones habían sido despojadas de su armamento y de sus torpedos, embarcando cada una dos botes explosivos, que esa noche iban a recibir su bautismo de fuego.
—Teniente, no puedo acercarme más. Estamos a unas tres millas de la bocana.
—Gracias, sargento. Ya sabe lo que tiene que hacer. Cuando oiga explosiones, o si no las oye, dentro de dos horas, acérquese a la orilla y barrene sus naves. Luego intente escapar, pero no arriesgue la vida de sus hombres.
Los cuatro botes empezaron a seguir la costa hacia el NE. Una pequeña luz de color rojo les permitía mantener la formación. Tras sobrepasar la punta de Acras los cuatro botes entraron en la bahía. Al poco de rebasar la torre del faro se encontraron con la primera obstrucción, una barrera de boyas con pinchos de la que pendía una red antitorpedos. Los barquitos están preparados para superar esos obstáculos y pasaron con facilidad sobre la red. Doscientos metros más lejos, ya en la misma bocana, se encontraron con una segunda red, similar a la anterior, pero esta vez las boyas en lugar de pinchos tenían campanas. Las lanchas superaron la red, pero una campana empezó a sonar.
Una voz gritó desde la orilla —¿Quién va?— Casi inmediatamente un reflector iluminó la red. El teniente disparó una bengala, que iluminó la compuerta del dique. Entonces empezaron a disparar las ametralladoras.
—Ese es nuestro objetivo. —Aceleró la lancha y, cien metros antes del choque, saltó del bote. El barquito siguió hasta chocar con la compuerta. Unas pequeñas cargas explosivas desfondaron la lancha, que se hundió. Segundos después la carga de tres quintales de TNT estalló. En rápida sucesión, otros tres botes estallaron contra la compuerta, que finalmente no pudo resistir la presión. Una gran ola de agua y barro entró en el dique seco y lanzó al portaaviones contra las paredes.
3 de Febrero de 1941
De Globalpedia, la Enciclopedia Total
“Los Motoscafo Turismo Modificato o MTM, también conocidos como barchino esplosivo, eran lanchas motorizadas equipadas con una carga explosiva, empleadas durante la Guerra de Hegemonía por la Regia Marina Italiana.
La Primera Flottiglia MAS los usó en varias operaciones, junto con los torpedos humanos Maiale. En su primer ataque contra la flota británica …”
—Tenente Faggioni, el capitán le reclama en el puente.
El teniente se dirigió rápidamente hacia allí. A Faggioni le seguía extrañando vestir con ropas civiles, pero al unirse a la Flotilla MAS ya le habían advertido que allí se trabajaba de otra forma.
La Primera Flotilla MAS había intentado usar submarinos para atacar Alejandría, pero había fracasado, perdiendo al Iride y al Gondar. Por eso se iba a intentar otro método para acercarse a la base naval. El Belluno era un buque mixto de carga y pasaje de aspecto moderno. Botado en 1933 con el nombre de Fort de France, había sido capturado en 1940 y adquirido por la marina italiana, que había decidido convertirlo en buque auxiliar. Tras una rápida reforma había dejado Nápoles una semana antes. Tras atravesar el estrecho de Mesina se había dirigido a la base naval de Tarento, donde habían embarcado Faggioni y sus hombres.
El Belluno salió al mar el primer día del mes para efectuar una de las misiones más arriesgadas que podían encomendarse a un buque. Una vez lejos de la costa y de las miradas indiscretas se reunió con dos lanchas torpederas, a las que tomó a remolque, y la dotación empezó la transformación. La superestructura fue pintada de blanco y se erigió una falsa superestructura de madera y lonas. Las dos lanchas fueron disfrazadas de pesqueros. Acabada la transformación el Belluno cambió su nombre por el griego Salamis, y se dirigió hacia el Este, lejos de la costa cretense, confiando en que su disfraz le salvase de malos encuentros. La suerte y la presión que sufrían los británicos se aliaron con el Belluno. Si todo iba bien la mañana siguiente Faggioni embarcaría en las MAS para atacar.
El Belluno había navegado en silencio radiofónico estricto. Una llamada intempestiva significaba un cambio de planes.
—Teniente, he recibido un mensaje de Supermarina. Un reconocimiento aéreo ha detectado tres acorazados y dos portaaviones en Alejandría. Parece que por lo menos un acorazado y un portaaviones están dañados, pues dejan escapar petróleo. Otro portaaviones está en el dique seco. Supermarina desea que intente atacar y destruir esos buques.
El teniente se inclinó sobre la mesa, en la que había una carta de Alejandría—. Mi capitán, los barcos de guerra probablemente estarán en el puerto militar, que está muy resguardado. Sin embargo el dique seco está junto a la bocana del puerto y es mucho más vulnerable. Considero que debe ser el primer objetivo de mi ataque. Sin el dique seco los ingleses no podrán reparar los buques dañados.
—Bien pensado, teniente. Informe a sus hombres. Embarcarán en las lanchas en quince minutos.
—¿Tan lejos de la costa? Tendremos el combustible justo para llegar.
—Tiene razón, pero Supermarina ha ordenado atacar esta noche. Mañana el portaaviones podría haber salido del dique. Las MAS son más veloces que este cascarón y les permitirán llegar antes que amanezca. Buena suerte.
Doce horas después las MAS 451 y 452 se acercaban a la costa egipcia. Las pequeñas embarcaciones habían sido despojadas de su armamento y de sus torpedos, embarcando cada una dos botes explosivos, que esa noche iban a recibir su bautismo de fuego.
—Teniente, no puedo acercarme más. Estamos a unas tres millas de la bocana.
—Gracias, sargento. Ya sabe lo que tiene que hacer. Cuando oiga explosiones, o si no las oye, dentro de dos horas, acérquese a la orilla y barrene sus naves. Luego intente escapar, pero no arriesgue la vida de sus hombres.
Los cuatro botes empezaron a seguir la costa hacia el NE. Una pequeña luz de color rojo les permitía mantener la formación. Tras sobrepasar la punta de Acras los cuatro botes entraron en la bahía. Al poco de rebasar la torre del faro se encontraron con la primera obstrucción, una barrera de boyas con pinchos de la que pendía una red antitorpedos. Los barquitos están preparados para superar esos obstáculos y pasaron con facilidad sobre la red. Doscientos metros más lejos, ya en la misma bocana, se encontraron con una segunda red, similar a la anterior, pero esta vez las boyas en lugar de pinchos tenían campanas. Las lanchas superaron la red, pero una campana empezó a sonar.
Una voz gritó desde la orilla —¿Quién va?— Casi inmediatamente un reflector iluminó la red. El teniente disparó una bengala, que iluminó la compuerta del dique. Entonces empezaron a disparar las ametralladoras.
—Ese es nuestro objetivo. —Aceleró la lancha y, cien metros antes del choque, saltó del bote. El barquito siguió hasta chocar con la compuerta. Unas pequeñas cargas explosivas desfondaron la lancha, que se hundió. Segundos después la carga de tres quintales de TNT estalló. En rápida sucesión, otros tres botes estallaron contra la compuerta, que finalmente no pudo resistir la presión. Una gran ola de agua y barro entró en el dique seco y lanzó al portaaviones contra las paredes.
Última edición por Domper el 01 Oct 2014, 19:26, editado 1 vez en total.
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El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Cambio
10 de Febrero de 1941
El general Alan Brooke, flamante Jefe del Estado Mayor Imperial, se reunió con el Primer Ministro por primera vez tras su nombramiento.
—Excelencia, gracias por haber pensado en mi para el puesto.
—Tonterías, sir Alan. Usted es la persona más cualificada. Espero tener con usted una relación más agradable que con Dill. Bien, sir Alan, ¿Ha empezado ya el embarque de tropas hacia Grecia?
—La División de Nueva Zelanda está ya rumbo a El Pireo. Ya estaban finalizados los preparativos por lo que ha podido embarcar inmediatamente. Sin embargo el embarque de la 9ª División de Australia se está retrasando, por lo que he ordenado que el convoy que lleva a la 6ª División no se detenga tras pasar por el Canal de Suez y se dirija inmediatamente hacia Egipto. Vamos a correr riesgos porque la Mediterranean Fleet solo tiene dos acorazados tras los ataques a Alejandría. Pero si esperamos el traslado se podría demorar varias semanas.
—¿Y la ofensiva en Marmárica? ¿Wavell va a atacar de una vez?
El general mira el reloj—. Si todo transcurre como se ha previsto, a estas horas sus tropas estarán en sus posiciones de partida. La ofensiva empezará dentro de cuatro horas.
10 de Febrero de 1941
El general Alan Brooke, flamante Jefe del Estado Mayor Imperial, se reunió con el Primer Ministro por primera vez tras su nombramiento.
—Excelencia, gracias por haber pensado en mi para el puesto.
—Tonterías, sir Alan. Usted es la persona más cualificada. Espero tener con usted una relación más agradable que con Dill. Bien, sir Alan, ¿Ha empezado ya el embarque de tropas hacia Grecia?
—La División de Nueva Zelanda está ya rumbo a El Pireo. Ya estaban finalizados los preparativos por lo que ha podido embarcar inmediatamente. Sin embargo el embarque de la 9ª División de Australia se está retrasando, por lo que he ordenado que el convoy que lleva a la 6ª División no se detenga tras pasar por el Canal de Suez y se dirija inmediatamente hacia Egipto. Vamos a correr riesgos porque la Mediterranean Fleet solo tiene dos acorazados tras los ataques a Alejandría. Pero si esperamos el traslado se podría demorar varias semanas.
—¿Y la ofensiva en Marmárica? ¿Wavell va a atacar de una vez?
El general mira el reloj—. Si todo transcurre como se ha previsto, a estas horas sus tropas estarán en sus posiciones de partida. La ofensiva empezará dentro de cuatro horas.
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El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Capítulo 10. Sangre y arena
El vuelo de la abuela
11 de Febrero de 1941
El Unteroffizier Meyer sobrevolaba el interior de Marmárica con la “abuela”, su Henschel Hs 126, en lo que esperaba fuese su última misión con ese trasto. El Hs 126 era un monoplano de ala en parasol que había sustituido a los viejos biplanos de observación Heinkel. El Henschel era un avión duro, capaz de operar desde pistas cortas sin preparar, y volaba muy bien a baja velocidad le permitían reconocer hasta los más mínimos detalles. Pero ahí se acababan sus cualidades. Cuando los Hs 126 empezaron a ser entregados a las unidades de reconocimiento los cazas biplanos habían sido sustituidos por monoplanos de altas prestaciones ante los que el Hs 126 estaba indefenso. Se había decidido reequipar la unidad con los Focke Wulf Fw 189, pero la incorporación de los nuevos aviones se estaba retrasando, y Meyer había tenido que salir con la abuela.
El primer mes y medio tras la llegada de Meyer a Libia a principios de Diciembre había sido una perita en dulce. Vuelos plácidos en los que la RAF brillaba por su ausencia. Incluso había podido darse el lujo de ametrallar a algún coche blindado de reconocimiento británico. Pero quince días antes todo había cambiado. Los cazas ingleses empezaron a patrullar en gran número y en pocos días cuatro compañeros de su escuadrilla no habían vuelto. Otros tres aviones llegaron tan dañados que tuvieron que ser desguazados, y tres días antes Meyer había escapado por los pelos de un Hurricane salido de Dios sabía dónde. Por lo visto los ingleses habían establecido bases aéreas avanzadas y estaban empeñados en impedir los reconocimientos alemanes. Mala señal. Si los ingleses no querían mirones era porque estaban tramando algo. Los jefes querían saber lo que ocultaban, y Meyer había tenido que volver a volar con la abuela.
Meyer llamó por el interfono a su ametrallador—. Karl, atento, que ya estamos sobre territorio enemigo. Vigila sobre todo a tu derecha que no nos salga nadie desde el sol. —Karl era uno de los mejores observadores de la escuadrilla, pero mejor era mantenerlo despierto y atento.
El avión apenas había empezado a sobrevolar las líneas inglesas cuando Karl le advirtió de una nube de polvo al Sur. Era raro porque los ingleses no solían alejarse tanto de la costa. El regimiento de caballería inglés encargado de la vigilancia, el 11º de Húsares, era famoso por su determinación e iniciativa, y a veces se introducía muy profundamente en el desierto. Pero esa nube de polvo era demasiado grande…. Y pronto vieron más polvo.
—Karl, voy a echarle un vistazo a esas polvaredas, atento. —Meyer inclinó su avión hasta pocos metros de altura. Así podría esconderse tras los cerros rocosos y acercarse sin ser advertido.
—Karl, están justo detrás de esa colina. Preparado —Meyer rodeó la elevación, y se encontró sobrevolando un mar de vehículos ingleses. Coches de reconocimiento, camiones, hasta pudo ver bastantes tanques. Entonces oyó un grito por el interfono— ¡Inglés a las siete, rompe a la izquierda! —Meyer encabritó su avión y vio como pasaban las trazadoras tras él, y luego como lo rebasaban dos aviones.
Los dos Hurricane siguieron atacando al alemán, pero el Henschel, aunque no era rápido, era muy ágil a baja cota, y Meyer eludió a los atacantes una y otra vez con giros cerrados, mientras intentaba volver hacia el Oeste. El ametrallador había dejado de disparar ¿se habría atascado su arma o habría sido herido? Meyer siguió virando como un loco cada vez que uno de los cazas se acercaba. Finalmente uno de los cazas se acercó demasiado, y cuando el Henschel giró el Hurricane no pudo elevarse a tiempo y se estrelló contra el suelo. El otro Hurricane pensó que ya tenía suficiente y se retiró, mientras la baqueteada abuela volvía a su base.
Un ayudante despertó al recién ascendido Generalleutnant Rommel. El general aun no lucía los distintivos de su nuevo rango. Rommel sabía que el ascenso no se lo había ganado, sino que Beck se lo había otorgado para facilitarle las relaciones con la profusión de generale d’armata y maresciallo. La ofensiva que iban a iniciar dentro de cuatro días confirmaría su validez para el cargo.
—General, un informe urgente. La Luftwaffe ha detectado una columna inglesa doce kilómetros al Noroeste, en dirección Oeste.
—¿Está confirmado ese reporte? —gruñó Rommel.
—Señor, he hablado con el general Frölhich. Un avión de observación vio a última hora una columna de polvo, y se enviaron aviones para confirmar la observación. Descubrieron al menos cien tanques y varios cientos de vehículos, que vigilaron hasta que se hizo de noche.
—O sea, que han tardado seis horas en decidirse a informarme. Parece que los ingleses se nos han adelantado… —Justo entonces el horizonte se iluminó al oriente. El ayudante comentó— ¿Ya amanece?
—Se nota que usted no vivió la Gran Guerra. Eso es la artillería británica. Rápido, traiga mi coche, y sígame con el camión de comunicaciones.
El vuelo de la abuela
11 de Febrero de 1941
El Unteroffizier Meyer sobrevolaba el interior de Marmárica con la “abuela”, su Henschel Hs 126, en lo que esperaba fuese su última misión con ese trasto. El Hs 126 era un monoplano de ala en parasol que había sustituido a los viejos biplanos de observación Heinkel. El Henschel era un avión duro, capaz de operar desde pistas cortas sin preparar, y volaba muy bien a baja velocidad le permitían reconocer hasta los más mínimos detalles. Pero ahí se acababan sus cualidades. Cuando los Hs 126 empezaron a ser entregados a las unidades de reconocimiento los cazas biplanos habían sido sustituidos por monoplanos de altas prestaciones ante los que el Hs 126 estaba indefenso. Se había decidido reequipar la unidad con los Focke Wulf Fw 189, pero la incorporación de los nuevos aviones se estaba retrasando, y Meyer había tenido que salir con la abuela.
El primer mes y medio tras la llegada de Meyer a Libia a principios de Diciembre había sido una perita en dulce. Vuelos plácidos en los que la RAF brillaba por su ausencia. Incluso había podido darse el lujo de ametrallar a algún coche blindado de reconocimiento británico. Pero quince días antes todo había cambiado. Los cazas ingleses empezaron a patrullar en gran número y en pocos días cuatro compañeros de su escuadrilla no habían vuelto. Otros tres aviones llegaron tan dañados que tuvieron que ser desguazados, y tres días antes Meyer había escapado por los pelos de un Hurricane salido de Dios sabía dónde. Por lo visto los ingleses habían establecido bases aéreas avanzadas y estaban empeñados en impedir los reconocimientos alemanes. Mala señal. Si los ingleses no querían mirones era porque estaban tramando algo. Los jefes querían saber lo que ocultaban, y Meyer había tenido que volver a volar con la abuela.
Meyer llamó por el interfono a su ametrallador—. Karl, atento, que ya estamos sobre territorio enemigo. Vigila sobre todo a tu derecha que no nos salga nadie desde el sol. —Karl era uno de los mejores observadores de la escuadrilla, pero mejor era mantenerlo despierto y atento.
El avión apenas había empezado a sobrevolar las líneas inglesas cuando Karl le advirtió de una nube de polvo al Sur. Era raro porque los ingleses no solían alejarse tanto de la costa. El regimiento de caballería inglés encargado de la vigilancia, el 11º de Húsares, era famoso por su determinación e iniciativa, y a veces se introducía muy profundamente en el desierto. Pero esa nube de polvo era demasiado grande…. Y pronto vieron más polvo.
—Karl, voy a echarle un vistazo a esas polvaredas, atento. —Meyer inclinó su avión hasta pocos metros de altura. Así podría esconderse tras los cerros rocosos y acercarse sin ser advertido.
—Karl, están justo detrás de esa colina. Preparado —Meyer rodeó la elevación, y se encontró sobrevolando un mar de vehículos ingleses. Coches de reconocimiento, camiones, hasta pudo ver bastantes tanques. Entonces oyó un grito por el interfono— ¡Inglés a las siete, rompe a la izquierda! —Meyer encabritó su avión y vio como pasaban las trazadoras tras él, y luego como lo rebasaban dos aviones.
Los dos Hurricane siguieron atacando al alemán, pero el Henschel, aunque no era rápido, era muy ágil a baja cota, y Meyer eludió a los atacantes una y otra vez con giros cerrados, mientras intentaba volver hacia el Oeste. El ametrallador había dejado de disparar ¿se habría atascado su arma o habría sido herido? Meyer siguió virando como un loco cada vez que uno de los cazas se acercaba. Finalmente uno de los cazas se acercó demasiado, y cuando el Henschel giró el Hurricane no pudo elevarse a tiempo y se estrelló contra el suelo. El otro Hurricane pensó que ya tenía suficiente y se retiró, mientras la baqueteada abuela volvía a su base.
Un ayudante despertó al recién ascendido Generalleutnant Rommel. El general aun no lucía los distintivos de su nuevo rango. Rommel sabía que el ascenso no se lo había ganado, sino que Beck se lo había otorgado para facilitarle las relaciones con la profusión de generale d’armata y maresciallo. La ofensiva que iban a iniciar dentro de cuatro días confirmaría su validez para el cargo.
—General, un informe urgente. La Luftwaffe ha detectado una columna inglesa doce kilómetros al Noroeste, en dirección Oeste.
—¿Está confirmado ese reporte? —gruñó Rommel.
—Señor, he hablado con el general Frölhich. Un avión de observación vio a última hora una columna de polvo, y se enviaron aviones para confirmar la observación. Descubrieron al menos cien tanques y varios cientos de vehículos, que vigilaron hasta que se hizo de noche.
—O sea, que han tardado seis horas en decidirse a informarme. Parece que los ingleses se nos han adelantado… —Justo entonces el horizonte se iluminó al oriente. El ayudante comentó— ¿Ya amanece?
—Se nota que usted no vivió la Gran Guerra. Eso es la artillería británica. Rápido, traiga mi coche, y sígame con el camión de comunicaciones.
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Crisis significa oportunidad
12 de Febrero de 1941
El Canciller Goering no tenía buen día. La recepción que había ofrecido la tarde anterior al ministro español de Asuntos Exteriores Serrano Súñer había sido desagradable. El ministro había venido para agradecer a Alemania la cesión de petróleo y cereal de sus reservas estratégicas, pero también para exigir a Alemania mayor compromiso en su lucha contra los ingleses. Estos habían desembarcado por fin en Tenerife, y España estaba a punto de perder las islas Canarias. Goering no podía decirle que estaba a punto de desencadenarse una gran ofensiva alemana y tuvo que dar largas a su invitado. Él, dirigente del Tercer Reich, teniendo que aguantar las impertinencias del cuñado de un dictador de opereta.
El desagrado había impedido a Goering conciliar el sueño y ni siquiera su dosis de morfina le había ayudado. Justo cuando empezaba a relajarse un ayudante le despertó con la noticia del ataque inglés en Libia.
—Mariscal Beck, infórmeme de lo ocurrido ¿Por qué no he sabido nada hasta hoy de la ofensiva inglesa?
Beck vio que Goering no estaba de buenas. El Canciller tenía que entender que los contratiempos son habituales en la guerra. No iba a ser fácil.
—Statthalter, he recibido un informe completo del General Von Manstein desde Libia. Nuestra aviación detectó el movimiento de unidades inglesas la tarde del día 10, pero la noticia no llegó al General Rommel hasta varias horas después, justo cuando la infantería inglesa atacaba el frente italiano en Bardía. Los ingleses habían conseguido ocultar sus movimientos, probablemente porque las patrullas italianas estaban siendo muy tímidas. Además los italianos se desbandaron en cuanto empezaron a caer los proyectiles, dejando expedito el avance inglés hacia Bardía. El general Rommel tuvo que acudir inmediatamente para estabilizar el frente con la 10ª división motorizada. Durante doce horas el general Von Manstein perdió el contacto con Rommel y…
—¿Aun no lo ha relevado? ¿Le parece normal que un general alemán desaparezca durante un día entero? —le espetó Goering.
—Disculpe, Statthalter, déjeme proseguir. Al mismo tiempo que la infantería inglesa atacaba por la costa un cuerpo de tanques se desplegó por el desierto para desbordar a los italianos y rodearlos. El general Rommel, antes de salir para estabilizar el frente, envió un mensajero para alertar a Von Manstein, pero parece que el mensaje se perdió. Al mismo tiempo ordenó al general Nehring, al mando del Panzerkorps Afrika, que evitase el contacto con los ingleses y se replegara.
—Mariscal, le ordeno que sustituya inmediatamente a los generales Von Manstein y Rommel. Cuando vuelvan se enfrentarán a una corte marcial. Ordenar a nuestros hombres que se retiren ¿Sabe las repercusiones que puede tener esa derrota?
—Por favor, Statthalter, déjeme finalizar mi informe. Nuestros Panzer no están huyendo, sino atrayendo a los ingleses a las fauces del lobo. El ataque inglés es justamente lo que necesitamos, porque ellos mismos se están metiendo en una trampa. Von Manstein pide autorización para operar con libertad e iniciar la operación Morgenstern.
12 de Febrero de 1941
El Canciller Goering no tenía buen día. La recepción que había ofrecido la tarde anterior al ministro español de Asuntos Exteriores Serrano Súñer había sido desagradable. El ministro había venido para agradecer a Alemania la cesión de petróleo y cereal de sus reservas estratégicas, pero también para exigir a Alemania mayor compromiso en su lucha contra los ingleses. Estos habían desembarcado por fin en Tenerife, y España estaba a punto de perder las islas Canarias. Goering no podía decirle que estaba a punto de desencadenarse una gran ofensiva alemana y tuvo que dar largas a su invitado. Él, dirigente del Tercer Reich, teniendo que aguantar las impertinencias del cuñado de un dictador de opereta.
El desagrado había impedido a Goering conciliar el sueño y ni siquiera su dosis de morfina le había ayudado. Justo cuando empezaba a relajarse un ayudante le despertó con la noticia del ataque inglés en Libia.
—Mariscal Beck, infórmeme de lo ocurrido ¿Por qué no he sabido nada hasta hoy de la ofensiva inglesa?
Beck vio que Goering no estaba de buenas. El Canciller tenía que entender que los contratiempos son habituales en la guerra. No iba a ser fácil.
—Statthalter, he recibido un informe completo del General Von Manstein desde Libia. Nuestra aviación detectó el movimiento de unidades inglesas la tarde del día 10, pero la noticia no llegó al General Rommel hasta varias horas después, justo cuando la infantería inglesa atacaba el frente italiano en Bardía. Los ingleses habían conseguido ocultar sus movimientos, probablemente porque las patrullas italianas estaban siendo muy tímidas. Además los italianos se desbandaron en cuanto empezaron a caer los proyectiles, dejando expedito el avance inglés hacia Bardía. El general Rommel tuvo que acudir inmediatamente para estabilizar el frente con la 10ª división motorizada. Durante doce horas el general Von Manstein perdió el contacto con Rommel y…
—¿Aun no lo ha relevado? ¿Le parece normal que un general alemán desaparezca durante un día entero? —le espetó Goering.
—Disculpe, Statthalter, déjeme proseguir. Al mismo tiempo que la infantería inglesa atacaba por la costa un cuerpo de tanques se desplegó por el desierto para desbordar a los italianos y rodearlos. El general Rommel, antes de salir para estabilizar el frente, envió un mensajero para alertar a Von Manstein, pero parece que el mensaje se perdió. Al mismo tiempo ordenó al general Nehring, al mando del Panzerkorps Afrika, que evitase el contacto con los ingleses y se replegara.
—Mariscal, le ordeno que sustituya inmediatamente a los generales Von Manstein y Rommel. Cuando vuelvan se enfrentarán a una corte marcial. Ordenar a nuestros hombres que se retiren ¿Sabe las repercusiones que puede tener esa derrota?
—Por favor, Statthalter, déjeme finalizar mi informe. Nuestros Panzer no están huyendo, sino atrayendo a los ingleses a las fauces del lobo. El ataque inglés es justamente lo que necesitamos, porque ellos mismos se están metiendo en una trampa. Von Manstein pide autorización para operar con libertad e iniciar la operación Morgenstern.
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Polvo y humo
13 de Febrero de 1941
—¡Blanco tanque a las diez, distancia 600, perforante! ¡Fuego!
La torre del Panzer III giró hasta encarar al tanque enemigo, y el cañón de cinco centímetros disparó. El sargento Barkmann vio con fastidio como el proyectil rebotaba contra la torre del carro de combate.
—¡Dickel, sigue disparando! —los malditos tanques ingleses parecían muy resistentes—. ¡Aumann, acércate más y trata de desbordarlo! —gritó al conductor del tanque.
El Pz III siguió disparando sin resultados. Por suerte los tommies debían estar ciegos como topos, porque todavía no habían disparado. Por fin Barkmann vio como la torre del tanque inglés giraba hacia ellos. El Panzer y el Matilda dispararon simultáneamente, pero mientras que el proyectil inglés se aplastó contra el escudo de la torre del tanque alemán, el disparo del Panzer penetró en el vulnerable costado del Matilda, que comenzó a echar humo, mientras su dotación lo abandonaba a toda prisa. Bien, pensó Barkmann. A por otro.
—¡Coche blindado a las dos, distancia quinientos, alto explosivo, fuego!
Dos días antes las fuerzas inglesas habían lanzado una inesperada ofensiva que había conseguido romper el frente italiano. Las tropas italianas, mal armadas y peor entrenadas, se desbandaron, mientras los tanques ingleses avanzaban por su flanco Sur para rodearlas. Pero el general Rommel decidió que la ofensiva británica podía ser la ocasión de atrapar a todo el ejército enemigo. Tras dirigirse hacia el frente italiano para consolidarlo, instruyó al general Walter Nehring para que el Panzerkorps Afrika permaneciese al acecho. Solo tras dejar pasar la vanguardia acorazada inglesa le dio orden de atacar. Los tanques alemanes penetraron profundamente en la retaguardia enemiga, destruyendo sus vulnerables convoyes de abastecimiento.
El segundo batallón del 36 Regimiento Panzer tenía la misión de proteger el flanco derecho alemán. Pero no pasivamente, sino a la manera del dinámico Rommel, es decir, atacando sin cesar. En las primeras fases el ataque había ido bien, pero se repente se encontraron con una brigada acorazada inglesa con por lo menos cien tanques.
El Pz IIIG de Barkmann se movía a ciegas entre el humo y el polvo, mientras intentaba seguir al tanque del capitán. El sargento se cansó de no ver nada, abrió la escotilla y asomó la cabeza… para encontrarse con que estaba siguiendo a una columna de tanques ligeros ingleses.
—¡Aumann, gira a la derecha! ¡Dickel, blanco tanque a las doce, 50 metros, perforante, fuego! —El tanque alemán se puso a un flanco de la columna inglesa y empezó a destruir a los tanques enemigos uno a uno. Barkmann descubrió que los tanques de crucero ingleses eran vulnerables incluso a las ametralladoras a tan corta distancia.
—Sarge, mensaje del capitán. Tenemos que retiramos hacia el Sur —le dijo el operador de la radio.
—¿Retirarnos? ¿Ahora? El capitán sabrá, órdenes son órdenes.
El batallón comenzó a reagruparse y retirarse, y la 1ª Brigada Acorazada inglesa se lanzó en su persecución. Poco después caía bajo el fuego de una cortina cañones antitanques escondidos. Los ingleses lanzaron tres ataques frontales sucesivos que recordaban a las cargas de caballería clásica… cuando se enfrentaban a las armas modernas. Tras perder decenas de tanques más, la brigada británica empezó a retirarse, justo cuando el primer batallón del 8º Regimiento Panzer apareció por su flanco derecho.
13 de Febrero de 1941
—¡Blanco tanque a las diez, distancia 600, perforante! ¡Fuego!
La torre del Panzer III giró hasta encarar al tanque enemigo, y el cañón de cinco centímetros disparó. El sargento Barkmann vio con fastidio como el proyectil rebotaba contra la torre del carro de combate.
—¡Dickel, sigue disparando! —los malditos tanques ingleses parecían muy resistentes—. ¡Aumann, acércate más y trata de desbordarlo! —gritó al conductor del tanque.
El Pz III siguió disparando sin resultados. Por suerte los tommies debían estar ciegos como topos, porque todavía no habían disparado. Por fin Barkmann vio como la torre del tanque inglés giraba hacia ellos. El Panzer y el Matilda dispararon simultáneamente, pero mientras que el proyectil inglés se aplastó contra el escudo de la torre del tanque alemán, el disparo del Panzer penetró en el vulnerable costado del Matilda, que comenzó a echar humo, mientras su dotación lo abandonaba a toda prisa. Bien, pensó Barkmann. A por otro.
—¡Coche blindado a las dos, distancia quinientos, alto explosivo, fuego!
Dos días antes las fuerzas inglesas habían lanzado una inesperada ofensiva que había conseguido romper el frente italiano. Las tropas italianas, mal armadas y peor entrenadas, se desbandaron, mientras los tanques ingleses avanzaban por su flanco Sur para rodearlas. Pero el general Rommel decidió que la ofensiva británica podía ser la ocasión de atrapar a todo el ejército enemigo. Tras dirigirse hacia el frente italiano para consolidarlo, instruyó al general Walter Nehring para que el Panzerkorps Afrika permaneciese al acecho. Solo tras dejar pasar la vanguardia acorazada inglesa le dio orden de atacar. Los tanques alemanes penetraron profundamente en la retaguardia enemiga, destruyendo sus vulnerables convoyes de abastecimiento.
El segundo batallón del 36 Regimiento Panzer tenía la misión de proteger el flanco derecho alemán. Pero no pasivamente, sino a la manera del dinámico Rommel, es decir, atacando sin cesar. En las primeras fases el ataque había ido bien, pero se repente se encontraron con una brigada acorazada inglesa con por lo menos cien tanques.
El Pz IIIG de Barkmann se movía a ciegas entre el humo y el polvo, mientras intentaba seguir al tanque del capitán. El sargento se cansó de no ver nada, abrió la escotilla y asomó la cabeza… para encontrarse con que estaba siguiendo a una columna de tanques ligeros ingleses.
—¡Aumann, gira a la derecha! ¡Dickel, blanco tanque a las doce, 50 metros, perforante, fuego! —El tanque alemán se puso a un flanco de la columna inglesa y empezó a destruir a los tanques enemigos uno a uno. Barkmann descubrió que los tanques de crucero ingleses eran vulnerables incluso a las ametralladoras a tan corta distancia.
—Sarge, mensaje del capitán. Tenemos que retiramos hacia el Sur —le dijo el operador de la radio.
—¿Retirarnos? ¿Ahora? El capitán sabrá, órdenes son órdenes.
El batallón comenzó a reagruparse y retirarse, y la 1ª Brigada Acorazada inglesa se lanzó en su persecución. Poco después caía bajo el fuego de una cortina cañones antitanques escondidos. Los ingleses lanzaron tres ataques frontales sucesivos que recordaban a las cargas de caballería clásica… cuando se enfrentaban a las armas modernas. Tras perder decenas de tanques más, la brigada británica empezó a retirarse, justo cuando el primer batallón del 8º Regimiento Panzer apareció por su flanco derecho.
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Lucero del Alba
16 de Febrero de 1941
Walter Schellenberg. “Diario de Guerra”. Data Becker GMBH. Berlín, 1977.
“Nuestras operaciones en Libia, tras un mal inicio, están resultando muy satisfactorias. El día 10 los ingleses lanzaron inesperadamente una ofensiva contra los italianos en la costa. Nuestros aviones de reconocimiento descubrieron los movimientos ingleses pero la Luftwaffe, con su tendencia a operar por su cuenta, preparó un gran ataque aéreo sin alertar al Ejército.
Los italianos por lo visto estaban tan confiados en nuestra planeada ofensiva que habían dejado de enviar patrullas, y sus posiciones en primera línea estaban desprevenidas. Cuando los ingleses atacaron cundió el pánico en la infantería y en pocos sitios resistieron lo suficiente para permitir la llegada de refuerzos alemanes. Mientras los tanques ingleses efectuaban un rodeo por el desierto para atraparlos por la espalda.
Sin embargo los ingleses no contaban con el genio militar alemán. El general Rommel, al ser informado de los movimientos alemanes, concibió una maniobra para atraparles. Ordenó a la infantería alemana que reforzase el frente italiano y que preparase una defensa en erizo, pero también ordenó al general Nehring, al mando de nuestros Panzer, que abriese una brecha entre las posiciones de la costa y nuestro cuerpo de ejército Panzer del interior. Aunque no pudo ponerse en contacto con el general al mando debido a la actividad enemiga, Von Manstein entendió la maniobra que preparaba Rommel y confirmó sus órdenes.
Durante las 48 horas siguientes los soldados hindúes y australianos se estrellaron contra nuestra infantería. Sin embargo los tanques ingleses siguieron avanzando hasta situarse al Este de Bardía y avanzando hacia el Norte. Fue entonces cuando se encontraron con una cortina de cañones antitanques cuidadosamente dispuestos por Rommel. Según sus informes los ingleses perdieron más de cincuenta tanques en pocas horas.
Fue entonces cuando Rommel lideró un contraataque con las divisiones 10ª y 20ª, apoyadas masivamente por la Luftwaffe. El avance inglés les había alejado de su propia artillería, y al ver como nuestros soldados les atacaban se quedaron paralizados y finalmente se desmoronaron. En un sálvese quien pueda escaparon hacia el Este en todo lo que tenía ruedas. Mientras Nehring atacó a los tanques ingleses con la 15ª Panzer. Los Matilda ingleses todavía seguían atacando hacia la costa, sin saber que estaban en una encerrona, cuando los Panzer surgieron a sus espaldas. En la batalla siguiente fueron destruidos casi todos sus tanques siendo nuestras pérdidas escasas.
El día 15, el previsto para nuestro ataque inicial, vio la orden de Von Manstein de iniciar la persecución general. A las valientes divisiones 15º Panzer, 10ª y 20ª se les encomendó reducir las últimas bolsas inglesas, mientras la 7ª Panzer encabezó la persecución, sin dejar rehacerse a los ingleses.
En una primera estimación Von Manstein refiere haber destruido ciento cincuenta tanques y doscientos cañones. Los prisioneros son más de diez mil.”
16 de Febrero de 1941
Walter Schellenberg. “Diario de Guerra”. Data Becker GMBH. Berlín, 1977.
“Nuestras operaciones en Libia, tras un mal inicio, están resultando muy satisfactorias. El día 10 los ingleses lanzaron inesperadamente una ofensiva contra los italianos en la costa. Nuestros aviones de reconocimiento descubrieron los movimientos ingleses pero la Luftwaffe, con su tendencia a operar por su cuenta, preparó un gran ataque aéreo sin alertar al Ejército.
Los italianos por lo visto estaban tan confiados en nuestra planeada ofensiva que habían dejado de enviar patrullas, y sus posiciones en primera línea estaban desprevenidas. Cuando los ingleses atacaron cundió el pánico en la infantería y en pocos sitios resistieron lo suficiente para permitir la llegada de refuerzos alemanes. Mientras los tanques ingleses efectuaban un rodeo por el desierto para atraparlos por la espalda.
Sin embargo los ingleses no contaban con el genio militar alemán. El general Rommel, al ser informado de los movimientos alemanes, concibió una maniobra para atraparles. Ordenó a la infantería alemana que reforzase el frente italiano y que preparase una defensa en erizo, pero también ordenó al general Nehring, al mando de nuestros Panzer, que abriese una brecha entre las posiciones de la costa y nuestro cuerpo de ejército Panzer del interior. Aunque no pudo ponerse en contacto con el general al mando debido a la actividad enemiga, Von Manstein entendió la maniobra que preparaba Rommel y confirmó sus órdenes.
Durante las 48 horas siguientes los soldados hindúes y australianos se estrellaron contra nuestra infantería. Sin embargo los tanques ingleses siguieron avanzando hasta situarse al Este de Bardía y avanzando hacia el Norte. Fue entonces cuando se encontraron con una cortina de cañones antitanques cuidadosamente dispuestos por Rommel. Según sus informes los ingleses perdieron más de cincuenta tanques en pocas horas.
Fue entonces cuando Rommel lideró un contraataque con las divisiones 10ª y 20ª, apoyadas masivamente por la Luftwaffe. El avance inglés les había alejado de su propia artillería, y al ver como nuestros soldados les atacaban se quedaron paralizados y finalmente se desmoronaron. En un sálvese quien pueda escaparon hacia el Este en todo lo que tenía ruedas. Mientras Nehring atacó a los tanques ingleses con la 15ª Panzer. Los Matilda ingleses todavía seguían atacando hacia la costa, sin saber que estaban en una encerrona, cuando los Panzer surgieron a sus espaldas. En la batalla siguiente fueron destruidos casi todos sus tanques siendo nuestras pérdidas escasas.
El día 15, el previsto para nuestro ataque inicial, vio la orden de Von Manstein de iniciar la persecución general. A las valientes divisiones 15º Panzer, 10ª y 20ª se les encomendó reducir las últimas bolsas inglesas, mientras la 7ª Panzer encabezó la persecución, sin dejar rehacerse a los ingleses.
En una primera estimación Von Manstein refiere haber destruido ciento cincuenta tanques y doscientos cañones. Los prisioneros son más de diez mil.”
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El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Tierra de faraones
17 de Febrero de 1941
—Capitán Von Koenen, ahí lo tiene: el esa línea oscura es el Nilo.
—Gracias, teniente Almásy. Sin su ayuda no hubiésemos podido llegar.
El teniente Von Koenen estaba al mando de la compañía Afrika del regimiento de Brandenburgers, el equivalente alemán a los comandos. Su compañía tendría el honor de ser la primera unidad alemana que llegase al Nilo.
Von Manstein había concebido la operación Morgenstern como una batalla decisiva en la que la superior fuerza acorazada alemana arrasaría las defensas inglesas hasta llegar al Nilo y luego a Suez. Pero la geografía favorecía a los ingleses, y a pocos kilómetros al Oeste de Alejandría la depresión de Qattara se acercaba al mar. El fondo de la depresión era un pantano arenoso y salino, en el que los tanques no podían operar. Eso hacía que la única ruta de acceso hacia el Delta del Nilo fuese la estrecha franja costera. Si los ingleses se fortificaban ahí iba a ser muy difícil expulsarles de sus posiciones.
Por ello Von Manstein había pensado en crear una distracción. Un contingente alemán reducido, formado por unos pocos batallones motorizados, avanzaría por la cadena de oasis que hay en el interior de Egipto para acercarse a El Cairo desde el Sur. Pero esa columna era tan reducida, y operaría tan lejos sus bases, que si los ingleses contraatacaban tendría que elegir entre ser destruida o retirarse al desierto y morir de sed. Solo la movilidad y la confusión podrían evitar que las tropas inglesas presentes en el valle del Nilo derrotasen a la ligera columna. La movilidad tendría que ser cosa de la columna. La confusión la pondrían los Brandenburgers.
Von Koenen ordenó a sus vehículos detenerse a cubierto. No quería que el polvo delatase su aproximación. Mientras esperaban a la noche ordenó a sus soldados ponerse uniformes ingleses y retirar de los coches los paneles con las insignias alemanas. Si todo iba bien los comandos volverían a lucir sus insignias y sus uniformes durante el combate. Mientras sus hombres se preparaban el teniente pidió a Almásy y al teniente Kleinman que le siguiesen. Se acercó a un risco y empezó a inspeccionar el valle, mientras estudiaba el mapa.
—Eso que se ve ahí delante debe ser Abu Qurgas ¿No le parece, teniente Almásy? —este asintió—. Un poco al norte está Menia, donde se encuentra nuestro objetivo. Para llegar allí tendremos que cruzar un par de canales. Esperemos que sus puentes no estén vigilados, o solo encontremos a la policía egipcia. Cuando lleguemos a Menia nos encontraremos con un guía local que nos conducirá por las calles hasta que lleguemos al puente.
—Perdone, capitán —interrumpió Almásy—. Pero en ningún momento me he creído esa parte de la operación. Tal vez lleguemos a Menia, porque la policía egipcia es una panda de corruptos incompetentes. Pero el puente de Menia seguro que está vigilado por un destacamento inglés que no se dejará engañar. Además, aunque consigamos sorprenderles y tomar el puente, no podremos conservarlo cuando nos contraataquen. Eso, si no nos vuelan el puente en las narices.
A Von Koenen nunca le había gustado mucho el húngaro, pero su experiencia en exploraciones del desierto de Egipto había facilitado la infiltración de su unidad. Además Von Koenen le debía a Almásy sus galones, pues el mayor Von Hippel, para evitar conflictos en el mando, habí aascendido al teniente de Brandenburgers.
—Teniente Almásy, aunque mis Brandenburgers sean los mejores soldados del mundo no son superhéroes de tira cómica yanqui. Sé que no será fácil tomar el puente y mucho menos conservarlo. Tampoco es nuestra intención. Cuando lleguemos al puente, si podemos, lo tomaremos, que para eso tenemos nuestro Mamut. En cuanto lleguen refuerzos enemigos lo volaremos y nos daremos el piro. Si alguien da la alerta armaremos un jaleo de mil demonios, como si la mitad del Heer estuviese atacando, a ver si los mismos Tommies nos hacen el favor de volar el puente. Este puente está demasiado al sur como para que Rommel pueda usarlo. Lo que queremos es atraer las reservas enemigas. Sargento Kleinman.
—A sus órdenes. —El sargento era un veterano de Polonia y de Holanda en el que se podía confiar.
—Sargento, usted se adelantará con cuatro coches. Ponga en cabeza los dos coches ingleses. Cuando llegue a los canales, atraviéselos a toda velocidad. Si hay alguna barrera, ordene que la retiren. Dudo que esos policías sepan distinguir entre un inglés y un alemán. Deje un coche en cada puente y luego pasaré yo con los camiones. Corte todos los cables de teléfono o telégrafo que encuentre. Cuando llegue al ferrocarril, envíe dos coches hacia el sur, tienen que ir poniendo bombas bajo las vías cada 300 o 400 metros. Recuerde que tienen que estar bien ocultas, y el temporizador debe ser de 8 a 11 horas, pero que no estallen todas a la vez. Cuando gasten sus bombas deben volver hacia el lugar donde nos encontramos ahora, que será el punto de encuentro para los que se dispersen. Esperarán 24 horas y, si no llega nadie, se volverán hacia Libia por su cuenta, o se entregarán, según aprecien la situación.
—Capitán —Almásy volvió a interrumpir—. Los daños que puedan hacer esas bombas se podrán reparar en pocas horas.
Al capitán le estaba cargando el húngaro—. Teniente, le pido que no discuta mis órdenes en presencia de subordinados. Claro que esas bombas no producirán sino una corta interrupción. Pero ya le he explicado que nuestra misión no es cortar el Nilo, sino armar follón. Cada soldado que lancen los ingleses contra nosotros será un soldado menos en el norte.
—Será una misión desesperada.
El sargento Kleiman decidió intervenir, porque no quería que su capitán se enfrentase a ese tenientucho húngaro. Empezó a reírse y dijo—. Teniente, estamos en guerra ¿Qué esperaba, unas vacaciones? Vamos a disfrutar del momento.
Cuatro horas después los hombres de Von Koenen se reunieron en las cercanías del puente. La operación estaba resultando muchísimo más sencilla de lo esperado. Solo en el puente sobre el canal Ibrehimiya había un destacamento del ejército egipcio, pero el oficial al mando no distinguía entre un Kubelwagen y una lavadora, y cuando empezó a sospechar sus hombres ya estaban desarmados. Más sencillo aun había sido el cruce del canal Bahr Yousef. En el puente había un puesto de policía, pero los guardias estaban durmiendo en la choza. Finalmente se habían metido en el dédalo de callejuelas de Menia, y tomaron posiciones en casas junto al puente.
—Cabo Reber, instale la ametralladora en esa ventana e impida que nadie cruce el puente. Cabo Aigner ¿sería posible subir el LG 40 hasta esa azotea? —el cañón sin retroceso LG 40 era una innovación que iba a hacer sus primeros disparos. Concebido para sustituir a los cañones de infantería en las unidades paracaidistas, pesaba “solo” 150 kilos, y podía ser movido a brazo con un poco de buena voluntad y un mucho de sudor—. Avísenme cuando estén preparados. Procuren no hacer mucho ruido, usen mantas, alfombras o lo que sea que pueda haber en esas casas para amortiguar los golpes.
Subir el cañón costó veinte minutos de esfuerzos y de maldiciones, pero al fin estuvo en posición, apuntando hacia la otra orilla del río. Entonces el capitán ordenó avanzar al Mamut: una autoametralladora Marmon-Herrington capturada a una patrulla inglesa en los combates de Enero. El vehículo avanzaba por la calzada que se dirigía al puente cuando salió un centinela con una linterna y un revolver—. Halt, who goes there? —gritó. Del blindado descendió un soldado que se puso a discutir con el centinela inglés. Pero este parecía dudar y, finalmente chilló— Hands up! —El alemán intentó replicar, pero entonces el centinela vació su revolver en el brandenburger.
—¡Fuego! —ordenó el teniente. Una ráfaga de subfusil abatió al centinela que intentaba escapar. La autoametralladora cruzar el puente, pero cuando llegó al extremo una Vickers empezó a disparar desde la otra orilla. La Marmon se desvió, chocó contra el pretil y empezó a arder. Von Koeman vio a los tripulantes que intentaban escapar ser abatidos por la ametralladora inglesa.
—¡Aigner, acabe con esa maldita ametralladora! —El cañón sin retroceso empezó a disparar contra la orilla contraria. Sus monumentales fogonazos iluminaron el puente y descubrieron a otros dos ingleses que seguían disparando con fusiles contra la autoametralladora. Reber los barrió con su MG34, y luego empezó a disparar contra la otra orilla. Un grupo de Brandenburgers intentó avanzar por el puente, pero las llamas de la Marmon los delataron. Tras caer otros dos hombres, tuvieron que ponerse a cubierto.
—¡Lancen humo para cubrir a esos hombres y sigan disparando! —Un soldado consiguió lanzar dos bombas de humo antes de caer. Esfuerzo inútil, porque desde la otra orilla la ametralladora inglesa, que ocupaba una caseta al otro lado del puente, seguían disparando contra el humo, y las balas, antes o después, mordían carne— ¡Aigner, todo depende de su cañón!
El cañón siguió disparando pero sus proyectiles de 7,5 centímetros carecían de potencia suficiente para derribar la caseta en la que se agazapaban los ingleses. Un segundo intento de cruce se saldó con otras tres bajas. Von Koeman decidió que iba a ser imposible tomar el puente.
—Sargento Kleinman ¿Cree que el puente está minado?
—Seguro, señor, desde aquí veo un paquete colgando que solo puede ser una carga. Pero parece que los explosivos los controlan desde el otro lado. —Justo entonces un proyectil del cañón entró por una ventana y acalló la ametralladora enemiga, pero era ya tarde. Los fusileros británicos disparaban desde todas partes.
—Sargento, poco nos queda que hacer. Dispare como un endemoniado pero no exponga a sus hombres. Que Aigner gaste toda su munición lo más deprisa que pueda. Si no ve más ingleses, que dispare contra las barcazas del río o contra lo que sea. Que parezca que están aquí todos los cañones del Heer. En cuanto acabe la munición, que vuele el cañón y nos retiraremos.
El cabo Aigner siguió disparando como un loco, pero el LG 40 no estaba siendo demasiado efectivo. Los proyectiles de 7,5 centímetros que disparaba eran demasiado ligeros como para causar daños importantes, y tampoco tenían suficiente energía para penetrar las paredes de las casas en las que se apostaban los ingleses. Pero consiguió un éxito inesperado: el retroceso del cañón se compensaba se compensaba con el gran chorro de gas que se emitía por la tobera trasera. Este chorro producía una gran llamarada y un tremendo estampido. Las calles de la ciudad multiplicaron los ecos del cañón causando un tremendo estruendo, que hizo creer al comandante inglés que una batería de artillería estaba disparando contra el puente. Una batería solo podía acompañar a un batallón, y la sección inglesa que vigilaba el puente no podría resistirlo. Finalmente se decidió a volarlo.
Von Koeman estaba a punto de dar la orden de retirarse cuando vio como el puente parecía elevarse sobre sus pilastras, cayendo luego al cauce—. ¡Sargento Kleinman, lo hemos conseguido! Ordene a Aigner volar su cañón en cuanto gaste sus últimos disparos. Mire si alguno de esos hombres caídos sigue vivo. Y en cinco minutos, nos vamos.
17 de Febrero de 1941
—Capitán Von Koenen, ahí lo tiene: el esa línea oscura es el Nilo.
—Gracias, teniente Almásy. Sin su ayuda no hubiésemos podido llegar.
El teniente Von Koenen estaba al mando de la compañía Afrika del regimiento de Brandenburgers, el equivalente alemán a los comandos. Su compañía tendría el honor de ser la primera unidad alemana que llegase al Nilo.
Von Manstein había concebido la operación Morgenstern como una batalla decisiva en la que la superior fuerza acorazada alemana arrasaría las defensas inglesas hasta llegar al Nilo y luego a Suez. Pero la geografía favorecía a los ingleses, y a pocos kilómetros al Oeste de Alejandría la depresión de Qattara se acercaba al mar. El fondo de la depresión era un pantano arenoso y salino, en el que los tanques no podían operar. Eso hacía que la única ruta de acceso hacia el Delta del Nilo fuese la estrecha franja costera. Si los ingleses se fortificaban ahí iba a ser muy difícil expulsarles de sus posiciones.
Por ello Von Manstein había pensado en crear una distracción. Un contingente alemán reducido, formado por unos pocos batallones motorizados, avanzaría por la cadena de oasis que hay en el interior de Egipto para acercarse a El Cairo desde el Sur. Pero esa columna era tan reducida, y operaría tan lejos sus bases, que si los ingleses contraatacaban tendría que elegir entre ser destruida o retirarse al desierto y morir de sed. Solo la movilidad y la confusión podrían evitar que las tropas inglesas presentes en el valle del Nilo derrotasen a la ligera columna. La movilidad tendría que ser cosa de la columna. La confusión la pondrían los Brandenburgers.
Von Koenen ordenó a sus vehículos detenerse a cubierto. No quería que el polvo delatase su aproximación. Mientras esperaban a la noche ordenó a sus soldados ponerse uniformes ingleses y retirar de los coches los paneles con las insignias alemanas. Si todo iba bien los comandos volverían a lucir sus insignias y sus uniformes durante el combate. Mientras sus hombres se preparaban el teniente pidió a Almásy y al teniente Kleinman que le siguiesen. Se acercó a un risco y empezó a inspeccionar el valle, mientras estudiaba el mapa.
—Eso que se ve ahí delante debe ser Abu Qurgas ¿No le parece, teniente Almásy? —este asintió—. Un poco al norte está Menia, donde se encuentra nuestro objetivo. Para llegar allí tendremos que cruzar un par de canales. Esperemos que sus puentes no estén vigilados, o solo encontremos a la policía egipcia. Cuando lleguemos a Menia nos encontraremos con un guía local que nos conducirá por las calles hasta que lleguemos al puente.
—Perdone, capitán —interrumpió Almásy—. Pero en ningún momento me he creído esa parte de la operación. Tal vez lleguemos a Menia, porque la policía egipcia es una panda de corruptos incompetentes. Pero el puente de Menia seguro que está vigilado por un destacamento inglés que no se dejará engañar. Además, aunque consigamos sorprenderles y tomar el puente, no podremos conservarlo cuando nos contraataquen. Eso, si no nos vuelan el puente en las narices.
A Von Koenen nunca le había gustado mucho el húngaro, pero su experiencia en exploraciones del desierto de Egipto había facilitado la infiltración de su unidad. Además Von Koenen le debía a Almásy sus galones, pues el mayor Von Hippel, para evitar conflictos en el mando, habí aascendido al teniente de Brandenburgers.
—Teniente Almásy, aunque mis Brandenburgers sean los mejores soldados del mundo no son superhéroes de tira cómica yanqui. Sé que no será fácil tomar el puente y mucho menos conservarlo. Tampoco es nuestra intención. Cuando lleguemos al puente, si podemos, lo tomaremos, que para eso tenemos nuestro Mamut. En cuanto lleguen refuerzos enemigos lo volaremos y nos daremos el piro. Si alguien da la alerta armaremos un jaleo de mil demonios, como si la mitad del Heer estuviese atacando, a ver si los mismos Tommies nos hacen el favor de volar el puente. Este puente está demasiado al sur como para que Rommel pueda usarlo. Lo que queremos es atraer las reservas enemigas. Sargento Kleinman.
—A sus órdenes. —El sargento era un veterano de Polonia y de Holanda en el que se podía confiar.
—Sargento, usted se adelantará con cuatro coches. Ponga en cabeza los dos coches ingleses. Cuando llegue a los canales, atraviéselos a toda velocidad. Si hay alguna barrera, ordene que la retiren. Dudo que esos policías sepan distinguir entre un inglés y un alemán. Deje un coche en cada puente y luego pasaré yo con los camiones. Corte todos los cables de teléfono o telégrafo que encuentre. Cuando llegue al ferrocarril, envíe dos coches hacia el sur, tienen que ir poniendo bombas bajo las vías cada 300 o 400 metros. Recuerde que tienen que estar bien ocultas, y el temporizador debe ser de 8 a 11 horas, pero que no estallen todas a la vez. Cuando gasten sus bombas deben volver hacia el lugar donde nos encontramos ahora, que será el punto de encuentro para los que se dispersen. Esperarán 24 horas y, si no llega nadie, se volverán hacia Libia por su cuenta, o se entregarán, según aprecien la situación.
—Capitán —Almásy volvió a interrumpir—. Los daños que puedan hacer esas bombas se podrán reparar en pocas horas.
Al capitán le estaba cargando el húngaro—. Teniente, le pido que no discuta mis órdenes en presencia de subordinados. Claro que esas bombas no producirán sino una corta interrupción. Pero ya le he explicado que nuestra misión no es cortar el Nilo, sino armar follón. Cada soldado que lancen los ingleses contra nosotros será un soldado menos en el norte.
—Será una misión desesperada.
El sargento Kleiman decidió intervenir, porque no quería que su capitán se enfrentase a ese tenientucho húngaro. Empezó a reírse y dijo—. Teniente, estamos en guerra ¿Qué esperaba, unas vacaciones? Vamos a disfrutar del momento.
Cuatro horas después los hombres de Von Koenen se reunieron en las cercanías del puente. La operación estaba resultando muchísimo más sencilla de lo esperado. Solo en el puente sobre el canal Ibrehimiya había un destacamento del ejército egipcio, pero el oficial al mando no distinguía entre un Kubelwagen y una lavadora, y cuando empezó a sospechar sus hombres ya estaban desarmados. Más sencillo aun había sido el cruce del canal Bahr Yousef. En el puente había un puesto de policía, pero los guardias estaban durmiendo en la choza. Finalmente se habían metido en el dédalo de callejuelas de Menia, y tomaron posiciones en casas junto al puente.
—Cabo Reber, instale la ametralladora en esa ventana e impida que nadie cruce el puente. Cabo Aigner ¿sería posible subir el LG 40 hasta esa azotea? —el cañón sin retroceso LG 40 era una innovación que iba a hacer sus primeros disparos. Concebido para sustituir a los cañones de infantería en las unidades paracaidistas, pesaba “solo” 150 kilos, y podía ser movido a brazo con un poco de buena voluntad y un mucho de sudor—. Avísenme cuando estén preparados. Procuren no hacer mucho ruido, usen mantas, alfombras o lo que sea que pueda haber en esas casas para amortiguar los golpes.
Subir el cañón costó veinte minutos de esfuerzos y de maldiciones, pero al fin estuvo en posición, apuntando hacia la otra orilla del río. Entonces el capitán ordenó avanzar al Mamut: una autoametralladora Marmon-Herrington capturada a una patrulla inglesa en los combates de Enero. El vehículo avanzaba por la calzada que se dirigía al puente cuando salió un centinela con una linterna y un revolver—. Halt, who goes there? —gritó. Del blindado descendió un soldado que se puso a discutir con el centinela inglés. Pero este parecía dudar y, finalmente chilló— Hands up! —El alemán intentó replicar, pero entonces el centinela vació su revolver en el brandenburger.
—¡Fuego! —ordenó el teniente. Una ráfaga de subfusil abatió al centinela que intentaba escapar. La autoametralladora cruzar el puente, pero cuando llegó al extremo una Vickers empezó a disparar desde la otra orilla. La Marmon se desvió, chocó contra el pretil y empezó a arder. Von Koeman vio a los tripulantes que intentaban escapar ser abatidos por la ametralladora inglesa.
—¡Aigner, acabe con esa maldita ametralladora! —El cañón sin retroceso empezó a disparar contra la orilla contraria. Sus monumentales fogonazos iluminaron el puente y descubrieron a otros dos ingleses que seguían disparando con fusiles contra la autoametralladora. Reber los barrió con su MG34, y luego empezó a disparar contra la otra orilla. Un grupo de Brandenburgers intentó avanzar por el puente, pero las llamas de la Marmon los delataron. Tras caer otros dos hombres, tuvieron que ponerse a cubierto.
—¡Lancen humo para cubrir a esos hombres y sigan disparando! —Un soldado consiguió lanzar dos bombas de humo antes de caer. Esfuerzo inútil, porque desde la otra orilla la ametralladora inglesa, que ocupaba una caseta al otro lado del puente, seguían disparando contra el humo, y las balas, antes o después, mordían carne— ¡Aigner, todo depende de su cañón!
El cañón siguió disparando pero sus proyectiles de 7,5 centímetros carecían de potencia suficiente para derribar la caseta en la que se agazapaban los ingleses. Un segundo intento de cruce se saldó con otras tres bajas. Von Koeman decidió que iba a ser imposible tomar el puente.
—Sargento Kleinman ¿Cree que el puente está minado?
—Seguro, señor, desde aquí veo un paquete colgando que solo puede ser una carga. Pero parece que los explosivos los controlan desde el otro lado. —Justo entonces un proyectil del cañón entró por una ventana y acalló la ametralladora enemiga, pero era ya tarde. Los fusileros británicos disparaban desde todas partes.
—Sargento, poco nos queda que hacer. Dispare como un endemoniado pero no exponga a sus hombres. Que Aigner gaste toda su munición lo más deprisa que pueda. Si no ve más ingleses, que dispare contra las barcazas del río o contra lo que sea. Que parezca que están aquí todos los cañones del Heer. En cuanto acabe la munición, que vuele el cañón y nos retiraremos.
El cabo Aigner siguió disparando como un loco, pero el LG 40 no estaba siendo demasiado efectivo. Los proyectiles de 7,5 centímetros que disparaba eran demasiado ligeros como para causar daños importantes, y tampoco tenían suficiente energía para penetrar las paredes de las casas en las que se apostaban los ingleses. Pero consiguió un éxito inesperado: el retroceso del cañón se compensaba se compensaba con el gran chorro de gas que se emitía por la tobera trasera. Este chorro producía una gran llamarada y un tremendo estampido. Las calles de la ciudad multiplicaron los ecos del cañón causando un tremendo estruendo, que hizo creer al comandante inglés que una batería de artillería estaba disparando contra el puente. Una batería solo podía acompañar a un batallón, y la sección inglesa que vigilaba el puente no podría resistirlo. Finalmente se decidió a volarlo.
Von Koeman estaba a punto de dar la orden de retirarse cuando vio como el puente parecía elevarse sobre sus pilastras, cayendo luego al cauce—. ¡Sargento Kleinman, lo hemos conseguido! Ordene a Aigner volar su cañón en cuanto gaste sus últimos disparos. Mire si alguno de esos hombres caídos sigue vivo. Y en cinco minutos, nos vamos.
Última edición por Domper el 01 Oct 2014, 19:40, editado 1 vez en total.
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El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Confusión
20 de Febrero de 1941
El Teniente general Sir Archibald Wavell sabía que peor que las malas noticias era no tener noticias. Por eso estaba tan preocupado: su cuartel general de El Cairo no tenía noticias del general O’Connor desde la tarde anterior.
Tras la desastrosa batalla de Bardía, donde O’Connor había perdido casi todos sus tanques y la tercera parte de su infantería, Wavell le había ordenado resistir en Mersa Matruh. La posición no era ideal, pero apenas había defensas en El Alamein y había que ganar tiempo como fuese. Wavell confiaba en que O’Connor retrasase el avance alemán lo suficiente como para fortificar el “istmo” entre el Mediterráneo y la depresión de Qattara. Luego debería retirarse para unir sus fuerzas a los defensores de El Alamein. Siempre que esos endemoniados alemanes no fuese más rápidos.
Al producirse la inesperada ofensiva alemana Wavell había ordenado a la 6ª División Australiana que volviese inmediatamente. Pero la división ya había empezado su desembarco en el Pireo, y se tardaría por lo menos dos o tres días en reembarcarla. Contando el tiempo de navegación de vuelta y el desembarco, dudaba mucho que pudiese disponer de la unidad antes de diez o quince días. Costaría todavía más hacer volver a la brigada de la División Neozelandesa que ya estaba en Grecia. Al menos la cuarta brigada neozelandesa, recién llegada a Egipto, había podido ser enviada a El Alamein, donde estaba cavando defensas. Lo malo era que el paso de El Alamein no era una estrecha llanura costera como las Termópilas, sino un corredor de tierra de casi 40 kilómetros de anchura. Intentar detener la ofensiva alemana con dos o tres brigadas sería como techar con papel de seda. Por suerte el embarque de la 9ª División Australiana estaba siendo tan lento que la mayor parte de su material seguía en tierra, y cuando se uniese a la brigada neozelandesa y al cuerpo de Ejército de O’Connor podría bloquear el avance alemán.
Pero la 9ª Australiana estaba mostrando la misma lentitud que le había impedido embarcar y seguía en Port Said. Wavell le había echado una buena bronca al general Morshead, pero no podía destituir a un general australiano. Morshead le había prometido que antes de una semana tendría a sus hombres ahí. Ojalá tuviese esa semana. Solo podía confiar en que O’Connor aguantase en Mersa.
—Mayor ¿Ha conseguido contactar con O’Connor?
—No, mi general. Es como si su Cuartel General hubiese desaparecido.
Wavell estaba también preocupado por las noticias del interior y del Nilo. Alemanes e italianos estaban atacando oasis perdidos del desierto. Además el desastre de la frontera le había obligado a sustituir las guarniciones inglesas por el ejército egipcio. Wavell sabía que ese supuesto ejército era poco más que una turba armada con equipos sobrantes de la Gran Guerra, pero al menos podría encargarse de la vigilancia. Pero ni eso. Los alemanes habían enviado columnas de comandos al valle, donde habían interrumpido el ferrocarril en varios puntos y estaban cortando las líneas de teléfono y de telégrafo. Solo eran picotazos, pero no sabía si eran el anuncio de una incursión mayor. Siempre había pensado que el desierto occidental era una barrera impenetrable, pero los comandos alemanes no pensaban lo mismo.
—General —el ayudante interrumpió sus meditaciones—. Tenemos un informe de Fuka. Una columna de vehículos blindados alemanes está llegando allí.
—Fuka está a solo 90 kilómetros de El Alamein ¿se ha confirmado el informe?
—General, estoy al habla con el Coronel Hamilton, que me confirma que sus tropas están combatiendo ya con los alemanes… Espere… La RAF confirma el informe, se están viendo columnas alemanas al Sur de Fuka dirigiéndose hacia el Este.
—¿Y O’Connor? ¿Han visto algo los de la RAF en Mersa?
—Espere… Bravo, me confirman que prosiguen los combates en Mersa —dijo el mayor mientras sonreía.
—¡Borre esa sonrisa de su cara! Si se combate en Mersa quiere decir que los alemanes han copado a O’Connor. Esperemos que aguante, pero eso nos deja sin tanques en Egipto.
Empezó a oírse ruido de motores. Hasta el momento los alemanes no habían bombardeado la ciudad, pero todo podía cambiar. Wavell miró por la ventana y vio un grupo de trimotores volando a baja altura. Pidió los prismáticos, y vio que los aviones arrastraban cintas.
—Mayor Bennet ¿Qué le parece que llevan esos aviones? No lo había visto en mi vida ¿Para qué son esas cintas?
— Mi general, creo que sé lo que es —Bennet había estado en Noruega y ya había visto de esas cintas—. Esos aviones son transportes de paracaidistas que ya han lanzado su carga. Paracaidistas alemanes han tomado tierra en algún lugar cercano.
Wavell palideció. No solo había perdido el cuerpo de ejército de O’Connor, sino que parecía que los alemanes estaban a punto de saltar sobre la ciudad. Vio como las calles se llenaban de soldados que corrían hacia los puentes del Nilo. Wavell reconoció el pánico en sus caras.
—Mayor Bennet, si los tanques alemanes están en Fuka y sus paracaidistas aquí, nuestras tropas en El Alamein están a punto de ser cercadas. Nos vamos. Ordene a Morshead y Freyberg que se retiren. Deben tomar posiciones en el Delta y prepararse para retirarse a la orilla Este del Canal de Suez. Ordene destruir los archivos y todo lo que no podamos llevar.
—¿No podremos resistir en el Nilo? —preguntó Bennet.
—¿Con qué?
20 de Febrero de 1941
El Teniente general Sir Archibald Wavell sabía que peor que las malas noticias era no tener noticias. Por eso estaba tan preocupado: su cuartel general de El Cairo no tenía noticias del general O’Connor desde la tarde anterior.
Tras la desastrosa batalla de Bardía, donde O’Connor había perdido casi todos sus tanques y la tercera parte de su infantería, Wavell le había ordenado resistir en Mersa Matruh. La posición no era ideal, pero apenas había defensas en El Alamein y había que ganar tiempo como fuese. Wavell confiaba en que O’Connor retrasase el avance alemán lo suficiente como para fortificar el “istmo” entre el Mediterráneo y la depresión de Qattara. Luego debería retirarse para unir sus fuerzas a los defensores de El Alamein. Siempre que esos endemoniados alemanes no fuese más rápidos.
Al producirse la inesperada ofensiva alemana Wavell había ordenado a la 6ª División Australiana que volviese inmediatamente. Pero la división ya había empezado su desembarco en el Pireo, y se tardaría por lo menos dos o tres días en reembarcarla. Contando el tiempo de navegación de vuelta y el desembarco, dudaba mucho que pudiese disponer de la unidad antes de diez o quince días. Costaría todavía más hacer volver a la brigada de la División Neozelandesa que ya estaba en Grecia. Al menos la cuarta brigada neozelandesa, recién llegada a Egipto, había podido ser enviada a El Alamein, donde estaba cavando defensas. Lo malo era que el paso de El Alamein no era una estrecha llanura costera como las Termópilas, sino un corredor de tierra de casi 40 kilómetros de anchura. Intentar detener la ofensiva alemana con dos o tres brigadas sería como techar con papel de seda. Por suerte el embarque de la 9ª División Australiana estaba siendo tan lento que la mayor parte de su material seguía en tierra, y cuando se uniese a la brigada neozelandesa y al cuerpo de Ejército de O’Connor podría bloquear el avance alemán.
Pero la 9ª Australiana estaba mostrando la misma lentitud que le había impedido embarcar y seguía en Port Said. Wavell le había echado una buena bronca al general Morshead, pero no podía destituir a un general australiano. Morshead le había prometido que antes de una semana tendría a sus hombres ahí. Ojalá tuviese esa semana. Solo podía confiar en que O’Connor aguantase en Mersa.
—Mayor ¿Ha conseguido contactar con O’Connor?
—No, mi general. Es como si su Cuartel General hubiese desaparecido.
Wavell estaba también preocupado por las noticias del interior y del Nilo. Alemanes e italianos estaban atacando oasis perdidos del desierto. Además el desastre de la frontera le había obligado a sustituir las guarniciones inglesas por el ejército egipcio. Wavell sabía que ese supuesto ejército era poco más que una turba armada con equipos sobrantes de la Gran Guerra, pero al menos podría encargarse de la vigilancia. Pero ni eso. Los alemanes habían enviado columnas de comandos al valle, donde habían interrumpido el ferrocarril en varios puntos y estaban cortando las líneas de teléfono y de telégrafo. Solo eran picotazos, pero no sabía si eran el anuncio de una incursión mayor. Siempre había pensado que el desierto occidental era una barrera impenetrable, pero los comandos alemanes no pensaban lo mismo.
—General —el ayudante interrumpió sus meditaciones—. Tenemos un informe de Fuka. Una columna de vehículos blindados alemanes está llegando allí.
—Fuka está a solo 90 kilómetros de El Alamein ¿se ha confirmado el informe?
—General, estoy al habla con el Coronel Hamilton, que me confirma que sus tropas están combatiendo ya con los alemanes… Espere… La RAF confirma el informe, se están viendo columnas alemanas al Sur de Fuka dirigiéndose hacia el Este.
—¿Y O’Connor? ¿Han visto algo los de la RAF en Mersa?
—Espere… Bravo, me confirman que prosiguen los combates en Mersa —dijo el mayor mientras sonreía.
—¡Borre esa sonrisa de su cara! Si se combate en Mersa quiere decir que los alemanes han copado a O’Connor. Esperemos que aguante, pero eso nos deja sin tanques en Egipto.
Empezó a oírse ruido de motores. Hasta el momento los alemanes no habían bombardeado la ciudad, pero todo podía cambiar. Wavell miró por la ventana y vio un grupo de trimotores volando a baja altura. Pidió los prismáticos, y vio que los aviones arrastraban cintas.
—Mayor Bennet ¿Qué le parece que llevan esos aviones? No lo había visto en mi vida ¿Para qué son esas cintas?
— Mi general, creo que sé lo que es —Bennet había estado en Noruega y ya había visto de esas cintas—. Esos aviones son transportes de paracaidistas que ya han lanzado su carga. Paracaidistas alemanes han tomado tierra en algún lugar cercano.
Wavell palideció. No solo había perdido el cuerpo de ejército de O’Connor, sino que parecía que los alemanes estaban a punto de saltar sobre la ciudad. Vio como las calles se llenaban de soldados que corrían hacia los puentes del Nilo. Wavell reconoció el pánico en sus caras.
—Mayor Bennet, si los tanques alemanes están en Fuka y sus paracaidistas aquí, nuestras tropas en El Alamein están a punto de ser cercadas. Nos vamos. Ordene a Morshead y Freyberg que se retiren. Deben tomar posiciones en el Delta y prepararse para retirarse a la orilla Este del Canal de Suez. Ordene destruir los archivos y todo lo que no podamos llevar.
—¿No podremos resistir en el Nilo? —preguntó Bennet.
—¿Con qué?
Tu regere imperio fluctus Hispane memento
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El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Un oasis demasiado lejano
18 de Febrero de 1941
De Globalpedia, la enciclopedia global
Un Oasis demasiado lejano es una película de 1977 dirigida por Werner Herzog, basada en el libro homónimo de Joachim Fest, ganadora de tres premios Goethe a la mejor dirección, a la mejor fotografía y al mejor actor secundario.
La película cuenta la historia de la costosa operación Sand-Blume, el asalto paracaidista alemán para tomar un oasis junto al río Nilo durante la Batalla de las Pirámides, ocurrida durante la invasión de Egipto, en la fase africana de la Guerra de Hegemonía. El nombre del libro y de la película procede de un comentario hecho por el Generaloberst Kurt Student, al mando del XI Fliegerkorps, al ser reprendido por el General Eric Von Manstein por las bajas sufridas durante la operación: “No pensé que atacábamos un oasis demasiado lejano”
Trama
La película comienza con una descripción del curso del año y medio de guerra. Tras el éxito en la Batalla de Francia, Alemania no consiguió derrotar a Inglaterra mediante ataques aéreos, e Italia fracasó en su ofensiva desde Libia. El OKW (Oberkommando der Wehrmacht), liderado por el Statthalter Hermann Goering, decide que un desembarco en Inglaterra será inviable a medio plazo, por lo que se decide atacar sus posesiones coloniales, expulsando a los ingleses del Mediterráneo mediante una ofensiva en Egipto, que encomendó al General Von Manstein.
Von Manstein había planeado una batalla de envolvimiento, pero temía que el ejército inglés se retirase y se consolidase en el estrecho de El Alamein. Por ello decidió lanzar una ofensiva de distracción por la cadena de oasis del desierto egipcio hasta llegar al Nilo. El ataque alemán tras las líneas británicas tenía como objetivo distraer a los británicos y favorecer un avance fulminante sobre la capital de Egipto, El Cairo, y así impedir la retirada inglesa. La operación incluiría un desembarco de 7.000 paracaidistas sobre los oasis del desierto, creando así una “alfombra de paracaidistas” que permitiría el avance rápido de una columna motorizada que llegaría a El Cairo por el Sur. El último de los oasis atacados sería el de El Fayum, próximo a la capital y que está conectado con el valle del Nilo.
Mientras el general Wavell, jefe del Ejército Británico en Egipto, estudia la situación en su Cuartel General en el Cairo. Acosado por el intrigante Primer Ministro Churchill ha tenido que atacar a las tropas del Pacto de Aquisgrán en Libia, siendo estrepitosamente derrotado. Wavell descubre que la mayor parte de su ejército ha sido rodeado, y que sus reservas han sido enviadas a Grecia por orden del imprudente Primer Ministro inglés. Wavell ordena la vuelta de esas reservas y el despliegue de las escasas tropas que posee, mientras ve por la ventana las primeras señales de pánico.
Mientras el General Student prepara sus tropas para el asalto. El coronel Meindl, al mando del regimiento que debe atacar el oasis de El Fayum, muestra sus dudas sobre la operación, considerando que su regimiento puede quedar demasiado expuesto a un contraataque británico. Student intenta tranquilizarle y expresa su deseo que el éxito de la Operación Sand-Blume permita la formación de una nueva rama de las Fuerzas Armadas alemanas, la aeromóvil.
En el desierto, el Oberstgeneral Erich Von Manstein, junto con teniente general italiano Annibale Bergonzoli, apodado “barba eléctrica”, miran como pasa una columna de prisioneros ingleses. Von Manstein alaba el valor de los soldados italianos, que han resistido el ataque de Wavell, permitiendo que los Panzer alemanes rodeen y derroten al ejército inglés. Bergonzoli agradece el cumplido, e informa al general Von Manstein que una columna italiana ha conquistado el oasis de Siwa, y que es el momento de lanzar la operación Sand-Blume. Von Manstein responde que la victoria ha sido tan completa que la operación paracaidista no es necesaria, y que va a solicitar al OKW autorización para anular la operación.
En Berlín el Mariscal Ludwig Beck, jefe del OKW, recibe la llamada de Von Manstein. Tras aceptar sus argumentos, Beck anula la operación Sand-Blume.
En Libia un oficial de inteligencia, en la película llamado mayor Meier (realmente se llamó Gottfried Meintl, pero se cambió su nombre para evitar confusiones), alarmado por los informes suministrado por los beduinos, ha ordenado un reconocimiento a baja altura sobre El Fayum. Muestra a Student las fotos en las que se ven trincheras y fortificaciones. Student cree que las posiciones están vacías, y sigue con los preparativos. En ese momento se recibe una llamada del cuartel general alemán, anulando el asalto. Student le dice a Meier “quieren matar mi proyecto, pero no lo conseguirán”. Student intenta llamar a Berlín para hablar directamente con el Statthalter Goering, pero no consigue que le pongan con él. A pesar de ello simula hablar con el Statthalter y luego ordena despegar a los aviones cargados de paracaidistas.
El General Von Manstein recibe una llamada de Student, con el ruido de los motores de avión como fondo. Student le dice que ha iniciado Sand-Blume tras recibir autorización directa del Statthalter. Von Manstein comenta con su ayudante el coronel Von Tresckow que los paracaidistas van a morir sin necesidad, pero que no puede dejarles solos, por lo que ordena que se ponga en marcha Sand, la fase terrestre de la operación. Finalmente le dice a Von Tresckow “diga a los tanquistas que se den prisa o solo encontrarán los cadáveres de esos valientes”.
En el oasis de Bahariya los paracaidistas saltan y lo encuentran casi vacío. Solo unos pocos soldados del ejército egipcio lo defienden y, al ver saltar a los alemanes, tiran sus armas y se rinden. Sin embargo El Fayum está defendido por una unidad australiana, que abre fuego al acercarse los aviones alemanes. Uno tras otro, los Junkers son derribados. Los paracaidistas saltan de los aviones en llamas, pero los soldados australianos los usan como blanco de sus fusiles. Dos paracaidistas caen delante de unos australianos. Los paracaidistas, desarmados y con el uniforme hecho jirones, levantan sus manos, pero el sargento australiano ordena matarlos a bayonetazos, diciendo “clavádsela en la barriga para que mueran despacio”. Finalmente un grupo de alemanes, con el coronel Meindl al frente, toman tierra y consiguen organizarse. Atacan a la sección australiana y matan al sargento, pero entonces ven una columna de camiones que se aproxima desde el Norte. Meindl ordena a sus tropas ocupar las posiciones inglesas. Cuando un teniente le pregunta a donde retirarse si les rodean, Meindl le responde “a la tumba”.
Mientras la primera fase de la operación Sand transcurre sin problemas. La columna alemana atraviesa el oasis de Siwa mientras los soldados italianos los vitorean. Se dirige hacia Bahariya, pero poco después una tormenta de viento cubre el camino de arena y le fuerza a detenerse. En uno de los vehículos un sargento le dice a su capitán “esos valientes de El Fayum tendrán que esperar”. El capitán responde “nosotros no podemos esperar” y baja con una pala. De los camiones saltan los soldados que, con palas y palancas, consiguen desatascar los vehículos. Pero delante de la columna solo se ve un inmenso desierto vacío.
En El Cairo un ayudante le dice al general Wavell que no es posible detener a los Panzer alemanes. Entonces el general ve pasar los Junkers alemanes. Sabiendo que estaba todo perdido, Wavell ordena retirarse al Canal de Suez. El ayudante le dice que los paracaidistas alemanes han tomado El Fayum y le pregunta “¿Qué hacemos con los paracaidistas alemanes del oasis? Nuestro contraataque va a empezar enseguida”. Wavell medita y dice “Siga con el contraataque, que destruyan a los paracaidistas antes de que puedan recibir ayuda y luego se retiren hacia el Sur”.
La columna alemana llega al oasis de Bahariya, donde enlaza con los paracaidistas, que están siendo aprovisionados por aviones Junkers que han aterrizado en una pista improvisada. Estos se amontonan en los camiones, pero no queda gasolina. El coronel Bräuer pregunta qué tipo de combustible usan los camiones, y ordena que los camiones llenen sus depósitos con el combustible de los aviones. Un sargento protesta, diciendo que eso quemará los motores. El coronel Bräuer le espeta “a qué tiene más aprecio, a su maldito camión o a los camaradas que luchan en El Fayum”. El sargento baja la mirada y ayuda a cargar los bidones de gasolina.
En El Fayum las tropas de Meindl resisten ataques de la infantería inglesa, que son rechazados a costa de graves pérdidas. Finalmente tres tanques ingleses entran en la posición. Un teniente le dice al coronel Meindl que ya no queda munición para los cañones, y que las balas no pueden detener a los tanques. Meindl responde “las balas no pueden pero el valor sí”. Toma dos bombas de mano y corre hacia el primer tanque. Lanza las bombas sobre la rejilla del motor y el tanque se incendia, pero entonces es alcanzado y cae. Los otros dos tanques se retiran. El coronel, malherido, es rescatado. Su ayudante le señala una nube de polvo al Este y le dice que ya no queda munición. El coronel ordena que saquen las bayonetas. Los paracaidistas aferran sus cuchillos, cuando se ve como de la nube de polvo surge un Kubelwagen alemán. Meindl pide que le suban al coche diciendo “yo os llevaré hasta el Nilo” pero pierde el conocimiento.
En la siguiente escena el coronel Meindl despierta en un hospital de campaña. Meindl lamenta haber tenido tantas bajas, y teme ser recordado con el coronel que perdió su regimiento. Entonces una enfermera le anuncia una visita: es el General Von Manstein, que le felicita y le condecora con la Cruz de Caballero. La película acaba mostrando a los paracaidistas alemanes desfilando ante las Pirámides.
18 de Febrero de 1941
De Globalpedia, la enciclopedia global
Un Oasis demasiado lejano es una película de 1977 dirigida por Werner Herzog, basada en el libro homónimo de Joachim Fest, ganadora de tres premios Goethe a la mejor dirección, a la mejor fotografía y al mejor actor secundario.
La película cuenta la historia de la costosa operación Sand-Blume, el asalto paracaidista alemán para tomar un oasis junto al río Nilo durante la Batalla de las Pirámides, ocurrida durante la invasión de Egipto, en la fase africana de la Guerra de Hegemonía. El nombre del libro y de la película procede de un comentario hecho por el Generaloberst Kurt Student, al mando del XI Fliegerkorps, al ser reprendido por el General Eric Von Manstein por las bajas sufridas durante la operación: “No pensé que atacábamos un oasis demasiado lejano”
Trama
La película comienza con una descripción del curso del año y medio de guerra. Tras el éxito en la Batalla de Francia, Alemania no consiguió derrotar a Inglaterra mediante ataques aéreos, e Italia fracasó en su ofensiva desde Libia. El OKW (Oberkommando der Wehrmacht), liderado por el Statthalter Hermann Goering, decide que un desembarco en Inglaterra será inviable a medio plazo, por lo que se decide atacar sus posesiones coloniales, expulsando a los ingleses del Mediterráneo mediante una ofensiva en Egipto, que encomendó al General Von Manstein.
Von Manstein había planeado una batalla de envolvimiento, pero temía que el ejército inglés se retirase y se consolidase en el estrecho de El Alamein. Por ello decidió lanzar una ofensiva de distracción por la cadena de oasis del desierto egipcio hasta llegar al Nilo. El ataque alemán tras las líneas británicas tenía como objetivo distraer a los británicos y favorecer un avance fulminante sobre la capital de Egipto, El Cairo, y así impedir la retirada inglesa. La operación incluiría un desembarco de 7.000 paracaidistas sobre los oasis del desierto, creando así una “alfombra de paracaidistas” que permitiría el avance rápido de una columna motorizada que llegaría a El Cairo por el Sur. El último de los oasis atacados sería el de El Fayum, próximo a la capital y que está conectado con el valle del Nilo.
Mientras el general Wavell, jefe del Ejército Británico en Egipto, estudia la situación en su Cuartel General en el Cairo. Acosado por el intrigante Primer Ministro Churchill ha tenido que atacar a las tropas del Pacto de Aquisgrán en Libia, siendo estrepitosamente derrotado. Wavell descubre que la mayor parte de su ejército ha sido rodeado, y que sus reservas han sido enviadas a Grecia por orden del imprudente Primer Ministro inglés. Wavell ordena la vuelta de esas reservas y el despliegue de las escasas tropas que posee, mientras ve por la ventana las primeras señales de pánico.
Mientras el General Student prepara sus tropas para el asalto. El coronel Meindl, al mando del regimiento que debe atacar el oasis de El Fayum, muestra sus dudas sobre la operación, considerando que su regimiento puede quedar demasiado expuesto a un contraataque británico. Student intenta tranquilizarle y expresa su deseo que el éxito de la Operación Sand-Blume permita la formación de una nueva rama de las Fuerzas Armadas alemanas, la aeromóvil.
En el desierto, el Oberstgeneral Erich Von Manstein, junto con teniente general italiano Annibale Bergonzoli, apodado “barba eléctrica”, miran como pasa una columna de prisioneros ingleses. Von Manstein alaba el valor de los soldados italianos, que han resistido el ataque de Wavell, permitiendo que los Panzer alemanes rodeen y derroten al ejército inglés. Bergonzoli agradece el cumplido, e informa al general Von Manstein que una columna italiana ha conquistado el oasis de Siwa, y que es el momento de lanzar la operación Sand-Blume. Von Manstein responde que la victoria ha sido tan completa que la operación paracaidista no es necesaria, y que va a solicitar al OKW autorización para anular la operación.
En Berlín el Mariscal Ludwig Beck, jefe del OKW, recibe la llamada de Von Manstein. Tras aceptar sus argumentos, Beck anula la operación Sand-Blume.
En Libia un oficial de inteligencia, en la película llamado mayor Meier (realmente se llamó Gottfried Meintl, pero se cambió su nombre para evitar confusiones), alarmado por los informes suministrado por los beduinos, ha ordenado un reconocimiento a baja altura sobre El Fayum. Muestra a Student las fotos en las que se ven trincheras y fortificaciones. Student cree que las posiciones están vacías, y sigue con los preparativos. En ese momento se recibe una llamada del cuartel general alemán, anulando el asalto. Student le dice a Meier “quieren matar mi proyecto, pero no lo conseguirán”. Student intenta llamar a Berlín para hablar directamente con el Statthalter Goering, pero no consigue que le pongan con él. A pesar de ello simula hablar con el Statthalter y luego ordena despegar a los aviones cargados de paracaidistas.
El General Von Manstein recibe una llamada de Student, con el ruido de los motores de avión como fondo. Student le dice que ha iniciado Sand-Blume tras recibir autorización directa del Statthalter. Von Manstein comenta con su ayudante el coronel Von Tresckow que los paracaidistas van a morir sin necesidad, pero que no puede dejarles solos, por lo que ordena que se ponga en marcha Sand, la fase terrestre de la operación. Finalmente le dice a Von Tresckow “diga a los tanquistas que se den prisa o solo encontrarán los cadáveres de esos valientes”.
En el oasis de Bahariya los paracaidistas saltan y lo encuentran casi vacío. Solo unos pocos soldados del ejército egipcio lo defienden y, al ver saltar a los alemanes, tiran sus armas y se rinden. Sin embargo El Fayum está defendido por una unidad australiana, que abre fuego al acercarse los aviones alemanes. Uno tras otro, los Junkers son derribados. Los paracaidistas saltan de los aviones en llamas, pero los soldados australianos los usan como blanco de sus fusiles. Dos paracaidistas caen delante de unos australianos. Los paracaidistas, desarmados y con el uniforme hecho jirones, levantan sus manos, pero el sargento australiano ordena matarlos a bayonetazos, diciendo “clavádsela en la barriga para que mueran despacio”. Finalmente un grupo de alemanes, con el coronel Meindl al frente, toman tierra y consiguen organizarse. Atacan a la sección australiana y matan al sargento, pero entonces ven una columna de camiones que se aproxima desde el Norte. Meindl ordena a sus tropas ocupar las posiciones inglesas. Cuando un teniente le pregunta a donde retirarse si les rodean, Meindl le responde “a la tumba”.
Mientras la primera fase de la operación Sand transcurre sin problemas. La columna alemana atraviesa el oasis de Siwa mientras los soldados italianos los vitorean. Se dirige hacia Bahariya, pero poco después una tormenta de viento cubre el camino de arena y le fuerza a detenerse. En uno de los vehículos un sargento le dice a su capitán “esos valientes de El Fayum tendrán que esperar”. El capitán responde “nosotros no podemos esperar” y baja con una pala. De los camiones saltan los soldados que, con palas y palancas, consiguen desatascar los vehículos. Pero delante de la columna solo se ve un inmenso desierto vacío.
En El Cairo un ayudante le dice al general Wavell que no es posible detener a los Panzer alemanes. Entonces el general ve pasar los Junkers alemanes. Sabiendo que estaba todo perdido, Wavell ordena retirarse al Canal de Suez. El ayudante le dice que los paracaidistas alemanes han tomado El Fayum y le pregunta “¿Qué hacemos con los paracaidistas alemanes del oasis? Nuestro contraataque va a empezar enseguida”. Wavell medita y dice “Siga con el contraataque, que destruyan a los paracaidistas antes de que puedan recibir ayuda y luego se retiren hacia el Sur”.
La columna alemana llega al oasis de Bahariya, donde enlaza con los paracaidistas, que están siendo aprovisionados por aviones Junkers que han aterrizado en una pista improvisada. Estos se amontonan en los camiones, pero no queda gasolina. El coronel Bräuer pregunta qué tipo de combustible usan los camiones, y ordena que los camiones llenen sus depósitos con el combustible de los aviones. Un sargento protesta, diciendo que eso quemará los motores. El coronel Bräuer le espeta “a qué tiene más aprecio, a su maldito camión o a los camaradas que luchan en El Fayum”. El sargento baja la mirada y ayuda a cargar los bidones de gasolina.
En El Fayum las tropas de Meindl resisten ataques de la infantería inglesa, que son rechazados a costa de graves pérdidas. Finalmente tres tanques ingleses entran en la posición. Un teniente le dice al coronel Meindl que ya no queda munición para los cañones, y que las balas no pueden detener a los tanques. Meindl responde “las balas no pueden pero el valor sí”. Toma dos bombas de mano y corre hacia el primer tanque. Lanza las bombas sobre la rejilla del motor y el tanque se incendia, pero entonces es alcanzado y cae. Los otros dos tanques se retiran. El coronel, malherido, es rescatado. Su ayudante le señala una nube de polvo al Este y le dice que ya no queda munición. El coronel ordena que saquen las bayonetas. Los paracaidistas aferran sus cuchillos, cuando se ve como de la nube de polvo surge un Kubelwagen alemán. Meindl pide que le suban al coche diciendo “yo os llevaré hasta el Nilo” pero pierde el conocimiento.
En la siguiente escena el coronel Meindl despierta en un hospital de campaña. Meindl lamenta haber tenido tantas bajas, y teme ser recordado con el coronel que perdió su regimiento. Entonces una enfermera le anuncia una visita: es el General Von Manstein, que le felicita y le condecora con la Cruz de Caballero. La película acaba mostrando a los paracaidistas alemanes desfilando ante las Pirámides.
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