El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
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- General de Ejército
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El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Ajedrez
5 de Marzo de 1941
—General Guderian, me siento muy honrado en recibirle —dijo Schellenberg, también general pero de menor grado. Heinz Guderian era uno de los artífices de la nueva táctica militar que había permitido a Alemania barrer a media Europa—. Pero me sorprende que usted pueda necesitar la ayuda de un general recién ascendido como yo.
—Mire, general, no me andaré con rodeos —el general Guderian, verdadero prototipo del general prusiano, era famoso por su brusquedad—. Tengo que hablar con usted de un asunto tan grave que no quiero usar los canales oficiales. Estoy seguro de que hay un traidor en el Alto Mando.
Schellenberg miró a su interlocutor. Si Guderian se había rebajado a tratar con un inferior es que estaba seguro de lo que decía. Pero tenía que asegurarse.
—General Guderian —dijo Schellenberg—, no dudo de lo que dice. Aunque mi departamento no puede investigar el Oberkommando der Wehrmacht sin la autorización del Mariscal Beck, necesitaría saber cuáles son los motivos de su sospecha.
—General Schellenberg, preferiría que no trasladase al Mariscal mi sospecha —dijo con un tono levemente despectivo. Guderian estaba tan convencido de su superioridad intelectual que despreciaba a los que consideraba como profesionalmente inferiores. Y entre ellos estaba el Mariscal Beck, Jefe del Ejército, llegado a tan alto puesto no por sus méritos profesionales sino por sus méritos políticos durante el intento de golpe de Estado de Himmler.
—No es lo adecuado, pero entiendo que si sospecha que somos espiados quiera ser discreto. Por favor, general Guderian ¿quería indicarme que es lo que le preocupa?
—Mire, general Schellenberg. Ya sabe que el estudio de los tanques y su papel en la guerra moderna es un tema que me interesa especialmente. Yo creo que todavía no hemos desarrollado todo el potencial que tienen las fuerzas acorazadas. Hoy día, aparte de las de nuestro Ejército, y de los pocos tanques que les quedan a los ingleses, las únicas fuerzas acorazadas dignas de tan nombre son las soviéticas. Que son imponentes. No sé si usted lo sabe, pero la Unión Soviética tiene más tanques que todo el resto del mundo junto. Calculo que tienen cerca de ¡veinte mil tanques!
—¿Veinte mil? Pero si eso es diez veces más de lo que tenemos nosotros.
—Veinte mil. No solo eso. El Ejército Rojo tiene doscientas divisiones. Y miles de cazas y de bombarderos. La Unión Soviética tiene un ejército enorme, que está aprendiendo a utilizar. Porque no piense que los reveses que cosecharon en Finlandia no les han enseñado nada. Serán comunistas pero no tontos.
—Perdone, general Guderian, pero no tenía ni idea de lo que dice ¡Veinte mil tanques! ¿Para qué quiere Stalin semejante ejército?
—¿Usted qué cree? Dicen que solo es para defenderse, pero es como llevar un cañón para defenderse de los ladrones. Yo no me siento muy tranquilo con un ejército cinco veces mayor que el nuestro al otro lado de la frontera.
Schellenberg se preocupó. Siempre había temido una alianza entre la Unión Soviética, Inglaterra y Estados Unidos, pero esto era muchísimo peor que cualquier cosa que hubiese podido pensar. Iba a tener que hacer algo. Pero Guderian había venido a otra cosa.
—Haré lo que esté en mi mano para que Alemania no tenga que ir a la guerra con Stalin, al menos por ahora. Pero usted venía por un asunto de espías.
—Gracias por recordármelo. Teniendo semejante ejército tan cerca resulta crucial saber lo que hace. Aunque conseguir noticias de la URSS no es nada fácil, hacemos lo que podemos, siguiendo las emisiones de radio, interrogando a los desertores que tienen, que son muchos, incluso hemos enviado algún avión de reconocimiento para asegurarnos. Todas las fuentes coinciden en lo mismo: el despliegue del Ejército Rojo sigue al del nuestro. General Schellenberg ¿Usted juega al ajedrez?
—Sé mover las piezas, pero poco más ¿Por qué me lo pregunta?
—Si usted fuese aficionado al ajedrez sabría que un jugador no mueve las piezas arbitrariamente, sino respondiendo a los movimientos de su oponente. Tanto que se podría saber qué está haciendo sin ver sus piezas, solo siguiendo los movimientos del otro jugador.
—Sí, le entiendo —repuso Schellenberg, que se imaginaba lo que iba a decir Guderian.
—Pues está pasando lo mismo con el Ejército Rojo. Sus movimientos parecen respuesta a los nuestros. Estamos desplazando unidades hacia los Balcanes, y ellos las envían a Ucrania. Situamos una división en Rumania, e inmediatamente ellos llevan tres a Besarabia. No es que espere que pasen desapercibidos nuestros movimientos de tropas, porque ante el traslado de una división una ópera de Wagner viene a ser como un susurro. Pero es que los rusos están desplazando sus divisiones antes que nosotros movamos las nuestras. Además denotan un singular tino al desplegarlas. No le extrañará saber que tenemos planes de contingencia por si tenemos que atacar a los rusos…
—Que no se usarán si depende de mí. Lo último que necesita nuestra Patria es una guerra en dos frentes.
—Se usen o no se usen —siguió Guderian—, parece que los soviéticos reciben una copia de nuestros planes incluso antes que estos lleguen a sus destinatarios. Por eso estoy convencido de que tenemos un traidor en el Estado Mayor que filtra información a los rusos. Si a Stalin se le ocurre atacarnos, o si tenemos que hacerlo, nada sería peor que tener un soplón mirando por encima de nuestro hombro. Tenemos que atrapar a esa rata.
—Gracias por la confianza que pone en mis limitadas capacidades. Haré lo que pueda. Espero que no le moleste que le sugiera que guarde una absoluta reserva sobre sus sospechas.
El general Guderian salió del despacho de Schellenberg, dejando al general de inteligencia muy preocupado. Veinte mil tanques en manos de un dictador paranoico que además tenía acceso a los planes alemanes. Eso podía ser catastrófico. Schellenberg se imaginó lo que haría de estar en la posición de Stalin: esperaría hasta que el ejército alemán estuviese comprometido, y entonces daría su mazazo. Empezando por los pozos de petróleo rumanos, que estaban a poco más de 150 kilómetros de la frontera. Si los rusos atacaban por sorpresa sus tanques podrían estar en Ploiesti en un par de días, dejando a Alemania casi sin petróleo, y sin combustible el ejército alemán quedaría reducido a la impotencia. Recomendaría al Statthalter que se atendiese a la defensa adecuada de los campos de petróleo, dijese lo que dijese Antonescu. Y tenía que atrapar al espía.
Pero eso solo paliaría el problema temporalmente. El oso ruso apuntaba a Alemania con un cañón potentísimo. Aunque, bien pensado, los cañones pueden ser peligrosos también para los manejan…
5 de Marzo de 1941
—General Guderian, me siento muy honrado en recibirle —dijo Schellenberg, también general pero de menor grado. Heinz Guderian era uno de los artífices de la nueva táctica militar que había permitido a Alemania barrer a media Europa—. Pero me sorprende que usted pueda necesitar la ayuda de un general recién ascendido como yo.
—Mire, general, no me andaré con rodeos —el general Guderian, verdadero prototipo del general prusiano, era famoso por su brusquedad—. Tengo que hablar con usted de un asunto tan grave que no quiero usar los canales oficiales. Estoy seguro de que hay un traidor en el Alto Mando.
Schellenberg miró a su interlocutor. Si Guderian se había rebajado a tratar con un inferior es que estaba seguro de lo que decía. Pero tenía que asegurarse.
—General Guderian —dijo Schellenberg—, no dudo de lo que dice. Aunque mi departamento no puede investigar el Oberkommando der Wehrmacht sin la autorización del Mariscal Beck, necesitaría saber cuáles son los motivos de su sospecha.
—General Schellenberg, preferiría que no trasladase al Mariscal mi sospecha —dijo con un tono levemente despectivo. Guderian estaba tan convencido de su superioridad intelectual que despreciaba a los que consideraba como profesionalmente inferiores. Y entre ellos estaba el Mariscal Beck, Jefe del Ejército, llegado a tan alto puesto no por sus méritos profesionales sino por sus méritos políticos durante el intento de golpe de Estado de Himmler.
—No es lo adecuado, pero entiendo que si sospecha que somos espiados quiera ser discreto. Por favor, general Guderian ¿quería indicarme que es lo que le preocupa?
—Mire, general Schellenberg. Ya sabe que el estudio de los tanques y su papel en la guerra moderna es un tema que me interesa especialmente. Yo creo que todavía no hemos desarrollado todo el potencial que tienen las fuerzas acorazadas. Hoy día, aparte de las de nuestro Ejército, y de los pocos tanques que les quedan a los ingleses, las únicas fuerzas acorazadas dignas de tan nombre son las soviéticas. Que son imponentes. No sé si usted lo sabe, pero la Unión Soviética tiene más tanques que todo el resto del mundo junto. Calculo que tienen cerca de ¡veinte mil tanques!
—¿Veinte mil? Pero si eso es diez veces más de lo que tenemos nosotros.
—Veinte mil. No solo eso. El Ejército Rojo tiene doscientas divisiones. Y miles de cazas y de bombarderos. La Unión Soviética tiene un ejército enorme, que está aprendiendo a utilizar. Porque no piense que los reveses que cosecharon en Finlandia no les han enseñado nada. Serán comunistas pero no tontos.
—Perdone, general Guderian, pero no tenía ni idea de lo que dice ¡Veinte mil tanques! ¿Para qué quiere Stalin semejante ejército?
—¿Usted qué cree? Dicen que solo es para defenderse, pero es como llevar un cañón para defenderse de los ladrones. Yo no me siento muy tranquilo con un ejército cinco veces mayor que el nuestro al otro lado de la frontera.
Schellenberg se preocupó. Siempre había temido una alianza entre la Unión Soviética, Inglaterra y Estados Unidos, pero esto era muchísimo peor que cualquier cosa que hubiese podido pensar. Iba a tener que hacer algo. Pero Guderian había venido a otra cosa.
—Haré lo que esté en mi mano para que Alemania no tenga que ir a la guerra con Stalin, al menos por ahora. Pero usted venía por un asunto de espías.
—Gracias por recordármelo. Teniendo semejante ejército tan cerca resulta crucial saber lo que hace. Aunque conseguir noticias de la URSS no es nada fácil, hacemos lo que podemos, siguiendo las emisiones de radio, interrogando a los desertores que tienen, que son muchos, incluso hemos enviado algún avión de reconocimiento para asegurarnos. Todas las fuentes coinciden en lo mismo: el despliegue del Ejército Rojo sigue al del nuestro. General Schellenberg ¿Usted juega al ajedrez?
—Sé mover las piezas, pero poco más ¿Por qué me lo pregunta?
—Si usted fuese aficionado al ajedrez sabría que un jugador no mueve las piezas arbitrariamente, sino respondiendo a los movimientos de su oponente. Tanto que se podría saber qué está haciendo sin ver sus piezas, solo siguiendo los movimientos del otro jugador.
—Sí, le entiendo —repuso Schellenberg, que se imaginaba lo que iba a decir Guderian.
—Pues está pasando lo mismo con el Ejército Rojo. Sus movimientos parecen respuesta a los nuestros. Estamos desplazando unidades hacia los Balcanes, y ellos las envían a Ucrania. Situamos una división en Rumania, e inmediatamente ellos llevan tres a Besarabia. No es que espere que pasen desapercibidos nuestros movimientos de tropas, porque ante el traslado de una división una ópera de Wagner viene a ser como un susurro. Pero es que los rusos están desplazando sus divisiones antes que nosotros movamos las nuestras. Además denotan un singular tino al desplegarlas. No le extrañará saber que tenemos planes de contingencia por si tenemos que atacar a los rusos…
—Que no se usarán si depende de mí. Lo último que necesita nuestra Patria es una guerra en dos frentes.
—Se usen o no se usen —siguió Guderian—, parece que los soviéticos reciben una copia de nuestros planes incluso antes que estos lleguen a sus destinatarios. Por eso estoy convencido de que tenemos un traidor en el Estado Mayor que filtra información a los rusos. Si a Stalin se le ocurre atacarnos, o si tenemos que hacerlo, nada sería peor que tener un soplón mirando por encima de nuestro hombro. Tenemos que atrapar a esa rata.
—Gracias por la confianza que pone en mis limitadas capacidades. Haré lo que pueda. Espero que no le moleste que le sugiera que guarde una absoluta reserva sobre sus sospechas.
El general Guderian salió del despacho de Schellenberg, dejando al general de inteligencia muy preocupado. Veinte mil tanques en manos de un dictador paranoico que además tenía acceso a los planes alemanes. Eso podía ser catastrófico. Schellenberg se imaginó lo que haría de estar en la posición de Stalin: esperaría hasta que el ejército alemán estuviese comprometido, y entonces daría su mazazo. Empezando por los pozos de petróleo rumanos, que estaban a poco más de 150 kilómetros de la frontera. Si los rusos atacaban por sorpresa sus tanques podrían estar en Ploiesti en un par de días, dejando a Alemania casi sin petróleo, y sin combustible el ejército alemán quedaría reducido a la impotencia. Recomendaría al Statthalter que se atendiese a la defensa adecuada de los campos de petróleo, dijese lo que dijese Antonescu. Y tenía que atrapar al espía.
Pero eso solo paliaría el problema temporalmente. El oso ruso apuntaba a Alemania con un cañón potentísimo. Aunque, bien pensado, los cañones pueden ser peligrosos también para los manejan…
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Leyendo la prensa
6 de Marzo de 1941
El antiguo arquitecto del Partido, Albert Speer, se removió inquieto en su silla. La pierna izquierda no dejaba de dolerle, y le traía a la memoria aquel desgraciado día en París en el que el Führer fue asesinado. Speer recordaba cada segundo de aquellos instantes. Como el entusiasmado Hitler había entrado en el Palacio de la Ópera en París, admirando la magna obra del mejor arquitecto francés del siglo XIX, Charles Garnier. Estaban admirando el vestíbulo cuando Hitler sugirió que la dependencia había sido diseñada para ser iluminada solo por las grandes lámparas de araña, y que la iluminación eléctrica añadida posteriormente era tan plana que quitaba la fuerza que el escultor quiso dar a las estatuas de grandes músicos que adornaban la sala. Speer acababa de salir al atrio buscando al conserje para que apagase esas luces, cuando una enorme explosión sacudió el edificio, y la puerta del vestíbulo fue proyectada en astillas, varias de las cuales se clavaron en su pierna. Intentó arrastrarse para buscar a su amado líder, pero perdió el conocimiento. Cuando se recuperó supo que la bomba había convertido a los presentes en antorchas humanas y que, aunque habían podido rescatar al Führer, este había fallecido retorciéndose de dolor precisamente al lado de donde Speer había caído.
Speer no podía olvidar que él era el guía que tenía que enseñar París a su amado líder, y que le había fallado. Había decidido abandonar la arquitectura, que no tenía sentido sin su inspirador, y dedicar todo su esfuerzo para derrotar a los asesinos de su mentor. Pero el Ministro Todt le había despreciado y lo había relegado a un rincón del vasto Ministerio de Armamentos. Por suerte el general Schellenberg le había rescatado de las tareas burocráticas y le había encomendado que efectuase una valoración independiente de la capacidad industrial alemana y la de sus enemigos. Le había sugerido que la prensa podía resultar una inmejorable fuente de información, pero siempre teniendo en cuenta que el enemigo podía estar manipulando sus publicaciones.
Speer creía que el repaso de la prensa podía ser un ejercicio fútil, y que para eso estaba los correspondientes gabinetes del Ministerio de Asuntos Exteriores y del Servicio de Inteligencia. Pero Schellenberg le había encomendado que hiciese una valoración independiente, porque el general creía que en Exteriores o en Inteligencia sabían mucho de política o de espías, pero muy poco de técnica.
El antiguo arquitecto había reunido a un grupo de científicos, físicos e ingenieros y los había puesto a revisar artículos técnicos publicados tanto en revistas científicas como en la prensa generalista. Para obviar la limitada disponibilidad de traductores, Speer había ordenado que solo se tradujesen los titulares, y que los artículos solo serían traducidos si parecían tener algún interés. Ante su sorpresa, pronto aparecieron las primeras perlas.
Lo primero fue un hallazgo que podía revolucionar la guerra electrónica. El desarrollo del radiotelémetro, es decir, el ingenio destinado a detectar los aviones mediante ondas de radio, eso que los anglosajones llamaban radar, estaba limitado por la dificultad en desarrollar un emisor con potencia suficiente. El alcance de un radiotelémetro es función tanto de la potencia como de la longitud de onda: con longitudes de onda mayores se podían conseguir alcances mucho mayores manteniendo la misma potencia de salida. Pero usar longitudes de onda largas tenía importantes inconvenientes, porque se requerían antenas enormes, de varios metros de anchura. Los equipos de onda larga además resultaban muy poco precisos, y sufrían interferencias causadas por el rebote de las ondas de radio en tierra o en el mar. Los estudios en laboratorio habían mostrado que usando longitudes de onda cortas, de centímetros, se minimizaban las interferencias, la precisión era muchísimo mayor, y además se podían miniaturizar los equipos, tanto que podían ser instalados en un avión. Pero las ondas cortas, para tener un alcance razonable, necesitaban potencias enormes que los emisores en uso no podían proporcionar.
La industria alemana había fracasado en diseñar un emisor de este tipo. Pero su equipo había encontrado una sorpresa: un par de ingenieros soviéticos, unos tales Alekseev y Malayrov, habían diseñado un equipo con un diseño completamente diferente, en el que unas cavidades añadidas producían una resonancia que permitía conseguir una potencia de salida ¡cien veces mayor a la de los equipos alemanes similares! Lo triste era que en Telefunken habían estudiado un diseño parecido pero lo habían abandonado en fases iniciales. Por lo que pudo saber los rusos habían abandonado también esa línea de investigación pero a saber por qué motivos. Los ingenieros le dijeron a Speer que el diseño era muy prometedor, por lo que decidió presentarlo al general Schellenberg.
Otra perla procedía de sus mismísimos enemigos. En Inglaterra un grupo de médicos estaba investigando sustancias naturales antimicrobianas, y habían encontrado una que parecía muy prometedora. Era el producto de un moho que había sido descubierto unos años antes por otro médico inglés, llamado Alexander Fleming, y que había llamado Penicilina. Según parecía un grupo de médicos en Oxford, dirigido por un australiano apellidado Florey, había encontrado que la Penicilina no solo era un veneno muy efectivo para las bacterias, sino que no parecía tóxico. De ser así, la Penicilina sería varias decenas de veces más efectiva que las Sulfamidas. El equipo de Florey había publicado sus hallazgos en la revista médica “The Lancet”, y un ejemplar había llegado a Alemania gracias la embajada sueca. Si Alemania tuviese esa especie de super sulfamida los miles de alemanes que perecían por infecciones causadas por accidentes triviales podrían seguir siendo miembros productivos de la sociedad. Era otro asunto a investigar. Iba a ser prioritario conseguir muestras de ese moho que Fleming había encontrado.
Un tercer informe tenía peores noticias, y para eso Speer no había necesitado ninguna ayuda. La evaluación de la capacidad industrial alemana y su rendimiento demostraba que la Patria no estaba aprovechando ni siquiera una fracción de sus enormes recursos. Según sus datos, la economía alemana de la preguerra era un 30% mayor que la inglesa. Pero si se sumaba la italiana y la de los países que Alemania había conquistado, era más del doble. Sin embargo, los estudios que obraban en su haber mostraban que en los últimos meses de 1940 y los primeros de 1941 Inglaterra había fabricado más armamento que Alemania e Italia juntas. No tuvo que investigar demasiado para encontrar las causas: Alemania no había efectuado una movilización civil parecida a la británica. Mientras que en Inglaterra todos los hombres jóvenes estaban en las Fuerzas Armadas, en la industria o en las minas, y todas las mujeres jóvenes tenían que incorporarse a puestos auxiliares, las mujeres alemanas no solo no estaban contribuyendo al esfuerzo bélico, sino que gozaban de la ayuda de decenas de miles de empleados del hogar. La industria era un caos, con múltiples departamentos peleándose por los recursos disponibles, con desarrollo paralelo de múltiples equipos, y con una gran producción de bienes de lujo que no tenía sentido durante una guerra total. Las fábricas inglesas trabajaban a tres turnos, mientras las máquinas alemanas se apagaban a media tarde hasta la mañana siguiente. En ese desorden rapaces industriales intentaban rapiñar beneficios a costa del esfuerzo común.
Speer pensaba que eso no podía seguir así. Las mujeres alemanas tendrían que escoger entre una derrota de Alemania que llevase a la ruina y la revolución, o entregarse en cuerpo y alma a la victoria. Si las berlinesas tenía que fregar el suelo de sus pisos porque sus criadas se incorporaban a las fábricas de armamento, que lo fregasen. La economía alemana requería una reordenación total si se quería ganar la guerra.
El cuarto hallazgo era el más ominoso. Un físico del Kaiser-Wilhelm Institut de Berlín llamó a Speer extrañado no por lo que encontraba sino por lo que no encontraba. En el Instituto todos estaban fascinados por las posibilidades que ofrecía la recién descubierta fisión del Uranio, un metal raro. Pero en las revistas anglosajonas parecía que la palabra Uranio estaba proscrita. Desde 1939 habían desaparecido de las revistas todos los artículos relacionados con el Uranio, con la fisión, con los neutrones o con las partículas subatómicas. Un aforismo militar era que la falta de noticias era la peor noticia. Que tantos científicos como se dedicaban al novedoso campo de la Física hubiesen dejado de publicar solo tenía una explicación: habían descubierto algo tan grave, tan importante, que el velo del secreto militar había caído sobre él. El físico le dijo lo que ellos pensaban que podía hacer una bomba de Uranio de enorme potencia, tanta que Speer al principio no les creyó: decían que un dispositivo de Uranio, que cabría en un barco, un submarino o tal vez incluso en un avión, podía volatilizar una ciudad como Berlín. Esa era el arma definitiva, y quien consiguiese desarrollarla ganaría la guerra, pasase lo que pasase en los campos de batalla.
Speer fue cojeando a la cita que tenía con el general Schellenberg. No sabía si las carpetas que llevaba le alegrarían el día… o no le dejarían dormir por las noches.
6 de Marzo de 1941
El antiguo arquitecto del Partido, Albert Speer, se removió inquieto en su silla. La pierna izquierda no dejaba de dolerle, y le traía a la memoria aquel desgraciado día en París en el que el Führer fue asesinado. Speer recordaba cada segundo de aquellos instantes. Como el entusiasmado Hitler había entrado en el Palacio de la Ópera en París, admirando la magna obra del mejor arquitecto francés del siglo XIX, Charles Garnier. Estaban admirando el vestíbulo cuando Hitler sugirió que la dependencia había sido diseñada para ser iluminada solo por las grandes lámparas de araña, y que la iluminación eléctrica añadida posteriormente era tan plana que quitaba la fuerza que el escultor quiso dar a las estatuas de grandes músicos que adornaban la sala. Speer acababa de salir al atrio buscando al conserje para que apagase esas luces, cuando una enorme explosión sacudió el edificio, y la puerta del vestíbulo fue proyectada en astillas, varias de las cuales se clavaron en su pierna. Intentó arrastrarse para buscar a su amado líder, pero perdió el conocimiento. Cuando se recuperó supo que la bomba había convertido a los presentes en antorchas humanas y que, aunque habían podido rescatar al Führer, este había fallecido retorciéndose de dolor precisamente al lado de donde Speer había caído.
Speer no podía olvidar que él era el guía que tenía que enseñar París a su amado líder, y que le había fallado. Había decidido abandonar la arquitectura, que no tenía sentido sin su inspirador, y dedicar todo su esfuerzo para derrotar a los asesinos de su mentor. Pero el Ministro Todt le había despreciado y lo había relegado a un rincón del vasto Ministerio de Armamentos. Por suerte el general Schellenberg le había rescatado de las tareas burocráticas y le había encomendado que efectuase una valoración independiente de la capacidad industrial alemana y la de sus enemigos. Le había sugerido que la prensa podía resultar una inmejorable fuente de información, pero siempre teniendo en cuenta que el enemigo podía estar manipulando sus publicaciones.
Speer creía que el repaso de la prensa podía ser un ejercicio fútil, y que para eso estaba los correspondientes gabinetes del Ministerio de Asuntos Exteriores y del Servicio de Inteligencia. Pero Schellenberg le había encomendado que hiciese una valoración independiente, porque el general creía que en Exteriores o en Inteligencia sabían mucho de política o de espías, pero muy poco de técnica.
El antiguo arquitecto había reunido a un grupo de científicos, físicos e ingenieros y los había puesto a revisar artículos técnicos publicados tanto en revistas científicas como en la prensa generalista. Para obviar la limitada disponibilidad de traductores, Speer había ordenado que solo se tradujesen los titulares, y que los artículos solo serían traducidos si parecían tener algún interés. Ante su sorpresa, pronto aparecieron las primeras perlas.
Lo primero fue un hallazgo que podía revolucionar la guerra electrónica. El desarrollo del radiotelémetro, es decir, el ingenio destinado a detectar los aviones mediante ondas de radio, eso que los anglosajones llamaban radar, estaba limitado por la dificultad en desarrollar un emisor con potencia suficiente. El alcance de un radiotelémetro es función tanto de la potencia como de la longitud de onda: con longitudes de onda mayores se podían conseguir alcances mucho mayores manteniendo la misma potencia de salida. Pero usar longitudes de onda largas tenía importantes inconvenientes, porque se requerían antenas enormes, de varios metros de anchura. Los equipos de onda larga además resultaban muy poco precisos, y sufrían interferencias causadas por el rebote de las ondas de radio en tierra o en el mar. Los estudios en laboratorio habían mostrado que usando longitudes de onda cortas, de centímetros, se minimizaban las interferencias, la precisión era muchísimo mayor, y además se podían miniaturizar los equipos, tanto que podían ser instalados en un avión. Pero las ondas cortas, para tener un alcance razonable, necesitaban potencias enormes que los emisores en uso no podían proporcionar.
La industria alemana había fracasado en diseñar un emisor de este tipo. Pero su equipo había encontrado una sorpresa: un par de ingenieros soviéticos, unos tales Alekseev y Malayrov, habían diseñado un equipo con un diseño completamente diferente, en el que unas cavidades añadidas producían una resonancia que permitía conseguir una potencia de salida ¡cien veces mayor a la de los equipos alemanes similares! Lo triste era que en Telefunken habían estudiado un diseño parecido pero lo habían abandonado en fases iniciales. Por lo que pudo saber los rusos habían abandonado también esa línea de investigación pero a saber por qué motivos. Los ingenieros le dijeron a Speer que el diseño era muy prometedor, por lo que decidió presentarlo al general Schellenberg.
Otra perla procedía de sus mismísimos enemigos. En Inglaterra un grupo de médicos estaba investigando sustancias naturales antimicrobianas, y habían encontrado una que parecía muy prometedora. Era el producto de un moho que había sido descubierto unos años antes por otro médico inglés, llamado Alexander Fleming, y que había llamado Penicilina. Según parecía un grupo de médicos en Oxford, dirigido por un australiano apellidado Florey, había encontrado que la Penicilina no solo era un veneno muy efectivo para las bacterias, sino que no parecía tóxico. De ser así, la Penicilina sería varias decenas de veces más efectiva que las Sulfamidas. El equipo de Florey había publicado sus hallazgos en la revista médica “The Lancet”, y un ejemplar había llegado a Alemania gracias la embajada sueca. Si Alemania tuviese esa especie de super sulfamida los miles de alemanes que perecían por infecciones causadas por accidentes triviales podrían seguir siendo miembros productivos de la sociedad. Era otro asunto a investigar. Iba a ser prioritario conseguir muestras de ese moho que Fleming había encontrado.
Un tercer informe tenía peores noticias, y para eso Speer no había necesitado ninguna ayuda. La evaluación de la capacidad industrial alemana y su rendimiento demostraba que la Patria no estaba aprovechando ni siquiera una fracción de sus enormes recursos. Según sus datos, la economía alemana de la preguerra era un 30% mayor que la inglesa. Pero si se sumaba la italiana y la de los países que Alemania había conquistado, era más del doble. Sin embargo, los estudios que obraban en su haber mostraban que en los últimos meses de 1940 y los primeros de 1941 Inglaterra había fabricado más armamento que Alemania e Italia juntas. No tuvo que investigar demasiado para encontrar las causas: Alemania no había efectuado una movilización civil parecida a la británica. Mientras que en Inglaterra todos los hombres jóvenes estaban en las Fuerzas Armadas, en la industria o en las minas, y todas las mujeres jóvenes tenían que incorporarse a puestos auxiliares, las mujeres alemanas no solo no estaban contribuyendo al esfuerzo bélico, sino que gozaban de la ayuda de decenas de miles de empleados del hogar. La industria era un caos, con múltiples departamentos peleándose por los recursos disponibles, con desarrollo paralelo de múltiples equipos, y con una gran producción de bienes de lujo que no tenía sentido durante una guerra total. Las fábricas inglesas trabajaban a tres turnos, mientras las máquinas alemanas se apagaban a media tarde hasta la mañana siguiente. En ese desorden rapaces industriales intentaban rapiñar beneficios a costa del esfuerzo común.
Speer pensaba que eso no podía seguir así. Las mujeres alemanas tendrían que escoger entre una derrota de Alemania que llevase a la ruina y la revolución, o entregarse en cuerpo y alma a la victoria. Si las berlinesas tenía que fregar el suelo de sus pisos porque sus criadas se incorporaban a las fábricas de armamento, que lo fregasen. La economía alemana requería una reordenación total si se quería ganar la guerra.
El cuarto hallazgo era el más ominoso. Un físico del Kaiser-Wilhelm Institut de Berlín llamó a Speer extrañado no por lo que encontraba sino por lo que no encontraba. En el Instituto todos estaban fascinados por las posibilidades que ofrecía la recién descubierta fisión del Uranio, un metal raro. Pero en las revistas anglosajonas parecía que la palabra Uranio estaba proscrita. Desde 1939 habían desaparecido de las revistas todos los artículos relacionados con el Uranio, con la fisión, con los neutrones o con las partículas subatómicas. Un aforismo militar era que la falta de noticias era la peor noticia. Que tantos científicos como se dedicaban al novedoso campo de la Física hubiesen dejado de publicar solo tenía una explicación: habían descubierto algo tan grave, tan importante, que el velo del secreto militar había caído sobre él. El físico le dijo lo que ellos pensaban que podía hacer una bomba de Uranio de enorme potencia, tanta que Speer al principio no les creyó: decían que un dispositivo de Uranio, que cabría en un barco, un submarino o tal vez incluso en un avión, podía volatilizar una ciudad como Berlín. Esa era el arma definitiva, y quien consiguiese desarrollarla ganaría la guerra, pasase lo que pasase en los campos de batalla.
Speer fue cojeando a la cita que tenía con el general Schellenberg. No sabía si las carpetas que llevaba le alegrarían el día… o no le dejarían dormir por las noches.
Última edición por Domper el 08 Oct 2014, 10:09, editado 1 vez en total.
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Policía
7 de Marzo de 1941
Entre Guderian y Speer habían conseguido que Schellenberg estuviese dando vueltas en la cama sin conseguir conciliar el sueño. Al final, harto, se había levantado y se había acercado al despacho. Allí, cigarrillo tras cigarrillo, estuvo pensando en cual podría ser la solución.
Respecto a los asuntos que le había traído Speer, Schellenberg se estaba convenciendo de que Todt, en su papel de Ministro de Armamentos, estaba perjudicando más que beneficiando a Alemania. El modo caótico que tenía de controlar la economía estaba permitiendo que se perdiesen descubrimientos que podían permitir a Alemania conseguir la hegemonía. Tanto que había criticado a los italianos por no hacer caso al petróleo descubierto por Desio, y en la Patria el desorden era mayor. Tendría que hablar con el Statthalter sobre eso.
Pero quedaba el asunto del espía ruso. Eso entraba dentro de las competencias de Schellenberg, pero iba a saltarse los canales habituales. Por eso había llamado al Mayor Arthur Nebe, antiguo inspector de policía, posteriormente miembro de las SS, y en la actualidad jefe de la Kriminalpolizei, la Kripo.
—Sé que le parecerá extraño lo que le voy a pedir —le dijo Schellenberg— pero necesito la ayuda de un experto ajeno a la Gestapo. Francamente, no confío demasiado en ella. Sus agentes hacen gala de brutalidad y yo necesito algo… como lo diría, más delicado.
Nebe, que discrepaba abiertamente con Müller, jefe de la Gestapo, permaneció en silencio. Schellenberg siguió.
—Mayor Nebe, un alto oficial del Ejército me ha presentado pruebas que indican que los rusos han conseguido infiltrar espías en nuestro país. Lamentablemente, eso no ha sido ninguna sorpresa. Nuestra seguridad interna sería inadecuada hasta para un internado de jovencitas, y tenemos montones de ratas escondidas que aprovechan cualquier descuido para largarles a los enemigos de la Patria todos nuestros secretos. Fíjese que hasta creo que hay infiltrados en la Abwehr y en la Gestapo.
Nebe siguió escuchando. Temía que Schellenberg fuese a acusarle de simpatías antinazis.
—Pero entre tanta rata quiero que usted me ayude a atrapar a un tipo muy particular. Resulta que los ejércitos que al otro lado de la frontera tiene Stalin, nuestro querido aliado, están siguiendo muy de cerca nuestros movimientos. Tan de cerca que parecen conocerlos antes que se realicen. Por ejemplo, construyen fortificaciones precisamente por donde nosotros habíamos planeado atacar.
Nebe puso cara de espanto ¿Atacar a la URSS? Pero siguió Schellenberg.
—No se alarme, no vamos a invadir Rusia. Por lo menos no sin antes acabar nuestro asuntillo con los ingleses. Esos planes se han hecho por si acaso, igual que tenemos planes para invadir Suecia o Turquía, o para defendernos de los italianos.
—¿Necesitamos planes para defendernos de los italianos? —dijo irónicamente Nebe.
Schellenberg rio—. Me imagino que serán algo así como “déjenlos atacar y se derrotaran ellos solos”. La cuestión no es si los rusos conocen esos planes ya que poco cuesta cambiarlos, sino que deben tener varios informadores en Berlín, y alguno con acceso a información muy jugosa. Me gustaría saber quiénes son esos elementos y pensé ¿Quién mejor que un policía para atrapar un delincuente? Y aquí le tengo a usted.
Nebe respondió—. General, no tengo ninguna experiencia en contraespionaje.
—Pero muchísima en delincuencia, y un espía no es sino un tipo muy especial de ladrón. La Gestapo hasta ahora apenas ha conseguido nada. Supongo que los espías vigilan a nuestra Geheime Staatspolizei con cien ojos, y las pocas veces que Müller pesca algún pececillo lo mata a golpes y el verdadero enemigo, el tiburón, se escapa. Supongo que los policías de la Kripo llamarán menos la atención que esos animales con abrigos de cuero, y siempre podrán decir que persiguen a algún estraperlista. Nebe, me urge, mejor dicho, le urge a Alemania saber quién o quiénes son esos informadores, y no quiero que los atrape el bruto de Müller. Porque yo quiero que los identifique pero sin que ellos se enteren. Ni siquiera deben sentirse vigilados. Nebe, sé que usted no es un admirador del régimen, pero es un alemán y un patriota ¿podrá encargarse de esa tarea? Dispondrá de todos los medios que necesite.
7 de Marzo de 1941
Entre Guderian y Speer habían conseguido que Schellenberg estuviese dando vueltas en la cama sin conseguir conciliar el sueño. Al final, harto, se había levantado y se había acercado al despacho. Allí, cigarrillo tras cigarrillo, estuvo pensando en cual podría ser la solución.
Respecto a los asuntos que le había traído Speer, Schellenberg se estaba convenciendo de que Todt, en su papel de Ministro de Armamentos, estaba perjudicando más que beneficiando a Alemania. El modo caótico que tenía de controlar la economía estaba permitiendo que se perdiesen descubrimientos que podían permitir a Alemania conseguir la hegemonía. Tanto que había criticado a los italianos por no hacer caso al petróleo descubierto por Desio, y en la Patria el desorden era mayor. Tendría que hablar con el Statthalter sobre eso.
Pero quedaba el asunto del espía ruso. Eso entraba dentro de las competencias de Schellenberg, pero iba a saltarse los canales habituales. Por eso había llamado al Mayor Arthur Nebe, antiguo inspector de policía, posteriormente miembro de las SS, y en la actualidad jefe de la Kriminalpolizei, la Kripo.
—Sé que le parecerá extraño lo que le voy a pedir —le dijo Schellenberg— pero necesito la ayuda de un experto ajeno a la Gestapo. Francamente, no confío demasiado en ella. Sus agentes hacen gala de brutalidad y yo necesito algo… como lo diría, más delicado.
Nebe, que discrepaba abiertamente con Müller, jefe de la Gestapo, permaneció en silencio. Schellenberg siguió.
—Mayor Nebe, un alto oficial del Ejército me ha presentado pruebas que indican que los rusos han conseguido infiltrar espías en nuestro país. Lamentablemente, eso no ha sido ninguna sorpresa. Nuestra seguridad interna sería inadecuada hasta para un internado de jovencitas, y tenemos montones de ratas escondidas que aprovechan cualquier descuido para largarles a los enemigos de la Patria todos nuestros secretos. Fíjese que hasta creo que hay infiltrados en la Abwehr y en la Gestapo.
Nebe siguió escuchando. Temía que Schellenberg fuese a acusarle de simpatías antinazis.
—Pero entre tanta rata quiero que usted me ayude a atrapar a un tipo muy particular. Resulta que los ejércitos que al otro lado de la frontera tiene Stalin, nuestro querido aliado, están siguiendo muy de cerca nuestros movimientos. Tan de cerca que parecen conocerlos antes que se realicen. Por ejemplo, construyen fortificaciones precisamente por donde nosotros habíamos planeado atacar.
Nebe puso cara de espanto ¿Atacar a la URSS? Pero siguió Schellenberg.
—No se alarme, no vamos a invadir Rusia. Por lo menos no sin antes acabar nuestro asuntillo con los ingleses. Esos planes se han hecho por si acaso, igual que tenemos planes para invadir Suecia o Turquía, o para defendernos de los italianos.
—¿Necesitamos planes para defendernos de los italianos? —dijo irónicamente Nebe.
Schellenberg rio—. Me imagino que serán algo así como “déjenlos atacar y se derrotaran ellos solos”. La cuestión no es si los rusos conocen esos planes ya que poco cuesta cambiarlos, sino que deben tener varios informadores en Berlín, y alguno con acceso a información muy jugosa. Me gustaría saber quiénes son esos elementos y pensé ¿Quién mejor que un policía para atrapar un delincuente? Y aquí le tengo a usted.
Nebe respondió—. General, no tengo ninguna experiencia en contraespionaje.
—Pero muchísima en delincuencia, y un espía no es sino un tipo muy especial de ladrón. La Gestapo hasta ahora apenas ha conseguido nada. Supongo que los espías vigilan a nuestra Geheime Staatspolizei con cien ojos, y las pocas veces que Müller pesca algún pececillo lo mata a golpes y el verdadero enemigo, el tiburón, se escapa. Supongo que los policías de la Kripo llamarán menos la atención que esos animales con abrigos de cuero, y siempre podrán decir que persiguen a algún estraperlista. Nebe, me urge, mejor dicho, le urge a Alemania saber quién o quiénes son esos informadores, y no quiero que los atrape el bruto de Müller. Porque yo quiero que los identifique pero sin que ellos se enteren. Ni siquiera deben sentirse vigilados. Nebe, sé que usted no es un admirador del régimen, pero es un alemán y un patriota ¿podrá encargarse de esa tarea? Dispondrá de todos los medios que necesite.
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El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Capítulo 13. Interludio marítimo
Frío, frío
7 de Marzo de 1941
En el Atlántico Norte el crucero ligero HMS Naiad se enfrentaba a olas de seis metros de altura, que al romper contra la proa cubrían de espuma el puente.
El Naiad era uno de los cruceros británicos más modernos, pero también uno de los más pequeños. En el periodo de entreguerras las marinas habían construido cruceros grandes y poderosamente armados, pero que eran tan caros como los cruceros de batalla de la Gran Guerra. Lo que era un problema para la Royal Navy, que tenía que sustituir un buen número de cruceros construidos durante la Primera Guerra Mundial, que eran barcos anticuados cuyas máquinas no daban más de sí. Por otra parte el progreso de la aviación amenazaba el dominio de los mares. Por ello se decidió diseñar un tipo de crucero pequeño, que se pudiese construir en gran número, armado con cañones antiaéreos. Esos buques tendrían que actuar como escoltas de acorazados y portaaviones en las aguas confinadas cercanas a las bases británicas.
Pero la necesidad de cruceros modernos había destinado al Naiad a un papel que le venía grande: la vigilancia del Atlántico Norte. En ese escenario su armamento antiaéreo resultaba casi inútil, pues era improbable encontrarse con otra cosa que no fuese algún avión de reconocimiento que procuraría mantenerse alejado. Los cañones bivalentes de 133 mm que montaba el Naiad eran muy inferiores a los de 152 y 203 mm de los cruceros alemanes. Si se encontraba con alguno de ellos lo único que podía salvar al Naiad era el radar, el más moderno de la flota, y la velocidad. Lo malo era que la velocidad máxima del Naiad, unos modestos 32 nudos, solo se alcanzaba con el mar en calma, y no con las monstruosas olas del Atlántico Norte invernal.
Desde su entrada en servicio el crucero se había aburrido escoltando convoyes procedentes de Halifax. Pero un mes antes se había recibido un mensaje procedente de la embajada británica en Estocolmo, casi el único lugar de Europa continental en la que Inglaterra seguía teniendo amigos. Un guardacostas sueco había avistado una potente formación alemana en el Skagerrak. La Home Fleet había partido a toda prisa para vigilar el espacio entre Islandia y las islas Feroe. Pero la formación alemana parecía haberse desvanecido, hasta que un avión de reconocimiento avistó tres grandes buques en el fiordo de Trondheim: los barcos alemanes simplemente habían cambiado de base, mientras la Home Fleet gastaba su valioso combustible persiguiendo fantasmas. Al final los acorazados ingleses tuvieron que retirarse a Scapa Flow para repostar, pero era preciso mantener la vigilancia, por lo que el Naiad tuvo que abandonar el convoy que escoltaba. Ya llevaba dos semanas recorriendo el espacio entre Islandia y las Feroe, y los depósitos de combustible estaban casi vacíos.
El Capitán Marcel Harcourt Attwood Kelsey intentaba ver algo a través de los cristales pero resultaba imposible. Los vigías tenían que estar pasándolo aun peor. Solo podía confiar en que el radar detectase a cualquier intruso desde lejos. Sin embargo el crucero, con los depósitos a apenas un tercio de su capacidad, daba bandazos de casi 30° que hacían la exploración por radar casi imposible.
—¡Capitán, un contacto de radar. Distancia, 16.000 yardas, 70º a estribor. Parece dirigirse lentamente hacia nosotros.
El capitán miró hacia el Norte Noroeste, pero no vio nada más allá de la espuma y los chubascos de nieve. Probablemente el contacto tampoco pudiese ver al Naiad. Si el intruso era un acorazado de bolsillo alemán el crucero inglés aun podía escapar cambiando el rumbo. Pero el intruso podía ser un forzador del bloqueo o incluso un corsario camuflado. Los corsarios estaban indefensos ante un crucero pero, si se les dejaba escapar podían causar una carnicería con los mercantes ingleses. El Naiad tendría que arriesgarse y echar un vistazo.
—Rumbo Norte a 20 nudos —Attwood Kelsey tampoco quería darse de frente con lo que fuese que se acercaba desde el Norte. El crucero cambió de rumbo y aumentó poco a poco la velocidad.
Doce millas al Norte los acorazados Gneisenau y Scharnhorst, seguidos por el crucero pesado Admiral Hipper, también padecían el temporal. Aunque eran barcos mucho mayores que el Naiad tenían proa y bordas muy bajas, más apropiadas para las plácidas aguas del Báltico que para el tempestuoso Atlántico. Las olas que rompían contra la proa del Gneisenau cubrían la cubierta y saltaban por encima de la torre Antón. Pero las treinta mil toneladas del acorazado lo hacían más estable, y la altura de sus superestructuras le permitía detectar y seguir a los barcos enemigos.
Tres días antes el Almirante Lutjens se había hecho a la mar con los acorazados Scharnhorst y Gneisenau y el crucero Admiral Hipper en su tercer intento de salir al Atlántico. El primero, a finales de Diciembre, había acabado al sufrir el Gneisenau daños en su proa durante una gran tormenta. Un segundo intento había sido abortado al ser detectados por un crucero sueco. Finalmente, aprovechando un temporal, el escuadrón alemán había salido de Throndheim sin ser avistado. Primero se había dirigido hacia la isla de Jan Mayen, para eludir las patrullas británicas, y luego hacia el Sur, para cruzar por el hueco de doscientas millas que se abría entre las Feroe e Islandia.
El Kapitan zur See Otto Fein había sido alertado del acercamiento de un buque que, por el tamaño del contacto, podía ser un destructor grande o un crucero ligero. El contacto había cambiado de rumbo y había acelerado: probablemente había detectado al barco alemán. Tras informar al Almirante Lutjens este decidió que no podría eludir el combate. Sin embargo no abrió fuego: aunque el contacto estaba al alcance de los cañones, y el radiotelémetro alemán le permitía disparar sin visibilidad, el almirante había recibido dos órdenes tajantes: debía evitar enfrentarse a fuerzas iguales o superiores y, sobre todo, tenía que evitar a toda costa disparar contra barcos norteamericanos. Aunque fuese improbable, podía tratarse de un crucero estadounidense, por lo que Lutjens dejó acercarse al intruso antes de disparar.
Cuando la distancia cayó a 7.000 m el Gneisenau cayó al Oeste para cruzarse en el rumbo del contacto, y apuntó todas sus piezas sobre él.
—Capitán, enemigo a la vista. Un crucero inglés moderno, clase Newcastle o similar, rumbo Norte. Distancia 5.200 m.
—¿Está seguro de la identificación? Confirme que no se trata de un barco norteamericano.
Mientras desde el otro buque parecían haber avistado al Gneisenau, porque el barco empezó a virar al Este y, casi inmediatamente, disparó con sus piezas proeles.
—Abran fuego en cuanto sea posible —ordenó Fein, sin esperar el permiso de Lutjens.
La primera salva inglesa cayó corta, pero la segunda centró al acorazado alemán, y aun cayó una tercera antes que disparasen los seis cañones de 280 mm de las torres Berta y César: la mala mar impidió disparar a la torre Antón. Esa distancia para un cañón pesado era como disparar a bocajarro, y se podía apuntar como con un fusil. El Gneisenau alcanzó al crucero inglés con la segunda andanada antes que este se metiese en un chubasco y desapareciese de la vista.
Desde el puente del Naiad el capitán Attwood Kelsey veía la torre ‘B’ abierta como una lata de sardinas, humeando como si fuese una chimenea. Las torres ‘A’ y ‘C’ tenían los cañones abajo y no disparaban— ¡A toda máquina, rumbo 150°! —intentaría mostrarle la popa al acorazado alemán para desaparecer en el temporal. Sin embargo una nueva salva rodeó al crucero inglés mientras viraba.
—Esos condenados deben tener un radar como el nuestro —dijo el capitán—. Mantengan el fuego y lánceles torpedos en cuanto tenga una solución de tiro —ordenó a su segundo.
Mientras nuevos piques se levantaron en torno al Naiad: el acorazado alemán le estaba disparando también con los cañones secundarios de 150 mm y con los antiaéreos de 105 mm. Attwood Kelsey ordenó caer a 180° para evadir el tiro, pero a esa distancia los proyectiles seguían trayectorias casi rasantes y los pequeños cambios de rumbo no permitían evadirlos.
El Gneisenau viró al sudoeste para mantener las distancias con el crucero inglés cuando los serviolas divisaron las estelas de dos torpedos. El acorazado dejó de disparar mientras efectuó un giro de emergencia hacia el Noroeste. Desde el puente de mando Lutjens y Fein vieron como los torpedos pasaban a ambas bandas del acorazado. Rodeado por los torpedos enemigos el Gneisenau tuvo que mantener el rumbo NO durante diez minutos, lo que lo alejó de la acción.
A bordo del Naiad empezaban a respirar. El acorazado alemán había causado daños muy graves al crucero: habían sido destruidas las tres torres artilleras proeles, el cuarto de la radio, y del combés se elevaba una gran humareda. Pero la propulsión y el timón estaban intactos y, si no recibía más daños, el crucero podría escapar. Pero entonces fue el turno del Scharnhorst: cuando el Gneisenau tuvo que virar bruscamente el Scharnhorst lo hizo a su vez hacia el Sur para evitar la colisión con su gemelo. Su radiotelémetro siguió al crucero inglés, que intentaba escaparse a 25 nudos. Vana esperanza, porque el Scharnhorst podía alcanzar los treinta incluso con ese temporal.
Diez minutos después el Naiad era avistado de nuevo desde el Scharnhorst. Tras caer a estribor rompió el fuego con la batería principal y la secundaria. Los vigías apreciaron múltiples impactos en el crucero inglés, que pronto empezó a describir círculos, seguramente por haber sido dañado su timón. Finalmente los incendios se extendieron por todo el barco y su dotación comenzó a abandonarlo. El capitán Kurt Hoffman, al mando del Scharnhorst, solicitó al crucero Admiral Hipper que se acercase para recoger a los supervivientes.
Frío, frío
7 de Marzo de 1941
En el Atlántico Norte el crucero ligero HMS Naiad se enfrentaba a olas de seis metros de altura, que al romper contra la proa cubrían de espuma el puente.
El Naiad era uno de los cruceros británicos más modernos, pero también uno de los más pequeños. En el periodo de entreguerras las marinas habían construido cruceros grandes y poderosamente armados, pero que eran tan caros como los cruceros de batalla de la Gran Guerra. Lo que era un problema para la Royal Navy, que tenía que sustituir un buen número de cruceros construidos durante la Primera Guerra Mundial, que eran barcos anticuados cuyas máquinas no daban más de sí. Por otra parte el progreso de la aviación amenazaba el dominio de los mares. Por ello se decidió diseñar un tipo de crucero pequeño, que se pudiese construir en gran número, armado con cañones antiaéreos. Esos buques tendrían que actuar como escoltas de acorazados y portaaviones en las aguas confinadas cercanas a las bases británicas.
Pero la necesidad de cruceros modernos había destinado al Naiad a un papel que le venía grande: la vigilancia del Atlántico Norte. En ese escenario su armamento antiaéreo resultaba casi inútil, pues era improbable encontrarse con otra cosa que no fuese algún avión de reconocimiento que procuraría mantenerse alejado. Los cañones bivalentes de 133 mm que montaba el Naiad eran muy inferiores a los de 152 y 203 mm de los cruceros alemanes. Si se encontraba con alguno de ellos lo único que podía salvar al Naiad era el radar, el más moderno de la flota, y la velocidad. Lo malo era que la velocidad máxima del Naiad, unos modestos 32 nudos, solo se alcanzaba con el mar en calma, y no con las monstruosas olas del Atlántico Norte invernal.
Desde su entrada en servicio el crucero se había aburrido escoltando convoyes procedentes de Halifax. Pero un mes antes se había recibido un mensaje procedente de la embajada británica en Estocolmo, casi el único lugar de Europa continental en la que Inglaterra seguía teniendo amigos. Un guardacostas sueco había avistado una potente formación alemana en el Skagerrak. La Home Fleet había partido a toda prisa para vigilar el espacio entre Islandia y las islas Feroe. Pero la formación alemana parecía haberse desvanecido, hasta que un avión de reconocimiento avistó tres grandes buques en el fiordo de Trondheim: los barcos alemanes simplemente habían cambiado de base, mientras la Home Fleet gastaba su valioso combustible persiguiendo fantasmas. Al final los acorazados ingleses tuvieron que retirarse a Scapa Flow para repostar, pero era preciso mantener la vigilancia, por lo que el Naiad tuvo que abandonar el convoy que escoltaba. Ya llevaba dos semanas recorriendo el espacio entre Islandia y las Feroe, y los depósitos de combustible estaban casi vacíos.
El Capitán Marcel Harcourt Attwood Kelsey intentaba ver algo a través de los cristales pero resultaba imposible. Los vigías tenían que estar pasándolo aun peor. Solo podía confiar en que el radar detectase a cualquier intruso desde lejos. Sin embargo el crucero, con los depósitos a apenas un tercio de su capacidad, daba bandazos de casi 30° que hacían la exploración por radar casi imposible.
—¡Capitán, un contacto de radar. Distancia, 16.000 yardas, 70º a estribor. Parece dirigirse lentamente hacia nosotros.
El capitán miró hacia el Norte Noroeste, pero no vio nada más allá de la espuma y los chubascos de nieve. Probablemente el contacto tampoco pudiese ver al Naiad. Si el intruso era un acorazado de bolsillo alemán el crucero inglés aun podía escapar cambiando el rumbo. Pero el intruso podía ser un forzador del bloqueo o incluso un corsario camuflado. Los corsarios estaban indefensos ante un crucero pero, si se les dejaba escapar podían causar una carnicería con los mercantes ingleses. El Naiad tendría que arriesgarse y echar un vistazo.
—Rumbo Norte a 20 nudos —Attwood Kelsey tampoco quería darse de frente con lo que fuese que se acercaba desde el Norte. El crucero cambió de rumbo y aumentó poco a poco la velocidad.
Doce millas al Norte los acorazados Gneisenau y Scharnhorst, seguidos por el crucero pesado Admiral Hipper, también padecían el temporal. Aunque eran barcos mucho mayores que el Naiad tenían proa y bordas muy bajas, más apropiadas para las plácidas aguas del Báltico que para el tempestuoso Atlántico. Las olas que rompían contra la proa del Gneisenau cubrían la cubierta y saltaban por encima de la torre Antón. Pero las treinta mil toneladas del acorazado lo hacían más estable, y la altura de sus superestructuras le permitía detectar y seguir a los barcos enemigos.
Tres días antes el Almirante Lutjens se había hecho a la mar con los acorazados Scharnhorst y Gneisenau y el crucero Admiral Hipper en su tercer intento de salir al Atlántico. El primero, a finales de Diciembre, había acabado al sufrir el Gneisenau daños en su proa durante una gran tormenta. Un segundo intento había sido abortado al ser detectados por un crucero sueco. Finalmente, aprovechando un temporal, el escuadrón alemán había salido de Throndheim sin ser avistado. Primero se había dirigido hacia la isla de Jan Mayen, para eludir las patrullas británicas, y luego hacia el Sur, para cruzar por el hueco de doscientas millas que se abría entre las Feroe e Islandia.
El Kapitan zur See Otto Fein había sido alertado del acercamiento de un buque que, por el tamaño del contacto, podía ser un destructor grande o un crucero ligero. El contacto había cambiado de rumbo y había acelerado: probablemente había detectado al barco alemán. Tras informar al Almirante Lutjens este decidió que no podría eludir el combate. Sin embargo no abrió fuego: aunque el contacto estaba al alcance de los cañones, y el radiotelémetro alemán le permitía disparar sin visibilidad, el almirante había recibido dos órdenes tajantes: debía evitar enfrentarse a fuerzas iguales o superiores y, sobre todo, tenía que evitar a toda costa disparar contra barcos norteamericanos. Aunque fuese improbable, podía tratarse de un crucero estadounidense, por lo que Lutjens dejó acercarse al intruso antes de disparar.
Cuando la distancia cayó a 7.000 m el Gneisenau cayó al Oeste para cruzarse en el rumbo del contacto, y apuntó todas sus piezas sobre él.
—Capitán, enemigo a la vista. Un crucero inglés moderno, clase Newcastle o similar, rumbo Norte. Distancia 5.200 m.
—¿Está seguro de la identificación? Confirme que no se trata de un barco norteamericano.
Mientras desde el otro buque parecían haber avistado al Gneisenau, porque el barco empezó a virar al Este y, casi inmediatamente, disparó con sus piezas proeles.
—Abran fuego en cuanto sea posible —ordenó Fein, sin esperar el permiso de Lutjens.
La primera salva inglesa cayó corta, pero la segunda centró al acorazado alemán, y aun cayó una tercera antes que disparasen los seis cañones de 280 mm de las torres Berta y César: la mala mar impidió disparar a la torre Antón. Esa distancia para un cañón pesado era como disparar a bocajarro, y se podía apuntar como con un fusil. El Gneisenau alcanzó al crucero inglés con la segunda andanada antes que este se metiese en un chubasco y desapareciese de la vista.
Desde el puente del Naiad el capitán Attwood Kelsey veía la torre ‘B’ abierta como una lata de sardinas, humeando como si fuese una chimenea. Las torres ‘A’ y ‘C’ tenían los cañones abajo y no disparaban— ¡A toda máquina, rumbo 150°! —intentaría mostrarle la popa al acorazado alemán para desaparecer en el temporal. Sin embargo una nueva salva rodeó al crucero inglés mientras viraba.
—Esos condenados deben tener un radar como el nuestro —dijo el capitán—. Mantengan el fuego y lánceles torpedos en cuanto tenga una solución de tiro —ordenó a su segundo.
Mientras nuevos piques se levantaron en torno al Naiad: el acorazado alemán le estaba disparando también con los cañones secundarios de 150 mm y con los antiaéreos de 105 mm. Attwood Kelsey ordenó caer a 180° para evadir el tiro, pero a esa distancia los proyectiles seguían trayectorias casi rasantes y los pequeños cambios de rumbo no permitían evadirlos.
El Gneisenau viró al sudoeste para mantener las distancias con el crucero inglés cuando los serviolas divisaron las estelas de dos torpedos. El acorazado dejó de disparar mientras efectuó un giro de emergencia hacia el Noroeste. Desde el puente de mando Lutjens y Fein vieron como los torpedos pasaban a ambas bandas del acorazado. Rodeado por los torpedos enemigos el Gneisenau tuvo que mantener el rumbo NO durante diez minutos, lo que lo alejó de la acción.
A bordo del Naiad empezaban a respirar. El acorazado alemán había causado daños muy graves al crucero: habían sido destruidas las tres torres artilleras proeles, el cuarto de la radio, y del combés se elevaba una gran humareda. Pero la propulsión y el timón estaban intactos y, si no recibía más daños, el crucero podría escapar. Pero entonces fue el turno del Scharnhorst: cuando el Gneisenau tuvo que virar bruscamente el Scharnhorst lo hizo a su vez hacia el Sur para evitar la colisión con su gemelo. Su radiotelémetro siguió al crucero inglés, que intentaba escaparse a 25 nudos. Vana esperanza, porque el Scharnhorst podía alcanzar los treinta incluso con ese temporal.
Diez minutos después el Naiad era avistado de nuevo desde el Scharnhorst. Tras caer a estribor rompió el fuego con la batería principal y la secundaria. Los vigías apreciaron múltiples impactos en el crucero inglés, que pronto empezó a describir círculos, seguramente por haber sido dañado su timón. Finalmente los incendios se extendieron por todo el barco y su dotación comenzó a abandonarlo. El capitán Kurt Hoffman, al mando del Scharnhorst, solicitó al crucero Admiral Hipper que se acercase para recoger a los supervivientes.
Última edición por Domper el 10 Oct 2014, 19:14, editado 4 veces en total.
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El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Mucho frío
9 de Marzo de 1941
La mejoría del tiempo no convenía al acorazado de bolsillo Admiral Scheer en su intento de salir al Atlántico por el Estrecho de Dinamarca, entre Islandia y Groenlandia.
El Admiral Scheer era la segunda unidad de la clase Deustchland. Tras la derrota en la Primera Guerra Mundial la otrora potente marina alemana había sido reducida a unos pocos barcos anticuados. Además el Tratado de Versalles impuso limitaciones draconianas a los nuevos buques alemanas, prohibiendo la construcción de barcos de más de 10.000 toneladas de desplazamiento, con la intención de reducir la flota alemana a unos pocos guardacostas acorazados que nunca más pudiesen amenazar la supremacía inglesa.
Pero el genio alemán permitió burlar los límites diseñando un barco radicalmente nuevo: el 19 de Mayo de 1931 fue botado el Deustchland, un gran crucero con artillería propia de acorazados, en el que el uso intensivo de la soldadura eléctrica y la sustitución del sistema clásico de maquinaria de calderas y turbinas por motores diésel permitía atenerse a las limitaciones impuestas. Además los motores diésel, aunque limitaban la velocidad máxima, daban una gran autonomía que los hacía ideales como corsarios: eran capaces de batir a casi cualquier barco más veloz, y escapar de cualquier otro barco más potente.
El Admiral Scheer había sido el 31 de Mayo de 1937 el primer barco de la Kriegsmarine en disparar contra un enemigo, bombardeando la ciudad española de Almería como represalia por el ataque sufrido por su gemelo Deustchland. Pero el Scheer se perdió los primeros meses de la guerra al estar siendo modernizado. Tras su vuelta al servicio en Julio de 1940 su comandante, el Kapitän zur See Theodor Kranke, había solicitado efectuar un crucero contra el tráfico mercante inglés. Sin embargo la Kriegsmarine había recibido la orden de simular una operación anfibia a gran escala contra Inglaterra, por lo que el Admiral Scheer, ahora denominado crucero pesado, pasó aburridas horas en Kiel amarrado junto al crucero Admiral Hipper. Tan solo había efectuado cortos desplazamientos a Copenhague y Oslo destinados a ser observados por espías suecos, que puntualmente informaban a los ingleses de los movimientos de la flota alemana.
Finalmente el Admiral Scheer fue enviado a la misión para la que había sido concebido: atacar los barcos mercantes ingleses. Diez días antes había salido de Kiel y, tras repostar en Bergen, se dirigió al Estrecho de Noruega para salir al Atlántico Norte. El plan original alemán era que los acorazados Gneisenau y Scharnhorst atravesasen unos días antes la línea de vigilancia británica entre Islandia y las islas Feroe, para atraer a la Royal Navy y facilitar el paso del Scheer. Pero los retrasos hacían que el Scheer tuviese que afrontar el paso del estrecho sin apoyo.
—Contacto. Un buque, probablemente un crucero, demora 210°, distancia 20.000 metros. Espere. Otro segundo buque le sigue.
El Capitán Kranke, desde el puente, miró en la dirección indicada, en la que se apreciaban dos columnas de humo. En esa zona solo podían ser barcos de vigilancia, casi con seguridad ingleses. Por desgracia esos barcos serían seguramente cruceros, porque los cruceros auxiliares raramente operaban en grupos. Aunque el Scheer podría batirse contra cualquier crucero inglés, hacerlo contra varios era peligroso, como había experimentado en el Río de la Plata el tercer acorazado de bolsillo, el Graf Spee. Kranke decidió intentar eludir la vigilancia aprovechando que sus motores diésel apenas producían humo.
—Rumbo 300°, a 15 nudos —ordenó Kranke.
Pero el intento fracasó. Desde El puente del Scheer vieron como los barcos lanzaban más humo y cambiaban de curso.
—Capitán, los contactos se dirige hacia nosotros. Parecen dos cruceros ingleses modernos.
Maldición, pensó Kranke. Los ingleses tenían unos cuantos cruceros casi tan grandes como el Scheer, que aunque solo montaban cañones de 152 mm eran más veloces. El Scheer no podría eludirlos por velocidad, y no podría rehuir el combate. Bien, las órdenes recibidas indicaban que, en caso de no poder superar la línea inglesa, el Scheer podría combatir contra los buques que la componían si eran inferiores. Y cualquier crucero inglés era inferior al acorazado de bolsillo alemán.
—Timonel, rumbo 270° a toda máquina. —El capitán se dirigió al primer oficial—. Dispare contra el primer crucero en cuanto consiga una solución de tiro.
A bordo del crucero Fiji el capitán William-Powlett estaba a punto de ordenar rumbo Sur. Algo había pasado porque el Almirantazgo había empezado a llamar a todos los barcos disponibles y dirigiéndolos hacia el Sur de Islandia. El capitán suponía que algún barco alemán habría salido al Atlántico. Pero pensó que los alemanes podrían aprovechar la ocasión para intentar colar algún crucero auxiliar o algún corsario camuflado, por lo que William-Powlet había decidido hacer los zigzags más amplios posibles, y no dirigirse al Sur hasta el anochecer.
Cuando faltaban cuatro horas el radar descubrió un contacto procedente del Norte, e inmediatamente los serviolas apreciaron unos palos de lo que solo podía ser un acorazado de bolsillo alemán. William-Powlet pensó que aunque esos acorazados estaban pesadamente armados, los veinticuatro cañones de 152 mm que montaban sus cruceros bastarían para abrumar al barco alemán, que llevaba potentísimos cañones de 280 mm, pero solo seis. Todo lo que tenían que hacer los barcos ingleses era acercarse al alemán, gracias a los 33 nudos que alcanzaban, cinco más que el buque germano.
El Fiji apenas había empezado a aumentar la presión de sus calderas para aumentar la velocidad cuando se vio rodeado de los piques causados por la caída de los proyectiles alemanes. El capitán Kranke también sabía de lo ocurrido en el Río de la Plata y no pensaba cometer el error de Langsdorf con el Graf Spee: no pensaba dejar acercarse a los cruceros ingleses.
El fuego del barco alemán resultó muy preciso, y el Fiji fue centrado a la cuarta salva. Aunque ningún proyectil alcanzó al crucero, antes o después lo haría, y el crucero tuvo que caer a babor. El crucero Nigeria adelantó a su gemelo Fiji, pero el barco alemán cambió de blanco. De nuevo el Nigeria fue centrado con la cuarta salva, esta vez con menos suerte, y a la séptima salva un proyectil alemán atravesó la chimenea de proa, estallando sobre el combés. La metralla alcanzó el hidroavión Walrus que estaba siendo preparado para ser lanzado y causó un gran incendio que se extendió por el centro del barco. El Nigeria tuvo que lanzar los torpedos para evitar su explosión, y cayó a estribor para descentrarse y controlar los fuegos.
El Fiji tuvo que cubrir al dañado Nigeria con una cortina de humo. William-Powlett ordenó rumbo norte para llegar a distancia del tiro cuanto antes, y de nuevo el Fiji recibió las atenciones del Admiral Scheer. El crucero inglés fue ametrallado por explosiones cercanas, y finalmente un proyectil alemán penetró en la torre A, que quedó fuera de combate. Minutos después otro proyectil del Scheer estallaba en la sala de calderas de popa, reduciendo la velocidad a doce nudos.
El teniente Heinz Schmidt, primer oficial del Admiral Scheer, apremió al capitán Kranke—. Capitán, los dos cruceros enemigos están ardiendo. Es el momento de acercarnos y rematarlos.
—No, teniente. Esos cruceros siguen navegando y disparando, y el blindaje del Scheer es demasiado débil. Un tiro de fortuna puede bastar para causarnos graves averías que aquí, a 2.000 millas de nuestras bases, significaría la sentencia de muerte. Mantendremos la distancia hasta la noche y luego nos retiraremos.
Tras unos minutos de cañoneo a larga distancia los dos cruceros ingleses se pusieron fuera del alcance eficaz del Scheer.
—Teniente Schmidt, suspenda el fuego. Vamos a ahorrar municiones.
Desde el Fiji vieron como el Scheer se alejaba rumbo Norte a 25 nudos, sin que los dos baqueteados cruceros pudiesen seguirle.
9 de Marzo de 1941
La mejoría del tiempo no convenía al acorazado de bolsillo Admiral Scheer en su intento de salir al Atlántico por el Estrecho de Dinamarca, entre Islandia y Groenlandia.
El Admiral Scheer era la segunda unidad de la clase Deustchland. Tras la derrota en la Primera Guerra Mundial la otrora potente marina alemana había sido reducida a unos pocos barcos anticuados. Además el Tratado de Versalles impuso limitaciones draconianas a los nuevos buques alemanas, prohibiendo la construcción de barcos de más de 10.000 toneladas de desplazamiento, con la intención de reducir la flota alemana a unos pocos guardacostas acorazados que nunca más pudiesen amenazar la supremacía inglesa.
Pero el genio alemán permitió burlar los límites diseñando un barco radicalmente nuevo: el 19 de Mayo de 1931 fue botado el Deustchland, un gran crucero con artillería propia de acorazados, en el que el uso intensivo de la soldadura eléctrica y la sustitución del sistema clásico de maquinaria de calderas y turbinas por motores diésel permitía atenerse a las limitaciones impuestas. Además los motores diésel, aunque limitaban la velocidad máxima, daban una gran autonomía que los hacía ideales como corsarios: eran capaces de batir a casi cualquier barco más veloz, y escapar de cualquier otro barco más potente.
El Admiral Scheer había sido el 31 de Mayo de 1937 el primer barco de la Kriegsmarine en disparar contra un enemigo, bombardeando la ciudad española de Almería como represalia por el ataque sufrido por su gemelo Deustchland. Pero el Scheer se perdió los primeros meses de la guerra al estar siendo modernizado. Tras su vuelta al servicio en Julio de 1940 su comandante, el Kapitän zur See Theodor Kranke, había solicitado efectuar un crucero contra el tráfico mercante inglés. Sin embargo la Kriegsmarine había recibido la orden de simular una operación anfibia a gran escala contra Inglaterra, por lo que el Admiral Scheer, ahora denominado crucero pesado, pasó aburridas horas en Kiel amarrado junto al crucero Admiral Hipper. Tan solo había efectuado cortos desplazamientos a Copenhague y Oslo destinados a ser observados por espías suecos, que puntualmente informaban a los ingleses de los movimientos de la flota alemana.
Finalmente el Admiral Scheer fue enviado a la misión para la que había sido concebido: atacar los barcos mercantes ingleses. Diez días antes había salido de Kiel y, tras repostar en Bergen, se dirigió al Estrecho de Noruega para salir al Atlántico Norte. El plan original alemán era que los acorazados Gneisenau y Scharnhorst atravesasen unos días antes la línea de vigilancia británica entre Islandia y las islas Feroe, para atraer a la Royal Navy y facilitar el paso del Scheer. Pero los retrasos hacían que el Scheer tuviese que afrontar el paso del estrecho sin apoyo.
—Contacto. Un buque, probablemente un crucero, demora 210°, distancia 20.000 metros. Espere. Otro segundo buque le sigue.
El Capitán Kranke, desde el puente, miró en la dirección indicada, en la que se apreciaban dos columnas de humo. En esa zona solo podían ser barcos de vigilancia, casi con seguridad ingleses. Por desgracia esos barcos serían seguramente cruceros, porque los cruceros auxiliares raramente operaban en grupos. Aunque el Scheer podría batirse contra cualquier crucero inglés, hacerlo contra varios era peligroso, como había experimentado en el Río de la Plata el tercer acorazado de bolsillo, el Graf Spee. Kranke decidió intentar eludir la vigilancia aprovechando que sus motores diésel apenas producían humo.
—Rumbo 300°, a 15 nudos —ordenó Kranke.
Pero el intento fracasó. Desde El puente del Scheer vieron como los barcos lanzaban más humo y cambiaban de curso.
—Capitán, los contactos se dirige hacia nosotros. Parecen dos cruceros ingleses modernos.
Maldición, pensó Kranke. Los ingleses tenían unos cuantos cruceros casi tan grandes como el Scheer, que aunque solo montaban cañones de 152 mm eran más veloces. El Scheer no podría eludirlos por velocidad, y no podría rehuir el combate. Bien, las órdenes recibidas indicaban que, en caso de no poder superar la línea inglesa, el Scheer podría combatir contra los buques que la componían si eran inferiores. Y cualquier crucero inglés era inferior al acorazado de bolsillo alemán.
—Timonel, rumbo 270° a toda máquina. —El capitán se dirigió al primer oficial—. Dispare contra el primer crucero en cuanto consiga una solución de tiro.
A bordo del crucero Fiji el capitán William-Powlett estaba a punto de ordenar rumbo Sur. Algo había pasado porque el Almirantazgo había empezado a llamar a todos los barcos disponibles y dirigiéndolos hacia el Sur de Islandia. El capitán suponía que algún barco alemán habría salido al Atlántico. Pero pensó que los alemanes podrían aprovechar la ocasión para intentar colar algún crucero auxiliar o algún corsario camuflado, por lo que William-Powlet había decidido hacer los zigzags más amplios posibles, y no dirigirse al Sur hasta el anochecer.
Cuando faltaban cuatro horas el radar descubrió un contacto procedente del Norte, e inmediatamente los serviolas apreciaron unos palos de lo que solo podía ser un acorazado de bolsillo alemán. William-Powlet pensó que aunque esos acorazados estaban pesadamente armados, los veinticuatro cañones de 152 mm que montaban sus cruceros bastarían para abrumar al barco alemán, que llevaba potentísimos cañones de 280 mm, pero solo seis. Todo lo que tenían que hacer los barcos ingleses era acercarse al alemán, gracias a los 33 nudos que alcanzaban, cinco más que el buque germano.
El Fiji apenas había empezado a aumentar la presión de sus calderas para aumentar la velocidad cuando se vio rodeado de los piques causados por la caída de los proyectiles alemanes. El capitán Kranke también sabía de lo ocurrido en el Río de la Plata y no pensaba cometer el error de Langsdorf con el Graf Spee: no pensaba dejar acercarse a los cruceros ingleses.
El fuego del barco alemán resultó muy preciso, y el Fiji fue centrado a la cuarta salva. Aunque ningún proyectil alcanzó al crucero, antes o después lo haría, y el crucero tuvo que caer a babor. El crucero Nigeria adelantó a su gemelo Fiji, pero el barco alemán cambió de blanco. De nuevo el Nigeria fue centrado con la cuarta salva, esta vez con menos suerte, y a la séptima salva un proyectil alemán atravesó la chimenea de proa, estallando sobre el combés. La metralla alcanzó el hidroavión Walrus que estaba siendo preparado para ser lanzado y causó un gran incendio que se extendió por el centro del barco. El Nigeria tuvo que lanzar los torpedos para evitar su explosión, y cayó a estribor para descentrarse y controlar los fuegos.
El Fiji tuvo que cubrir al dañado Nigeria con una cortina de humo. William-Powlett ordenó rumbo norte para llegar a distancia del tiro cuanto antes, y de nuevo el Fiji recibió las atenciones del Admiral Scheer. El crucero inglés fue ametrallado por explosiones cercanas, y finalmente un proyectil alemán penetró en la torre A, que quedó fuera de combate. Minutos después otro proyectil del Scheer estallaba en la sala de calderas de popa, reduciendo la velocidad a doce nudos.
El teniente Heinz Schmidt, primer oficial del Admiral Scheer, apremió al capitán Kranke—. Capitán, los dos cruceros enemigos están ardiendo. Es el momento de acercarnos y rematarlos.
—No, teniente. Esos cruceros siguen navegando y disparando, y el blindaje del Scheer es demasiado débil. Un tiro de fortuna puede bastar para causarnos graves averías que aquí, a 2.000 millas de nuestras bases, significaría la sentencia de muerte. Mantendremos la distancia hasta la noche y luego nos retiraremos.
Tras unos minutos de cañoneo a larga distancia los dos cruceros ingleses se pusieron fuera del alcance eficaz del Scheer.
—Teniente Schmidt, suspenda el fuego. Vamos a ahorrar municiones.
Desde el Fiji vieron como el Scheer se alejaba rumbo Norte a 25 nudos, sin que los dos baqueteados cruceros pudiesen seguirle.
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El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Templado
11 de Marzo de 1941
Ocho cuatrimotores se dirigían pesadamente hacia el Sur.
La salida de los acorazados alemanes al Atlántico había causado un enorme revuelo en Inglaterra. Los grandes barcos, más veloces que cualquiera de los viejos acorazados de la Royal Navy, podrían dar caza a los convoyes e interrumpir el tráfico mercante durante semanas. La Home Fleet había partido en su persecución, pero era posible que los alemanes pudiesen escapar. En ese caso seguramente evitarían volver a atravesar la línea de vigilancia inglesa y se dirigirían hacia los puertos españoles. Allí estarían fuera del alcance de la Royal Navy y podrían salir al mar cuando lo deseasen.
Afortunadamente los puertos españoles no disponían de medios para acoger barcos de las dimensiones de los acorazados alemanes. Pero tanto en el Ferrol como en Cádiz había grandes diques secos, capaces de acoger cruceros pesados, y que podrían ser prolongados para dar cabida a acorazados. Por tanto, era crítico destruirlos. Cádiz estaba demasiado lejos, pero el Ferrol estaba dentro del alcance de los bombarderos ingleses.
Sin embargo los bombarderos del Bomber Command habían mostrado ser tremendamente imprecisos. Se suponía que si los ataques seguían acabarían por acertarle al dique, pero el Almirantazgo había insistido al Mariscal del Aire Charles Portal respecto a la urgencia de la operación. La única forma de conseguirlo sería mediante un ataque diurno, y los fracasados ataques a la flota alemana habían mostrado el riesgo que suponían esas operaciones. Pero había una solución: acababa de entrar en servicio el bombardero Short Stirling, el primer cuatrimotor se la RAF. Se esperaba que los Stirling podrían dejar atrás a los viejos biplanos de caza españoles y, de ser preciso, defenderse de ellos con sus tres torres armadas con ametralladoras.
Así pues los cuatrimotores, pintados de color oscuro pues sus dotaciones habían sido entrenadas para operaciones nocturnas, se dirigían hacia Galicia.
La operación empezó con problemas. Tres de los aviones habían tenido que volver por fallos técnicos, y un cuarto se estrelló tras incendiarse un motor. Posteriormente una gruesa capa de nubes dificultó la navegación, y el fuerte viento del Oeste los desvió.
—Teniente Taylor, mire ahí —se veía una cordillera cubierta de nieve.
—¿Dónde estamos? Cerca del Ferrol no hay picos tan altos. Ese condenado viento nos ha llevado demasiado hacia el Este. Tendremos que seguir la costa hacia el Oeste y luego hacia el Sur.
El plan de vuelo original pretendía justamente lo contrario, volar hacia el Sur hasta la latitud de El Ferrol, para luego acercarse desde el mar y dificultar la detección. Taylor decidió mantenerse alejado de la costa para evitar ser observado.
Quince minutos después el navegante le indicó a Taylor—. Ese es el cabo de Estaca de Bares, el punto más al Norte de España. A partir de ahí la costa va hacia el Sureste y luego el Sur.
Lo que no sabía Taylor es Estaca de Bares albergaba una nueva instalación de radar Freya. Los ataques realizados por los comandos ingleses habían mostrado la desprotección de la abrupta costa Norte española, que permitía que un avión o un grupo de comandos pudiesen llegar a la base naval de El Ferrol sin ser observado. Si los barcos alemanes querían operar desde Galicia era preciso aumentar la protección de la base naval. Tras las repetidas demandas españolas Alemania instaló un equipo de radar Freya y envió una escuadrilla de cazas Bf 110 al aeródromo de Lavacolla.
—Teniente, ahí está El Ferrol, nuestro objetivo —dijo el navegante—. Bien, contestó Taylor. Vamos a descender para atacar a baja cota, así le acertaremos al dique a la primera y no tendremos que volver otro día.
Los pesados Stirling descendieron. Estaban viendo desfilar a toda velocidad las bajas colinas gallegas cuando uno de los ametralladores empezó a disparar.
—¡Cazas bimotores a las seis!
Quedaban apenas treinta kilómetros, apenas cinco minutos de terror. Solo quedaba agarrar fuerte los mandos y seguir adelante.
El capitán Herbert Kaminski veía como los bombarderos seguían en vuelo a pesar de las pasadas de los Bf-110. Esos bombarderos debían estar blindados. Decidió cambiar de táctica, y atacar el ala. Empezó a disparar contra uno de los Stirling, y enseguida vio como el motor se incendiaba y se desprendía. El bombardero lanzó sus bombas e intentó volverse, pero el ala se desprendió y se estrelló contra una pradera.
—¡Disparadles a los motores! —ordenó por radio. Uno a uno los Stirling empezaron a caer. Finalmente los tres supervivientes sobrevolaron el Ferrol y lanzaron sus bombas sin apuntar, cayendo todas en los muelles y la bahía, muy lejos del dique seco.
11 de Marzo de 1941
Ocho cuatrimotores se dirigían pesadamente hacia el Sur.
La salida de los acorazados alemanes al Atlántico había causado un enorme revuelo en Inglaterra. Los grandes barcos, más veloces que cualquiera de los viejos acorazados de la Royal Navy, podrían dar caza a los convoyes e interrumpir el tráfico mercante durante semanas. La Home Fleet había partido en su persecución, pero era posible que los alemanes pudiesen escapar. En ese caso seguramente evitarían volver a atravesar la línea de vigilancia inglesa y se dirigirían hacia los puertos españoles. Allí estarían fuera del alcance de la Royal Navy y podrían salir al mar cuando lo deseasen.
Afortunadamente los puertos españoles no disponían de medios para acoger barcos de las dimensiones de los acorazados alemanes. Pero tanto en el Ferrol como en Cádiz había grandes diques secos, capaces de acoger cruceros pesados, y que podrían ser prolongados para dar cabida a acorazados. Por tanto, era crítico destruirlos. Cádiz estaba demasiado lejos, pero el Ferrol estaba dentro del alcance de los bombarderos ingleses.
Sin embargo los bombarderos del Bomber Command habían mostrado ser tremendamente imprecisos. Se suponía que si los ataques seguían acabarían por acertarle al dique, pero el Almirantazgo había insistido al Mariscal del Aire Charles Portal respecto a la urgencia de la operación. La única forma de conseguirlo sería mediante un ataque diurno, y los fracasados ataques a la flota alemana habían mostrado el riesgo que suponían esas operaciones. Pero había una solución: acababa de entrar en servicio el bombardero Short Stirling, el primer cuatrimotor se la RAF. Se esperaba que los Stirling podrían dejar atrás a los viejos biplanos de caza españoles y, de ser preciso, defenderse de ellos con sus tres torres armadas con ametralladoras.
Así pues los cuatrimotores, pintados de color oscuro pues sus dotaciones habían sido entrenadas para operaciones nocturnas, se dirigían hacia Galicia.
La operación empezó con problemas. Tres de los aviones habían tenido que volver por fallos técnicos, y un cuarto se estrelló tras incendiarse un motor. Posteriormente una gruesa capa de nubes dificultó la navegación, y el fuerte viento del Oeste los desvió.
—Teniente Taylor, mire ahí —se veía una cordillera cubierta de nieve.
—¿Dónde estamos? Cerca del Ferrol no hay picos tan altos. Ese condenado viento nos ha llevado demasiado hacia el Este. Tendremos que seguir la costa hacia el Oeste y luego hacia el Sur.
El plan de vuelo original pretendía justamente lo contrario, volar hacia el Sur hasta la latitud de El Ferrol, para luego acercarse desde el mar y dificultar la detección. Taylor decidió mantenerse alejado de la costa para evitar ser observado.
Quince minutos después el navegante le indicó a Taylor—. Ese es el cabo de Estaca de Bares, el punto más al Norte de España. A partir de ahí la costa va hacia el Sureste y luego el Sur.
Lo que no sabía Taylor es Estaca de Bares albergaba una nueva instalación de radar Freya. Los ataques realizados por los comandos ingleses habían mostrado la desprotección de la abrupta costa Norte española, que permitía que un avión o un grupo de comandos pudiesen llegar a la base naval de El Ferrol sin ser observado. Si los barcos alemanes querían operar desde Galicia era preciso aumentar la protección de la base naval. Tras las repetidas demandas españolas Alemania instaló un equipo de radar Freya y envió una escuadrilla de cazas Bf 110 al aeródromo de Lavacolla.
—Teniente, ahí está El Ferrol, nuestro objetivo —dijo el navegante—. Bien, contestó Taylor. Vamos a descender para atacar a baja cota, así le acertaremos al dique a la primera y no tendremos que volver otro día.
Los pesados Stirling descendieron. Estaban viendo desfilar a toda velocidad las bajas colinas gallegas cuando uno de los ametralladores empezó a disparar.
—¡Cazas bimotores a las seis!
Quedaban apenas treinta kilómetros, apenas cinco minutos de terror. Solo quedaba agarrar fuerte los mandos y seguir adelante.
El capitán Herbert Kaminski veía como los bombarderos seguían en vuelo a pesar de las pasadas de los Bf-110. Esos bombarderos debían estar blindados. Decidió cambiar de táctica, y atacar el ala. Empezó a disparar contra uno de los Stirling, y enseguida vio como el motor se incendiaba y se desprendía. El bombardero lanzó sus bombas e intentó volverse, pero el ala se desprendió y se estrelló contra una pradera.
—¡Disparadles a los motores! —ordenó por radio. Uno a uno los Stirling empezaron a caer. Finalmente los tres supervivientes sobrevolaron el Ferrol y lanzaron sus bombas sin apuntar, cayendo todas en los muelles y la bahía, muy lejos del dique seco.
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El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Caliente
11 de Marzo de 1941
El capitán Julio Salvador miraba con cariño los desgarbados cazas Morane MS.406 que se alineaban en el aeródromo de Jerez. La Fuerza Aérea Española disponía de muchos aviones, pero eran excedentes de la guerra civil, anticuados y con muchas horas de vuelo. Aunque los ágiles cazas Fiat CR-32 Chirri fuesen muy apreciados por sus pilotos, el general Vigón, Ministro del Aire, no se hacía ilusiones sobre su eficacia, y solicitó a Berlín que les cediesen urgentemente cazas modernos. Pero en lugar de los Bf-109 “Emil” o “Fiedrich” que equipaban a la Luftwaffe se recibió un lote de cazas Morane MS-406 capturados a los franceses.
Los cazas Morane eran, probablemente, los peores cazas que había en el arsenal del Pacto de Aquisgrán. Eran incluso más lentos que los Hurricane, tenían poca autonomía, y sus prestaciones empeoraban rápidamente con la altura. Pero los antiguos pilotos de los Chirri pronto empezaron a apreciar al caza francés. Sí, era muy lento, pero también resultaba agilísimo y, al mismo tiempo, noble. Además el cañón de 20 mm le daba una pegada que los pilotos españoles, veteranos de la guerra civil, supieron apreciar.
La marina había sido alertada de la posible llegada a la base naval de Cádiz de buques pesados alemanes e italianos para efectuar operaciones en el Atlántico. Pero el ataque a Tarento había mostrado la importancia de una defensa adecuada contra los aviones enemigos.
Pronto sabrían que tal resultado daban los Morane en combate. Porque la base de Cádiz antes que después sería atacada por la Royal Navy. Cádiz era la base ideal: con una rada en la que cabían todas las flotas europeas juntas, protegida de los vientos y de las corrientes, bien comunicada por ferrocarril y por mar, y con factorías militares que podían reparar cualquier barco de guerra. Además Cádiz estaba suficientemente alejada de Inglaterra como para estar más allá del alcance de la RAF.
La Royal Navy lo sabía y llevaba atacando Cádiz periódicamente dese el siglo XVI, saliendo trasquilada por lo general. Hasta ahora los ingleses solo habían enviado submarinos a la zona, y probablemente uno de ellos había sido la causa de la desaparición del cañonero Eolo unos días antes. Pero eso no duraría.
—Capitán, un aviso urgente. Un bou de vigilancia ha visto aviones desconocidos dirigiéndose hacia Cádiz.
Salvador corrió a su avión y se subió a la cabina, mientras la dotación de tierra acercaba el arrancador. Tras poner el motor en marcha el avión de Salvador empezó a carretear y se dirigió hacia la pista, seguido por otros siete Morane. Sin detenerse aceleró, despegó y comenzó a tomar altura. Sobrevoló el Puerto de Santa María y empezó a buscar. Pronto los vio: un grupo de biplanos volando muy bajo. Salvador miró alrededor pero no vio cazas de escolta. Mejor.
En el combate siguiente el MS-406 demostró sus cualidades. A alta cota era un caza mediocre, pero a nivel del mar resultaba casi tan ágil como un biplano, y su potente armamento bastaba para echar al mar a un torpedero Swordfish de una ráfaga. Los torpederos británicos siguieron en dirección Nordeste y luego Este, intentando tomar posición para atacar el dique, pero fueron cayendo uno a uno.
Julio Salvador estaba viendo caer su tercer Swordfish cuando recibió un aviso por radio de su punto, el teniente Sánchez-Tabernero— ¡Inglés a las siete, rompe a la izquierda!
Los reflejos conseguidos en tres años de guerra hicieron que la reacción del capitán fuese instantánea, esquivando un torrente de balas lanzado por un caza Fairey Fulmar. Siguiendo tácticas ensayadas mil veces Sánchez-Tabernero ametralló al caza inglés con una larga ráfaga que lo lanzo contra el mar, mientras Salvador se situaba a su cola y por arriba para protegerlo. Otro Fulmar se lanzó contra Sánchez-Tabernero, pero no vio a Salvador que se situó a sus seis y lo derribó.
Salvador miró a su alrededor y no vio más cazas ingleses. Tan solo, un Swordfish que trataba de escapar echando humo— ¡Ese es mío! —Minutos después el biplano hacía un aterrizaje forzoso en una playa.
No es tan malo el Morane, pensó Salvador. Su récord en una misión estaba en tres Katiuskas y un Mosca durante la Guerra Civil, y ahora lo había superado. Julio Salvador y Díaz Benjumea tenía ya 31 victorias en combate aéreo, y si la guerra seguía pronto alcanzaría al llorado García Morato.
11 de Marzo de 1941
El capitán Julio Salvador miraba con cariño los desgarbados cazas Morane MS.406 que se alineaban en el aeródromo de Jerez. La Fuerza Aérea Española disponía de muchos aviones, pero eran excedentes de la guerra civil, anticuados y con muchas horas de vuelo. Aunque los ágiles cazas Fiat CR-32 Chirri fuesen muy apreciados por sus pilotos, el general Vigón, Ministro del Aire, no se hacía ilusiones sobre su eficacia, y solicitó a Berlín que les cediesen urgentemente cazas modernos. Pero en lugar de los Bf-109 “Emil” o “Fiedrich” que equipaban a la Luftwaffe se recibió un lote de cazas Morane MS-406 capturados a los franceses.
Los cazas Morane eran, probablemente, los peores cazas que había en el arsenal del Pacto de Aquisgrán. Eran incluso más lentos que los Hurricane, tenían poca autonomía, y sus prestaciones empeoraban rápidamente con la altura. Pero los antiguos pilotos de los Chirri pronto empezaron a apreciar al caza francés. Sí, era muy lento, pero también resultaba agilísimo y, al mismo tiempo, noble. Además el cañón de 20 mm le daba una pegada que los pilotos españoles, veteranos de la guerra civil, supieron apreciar.
La marina había sido alertada de la posible llegada a la base naval de Cádiz de buques pesados alemanes e italianos para efectuar operaciones en el Atlántico. Pero el ataque a Tarento había mostrado la importancia de una defensa adecuada contra los aviones enemigos.
Pronto sabrían que tal resultado daban los Morane en combate. Porque la base de Cádiz antes que después sería atacada por la Royal Navy. Cádiz era la base ideal: con una rada en la que cabían todas las flotas europeas juntas, protegida de los vientos y de las corrientes, bien comunicada por ferrocarril y por mar, y con factorías militares que podían reparar cualquier barco de guerra. Además Cádiz estaba suficientemente alejada de Inglaterra como para estar más allá del alcance de la RAF.
La Royal Navy lo sabía y llevaba atacando Cádiz periódicamente dese el siglo XVI, saliendo trasquilada por lo general. Hasta ahora los ingleses solo habían enviado submarinos a la zona, y probablemente uno de ellos había sido la causa de la desaparición del cañonero Eolo unos días antes. Pero eso no duraría.
—Capitán, un aviso urgente. Un bou de vigilancia ha visto aviones desconocidos dirigiéndose hacia Cádiz.
Salvador corrió a su avión y se subió a la cabina, mientras la dotación de tierra acercaba el arrancador. Tras poner el motor en marcha el avión de Salvador empezó a carretear y se dirigió hacia la pista, seguido por otros siete Morane. Sin detenerse aceleró, despegó y comenzó a tomar altura. Sobrevoló el Puerto de Santa María y empezó a buscar. Pronto los vio: un grupo de biplanos volando muy bajo. Salvador miró alrededor pero no vio cazas de escolta. Mejor.
En el combate siguiente el MS-406 demostró sus cualidades. A alta cota era un caza mediocre, pero a nivel del mar resultaba casi tan ágil como un biplano, y su potente armamento bastaba para echar al mar a un torpedero Swordfish de una ráfaga. Los torpederos británicos siguieron en dirección Nordeste y luego Este, intentando tomar posición para atacar el dique, pero fueron cayendo uno a uno.
Julio Salvador estaba viendo caer su tercer Swordfish cuando recibió un aviso por radio de su punto, el teniente Sánchez-Tabernero— ¡Inglés a las siete, rompe a la izquierda!
Los reflejos conseguidos en tres años de guerra hicieron que la reacción del capitán fuese instantánea, esquivando un torrente de balas lanzado por un caza Fairey Fulmar. Siguiendo tácticas ensayadas mil veces Sánchez-Tabernero ametralló al caza inglés con una larga ráfaga que lo lanzo contra el mar, mientras Salvador se situaba a su cola y por arriba para protegerlo. Otro Fulmar se lanzó contra Sánchez-Tabernero, pero no vio a Salvador que se situó a sus seis y lo derribó.
Salvador miró a su alrededor y no vio más cazas ingleses. Tan solo, un Swordfish que trataba de escapar echando humo— ¡Ese es mío! —Minutos después el biplano hacía un aterrizaje forzoso en una playa.
No es tan malo el Morane, pensó Salvador. Su récord en una misión estaba en tres Katiuskas y un Mosca durante la Guerra Civil, y ahora lo había superado. Julio Salvador y Díaz Benjumea tenía ya 31 victorias en combate aéreo, y si la guerra seguía pronto alcanzaría al llorado García Morato.
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El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Muy caliente
12 de Marzo de 1941
Luis de la Sierra. La Guerra de Hegemonía en el Mediterráneo. Ed. Juventud. 1976.
“El combate de Scarpantos
La derrota inglesa en Egipto y la destrucción de la Mediterranean Fleet abrió los grilletes que atenazaban a la Regia Maritima. Habiendo recibido 100.000 toneladas de petróleo, procedentes de las reservas alemanas, la flota italiana podría cumplir la misión para la que había sido construida: conseguir la supremacía naval en el Mare Nostrum.
El 20 de Febrero aparejó de Tarento una división de cruceros compuesta por los cruceros pesados Zara, Fiume y Gorizia, los ligeros Montecuccoli y Attendolo y cuatro destructores, para interceptar a los buques ingleses que pretendiesen escapar de Alejandría. La segunda división de acorazados, compuesta por el Andrea Doria y el Giulio Cesare, acompañados por seis destructores, proporcionaría cobertura en caso de encontrarse con fuerzas superiores.
A la mañana siguiente la división de cruceros fue descubierta por un avión Maryland de reconocimiento procedente de Cefalonia. Sabiendo que esos avistamientos solían ser seguidos de la inoportuna visita de torpederos enemigos, el almirante Iachino ordenó aumentar la velocidad y un cambio de rumbo al Sur Suroeste en cuanto se retiró el avión de reconocimiento inglés. La medida fue un acierto, porque la RAF envió desde Cefalonia a once torpederos Albacore en búsqueda infructuosa de la flota enemiga.
El avistamiento de la formación italiana hizo que el almirante Cunningham preparase una salida de Alejandría de los dos acorazados que le quedaban, ignorando que el frente inglés en Egipto se había derrumbado y los Panzer alemanes se dirigían hacia su base naval. Alertado a tiempo, ordenó la retirada a Suez de los barcos supervivientes de la Mediterranean Fleet, con los catastróficos resultados relatados en el anterior capítulo.
Ignorante del peligro que había corrido, la agrupación de cruceros italiana cambió su rumbo al Sudeste en demanda de la costa africana, que avistaron al amanecer del día 22. Al acercarse a Tobruk Supermarina comunicó a Iachino que un avión de reconocimiento había detectado tráfico naval intenso entre Alejandría y Mersa Matruh, por lo que el almirante italiano ordenó aumentar la velocidad a 28 nudos para intentar interceptar a los barcos enemigos antes de caer la noche. El recuerdo del combate del Cabo Passero pesaba en el ánimo de Iachino, que no quería exponer sus cruceros a los torpederos ingleses en la oscuridad.
A las 17:30 se avistaron desde el Zara columnas de humo cerca de tierra. Iachino envió al destructor Camicia Nera a investigar, resultando ser un pequeño convoy formado por cuatro pequeños mercantes y la corbeta canadiense Louisbourg. La pequeña corbeta intentó defender a los mercantes, pero su cañón de 102 mm no era enemigo para los cuatro de 120 mm del destructor italiano, y quince minutos después el valiente barquito canadiense se incendiaba y se hundía. El destructor Corazziere, gemelo del Camicia Nera, persiguió a los mercantes, que acabaron embarrancando. Iachino ordenó al Corazziere que se reincorporase a la formación mientras seguía hacia el Este.
A las 18:10 desde el Zara se descubrieron otros tres buques: se trataba de los destructores Hasty, Hereward y Hotspur, que evacuaban tropas desde Mersa Matruh. Los tres destructores acababan de esquivar un ataque efectuado por bombarderos Cant Z 1007, cuando se vieron rodeados por los piques de los proyectiles de los cruceros italianos, que abrieron fuego desde 16.000 yardas. El tiro italiano resultó muy preciso, y la primera salva centró a los destructores ingleses. Estos aumentaron la presión de calderas hasta alcanzar los 35 nudos, pero los obligados zigzags para evitar el fuego italiano les impidieron aumentar distancias. Milagrosamente, solo un proyectil disparado por el Gorizia alcanzó al Hereward, causando daños moderados pero sin afectar a la propulsión. Al caer la noche el almirante Iachino suspender la caza.
Durante los dos días siguientes la agrupación italiana patrulló ante Mersa Matruh sin divisar buques enemigos, pero su presencia fue suficiente para aislar a las tropas de O’Connor que, cercadas, tuvieron que capitular el 24 de Febrero.
El éxito conseguido por Iachino en Mersa Matruh animó a Supermarina a lanzar una operación mucho más ambiciosa. La conquista de Egipto había hecho que las bases de la costa norte libia resultasen seguras y se pudiesen utilizar en caso de emergencia. Eso permitiría a la flota italiana lanzar un ataque contra los convoyes ingleses que comunicaban Haifa y El Pireo. Para esta operación se agregaron a la fuerza italiana el novísimo acorazado Littorio, en el que Iachino enarboló su gallardete, y la tercera división de cruceros pesados formada por el Trieste, el Trento y el Bolzano.
Según lo planificado, la flota italiana debería situarse entre Creta y Chipre sin ser advertida. La actividad aérea inglesa había disminuido, pero seguían efectuándose misiones ocasionales de reconocimiento, por lo que se decidió que la agrupación italiana pasaría entre Malta y Cefalonia por la noche, dirigiéndose hacia la costa libia para dar suficiente resguardo a Creta.
La tarde del 9 de Marzo la flota italiana zarpó del Pireo con rumbo Sur sin ser observada, aunque a la mañana siguiente un Maryland de la RAF procedente de Cefalonia descubrió el fondeadero vacío y dio la alerta. El ministro de marina griego, el Almirante Sakellariou, consideró que la operación era un nuevo intento de enviar buques de superficie a Rodas. Ordenó a los convoyes que se refugiasen en el puerto más cercano, y desde el Pireo salió al mar el buque aliado más potente que quedaba en el Mediterráneo, el crucero acorazado Giorgios Averof, acompañado por los modernos destructores Vasilefs Georgios y Vasilissa Olga.
El Giorgios Averof era un crucero acorazado construido en los astilleros italianos de Livorno en 1910. Era una copia mejorada de los cruceros de batalla italianos clase Pisa, y durante las guerras de los Balcanes se había ganado el apelativo de “El Afortunado” en la marina helénica al haberse enfrentado en solitario en dos ocasiones con la flota turca, consiguiendo derrotarla sin sufrir apenas daños. Pero los años no pasan en balde y el Averof hubiese tenido que ser retirado mucho antes de la guerra. Sin embargo la situación económica griega no lo había permitido, y el crucero acorazado seguía siendo el buque insignia de la trimilenaria marina. Aunque su vieja maquinaria no le permitía superar los 17 nudos, su potente artillería, cuatro cañones de 234 mm y ocho de 190 mm, le permitirían batir a cualquier crucero italiano. La flotilla griega, dirigida por el capitán Ioannis Vlachopoulos, al mando del Averof, se situó entre Creta y Chipre, al sur de Rodas, donde podría interceptar los movimientos enemigos.
Ignorando que su salida había sido advertida la flota italiana siguió con los planes previstos. Al amanecer del día 10 avistó la costa libia, dirigiéndose entonces hacia el Este. Una vez llegada la flota a la altura de Mersa Matruh Iachino permaneció a la espera con sus buques pesados, y destacó a la 1ª División de cruceros pesados y a la 2ª de cruceros ligeros, bajo el mando del vicealmirante Carlo Cattaneo, para interceptar la navegación aliada. El crucero pesado Zara lanzó un hidroavión a reconocer el pasaje entre la punta más oriental de Creta, el cabo Sideros, y la isla italiana de Scarpanto. El hidro observó en las cercanías del islote de Elassa “un acorazado y dos cruceros” con rumbo Este.
Cattaneo sabía que en el Mediterráneo no quedaban buques pesados modernos enemigos, por lo que supuso que el acorazado era el viejo Kilkis, un predreadnought norteamericano que Grecia había adquirido en 1914 y que conservaba como buque escuela. El Kilkis montaba cuatro cañones pesados de 12 pulgadas, pero Cattaneo pensó que sus tres modernos cruceros podrían derrotarlo en un combate a larga distancia. Tras informar a Iachino del avistamiento Cattaneo ordenó a sus buques aumentar su velocidad a 27 nudos y dirigirse hacia los buques avistados.
A las 13:15 se avistó la costa cretense desde el Zara, pero el mar estaba vacío de buques enemigos. Las órdenes de Iachino no autorizaban a Cattaneo a introducirse en el Mar Egeo, pero el vicealmirante no era un hombre rutinario, y decidió que atrapar al Kilkis compensaba el riesgo asumido, por lo que decidió explorar con sus barcos el norte de la isla de Scarpanto. A los pocos minutos de modificar el rumbo se avistó una columna de humo que solo podía proceder de un barco enemigo.
Casi simultáneamente los cruceros italianos fueron detectados desde el Averof. Conociendo las debilidades de su buque y lo anticuado de su dirección de tiro el capitán Vlachopoulos ordenó invertir el rumbo para acortar distancias cuanto antes.
Cuando la distancia cayó a 15.000 yardas Cattaneo ordenó disparar a sus tres cruceros pesados. Desde el Averof se intentó devolver el fuego, pero sus anticuados cañones solo podían elevarse hasta 20°, limitando el alcance a 11.000 yardas. Por entonces desde el Zara ya se avistaban las superestructuras del barco griego, que fue reconocido como un crucero acorazado. El vicealmirante italiano, sabiendo que sus cruceros superaban al barco griego en alcance y velocidad, decidió mantener la distancia.
A los quince minutos de iniciarse el combate al Averof se le acabó la suerte al ser alcanzado en rápida sucesión por tres salvas del Gorizia. El grueso blindaje del crucero acorazado detuvo los proyectiles, pero Vlachopoulos comprendió que los barcos enemigos no le iban a dejar acercarse. Por ello ordenó a sus dos destructores que atacasen a los cruceros italianos, mientras el Averof viraba al Oeste para intentar buscar amparo en la cercana costa cretense.
Los destructores Georgios y Olga se lanzaron valerosamente contra los cinco cruceros enemigos, zigzagueando frenéticamente y cubriéndose con cortinas de humo. A 6.000 yardas los destructores lanzaron sus dieciséis torpedos contra los cruceros italianos, y escaparon a toda máquina. Desde el Zara fueron avistados los torpedos griegos, lo que le planteó a Cattaneo un grave dilema. Si realizaba la maniobra ortodoxa, es decir, daba la popa a los torpedos, el Averof seguramente escaparía. Cattaneo se arriesgó y dio la orden a la que no se atrevió Jellicoe en Jutlandia: caer hacia la flota enemiga y gobernar los torpedos individualmente. La arriesgada jugada estuvo cerca de salir mal, cuando dos torpedos afeitaron literalmente al crucero ligero Muzio Attendolo. Pero una vez esquivados los torpedos y atravesada la cortina de humo, desde los cruceros se vio a corta distancia a los dos destructores griegos y, poco más allá, al vetusto Averof. El Attendolo acribilló al destructor Vasilefs Georgios, que quedó al garete y ardiendo en pompa. El destructor Vasilissa Olga recibió tres proyectiles de 6 pulgadas procedentes del Montecuccoli y aunque sufrió importantes daños pudo mantener su velocidad de 35 nudos y escapar. Los tres cruceros pesados italianos libraron un duelo con el Averof a 7.000 yardas, distancia desde la que los pesados proyectiles griegos podían atravesar el blindaje italiano como si fuese de papel. Pero los cruceros italianos, disparando a tal velocidad que la pintura de sus cañones se quemó, abrumaron al vetusto crucero acorazado. Casi inmediatamente la dirección de tiro fue destruida, y fueron silenciadas una a una las torres, mientras que el Averof solo consiguió un impacto en el Zara que solo causó daños menores. En pocos minutos en el crucero acorazado griego hacía agua por varios agujeros en la flotación y los incendios se extendían de proa a popa, por lo que el capitán Vlachopoulos decidió que su única oportunidad estaba en aproximarse a la ya cercana costa cretense para intentar embarrancar. Sin embargo Cattaneo no pensaba dejarlo escapar, y ordenó a sus destructores acabar con el barco griego. El destructor Fuciliere se acercó y lanzó cuatro torpedos, de los que dos alcanzaron al antes afortunado y ahora malhadado Averof. Las vetustas cuadernas y mamparos del barco griego no estaban preparadas para soportar torpedos modernos, y el barco se desfondó, zozobrando y hundiéndose en apenas un minuto. Los destructores Fuciliere y Granatiere recogieron a apenas treinta supervivientes del crucero griego, entre los que no estaba el valiente capitán Vlachopoulos. El Camicia Nera salvó a setenta supervivientes más del destructor Georgios. El destructor Vasiliesa Olga entró en la bahía de Suda a la mañana siguiente, dando cuenta del desgraciado combate.
Como remate a la operación Iachino ordenó a la 2ª División de cruceros ligeros dirigirse a Rodas, desde donde podrían interceptar los convoyes en el Mediterráneo Oriental. Otra división de cruceros ligeros quedó basada en Tobruk, cerrando efectivamente el Mediterráneo Oriental a la navegación británica.”
12 de Marzo de 1941
Luis de la Sierra. La Guerra de Hegemonía en el Mediterráneo. Ed. Juventud. 1976.
“El combate de Scarpantos
La derrota inglesa en Egipto y la destrucción de la Mediterranean Fleet abrió los grilletes que atenazaban a la Regia Maritima. Habiendo recibido 100.000 toneladas de petróleo, procedentes de las reservas alemanas, la flota italiana podría cumplir la misión para la que había sido construida: conseguir la supremacía naval en el Mare Nostrum.
El 20 de Febrero aparejó de Tarento una división de cruceros compuesta por los cruceros pesados Zara, Fiume y Gorizia, los ligeros Montecuccoli y Attendolo y cuatro destructores, para interceptar a los buques ingleses que pretendiesen escapar de Alejandría. La segunda división de acorazados, compuesta por el Andrea Doria y el Giulio Cesare, acompañados por seis destructores, proporcionaría cobertura en caso de encontrarse con fuerzas superiores.
A la mañana siguiente la división de cruceros fue descubierta por un avión Maryland de reconocimiento procedente de Cefalonia. Sabiendo que esos avistamientos solían ser seguidos de la inoportuna visita de torpederos enemigos, el almirante Iachino ordenó aumentar la velocidad y un cambio de rumbo al Sur Suroeste en cuanto se retiró el avión de reconocimiento inglés. La medida fue un acierto, porque la RAF envió desde Cefalonia a once torpederos Albacore en búsqueda infructuosa de la flota enemiga.
El avistamiento de la formación italiana hizo que el almirante Cunningham preparase una salida de Alejandría de los dos acorazados que le quedaban, ignorando que el frente inglés en Egipto se había derrumbado y los Panzer alemanes se dirigían hacia su base naval. Alertado a tiempo, ordenó la retirada a Suez de los barcos supervivientes de la Mediterranean Fleet, con los catastróficos resultados relatados en el anterior capítulo.
Ignorante del peligro que había corrido, la agrupación de cruceros italiana cambió su rumbo al Sudeste en demanda de la costa africana, que avistaron al amanecer del día 22. Al acercarse a Tobruk Supermarina comunicó a Iachino que un avión de reconocimiento había detectado tráfico naval intenso entre Alejandría y Mersa Matruh, por lo que el almirante italiano ordenó aumentar la velocidad a 28 nudos para intentar interceptar a los barcos enemigos antes de caer la noche. El recuerdo del combate del Cabo Passero pesaba en el ánimo de Iachino, que no quería exponer sus cruceros a los torpederos ingleses en la oscuridad.
A las 17:30 se avistaron desde el Zara columnas de humo cerca de tierra. Iachino envió al destructor Camicia Nera a investigar, resultando ser un pequeño convoy formado por cuatro pequeños mercantes y la corbeta canadiense Louisbourg. La pequeña corbeta intentó defender a los mercantes, pero su cañón de 102 mm no era enemigo para los cuatro de 120 mm del destructor italiano, y quince minutos después el valiente barquito canadiense se incendiaba y se hundía. El destructor Corazziere, gemelo del Camicia Nera, persiguió a los mercantes, que acabaron embarrancando. Iachino ordenó al Corazziere que se reincorporase a la formación mientras seguía hacia el Este.
A las 18:10 desde el Zara se descubrieron otros tres buques: se trataba de los destructores Hasty, Hereward y Hotspur, que evacuaban tropas desde Mersa Matruh. Los tres destructores acababan de esquivar un ataque efectuado por bombarderos Cant Z 1007, cuando se vieron rodeados por los piques de los proyectiles de los cruceros italianos, que abrieron fuego desde 16.000 yardas. El tiro italiano resultó muy preciso, y la primera salva centró a los destructores ingleses. Estos aumentaron la presión de calderas hasta alcanzar los 35 nudos, pero los obligados zigzags para evitar el fuego italiano les impidieron aumentar distancias. Milagrosamente, solo un proyectil disparado por el Gorizia alcanzó al Hereward, causando daños moderados pero sin afectar a la propulsión. Al caer la noche el almirante Iachino suspender la caza.
Durante los dos días siguientes la agrupación italiana patrulló ante Mersa Matruh sin divisar buques enemigos, pero su presencia fue suficiente para aislar a las tropas de O’Connor que, cercadas, tuvieron que capitular el 24 de Febrero.
El éxito conseguido por Iachino en Mersa Matruh animó a Supermarina a lanzar una operación mucho más ambiciosa. La conquista de Egipto había hecho que las bases de la costa norte libia resultasen seguras y se pudiesen utilizar en caso de emergencia. Eso permitiría a la flota italiana lanzar un ataque contra los convoyes ingleses que comunicaban Haifa y El Pireo. Para esta operación se agregaron a la fuerza italiana el novísimo acorazado Littorio, en el que Iachino enarboló su gallardete, y la tercera división de cruceros pesados formada por el Trieste, el Trento y el Bolzano.
Según lo planificado, la flota italiana debería situarse entre Creta y Chipre sin ser advertida. La actividad aérea inglesa había disminuido, pero seguían efectuándose misiones ocasionales de reconocimiento, por lo que se decidió que la agrupación italiana pasaría entre Malta y Cefalonia por la noche, dirigiéndose hacia la costa libia para dar suficiente resguardo a Creta.
La tarde del 9 de Marzo la flota italiana zarpó del Pireo con rumbo Sur sin ser observada, aunque a la mañana siguiente un Maryland de la RAF procedente de Cefalonia descubrió el fondeadero vacío y dio la alerta. El ministro de marina griego, el Almirante Sakellariou, consideró que la operación era un nuevo intento de enviar buques de superficie a Rodas. Ordenó a los convoyes que se refugiasen en el puerto más cercano, y desde el Pireo salió al mar el buque aliado más potente que quedaba en el Mediterráneo, el crucero acorazado Giorgios Averof, acompañado por los modernos destructores Vasilefs Georgios y Vasilissa Olga.
El Giorgios Averof era un crucero acorazado construido en los astilleros italianos de Livorno en 1910. Era una copia mejorada de los cruceros de batalla italianos clase Pisa, y durante las guerras de los Balcanes se había ganado el apelativo de “El Afortunado” en la marina helénica al haberse enfrentado en solitario en dos ocasiones con la flota turca, consiguiendo derrotarla sin sufrir apenas daños. Pero los años no pasan en balde y el Averof hubiese tenido que ser retirado mucho antes de la guerra. Sin embargo la situación económica griega no lo había permitido, y el crucero acorazado seguía siendo el buque insignia de la trimilenaria marina. Aunque su vieja maquinaria no le permitía superar los 17 nudos, su potente artillería, cuatro cañones de 234 mm y ocho de 190 mm, le permitirían batir a cualquier crucero italiano. La flotilla griega, dirigida por el capitán Ioannis Vlachopoulos, al mando del Averof, se situó entre Creta y Chipre, al sur de Rodas, donde podría interceptar los movimientos enemigos.
Ignorando que su salida había sido advertida la flota italiana siguió con los planes previstos. Al amanecer del día 10 avistó la costa libia, dirigiéndose entonces hacia el Este. Una vez llegada la flota a la altura de Mersa Matruh Iachino permaneció a la espera con sus buques pesados, y destacó a la 1ª División de cruceros pesados y a la 2ª de cruceros ligeros, bajo el mando del vicealmirante Carlo Cattaneo, para interceptar la navegación aliada. El crucero pesado Zara lanzó un hidroavión a reconocer el pasaje entre la punta más oriental de Creta, el cabo Sideros, y la isla italiana de Scarpanto. El hidro observó en las cercanías del islote de Elassa “un acorazado y dos cruceros” con rumbo Este.
Cattaneo sabía que en el Mediterráneo no quedaban buques pesados modernos enemigos, por lo que supuso que el acorazado era el viejo Kilkis, un predreadnought norteamericano que Grecia había adquirido en 1914 y que conservaba como buque escuela. El Kilkis montaba cuatro cañones pesados de 12 pulgadas, pero Cattaneo pensó que sus tres modernos cruceros podrían derrotarlo en un combate a larga distancia. Tras informar a Iachino del avistamiento Cattaneo ordenó a sus buques aumentar su velocidad a 27 nudos y dirigirse hacia los buques avistados.
A las 13:15 se avistó la costa cretense desde el Zara, pero el mar estaba vacío de buques enemigos. Las órdenes de Iachino no autorizaban a Cattaneo a introducirse en el Mar Egeo, pero el vicealmirante no era un hombre rutinario, y decidió que atrapar al Kilkis compensaba el riesgo asumido, por lo que decidió explorar con sus barcos el norte de la isla de Scarpanto. A los pocos minutos de modificar el rumbo se avistó una columna de humo que solo podía proceder de un barco enemigo.
Casi simultáneamente los cruceros italianos fueron detectados desde el Averof. Conociendo las debilidades de su buque y lo anticuado de su dirección de tiro el capitán Vlachopoulos ordenó invertir el rumbo para acortar distancias cuanto antes.
Cuando la distancia cayó a 15.000 yardas Cattaneo ordenó disparar a sus tres cruceros pesados. Desde el Averof se intentó devolver el fuego, pero sus anticuados cañones solo podían elevarse hasta 20°, limitando el alcance a 11.000 yardas. Por entonces desde el Zara ya se avistaban las superestructuras del barco griego, que fue reconocido como un crucero acorazado. El vicealmirante italiano, sabiendo que sus cruceros superaban al barco griego en alcance y velocidad, decidió mantener la distancia.
A los quince minutos de iniciarse el combate al Averof se le acabó la suerte al ser alcanzado en rápida sucesión por tres salvas del Gorizia. El grueso blindaje del crucero acorazado detuvo los proyectiles, pero Vlachopoulos comprendió que los barcos enemigos no le iban a dejar acercarse. Por ello ordenó a sus dos destructores que atacasen a los cruceros italianos, mientras el Averof viraba al Oeste para intentar buscar amparo en la cercana costa cretense.
Los destructores Georgios y Olga se lanzaron valerosamente contra los cinco cruceros enemigos, zigzagueando frenéticamente y cubriéndose con cortinas de humo. A 6.000 yardas los destructores lanzaron sus dieciséis torpedos contra los cruceros italianos, y escaparon a toda máquina. Desde el Zara fueron avistados los torpedos griegos, lo que le planteó a Cattaneo un grave dilema. Si realizaba la maniobra ortodoxa, es decir, daba la popa a los torpedos, el Averof seguramente escaparía. Cattaneo se arriesgó y dio la orden a la que no se atrevió Jellicoe en Jutlandia: caer hacia la flota enemiga y gobernar los torpedos individualmente. La arriesgada jugada estuvo cerca de salir mal, cuando dos torpedos afeitaron literalmente al crucero ligero Muzio Attendolo. Pero una vez esquivados los torpedos y atravesada la cortina de humo, desde los cruceros se vio a corta distancia a los dos destructores griegos y, poco más allá, al vetusto Averof. El Attendolo acribilló al destructor Vasilefs Georgios, que quedó al garete y ardiendo en pompa. El destructor Vasilissa Olga recibió tres proyectiles de 6 pulgadas procedentes del Montecuccoli y aunque sufrió importantes daños pudo mantener su velocidad de 35 nudos y escapar. Los tres cruceros pesados italianos libraron un duelo con el Averof a 7.000 yardas, distancia desde la que los pesados proyectiles griegos podían atravesar el blindaje italiano como si fuese de papel. Pero los cruceros italianos, disparando a tal velocidad que la pintura de sus cañones se quemó, abrumaron al vetusto crucero acorazado. Casi inmediatamente la dirección de tiro fue destruida, y fueron silenciadas una a una las torres, mientras que el Averof solo consiguió un impacto en el Zara que solo causó daños menores. En pocos minutos en el crucero acorazado griego hacía agua por varios agujeros en la flotación y los incendios se extendían de proa a popa, por lo que el capitán Vlachopoulos decidió que su única oportunidad estaba en aproximarse a la ya cercana costa cretense para intentar embarrancar. Sin embargo Cattaneo no pensaba dejarlo escapar, y ordenó a sus destructores acabar con el barco griego. El destructor Fuciliere se acercó y lanzó cuatro torpedos, de los que dos alcanzaron al antes afortunado y ahora malhadado Averof. Las vetustas cuadernas y mamparos del barco griego no estaban preparadas para soportar torpedos modernos, y el barco se desfondó, zozobrando y hundiéndose en apenas un minuto. Los destructores Fuciliere y Granatiere recogieron a apenas treinta supervivientes del crucero griego, entre los que no estaba el valiente capitán Vlachopoulos. El Camicia Nera salvó a setenta supervivientes más del destructor Georgios. El destructor Vasiliesa Olga entró en la bahía de Suda a la mañana siguiente, dando cuenta del desgraciado combate.
Como remate a la operación Iachino ordenó a la 2ª División de cruceros ligeros dirigirse a Rodas, desde donde podrían interceptar los convoyes en el Mediterráneo Oriental. Otra división de cruceros ligeros quedó basada en Tobruk, cerrando efectivamente el Mediterráneo Oriental a la navegación británica.”
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El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Dios!!!
Moraine Saulnier MS 406 que poco nos quieres...
De todos los cazas que podias elegir y eliges al peor caza de la guerra, si al menos fuesen los D-520. Esos si eran un digno rival de los Bf109, incluso superiores en maniobrabilidad, y o solo habia un buen stock en Francia que los alemanes aprovecharon, sino que siguio en construccion en la Francia de Vichi
En fin. Que se le va a hacer
Moraine Saulnier MS 406 que poco nos quieres...
De todos los cazas que podias elegir y eliges al peor caza de la guerra, si al menos fuesen los D-520. Esos si eran un digno rival de los Bf109, incluso superiores en maniobrabilidad, y o solo habia un buen stock en Francia que los alemanes aprovecharon, sino que siguio en construccion en la Francia de Vichi
En fin. Que se le va a hacer
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Hola a todos,
respecto a los MS 406, eran denostados por la propia AdA. Los únicos que le sacaron cierto provecho frente a los alemanes fueron los polacos, junto con un puñado de Caudron y Bloch... en Polaco, las victorias del Groupe de Chasse Polonaise (GC 1/45) o I/145 Polski Dywizjon Myśliwski http://www.polishairforce.pl/zestrzfranc.html
También los fineses recibieron algunos de Francia, y posteriormente de manos alemanas, al precio habitual de aparatos de ultimísima generación... los fineses los remotorizaron con motores Klimov capturados al soviet (una patente de un HS), y otros componentes de aquí y allí (radiadores y cañones alemanes, ametralladoras soviéticas, restos de otros aparatos franceses) logrando un apañadito caza para 1943, y un correcto interdector durante la Guerra de Laponia. Sirvieron hasta 1952...
EDICIÓN, respecto a los Ju52, ¿vulnerables? los holandeses acabaron, o pusieron fuera de servicio el 50% de la flota de Tías Ju en mayo'40
respecto a los MS 406, eran denostados por la propia AdA. Los únicos que le sacaron cierto provecho frente a los alemanes fueron los polacos, junto con un puñado de Caudron y Bloch... en Polaco, las victorias del Groupe de Chasse Polonaise (GC 1/45) o I/145 Polski Dywizjon Myśliwski http://www.polishairforce.pl/zestrzfranc.html
También los fineses recibieron algunos de Francia, y posteriormente de manos alemanas, al precio habitual de aparatos de ultimísima generación... los fineses los remotorizaron con motores Klimov capturados al soviet (una patente de un HS), y otros componentes de aquí y allí (radiadores y cañones alemanes, ametralladoras soviéticas, restos de otros aparatos franceses) logrando un apañadito caza para 1943, y un correcto interdector durante la Guerra de Laponia. Sirvieron hasta 1952...
EDICIÓN, respecto a los Ju52, ¿vulnerables? los holandeses acabaron, o pusieron fuera de servicio el 50% de la flota de Tías Ju en mayo'40
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El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Todos sabemos como funcionaba la Alemania nazi ¿no? A los aliados les vendían media docena de fusiles ametralladores a precio de oro, y luego les echaban las culpas de los desastres.
Recordad que el ejército rumano que defendía el Don tenía una división acorazada que estaba equipada con tanques R-2 y LT-35… que eran el antecesor del LT-38 (o Panzer 38). El LT-35 contaba con un cañón de 37 mm de baja velocidad, y sus tripulantes se escudaban tras ¡quince milímetros de acero! Esos carros fueron comprados a Checoslovaquia, es decir, a Alemania, y ni quiero saber lo que costaron a la luz de lo ocurrido posteriormente con otros equipos. Eso sí, los rumanos también habían conseguido, tras mucho pedir, 11 Panzer III N y 11 Panzer IV G, lo único decente, pero llegó tan tarde que las tripulaciones no sabían manejarlos cuando atacaron los rusos. NO es de extrañar que a pesar de luchar hasta el final en Enero la 1ª acorazada rumana solo dispusiese de novecientos soldados y ¡dos tanques! A causa de tal cobardía rumana el 6º Ejército fue cercado ¿Qué haría Alemania sin aliados a los que echarles las culpas?
Historias de esas hay a patadas, como la del puñado de D-520 y de Somua S-35 que vendieron a los italianos a precio de oro. O cuando las necesidades bélicas impidieron que se cediese ¡un! Motor BMW 801 a los rumanos para copiarlo e instalarlo en sus IAR-80. Dicen que los restos del Conducator todavía se agitan en su tumba de la risa que le dio cuando le dijeron el precio de la licencia del Panther. La cuestión es que en la realidad los alemanes fueron tremendamente rapaces. No cedían casi nada, solo vendían y a precio sobrevalorado (la historia del cambio del marco también es muy entretenida). No hubo Lend Lease germánico.
En cualquier caso, a principios de 1941 tampoco estaban las existencias alemanas para echar cohetes. En la realidad se dio escasa prioridad a la producción de cazas y apenas llegaban para las necesidades alemanas. Se habían producido muchos aviones de modelos antiguos (quedarían bastantes Bf 109C e incluso bastantes E-4) pero es de suponer que estuviesen muy gastados.
La solución era el material capturado, entre el que había bastantes MS-406 (convertidos muchos a MS-410) pero bastantes menos D-520, de los que 60 fueron cedidos (vendidos) a los italianos. La producción del D-520 continuó, pero hay que recordar que en esta historia a Francia se le permite cierto rearme y la defensa de sus cielos.
Desde ese punto de vista, es aquello de “menos da una piedra”. Además el MS-406 también tenía sus cualidades. Tenía fuerte pegada con su cañón de 20 mm del eje del motor, era muy ágil, casi tanto como un biplano, y el principal problema era el pobre rendimiento a alta cota, pero este combate se libra a nivel del mar. Aparte que para lidiar con un Fulmar tampoco se necesita un F-15.
Saludos
Recordad que el ejército rumano que defendía el Don tenía una división acorazada que estaba equipada con tanques R-2 y LT-35… que eran el antecesor del LT-38 (o Panzer 38). El LT-35 contaba con un cañón de 37 mm de baja velocidad, y sus tripulantes se escudaban tras ¡quince milímetros de acero! Esos carros fueron comprados a Checoslovaquia, es decir, a Alemania, y ni quiero saber lo que costaron a la luz de lo ocurrido posteriormente con otros equipos. Eso sí, los rumanos también habían conseguido, tras mucho pedir, 11 Panzer III N y 11 Panzer IV G, lo único decente, pero llegó tan tarde que las tripulaciones no sabían manejarlos cuando atacaron los rusos. NO es de extrañar que a pesar de luchar hasta el final en Enero la 1ª acorazada rumana solo dispusiese de novecientos soldados y ¡dos tanques! A causa de tal cobardía rumana el 6º Ejército fue cercado ¿Qué haría Alemania sin aliados a los que echarles las culpas?
Historias de esas hay a patadas, como la del puñado de D-520 y de Somua S-35 que vendieron a los italianos a precio de oro. O cuando las necesidades bélicas impidieron que se cediese ¡un! Motor BMW 801 a los rumanos para copiarlo e instalarlo en sus IAR-80. Dicen que los restos del Conducator todavía se agitan en su tumba de la risa que le dio cuando le dijeron el precio de la licencia del Panther. La cuestión es que en la realidad los alemanes fueron tremendamente rapaces. No cedían casi nada, solo vendían y a precio sobrevalorado (la historia del cambio del marco también es muy entretenida). No hubo Lend Lease germánico.
En cualquier caso, a principios de 1941 tampoco estaban las existencias alemanas para echar cohetes. En la realidad se dio escasa prioridad a la producción de cazas y apenas llegaban para las necesidades alemanas. Se habían producido muchos aviones de modelos antiguos (quedarían bastantes Bf 109C e incluso bastantes E-4) pero es de suponer que estuviesen muy gastados.
La solución era el material capturado, entre el que había bastantes MS-406 (convertidos muchos a MS-410) pero bastantes menos D-520, de los que 60 fueron cedidos (vendidos) a los italianos. La producción del D-520 continuó, pero hay que recordar que en esta historia a Francia se le permite cierto rearme y la defensa de sus cielos.
Desde ese punto de vista, es aquello de “menos da una piedra”. Además el MS-406 también tenía sus cualidades. Tenía fuerte pegada con su cañón de 20 mm del eje del motor, era muy ágil, casi tanto como un biplano, y el principal problema era el pobre rendimiento a alta cota, pero este combate se libra a nivel del mar. Aparte que para lidiar con un Fulmar tampoco se necesita un F-15.
Saludos
Última edición por Domper el 12 Feb 2015, 13:36, editado 1 vez en total.
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El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Gracias a KL Albrecht Achilles por su ayuda. Ya he corregido los errores.
Saludos
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El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Hola a todos,
Domper, simplemente como comentario a raiz de el tuyo previo acerca de la 1ª División Acorazada Rumana, del que en otra ucronía expuse similares argumentos; o de ese motor BMW que jamás llegaría a Rumanía, pero tampoco a Italia siquiera la patente para el DB-605 (espero que la memoria no me falle) para los Folgore, un avión que estaría en servicio hasta bien entrada la decada de 1950.
Los malos se hicieron con una cantidad de H75 Curtiss del AdA y noruegos, de los que 44 acabaron en manos finesas... ¿no podían haberlos enviado a España? los misters quedaron impresionados con el Mohawk, incluso los de las primeras series, pues batían en muchos aspectos a los Spitfire Mk I
En manos de los monsieurs lograron el 33% de los derribos atribuidos al AdA, aunque no representaban poco más del 10% de los aparatos de caza.. Los fineses, tras sucesivas transformaciones locales, ya habituales entre el material cedido por el Reich Milenario y especialmente con armas capturadas al soviet; ya que los malos les suministraron hasta 5 variantes, lograron un magnífico desempeño contra Iván. Los supervivientes sirvieron en la Ilmavoimat hasta 1948, lo que deja en muy ben lugar a los mecánicos fineses y a la Valtion lentokonetehdas (fábrica estatal de aviación)
Por cierto, una delicia de narración.
Me sabe mal el papel que otorgas a Winston, del que soy admirador... sé que era capaz de esas y otras locuras, como los Revenge modificados para la Operación Catherine, e incluso de haber estado en el 10 de Downing St en marzo de 1940 hubiera dado el visto bueno a Pike...
Domper, simplemente como comentario a raiz de el tuyo previo acerca de la 1ª División Acorazada Rumana, del que en otra ucronía expuse similares argumentos; o de ese motor BMW que jamás llegaría a Rumanía, pero tampoco a Italia siquiera la patente para el DB-605 (espero que la memoria no me falle) para los Folgore, un avión que estaría en servicio hasta bien entrada la decada de 1950.
Los malos se hicieron con una cantidad de H75 Curtiss del AdA y noruegos, de los que 44 acabaron en manos finesas... ¿no podían haberlos enviado a España? los misters quedaron impresionados con el Mohawk, incluso los de las primeras series, pues batían en muchos aspectos a los Spitfire Mk I
En manos de los monsieurs lograron el 33% de los derribos atribuidos al AdA, aunque no representaban poco más del 10% de los aparatos de caza.. Los fineses, tras sucesivas transformaciones locales, ya habituales entre el material cedido por el Reich Milenario y especialmente con armas capturadas al soviet; ya que los malos les suministraron hasta 5 variantes, lograron un magnífico desempeño contra Iván. Los supervivientes sirvieron en la Ilmavoimat hasta 1948, lo que deja en muy ben lugar a los mecánicos fineses y a la Valtion lentokonetehdas (fábrica estatal de aviación)
Por cierto, una delicia de narración.
Me sabe mal el papel que otorgas a Winston, del que soy admirador... sé que era capaz de esas y otras locuras, como los Revenge modificados para la Operación Catherine, e incluso de haber estado en el 10 de Downing St en marzo de 1940 hubiera dado el visto bueno a Pike...
Tempus Fugit
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El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Dos cuestiones:
– La ventaja del MS-406 (bueno, el MS-410) sobre el Curtiss H-75 en este escenario es que Francia es un poco menos hostil a los alemanes (solo un poco) y por tanto puede ser más sencillo mantener al MS-406 en vuelo que a los Curtiss, aviones fabricados en Estados Unidos y que pueden suponer un problema a la hora de los repuestos. De todas formas siempre me ha llamado el buen desempeño del H-75 en Francia, porque durante el resto de la guerra pasó sin pena ni gloria, especialmente cuando el P-36 luchó en manos americanas o británicas. Creo que el único escenario donde se lució fue en Finlandia, pero ahí pienso que se debió más a las bondades de los pilotos fineses que a las del avión en sí: si hasta el “LaGG-Morane” dio buen resultado. En cualquier caso no sé cuántos Curtiss quedaron en manos alemanas, porque los franceses no recibieron demasiados y muchos fueron retirados a las colonias. Además para según qué misiones el Morane no era tan malo, especialmente por disponer del cañón de 20 mm. Demasiado es que en este escenario los alemanes cedan equipo militar a los españoles (que como no pagasen con naranjas…).
¬– De Churchill. Sí, es una pena, porque aunque soy algo ambivalente con el personaje, no se me escapa el papel crucial que tuvo en la derrota de Hitler. Si Halifax hubiese llegado al poder es probable que en el verano de 1940 hubiese intentado llegar a un acuerdo con Hitler. Pero por desgracia a sus virtudes se le unían muchas sombras. Por ejemplo…
. Era un chaquetero que cambió dos veces de partido político.
. Su nefanda gestión como lord del tesoro y su empecinamiento en el patrón oro llevó a su país a una grave crisis económica en los “felices años veinte”. Lo que llevó al recorte en los créditos militares y puso a Inglaterra en una situación crítica quince años después.
. También tuvo algo que decir en las erróneas decisiones navales en esa época, desoyendo las recomendaciones de Beatty.
. Pudo llevar a su país a la Revolución, al querer mandar al ejército contra los huelguistas.
. Su torpeza diplomática era proverbial y pudo haber empujado a España o a la Unión Soviética a la guerra.
. Como estratega era pésimo. Mucho peor que Hitler (aunque por lo menos el sistema político democrático le refrenaba) y cuando podía se embarcaba en decisiones militares absurdas. En Libia consiguió “arrebatar la victoria de las fauces de la derrota” al frenar una ofensiva victoriosa que estaba a punto de echar al Eje de África. Tuvo mucho que decir en el fiasco noruego, aunque consiguió emplumar a Chamberlain (que se lo merecía, todo hay que decirlo). Campañas como las del Dodecaneso, Birmania o Borneo solo sirvieron para perder vidas inútilmente. Apoyó a Harris en sus bombardeos homicidas e incluso planeó usar armas químicas o biológicas. Permitió la terrible hambruna de Bengala. Su elección de los subordinados (especialmente de su protegido Freyberg) era cuestionable… El hecho es que a partir de 1943 apenas se le hacía caso, temiendo cualquier nueva “churchillada”.
Con todo eso no digo que Churchill fuese horrible. Me merecen gran respeto sus ideales democráticos, menos sus ideas imperialistas. Desde luego tenía gran capacidad, aunque no tanto como se le ha atribuido, y de haberse mantenido la crisis no creo que reaccionase bien, especialmente si era atacado el Imperio.
Saludos
P.D.: me alegra que te guste la historia.
– La ventaja del MS-406 (bueno, el MS-410) sobre el Curtiss H-75 en este escenario es que Francia es un poco menos hostil a los alemanes (solo un poco) y por tanto puede ser más sencillo mantener al MS-406 en vuelo que a los Curtiss, aviones fabricados en Estados Unidos y que pueden suponer un problema a la hora de los repuestos. De todas formas siempre me ha llamado el buen desempeño del H-75 en Francia, porque durante el resto de la guerra pasó sin pena ni gloria, especialmente cuando el P-36 luchó en manos americanas o británicas. Creo que el único escenario donde se lució fue en Finlandia, pero ahí pienso que se debió más a las bondades de los pilotos fineses que a las del avión en sí: si hasta el “LaGG-Morane” dio buen resultado. En cualquier caso no sé cuántos Curtiss quedaron en manos alemanas, porque los franceses no recibieron demasiados y muchos fueron retirados a las colonias. Además para según qué misiones el Morane no era tan malo, especialmente por disponer del cañón de 20 mm. Demasiado es que en este escenario los alemanes cedan equipo militar a los españoles (que como no pagasen con naranjas…).
¬– De Churchill. Sí, es una pena, porque aunque soy algo ambivalente con el personaje, no se me escapa el papel crucial que tuvo en la derrota de Hitler. Si Halifax hubiese llegado al poder es probable que en el verano de 1940 hubiese intentado llegar a un acuerdo con Hitler. Pero por desgracia a sus virtudes se le unían muchas sombras. Por ejemplo…
. Era un chaquetero que cambió dos veces de partido político.
. Su nefanda gestión como lord del tesoro y su empecinamiento en el patrón oro llevó a su país a una grave crisis económica en los “felices años veinte”. Lo que llevó al recorte en los créditos militares y puso a Inglaterra en una situación crítica quince años después.
. También tuvo algo que decir en las erróneas decisiones navales en esa época, desoyendo las recomendaciones de Beatty.
. Pudo llevar a su país a la Revolución, al querer mandar al ejército contra los huelguistas.
. Su torpeza diplomática era proverbial y pudo haber empujado a España o a la Unión Soviética a la guerra.
. Como estratega era pésimo. Mucho peor que Hitler (aunque por lo menos el sistema político democrático le refrenaba) y cuando podía se embarcaba en decisiones militares absurdas. En Libia consiguió “arrebatar la victoria de las fauces de la derrota” al frenar una ofensiva victoriosa que estaba a punto de echar al Eje de África. Tuvo mucho que decir en el fiasco noruego, aunque consiguió emplumar a Chamberlain (que se lo merecía, todo hay que decirlo). Campañas como las del Dodecaneso, Birmania o Borneo solo sirvieron para perder vidas inútilmente. Apoyó a Harris en sus bombardeos homicidas e incluso planeó usar armas químicas o biológicas. Permitió la terrible hambruna de Bengala. Su elección de los subordinados (especialmente de su protegido Freyberg) era cuestionable… El hecho es que a partir de 1943 apenas se le hacía caso, temiendo cualquier nueva “churchillada”.
Con todo eso no digo que Churchill fuese horrible. Me merecen gran respeto sus ideales democráticos, menos sus ideas imperialistas. Desde luego tenía gran capacidad, aunque no tanto como se le ha atribuido, y de haberse mantenido la crisis no creo que reaccionase bien, especialmente si era atacado el Imperio.
Saludos
P.D.: me alegra que te guste la historia.
Última edición por Domper el 12 Feb 2015, 13:39, editado 3 veces en total.
Tu regere imperio fluctus Hispane memento
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El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
urquhart escribió:pero tampoco a Italia siquiera la patente para el DB-605 (espero que la memoria no me falle) para los Folgore, un avión que estaría en servicio hasta bien entrada la decada de 1950
La licencia del DB 605 si que se tenía. Ahí están el Sagittario, el Veltro y el Centauro. Los ejemplares producidos en el 43 y el 44 los fabricaron con el nombre de Fiat RA.1050 RC.58 Tifone F
Me sabe mal el papel que otorgas a Winston, del que soy admirador
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