El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
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El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Hola:
Una pregunta el capítulo de Karl Strobl, ¿es un guiño a la operación Mincemeat?
Saludos
Una pregunta el capítulo de Karl Strobl, ¿es un guiño a la operación Mincemeat?
Saludos
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- General de Ejército
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El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Desde luego, no soy el primero que usa un argumento similar. Lo he leído en por lo menos dos historias más (en "Llegará tarde a Hendaya" y en "Criptonomicon").
Saludos
Saludos
Tu regere imperio fluctus Hispane memento
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- General de Ejército
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El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Capítulo 17. Preparados…
Visita de estado
27 de Abril de 1941
La guardia de honor formó en el andén, mientras la banda de música atacaba la Marsellesa. Lucien Romier, Ministro de Estado francés, descendió del tren oficial mientras el Ministro de Asuntos Exteriores alemán, Von Papen, se adelantaba para estrecharle la mano. Entonces la banda tocó el Deustchland uber Alles, el himno de la monarquía, con cuyas notas tantos jóvenes habían marchado hacia la muerte durante la anterior guerra. Von Papen pensó que las solemnes notas del viejo himno recordarían a su visitante francés que la fuerza de Alemania no estaba en una cancioncilla revolucionaria sino en la tradición y el valor de sus soldados. El ministro sabía que aunque el Mariscal Pétain había cesado al Almirante Darlan como Primer ministro, nombrando en su lugar al proalemán Pierre Laval, había dejado a Lucien Romier como Ministro de Estado. Romier, antiguo periodista, hacía gala de hostilidad hacia el enemigo sempiterno de Francia, Alemania, y aconsejaba a Pétain mantener una postura de estricta neutralidad.
Tras los saludos de rigor la delegación francesa subió a los coches que los llevarían a sus aposentos en la embajada francesa. Romier había declinado el ofrecimiento del palacio Bellevue prefiriendo alojarse en ese trocito de Francia trasplantado a Berlín. Von Papen pensó que esos gestos de orgullo mostraban en realidad la debilidad de la posición francesa ¿Romier no quería dormir en un palacio alemán? Daba igual, mientras bailase al son de la música berlinesa.
Von Papen se dirigió al Ministerio para preparar la conferencia que se iba a celebrar por la tarde. No necesitó ningún documento, porque los problemas de Extremo Oriente no se los podía sacar de la cabeza.
En Asia el problema era Japón. El País del Sol Naciente había experimentado durante el siglo anterior una transición acelerada de la Edad Media a la industrialización. En su afán imitador habían copiado no solo los métodos productivos y militares occidentales, sino hasta sus ropas. A Von Papen le costaba retener la sonrisa cada vez que veía al embajador japonés. El hombrecillo parecía una figura de vodevil, enfundado en un frac y tocado con una chistera que estaba pasada de moda en Europa desde veinte años antes.
Pero Von Papen intentaba no dejarse engañar. Porque Japón había adoptado las máquinas, los fusiles o la moda occidental, pero no el alma de la cultura europea. La política japonesa seguía siendo feudal, salvo que había sustituido al Shogun y los daimios por una camarilla de militares e industriales con la extravagante idea que Nipón necesitaba masacrar a millares de chinos para agradar a su divino emperador. Si por lo menos lo hubiesen hecho bien... Pero tras provocar una guerra con China, ni siquiera habían conseguido vencer a esa nación atrapada en la corrupción y la anarquía. Su ejército llevaba años peleando en China, y siempre prometía la victoria para el año que viene.
Ahora a esa camarilla de incompetentes le había dado por creer que sus problemas en China eran culpa de los demás. Von Papen no podía entender el retorcido razonamiento que llevaba a los japoneses a creer que atacando a más vecinos sus problemas se resolverían. Si dependiese de él, los sentaría en un aula y les haría escribir cien veces “si Japón no puede con China sola, menos podrá contra China y sus aliados”. Los rusos lo habían demostrado con el soberano repaso que les habían dado a los nipones en Manchuria un par de años antes.
Pero en Tokio entendieron la lección de Manchuria al revés y ahora pensaban que la culpa de que su ofensiva en China estuviese empantanada era de los pocos aviones que los americanos estaban vendiendo a los chinos. Von Papen hubiese enviado a las Kuriles a todos esos generalotes incompetentes que pensaban que las guerras se ganaban con poemas inspiradores y ataques frontales, y los hubiese sustituido por algún mariscal alemán. También hubiese dejado que los americanos vendiesen a los chinos unas pocas armas anticuadas que ni siquiera sabían manejar. Todo antes que molestar a Estados Unidos.
Porque Von Papen cada vez estaba más convencido de que el peor enemigo de Alemania no era el pasmarote de Churchill, cuyos patéticos ejércitos solo servían para proporcionar victorias a Alemania, sino Roosevelt. Ese tullido odiaba al Reich y su principal objetivo era derribarlo. Sus maquinaciones habían estado detrás de la crisis yugoslava, y ahora alentaba a Churchill a resistir, regalándole todas esas armas que la industria inglesa no podía fabricar. Pero eso no bastaría para salvar a Gran Bretaña. Por eso Roosevelt quería la guerra. Pero los votantes norteamericanos preferían su Bourbon, sus clubes de Jazz y sus lavadoras eléctricas al barro de las trincheras. Para intentar convencer a sus votantes Roosevelt buscaba crear algún incidente. No solo sus entregas de armamento eran un acto hostil que hubiese justificado una declaración de guerra, sino que su marina cada vez era más agresiva escoltando a los mercantes ingleses que navegaban hacia Inglaterra cargados de armamento. Había sido preciso dar órdenes terminantes a Doenitz para evitar incidentes, pero eso estaba haciendo mucho más difícil la vida a los submarinistas alemanes. Pero Von Papen sabía que uno de los principales objetivos de la diplomacia alemana tenía que ser evitar un enfrentamiento con los norteamericanos. Por lo menos, por ahora. Algunos alemanes despreciaban a los amis, como los llamaban. Pensaban que eran malos soldados y que solo sabían fabricar chucherías. Von Papen pensaba que no había nada más atrevido que la ignorancia. Durante la anterior guerra las fábricas norteamericanas se habían puesto a fabricar aviones y tanques de un día para otro, y sus soldados resultaron tan valientes como los que más. Además la capacidad industrial estadounidense era por lo menos el triple que la alemana, y tenían todas las materias primas que pudiesen soñar. Mejor era no dar pretextos a Roosevelt. Nada de telegramas Zimmerman.
Pero esos inútiles japoneses se estaban prestando al juego de Roosevelt. Japón dependía de Norteamérica en todo: de ahí obtenía su petróleo y sus materias primas, los créditos para comprarlas y los barcos para transportarlas. Lo sensato hubiese sido tratar a los americanos con pinzas, pero habían preferido los trompazos. Las tropelías en China estaban enfadando cada vez más a los estadounidenses, que se creían custodios de los pueblos amenazados por los imperialistas. Desde luego, siempre que esos imperialistas no fuesen anglosajones. Luego los nipones metieron la bota en Indochina, olvidando el romance entre franceses y americanos que databa de su Guerra de Independencia. Que más quería Roosevelt. Con esos pretextos que tan amablemente le suministraban desde Tokio se dedicó a asfixiar la economía japonesa, cortando el crédito, inmovilizando los activos financieros, prohibiendo la exportación de materias primas y, finalmente, la de petróleo. Los orgullosos nipones habían respondido con bravuconadas y amenazas, y Von Papen se temía que hiciesen alguna tontería que les llevase a la guerra.
La visita del ministro francés serviría para matar a dos pájaros de un tiro.
Visita de estado
27 de Abril de 1941
La guardia de honor formó en el andén, mientras la banda de música atacaba la Marsellesa. Lucien Romier, Ministro de Estado francés, descendió del tren oficial mientras el Ministro de Asuntos Exteriores alemán, Von Papen, se adelantaba para estrecharle la mano. Entonces la banda tocó el Deustchland uber Alles, el himno de la monarquía, con cuyas notas tantos jóvenes habían marchado hacia la muerte durante la anterior guerra. Von Papen pensó que las solemnes notas del viejo himno recordarían a su visitante francés que la fuerza de Alemania no estaba en una cancioncilla revolucionaria sino en la tradición y el valor de sus soldados. El ministro sabía que aunque el Mariscal Pétain había cesado al Almirante Darlan como Primer ministro, nombrando en su lugar al proalemán Pierre Laval, había dejado a Lucien Romier como Ministro de Estado. Romier, antiguo periodista, hacía gala de hostilidad hacia el enemigo sempiterno de Francia, Alemania, y aconsejaba a Pétain mantener una postura de estricta neutralidad.
Tras los saludos de rigor la delegación francesa subió a los coches que los llevarían a sus aposentos en la embajada francesa. Romier había declinado el ofrecimiento del palacio Bellevue prefiriendo alojarse en ese trocito de Francia trasplantado a Berlín. Von Papen pensó que esos gestos de orgullo mostraban en realidad la debilidad de la posición francesa ¿Romier no quería dormir en un palacio alemán? Daba igual, mientras bailase al son de la música berlinesa.
Von Papen se dirigió al Ministerio para preparar la conferencia que se iba a celebrar por la tarde. No necesitó ningún documento, porque los problemas de Extremo Oriente no se los podía sacar de la cabeza.
En Asia el problema era Japón. El País del Sol Naciente había experimentado durante el siglo anterior una transición acelerada de la Edad Media a la industrialización. En su afán imitador habían copiado no solo los métodos productivos y militares occidentales, sino hasta sus ropas. A Von Papen le costaba retener la sonrisa cada vez que veía al embajador japonés. El hombrecillo parecía una figura de vodevil, enfundado en un frac y tocado con una chistera que estaba pasada de moda en Europa desde veinte años antes.
Pero Von Papen intentaba no dejarse engañar. Porque Japón había adoptado las máquinas, los fusiles o la moda occidental, pero no el alma de la cultura europea. La política japonesa seguía siendo feudal, salvo que había sustituido al Shogun y los daimios por una camarilla de militares e industriales con la extravagante idea que Nipón necesitaba masacrar a millares de chinos para agradar a su divino emperador. Si por lo menos lo hubiesen hecho bien... Pero tras provocar una guerra con China, ni siquiera habían conseguido vencer a esa nación atrapada en la corrupción y la anarquía. Su ejército llevaba años peleando en China, y siempre prometía la victoria para el año que viene.
Ahora a esa camarilla de incompetentes le había dado por creer que sus problemas en China eran culpa de los demás. Von Papen no podía entender el retorcido razonamiento que llevaba a los japoneses a creer que atacando a más vecinos sus problemas se resolverían. Si dependiese de él, los sentaría en un aula y les haría escribir cien veces “si Japón no puede con China sola, menos podrá contra China y sus aliados”. Los rusos lo habían demostrado con el soberano repaso que les habían dado a los nipones en Manchuria un par de años antes.
Pero en Tokio entendieron la lección de Manchuria al revés y ahora pensaban que la culpa de que su ofensiva en China estuviese empantanada era de los pocos aviones que los americanos estaban vendiendo a los chinos. Von Papen hubiese enviado a las Kuriles a todos esos generalotes incompetentes que pensaban que las guerras se ganaban con poemas inspiradores y ataques frontales, y los hubiese sustituido por algún mariscal alemán. También hubiese dejado que los americanos vendiesen a los chinos unas pocas armas anticuadas que ni siquiera sabían manejar. Todo antes que molestar a Estados Unidos.
Porque Von Papen cada vez estaba más convencido de que el peor enemigo de Alemania no era el pasmarote de Churchill, cuyos patéticos ejércitos solo servían para proporcionar victorias a Alemania, sino Roosevelt. Ese tullido odiaba al Reich y su principal objetivo era derribarlo. Sus maquinaciones habían estado detrás de la crisis yugoslava, y ahora alentaba a Churchill a resistir, regalándole todas esas armas que la industria inglesa no podía fabricar. Pero eso no bastaría para salvar a Gran Bretaña. Por eso Roosevelt quería la guerra. Pero los votantes norteamericanos preferían su Bourbon, sus clubes de Jazz y sus lavadoras eléctricas al barro de las trincheras. Para intentar convencer a sus votantes Roosevelt buscaba crear algún incidente. No solo sus entregas de armamento eran un acto hostil que hubiese justificado una declaración de guerra, sino que su marina cada vez era más agresiva escoltando a los mercantes ingleses que navegaban hacia Inglaterra cargados de armamento. Había sido preciso dar órdenes terminantes a Doenitz para evitar incidentes, pero eso estaba haciendo mucho más difícil la vida a los submarinistas alemanes. Pero Von Papen sabía que uno de los principales objetivos de la diplomacia alemana tenía que ser evitar un enfrentamiento con los norteamericanos. Por lo menos, por ahora. Algunos alemanes despreciaban a los amis, como los llamaban. Pensaban que eran malos soldados y que solo sabían fabricar chucherías. Von Papen pensaba que no había nada más atrevido que la ignorancia. Durante la anterior guerra las fábricas norteamericanas se habían puesto a fabricar aviones y tanques de un día para otro, y sus soldados resultaron tan valientes como los que más. Además la capacidad industrial estadounidense era por lo menos el triple que la alemana, y tenían todas las materias primas que pudiesen soñar. Mejor era no dar pretextos a Roosevelt. Nada de telegramas Zimmerman.
Pero esos inútiles japoneses se estaban prestando al juego de Roosevelt. Japón dependía de Norteamérica en todo: de ahí obtenía su petróleo y sus materias primas, los créditos para comprarlas y los barcos para transportarlas. Lo sensato hubiese sido tratar a los americanos con pinzas, pero habían preferido los trompazos. Las tropelías en China estaban enfadando cada vez más a los estadounidenses, que se creían custodios de los pueblos amenazados por los imperialistas. Desde luego, siempre que esos imperialistas no fuesen anglosajones. Luego los nipones metieron la bota en Indochina, olvidando el romance entre franceses y americanos que databa de su Guerra de Independencia. Que más quería Roosevelt. Con esos pretextos que tan amablemente le suministraban desde Tokio se dedicó a asfixiar la economía japonesa, cortando el crédito, inmovilizando los activos financieros, prohibiendo la exportación de materias primas y, finalmente, la de petróleo. Los orgullosos nipones habían respondido con bravuconadas y amenazas, y Von Papen se temía que hiciesen alguna tontería que les llevase a la guerra.
La visita del ministro francés serviría para matar a dos pájaros de un tiro.
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Un descanso
28 de Abril de 1941
A media mañana las conversaciones en el palacio de la Wilhelmstrasse se interrumpieron mientras las delegaciones pasaban al salón anexo donde se había servido un refrigerio. Los jefes de las delegaciones, el Ministro de Estado francés Romier y el Ministro de Asuntos Exteriores alemán Von Papen, se situaron en extremos opuestos del salón, mientras permitían que los miembros más jóvenes de las delegaciones estableciesen contactos. Esa maniobra diplomática databa por lo menos de los tiempos de César, y las dos delegaciones habían aleccionado cuidadosamente a los ayudantes.
El barón Hans Gunther Von Dincklage, que desempeñaba oficialmente el puesto de ayudante de la delegación, tomó del brazo a su contraparte francés, François Seydoux de Clausonne, y le entregó una copa.
—François, no sabes cuánto me alegra verte de nuevo —dijo en correcto francés—. Si algo me entristecía de esta desgraciada guerra era el perder de vista a los amigos.
El francés estaba un tanto reticente, pero saludó al alemán—. Verte también es un placer para mí.
—Hace calor en la sala ¿Me acompañas a la galería? Creo que hace una mañana preciosa —fuera el viento soplaba con fuerza, pero Seydoux entendió la indirecta. Hizo de tripas corazón y salió al exterior—. Brrr, hace un fresquito vivificante.
—No te quejes, que en París cuando quiere también hace frío ¿Qué es de tu vida?
El francés comprendió que era una invitación para que plantease sus demandas—. Regular, que quieres que te diga. En París se pasan muchas estrecheces.
—Igual que aquí —respondió Von Dincklage—. Mientras siga la guerra tendremos que soportar la penuria —Seydoux entendió la indirecta: si Francia quería que las condiciones mejorasen tendría que ayudar a Alemania.
—Para ti es fácil decirlo, porque estáis ganando la guerra. Pero en París ni te imaginas el mal ambiente que hay ¿Recuerdas aquel cabaret en Montmartre al que te llevé? Pues ha cerrado. Lo mismo en el Barrio Latino. Casi no se encuentran sitios para tomar una copa a gusto —Seydoux no se iba a dejar atrapar. Que fuese el alemán quien plantease la demanda primero.
—Aquí en Berlín, por suerte, aun quedan un par de rincones muy agradables que me gustaría enseñarte ¿Vas a tener algún tiempo libre estos días?
Seydoux vio que si seguía así la conversación se alargaría hasta el infinito, y tuvo que mover ficha—. Dependerá de las conversaciones. Mi Ministro está preocupadísimo y tiene a toda la delegación en un puño.
—¿Preocupado por qué? ¿Por lo de Siria? —dijo Von Dincklage. Alemania seguía reclamando mayor implicación francesa.
—No, no es por eso. Aunque a mí también me gustaría que lo de Siria se arreglase, pero ya sabes que los militares siempre están con pretextos, que si me falta un tanque, que si necesito otro avión. Pero lo que de verdad preocupa al Ministro es lo de Indochina.
—¿Esa guerrita que habéis tenido con los siameses? —Siam había invadido la colonia francesa de Indochina pretextando disputas fronterizas. En tierra los tailandeses habían conseguido algunos éxitos, pero la flota francesa había infligido una humillante derrota a los barcos siameses. Sin embargo Japón, aliado de Tailandia, había impuesto un alto el fuego y ahora pretendía obligar a los franceses a hacer grandes concesiones territoriales.
—La guerrita no es lo que nos preocupa. Los siameses, con ese rey de opereta que tienen, han conquistado unos pocos pueblos solo porque en Indochina nuestra guarnición es muy escasa. Lo malo es que tampoco podemos reforzarla a causa del bloqueo inglés. Pero lo peor es que Japón pretende hacernos firmar unas concesiones que si las vieses, te escandalizarías.
—Y por eso tu ministro ha venido a Berlín —dijo Von Dincklage.
—Pues claro ¿Ahora no somos aliados? —dijo Seydoux—. Pero Japón está ligado con vosotros por otro tratado de alianza. Entre los dos nos estáis poniendo en una situación imposible.
Von Dincklage pensó que era el momento de sorprender a su colega—. Puedo decirte algo confidencial. El ministro Von Papen tampoco está nada satisfecho con lo que está pasando en Asia. Es demasiado educado para decirlo, pero piensa que los siameses son unos patanes que tendrían que dedicarse a las danzas folclóricas y no a molestaros. Porque mi ministro piensa que Francia está llevando a cabo en Indochina una labor encomiable, llevando a los pobres coolies de los campos de arroz a la vida moderna.
Sedoux se tragó el contenido de la copa de un trago y miró fijamente a su interlocutor— ¿Me dices que tu ministro entiende nuestra posición?
—Pues claro, y estará dispuesto a apoyaros. Pero ya sabes que la diplomacia es como los cambalaches de los mercadillos de pueblo. Tú me das algo y yo te doy algo. Aunque Von Papen cree que la labor educadora de los europeos es imprescindible para los pueblos atrasados, no puede apoyar a una nación que le está poniendo en un compromiso.
—¿En un compromiso? —preguntó Seydoux, antes de darse cuenta que había mordido el anzuelo.
—Pues claro. Ya sabes que Von Papen fue el artífice del tratado preliminar entre Francia y Alemania, y cuando tu gobierno se hace el tonto le pone en una posición muy difícil.
Seydoux reflexionó antes de hablar—. Yo también lamento esos desencuentros, pero mi gobierno también está en una posición delicada, ya que todavía hay muchos franceses que ven a Alemania como su enemiga. Podrían aceptar luchar contra los ingleses que tiran bombas caen sobre nuestras ciudades, pero jamás aceptarán la anexión de Alsacia y Lorena.
O sea que era eso. El problema era Alsacia. Por suerte Von Papen le había instruido sobre el tema—. Sabes que hay muchos alsacianos y algunos loreneses que no se sienten franceses. Esas regiones pertenecieron al Imperio Alemán hasta que se las arrebatasteis a los españoles, que no supieron defenderlas. Volvieron al Reich durante cuarenta y cinco años, muchos más de los que llevan de nuevo en Francia. Alemania también siente que esas regiones son parte de su nación.
—Pues entonces será difícil que podamos llegar a ningún acuerdo —Seydoux hizo además de volver al salón.
—Espera, François. Somos personas civilizadas. Vamos a suponer que tú y yo somos los negociantes ¿Te parece?
Seydoux no dijo nada esperando ver por dónde salía el alemán.
—Veamos. Los dos queremos Alsacia y Lorena, y los dos tenemos motivos para reclamarlas. Discutir sobre eso no tiene sentido porque no nos pondremos de acuerdo. Pero si nosotros nos las quedamos, Francia y Alemania seguirán siendo enemigas. Si os las quedáis vosotros, es nuestro prestigio el que sufre ¿Cómo podemos ir a la guerra para reunificar Alemania si luego cedemos tierras donde viven alemanes?
—Es que no son alemanes sino franceses —dijo Seydoux.
—¿Quién dice si son alemanes o franceses? Esos franceses lucharon como leones en los ejércitos del Káiser. Mi ministro tiene una teoría muy sencilla: si hablan alemán son alemanes. Si no, franceses.
—¿Y qué quiere? ¿Qué vayamos por Alsacia examinando a la gente?
—No creo que haga falta. El Imperio del Káiser fue muy cuidadoso y su burocracia registraba cada hoja que caía. Seguro que en los censos de la época se indica que lengua se hablaba en cada comarca.
Seydoux sabía que eso era otro anzuelo y no lo iba a morder—. La República Francesa también ha hecho censos.
—François, los dos trabajamos en la administración ¿Tú te crees alguna estadística que presente el Gobierno? Yo no, desde luego. Probablemente tanto vuestro censo como el nuestro estarán exagerados. Podríamos negociar un punto medio.
Seydoux no pudo resistir el cebo y picó— ¿Un punto medio?
—Sí, promediar los censos alemán y francés, arreglando sobre el terreno las discrepancias ¿Más alemanes? Alemania ¿Más franceses? Francia. Y podríamos ayudar a realojarse a los alemanes o franceses que estén en minoría y que no quieran dejar sus ciudades. Incluso crear algo nuevo ¿Qué tal una ciudadanía compartida?
La oferta era increíble. Nunca había oído semejante propuesta de un nazi. Pero a pesar de todo Francia salía perdiendo—. Todo eso está muy bien, pero si Francia pierde, por ejemplo, Alsacia ¿qué gana a cambio?
—Por de pronto, nuestra alianza ¿No es suficiente? — Von Dincklage miró a Seydoux y dijo—: Veo que no. Pero no sé si has pensado que ese principio de la lengua se puede aplicar en otros lugares ¿Dónde hay más francoparlantes por el mundo? ¿En Bélgica tal vez?
Seydoux lamentó no tener otra copa. La oferta de Bélgica iba en serio— ¿Toda Bélgica?
—No creo que sea posible —dijo Von Dincklage—. Pero sí la parte francófona, y con bastante mano ancha. Toda la zona minera, toda la industria pesada ¿Qué te parece?
—Interesante. Pero no creo que a mi Gobierno le agrade anexionar Bélgica.
—¿Y por qué no? Bélgica y Holanda no son sino construcciones artificiales, creadas por los ingleses para dividir y enfrentar a nuestras naciones. Holandeses y flamencos hablan una lengua que no es sino un dialecto del alto alemán. Los valones son franceses de todo menos en el pasaporte. Si solucionamos ese problema nuestras dos naciones se reforzarían, y su amistad se consolidaría. Desde luego, Alemania apoyaría hasta el final a una Francia amiga.
—¿Romperíais vuestras relaciones con Japón? —preguntó Seydoux.
—Tampoco hay que llegar a eso. Japón ha sido aliada de Alemania, y a los amigos no se les traiciona. Pero podríamos pensar en algún arreglo en el que ellos también saliesen ganando. Por ejemplo ¿Crees que les interesaría recibir las colonias holandesas como un protectorado? Los holandeses han tratado tan mal a sus gobernados que les odian. Alemania no tiene intereses en el Pacífico, ni tampoco puede conservar unas colonias tan alejadas.
Seydoux reflexionó. Él no podía tomar semejante decisión e iba a tener que hablar con su ministro—. Todo eso está muy bien, pero el problema de Francia es urgente.
—Lo sé, lo sé. Mira, el otro día estuve con un mozo muy simpático que está asignado a la delegación comercial de la Embajada Japonesa en Berlín. Igual podría arreglar una cena para los tres.
—No creo que tenga tiempo para eso —rechazó cortésmente Seydoux—. Pero no sabes cómo te agradecería que hablases con tu amigo.
28 de Abril de 1941
A media mañana las conversaciones en el palacio de la Wilhelmstrasse se interrumpieron mientras las delegaciones pasaban al salón anexo donde se había servido un refrigerio. Los jefes de las delegaciones, el Ministro de Estado francés Romier y el Ministro de Asuntos Exteriores alemán Von Papen, se situaron en extremos opuestos del salón, mientras permitían que los miembros más jóvenes de las delegaciones estableciesen contactos. Esa maniobra diplomática databa por lo menos de los tiempos de César, y las dos delegaciones habían aleccionado cuidadosamente a los ayudantes.
El barón Hans Gunther Von Dincklage, que desempeñaba oficialmente el puesto de ayudante de la delegación, tomó del brazo a su contraparte francés, François Seydoux de Clausonne, y le entregó una copa.
—François, no sabes cuánto me alegra verte de nuevo —dijo en correcto francés—. Si algo me entristecía de esta desgraciada guerra era el perder de vista a los amigos.
El francés estaba un tanto reticente, pero saludó al alemán—. Verte también es un placer para mí.
—Hace calor en la sala ¿Me acompañas a la galería? Creo que hace una mañana preciosa —fuera el viento soplaba con fuerza, pero Seydoux entendió la indirecta. Hizo de tripas corazón y salió al exterior—. Brrr, hace un fresquito vivificante.
—No te quejes, que en París cuando quiere también hace frío ¿Qué es de tu vida?
El francés comprendió que era una invitación para que plantease sus demandas—. Regular, que quieres que te diga. En París se pasan muchas estrecheces.
—Igual que aquí —respondió Von Dincklage—. Mientras siga la guerra tendremos que soportar la penuria —Seydoux entendió la indirecta: si Francia quería que las condiciones mejorasen tendría que ayudar a Alemania.
—Para ti es fácil decirlo, porque estáis ganando la guerra. Pero en París ni te imaginas el mal ambiente que hay ¿Recuerdas aquel cabaret en Montmartre al que te llevé? Pues ha cerrado. Lo mismo en el Barrio Latino. Casi no se encuentran sitios para tomar una copa a gusto —Seydoux no se iba a dejar atrapar. Que fuese el alemán quien plantease la demanda primero.
—Aquí en Berlín, por suerte, aun quedan un par de rincones muy agradables que me gustaría enseñarte ¿Vas a tener algún tiempo libre estos días?
Seydoux vio que si seguía así la conversación se alargaría hasta el infinito, y tuvo que mover ficha—. Dependerá de las conversaciones. Mi Ministro está preocupadísimo y tiene a toda la delegación en un puño.
—¿Preocupado por qué? ¿Por lo de Siria? —dijo Von Dincklage. Alemania seguía reclamando mayor implicación francesa.
—No, no es por eso. Aunque a mí también me gustaría que lo de Siria se arreglase, pero ya sabes que los militares siempre están con pretextos, que si me falta un tanque, que si necesito otro avión. Pero lo que de verdad preocupa al Ministro es lo de Indochina.
—¿Esa guerrita que habéis tenido con los siameses? —Siam había invadido la colonia francesa de Indochina pretextando disputas fronterizas. En tierra los tailandeses habían conseguido algunos éxitos, pero la flota francesa había infligido una humillante derrota a los barcos siameses. Sin embargo Japón, aliado de Tailandia, había impuesto un alto el fuego y ahora pretendía obligar a los franceses a hacer grandes concesiones territoriales.
—La guerrita no es lo que nos preocupa. Los siameses, con ese rey de opereta que tienen, han conquistado unos pocos pueblos solo porque en Indochina nuestra guarnición es muy escasa. Lo malo es que tampoco podemos reforzarla a causa del bloqueo inglés. Pero lo peor es que Japón pretende hacernos firmar unas concesiones que si las vieses, te escandalizarías.
—Y por eso tu ministro ha venido a Berlín —dijo Von Dincklage.
—Pues claro ¿Ahora no somos aliados? —dijo Seydoux—. Pero Japón está ligado con vosotros por otro tratado de alianza. Entre los dos nos estáis poniendo en una situación imposible.
Von Dincklage pensó que era el momento de sorprender a su colega—. Puedo decirte algo confidencial. El ministro Von Papen tampoco está nada satisfecho con lo que está pasando en Asia. Es demasiado educado para decirlo, pero piensa que los siameses son unos patanes que tendrían que dedicarse a las danzas folclóricas y no a molestaros. Porque mi ministro piensa que Francia está llevando a cabo en Indochina una labor encomiable, llevando a los pobres coolies de los campos de arroz a la vida moderna.
Sedoux se tragó el contenido de la copa de un trago y miró fijamente a su interlocutor— ¿Me dices que tu ministro entiende nuestra posición?
—Pues claro, y estará dispuesto a apoyaros. Pero ya sabes que la diplomacia es como los cambalaches de los mercadillos de pueblo. Tú me das algo y yo te doy algo. Aunque Von Papen cree que la labor educadora de los europeos es imprescindible para los pueblos atrasados, no puede apoyar a una nación que le está poniendo en un compromiso.
—¿En un compromiso? —preguntó Seydoux, antes de darse cuenta que había mordido el anzuelo.
—Pues claro. Ya sabes que Von Papen fue el artífice del tratado preliminar entre Francia y Alemania, y cuando tu gobierno se hace el tonto le pone en una posición muy difícil.
Seydoux reflexionó antes de hablar—. Yo también lamento esos desencuentros, pero mi gobierno también está en una posición delicada, ya que todavía hay muchos franceses que ven a Alemania como su enemiga. Podrían aceptar luchar contra los ingleses que tiran bombas caen sobre nuestras ciudades, pero jamás aceptarán la anexión de Alsacia y Lorena.
O sea que era eso. El problema era Alsacia. Por suerte Von Papen le había instruido sobre el tema—. Sabes que hay muchos alsacianos y algunos loreneses que no se sienten franceses. Esas regiones pertenecieron al Imperio Alemán hasta que se las arrebatasteis a los españoles, que no supieron defenderlas. Volvieron al Reich durante cuarenta y cinco años, muchos más de los que llevan de nuevo en Francia. Alemania también siente que esas regiones son parte de su nación.
—Pues entonces será difícil que podamos llegar a ningún acuerdo —Seydoux hizo además de volver al salón.
—Espera, François. Somos personas civilizadas. Vamos a suponer que tú y yo somos los negociantes ¿Te parece?
Seydoux no dijo nada esperando ver por dónde salía el alemán.
—Veamos. Los dos queremos Alsacia y Lorena, y los dos tenemos motivos para reclamarlas. Discutir sobre eso no tiene sentido porque no nos pondremos de acuerdo. Pero si nosotros nos las quedamos, Francia y Alemania seguirán siendo enemigas. Si os las quedáis vosotros, es nuestro prestigio el que sufre ¿Cómo podemos ir a la guerra para reunificar Alemania si luego cedemos tierras donde viven alemanes?
—Es que no son alemanes sino franceses —dijo Seydoux.
—¿Quién dice si son alemanes o franceses? Esos franceses lucharon como leones en los ejércitos del Káiser. Mi ministro tiene una teoría muy sencilla: si hablan alemán son alemanes. Si no, franceses.
—¿Y qué quiere? ¿Qué vayamos por Alsacia examinando a la gente?
—No creo que haga falta. El Imperio del Káiser fue muy cuidadoso y su burocracia registraba cada hoja que caía. Seguro que en los censos de la época se indica que lengua se hablaba en cada comarca.
Seydoux sabía que eso era otro anzuelo y no lo iba a morder—. La República Francesa también ha hecho censos.
—François, los dos trabajamos en la administración ¿Tú te crees alguna estadística que presente el Gobierno? Yo no, desde luego. Probablemente tanto vuestro censo como el nuestro estarán exagerados. Podríamos negociar un punto medio.
Seydoux no pudo resistir el cebo y picó— ¿Un punto medio?
—Sí, promediar los censos alemán y francés, arreglando sobre el terreno las discrepancias ¿Más alemanes? Alemania ¿Más franceses? Francia. Y podríamos ayudar a realojarse a los alemanes o franceses que estén en minoría y que no quieran dejar sus ciudades. Incluso crear algo nuevo ¿Qué tal una ciudadanía compartida?
La oferta era increíble. Nunca había oído semejante propuesta de un nazi. Pero a pesar de todo Francia salía perdiendo—. Todo eso está muy bien, pero si Francia pierde, por ejemplo, Alsacia ¿qué gana a cambio?
—Por de pronto, nuestra alianza ¿No es suficiente? — Von Dincklage miró a Seydoux y dijo—: Veo que no. Pero no sé si has pensado que ese principio de la lengua se puede aplicar en otros lugares ¿Dónde hay más francoparlantes por el mundo? ¿En Bélgica tal vez?
Seydoux lamentó no tener otra copa. La oferta de Bélgica iba en serio— ¿Toda Bélgica?
—No creo que sea posible —dijo Von Dincklage—. Pero sí la parte francófona, y con bastante mano ancha. Toda la zona minera, toda la industria pesada ¿Qué te parece?
—Interesante. Pero no creo que a mi Gobierno le agrade anexionar Bélgica.
—¿Y por qué no? Bélgica y Holanda no son sino construcciones artificiales, creadas por los ingleses para dividir y enfrentar a nuestras naciones. Holandeses y flamencos hablan una lengua que no es sino un dialecto del alto alemán. Los valones son franceses de todo menos en el pasaporte. Si solucionamos ese problema nuestras dos naciones se reforzarían, y su amistad se consolidaría. Desde luego, Alemania apoyaría hasta el final a una Francia amiga.
—¿Romperíais vuestras relaciones con Japón? —preguntó Seydoux.
—Tampoco hay que llegar a eso. Japón ha sido aliada de Alemania, y a los amigos no se les traiciona. Pero podríamos pensar en algún arreglo en el que ellos también saliesen ganando. Por ejemplo ¿Crees que les interesaría recibir las colonias holandesas como un protectorado? Los holandeses han tratado tan mal a sus gobernados que les odian. Alemania no tiene intereses en el Pacífico, ni tampoco puede conservar unas colonias tan alejadas.
Seydoux reflexionó. Él no podía tomar semejante decisión e iba a tener que hablar con su ministro—. Todo eso está muy bien, pero el problema de Francia es urgente.
—Lo sé, lo sé. Mira, el otro día estuve con un mozo muy simpático que está asignado a la delegación comercial de la Embajada Japonesa en Berlín. Igual podría arreglar una cena para los tres.
—No creo que tenga tiempo para eso —rechazó cortésmente Seydoux—. Pero no sabes cómo te agradecería que hablases con tu amigo.
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El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Los extremos
30 de Abril de 1941
¿Sería una trampa? pensaba mientras intentaba orientarse en el laberinto de tenderetes que llenaban las callejuelas de la Ciudad Vieja de Sidón. Vestido con ropas árabes y gracias a su conocimiento del idioma Avraham Stern podía pasar desapercibido, aunque sabía que un interrogatorio a fondo le descubriría. Pero Avraham creía que si alguien quería hacerlo desaparecer no necesitaba tomarse tantas molestias. Hubiese bastado con denunciarlo a los perros ingleses.
Unos días antes un confidente le había llevado un mensaje al piso franco de Tel Aviv donde se ocultaba el líder del grupo terrorista hebreo Leji. En el mensaje se pedía al líder del Leji que acudiese a una cita en Sidón, en el Líbano francés. Los controles de carretera británicos dificultaban los movimientos, por lo que Avraham Stern tuvo que viajar hasta Acre en tren, escondido en un vagón de ganado. En Acre se había disfrazado de fellagha, es decir, de campesino palestino, y acompañado de un guía había recorrido los cerros de Galilea hasta cruzar al Líbano. Aunque había oído que los franceses querían invadir Palestina, en todo su viaje no vio a ningún soldado. Una vez en el Líbano Stern subió a otro tren que le llevó hasta Sidón. El viaje, las viejas ropas y la compañía de los corderos hacían que Stern hediese, pero eso le ayudaba a evitar a los comerciantes del zoco, que le pedían a gritos que dejase de molestar y se volviese con su rebaño.
Finalmente encontró el lugar de la cita. Tras llamar la puerta se abrió y una voz le pidió que entrase en árabe pero con fuerte acento centroeuropeo. Stern fue conducido a una pequeña estancia, a la que le precedieron los efluvios que emanaban de su persona. Una voz dijo:
—Por Dios, esperaba verle llegar disfrazado, pero todo tiene un límite.
—Si no le gustan estos aromas tendría que haberse quedado en Berlín —Stern había nacido en Polonia cuando era parte del Imperio Alemán y reconoció el acento—. Las exquisiteces son para la Kudam y no para las medinas árabes ¿Me equivoco al pensar que es alemán, señor…?
—Puede llamarme Lothar, si lo desea. Mire, señor ¿Yair creo que le llaman? —Yair era el apodo de Stern.
—Si quiere puede llamarme Yair —repuso Stern.
—Mire, Yair, ni usted ni yo somos árabes, y creo que se sentirá más cómodo hablando en otra lengua. Creo que usted entiende un poco de alemán.
—Un poco —como a todos los niños polacos se le había obligado a estudiar alemán en la escuela.
—Pues en alemán. Yair creo que quiere decir algo así como sabiduría divina ¿es así? —Stern asintió—. Pues bien, señor Yair. En Berlín su mensaje ha creado verdadera curiosidad ¿Qué querrá un terrorista judío del régimen nazi —el tal Lothar subrayó las palabras judío y nazi.
—Tenemos el mismo enemigo, los ingleses.
—¿Está usted seguro? —preguntó Lothar—. Las enseñanzas de nuestro perdido líder decían algo diferente, o al menos eso deben pensar sus correligionarios. Porque según hemos sabido las oficinas de reclutamiento en Palestina están desbordadas de solicitudes, como si todos los judíos palestinos quisiesen luchar contra nosotros.
—¿Qué esperaba? Palestina está llena de judíos alemanes que ustedes expulsaron de su país. Habían encontrado su morada y ahora ven a sus tanques amenazándola. Señor Lothar, los judíos de Israel no son como esos inofensivos rabinos que ustedes apalean en Kassel, sino hombres decididos a morir por la Tierra Prometida.
—Señor Yair, ni usted ni yo hemos venido a perder el tiempo discutiendo. Si desea un buen debate le recomiendo que vaya a alguna de sus Yeshiváh para comentar el Talmud. Pero si usted ha corrido el riesgo de venir aquí será por algo más.
—Ya se lo dije, tenemos el mismo enemigo.
—Y lo le repito lo mismo —dice Lothar—. Parece que sus judíos de Palestina han decidido que Alemania es su enemiga a pesar de la mano que les tiende el Statthalter Goering. No, no proteste y escuche. Usted debería saber que ha cesado la persecución religiosa en Alemania, y a los judíos se les permite volver a sus ocupaciones si prestan un juramento de fidelidad al Statthalter y a Alemania y si abjuran de las ideas desviadas. Fíjese que he dicho ideas desviadas y no judaicas. A los hebreos en Alemania se les permite mantener su religión en Alemania siempre que no hagan ostentación de ello y siempre que no vuelvan a las ideologías proscritas. Usted sabe que el bolchevismo mundial se ha alimentado de la sangre judía. No de sus amigos de Palestina ¿o de Israel, como dicen ustedes? Sé que los judíos que han emigrado a Palestina son en su mayoría son personas religiosas que creen que son el Pueblo Elegido. Bien, al Statthalter le importa un ardite si ustedes se creen el pueblo elegido o no, si prefieren descansar el sábado o el martes, o si sus curiosos gorritos tienen que ser de punto o de calceta.
—Si va a insultarme me iré.
—Como usted quiera. Ahí tiene la puerta. Pero solo quiero que escuche este mensaje. El Statthalter Goering cree que los judíos alemanes en Palestina son hijos desviados de la Patria, y les ofrece su perdón. Serán libres para volver a sus casas si lo desean o, si lo prefieren, podrán permanecer en Palestina, donde serán la herramienta civilizadora que extienda la cultura alemana a los pueblos atrasados de Oriente. Pero ese perdón se lo tendrán que ganar. El Statthalter no les pide que se rebelen contra los británicos porque sabe que atraería contra ustedes la venganza inglesa, y no quiere que mujeres y niños procedentes de la tierra alemana pierdan sus vidas. Pero a cambio les exige que abandonen cualquier tipo de colaboración con los ingleses. Cualquier judío que sea capturado con uniforme inglés será considerado un delincuente. Cualquier judío alemán o que haya nacido en lo que haya sido suelo alemán —Stern entendió a quien se refería— que sea capturado con uniforme inglés será considerado un traidor, será ejecutado y su familia expulsada de su hogar. Cualquier judío armado capturado sin uniforme será considerado un traidor, sea cual sea su origen, y sufrirá el mismo castigo.
Stern preguntó—. A cambio ¿permitirán la libre inmigración de judíos si conquistan Palestina?
Lothar repuso—. Eso dependerá del comportamiento de sus judíos. Alemania será agradecida con los pueblos de su misma sangre que le ayuden en su lucha final. Pero la ira alemana caerá contra los traidores, y será terrible.
—¿Y los árabes?
—Ah, los árabes. Yo preferiría que ellos y ustedes llegasen a algún acuerdo. Si no es posible, Alemania protegerá a los hebreos que presten juramento de fidelidad. Pero no malinterprete la oferta, no se les dará carta blanca para expulsar a pobres campesinos de sus tierras ancestrales tras pagarle seis marcos a un terrateniente rico de Beirut. Si quieren tierras tendrán que comprarlas por un precio justo que pagarán a los que las ocupen, no a los que enseñen un ajado título otomano.
—¡Esas tierras son de Israel! —exclama Stern.
—Esas tierras serán de quien las pueda conservar. Se lo he dicho, su pueblo tiene una oferta. Puede aceptarla o no. Lo que ocurra después no será responsabilidad de Alemania sino de ustedes.
30 de Abril de 1941
¿Sería una trampa? pensaba mientras intentaba orientarse en el laberinto de tenderetes que llenaban las callejuelas de la Ciudad Vieja de Sidón. Vestido con ropas árabes y gracias a su conocimiento del idioma Avraham Stern podía pasar desapercibido, aunque sabía que un interrogatorio a fondo le descubriría. Pero Avraham creía que si alguien quería hacerlo desaparecer no necesitaba tomarse tantas molestias. Hubiese bastado con denunciarlo a los perros ingleses.
Unos días antes un confidente le había llevado un mensaje al piso franco de Tel Aviv donde se ocultaba el líder del grupo terrorista hebreo Leji. En el mensaje se pedía al líder del Leji que acudiese a una cita en Sidón, en el Líbano francés. Los controles de carretera británicos dificultaban los movimientos, por lo que Avraham Stern tuvo que viajar hasta Acre en tren, escondido en un vagón de ganado. En Acre se había disfrazado de fellagha, es decir, de campesino palestino, y acompañado de un guía había recorrido los cerros de Galilea hasta cruzar al Líbano. Aunque había oído que los franceses querían invadir Palestina, en todo su viaje no vio a ningún soldado. Una vez en el Líbano Stern subió a otro tren que le llevó hasta Sidón. El viaje, las viejas ropas y la compañía de los corderos hacían que Stern hediese, pero eso le ayudaba a evitar a los comerciantes del zoco, que le pedían a gritos que dejase de molestar y se volviese con su rebaño.
Finalmente encontró el lugar de la cita. Tras llamar la puerta se abrió y una voz le pidió que entrase en árabe pero con fuerte acento centroeuropeo. Stern fue conducido a una pequeña estancia, a la que le precedieron los efluvios que emanaban de su persona. Una voz dijo:
—Por Dios, esperaba verle llegar disfrazado, pero todo tiene un límite.
—Si no le gustan estos aromas tendría que haberse quedado en Berlín —Stern había nacido en Polonia cuando era parte del Imperio Alemán y reconoció el acento—. Las exquisiteces son para la Kudam y no para las medinas árabes ¿Me equivoco al pensar que es alemán, señor…?
—Puede llamarme Lothar, si lo desea. Mire, señor ¿Yair creo que le llaman? —Yair era el apodo de Stern.
—Si quiere puede llamarme Yair —repuso Stern.
—Mire, Yair, ni usted ni yo somos árabes, y creo que se sentirá más cómodo hablando en otra lengua. Creo que usted entiende un poco de alemán.
—Un poco —como a todos los niños polacos se le había obligado a estudiar alemán en la escuela.
—Pues en alemán. Yair creo que quiere decir algo así como sabiduría divina ¿es así? —Stern asintió—. Pues bien, señor Yair. En Berlín su mensaje ha creado verdadera curiosidad ¿Qué querrá un terrorista judío del régimen nazi —el tal Lothar subrayó las palabras judío y nazi.
—Tenemos el mismo enemigo, los ingleses.
—¿Está usted seguro? —preguntó Lothar—. Las enseñanzas de nuestro perdido líder decían algo diferente, o al menos eso deben pensar sus correligionarios. Porque según hemos sabido las oficinas de reclutamiento en Palestina están desbordadas de solicitudes, como si todos los judíos palestinos quisiesen luchar contra nosotros.
—¿Qué esperaba? Palestina está llena de judíos alemanes que ustedes expulsaron de su país. Habían encontrado su morada y ahora ven a sus tanques amenazándola. Señor Lothar, los judíos de Israel no son como esos inofensivos rabinos que ustedes apalean en Kassel, sino hombres decididos a morir por la Tierra Prometida.
—Señor Yair, ni usted ni yo hemos venido a perder el tiempo discutiendo. Si desea un buen debate le recomiendo que vaya a alguna de sus Yeshiváh para comentar el Talmud. Pero si usted ha corrido el riesgo de venir aquí será por algo más.
—Ya se lo dije, tenemos el mismo enemigo.
—Y lo le repito lo mismo —dice Lothar—. Parece que sus judíos de Palestina han decidido que Alemania es su enemiga a pesar de la mano que les tiende el Statthalter Goering. No, no proteste y escuche. Usted debería saber que ha cesado la persecución religiosa en Alemania, y a los judíos se les permite volver a sus ocupaciones si prestan un juramento de fidelidad al Statthalter y a Alemania y si abjuran de las ideas desviadas. Fíjese que he dicho ideas desviadas y no judaicas. A los hebreos en Alemania se les permite mantener su religión en Alemania siempre que no hagan ostentación de ello y siempre que no vuelvan a las ideologías proscritas. Usted sabe que el bolchevismo mundial se ha alimentado de la sangre judía. No de sus amigos de Palestina ¿o de Israel, como dicen ustedes? Sé que los judíos que han emigrado a Palestina son en su mayoría son personas religiosas que creen que son el Pueblo Elegido. Bien, al Statthalter le importa un ardite si ustedes se creen el pueblo elegido o no, si prefieren descansar el sábado o el martes, o si sus curiosos gorritos tienen que ser de punto o de calceta.
—Si va a insultarme me iré.
—Como usted quiera. Ahí tiene la puerta. Pero solo quiero que escuche este mensaje. El Statthalter Goering cree que los judíos alemanes en Palestina son hijos desviados de la Patria, y les ofrece su perdón. Serán libres para volver a sus casas si lo desean o, si lo prefieren, podrán permanecer en Palestina, donde serán la herramienta civilizadora que extienda la cultura alemana a los pueblos atrasados de Oriente. Pero ese perdón se lo tendrán que ganar. El Statthalter no les pide que se rebelen contra los británicos porque sabe que atraería contra ustedes la venganza inglesa, y no quiere que mujeres y niños procedentes de la tierra alemana pierdan sus vidas. Pero a cambio les exige que abandonen cualquier tipo de colaboración con los ingleses. Cualquier judío que sea capturado con uniforme inglés será considerado un delincuente. Cualquier judío alemán o que haya nacido en lo que haya sido suelo alemán —Stern entendió a quien se refería— que sea capturado con uniforme inglés será considerado un traidor, será ejecutado y su familia expulsada de su hogar. Cualquier judío armado capturado sin uniforme será considerado un traidor, sea cual sea su origen, y sufrirá el mismo castigo.
Stern preguntó—. A cambio ¿permitirán la libre inmigración de judíos si conquistan Palestina?
Lothar repuso—. Eso dependerá del comportamiento de sus judíos. Alemania será agradecida con los pueblos de su misma sangre que le ayuden en su lucha final. Pero la ira alemana caerá contra los traidores, y será terrible.
—¿Y los árabes?
—Ah, los árabes. Yo preferiría que ellos y ustedes llegasen a algún acuerdo. Si no es posible, Alemania protegerá a los hebreos que presten juramento de fidelidad. Pero no malinterprete la oferta, no se les dará carta blanca para expulsar a pobres campesinos de sus tierras ancestrales tras pagarle seis marcos a un terrateniente rico de Beirut. Si quieren tierras tendrán que comprarlas por un precio justo que pagarán a los que las ocupen, no a los que enseñen un ajado título otomano.
—¡Esas tierras son de Israel! —exclama Stern.
—Esas tierras serán de quien las pueda conservar. Se lo he dicho, su pueblo tiene una oferta. Puede aceptarla o no. Lo que ocurra después no será responsabilidad de Alemania sino de ustedes.
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El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Cabaret
1 de Mayo de 1941
Von Papen estaba satisfecho tras el acuerdo preliminar conseguido con Romier, según el cual Francia y Alemania estrecharían su cooperación militar, y a cambio Alemania intercedería entre Francia y Japón. Ahora quedaba un problema espinoso: ofrecer a los japoneses algo que los mantuviese tranquilos mientras acababan con los ingleses. Eso podía resultar aun más difícil, porque los nipones eran tan amantes del protocolo que incluso hablar del tiempo requería una ceremonial que hasta al Papa le parecería excesivo.
Von Papen decidió que los canales informales permitirían calmar a los endiosados japoneses. De nuevo le correspondió a Dincklage tener una charla con el agregado japonés.
Von Dincklage encomendó a un amigo común, del que sabía que realmente estaba a sueldo de los japoneses, que arreglase una cita con Uchida. El japonés era muy amigo de las francachelas: al parecer era la forma de desahogarse de las rígidas normas de conducta propias de su país. Dincklage invitó a Uchida a una cena en un reservado de la cervecería Zum Nussbaum.
Uchida, contrariamente a otras ocasiones, tenía una actitud reservada. Apenas había dado un par de sorbos a su jarra de cerveza mientras picoteaba del plato de salchichas, cuando otras veces a esas alturas habría dado buena cuenta de varias jarras. Von Dincklage le preguntó lo que pasaba:
—No me gusta nada verte tan serio ¿Está bien tu familia? ¿Algún asunto personal que no pueda resolver una jarra de cerveza?
—Amigo mío —dijo Uchida— afortunadamente mi familia está bien. Lo que me entristece es la ruptura de la amistad entre mi pueblo y el tuyo.
—¿Ruptura de la amistad? —se extrañó Von Dincklage—. La amistad entre Alemania y Japón es pilar de la política de mi patria.
—Siento tener que decir que tu país no está dando muestras de ello. Me han dicho que los franceses van presumiendo del apoyo alemán. Incluso dijeron, fíjate, que Alemania prefiere a los blancos frente a los monos amarillos.
—Por favor, amigo mío, te aseguro que jamás he escuchado nada así en el Ministerio —dijo Von Dincklage— ¿Cómo puedes creer lo que digan los franceses? Son ladinos por naturaleza y nada les haría más felices que romper la amistad de Alemania con sus pueblos hermanos.
—Tal vez no dijesen eso —contestó Uchida—. Pero el hecho es que Alemania va a apoyar a Francia.
—Pues claro. Alemania es aliada de Francia y está a su lado en el conflicto que la enfrenta con Tailandia. Porque Francia no tiene ningún asunto con vosotros ¿no es así? Os han permitido desplegar vuestro ejército en su lucha contra los chinos.
—El rey de Tailandia es aliado y amigo del Emperador—. Uchida pronunció la palabra solemnemente.
—Desde luego, y está bien que Japón defienda a sus amigos, pero ¿no somos nosotros más amigos todavía?
—Alemania no lo está demostrando —dijo Uchida.
—Amigo mío, entiendo tu resquemor, pero tengo una propuesta que creo que os interesará. Según me parece vuestro problema no es ni Indochina ni Siam, sino que os faltan recursos. Recursos que en Indochina apenas hay, pero que sobran en las Indias Orientales Holandesas. Petróleo, caucho, bauxita, todo lo que Japón quiera está en esas islas.
Uchida no se esperaba el giro de la conversación y trató de ganar tiempo—. Pero esas islas no son alemanas sino que siguen en manos holandesas.
—Desde luego. Pero ¿qué razón de ser tiene Holanda? Los neerlandeses son germánicos y su lengua es una corrupción del Alto Alemán. Holanda solo ha sobrevivido porque a Inglaterra le interesa tener una cuña metida en Europa. Pero ¿imaginas qué pasaría si Holanda se integrase en el Reich alemán?
—Que las Indias Orientales serían alemanas ¿Qué cambia con eso?
—Mucho, porque Alemania no tiene intereses en el Índico y podría ceder esas colonias a Japón como un protectorado. Así una nación civilizada como la vuestra podría conducirlas a la independencia bajo la tutela de vuestro divino Emperador.
Si Uchida hubiese sido un gato se estaría relamiendo los bigotes— ¿Me quieres decir que Alemania desea que Japón libere a las Indias Orientales de sus ocupantes?
Von Dincklage tenía instrucciones estrictas de evitar desencadenar una acción precipitada japonesa, por lo que respondió.
—Sería lo adecuado pero te pido un poco de paciencia. En estos momentos a Alemania no le conviene que la guerra se extienda, al menos hasta que no derrote a sus enemigos. El presidente Roosevelt todo lo que quiere es un pretexto para ir a la guerra. Escúchame, si Japón les da ese pretexto a los americanos se encontrará solo frente a ellos, porque Alemania no le apoyará. Os pido que tengáis un poco de paciencia y que consultéis con nosotros antes de cualquier medida agresiva. Porque ¿cuánto tiempo podréis aguantar al ritmo actual? ¿Un año? Mi ministro Von Papen os promete que antes de un año habremos derrotado a los ingleses y os ofrece enviaros petróleo y minerales directamente desde Europa. Si no es así Alemania os apoyará en las medidas que queráis tomar.
1 de Mayo de 1941
Von Papen estaba satisfecho tras el acuerdo preliminar conseguido con Romier, según el cual Francia y Alemania estrecharían su cooperación militar, y a cambio Alemania intercedería entre Francia y Japón. Ahora quedaba un problema espinoso: ofrecer a los japoneses algo que los mantuviese tranquilos mientras acababan con los ingleses. Eso podía resultar aun más difícil, porque los nipones eran tan amantes del protocolo que incluso hablar del tiempo requería una ceremonial que hasta al Papa le parecería excesivo.
Von Papen decidió que los canales informales permitirían calmar a los endiosados japoneses. De nuevo le correspondió a Dincklage tener una charla con el agregado japonés.
Von Dincklage encomendó a un amigo común, del que sabía que realmente estaba a sueldo de los japoneses, que arreglase una cita con Uchida. El japonés era muy amigo de las francachelas: al parecer era la forma de desahogarse de las rígidas normas de conducta propias de su país. Dincklage invitó a Uchida a una cena en un reservado de la cervecería Zum Nussbaum.
Uchida, contrariamente a otras ocasiones, tenía una actitud reservada. Apenas había dado un par de sorbos a su jarra de cerveza mientras picoteaba del plato de salchichas, cuando otras veces a esas alturas habría dado buena cuenta de varias jarras. Von Dincklage le preguntó lo que pasaba:
—No me gusta nada verte tan serio ¿Está bien tu familia? ¿Algún asunto personal que no pueda resolver una jarra de cerveza?
—Amigo mío —dijo Uchida— afortunadamente mi familia está bien. Lo que me entristece es la ruptura de la amistad entre mi pueblo y el tuyo.
—¿Ruptura de la amistad? —se extrañó Von Dincklage—. La amistad entre Alemania y Japón es pilar de la política de mi patria.
—Siento tener que decir que tu país no está dando muestras de ello. Me han dicho que los franceses van presumiendo del apoyo alemán. Incluso dijeron, fíjate, que Alemania prefiere a los blancos frente a los monos amarillos.
—Por favor, amigo mío, te aseguro que jamás he escuchado nada así en el Ministerio —dijo Von Dincklage— ¿Cómo puedes creer lo que digan los franceses? Son ladinos por naturaleza y nada les haría más felices que romper la amistad de Alemania con sus pueblos hermanos.
—Tal vez no dijesen eso —contestó Uchida—. Pero el hecho es que Alemania va a apoyar a Francia.
—Pues claro. Alemania es aliada de Francia y está a su lado en el conflicto que la enfrenta con Tailandia. Porque Francia no tiene ningún asunto con vosotros ¿no es así? Os han permitido desplegar vuestro ejército en su lucha contra los chinos.
—El rey de Tailandia es aliado y amigo del Emperador—. Uchida pronunció la palabra solemnemente.
—Desde luego, y está bien que Japón defienda a sus amigos, pero ¿no somos nosotros más amigos todavía?
—Alemania no lo está demostrando —dijo Uchida.
—Amigo mío, entiendo tu resquemor, pero tengo una propuesta que creo que os interesará. Según me parece vuestro problema no es ni Indochina ni Siam, sino que os faltan recursos. Recursos que en Indochina apenas hay, pero que sobran en las Indias Orientales Holandesas. Petróleo, caucho, bauxita, todo lo que Japón quiera está en esas islas.
Uchida no se esperaba el giro de la conversación y trató de ganar tiempo—. Pero esas islas no son alemanas sino que siguen en manos holandesas.
—Desde luego. Pero ¿qué razón de ser tiene Holanda? Los neerlandeses son germánicos y su lengua es una corrupción del Alto Alemán. Holanda solo ha sobrevivido porque a Inglaterra le interesa tener una cuña metida en Europa. Pero ¿imaginas qué pasaría si Holanda se integrase en el Reich alemán?
—Que las Indias Orientales serían alemanas ¿Qué cambia con eso?
—Mucho, porque Alemania no tiene intereses en el Índico y podría ceder esas colonias a Japón como un protectorado. Así una nación civilizada como la vuestra podría conducirlas a la independencia bajo la tutela de vuestro divino Emperador.
Si Uchida hubiese sido un gato se estaría relamiendo los bigotes— ¿Me quieres decir que Alemania desea que Japón libere a las Indias Orientales de sus ocupantes?
Von Dincklage tenía instrucciones estrictas de evitar desencadenar una acción precipitada japonesa, por lo que respondió.
—Sería lo adecuado pero te pido un poco de paciencia. En estos momentos a Alemania no le conviene que la guerra se extienda, al menos hasta que no derrote a sus enemigos. El presidente Roosevelt todo lo que quiere es un pretexto para ir a la guerra. Escúchame, si Japón les da ese pretexto a los americanos se encontrará solo frente a ellos, porque Alemania no le apoyará. Os pido que tengáis un poco de paciencia y que consultéis con nosotros antes de cualquier medida agresiva. Porque ¿cuánto tiempo podréis aguantar al ritmo actual? ¿Un año? Mi ministro Von Papen os promete que antes de un año habremos derrotado a los ingleses y os ofrece enviaros petróleo y minerales directamente desde Europa. Si no es así Alemania os apoyará en las medidas que queráis tomar.
Tu regere imperio fluctus Hispane memento
- urquhart
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El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Hola a todos,
interesante el pre acuerdo por Alsacia, y Lorena, en menor medida.
Había entonces, 1941, precedentes no muy lejanos de situaciones similares, como el asunto de Burgenland, en disputa entre Austria y Hungría, qua mabas naciones reclamaban como propia (1921); o los plebiscitos de Scheswig (1919), Alta Silesia y zonas de Pomeramia, también sufriero el trazado fronterizo de acuerdo con plebiscitos locales. El Tratado de Versalles preveía un plebiscito en el Sarre, para 1933, celebrado finalmente en enero de 1935.
Los acuerdos turco griegos, tras la Guerra de Independecia Turca recogían el intercambio de poblaciones recogido en le Tratado de Lausana; y en cuanto a su deseo a pertenecer a uno u otro Estado, en el Estado de Hatay (ese que aparece en la Tercera entrega de Indiana Jones), en 1938, la población eligió unirse de nuevo a Turquía tras una corta independencia... formaba parte del Mandato de Siria.
interesante el pre acuerdo por Alsacia, y Lorena, en menor medida.
Había entonces, 1941, precedentes no muy lejanos de situaciones similares, como el asunto de Burgenland, en disputa entre Austria y Hungría, qua mabas naciones reclamaban como propia (1921); o los plebiscitos de Scheswig (1919), Alta Silesia y zonas de Pomeramia, también sufriero el trazado fronterizo de acuerdo con plebiscitos locales. El Tratado de Versalles preveía un plebiscito en el Sarre, para 1933, celebrado finalmente en enero de 1935.
Los acuerdos turco griegos, tras la Guerra de Independecia Turca recogían el intercambio de poblaciones recogido en le Tratado de Lausana; y en cuanto a su deseo a pertenecer a uno u otro Estado, en el Estado de Hatay (ese que aparece en la Tercera entrega de Indiana Jones), en 1938, la población eligió unirse de nuevo a Turquía tras una corta independencia... formaba parte del Mandato de Siria.
Tempus Fugit
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El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Por otra parte, lo que se dice en la entrada no carece por completo de fundamento. Supongo que si me están leyendo holandeses o belgas se echarán las manos a la cabeza (o a mi cuello) pero la existencia de Holanda y Bélgica depende mucho de intereses espurios.
Recordemos que el antiguo Imperio Carolingio se fraccionó en tres partes, Franconia (o como se quiera llamar), que es aproximadamente la actual Francia, Germania (o Alemania, o como se quiera), y Lotaringia, que era una banda entre los otros dos estados que iba desde Holanda a Lombardía. Los avatares históricos fueron destruyendo Lotaringia, cuyos fragmentos fueron absorbidos poco a poco por las potencias vecinas, especialmente por Francia, que llegó a controlarla casi por completo hasta que Borgoña se escindió en la Baja Edad Media y pasó a la órbita germánica y española. La aparición y desaparición de Lotaringia tiene que ver con cuestiones geográficas y económicas (es la “tierra de nadie” entre los núcleos económicos formados por las llanuras francesas y las llanuras alemanas), pero por si sola pocas veces ha tenido la fuerza suficiente como para impedir la anexión por uno de sus vecinos, que normalmente solía ser Francia, al haberse consolidado antes.
Las potencias externas, es decir, la monarquía hispánica hasta el siglo XVVIII, luego alguno de los bandos en que se dividía Alemania (es decir, Austria), y finalmente Inglaterra, siempre tuvieron interés en mantener a la antigua Lotaringia como una entidad separada, impidiendo que se dividiese entre sus vecinos. Desde mediados del siglo XVII el principal garante de la independencia de esa región 8de su extremo norte) fue Inglaterra, con su política habitual de evitar que hubiese una potencia predominante en Europa. Este papel fue especialmente importante tras la Revolución Francesa (cuando Francia “se comió” toda la antigua Lotaringia) y, más aun, no solo apoyó su independencia de Francia o del naciente Reich prusiano, sino que favoreció su fragmentación (la secesión de Bélgica en 1830 impidiendo su unión a Francia). La separación de Bélgica (y de sus minas de carbón) en los albores de la era industrial impidió que Holanda volviese a ser una potencia continental. Finalmente la garantía inglesa a Bélgica fue decisiva en la evolución de la Gran Guerra.
En el caso de otras regiones, Alsacia y Lorena habían sido clásicamente parte del Imperio Sacro Germánico o de “Lotaringia” (de Borgoña, del Imperio español, o lo que sea) y solo fueron absorbidas por Francia gracias a su poder militar en la Edad Moderna. Esas regiones, mayoritariamente germanoparlantes, sufrieron una inmersión lingüística (Francia clásicamente ha sido muy poco respetuosa con las lenguas vernáculas). Aun así esas regiones fueron alemanas durante tiempos prolongados, y en 1941 solo llevaban siendo alemanas 23 años, tras haber pertenecido al Reich durante 47 años: la mayor parte de los adultos de esas regiones habían nacido en el Imperio Alemán del Káiser.
Desde el punto de vista del nacionalismo francés o alemán ni Bélgica, ni Holanda, ni mucho menos Luxemburgo (que formó parte del Reich en un estatus bastante especial) tienen razón de ser. No hará falta que diga que a un nacionalista que se precie le importa un pimiento lo que piense la gente porque lo importante es su idea (la del nacionalista) de la nación o el pueblo. Desde ese punto de vista, quien hable francés será francés, y quien hable alemán, alemán. Aplicando esa restricción, solo queda un “problema”, que son Flandes y Holanda, pero hilando muy fino se puede decir que el holandés es un dialecto del alemán (aunque con una relación tan distante como la que puedan tener castellano y gallego, pero eso a un nacionalista le importa poco).
Por tanto una división de “Lotaringia” con esa regla no parece tan mala solución. Evidentemente, sale ganando Alemania: no solo se queda con la mayor parte de Alsacia y de fracciones de Lorena, sino con Luxemburgo, una esquinita de Bélgica, y con Holanda. Francia cambia las regiones perdidas por Valonia, más o menos equivalentes en términos de población y de extensión. Un aspecto muy importante es si las zonas mineras de Lorena (que eran predominantemente francófonas) se quedan en Francia o no. Si se quedan Francia obtiene una gran ventaja en términos económicos... con los parámetros de 1941. Curiosamente desde entonces la economía se ha invertido y las regiones con minas de carbón, las más ricas en la primera mitad del siglo XX, han sufrido una grave crisis económica y demográfica al desaparecer la industria pesada de Europa. Pero eso estaba en el futuro.
¿Sería aceptable una división de “Lotaringia” entre Francia y Alemania? Probablemente en Francia, poco, y conllevaría bastante resentimiento. Ya se sabe que para un nacionalista el terreno que una vez pisó es suyo hasta el fin de los tiempos. Pero podría ser una forma de llegar a un acuerdo más o menos definitivo de paz, especialmente si se es generoso con el reparto de Bélgica (añadir a Valonia la zona de Bruselas y las zonas de habla mixta).
En cualquier caso eso requeriría mucho, mucho tacto ¿Lo tendrán Von Pen y Goering? Queda por ver.
Saludos
Recordemos que el antiguo Imperio Carolingio se fraccionó en tres partes, Franconia (o como se quiera llamar), que es aproximadamente la actual Francia, Germania (o Alemania, o como se quiera), y Lotaringia, que era una banda entre los otros dos estados que iba desde Holanda a Lombardía. Los avatares históricos fueron destruyendo Lotaringia, cuyos fragmentos fueron absorbidos poco a poco por las potencias vecinas, especialmente por Francia, que llegó a controlarla casi por completo hasta que Borgoña se escindió en la Baja Edad Media y pasó a la órbita germánica y española. La aparición y desaparición de Lotaringia tiene que ver con cuestiones geográficas y económicas (es la “tierra de nadie” entre los núcleos económicos formados por las llanuras francesas y las llanuras alemanas), pero por si sola pocas veces ha tenido la fuerza suficiente como para impedir la anexión por uno de sus vecinos, que normalmente solía ser Francia, al haberse consolidado antes.
Las potencias externas, es decir, la monarquía hispánica hasta el siglo XVVIII, luego alguno de los bandos en que se dividía Alemania (es decir, Austria), y finalmente Inglaterra, siempre tuvieron interés en mantener a la antigua Lotaringia como una entidad separada, impidiendo que se dividiese entre sus vecinos. Desde mediados del siglo XVII el principal garante de la independencia de esa región 8de su extremo norte) fue Inglaterra, con su política habitual de evitar que hubiese una potencia predominante en Europa. Este papel fue especialmente importante tras la Revolución Francesa (cuando Francia “se comió” toda la antigua Lotaringia) y, más aun, no solo apoyó su independencia de Francia o del naciente Reich prusiano, sino que favoreció su fragmentación (la secesión de Bélgica en 1830 impidiendo su unión a Francia). La separación de Bélgica (y de sus minas de carbón) en los albores de la era industrial impidió que Holanda volviese a ser una potencia continental. Finalmente la garantía inglesa a Bélgica fue decisiva en la evolución de la Gran Guerra.
En el caso de otras regiones, Alsacia y Lorena habían sido clásicamente parte del Imperio Sacro Germánico o de “Lotaringia” (de Borgoña, del Imperio español, o lo que sea) y solo fueron absorbidas por Francia gracias a su poder militar en la Edad Moderna. Esas regiones, mayoritariamente germanoparlantes, sufrieron una inmersión lingüística (Francia clásicamente ha sido muy poco respetuosa con las lenguas vernáculas). Aun así esas regiones fueron alemanas durante tiempos prolongados, y en 1941 solo llevaban siendo alemanas 23 años, tras haber pertenecido al Reich durante 47 años: la mayor parte de los adultos de esas regiones habían nacido en el Imperio Alemán del Káiser.
Desde el punto de vista del nacionalismo francés o alemán ni Bélgica, ni Holanda, ni mucho menos Luxemburgo (que formó parte del Reich en un estatus bastante especial) tienen razón de ser. No hará falta que diga que a un nacionalista que se precie le importa un pimiento lo que piense la gente porque lo importante es su idea (la del nacionalista) de la nación o el pueblo. Desde ese punto de vista, quien hable francés será francés, y quien hable alemán, alemán. Aplicando esa restricción, solo queda un “problema”, que son Flandes y Holanda, pero hilando muy fino se puede decir que el holandés es un dialecto del alemán (aunque con una relación tan distante como la que puedan tener castellano y gallego, pero eso a un nacionalista le importa poco).
Por tanto una división de “Lotaringia” con esa regla no parece tan mala solución. Evidentemente, sale ganando Alemania: no solo se queda con la mayor parte de Alsacia y de fracciones de Lorena, sino con Luxemburgo, una esquinita de Bélgica, y con Holanda. Francia cambia las regiones perdidas por Valonia, más o menos equivalentes en términos de población y de extensión. Un aspecto muy importante es si las zonas mineras de Lorena (que eran predominantemente francófonas) se quedan en Francia o no. Si se quedan Francia obtiene una gran ventaja en términos económicos... con los parámetros de 1941. Curiosamente desde entonces la economía se ha invertido y las regiones con minas de carbón, las más ricas en la primera mitad del siglo XX, han sufrido una grave crisis económica y demográfica al desaparecer la industria pesada de Europa. Pero eso estaba en el futuro.
¿Sería aceptable una división de “Lotaringia” entre Francia y Alemania? Probablemente en Francia, poco, y conllevaría bastante resentimiento. Ya se sabe que para un nacionalista el terreno que una vez pisó es suyo hasta el fin de los tiempos. Pero podría ser una forma de llegar a un acuerdo más o menos definitivo de paz, especialmente si se es generoso con el reparto de Bélgica (añadir a Valonia la zona de Bruselas y las zonas de habla mixta).
En cualquier caso eso requeriría mucho, mucho tacto ¿Lo tendrán Von Pen y Goering? Queda por ver.
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El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Domper escribió:En la capital tampoco habían ido mejor las cosas. Al llegar las primeras tropas inglesas habían surgido comités antifascistas que se habían ofrecido para gobernar la capital, tarea que los ingleses estuvieron encantados de cederles. Pero esos comités en lugar de solucionar las penurias sufridas por la población se habían dedicado a perseguir a sus enemigos políticos.
El revanchismo es muy típico.
Pero los ingleses debían estar escarmentados de lo ocurrido en el campo de Gibraltar y además uno de los elementos que generó la violencia sin control por las milicias republicanas al inicio de la guerra civil fue precisamente la falta de capacidad de control del gobierno que dependía de ellas hasta que se pudo ir organizando el EPR, en este caso el mando inglés tiene recursos para mantener a las milicias bajo control.
¿no intentarían los ingleses reconstruir el Ejército Popular de la República? Hay miles de exiliados con experiencia militar que podrían reclutar y en las Canarias a los opuestos al gobierno de Madrid. De esa forma tendrían un ejército aliado (que incluso podrían usar para misiones antiguerrilleras) y al mismo tiempo generarían divisiones y expectativas en España de retomar la guerra civil.
Domper escribió:—El rey de Tailandia es aliado y amigo del Emperador—. Uchida pronunció la palabra solemnemente.
No exactamente, el gobierno de Plaek Pibulsonggram realizó una limitada guerra paralela que salvo la derrota naval no iba tan mal (el ejército francés había sufrido un revés en tierra y su fuerza aérea se desintegraba por las bajas y falta de repuestos); pero casi prefería una débil Francia en Indochina que un Japón expansionista, aunque le comprara equipo y mantuviera buenas relaciones.
Estuvo navegando entre dos aguas (como llevaba haciendo el país desde el S XIX para sobrevivir y como lograría en la 2ª GM) e incluso negoció antes de Pearl Harbour aliarse con Gran Gretaña y EE.UU. si estas le garantizaban su protección.
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El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Respecto a lo “sucedido” en mi historia en Las Palmas, me remito a lo ocurrido en Francia y especialmente en el Norte de Italia, donde se permitieron las actividades de los “descontrolados” que acabaron causando miles de víctimas. Eso ya había ocurrido en Francia por lo que no podían argumentar que no lo esperaban.
De Tailandia, de acuerdo. Salió de rositas de la SGM, salvo unos pocos bombardeos. Pero lo que planteo es el punto de vista de diplomáticos japoneses, alemanes y franceses, no el de los siameses.
Con todo, agradezco la puntualización.
Saludos
De Tailandia, de acuerdo. Salió de rositas de la SGM, salvo unos pocos bombardeos. Pero lo que planteo es el punto de vista de diplomáticos japoneses, alemanes y franceses, no el de los siameses.
Con todo, agradezco la puntualización.
Saludos
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El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Rojo
2 de Mayo de 1941
Un tipo de maniobras muy especial eran las “maniobras sobre el papel”. Aunque en ellas no se movía ni un soldado ni se disparaba un fusil, se consideraban cruciales en la planificación de las operaciones militares y en la formación del Alto Mando.
Esas maniobras solo afectaban a los cuarteles generales. En ellas se planteaba un problema militar, y luego dos Estados Mayores tomaban las decisiones que consideraban adecuadas, mientras un grupo de jueces juzgaba el acierto de las medidas o presentaba problemas insospechados. Así si uno de los bandos decía “ahora traslado cincuenta divisiones a través del Brennerpass” el equipo de jueces podía resolver “se crea un enorme atasco al intentar hacer pasar por una vía de capacidad limitada una fuerza demasiado grande”. O también podía decir “unos saboteadores han volado el viaducto sobre el río Eisack y la vía férrea ha quedado cortada” para que el bando afectado buscase alternativas.
Una ventaja de las maniobras sobre el papel es que podían plantear escenarios hipotéticos. Por ejemplo se podría considerar que los ejércitos del Pacto de Aquisgrán disponían de tres divisiones paracaidistas y las lanzaban sobre Dover ¿Podrían resistir al contraataque inglés? También podrían considerar las ventajas o desventajas de determinados equipos militares ¿Sería conveniente equipar con semiorugas a todo el Ejército?
Pero el caso que se estaba planteando esta semana era realmente extraño. Según este, no había dos sino tres bandos. Uno de ellos era el del Pacto de Aquisgrán, que lanzaba una ofensiva destinada a tomar Moscú. El bando defensor, el rojo, realmente estaba formado por dos diferentes, y nada más iniciarse la operación uno de ellos traicionaba al otro y se unía a los ejércitos del Pacto. Hasta ahora el ejercicio no se diferenciaba mucho de otros similares probados durante el último mes. En este caso el bando que cambiaba de chaqueta era la región militar de Minsk. Lo que hacía diferente al ejercicio era que se iban probar diferentes protocolos de comunicación que permitirían que los ejércitos del Pacto y los de la región de Minsk operasen al unísono. Esos protocolos se analizaban a fondo, para descubrir los problemas de coordinación.
Tras finalizar las maniobras un ayudante recogió los cuadernillos en los que se describía el protocolo y los metió en la caja de seguridad. Dos oficiales, cada uno de los cuales solo conocía parte de la clave, la cerraron. Pero nadie registró al ayudante, y por eso la microcámara que llevaba pasó desapercibida.
La semana siguiente se efectuó otra maniobra similar, esta vez en el Estado Mayor de la Luftwaffe, en la que se usó el mismo protocolo de comunicaciones. Un teniente se hizo con una nueva copia del protocolo.
En el Ministerio de Armamentos se estudió un problema diferente: se investigó la conveniencia de adaptar o no el ancho de ferrocarriles de la Rusia Blanca, considerando que una gran parte del país cambiaba de bando para unirse al Pacto de Aquisgrán. Se resolvió que no convenía modificar el ancho siempre que se dispusiese de suficiente material rodante, lo que se podría conseguir fabricando unos adaptadores que pudiesen aplicarse a ciertos materiales ferroviarios. La fábrica Borsig de Berlín recibió orden de diseñar y construir un prototipo, y de preparar la producción.
Mientras un reducidísimo equipo dirigido por el ahora Oberst Nebe analizaba la respuesta soviética a esas acciones.
2 de Mayo de 1941
Un tipo de maniobras muy especial eran las “maniobras sobre el papel”. Aunque en ellas no se movía ni un soldado ni se disparaba un fusil, se consideraban cruciales en la planificación de las operaciones militares y en la formación del Alto Mando.
Esas maniobras solo afectaban a los cuarteles generales. En ellas se planteaba un problema militar, y luego dos Estados Mayores tomaban las decisiones que consideraban adecuadas, mientras un grupo de jueces juzgaba el acierto de las medidas o presentaba problemas insospechados. Así si uno de los bandos decía “ahora traslado cincuenta divisiones a través del Brennerpass” el equipo de jueces podía resolver “se crea un enorme atasco al intentar hacer pasar por una vía de capacidad limitada una fuerza demasiado grande”. O también podía decir “unos saboteadores han volado el viaducto sobre el río Eisack y la vía férrea ha quedado cortada” para que el bando afectado buscase alternativas.
Una ventaja de las maniobras sobre el papel es que podían plantear escenarios hipotéticos. Por ejemplo se podría considerar que los ejércitos del Pacto de Aquisgrán disponían de tres divisiones paracaidistas y las lanzaban sobre Dover ¿Podrían resistir al contraataque inglés? También podrían considerar las ventajas o desventajas de determinados equipos militares ¿Sería conveniente equipar con semiorugas a todo el Ejército?
Pero el caso que se estaba planteando esta semana era realmente extraño. Según este, no había dos sino tres bandos. Uno de ellos era el del Pacto de Aquisgrán, que lanzaba una ofensiva destinada a tomar Moscú. El bando defensor, el rojo, realmente estaba formado por dos diferentes, y nada más iniciarse la operación uno de ellos traicionaba al otro y se unía a los ejércitos del Pacto. Hasta ahora el ejercicio no se diferenciaba mucho de otros similares probados durante el último mes. En este caso el bando que cambiaba de chaqueta era la región militar de Minsk. Lo que hacía diferente al ejercicio era que se iban probar diferentes protocolos de comunicación que permitirían que los ejércitos del Pacto y los de la región de Minsk operasen al unísono. Esos protocolos se analizaban a fondo, para descubrir los problemas de coordinación.
Tras finalizar las maniobras un ayudante recogió los cuadernillos en los que se describía el protocolo y los metió en la caja de seguridad. Dos oficiales, cada uno de los cuales solo conocía parte de la clave, la cerraron. Pero nadie registró al ayudante, y por eso la microcámara que llevaba pasó desapercibida.
La semana siguiente se efectuó otra maniobra similar, esta vez en el Estado Mayor de la Luftwaffe, en la que se usó el mismo protocolo de comunicaciones. Un teniente se hizo con una nueva copia del protocolo.
En el Ministerio de Armamentos se estudió un problema diferente: se investigó la conveniencia de adaptar o no el ancho de ferrocarriles de la Rusia Blanca, considerando que una gran parte del país cambiaba de bando para unirse al Pacto de Aquisgrán. Se resolvió que no convenía modificar el ancho siempre que se dispusiese de suficiente material rodante, lo que se podría conseguir fabricando unos adaptadores que pudiesen aplicarse a ciertos materiales ferroviarios. La fábrica Borsig de Berlín recibió orden de diseñar y construir un prototipo, y de preparar la producción.
Mientras un reducidísimo equipo dirigido por el ahora Oberst Nebe analizaba la respuesta soviética a esas acciones.
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Vodka
3 de Mayo de 1941
—¡Leonid Sergeyev Kolernikov, bebe conmigo! —un hombretón se lanzó y abrazó al militar que entró en la cantina de Kovno frecuentada por soldados.
—¡Pavel Seleznev, siempre es un placer beber contigo! —respondió el militar mientras le abrazaba.
—Leonid, menudo zampolit estás hecho ¿Cómo vas a guiar a los reclutas pelones por la senda del Socialismo bebiendo como un cosaco?
—Pavel, Pavel, tú sabes que el hombre no puede vivir sin vodka. Y si no vive ¿cómo puede guiar a nadie? —los dos hombres volvieron a abrazarse entre risotadas.
—¡Dimitri! —Gritó Leonid al tabernero— ¿Tienes otra botella como esta?
El tabernero se acercó, compungido, y dijo —Lo siento, Pavel, pero os habéis bebido todas las que tenía. Si no te importa tengo un poco de vodka polaco…
—¿Vodka polaco? Eso ni se puede llamar licor. Nada como el vodka de la madrecita Rusia ¡Leonid! —Le dijo Pavel al militar—. Ven a mi casa y sabrás lo que es vodka de verdad.
—¡Pues vamos!
La pareja salió tambaleándose y se perdió por las callejas de la ciudad. Pavel guió a su amigote hasta un viejo edificio en la parte vieja de la ciudad. Aporreó la puerta hasta que le abrieron, y pasó al interior. Los dos subieron por una estrecha escalera, y Pavel condujo a Leonid hasta una sala mugrienta, en la que solo había una vieja mesa de madera y dos sillas. Sobre la mesa, dos botellas de un líquido lechoso, dos vasos y un cuenco de pepinillos.
—Leonid, prueba este licor. Nunca has probado nada igual —dijo, llenando un vaso y ofreciéndoselo. Luego llenó otro vaso y dijo—. En esta triste ciudad solo se puede soñar que el Padrecito la lleve a la luz ¡Za sbychu mecht!
—¡Por que los sueños se cumplan! —Respondió Leonid, bebiendo el vaso de un trago—. Uf, esto sí es vodka —dijo mientras echaba mano a los pepinillos.
La pareja acabó con la botella hasta que los dos cayeron pesadamente sobre la mesa. Horas después Leonid se despertó cuando introdujeron su cabeza en un cubo de agua fría.
—¿Qué demonios? —calló al ver que varias personas que no conocía le aferraban. Intentó echar mano a la cartuchera pero no pudo moverse.
—¿Buscabas esto? —le preguntó un hombre con abrigo de cuero mientras le apuntaba con una pistola.
—¿Qué pasa? ¿Sabéis lo que estás haciendo? ¡Estáis molestando a un oficial del Ejército Rojo! ¡Soltadme inmediatamente!
El hombre del abrigo se rió y le dijo—. ¿Oficial? Tú eres un míserable zampolit, un comisario político, que no sabría ni encontrarse el cul* con las dos manos.
—¡Soltadme de una vez! —dijo Leonid mientras se rebullía, pero lo tenían bien sujeto.
El del abrigo respondió— ¡Será mejor que te calles! ¡Mira a tu alrededor! —el comisario vio que en la sala había una impresora manual y un montón de panfletos en el suelo. —¿Sabes qué es esto? —le dijo el del abrigo mientras le ponía uno de los folletos en la cara ¡Propaganda fascista! ¿Qué hacía un zampolit en un nido fascista? ¿Quién te trajo? ¡Vamos, contesta!
Leonid dijo—. Pavel, me trajo Pavel. Me trajo a beber.
—¡No mientas, imbécil! Un vecino nos ha dicho que se oían ruidos en el piso de arriba, y me encuentro con un estúpido como tú durmiendo la mona. Imprimes propaganda traidora y eres tan tonto que te emborrachas.
—Pavel…
—¿Quién es Pavel? ¿Otro traidor? —el interrogador volvió la solapa de su abrigo y mostró la estrella de la NKVD, la policía secreta soviética.
Leonid palideció. En las últimas semanas había oído rumores de oficiales que desaparecían. Pero esta vez no solo eran coroneles y generales, como en la Gran Purga, sino también capitanes y mayores. Su jefe había ordenado intensificar la propaganda, pero Leonid había visto como temblaban sus manos.
—¡Sucio traidor! —El policía le cruzó la cara de un bofetón —¿Quién es ese Pavel? —Leonid calló. El policía dijo—. Cogedlo, en la Devintas Fortas dirás todo lo que sabes —la fortaleza era la cárcel donde encerraban a los detenidos políticos.
—No soy un traidor —lloró el comisario—. Soy un fiel admirador de Stalin y seguidor de las directrices del Partido… —otro bofetón le calló—. Serás imbécil. Si no eres un traidor ¿Qué haces aquí?
—Pavel me trajo —dijo Leonid.
—Y dale con Pavel ¿Qué más?
—Solo lo conocía por Pavel. Pavel Seleznev. Era un amigo que conocí en la cantina. Yo soy inocente —gimió Leonid—. Esto es una trampa.
—¿Una trampa? Esto es la caza de un traidor fascista. Llevadlo —los dos policías lo arrastran a un coche. A su lado se montó el policía. El coche partió hacia las afueras. Leonid se sorprendió al ver que iban hacia su acuartelamiento
—Leonid, me pareces tan tonto que creo que es verdad lo que dices. Mira, te voy a dar una oportunidad. Podrás salvarte si haces lo que te digo paso a paso. Tú sigue como si no hubiese pasado nada. Ya encontraré yo a ese Pavel Seleznev.
—¡Gracias, Excelencia!
—Mira, Leonid, te voy a librar esta vez pero tendrás que hacerle un favor al Partido. En Moscú están preocupados por la fidelidad del Ejército y sospechan de tu capitán Wysocki. Vas a vigilarlo.
—Pero si es mi amigo.
—Eres tonto hasta para escoger los amigos. Tu capitán es un traidor. Vigílalo pero ten mucho cuidado para que no te vean con él. No le dejes ni a sol ni a sombra pero no te acerques. Y no le digas nada a nadie o me encargaré de ti.
—¡Lo haré, Excelencia!
Días después el que habíamos llamado Pavel, vestido ahora con un uniforme de Mayor, pasó ante el centinela que custodiaba la entrada al bloque de apartamentos de los oficiales y llamó en la puerta del capitán Wysocki. Una mujer joven abrió la puerta. Pavel oyó al fondo el llanto de un niño y la voz del capitán— ¿Inga, de quién se trata?
—Soy el Mayor Kalinowski ¿Me permite? —la mujer le franqueó la puerta. Pavel, que ahora decía llamarse Kalinowski, la cerró al pasar.
—No le conozco, Mayor —dijo con desconfianza el capitán.
—Estoy destinado en la 84ª División de Infantería, y también soy polaco.
—¡Yo no soy polaco! Nací en Bialystok —durante la Purga las personas de orígenes polacos habían sufrido lo peor de la represión.
—¡Calla que las paredes oyen! Nacerías en Bialystok pero tus padres eran polacos. Para Stalin polaco eres y serás hasta que mueras lo que, si depende del Padrecito, será muy pronto.
Wysocki cayó. También había oído rumores sobre la nueva purga. Kalinowski siguió—. En Minsk han detenido a todos los oficiales con apellidos polacos o que hubiesen nacido en Polonia, y han desaparecido. Lo mismo está pasando en Kiev. También han desaparecido sus familias. —Kalinowski miró a Inga.
—Mikhail, nuestro niño… —dijo la mujer antes que el capitán le mandase callar—. Vete con él y déjame solo.
—Capitán Wysocki ¿No has notado usted nada raro?
El capitán recordó que el zampolit estaba detrás de él como un moscón, pero le rehuía cada vez que se volvía.
—Puede. Pero yo no soy un traidor.
—¿Y tú crees que eso le importa a Stalin? Capitán, es tu vida y la de tu familia. Si sigues aquí morirás. Pero un amigo me ha hecho una oferta. Puedes salvarte pero con una condición. Hay programadas maniobras para la semana próxima. Tú sales como siempre, pero cuando llegues a Kudirkos Naumiestis te perderás y te dirigirás hacia el Oeste.
—¿Hacia Alemania?
—Me han ofrecido asilo pero solo si voy con una unidad de tanques. Yo llevaré en un coche a tu esposa y a tu hijo.
—He dicho que no soy un traidor —dijo el capitán.
—Es tarde. Ya estás comprometido. Creo que estoy en una lista, y el centinela habrá anotado mi nombre. Si quieres, tengo un coche en la puerta y podría llevar ahora mismo a Inga y al niño al otro lado de la frontera. Pero a ti solo te admitirán si llevas tus tanques.
Horas después un coche que llevaba una mujer y un niño pequeño, conducido por Hans Koch, alias Pavel, alias Kalinowski, pasó la frontera y entró en Prusia Oriental. Tres días después era seguido por una compañía acorazada, que se introdujo en el denso bosque cercano a la ciudad para enfangarse en uno de los pantanos que jalonaban la región. Cuando los soldados intentaban liberar sus tanques, una compañía de soldados alemanes les rodeó, les hizo deponer las armas y los expulsó a territorio ruso. Solo un capitán se quedó, abrazando una mujer y a un niño.
3 de Mayo de 1941
—¡Leonid Sergeyev Kolernikov, bebe conmigo! —un hombretón se lanzó y abrazó al militar que entró en la cantina de Kovno frecuentada por soldados.
—¡Pavel Seleznev, siempre es un placer beber contigo! —respondió el militar mientras le abrazaba.
—Leonid, menudo zampolit estás hecho ¿Cómo vas a guiar a los reclutas pelones por la senda del Socialismo bebiendo como un cosaco?
—Pavel, Pavel, tú sabes que el hombre no puede vivir sin vodka. Y si no vive ¿cómo puede guiar a nadie? —los dos hombres volvieron a abrazarse entre risotadas.
—¡Dimitri! —Gritó Leonid al tabernero— ¿Tienes otra botella como esta?
El tabernero se acercó, compungido, y dijo —Lo siento, Pavel, pero os habéis bebido todas las que tenía. Si no te importa tengo un poco de vodka polaco…
—¿Vodka polaco? Eso ni se puede llamar licor. Nada como el vodka de la madrecita Rusia ¡Leonid! —Le dijo Pavel al militar—. Ven a mi casa y sabrás lo que es vodka de verdad.
—¡Pues vamos!
La pareja salió tambaleándose y se perdió por las callejas de la ciudad. Pavel guió a su amigote hasta un viejo edificio en la parte vieja de la ciudad. Aporreó la puerta hasta que le abrieron, y pasó al interior. Los dos subieron por una estrecha escalera, y Pavel condujo a Leonid hasta una sala mugrienta, en la que solo había una vieja mesa de madera y dos sillas. Sobre la mesa, dos botellas de un líquido lechoso, dos vasos y un cuenco de pepinillos.
—Leonid, prueba este licor. Nunca has probado nada igual —dijo, llenando un vaso y ofreciéndoselo. Luego llenó otro vaso y dijo—. En esta triste ciudad solo se puede soñar que el Padrecito la lleve a la luz ¡Za sbychu mecht!
—¡Por que los sueños se cumplan! —Respondió Leonid, bebiendo el vaso de un trago—. Uf, esto sí es vodka —dijo mientras echaba mano a los pepinillos.
La pareja acabó con la botella hasta que los dos cayeron pesadamente sobre la mesa. Horas después Leonid se despertó cuando introdujeron su cabeza en un cubo de agua fría.
—¿Qué demonios? —calló al ver que varias personas que no conocía le aferraban. Intentó echar mano a la cartuchera pero no pudo moverse.
—¿Buscabas esto? —le preguntó un hombre con abrigo de cuero mientras le apuntaba con una pistola.
—¿Qué pasa? ¿Sabéis lo que estás haciendo? ¡Estáis molestando a un oficial del Ejército Rojo! ¡Soltadme inmediatamente!
El hombre del abrigo se rió y le dijo—. ¿Oficial? Tú eres un míserable zampolit, un comisario político, que no sabría ni encontrarse el cul* con las dos manos.
—¡Soltadme de una vez! —dijo Leonid mientras se rebullía, pero lo tenían bien sujeto.
El del abrigo respondió— ¡Será mejor que te calles! ¡Mira a tu alrededor! —el comisario vio que en la sala había una impresora manual y un montón de panfletos en el suelo. —¿Sabes qué es esto? —le dijo el del abrigo mientras le ponía uno de los folletos en la cara ¡Propaganda fascista! ¿Qué hacía un zampolit en un nido fascista? ¿Quién te trajo? ¡Vamos, contesta!
Leonid dijo—. Pavel, me trajo Pavel. Me trajo a beber.
—¡No mientas, imbécil! Un vecino nos ha dicho que se oían ruidos en el piso de arriba, y me encuentro con un estúpido como tú durmiendo la mona. Imprimes propaganda traidora y eres tan tonto que te emborrachas.
—Pavel…
—¿Quién es Pavel? ¿Otro traidor? —el interrogador volvió la solapa de su abrigo y mostró la estrella de la NKVD, la policía secreta soviética.
Leonid palideció. En las últimas semanas había oído rumores de oficiales que desaparecían. Pero esta vez no solo eran coroneles y generales, como en la Gran Purga, sino también capitanes y mayores. Su jefe había ordenado intensificar la propaganda, pero Leonid había visto como temblaban sus manos.
—¡Sucio traidor! —El policía le cruzó la cara de un bofetón —¿Quién es ese Pavel? —Leonid calló. El policía dijo—. Cogedlo, en la Devintas Fortas dirás todo lo que sabes —la fortaleza era la cárcel donde encerraban a los detenidos políticos.
—No soy un traidor —lloró el comisario—. Soy un fiel admirador de Stalin y seguidor de las directrices del Partido… —otro bofetón le calló—. Serás imbécil. Si no eres un traidor ¿Qué haces aquí?
—Pavel me trajo —dijo Leonid.
—Y dale con Pavel ¿Qué más?
—Solo lo conocía por Pavel. Pavel Seleznev. Era un amigo que conocí en la cantina. Yo soy inocente —gimió Leonid—. Esto es una trampa.
—¿Una trampa? Esto es la caza de un traidor fascista. Llevadlo —los dos policías lo arrastran a un coche. A su lado se montó el policía. El coche partió hacia las afueras. Leonid se sorprendió al ver que iban hacia su acuartelamiento
—Leonid, me pareces tan tonto que creo que es verdad lo que dices. Mira, te voy a dar una oportunidad. Podrás salvarte si haces lo que te digo paso a paso. Tú sigue como si no hubiese pasado nada. Ya encontraré yo a ese Pavel Seleznev.
—¡Gracias, Excelencia!
—Mira, Leonid, te voy a librar esta vez pero tendrás que hacerle un favor al Partido. En Moscú están preocupados por la fidelidad del Ejército y sospechan de tu capitán Wysocki. Vas a vigilarlo.
—Pero si es mi amigo.
—Eres tonto hasta para escoger los amigos. Tu capitán es un traidor. Vigílalo pero ten mucho cuidado para que no te vean con él. No le dejes ni a sol ni a sombra pero no te acerques. Y no le digas nada a nadie o me encargaré de ti.
—¡Lo haré, Excelencia!
Días después el que habíamos llamado Pavel, vestido ahora con un uniforme de Mayor, pasó ante el centinela que custodiaba la entrada al bloque de apartamentos de los oficiales y llamó en la puerta del capitán Wysocki. Una mujer joven abrió la puerta. Pavel oyó al fondo el llanto de un niño y la voz del capitán— ¿Inga, de quién se trata?
—Soy el Mayor Kalinowski ¿Me permite? —la mujer le franqueó la puerta. Pavel, que ahora decía llamarse Kalinowski, la cerró al pasar.
—No le conozco, Mayor —dijo con desconfianza el capitán.
—Estoy destinado en la 84ª División de Infantería, y también soy polaco.
—¡Yo no soy polaco! Nací en Bialystok —durante la Purga las personas de orígenes polacos habían sufrido lo peor de la represión.
—¡Calla que las paredes oyen! Nacerías en Bialystok pero tus padres eran polacos. Para Stalin polaco eres y serás hasta que mueras lo que, si depende del Padrecito, será muy pronto.
Wysocki cayó. También había oído rumores sobre la nueva purga. Kalinowski siguió—. En Minsk han detenido a todos los oficiales con apellidos polacos o que hubiesen nacido en Polonia, y han desaparecido. Lo mismo está pasando en Kiev. También han desaparecido sus familias. —Kalinowski miró a Inga.
—Mikhail, nuestro niño… —dijo la mujer antes que el capitán le mandase callar—. Vete con él y déjame solo.
—Capitán Wysocki ¿No has notado usted nada raro?
El capitán recordó que el zampolit estaba detrás de él como un moscón, pero le rehuía cada vez que se volvía.
—Puede. Pero yo no soy un traidor.
—¿Y tú crees que eso le importa a Stalin? Capitán, es tu vida y la de tu familia. Si sigues aquí morirás. Pero un amigo me ha hecho una oferta. Puedes salvarte pero con una condición. Hay programadas maniobras para la semana próxima. Tú sales como siempre, pero cuando llegues a Kudirkos Naumiestis te perderás y te dirigirás hacia el Oeste.
—¿Hacia Alemania?
—Me han ofrecido asilo pero solo si voy con una unidad de tanques. Yo llevaré en un coche a tu esposa y a tu hijo.
—He dicho que no soy un traidor —dijo el capitán.
—Es tarde. Ya estás comprometido. Creo que estoy en una lista, y el centinela habrá anotado mi nombre. Si quieres, tengo un coche en la puerta y podría llevar ahora mismo a Inga y al niño al otro lado de la frontera. Pero a ti solo te admitirán si llevas tus tanques.
Horas después un coche que llevaba una mujer y un niño pequeño, conducido por Hans Koch, alias Pavel, alias Kalinowski, pasó la frontera y entró en Prusia Oriental. Tres días después era seguido por una compañía acorazada, que se introdujo en el denso bosque cercano a la ciudad para enfangarse en uno de los pantanos que jalonaban la región. Cuando los soldados intentaban liberar sus tanques, una compañía de soldados alemanes les rodeó, les hizo deponer las armas y los expulsó a territorio ruso. Solo un capitán se quedó, abrazando una mujer y a un niño.
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- Ubicación: Hoy en mañolandia, mañana ya veremos
El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Domper escribió:En el Ministerio de Armamentos se estudió un problema diferente: se investigó la conveniencia de adaptar o no el ancho de ferrocarriles de la Rusia Blanca, considerando que una gran parte del país cambiaba de bando para unirse al Pacto de Aquisgrán. Se resolvió que no convenía modificar el ancho siempre que se dispusiese de suficiente material rodante, lo que se podría conseguir fabricando unos adaptadores que pudiesen aplicarse a ciertos materiales ferroviarios. La fábrica Borsig de Berlín recibió orden de diseñar y construir un prototipo, y de preparar la producción.
Interesante propuesta.
Si los alemanes tenían un eficaz sistema de espionaje entre sus amigos, y no dudo que lo tuviesen, a esas alturas podrían saber que en España ya estaba viendo la luz un proyecto totalmente operativo de tren de ancho de rodadura intercambiable. En mayo del 41 faltarían un par de meses para la primera prueba de viabilidad del sistema Talgo
saludos
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Pero el Talgo es adecuado para transporte de viajeros, pero no de mercancías pesadas, al menos por lo que sé.
Saludos
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Tu regere imperio fluctus Hispane memento
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El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Eso podrá responderlo mejor que yo el ferroviario, Luis M Garcia aunque supongo que así es
Pero no se si hay ningún otro proyecto de cambio de ejes en esos años. El OGI que si es para mercancías pesadas (el primero eficaz según creo), no fue desarrollado hasta mediados de los 60 por otro ingeniero español, Rafael Rubio Elola
http://actualidadaeroespacial.com/defau ... =1&n=13017
saludos
Pero no se si hay ningún otro proyecto de cambio de ejes en esos años. El OGI que si es para mercancías pesadas (el primero eficaz según creo), no fue desarrollado hasta mediados de los 60 por otro ingeniero español, Rafael Rubio Elola
http://actualidadaeroespacial.com/defau ... =1&n=13017
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