El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund

Los Ejércitos del mundo, sus unidades, campañas y batallas. Los aviones, tanques y buques. Churchill, Roosevelt, Hitler, Stalin y sus generales.
wilhelm
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Mensaje por wilhelm »

Parece que los alemanes han actualizado el Kriegsspiel a los nuevos tiempos. Ahora bien el tema de la operación para preparar una deserción del ejército rojo, me ha dejado bastante confuso.


Domper
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Mensaje por Domper »

Creo que quedaba bastante claro en le texto que todo son maniobras destinadas a agitar la paranoia de Stalin. De paso, poder echar un vistazo al KV-1 no vendría nada pero que nada mal. Lo mismo respecto a los trenes: solo tiene sentido preocuparse por eso si se supone que parte de la URSS se va a separar.

Recordad que se trata de una operación de Schellenberg y Nebe para descubrir las filtraciones ocultas e "intoxicarlas"

Saludos
Última edición por Domper el 12 Feb 2015, 14:07, editado 1 vez en total.



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Capítulo 18. Listos…

Caimanes

7 de Mayo de 1941


El tenente Adelfo Romani se sentía muy lejos de su Lombardía natal. El terreno llano y pantanoso le podría recordar a los canales que recorrían los campos de cultivo de Capergagnica, el pueblecito cercano a Milán donde había vivido su infancia. Pero el ocre del terreno o la silueta de las escasas palmeras anulaban cualquier ilusión que pudiese hacerse.

Aunque un canal es un canal, y las aguas de Suez no era tan frías como las de los ríos lombardos. El teniente se arrastró por el suelo arenoso, aprovechando las sombras que la luna proyectaba en el terreno: en las cercanías del Canal era mejor pasar desapercibido, porque el movimiento atraía la artillería. Como para confirmarlo, vio unos fogonazos hacia el Norte ¿serían esta vez cañones italianos, alemanes o ingleses los que intentaban atrapar a algún pobre desgraciado?

Era mejor no distraerse. Romani siguió arrastrándose hasta llegar al talud de la orilla Oeste del Canal. Ahí extremó las precauciones, sabiendo que unos ojos podían estar observándolo desde el otro lado. Siguió la ruta marcada con pequeñas tiras de papel que evitaba las minas que defendían la orilla, y se introdujo en las cálidas y saladas aguas del Canal. Cuando llegó a una profundidad en la que se podía mantener cómodamente de pie asomando apenas la nariz y los ojos, esperó al resto de los hombres de su pelotón, que fueron llegando uno a uno, arrastrándose por las huellas que había dejado el teniente. En los Caimanes de Suez los oficiales no iban detrás, sino que eran los que daban el ejemplo. Los Caimanes de Suez querían heredar el glorioso nombre que sus padres se habían ganado en el Piave, aunque para ello tuviese que sacrificarse algún joven teniente.

Una vez en el agua, los once hombres hincharon dos pequeños flotadores en los que colocaron su equipo, envuelto en telas impermeables, y empezaron a nadar hacia el otro lado. En ese punto el canal tenía casi trescientos metros de anchura, y el descenso de la marea en el cercano Mar Rojo causaba una corriente suave pero perceptible que aumentaba aun más el recorrido. Además tenían que nadar sigilosamente, por lo que les llevó casi treinta minutos el cruce. Una vez cerca de la orilla, los soldados se desplegaron y se acercaron tomando máximas precauciones. Al llegar a tierra empezaron a explorar el terreno con largas varillas intentando encontrar minas. Si encontraban alguna la marcaban con una cintilla de tela de color oscuro y seguían: su misión solo era explorar.

El cabo Monaldo se acercó al teniente y señaló hacia su derecha. Romani ordenó con un gesto a sus hombres que permaneciesen a cubierto, y se deslizó hacia donde Monaldo señalaba. Romani superó con gran precaución el talud e intentó ver lo que había alertado a Monaldo, pero la tenue luz de la luna no revelaba nada. El teniente se arrastró poco a poco, y notó que la tierra estaba removida. Imaginándose lo peor, miró con cuidado a su alrededor, hasta descubrir el brillo de un cable disparador a unos palmos de donde estaba. Romani avanzó aun más lentamente, explorando el terreno con su varilla. Encontró dos minas que tuvo que rodear, hasta encontrar un paso. Siguió por él, pero estuvo a punto de caer en un foso antitanque que los ingleses habían cavado y cubierto de lonas para ocultarlo. Una tos un poco a su izquierda le permitió descubrir la posición inglesa. Sacó sus prismáticos, y logró distinguir un blocao, con troneras por las que asomaba la boca de un cañón antitanque. Seguro que también había ametralladoras.

Romani volvió poco a poco por donde había venido hasta reunirse de nuevo con sus hombres. El sargento Fanucci señaló hacia el Sur, donde había encontrado otro puesto enemigo. Romani marcó en su mapa la situación de los dos fortines británicos, y dio órdenes a sus soldados de retirarse, limpiando todos los rastros.



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Rosetta

8 de Mayo de 1941


Grandes columnas de humo se elevaban desde Rashid. Pero esta vez el humo no procedía de la torturada población, que la semana anterior había pagado muy caro su privilegiada situación en la desembocadura del brazo occidental del Nilo, sino de los restos de varios aviones.

Los éxitos del almirante Cattaneo en el Egeo habían servido de acicate a los otros mandos italianos. Todos querían conseguir un triunfo sobre los ingleses que llevase sus nombres a los libros de historia… y a lo más alto del escalafón. Pero apenas quedaba petróleo en los depósitos italianos y los barcos de la flota habían tenido que volver a sus bases. Solo un escuadrón de cruceros había sido destacado al puerto español de Cádiz, desde donde se preparaba para irrumpir en el Atlántico. Había pocas oportunidades de gloria, y por eso iba a ser uno de los departamentos navales más humildes el que consiguiese el siguiente éxito.

Tras la victoria de Egipto los soldados del Pacto habían entrado en Alejandría el 27 de Febrero, para encontrarse con un panorama desolador. Los ingleses al retirarse habían destruido todo lo que no podían llevar. En el puerto los cascos del acorazado Lorraine y del crucero pesado Suffren, barcos franceses hundidos en el ataque británico del 5 de Agosto y recuperados posteriormente por los ingleses, habían sido remolcados a la bocana del puerto y hundidos. Las grúas habían sido voladas cayendo sus restos en las dársenas, y los almacenes y los depósitos de combustible ardían como teas. En el dique seco dañado por las lanchas explosivas italianas el casco del portaaviones Eagle estaba partido en dos tras ser dinamitado. Más diabólicamente, el puerto estaba sembrado de trampas explosivas. Decenas de minas de contacto y magnéticas habían sido sembradas en sus aguas, y los muelles estaban llenos de cargas explosivas, proyectiles y bombas de aviación unidos a cables disparadores, detonadores que se activaban con las pisadas, temporizadores, etcétera. Hasta en las alcantarillas se habían encontrado con minas escondidas. Tras perder una decena de ingenieros militares el contraalmirante Bruto Brivonesi, al mando del departamento naval de Libia, tomó una decisión salomónica: iba a renunciar a limpiar el puerto.

Como preparación de la operación Morgenstern se había trasladado al Mediterráneo buena parte de las lanchas que los alemanes habían estado concentrando en el Canal de la Mancha. Pero el traslado de esas unidades había resultado mucho más lento de lo esperado. El mal tiempo había dificultado su traslado hasta el estuario del Sena, y el tránsito por la red de canales franceses resultó especialmente difícil a causa de todo tipo de sabotajes. Luego el supuestamente plácido Mediterráneo había resultado un mar muy tormentoso, por lo que las pesadas embarcaciones, conversiones de barcazas diseñadas para navegar por los ríos europeos, habían tenido que pasar de puerto a puerto para aprovechar las pocas rachas de buen tiempo. El resultado es que estas embarcaciones no empezaron a llegar a Libia hasta mediados de Febrero, cuando Rommel había conseguido romper las líneas británicas y avanzaba rápidamente hacia el Nilo.

El Almirante Brivonesi dirigía el departamento naval de Libia, la hermanita pobre de la marina italiana. Sin medios para mantener adecuadamente buques mayores, y estando demasiado cerca de las principales bases en el Sur de Italia, Supermarina le había retirado todos los buques modernos, y disponía de solo media docena de destructores y torpederos a cual más viejo y pequeño. Sus únicos buques modernos, sus submarinos costeros, habían sido enviados al Dodecaneso para bloquear el puerto de Haifa. Como si fuera poco, empezó a llegar a Trípoli y Bengasi una colección de cascarones que nadie quería: barcazas oxidadas cuyas escotillas estaban a punto de romperse tras el embate de las olas, transbordadores de fondo plano que bailaban como peonzas ante la más mínima marejada, remolcadores de puerto que consumían montañas de un carbón que en Libia no había. Su Estado Mayor le aconsejó quitarse el muerto de encima y enviar a esos buques de vuelta. Pero el almirante tomó la decisión que le llevaría, años después, a comandar las fuerzas anfibias del Pacto de Aquisgrán.

Brivonesi ordenó que las lanchas de asalto fuesen reparadas en la medida de lo posible a medida que fuesen llegando, y que iniciasen ejercicios conjuntos con los destructores italianos. Cuando intentó protestar el capitán Eggers, un marino de Bremen con veinte años de servicio en buques mercantes, al recibir unas órdenes que consideraba inútiles, se encontró con que era desembarcado a la fuerza de su buque y embarcado con destino a Nápoles. Más aun se sorprendió Eggers cuando en Nápoles el contraalmirante Weichold, enlace entre la Kriegsmarine y Supermarina, confirmó la orden de Brivonesi y degradó a Eggers, enviándolo de vuelta a su casa con las orejas gachas. El resto de los alemanes entendieron la indirecta, y se aprestaron a trabajar para superar a los italianos. Brivonesi, pensando que Trípoli estaba demasiado lejos de los puntos más calientes, ordenó también que su colección de antiguallas se moviese a Bengasi y Tobruk.

Así ocurrió que cuando Von Manstein planteó a Supermarina la necesidad de limpiar Alejandría cuanto antes, Brivonesi señaló que las reparaciones del puerto llevaría varios meses, y mientras sería preciso seguir usando los puertos de Bengasi, Tobruk y Bardia, usando luego miles de camiones para llevar las cargas hasta Egipto. El contraalmirante propuso dirigir todo el tráfico marítimo a la bahía de Abukir, cercana a Alejandría, a donde trasladaría sus buques anfibios. Apenas una semana después la motonave Rina Corrado anclaba frente a Rashid, la antigua Rosetta. Su carga fue trasladada con alguna dificultad a un grupo de barcazas, que luego atravesaron la boca de Rosetta del Nilo y se dirigieron hacia El Cairo, donde descargaron. En poco tiempo el Panzergruppe Afrika empezó a recibir una montaña de suministros. Las pilas de proyectiles y los barriles de gasolina empezaron a llenar los alrededores de El Cairo en tal cantidad que Von Manstein empezó a pensar que su proyectada ofensiva podría ser más ambiciosa.

Los ingleses, lógicamente, intentaron interrumpir las operaciones italianas. Pero sus fuerzas navales se reducían a cinco destructores, que eran imprescindibles para mantener las comunicaciones con Chipre y Creta. La bahía de Abukir era poco profunda por lo que los submarinos no podían actuar, y por tanto solo pudieron enviarse unos pocos buques ligeros. Pero el 19 de Abril los cruceros Bande Nere y Barbiano hundieron a los cañoneros Auckland, Crickett y Ladybird cerca de Jaffa, lo que acabó con los intentos de la Royal Navy. Fue pues labor de la RAF acabar con las operaciones italianas.

Los primeros días de Mayo los ataques combinados de los Wellington de la RAF y los Swordfish de la Fleet Air Arm, operando desde El Arish, consiguieron importantes éxitos al hundir dos cargueros y a seis barcazas. Pero el 8 de Mayo una formación de cinco cazas sudafricanos Tomahawk que escoltaban a seis torpederos Swordfish fue atacada por dos solitarios Bf 109, mientras un grupo de biplanos CR-42 atacaba a los torpederos. Los sudafricanos, a pesar de su superioridad numérica, se encontraron luchando por sus vidas, mientras los biplanos CR-42 derribaban uno tras otro a cinco Swordfish.

Ese día Hans-Joachim Marseille, uno de los pilotos alemanes, consiguió su décimo derribo.



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Martillo

9 de Mayo de 1941


Las sirenas gimieron alertando de un ataque aéreo. Las dotaciones de los cañones antiaéreos de los barcos amarrados en la bahía corrieron a sus puestos y prepararon la munición. Dos destructores empezaron a zigzaguear entre los mercantes amarrados. En tierra, los estibadores se situaron a cubierto, mientras los artilleros levantaban sus grandes cañones antiaéreos.

Tras el desastre de Egipto el puerto de Aqaba se había convertido en la principal vía de llegada de suministros al Mediterráneo, y por tanto había atraído la indeseada atención del Pacto de Aquisgrán. Las primeras semanas solo se produjeron incursiones ocasionales de los bombarderos italianos, pero quince días antes los aviones alemanes habían lanzado una gran ofensiva. Día y noche oleadas de bombarderos lanzaron sus letales cargas sobre la ciudad y el puerto. Los cazas se habían cobrado su peaje, y los alrededores de la ciudad estaban adornados por los restos de los aviones derribados. Los temibles cañones antiaéreos de 3,7 pulgadas habían obligado a los bombarderos a lanzar su carga desde mayor altura, lo que había empeorado su ya de por sí mala puntería. Hasta el momento los ataques solo habían hundido dos cargueros y dañado a otros tres, pero las bombas desviadas habían arrasado la ciudad. La población había escapado hacia el desierto, y los estibadores árabes se negaron a volver. Finalmente se tuvo que ordenar a los soldados que llegaban al atestado puerto que actuasen como estibadores.

Poco a poco los aviones del Pacto habían cambiado sus tácticas. En lugar de enviar nutridas formaciones mal defendidas, enviaban cada vez con mayor frecuencia pequeños grupos de aviones con gran escolta, intentando atraer a los cazas de la RAF a combatir con los cazas Bf 109, que estaban mostrando su gran superioridad frente a los Hurricane y Tomahawk. También era frecuente que los aviones enemigos sobrevolasen el Sinaí para escapar en cuanto despegaban los cazas, o que enviasen formaciones de cazas bimotores Bf 110 simulando ser bombarderos pesados, para atraer a los aviones británicos a emboscadas.

El efecto de las alarmas y de los bombardeos repetidos estaba afectando a la capacidad del puerto, que nunca había sido grande. Solo quedaba una grúa en servicio, y el resto de la carga tenía que ser descargado por las plumas de los barcos. Las operaciones tenían que ser interrumpidas una y otra vez, ya que los italianos, al ver que sus bombas eran muy poco precisas, lanzaban ahora una especie de bombetas antipersonal de las que parecían tener un suministro ilimitado. Esas bombetas causaban mínimos daños sobre los barcos o las instalaciones, pero eran mortales para el personal al descubierto. Como consecuencia el desembarco de la 1ª División Sudafricana se estaba eternizando. Los hombres habían descendido enseguida y habían acampado lejos de la ciudad, pero seguía en los barcos la mayor parte de su material y de sus municiones.

Además tras dos semanas los cazas de defensa habían tenido que pagar un sangriento tributo. La mayor parte estaban agujereados como coladores, y tenían que ser parcheados a toda prisa para enviarlos al combate a la mañana siguiente. Los pilotos, agotados, cometían errores absurdos y se estrellaban o se dejaban derribar por los cazas alemanes. Las dotaciones de tierra estaban pasando su propio calvario pues sus aeródromos también recibían ataques continuos, hasta tal punto que había sido preciso evacuar la base aérea situada junto a la ciudad.

Hoy parecía ser un nuevo día de ataques. La gran cantidad de bajas había obligado a enviar a una escuadrilla de obsoletos Curtiss 75 Mohawk, hasta entonces de guarnición en la India. Los aviones se elevaban poco a poco, intentando ganar la altura suficiente que les diese ventaja en el combate. El líder hizo oscilar su avión y señaló al frente, mostrando un montón de puntitos: esta vez el Pacto iba a lanzar un gran ataque. Los aviones adoptaron la formación entonces por en boga en la RAF: una V algo más amplia que la que se usaba al principio de la guerra, más un piloto de reserva zigzagueando en la retaguardia vigilando la llegada de aviones enemigos. Por desgracia esa táctica era muy peligrosa para el piloto de reserva: de repente aparecieron dos cazas de morro afilado. El Mohawk de reserva empezó a echar humo y a perder altura. Sus compañeros se dispersaron, y cuando uno intentó atacar al Messerschmitt alemán, su punto se situó a la espalda del inglés y lo derribó. Finalmente los Curtiss tuvieron que adoptar un círculo defensivo, pero eso dejaba paso libre a los bombarderos.

Los cañones de 94 mm acababan de empezar a disparar cuando vieron que la formación se disgregaba y varios aviones se dirigían hacia ellos. Los artilleros abandonaron sus cañones para intentar ponerse a cubierto, cuando se vio una de las siluetas más temidas en Oriente Medio: bombarderos en picado Stuka, que no fueron advertidos hasta que iniciaron sus ataques. En cinco minutos tres cargueros fueron alcanzados. Dos de ellos empezaron a arder y un tercero, amarrado al muelle, pareció no haber sufrido daños. Sin embargo la dotación escapó del barco corriendo. Segundos después una llamarada de color marrón escapó por una escotilla, e inmediatamente después estalló, regando de restos ardientes el muelle. Otro barco en el muelle, alcanzado por los restos, empezó a arder como una tea.

Los artilleros de los barcos seguían mirando a lo alto vigilando la aparición de nuevos Stuka, por lo que solo detectaron el nuevo ataque cuando era tarde: una docena de trimotores italianos llegaron volando a ras de agua y lanzaron sus torpedos contra los barcos amarrados. El destructor Greyhound fue tocado por uno que le voló la proa, y otro alcanzó al carguero Clan Campbell que se partió por la mitad.

El siguiente turno fue para bombarderos bimotores Ju-88, que atacaron también en picado alcanzando al destructor Lively, que pudo mantenerse a flote, y al carguero Rowanan Castle, que tuvo que ser embarrancado.

Finalmente el comodoro del puerto se dio por vencido, y ordenó que todos los buques presentes en el golfo de Aqaba volviesen a Port Sudan, donde tendrían que esperar hasta que la RAF pudiese garantizar la seguridad del puerto. Palestina, a efectos prácticos, había quedado aislada.



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Mensaje por Domper »

Un detalle.

Gracias a todos por las:

¡¡¡5.000 visitas!!!

Saludos



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Mensaje por Gaspacher »

¡Enhorabuena!!! :thumbs:

y ahora pasemos a las cuestiones practicas... :cool:

Lo lógico sería que los aeródromos del pacto se concentrasen entre el canal de Suez y el Nilo, donde tendrían la zona del Sinai a su alcance y podrían utilizar en mayor o menor medida el ferrocarril y el propio Nilo para aliviar su carga logística. Sin embargo eso dejaría los aeródromos a más de 300km de Aqaba... Demasiado ajustado para tareas de escolta por parte de cazas anticuados como los Cr-42, e incluso podría en dificultades a los Me-109 E si los hubiese.


Recordemos que para las misiones de escolta cazas y bombarderos solían despegar de aeródromos distintos, y luego debían encontrarse en algún punto acordado lo que generalmente significaba que los cazas debían dar vueltas y vueltas, consumiendo su combustible mientras esperaban a los bombarderos, o al menos de eso se quejo en alguna ocasión Adolf Galand durante la BdI. Aun de encontrarse ambos grupos sin demoras de tiempo, en aviones como los Cr-42, la reserva de combustible tal vez no bastase para llegar a Aqaba, desarrollar un combate con gran consumo de combustible y regresar a sus bases...por no hablar del destino de cualquier avión con un mínimo de daños en los depósitos...

PD Como comentario, tan solo Suez y Safaga tenían ferrocarril al Este del Nilo. Las opciones por lo tanto son camiones por el desierto, o ferrocarril hasta esas dos poblaciones...

PPD Que las tareas de escolta no fuesen sencillas no significa que no pudiesen ser llevadas a cabo, simplemente serían mucho más difíciles, y aun menos que no pudiesen simplemente hundir todo lo que navegase por el mar Rojo.

saludos


A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Mensaje por Domper »

Sí y no.

No es lo mismo mantener un aeródromo para cazas que uno para bombarderos, con mucha más necesidad de combustible y de explosivos. Lógicamente lo razonable sería situar los aeródromos para cazas en la orilla Este del Nilo y los de bombarderos en el resto. Desde luego, habría problemas de coordinación, pero estamos en 1941, y ya hay diferencias:

– En la realidad, varios de los principales aeródromos ingleses en Egipto (Ismailia, Deversoir, Abu Suwayr, Fayid, Kibrit) estaban situados cerca del Canal de Suez, a unos 200 km de Aqaba. Posteriormente tuvieorn menos utilidad al estar demasiado cerca de las bases israelíes.

– Se había aprendido precisamente de la BdI, y es de suponer (aunque no se cite en el texto) que habría menos demoras, las tácticas serían más flexibles, etcétera. En la realidad y por esas fechas los Bf-109 hicieron misiones de escolta muy prolongadas en Creta y el Mediterráneo.

– Los Bf-109 habían sido provistos de un depósito auxiliar.

– Las misiones de escolta resultan más sencillas porque la oposición aérea es relativamente débil, se centra casi exclusivamente en Aqaba o sobre los aeródromos del Sinaí.

– Los modelos anticuados, como el CR-42, tendrían escasa utilidad no solo por su autonomía sino por la velocidad limitada, por lo que lo lógico sería dedicarlos o a las primeras fases de la escolta, o a la protección, especialmente de lso desembarcos.

Por otra parte, no sé si tiene mucho sentido usar el ferrocarril teniendo en cuenta que los suministros se están desembarcando casi a pie de obra. Más lógico es usar camiones y ahorrarse un reembarque. Si no el proceso es realmente farragoso: carguero - barcaza – tren (si hay muelles de embarque junto al río) – camión. Al contrario, se dispone de gran número de camiones que ya no están siguiendo la larguísima ruta Trípoli – frontera. En la realidad hay que recordar que el teatro de operaciones de África llegó a tener el 30% de los camiones del Eje (motivo por el cual era un dislate mantener la ofensiva en Egipto cuando se luchaba a muerte en Rusia, tal vez esos camiones más que los tanques fueron lo que le faltó a Barbarroja, pero esa es otra).

Eso sí, ya ves cual es la solución que propongo al problema de desembarcar suministros en Egipto: si los aliados podían usar embarcaciones ligeras ¿Por qué el Eje no, teniendo en cuenta que tenía tantas muertas de risa en el Canal? Al contrario, lo que siempre me ha llamado la atención es que la gente que se dedica a los "What if" (o a las valoraciones estratégicas) no haya apreciado que si cae Suez la posición británica en Palestina es casi indefendible, por depender casi exclusivamenet del puerto de Aqaba. Una vez se conquistó Irak, Líbano y Siria se mejoraba un poco el panorama al poder usar el ferrocarril por la larga ruta Basora - Alepo - Gaza (que llegaba hasta Suez), pero aun así seguía siendo una situación bastante delicada.

Saludos

P.D.: había al menos un ferrocarril más, Port Said, que incluía un puente (actualmente desaparecido) que lo unía a los ferrocarriles de Palestina por El Arish y Gaza. He visto fotos y maas de la época (repito que todo esto está más documentado de lo que parece). Donde no había ferrocarril era en Aqaba.



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Chepicoro
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Mensaje por Chepicoro »

Domper escribió:Un detalle.

Gracias a todos por las:

¡¡¡5.000 visitas!!!

Saludos


No hay que agradecer, le das vida al foro... muy interesante.


"La muerte tan segura de su victoria nos da la vida como ventaja"
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Edén

9 de Mayo de 1941


El Messerschmitt Bf 110 D-3 del Oberleutnant Martin Drewes siguió al coche que intentaba guiarle entre la nube de polvo que habían levantado los Heinkel He 111. Por fin llegó a la cabecera de pista, donde aceleró sus motores. Tras tomar velocidad el caza bimotor despegó y empezó a tomar altura. Tras él se elevaron siete Bf 110 más. Los cazas bimotores ascendieron poco a poco y, tras sobrevolar Bagdad, se unieron a los bombarderos Heinkel 111 y Dornier 217 que se dirigían hacia la base británica de Habbaniya.

Drewes esperaba que la oposición aérea fuese escasa: hasta ahora los iraquíes solo habían sido atacados por aviones biplanos ligeros o por bombarderos procedentes del Sur. Por eso decidió correr un riesgo intentando sorprender en tierra a la mayor parte de los aviones ingleses. Drewes se adelantó a la formación con cuatro Bf 110 y cuatro Do 217. Estos últimos pertenecían a una serie especialmente modificada.

El piloto aceleró sus motores e inició un picado suave, manteniendo el sol a su espalda para evitar ser visto por los vigías. Pronto sobrepasó el río Éufrates y, un poco más allá, las columnas de humo que señalaban el lugar donde los ingleses habían derrotado a los sitiadores iraquíes. Durante una semana los vetustos aviones de Habbaniya habían bombardeado impunemente a los defensores iraquíes, pero esta vez iban a encontrarse con enemigos de verdad.

Drewes vio la base y, al acercarse, divisó un avión que corría por la pista. Enfiló el Bf 110 y empezó a disparar. El avión, un bonito bimotor de morro apuntado, empezó a echar humo y capotó. Drewes enfiló hacia la explanada donde se estaban aparcados varios aviones. Apuntó a un biplano de gran tamaño y de aspecto extraño, una especie de puro con alas, y disparó, viendo como el avión se incendiaba. Tiró de la palanca y el pesado Messerschmitt comenzó a elevarse. El teniente pensó que no había visto que se le disparase desde tierra, por lo que ordenó a Scheel, su piloto de acompañamiento, que le siguiese, mientras efectuaba una segunda pasada. Esta vez tomó como objetivo un bimotor aparcado junto al biplano que ardía, al que lanzó una larga ráfaga sin efecto aparente.

Segundos después los Do 217 sobrevolaron el aeródromo y lanzaron contenedores, que tras el lanzamiento se abrieron dejando caer unas pequeñas bombetas, que estallaron entre los aviones aparcados como petardos de feria. Se trataba de bombas de racimo SD-2, que la Luftwaffe usaba contra un aeródromo por primera vez en la guerra.

Drewes se preparaba para una nueva pasada, cuando su ametrallador le advirtió y empezó a disparar. El teniente aceleró sus motores y efectuó un viraje suave que permitiese a su ametrallador apuntar al intruso. Por el retrovisor advirtió que se trataba de un caza biplano, probablemente un Gloster Gladiator, que en seguida tuvo que escapar del contrataque de Scheel. Los dos cazas alemanes siguieron tomaron altura vigilando la presencia de otros cazas ingleses, sin apreciar nada. Mientras tanto las bombas de los He 111 empezaban a caer sobre las pistas.

Los Bf 110 sobrevolaron el aeródromo hasta que los Heinkel se retiraron, y luego se dirigieron hacia la meseta situada inmediatamente al sur de la base. El piloto alemán vio una nube de polvo, y se lanzó en picado hacia ella, descubriendo un viejo coche blindado inglés que se detuvo tras recibir una ráfaga. Luego viró hacia el Este, para volver a la base de Rashid.

Tras aterrizar con su avión, el teniente urgió a la dotación de tierra para que rearmasen y repostasen el avión cuanto antes, ante el riesgo de un ataque aéreo inglés. Apenas lo había dicho, cuando oyeron motores. Drewes vio como dos Hurricanes ametrallaban un Savoia Marchetti SM.79 situado al otro lado del aeródromo. Dos Bf 110 despegaron en su persecución pero sin conseguir darles caza. Esa misma tarde Drewes tuvo que correr otra vez al refugio, al ser atacado el aeródromo por cuatro Bristol Blenheim, que consiguieron destruir un Junkers Ju 52 antes que dos de ellos fuesen derribados.

Drewes pensó que iban a ser días muy intensos.

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Cientos de kilómetros al Oeste otro grupo de Bf 110 iba a realizar su primer ataque. Tras despegar de la base aérea de Palmira, situada en el centro de Siria, siete cazas bimotores se dirigieron hacia el Sur, hacia la carretera que seguía el oleoducto Mosul – Haifa. Su misión era impedir que la guarnición británica en Palestina atacase a los insurgentes iraquíes. A su mando estaba el capitán Herbert Schob, un oficial veterano de la Legión Kondor, en cuyas filas había conseguido cinco derribos. Sobrevolaron la estación de bombeo H4, en manos de los rebeldes iraquíes, y se dirigieron hacia el Oeste. Minutos después vieron una larga columna de vehículos. Aprovechando el sol en la espalda el capitán Shob también consiguió sorprender a los ingleses, y tras lanzar sus dos bombas de 250 kilos pudo ametrallar la columna a placer. Desde el aire pudo ver cómo los soldados abandonaban sus camiones y escapaban.

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Los tres Savoia Marchetti SM.82 aterrizaron en el aeropuerto de Asmara tras un vuelo de siete horas desde Asiut, y se detuvieron entre vítores de los asediados soldados italianos. Tras la conquista del norte de Egipto por el Pacto la ofensiva británica se había detenido, justo cuando los defensores de Keren terminaban sus últimos proyectiles de artillería. El frente se había mantenido en calma, pero los defensores italianos sabían que si los británicos reiniciaban su ataque apenas tendrían con lo que responder.

La captura de parte del valle del Nilo había permitido a los italianos establecer una base aérea mucho más cercana a Eritrea, lo que permitía transportar cargas mayores y con más seguridad. Desde Asiut los SM.75 y SM.82 podrían a volar diariamente a Asmara. Esta primera misión llevó una carga que los italianos de Keren ansiaban incluso más que el agua: 600 proyectiles de 75 mm.

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Por cuarto día tres SM.79 sobrevolaron el oasis lanzando “Spezzone”, pequeñas bombetas de un kilo de peso. Seguidamente la batería de 75 mm comenzó a disparar. Sobre el fortín de Kufra se formó una nube de polvo, pero los ingleses no respondían al fuego. Finalmente un extrañado mayor Boetto envió una patrulla para investigar, que regresó con una noticia inesperada: los ingleses se habían retirado por la noche. Los ingleses habían sido expulsados por fin del territorio libio.



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Alarma

10 de Mayo de 1941


Speer le había solicitado tantas veces que le recibiese que el general Schellenberg tuvo que hacer un hueco en su apretada agenda. El general pensaba que la insistencia de Speer se debería a que había encontrado alguna otra perla. No tenía mucho tiempo pero le atendería.

Speer entró cojeando en el despacho. El ordenanza, conociendo las costumbres de su general, les ofreció una bandeja con cigarrillos. Luego salió cerrando la puerta, y se quedó en la antesala vigilando que nadie se acercase. El general era muy considerado en el trato a sus subordinados, pero era un auténtico oficial de Inteligencia y desconfiaba hasta de su sombra. Con frecuencia se acercaba sigilosamente a la puerta y la abría de golpe, buscando curiosos. Una de las veces resultó que el anterior ordenanza había salido momentáneamente de la sala, dejando la puerta sin custodia, y veinticuatro horas después se encontró en una unidad de infantería camino de África.

Schellenberg, tras las cortesías de rigor, preguntó a Speer los motivos de su visita.

—Me ha extrañado su insistencia porque sé que usted conoce el momento crítico que está viviendo Alemania. Nos encontramos a un paso de la victoria y entenderá que eso me deja muy poco tiempo libre.

—De eso precisamente quería hablarle. Porque creo que ese paso hasta la victoria puede ser bastante más largo de lo que creíamos. Mire, como sé que está muy ocupado no le entretendré. He seguido con las tareas que usted me encomendó, y yo me he encargado personalmente de evaluar la capacidad productiva de nuestra Patria.

—Ya he visto su informe —dijo Schellenberg—. Es demoledor ¿Está usted seguro de no haberse dejado influir por cuestiones personales? —el antiguo arquitecto Speer se había incorporado al Ministerio de Armamentos, pero el ministro Todt lo había orillado al saber el papel que había tenido Speer en la valoración de las reservas de petróleo de Alemania.

—¡General, le aseguro que sé separar mis opiniones personales de mis juicios técnicos! ¡Soy un profesional!

—Le ruego que no se altere. Yo no sería buen profesional si no se lo preguntase. Por favor, indíqueme que es tan importante que no pueda esperar un informe escrito.

—General, el asunto realmente no es urgente, y le traigo precisamente un informe que lo explica detalladamente —Speer entregó al general unos documentos—. Pero el asunto tiene tal trascendencia que pensé que era necesario asegurar que el Statthalter lo leyese. Sé que a usted le presta especial deferencia.

Schellenberg pensó que era inevitable que corriesen los rumores sobre él, y que las personas inteligentes adivinasen que era lo que se escondía entre bastidores. El general se preciaba de escoger colaboradores inteligentes, pero tenía esas consecuencias.

—Pues si es tan importante, explíquemelo cuanto antes —le dijo Schellenberg a Speer.

El arquitecto se acomodó y empezó su explicación—: General, la evaluación de la capacidad productiva alemana no puede ser algo aislado. No importa saber si nuestro Producto Interior Bruto es de tantos o cuantos billones de marcos, sino si es mayor o menor que el de nuestros enemigos. Por eso he dedicado parte de mi tiempo a una valoración somera de sus economías. No un estudio a fondo, que de eso ya se encarga el Ministerio de Economía, espero —Speer dudaba de la eficiencia de algunas agencias ministeriales, y con razón—, sino un simple repaso de su capacidad.

—Esa era la tarea que le encomendé.

—Desde luego, general. Al revisar el rendimiento de nuestra industria comparada con la del enemigo me he encontrado con esto. Mire. —Speer presenta al Schellenberg una tabla llena de números. Schellenberg la revisa y se extraña.

—No entiendo lo que pone aquí. Dice “producción aeronáutica, 50.000 aviones anuales”. Aquí “Tanques, 20.000 anuales”. Usted sabe que esas cifras no son reales. El año pasado fabricamos algo así como 7.000 aviones y 2.000 tanques…

—10.800 aviones y 1.800 tanques.

—Usted mismo lo dice, Speer —dice el general—. Estas cifras no son reales. Aunque pusiésemos a trabajar todas las fábricas día y noche dudo que pudiésemos fabricar siquiera 25.000 aviones al año.

—Creo que sí sería posible, general, si la producción industrial se organizase. Llevo meses clamando por ello. Pero lo que le estoy enseñando no son las cifras de producción alemanas, sino lo que el presidente Roosevelt ha pedido a su industria para el año que viene.
—Espere un momento, Speer ¿Dice que Roosevelt ha encargado 50.000 aviones? ¿Tiene pruebas de eso?

—No hacen falta pruebas —dice Speer—. Me ha bastado con leer la prensa norteamericana. 50.000 aviones es lo que Roosevelt ha solicitado que financie el Congreso. Cincuenta mil. Cinco veces más que lo que fabricamos el año pasado. Pero mire, que no acaba ahí la cosa. Tengo las estimaciones de producción aeronáutica para este año de Inglaterra y la URSS: unos 10.000 aviones cada una. En total, 70.000 aviones al año ¿Para qué cree que Estados Unidos y Rusia necesitan tantos aviones? ¿Para defenderse de Canadá? ¿Para invadir Mongolia? No, los quieren para aplastarnos. La demanda de Roosevelt se extiende a todos los campos. En la marina, por ejemplo, pretenden multiplicar el tamaño de su flota. Ha solicitado la construcción de dieciocho acorazados y cruceros de batalla, además de los seis que ya están finalizando. Nosotros tenemos tres, estamos acabando otro, teníamos planeada otra pareja, y eso ya parecía un esfuerzo descomunal. De portaaviones, ha pedido veinte, cuando nosotros solo tenemos uno en construcción y los franceses otro. Etcétera.

Schellenberg se quedó en silencio. Von Papen creía que Estados Unidos se estaba preparando para la guerra, pero Schellenberg no es que lo creyese sino que lo sabía. Su política era cada vez más agresiva. Había cortado sus relaciones comerciales con los países signatarios del Pacto de Aquisgrán, y había capturado los barcos mercantes de la Unión Paneuropea refugiados en sus puertos. A pesar de los intentos negociadores japoneses Estados Unidos estaba imponiendo sanciones comerciales cada vez más duras, que iban a poner al Mikado entre la espada y la pared. El ejército norteamericano se estaba rearmando a toda prisa, y había efectuado unas grandes maniobras en las que uno de los bandos imitaba las tácticas alemanes. Más ominosamente, sabía que los industriales estaban sobornando a los políticos norteamericanos partidarios de la neutralidad, y que la prensa era cada vez más beligerante contra Alemania. Schellenberg creía que Roosevelt solo buscaba un pretexto para declararles la guerra. Eso era malo porque sabía que la industria norteamericana era muy potente. Pero ¡50.000 aviones al año! Schellenberg imaginó una enorme nube de bombarderos pesados aplastando las ciudades alemanas bajo miles de toneladas de bombas.

—Que quiere que le diga, Speer. Cada vez que hablo con usted me paso una semana sin dormir. Hablaré con el Statthalter esta misma tarde.



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wilhelm
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Mensaje por wilhelm »

La verdad es que en esta historia alternativa, tengo curiosidad por saber que excusa buscara estados unidos para entrar en guerra con Alemania si esta decide no declarársela, tal y como sucedió en la realidad.

Toca esperar hasta que lleguemos al capítulo correspondiente en la historia.


Domper
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Mensaje por Domper »

Pues la verdad es que se trata de una cuestión que me ha dado mucho que pensar.

Hay varios aspectos a considerar:

– Roosevelt quería la guerra, y sus acciones (de la Línea de Tiempo Real, LTR) estaban claramente encaminadas a ello. Esas acciones en otro contexto hubiesen sido consideradas un “casus belli”, pero a Alemania no le convenía meterse en más líos.

– Teniendo en cuenta eso, creo que el que (en la LTR) Hitler declarase o no la guerra era indiferente. Tras Pearl Harbor el público norteamericano tenía ánimo más que belicoso, y el Eje era formalmente aliado de Japón. Tal vez incluso hubiese sido más favorable para los aliados que n ose declarase la guerra: Estados Unidos hubiese podido abanderar a todos los barcos, solo permitir la inspección dentro de las 12 millas de aguas territoriales (británicas o soviéticas), y considerar cualquier ataque una agresión. Alemania hubiese tenido que elegir entre declarar la guerra o anular la campaña submarina. Incluso en este último caso quedaban opciones: ocupar las colonias francesas para “mantener su neutralidad” igual que se hizo con Islandia o Martinica.

– Una cuestión clave era la opinión del público norteamericano. Por desgracia (para Alemania) dependía en buena parte de factores que no podía controlar, como las maquinaciones de los propietarios de los “trust” periodísticos, a los que Roosevelt (y los industriales interesados en la guerra) estaban presionando. Pero es de suponer que la Unión Paneuropea de mi historia tiene mejor imagen que la Alemania nazi de la LTR. Creo que en esto resultaría clave el tratamiento a Francia, que clásicamente había sido “la novia” de USA en Europa. Las buenas relaciones con Inglaterra eran muy recientes (databan de la Gran Guerra) pero en Estados Unidos se consideraba a Francia su guía y su aliada desde la época de la Guerra Revolucionaria. Aparte de eso, la sucesión de derrotas británicas, que harían pensar que Inglaterra era un caso perdido, ayudarían a que la opinión pública norteamericana fuese más reticente.

– Pero la clave es Japón y Pearl Harbor (o las Filipinas, o lo que fuese). Si los japoneses atacan a los Estados Unidos no hay nada que hacer, porque la entrada en guerra con Alemania sería indefectible. Más aun, si Alemania se niega a ayudar a un aliado (Japón, con el que estaba unido por tratados) se pone en situación muy delicada respecto a los otros aliados. Guste o no las alianzas tienen su valor, y en esta historia Alemania está siendo más respetuosa con sus “aliados”.

– Entonces queda el meollo ¿Sería posible mantener a Japón tranquilo? De nuevo es un problema, porque Japón dependía de cuestiones de política interna (de rivalidad entre camarillas) sobre las que Alemania poco podía influir. Supongo que también estaban las ganas de probar todos esos carísimos juguetitos que Japón llevaba decenios construyendo. Por otra parte los problemas japoneses en China tampoco eran despreciables (yo todavía no entiendo la política japonesa de la LTR).

– La mejor baza con la que Alemania podía jugar era la de las colonias europeas, especialmente las holandesas. Tenían todos esos recursos que Japón ansiaba: petróleo, aluminio y otros minerales, espacio para la colonización… ¿Sería factible que Japón se conformase con las Indias Orientales Holandesas? ¿Sería posible mantener a USA al margen tras una invasión japonesa de dichas colonias? ¿Aceptarían los japoneses la permanencia de Filipinas en su retaguardia? No sé si hay respuesta sencilla para esas cuestiones, pero son las claves en la historia.

Con todo, estamos en Mayo de 1941. Queda mucho tiempo por delante, y yo por ahora me preocuparía más por Stalin.

Saludos

P.D.: Todavía puede dar muchas vueltas la historia. Queda por ahí mucho nazi suelto. Y como muy bien planteó Gaspacher el otro día ¿Qué pasa con Dachau?

Otra P.D.: Como soy bueno y la gente no tiene la culpa, seguiré con la publicación... pero prohibiendo terminantemente a Gaspacher que la lea más de cinco o seis veces, por lo menos hasta que no siga con la suya.



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Capítulo 19. ¿Ya?

Dora menos siete

11 de Mayo de 1941


—Si llego a saber que el ejército iba a ser así, me presento voluntario a la Luftwaffe

—¿Tú ofrecerte voluntario? Ni para irte de permiso.

—Mathias, ya sabes lo que dicen, en la mili voluntario ni p’al rancho.

—P’al rancho dices… si con lo que comes no creo que les llegue a los del frente ni un mal salchichón.

—Calla y atento, que esa carga no va a bajar sola.

Mathias y Torsten formaban el dúo terrible de El Cairo. La Feldgendarmerie había aprendido a tratar con respeto los anchos hombros y las manazas del par de estibadores. Si hubiese sido por el cabo Wurfel, estarían cavando trincheras en un batallón de castigo. Pero en el Mediterráneo los estibadores eran tan valiosos como el oro, y la pareja aplicaba la experiencia adquirida en los muelles de Hamburgo a la descarga del río de suministros que llegaba por el Nilo.

Los estibadores llamaban la “Armada de Brivonesi” a la variopinta colección de embarcaciones que ascendía por el río. Barcazas del Rin atoadas por remolcadores reclutados por medio Mediterráneo, barcos turísticos a los que se les había desmontado la superestructura, lanchas de desembarco de tanques, y sobre todo los feísimos trasbordadores Siebel que trabajosamente ascendían por el Nilo. Todas cargados hasta la regala, algunos peligrosamente escoradas ya que las prisas en Rashid no permitían finuras.

Esa aberrante flota se amarraba a cada embarcadero disponible en El Cairo, en los que una nube de desarrapados se apiñaba tratando de descargar alguna caja, ya que la noticia de las espléndidas propinas que pagaban los alemanes se había extendido por los barrios pobres de la ciudad. En ese caos Mathias Kauffman y Torsten Friedmann intentaban poner algo de orden.

Alrededor de los muelles decenas de cañones antiaéreos apuntaban al cielo, patrullado continuamente por cazas alemanes e italianos. Porque junto al río se acumulaban montañas de suministros de todo tipo que convertían a la ciudad en objetivo de los bombarderos ingleses.

Los primeros ataques habían causado algunos daños, pero las reforzadas defensas estaban consiguiendo ahuyentar a los británicos. Pero mucho peor que las pocas bombas que habían caído cerca de los barcos habían sido las continuas interrupciones en la descarga. Cada vez que las sirenas sonaban los árabes salían corriendo en estampida para ocultarse en el laberinto de casuchas cercano. Finalmente los alemanes habían optado por no hacer sonar las sirenas, y a los obreros árabes se les hizo saber que si seguían trabajando sin salir corriendo la paga sería doblada. Gracias a lo cual la descarga empezó a ser algo más ordenada, y los almacenes junto al río se llenaban de cajas de proyectiles, latas de gasolina, neumáticos, vendas y salchichas. Todo lo que un ejército alemán necesitaba para seguir adelante.



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Dora menos seis

12 de Mayo de 1941


Lancia 3 RO NM, o como decían en la compañía, Röstenoberschütze, asador para cabos. La compañía había recibido unos excelentes Lancia prestados por sus aliados italianos, que eran los mejores camiones militares que el cabo Swen Probst había conducido en su vida. Pero los que habían recibido eran de una serie que iba a ser destinada a transportar cañones, y a alguna lumbrera se le había ocurrido cortar el techo de la cabina. Por eso el sol africano caía a plomo sobre los conductores, escasamente protegidos por los gorros sin ala del ejército. Probst había improvisado una cobertura con un par de hierros y el poncho de campaña, aunque la desmontaba cuando llegaba al campamento, temiendo la ira del sargento. Hasta que un día se había cruzado con un Mercedes que llevaba a un engominado Oberst, con monóculo y todo, que le mandó parar. Probst se temía que le cayese un buen paquete, pero se sorprendió cuando el coronel lo felicitó, y ordenó a toda la compañía que lo imitase.

Pero el poncho protegía del sol y no del calor agobiante. Al menos si algo sobraba en esas marismas era agua y a pesar de las prohibiciones estrictas cuando podían los conductores llenaban sus botellas en los canales. Varios de sus compañeros habían enfermado de una diarrea horrorosa, pero Swen se preciaba de aguantar tanto como el camión.

El cabo nunca había creído que un producto italiano aguantase tanto. A los vecinos del Sur se les daba bien construir preciosidades para llevar a las divas al hotel, pero Probst siempre había pensado que solo una máquina alemana podía aguantar el trato duro que recibía un camión militar. Pero el Lancia había viajado desde Libia sin rechistar. Su mecánica no solo aguantaba el maltrato sino que era bastante económica. Además el camión era capaz de subir cuestas o salir de fangales que hubiesen dejado atrapado a un Opel.

Probst volvía hacia El Cairo, cruzándose con columnas de camiones, coches y tanques. Tenía ganas de llegar, porque había quedado con su amigo Kauffman para correrse una juerga de las de temblar el misterio. Iba pensando en peleas con la Feldgendarmerie cuando se encogió por el terrible retortijón que le atenazó las tripas. En cuanto pudo Probst se hizo a un lado de la pista y detuvo su vehículo, pero su intestino manó como una fuente antes de poder llegar a la cuneta.



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