El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
-
- Sargento
- Mensajes: 234
- Registrado: 28 Oct 2004, 15:22
-
- General
- Mensajes: 23392
- Registrado: 28 Oct 2007, 21:59
- Ubicación: Hoy en mañolandia, mañana ya veremos
El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Puede servir igualmente, pero en la época en cuestión lo veo más semejante a Brigada o a sargento 1º que a sargento...
Pero es una impresión mía. Cosas del gran numero de rangos de otros ejércitos comparados con el español.
Edito para añadir
Un problema es la traducción y el buscar equivalentes militares en ejércitos de otros paises.
Si mal no recuerdo en el ejército alemán el Feldwebel mandaba un zug?? compuesto por escuadra de mando y tres gruppen (que vendrían a ser pelotones), al mando de otros tantos unteroffizier... es decir mandaba el equivalente a una sección de 40 hombres.
Pero podría equivocarme
Pero es una impresión mía. Cosas del gran numero de rangos de otros ejércitos comparados con el español.
Edito para añadir
Un problema es la traducción y el buscar equivalentes militares en ejércitos de otros paises.
Si mal no recuerdo en el ejército alemán el Feldwebel mandaba un zug?? compuesto por escuadra de mando y tres gruppen (que vendrían a ser pelotones), al mando de otros tantos unteroffizier... es decir mandaba el equivalente a una sección de 40 hombres.
Pero podría equivocarme
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
-
- General de Ejército
- Mensajes: 14692
- Registrado: 13 Ago 2014, 16:15
El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
En todo caso me imagino que la organización de una unidad de policía militar no sería igual que la de una de infantería, cuya plantilla además cambió con el tiempo. Por otra parte estuve tentado de poner Gefreiter, como me indicaste, pero como el policía está en un puesto que requiere cierta autoridad y recibe órdenes de un teniente probablemente sea mejor sargento.
De todas formas, muchas gracias. Aprecio enormemente que se detecten estos gazapos.
Saludos
De todas formas, muchas gracias. Aprecio enormemente que se detecten estos gazapos.
Saludos
Tu regere imperio fluctus Hispane memento
-
- General de Ejército
- Mensajes: 14692
- Registrado: 13 Ago 2014, 16:15
El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Tanques
Dora, Heinrich + 13
El soldado Freech volvió a cargar el cañón. En los primeros momentos su cañón sFH 18 de 150 mm había disparado hasta cuatro veces por minuto, pero la fatiga había reducido el ritmo a un disparo por minuto. Tras dos horas de fuego continuo la dotación estaba agotada y ensordecida, pero entonces el cañón empezó a disparar solo contra blancos seleccionados de forma intermitente.
Pero ahora se había recibido una demanda urgente. La cabeza de puente conseguida por el 53 Regimiento estaba bajo ataque. Lo malo era que sus feldgrau habían avanzado profundamente y estaban fuera del alcance de los cañones medios, por lo que tenían que ser las baterías pesadas las que proporcionasen apoyo. Los trasbordadores habían llevado algunos cañones de 105 mm a la otra orilla, pero disponían de poca munición, y tenían que ser cañones como el de Freech los que ayudasen a los soldados a resistir.
A nueve kilómetros de allí el 53 Infanterie-Regiment estaba sufriendo un decidido ataque efectuado por una brigada sudafricana apoyada por tanques. Los sudafricanos habían conseguido descargar por fin parte de su equipo, y la 2ª Brigada se dirigía hacia Suez cuando se produjo el ataque alemán. Pudo descender el paso de Mitla y dirigirse hacia el Este, protegida de la observación aérea por las nubes de polvo y por el humo levantado por los bombardeos. Tras descender a la llanura se había dirigido hacia el norte, atacando frontalmente la posición alemana.
Los soldados alemanes aun no habían conseguido cavar una posición continua cuando la artillería inglesa que había escapado a los bombardeos de la mañana comenzó a disparar, interrumpiendo de nuevo la circulación en el cruce del Canal. Los sudafricanos habían atacado seguidamente. Por suerte eran tropas novatas que no sabían usar el terreno como cobertura, y que en lugar de intentar flanquear los puntos fuertes alemanes los asaltaban, sufriendo importantes pérdidas. Aun así la 3ª Compañía fue casi destruida, y por la brecha abierta los tanques sudafricanos se lanzaron. Los soldados alemanes apenas disponían de sus armas individuales y de algunos cañones de apoyo de 75 mm, inadecuados para su uso como antitanques. Los cañones antitanque habían sido emplazados en los flancos, por donde un comandante alemán hubiese atacado. El ataque sudafricano, lanzado contra las defensas más fuertes, había sido una sorpresa.
El sargento Barkmann recibió órdenes urgentes: sus cuatro Panzer III eran todo lo que los alemanes disponían para detener a los sudafricanos. Los tanques enemigos se habían introducido en las líneas alemanas y ni la artillería ni la aviación podían disparar contra ellos. Barkmann ordenó a su conductor que pusiese el motor en marcha, y dispuso a sus otros tres tanques en formación lineal, con cincuenta metros de separación entre ellos. La formación lineal daba más potencia de fuego, pero estaba más expuesta a sorpresas. Pero Barkmann pensó que no estaba la ocasión para finuras.
Los tanques avanzaron lentamente. Barkmann miró por la escotilla abierta. Al exponerse así se jugaba la vida, pero veía mucho más que por los estrechos periscopios. Entre el polvo vio tres siluetas. Ordenó al conductor detenerse para apuntar.
El tanque de crucero sudafricano disparó primero pero sin detenerse, por lo que el proyectil salió desviado. El apuntador del Pz III se tomó su tiempo, y disparó.
—¡Corto, maldita sea! ¡Cien metros más! —exclamó Barkmann, mientras se refugiaba en la torre de su tanque.
Esta vez el tanque enemigo y el panzer dispararon a la vez. El panzer vibró como una campana tras recibir martillazo, pero Barkmann no apreció daños: el proyectil de dos libras enemigo había sido detenido por el escudo reforzado de la torre. Por la mirilla vio que el tanque enemigo se incendiaba mientras su dotación saltaba por las escotillas. Un segundo tanque sudafricano se incendió después de que disparase el panzer de la derecha.
Barkmann había ordenado al conductor que se retirase 100 metros cuando un nuevo aldabonazo indicó que otro proyectil enemigo los había alcanzado. —¡Dickel! ¡Mueve el trasto, por tus muertos, o nos freirán! —gritó el sargento.
El Panzer empezó a moverse marcha atrás. Barkmann vio otro tanque salir del polvo—. ¡Para, Dickel! ¡Blanco tanque a la una! ¡Carga perforante! ¡Fuego!
El delgado blindaje del tanque de crucero no pudo detener el proyectil alemán, que estalló en el interior. De nuevo Barkmann vio a la dotación enemiga escapar del tanque, arrastrando a dos heridos, instantes antes de que una gran llamarada saliese por la escotilla. El sargento comprendió que los proyectiles explosivos de los tanques alemanes eran mucho más efectivos que los ingleses, macizos y con metal de escasa calidad.
—Chicos, esos tipos solo disparan perdigones —dijo el sargento— ¡Dickel, sigue retrocediendo! ¡Para! Blanco tanque a las dos, perforante, fuego.— Otro tanque fue destruido.
Los demás Panzer siguieron disparando contra los carros de combate enemigos, que descubrieron que su delgado blindaje era incapaz de resistir los proyectiles alemanes. A pesar de ello los sudafricanos seguían atacando frontalmente.
Barkmann volvió a retroceder poco a poco. Desde el trasbordador llegaron tres tanques ligeros Pz-II. El sargento les ordenó que rodeasen la posición por la derecha y atacasen por el flanco. Los Pz-II desaparecieron entre el polvo en una misión desesperada, porque no tenían el blindaje que había salvado hasta ahora a los Pz-III, pero Barkmann esperaba que su sacrificio le permitiese ganar algo de tiempo. Pero entonces vio que los sudafricanos empezaban a retroceder: el ligerísimo blindaje lateral de los tanques crucero ingleses no podía resistir ni a los cañones automáticos de 20 mm, y los Pz-II los usaron como ametralladoras, diezmando a los atacantes.
—A todos los tanques, atacad, repito, atacad. Nos los vamos a comer.
Los tanques alemanes pasaron al ataque, esquivando los tanques enemigos dañados de los que sus dotaciones saltaban. Al salir del polvo cayeron sobre la infantería sudafricana.
—¡A por ellos! —ordenó.
Los sudafricanos, sorprendidos al ver los tanques alemanes saliendo del polvo, se desbandaron mientras los Panzer disparaban sus ametralladoras. Al ver que no podían escapar soltaron sus armas y levantaron los brazos. Barkmann siguió adelante, encontrando los camiones que habían llevado a los sudafricanos, y los ametralló. Finalmente, no queriendo alejarse demasiado, volvió conduciendo un rebaño de prisioneros.
Al desmontar del tanque se encontró con el general Von Loeper, que lo felicitó—: Acaba de salvar el día para Alemania, teniente.
Barkmann le corrigió—. Soy solo sargento, mi general.
—No discuta conmigo, teniente.
Al mismo tiempo los ingenieros consiguieron acabar el primer puente. Durante la noche los camiones empezaron a cruzar el Canal.
Dora, Heinrich + 13
El soldado Freech volvió a cargar el cañón. En los primeros momentos su cañón sFH 18 de 150 mm había disparado hasta cuatro veces por minuto, pero la fatiga había reducido el ritmo a un disparo por minuto. Tras dos horas de fuego continuo la dotación estaba agotada y ensordecida, pero entonces el cañón empezó a disparar solo contra blancos seleccionados de forma intermitente.
Pero ahora se había recibido una demanda urgente. La cabeza de puente conseguida por el 53 Regimiento estaba bajo ataque. Lo malo era que sus feldgrau habían avanzado profundamente y estaban fuera del alcance de los cañones medios, por lo que tenían que ser las baterías pesadas las que proporcionasen apoyo. Los trasbordadores habían llevado algunos cañones de 105 mm a la otra orilla, pero disponían de poca munición, y tenían que ser cañones como el de Freech los que ayudasen a los soldados a resistir.
A nueve kilómetros de allí el 53 Infanterie-Regiment estaba sufriendo un decidido ataque efectuado por una brigada sudafricana apoyada por tanques. Los sudafricanos habían conseguido descargar por fin parte de su equipo, y la 2ª Brigada se dirigía hacia Suez cuando se produjo el ataque alemán. Pudo descender el paso de Mitla y dirigirse hacia el Este, protegida de la observación aérea por las nubes de polvo y por el humo levantado por los bombardeos. Tras descender a la llanura se había dirigido hacia el norte, atacando frontalmente la posición alemana.
Los soldados alemanes aun no habían conseguido cavar una posición continua cuando la artillería inglesa que había escapado a los bombardeos de la mañana comenzó a disparar, interrumpiendo de nuevo la circulación en el cruce del Canal. Los sudafricanos habían atacado seguidamente. Por suerte eran tropas novatas que no sabían usar el terreno como cobertura, y que en lugar de intentar flanquear los puntos fuertes alemanes los asaltaban, sufriendo importantes pérdidas. Aun así la 3ª Compañía fue casi destruida, y por la brecha abierta los tanques sudafricanos se lanzaron. Los soldados alemanes apenas disponían de sus armas individuales y de algunos cañones de apoyo de 75 mm, inadecuados para su uso como antitanques. Los cañones antitanque habían sido emplazados en los flancos, por donde un comandante alemán hubiese atacado. El ataque sudafricano, lanzado contra las defensas más fuertes, había sido una sorpresa.
El sargento Barkmann recibió órdenes urgentes: sus cuatro Panzer III eran todo lo que los alemanes disponían para detener a los sudafricanos. Los tanques enemigos se habían introducido en las líneas alemanas y ni la artillería ni la aviación podían disparar contra ellos. Barkmann ordenó a su conductor que pusiese el motor en marcha, y dispuso a sus otros tres tanques en formación lineal, con cincuenta metros de separación entre ellos. La formación lineal daba más potencia de fuego, pero estaba más expuesta a sorpresas. Pero Barkmann pensó que no estaba la ocasión para finuras.
Los tanques avanzaron lentamente. Barkmann miró por la escotilla abierta. Al exponerse así se jugaba la vida, pero veía mucho más que por los estrechos periscopios. Entre el polvo vio tres siluetas. Ordenó al conductor detenerse para apuntar.
El tanque de crucero sudafricano disparó primero pero sin detenerse, por lo que el proyectil salió desviado. El apuntador del Pz III se tomó su tiempo, y disparó.
—¡Corto, maldita sea! ¡Cien metros más! —exclamó Barkmann, mientras se refugiaba en la torre de su tanque.
Esta vez el tanque enemigo y el panzer dispararon a la vez. El panzer vibró como una campana tras recibir martillazo, pero Barkmann no apreció daños: el proyectil de dos libras enemigo había sido detenido por el escudo reforzado de la torre. Por la mirilla vio que el tanque enemigo se incendiaba mientras su dotación saltaba por las escotillas. Un segundo tanque sudafricano se incendió después de que disparase el panzer de la derecha.
Barkmann había ordenado al conductor que se retirase 100 metros cuando un nuevo aldabonazo indicó que otro proyectil enemigo los había alcanzado. —¡Dickel! ¡Mueve el trasto, por tus muertos, o nos freirán! —gritó el sargento.
El Panzer empezó a moverse marcha atrás. Barkmann vio otro tanque salir del polvo—. ¡Para, Dickel! ¡Blanco tanque a la una! ¡Carga perforante! ¡Fuego!
El delgado blindaje del tanque de crucero no pudo detener el proyectil alemán, que estalló en el interior. De nuevo Barkmann vio a la dotación enemiga escapar del tanque, arrastrando a dos heridos, instantes antes de que una gran llamarada saliese por la escotilla. El sargento comprendió que los proyectiles explosivos de los tanques alemanes eran mucho más efectivos que los ingleses, macizos y con metal de escasa calidad.
—Chicos, esos tipos solo disparan perdigones —dijo el sargento— ¡Dickel, sigue retrocediendo! ¡Para! Blanco tanque a las dos, perforante, fuego.— Otro tanque fue destruido.
Los demás Panzer siguieron disparando contra los carros de combate enemigos, que descubrieron que su delgado blindaje era incapaz de resistir los proyectiles alemanes. A pesar de ello los sudafricanos seguían atacando frontalmente.
Barkmann volvió a retroceder poco a poco. Desde el trasbordador llegaron tres tanques ligeros Pz-II. El sargento les ordenó que rodeasen la posición por la derecha y atacasen por el flanco. Los Pz-II desaparecieron entre el polvo en una misión desesperada, porque no tenían el blindaje que había salvado hasta ahora a los Pz-III, pero Barkmann esperaba que su sacrificio le permitiese ganar algo de tiempo. Pero entonces vio que los sudafricanos empezaban a retroceder: el ligerísimo blindaje lateral de los tanques crucero ingleses no podía resistir ni a los cañones automáticos de 20 mm, y los Pz-II los usaron como ametralladoras, diezmando a los atacantes.
—A todos los tanques, atacad, repito, atacad. Nos los vamos a comer.
Los tanques alemanes pasaron al ataque, esquivando los tanques enemigos dañados de los que sus dotaciones saltaban. Al salir del polvo cayeron sobre la infantería sudafricana.
—¡A por ellos! —ordenó.
Los sudafricanos, sorprendidos al ver los tanques alemanes saliendo del polvo, se desbandaron mientras los Panzer disparaban sus ametralladoras. Al ver que no podían escapar soltaron sus armas y levantaron los brazos. Barkmann siguió adelante, encontrando los camiones que habían llevado a los sudafricanos, y los ametralló. Finalmente, no queriendo alejarse demasiado, volvió conduciendo un rebaño de prisioneros.
Al desmontar del tanque se encontró con el general Von Loeper, que lo felicitó—: Acaba de salvar el día para Alemania, teniente.
Barkmann le corrigió—. Soy solo sargento, mi general.
—No discuta conmigo, teniente.
Al mismo tiempo los ingenieros consiguieron acabar el primer puente. Durante la noche los camiones empezaron a cruzar el Canal.
Tu regere imperio fluctus Hispane memento
-
- General de Ejército
- Mensajes: 14692
- Registrado: 13 Ago 2014, 16:15
El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Frustración
Dora, Heinrich + 15
—Nos comunica el general Wavell que el contrataque de los sudafricanos ha fracasado y la brigada ha sido destruida. Los alemanes han cruzado el canal en cuatro puntos. Aunque en uno han sido rechazados en los otros han conseguido consolidarse. También han lanzado paracaidistas en el interior. —El general Alan-Brooke informaba a Churchill de la situación en el Suez.
—Esos sudafricanos no han atacado a fondo. Wavell tendría que haber usado también a los neozelandeses.
El general ya sabía que la mitad de su trabajo era contener a su Primer Ministro. Prefirió no recordar que el contraataque precipitado había sido orden directa de Churchill y pasó a indicar las dificultades que suponía la operación—. Primer Ministro, los neozelandeses no disponen de transporte motorizado y no pueden desplazarse con rapidez con todo lo que les están lanzando los alemanes y los italianos. Solo van a poder moverse en la oscuridad.
—Pues que lo hagan esta noche y que ataquen mañana mismo al amanecer.
—Primer Ministro, creo que debemos dejar que sea Wavell quien lo decida. Tuvo motivos más que fundados para dejar ahí a los neozelandeses, ya que el paso de Mitla es la llave del Sinaí.
—Si no es con los neozelandeses que ataque con lo que sea pero mañana mismo.
—Premier, un contraataque mal preparado es la mejor garantía de fracaso. Wavell quiere retirar a los australianos del Delta para contratacar a los alemanes desde el Norte.
—¿Y retirarse de Port Said? Si los australianos salen de ahí nos costará Dios y ayuda reconquistar el Delta.
—Primer Ministro —dijo el general—, nuestras opciones de recuperar Egipto son mínimas. A lo más que podemos aspirar es a no sufrir otro desastre y, si dejamos a los australianos en el Delta y los alemanes rompen el frente se quedarán atrapados. Señor, ya le indiqué que nuestra posición en Palestina es muy peligrosa y debemos considerar retirarnos de allí. —Alan-Brooke sabía que bastaba sugerir abandonar Oriente Medio para que Churchill admitiese mover a los australianos.
—Ni lo piense. Si nos vamos de Palestina el Imperio caerá como un castillo de naipes. Si Wavell retira a los australianos ¿cuándo podrá lanzar una contraofensiva?
—Tardará por lo menos tres días.
—Que sean dos. Sobre todo, dígale a Wavell que no quiero otra escapada como la de Egipto.
Dora, Heinrich + 15
—Nos comunica el general Wavell que el contrataque de los sudafricanos ha fracasado y la brigada ha sido destruida. Los alemanes han cruzado el canal en cuatro puntos. Aunque en uno han sido rechazados en los otros han conseguido consolidarse. También han lanzado paracaidistas en el interior. —El general Alan-Brooke informaba a Churchill de la situación en el Suez.
—Esos sudafricanos no han atacado a fondo. Wavell tendría que haber usado también a los neozelandeses.
El general ya sabía que la mitad de su trabajo era contener a su Primer Ministro. Prefirió no recordar que el contraataque precipitado había sido orden directa de Churchill y pasó a indicar las dificultades que suponía la operación—. Primer Ministro, los neozelandeses no disponen de transporte motorizado y no pueden desplazarse con rapidez con todo lo que les están lanzando los alemanes y los italianos. Solo van a poder moverse en la oscuridad.
—Pues que lo hagan esta noche y que ataquen mañana mismo al amanecer.
—Primer Ministro, creo que debemos dejar que sea Wavell quien lo decida. Tuvo motivos más que fundados para dejar ahí a los neozelandeses, ya que el paso de Mitla es la llave del Sinaí.
—Si no es con los neozelandeses que ataque con lo que sea pero mañana mismo.
—Premier, un contraataque mal preparado es la mejor garantía de fracaso. Wavell quiere retirar a los australianos del Delta para contratacar a los alemanes desde el Norte.
—¿Y retirarse de Port Said? Si los australianos salen de ahí nos costará Dios y ayuda reconquistar el Delta.
—Primer Ministro —dijo el general—, nuestras opciones de recuperar Egipto son mínimas. A lo más que podemos aspirar es a no sufrir otro desastre y, si dejamos a los australianos en el Delta y los alemanes rompen el frente se quedarán atrapados. Señor, ya le indiqué que nuestra posición en Palestina es muy peligrosa y debemos considerar retirarnos de allí. —Alan-Brooke sabía que bastaba sugerir abandonar Oriente Medio para que Churchill admitiese mover a los australianos.
—Ni lo piense. Si nos vamos de Palestina el Imperio caerá como un castillo de naipes. Si Wavell retira a los australianos ¿cuándo podrá lanzar una contraofensiva?
—Tardará por lo menos tres días.
—Que sean dos. Sobre todo, dígale a Wavell que no quiero otra escapada como la de Egipto.
Tu regere imperio fluctus Hispane memento
-
- General de Ejército
- Mensajes: 14692
- Registrado: 13 Ago 2014, 16:15
El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Capítulo 21. Segundo día
Periplo nocturno
18 de Mayo de 1941, Dora + 1
Durante la noche el batallón paracaidista de Bräuer no había luchado para cumplir su misión sino para sobrevivir.
Tras el fracasado intento de la mañana el batallón había sufrido ataques intermitentes efectuados por pequeños grupos de neozelandeses, que fueron rechazados sin dificultad, pero que impidieron a los paracaidistas expandir su perímetro. La pérdida de los equipos de radio impedía a los paracaidistas pedir apoyo a los aviones alemanes que sobrevolaban el paso, y estos, sin poder distinguir las posiciones alemanas de las enemigas, no podían lanzar sus explosivos
Al atardecer se hizo un nuevo intento de enviar refuerzos con treinta Junkers 52 y veinte He 111 remolcando planeadores. Tras un nuevo bombardeo aéreo los aviones se acercaron a los asediados paracaidistas, que intentaban llamar su atención mediante paneles y bengalas. Pero los neozelandeses, al observar la maniobra, lanzaron bengalas a su vez, y cuando los Junkers se acercaron empezaron a disparar. Los sólidos trimotores sufrieron pocas pérdidas, pero al intentar esquivar el fuego antiaéreo y no teniendo referencias precisas los paracaidistas se dispersaron a lo largo de los cerros donde fueron víctimas fáciles de sus enemigos. A lo largo de la noche varios paracaidistas consiguieron enlazar con los soldados de Bräuer, y otros crearon pequeños núcleos de resistencia, pero eran menos de la mitad de los que habían saltado.
Los planeadores que levaban el equipo pesado lo tuvieron aun más difícil. Varios fueron derribados por los cañones Bofors y Oerlikon neozelandeses, y el resto también se dispersó. Finalmente solo seis tomaron tierra en terreno controlado por los alemanes. Uno llevaba municiones, otro un cañón sin retroceso con munición, tres alimentos y agua. Los planeadores que llevaban radios se perdieron.
Desde la cabeza de puente al sur de los lagos se observaba el humo de las explosiones en las colinas del paso de Mitla, por lo que suponían que la resistencia proseguía, aunque resultaba imposible contactar con ellos. Rommel estaba cada vez más preocupado: la operación no se iba a decidir por unos pocos paracaidistas, pero sabía que la destrucción de un batallón de la Luftwaffe causaría pésima impresión en Berlín. El paso estaba dentro del alcance de la artillería pesada alemana, pero solo podría ayudarles si se conseguía comunicación con ellos. Por ello decidió tomar una medida arriesgada.
El teniente Barkmann dormía un necesario sueño cuando sintió que le sacudían—. Despierte, teniente, el coronel quiere hablar con usted. —Barkmann entreabrió los ojos y vio que el Oberst Cramer de pie junto a él. Saltó como un resorte y se cuadró ante el jefe del regimiento.
—Descanse, teniente. Lamento tener que interrumpir su sueño pero tengo una misión muy urgente y a la vez muy arriesgada. Nuestros paracaidistas están atrapados en las colinas de ahí enfrente, y serán machacados si no les ayudamos. Tengo que organizar un grupo de socorro para llegar hasta ellos esta misma noche y había pensado en usted para que lo mandase.
Barkmann pensó que iba a pasar en pocas horas de sargento chusquero a dirigir un grupo mixto en una operación clave—. Lo que usted ordene, mi coronel.
—Gracias, teniente. El grupo estará compuesto por su sección de tanques medios, otra sección de tanques ligeros y una compañía montada en semiorugas al mando del teniente Dreher. Le asignaré también al subteniente Ackerman con una unidad de dirección de artillería y de comunicaciones. Puedo proporcionarle también unos cuantos vehículos ingleses capturados. Su misión será infiltrare entre las líneas británicas y llegar como sea hasta los paracaidistas que resisten en lo alto del paso de Mitla.
—A sus órdenes. Me reuniré con mis hombres para estudiar la operación —respondió Barkmann.
—No se entretenga, teniente. Desde el perímetro informan que los británicos aun no han consolidado sus líneas tras la paliza que usted les ha dado por la tarde, pero están recibiendo refuerzos a toda prisa. Si sale ahora mismo podrá aprovechar la oscuridad y la desorganización.
—Partiré inmediatamente. Mi coronel ¿Tras contactar con los paracaidistas, qué debo hacer?
—Se pondrá a las órdenes del oficial del mayor rango y, si no lo encuentra, lo asumirá usted, y resistirá hasta que nosotros lleguemos —respondió el coronel.
—Mi coronel ¿cuánto tiempo cree que tendremos que aguantar?
—El general Von Prittwitz me ha indicado que no podrá atacar a los ingleses antes del mediodía. Si todo va bien nos volveremos a ver en veinticuatro horas. Pero será mejor que se prepare para aguantar más tiempo. No se entretenga, Barkmann, y reúna a sus hombres. Tiene que salir antes de una hora. Buena suerte.
El teniente se dirigió hacia sus Panzer. El 131 estaba siendo reparado, pero la autoridad del coronel le permitió cambiarlo por el de otra sección. Vio como llegaban un par de autoametralladoras Marmon y tres camiones Bedford capturados a los ingleses. Previendo un asedio prolongado, ordenó cargarlos con municiones, bidones de gasolina y latas con agua.
Aunque la retaguardia inglesa estuviese desorganizada, Barkmann pensaba que no sería sencillo que su columna pasase desapercibida. En el mapa vio que el paso de Mitla era realmente un wadi (un barranco seco) poco marcado, por el que ascendía a la meseta del Sinaí la carretera que iba desde Suez a Aqaba. Según la Luftwaffe, solo la entrada del paso estaba defendida por los británicos, y los paracaidistas resistían en unos cerros al sur de la entrada, desde los que dominaban las posiciones británicas. Por lo que pudo apreciar, el paso era bastante amplio, lo que le permitiría sortear las obstrucciones, y varios barrancos permitían el acceso a las posiciones alemanas. Lo malo es que para llegar hasta los paracaidistas tendría que atravesar las posiciones inglesas. Más al Este el wadi tenía varios meandros por los que discurría la carretera y que facilitaban la defensa. Barkmann comprendió al ver las fotos aéreas lo difícil que sería superar la zona más estrecha si se permitía que los ingleses se fortificasen allí.
Al teniente no le agradaba seguir la carretera porque tendría bastante tráfico y no podría evitar encontrarse con ingleses. Podría flanquearla, y por lo que veía el terreno se lo permitiría, pero eso implicaría perder un tiempo del que no disponía. Por fin decidió que su única opción era intentar pasar desapercibido, y para eso el pésimo estado de las carreteras egipcias le ayudaría.
Barkmann se reunió con sus hombres y organizó la columna, con los vehículos ingleses capturados delante, luego su sección de tanques medios, seguidos por los semiorugas y con los tanques ligeros cerrando la comitiva. Ordenó que sus hombres construyesen con alambres y lonas unos armadijos que los camiones ingleses tenían que arrastrar, para levantar el mayor polvo posible. Dentro de la nube de polvo los vehículos se mantendrían en contacto con linternas rojas, y usarían señales con linternas blancas para transmitir las órdenes. Barkmann ordenó a sus hombres que no disparasen ni para responder al fuego enemigo. Solo podrían disparar después que lo hiciese el tanque de mando.
A la 1:50 del nuevo día la columna salió. Se dirigió hacia el Este y luego hacia el Sur para rodear el campo de batalla de la tarde anterior, en el que los fuegos que aun ardían en varios tanques podrían delatarles. El terreno llano permitía el avance, y la débil luna menguante proporcionaba suficiente iluminación. Treinta minutos después la columna llegó a una pista arenosa que siguió: era la carretera entre Suez y Aqaba, en realidad poco más que una ruta para camellos. Los vehículos saltaban en los baches que no podían ver.
Llevaban unos minutos en la carretera cuando en el vehículo de cabeza parpadeó una linterna: señalaba que habían visto vehículos ingleses. La columna salió de la ruta y se detuvo, mientras se cruzaba con una larga fila de camiones. Los soldados alemanes, que se habían quitado los gorros y cascos para ser menos conspicuos, saludaron alegremente a los ingleses.
El teniente esperó unos minutos para reiniciar la marcha pero, cuando iba a dar la orden, una linterna parpadeó en la cola: más camiones ingleses, esta vez en su dirección. Los alemanes vieron que eran camiones pesados que transportaban tanques, probablemente carros averiados el día anterior y que eran llevados hacia talleres de la retaguardia. Barkmann pensó que esa era su oportunidad y ordenó reemprender la marcha. Inadvertidamente la columna inglesa se encontró con unos invitados no deseados que la seguían.
Dos veces más se cruzaron con camiones enemigos, pero sus conductores debían estar demasiado cansados como para ver nada entre la polvareda. Tras unos kilómetros la pista comenzó a subir: habían llegado a la entrada del Paso, y por allí debían estar los neozelandeses. Más adelante se veían de vez en cuando explosiones o se lanzaba alguna bengala, mostrando que los paracaidistas aun seguían defendiéndose. Luego la luna se ocultó y en el desierto se hizo la oscuridad casi total. La autoametralladora de cabeza perdió el contacto con los ingleses y se salió de la pista, cayendo en un socavón. La columna se detuvo bruscamente.
Un coche ligero bajó por la carretera y casi se choca de frente con la otra autoametralladora. Un personaje larguirucho descendió de él y empezó a despotricar y a ladrar órdenes a los alemanes, que se hicieron los tontos. Fue entonces cuando en el sudoeste la artillería empezó a disparar, intentando apoyar a los alemanes que seguían agazapados en la orilla tras el cruce fracasado de la mañana. Los fogonazos iluminaron fugazmente la escena y permitieron que el general británico descubriese que los tripulantes de la autoametralladora llevaban los uniformes negros de los tanquistas alemanes. Valientemente sacó su revólver y empezó a disparar.
Barkmann pensó que ya no había tiempo para esperas. Ordenó a su conductor que arrancase y se metió en el camino, aplastando al coche inglés y siguiendo hacia arriba a la máxima velocidad. El resto de la columna siguió, atropellando al general inglés y dejando atrás la accidentada autoametralladora. Algo más adelante había un puesto de control, pero el teniente pensó que no era momento para sutilezas y arremetió con su tanque. Los ingleses escaparon mientras la columna seguía en silencio.
Por fin un centinela lanzó una bomba de mano contra su tanque que rebotó. Otros soldados empezaron a disparar. Barkmann ordenó a su tanque que devolviese el fuego, y de repente toda la columna alemana empezó a escupir fuego. Los tanques, seguidos de los semiorugas y los camiones, dejaron la pista y ascendieron por la ladera de la derecha, disparando como locos. Habían ascendido unos cientos de metros cuando dos figuras de uniforme gris salieron agitando las manos.
Minutos después el teniente Barkmann se reunía con el coronel Bräuer, mientras veía como los paracaidistas supervivientes se lanzaban sobre el agua. Ese fue el momento escogido por los sudafricanos para empezar a disparar con los morteros. Al oír el ruido sordo de los disparos los veteranos paracaidistas se agazaparon mientras la metralla silbaba sobre sus cabezas.
—Llevamos aguantando a esos dichosos morteros todo el día —dijo el coronel.
—Mi coronel, si me lo permite podría intentar algo ¿Por dónde están?
—Por ahí —Bräuer señaló hacia abajo y a la izquierda. He tenido a un par de tiradores disparándoles, pero están demasiado lejos, a unos mil doscientos metros.
—Voy a darles un susto. —Barkmann corrió hacia su tanque y se introdujo por una escotilla aprovechando el intervalo entre las explosiones—. Chicos, sé que estáis cansados pero aun tenemos trabajo. Si esos morteros les aciertan a los camiones nos quedaremos sin suministros. Holtzmann ——le dijo al radioperador—. Llama al subteniente Ackerman para que pida una preparación de cinco minutos a 400 metros al Oeste de nuestra posición, retrocediendo hasta 1.500 metros. Avisa a los demás tanques. Formación lineal, los Panzer III al frente y los Panzer II a los flancos. Saldremos en cuanto empiecen a caer los proyectiles ¡Dickel! —Ordenó a su conductor— llévame hasta el semioruga del teniente Dreher. —Barkmann ordenó a Dreher que destacase una sección de infantería para apoyarle, y se reunió con los demás tanques.
La posición de los paracaidistas estaba alejada de la cabeza de puente y fuera del alcance de la artillería media, pero no de la pesada. Al poco los proyectiles pesados empezaron a llegar, atronando como trenes de carga, y estallaron sobre las posiciones neozelandesas. Los soldados de Drehel avanzaron hasta encontrar las posiciones enemigas, y entonces lanzaron botes de humo.
Los soldados de la compañía Wellington del 19º Batallón neozelandés llevaban todo el día presionando a los alemanes. El salto de los paracaidistas les había tomado por sorpresa, y los germanos habían podido ocupar antes las posiciones elevadas, pero los Welligton se habían apostado en las laderas. Estaban preparándose para lanzar al amanecer un ataque que barriese a los alemanes, cuando la artillería alemana empezó a disparar sobre ellos. Ya habían sufrido bombardeos durante el día anterior, tanto artilleros como aéreos, pero muy desviados y no habían causado bajas. Pero esta vez los proyectiles cayeron con gran precisión. Seguramente era la preparación de un contrataque. Los británicos se prepararon y cuando vieron movimiento ante ellos lanzaron bengalas para iluminar el terreno y empezaron a disparar con fusiles y ametralladoras. Los alemanes se cubrieron y lanzaron botes de humo: parecía que el ataque había sido rechazado con facilidad. Pero entonces surgieron del humo media docena de tanques. Sorprendidos, los neozelandeses se echaron a correr cuesta abajo mientras los carros de combate les perseguían.
Los tanques de Barkmann recorrieron la posición enemiga disparando y aplastando todo lo que veían. Un camión inglés se incendió, iluminando la escena, y permitiendo descubrir el emplazamiento de los morteros, ya abandonados por sus dotaciones. Los tanques los destruyeron antes de volver cuesta arriba hacia su punto de partida.
Periplo nocturno
18 de Mayo de 1941, Dora + 1
Durante la noche el batallón paracaidista de Bräuer no había luchado para cumplir su misión sino para sobrevivir.
Tras el fracasado intento de la mañana el batallón había sufrido ataques intermitentes efectuados por pequeños grupos de neozelandeses, que fueron rechazados sin dificultad, pero que impidieron a los paracaidistas expandir su perímetro. La pérdida de los equipos de radio impedía a los paracaidistas pedir apoyo a los aviones alemanes que sobrevolaban el paso, y estos, sin poder distinguir las posiciones alemanas de las enemigas, no podían lanzar sus explosivos
Al atardecer se hizo un nuevo intento de enviar refuerzos con treinta Junkers 52 y veinte He 111 remolcando planeadores. Tras un nuevo bombardeo aéreo los aviones se acercaron a los asediados paracaidistas, que intentaban llamar su atención mediante paneles y bengalas. Pero los neozelandeses, al observar la maniobra, lanzaron bengalas a su vez, y cuando los Junkers se acercaron empezaron a disparar. Los sólidos trimotores sufrieron pocas pérdidas, pero al intentar esquivar el fuego antiaéreo y no teniendo referencias precisas los paracaidistas se dispersaron a lo largo de los cerros donde fueron víctimas fáciles de sus enemigos. A lo largo de la noche varios paracaidistas consiguieron enlazar con los soldados de Bräuer, y otros crearon pequeños núcleos de resistencia, pero eran menos de la mitad de los que habían saltado.
Los planeadores que levaban el equipo pesado lo tuvieron aun más difícil. Varios fueron derribados por los cañones Bofors y Oerlikon neozelandeses, y el resto también se dispersó. Finalmente solo seis tomaron tierra en terreno controlado por los alemanes. Uno llevaba municiones, otro un cañón sin retroceso con munición, tres alimentos y agua. Los planeadores que llevaban radios se perdieron.
Desde la cabeza de puente al sur de los lagos se observaba el humo de las explosiones en las colinas del paso de Mitla, por lo que suponían que la resistencia proseguía, aunque resultaba imposible contactar con ellos. Rommel estaba cada vez más preocupado: la operación no se iba a decidir por unos pocos paracaidistas, pero sabía que la destrucción de un batallón de la Luftwaffe causaría pésima impresión en Berlín. El paso estaba dentro del alcance de la artillería pesada alemana, pero solo podría ayudarles si se conseguía comunicación con ellos. Por ello decidió tomar una medida arriesgada.
El teniente Barkmann dormía un necesario sueño cuando sintió que le sacudían—. Despierte, teniente, el coronel quiere hablar con usted. —Barkmann entreabrió los ojos y vio que el Oberst Cramer de pie junto a él. Saltó como un resorte y se cuadró ante el jefe del regimiento.
—Descanse, teniente. Lamento tener que interrumpir su sueño pero tengo una misión muy urgente y a la vez muy arriesgada. Nuestros paracaidistas están atrapados en las colinas de ahí enfrente, y serán machacados si no les ayudamos. Tengo que organizar un grupo de socorro para llegar hasta ellos esta misma noche y había pensado en usted para que lo mandase.
Barkmann pensó que iba a pasar en pocas horas de sargento chusquero a dirigir un grupo mixto en una operación clave—. Lo que usted ordene, mi coronel.
—Gracias, teniente. El grupo estará compuesto por su sección de tanques medios, otra sección de tanques ligeros y una compañía montada en semiorugas al mando del teniente Dreher. Le asignaré también al subteniente Ackerman con una unidad de dirección de artillería y de comunicaciones. Puedo proporcionarle también unos cuantos vehículos ingleses capturados. Su misión será infiltrare entre las líneas británicas y llegar como sea hasta los paracaidistas que resisten en lo alto del paso de Mitla.
—A sus órdenes. Me reuniré con mis hombres para estudiar la operación —respondió Barkmann.
—No se entretenga, teniente. Desde el perímetro informan que los británicos aun no han consolidado sus líneas tras la paliza que usted les ha dado por la tarde, pero están recibiendo refuerzos a toda prisa. Si sale ahora mismo podrá aprovechar la oscuridad y la desorganización.
—Partiré inmediatamente. Mi coronel ¿Tras contactar con los paracaidistas, qué debo hacer?
—Se pondrá a las órdenes del oficial del mayor rango y, si no lo encuentra, lo asumirá usted, y resistirá hasta que nosotros lleguemos —respondió el coronel.
—Mi coronel ¿cuánto tiempo cree que tendremos que aguantar?
—El general Von Prittwitz me ha indicado que no podrá atacar a los ingleses antes del mediodía. Si todo va bien nos volveremos a ver en veinticuatro horas. Pero será mejor que se prepare para aguantar más tiempo. No se entretenga, Barkmann, y reúna a sus hombres. Tiene que salir antes de una hora. Buena suerte.
El teniente se dirigió hacia sus Panzer. El 131 estaba siendo reparado, pero la autoridad del coronel le permitió cambiarlo por el de otra sección. Vio como llegaban un par de autoametralladoras Marmon y tres camiones Bedford capturados a los ingleses. Previendo un asedio prolongado, ordenó cargarlos con municiones, bidones de gasolina y latas con agua.
Aunque la retaguardia inglesa estuviese desorganizada, Barkmann pensaba que no sería sencillo que su columna pasase desapercibida. En el mapa vio que el paso de Mitla era realmente un wadi (un barranco seco) poco marcado, por el que ascendía a la meseta del Sinaí la carretera que iba desde Suez a Aqaba. Según la Luftwaffe, solo la entrada del paso estaba defendida por los británicos, y los paracaidistas resistían en unos cerros al sur de la entrada, desde los que dominaban las posiciones británicas. Por lo que pudo apreciar, el paso era bastante amplio, lo que le permitiría sortear las obstrucciones, y varios barrancos permitían el acceso a las posiciones alemanas. Lo malo es que para llegar hasta los paracaidistas tendría que atravesar las posiciones inglesas. Más al Este el wadi tenía varios meandros por los que discurría la carretera y que facilitaban la defensa. Barkmann comprendió al ver las fotos aéreas lo difícil que sería superar la zona más estrecha si se permitía que los ingleses se fortificasen allí.
Al teniente no le agradaba seguir la carretera porque tendría bastante tráfico y no podría evitar encontrarse con ingleses. Podría flanquearla, y por lo que veía el terreno se lo permitiría, pero eso implicaría perder un tiempo del que no disponía. Por fin decidió que su única opción era intentar pasar desapercibido, y para eso el pésimo estado de las carreteras egipcias le ayudaría.
Barkmann se reunió con sus hombres y organizó la columna, con los vehículos ingleses capturados delante, luego su sección de tanques medios, seguidos por los semiorugas y con los tanques ligeros cerrando la comitiva. Ordenó que sus hombres construyesen con alambres y lonas unos armadijos que los camiones ingleses tenían que arrastrar, para levantar el mayor polvo posible. Dentro de la nube de polvo los vehículos se mantendrían en contacto con linternas rojas, y usarían señales con linternas blancas para transmitir las órdenes. Barkmann ordenó a sus hombres que no disparasen ni para responder al fuego enemigo. Solo podrían disparar después que lo hiciese el tanque de mando.
A la 1:50 del nuevo día la columna salió. Se dirigió hacia el Este y luego hacia el Sur para rodear el campo de batalla de la tarde anterior, en el que los fuegos que aun ardían en varios tanques podrían delatarles. El terreno llano permitía el avance, y la débil luna menguante proporcionaba suficiente iluminación. Treinta minutos después la columna llegó a una pista arenosa que siguió: era la carretera entre Suez y Aqaba, en realidad poco más que una ruta para camellos. Los vehículos saltaban en los baches que no podían ver.
Llevaban unos minutos en la carretera cuando en el vehículo de cabeza parpadeó una linterna: señalaba que habían visto vehículos ingleses. La columna salió de la ruta y se detuvo, mientras se cruzaba con una larga fila de camiones. Los soldados alemanes, que se habían quitado los gorros y cascos para ser menos conspicuos, saludaron alegremente a los ingleses.
El teniente esperó unos minutos para reiniciar la marcha pero, cuando iba a dar la orden, una linterna parpadeó en la cola: más camiones ingleses, esta vez en su dirección. Los alemanes vieron que eran camiones pesados que transportaban tanques, probablemente carros averiados el día anterior y que eran llevados hacia talleres de la retaguardia. Barkmann pensó que esa era su oportunidad y ordenó reemprender la marcha. Inadvertidamente la columna inglesa se encontró con unos invitados no deseados que la seguían.
Dos veces más se cruzaron con camiones enemigos, pero sus conductores debían estar demasiado cansados como para ver nada entre la polvareda. Tras unos kilómetros la pista comenzó a subir: habían llegado a la entrada del Paso, y por allí debían estar los neozelandeses. Más adelante se veían de vez en cuando explosiones o se lanzaba alguna bengala, mostrando que los paracaidistas aun seguían defendiéndose. Luego la luna se ocultó y en el desierto se hizo la oscuridad casi total. La autoametralladora de cabeza perdió el contacto con los ingleses y se salió de la pista, cayendo en un socavón. La columna se detuvo bruscamente.
Un coche ligero bajó por la carretera y casi se choca de frente con la otra autoametralladora. Un personaje larguirucho descendió de él y empezó a despotricar y a ladrar órdenes a los alemanes, que se hicieron los tontos. Fue entonces cuando en el sudoeste la artillería empezó a disparar, intentando apoyar a los alemanes que seguían agazapados en la orilla tras el cruce fracasado de la mañana. Los fogonazos iluminaron fugazmente la escena y permitieron que el general británico descubriese que los tripulantes de la autoametralladora llevaban los uniformes negros de los tanquistas alemanes. Valientemente sacó su revólver y empezó a disparar.
Barkmann pensó que ya no había tiempo para esperas. Ordenó a su conductor que arrancase y se metió en el camino, aplastando al coche inglés y siguiendo hacia arriba a la máxima velocidad. El resto de la columna siguió, atropellando al general inglés y dejando atrás la accidentada autoametralladora. Algo más adelante había un puesto de control, pero el teniente pensó que no era momento para sutilezas y arremetió con su tanque. Los ingleses escaparon mientras la columna seguía en silencio.
Por fin un centinela lanzó una bomba de mano contra su tanque que rebotó. Otros soldados empezaron a disparar. Barkmann ordenó a su tanque que devolviese el fuego, y de repente toda la columna alemana empezó a escupir fuego. Los tanques, seguidos de los semiorugas y los camiones, dejaron la pista y ascendieron por la ladera de la derecha, disparando como locos. Habían ascendido unos cientos de metros cuando dos figuras de uniforme gris salieron agitando las manos.
Minutos después el teniente Barkmann se reunía con el coronel Bräuer, mientras veía como los paracaidistas supervivientes se lanzaban sobre el agua. Ese fue el momento escogido por los sudafricanos para empezar a disparar con los morteros. Al oír el ruido sordo de los disparos los veteranos paracaidistas se agazaparon mientras la metralla silbaba sobre sus cabezas.
—Llevamos aguantando a esos dichosos morteros todo el día —dijo el coronel.
—Mi coronel, si me lo permite podría intentar algo ¿Por dónde están?
—Por ahí —Bräuer señaló hacia abajo y a la izquierda. He tenido a un par de tiradores disparándoles, pero están demasiado lejos, a unos mil doscientos metros.
—Voy a darles un susto. —Barkmann corrió hacia su tanque y se introdujo por una escotilla aprovechando el intervalo entre las explosiones—. Chicos, sé que estáis cansados pero aun tenemos trabajo. Si esos morteros les aciertan a los camiones nos quedaremos sin suministros. Holtzmann ——le dijo al radioperador—. Llama al subteniente Ackerman para que pida una preparación de cinco minutos a 400 metros al Oeste de nuestra posición, retrocediendo hasta 1.500 metros. Avisa a los demás tanques. Formación lineal, los Panzer III al frente y los Panzer II a los flancos. Saldremos en cuanto empiecen a caer los proyectiles ¡Dickel! —Ordenó a su conductor— llévame hasta el semioruga del teniente Dreher. —Barkmann ordenó a Dreher que destacase una sección de infantería para apoyarle, y se reunió con los demás tanques.
La posición de los paracaidistas estaba alejada de la cabeza de puente y fuera del alcance de la artillería media, pero no de la pesada. Al poco los proyectiles pesados empezaron a llegar, atronando como trenes de carga, y estallaron sobre las posiciones neozelandesas. Los soldados de Drehel avanzaron hasta encontrar las posiciones enemigas, y entonces lanzaron botes de humo.
Los soldados de la compañía Wellington del 19º Batallón neozelandés llevaban todo el día presionando a los alemanes. El salto de los paracaidistas les había tomado por sorpresa, y los germanos habían podido ocupar antes las posiciones elevadas, pero los Welligton se habían apostado en las laderas. Estaban preparándose para lanzar al amanecer un ataque que barriese a los alemanes, cuando la artillería alemana empezó a disparar sobre ellos. Ya habían sufrido bombardeos durante el día anterior, tanto artilleros como aéreos, pero muy desviados y no habían causado bajas. Pero esta vez los proyectiles cayeron con gran precisión. Seguramente era la preparación de un contrataque. Los británicos se prepararon y cuando vieron movimiento ante ellos lanzaron bengalas para iluminar el terreno y empezaron a disparar con fusiles y ametralladoras. Los alemanes se cubrieron y lanzaron botes de humo: parecía que el ataque había sido rechazado con facilidad. Pero entonces surgieron del humo media docena de tanques. Sorprendidos, los neozelandeses se echaron a correr cuesta abajo mientras los carros de combate les perseguían.
Los tanques de Barkmann recorrieron la posición enemiga disparando y aplastando todo lo que veían. Un camión inglés se incendió, iluminando la escena, y permitiendo descubrir el emplazamiento de los morteros, ya abandonados por sus dotaciones. Los tanques los destruyeron antes de volver cuesta arriba hacia su punto de partida.
Tu regere imperio fluctus Hispane memento
-
- Sargento
- Mensajes: 234
- Registrado: 28 Oct 2004, 15:22
El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Buenos días!
Para interesados en ese frente, y en acciones parecidas, recomiendo "Con Rommel en el desierto" de Heinz Werner Schmidt, uno de los ayudantes de Rommel; sobre todo es interesante lo que extraes de información sobre las maniobras de reconocimiento, incursiones a osasis, y operaciones de cobertura de retirada.
Un saludo
Para interesados en ese frente, y en acciones parecidas, recomiendo "Con Rommel en el desierto" de Heinz Werner Schmidt, uno de los ayudantes de Rommel; sobre todo es interesante lo que extraes de información sobre las maniobras de reconocimiento, incursiones a osasis, y operaciones de cobertura de retirada.
Un saludo
-
- General de Ejército
- Mensajes: 14692
- Registrado: 13 Ago 2014, 16:15
El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Me alegra comunicar que acabo de poner la palabra FIN. No en este foro, sino en otro. Es decir, las probabilidades de que esta historia llegue a su final rondan el 100%.
Saludos
Saludos
Tu regere imperio fluctus Hispane memento
-
- General de Ejército
- Mensajes: 14692
- Registrado: 13 Ago 2014, 16:15
El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Regreso al futuro
Dora + 1, 8:30
Mirando desde la cabina de su Ju-87 el coronel Dinort recordaba Dunkerque.
En aquellos terribles días de Mayo y Junio Dinort había llevado sus Stuka una y otra vez sobre la última posición británica. Había volado con su bombardero sobre la ciudad destruida, sobre el puerto colmado de barcos semihundidos, y sobre las playas en las que miles de vehículos y largas columnas de hombres se agolpaban. Ahora revivía la misma situación sobre Port Said.
Durante el día anterior el general Wavell había ordenado a la 9ª División australiana abandonar sus posiciones en el Delta del Nilo y retirarse a la orilla oriental del Canal, para constituir la masa de maniobra con la que contraatacar o al menos apuntalar el frente. Los soldados habían dejado sus posiciones para dirigirse hacia el Sinaí. Pero en el Canal no había puentes, salvo uno de ferrocarril en construcción que había sido destruido por la aviación italiana. La retirada solo podía hacerse con embarcaciones. Los soldados habían requisado todo tipo de barcuchas, en las que ahora remaban febrilmente para cruzar el Canal. Pero los vehículos y el material pesado tenían que cruzar con los trasbordadores que unían las ciudades gemelas de Port Said y Port Fuad, en la desembocadura Norte del Canal de Suez. Incluso el acceso al Port Said era difícil, al poderse hacer solo por la carretera del Canal, que estaba obstruida por miles de soldados arrastrando embarcaciones o construyendo balsas, o por las carreteras que discurrían por la barra arenosa que separaba las lagunas salobres del mar.
Al amanecer largas filas de coches y camiones se agolpaban a lo largo de la carretera costera, en las calles de Port Said y en los embarcaderos, cuando un Caproni de reconocimiento italiano los divisó. El mando alemán estaba alerta respecto a movimientos de ese tipo, por lo que envió hacia Port Said a gran parte de sus bombarderos. Pronto el humo de los camiones ardientes oscureció el cielo.
Volando a 4.000 m de altura solo las embarcaciones mayores eran visibles. Sobre Port Said el humo impedía ver casi nada, por lo que Dinort dirigió sus aviones hacia el Este. Sobrevoló el embarcadero de Tafreea, donde otro ferry permitía el paso entre Port Fuad, situada en una isla triangular formada por dos ramas del Canal de Suez, y el continente asiático. Por fin vio un gran trasbordador que descargaba en la orilla. Sacudió sus alas y se lanzó al ataque, seguido por otros dos aviones.
Mientras los aviones picaban los cañones antiaéreos pesados empezaron a disparar, pero los Stuka descendían tan rápidamente que los cañones no podían seguirlos. Los tres aviones lanzaron sus bombas de 250 kilos, que estallaron contra el fondo de la rada a escasa distancia del barco. Aunque el barco no sufrió impactos directos, la explosión de bombas pesadas a tan corta distancia desfondó el casco del trasbordador, que empezó a hundirse. Tres bombas alemanas habían atrapado a todo el material pesado de la 9ª División.
Dinort condujo luego sus aviones a lo largo de la orilla, ametrallando a las pequeñas embarcaciones, de las que los soldados saltaban. Muchos soldados acabaron abandonando sus fusiles para cruzar el Canal a nado.
Dora + 1, 8:30
Mirando desde la cabina de su Ju-87 el coronel Dinort recordaba Dunkerque.
En aquellos terribles días de Mayo y Junio Dinort había llevado sus Stuka una y otra vez sobre la última posición británica. Había volado con su bombardero sobre la ciudad destruida, sobre el puerto colmado de barcos semihundidos, y sobre las playas en las que miles de vehículos y largas columnas de hombres se agolpaban. Ahora revivía la misma situación sobre Port Said.
Durante el día anterior el general Wavell había ordenado a la 9ª División australiana abandonar sus posiciones en el Delta del Nilo y retirarse a la orilla oriental del Canal, para constituir la masa de maniobra con la que contraatacar o al menos apuntalar el frente. Los soldados habían dejado sus posiciones para dirigirse hacia el Sinaí. Pero en el Canal no había puentes, salvo uno de ferrocarril en construcción que había sido destruido por la aviación italiana. La retirada solo podía hacerse con embarcaciones. Los soldados habían requisado todo tipo de barcuchas, en las que ahora remaban febrilmente para cruzar el Canal. Pero los vehículos y el material pesado tenían que cruzar con los trasbordadores que unían las ciudades gemelas de Port Said y Port Fuad, en la desembocadura Norte del Canal de Suez. Incluso el acceso al Port Said era difícil, al poderse hacer solo por la carretera del Canal, que estaba obstruida por miles de soldados arrastrando embarcaciones o construyendo balsas, o por las carreteras que discurrían por la barra arenosa que separaba las lagunas salobres del mar.
Al amanecer largas filas de coches y camiones se agolpaban a lo largo de la carretera costera, en las calles de Port Said y en los embarcaderos, cuando un Caproni de reconocimiento italiano los divisó. El mando alemán estaba alerta respecto a movimientos de ese tipo, por lo que envió hacia Port Said a gran parte de sus bombarderos. Pronto el humo de los camiones ardientes oscureció el cielo.
Volando a 4.000 m de altura solo las embarcaciones mayores eran visibles. Sobre Port Said el humo impedía ver casi nada, por lo que Dinort dirigió sus aviones hacia el Este. Sobrevoló el embarcadero de Tafreea, donde otro ferry permitía el paso entre Port Fuad, situada en una isla triangular formada por dos ramas del Canal de Suez, y el continente asiático. Por fin vio un gran trasbordador que descargaba en la orilla. Sacudió sus alas y se lanzó al ataque, seguido por otros dos aviones.
Mientras los aviones picaban los cañones antiaéreos pesados empezaron a disparar, pero los Stuka descendían tan rápidamente que los cañones no podían seguirlos. Los tres aviones lanzaron sus bombas de 250 kilos, que estallaron contra el fondo de la rada a escasa distancia del barco. Aunque el barco no sufrió impactos directos, la explosión de bombas pesadas a tan corta distancia desfondó el casco del trasbordador, que empezó a hundirse. Tres bombas alemanas habían atrapado a todo el material pesado de la 9ª División.
Dinort condujo luego sus aviones a lo largo de la orilla, ametrallando a las pequeñas embarcaciones, de las que los soldados saltaban. Muchos soldados acabaron abandonando sus fusiles para cruzar el Canal a nado.
Tu regere imperio fluctus Hispane memento
-
- General de Ejército
- Mensajes: 14692
- Registrado: 13 Ago 2014, 16:15
El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Visiones peligrosas
Dora + 1, 8:30
Las noticias que se recibían desde el cuartel del XXX Cuerpo de Ejército Británico hacían que al general Wavell le pareciese revivir sucesos anteriores. Recordaba el caos que había reinado en Egipto y como gran parte de sus fuerzas habían quedado atrapadas en Mersa Matruh. Ahora parecía ocurrir lo mismo con los australianos. Su subordinado, el Teniente General Noel Monson de la Poer Beresford-Peirse, que había emplazado su cuartel general en El Arish, en la costa mediterránea de la península del Sinaí, le había transmitido noticias pésimas.
La amenaza que pesaba sobre el Canal, así como la llegada de nuevas unidades, habían hecho que el General Wavell dividiese el frente de Suez en dos sectores, el Norte, que sería defendido por el XXX cuerpo al mando de Beresford-Peirse, y el Sur, con el recién formado constituido IX Cuerpo, al mando del general Pakenham-Walsh.
En el Norte Wavell había mantenido a la 9ª División en el Delta del Nilo debido a la insistencia de Londres, aunque instruyendo personalmente al general Morshead para que se preparase para retirarse al primer aviso. Pero el general australiano, tan estricto con sus hombres, no lo era tanto con su Estado Mayor. Había trasladado la mayor parte de su equipo y toda su artillería al Oeste para poder defenderse de los ataques italianos, y no había tenido en cuenta las escasas rutas de evacuación ni tampoco alternativas por si alguna de ellas quedaba cerrada.
Cuando el XXX Cuerpo transmitió la orden de retirada la división lo había hecho poco a poco, para no alertar a los italianos que dormían al otro lado de las marismas, pero eso había conllevado unas horas de retraso que resultaron fatales cuando a la luz del día la aviación germanoitaliana empezó a actuar. Beresford-Peirse acababa de informar a Wavell que la mayoría de los trasbordadores del Canal de Suez habían sido destruidos, y que Morshead había renunciado a retirar su material pesado, que iba a dejar en Port Said protegido por un regimiento. Intentaría el traslado por la noche. Afortunadamente la mayor parte de la infantería había conseguido cruzar con medios de fortuna, pero solo llevaban sus armas personales, y muchas veces ni eso. La cuestión era que la 9ª Australiana ya no podía considerarse una fuerza de combate eficaz.
Entre Ismailia y los Lagos Amargos el frente estaba tranquilo. La 5ª División India solo informaba de duelos artilleros e incursiones de patrullas. Pero al Sur de los Lagos Amargos el frente del IX cuerpo se estaba desmoronando. La 6ª División Australiana había soportado el principal ataque alemán. Salvo en un corto sector frente a Suez, donde un regimiento había rechazado el asalto inicial, los alemanes habían superado las defensas de la división, que había resultado casi destruida, retirándose sus supervivientes en desorden. Un contraataque efectuado por la 2ª brigada sudafricana había acabado catastróficamente. Finalmente Wavell había cedido al IX cuerpo la 6ª División Británica, su principal reserva, que se había desplegado en la base de las colinas al este del Canal, donde esperaba poder resistir a los tanques enemigos.
El problema era que el hundimiento de los australianos había abierto una gran brecha entre la 5ª India y la 6ª Británica, precisamente en la zona por la que había pensado contraatacar con la 9ª Australiana. Wavell decidió ordenar a Beresford-Peirse que enviase la brigada de reserva de la 5ª India para cubrir el espacio. También le iba a ceder el resto de la reserva general, constituida por la 22ª Brigada de Guardias y la 1ª Brigada de tanques, que estaba equipada con tanques de infantería Matilda y con unos pocos de los nuevos Valentine. Allí se prepararían para lanzar el contraataque al día siguiente.
Afortunadamente la aviación del Pacto había dejado de atacar Aqaba para cebarse contra los australianos. Eso había permitido la llegada de los convoyes que transportaban la 2ª División de Sudáfrica y la 50ª División Northumbrian, que estaban desembarcando a buen ritmo. Mejor todavía, un convoy había traído doscientos nuevos tanques con los que reequipar sus unidades acorazadas.
Wavell esperaba reforzar con la 2ª Sudafricana y la Northumbrian el frente Sur, reservando los tanques para lanzar un contraataque desde el Norte. También había decidido utilizar a la 1ª División Hebrea, formada por los miles de voluntarios judíos, para reponer las bajas de otras unidades. Aunque no sería bueno para la cohesión de las unidades, no daba tiempo para equipar y entrenar adecuadamente la novata división.
Pero para poder reforzar su frente en Suez tenía que resolver el problema de los paracaidistas alemanes. Aunque estos no habían conseguido bloquear la carretera que cruzaba el Paso de Mitla, desde sus posiciones dirigían el fuego de la artillería y los bombardeos de los Stuka, que habían impedido el tránsito por la serpenteante ruta. Si no eran expulsados de esa posición iba a ser preciso enviar los suministros y los refuerzos desde Aqaba hacia Beerseba y luego por el ferrocarril costero, que ya estaba desbordando transportando los tanques recién llegados. Por tanto, era necesario abrir de nuevo el paso de Mitla. Por suerte en las cercanías del paso estaba el resto de la 1ª División de Sudáfrica. Wavell decidió ordenar a la 5ª Brigada Sudafricana que atacase a los paracaidistas conjuntamente con los neozelandeses, y a la 1ª Brigada Sudafricana que se fortificase en la salida oriental del Paso.
Porque Wavell sabía que la batalla del Paso de Mitla tenía una trascendencia mucho mayor que el simple dominio del Canal de Suez o del Sinaí. Si perdía el paso y los alemanes llegaban a la meseta del Sinaí podrían dirigirse hacia el Golfo de Aqaba y cerrarlo a la navegación, con lo que atraparían a todo el ejército inglés en el Mediterráneo y Oriente Medio. La Kingcol, una columna constituida apresuradamente con algunos elementos móviles y con la Legión Árabe transjordana, había conseguido enlazar con el aeródromo de Habbaniya en Irak, pero todavía no había conseguido abrir el camino a Basora. Además la carretera que desde Ammán con el Éufrates era demasiado larga como para enviar suministros.
Depender de un único puerto que estaba dentro del alcance de la aviación enemiga, que carecía de conexión ferroviaria, y que podía ser tomado por los alemanes, era una situación inaceptable. Por eso el general había pedido a Churchill que contemplase la retirada de Palestina, pero el Primer Ministro era más terco que una mula. Pero le gustase al Premier o no, Wavell había jurado proteger al Imperio y le importaba un ardite la carrera política de Churchill. El general estaba al mando del último ejército británico organizado y no iba a dejar que lo destruyesen. Iba a ordenar a su Estado Mayor que iniciase la operación Exodus.
Dora + 1, 8:30
Las noticias que se recibían desde el cuartel del XXX Cuerpo de Ejército Británico hacían que al general Wavell le pareciese revivir sucesos anteriores. Recordaba el caos que había reinado en Egipto y como gran parte de sus fuerzas habían quedado atrapadas en Mersa Matruh. Ahora parecía ocurrir lo mismo con los australianos. Su subordinado, el Teniente General Noel Monson de la Poer Beresford-Peirse, que había emplazado su cuartel general en El Arish, en la costa mediterránea de la península del Sinaí, le había transmitido noticias pésimas.
La amenaza que pesaba sobre el Canal, así como la llegada de nuevas unidades, habían hecho que el General Wavell dividiese el frente de Suez en dos sectores, el Norte, que sería defendido por el XXX cuerpo al mando de Beresford-Peirse, y el Sur, con el recién formado constituido IX Cuerpo, al mando del general Pakenham-Walsh.
En el Norte Wavell había mantenido a la 9ª División en el Delta del Nilo debido a la insistencia de Londres, aunque instruyendo personalmente al general Morshead para que se preparase para retirarse al primer aviso. Pero el general australiano, tan estricto con sus hombres, no lo era tanto con su Estado Mayor. Había trasladado la mayor parte de su equipo y toda su artillería al Oeste para poder defenderse de los ataques italianos, y no había tenido en cuenta las escasas rutas de evacuación ni tampoco alternativas por si alguna de ellas quedaba cerrada.
Cuando el XXX Cuerpo transmitió la orden de retirada la división lo había hecho poco a poco, para no alertar a los italianos que dormían al otro lado de las marismas, pero eso había conllevado unas horas de retraso que resultaron fatales cuando a la luz del día la aviación germanoitaliana empezó a actuar. Beresford-Peirse acababa de informar a Wavell que la mayoría de los trasbordadores del Canal de Suez habían sido destruidos, y que Morshead había renunciado a retirar su material pesado, que iba a dejar en Port Said protegido por un regimiento. Intentaría el traslado por la noche. Afortunadamente la mayor parte de la infantería había conseguido cruzar con medios de fortuna, pero solo llevaban sus armas personales, y muchas veces ni eso. La cuestión era que la 9ª Australiana ya no podía considerarse una fuerza de combate eficaz.
Entre Ismailia y los Lagos Amargos el frente estaba tranquilo. La 5ª División India solo informaba de duelos artilleros e incursiones de patrullas. Pero al Sur de los Lagos Amargos el frente del IX cuerpo se estaba desmoronando. La 6ª División Australiana había soportado el principal ataque alemán. Salvo en un corto sector frente a Suez, donde un regimiento había rechazado el asalto inicial, los alemanes habían superado las defensas de la división, que había resultado casi destruida, retirándose sus supervivientes en desorden. Un contraataque efectuado por la 2ª brigada sudafricana había acabado catastróficamente. Finalmente Wavell había cedido al IX cuerpo la 6ª División Británica, su principal reserva, que se había desplegado en la base de las colinas al este del Canal, donde esperaba poder resistir a los tanques enemigos.
El problema era que el hundimiento de los australianos había abierto una gran brecha entre la 5ª India y la 6ª Británica, precisamente en la zona por la que había pensado contraatacar con la 9ª Australiana. Wavell decidió ordenar a Beresford-Peirse que enviase la brigada de reserva de la 5ª India para cubrir el espacio. También le iba a ceder el resto de la reserva general, constituida por la 22ª Brigada de Guardias y la 1ª Brigada de tanques, que estaba equipada con tanques de infantería Matilda y con unos pocos de los nuevos Valentine. Allí se prepararían para lanzar el contraataque al día siguiente.
Afortunadamente la aviación del Pacto había dejado de atacar Aqaba para cebarse contra los australianos. Eso había permitido la llegada de los convoyes que transportaban la 2ª División de Sudáfrica y la 50ª División Northumbrian, que estaban desembarcando a buen ritmo. Mejor todavía, un convoy había traído doscientos nuevos tanques con los que reequipar sus unidades acorazadas.
Wavell esperaba reforzar con la 2ª Sudafricana y la Northumbrian el frente Sur, reservando los tanques para lanzar un contraataque desde el Norte. También había decidido utilizar a la 1ª División Hebrea, formada por los miles de voluntarios judíos, para reponer las bajas de otras unidades. Aunque no sería bueno para la cohesión de las unidades, no daba tiempo para equipar y entrenar adecuadamente la novata división.
Pero para poder reforzar su frente en Suez tenía que resolver el problema de los paracaidistas alemanes. Aunque estos no habían conseguido bloquear la carretera que cruzaba el Paso de Mitla, desde sus posiciones dirigían el fuego de la artillería y los bombardeos de los Stuka, que habían impedido el tránsito por la serpenteante ruta. Si no eran expulsados de esa posición iba a ser preciso enviar los suministros y los refuerzos desde Aqaba hacia Beerseba y luego por el ferrocarril costero, que ya estaba desbordando transportando los tanques recién llegados. Por tanto, era necesario abrir de nuevo el paso de Mitla. Por suerte en las cercanías del paso estaba el resto de la 1ª División de Sudáfrica. Wavell decidió ordenar a la 5ª Brigada Sudafricana que atacase a los paracaidistas conjuntamente con los neozelandeses, y a la 1ª Brigada Sudafricana que se fortificase en la salida oriental del Paso.
Porque Wavell sabía que la batalla del Paso de Mitla tenía una trascendencia mucho mayor que el simple dominio del Canal de Suez o del Sinaí. Si perdía el paso y los alemanes llegaban a la meseta del Sinaí podrían dirigirse hacia el Golfo de Aqaba y cerrarlo a la navegación, con lo que atraparían a todo el ejército inglés en el Mediterráneo y Oriente Medio. La Kingcol, una columna constituida apresuradamente con algunos elementos móviles y con la Legión Árabe transjordana, había conseguido enlazar con el aeródromo de Habbaniya en Irak, pero todavía no había conseguido abrir el camino a Basora. Además la carretera que desde Ammán con el Éufrates era demasiado larga como para enviar suministros.
Depender de un único puerto que estaba dentro del alcance de la aviación enemiga, que carecía de conexión ferroviaria, y que podía ser tomado por los alemanes, era una situación inaceptable. Por eso el general había pedido a Churchill que contemplase la retirada de Palestina, pero el Primer Ministro era más terco que una mula. Pero le gustase al Premier o no, Wavell había jurado proteger al Imperio y le importaba un ardite la carrera política de Churchill. El general estaba al mando del último ejército británico organizado y no iba a dejar que lo destruyesen. Iba a ordenar a su Estado Mayor que iniciase la operación Exodus.
Tu regere imperio fluctus Hispane memento
-
- Sargento Segundo
- Mensajes: 312
- Registrado: 14 Oct 2014, 13:05
El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Veremos que cara se le queda a Churchill cuando se entere de la operación.
-
- General de Ejército
- Mensajes: 14692
- Registrado: 13 Ago 2014, 16:15
El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Pórtico
Dora + 1, 12:15
El calor en el edificio de la Autoridad del Canal de Suez en Ismailia el calor era agobiante, pues las ventanas de la planta baja habían sido cerradas con sacos terreros como protección contra los obuses británicos que habían caído sobre la ciudad en las últimas semanas. El edificio albergaba ahora el mando del XXI cuerpo, parte del 10º Ejército Italiano, donde el general Tellera, que había sustituido al general Berti, se reunía con el mariscal Von Manstein.
El tronar de los cañones y de las bombas hacía retumbar los pocos cristales que quedaban intactos en el edificio mientras el mariscal y el general italiano, acompañados de sus jefes de Estado Mayor y de los oficiales de enlace, se sentaban a una mesa que ni los mejores hoteles de Roma hubiesen envidiado. Fue entonces cuando entró el general Rommel, cubierto de polvo y con expresión de disgusto.
—Me alegro de verte, Erwin —dijo Von Manstein—. Pasa si quieres al baño para arreglarte un poco mientras te esperamos ¿O preferirás primero un aperitivo? ¿Un Campari? —el Mariscal hizo un gesto a un ayudante que se apresuró a llevarle una copa a Rommel, que la bebió de un trago.
—Mariscal, espero que me disculpes pero estoy muy ocupado con la situación al otro lado del Canal ¿Podríamos postergar la comida?
—No me parece buena idea, Erwin. Según me ha dicho el general Tellera la pasta está en su punto.
—Perdona que insista, pero la situación de los paracaidistas en el Paso de Mitla es crítica y…
A Von Manstein no le gustaba que le contradijesen, pero entendía las prisas de su ardiente subordinado. Pero iba a enseñarle una lección básica del mando.
—No, Erwin, vas a bañarte, a sentarte, y a comer. Mientras discutiremos la situación. Luego descansarás por lo menos un par de horas. Llevas dos días y dos noches sin parar, corriendo de aquí para allá, y tienes que estar agotado. Cuando una persona está cansada comete errores, y esos errores suponen perder vidas y, lo que es peor, tiempo.
Rommel calló. El ataque que había lanzado a media mañana hacia el paso de Mitla había sido rechazado y le había costado dos docenas de tanques. Obedientemente pasó al servicio cercano, donde se dio una ducha, un raro placer en medio de una batalla, y se cambió de uniforme. Al volver encontró al mariscal, al general italiano y a sus ayudantes picoteando de varios platos mientras estudiaban un gran mapa extendido en la mesa.
Rommel cogió el plato con aperitivos y la copa de vino que le entregó un ayudante, y se acercó a la mesa, donde Von Manstein le recibió.
—¿Ves cómo ya eres otra persona? Después de la comida de trabajo, una siesta y estarás como nuevo. Antes que nada el general Tellera y yo queríamos felicitar a tus tropas y a ti por el gran éxito que habéis conseguido cruzando el Canal con tan pocas bajas.
—Gracias, Mariscal. Pero quiero volver a la situación de los paracaidistas, que es muy seria. Aunque esta noche pasada una columna blindada ha conseguido reforzarles, será difícil que resistan durante mucho tiempo. Además una patrulla de reconocimiento ha descubierto que nuestro avance ha abierto una brecha en el dispositivo enemigo del Sur. Si ataco ahora podré llegar al Golfo de Suez y encerrar a los australianos que controlan la parte Sur del Canal.
—Erwin, estás agotado. Tanto que ves la paja y no la viga. Tienes la oportunidad de destruir a todo el ejército inglés y prefieres atrapar a un batallón. Mira, por favor —el general Rommel se acercó al mapa. Von Manstein siguió diciendo—: Aquí se muestran las últimas posiciones conocidas de las fuerzas enemigas, según los reconocimientos aéreos y las intercepciones radiales. Frente a ti se está desplegando una división inglesa…
—Es la 6ª División Británica, mariscal. Les hemos capturado algunos prisioneros.
—Eso, la 6ª Británica. A la que se habrán unido los restos de la 6ª División Australiana, la que tenía encomendada la defensa del Canal, y también lo que quede de la brigada sudafricana que derrotaste ayer. Además hay una brigada neozelandesa en la entrada del Paso de Mitla. Nuestros reconocimientos aéreos han detectado la presencia de dos brigadas más, situadas en la salida oriental del Paso y en medio del Sinaí. No solo eso, sino que un gran convoy está descargando en Aqaba, y supongo que llevará una o dos divisiones. Eso quiere decir que te enfrentas al menos a tres divisiones.
—Es por eso que urge socorrer a los paracaidistas. Tengo que volver a atacar antes que los ingleses se fortifiquen. También quiero cortar la retirada a los australianos del Sur, para que no puedan reforzar las defensas del paso.
—Erwin, no tengo ninguna duda sobre la capacidad de tus tropas, y sé que si atacas ahora conseguirás liberar a los paracaidistas. Pero ¿qué harás luego? Te encontrarás con el Paso de Mitla que estará bloqueado por una división, y con otra división enemiga en tu flanco Norte. Pero mira aquí —Von Manstein señaló el espacio que separaba las posiciones de la división inglesa del Gran Lago Amargo: un espacio abierto de casi veinte kilómetros—. La retirada australiana ha dejado un hueco enorme. Los ingleses parece que están enviando a toda prisa fuerzas hacia allí, parte de la 5ª División India y de la 9ª Australiana, que hacían frente a los italianos —Von Manstein saludó con la cabeza al general Tellera—. También están llevando reservas. Creo que ellos han pensado como yo, y piensan que ese sector será el ideal para atacar. Pero tus fuerzas están mucho más cerca.
Rommel asintió, mientras empezaba a vislumbrar el plan del Mariscal. Von Manstein siguió explicándolo:
—Como en la batalla de Mersa, tenemos que tener muy claro nuestro objetivo. No debe ser conquistar unos pocos kilómetros de desierto, ni siquiera rescatar a un batallón —Rommel puso expresión de disgusto—, sino destruir al enemigo y ganar la guerra. La brecha que has creado nos da una excelente oportunidad de derrumbar todo el dispositivo inglés en el Sinaí. En primer lugar, sería conveniente que los ingleses no pudiesen trasladar refuerzos desde sectores tranquilos. General Tellera —el oficial de enlace tradujo sus palabras—, le agradecería que su XXI cuerpo ataque las posiciones australianas del Delta y las indias del Canal. Sé que su equipo no es el mejor, y que sus hombres están fatigados tras las semanas de lucha en las marismas, pero le pido un nuevo esfuerzo. Desearía que ataque hacia el Norte, en dirección a Port Said, y que haga algún intento de cruce en el Canal entre Ismailia y el Pequeño Lago Amargo. Pero recuerde que su objetivo no es avanzar a cualquier precio, sino hacer mucho ruido para impedir que los ingleses retiren a las fuerzas que se enfrentan a ustedes. Use mucho la artillería. Podrá disponer no solo de la suya sino también de los cañones ingleses capturados. Pero procure no sufrir demasiadas bajas ¿Podrán sus hombres encargarse?
El general Tellera, un oficial muy capaz que se había distinguido en Bardia junto a Rommel, asintió. Ya había apreciado el genio del mariscal en la operación Lucero del Alba y sabía que el sacrificio de sus soldados no sería en balde.
—Erwin, tu estarás encargado de la ruptura. Como supondrás tampoco quiero que los ingleses puedan desplazar reservas desde tu sector, por lo que tus hombres deberán seguir presionando a los ingleses del paso de Mitla. Si puedes cercar a los australianos en el Sur, mejor, y podrás emplear para ello a las dos divisiones de infantería, sus cañones de asalto y su artillería. Pero debes reservar tus tanques. Coronel Von Tresckow ¿Cómo va el tendido de puentes?
—Mariscal, hay ya en servicio cuatro puentes aptos para el paso de tanques, tres pasarelas, y tenemos seis trasbordadores.
—Bien —siguió Von Manstein—. Entre esta tarde y esta noche pasará al otro lado del Canal la 7ª Panzer, dando prioridad a las unidades de blindados.
—Eso puede producir una congestión excesiva al otro lado del Canal —respondió Rommel—. La artillería británica hará estragos.
—Por eso te permito que sigas acosando a los ingleses, y que si puedes amplíes la cabeza de puente. Pero mañana atacarás al amanecer con lo que tengas dispuesto. Será en dirección Norte y sin preparación artillera, aunque tendrás apoyo aéreo. Tu eje de progresión será en dirección Noroeste. Una vez hayas abierto la brecha la 7ª Panzer seguirá hacia el Norte, en dirección a la carretera costera, pero la 15ª hará una conversión hacia el Este y se dirigirá hacia este paso ¿Cómo se llama, coronel?
—Paso de Giddi, señor —respondió Von Tresckow.
—Gracias, coronel. Una vez superes el paso y llegue a ese villorrio —el Mariscal señaló un punto en el mapa.
—Thamada, mi Mariscal— apuntó de nuevo Von Tresckow.
—Thamada. Cuando llegues allí harás una nueva conversión hacia el Sur, hasta llegar a Nekhel, donde cortarás la carretera Suez-Aqaba al otro lado del paso de Mitla. Una vez allí abrirás podrás abrir el paso de Mitla desde el este si los ingleses aun no han escapado. Pero tu objetivo principal será el golfo de Aqaba.
Rommel estudió el mapa y vio la elegancia del plan. Si funcionaba cercaría a toda el ala norte británica, y el ala sur tendría que escapar a toda prisa. Además una vez bloqueada Aqaba los ingleses en Palestina se encontrarían en un buen apuro. Pero apreció un peligro.
—Mariscal, cuando la 15ª cambe de dirección hacia el Este abrirá una brecha entre ella y la 7ª Panzer, quedando su flanco izquierdo expuesto. La brecha será todavía mayor cuando la 15ª cambie su eje de avance hacia el Sur, hacia Nekhel. Los ingleses podrían atacarnos por detrás.
—Para eso tenemos los Kamfgruppen ¿los recuerdas? —las semanas previas la 5ª ligera había sido organizada en grupos de campaña—. Una vez cruce la 7ª Panzer lo harán los Kampfgruppen, que deberán aprovechar la brecha abierta y expandirse hacia el Noroeste, en dirección a El Arish o incluso hasta Gaza. Recuerda que los Kampfgruppen tienen que actuar como la caballería ligera en tiempos de Napoleón: acosar al enemigo, aparecer en su retaguardia y causar toda la confusión que puedan. Pero por si no es suficiente, también dispondrás de los cañones antiaéreos de la Luftwaffe, con las que podrás cubrir el espacio vacío.
Rommel sonrió. La operación estaba destinada a crear el mayor caos posible, y ese tipo de batalla era su especialidad—. Gracias, Mariscal. Solo queda lo de los paracaidistas. Será lamentable perder a esos hombres.
—Erwin, mañana necesitaremos todos los bombarderos para abrir la brecha, pero esta tarde son tuyos ¿Algo más?
—No, Mariscal. Ahora mismo saldré para prepararlo todo.
—No, Erwin. Ahora acabarás de comer, y luego te acostarás para dormir una buena siesta. Necesito que mañana esté despejado. Mi Estado Mayor dará las órdenes oportunas para el desplazamiento de las unidades.
Dora + 1, 12:15
El calor en el edificio de la Autoridad del Canal de Suez en Ismailia el calor era agobiante, pues las ventanas de la planta baja habían sido cerradas con sacos terreros como protección contra los obuses británicos que habían caído sobre la ciudad en las últimas semanas. El edificio albergaba ahora el mando del XXI cuerpo, parte del 10º Ejército Italiano, donde el general Tellera, que había sustituido al general Berti, se reunía con el mariscal Von Manstein.
El tronar de los cañones y de las bombas hacía retumbar los pocos cristales que quedaban intactos en el edificio mientras el mariscal y el general italiano, acompañados de sus jefes de Estado Mayor y de los oficiales de enlace, se sentaban a una mesa que ni los mejores hoteles de Roma hubiesen envidiado. Fue entonces cuando entró el general Rommel, cubierto de polvo y con expresión de disgusto.
—Me alegro de verte, Erwin —dijo Von Manstein—. Pasa si quieres al baño para arreglarte un poco mientras te esperamos ¿O preferirás primero un aperitivo? ¿Un Campari? —el Mariscal hizo un gesto a un ayudante que se apresuró a llevarle una copa a Rommel, que la bebió de un trago.
—Mariscal, espero que me disculpes pero estoy muy ocupado con la situación al otro lado del Canal ¿Podríamos postergar la comida?
—No me parece buena idea, Erwin. Según me ha dicho el general Tellera la pasta está en su punto.
—Perdona que insista, pero la situación de los paracaidistas en el Paso de Mitla es crítica y…
A Von Manstein no le gustaba que le contradijesen, pero entendía las prisas de su ardiente subordinado. Pero iba a enseñarle una lección básica del mando.
—No, Erwin, vas a bañarte, a sentarte, y a comer. Mientras discutiremos la situación. Luego descansarás por lo menos un par de horas. Llevas dos días y dos noches sin parar, corriendo de aquí para allá, y tienes que estar agotado. Cuando una persona está cansada comete errores, y esos errores suponen perder vidas y, lo que es peor, tiempo.
Rommel calló. El ataque que había lanzado a media mañana hacia el paso de Mitla había sido rechazado y le había costado dos docenas de tanques. Obedientemente pasó al servicio cercano, donde se dio una ducha, un raro placer en medio de una batalla, y se cambió de uniforme. Al volver encontró al mariscal, al general italiano y a sus ayudantes picoteando de varios platos mientras estudiaban un gran mapa extendido en la mesa.
Rommel cogió el plato con aperitivos y la copa de vino que le entregó un ayudante, y se acercó a la mesa, donde Von Manstein le recibió.
—¿Ves cómo ya eres otra persona? Después de la comida de trabajo, una siesta y estarás como nuevo. Antes que nada el general Tellera y yo queríamos felicitar a tus tropas y a ti por el gran éxito que habéis conseguido cruzando el Canal con tan pocas bajas.
—Gracias, Mariscal. Pero quiero volver a la situación de los paracaidistas, que es muy seria. Aunque esta noche pasada una columna blindada ha conseguido reforzarles, será difícil que resistan durante mucho tiempo. Además una patrulla de reconocimiento ha descubierto que nuestro avance ha abierto una brecha en el dispositivo enemigo del Sur. Si ataco ahora podré llegar al Golfo de Suez y encerrar a los australianos que controlan la parte Sur del Canal.
—Erwin, estás agotado. Tanto que ves la paja y no la viga. Tienes la oportunidad de destruir a todo el ejército inglés y prefieres atrapar a un batallón. Mira, por favor —el general Rommel se acercó al mapa. Von Manstein siguió diciendo—: Aquí se muestran las últimas posiciones conocidas de las fuerzas enemigas, según los reconocimientos aéreos y las intercepciones radiales. Frente a ti se está desplegando una división inglesa…
—Es la 6ª División Británica, mariscal. Les hemos capturado algunos prisioneros.
—Eso, la 6ª Británica. A la que se habrán unido los restos de la 6ª División Australiana, la que tenía encomendada la defensa del Canal, y también lo que quede de la brigada sudafricana que derrotaste ayer. Además hay una brigada neozelandesa en la entrada del Paso de Mitla. Nuestros reconocimientos aéreos han detectado la presencia de dos brigadas más, situadas en la salida oriental del Paso y en medio del Sinaí. No solo eso, sino que un gran convoy está descargando en Aqaba, y supongo que llevará una o dos divisiones. Eso quiere decir que te enfrentas al menos a tres divisiones.
—Es por eso que urge socorrer a los paracaidistas. Tengo que volver a atacar antes que los ingleses se fortifiquen. También quiero cortar la retirada a los australianos del Sur, para que no puedan reforzar las defensas del paso.
—Erwin, no tengo ninguna duda sobre la capacidad de tus tropas, y sé que si atacas ahora conseguirás liberar a los paracaidistas. Pero ¿qué harás luego? Te encontrarás con el Paso de Mitla que estará bloqueado por una división, y con otra división enemiga en tu flanco Norte. Pero mira aquí —Von Manstein señaló el espacio que separaba las posiciones de la división inglesa del Gran Lago Amargo: un espacio abierto de casi veinte kilómetros—. La retirada australiana ha dejado un hueco enorme. Los ingleses parece que están enviando a toda prisa fuerzas hacia allí, parte de la 5ª División India y de la 9ª Australiana, que hacían frente a los italianos —Von Manstein saludó con la cabeza al general Tellera—. También están llevando reservas. Creo que ellos han pensado como yo, y piensan que ese sector será el ideal para atacar. Pero tus fuerzas están mucho más cerca.
Rommel asintió, mientras empezaba a vislumbrar el plan del Mariscal. Von Manstein siguió explicándolo:
—Como en la batalla de Mersa, tenemos que tener muy claro nuestro objetivo. No debe ser conquistar unos pocos kilómetros de desierto, ni siquiera rescatar a un batallón —Rommel puso expresión de disgusto—, sino destruir al enemigo y ganar la guerra. La brecha que has creado nos da una excelente oportunidad de derrumbar todo el dispositivo inglés en el Sinaí. En primer lugar, sería conveniente que los ingleses no pudiesen trasladar refuerzos desde sectores tranquilos. General Tellera —el oficial de enlace tradujo sus palabras—, le agradecería que su XXI cuerpo ataque las posiciones australianas del Delta y las indias del Canal. Sé que su equipo no es el mejor, y que sus hombres están fatigados tras las semanas de lucha en las marismas, pero le pido un nuevo esfuerzo. Desearía que ataque hacia el Norte, en dirección a Port Said, y que haga algún intento de cruce en el Canal entre Ismailia y el Pequeño Lago Amargo. Pero recuerde que su objetivo no es avanzar a cualquier precio, sino hacer mucho ruido para impedir que los ingleses retiren a las fuerzas que se enfrentan a ustedes. Use mucho la artillería. Podrá disponer no solo de la suya sino también de los cañones ingleses capturados. Pero procure no sufrir demasiadas bajas ¿Podrán sus hombres encargarse?
El general Tellera, un oficial muy capaz que se había distinguido en Bardia junto a Rommel, asintió. Ya había apreciado el genio del mariscal en la operación Lucero del Alba y sabía que el sacrificio de sus soldados no sería en balde.
—Erwin, tu estarás encargado de la ruptura. Como supondrás tampoco quiero que los ingleses puedan desplazar reservas desde tu sector, por lo que tus hombres deberán seguir presionando a los ingleses del paso de Mitla. Si puedes cercar a los australianos en el Sur, mejor, y podrás emplear para ello a las dos divisiones de infantería, sus cañones de asalto y su artillería. Pero debes reservar tus tanques. Coronel Von Tresckow ¿Cómo va el tendido de puentes?
—Mariscal, hay ya en servicio cuatro puentes aptos para el paso de tanques, tres pasarelas, y tenemos seis trasbordadores.
—Bien —siguió Von Manstein—. Entre esta tarde y esta noche pasará al otro lado del Canal la 7ª Panzer, dando prioridad a las unidades de blindados.
—Eso puede producir una congestión excesiva al otro lado del Canal —respondió Rommel—. La artillería británica hará estragos.
—Por eso te permito que sigas acosando a los ingleses, y que si puedes amplíes la cabeza de puente. Pero mañana atacarás al amanecer con lo que tengas dispuesto. Será en dirección Norte y sin preparación artillera, aunque tendrás apoyo aéreo. Tu eje de progresión será en dirección Noroeste. Una vez hayas abierto la brecha la 7ª Panzer seguirá hacia el Norte, en dirección a la carretera costera, pero la 15ª hará una conversión hacia el Este y se dirigirá hacia este paso ¿Cómo se llama, coronel?
—Paso de Giddi, señor —respondió Von Tresckow.
—Gracias, coronel. Una vez superes el paso y llegue a ese villorrio —el Mariscal señaló un punto en el mapa.
—Thamada, mi Mariscal— apuntó de nuevo Von Tresckow.
—Thamada. Cuando llegues allí harás una nueva conversión hacia el Sur, hasta llegar a Nekhel, donde cortarás la carretera Suez-Aqaba al otro lado del paso de Mitla. Una vez allí abrirás podrás abrir el paso de Mitla desde el este si los ingleses aun no han escapado. Pero tu objetivo principal será el golfo de Aqaba.
Rommel estudió el mapa y vio la elegancia del plan. Si funcionaba cercaría a toda el ala norte británica, y el ala sur tendría que escapar a toda prisa. Además una vez bloqueada Aqaba los ingleses en Palestina se encontrarían en un buen apuro. Pero apreció un peligro.
—Mariscal, cuando la 15ª cambe de dirección hacia el Este abrirá una brecha entre ella y la 7ª Panzer, quedando su flanco izquierdo expuesto. La brecha será todavía mayor cuando la 15ª cambie su eje de avance hacia el Sur, hacia Nekhel. Los ingleses podrían atacarnos por detrás.
—Para eso tenemos los Kamfgruppen ¿los recuerdas? —las semanas previas la 5ª ligera había sido organizada en grupos de campaña—. Una vez cruce la 7ª Panzer lo harán los Kampfgruppen, que deberán aprovechar la brecha abierta y expandirse hacia el Noroeste, en dirección a El Arish o incluso hasta Gaza. Recuerda que los Kampfgruppen tienen que actuar como la caballería ligera en tiempos de Napoleón: acosar al enemigo, aparecer en su retaguardia y causar toda la confusión que puedan. Pero por si no es suficiente, también dispondrás de los cañones antiaéreos de la Luftwaffe, con las que podrás cubrir el espacio vacío.
Rommel sonrió. La operación estaba destinada a crear el mayor caos posible, y ese tipo de batalla era su especialidad—. Gracias, Mariscal. Solo queda lo de los paracaidistas. Será lamentable perder a esos hombres.
—Erwin, mañana necesitaremos todos los bombarderos para abrir la brecha, pero esta tarde son tuyos ¿Algo más?
—No, Mariscal. Ahora mismo saldré para prepararlo todo.
—No, Erwin. Ahora acabarás de comer, y luego te acostarás para dormir una buena siesta. Necesito que mañana esté despejado. Mi Estado Mayor dará las órdenes oportunas para el desplazamiento de las unidades.
Última edición por Domper el 08 Nov 2014, 10:23, editado 1 vez en total.
Tu regere imperio fluctus Hispane memento
-
- General de Ejército
- Mensajes: 14692
- Registrado: 13 Ago 2014, 16:15
El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
El vuelo del dragón
Dora + 1, 15:50
Desde lo alto del cerro el coronel Bräuer miraba preocupado hacia el Este. Durante la mañana sus tropas habían rechazado dos ataques lanzados por los neozelandeses desde el Oeste, pero a costa de quedarse casi sin municiones. Los tanques y semiorugas habían marcado la diferencia, pero había perdido la mitad de los blindados, y a los restantes ya no les quedaban proyectiles explosivos. El teniente Barkmann había sido herido cuando escapaba de su carro de combate, alcanzado por un cañón inglés.
Afortunadamente el avance alemán había conseguido que la posición de los paracaidistas quedase dentro del alcance de los cañones de campaña, y el subteniente Ackerman dirigía con maestría el fuego de la artillería, que había obligado a los neozelandeses a refugiarse para escapar de la lluvia de acero que caía sobre ellos cada vez que se movían. Pero los reconocimientos aéreos habían detectado una gran fuerza enemiga dirigiéndose hacia su posición desde el Este. Cuando atacase barrería a sus hombres. Bräuer estaba considerando ordenar a sus hombres que se dispersasen y tratasen de alcanzar las líneas alemanas, y ya había ordenado subir a los heridos a los pocos semiorugas supervivientes, cuando vio acercarse a los aviones.
Los Stuka de Dinort volvieron a sobrevolar el Sinaí por tercera vez ese día. Las dotaciones estaban cansadas pero cuando supieron que iban a socorrer a los paracaidistas sitiados costó contener su entusiasmo. Los aviones sobrevolaron el wadi y pronto descubrieron una larga hilera de camiones en el punto más estrecho del paso, donde dos meandros obligaban a la carretera a trazar unas marcadas eses. Dinort vio con satisfacción que las colinas a ambos lados no eran muy elevadas, lo que permitiría lanzar las bombas desde 600 metros de altura. Tampoco parecía haber mucha artillería antiaérea.
Con la profesionalidad que da la práctica los Stuka atacaron. Primero destruyeron los vehículos a la cabeza y a la cola de la columna, y luego atacaron metódicamente la fila de camiones, primero con bombas pesadas, luego ligeras y cuando se acabaron los explosivos, con pasadas de ametrallamiento. Los soldados abandonaron los camiones y corrieron hacia las colinas. Cuando tras una hora de horror se retiraron los Stuka fue un grupo de bombarderos trimotores italianos el que prosiguió el bombardeo.
Tras los Stuka y los Sparviero llegó un grupo de Junkers que lanzaron suministros en paracaídas sobre la posición de Bräuer.
El coronel pensó que sus hombres tenían una oportunidad de sobrevivir.
Dora + 1, 15:50
Desde lo alto del cerro el coronel Bräuer miraba preocupado hacia el Este. Durante la mañana sus tropas habían rechazado dos ataques lanzados por los neozelandeses desde el Oeste, pero a costa de quedarse casi sin municiones. Los tanques y semiorugas habían marcado la diferencia, pero había perdido la mitad de los blindados, y a los restantes ya no les quedaban proyectiles explosivos. El teniente Barkmann había sido herido cuando escapaba de su carro de combate, alcanzado por un cañón inglés.
Afortunadamente el avance alemán había conseguido que la posición de los paracaidistas quedase dentro del alcance de los cañones de campaña, y el subteniente Ackerman dirigía con maestría el fuego de la artillería, que había obligado a los neozelandeses a refugiarse para escapar de la lluvia de acero que caía sobre ellos cada vez que se movían. Pero los reconocimientos aéreos habían detectado una gran fuerza enemiga dirigiéndose hacia su posición desde el Este. Cuando atacase barrería a sus hombres. Bräuer estaba considerando ordenar a sus hombres que se dispersasen y tratasen de alcanzar las líneas alemanas, y ya había ordenado subir a los heridos a los pocos semiorugas supervivientes, cuando vio acercarse a los aviones.
Los Stuka de Dinort volvieron a sobrevolar el Sinaí por tercera vez ese día. Las dotaciones estaban cansadas pero cuando supieron que iban a socorrer a los paracaidistas sitiados costó contener su entusiasmo. Los aviones sobrevolaron el wadi y pronto descubrieron una larga hilera de camiones en el punto más estrecho del paso, donde dos meandros obligaban a la carretera a trazar unas marcadas eses. Dinort vio con satisfacción que las colinas a ambos lados no eran muy elevadas, lo que permitiría lanzar las bombas desde 600 metros de altura. Tampoco parecía haber mucha artillería antiaérea.
Con la profesionalidad que da la práctica los Stuka atacaron. Primero destruyeron los vehículos a la cabeza y a la cola de la columna, y luego atacaron metódicamente la fila de camiones, primero con bombas pesadas, luego ligeras y cuando se acabaron los explosivos, con pasadas de ametrallamiento. Los soldados abandonaron los camiones y corrieron hacia las colinas. Cuando tras una hora de horror se retiraron los Stuka fue un grupo de bombarderos trimotores italianos el que prosiguió el bombardeo.
Tras los Stuka y los Sparviero llegó un grupo de Junkers que lanzaron suministros en paracaídas sobre la posición de Bräuer.
El coronel pensó que sus hombres tenían una oportunidad de sobrevivir.
Tu regere imperio fluctus Hispane memento
-
- General de Ejército
- Mensajes: 14692
- Registrado: 13 Ago 2014, 16:15
El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Capítulo 22. Tercer día
Entre dos aguas
19 de Mayo de 1941, Dora + 2
Durante la madrugada los caimanes volvieron al agua. El Teniente Romani y sus hombres volvieron a cruzar el Canal de Suez.
Más al Sur las luces de las bengalas y los fogonazos de la artillería mostraban la actividad de frente. La artillería pesada inglesa disparaba contra la cabeza de puente conseguida por los alemanes dos días antes, mientras estos disparaban a su vez contra las posiciones neozelandesas en Mitla y contra las baterías británicas.
Pero al Norte del Gran Lago Amargo el sector estaba tranquilo. Los hombres de Romani nadaron sigilosamente y llegaron a la orilla, encontrándola vacía: los bombardeos artilleros del día anterior habían hecho que se abandonasen las posiciones adelantadas. Los soldados exploraron la orilla, hallando solo unas pocas trampas explosivas que marcaron. Luego cortaron los alambres de espino y señalaron los accesos. Romani ordenó a dos nadadores que volvieron a cruzar en Canal para indicar que el paso estaba libre.
A las cuatro y media de la mañana, cuando amanecer aun no se anunciaba y la débil luna menguante escasamente iluminaba las aguas, los botes que transportaban a los hombres del 157 Regimiento de Infantería de la división Cirene empezaron a cruzar la franja de agua. Al llegar a la orilla las tropas desembarcaron y avanzaron hasta el interior, hasta encontrar las primeras posiciones de la 5ª División India. Solo entonces la artillería italiana comenzó a disparar.
La 5ª India había retirado su brigada de reserva, pero mantenía otras dos guarneciendo las posiciones principales, por lo que resistió con facilidad los tímidos intentos de ataque italianos. Sin embargo los asaltantes estaban apoyados por gran número de bocas de fuego, que causaron importantes bajas a los defensores. Un contraataque lanzado por el 14º Regimiento del Punjab resultó desastroso cuando la artillería italiana batió a los soldados al descubierto.
Finalmente los hindúes desistieron de los intentos de expulsar a la infantería italiana de la orilla oriental del Canal.
Entre dos aguas
19 de Mayo de 1941, Dora + 2
Durante la madrugada los caimanes volvieron al agua. El Teniente Romani y sus hombres volvieron a cruzar el Canal de Suez.
Más al Sur las luces de las bengalas y los fogonazos de la artillería mostraban la actividad de frente. La artillería pesada inglesa disparaba contra la cabeza de puente conseguida por los alemanes dos días antes, mientras estos disparaban a su vez contra las posiciones neozelandesas en Mitla y contra las baterías británicas.
Pero al Norte del Gran Lago Amargo el sector estaba tranquilo. Los hombres de Romani nadaron sigilosamente y llegaron a la orilla, encontrándola vacía: los bombardeos artilleros del día anterior habían hecho que se abandonasen las posiciones adelantadas. Los soldados exploraron la orilla, hallando solo unas pocas trampas explosivas que marcaron. Luego cortaron los alambres de espino y señalaron los accesos. Romani ordenó a dos nadadores que volvieron a cruzar en Canal para indicar que el paso estaba libre.
A las cuatro y media de la mañana, cuando amanecer aun no se anunciaba y la débil luna menguante escasamente iluminaba las aguas, los botes que transportaban a los hombres del 157 Regimiento de Infantería de la división Cirene empezaron a cruzar la franja de agua. Al llegar a la orilla las tropas desembarcaron y avanzaron hasta el interior, hasta encontrar las primeras posiciones de la 5ª División India. Solo entonces la artillería italiana comenzó a disparar.
La 5ª India había retirado su brigada de reserva, pero mantenía otras dos guarneciendo las posiciones principales, por lo que resistió con facilidad los tímidos intentos de ataque italianos. Sin embargo los asaltantes estaban apoyados por gran número de bocas de fuego, que causaron importantes bajas a los defensores. Un contraataque lanzado por el 14º Regimiento del Punjab resultó desastroso cuando la artillería italiana batió a los soldados al descubierto.
Finalmente los hindúes desistieron de los intentos de expulsar a la infantería italiana de la orilla oriental del Canal.
Tu regere imperio fluctus Hispane memento
-
- General de Ejército
- Mensajes: 14692
- Registrado: 13 Ago 2014, 16:15
El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
En otro lugar
Dora + 2, 7:30
Un escuadrón de caballería marroquí, bajo el mando del teniente Argoud, se alejaba de Jawa. El escuadrón había salido el día anterior de Imtan, al Sur de la Siria francesa, y se había dirigido hacia el Sudoeste. La columna había atravesado la frontera de Transjordania al anochecer y había pasado la noche en Jawa, donde unas casas de adobe alojaban a pastores de cabras, únicos habitantes del lugar.
El terreno se hacía más árido al adentrarse en Transjordania. La planicie estaba surcada por cauces secos por los que una vez cada cinco años corría el agua. Unos pocos arbustos espinosos trataban de sobrevivir entre las rocas volcánicas, y más allá negros torrentes de lava eran huella del convulso pasado. Algunos cerros estaban coronados por montones de piedras que señalaban los restos de los castillos que un día vigilaron la ruta caravanera entre el valle del Jordán y el del Éufrates.
El escuadrón se dirigía hacia Safawi, un villorrio que había cobrado importancia al convertirse en la estación de bombeo H5 del oleoducto Mosul-Haifa. En ese lugar se unían las carreteras procedentes de Amman y del Sur, y se había convertido en uno de los lugares donde se detenían los convoyes de camiones que circulaban entre Habbaniya, en Irak, y el valle del Jordán. Un pequeño aeródromo, desde el que operaban unos cuantos Curtiss 75, daba protección al lugar.
Argoud no esperaba poder tomar Safawi con sus pocos hombres, pero ese no era su objetivo, sino atacar a los camiones que recorrían la ruta. La misión era peligrosa, porque si los cazas británicos los descubrían podrían dejarles sin caballos, y un escuadrón de spahis sin monturas no era nada en medio del desierto. Por ello los jinetes tumbaron a sus caballos cuando oyeron motores de aviación.
Sobre ellos pasó un bimotor Douglas DB-7, en cuya cabina el capitán Rozanoff pensaba en lo anormal de su situación. El piloto había nacido en Varsovia, en el seno de una familia aristócratas rusos que habían escapado a Francia tras la Revolución. Ahora vestía uniforme francés y conducía a su escuadrón, equipado con aviones norteamericanos, para atacar los británicos, a sus antiguos aliados.
Rozanoff vio un grupo de jinetes y los saludó sacudiendo las alas de su avión. Le habían informado que había patrullas propias en la región. Siguió hacia Safawi. Al acercarse a la pista dio gases a fondo y tomó altura, y al sobrevolar el aeródromo lanzó una serie de pequeñas bombas. Su ametrallador señaló un caza Curtiss con el camuflaje británico, pero el anticuado caza no podía dar caza al rápido bombardero.
Argoud vio las columnas de humo elevarse del aeródromo de Safawi. Más seguro, dio orden a su escuadrón de seguir adelante.
Dora + 2, 7:30
Un escuadrón de caballería marroquí, bajo el mando del teniente Argoud, se alejaba de Jawa. El escuadrón había salido el día anterior de Imtan, al Sur de la Siria francesa, y se había dirigido hacia el Sudoeste. La columna había atravesado la frontera de Transjordania al anochecer y había pasado la noche en Jawa, donde unas casas de adobe alojaban a pastores de cabras, únicos habitantes del lugar.
El terreno se hacía más árido al adentrarse en Transjordania. La planicie estaba surcada por cauces secos por los que una vez cada cinco años corría el agua. Unos pocos arbustos espinosos trataban de sobrevivir entre las rocas volcánicas, y más allá negros torrentes de lava eran huella del convulso pasado. Algunos cerros estaban coronados por montones de piedras que señalaban los restos de los castillos que un día vigilaron la ruta caravanera entre el valle del Jordán y el del Éufrates.
El escuadrón se dirigía hacia Safawi, un villorrio que había cobrado importancia al convertirse en la estación de bombeo H5 del oleoducto Mosul-Haifa. En ese lugar se unían las carreteras procedentes de Amman y del Sur, y se había convertido en uno de los lugares donde se detenían los convoyes de camiones que circulaban entre Habbaniya, en Irak, y el valle del Jordán. Un pequeño aeródromo, desde el que operaban unos cuantos Curtiss 75, daba protección al lugar.
Argoud no esperaba poder tomar Safawi con sus pocos hombres, pero ese no era su objetivo, sino atacar a los camiones que recorrían la ruta. La misión era peligrosa, porque si los cazas británicos los descubrían podrían dejarles sin caballos, y un escuadrón de spahis sin monturas no era nada en medio del desierto. Por ello los jinetes tumbaron a sus caballos cuando oyeron motores de aviación.
Sobre ellos pasó un bimotor Douglas DB-7, en cuya cabina el capitán Rozanoff pensaba en lo anormal de su situación. El piloto había nacido en Varsovia, en el seno de una familia aristócratas rusos que habían escapado a Francia tras la Revolución. Ahora vestía uniforme francés y conducía a su escuadrón, equipado con aviones norteamericanos, para atacar los británicos, a sus antiguos aliados.
Rozanoff vio un grupo de jinetes y los saludó sacudiendo las alas de su avión. Le habían informado que había patrullas propias en la región. Siguió hacia Safawi. Al acercarse a la pista dio gases a fondo y tomó altura, y al sobrevolar el aeródromo lanzó una serie de pequeñas bombas. Su ametrallador señaló un caza Curtiss con el camuflaje británico, pero el anticuado caza no podía dar caza al rápido bombardero.
Argoud vio las columnas de humo elevarse del aeródromo de Safawi. Más seguro, dio orden a su escuadrón de seguir adelante.
Tu regere imperio fluctus Hispane memento
¿Quién está conectado?
Usuarios navegando por este Foro: No hay usuarios registrados visitando el Foro y 3 invitados