El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
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Gracias
Tu regere imperio fluctus Hispane memento
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Contra las cuerdas
Dora + 3, 9:30
En lo alto del Paso del Mitla los alemanes estaban sufriendo un nuevo asalto británico, peor si cabe que los precedentes.
Durante los dos días previos los ataques aéreos y el fuego de la artillería dirigido por los paracaidistas habían conseguido bloquear la carretera que serpenteaba por el fondo del paso. Pero los sudafricanos habían ascendido a las colinas situadas al Sur de la pista, y habían avanzado por ellas hasta ocupar los cerros que, al otro lado de un cauce seco, dominaban la posición alemana. Tras emplazar morteros y cañones de montaña habían atacado a los soldados alemanes, que habían tenido que retirarse de las laderas Este y Sur del cerro. Los continuos ataques habían agotado gran parte de la munición de los paracaidistas.
Los alemanes ya solo conservaban la cima de un cerro, que sería llamado en lo sucesivo la montaña de de los paracaidistas. Era una meseta que escondía un pequeño barranco, formando una especie de herradura abierta al Sur, con una pequeña meseta justo al Norte, como una mesa auxiliar. Un estrecho collado unía las dos mesetas. Las paredes de la montaña eran casi verticales, pero la muralla de roca ofrecía dos brechas al atacante. Al norte la pequeña meseta se prolongaba en una arista redondeada por la que había subido Barkmann la primera noche. Al Sur la rama oriental de la herradura se continuaba con la meseta central del Sinaí, donde estaban los sudafricanos. Afortunadamente el paso era tan estrecho que resultaba inexpugnable mientras los paracaidistas tuviesen apoyo artillero y quedase munición para las armas automáticas.
Pero entonces llegó el viento. Un viento seco y abrasador que transportaba nubes de arena que se metía por todos los orificios. Una arena que ocultaba a los enemigos hasta que llegaban casi encima de las posiciones alemanas. Una arena que permitió que el último ataque sudafricano superase a los paracaidistas, que no vieron a sus enemigos hasta que cayeron sobre sus trincheras. Tras un combate cuerpo a cuerpo, con bayonetas, palas de combate y bombas de mano, los alemanes tuvieron que retroceder, abandonando el brazo oriental de la U a sus enemigos.
A media mañana Bräuer había perdido tres cuartas partes de su posición, y había tenido que volar sus dos últimos tanques y retirarse a la pequeña meseta Norte, una planicie más o menos triangular de unos 400 m de ancho. El acceso a la meseta norte era muy estrecho, y los paracaidistas pudieron frenar a los sudafricanos con facilidad, pero los morteros enemigos batían la posición alemana. Los soldados de Bräuer no solo habían gastado casi toda su munición, sino que habían perdido sus reservas de agua.
Bräuer intentó contactar por radio, pero el éter crepitaba de estática. Decidió que su posición era insostenible. Podría resistir a lo sumo hasta la noche siguiente. Si no recibía auxilio, ordenaría a sus hombres que se dispersasen y que tratasen de alcanzar las líneas propias. El coronel se quedaría con los heridos.
Dora + 3, 9:30
En lo alto del Paso del Mitla los alemanes estaban sufriendo un nuevo asalto británico, peor si cabe que los precedentes.
Durante los dos días previos los ataques aéreos y el fuego de la artillería dirigido por los paracaidistas habían conseguido bloquear la carretera que serpenteaba por el fondo del paso. Pero los sudafricanos habían ascendido a las colinas situadas al Sur de la pista, y habían avanzado por ellas hasta ocupar los cerros que, al otro lado de un cauce seco, dominaban la posición alemana. Tras emplazar morteros y cañones de montaña habían atacado a los soldados alemanes, que habían tenido que retirarse de las laderas Este y Sur del cerro. Los continuos ataques habían agotado gran parte de la munición de los paracaidistas.
Los alemanes ya solo conservaban la cima de un cerro, que sería llamado en lo sucesivo la montaña de de los paracaidistas. Era una meseta que escondía un pequeño barranco, formando una especie de herradura abierta al Sur, con una pequeña meseta justo al Norte, como una mesa auxiliar. Un estrecho collado unía las dos mesetas. Las paredes de la montaña eran casi verticales, pero la muralla de roca ofrecía dos brechas al atacante. Al norte la pequeña meseta se prolongaba en una arista redondeada por la que había subido Barkmann la primera noche. Al Sur la rama oriental de la herradura se continuaba con la meseta central del Sinaí, donde estaban los sudafricanos. Afortunadamente el paso era tan estrecho que resultaba inexpugnable mientras los paracaidistas tuviesen apoyo artillero y quedase munición para las armas automáticas.
Pero entonces llegó el viento. Un viento seco y abrasador que transportaba nubes de arena que se metía por todos los orificios. Una arena que ocultaba a los enemigos hasta que llegaban casi encima de las posiciones alemanas. Una arena que permitió que el último ataque sudafricano superase a los paracaidistas, que no vieron a sus enemigos hasta que cayeron sobre sus trincheras. Tras un combate cuerpo a cuerpo, con bayonetas, palas de combate y bombas de mano, los alemanes tuvieron que retroceder, abandonando el brazo oriental de la U a sus enemigos.
A media mañana Bräuer había perdido tres cuartas partes de su posición, y había tenido que volar sus dos últimos tanques y retirarse a la pequeña meseta Norte, una planicie más o menos triangular de unos 400 m de ancho. El acceso a la meseta norte era muy estrecho, y los paracaidistas pudieron frenar a los sudafricanos con facilidad, pero los morteros enemigos batían la posición alemana. Los soldados de Bräuer no solo habían gastado casi toda su munición, sino que habían perdido sus reservas de agua.
Bräuer intentó contactar por radio, pero el éter crepitaba de estática. Decidió que su posición era insostenible. Podría resistir a lo sumo hasta la noche siguiente. Si no recibía auxilio, ordenaría a sus hombres que se dispersasen y que tratasen de alcanzar las líneas propias. El coronel se quedaría con los heridos.
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Polvo y fuego
Dora + 3, 9:30
En el puesto de mando del general Rommel, que había sido trasladado a la orilla Este del Canal, cundía la preocupación. La tempestad de viento y arena impedía operar a los aviones, y el flanco Norte de la cabeza de puente estaba casi abierto a los ataques ingleses. Al Sur, en el Paso de Mitla, los paracaidistas estaban en las últimas.
La buena noticia era que, por fin, los primeros elementos de su antigua división, la 7ª Panzer, estaba comenzando a cruzar el Canal. El cruce de los carros de combate se demoraría aun unas horas, pero habían pasado ya dos regimientos de infantería y el batallón antitanque, que se estaban fortificando junto a los puentes. La mala noticia es que los cañones de la 7ª Panzer eran los ineficaces Pak 36 de 37 mm, y solo había unos pocos de los nuevos Pak 38 de 50 mm, en los que tampoco se podía confiar mucho, ya que solo podían perforar la pesada coraza de los tanques Matilda a corta distancia.
Rommel estaba reunido con el general Von Funk, al mando de la 7ª Panzer, discutiendo el despliegue de su división, cuando llegó otro alto oficial: el general Von Loeper, al mando de la 10ª División Motorizada. Rommel lo estudió con cara de disgusto y dijo:
—General ¿Que hace aquí? ¿No tendría que estar intentando conectar con los paracaidistas?
—General Rommel, llevo toda la noche intentando contactar con usted, pero la radio no funciona. Creo que sé cómo liberar al coronel Bräuer y sus hombres.
Rommel moderó su expresión mientras Von Loeper seguía—: Ayer estuve reconociendo el terreno con una avioneta, y lamentablemente el acceso directo a la posición del regimiento de Bräuer es casi imposible. Aunque parezca que están cerca, entre su posición y la nuestra hay una colina surcada por barrancos secos que parecen un laberinto de trincheras. Allí es donde se ha fortificado la brigada neozelandesa. Si ataco a los neozelandeses los derrotaré, especialmente si cuento con el apoyo de los cañones de asalto, pero me costará perder media división y, sobre todo, tardaré más tiempo de lo que podrá resistir Bräuer.
—¿Cómo pretende llegar hasta Bräuer si no puede hacerlo por el Paso? —preguntó Rommel.
—General, ayer reconocí el terreno desde una avioneta Storch, buscando otros accesos. La meseta al Sur de la posición de los paracaidistas, aunque parezca maciza, está cortada por varios barrancos secos que permitirían ascender a soldados con equipo ligero. Por desgracia los sudafricanos ocuparon esa meseta ayer y probablemente estén vigilando esos barrancos. Pero más al Sur encontré otra alternativa. Mire, por favor —señaló un punto del mapa. Von Loeper siguió—: Algo al Sur del Paso de Mitla hay un cauce seco que parece bastante amplio. En el mapa solo se indica que por ahí había una ruta caravanera, pero el terreno parece apto para los carros de combate. Si atacásemos aquí —señaló la costa del Golfo de Suez, donde aun resistían los restos de la 16ª Brigada Australiana— una columna motorizada podría seguir quince kilómetros hacia el Sur, y luego subir por la ruta caravanera hacia el Noroeste, rodeando el paso de Mitla y rodeando a los sudafricanos. Entonces sería cuando se podría lanzar el ataque frontal.
Rommel revisó el mapa y preguntó—: Aquí marca algo ¿es una aldea?
Von Loeper respondió—: Estuve preguntando. Según el mapa es el castillo de Gindi pero por lo visto aquí lo llaman castillo de Saladino. Lo construyó durante las cruzadas.
—Saladino, las cruzadas… curioso. No somos los primeros en guerrear aquí —Rommel meditó sus opciones y se decidió—: La maniobra que propone parece razonable ¿Podrá hacerlo con su división?
—General, solo dispongo como elementos móviles de unos pocos coches de reconocimiento y de los StuG, y necesito los cañones de asalto para apoyar a mi infantería.
Rommel meditó durante unos segundos. Fraccionar una división era muy poco ortodoxo pero ¿no era esa la esencia de los Kampfgruppen? Se volvió hacia Von Funk y dijo—. Pues tendrá que hacerlo usted. Necesitaré que traiga sus tanques aquí cuanto antes, pero formará una columna con una compañía de carros, otra de reconocimiento y un batallón de infantería mecanizado, y los enviará por la ruta de las caravanas. Usted, Loeper, deberá apoyarles. No deseo enviar los tanques de Funk a una trampa.
Los dos generales se retiraron, oyendo como Rommel hablaba solo—: Pero antes de liberar a Bräuer tendremos que derrotar a los tanques ingleses. Sé que están allí, porque si yo fuese Wavell, estaría atacando en este mismo momento.
El estruendo del viento no les dejaba oír los estampidos de los cañones.
Dora + 3, 9:30
En el puesto de mando del general Rommel, que había sido trasladado a la orilla Este del Canal, cundía la preocupación. La tempestad de viento y arena impedía operar a los aviones, y el flanco Norte de la cabeza de puente estaba casi abierto a los ataques ingleses. Al Sur, en el Paso de Mitla, los paracaidistas estaban en las últimas.
La buena noticia era que, por fin, los primeros elementos de su antigua división, la 7ª Panzer, estaba comenzando a cruzar el Canal. El cruce de los carros de combate se demoraría aun unas horas, pero habían pasado ya dos regimientos de infantería y el batallón antitanque, que se estaban fortificando junto a los puentes. La mala noticia es que los cañones de la 7ª Panzer eran los ineficaces Pak 36 de 37 mm, y solo había unos pocos de los nuevos Pak 38 de 50 mm, en los que tampoco se podía confiar mucho, ya que solo podían perforar la pesada coraza de los tanques Matilda a corta distancia.
Rommel estaba reunido con el general Von Funk, al mando de la 7ª Panzer, discutiendo el despliegue de su división, cuando llegó otro alto oficial: el general Von Loeper, al mando de la 10ª División Motorizada. Rommel lo estudió con cara de disgusto y dijo:
—General ¿Que hace aquí? ¿No tendría que estar intentando conectar con los paracaidistas?
—General Rommel, llevo toda la noche intentando contactar con usted, pero la radio no funciona. Creo que sé cómo liberar al coronel Bräuer y sus hombres.
Rommel moderó su expresión mientras Von Loeper seguía—: Ayer estuve reconociendo el terreno con una avioneta, y lamentablemente el acceso directo a la posición del regimiento de Bräuer es casi imposible. Aunque parezca que están cerca, entre su posición y la nuestra hay una colina surcada por barrancos secos que parecen un laberinto de trincheras. Allí es donde se ha fortificado la brigada neozelandesa. Si ataco a los neozelandeses los derrotaré, especialmente si cuento con el apoyo de los cañones de asalto, pero me costará perder media división y, sobre todo, tardaré más tiempo de lo que podrá resistir Bräuer.
—¿Cómo pretende llegar hasta Bräuer si no puede hacerlo por el Paso? —preguntó Rommel.
—General, ayer reconocí el terreno desde una avioneta Storch, buscando otros accesos. La meseta al Sur de la posición de los paracaidistas, aunque parezca maciza, está cortada por varios barrancos secos que permitirían ascender a soldados con equipo ligero. Por desgracia los sudafricanos ocuparon esa meseta ayer y probablemente estén vigilando esos barrancos. Pero más al Sur encontré otra alternativa. Mire, por favor —señaló un punto del mapa. Von Loeper siguió—: Algo al Sur del Paso de Mitla hay un cauce seco que parece bastante amplio. En el mapa solo se indica que por ahí había una ruta caravanera, pero el terreno parece apto para los carros de combate. Si atacásemos aquí —señaló la costa del Golfo de Suez, donde aun resistían los restos de la 16ª Brigada Australiana— una columna motorizada podría seguir quince kilómetros hacia el Sur, y luego subir por la ruta caravanera hacia el Noroeste, rodeando el paso de Mitla y rodeando a los sudafricanos. Entonces sería cuando se podría lanzar el ataque frontal.
Rommel revisó el mapa y preguntó—: Aquí marca algo ¿es una aldea?
Von Loeper respondió—: Estuve preguntando. Según el mapa es el castillo de Gindi pero por lo visto aquí lo llaman castillo de Saladino. Lo construyó durante las cruzadas.
—Saladino, las cruzadas… curioso. No somos los primeros en guerrear aquí —Rommel meditó sus opciones y se decidió—: La maniobra que propone parece razonable ¿Podrá hacerlo con su división?
—General, solo dispongo como elementos móviles de unos pocos coches de reconocimiento y de los StuG, y necesito los cañones de asalto para apoyar a mi infantería.
Rommel meditó durante unos segundos. Fraccionar una división era muy poco ortodoxo pero ¿no era esa la esencia de los Kampfgruppen? Se volvió hacia Von Funk y dijo—. Pues tendrá que hacerlo usted. Necesitaré que traiga sus tanques aquí cuanto antes, pero formará una columna con una compañía de carros, otra de reconocimiento y un batallón de infantería mecanizado, y los enviará por la ruta de las caravanas. Usted, Loeper, deberá apoyarles. No deseo enviar los tanques de Funk a una trampa.
Los dos generales se retiraron, oyendo como Rommel hablaba solo—: Pero antes de liberar a Bräuer tendremos que derrotar a los tanques ingleses. Sé que están allí, porque si yo fuese Wavell, estaría atacando en este mismo momento.
El estruendo del viento no les dejaba oír los estampidos de los cañones.
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Sangre y arena
Dora + 4, 10:10
La historia del 4º Queen's Own Hussars, o húsares de la Reina, era larga y distinguida, y en sus filas había servido un joven teniente llamado Winston Churchill, que era ahora su coronel honorario. De nuevo el regimiento podría ganar nuevos honores, pues era el que encabezaba la contraofensiva inglesa. Aunque había perdido un batallón en Grecia y otro seguía en Creta, el regimiento había sido reconstituido basándose en su tercer batallón, reequipado tanques norteamericanos, los ligeros M3, que tenían el nombre oficial de Stuart por el general de la caballería confederada de la Guerra Civil Norteamericana.
Los tanquistas no estaban muy satisfechos con su nuevo carro de combate. Al contrario que los tanques ingleses, era muy fiable y soportaba largas marchas sin averiarse. Su eficaz suspensión hacía que los carristas ingleses, acostumbrados al traqueteo de los Matilda, hubiesen apodado al nuevo tanque “Honey”, es decir, dulzura. También era rápido, tanto como los tanques de crucero británicos cuando funcionaban bien. Pero no tenía muchas más virtudes. Su coraza era bastante más delgada que la de los Matilda a los que reemplazaba, estaba armado con un cañón de 37 mm tan poco potente que los norteamericanos lo llamaban “rifle de cazar ardillas”, y a algún ingeniero genial no se le había ocurrido poner tanques de gasolina grandes, y el tanque tenía que repostar cada dos por tres.
Pero no se combate con lo que se quiere sino con lo que se tiene. Además la velocidad de los nuevos tanques les permitiría plantarse en la orilla del Canal antes que los alemanes pudiesen reaccionar. Si tan solo parase ese viento… El viento sur proyectaba la arena contra la cara de los tripulantes, que intentaban resguardarse de la miríada de pequeños proyectiles. Por eso no vieron venir los otros proyectiles hasta que fue demasiado tarde.
Seiscientos metros más allá los artilleros del Mayor Bach intentaban vislumbrar algo. Parecía que el viento estaba aminorando su fuerza y la nube de polvo no era homogénea. Mientras que a veces solo permitía ver a unos pocos metros, otras veces levantaba ofreciendo miles de metros de campo de arena prístino al observador. Eso ocurrió cuando una ráfaga de aire apartó el polvo y de repente Bach vio decenas de tanques casi al frente de su posición. El mayor comprendió que los tanques enemigos estaban tripulados por novatos: habían seguido el trazado de la pista aunque en ese terreno los tanques podían ir por cualquier parte. Peor para ellos.
Uno tras otro los seis grandes cañones dispararon. Un tremendo fogonazo surgía de sus bocas, y décimas de segundo después un tanque se detenía y empezaba a humear, cuando no estallaba como una bomba. Otros tanques ardían lanzando chorros de llamas y humo negro por sus escotillas, formando anillos de humo que enorgullecerían a un fumador pero que delataban la explosión de la munición dentro del tanque. Los tripulantes que podían saltaban y se apartaban de sus tanques incendiados, intentando esquivar el fuego de las ametralladoras y morteros alemanes.
En pocos minutos una decena de tanques había sido destruida, y el resto trataba de retirarse a la nube de polvo. Unos pocos intentaron rodear la posición de Bach por su izquierda, pero ahí se encontraron con los cañones de 37 mm. Las corazas de los Stuart podían resistir los pequeños proyectiles, pero los tanques recibían un cañonazo tras otro mientras ellos regaban ineficazmente las posiciones alemanas con sus ametralladoras. Tras perder dos tanques más cuando los proyectiles de 37 mm encontraron puntos débiles, los Stuart se retiraron.
Bach observó otro grupo de tanques que salía entre el polvo. Eran de tipo nuevo, parecido a los anteriores tanques de crucero ingleses, pero más alargados y achaparrados. Los ochenta y ocho volvieron a disparar. Bach oteaba con sus prismáticos cuando el cañón que tenía a su derecha se conmocionó. El mayor corrió hacia él, viendo que dos de los artilleros se retorcían en el suelo. En el escudo del cañón se abría un agujero irregular donde un cañonazo inglés lo había alcanzado. Bach sustituyó a uno de los caídos y siguió cargando proyectiles en el cañón. Afortunadamente los ingleses seguían sin tener proyectiles explosivos.
Los tanques que quedaban indemnes se retiraron, pero solo para dar paso a otra oleada de los ya conocidos Matilda. Los Matilda eran tanques lentos, mal armados, pero su coraza pesada los protegía de casi cualquier cañón antitanque. Salvo de los ochenta y ocho, que los atravesaban como si nada. Más tanques ingleses estallaron ante la línea alemana.
Bach empezaba a encontrar la situación irreal ¡los ingleses no podían estar tan locos! Estaban lanzando sus tanques contra una barrera de antitanques, sin preparación artillera ni apoyo de la infantería. Ni siquiera trataban de rodear su posición, sino que atacaban ciegamente contra los cañones, con el mismo valor que habían demostrado sus abuelos de la Brigada Ligera… y con la misma inutilidad.
Por fin empezó a llegar la infantería inglesa. Pero para entonces los hombres de Bach habían conseguido tender un enlace telefónico con la retaguardia, y la artillería empezó a disparar contra la nueva amenaza, aunque no tan rápidamente como para detener su avance. Los soldados enemigos siguieron aproximadamente, y casi tenían a los grandes cañones alemanes a su alcance, cuando titubearon y empezaron a retroceder.
Dora + 4, 10:10
La historia del 4º Queen's Own Hussars, o húsares de la Reina, era larga y distinguida, y en sus filas había servido un joven teniente llamado Winston Churchill, que era ahora su coronel honorario. De nuevo el regimiento podría ganar nuevos honores, pues era el que encabezaba la contraofensiva inglesa. Aunque había perdido un batallón en Grecia y otro seguía en Creta, el regimiento había sido reconstituido basándose en su tercer batallón, reequipado tanques norteamericanos, los ligeros M3, que tenían el nombre oficial de Stuart por el general de la caballería confederada de la Guerra Civil Norteamericana.
Los tanquistas no estaban muy satisfechos con su nuevo carro de combate. Al contrario que los tanques ingleses, era muy fiable y soportaba largas marchas sin averiarse. Su eficaz suspensión hacía que los carristas ingleses, acostumbrados al traqueteo de los Matilda, hubiesen apodado al nuevo tanque “Honey”, es decir, dulzura. También era rápido, tanto como los tanques de crucero británicos cuando funcionaban bien. Pero no tenía muchas más virtudes. Su coraza era bastante más delgada que la de los Matilda a los que reemplazaba, estaba armado con un cañón de 37 mm tan poco potente que los norteamericanos lo llamaban “rifle de cazar ardillas”, y a algún ingeniero genial no se le había ocurrido poner tanques de gasolina grandes, y el tanque tenía que repostar cada dos por tres.
Pero no se combate con lo que se quiere sino con lo que se tiene. Además la velocidad de los nuevos tanques les permitiría plantarse en la orilla del Canal antes que los alemanes pudiesen reaccionar. Si tan solo parase ese viento… El viento sur proyectaba la arena contra la cara de los tripulantes, que intentaban resguardarse de la miríada de pequeños proyectiles. Por eso no vieron venir los otros proyectiles hasta que fue demasiado tarde.
Seiscientos metros más allá los artilleros del Mayor Bach intentaban vislumbrar algo. Parecía que el viento estaba aminorando su fuerza y la nube de polvo no era homogénea. Mientras que a veces solo permitía ver a unos pocos metros, otras veces levantaba ofreciendo miles de metros de campo de arena prístino al observador. Eso ocurrió cuando una ráfaga de aire apartó el polvo y de repente Bach vio decenas de tanques casi al frente de su posición. El mayor comprendió que los tanques enemigos estaban tripulados por novatos: habían seguido el trazado de la pista aunque en ese terreno los tanques podían ir por cualquier parte. Peor para ellos.
Uno tras otro los seis grandes cañones dispararon. Un tremendo fogonazo surgía de sus bocas, y décimas de segundo después un tanque se detenía y empezaba a humear, cuando no estallaba como una bomba. Otros tanques ardían lanzando chorros de llamas y humo negro por sus escotillas, formando anillos de humo que enorgullecerían a un fumador pero que delataban la explosión de la munición dentro del tanque. Los tripulantes que podían saltaban y se apartaban de sus tanques incendiados, intentando esquivar el fuego de las ametralladoras y morteros alemanes.
En pocos minutos una decena de tanques había sido destruida, y el resto trataba de retirarse a la nube de polvo. Unos pocos intentaron rodear la posición de Bach por su izquierda, pero ahí se encontraron con los cañones de 37 mm. Las corazas de los Stuart podían resistir los pequeños proyectiles, pero los tanques recibían un cañonazo tras otro mientras ellos regaban ineficazmente las posiciones alemanas con sus ametralladoras. Tras perder dos tanques más cuando los proyectiles de 37 mm encontraron puntos débiles, los Stuart se retiraron.
Bach observó otro grupo de tanques que salía entre el polvo. Eran de tipo nuevo, parecido a los anteriores tanques de crucero ingleses, pero más alargados y achaparrados. Los ochenta y ocho volvieron a disparar. Bach oteaba con sus prismáticos cuando el cañón que tenía a su derecha se conmocionó. El mayor corrió hacia él, viendo que dos de los artilleros se retorcían en el suelo. En el escudo del cañón se abría un agujero irregular donde un cañonazo inglés lo había alcanzado. Bach sustituyó a uno de los caídos y siguió cargando proyectiles en el cañón. Afortunadamente los ingleses seguían sin tener proyectiles explosivos.
Los tanques que quedaban indemnes se retiraron, pero solo para dar paso a otra oleada de los ya conocidos Matilda. Los Matilda eran tanques lentos, mal armados, pero su coraza pesada los protegía de casi cualquier cañón antitanque. Salvo de los ochenta y ocho, que los atravesaban como si nada. Más tanques ingleses estallaron ante la línea alemana.
Bach empezaba a encontrar la situación irreal ¡los ingleses no podían estar tan locos! Estaban lanzando sus tanques contra una barrera de antitanques, sin preparación artillera ni apoyo de la infantería. Ni siquiera trataban de rodear su posición, sino que atacaban ciegamente contra los cañones, con el mismo valor que habían demostrado sus abuelos de la Brigada Ligera… y con la misma inutilidad.
Por fin empezó a llegar la infantería inglesa. Pero para entonces los hombres de Bach habían conseguido tender un enlace telefónico con la retaguardia, y la artillería empezó a disparar contra la nueva amenaza, aunque no tan rápidamente como para detener su avance. Los soldados enemigos siguieron aproximadamente, y casi tenían a los grandes cañones alemanes a su alcance, cuando titubearon y empezaron a retroceder.
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Como zorro en el gallinero
Dora + 4, 10:50
Tras efectuar un giro hacia el Norte, los tanques de Von Peter giraron hacia el Oeste, hasta encontrar gran cantidad de rastros en la arena: las huellas del paso de cientos de vehículos. Von Peter condujo su grupo hacia el Sur con precaución, temiendo chocar con fuerzas de retaguardia. Pronto las encontró.
Los tanques ingleses tenían muchas cualidades, pero la fiabilidad mecánica no era una de ellas. Los Matilda se movían con dos motores de autobús. Estando diseñados para mover vehículos civiles soportaban muy mal el esfuerzo de mover un tanque de veinticinco toneladas y cambiar continuamente de ritmo. Los tanques de crucero eran aun peores, y los novísimos Crusader, recibidos pocos días antes, no habían sido adaptados al desierto, y el polvo destruía sus motores.
La unidad de Von Peter empezó a encontrar tanques detenidos, cuyas dotaciones huían al ver llegar a los carros alemanes. Al principio los alemanes disparaban contra los tanques ingleses averiados hasta que ardían, pero al ver que no se defendían el mayor prefirió no gastar munición, encargando la tarea a la infantería montada. Tras volar unos pocos tanques más pensó que esos millones de libras desperdigadas por la arena podrían tener mejor provecho, por lo que ordenó que los infantes dañasen los trenes de rodaje pero que no destruyesen los tanques.
El kampfgruppe siguió las huellas inglesas hacia el Sur, cuando se encontró con un buen número de camiones. Esta vez los alemanes recibieron fuego de fusiles y ametralladoras, por lo que no se anduvieron con contemplaciones. Bajo el fuego de los Pz II y Pz IV los camiones ardieron uno tras otro, mientras la infantería, pillada en campo abierto, escapaba o simplemente arrojaba sus armas y se rendía.
Casi en el mismo momento los carros del Coronel Cramer cayeron contra flanco de los ingleses. Enfrentados a una línea de antitanques que parecía inexpugnable, atacados por detrás y por los flancos, los ingleses perdieron los nervios y empezaron a retirarse, primero ordenadamente pero, acosados por los tanques de Cramer, finalmente se desbandaron, escapando hacia el interior del Sinaí. Solo dos docenas de tanques pudieron volver al paso de Jatma.
El viento seguía amainando.
Dora + 4, 10:50
Tras efectuar un giro hacia el Norte, los tanques de Von Peter giraron hacia el Oeste, hasta encontrar gran cantidad de rastros en la arena: las huellas del paso de cientos de vehículos. Von Peter condujo su grupo hacia el Sur con precaución, temiendo chocar con fuerzas de retaguardia. Pronto las encontró.
Los tanques ingleses tenían muchas cualidades, pero la fiabilidad mecánica no era una de ellas. Los Matilda se movían con dos motores de autobús. Estando diseñados para mover vehículos civiles soportaban muy mal el esfuerzo de mover un tanque de veinticinco toneladas y cambiar continuamente de ritmo. Los tanques de crucero eran aun peores, y los novísimos Crusader, recibidos pocos días antes, no habían sido adaptados al desierto, y el polvo destruía sus motores.
La unidad de Von Peter empezó a encontrar tanques detenidos, cuyas dotaciones huían al ver llegar a los carros alemanes. Al principio los alemanes disparaban contra los tanques ingleses averiados hasta que ardían, pero al ver que no se defendían el mayor prefirió no gastar munición, encargando la tarea a la infantería montada. Tras volar unos pocos tanques más pensó que esos millones de libras desperdigadas por la arena podrían tener mejor provecho, por lo que ordenó que los infantes dañasen los trenes de rodaje pero que no destruyesen los tanques.
El kampfgruppe siguió las huellas inglesas hacia el Sur, cuando se encontró con un buen número de camiones. Esta vez los alemanes recibieron fuego de fusiles y ametralladoras, por lo que no se anduvieron con contemplaciones. Bajo el fuego de los Pz II y Pz IV los camiones ardieron uno tras otro, mientras la infantería, pillada en campo abierto, escapaba o simplemente arrojaba sus armas y se rendía.
Casi en el mismo momento los carros del Coronel Cramer cayeron contra flanco de los ingleses. Enfrentados a una línea de antitanques que parecía inexpugnable, atacados por detrás y por los flancos, los ingleses perdieron los nervios y empezaron a retirarse, primero ordenadamente pero, acosados por los tanques de Cramer, finalmente se desbandaron, escapando hacia el interior del Sinaí. Solo dos docenas de tanques pudieron volver al paso de Jatma.
El viento seguía amainando.
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Saladino
Dora + 4, 12:10
Al Sur de Suez la 16ª Brigada australiana había podido retirarse ordenadamente del Canal, pero tenía que cubrir un frente de veinte kilómetros. Enfrentado a una tarea imposible, el brigadier Eather decidió acercar sus tropas a la brigada neozelandesa en la base del Paso de Mitla, cubriendo la franja costera con patrullas y el fuego de sus cañones.
Pero el chamsín, que había ocultado el ataque inglés del norte, también escondió a una sección de motocicletas que recorrió la carretera costera, sin encontrar oposición. Tras las motos pasó una compañía de carros blindados y de semiorugas, y luego una compañía de tanques ligeros. Mientras un batallón de la 20ª Motorizada protegía la carretera costera, la columna alemana avanzó sin oposición hasta llegar a Ras Sedr, un pequeño pueblo de pescadores. Allí se desvió hacia el interior, donde un valle reseco, el wadi Sedr, se abría entre las montañas.
La sección de motoristas avanzó por el camino que seguía el cauce seco del barranco. Apenas era apto para animales, y las motos iban saltando entre las piedras. Tras ellos los carros blindados se dieron por vencidos, y solo pudieron seguir los semiorugas y la compañía Panzer. Pero tras los primeros kilómetros el terreno se fue suavizando. El viento también amainaba.
Poco después los motoristas pararon sus vehículos e hicieron señales. Indicaban una pequeña aldea, unas pocas construcciones de adobe agrupadas alrededor de una pequeña mezquita. Más atrás ya el polvo en suspensión, más tenue, permitía ver el cerro en cuya cima estaban las ruinas del castillo de Saladino.
—Teniente Nüsslein, creo que ahí hay algo.
El teniente tomó sus prismáticos y estudió con cuidado las casuchas— ¿Qué ha visto, cabo Braun?
—Nada, teniente. Pero en todos estos pueblos tienen ganado, perros, hay niños corriendo, y yo ahí no veo nada. No me gusta.
Nüsslein pensó que podían ser solo imaginaciones, pero el cabo era un veterano. Aunque el coronel les hubiese metido prisa, los que se estaban jugando el pellejo eran ellos. Sería mejor perder unos minutos.
—Cabo, tome su escuadra y siga por el barranco. Acérquese a la aldeaa ver que encuentra.
Los hombres se alejaron mientras el teniente seguía vigilando. Entonces un movimiento captó su atención, y Nüsslein vio una especie de tronco que asomaba por la ventana de una de las chabolas. El teniente disparó su pistola para alertar al cabo y gritó—: ¡Braun, vuelva! ¡Es una trampa!
Los hombres de Braun se tiraron a tierra e inmediatamente después se escuchó el repiqueteo característico de una ametralladora Vickers. Los alemanes, refugiados en el cauce seco, estaban protegidos, pero no podían moverse. Nüsslein pensó que tampoco podía haber demasiados ingleses, ya que no había visto señales de camiones ni de coches. Probablemente se trataba solo de un puesto de vigilancia enemigo. Tomó su moto y volvió hasta encontrarse con los tanques. Tras hablar con el teniente Schachner, los Pz II rugieron y se lanzaron contra el poblado.
La ametralladora Vickers disparó una larga ráfaga contra el tanque de cabeza, pero las balas rebotaron en la coraza. El tanque respondió con su cañón de 20 mm, deshaciendo la pared de adobe. Unos pocos soldados ingleses salieron corriendo y montaron en un par de coches que estaban escondidos tras las casas, escapando.
El cabo Braun se reunió con el teniente—: Gracias por el aviso. De no ser por usted nos hubiesen frito.
—De nada, sargento. Vuelva a su moto.
—¿Quiere que demos caza a esos?
—No hace falta, sargento Braun —respondió el teniente—. Siga adelante como hasta ahora. Si esos tipos dan la alarma, pues que la den. Nosotros tenemos nuestra misión. Nos queda un buen trecho antes del anochecer.
Dora + 4, 12:10
Al Sur de Suez la 16ª Brigada australiana había podido retirarse ordenadamente del Canal, pero tenía que cubrir un frente de veinte kilómetros. Enfrentado a una tarea imposible, el brigadier Eather decidió acercar sus tropas a la brigada neozelandesa en la base del Paso de Mitla, cubriendo la franja costera con patrullas y el fuego de sus cañones.
Pero el chamsín, que había ocultado el ataque inglés del norte, también escondió a una sección de motocicletas que recorrió la carretera costera, sin encontrar oposición. Tras las motos pasó una compañía de carros blindados y de semiorugas, y luego una compañía de tanques ligeros. Mientras un batallón de la 20ª Motorizada protegía la carretera costera, la columna alemana avanzó sin oposición hasta llegar a Ras Sedr, un pequeño pueblo de pescadores. Allí se desvió hacia el interior, donde un valle reseco, el wadi Sedr, se abría entre las montañas.
La sección de motoristas avanzó por el camino que seguía el cauce seco del barranco. Apenas era apto para animales, y las motos iban saltando entre las piedras. Tras ellos los carros blindados se dieron por vencidos, y solo pudieron seguir los semiorugas y la compañía Panzer. Pero tras los primeros kilómetros el terreno se fue suavizando. El viento también amainaba.
Poco después los motoristas pararon sus vehículos e hicieron señales. Indicaban una pequeña aldea, unas pocas construcciones de adobe agrupadas alrededor de una pequeña mezquita. Más atrás ya el polvo en suspensión, más tenue, permitía ver el cerro en cuya cima estaban las ruinas del castillo de Saladino.
—Teniente Nüsslein, creo que ahí hay algo.
El teniente tomó sus prismáticos y estudió con cuidado las casuchas— ¿Qué ha visto, cabo Braun?
—Nada, teniente. Pero en todos estos pueblos tienen ganado, perros, hay niños corriendo, y yo ahí no veo nada. No me gusta.
Nüsslein pensó que podían ser solo imaginaciones, pero el cabo era un veterano. Aunque el coronel les hubiese metido prisa, los que se estaban jugando el pellejo eran ellos. Sería mejor perder unos minutos.
—Cabo, tome su escuadra y siga por el barranco. Acérquese a la aldeaa ver que encuentra.
Los hombres se alejaron mientras el teniente seguía vigilando. Entonces un movimiento captó su atención, y Nüsslein vio una especie de tronco que asomaba por la ventana de una de las chabolas. El teniente disparó su pistola para alertar al cabo y gritó—: ¡Braun, vuelva! ¡Es una trampa!
Los hombres de Braun se tiraron a tierra e inmediatamente después se escuchó el repiqueteo característico de una ametralladora Vickers. Los alemanes, refugiados en el cauce seco, estaban protegidos, pero no podían moverse. Nüsslein pensó que tampoco podía haber demasiados ingleses, ya que no había visto señales de camiones ni de coches. Probablemente se trataba solo de un puesto de vigilancia enemigo. Tomó su moto y volvió hasta encontrarse con los tanques. Tras hablar con el teniente Schachner, los Pz II rugieron y se lanzaron contra el poblado.
La ametralladora Vickers disparó una larga ráfaga contra el tanque de cabeza, pero las balas rebotaron en la coraza. El tanque respondió con su cañón de 20 mm, deshaciendo la pared de adobe. Unos pocos soldados ingleses salieron corriendo y montaron en un par de coches que estaban escondidos tras las casas, escapando.
El cabo Braun se reunió con el teniente—: Gracias por el aviso. De no ser por usted nos hubiesen frito.
—De nada, sargento. Vuelva a su moto.
—¿Quiere que demos caza a esos?
—No hace falta, sargento Braun —respondió el teniente—. Siga adelante como hasta ahora. Si esos tipos dan la alarma, pues que la den. Nosotros tenemos nuestra misión. Nos queda un buen trecho antes del anochecer.
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El momento
Dora + 4, 14:45
—Mariscal, es el general Rommel.
—Me pongo inmediatamente.
Los equipos de comunicaciones habían conseguido tender cables telefónicos por los puentes, y la comunicación se había hecho mucho más fluida. Las baterías de artillería que seguían en la orilla Oeste castigaban los objetivos que, tras acabar la tormenta, volvían a ser visibles.
—Erich, esta vez sí que los tenemos —dijo el general Rommel.
—Explícate, Erwin —dijo el mariscal.
—Hemos derrotado un contraataque inglés procedente del Norte. Nos hemos puesto en contacto con un kampfgruppe y nos ha dicho que el terreno está prácticamente libre. Quiero lanzar un ataque general hacia el Norte, en dirección a la costa, y hacia el interior, hacia el paso de Mitla. Pensaba evitar el paso de Giddi porque parece que está defendido por una unidad británica que todavía está entera.
—¿Te parece que es el momento?
—Sí, es el momento. Si esperamos, se reagruparán como pasó ayer.
—Si crees que es la ocasión, hazlo. Ataca como lo creas conveniente.
Dora + 4, 14:45
—Mariscal, es el general Rommel.
—Me pongo inmediatamente.
Los equipos de comunicaciones habían conseguido tender cables telefónicos por los puentes, y la comunicación se había hecho mucho más fluida. Las baterías de artillería que seguían en la orilla Oeste castigaban los objetivos que, tras acabar la tormenta, volvían a ser visibles.
—Erich, esta vez sí que los tenemos —dijo el general Rommel.
—Explícate, Erwin —dijo el mariscal.
—Hemos derrotado un contraataque inglés procedente del Norte. Nos hemos puesto en contacto con un kampfgruppe y nos ha dicho que el terreno está prácticamente libre. Quiero lanzar un ataque general hacia el Norte, en dirección a la costa, y hacia el interior, hacia el paso de Mitla. Pensaba evitar el paso de Giddi porque parece que está defendido por una unidad británica que todavía está entera.
—¿Te parece que es el momento?
—Sí, es el momento. Si esperamos, se reagruparán como pasó ayer.
—Si crees que es la ocasión, hazlo. Ataca como lo creas conveniente.
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Inesperado
Dora + 4, 15:50
El brigadier Hartshorn escuchaba los informes de sus subordinados: un esfuerzo más y podría acabar con los paracaidistas. Sus sudafricanos habían conseguido arrinconarlos en una pequeña meseta donde sus morteros los machacaban. La tormenta de polvo impedía que la artillería pesada alemana ayudase a los paracaidistas, impedía que volasen los temidos Stukas, y había cubierto la aproximación de sus soldados. Sin embargo el embate final, el asalto que tendría que haber acabado con los alemanes, había fracasado: sus hombres tenían que cruzar una estrecha cresta de tierra sobre la que los paracaidistas disparaban a ciegas, sabiendo que antes o después sus balas acabarían por morder carne.
Además el viento estaba amainando, y el brigadier temía que volviese la Luftwaffe. Tenía que destruirlos antes que acabase la tormenta. Si no conseguía derrotar a los paracaidistas de Mitla entre esa tarde y esa noche, dudaba que pudiese conseguirlo. Pero para eso necesitaba municiones. El polvo y la arena estaban impidiendo que la artillería sudafricana batiese la posición alemana con eficacia, y los morteros tenían que disparar a ciegas. Las municiones se consumían mucho más rápidamente de lo que había pensado y si se acababan las bombas de mortero tendría que suspender el asalto.
Hartshorn suponía que los alemanes no estaban mejor, y estaban disparando sus últimos cartuchos. Al estar cercados no podrían conseguir suministros, mientras que él tenía un flujo continuo de camiones que llegaban desde Aqaba. En cuanto reaprovisionase a sus morteros lanzaría el ataque definitivo. Pero el convoy se estaba retrasando. Entendía que con todo ese polvo no sería fácil orientarse, por lo que había enviado a un ayudante a buscarlos.
Mucho antes de lo que esperaba llegó el coche de su ayudante a toda velocidad, como si lo persiguiese alguien.
—Mayor Robijn ¿Ha encontrado los camiones?
—Mi general, no van a llegar. Tenemos a los alemanes detrás nuestro.
—¿Cómo dice?
—Mi general, el otro lado del paso está bloqueado. Cuando me acerqué empezaron a dispararme. Había tanques.
—¿Tanques? ¿Cómo han llegado allí? ¿Volando? Será como mucho alguna patrulla de reconocimiento —dijo el brigadier. Luego consideró sus opciones. No tenía municiones suficientes para garantizar la derrota de los paracaidistas, y mientras tuviese alemanes detrás tampoco las recibiría. Expulsar a esa patrulla de reconocimiento del paso de Mitla costaría muy poco. Decidió limpiar primero su retaguardia, y ya acabaría con los paracaidistas después.
Iba a dar las órdenes oportunas cuando se cruzó con un teniente y varios soldados que corrían gritando— ¡Estamos rodeados!
Dora + 4, 15:50
El brigadier Hartshorn escuchaba los informes de sus subordinados: un esfuerzo más y podría acabar con los paracaidistas. Sus sudafricanos habían conseguido arrinconarlos en una pequeña meseta donde sus morteros los machacaban. La tormenta de polvo impedía que la artillería pesada alemana ayudase a los paracaidistas, impedía que volasen los temidos Stukas, y había cubierto la aproximación de sus soldados. Sin embargo el embate final, el asalto que tendría que haber acabado con los alemanes, había fracasado: sus hombres tenían que cruzar una estrecha cresta de tierra sobre la que los paracaidistas disparaban a ciegas, sabiendo que antes o después sus balas acabarían por morder carne.
Además el viento estaba amainando, y el brigadier temía que volviese la Luftwaffe. Tenía que destruirlos antes que acabase la tormenta. Si no conseguía derrotar a los paracaidistas de Mitla entre esa tarde y esa noche, dudaba que pudiese conseguirlo. Pero para eso necesitaba municiones. El polvo y la arena estaban impidiendo que la artillería sudafricana batiese la posición alemana con eficacia, y los morteros tenían que disparar a ciegas. Las municiones se consumían mucho más rápidamente de lo que había pensado y si se acababan las bombas de mortero tendría que suspender el asalto.
Hartshorn suponía que los alemanes no estaban mejor, y estaban disparando sus últimos cartuchos. Al estar cercados no podrían conseguir suministros, mientras que él tenía un flujo continuo de camiones que llegaban desde Aqaba. En cuanto reaprovisionase a sus morteros lanzaría el ataque definitivo. Pero el convoy se estaba retrasando. Entendía que con todo ese polvo no sería fácil orientarse, por lo que había enviado a un ayudante a buscarlos.
Mucho antes de lo que esperaba llegó el coche de su ayudante a toda velocidad, como si lo persiguiese alguien.
—Mayor Robijn ¿Ha encontrado los camiones?
—Mi general, no van a llegar. Tenemos a los alemanes detrás nuestro.
—¿Cómo dice?
—Mi general, el otro lado del paso está bloqueado. Cuando me acerqué empezaron a dispararme. Había tanques.
—¿Tanques? ¿Cómo han llegado allí? ¿Volando? Será como mucho alguna patrulla de reconocimiento —dijo el brigadier. Luego consideró sus opciones. No tenía municiones suficientes para garantizar la derrota de los paracaidistas, y mientras tuviese alemanes detrás tampoco las recibiría. Expulsar a esa patrulla de reconocimiento del paso de Mitla costaría muy poco. Decidió limpiar primero su retaguardia, y ya acabaría con los paracaidistas después.
Iba a dar las órdenes oportunas cuando se cruzó con un teniente y varios soldados que corrían gritando— ¡Estamos rodeados!
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Alivio
Dora + 4, 16:20
Tras la tormenta aun quedaba gran cantidad de polvo en suspensión, pero situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas.
Un avión de reconocimiento Hs 126 despegó de un aeródromo al Este del Nilo y, tras cruzar el Canal, se dirigió hacia los cerros que lo dominaban. Luego descendió hasta divisar una meseta en la cual estallaban de vez en cuando los proyectiles. A pesar de ello varios soldados salieron y agitaron sus guerreras, saludando. El avión lanzó un marcador de humo.
Entonces llegaron los Savoia. Una docena de trimotores SM.81, aviones toscos, de aspecto obsoleto pero resistentes. Sobrevolaron uno a uno la meseta y abrieron la compuerta de bombas para lanzar su carga: grandes bloques de hielo. Luego un grupo de Junkers 52 se acercó y empezó a lanzar paquetes en paracaídas. Para entonces los antiaéreos ingleses ya habían afinado la puntería, y derribaron a tres de los aviones, dañando cinco más. Aunque la mayor parte de las cargas se dispersaron los paracaidistas pudieron recoger unas cuantas cajas de municiones.
Tras retirarse los trimotores la artillería alemana volvió a disparar. Dirigida por el Henschel de observación, los proyectiles cayeron en los emplazamientos de los morteros y en el collado que era la única parte accesible de la meseta.
A pesar de todo el esfuerzo, no era sino un alivio temporal. El coronel Bräuer pensaba que sus paracaidistas no podrían resistir una noche más. Entonces un soldado le llamó—: Coronel, venga.
El coronel corrió y vio varios paracaidistas que señalaban hacia el sur con alborozo. Bräuer tomó sus prismáticos y sonrió: los sudafricanos se retiraban.
Dora + 4, 16:20
Tras la tormenta aun quedaba gran cantidad de polvo en suspensión, pero situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas.
Un avión de reconocimiento Hs 126 despegó de un aeródromo al Este del Nilo y, tras cruzar el Canal, se dirigió hacia los cerros que lo dominaban. Luego descendió hasta divisar una meseta en la cual estallaban de vez en cuando los proyectiles. A pesar de ello varios soldados salieron y agitaron sus guerreras, saludando. El avión lanzó un marcador de humo.
Entonces llegaron los Savoia. Una docena de trimotores SM.81, aviones toscos, de aspecto obsoleto pero resistentes. Sobrevolaron uno a uno la meseta y abrieron la compuerta de bombas para lanzar su carga: grandes bloques de hielo. Luego un grupo de Junkers 52 se acercó y empezó a lanzar paquetes en paracaídas. Para entonces los antiaéreos ingleses ya habían afinado la puntería, y derribaron a tres de los aviones, dañando cinco más. Aunque la mayor parte de las cargas se dispersaron los paracaidistas pudieron recoger unas cuantas cajas de municiones.
Tras retirarse los trimotores la artillería alemana volvió a disparar. Dirigida por el Henschel de observación, los proyectiles cayeron en los emplazamientos de los morteros y en el collado que era la única parte accesible de la meseta.
A pesar de todo el esfuerzo, no era sino un alivio temporal. El coronel Bräuer pensaba que sus paracaidistas no podrían resistir una noche más. Entonces un soldado le llamó—: Coronel, venga.
El coronel corrió y vio varios paracaidistas que señalaban hacia el sur con alborozo. Bräuer tomó sus prismáticos y sonrió: los sudafricanos se retiraban.
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Orden más contraorden
Dora + 4, 16:20
En su cuartel general de El Arish el general Beresford-Peirse se enfurecía cada vez más ante los mensajes que estaban llegando a su puesto de mando.
Primero fue la 16ª Brigada australiana, que informó que había observado una columna alemana que se dirigía hacia el Sur siguiendo la costa. No sabía que pretendían los alemanes, pero si pensaban que por ahí iban a rodear su frente, iban dados, porque tendrían que dar un rodeo de 300 kilómetros para llegar al Golfo de Aqaba. De todas formas, era una buena ocasión de destruir a una unidad alemana, por lo que ordenó a los australianos que contraatacasen hacia el mar para cortarles la retirada.
Pero poco después había recibido un mensaje críptico enviado por el teniente coronel Sheppard, informando de que estaba fortificándose en el paso de Jatma. Sheppard estaba al mando del 4º Queen’s Own Hussars, uno de los regimientos de tanques de la brigada acorazada. Tenían que estar atacando a los alemanes ¿Qué hacían en Jatma?
La gota que colmó el vaso fue cuando el brigadier Inglis, al mando de la cuarta neozelandesa, le llamó para informar de un ataque masivo. Dijo que estaban siendo rodeados por los alemanes por el Sur y que la brigada sudafricana se estaba retirando. Beresford se puso como un basilisco: los neozelandeses no tendrían que tener problemas para resistir estando en posiciones naturales tan fuertes. Además, si se retiraban ¿qué pasaría con la brigada australiana? ¿Y qué hacían los sudafricanos? Sobre todo ¿qué pasaba con el contraataque de la brigada acorazada? Durante toda la mañana la tormenta de arena había cortado las comunicaciones radiales, pero ahora estaban recibiendo mensajes de unidades mucho más alejadas ¿por qué no contestaban los tanquistas? Estaba pasando algo raro y Beresford no se estaba enterando desde El Arish. Decidió acercarse al paso de Jatma y ver que ocurría. Así estaría más cerca de Mitla por si era preciso tomar alguna decisión.
Pero si algo disgustaba a Beresford-Peirse era que sus subordinados actuasen por su cuenta. Si lo hacían sin órdenes del mando sería imposible organizar nada. Por ello instruyó a su jefe de Estado Mayor para que se pusiese en contacto con todas las divisiones y brigadas y les transmitiese la orden de no efectuar ningún movimiento sin autorización expresa.
El general subió a su coche y se dirigió hacia la aldea de Hasana, con intención de desviarse hacia Jatma. Detrás le seguía otro coche y el camión de comunicaciones. Por suerte la tormenta de arena había pasado, el polvo se estaba depositando y la temperatura se había suavizado. Una capa de arena cubría el paisaje como una nevada pardusca, y los coches levantaban una gran polvareda, como la estela que un buque levanta en la mar. El coche del general se puso a la cabeza de la formación, siendo los otros los que tragaban polvo.
Dos mil metros más arriba el Oberleutnant Jabs estaba cansado tras cuatro días de combates continuos, con tres y cuatro salidas diarias. Había perdido ya la mitad de los aviones de la escuadrilla, y en la sala de oficiales había demasiadas sillas vacías. La tormenta de la mañana le había permitido descansar un poco, pero el dichoso viento no había sido capaz de aguantar hasta la noche, y había tenido que volver a salir.
Entonces el piloto vio la polvareda. Avisó a su piloto de protección y viró suavemente hasta tener el sol a su espalda. Mientras se acercaba al blanco pensó lo bueno que sería si este ataque fuese el último. Con esa idea en la cabeza quitó el seguro de los cañones, apuntó al vehículo de cabeza, apretó los gatillos de sus armas, y siguió disparando hasta que el ametrallador le gritó por el intercomunicador. Entonces Jabs despertó de su ensueño y tiró de la palanca, evitando estrellarse por unos pocos metros. El piloto de protección ametralló la nube de polvo, porque el coche atacado por Jabs ya no era sino una chatarra ardiente.
Dora + 4, 16:20
En su cuartel general de El Arish el general Beresford-Peirse se enfurecía cada vez más ante los mensajes que estaban llegando a su puesto de mando.
Primero fue la 16ª Brigada australiana, que informó que había observado una columna alemana que se dirigía hacia el Sur siguiendo la costa. No sabía que pretendían los alemanes, pero si pensaban que por ahí iban a rodear su frente, iban dados, porque tendrían que dar un rodeo de 300 kilómetros para llegar al Golfo de Aqaba. De todas formas, era una buena ocasión de destruir a una unidad alemana, por lo que ordenó a los australianos que contraatacasen hacia el mar para cortarles la retirada.
Pero poco después había recibido un mensaje críptico enviado por el teniente coronel Sheppard, informando de que estaba fortificándose en el paso de Jatma. Sheppard estaba al mando del 4º Queen’s Own Hussars, uno de los regimientos de tanques de la brigada acorazada. Tenían que estar atacando a los alemanes ¿Qué hacían en Jatma?
La gota que colmó el vaso fue cuando el brigadier Inglis, al mando de la cuarta neozelandesa, le llamó para informar de un ataque masivo. Dijo que estaban siendo rodeados por los alemanes por el Sur y que la brigada sudafricana se estaba retirando. Beresford se puso como un basilisco: los neozelandeses no tendrían que tener problemas para resistir estando en posiciones naturales tan fuertes. Además, si se retiraban ¿qué pasaría con la brigada australiana? ¿Y qué hacían los sudafricanos? Sobre todo ¿qué pasaba con el contraataque de la brigada acorazada? Durante toda la mañana la tormenta de arena había cortado las comunicaciones radiales, pero ahora estaban recibiendo mensajes de unidades mucho más alejadas ¿por qué no contestaban los tanquistas? Estaba pasando algo raro y Beresford no se estaba enterando desde El Arish. Decidió acercarse al paso de Jatma y ver que ocurría. Así estaría más cerca de Mitla por si era preciso tomar alguna decisión.
Pero si algo disgustaba a Beresford-Peirse era que sus subordinados actuasen por su cuenta. Si lo hacían sin órdenes del mando sería imposible organizar nada. Por ello instruyó a su jefe de Estado Mayor para que se pusiese en contacto con todas las divisiones y brigadas y les transmitiese la orden de no efectuar ningún movimiento sin autorización expresa.
El general subió a su coche y se dirigió hacia la aldea de Hasana, con intención de desviarse hacia Jatma. Detrás le seguía otro coche y el camión de comunicaciones. Por suerte la tormenta de arena había pasado, el polvo se estaba depositando y la temperatura se había suavizado. Una capa de arena cubría el paisaje como una nevada pardusca, y los coches levantaban una gran polvareda, como la estela que un buque levanta en la mar. El coche del general se puso a la cabeza de la formación, siendo los otros los que tragaban polvo.
Dos mil metros más arriba el Oberleutnant Jabs estaba cansado tras cuatro días de combates continuos, con tres y cuatro salidas diarias. Había perdido ya la mitad de los aviones de la escuadrilla, y en la sala de oficiales había demasiadas sillas vacías. La tormenta de la mañana le había permitido descansar un poco, pero el dichoso viento no había sido capaz de aguantar hasta la noche, y había tenido que volver a salir.
Entonces el piloto vio la polvareda. Avisó a su piloto de protección y viró suavemente hasta tener el sol a su espalda. Mientras se acercaba al blanco pensó lo bueno que sería si este ataque fuese el último. Con esa idea en la cabeza quitó el seguro de los cañones, apuntó al vehículo de cabeza, apretó los gatillos de sus armas, y siguió disparando hasta que el ametrallador le gritó por el intercomunicador. Entonces Jabs despertó de su ensueño y tiró de la palanca, evitando estrellarse por unos pocos metros. El piloto de protección ametralló la nube de polvo, porque el coche atacado por Jabs ya no era sino una chatarra ardiente.
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Capítulo 24. Decisión
Romper el cerrojo
21 de Mayo de 1941, 4:15
En las estribaciones del Paso de Mitla el general Mackay obedecía la orden de mantenerse. Sus tropas, formadas por los remanentes de la 4ª brigada neozelandesa y de los restos de la 6ª División australiana, mantenían un precario contacto con la 6ª División Británica, que defendía el cercano paso de Giddi. Pero tras los cuatro días de continuos bombardeos habían llenado las trincheras muertos y heridos, se había agotado el agua y escaseaban las municiones.
Poco antes del amanecer los cañones volvieron a tronar sobre las torturadas laderas. Pero esta vez ya no se trataba de un asalto improvisado sino de una operación metódica, en la que se habían calculado con precisión la coordinación entre las diferentes armas. Tras el primer bombardeo el Regimiento de Infantería 85 atacó las colinas al norte del paso: un batallón las rodeó por el norte, cortando las comunicaciones de los australianos con la 6ª división británica, mientras otro asaltaba las posiciones de las colinas.
Toda la artillería alemana y parte de la italiana apoyaba el asalto, martilleando a los escasos defensores con toneladas de acero y explosivos. Tras la barrera avanzaban la infantería alemana. Sus soldados, veteranos de innumerables batallas, sabían que tenían que acercarse lo más posible a los proyectiles que caían, incluso corriendo el riesgo de ser heridos, para saltar sobre las posiciones enemigas en el corto instante de aturdimiento tras el paso de la barrera de artillería. Una tras otra las posiciones fueron asaltadas, y cuarenta minutos después los primeros soldados alemanes coronaban la cima de las colinas y se asomaban a la disputada carretera que entraba en el Paso de Mitla. Unos pocos australianos corrieron a reunirse con los neozelandeses, pero la mayor parte se rindieron.
Entonces fue el turno del flanco sur. Tras un nuevo bombardeo artillero, al que se sumaron los bombarderos en picado Stuka, el regimiento 41 atacó a la 16ª Brigada Australiana, que se vio obligada a replegarse hacia las posiciones neozelandesas.
Finalmente se inició el ataque contra los neozelandeses, que tras cuatro días de tenaz resistencia se habían ganado el respeto de sus enemigos. Pero esta vez estaban sometidos al fuego de cien cañones, eran bombardeados continuamente por los aviones, y el regimiento atacante disponía de apoyo acorazado. Ya no quedaba munición para los cañones antitanques, y Mackay vio como los achaparrados cañones de asalto StuG-III se acercaban a sus posiciones.
Con técnica bien aprendida los infantes alemanes fueron reduciendo los últimos núcleos de resistencia neozelandeses uno a uno: tras localizar cada punto fuerte la artillería lo bombardeaba y lo aislaba, mientras que la infantería lo flanqueaba. Luego un StuG-III se acercaba y lo cañoneaba a bocajarro, y si seguía la resistencia, los zapadores usaban cargas de explosivos y lanzallamas. Pero este extremo pocas veces fue necesario: cada vez más frecuentemente los neozelandeses tiraban sus armas y levantaban los brazos. Finalmente un grupo de tanques y de semiorugas alemanes superó el bloqueo de la carretera y, siguiendo la ruta recorrida por Barkmann la primera noche, liberó a los paracaidistas tras cinco días de asedio.
Comprendiendo que cualquier resistencia posterior era inútil el general Mackay ordenó destruir los libros de códigos y deponer las armas.
El Paso de Mitla estaba abierto.
Romper el cerrojo
21 de Mayo de 1941, 4:15
En las estribaciones del Paso de Mitla el general Mackay obedecía la orden de mantenerse. Sus tropas, formadas por los remanentes de la 4ª brigada neozelandesa y de los restos de la 6ª División australiana, mantenían un precario contacto con la 6ª División Británica, que defendía el cercano paso de Giddi. Pero tras los cuatro días de continuos bombardeos habían llenado las trincheras muertos y heridos, se había agotado el agua y escaseaban las municiones.
Poco antes del amanecer los cañones volvieron a tronar sobre las torturadas laderas. Pero esta vez ya no se trataba de un asalto improvisado sino de una operación metódica, en la que se habían calculado con precisión la coordinación entre las diferentes armas. Tras el primer bombardeo el Regimiento de Infantería 85 atacó las colinas al norte del paso: un batallón las rodeó por el norte, cortando las comunicaciones de los australianos con la 6ª división británica, mientras otro asaltaba las posiciones de las colinas.
Toda la artillería alemana y parte de la italiana apoyaba el asalto, martilleando a los escasos defensores con toneladas de acero y explosivos. Tras la barrera avanzaban la infantería alemana. Sus soldados, veteranos de innumerables batallas, sabían que tenían que acercarse lo más posible a los proyectiles que caían, incluso corriendo el riesgo de ser heridos, para saltar sobre las posiciones enemigas en el corto instante de aturdimiento tras el paso de la barrera de artillería. Una tras otra las posiciones fueron asaltadas, y cuarenta minutos después los primeros soldados alemanes coronaban la cima de las colinas y se asomaban a la disputada carretera que entraba en el Paso de Mitla. Unos pocos australianos corrieron a reunirse con los neozelandeses, pero la mayor parte se rindieron.
Entonces fue el turno del flanco sur. Tras un nuevo bombardeo artillero, al que se sumaron los bombarderos en picado Stuka, el regimiento 41 atacó a la 16ª Brigada Australiana, que se vio obligada a replegarse hacia las posiciones neozelandesas.
Finalmente se inició el ataque contra los neozelandeses, que tras cuatro días de tenaz resistencia se habían ganado el respeto de sus enemigos. Pero esta vez estaban sometidos al fuego de cien cañones, eran bombardeados continuamente por los aviones, y el regimiento atacante disponía de apoyo acorazado. Ya no quedaba munición para los cañones antitanques, y Mackay vio como los achaparrados cañones de asalto StuG-III se acercaban a sus posiciones.
Con técnica bien aprendida los infantes alemanes fueron reduciendo los últimos núcleos de resistencia neozelandeses uno a uno: tras localizar cada punto fuerte la artillería lo bombardeaba y lo aislaba, mientras que la infantería lo flanqueaba. Luego un StuG-III se acercaba y lo cañoneaba a bocajarro, y si seguía la resistencia, los zapadores usaban cargas de explosivos y lanzallamas. Pero este extremo pocas veces fue necesario: cada vez más frecuentemente los neozelandeses tiraban sus armas y levantaban los brazos. Finalmente un grupo de tanques y de semiorugas alemanes superó el bloqueo de la carretera y, siguiendo la ruta recorrida por Barkmann la primera noche, liberó a los paracaidistas tras cinco días de asedio.
Comprendiendo que cualquier resistencia posterior era inútil el general Mackay ordenó destruir los libros de códigos y deponer las armas.
El Paso de Mitla estaba abierto.
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Campo abierto
21 de Mayo de 1941, 11:20
En la franja costera la 15ª División Panzer había reiniciado su avance hacia el Norte. Avanzaron con facilidad por el terreno llano y, aunque el polvo transportado por la tormenta del día anterior delataba sus movimientos, también mostraba los de sus enemigos. La división interceptó varias columnas de camiones que se retiraban hacia el Este y capturó cientos de soldados dispersos que, al ver llegar los tanques, agitaban sus sucias camisetas a modo de banderas blancas. Al mediodía las unidades de exploración llegaron a las marismas salinas de la costa y, tras cortar la vía férrea y la carretera, se dirigieron hacia el Este. La única vía de escape para la 9ª División australiana era la barra arenosa que separaba las marismas del mar, que estaba cortada por varios canales. Muchos soldados pudieron cruzarlos a nado o con medios de fortuna, pero tuvieron que dejar atrás todo su armamento. Les quedaba una carrera a pie de 60 km hasta El Arish en la que tenían que ganar a los coches de reconocimiento alemanes.
Algo más al sur el Kampfgruppen de Von Peter había repostado durante la noche. Harto de la rémora que suponían los Panzerjager I, Von Peter los abandonó en cuanto sufrieron el primer problema mecánico, y se lanzó con los panzer y los semiorugas hacia el Este. Un reconocimiento aéreo había mostrado que en cercano paso de Jatma estaba sólidamente defendido, por lo que Von Peter decidió evitarlo. Rodeó el paso de Giddi por el norte y luego se dirigió hacia el sur. Tras pasar la aldea de Gigfaga el kampfgruppe ascendió por el amplio y poco inclinado lecho de un wadi hasta llegar a la aldea de Thamada, que estaba vacía. Siguió su marcha y a media tarde llegó a la pista que comunicaba Aqaba con Suez. Ahí pudo ver un grupo de tanques que se movían en la planicie. Estaba preparándose para atacarlos cuando los reconoció: eran los Panzer de la 7ª División. La bolsa estaba cerrada.
El general Evetts, al mando de la 6ª División Británica, seguía llamando una y otra vez a El Arish, pero desde el puesto del mando del ejército le respondían que el general Beresford-Peirse estaba en una gira de inspección, y que seguían vigentes las órdenes de mantenerse en sus posiciones. Sin embargo sus observadores le estaban informando del movimiento de tanques alemanes por la carretera del Paso de Mitla, hacia el Este, y por la llanura costera, hacia el Norte. Evetts pensaba que si los alemanes habían abierto el paso de Mitla conservar el de Giddi ya no tenía ningún valor, y la división corría el riesgo de ser cercada. Justo entonces le avisaron que había tanques alemanes en su retaguardia. No había tiempo que perder. El general ordenó a sus hombres que montasen en los vehículos disponibles y que se retirasen hacia el Este. Suponiendo que la ruta hacia el Norte estaba cortada, escogió la del Sur, hacia Nakeh y Aqaba.
Desde su tanque Von Peter vio las columnas de camiones que intentaban escapar. Satisfecho al ver que no había tanques, ordenó que a sus vehículos que atacasen, disparando con cañones y ametralladoras contra los desprotegidos camiones ingleses, que se dispersaron intentando escapar de los alemanes. Al atardecer la 6ª División Británica ya no era una fuerza organizada.
21 de Mayo de 1941, 11:20
En la franja costera la 15ª División Panzer había reiniciado su avance hacia el Norte. Avanzaron con facilidad por el terreno llano y, aunque el polvo transportado por la tormenta del día anterior delataba sus movimientos, también mostraba los de sus enemigos. La división interceptó varias columnas de camiones que se retiraban hacia el Este y capturó cientos de soldados dispersos que, al ver llegar los tanques, agitaban sus sucias camisetas a modo de banderas blancas. Al mediodía las unidades de exploración llegaron a las marismas salinas de la costa y, tras cortar la vía férrea y la carretera, se dirigieron hacia el Este. La única vía de escape para la 9ª División australiana era la barra arenosa que separaba las marismas del mar, que estaba cortada por varios canales. Muchos soldados pudieron cruzarlos a nado o con medios de fortuna, pero tuvieron que dejar atrás todo su armamento. Les quedaba una carrera a pie de 60 km hasta El Arish en la que tenían que ganar a los coches de reconocimiento alemanes.
Algo más al sur el Kampfgruppen de Von Peter había repostado durante la noche. Harto de la rémora que suponían los Panzerjager I, Von Peter los abandonó en cuanto sufrieron el primer problema mecánico, y se lanzó con los panzer y los semiorugas hacia el Este. Un reconocimiento aéreo había mostrado que en cercano paso de Jatma estaba sólidamente defendido, por lo que Von Peter decidió evitarlo. Rodeó el paso de Giddi por el norte y luego se dirigió hacia el sur. Tras pasar la aldea de Gigfaga el kampfgruppe ascendió por el amplio y poco inclinado lecho de un wadi hasta llegar a la aldea de Thamada, que estaba vacía. Siguió su marcha y a media tarde llegó a la pista que comunicaba Aqaba con Suez. Ahí pudo ver un grupo de tanques que se movían en la planicie. Estaba preparándose para atacarlos cuando los reconoció: eran los Panzer de la 7ª División. La bolsa estaba cerrada.
El general Evetts, al mando de la 6ª División Británica, seguía llamando una y otra vez a El Arish, pero desde el puesto del mando del ejército le respondían que el general Beresford-Peirse estaba en una gira de inspección, y que seguían vigentes las órdenes de mantenerse en sus posiciones. Sin embargo sus observadores le estaban informando del movimiento de tanques alemanes por la carretera del Paso de Mitla, hacia el Este, y por la llanura costera, hacia el Norte. Evetts pensaba que si los alemanes habían abierto el paso de Mitla conservar el de Giddi ya no tenía ningún valor, y la división corría el riesgo de ser cercada. Justo entonces le avisaron que había tanques alemanes en su retaguardia. No había tiempo que perder. El general ordenó a sus hombres que montasen en los vehículos disponibles y que se retirasen hacia el Este. Suponiendo que la ruta hacia el Norte estaba cortada, escogió la del Sur, hacia Nakeh y Aqaba.
Desde su tanque Von Peter vio las columnas de camiones que intentaban escapar. Satisfecho al ver que no había tanques, ordenó que a sus vehículos que atacasen, disparando con cañones y ametralladoras contra los desprotegidos camiones ingleses, que se dispersaron intentando escapar de los alemanes. Al atardecer la 6ª División Británica ya no era una fuerza organizada.
Tu regere imperio fluctus Hispane memento
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- General de Brigada
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El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
¡¡¡Que bueno tu Tema, estimado Domper!!!
Es atrapante y no puedo dejar de leerlo.
Está muy bien desarrollado y es como una novela. Lo leo y parece como si estuviera leyendo algo que realmente sucedió.
No veo la hora de que llegues a la parte de Barbarroja.
Excelente y sigue así por favor
PD: Puedo extraer algunas ideas o información para usar en mi What IF???
Es atrapante y no puedo dejar de leerlo.
Está muy bien desarrollado y es como una novela. Lo leo y parece como si estuviera leyendo algo que realmente sucedió.
No veo la hora de que llegues a la parte de Barbarroja.
Excelente y sigue así por favor
PD: Puedo extraer algunas ideas o información para usar en mi What IF???
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- General de Ejército
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El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
¿Barbarroja? ¿Qué Barbarroja?
Desde luego que puedes usar lo que necesites.
Saludos
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- General de Brigada
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El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Domper escribió:¿Barbarroja? ¿Qué Barbarroja?
Imagino que habrá un ataque a Rusia o una campaña parecida a Barbarroja (Quiero pensar que mucho mejor que Barbarroja)
Ese ataque a la URSS será en 1942???
Domper escribió:Desde luego que puedes usar lo que necesites.
Eternamente agradecido.
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