El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
- JLVassallo
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El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Por lo visto ningun comando lograra escapar a lo sumo esos dos. Que valor.
Domper la verdad impresionante tu historia, la estoy disfrutando tremendamente. Muchas gracias.
Saludos.
Domper la verdad impresionante tu historia, la estoy disfrutando tremendamente. Muchas gracias.
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- General
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El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Era de esperar...
En fin, así son las OE´s
En fin, así son las OE´s
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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- General de Ejército
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El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Gracias por las inmerecidas alabanzas... pero aceptaría más, claro.
Saludos
P.D.: ¿Un comando involucrado en un magnicidio? Lonormal es que les persigan hasta los buitres.
Saludos
P.D.: ¿Un comando involucrado en un magnicidio? Lonormal es que les persigan hasta los buitres.
Tu regere imperio fluctus Hispane memento
- JLVassallo
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Domper escribió:Gracias por las inmerecidas alabanzas... pero aceptaría más, claro.
Saludos
P.D.: ¿Un comando involucrado en un magnicidio? Lonormal es que les persigan hasta los buitres.
Entonces sigamos, todavía me quedan algunos.
Excelente obra, maravillosa, insuperable, por favor continua así.
Hablando en serio, la verdad una historia atrapante. Los elogios te los tenes gados por tu esfuerzo, tu historia, claridad y dedicación Domper.
Entiendo que se los persiga pero mi pregunta es si son atrapados serán tratados como soldados o serán ejecutados (o peor aún torturados y ejecutados sumariamente)?
Saludos.
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- General de Ejército
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El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
No se dice nada, pero ten en cuenta que es 1941, que no se ha invadido Rusia ni hay guerra de guerrillas en Yugoslavia, y Grofaz está criando malvas. Yo apostaría a que no se dejarían capturar, ni los perseguidores tendrían especial interés en hacerlo. Algo tipo Che Guevara.
Pero hay que dar tiempo a la historia.
Saludos
P.D.: Gracias por los (in)merecidísimmos elogios.
Pero hay que dar tiempo a la historia.
Saludos
P.D.: Gracias por los (in)merecidísimmos elogios.
Tu regere imperio fluctus Hispane memento
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El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
Preparando la entrada
Amanecer
Por toda la ciudad la actividad era febril.
Desde antes del amanecer cuadrillas de barrenderos adecentaban las calles. Las unidades seleccionadas para el desfile se reunieron en los cuarteles Allenby, al sur de la ciudad, y revisaron cuidadosamente su equipo, dando lustre a sus botas y puliendo sus insignias metálicas.
A lo largo de la avenida de Jaffa, por la que desfilaría la comitiva del Statthalter y el Duce procedente de Latrún, fueron ocupando sus puestos los hombres del 9º Regimiento de Infantería Postdam. Con sus uniformes de gala presentarían armas al paso de la comitiva. Las casas de la calle fueron engalanadas con banderas alemanas e italianas, y se construyeron arcos ornados con guirnaldas de flores.
De forma menos visible, dos batallones del 67º Regimiento de infantería se hicieron cargo de la seguridad en el desfile. Las casas que daban a la calle Jaffa no solo fueron adornadas, sino también desalojadas. Se establecieron controles en las calles cercanas, y el acceso a la avenida solo se podía hacer por puntos de registro, obligatorios para todos los asistentes. Una unidad de la Feldgendarmerie confirmó que las armas de los soldados del 9º Regimiento estuviesen descargadas.
Otras patrullas de la Feldgendarmerie tenían encomendada garantizar la asistencia de público al paso de los dictadores. Fueron por las casas cercanas buscando familias completas, ya que se pensó que esposas e hijos garantizarían el buen comportamiento de los asistentes. Se preferían cristianos o musulmanes a los judíos. Las familias fueron distribuidas por aceras y ventanas, aleccionándolas para que aclamasen el paso de los dictadores, pero amenazando con severos castigos a los infractores: nada de bacinillas de orines al paso del Statthalter.
En la puerta de Jaffa, en las murallas de la Ciudad Vieja, los carpinteros acababan la tribuna desde la que los dictadores presidirían el desfile triunfal. Otras tribunas acogerían a las delegaciones del Pacto de Aquisgrán y a los observadores de los países neutrales. Al mismo tiempo una sección de paracaidistas vigiló el trabajo de los carpinteros y revisó cuidadosamente las construcciones, golpeando las vigas y revisando las tablas, buscando vigas ahuecadas o tabiques falsos.
En la Hospedería de Notre Dame de Jerusalén los diplomáticos se levantaban de los duros camastros en los que habían intentado dormir, mientras sus asistentes terminaban de planchar los trajes de gala.
En el cercano Hotel Rey David se había terminado de adecentar los alojamientos de Goering, la planta principal y los comedores. En las partes menos visibles del edificio las ventanas estaban cerradas con tableros de madera, y todavía quedaban escombros en los suelos. Pero esas reparaciones tendrían que esperar a que acabase la conferencia. Los cocineros empezaban a preparar las exquisiteces que se servirían al dictador en la comida, y las que se ofrecerían a las delegaciones paneuropeas en la recepción que el Statthalter iba a celebrar al atardecer. Pero aquí también los preparativos iban de la mano de la seguridad: los cocineros tuvieron que permitir que se inspeccionasen los alimentos que iban a preparar, y tuvieron que tomar un trago o un sorbo de cada bebida. El sumiller Maurer tuvo abrir cada caja de vinos para que los gendarmes comprobasen que contenían botellas y no bombas. Incluso tuvo que tragarse su enfado cuando un gendarme, en un alarde de celo, le exigió que abriese varias botellas para probarlas. Maurer pensaba que en la exigencia no se debía al celo profesional sino al deseo de probar lo que iba a beber Goering, famoso connoiseur. Por eso les llevó alguna de las botellas que había encontrado en una bodega cercana y que unos soldados habían traído la tarde anterior. Maurer pensaba que ese vino blanco no era sino un vino de mesa, y solo si se servía casi helado podría soportar algún escrutinio. Afortunadamente Von der Schulenburg había pensado en todo, y los vinos llegaron en un baño de hielo.
En la entrada de la capital otra cuadrilla daba los últimos toques a un arco triunfal, engalanado con banderas alemanas e italianas.
La ciudad estaba preparada para el desfile.
Amanecer
Por toda la ciudad la actividad era febril.
Desde antes del amanecer cuadrillas de barrenderos adecentaban las calles. Las unidades seleccionadas para el desfile se reunieron en los cuarteles Allenby, al sur de la ciudad, y revisaron cuidadosamente su equipo, dando lustre a sus botas y puliendo sus insignias metálicas.
A lo largo de la avenida de Jaffa, por la que desfilaría la comitiva del Statthalter y el Duce procedente de Latrún, fueron ocupando sus puestos los hombres del 9º Regimiento de Infantería Postdam. Con sus uniformes de gala presentarían armas al paso de la comitiva. Las casas de la calle fueron engalanadas con banderas alemanas e italianas, y se construyeron arcos ornados con guirnaldas de flores.
De forma menos visible, dos batallones del 67º Regimiento de infantería se hicieron cargo de la seguridad en el desfile. Las casas que daban a la calle Jaffa no solo fueron adornadas, sino también desalojadas. Se establecieron controles en las calles cercanas, y el acceso a la avenida solo se podía hacer por puntos de registro, obligatorios para todos los asistentes. Una unidad de la Feldgendarmerie confirmó que las armas de los soldados del 9º Regimiento estuviesen descargadas.
Otras patrullas de la Feldgendarmerie tenían encomendada garantizar la asistencia de público al paso de los dictadores. Fueron por las casas cercanas buscando familias completas, ya que se pensó que esposas e hijos garantizarían el buen comportamiento de los asistentes. Se preferían cristianos o musulmanes a los judíos. Las familias fueron distribuidas por aceras y ventanas, aleccionándolas para que aclamasen el paso de los dictadores, pero amenazando con severos castigos a los infractores: nada de bacinillas de orines al paso del Statthalter.
En la puerta de Jaffa, en las murallas de la Ciudad Vieja, los carpinteros acababan la tribuna desde la que los dictadores presidirían el desfile triunfal. Otras tribunas acogerían a las delegaciones del Pacto de Aquisgrán y a los observadores de los países neutrales. Al mismo tiempo una sección de paracaidistas vigiló el trabajo de los carpinteros y revisó cuidadosamente las construcciones, golpeando las vigas y revisando las tablas, buscando vigas ahuecadas o tabiques falsos.
En la Hospedería de Notre Dame de Jerusalén los diplomáticos se levantaban de los duros camastros en los que habían intentado dormir, mientras sus asistentes terminaban de planchar los trajes de gala.
En el cercano Hotel Rey David se había terminado de adecentar los alojamientos de Goering, la planta principal y los comedores. En las partes menos visibles del edificio las ventanas estaban cerradas con tableros de madera, y todavía quedaban escombros en los suelos. Pero esas reparaciones tendrían que esperar a que acabase la conferencia. Los cocineros empezaban a preparar las exquisiteces que se servirían al dictador en la comida, y las que se ofrecerían a las delegaciones paneuropeas en la recepción que el Statthalter iba a celebrar al atardecer. Pero aquí también los preparativos iban de la mano de la seguridad: los cocineros tuvieron que permitir que se inspeccionasen los alimentos que iban a preparar, y tuvieron que tomar un trago o un sorbo de cada bebida. El sumiller Maurer tuvo abrir cada caja de vinos para que los gendarmes comprobasen que contenían botellas y no bombas. Incluso tuvo que tragarse su enfado cuando un gendarme, en un alarde de celo, le exigió que abriese varias botellas para probarlas. Maurer pensaba que en la exigencia no se debía al celo profesional sino al deseo de probar lo que iba a beber Goering, famoso connoiseur. Por eso les llevó alguna de las botellas que había encontrado en una bodega cercana y que unos soldados habían traído la tarde anterior. Maurer pensaba que ese vino blanco no era sino un vino de mesa, y solo si se servía casi helado podría soportar algún escrutinio. Afortunadamente Von der Schulenburg había pensado en todo, y los vinos llegaron en un baño de hielo.
En la entrada de la capital otra cuadrilla daba los últimos toques a un arco triunfal, engalanado con banderas alemanas e italianas.
La ciudad estaba preparada para el desfile.
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- UlisesII
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El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
A ver si es un vulgar matarratas. Seria un ade uado toque de humor.
Hasta otra><>
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Dios con nosotros ¿Quién contra nosotros? (Romanos 8:31)
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- General de Ejército
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Pues el vino de Cremisán no debe ser malo, por lo que ponen por ahí.
Saludos
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Tu regere imperio fluctus Hispane memento
- UlisesII
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Seguramente para un bon vivant como Herman un mal vino tendria el mismo efecto que una dosis de matarratas..., pero ¿Unas botellas que aparecen por arte de birlibirloque...? Maestro, algo tramas.
Hasta otra><>
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Dios con nosotros ¿Quién contra nosotros? (Romanos 8:31)
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- General de Ejército
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Buscando desesperadamente
Ocho de la mañana
Toda Jerusalén se apresuraba, pero uno de los más apurados era el comisario Dietrich. Tras el soplo de Rabin se había desplazado a la Universidad Hebrea intentando saber qué era lo que había desaparecido, pero no encontró nada en laboratorio de química, ni nadie que le informase. Acudió al general Von Wiktorin, pero este estaba demasiado ocupado con los preparativos del desfile y no podía recibirle. Tuvo que interrogar a los oficiales que encontró en el vestíbulo del Hotel Rey David para conseguir saber que había sido el 9º Regimiento el encargado del registro de la Universidad. Pero el coronel Raegener estaba con sus tropas en la Avenida de Jaffa, y tampoco pudo hablar con él.
Muy preocupado, Dietrich acudió al coronel Von Tresckow, jefe de Estado Mayor de Von Wiktorin. El coronel también estaba muy atareado, pero Dietrich consiguió que le recibiese amenazando con detenerle por conspirar contra el Statthalter.
—Comisario, solo tengo cinco minutos ¿qué es lo que está diciendo de un atentado contra Goering?
—Coronel, sé que una patrulla alemana confiscó una gran cantidad de componentes químicos con los que pueden fabricarse explosivos.
—¿Eso le preocupa? ¿No se supone que es lo que tenían que hacer? —repuso Von Tresckow.
—Se tomaron muchas molestias para llevarse sustancias químicas muy activas que podrían haber destruido tirándolas por la alcantarilla. Me gustaría asegurarme que no se está preparando nada contra el Statthalter. Por eso necesito saber que unidad fue la que registró la Universidad Hebrea.
Von Tresckow pensó un poco y dijo—. La unidad encargada de los registros fue el 9º Regimiento. El coronel Raegener podrá ayudarle.
—Ya lo he intentado, pero el coronel Raegener está en la avenida Jaffa con sus tropas y no he podido hablar con él ¿No tiene ningún libro de registros? Las patrullas usarían camiones ¿No puede indicarme a qué unidad pertenecían?
El coronel Von Tresckow pensó un poco y abrió un libro de órdenes. Tras revisarlo dijo—. Lo siento, comisario, pero la única información de la que dispongo es que el regimiento usó sus propios vehículos. Busque a Raegener. Yo no puedo ayudarle.
Dietrich salió malhumorado, mientras Von Tresckow se alegraba de que el comisario no supiese que el 9º Regimiento no tenía camiones y había tenido que usar los del cuerpo de ejército. Por si acaso arrancó una hoja del libro, la rompió en trozos, la llevó al baño y la echó por el inodoro.
Ocho de la mañana
Toda Jerusalén se apresuraba, pero uno de los más apurados era el comisario Dietrich. Tras el soplo de Rabin se había desplazado a la Universidad Hebrea intentando saber qué era lo que había desaparecido, pero no encontró nada en laboratorio de química, ni nadie que le informase. Acudió al general Von Wiktorin, pero este estaba demasiado ocupado con los preparativos del desfile y no podía recibirle. Tuvo que interrogar a los oficiales que encontró en el vestíbulo del Hotel Rey David para conseguir saber que había sido el 9º Regimiento el encargado del registro de la Universidad. Pero el coronel Raegener estaba con sus tropas en la Avenida de Jaffa, y tampoco pudo hablar con él.
Muy preocupado, Dietrich acudió al coronel Von Tresckow, jefe de Estado Mayor de Von Wiktorin. El coronel también estaba muy atareado, pero Dietrich consiguió que le recibiese amenazando con detenerle por conspirar contra el Statthalter.
—Comisario, solo tengo cinco minutos ¿qué es lo que está diciendo de un atentado contra Goering?
—Coronel, sé que una patrulla alemana confiscó una gran cantidad de componentes químicos con los que pueden fabricarse explosivos.
—¿Eso le preocupa? ¿No se supone que es lo que tenían que hacer? —repuso Von Tresckow.
—Se tomaron muchas molestias para llevarse sustancias químicas muy activas que podrían haber destruido tirándolas por la alcantarilla. Me gustaría asegurarme que no se está preparando nada contra el Statthalter. Por eso necesito saber que unidad fue la que registró la Universidad Hebrea.
Von Tresckow pensó un poco y dijo—. La unidad encargada de los registros fue el 9º Regimiento. El coronel Raegener podrá ayudarle.
—Ya lo he intentado, pero el coronel Raegener está en la avenida Jaffa con sus tropas y no he podido hablar con él ¿No tiene ningún libro de registros? Las patrullas usarían camiones ¿No puede indicarme a qué unidad pertenecían?
El coronel Von Tresckow pensó un poco y abrió un libro de órdenes. Tras revisarlo dijo—. Lo siento, comisario, pero la única información de la que dispongo es que el regimiento usó sus propios vehículos. Busque a Raegener. Yo no puedo ayudarle.
Dietrich salió malhumorado, mientras Von Tresckow se alegraba de que el comisario no supiese que el 9º Regimiento no tenía camiones y había tenido que usar los del cuerpo de ejército. Por si acaso arrancó una hoja del libro, la rompió en trozos, la llevó al baño y la echó por el inodoro.
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¿Un baño de hielo?¿Nitroglicerina?
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Gala
Nueve de la mañana
En la avenida de Jaffa los sargentos inspeccionaban el aspecto de sus soldados: botas y correajes relucientes, uniformes limpios, hebillas brillantes, armas impecables. El 9º Regimiento era una unidad de elite acostumbrada a las visitas oficiales, por lo que los sargentos apenas encontraron nada que corregir.
Mientras el coronel Raegener también revisaba la formación de sus tropas. Al ver al capitán Von der Schulenburg le preguntó:
—Capitán, llevo dos días sin ver al teniente Von Oppen. Fue con usted a un registro ¿sabe algo?
—Mi coronel, durante el registro en la Universidad Hebrea se cayó y se hirió el tobillo. Se lo comuniqué al capitán Von Boehmer.
—¿Es grave?
—Creo que no, mi coronel, solo tendrá que hacer reposo durante unas semanas.
—Espero que se recupere cuanto antes. Otra cuestión, capitán ¿Encontró los vinos aquellos?
—Sí, mi coronel. El Statthalter quedará encantado con los que encontramos.
—Me alegro, capitán. Siga con sus tropas.
Nueve de la mañana
En la avenida de Jaffa los sargentos inspeccionaban el aspecto de sus soldados: botas y correajes relucientes, uniformes limpios, hebillas brillantes, armas impecables. El 9º Regimiento era una unidad de elite acostumbrada a las visitas oficiales, por lo que los sargentos apenas encontraron nada que corregir.
Mientras el coronel Raegener también revisaba la formación de sus tropas. Al ver al capitán Von der Schulenburg le preguntó:
—Capitán, llevo dos días sin ver al teniente Von Oppen. Fue con usted a un registro ¿sabe algo?
—Mi coronel, durante el registro en la Universidad Hebrea se cayó y se hirió el tobillo. Se lo comuniqué al capitán Von Boehmer.
—¿Es grave?
—Creo que no, mi coronel, solo tendrá que hacer reposo durante unas semanas.
—Espero que se recupere cuanto antes. Otra cuestión, capitán ¿Encontró los vinos aquellos?
—Sí, mi coronel. El Statthalter quedará encantado con los que encontramos.
—Me alegro, capitán. Siga con sus tropas.
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Comitiva
Diez de la mañana
La carretera de Latrún a Jerusalén estaba tan vigilada como la caja fuerte de un banco. El día anterior un regimiento había inspeccionado las cunetas, las alcantarillas, los bosquecillos y las casas que había en los márgenes. Luego se habían situado vigilantes no solo en la carretera sino en los cerros que la dominaban. Dos avionetas Fieseler Fi 156 Storch habían estado sobrevolando los cerros hasta el anochecer, y volvieron a despegar al amanecer, buscando el más mínimo indicio sospechoso. Los coches blindados recorrían la carretera una y otra vez.
Ante el monasterio de Latrún se preparaba la imponente comitiva: un coche de mando la encabezaría, seguido de seis coches blindados y otros seis camiones cargados de tropas. Luego seguirían cuatro coches Mercedes, todos con banderines oficiales, intercalados con más coches blindados: un atacante no podría saber cuál era el de Goering. Finalmente otros dos camiones con soldados y cuatro coches blindados más cerrarían la columna.
En el monasterio Goering desayunó y se puso su dosis matinal de morfina. Luego se vistió con el uniforme de mariscal de la Luftwaffe y se dirigió a uno de los coches. Allí le esperaba Mussolini, con uniforme de gala del Partido Fascista, y el conde Ciano.
Cuando Goering iba a montar se acercó un ordenanza.
—Statthalter, tengo un mensaje del general Von Wiktorin. Las patrullas de búsqueda han encontrado a los ingleses y han acabado con ellos.
—¿Con todos? —dijo el dictador.
—Con todos, Statthalter. No han podido capturar prisioneros.
—Excelente —dijo Goering alegremente, y montó en el coche. Mussolini y Ciano montaron en otro, y la comitiva partió hacia Jerusalén. A su paso, grupos de árabes traídos de los pueblos vecinos agitaban banderitas bajo la atenta vigilancia de centinelas alemanes.
Diez de la mañana
La carretera de Latrún a Jerusalén estaba tan vigilada como la caja fuerte de un banco. El día anterior un regimiento había inspeccionado las cunetas, las alcantarillas, los bosquecillos y las casas que había en los márgenes. Luego se habían situado vigilantes no solo en la carretera sino en los cerros que la dominaban. Dos avionetas Fieseler Fi 156 Storch habían estado sobrevolando los cerros hasta el anochecer, y volvieron a despegar al amanecer, buscando el más mínimo indicio sospechoso. Los coches blindados recorrían la carretera una y otra vez.
Ante el monasterio de Latrún se preparaba la imponente comitiva: un coche de mando la encabezaría, seguido de seis coches blindados y otros seis camiones cargados de tropas. Luego seguirían cuatro coches Mercedes, todos con banderines oficiales, intercalados con más coches blindados: un atacante no podría saber cuál era el de Goering. Finalmente otros dos camiones con soldados y cuatro coches blindados más cerrarían la columna.
En el monasterio Goering desayunó y se puso su dosis matinal de morfina. Luego se vistió con el uniforme de mariscal de la Luftwaffe y se dirigió a uno de los coches. Allí le esperaba Mussolini, con uniforme de gala del Partido Fascista, y el conde Ciano.
Cuando Goering iba a montar se acercó un ordenanza.
—Statthalter, tengo un mensaje del general Von Wiktorin. Las patrullas de búsqueda han encontrado a los ingleses y han acabado con ellos.
—¿Con todos? —dijo el dictador.
—Con todos, Statthalter. No han podido capturar prisioneros.
—Excelente —dijo Goering alegremente, y montó en el coche. Mussolini y Ciano montaron en otro, y la comitiva partió hacia Jerusalén. A su paso, grupos de árabes traídos de los pueblos vecinos agitaban banderitas bajo la atenta vigilancia de centinelas alemanes.
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Cenizas
Once de la mañana
La comitiva del rey Jorge VI, en la que estaban el Primer Ministro Churchill y el general Alan Brooke, jefe del Estado Mayor Imperial, recorría las abrasadas calles de Sheffield.
Los barrios nuevos de la ciudad apenas habían sufrido daños. No quedaban cristales y muchos tejados estaban agujereados, pero solo algunas casas habían ardido. Sin embargo el olor a carne quemada oprimía la ciudad, y cenizas negras caían como lluvia.
A medida que se acercaban al centro el calor aumentaba y había más edificios derrumbados. En algunos de ellos seguían ardiendo los rescoldos, que los bomberos intentaban apagar. La comitiva del rey cruzó el río Don, y empezó a comprender el horror que había dominado la ciudad la noche anterior. Más allá del puente todo había ardido. Solo quedaban las fachadas ennegrecidas de los edificios, como mudas osamentas señalando al opresor cielo gris. El asfalto de las calles se había fundido y tuvieron que esquivar una figura carbonizada atrapada en el asfalto que parecía un muñeco de juguete. Los bomberos extendían largas mangueras con las que lanzaban chorros de agua que al caer sobre las ruinas candentes levantaban nubes de vapor. Más allá de los restos carbonizados de las casas se alzaban los esqueletos de las torres de la que había sido una magnífica catedral gótica.
Un hombre tiznado de hollín y con un casco que lo identificaba como un vigilante de la ARP (Air Raid Precautions) se plantó ante la comitiva.
—No se puede seguir adelante. Los sótanos todavía arden y hay peligro de derrumbamientos.
—¿No podemos llegar hasta la catedral? —preguntó el rey con voz desmayada.
El vigilante lo reconoció y saludó, primero llevándose la mano al casco y luego con una reverencia, aunque sin permitirles el paso—. Lo siento, Majestad, pero aun no nos hemos podido adentrar hasta allí. En esa zona las temperaturas son tan altas que las ropas pueden arder espontáneamente. Estamos intentando enfriarla —dijo señalando las nubes de vapor negruzco que producía el agua de las mangueras al evaporarse.
—¿Ha habido muchas víctimas? —preguntó el rey.
El vigilante inclinó la cabeza y luego respondió, mirando hacia un bloque de ruinas ennegrecidas—. Todavía no sabemos cuántas pero han sido demasiadas. Miles. Si su majestad quiere acompañarme…
La comitiva se acercó a lo que quedaba de un bloque de casas, y el vigilante señaló una puerta—. Allí había un refugio antiaéreo. Hemos contado noventa cadáveres.
—¡Dios mío! —dijo el monarca.
El rey volvió a los barrios modernos, menos afectados, y se acercó primero a un hospital, donde pudo ver salas enteras llenas de heridos con graves quemaduras. Luego visitó un centro de acogida a refugiados, en el que se agolpaban miles de personas. El rey escuchó sus relatos sobre la terrible noche. Palabras que hablaban de humos venenosos que mataban a la gente, de chorros de llamas en los que las personas ardían como pavesas, de vientos huracanados que lanzaban a los niños hacia las llamas rugientes. Tras intentar consolarles y prometerles ayuda, se acercó a un campo de fútbol convertido en improvisada morgue. No pudo reprimir las lágrimas tras ver las larguísimas hileras de cadáveres. Un sacerdote ofició un corto servicio, y luego el rey y sus acompañantes se retiraron a un palacete victoriano cercano, en el que se sirvió una comida fría. Pero el olor a quemado lo invadía todo, y nadie probó nada. Finalmente el rey ordenó que entregasen los alimentos a los refugiados y se dirigió a su vehículo. El Primer Ministro lo acompañaba, pero el rey parecía perdido en sus pensamientos. Solo al subir en el Rolls le dijo a Churchill:
—Primer Ministro, esto no puede seguir así —y cerró la puerta.
Churchill pidió al general Brooke que subiese a su coche y partieron hacia Londres.
—Alan ¿cómo ha podido ocurrir?
—Primer Ministro, parece que los alemanes han perfeccionado su técnica de bombardeo.
—¿Puede volver a pasar?
—Desde luego. Todas las ciudades inglesas están amenazadas.
—El rey ha dicho que esto no puede seguir así, y estoy de acuerdo. Nuestra patria no podrá soportar muchos bombardeos más como este.
—Nuestros cazas nocturnos hacen lo que pueden, pero el ataque de la noche pasada estaba muy bien planificado y…
—Calle, general —dijo Churchill—. La única forma de contener el horror es llevar la guerra a su casa. Hasta ahora solo estamos respondiendo ante las acometidas alemanas. Vamos a cambiar. Seremos nosotros los que ataquemos.
—¿Dónde? —preguntó el general, que se preparaba para escuchar otro de los fantasiosos planes del Primer Ministro.
—¿Cuál es el miembro más débil de la alianza enemiga? No hace falta que responda: es España. Atacaremos en España, destruiremos el régimen de Franco y arrebataremos a los alemanes los puertos del Atlántico. Así Goering tendrá que retirar sus bombarderos de Francia y los tendrá que llevar a los Pirineos.
—Primer Ministro, no tenemos suficientes medios de desembarco como para garantizar un asalto exitoso. En Canarias estuvimos cerca del desastre, y solo nos enfrentábamos a una brigada —dijo el general.
—¿Quién ha dicho nada de desembarcar en una playa? Wellington nos marcó el camino. Desembarcaremos en Lisboa y Oporto y atacaremos España desde Portugal.
—¿Estará de acuerdo el gobierno portugués?
—No vamos a consultarles. Portugal está ligado a nosotros por el Tratado de Windsor, que ya he invocado, y está obligado a prestarnos ayuda. No avisaremos a los portugueses hasta el último momento. Le ordeno que prepare un cuerpo expedicionario para desembarcar en Lisboa.
Once de la mañana
La comitiva del rey Jorge VI, en la que estaban el Primer Ministro Churchill y el general Alan Brooke, jefe del Estado Mayor Imperial, recorría las abrasadas calles de Sheffield.
Los barrios nuevos de la ciudad apenas habían sufrido daños. No quedaban cristales y muchos tejados estaban agujereados, pero solo algunas casas habían ardido. Sin embargo el olor a carne quemada oprimía la ciudad, y cenizas negras caían como lluvia.
A medida que se acercaban al centro el calor aumentaba y había más edificios derrumbados. En algunos de ellos seguían ardiendo los rescoldos, que los bomberos intentaban apagar. La comitiva del rey cruzó el río Don, y empezó a comprender el horror que había dominado la ciudad la noche anterior. Más allá del puente todo había ardido. Solo quedaban las fachadas ennegrecidas de los edificios, como mudas osamentas señalando al opresor cielo gris. El asfalto de las calles se había fundido y tuvieron que esquivar una figura carbonizada atrapada en el asfalto que parecía un muñeco de juguete. Los bomberos extendían largas mangueras con las que lanzaban chorros de agua que al caer sobre las ruinas candentes levantaban nubes de vapor. Más allá de los restos carbonizados de las casas se alzaban los esqueletos de las torres de la que había sido una magnífica catedral gótica.
Un hombre tiznado de hollín y con un casco que lo identificaba como un vigilante de la ARP (Air Raid Precautions) se plantó ante la comitiva.
—No se puede seguir adelante. Los sótanos todavía arden y hay peligro de derrumbamientos.
—¿No podemos llegar hasta la catedral? —preguntó el rey con voz desmayada.
El vigilante lo reconoció y saludó, primero llevándose la mano al casco y luego con una reverencia, aunque sin permitirles el paso—. Lo siento, Majestad, pero aun no nos hemos podido adentrar hasta allí. En esa zona las temperaturas son tan altas que las ropas pueden arder espontáneamente. Estamos intentando enfriarla —dijo señalando las nubes de vapor negruzco que producía el agua de las mangueras al evaporarse.
—¿Ha habido muchas víctimas? —preguntó el rey.
El vigilante inclinó la cabeza y luego respondió, mirando hacia un bloque de ruinas ennegrecidas—. Todavía no sabemos cuántas pero han sido demasiadas. Miles. Si su majestad quiere acompañarme…
La comitiva se acercó a lo que quedaba de un bloque de casas, y el vigilante señaló una puerta—. Allí había un refugio antiaéreo. Hemos contado noventa cadáveres.
—¡Dios mío! —dijo el monarca.
El rey volvió a los barrios modernos, menos afectados, y se acercó primero a un hospital, donde pudo ver salas enteras llenas de heridos con graves quemaduras. Luego visitó un centro de acogida a refugiados, en el que se agolpaban miles de personas. El rey escuchó sus relatos sobre la terrible noche. Palabras que hablaban de humos venenosos que mataban a la gente, de chorros de llamas en los que las personas ardían como pavesas, de vientos huracanados que lanzaban a los niños hacia las llamas rugientes. Tras intentar consolarles y prometerles ayuda, se acercó a un campo de fútbol convertido en improvisada morgue. No pudo reprimir las lágrimas tras ver las larguísimas hileras de cadáveres. Un sacerdote ofició un corto servicio, y luego el rey y sus acompañantes se retiraron a un palacete victoriano cercano, en el que se sirvió una comida fría. Pero el olor a quemado lo invadía todo, y nadie probó nada. Finalmente el rey ordenó que entregasen los alimentos a los refugiados y se dirigió a su vehículo. El Primer Ministro lo acompañaba, pero el rey parecía perdido en sus pensamientos. Solo al subir en el Rolls le dijo a Churchill:
—Primer Ministro, esto no puede seguir así —y cerró la puerta.
Churchill pidió al general Brooke que subiese a su coche y partieron hacia Londres.
—Alan ¿cómo ha podido ocurrir?
—Primer Ministro, parece que los alemanes han perfeccionado su técnica de bombardeo.
—¿Puede volver a pasar?
—Desde luego. Todas las ciudades inglesas están amenazadas.
—El rey ha dicho que esto no puede seguir así, y estoy de acuerdo. Nuestra patria no podrá soportar muchos bombardeos más como este.
—Nuestros cazas nocturnos hacen lo que pueden, pero el ataque de la noche pasada estaba muy bien planificado y…
—Calle, general —dijo Churchill—. La única forma de contener el horror es llevar la guerra a su casa. Hasta ahora solo estamos respondiendo ante las acometidas alemanas. Vamos a cambiar. Seremos nosotros los que ataquemos.
—¿Dónde? —preguntó el general, que se preparaba para escuchar otro de los fantasiosos planes del Primer Ministro.
—¿Cuál es el miembro más débil de la alianza enemiga? No hace falta que responda: es España. Atacaremos en España, destruiremos el régimen de Franco y arrebataremos a los alemanes los puertos del Atlántico. Así Goering tendrá que retirar sus bombarderos de Francia y los tendrá que llevar a los Pirineos.
—Primer Ministro, no tenemos suficientes medios de desembarco como para garantizar un asalto exitoso. En Canarias estuvimos cerca del desastre, y solo nos enfrentábamos a una brigada —dijo el general.
—¿Quién ha dicho nada de desembarcar en una playa? Wellington nos marcó el camino. Desembarcaremos en Lisboa y Oporto y atacaremos España desde Portugal.
—¿Estará de acuerdo el gobierno portugués?
—No vamos a consultarles. Portugal está ligado a nosotros por el Tratado de Windsor, que ya he invocado, y está obligado a prestarnos ayuda. No avisaremos a los portugueses hasta el último momento. Le ordeno que prepare un cuerpo expedicionario para desembarcar en Lisboa.
Tu regere imperio fluctus Hispane memento
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El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund
¿Va a invadir Portugal y España?
No basta ocupar Lisboa deben ocupar el Algarve y Oporto, además de Madeira, las Azores, y las colonias (en esas fechas aún hay colonias de Vichy no ocupadas).
Portugal tiene en esa época entre 80.000 y 90.000 soldados en continuo aumento y habría que desplegar tropas en medio mundo para ocupar sus colonias siempre que no resistan ni a nadie le de por hacer el von Lettow por Angola o Mozambique (ya bastante les supuso las Canarias).
Por otro lado ¿planean invadir España desde Portugal? No pueden seguir la ruta de Wellington, penetrar por el valle del Tajo dejaría sus flancos expuestos.
Además se enfrentarían a problemas aunque defienda en el centro aprovechando la Sierra de Estrella, en el sur no hay tanta frontera física, por lo que podrían tener un ejército enemigo hasta Setubal aislando Faro.
En el norte hay un doble problema: el frente gallego y el río Duero, dos vías de ataque en frentes separados, que están respaldadas por las bases aéreas alemanas en Galicia y las españolas de Castilla y León.
No basta ocupar Lisboa deben ocupar el Algarve y Oporto, además de Madeira, las Azores, y las colonias (en esas fechas aún hay colonias de Vichy no ocupadas).
Portugal tiene en esa época entre 80.000 y 90.000 soldados en continuo aumento y habría que desplegar tropas en medio mundo para ocupar sus colonias siempre que no resistan ni a nadie le de por hacer el von Lettow por Angola o Mozambique (ya bastante les supuso las Canarias).
Por otro lado ¿planean invadir España desde Portugal? No pueden seguir la ruta de Wellington, penetrar por el valle del Tajo dejaría sus flancos expuestos.
Además se enfrentarían a problemas aunque defienda en el centro aprovechando la Sierra de Estrella, en el sur no hay tanta frontera física, por lo que podrían tener un ejército enemigo hasta Setubal aislando Faro.
En el norte hay un doble problema: el frente gallego y el río Duero, dos vías de ataque en frentes separados, que están respaldadas por las bases aéreas alemanas en Galicia y las españolas de Castilla y León.
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