Revolucion Francesa y Guerras Napoleónicas 1792-1815
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1789
La lucha del pueblo francés, en 1789, era por la libertad, por la igualdad, por la fraternidad.Había que terminar con los oprobiosos privilegios de los nobles y de los clérigos. Eso no es extremismo. Es cambiar el orden social en beneficio de la mayoría del pueblo.
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Estimado Manuel Martínez, me temo que tienes una visión un tanto romántica e idealizada de la Revolución, y como toda visión romántica, apenas si tiene una correspondencia real.
Para empezar no era la lucha del "pueblo francés", salvo que por "francés" entienda exclusivamente a las masas de los barrios bajos de París... En cuanto a la Libertad, Igualdad y Fraternidad, simplemente no existió, salvo que entendamos por Libertad las matanzas, los golpes de Estado, la Ley chapelier, la Ley Marcial, El Terror etc etc etc...
En cuanto a la igualdad, salvo en la Guillotina, no sé donde había igualdad (no desde luego a la hora de votar) y de la Legalidad mejor no hablar, los revolucionarios jamás respetaron ni una sóla ley, ni siquiera los procesos electorales o sus propias leyes, cuando no les convenía o les restaba poder... y de la fraternidad, como veremos, los revolucionarios fueron los que declararon todas las guerras a las naciones europeas, por sus ansias de dominación y provocaron la guerra civil con su fanatismo antirreligioso.
¡Cuán diferente fue la Revolución Americana!
Saludos
Para empezar no era la lucha del "pueblo francés", salvo que por "francés" entienda exclusivamente a las masas de los barrios bajos de París... En cuanto a la Libertad, Igualdad y Fraternidad, simplemente no existió, salvo que entendamos por Libertad las matanzas, los golpes de Estado, la Ley chapelier, la Ley Marcial, El Terror etc etc etc...
En cuanto a la igualdad, salvo en la Guillotina, no sé donde había igualdad (no desde luego a la hora de votar) y de la Legalidad mejor no hablar, los revolucionarios jamás respetaron ni una sóla ley, ni siquiera los procesos electorales o sus propias leyes, cuando no les convenía o les restaba poder... y de la fraternidad, como veremos, los revolucionarios fueron los que declararon todas las guerras a las naciones europeas, por sus ansias de dominación y provocaron la guerra civil con su fanatismo antirreligioso.
¡Cuán diferente fue la Revolución Americana!
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La Ley sobre los Bienes del Clero
Hasta el otoño de 1789, la Asamblea no empezó a ocuparse en serio de la cuestión financiera, que constituía el motivo fundamental de su convocatoria. Y, mientras tanto, el problema se había agravado considerablemente a causa de la anarquía que reinaba en el país. Los impuestos no se cobraban, y el crédito público se había desvanecido por completo. Los empréstitos lanzados por Necker fracasaron estrepitosamente, y el mismo resultado negativo tuvo el “donativo patriótico” de un cuarto de los ingresos que la Asamblea solicitó de todos los ciudadanos franceses.
Para salir del paso, el obispo renegado Tayllerand propuso a la Asamblea la reversión al Estado de los bienes del Clero. La propuesta fue aceptada por la gran mayoría de los diputados, y el lunes 2 de noviembre de 1789, con la aprobación de la Ley sobre los Bienes del Clero, éstos fueron puestos a disposición de la Nación que se comprometía, por su parte, a sostener el culto y a sus ministros.
Con objeto de facilitar la enajenación de dichos bienes, se decidió emitir unos billetes que se denominaron asignados y que podrían ser admitidos en pago de aquéllos; haciéndose, en diciembre de 1789, una primera emisión por valor de 400 millones de libras.
En abril de 1790 se declaró forzoso el curso de los citados billetes, y como las necesidades se hacían cada vez más apremiantes, hubo que autorizarse en septiembre del mismo año una nueva emisión de 1.200 millones. Se entraba así por el fácil camino de la inflación, con sus naturales secuelas: depreciación progresiva de la nueva moneda y el consiguiente encarecimiento de la vida. En 1796 el valor nominal de los billetes emitidos alcanzaba la cifra de 45.000 millones de libras; pero cada 100 libras en asignados sólo valían 30 céntimos en efectivo. En consonancia la libra de pan llegó a valer 50 francos y el par de botas 4.000 (El franco se introdujo en 1795 con un valor equivalente al de la libra)
Paralelamente fue creciendo el descontento de las masas populares y las explosiones revolucionarias se hicieron cada vez más extensas e intensas. Por otra parte, el valor atribuido a los bienes del Clero, unos 4.000 millones, no alcanzaba ya a cubrir el de los billetes en curso. Tuvieron, pues, que nacionalizarse los bienes de los nobles emigrados y de los sospechosos, en cuya categoría se incluyeron finalmente todas las personas ricas; llegándose así durante la época del Terror a soluciones de tipo comunista.
La Revolución no solucionaba los problemas económicos heredados del Antiguo Régimen, a pesar de tener más recursos que éste, ya que no había privilegios fiscales.
Saludos
Hasta el otoño de 1789, la Asamblea no empezó a ocuparse en serio de la cuestión financiera, que constituía el motivo fundamental de su convocatoria. Y, mientras tanto, el problema se había agravado considerablemente a causa de la anarquía que reinaba en el país. Los impuestos no se cobraban, y el crédito público se había desvanecido por completo. Los empréstitos lanzados por Necker fracasaron estrepitosamente, y el mismo resultado negativo tuvo el “donativo patriótico” de un cuarto de los ingresos que la Asamblea solicitó de todos los ciudadanos franceses.
Para salir del paso, el obispo renegado Tayllerand propuso a la Asamblea la reversión al Estado de los bienes del Clero. La propuesta fue aceptada por la gran mayoría de los diputados, y el lunes 2 de noviembre de 1789, con la aprobación de la Ley sobre los Bienes del Clero, éstos fueron puestos a disposición de la Nación que se comprometía, por su parte, a sostener el culto y a sus ministros.
Con objeto de facilitar la enajenación de dichos bienes, se decidió emitir unos billetes que se denominaron asignados y que podrían ser admitidos en pago de aquéllos; haciéndose, en diciembre de 1789, una primera emisión por valor de 400 millones de libras.
En abril de 1790 se declaró forzoso el curso de los citados billetes, y como las necesidades se hacían cada vez más apremiantes, hubo que autorizarse en septiembre del mismo año una nueva emisión de 1.200 millones. Se entraba así por el fácil camino de la inflación, con sus naturales secuelas: depreciación progresiva de la nueva moneda y el consiguiente encarecimiento de la vida. En 1796 el valor nominal de los billetes emitidos alcanzaba la cifra de 45.000 millones de libras; pero cada 100 libras en asignados sólo valían 30 céntimos en efectivo. En consonancia la libra de pan llegó a valer 50 francos y el par de botas 4.000 (El franco se introdujo en 1795 con un valor equivalente al de la libra)
Paralelamente fue creciendo el descontento de las masas populares y las explosiones revolucionarias se hicieron cada vez más extensas e intensas. Por otra parte, el valor atribuido a los bienes del Clero, unos 4.000 millones, no alcanzaba ya a cubrir el de los billetes en curso. Tuvieron, pues, que nacionalizarse los bienes de los nobles emigrados y de los sospechosos, en cuya categoría se incluyeron finalmente todas las personas ricas; llegándose así durante la época del Terror a soluciones de tipo comunista.
La Revolución no solucionaba los problemas económicos heredados del Antiguo Régimen, a pesar de tener más recursos que éste, ya que no había privilegios fiscales.
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La Constitución Civil del Clero
Otra consecuencia de la incautación de los bienes eclesiásticos por parte del Estado y de la obligación contraída por éste de sostener el culto y sus ministros, fue la Constitución Civil del Clero, aprobada por la Asamblea el 12 de julio de 1790. En virtud de ella, tanto los prelados como los simples clérigos serían considerados en adelante como funcionarios públicos electivos; el número de diócesis se ajustaría al de los nuevos Departamentos, y cada obispo electo se limitaría a notificar al Papa su entrada en funciones. Con tal disposición se usurpaban los derechos tradicionales de la Santa Sede a la regulación de las diócesis y a la institución canónica de sus titulares, y se oponía, además, en peligro la unidad de la fe, al permitir que en la elección de los dignatarios eclesiásticos intervinieran los ciudadanos no creyentes en el dogma católico.
El propio Rey, que era muy devoto, se sintió herido en su conciencia religiosa por esta resolución de la Asamblea; pero la aceptó provisionalmente, en espera de la decisión del pontífice Pío VI. Y en la misma actitud reservada se mantuvo la mayoría del clero francés, dispuesta a obedecer las consignas del vicario de Cristo.
Organización territorial del Estado
En 1790 entró en vigor la nueva organización administrativa de Francia, inspirada en criterios de rigurosa uniformidad y absoluta descentralización. Con arreglo a ella, el país quedaba dividido en 83 departamentos de extensión equivalente, subdivididos, a su vez y de modo gradual, en distritos, cantones y municipios. En estos últimos – que ascendían a unos 40.000 – venía a recaer, en definitiva, la autoridad; pues sólo a ellos correspondía declarar la ley marcial y disponer de la fuerza armada y eran los encargados de repartir y recaudar los impuestos.
Por otra parte, como todos los magistrados eran electivos, las autoridades centrales e intermediarias no podían destituir a sus subordinados y tenían que limitarse a amonestarlos cuando faltaban a sus deberes o se excedían en sus competencias. Como advierte Taine, en virtud de la nueva organización “la anarquía espontánea se transformaba en anarquía legal”
saludos
Otra consecuencia de la incautación de los bienes eclesiásticos por parte del Estado y de la obligación contraída por éste de sostener el culto y sus ministros, fue la Constitución Civil del Clero, aprobada por la Asamblea el 12 de julio de 1790. En virtud de ella, tanto los prelados como los simples clérigos serían considerados en adelante como funcionarios públicos electivos; el número de diócesis se ajustaría al de los nuevos Departamentos, y cada obispo electo se limitaría a notificar al Papa su entrada en funciones. Con tal disposición se usurpaban los derechos tradicionales de la Santa Sede a la regulación de las diócesis y a la institución canónica de sus titulares, y se oponía, además, en peligro la unidad de la fe, al permitir que en la elección de los dignatarios eclesiásticos intervinieran los ciudadanos no creyentes en el dogma católico.
El propio Rey, que era muy devoto, se sintió herido en su conciencia religiosa por esta resolución de la Asamblea; pero la aceptó provisionalmente, en espera de la decisión del pontífice Pío VI. Y en la misma actitud reservada se mantuvo la mayoría del clero francés, dispuesta a obedecer las consignas del vicario de Cristo.
Organización territorial del Estado
En 1790 entró en vigor la nueva organización administrativa de Francia, inspirada en criterios de rigurosa uniformidad y absoluta descentralización. Con arreglo a ella, el país quedaba dividido en 83 departamentos de extensión equivalente, subdivididos, a su vez y de modo gradual, en distritos, cantones y municipios. En estos últimos – que ascendían a unos 40.000 – venía a recaer, en definitiva, la autoridad; pues sólo a ellos correspondía declarar la ley marcial y disponer de la fuerza armada y eran los encargados de repartir y recaudar los impuestos.
Por otra parte, como todos los magistrados eran electivos, las autoridades centrales e intermediarias no podían destituir a sus subordinados y tenían que limitarse a amonestarlos cuando faltaban a sus deberes o se excedían en sus competencias. Como advierte Taine, en virtud de la nueva organización “la anarquía espontánea se transformaba en anarquía legal”
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Abolición de los títulos de Nobleza
Después de introducir la uniformidad en la organización estatal, en la justicia y en el Clero, la Asamblea la impuso por decreto a la sociedad. Así el 19 de junio de 1790 aprobó el decreto que suprimía los títulos de Nobleza, a pesar de la irritación de los aristócratas, que no fueron tenidos en cuenta a la hora de elaborar el decreto.
La Federación o Fiesta del 14 de julio
Para paliar las consecuencias de la descentralización, los directores de la Revolución, influenciados por Rousseau, pretendieron dar nueva vigencia a la idea del “Contrato Social”, y a al fin, organizaron una serie de parodias del mismo, que culminaron en la gran fiesta de la federación, celebrada en el Campo de Marte de París, el 14 de julio de 1790, con ocasión del primer aniversario de la toma de la Bastilla. A ella asistieron representantes de los guardias nacionales de todas las provincias, así como del Ejército y la Armada, que fueron invitados por Lafayette a jurar fidelidad a la Nación, a la Ley y al Rey, quien presidía el acto y se vio obligado a prestar el mismo juramento, mientras el pueblo entonaba la sanguinaria canción Ça Ira
Ah! ça ira, ça ira, ça ira,
Le peuple en ce jour sans cesse repète:
Ah! ça ira, ça ira, ça ira,
Malgré les mutins tout réussira! ...
...Les aristocrates à la lanterne!
Ah! ça ira, ça ira, ça ira,
Después de introducir la uniformidad en la organización estatal, en la justicia y en el Clero, la Asamblea la impuso por decreto a la sociedad. Así el 19 de junio de 1790 aprobó el decreto que suprimía los títulos de Nobleza, a pesar de la irritación de los aristócratas, que no fueron tenidos en cuenta a la hora de elaborar el decreto.
La Federación o Fiesta del 14 de julio
Para paliar las consecuencias de la descentralización, los directores de la Revolución, influenciados por Rousseau, pretendieron dar nueva vigencia a la idea del “Contrato Social”, y a al fin, organizaron una serie de parodias del mismo, que culminaron en la gran fiesta de la federación, celebrada en el Campo de Marte de París, el 14 de julio de 1790, con ocasión del primer aniversario de la toma de la Bastilla. A ella asistieron representantes de los guardias nacionales de todas las provincias, así como del Ejército y la Armada, que fueron invitados por Lafayette a jurar fidelidad a la Nación, a la Ley y al Rey, quien presidía el acto y se vio obligado a prestar el mismo juramento, mientras el pueblo entonaba la sanguinaria canción Ça Ira
Ah! ça ira, ça ira, ça ira,
Le peuple en ce jour sans cesse repète:
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Pronunciamiento de las tropas
La pantomima de la federación fue pronto descalificada por los hechos, que revelaban las profundas divisiones que el desbordamiento del odio, la codicia y la intolerancia habían establecido entre los franceses. Ya poco antes de la celebración del primer aniversario de la Revolución, se habían producido violentos incidentes entre católicos y protestantes en Montauban (el 10 de mayo) y Nimes (el 15 de junio), en donde no quedaban exentas ciertas implicaciones políticas entre realistas (católicos) y revolucionarios (protestantes), saliendo éstos vencedores en Nimes y aquéllos en Montauban. Los incidentes se saldaron con 5 muertos y 6 heridos en Montauban y 2 muertos y 7 heridos en Nimes.
Pero mayor gravedad revistió la serie de motines militares que estallaron en agosto y septiembre de 1790 en las principales guarniciones y puertos miliares de Francia. Efectivamente, los suboficiales y soldados que habían asistidos en representación de sus respectivos cuerpos a la fiesta de la Federación de París, fueron agasajados y excitados a la rebeldía por los clubs de la capital; y de este modo, al regresar a sus guarniciones, constituyeron “comités”, que so pretexto de irregularidades administrativas, arrestaron o asesinaron a sus jefes y oficiales:
Sublevación de Metz y Nancy: El 28 de julio estalló la insurrección en la guarnición de Metz. Los soldados encerraron a sus oficiales, se apoderaron de las banderas y de las cajas y hasta quisieron que el Ayuntamiento les cediera sus impuestos.
El día 30 se sublevó el regimiento de caballería de la Reina en Stenay, y poco después, en Nancy, el 9 de agosto, se rebelaron los tres regimientos, el del Rey, del Maestre de Campo General y el de suizos del Châteauvieux, que componían la guarnición. Los insubordinados se apoderaron de la ciudad, depusieron a las autoridades y encarcelaron al gobernador.
En opinión de Lafayette este hecho colmaba ya la medida y, con autorización de la Asamblea, encargó de restablecer el orden a su primo, el marqués de Bouillé, quien logró someter a la guarnición de Metz sin disparar un tiro. El 28 de agosto, partía de esta ciudad hacia Nancy, al frente de 3.000 soldados leales, entre ellos buena parte de los insubordinados de julio así como miembros de la Guardia Nacional. Su posición era difícil, porque carecía de espacio para maniobrar con la caballería, y no tenía suficientes infantes para atacar a los rebeldes, apoyados por el populacho. No obstante, se decidió a tomar Nancy al asalto; las tropas de Bouillé, enardecidas por su general, y creyéndose víctimas de una agresión, pues fueron recibidas con disparos de fusil a su llegada a la ciudad, combatieron con el mayor valor; la resistencia, sin embargo, fue tenaz y sólo paso a paso, en una lucha calle por calle, entraron el 31 de agosto, a través de un fuego mortífero. Dueño por fin de la plaza, tras el sangriento combate, Bouillé obtuvo el sometimiento de los sublevados. Liberó a los oficiales y autoridades encarceladas y restableció el orden.
La sublevación de Nancy fue la mayor que hasta entonces había tenido Francia desde el comienzo de la Revolución. Durante el tiempo en que la ciudad estuvo en poder de los sublevados, se quemaron 24 iglesias y fueron asesinadas 47 personas. En cuanto a las bajas en los combates por su liberación, se ha hablado de 3.000 muertos , cifra sin duda exagerada. Las bajas de las tropas de Bouillé (que algunos la elevan a 500) ascendieron a 59 muertos y 197 heridos. Los sublevados tuvieron unos 150 muertos y más de 200 heridos, en cuanto a las víctimas mortales de la población civil durante el asalto se estiman en un centenar, y no en un millar como algunos han afirmado. En total podemos cifrar en poco más de 300 las personas muertas durante la operación para someter a Nancy.
Las tropas leales hicieron 2.000 prisioneros, de los que, tras un proceso legal, 32 fueron posteriormente ejecutados y 41 condenados a galeras.
Aquella victoria produjo una gran alegría general y calmó los temores que se habían concebido por la tranquilidad del reino. Bouillé fue felicitado públicamente por el Rey y la Asamblea que alabaron por igual… “su espléndida conducta”… años después, cuando Bouillé se uniera a los blancos y combatiera en el ejército del duque de York a la Revolución, lo tacharían, los mismos que lo habían exaltado, de “cruel déspota reaccionario”… paradojas de la vida…
Por el contrario, la popularidad de Lafayette quedó comprometida con aquél acto de energía, y las severas sanciones dictadas quedaron al poco tiempo sin efecto, debido a la presión de los elementos más avanzados y radicales de la Asamblea.
Saludos
La pantomima de la federación fue pronto descalificada por los hechos, que revelaban las profundas divisiones que el desbordamiento del odio, la codicia y la intolerancia habían establecido entre los franceses. Ya poco antes de la celebración del primer aniversario de la Revolución, se habían producido violentos incidentes entre católicos y protestantes en Montauban (el 10 de mayo) y Nimes (el 15 de junio), en donde no quedaban exentas ciertas implicaciones políticas entre realistas (católicos) y revolucionarios (protestantes), saliendo éstos vencedores en Nimes y aquéllos en Montauban. Los incidentes se saldaron con 5 muertos y 6 heridos en Montauban y 2 muertos y 7 heridos en Nimes.
Pero mayor gravedad revistió la serie de motines militares que estallaron en agosto y septiembre de 1790 en las principales guarniciones y puertos miliares de Francia. Efectivamente, los suboficiales y soldados que habían asistidos en representación de sus respectivos cuerpos a la fiesta de la Federación de París, fueron agasajados y excitados a la rebeldía por los clubs de la capital; y de este modo, al regresar a sus guarniciones, constituyeron “comités”, que so pretexto de irregularidades administrativas, arrestaron o asesinaron a sus jefes y oficiales:
Sublevación de Metz y Nancy: El 28 de julio estalló la insurrección en la guarnición de Metz. Los soldados encerraron a sus oficiales, se apoderaron de las banderas y de las cajas y hasta quisieron que el Ayuntamiento les cediera sus impuestos.
El día 30 se sublevó el regimiento de caballería de la Reina en Stenay, y poco después, en Nancy, el 9 de agosto, se rebelaron los tres regimientos, el del Rey, del Maestre de Campo General y el de suizos del Châteauvieux, que componían la guarnición. Los insubordinados se apoderaron de la ciudad, depusieron a las autoridades y encarcelaron al gobernador.
En opinión de Lafayette este hecho colmaba ya la medida y, con autorización de la Asamblea, encargó de restablecer el orden a su primo, el marqués de Bouillé, quien logró someter a la guarnición de Metz sin disparar un tiro. El 28 de agosto, partía de esta ciudad hacia Nancy, al frente de 3.000 soldados leales, entre ellos buena parte de los insubordinados de julio así como miembros de la Guardia Nacional. Su posición era difícil, porque carecía de espacio para maniobrar con la caballería, y no tenía suficientes infantes para atacar a los rebeldes, apoyados por el populacho. No obstante, se decidió a tomar Nancy al asalto; las tropas de Bouillé, enardecidas por su general, y creyéndose víctimas de una agresión, pues fueron recibidas con disparos de fusil a su llegada a la ciudad, combatieron con el mayor valor; la resistencia, sin embargo, fue tenaz y sólo paso a paso, en una lucha calle por calle, entraron el 31 de agosto, a través de un fuego mortífero. Dueño por fin de la plaza, tras el sangriento combate, Bouillé obtuvo el sometimiento de los sublevados. Liberó a los oficiales y autoridades encarceladas y restableció el orden.
La sublevación de Nancy fue la mayor que hasta entonces había tenido Francia desde el comienzo de la Revolución. Durante el tiempo en que la ciudad estuvo en poder de los sublevados, se quemaron 24 iglesias y fueron asesinadas 47 personas. En cuanto a las bajas en los combates por su liberación, se ha hablado de 3.000 muertos , cifra sin duda exagerada. Las bajas de las tropas de Bouillé (que algunos la elevan a 500) ascendieron a 59 muertos y 197 heridos. Los sublevados tuvieron unos 150 muertos y más de 200 heridos, en cuanto a las víctimas mortales de la población civil durante el asalto se estiman en un centenar, y no en un millar como algunos han afirmado. En total podemos cifrar en poco más de 300 las personas muertas durante la operación para someter a Nancy.
Las tropas leales hicieron 2.000 prisioneros, de los que, tras un proceso legal, 32 fueron posteriormente ejecutados y 41 condenados a galeras.
Aquella victoria produjo una gran alegría general y calmó los temores que se habían concebido por la tranquilidad del reino. Bouillé fue felicitado públicamente por el Rey y la Asamblea que alabaron por igual… “su espléndida conducta”… años después, cuando Bouillé se uniera a los blancos y combatiera en el ejército del duque de York a la Revolución, lo tacharían, los mismos que lo habían exaltado, de “cruel déspota reaccionario”… paradojas de la vida…
Por el contrario, la popularidad de Lafayette quedó comprometida con aquél acto de energía, y las severas sanciones dictadas quedaron al poco tiempo sin efecto, debido a la presión de los elementos más avanzados y radicales de la Asamblea.
Saludos
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Sublevación de Brest: Como colofón de estos terribles motines, el 17 de septiembre de 1790, las tripulaciones de los navíos “Patriote” y “Léopard” surtos en el puerto de Brest, se amotinaron contra sus oficiales. Atizados por miembros del club de los Franciscanos, la rebelión se extiende por la escuadra y 20.000 marineros se niegan a obedecer las órdenes de sus oficiales. Para evitar mayores males fue necesario desarmar la Escuadra y aceptar las condiciones de los rebeldes en cuanto a aumento de salarios y control de las cajas.
A consecuencia de todas estas insurrecciones, la mayoría de los militares y marinos profesionales emigraron al extranjero, dejando al ejército y la marina (sobre todo a ésta) casi por completo desorganizados.
Dimisión de Necker
La confiscación de los bienes del Clero y la nueva emisión de asignados, decretado por la Asamblea en septiembre de 1790, eran medidas que Necker no compartía, la una por radical y la otra por antieconómica. Necker se opuso a esta emisión de billetes y elevó una memoria, advirtiendo las funestas consecuencias que tendría para la economía del reino, y aconsejando a la Asamblea que no cometiera tamaño error. Sin embargo, los tiempos pasan muy rápidos en época de revoluciones, y aunque apenas si habían pasado 15 meses desde su llegada, lo cierto es que ya no corrían buenos tiempos para él, ya no gozaba del favor de ese pueblo que lo había elevado en 1789. Privado de la confianza del Rey, enemistado con casi todos sus viejos amigos y despreciado por la Asamblea, Necker carecía ya de apoyos en uno u otro bando. Se había convertido en un estorbo y un freno. Su dimisión, presentada el sábado 4 de septiembre de 1790, fue acogida con alivio por todos los partidos. Su carruaje quedó detenido en la frontera suiza por el mismo populacho que antes lo había llevado en triunfo; fue necesario que la Asamblea expidiera una orden para que se le permitiera pasar a Suiza. Se retiró a Coppet, para contemplar, desde lejos una Revolución con la que había colaborado, y a la que pronto había aprendido a temer.
no cabe duda de que Necker fue un tipo listo, jugó a revolucionario hasta que vio que todo aquello iba en serio y entonces puso pies en polvorosa...
Saludos
A consecuencia de todas estas insurrecciones, la mayoría de los militares y marinos profesionales emigraron al extranjero, dejando al ejército y la marina (sobre todo a ésta) casi por completo desorganizados.
Dimisión de Necker
La confiscación de los bienes del Clero y la nueva emisión de asignados, decretado por la Asamblea en septiembre de 1790, eran medidas que Necker no compartía, la una por radical y la otra por antieconómica. Necker se opuso a esta emisión de billetes y elevó una memoria, advirtiendo las funestas consecuencias que tendría para la economía del reino, y aconsejando a la Asamblea que no cometiera tamaño error. Sin embargo, los tiempos pasan muy rápidos en época de revoluciones, y aunque apenas si habían pasado 15 meses desde su llegada, lo cierto es que ya no corrían buenos tiempos para él, ya no gozaba del favor de ese pueblo que lo había elevado en 1789. Privado de la confianza del Rey, enemistado con casi todos sus viejos amigos y despreciado por la Asamblea, Necker carecía ya de apoyos en uno u otro bando. Se había convertido en un estorbo y un freno. Su dimisión, presentada el sábado 4 de septiembre de 1790, fue acogida con alivio por todos los partidos. Su carruaje quedó detenido en la frontera suiza por el mismo populacho que antes lo había llevado en triunfo; fue necesario que la Asamblea expidiera una orden para que se le permitiera pasar a Suiza. Se retiró a Coppet, para contemplar, desde lejos una Revolución con la que había colaborado, y a la que pronto había aprendido a temer.
no cabe duda de que Necker fue un tipo listo, jugó a revolucionario hasta que vio que todo aquello iba en serio y entonces puso pies en polvorosa...
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Suvorov
Los franceses invadieron Suiza en 1797 y en marzo de 1798 se fundó la República Helvética bajo los auspicios de Francia. Una fuerza rusa, al mando del célebre general Suvorov, marchó sobre el territorio suizo y liberó la zona oriental. Luego de sangrientos combates los rusos, en 1799, se retiraron e hicieron la paz con Francia. Suiza, hasta 1815, fue aliada de Francia.
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totalmente de acuerdo amigo Castelo, debo reconocer que Necker me cae simpático, fue un vividor que no hizo mal a nadie y que cuando vio el desastre en que la Revolución se precipitaba y a la que había contribuido a engordar, se lavó las manos y dijo "paren el autobús, que el menda se baja"...Bueno, este hombre ya inauguró la tradición suiza
Juramento Civil del Clero
Otro sábado, el 27 de noviembre de 1790, la Asamblea resolvió que, en tanto funcionarios civiles del Estado, desde el momento en que éste se encargaba de sufragar los gastos de culto y sostenimiento de sus ministros, los eclesiásticos estaban obligados a jurar la Constitución Civil del Clero, aprobada por la Asamblea el 12 de julio, sin tener en cuenta para nada la opinión del propio clero o el Papa; al punto que los sacerdotes que se negaran a prestar el juramento, quedarían de inmediato suspendidos de sus funciones. Resolución que fue sancionada por el Rey – con las debidas reservas – en aras de la paz pública. Pero tan sólo siete obispos y una minoría de curas se avinieron a prestar el citado juramento. La Asamblea ordenó entonces la destitución de los refractarios, lo que supuso la ruptura de los católicos con la Revolución pues la mayor parte de los campesinos – partidarios hasta entonces de ella – continuaba siendo fervientemente católica y se mantuvo fiel a sus antiguos párrocos, rechazando a los juramentados, con los que se pretendía sustituirlos. Los intentos de vencer tal resistencia por la fuerza provocaron numerosos motines y algaradas, que alcanzaron especial gravedad en los departamentos del oeste, donde comenzó una guerra civil larvada que culminaría en el gran levantamiento vendeano de 1793.
Mientras tanto, el papa Pío VI condenaba explícitamente la constitución civil del clero y el juramento cívico en las encíclicas Quod Aliquantum (10 de marzo de 1791) y Cum Populi (13 de abril de 1791) respectivamente, amenazando con la pena de excomunión a quienes prestasen el juramento con pleno consentimiento; lo que motivó que muchos sacerdotes juramentados se retractaran, disminuyendo así considerablemente la cifra ya exigua del clero constitucional.
La Revolución Francesa, como ocurriría posteriormente en España, se había ganado la enemistad de los católicos, columna vertebral del futuro ejército blanco... pronto esa enemistad se transformaría en odio...
saludos
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La Huida del Rey
La oposición papal al ordenamiento del clero francés por la Asamblea, hizo crecer los escrúpulos del Rey, que si había aceptado a regañadientes los antedichos decretos, esperaba que se le permitiese al menos regir sus devociones particulares de acuerdo con los dictados de su conciencia. Pero la intolerancia de los asambleístas llegó hasta tal punto de pretender obligarle a recibir la comunión pascual de manos de un sacerdote juramentado. Para rehuir este acto de apostasía que se intentaba imponerle, quiso el atribulado monarca trasladarse el 18 de abril de 1791 a Saint Cloud – donde se le había permitido residir durante el verano anterior – pero el populacho parisiense, amotinado por Danton, impidió la salida de la comitiva regia, y Luís XVI tuvo que desistir de sus propósitos.
A partir de entonces, el Rey no pensó más que en huir de la capital con su familia, para sustraerla a las amenazas que sobre ella se cernían y liberar su conciencia de la presión constante de que era objeto. Hacía más de un año que Mirabeau le había aconsejado dar este paso, con el fin de retirarse a una plaza segura, alejada de la frontera y bien guarnecida de tropas leales (con exclusión de las extranjeras), desde donde haría un llamamiento a la parte sana de la Nación contra la tiranía de los clubs y de la Asamblea (la plaza propuesta por Mirabeau era Rouen). Pero el indeciso monarca, temeroso de una guerra civil como la que asoló a Inglaterra en tiempos de Carlos I, se resistió entonces a dar este paso y, mientras tanto, las dificultades de la empresa habían crecido a tal punto, que su éxito se hacía muy problemático. La vigilancia de las Tullerías se había hecho tan rigurosa, que la familia real apenas podía dar un paso, sin el acompañamiento de los guardias nacionales encargados de su custodia inmediata. Por otra parte, ya eran muy escasas las tropas con que se podía contar. Únicamente las fuerzas que guarnecían Lorena, bajo el mando del marqués de Bouillé, parecían seguras. Luís XVI resolvió así trasladarse a la fortaleza de Montmedy (otros autores hablan de Metz) , inmediata a la frontera de los Países Bajos, para ponerse bajo la protección de tales fuerzas.
El plan de evasión fue tramado de concierto entre el conde de Fersen (El conde Hans Axel von Fersen era un militar sueco al servicio de Francia, nacido en 1755 y asesinado por un marinero durante una rebelión en Suecia en 1810, se inmortalizó por ser su vida escogida por la Baronesa de Orczy para su novela "La Pimpinela Escarlata") y el marqués de Bouillé. El primero se encargaría de hacer salir a la familia real de París, y el segundo se comprometía a proteger su marcha desde Châlons, con una serie de destacamentos de caballería escalonados a lo largo de la ruta.
La primera parte del plan – la más difícil – fue admirablemente ejecutada, en la noche del 20 al 21 de junio de 1791 por Fersen, quien tras despistar a los celosos guardianes, consiguió trasladar a sus principales miembros (el Rey, la Reina, los infantes y la princesa Isabel), con un reducido séquito (tres guardias de corps y la señora Tourzel), a las afueras de París, donde les esperaba una gran berlina de viaje, tirada por seis caballos, que tomó seguidamente el camino de Châlons.
Desgraciadamente para los fugitivos, el marqués de Bouillé tomó mal sus disposiciones o fue mal secundado por sus subordinados, lo cierto es que los destacamentos de caballería que habían de escoltar el coche real a partir de la indicada ciudad no se encontraban todavía en su puesto cuando aquél pasó. Y, por otra parte, el Rey había sido reconocido en diversas poblaciones de tránsito, cundiendo así la alarma entre los elementos revolucionarios, que enviaron por delante mensajeros experimentados con la orden de detenerle.
El viaje de la familia real se vio, pues, interrumpido en Varennes en el Argonne, durante la noche del 21 al 22 de junio, cuando faltaban tan sólo 40 kilómetros para llegar a su destino. Las autoridades de dicho pueblo, avisadas por los mensajeros, detuvieron a los fugitivos. Y aunque un destacamento de húsares, llegado tardíamente, pretendió abrirles paso a la fuerza, Luís XVI se opuso a todo derramamiento de sangre y prefirió entregarse, a las seis de la mañana del 22, a uno de los delegados de la Asamblea que se presentaron poco después para hacerse cargo de las personas reales. Éstas hubieron de regresar a París, siendo recibidos por el pueblo parisino en medio del mayor silencio y recibiendo por parte de la prensa numerosas vejaciones para contentar al populacho, con grabados como el de “La famille des cochons ramenée á l’étable”.
A consecuencia de esta desgraciada fuga, el Rey fue suspendido temporalmente de sus funciones y en el club de los jacobinos se presentó una propuesta pidiendo su destitución. Pero Barnave y sus partidarios, que hasta entonces habían constituido el elemento avanzado de la Asamblea, se opusieron a tal propuesta, ante el temor de que la instauración de la República diera paso a los partidarios de la Revolución social. Se produjo de este modo una escisión en el seno del partido, del que se retiraron los simpatizantes de Barnave, para fundar otra sociedad más moderada: el club de los Fuldenses.
De ser otro Rey, se hubiera salvado, un Alejandro III, un Luís XIV, un Carlos I, jamás se hubieran dejado atrapar, lo mismo ocurre con el indeciso papel de Bouillé... un Kornilov, un Franco, se hubieran abierto paso a bayonetazo limpio, pero hubieran salvado al Rey.... su moderantismo, unido a la indecisión de Bouillé lo condenaron... a partir de entonces, el destino trágico de Luís XVI se anunciaba por momento...
Saludos
La oposición papal al ordenamiento del clero francés por la Asamblea, hizo crecer los escrúpulos del Rey, que si había aceptado a regañadientes los antedichos decretos, esperaba que se le permitiese al menos regir sus devociones particulares de acuerdo con los dictados de su conciencia. Pero la intolerancia de los asambleístas llegó hasta tal punto de pretender obligarle a recibir la comunión pascual de manos de un sacerdote juramentado. Para rehuir este acto de apostasía que se intentaba imponerle, quiso el atribulado monarca trasladarse el 18 de abril de 1791 a Saint Cloud – donde se le había permitido residir durante el verano anterior – pero el populacho parisiense, amotinado por Danton, impidió la salida de la comitiva regia, y Luís XVI tuvo que desistir de sus propósitos.
A partir de entonces, el Rey no pensó más que en huir de la capital con su familia, para sustraerla a las amenazas que sobre ella se cernían y liberar su conciencia de la presión constante de que era objeto. Hacía más de un año que Mirabeau le había aconsejado dar este paso, con el fin de retirarse a una plaza segura, alejada de la frontera y bien guarnecida de tropas leales (con exclusión de las extranjeras), desde donde haría un llamamiento a la parte sana de la Nación contra la tiranía de los clubs y de la Asamblea (la plaza propuesta por Mirabeau era Rouen). Pero el indeciso monarca, temeroso de una guerra civil como la que asoló a Inglaterra en tiempos de Carlos I, se resistió entonces a dar este paso y, mientras tanto, las dificultades de la empresa habían crecido a tal punto, que su éxito se hacía muy problemático. La vigilancia de las Tullerías se había hecho tan rigurosa, que la familia real apenas podía dar un paso, sin el acompañamiento de los guardias nacionales encargados de su custodia inmediata. Por otra parte, ya eran muy escasas las tropas con que se podía contar. Únicamente las fuerzas que guarnecían Lorena, bajo el mando del marqués de Bouillé, parecían seguras. Luís XVI resolvió así trasladarse a la fortaleza de Montmedy (otros autores hablan de Metz) , inmediata a la frontera de los Países Bajos, para ponerse bajo la protección de tales fuerzas.
El plan de evasión fue tramado de concierto entre el conde de Fersen (El conde Hans Axel von Fersen era un militar sueco al servicio de Francia, nacido en 1755 y asesinado por un marinero durante una rebelión en Suecia en 1810, se inmortalizó por ser su vida escogida por la Baronesa de Orczy para su novela "La Pimpinela Escarlata") y el marqués de Bouillé. El primero se encargaría de hacer salir a la familia real de París, y el segundo se comprometía a proteger su marcha desde Châlons, con una serie de destacamentos de caballería escalonados a lo largo de la ruta.
La primera parte del plan – la más difícil – fue admirablemente ejecutada, en la noche del 20 al 21 de junio de 1791 por Fersen, quien tras despistar a los celosos guardianes, consiguió trasladar a sus principales miembros (el Rey, la Reina, los infantes y la princesa Isabel), con un reducido séquito (tres guardias de corps y la señora Tourzel), a las afueras de París, donde les esperaba una gran berlina de viaje, tirada por seis caballos, que tomó seguidamente el camino de Châlons.
Desgraciadamente para los fugitivos, el marqués de Bouillé tomó mal sus disposiciones o fue mal secundado por sus subordinados, lo cierto es que los destacamentos de caballería que habían de escoltar el coche real a partir de la indicada ciudad no se encontraban todavía en su puesto cuando aquél pasó. Y, por otra parte, el Rey había sido reconocido en diversas poblaciones de tránsito, cundiendo así la alarma entre los elementos revolucionarios, que enviaron por delante mensajeros experimentados con la orden de detenerle.
El viaje de la familia real se vio, pues, interrumpido en Varennes en el Argonne, durante la noche del 21 al 22 de junio, cuando faltaban tan sólo 40 kilómetros para llegar a su destino. Las autoridades de dicho pueblo, avisadas por los mensajeros, detuvieron a los fugitivos. Y aunque un destacamento de húsares, llegado tardíamente, pretendió abrirles paso a la fuerza, Luís XVI se opuso a todo derramamiento de sangre y prefirió entregarse, a las seis de la mañana del 22, a uno de los delegados de la Asamblea que se presentaron poco después para hacerse cargo de las personas reales. Éstas hubieron de regresar a París, siendo recibidos por el pueblo parisino en medio del mayor silencio y recibiendo por parte de la prensa numerosas vejaciones para contentar al populacho, con grabados como el de “La famille des cochons ramenée á l’étable”.
A consecuencia de esta desgraciada fuga, el Rey fue suspendido temporalmente de sus funciones y en el club de los jacobinos se presentó una propuesta pidiendo su destitución. Pero Barnave y sus partidarios, que hasta entonces habían constituido el elemento avanzado de la Asamblea, se opusieron a tal propuesta, ante el temor de que la instauración de la República diera paso a los partidarios de la Revolución social. Se produjo de este modo una escisión en el seno del partido, del que se retiraron los simpatizantes de Barnave, para fundar otra sociedad más moderada: el club de los Fuldenses.
De ser otro Rey, se hubiera salvado, un Alejandro III, un Luís XIV, un Carlos I, jamás se hubieran dejado atrapar, lo mismo ocurre con el indeciso papel de Bouillé... un Kornilov, un Franco, se hubieran abierto paso a bayonetazo limpio, pero hubieran salvado al Rey.... su moderantismo, unido a la indecisión de Bouillé lo condenaron... a partir de entonces, el destino trágico de Luís XVI se anunciaba por momento...
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Así es amigo Castelo, desde el momento en que se aprobó la Constitución Civil del Clero y se forzó al juramento, el camino hacia la guerra civil era ya inevitable: el secuestro, proceso y ejecución (asesinato más bien, pues no se le pudo inculpar de ningún delito, como ya veremos) del Rey, la elevaría a unas proporciones catastróficas.
La Jornada del Campo de Marte
los Franciscanos y los jacobinos más radicales siguieron insistiendo en la destitución del Rey, y organizaron el 17 de julio de 1791 una manifestación de protesta en el Campo de Marte. Se montaron barricadas y se leyó un manifiesto pidiendo la destitución de Luís XVI, pese a la negativa de la Asamblea a plantearse si quiera dicha petición.
Los ánimos se excitaron aún más cuando llegó Lafayette y destruyó las barricadas ya construidas. Dos inválidos que se encontraban allí fueron degollados por el populacho y el desorden ya no tuvo límite. La Asamblea respondió ordenando al Ayuntamiento de París que proclamara la ley marcial; fue entonces cuando, tras cumplir los requisitos previstos en dicha ley, Lafayette, tras ordenar disparar al aire sin que diera resultado, mandó a la Guardia Nacional abrir fuego sobre la multitud. La primera descarga derribó a algunos facciosos, cuyo número se ha exagerado; los jacobinos afirmaron que fueron miles los muertos por la decisión de Lafayette, otros lo reducían a 400 fallecidos, aunque los documentos oficiales, redactados por Lafayette y los informes del Ayuntamiento, cifran los muertos ese día en 37, casi todos por heridas de balas, y más de 200 heridos. Si tenemos en cuenta los fallecidos en días posteriores debido a las heridas, el número total de muertos en el incidente del campo de Marte fue de 52, pero los insurgentes se dispersaron y la tranquilidad reinó en París por unas cuantas semanas.
Bastó este acto de energía para restablecer la calma y para que los principales agitadores – como Danton – se refugiaran en Inglaterra. Pero la Asamblea, obligada sin duda por sus anteriores compromisos, no se decidió a seguir por estas vía autoritaria, y volvió muy pronto a transigir con los sectarios de la demagogia...
Saludos
La Jornada del Campo de Marte
los Franciscanos y los jacobinos más radicales siguieron insistiendo en la destitución del Rey, y organizaron el 17 de julio de 1791 una manifestación de protesta en el Campo de Marte. Se montaron barricadas y se leyó un manifiesto pidiendo la destitución de Luís XVI, pese a la negativa de la Asamblea a plantearse si quiera dicha petición.
Los ánimos se excitaron aún más cuando llegó Lafayette y destruyó las barricadas ya construidas. Dos inválidos que se encontraban allí fueron degollados por el populacho y el desorden ya no tuvo límite. La Asamblea respondió ordenando al Ayuntamiento de París que proclamara la ley marcial; fue entonces cuando, tras cumplir los requisitos previstos en dicha ley, Lafayette, tras ordenar disparar al aire sin que diera resultado, mandó a la Guardia Nacional abrir fuego sobre la multitud. La primera descarga derribó a algunos facciosos, cuyo número se ha exagerado; los jacobinos afirmaron que fueron miles los muertos por la decisión de Lafayette, otros lo reducían a 400 fallecidos, aunque los documentos oficiales, redactados por Lafayette y los informes del Ayuntamiento, cifran los muertos ese día en 37, casi todos por heridas de balas, y más de 200 heridos. Si tenemos en cuenta los fallecidos en días posteriores debido a las heridas, el número total de muertos en el incidente del campo de Marte fue de 52, pero los insurgentes se dispersaron y la tranquilidad reinó en París por unas cuantas semanas.
Bastó este acto de energía para restablecer la calma y para que los principales agitadores – como Danton – se refugiaran en Inglaterra. Pero la Asamblea, obligada sin duda por sus anteriores compromisos, no se decidió a seguir por estas vía autoritaria, y volvió muy pronto a transigir con los sectarios de la demagogia...
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La Constitución de 1791
Mientras tanto, se habían dado los últimos retoques a la Constitución, que presentada al Rey, repuesto en sus funciones, el 3 de septiembre de 1791, se decidió a aceptarla, el martes día 13, no sin señalar los numerosos defectos que habían de impedir el normal funcionamiento de las instituciones que en ella se creaban.
Efectivamente, la separación de poderes que establecía el texto constitucional en ejecutivo, legislativo y judicial era demasiado absoluta, y no se había previsto ningún medio legal de resolver los conflictos que inevitablemente deberían surgir entre ellos.
El poder ejecutivo correspondía al Rey, pero sin órganos eficaces de ejecución; puesto que la fuerza armada dependía de los ayuntamientos y no del ejecutivo. Tampoco tenía la facultad de disolver la Asamblea Legislativa, y su único recurso contra ella se reducía al veto suspensivo, que le permitía aplazar por cuatro años las resoluciones de aquélla, con excepción de las leyes fiscales, los decretos de acusación y las proclamas dirigidas al país.
Por su parte, la Asamblea no podía destituir al Rey, declarado inviolable e irresponsable. Cualquier litigio grave entre ambos poderes tenía, pues, que resolverse recurriendo a la fuerza.
En cuanto al poder judicial, su independencia resultaba más teórica que práctica, pues su misión se reducía a la aplicación de las leyes, sin que se le permitiera discutirla o interpretarlas.
Por otra parte, la distinción que se hacía entre ciudadanos pasivos y activos – únicos que por pagar un determinado censo (artículo 2, sección 2ª, capítulo 1º, Título 3º) equivalente al valor de tres jornadas de trabajo, tenían derecho a ser electores y elegibles – creó un fuerte antagonismo entre proletarios y burgueses, que no tardaría en exteriorizarse de forma violenta.
De este modo, cuando el viernes 30 de septiembre de 1791, su último presidente, Thouret, declaró que la Asamblea Constituyente había terminado sus sesiones, dejaba sembrado el germen de nuevos disturbios aún mayores de los ocurridos hasta entonces.
como veremos, los jacobinos y girondinos, que habían votado la constitución, serían los primeros en violarla...
saludos
Mientras tanto, se habían dado los últimos retoques a la Constitución, que presentada al Rey, repuesto en sus funciones, el 3 de septiembre de 1791, se decidió a aceptarla, el martes día 13, no sin señalar los numerosos defectos que habían de impedir el normal funcionamiento de las instituciones que en ella se creaban.
Efectivamente, la separación de poderes que establecía el texto constitucional en ejecutivo, legislativo y judicial era demasiado absoluta, y no se había previsto ningún medio legal de resolver los conflictos que inevitablemente deberían surgir entre ellos.
El poder ejecutivo correspondía al Rey, pero sin órganos eficaces de ejecución; puesto que la fuerza armada dependía de los ayuntamientos y no del ejecutivo. Tampoco tenía la facultad de disolver la Asamblea Legislativa, y su único recurso contra ella se reducía al veto suspensivo, que le permitía aplazar por cuatro años las resoluciones de aquélla, con excepción de las leyes fiscales, los decretos de acusación y las proclamas dirigidas al país.
Por su parte, la Asamblea no podía destituir al Rey, declarado inviolable e irresponsable. Cualquier litigio grave entre ambos poderes tenía, pues, que resolverse recurriendo a la fuerza.
En cuanto al poder judicial, su independencia resultaba más teórica que práctica, pues su misión se reducía a la aplicación de las leyes, sin que se le permitiera discutirla o interpretarlas.
Por otra parte, la distinción que se hacía entre ciudadanos pasivos y activos – únicos que por pagar un determinado censo (artículo 2, sección 2ª, capítulo 1º, Título 3º) equivalente al valor de tres jornadas de trabajo, tenían derecho a ser electores y elegibles – creó un fuerte antagonismo entre proletarios y burgueses, que no tardaría en exteriorizarse de forma violenta.
De este modo, cuando el viernes 30 de septiembre de 1791, su último presidente, Thouret, declaró que la Asamblea Constituyente había terminado sus sesiones, dejaba sembrado el germen de nuevos disturbios aún mayores de los ocurridos hasta entonces.
como veremos, los jacobinos y girondinos, que habían votado la constitución, serían los primeros en violarla...
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REPERCUSIONES INTERNACIONALES DE LA REVOLUCIÓN
En sus inicios, la Revolución francesa fue acogida con satisfacción en amplios círculos de la opinión europea, no sólo entre los intelectuales ilustrados, sino entre los gobernantes de las potencias rivales, que consideraban con ella el debilitamiento de la posición de Francia en el continente. Incluso el Emperador, José II (murió el 20 de febrero de 1790) y su sucesor, Leopoldo II, hermanos ambos de la reina María Antonieta, se desinteresaron durante algún tiempo de la suerte de la monarquía francesa. Tan sólo el conde de Floridablanca, secretario de Estado de Carlos IV de España, pareció darse cuenta desde el principio del mal cariz que ofrecían los sucesos que tenían lugar al otro lado de los Pirineos y tomó severas medidas para impedir el contagio revolucionario de España.
Por otra parte, los acontecimientos de Francia comprometían la eficacia del “Pacto de Familia”, como no tardó en demostrarse con ocasión del incidente naval de la bahía de Nootka, en la primavera de 1789, que estuvo a punto de provocar la guerra entre España y Gran Bretaña. Ante tal eventualidad, el gobierno español solicitó del francés el apoyo a que tenía derecho en virtud de aquel pacto. Pero la Asamblea Constituyente se negó a cumplir con las obligaciones contraídas en el mismo, declarando el 22 de mayo de 1790, a propuesta de Robespierre y Pétion, que la nación francesa renunciaba a emprender ninguna guerra con fines de conquista y “que jamás emplearía sus fuerzas contra la libertad de pueblo alguno”
Los revolucionarios franceses no desistían, sin embargo, de propagar sus doctrinas a los demás países, y declaraban que acogerían gustosos a todos los pueblos que se unieran a su patria “espontáneamente”… lo que no tardó en suceder con los enclaves pontificios de Aviñón y de Venaissin, donde los simpatizantes de aquéllos expulsaron al legado del Papa y pidieron el 12 de junio de 1790 la anexión a Francia, que les fue concedida por fin un año más tarde, el 2 de mayo de 1791, lo que supondría la ruptura de relaciones diplomáticas entre Francia y la Santa Sede. Quedaba así establecido un precedente sumamente peligroso para la paz mundial, pues amparándose en él, los franceses podían ir ensanchando sus fronteras a costa de las naciones vecinas.
Con análogo criterio fueron rechazadas las reclamaciones de los príncipes alemanes que tenían dominios en Alsacia y cuyos derechos señoriales habían sido confirmados en el tratado de Westfalia. Tales derechos quedaron, sin embargo, abolidos por la Asamblea Constituyente francesa, sin tener en cuenta para nada lo dispuesto en aquel tratado, que se declaraba extinguido, en virtud de “la libre y espontánea” decisión del pueblo alsaciano de unirse a Francia, expresada en las elecciones de los Estados Generales y confirmada en la fiesta de la Federación.
Estas decisiones unilaterales, que violaban las normas del Derecho Internacional entonces vigentes, suscitaron las alarmas de las cancillerías europeas, al par que los sangrientos excesos de la Revolución le iban restando partidarios en los medios intelectuales.
La opinión pública europea se fue haciendo así cada vez más desfavorable para la Francia Revolucionaria; sobre todo después de la fracasada fuga de la familia real y su detención en Varennes. A partir de entonces, los soberanos de Europa comenzaron a inquietarse por la suerte de los monarcas franceses; los cuales, sintiéndose desamparados y a merced de los desmanes de la chusma, solicitaban apremiantemente el auxilio de aquéllos. Sin embargo, ni Luís XVI ni María Antonieta deseaban una intervención armada contra sus súbditos rebeldes; limitándose a pedir la reunión de un Congreso de potencias y la movilización de algunas tropas, que intimidaran a los elementos exaltados y reanimaran a los partidarios del orden, a fin de contener la Revolución dentro de sus justos límites . Pero los aristócratas emigrados, a cuyo frente estaban los Conde de Provenza y de Artois, hermanos del Rey, no se mostraban tan comedidos e intrigaban en las cortes europeas en pro de una “cruzada” que restableciera en Francia, por la fuerza de las armas, el antiguo orden de las cosas.
Las nubes comenzaban a formarse sobre el horizonte de Europa...
En sus inicios, la Revolución francesa fue acogida con satisfacción en amplios círculos de la opinión europea, no sólo entre los intelectuales ilustrados, sino entre los gobernantes de las potencias rivales, que consideraban con ella el debilitamiento de la posición de Francia en el continente. Incluso el Emperador, José II (murió el 20 de febrero de 1790) y su sucesor, Leopoldo II, hermanos ambos de la reina María Antonieta, se desinteresaron durante algún tiempo de la suerte de la monarquía francesa. Tan sólo el conde de Floridablanca, secretario de Estado de Carlos IV de España, pareció darse cuenta desde el principio del mal cariz que ofrecían los sucesos que tenían lugar al otro lado de los Pirineos y tomó severas medidas para impedir el contagio revolucionario de España.
Por otra parte, los acontecimientos de Francia comprometían la eficacia del “Pacto de Familia”, como no tardó en demostrarse con ocasión del incidente naval de la bahía de Nootka, en la primavera de 1789, que estuvo a punto de provocar la guerra entre España y Gran Bretaña. Ante tal eventualidad, el gobierno español solicitó del francés el apoyo a que tenía derecho en virtud de aquel pacto. Pero la Asamblea Constituyente se negó a cumplir con las obligaciones contraídas en el mismo, declarando el 22 de mayo de 1790, a propuesta de Robespierre y Pétion, que la nación francesa renunciaba a emprender ninguna guerra con fines de conquista y “que jamás emplearía sus fuerzas contra la libertad de pueblo alguno”
Los revolucionarios franceses no desistían, sin embargo, de propagar sus doctrinas a los demás países, y declaraban que acogerían gustosos a todos los pueblos que se unieran a su patria “espontáneamente”… lo que no tardó en suceder con los enclaves pontificios de Aviñón y de Venaissin, donde los simpatizantes de aquéllos expulsaron al legado del Papa y pidieron el 12 de junio de 1790 la anexión a Francia, que les fue concedida por fin un año más tarde, el 2 de mayo de 1791, lo que supondría la ruptura de relaciones diplomáticas entre Francia y la Santa Sede. Quedaba así establecido un precedente sumamente peligroso para la paz mundial, pues amparándose en él, los franceses podían ir ensanchando sus fronteras a costa de las naciones vecinas.
Con análogo criterio fueron rechazadas las reclamaciones de los príncipes alemanes que tenían dominios en Alsacia y cuyos derechos señoriales habían sido confirmados en el tratado de Westfalia. Tales derechos quedaron, sin embargo, abolidos por la Asamblea Constituyente francesa, sin tener en cuenta para nada lo dispuesto en aquel tratado, que se declaraba extinguido, en virtud de “la libre y espontánea” decisión del pueblo alsaciano de unirse a Francia, expresada en las elecciones de los Estados Generales y confirmada en la fiesta de la Federación.
Estas decisiones unilaterales, que violaban las normas del Derecho Internacional entonces vigentes, suscitaron las alarmas de las cancillerías europeas, al par que los sangrientos excesos de la Revolución le iban restando partidarios en los medios intelectuales.
La opinión pública europea se fue haciendo así cada vez más desfavorable para la Francia Revolucionaria; sobre todo después de la fracasada fuga de la familia real y su detención en Varennes. A partir de entonces, los soberanos de Europa comenzaron a inquietarse por la suerte de los monarcas franceses; los cuales, sintiéndose desamparados y a merced de los desmanes de la chusma, solicitaban apremiantemente el auxilio de aquéllos. Sin embargo, ni Luís XVI ni María Antonieta deseaban una intervención armada contra sus súbditos rebeldes; limitándose a pedir la reunión de un Congreso de potencias y la movilización de algunas tropas, que intimidaran a los elementos exaltados y reanimaran a los partidarios del orden, a fin de contener la Revolución dentro de sus justos límites . Pero los aristócratas emigrados, a cuyo frente estaban los Conde de Provenza y de Artois, hermanos del Rey, no se mostraban tan comedidos e intrigaban en las cortes europeas en pro de una “cruzada” que restableciera en Francia, por la fuerza de las armas, el antiguo orden de las cosas.
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