Revolucion Francesa y Guerras Napoleónicas 1792-1815
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Suspensión de la Monarquía
Mientras en las Tullerías continuaba la matanza, en la Asamblea, donde el Rey y la reina, sentados en un palco para los periodistas, asistían a la ruina de su trono, Vergniaud, presidente de la sala, redactó en unos minutos un decreto de destitución del monarca, que fue aprobado aceleradamente por la Asamblea, por el cual:
Se suspendía provisionalmente a Luís XVI, se ordenaba un plan de educación para el príncipe y se convocaba a una Convención Nacional para revisar la constitución vigente. El monarca y su familia debían quedar provisionalmente internados en el palacio de Luxemburgo, pero las nuevas autoridades municipales exigieron a la Asamblea que les fueran entregados, y los encarcelaron en la torre del Temple.
El ejecutivo había sido aniquilado y con él todos los ministros, que fueron depuestos ese mismo día. En su lugar se formó un Consejo Ejecutivo Provisional, del que formaron parte Danton, en la cartera de Justicia, y Roland, en la de Interior. El primero se apresuró a crear un tribunal extraordinario (17 de agosto) para juzgar los delitos de contrarrevolución y ordenó la detención de numerosos aristócratas, sacerdotes no juramentados y burgueses ricos, que llenaron en poco tiempo las cárceles de París.
También decretó la Asamblea, que la Policía de Seguridad General fuera competente en los ámbitos de departamento, distrito y municipio para toda clase de delitos contra la seguridad interior y exterior del Estado, se le encomendaba además la elaboración de un censo de sospechosos por sus opiniones pasadas o conductas para detenerlos o, al menos, interrogarlos. Eran los municipios los que colaboraban con la policía en la elaboración de este censo, lo que motivaba que la masa de ciudadanos se veía obligada a observar, denunciar y perseguir a sus propios vecinos por sus opiniones o “conductas”.
"Demócratas" que eran los muchachos.. vamos que lo de la "legalidad" y la "libertad" un cuento del Fumanchú ese...
Saludos
Mientras en las Tullerías continuaba la matanza, en la Asamblea, donde el Rey y la reina, sentados en un palco para los periodistas, asistían a la ruina de su trono, Vergniaud, presidente de la sala, redactó en unos minutos un decreto de destitución del monarca, que fue aprobado aceleradamente por la Asamblea, por el cual:
Se suspendía provisionalmente a Luís XVI, se ordenaba un plan de educación para el príncipe y se convocaba a una Convención Nacional para revisar la constitución vigente. El monarca y su familia debían quedar provisionalmente internados en el palacio de Luxemburgo, pero las nuevas autoridades municipales exigieron a la Asamblea que les fueran entregados, y los encarcelaron en la torre del Temple.
El ejecutivo había sido aniquilado y con él todos los ministros, que fueron depuestos ese mismo día. En su lugar se formó un Consejo Ejecutivo Provisional, del que formaron parte Danton, en la cartera de Justicia, y Roland, en la de Interior. El primero se apresuró a crear un tribunal extraordinario (17 de agosto) para juzgar los delitos de contrarrevolución y ordenó la detención de numerosos aristócratas, sacerdotes no juramentados y burgueses ricos, que llenaron en poco tiempo las cárceles de París.
También decretó la Asamblea, que la Policía de Seguridad General fuera competente en los ámbitos de departamento, distrito y municipio para toda clase de delitos contra la seguridad interior y exterior del Estado, se le encomendaba además la elaboración de un censo de sospechosos por sus opiniones pasadas o conductas para detenerlos o, al menos, interrogarlos. Eran los municipios los que colaboraban con la policía en la elaboración de este censo, lo que motivaba que la masa de ciudadanos se veía obligada a observar, denunciar y perseguir a sus propios vecinos por sus opiniones o “conductas”.
"Demócratas" que eran los muchachos.. vamos que lo de la "legalidad" y la "libertad" un cuento del Fumanchú ese...
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Lafayette se entrega a los austriacos
El viernes, 17 de agosto, el mismo día en que París se creaba el tribunal de lo criminal, se supo que Lafayette no reconocía a la autoridad legislativa, seguía considerando al Rey jefe del Estado y había ordenado la detención de los emisarios de la Asamblea. En efecto, el general francés, al conocer los sucesos del 10 de agosto, se apresuró a organizar sus tropas para marchar sobre París, restablecer el orden y liberar al Rey. Pero sus soldados no le obedecieron, el 19, la Asamblea lo declaró traidor a la patria y lanzó contra él un decreto de acusación. Con lo que, en la mañana del 20, acompañado de algunos oficiales amigos suyos, Bureau de Puzy, Latour – Maubourg (el mismo que adquirirá gloriosa fama como general de caballería del Imperio, aunque corra raudo a incorporarse al cuerpo de Condé) y Lameth, abandonó su Cuartel General y se encaminó hacia las líneas austriacas, llegando el 21 a sus avanzadas, donde el grupo se constituyó en prisioneros. Lafayette se convertía así en el primer general que se exiliaba y en el primero de la Francia Revolucionaria que era capturado… tras pasar por una fortaleza prusiana en Westfalia, y rodar por varias prisiones en Alemania, fue enviado a una prisión en Olmütz (Olomouc) en 1794, de donde los austriacos no lo liberarían hasta 1799.
Saludos
El viernes, 17 de agosto, el mismo día en que París se creaba el tribunal de lo criminal, se supo que Lafayette no reconocía a la autoridad legislativa, seguía considerando al Rey jefe del Estado y había ordenado la detención de los emisarios de la Asamblea. En efecto, el general francés, al conocer los sucesos del 10 de agosto, se apresuró a organizar sus tropas para marchar sobre París, restablecer el orden y liberar al Rey. Pero sus soldados no le obedecieron, el 19, la Asamblea lo declaró traidor a la patria y lanzó contra él un decreto de acusación. Con lo que, en la mañana del 20, acompañado de algunos oficiales amigos suyos, Bureau de Puzy, Latour – Maubourg (el mismo que adquirirá gloriosa fama como general de caballería del Imperio, aunque corra raudo a incorporarse al cuerpo de Condé) y Lameth, abandonó su Cuartel General y se encaminó hacia las líneas austriacas, llegando el 21 a sus avanzadas, donde el grupo se constituyó en prisioneros. Lafayette se convertía así en el primer general que se exiliaba y en el primero de la Francia Revolucionaria que era capturado… tras pasar por una fortaleza prusiana en Westfalia, y rodar por varias prisiones en Alemania, fue enviado a una prisión en Olmütz (Olomouc) en 1794, de donde los austriacos no lo liberarían hasta 1799.
Saludos
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Lafayette.
Lafayette era un noble. También era un liberal. Había luchado, allá por 1777-1781, con los americanos por la libertad contra los ingleses. Para él la constitución de 1791 debía ser respetada. Roto el ordenamiento constitucional por la insurrección del 10 de agosto de 1792 y depuesto el monarca consideró en conciencia que no podía seguir sirviendo en el ejército francés. Así son las convulsiones civiles, sacrifican vidas y conciencias. Debe ser terrible para un soldado abandonar el ejército y entregarse al enemigo. El honor, que siempre debe quedar a salvo, será la medida de la conducta de cada cual.
Saludos.
Saludos.
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Para él la constitución de 1791 debía ser respetada. Roto el ordenamiento constitucional por la insurrección del 10 de agosto de 1792 y depuesto el monarca consideró en conciencia que no podía seguir sirviendo en el ejército francés.
Magnífica descripción, amigo Martínez, del comportamiento del general Lafayette y del conflicto interno por el que tuvo que pasar entre su condición de militar y su condición de liberal y hombre de ley y palabra.
PRIMERA INVASIÓN DE FRANCIA
Los sucesos del 10 de agosto, motivaron que Brunswick no esperara más y diera comienzo a las operaciones para entrar en Francia, tomar París y liberar a Luís XVI.
La situación militar parecía serle favorable: los franceses tenían desplegado 120.000 hombres en la frontera, desde Lorena al mar, sin apenas oficiales, minados por la indisciplina y la desmoralización, con poca fe en sus mandos, aún más desprestigiados a los ojos de sus hombres con la huída de Lafayette, que dejaba a todo un ejército sin comandante en jefe.
Brunswick, por su parte, contaba con 60.000 prusianos, 60.000 austriacos, 10.000 hessenses y 20.000 emigrados franceses, en total 150.000 hombres. Su plan consistía en invadir Francia por las Árdenas y dirigirse por Châlons a París: los prusianos avanzarían en una sola columna, que formaba el cuerpo principal, hacia Longwy, a través de Luxemburgo, para caer sobre el centro francés, Clerfayt con 20.000 austriacos, protegería el flanco derecho del cuerpo principal, ocupando Stenay, el príncipe de Hohenlohe – Kirchberg, con 16.000 austriacos y los 10.000 hessenses, flanquearía la izquierda prusiana; el duque de Sajonia – Teschen, con 24.000 austriacos, ocupaba los Países Bajos y debía amenazar las plazas del norte, el príncipe de Condé, con un cuerpo de caballería de 6.000 emigrados, se dirigiría a Philippsbourg, mientras el resto de los cuerpos realistas servirían para enlazar las columnas principales del ejército coaligado.
Los dos soberanos de Austria y Prusia se habían situado en Maguncia (Mainz) para estar más cerca del teatro de operaciones.
El ejército francés se hallaba desplegado, a mediados de agosto del siguiente modo: Beaurnonville en Maulde, Moreton en Maubeuge y Duval en Lille, reunían 10.000 hombres cada uno, con la misión de cubrir la frontera norte y de los Países Bajos. El ejército de Lafayette, desorganizado con la partida de su general, y fluctuando todavía en su manera de sentir, acampaba en Sedan, formando un contingente de 23.000 hombres, iba a pasar al mando de Dumouriez. El ejército de Luckner, con 20.000 hombres, ocupaba Metz, y como todos los otros, recibiría un nuevo general: Kellermann. Poco satisfecha con Luckner, la Asamblea no lo destituirá, pero lo apartará del mando, nombrándolo generalísimo, con el cuidado de organizar el ejército de reserva y la misión honorífica de aconsejar a los demás generales. Tras los cambios que hará la Asamblea, quedarán Custine, con 15.000 hombres, en la zona de Landau y Biron, con 30.000 en Alsacia.
Desde el Mar hasta Suiza se disponían a combatir 175.000 coaligados contra 120.000 franceses... ¡Ya todos se veían en París, cuestión de días, se decían... cuántos años tardarían en lograrlo!
Saludos
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Notas sobre Lafayette.
Lafayette a los 19 años de edad partió a luchar con los americanos rebelados contra Inglaterra. Hizo toda campaña. Estuvo en Valley Forge, en Yorktown. Resultó seriamente herido en los combates. Hizo excelente amistad con Washington. En premio de sus servicios se le dio la nacionalidad americana. En 1792 cuando abandona el ejército francés, pretende ir a Holanda a embarcarse para América. Apresado por los austriacos, invoca su nacionalidad americana para que le den la libertad. En vez de ello lo encarcelan en diversas prisiones, entre otras la de Olmutz. En 1797 en el tratado de Campo Formio Bonaparte agrega una cláusula especial para la libertad de Lafayette. Luego de dos años de exilio en Holanda vuelve a Francia donde permanece en el retiro durante todo el Imperio. En 1824-25 hace un viaje triunfal a Estados Unidos donde se le recibe como un héroe. En 1830 su influencia fue primordial para que Luis Felipe de Orleans fuera coronado como rey de Francia.
De Lafayette se ha dicho que, a pesar de todos sus defectos, mantuvo una actitud leal durante toda su vida hacia sus principios de libertad y moderación.
En 1917, cuando el general John Pershing desembarcó con las tropas americanas en Francia durante la primera guerra mundial para luchar al lado de los francoingleses, lo primero que hizo fue desfilar con sus fuerzas ante la estatua de Lafayette y al tiempo que saludaba militarmente dijo "Aquí estamos Lafayette".
Era el honroso pago de la deuda de sangre contraida hacía 140 años.
Saludos cordiales.
De Lafayette se ha dicho que, a pesar de todos sus defectos, mantuvo una actitud leal durante toda su vida hacia sus principios de libertad y moderación.
En 1917, cuando el general John Pershing desembarcó con las tropas americanas en Francia durante la primera guerra mundial para luchar al lado de los francoingleses, lo primero que hizo fue desfilar con sus fuerzas ante la estatua de Lafayette y al tiempo que saludaba militarmente dijo "Aquí estamos Lafayette".
Era el honroso pago de la deuda de sangre contraida hacía 140 años.
Saludos cordiales.
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Así es Lafayette intentó que la revolución francesa siguiera los derroteros moderados y humanistas de la americana, pero fracasó...
Bloqueo de Landau
El 3 de agosto de 1792, el rey de Prusia pasó revista a sus fuerzas y a los cuerpos de emigrados del Conde de Artois (hermano de Luís XVI y futuro rey de Francia con el nombre de Carlos X) en Bingen, y quedó gratamente satisfecho con ellas. El 10 de agosto, el mismo día que se asaltaba las Tullerías, las fuerzas del príncipe Hohenlohe – Kirchberg, divididas en dos columnas, una de austriacos y otra de hessenses, cruzaban el Rin y amenazaban las avanzadas francesas situadas en Herxheim. El general Biron, que las dirigía, se replegó a Arzheim, a la izquierda de Landau, donde situó a 3.000 hombres con órdenes de efectuar reconocimientos en dirección a Spire (Speyer).
Landau se encontraba en el peor estado de defensa posible, su gobernador, el señor de Martignac, acababa de emigrar, las murallas estaban desmanteladas, al punto que Custine, jefe del destacamento, entraba a caballo por una de las muchas brechas que tenían. No obstante, el general Biron aprovechó el tiempo para poner a Landau en condiciones de ofrecer cierta resistencia. Por orden suya, Custine, con sus dragones, llevó a cabo un reconocimiento de la situación del enemigo el 11 de agosto. Dividió su destacamento en tres grupos; uno dirigido por él y los otros por los tenientes Kellermann y Victor de Broglie; los tres grupos marchaban por caminos diferentes, aunque debían encontrarse en Bellheim; Custine llegó el primero, y tuvo la mala suerte de que en parecida misión de reconocimiento, venían varios escuadrones austriacos de caballería ligera por el mismo lugar donde él se encontraba. Sin pensarlo, cargó con sus dragones sable en mano. Tal fue el ímpetu y la sorpresa, que el enemigo, huyó precipitadamente. Pero repuesto de la sorpresa, regresó y apoyado en la superioridad numérica, obligó a Custine a retirarse en buen orden al campo de Arzheim, donde su llegada sembró el terror, pues hizo creer a los soldados que allí estaban que era perseguido por la totalidad del ejército coaligado. Huyeron desordenadamente á Landau, donde cerraron las puertas de la ciudad antes que los jinetes de Custine pudieran entrar; un grupo de oficiales, que no había perdido la calma, las abrió y de este modo pudo entrar la caballería.
En la pequeña acción de Bellheim, los dragones franceses tuvieron cinco heridos y los austriacos 1 muerto y cuatro heridos.
En efecto, el príncipe de Hohenlohe – Kirchberg marchaba en esos momentos hacia Landau, a cuyos alrededores llegó al día siguiente, 12 de agosto; cercó la plaza y la tuvo enteramente bloqueada durante 15 días, pero no efectuó ningún asalto; viendo que los franceses se obstinaban en la defensa, el príncipe renunció al bloqueo el día 27, marchando hacia Lorena, para reunirse con los prusianos que invadían Champaña. Las bajas fueron insignificantes: 3 muertos y 5 heridos para los franceses y 3 muertos y 9 heridos para los austriacos.
Las operaciones para restablecer el absolutismo en Francia habían comenzado...
Bloqueo de Landau
El 3 de agosto de 1792, el rey de Prusia pasó revista a sus fuerzas y a los cuerpos de emigrados del Conde de Artois (hermano de Luís XVI y futuro rey de Francia con el nombre de Carlos X) en Bingen, y quedó gratamente satisfecho con ellas. El 10 de agosto, el mismo día que se asaltaba las Tullerías, las fuerzas del príncipe Hohenlohe – Kirchberg, divididas en dos columnas, una de austriacos y otra de hessenses, cruzaban el Rin y amenazaban las avanzadas francesas situadas en Herxheim. El general Biron, que las dirigía, se replegó a Arzheim, a la izquierda de Landau, donde situó a 3.000 hombres con órdenes de efectuar reconocimientos en dirección a Spire (Speyer).
Landau se encontraba en el peor estado de defensa posible, su gobernador, el señor de Martignac, acababa de emigrar, las murallas estaban desmanteladas, al punto que Custine, jefe del destacamento, entraba a caballo por una de las muchas brechas que tenían. No obstante, el general Biron aprovechó el tiempo para poner a Landau en condiciones de ofrecer cierta resistencia. Por orden suya, Custine, con sus dragones, llevó a cabo un reconocimiento de la situación del enemigo el 11 de agosto. Dividió su destacamento en tres grupos; uno dirigido por él y los otros por los tenientes Kellermann y Victor de Broglie; los tres grupos marchaban por caminos diferentes, aunque debían encontrarse en Bellheim; Custine llegó el primero, y tuvo la mala suerte de que en parecida misión de reconocimiento, venían varios escuadrones austriacos de caballería ligera por el mismo lugar donde él se encontraba. Sin pensarlo, cargó con sus dragones sable en mano. Tal fue el ímpetu y la sorpresa, que el enemigo, huyó precipitadamente. Pero repuesto de la sorpresa, regresó y apoyado en la superioridad numérica, obligó a Custine a retirarse en buen orden al campo de Arzheim, donde su llegada sembró el terror, pues hizo creer a los soldados que allí estaban que era perseguido por la totalidad del ejército coaligado. Huyeron desordenadamente á Landau, donde cerraron las puertas de la ciudad antes que los jinetes de Custine pudieran entrar; un grupo de oficiales, que no había perdido la calma, las abrió y de este modo pudo entrar la caballería.
En la pequeña acción de Bellheim, los dragones franceses tuvieron cinco heridos y los austriacos 1 muerto y cuatro heridos.
En efecto, el príncipe de Hohenlohe – Kirchberg marchaba en esos momentos hacia Landau, a cuyos alrededores llegó al día siguiente, 12 de agosto; cercó la plaza y la tuvo enteramente bloqueada durante 15 días, pero no efectuó ningún asalto; viendo que los franceses se obstinaban en la defensa, el príncipe renunció al bloqueo el día 27, marchando hacia Lorena, para reunirse con los prusianos que invadían Champaña. Las bajas fueron insignificantes: 3 muertos y 5 heridos para los franceses y 3 muertos y 9 heridos para los austriacos.
Las operaciones para restablecer el absolutismo en Francia habían comenzado...
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Combate de Fontoy
Mientras el príncipe de Hohenlohe – Kirchberg bloqueaba Landau tras haber cruzado el Rin, otra columna coaligada, formada por tropas prusianas, procedente de Coblenza (Koblenz) y Tréveris (Trier), se disponía a penetrar en Francia entre Thionville y Longwy. Luckner, que se enteró por sus reconocimientos, de las intenciones del enemigo, abandonó su posición de Longlaville, a 3’5 kilómetros al nordeste de Longwy, y se dirigió a Fontoy, pueblo situado entre las dos plazas amenazadas, a 20 kilómetros de Thionville y a 27 de Longwy, con 14.000 hombres. Acababa de atrincherarse, cuando el 19 de agosto se vio atacado por un cuerpo austriaco de 10.000 hombres, dirigido por Clerfayt. Luckner formó sus tropas en batalla y rechazó en todas partes los intentos del enemigo, que diezmado por el fuego de las baterías y sin intención de empeñar una acción general, se replegó hacia Luxemburgo. La acción duró cerca de tres horas y causó 15 muertos y 73 heridos a los franceses y 21 muertos y 80 heridos a los austriacos.
Como anécdota decir que este combate fue el primero en que los emigrados chocaron con las fuerzas revolucionarias.
saludos
Mientras el príncipe de Hohenlohe – Kirchberg bloqueaba Landau tras haber cruzado el Rin, otra columna coaligada, formada por tropas prusianas, procedente de Coblenza (Koblenz) y Tréveris (Trier), se disponía a penetrar en Francia entre Thionville y Longwy. Luckner, que se enteró por sus reconocimientos, de las intenciones del enemigo, abandonó su posición de Longlaville, a 3’5 kilómetros al nordeste de Longwy, y se dirigió a Fontoy, pueblo situado entre las dos plazas amenazadas, a 20 kilómetros de Thionville y a 27 de Longwy, con 14.000 hombres. Acababa de atrincherarse, cuando el 19 de agosto se vio atacado por un cuerpo austriaco de 10.000 hombres, dirigido por Clerfayt. Luckner formó sus tropas en batalla y rechazó en todas partes los intentos del enemigo, que diezmado por el fuego de las baterías y sin intención de empeñar una acción general, se replegó hacia Luxemburgo. La acción duró cerca de tres horas y causó 15 muertos y 73 heridos a los franceses y 21 muertos y 80 heridos a los austriacos.
Como anécdota decir que este combate fue el primero en que los emigrados chocaron con las fuerzas revolucionarias.
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Insurrección en la Vendée: toma de Chátillon-sur-Sèvre
Mientras las tropas del rey de Prusia se aproximaban a Longwy, y los austriacos se preparaban para asediar Lille y Thionville, estallaron los primeros síntomas que anunciaban la futura guerra civil. En agosto de 1792 ya había varias partidas realistas que recorrían la Vendée. La principal causa de su creación estaba en la persecución por parte de los revolucionarios de los sacerdotes que se negaban a jurar la Constitución Civil del Clero. Las poblaciones rurales de la Vendée, del Poitou, del Anjou, del Maine y de una parte de Bretaña, fieles a las antiguas tradiciones y a la religión de sus padres, se aprestaron pronto a la defensa de aquellos valores que veían con razón amenazados. Desde el año 1790, había partidas armadas para proteger al obispo de Vannes, al que los revolucionarios querían obligar a que prestara juramento. Dispersadas varias veces, lo cierto es que los tumultos se renovaban sin cesar, y no se habían apaciguado cuando llegaron a la Vendée las alarmantes noticias del 10 de agosto, excitando la indignación de sus poblaciones.
“¡Extraños estos pueblos del Oeste!” – dirá un día Westermann – y, en efecto, no le faltaba razón. En el momento en que las masas urbanas estaban furiosamente embriagadas por los nuevos principios y creían que había llegado la época de la bondad eterna, gracias a los decretos de igualdad de derechos y a la abolición de los privilegios del feudalismo, los campesinos bretones se irritaban de que quisieran romper los lazos seculares que unían a campesinos y señores y les convirtieran en independientes. Mientras las poblaciones de algunos departamentos tomaban parte en los movimientos revolucionarios, en la Vendée se caracterizaban por su fidelidad a las antiguas instituciones. Bien pronto, la desesperación de los habitantes de ese país, irritados por las innovaciones que destruían sus antiguas tradiciones y costumbres, hizo que de común acuerdo, corrieran a las armas y se unieran bajo el doble estandarte de la Religión y el Trono con el objetivo de derribar a los hombres que querían destruir al Trono y a la Religión.
Al conocerse la deposición del Rey, la población, muy agitada de por sí por todo lo reseñado, y por el decreto de “la Patria en Peligro”, así como por la resolución del 22 de julio del Director del Departamento de Deux – Sèvres que ordenaba a todos los municipios a confeccionar dos listas de ciudadanos, una con aquellos que se alistasen y otra con aquellos que se negasen a servir, llegó al paroxismo
El domingo 19 de agosto, la noticia de la inscripción de voluntarios y de las persecuciones religiosas, provocó la primera explosión: los jóvenes de doce municipios vecinos, armados de guadañas y horquillas para recoger paja, se reunieron en Moncoutant, se agruparon alrededor del alcalde de Bressuire, Adrien Joseph Delouche y llamaron a todos los hombres para que acudieran a las armas contra un gobierno de tiranos al que se negaban a servir, pidiendo el restablecimiento del Rey en su plena autoridad como único medio del retorno al orden social y religioso. Los campesinos se dirigieron al castillo de Pugny, residencia del marqués de Mouroy, antiguo coronel del regimiento de Mèdoc, para constituirle en jefe y fortificarse en sus tierras; no lo encontraron allí, pero obtuvieron de su regidor la bandera de su antiguo regimiento: de seda blanca sembrada de flores de lis en oro, con las armas reales en el centro; fue el primer estandarte de la guerra de la Vendée.
De Pugny, los campesinos en número de 2.000 se dirigieron a la morada de Brachain, casa de un noble de la región de Châtillon, antiguo oficial del ejército, el caballero Gabriel Baudry d´Asson, al que pidieron que tomara el mando, quién, después de haber titubeado, acabó aceptándolo, y lanzó una llamada a las armas.
El miércoles, 22 de agosto, con una fuerza elevada ya a 8.000 campesinos, armados de bastones, horquillas, guadañas, pinchos y algunos fusiles, d´Asson, marchó a Châtillon (actualmente Mauléon), cuya población hostil a la revolución desde sus comienzos, no opuso resistencia, que entró vigilante y triunfante al son de tambores y pífanos, mientras la pequeña fuerza revolucionaria, se retiraba sin disparar un tiro. Los vendeanos se dirigieron a la sede de la administración del distrito y quemaron sus archivos, por la tarde, ante la llegada de un destacamento de 81 guardias nacionales con un cañón, procedente de Chollet, los campesinos se retiran hacia Bressuire mientras los revolucionarios imponen el orden en el pueblo y destituyen a las autoridades municipales.
Todavía no son blancos y azules, pero el embrión de la guerra civil ya había gestado y estaba pronto su alumbramiento...
saludos
Mientras las tropas del rey de Prusia se aproximaban a Longwy, y los austriacos se preparaban para asediar Lille y Thionville, estallaron los primeros síntomas que anunciaban la futura guerra civil. En agosto de 1792 ya había varias partidas realistas que recorrían la Vendée. La principal causa de su creación estaba en la persecución por parte de los revolucionarios de los sacerdotes que se negaban a jurar la Constitución Civil del Clero. Las poblaciones rurales de la Vendée, del Poitou, del Anjou, del Maine y de una parte de Bretaña, fieles a las antiguas tradiciones y a la religión de sus padres, se aprestaron pronto a la defensa de aquellos valores que veían con razón amenazados. Desde el año 1790, había partidas armadas para proteger al obispo de Vannes, al que los revolucionarios querían obligar a que prestara juramento. Dispersadas varias veces, lo cierto es que los tumultos se renovaban sin cesar, y no se habían apaciguado cuando llegaron a la Vendée las alarmantes noticias del 10 de agosto, excitando la indignación de sus poblaciones.
“¡Extraños estos pueblos del Oeste!” – dirá un día Westermann – y, en efecto, no le faltaba razón. En el momento en que las masas urbanas estaban furiosamente embriagadas por los nuevos principios y creían que había llegado la época de la bondad eterna, gracias a los decretos de igualdad de derechos y a la abolición de los privilegios del feudalismo, los campesinos bretones se irritaban de que quisieran romper los lazos seculares que unían a campesinos y señores y les convirtieran en independientes. Mientras las poblaciones de algunos departamentos tomaban parte en los movimientos revolucionarios, en la Vendée se caracterizaban por su fidelidad a las antiguas instituciones. Bien pronto, la desesperación de los habitantes de ese país, irritados por las innovaciones que destruían sus antiguas tradiciones y costumbres, hizo que de común acuerdo, corrieran a las armas y se unieran bajo el doble estandarte de la Religión y el Trono con el objetivo de derribar a los hombres que querían destruir al Trono y a la Religión.
Al conocerse la deposición del Rey, la población, muy agitada de por sí por todo lo reseñado, y por el decreto de “la Patria en Peligro”, así como por la resolución del 22 de julio del Director del Departamento de Deux – Sèvres que ordenaba a todos los municipios a confeccionar dos listas de ciudadanos, una con aquellos que se alistasen y otra con aquellos que se negasen a servir, llegó al paroxismo
El domingo 19 de agosto, la noticia de la inscripción de voluntarios y de las persecuciones religiosas, provocó la primera explosión: los jóvenes de doce municipios vecinos, armados de guadañas y horquillas para recoger paja, se reunieron en Moncoutant, se agruparon alrededor del alcalde de Bressuire, Adrien Joseph Delouche y llamaron a todos los hombres para que acudieran a las armas contra un gobierno de tiranos al que se negaban a servir, pidiendo el restablecimiento del Rey en su plena autoridad como único medio del retorno al orden social y religioso. Los campesinos se dirigieron al castillo de Pugny, residencia del marqués de Mouroy, antiguo coronel del regimiento de Mèdoc, para constituirle en jefe y fortificarse en sus tierras; no lo encontraron allí, pero obtuvieron de su regidor la bandera de su antiguo regimiento: de seda blanca sembrada de flores de lis en oro, con las armas reales en el centro; fue el primer estandarte de la guerra de la Vendée.
De Pugny, los campesinos en número de 2.000 se dirigieron a la morada de Brachain, casa de un noble de la región de Châtillon, antiguo oficial del ejército, el caballero Gabriel Baudry d´Asson, al que pidieron que tomara el mando, quién, después de haber titubeado, acabó aceptándolo, y lanzó una llamada a las armas.
El miércoles, 22 de agosto, con una fuerza elevada ya a 8.000 campesinos, armados de bastones, horquillas, guadañas, pinchos y algunos fusiles, d´Asson, marchó a Châtillon (actualmente Mauléon), cuya población hostil a la revolución desde sus comienzos, no opuso resistencia, que entró vigilante y triunfante al son de tambores y pífanos, mientras la pequeña fuerza revolucionaria, se retiraba sin disparar un tiro. Los vendeanos se dirigieron a la sede de la administración del distrito y quemaron sus archivos, por la tarde, ante la llegada de un destacamento de 81 guardias nacionales con un cañón, procedente de Chollet, los campesinos se retiran hacia Bressuire mientras los revolucionarios imponen el orden en el pueblo y destituyen a las autoridades municipales.
Todavía no son blancos y azules, pero el embrión de la guerra civil ya había gestado y estaba pronto su alumbramiento...
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El sitio de Longwy
El 19 de agosto, el ejército coaligado se encontraba en marcha hacia Longwy. El rey de Prusia y el duque de Brunswick condujeron la vanguardia a Villers-la-Montagne; el ejército avanzaba por líneas; la primera estableció su derecha en torno a la granja de Procourt y la izquierda en Chénière, en una línea de 5 kilómetros; dejando Longwy a su retaguardia, cubriendo el sitio como cuerpo de observación.
La segunda línea acampó sobre las alturas frente a la villa. Los dragones de Bareith y de Tschirsky se situaban entra las dos líneas, por el lado de Chéniere; los dragones de Lothum, Normann, y los coraceros de Weymar en el otro extremo. La brigada del príncipe de Baden y los coraceros de Ilow entre Mexy y Lorimont, a 4 kilómetros al este de Longwy. El general Clerfayt tomó posición en Piedmont, en la orilla derecha del Chiers, con su ala izquierda en Cosne y su derecha apoyada en el barranco que se extiende entre la plaza y Granville.
La fortaleza de Longwy era un hexágono que contaba con cinco semi-lunas; la sexta fue sustituida por un parapeto en la esquina de Saint-Marc. La semi – luna del lado de la Colombe y la de la puerta de Francia estaban cubiertas por lunetas. Las casamatas se encontraban en el mejor estado de defensa, pero se había cometido la negligencia de no fortificar el Mont-du-chat, que dominaba la plaza a 3.500 metros de distancia. Su guarnición estaba compuesta por 1.800 hombres al mando del comandante Lavergne, 72 piezas de artillerías y varios polvorines repletos de munición.
El mismo 19 de agosto, en que la plaza quedó cercada, el general austriaco Clerfayt, que dirigía las operaciones de sitio, intimó a la rendición que fue rechazada. La misma respuesta obtuvo en una segunda petición, enviada al día siguiente, 20, por lo que ordenó al coronel de artillería Tempelhof (célebre historiador militar) que comenzara las operaciones para el establecimiento de baterías de sitio. El 21, al anochecer, ya había establecido una batería de dos obuses y otra de cuatro, en el barranco a la derecha de Colombe. El bombardeo comenzó a las diez de la noche del 21 y duró ininterrumpidamente hasta las 3 de la madrugada del 22, siendo respondido por un fuego muy vivo, aunque mal dirigido, por las baterías de la plaza que apenas causó bajas. Por su parte, los austriacos tampoco hicieron mucho daño a la fortaleza debido a que la oscuridad les impedía calcular bien las distancias.
A las cinco de la madrugada del 22 se reanudó el bombardeo, que hasta las 8 de la mañana había lanzado 300 bombas y causado 14 muertos civiles y destruidos dos casas y un almacén. La población asustada por el bombardeo, y poco simpatizante de la Revolución, presionó a los magistrados de la ciudad que formaban parte del consejo de defensa, para que forzaran a su comandante a capitular. El 23, la guarnición capituló con todos los honores de la guerra. Un único magistrado se negó a firmar el acto de rendición, por lo que los habitantes prendieron fuego a su casa y los prusianos le condenaron a muerte. No obstante, logró escaparse y enlazar con las avanzadas francesas, liberándose de su triste fin.
Las bajas, por uno y otro bando, habían sido insignificante: los franceses tuvieron 11 heridos, más 14 civiles muertos y 52 heridos, y 1.800 prisioneros. Las bajas austriacas se limitaron a 3 heridos.
saludos
El 19 de agosto, el ejército coaligado se encontraba en marcha hacia Longwy. El rey de Prusia y el duque de Brunswick condujeron la vanguardia a Villers-la-Montagne; el ejército avanzaba por líneas; la primera estableció su derecha en torno a la granja de Procourt y la izquierda en Chénière, en una línea de 5 kilómetros; dejando Longwy a su retaguardia, cubriendo el sitio como cuerpo de observación.
La segunda línea acampó sobre las alturas frente a la villa. Los dragones de Bareith y de Tschirsky se situaban entra las dos líneas, por el lado de Chéniere; los dragones de Lothum, Normann, y los coraceros de Weymar en el otro extremo. La brigada del príncipe de Baden y los coraceros de Ilow entre Mexy y Lorimont, a 4 kilómetros al este de Longwy. El general Clerfayt tomó posición en Piedmont, en la orilla derecha del Chiers, con su ala izquierda en Cosne y su derecha apoyada en el barranco que se extiende entre la plaza y Granville.
La fortaleza de Longwy era un hexágono que contaba con cinco semi-lunas; la sexta fue sustituida por un parapeto en la esquina de Saint-Marc. La semi – luna del lado de la Colombe y la de la puerta de Francia estaban cubiertas por lunetas. Las casamatas se encontraban en el mejor estado de defensa, pero se había cometido la negligencia de no fortificar el Mont-du-chat, que dominaba la plaza a 3.500 metros de distancia. Su guarnición estaba compuesta por 1.800 hombres al mando del comandante Lavergne, 72 piezas de artillerías y varios polvorines repletos de munición.
El mismo 19 de agosto, en que la plaza quedó cercada, el general austriaco Clerfayt, que dirigía las operaciones de sitio, intimó a la rendición que fue rechazada. La misma respuesta obtuvo en una segunda petición, enviada al día siguiente, 20, por lo que ordenó al coronel de artillería Tempelhof (célebre historiador militar) que comenzara las operaciones para el establecimiento de baterías de sitio. El 21, al anochecer, ya había establecido una batería de dos obuses y otra de cuatro, en el barranco a la derecha de Colombe. El bombardeo comenzó a las diez de la noche del 21 y duró ininterrumpidamente hasta las 3 de la madrugada del 22, siendo respondido por un fuego muy vivo, aunque mal dirigido, por las baterías de la plaza que apenas causó bajas. Por su parte, los austriacos tampoco hicieron mucho daño a la fortaleza debido a que la oscuridad les impedía calcular bien las distancias.
A las cinco de la madrugada del 22 se reanudó el bombardeo, que hasta las 8 de la mañana había lanzado 300 bombas y causado 14 muertos civiles y destruidos dos casas y un almacén. La población asustada por el bombardeo, y poco simpatizante de la Revolución, presionó a los magistrados de la ciudad que formaban parte del consejo de defensa, para que forzaran a su comandante a capitular. El 23, la guarnición capituló con todos los honores de la guerra. Un único magistrado se negó a firmar el acto de rendición, por lo que los habitantes prendieron fuego a su casa y los prusianos le condenaron a muerte. No obstante, logró escaparse y enlazar con las avanzadas francesas, liberándose de su triste fin.
Las bajas, por uno y otro bando, habían sido insignificante: los franceses tuvieron 11 heridos, más 14 civiles muertos y 52 heridos, y 1.800 prisioneros. Las bajas austriacas se limitaron a 3 heridos.
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El Combate de Bressuire
En la Vendée, los insurgentes realistas, procedentes de Chátillon-sur-Sèvre, atacaron en la noche del 22 de agosto a Bressuire, donde los guardias nacionales los rechazaron fácilmente con pérdida de 17 muertos y 27 heridos, por tan sólo un muerto y 6 heridos, pero al sonido del tambor, acudieron los campesinos del Bocage, de Aubiers, Nueil, Noirlieu, Chambroutet etc, elevando las filas realistas hasta los 10.000 hombres, con lo que se inició el asedio de Bressuire, cuyos defensores, unas cuantas compañías de cazadores y granaderos, perdieron el control de la Cruz de Terves, la plaza Labâte y la puerta del Padre, quedando aislados, mientras los guardias nacionales de Párthenay, Thouars, Niort, Saint – Maixent, Chollet, Angers, Nantes, Saumur, Poitiers y Tours, corrían en socorro de la plaza.
El 24 de agosto, día de San Bartolomé, los aldeanos, dirigidos por Baudry d´Asson, seguidos por M. Richeteau de la Coindrie, M Calais de Pyulouet y M de Feu, armados con algunas escopetas de caza, barras de hierro, picas y horcas, preparaban un nuevo ataque por el lado de Cornet, a fin de apoderarse de la Puerta de St Jacques, cuando llegó el ejército de socorro, compuesto por dos compañías de infantería de marina y cuatro de guardias nacionales (de Niort, de la Mothe-Saint-Heray, Saint Maixent y Parthenay) y dos piezas de artillería. Frente a estos destacamentos, el ejército realista, sin organización y sin experiencia, poco pudo hacer. Tomado de revés, y con doble frente, formó en dos columnas, como sus rivales, y entabló combate; ambos adversarios intentaron flanquearse por el mismo lado. Fue entonces cuando los cañones de los revolucionarios abrieron fuego y los campesinos se dispersaron en desorden, perseguidos por los guardias nacionales que cometieron algunos crímenes, incluido el asesinato de mujeres y niños.
Los realistas tuvieron 118 muertos, 485 prisioneros y el resto de sus fuerzas dispersadas, incluyendo gran número de heridos. Los soldados revolucionarios, llenos de cólera, se ensañaron con los cadáveres: cortaron las orejas para hacer escarapelas para los sombreros, que serían exhibidas en la villa de Bressuire y descuartizaron varias decenas de cadáveres. Los prisioneros fueron llevados ante el tribunal criminal de Niort, el cual fusiló a 58 capturados y liberó al resto en febrero de 1793. Así concluyó el primer levantamiento de La Vendée. En cuanto a sus jefes, Delouche, que dirigía a los realistas de Bressuire, fue capturado en Nantes y fusilado mientras que Baudry d´Asson y su hijo se escondieron en un subterráneo durante varios meses para así escapar a la persecución de sus enemigos.
Las bajas revolucionarias fueron de 2 muertos y 9 heridos. El héroe de aquellos combates fue el sargento de la guardia nacional de Bressuire, David Davand, que gravemente herido por una bala en el costado, el día 22, permaneció en su puesto hasta la liberación, e incluso hirió a un campesino insurrecto. Las pérdidas realistas en el asedio de Bressuire fueron de 23 muertos y 38 heridos. La guarnición revolucionaria de la población tuvo 4 muertos y 22 heridos.
Saludos
En la Vendée, los insurgentes realistas, procedentes de Chátillon-sur-Sèvre, atacaron en la noche del 22 de agosto a Bressuire, donde los guardias nacionales los rechazaron fácilmente con pérdida de 17 muertos y 27 heridos, por tan sólo un muerto y 6 heridos, pero al sonido del tambor, acudieron los campesinos del Bocage, de Aubiers, Nueil, Noirlieu, Chambroutet etc, elevando las filas realistas hasta los 10.000 hombres, con lo que se inició el asedio de Bressuire, cuyos defensores, unas cuantas compañías de cazadores y granaderos, perdieron el control de la Cruz de Terves, la plaza Labâte y la puerta del Padre, quedando aislados, mientras los guardias nacionales de Párthenay, Thouars, Niort, Saint – Maixent, Chollet, Angers, Nantes, Saumur, Poitiers y Tours, corrían en socorro de la plaza.
El 24 de agosto, día de San Bartolomé, los aldeanos, dirigidos por Baudry d´Asson, seguidos por M. Richeteau de la Coindrie, M Calais de Pyulouet y M de Feu, armados con algunas escopetas de caza, barras de hierro, picas y horcas, preparaban un nuevo ataque por el lado de Cornet, a fin de apoderarse de la Puerta de St Jacques, cuando llegó el ejército de socorro, compuesto por dos compañías de infantería de marina y cuatro de guardias nacionales (de Niort, de la Mothe-Saint-Heray, Saint Maixent y Parthenay) y dos piezas de artillería. Frente a estos destacamentos, el ejército realista, sin organización y sin experiencia, poco pudo hacer. Tomado de revés, y con doble frente, formó en dos columnas, como sus rivales, y entabló combate; ambos adversarios intentaron flanquearse por el mismo lado. Fue entonces cuando los cañones de los revolucionarios abrieron fuego y los campesinos se dispersaron en desorden, perseguidos por los guardias nacionales que cometieron algunos crímenes, incluido el asesinato de mujeres y niños.
Los realistas tuvieron 118 muertos, 485 prisioneros y el resto de sus fuerzas dispersadas, incluyendo gran número de heridos. Los soldados revolucionarios, llenos de cólera, se ensañaron con los cadáveres: cortaron las orejas para hacer escarapelas para los sombreros, que serían exhibidas en la villa de Bressuire y descuartizaron varias decenas de cadáveres. Los prisioneros fueron llevados ante el tribunal criminal de Niort, el cual fusiló a 58 capturados y liberó al resto en febrero de 1793. Así concluyó el primer levantamiento de La Vendée. En cuanto a sus jefes, Delouche, que dirigía a los realistas de Bressuire, fue capturado en Nantes y fusilado mientras que Baudry d´Asson y su hijo se escondieron en un subterráneo durante varios meses para así escapar a la persecución de sus enemigos.
Las bajas revolucionarias fueron de 2 muertos y 9 heridos. El héroe de aquellos combates fue el sargento de la guardia nacional de Bressuire, David Davand, que gravemente herido por una bala en el costado, el día 22, permaneció en su puesto hasta la liberación, e incluso hirió a un campesino insurrecto. Las pérdidas realistas en el asedio de Bressuire fueron de 23 muertos y 38 heridos. La guarnición revolucionaria de la población tuvo 4 muertos y 22 heridos.
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El asedio de Verdun
Su Alteza Serenísima, el duque de Brunswick, dueño de Longwy, en vez de proseguir la marcha, aprovechándose de su reciente éxito, se detuvo en la mencionada plaza varios días en espera del príncipe de Hohenlohe – Ingelfingen, que debía marchar sobre Thionville para formalizar el sitio.
El 28, el ejército prusiano llega a Longuyon, el 29 se encuentra en Etain y Pillon y, el 30 de agosto, acampa en las alturas de Saint-Michel, situadas a 3’4 kilómetros de Verdun, posición desde la que se domina por completo la plaza.
Las dos líneas del asedio acampaban entre Fleury y Grand-Bras; el cuerpo de Vanguardia (Hohenlohe – Kirchberg) se situaba en Belleville; Clerfayt, procedente de Longwy, se hallaba en Marville, enviando reconocimientos hacia Montmédy y Juvigny. Su Alteza Serenísima, el duque de Brunswick y el rey de Prusia habían establecido el Cuartel General en Grand-Bras, en la orilla derecha del Mosa, debajo de la plaza.
Verdun tenía diez bastiones enlazados entre sí por cortinas mal cubiertas con algunos baluartes y reductos en forma de media luna, rodeados de pozos profundos y algunas obras de flanqueo y corona, elevada sobre las dos orillas del Mosa. La ciudadela, cuyo trazado era un pentágono irregular estaba rodeada por una falsa escarpa. Todas estas obras estaban en mal estado; sin embargo, el coronel Beaurepaire, comandante de la fortaleza, tenía la intención de oponer una vigorosa defensa a los coaligados. Tenía fama de valiente y había ascendido de capitán de carabineros antes de la Revolución, a coronel y jefe de una guarnición gracias a su valor y a su probidad revolucionaria. Para la defensa de la fortaleza, Beaurepaire contaba con una guarnición de tres batallones (Lemoine, Dufour y Marceau) con 3.500 hombres, de ellos 44 artilleros y 32 cañones. En cambio, la población de la ciudad, como la de Longwy, no estaba por los horrores de la guerra. Su burguesía, sinceramente realista, veía con agrado el acercamiento de los ejércitos que prometían el restablecimiento en el trono de Luís XVI.
El 31 de agosto, de madrugada, los coaligados tendieron un puente sobre el Mosa, que el general Kalkreuth pasó con la brigada Wittingoff, dos batallones de infantería y quince escuadrones de caballería, estableciéndose entre Thierville y Belleray (una línea de 10 kilómetros ocupada por 8.000 hombres), vino a cercar definitivamente a Verdun. A las diez de la mañana de ese mismo día, el rey de Prusia intimó a la rendición, que la guarnición rechazó. Los ingenieros prusianos erigieron tres baterías: una en las alturas de Saint-Michel, otra en el campamento del príncipe de Hohenlohe-Kirchberg, y la tercera en el del general Kalkreuth. El bombardeo se inició a las seis de la tarde del 31 y se prolongó hasta la una de la madrugada del 1 de septiembre; se reanudó nuevamente a las tres de la mañana hasta las siete. Unas cuantas casas fueron reducidas a cenizas y el miedo se extendió por la población, que temía perderlo todo durante el sitio. Los burgueses que componían el consejo civil pidieron la capitulación de la plaza al consejo militar. Beaurepaire se opuso a esa humillante capitulación pero el terror de los civiles aumentó al conocer una segunda intimación en la que se amenazaba con un asalto si Verdun no se entregaba. Beaurepaire, para sustraerse a la vergüenza de una capitulación, se voló la tapa de los sesos con una pistola en medio del consejo. (Todo un héroe hay que reconocerlo). El señor de Neyon, el teniente coronel más veterano en el rango, le sustituyó al mando de la guarnición, únicamente con el objetivo de arreglar con el general prusiano, conde de Kalkreuth, los artículos de la capitulación. Sin embargo, el jefe de batallón, Lemoine, se había encerrado en la ciudadela con un pequeño número de valientes, dispuesto a proseguir la resistencia hasta el último extremo; pero privado de aprovisionamientos, él mismo pensó que su acto sería inútil, y se adhirió a la capitulación, que fue concluida el 2 de septiembre de 1792, a las ocho de la mañana. La guarnición salió con todos los honores de la guerra, con sus armas, bagajes, dos piezas de artillería de a 4 con sus respectivos armones de artillería, y un furgón para llevar el cadáver de su valiente comandante. Se dirigieron a Sainte – Menehould, donde se unieron al general Galbaud.
La noche misma de la capitulación de la plaza, después de haber hecho entrar en Verdun una guarnición de mil hombres, bajo el mando del general prusiano de Courbière, el rey de Prusia tomó posesión de esta ciudad en nombre del rey de Francia.
Los prusianos tuvieron 1 herido leve y los franceses 1 jefe muerto y 7 heridos. Aparte de los 3.500 prisioneros que fueron liberados por los artículos de la capitulación.
Así cayó en mano de los prusianos la ciudad que adquirirá gloria eterna tan sólo 124 años después...
Su Alteza Serenísima, el duque de Brunswick, dueño de Longwy, en vez de proseguir la marcha, aprovechándose de su reciente éxito, se detuvo en la mencionada plaza varios días en espera del príncipe de Hohenlohe – Ingelfingen, que debía marchar sobre Thionville para formalizar el sitio.
El 28, el ejército prusiano llega a Longuyon, el 29 se encuentra en Etain y Pillon y, el 30 de agosto, acampa en las alturas de Saint-Michel, situadas a 3’4 kilómetros de Verdun, posición desde la que se domina por completo la plaza.
Las dos líneas del asedio acampaban entre Fleury y Grand-Bras; el cuerpo de Vanguardia (Hohenlohe – Kirchberg) se situaba en Belleville; Clerfayt, procedente de Longwy, se hallaba en Marville, enviando reconocimientos hacia Montmédy y Juvigny. Su Alteza Serenísima, el duque de Brunswick y el rey de Prusia habían establecido el Cuartel General en Grand-Bras, en la orilla derecha del Mosa, debajo de la plaza.
Verdun tenía diez bastiones enlazados entre sí por cortinas mal cubiertas con algunos baluartes y reductos en forma de media luna, rodeados de pozos profundos y algunas obras de flanqueo y corona, elevada sobre las dos orillas del Mosa. La ciudadela, cuyo trazado era un pentágono irregular estaba rodeada por una falsa escarpa. Todas estas obras estaban en mal estado; sin embargo, el coronel Beaurepaire, comandante de la fortaleza, tenía la intención de oponer una vigorosa defensa a los coaligados. Tenía fama de valiente y había ascendido de capitán de carabineros antes de la Revolución, a coronel y jefe de una guarnición gracias a su valor y a su probidad revolucionaria. Para la defensa de la fortaleza, Beaurepaire contaba con una guarnición de tres batallones (Lemoine, Dufour y Marceau) con 3.500 hombres, de ellos 44 artilleros y 32 cañones. En cambio, la población de la ciudad, como la de Longwy, no estaba por los horrores de la guerra. Su burguesía, sinceramente realista, veía con agrado el acercamiento de los ejércitos que prometían el restablecimiento en el trono de Luís XVI.
El 31 de agosto, de madrugada, los coaligados tendieron un puente sobre el Mosa, que el general Kalkreuth pasó con la brigada Wittingoff, dos batallones de infantería y quince escuadrones de caballería, estableciéndose entre Thierville y Belleray (una línea de 10 kilómetros ocupada por 8.000 hombres), vino a cercar definitivamente a Verdun. A las diez de la mañana de ese mismo día, el rey de Prusia intimó a la rendición, que la guarnición rechazó. Los ingenieros prusianos erigieron tres baterías: una en las alturas de Saint-Michel, otra en el campamento del príncipe de Hohenlohe-Kirchberg, y la tercera en el del general Kalkreuth. El bombardeo se inició a las seis de la tarde del 31 y se prolongó hasta la una de la madrugada del 1 de septiembre; se reanudó nuevamente a las tres de la mañana hasta las siete. Unas cuantas casas fueron reducidas a cenizas y el miedo se extendió por la población, que temía perderlo todo durante el sitio. Los burgueses que componían el consejo civil pidieron la capitulación de la plaza al consejo militar. Beaurepaire se opuso a esa humillante capitulación pero el terror de los civiles aumentó al conocer una segunda intimación en la que se amenazaba con un asalto si Verdun no se entregaba. Beaurepaire, para sustraerse a la vergüenza de una capitulación, se voló la tapa de los sesos con una pistola en medio del consejo. (Todo un héroe hay que reconocerlo). El señor de Neyon, el teniente coronel más veterano en el rango, le sustituyó al mando de la guarnición, únicamente con el objetivo de arreglar con el general prusiano, conde de Kalkreuth, los artículos de la capitulación. Sin embargo, el jefe de batallón, Lemoine, se había encerrado en la ciudadela con un pequeño número de valientes, dispuesto a proseguir la resistencia hasta el último extremo; pero privado de aprovisionamientos, él mismo pensó que su acto sería inútil, y se adhirió a la capitulación, que fue concluida el 2 de septiembre de 1792, a las ocho de la mañana. La guarnición salió con todos los honores de la guerra, con sus armas, bagajes, dos piezas de artillería de a 4 con sus respectivos armones de artillería, y un furgón para llevar el cadáver de su valiente comandante. Se dirigieron a Sainte – Menehould, donde se unieron al general Galbaud.
La noche misma de la capitulación de la plaza, después de haber hecho entrar en Verdun una guarnición de mil hombres, bajo el mando del general prusiano de Courbière, el rey de Prusia tomó posesión de esta ciudad en nombre del rey de Francia.
Los prusianos tuvieron 1 herido leve y los franceses 1 jefe muerto y 7 heridos. Aparte de los 3.500 prisioneros que fueron liberados por los artículos de la capitulación.
Así cayó en mano de los prusianos la ciudad que adquirirá gloria eterna tan sólo 124 años después...
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Las Matanzas de Septiembre
Las noticias de las capitulaciones de Longwy y Verdun, causaron una profunda sorpresa e indignación en París, sorpresa que fue sucedida por el miedo y la preocupación. Ha de anotarse el singular hecho de que las noticias sobre la caída de Verdun llegaron a París el sábado 1º de septiembre, cuando en realidad todavía estaba sitiada, pues como hemos relatado, no cayó sino hasta el día siguiente.
Desde la pérdida de Longwy, se venía pensando en llevar a cabo una dura represión contra los prisioneros “contrarrevolucionarios” que se tenían en las cárceles. En la noche del 30 al 31 de agosto, Marat propuso en el comité de vigilancia municipal la matanza de los prisioneros antes de la llegada del duque de Brunswick, secundado por Danton, que pensaba que había que “causar miedo, mucho miedo, a los monárquicos”…así pues, Marat y Danton, apoyado por otros elementos, decidieron acabar con los presos que la Revolución tenía en París, para ello pensaban utilizar los servicios de Maillard, el mismo agente provocador de las jornadas de octubre de 1789, y que ahora, con los nuevos tiempos, tenía un grupo de matones y asesinos dispuestos a todo. Aquel último día de agosto, se le previno para que se preparase para actuar e hiciera acopios de mazas, vinagre, cal viva, coches tapados etc etc, pues se preparaba algo gordo para muy pronto, según le advertían.
Como en otras ocasiones, de inmediato, comenzaron a circular rumores… rumores que afirmaban que los detenidos se entendían con los enemigos de Francia, se aseguraba que un condenado había revelado que los presos se preparaban para escaparse de las cárceles y entregarse a horribles venganza, libertarían al Rey y abrirían las puertas de París a los prusianos…esos rumores se repiten y se extienden, y las masas parisinas, aterradas con las noticias del frente, claman venganza, justicia antes de la llegada de Brunswick. El 1º de septiembre llega la noticia falsa de la caída de Verdun, y Danton decreta que al día siguiente, todos los hombres disponibles y con armas se preparen para marchar a Verdun, por de pronto ordena que se concentren en el campo de Marte.
Domingo 2 de septiembre: Danton en la Asamblea afirma que: “para vencerlos, para aterrarlos, ¿qué se necesita?, audacia, audacia, todavía y siempre más audacia”, después se marcha al Comité de Vigilancia mientras todas las autoridades, secciones, jacobinos, ministros celebraban sesión. A las dos de la tarde suena el tocsín, y los tambores, se toca a generala, llamando a los sans culottes al campo de Marte. Masas de ciudadanos se dirigen a la concentración cuando en ese preciso momento, a 24 sacerdotes, que se encontraban detenidos en el ayuntamiento por negarse a jurar la Constitución Civil del Clero, se decide enviarlos a la cárcel de la Abadía. Los montan en seis coches, escoltados por confederados marselleses y bretones, los más exaltados milicianos de la Revolución, como quedó demostrado el 10 de agosto, y se dirigen hacia la Abadía, pasando por el arrabal Saint – Germain, el Puente Nuevo y la calle Dauphine. Los marselleses muestran a los detenidos a la multitud, que comienza a insultar y rodear los carros. Las portezuelas de éstos iban abiertas, ya que ni las autoridades ni los milicianos consintieron en cerrarlas, por lo que los sacerdotes son golpeados por las masas sin que nadie intente evitarlo.
Al fin llega la comitiva al patio de la Abadía, ocupado por una inmensa multitud. Este patio conducía a la cárcel y comunicaba con la sala donde celebraban sus sesiones el comité de la sección revolucionaria denominada “de las Cuatro Naciones”. El primer coche se detuvo ante la puerta de dicho comité a las tres y diez de la tarde, e inmediatamente le rodea una multitud dirigida por Maillard, que se encuentra presente. Sale el primer preso para ser conducido al Comité, cuando es derribado de un tiro en la cabeza. En vano se acurruca el segundo sacerdote en el coche, se le saca a viva fuerza y es asesinado como el primero. La misma suerte corren los otros dos compañeros, y los hombres de Maillard abandonan este coche para ir a matar a los del siguiente. A medida que van llegando al patio mortal, los presos son entregados a manos de los asesinos, que degüellan hasta el último de los veinticuatro, en medio de los gritos enfurecidos del populacho.
En ese momento salta Billaud – Varenne, miembro del consejo municipal de París, que ha presenciado toda la matanza, cruza el patio lleno de cadáveres y sangre y dirigiéndose a las masas dice: “pueblo: inmolas a tus enemigos, cumples con tu deber”, Maillard lo apoya con un “¡A los Carmelitas!”. Seguido de su banda de criminales, Maillard penetra en Los Carmelitas, donde se encontraban encerrado doscientos sacerdotes, y los pasa a degüello, sin que quede uno con vida, contándose entre sus víctimas al arzobispo de Arles, muerto de un sablazo en la cabeza. Dejan, por fin, las armas blancas, y, empleando las de fuego, hacen descargas generales, disparando contra todo lo que se mueve.
Esto no ha hecho más que empezar...
Saludos
Las noticias de las capitulaciones de Longwy y Verdun, causaron una profunda sorpresa e indignación en París, sorpresa que fue sucedida por el miedo y la preocupación. Ha de anotarse el singular hecho de que las noticias sobre la caída de Verdun llegaron a París el sábado 1º de septiembre, cuando en realidad todavía estaba sitiada, pues como hemos relatado, no cayó sino hasta el día siguiente.
Desde la pérdida de Longwy, se venía pensando en llevar a cabo una dura represión contra los prisioneros “contrarrevolucionarios” que se tenían en las cárceles. En la noche del 30 al 31 de agosto, Marat propuso en el comité de vigilancia municipal la matanza de los prisioneros antes de la llegada del duque de Brunswick, secundado por Danton, que pensaba que había que “causar miedo, mucho miedo, a los monárquicos”…así pues, Marat y Danton, apoyado por otros elementos, decidieron acabar con los presos que la Revolución tenía en París, para ello pensaban utilizar los servicios de Maillard, el mismo agente provocador de las jornadas de octubre de 1789, y que ahora, con los nuevos tiempos, tenía un grupo de matones y asesinos dispuestos a todo. Aquel último día de agosto, se le previno para que se preparase para actuar e hiciera acopios de mazas, vinagre, cal viva, coches tapados etc etc, pues se preparaba algo gordo para muy pronto, según le advertían.
Como en otras ocasiones, de inmediato, comenzaron a circular rumores… rumores que afirmaban que los detenidos se entendían con los enemigos de Francia, se aseguraba que un condenado había revelado que los presos se preparaban para escaparse de las cárceles y entregarse a horribles venganza, libertarían al Rey y abrirían las puertas de París a los prusianos…esos rumores se repiten y se extienden, y las masas parisinas, aterradas con las noticias del frente, claman venganza, justicia antes de la llegada de Brunswick. El 1º de septiembre llega la noticia falsa de la caída de Verdun, y Danton decreta que al día siguiente, todos los hombres disponibles y con armas se preparen para marchar a Verdun, por de pronto ordena que se concentren en el campo de Marte.
Domingo 2 de septiembre: Danton en la Asamblea afirma que: “para vencerlos, para aterrarlos, ¿qué se necesita?, audacia, audacia, todavía y siempre más audacia”, después se marcha al Comité de Vigilancia mientras todas las autoridades, secciones, jacobinos, ministros celebraban sesión. A las dos de la tarde suena el tocsín, y los tambores, se toca a generala, llamando a los sans culottes al campo de Marte. Masas de ciudadanos se dirigen a la concentración cuando en ese preciso momento, a 24 sacerdotes, que se encontraban detenidos en el ayuntamiento por negarse a jurar la Constitución Civil del Clero, se decide enviarlos a la cárcel de la Abadía. Los montan en seis coches, escoltados por confederados marselleses y bretones, los más exaltados milicianos de la Revolución, como quedó demostrado el 10 de agosto, y se dirigen hacia la Abadía, pasando por el arrabal Saint – Germain, el Puente Nuevo y la calle Dauphine. Los marselleses muestran a los detenidos a la multitud, que comienza a insultar y rodear los carros. Las portezuelas de éstos iban abiertas, ya que ni las autoridades ni los milicianos consintieron en cerrarlas, por lo que los sacerdotes son golpeados por las masas sin que nadie intente evitarlo.
Al fin llega la comitiva al patio de la Abadía, ocupado por una inmensa multitud. Este patio conducía a la cárcel y comunicaba con la sala donde celebraban sus sesiones el comité de la sección revolucionaria denominada “de las Cuatro Naciones”. El primer coche se detuvo ante la puerta de dicho comité a las tres y diez de la tarde, e inmediatamente le rodea una multitud dirigida por Maillard, que se encuentra presente. Sale el primer preso para ser conducido al Comité, cuando es derribado de un tiro en la cabeza. En vano se acurruca el segundo sacerdote en el coche, se le saca a viva fuerza y es asesinado como el primero. La misma suerte corren los otros dos compañeros, y los hombres de Maillard abandonan este coche para ir a matar a los del siguiente. A medida que van llegando al patio mortal, los presos son entregados a manos de los asesinos, que degüellan hasta el último de los veinticuatro, en medio de los gritos enfurecidos del populacho.
En ese momento salta Billaud – Varenne, miembro del consejo municipal de París, que ha presenciado toda la matanza, cruza el patio lleno de cadáveres y sangre y dirigiéndose a las masas dice: “pueblo: inmolas a tus enemigos, cumples con tu deber”, Maillard lo apoya con un “¡A los Carmelitas!”. Seguido de su banda de criminales, Maillard penetra en Los Carmelitas, donde se encontraban encerrado doscientos sacerdotes, y los pasa a degüello, sin que quede uno con vida, contándose entre sus víctimas al arzobispo de Arles, muerto de un sablazo en la cabeza. Dejan, por fin, las armas blancas, y, empleando las de fuego, hacen descargas generales, disparando contra todo lo que se mueve.
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Cuando acabó la carnicería de los Carmelitas, Maillard, cubierto de sangre y de sudor, regresó a la Abadía con parte de los suyos; entró en el Comité de las Cuatro Naciones y pidió vino para “los bravos trabajadores que liberan a la nación de sus enemigos”. El Comité le entregó 24 pintas, equivalente a 22 litros de vino, que fue repartido entre los hombres de Maillard en un banquete celebrado entre los cadáveres de los primeros sacerdotes asesinados aquella tarde. Después de consumir el vino, Maillard señaló el nuevo objetivo: ¡A la Abadía! Allí constituye ilegalmente un tribunal, donde el propio Maillard se hace nombrar presidente y va sacando a los presos, uno a uno para ir asesinándolos en el patio. La matanza duró toda la noche del 2 al 3 de septiembre, y provocó la muerte de 351 personas…entre ellas, Luisa de Saboya, princesa de Lamballe, que fue asesinada en la madrugada del 3 de varios sablazos en la cabeza, su cuerpo descuartizado, y su cabeza, corazón y trozos del cadáver, clavados en picas y paseados por París hasta el Temple, donde se encontraba prisionero Luís XVI. (ya sabemos el gusto que siempre han tenido los revolucionarios por la necrofilia... en fín )
Los crímenes se extendieron a las cárceles vecinas, y el día 3 y 4 las matanzas se produjeron en las prisiones de la Conciergerie, Châtelet, Force, Salpêtrière y Bicêtre. Todas estas matanzas se hicieron ante los ojos de la Guardia Nacional, que no intervino en ningún momento para impedirlo y con el visto bueno del Ayuntamiento y los clubs. Si las primeras víctimas fueron los “contrarrevolucionarios”, posteriormente la matanza se extendió a los presos de derecho común, así el 4 de septiembre, en la prisión de la Salpétrière, los asesinos violaron y mataron a todas las prostitutas y lo mismo hicieron, enloquecidos, con los niños de los orfelinatos, a los que consideraban ladrones. Los crímenes en masa duraron hasta el miércoles, 5 de septiembre y causaron en París un total de 1.342 víctimas mortales, entre ellas 47 mujeres y 21 muchachos menores de 14 años. En Provincias, en el valle del Ródano (Lyon) y en Provenza también hubo matanzas en este período, que costaron la vida a 244 personas.
Lejos de aplacar los ánimos, la municipalidad de París envió una circular a las provincias invitándoles a seguir su ejemplo. Y, de este modo, se produjeron matanzas en Orleáns, Meaux, Cannes, Versalles y Reims, entre el 9 y el 11 de septiembre, que ocasionaron 318 nuevas víctimas.
Sin ejecutivo, sin oposición, con el terror dominando las calles, la seguridad de París quedó en manos del Populacho, cuyas bajas pasiones excitaban por igual el Ayuntamiento y la Asamblea. Así en la noche del 16 de septiembre, se robó el guardamuebles y la mayoría de su contenido pasó a manos privadas de puros delincuentes comunes protegidos con el nombre de la Revolución, entre cuyos carniceros había hombres de la valía de Sergent, alias el “Ágata”, un reconocido asesino y ladrón, delincuente común en época de la Monarquía, que debía su apodo a su gusto por apropiarse de las piedras preciosas de tal nombre.
En este ambiente de terror e inseguridad pública, se celebraron en septiembre las elecciones para la Convención Nacional, en las que sólo votó el 10% del censo; obteniendo un fácil triunfo los partidos avanzados como los girondinos (que obtuvieron mayoría), jacobinos y franciscanos.
Saludos
Los crímenes se extendieron a las cárceles vecinas, y el día 3 y 4 las matanzas se produjeron en las prisiones de la Conciergerie, Châtelet, Force, Salpêtrière y Bicêtre. Todas estas matanzas se hicieron ante los ojos de la Guardia Nacional, que no intervino en ningún momento para impedirlo y con el visto bueno del Ayuntamiento y los clubs. Si las primeras víctimas fueron los “contrarrevolucionarios”, posteriormente la matanza se extendió a los presos de derecho común, así el 4 de septiembre, en la prisión de la Salpétrière, los asesinos violaron y mataron a todas las prostitutas y lo mismo hicieron, enloquecidos, con los niños de los orfelinatos, a los que consideraban ladrones. Los crímenes en masa duraron hasta el miércoles, 5 de septiembre y causaron en París un total de 1.342 víctimas mortales, entre ellas 47 mujeres y 21 muchachos menores de 14 años. En Provincias, en el valle del Ródano (Lyon) y en Provenza también hubo matanzas en este período, que costaron la vida a 244 personas.
Lejos de aplacar los ánimos, la municipalidad de París envió una circular a las provincias invitándoles a seguir su ejemplo. Y, de este modo, se produjeron matanzas en Orleáns, Meaux, Cannes, Versalles y Reims, entre el 9 y el 11 de septiembre, que ocasionaron 318 nuevas víctimas.
Sin ejecutivo, sin oposición, con el terror dominando las calles, la seguridad de París quedó en manos del Populacho, cuyas bajas pasiones excitaban por igual el Ayuntamiento y la Asamblea. Así en la noche del 16 de septiembre, se robó el guardamuebles y la mayoría de su contenido pasó a manos privadas de puros delincuentes comunes protegidos con el nombre de la Revolución, entre cuyos carniceros había hombres de la valía de Sergent, alias el “Ágata”, un reconocido asesino y ladrón, delincuente común en época de la Monarquía, que debía su apodo a su gusto por apropiarse de las piedras preciosas de tal nombre.
En este ambiente de terror e inseguridad pública, se celebraron en septiembre las elecciones para la Convención Nacional, en las que sólo votó el 10% del censo; obteniendo un fácil triunfo los partidos avanzados como los girondinos (que obtuvieron mayoría), jacobinos y franciscanos.
Saludos
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En cuanto a la batalla de Valmy, creo que es mejor remitirla al post que debatía sobre ella a título particular:
INVASIÓN DE SABOYA: TOMA DE CHAMBERY
El 8 de septiembre de 1792, utilizando la excusa del apoyo que el rey de Cerdeña, Víctor Amadeo III prestaba a los emigrados en Turín, la Asamblea, a propuesta del ministro de Asuntos Exteriores, Lebrun, declaró la guerra a Cerdeña, aunque su verdadera razón estaba en el deseo de anexionarse Saboya y llevar a Francia hacia las fronteras naturales de los Alpes.
El ejército del Mediodía estaba dirigido por el general Montesquiou, quién el 11 de septiembre, teniendo la autorización para operar ofensivamente contra el rey de Cerdeña, traslada su base a Cessieux para estar más cerca del punto de ataque. Al mismo tiempo ordena al general Anselme, comandante de una de sus divisiones, con 8.000 hombres, en el departamento del Var, que tome las disposiciones necesarias para penetrar, del 25 al 30, en el condado de Niza, combinando, si fuera posible, sus operaciones con la flota que el almirante Truguet preparaba en el puerto de Tolón.
El 16 de septiembre, Montesquiou traslada sus tropas a Fort Barraux, pues aunque diez días apenas si son suficientes para reunir los medios necesarios para la invasión de Saboya, el general francés prefería iniciar las operaciones lo antes posible, ya que cuando se tuvo noticias de los preparativos franceses, los piamonteses comenzaron apresuradamente los trabajos de tres reductos elevados cerca de Champareillan, en el desfiladero de Myans, para cerrar el paso mediante un fuego cruzado con los del castillo de Marches.
Cuando Montesquiou tuvo noticias de que los piamonteses se disponían a artillar sus reductos, mediante un convoy que transportaba los cañones, envió en la noche del 21 al 22 de septiembre, a una columna compuesta por granaderos y cazadores, en número de 5.000 hombres, mandados por el mariscal de campo Laroque, con orden de invadir Saboya y hacer retroceder el convoy. Cuando los piamonteses vieron esta maniobra, con el consiguiente peligro de ser envueltos, se retiraron sin ofrecer resistencia. Así el 22, evacuaron los puestos de Marches, Bellegarde, Aspremont y Notre-Dame-de-Myans, sin disparar un tiro, y ese mismo día, Montesquiou penetró en Saboya con el grueso del ejército (15.000 hombres y 20 cañones). Al día siguiente, 23, una brigada de caballería y dos de infantería partieron en dos al ejército piamontés, una parte se replegó sobre Annecy y la otra sobre Montmélian, que abrió sus puertas el mismo 23.
El general piamontés Lagari, con 4.000 hombres, no intentó detener a los franceses en la excelente posición de Montmeillan, sino que atravesó el Isère aquella misma noche, e hizo volar el puente, cuyos restos, a modo de presa, atascaron la corriente del río, y provocaron un desbordamiento que esa noche cubrió el puente de barcas de Barraux.
Los sardos, que se encontraban dispersos en una multitud de pequeños campamentos, se vieron sorprendidos por la rapidez del avance francés, por lo que siendo débiles en todas partes, no opusieron resistencia a la ofensiva, y se replegaron hacia el este. Por otra parte, la población de Saboya, que se consideraba francesa, recibió a los invasores como libertadores, seducidos por las proclamas de la Asamblea. Las tropas piamontesas se retiraron precipitadamente desde las orillas del lago Ginebra a las orillas del Isère, permitiendo de este modo que los saboyanos enviaran varias delegaciones al general Montesquiou, implorando su asistencia en una marcha que podemos calificar de triunfal, pues los soldados franceses entraban en las poblaciones en medio del júbilo de sus habitantes.
El 23 de septiembre, los diputados de Chambéry llegaron al cuartel general de Montesquiou, en el castillo de Marches, para invitarle a que tomara posesión de la ciudad. Aceptó la petición, y al día siguiente, 24, acompañado de una escolta de 100 jinetes, 8 compañías de granaderos y 4 cañones, hizo su entrada en Chambéry, siendo recibido por las autoridades y la población en las calles. El júbilo quedó constatado con la comida que el municipio ofreció a los soldados franceses, y en la que éstos intimaron con los habitantes de la ciudad. Montesquiou hizo la proeza, facilitado por las circunstancias, de conquistar Saboya sin disparar un solo tiro y sin tener ni una baja.
De esta guisa, vino aquella provincia italiana a convertirse en francesa...
Saludos
INVASIÓN DE SABOYA: TOMA DE CHAMBERY
El 8 de septiembre de 1792, utilizando la excusa del apoyo que el rey de Cerdeña, Víctor Amadeo III prestaba a los emigrados en Turín, la Asamblea, a propuesta del ministro de Asuntos Exteriores, Lebrun, declaró la guerra a Cerdeña, aunque su verdadera razón estaba en el deseo de anexionarse Saboya y llevar a Francia hacia las fronteras naturales de los Alpes.
El ejército del Mediodía estaba dirigido por el general Montesquiou, quién el 11 de septiembre, teniendo la autorización para operar ofensivamente contra el rey de Cerdeña, traslada su base a Cessieux para estar más cerca del punto de ataque. Al mismo tiempo ordena al general Anselme, comandante de una de sus divisiones, con 8.000 hombres, en el departamento del Var, que tome las disposiciones necesarias para penetrar, del 25 al 30, en el condado de Niza, combinando, si fuera posible, sus operaciones con la flota que el almirante Truguet preparaba en el puerto de Tolón.
El 16 de septiembre, Montesquiou traslada sus tropas a Fort Barraux, pues aunque diez días apenas si son suficientes para reunir los medios necesarios para la invasión de Saboya, el general francés prefería iniciar las operaciones lo antes posible, ya que cuando se tuvo noticias de los preparativos franceses, los piamonteses comenzaron apresuradamente los trabajos de tres reductos elevados cerca de Champareillan, en el desfiladero de Myans, para cerrar el paso mediante un fuego cruzado con los del castillo de Marches.
Cuando Montesquiou tuvo noticias de que los piamonteses se disponían a artillar sus reductos, mediante un convoy que transportaba los cañones, envió en la noche del 21 al 22 de septiembre, a una columna compuesta por granaderos y cazadores, en número de 5.000 hombres, mandados por el mariscal de campo Laroque, con orden de invadir Saboya y hacer retroceder el convoy. Cuando los piamonteses vieron esta maniobra, con el consiguiente peligro de ser envueltos, se retiraron sin ofrecer resistencia. Así el 22, evacuaron los puestos de Marches, Bellegarde, Aspremont y Notre-Dame-de-Myans, sin disparar un tiro, y ese mismo día, Montesquiou penetró en Saboya con el grueso del ejército (15.000 hombres y 20 cañones). Al día siguiente, 23, una brigada de caballería y dos de infantería partieron en dos al ejército piamontés, una parte se replegó sobre Annecy y la otra sobre Montmélian, que abrió sus puertas el mismo 23.
El general piamontés Lagari, con 4.000 hombres, no intentó detener a los franceses en la excelente posición de Montmeillan, sino que atravesó el Isère aquella misma noche, e hizo volar el puente, cuyos restos, a modo de presa, atascaron la corriente del río, y provocaron un desbordamiento que esa noche cubrió el puente de barcas de Barraux.
Los sardos, que se encontraban dispersos en una multitud de pequeños campamentos, se vieron sorprendidos por la rapidez del avance francés, por lo que siendo débiles en todas partes, no opusieron resistencia a la ofensiva, y se replegaron hacia el este. Por otra parte, la población de Saboya, que se consideraba francesa, recibió a los invasores como libertadores, seducidos por las proclamas de la Asamblea. Las tropas piamontesas se retiraron precipitadamente desde las orillas del lago Ginebra a las orillas del Isère, permitiendo de este modo que los saboyanos enviaran varias delegaciones al general Montesquiou, implorando su asistencia en una marcha que podemos calificar de triunfal, pues los soldados franceses entraban en las poblaciones en medio del júbilo de sus habitantes.
El 23 de septiembre, los diputados de Chambéry llegaron al cuartel general de Montesquiou, en el castillo de Marches, para invitarle a que tomara posesión de la ciudad. Aceptó la petición, y al día siguiente, 24, acompañado de una escolta de 100 jinetes, 8 compañías de granaderos y 4 cañones, hizo su entrada en Chambéry, siendo recibido por las autoridades y la población en las calles. El júbilo quedó constatado con la comida que el municipio ofreció a los soldados franceses, y en la que éstos intimaron con los habitantes de la ciudad. Montesquiou hizo la proeza, facilitado por las circunstancias, de conquistar Saboya sin disparar un solo tiro y sin tener ni una baja.
De esta guisa, vino aquella provincia italiana a convertirse en francesa...
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Conquista del Condado de Niza
El general Anselme, al frente de su división de 8.000 hombres, había recibido la orden de conquistar el condado de Niza mientras su jefe, Montesquiou, operaba en Saboya. La conquista, en principio, podía parecer temeraria. El rey de Cerdeña había enviado allí una división de 8.000 soldados del ejército regular y cuatro regimientos suizos de dos batallones cada uno, para apoyar a los 12.000 hombres de las milicias del país; todo el conjunto bajo las órdenes del general Saint-André. Un total de 214 piezas de artillería guarnecían a Niza, Montalban, la costa y la orilla derecha del Var. Los piamonteses estaban bien aprovisionados con pertrechos de boca y guerra
Frente a este dispositivo, Anselme disponía de sus 8.000 soldados, en su mayoría voluntarios y guardias nacionales, con pocas provisiones, y de un refuerzo de 6.000 milicianos marselleses. Su estado mayor no estaba completo, pues sólo constaba de un comisario de guerra y de los generales Barral y Brunet. La caballería se limitaba a dos escuadrones de dragones, por lo que hizo venir apresuradamente todo el material de guerra que necesitaba desde Tolón.
Anselme ejecutó una aproximación indirecta a la línea del Var, a través de marchas y contramarchas, haciendo correr el bulo de que disponía de 40.000 hombres, y maniobrando hábilmente para que los piamonteses creyeran que disponía de más hombres de los que realmente tenía. Al mismo tiempo, el almirante Truguet partió de Tolón con una escuadra de nueve navíos de línea, navegando paralelo a la costa, hasta que el 28 de septiembre, se situó frente a Niza. Truguet destacó del navío “le Tounnat”, una chalupa con un parlamentario para reclamar la entrega del cónsul de Francia, que había cesado en sus funciones después del comienzo de las hostilidades con Cerdeña y se hallaba detenido.
El general Saint-André, engañado por las maniobras de Anselme, y por el peligro de la flota de Truguet, que amenazaba con bombardear Niza, y creyendo que las fuerzas francesas se dirigían a Niza para cercarla por tierra, cedió a la primera amenaza y entregó al cónsul de Francia, que se embarcó en la flota; hecho esto, tras la señal de alarma, disparada por el cañón de Sainte-Hélène, licenció a las milicias del país y se apresuró a evacuar Niza para replegarse apresuradamente hacia Saorgio y Sospello, en la dirección de Coni. Con esta imprudente evacuación, Niza quedaba sin defensa; el terror se apoderó de muchos habitantes, que comenzaron a salir de la ciudad con sus objetos preciosos, convirtiéndose en refugiados. Niza contaba en 1792 con 50.000 habitantes, más otros 5.000 emigrados franceses. Estos últimos, indignados por lo que consideraban la cobardía del general Saint-André, quisieron oponerse a la entrada de los revolucionarios y exhortaron a los habitantes a defenderse, pero éstos, temerosos de que los horrores de la guerra destruyeran su ciudad, prefirieron permanecer en calma y sin peligro la llegada de las tropas de la Convención. Reducidos a sus propias fuerzas, los emigrados concibieron la esperanza de resistir con sus propias fuerzas; se apoderaron, en consecuencia, de las baterías que defendían el paso del Var. Se concentraron en la plaza de las Victorias, de Niza, pero de los 5.000 hombres de que disponían, 800 habían preferido marcharse con el ejército piamontés, por lo que considerándose el resto demasiado débil para resistir, decidieron finalmente replegarse con las tropas sardas.
Apenas salieron los últimos emigrados, los habitantes enviaron una delegación al general Anselme para invitarle a entrar en Niza. Entró a las cinco de la tarde del 29 de septiembre, siendo recibido en las puertas por el barón Jacobi, el secretario municipal Ferandi y el resto de los magistrados. Siguiendo el proceso ordinario, Anselme declaró a la población que traía la libertad, igualdad y legalidad, que haría respetar los derechos del hombre y protegería las propiedades de sus habitantes. Mientras Anselme pasaba revista a sus tropas en la plaza de las Victorias, el general Brunet rodeó las murallas de la ciudad para ir a ocupar el fuerte de Montalban (Semboula). Girard, empleado en el convoy de suministros del ejército, y Desbordes, lyonés, establecido en Niza, capitularon, junto a Gachard, gobernador del fuerte. Éste había sido convencido por aquéllos de la inutilidad de oponerse a las tropas francesas, que amenazaban con tomar el fuerte mediante escalada. Gachard salió con los 800 hombres de su guarnición y se retiró tras el ejército piamontés. Los granaderos franceses ocuparon el fuerte y plantaron la bandera tricolor, el mismo 29, en el reducto que tanta sangre había costado en 1744.
Para que las fuerzas francesas fueran dueñas absolutas del condado de Niza, necesitaban apoderarse de la fortaleza de Villefranche. El 29 de septiembre, por la mañana, el general Anselme se dirigió allí con un destacamento de infantería y dragones. Informado durante el camino por sus espías de que el enemigo se preparaba para evacuar la posición, se adelantó a sus fuerzas, a galope, con una escolta de catorce dragones, llegando en el momento en que la guarnición iba a salir, amenazó con tomar la fortaleza por un asalto con escala, e intimó a su comandante, que se rindió sin resistencia y a discreción, con 19 oficiales y 300 soldados. Contaba la defensa con 100 cañones, morteros y obuses, un millón de balas de fusil y muchos pertrechos de boca y guerra. En el puerto se apoderó de una fragata y una corbeta y del arsenal de la marina, que estaba bien surtida.
De este modo, mientras Montesquiou se apoderaba de Saboya, Anselme, con la misma rapidez, se adueñaba del condado de Niza, sin disparar un tiro de fusil. La Convención Nacional se anexionaría ambos territorios que compondrían el departamento de Alpes Marítimos, que fue aumentado con la mayoría de los territorios del Principado de Mónaco.
Vamos, que casi sin disparar un tiro, Niza y Saboya se perdieron para el Piamonte..
Saludos
El general Anselme, al frente de su división de 8.000 hombres, había recibido la orden de conquistar el condado de Niza mientras su jefe, Montesquiou, operaba en Saboya. La conquista, en principio, podía parecer temeraria. El rey de Cerdeña había enviado allí una división de 8.000 soldados del ejército regular y cuatro regimientos suizos de dos batallones cada uno, para apoyar a los 12.000 hombres de las milicias del país; todo el conjunto bajo las órdenes del general Saint-André. Un total de 214 piezas de artillería guarnecían a Niza, Montalban, la costa y la orilla derecha del Var. Los piamonteses estaban bien aprovisionados con pertrechos de boca y guerra
Frente a este dispositivo, Anselme disponía de sus 8.000 soldados, en su mayoría voluntarios y guardias nacionales, con pocas provisiones, y de un refuerzo de 6.000 milicianos marselleses. Su estado mayor no estaba completo, pues sólo constaba de un comisario de guerra y de los generales Barral y Brunet. La caballería se limitaba a dos escuadrones de dragones, por lo que hizo venir apresuradamente todo el material de guerra que necesitaba desde Tolón.
Anselme ejecutó una aproximación indirecta a la línea del Var, a través de marchas y contramarchas, haciendo correr el bulo de que disponía de 40.000 hombres, y maniobrando hábilmente para que los piamonteses creyeran que disponía de más hombres de los que realmente tenía. Al mismo tiempo, el almirante Truguet partió de Tolón con una escuadra de nueve navíos de línea, navegando paralelo a la costa, hasta que el 28 de septiembre, se situó frente a Niza. Truguet destacó del navío “le Tounnat”, una chalupa con un parlamentario para reclamar la entrega del cónsul de Francia, que había cesado en sus funciones después del comienzo de las hostilidades con Cerdeña y se hallaba detenido.
El general Saint-André, engañado por las maniobras de Anselme, y por el peligro de la flota de Truguet, que amenazaba con bombardear Niza, y creyendo que las fuerzas francesas se dirigían a Niza para cercarla por tierra, cedió a la primera amenaza y entregó al cónsul de Francia, que se embarcó en la flota; hecho esto, tras la señal de alarma, disparada por el cañón de Sainte-Hélène, licenció a las milicias del país y se apresuró a evacuar Niza para replegarse apresuradamente hacia Saorgio y Sospello, en la dirección de Coni. Con esta imprudente evacuación, Niza quedaba sin defensa; el terror se apoderó de muchos habitantes, que comenzaron a salir de la ciudad con sus objetos preciosos, convirtiéndose en refugiados. Niza contaba en 1792 con 50.000 habitantes, más otros 5.000 emigrados franceses. Estos últimos, indignados por lo que consideraban la cobardía del general Saint-André, quisieron oponerse a la entrada de los revolucionarios y exhortaron a los habitantes a defenderse, pero éstos, temerosos de que los horrores de la guerra destruyeran su ciudad, prefirieron permanecer en calma y sin peligro la llegada de las tropas de la Convención. Reducidos a sus propias fuerzas, los emigrados concibieron la esperanza de resistir con sus propias fuerzas; se apoderaron, en consecuencia, de las baterías que defendían el paso del Var. Se concentraron en la plaza de las Victorias, de Niza, pero de los 5.000 hombres de que disponían, 800 habían preferido marcharse con el ejército piamontés, por lo que considerándose el resto demasiado débil para resistir, decidieron finalmente replegarse con las tropas sardas.
Apenas salieron los últimos emigrados, los habitantes enviaron una delegación al general Anselme para invitarle a entrar en Niza. Entró a las cinco de la tarde del 29 de septiembre, siendo recibido en las puertas por el barón Jacobi, el secretario municipal Ferandi y el resto de los magistrados. Siguiendo el proceso ordinario, Anselme declaró a la población que traía la libertad, igualdad y legalidad, que haría respetar los derechos del hombre y protegería las propiedades de sus habitantes. Mientras Anselme pasaba revista a sus tropas en la plaza de las Victorias, el general Brunet rodeó las murallas de la ciudad para ir a ocupar el fuerte de Montalban (Semboula). Girard, empleado en el convoy de suministros del ejército, y Desbordes, lyonés, establecido en Niza, capitularon, junto a Gachard, gobernador del fuerte. Éste había sido convencido por aquéllos de la inutilidad de oponerse a las tropas francesas, que amenazaban con tomar el fuerte mediante escalada. Gachard salió con los 800 hombres de su guarnición y se retiró tras el ejército piamontés. Los granaderos franceses ocuparon el fuerte y plantaron la bandera tricolor, el mismo 29, en el reducto que tanta sangre había costado en 1744.
Para que las fuerzas francesas fueran dueñas absolutas del condado de Niza, necesitaban apoderarse de la fortaleza de Villefranche. El 29 de septiembre, por la mañana, el general Anselme se dirigió allí con un destacamento de infantería y dragones. Informado durante el camino por sus espías de que el enemigo se preparaba para evacuar la posición, se adelantó a sus fuerzas, a galope, con una escolta de catorce dragones, llegando en el momento en que la guarnición iba a salir, amenazó con tomar la fortaleza por un asalto con escala, e intimó a su comandante, que se rindió sin resistencia y a discreción, con 19 oficiales y 300 soldados. Contaba la defensa con 100 cañones, morteros y obuses, un millón de balas de fusil y muchos pertrechos de boca y guerra. En el puerto se apoderó de una fragata y una corbeta y del arsenal de la marina, que estaba bien surtida.
De este modo, mientras Montesquiou se apoderaba de Saboya, Anselme, con la misma rapidez, se adueñaba del condado de Niza, sin disparar un tiro de fusil. La Convención Nacional se anexionaría ambos territorios que compondrían el departamento de Alpes Marítimos, que fue aumentado con la mayoría de los territorios del Principado de Mónaco.
Vamos, que casi sin disparar un tiro, Niza y Saboya se perdieron para el Piamonte..
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