Sangre y fuego. El humo no deja ver nada más y lo único que se escucha es el griterío de 60 mil hombres que chocan en la localidad peruana de Chorrillos. Corre el 13 de enero de 1881 y el Ejército chileno avanza sobre Lima, en la fase final de la Guerra del Pacífico. La resistencia defensiva es fiera y el choque de fuerzas se transforma en la batalla más grande registrada en el continente.
Los chilenos están bajo los embates de 300 cañones de alto calibre y la temida ametralladora Claxtong, un monstruo que disparaba proyectiles calibre 60, capaces de partir a un hombre por la mitad. Más allá, los chinos y zapadores entrenados por Arturo Villarroel –“General Dinamita”– ya habían sondeado el terreno para desactivar las mortíferas minas y ahora actuaban como camilleros.
Pese a tener en contra al enemigo y al accidentado terreno, el general Manuel Baquedano ordena avanzar de frente y la primera división cumple su cometido. A punta de coraje y sangre fría se alcanza la victoria en Chorrillos, pero el costo es altísimo. Cerca de 10 mil cadáveres de ambos bandos quedan esparcidos por el campo de batalla. Pero sólo uno de ellos, un chileno, fue enterrado ahí mismo, en el suelo arenoso del cerro Zigzag, como mudo testigo del horror que allí se vivió.
Se sabe que para esa fecha este soldado ya era un veterano de guerra y que venía avanzando desde territorio chileno. Faltando tan poco para la arremetida final del conflicto, recibió un balazo mortal que le robó el aire y lo obligó a desabotonarse la chaqueta y el pantalón. Está certificado que intentó en vano frenar la hemorragia con un pañuelo. Sus camaradas lo enterraron en el lugar, poco antes de que “los rotos” tomaran la capital peruana. Permaneció ahí, junto a sus pertenencias, durante 117 años.
El 10 de marzo de 1998, mientras se construía un cerco en terrenos de la Escuela de Oficiales de la Policía Nacional del Perú, se encontró el cadáver vestido con uniforme militar chileno. A su lado, un cinturón de municiones, una bayoneta, un morral de cuero, una manta y una libreta con itinerario militar y con un nombre: José María Basquez (sic).
“Probablemente era uno de los 10 mil civiles voluntarios que fueron a la batalla en un acto meritorio. Hasta hoy nos admiramos de ellos”, reflexiona el investigador Marcelo Villalba, que mantiene un museo virtual de la Guerra del Pacífico y encabeza una campaña por Internet para traer de vuelta al soldado, cuyos restos aún se encuentran en Lima.
El cuerpo del llamado “soldado del Zigzag” permanece en el Museo de Arqueología y Antropología, del Instituto de Cultura Peruano. “Está en las cámaras de momias y su estado de conservación es muy bueno. Ha sido sometido a un exhaustivo estudio”, explica Juan Carlos Florez, presidente de la Sociedad de Estudios Históricos Coronel Arnaldo Panizo.
Según los estudios y peritajes, “son los restos completos de un mestizo joven, de 25 a 30 años, como de 1,75 de estatura. Cabello castaño y fino. Barba en el mentón y vello en las pantorrillas”, dice la antropóloga Hilda Vidal.
El uniforme de paño permitió conocer la nacionalidad, señala el informe de la antropóloga. La casaca marrón lleva diez botones de metal con el escudo chileno. El cuello y los puños son rojos, otra característica nacional. El pantalón es azul y está cubierto por otra prenda, de algodón beige, para diferenciarse de las fuerzas peruanas, como había ordenado el general Baquedano. Lleva también calamorros, botines que eran la marca registrada de las tropas nacionales. “No hay duda que era un militar chileno”, asegura la antropóloga y coinciden otros especialistas, pero no existe seguridad de que el nombre escrito en la libreta –José María Basquez– corresponda al cuerpo que la portaba en el momento de morir.
Sin embargo, en un foro de Internet que apoya la repatriación, los usuarios –en base a las listas de comisarios de la Guerra del Pacífico–, identificaron cuatro unidades que tuvieron en sus filas a un José Vásquez, aunque el uniforme y el itinerario de la libreta apuntan al Regimiento Buin, y que luchó desde el inicio de la contienda bélica.
El investigador Villalba cree que para obtener datos certeros se deberían realizar exámenes genéticos. “Tal como lo hizo Estados Unidos para ubicar a todos sus caídos en Vietnam. Por ley, los caídos en la Guerra del Pacífico deben ser enterrados con honores de general de la República, como sucedió con los restos encontrados en 1996 en el Morro de Arica”.
APOYO PARA TRAERLO
Al otro lado de la Línea de la Concordia están conscientes de que el cuerpo debe ser repatriado. Pero también saben que la decisión final pasa por un tema político entre ambas naciones. “Ese cuerpo debe descansar en la tierra que lo vio nacer”, explica el experto peruano Juan Carlos Florez. “Muchas autoridades con las cuales hemos conversado ven positivamente esta idea”.
Florez arguye que para traerlo de vuelta ha faltado empuje del Gobierno chileno. “Las autoridades no están muy interesadas en el tema. Si no fuera por la presión civil, este hecho no tendría mucho eco”. Pese a ello, Florez cree que debido al acercamiento de Michelle Bachelet y Alan García, “no debería pasar mucho tiempo para que estos gestos de buena voluntad se materialicen, aunque todo está en manos políticas”.
El historiador peruano Óscar Ferreyra, del Instituto de Estudios Históricos del Pacífico y que participó en la exhumación de cuerpo, señala que “últimamente hemos colaborado con el Gobierno de Perú para que dicho combatiente vuelva a su patria”.
Sin embargo, Villalba ve lejana esa posibilidad. Su campaña de repatriación incluyó cartas al ministro secretario general de Gobierno, Ricardo Lagos Weber, y al canciller Alejandro Foxley. Ambas misivas fueron respondidas con documentos firmados por funcionarios subalternos. En la primera le indican que debe presentar el caso al Consejo de Monumentos Nacionales. Y en el Ministerio de Relaciones Exteriores le señalaron que debe fijar una reunión con el consejero a cargo de las relaciones con Perú.
“Después de la guerra quedaron platos servidos e hijos que quisieron conocer a su padre. Esos soldados dieron forma a lo que hoy es Chile. Y existe cero apoyo de nuestras autoridades para repatriar a uno que murió como héroe nacional”, comenta Villalba.
Del contenido de la libreta que estaba junto al cuerpo se sabe que la última anotación fue realizada el día anterior a la batalla de Chorrillos. “Llegada a Lurín 26. Partida de Lurín. Enero 12 de 1881”. Pocas horas después, José María tomó sus cosas y marchó rumbo a la guerra, como venía haciéndolo desde hacía dos años. Pero esa ocasión fue distinta. Estando tan cerca de su objetivo, cayó luchando. Seguramente murió pensando en su patria, a la que todavía no puede retornar. LND
http://www.lanacion.cl/prontus_noticias ... 92355.html
Que le pasa al Gobierno chileno???, este heroe debe ser repatriado a Chile, para que reciba los honoros que merecidamente se ha ganado, descansando para siempre en su tierra, con un funeral de General, como su compañero encontrado en Arica en 1996.
saludos