30 de septiembre de 2004
Lo que Napoleón y Bismarck Nos Enseñan Sobre la Guerra Preventiva
por Stanley Kober
Stanley Kober es un académico asociado del Cato Institute qeu colabora con el los estudios de política exterior.
La decisión de desatar guerra es la más determinante que líderes políticos pueden hacer. ¿En qué punto decide uno que las medidas no militares para resolver un conflicto se han agotado, y que una subsiguiente demora en iniciar operaciones hostiles resulta muy peligrosa? Winston Churchill, quien dirigió a Bretaña en su hora cumbre, entendió esta tensión. “Aquellos que se inclinan...a pelear cuando asoma el desafío de algún poder extranjero, no siempre están en lo correcto”, advierte en su historia de la Segunda Guerra Mundial. “Estos son los tormentosos dilemas sobre los cuales la humanidad, a lo largo de su historia, se ha enfrentado con frecuencia”.
El dilema es ilustrado por el enfoque diferente adoptado por Napoleón y Bismarck sobre la guerra preventiva. Por 1811, Napoleón había decidido iniciar la guerra contra Rusia, habiendo sido convencido por reportes de que el Zar Alejandro I estaba preparando un ataque contra Francia. Su ex-embajador en Rusia, el General Armand de Caulaincourt, estaba disgustado. “El Emperador repetía todas las historias fantásticas que, para complacerlo, habían sido fabricadas en Danzig, en el Ducado de Varsovia, e incluso en el norte de Alemania – historias cuya legitimidad se ha invalidado una y otra vez”, recuerda en sus memorias. Pero Napoleón, convencido de una victoria sencilla, no podía ser disuadido.
Inicialmente, la guerra justificaba la confianza de Napoleón. Destrozó a la armada rusa en la batalla de Borodino, y su ejercito prosiguió a ocupar Moscú. El Zar, sin embargo, no se rindió. Peor, el pueblo ruso no respondió a la promesa liberadora de Napoleón y al contrario, se opuso a la ocupación extranjera; los habitantes de Moscú incluso quemaron su propia ciudad. Con el fantasma del desastre haciéndose más evidente, Napoleón ordenó la retirada. Mientras su ejército se desintegraba, sus aliados lo abandonaron, y al final fue forzado a rendirse y a refugiarse en el exilio.
El enfoque de Bismarck a la guerra preventiva era de lejos diferente. En sus memorias Bismarck puntualiza “la pregunta sobre si es deseable, en caso de una guerra que probablemente tendremos que enfrentar tarde o temprano, anticiparse antes que el adversario pueda mejorar su preparación”, y concluye que “incluso guerras victoriosas dejan de ser justificadas a menos que sean impuestas contra uno”. Probablemente más importante, él enfatiza el resultado incierto de los procesos que las guerras ponen en movimiento, escribiendo que “uno no puede ver las cartas de la Providencia más allá como para anticipar eventos históricos de acuerdo a los cálculos de uno”.
A diferencia de Napoleón, Bismarck no perdió una guerra, y dejó a Alemania mucho más fuerte de lo que la había encontrado. Pero la Providencia tuvo un destino que condenó el legado de Bismarck.
Primero, las victorias de Bismarck originaron una reevaluación de las políticas de los vecinos de Alemania, en particular Bretaña. “El equilibrio de poder ha sido totalmente destruido”, advirtió Benjamín Disraeli al parlamento en 1871, “y el país que sufre más, y siente más los efectos de este gran cambio, es Inglaterra”.
Segundo, los Franceses, aunque derrotados, jamás la aceptaron. El historiador Emile Bourgeois escribe “En los corazones de muchos Franceses, perduraba la obstinada esperanza por revancha”.
Finalmente, la facilidad de las victorias sobre Austria en 1866 y Francia en 1870-71 y el acrecentado poder de Alemania llevaron a los sucesores de Bismarck a sobreestimar su confianza – incluso megalomanía. Después de la muerte de Bismarck, el Kaiser Wilhelm II se deleitaba con el poder que ahora estaba a su disposición. “La Corona manda sus rayos ‘por la Gracia de Dios’ al Palacio y la cabaña, y – perdóname si lo digo – Europa y el mundo aguardan escuchar, ‘que es lo que el Emperador Alemán dice o piensa’”, le escribió a su madre. “Solo hay un verdadero Emperador en el mundo y ese es el Alemán”.
Esta constelación de fuerzas, la cuál Bismarck no anticipó poner en marcha, llevó últimadamente a Alemania – y al mundo – a la catástrofe. Cuando un terrorista mató al Archiduque Austríaco en 1914, Alemania apoyó el ultimátum de Austria a Serbia, que estaba diseñado a privar a terroristas de territorios en cuál pudiesen operar. Ni Viena ni Berlín se podían imaginar el desastre que se desataría luego de apostar sus cartas de la Providencia.
La doctrina preventiva de la administración Bush está basada en la suposición de que el poder norteamericano es imbatible. Ese supuesto está siendo ahora desafiado, tal como había sido desafiado cuando ha sido sostenido por otros grandes poderes a lo largo de la historia. Como Napoleón, la administración Bush lanzó una guerra preventiva y ahora se encuentra confrontando a una población hostil resistiendo la ocupación. Los Aliados continúan retirándose mientras las muertes se acumulan. La victoria parece crecientemente incierta.
Y aún si los Estados Unidos finalmente prevalece en Irak, el aura invencible del poder norteamericano ha sido destrozado. Las imprevistas dificultades encontradas en Irak y Afganistán, y la presión sobre las fuerzas militares norteamericanas, disminuye la amenaza de usar esas fuerzas nuevamente, que es la base de nuestro status de súper potencia. “Los gobernantes norteamericanos tienden frecuentemente a sobreestimar sus propias fortalezas, y a menospreciar los desafíos y problemas que enfrentan”, el People’s Daily de China anotó el último Mayo. “Ellos pueden ser descritos como ‘mientras más alto escalan, más dolorosamente caen’”.
Irónicamente, una guerra que supuestamente iba a consolidar la superioridad militar norteamericana es ahora vista como un ejemplo de debilidad norteamericana. Es un resultado que los proponentes de la guerra preventiva jamás anticiparon. Apostaron las cartas de la Providencia, pero la Providencia no está siendo tan dadivosa como ellos esperaron.
Raramente lo es.
Traducido por Augusto Ballester para Cato Institute.
http://www.elcato.org/node/734