La Batalla de Muret

Los conflictos armados en la historia de la Humanidad. Los éjércitos del Mundo, sus jefes, estrategias y armamentos, desde la Antiguedad hasta 1939.
JESUS FIDELIS
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La Batalla de Muret

Mensaje por JESUS FIDELIS »

Gracias a un trabajo previo de un conocido, Enrique Villuendas y la variada bibliografía que hay de la misma, me gustaría abrir esta tira (encuadrada en historia militar), para dar a conocer la Batalla de Muret, por la trascendencia que tuvo en la historia de Aragón.

MURET: EL OCASO DEL SUEÑO ULTRAMONTANO

Si hay una batalla crucial para los intereses de la Corona de Aragón en la política exterior europea del siglo XIII esta es sin duda la de Muret. Y si los protagonistas fundamentales de Las Navas de Tolosa habían sido el monarca don Alfonso VIII de Castilla y sus aliados y el Miramamolín almohade Muhammad an-Nasir, en Muret lo serán don Pedro II el Católico de Aragón, junto con la nobleza occitana, y el barón normando Simón de Monfort, que habría de derrotarles en audaz táctica de combate con apenas un millar de caballeros. Pero antes de narrar el modo en que se produjo este enfrentamiento es necesario, como hicimos en Las Navas, entrar en antecedentes y explicar los motivos que llevaron a don Pedro II de Aragón a enfrentarse a los cruzados bendecidos por el mismo pontífice en el nombre del cual apenas un año antes había combatido contra los almohades.

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Pedro II El Católico de Aragón

Pedro II, llamado El Católico por haber sido coronado por el Papa y haber renovado en 1204 el vasallaje del Reino de Aragón a la Santa Sede que suscribiese en 1068 su antecesor Sancho Ramírez, se vio obligado a continuar la política de acercamiento a Occitania, en el sur de Francia, iniciada por su padre el rey Alfonso II el Casto, fruto del matrimonio de Petronila de Aragón y el conde Ramón Berenguer IV de Barcelona. Alfonso II había recibido en 1166 la regencia del condado de Provenza al morir el conde Ramón Berenguer III (primo hermano del rey aragonés) sin sucesión, y a partir de entonces hubo de luchar contra distintos levantamientos, tejer un complejo conglomerado de alianzas y designar diferentes regencias que, a la postre, permitieron a la Casa de Barcelona consolidar su posición en Occitania. Entre 1181 y 1186, Alfonso II concentró todos su esfuerzos políticos en Provenza, y en su testamento dispuso que, a su muerte, (ocurrida en abril de 1196), sus reinos se repartieran entre sus dos hijos: Pedro, conde de Barcelona y rey de Aragón (1196-1213) y Alfonso, conde de Provenza, Milhau y Gavaldá (1196-1209).

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Cruz de Tolosa o del Languedoc, emblema de Occitania.

Al subir al trono Pedro II de Aragón se encuentra, por tanto, ante la necesidad de fortalecer su posición en el sur de Francia y para ello comenzará a estrechar sus relaciones diplomáticas con los nobles y refinados señores del Midi y casará en el año 1204 con María de Montpellier, hija del conde Guillermo VIII, cuyos súbditos había expulsado al bastardo Guillermo IX para proclamar condesa a su hermanastra y casarla con Pedro de Aragón, quien añadirá así el título de conde de Montpellier a los de rey de Aragón y conde de Barcelona. Y al mismo tiempo la princesa Leonor, hermana de don Pedro, casará con el conde Raimundo VI de Tolosa, que establecerá una firme alianza con el conde Ramon-Roger de Foix y con los Trencavel de Carcasona. De esta manera, al finalizar el siglo XII el rey don Pedro de Aragón era señor feudal en mayor o menor grado de todo el sureste de Francia, desde la Provenza hasta Tolosa.

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Presencia aragonesa en Occitania en tiempos de Pedro II de Aragón

Los intereses aragoneses en el sur de Francia obligarán a dedicar a esta zona la mayor parte de los esfuerzos de Pedro II. Influencias provenzales penetrarán en la Corte aragonesa. Pedro II responde al ideal de caballero feudal “de elevada estatura y arrogante presencia”, alabado por sus trovadores Ramón de Miraval, Giralt de Calansó y Guin de Usez, que protegidos por el rey difundieron la literatura provenzal en la Corte aragonesa.
A comienzos del siglo XIII prende con fuerza en el sur de Francia la herejía de los cátaros albigenses, encabezada por el conde de Tolosa, que no consta habese convertido a la herejía de los llamados perfectos pero que sí simpatiza abiertamente con ellos. No es este el momento de extendernos a propósito del Catarismo y sus principios teológicos (fascinante tema que bien merece un tratamiento mucho más exhaustivo), pero baste con decir que la expansión de esta corriente herética por el Languedoc sirvió de excusa al rey Felipe Augusto de Francia (a quien conoceremos más adelante al frente de sus tropas en Bouvines) para apoyar la Cruzada albigense predicada por el incombustible Inocencio III y enviar a Occitania un contingente de tropas a las órdenes del barón normando Simón IV de Monfort, que actuará en su nombre.

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Vista actual de Tolosa (Toulouse, Francia)

El detonante de los hechos fue el asesinato del legado papal Pierre de Castelnau el 14 de enero de 1208 cuando se disponía a cruzar el río Ródano, volviendo de la reunión de Saint Gilles donde había tratado de convencer -sin conseguirlo- a Raimundo de Tolosa para que se uniese a la condena y persecución de los cátaros. El asesinato no fue ordenado por Raimundo pero sobre él y sus tierras cayo toda la responsabilidad. El Papa Inocencio III acusó abiertamente al Conde de Tolosa y lo excomulgó. La Cruzada militar iba a sustituir a la Cruzada pacífica y se encarga al nuevo legado papal, el arzobispo de Narbona a quien ya conocemos, Arnault Aimeric, que sea su mentor espiritual. Al año siguiente una coalición formada por varios nobles francos al mando de Simón de Monfort toma Béziers (donde son asesinados todos sus habitantes por indicación de Arnault Aimeric, que ante la duda propuso a los cruzados: “matadlos a todos, Dios reconocerá a los suyos”) y sitia Carcasona. El rey aragonés acude en ayuda de sus vasallos, presentándose en la ciudad donde intenta convencer al vizconde Ramón Roger, jefe de los sitiados, para que dialogue con los sitiadores y evite el enfrentamiento. El Trencavel decidió parlamentar; recibió un salvoconducto, acudió al campamento pero fue hecho prisionero. Posteriormente, tras la toma de Carcasona, fue encerrado en un calabozo de una torre de su propia ciudad. El 10 de noviembre de 1209 murió en la celda, con 24 años, pero pudo evitar la destrucción de la ciudad, que quedó en manos del nuevo conde, Simón de Monfort.

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Vista actual de la Cité de Carcassonne.
A la derecha, castillo de los condes de Trencavel

Tras el triste episodio de Carcasona, Pedro II regresa a Aragón y forma un poderoso ejército para conquistar el reino de Valencia, pero los acontecimientos del sur de Francia impiden al aragonés continuar sus conquistas en Levante. En enero de 1211 asiste en Narbona a la conferencia entre Simón de Montfort, el conde Ramón de Tolosa y los legados Arnault Aimeric y Ramón de Usez, para tratar de conciliar a los condes de Tolosa y Foix con la Iglesia. Simón de Montfort, buscando la avenencia con Pedro II, propuso casar a su hija con el príncipe de Aragón D. Jaime, nacido en 1208; el matrimonio no llegó a celebrarse pero D. Jaime quedó en poder del de Montfort, que ofreció homenaje al rey de Aragón por Carcasona.


Nuevamente se abre un frágil período de paz durante el cual el rey de Aragón estrechará su alianza con el reino de Castilla acompañando a Alfonso VIII en la batalla de las Navas de Tolosa, como ya hemos visto, junto con su cuñado Raimundo VI de Tolosa e incluso el mismísimo Arnault Aimeric, ya que como sabemos Alfonso de Castilla había conseguido del papa Inocencio III la bula de Cruzada para su enfrentamiento con los almohades, de ahí la presencia del legado papal entre los combatientes. La batalla supuso un gran éxito para las fuerzas cristianas y el rey de Aragón pudo regresar con tranquilidad a su reino, pero nuevas nubes se cernían sobre sus posesiones occitanas, ya que la Cruzada contra los herejes cátaros seguía su curso de la mano del barón de Monfort.


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Mensaje por JESUS FIDELIS »

LAS MOTIVACIONES

Conviene llegados a este punto analizar siquiera brevemente cuáles fueron los motivos que impulsaron a estos personajes a luchar en el campo de batalla, es decir, qué llevó a un rey declarado católico y coronado por vez primera por el papa a defender junto a los nobles occitanos a un grupo de herejes cuyas creencias no compartían. Y, por otra parte, se hace también necesario profundizar en las distintas razones para que un noble normando de la Île-de-France se tomase tantas molestias, quebrantos y sufrimientos para luchar contra una herejía pacífica y sencilla de aplastar, pero muy alejada de su patria de origen. ¿Quiénes son, en definitiva, los hombres que van a enfrentarse en Muret?

Para comprender estos aspectos hay que barajar un cúmulo de elementos y circunstancias que van desde la política hasta la economía pasando por la sociedad y la religión. Por lo que a Pedro II de Aragón se refiere, tengamos en cuenta en primer lugar que no se trata de un soberano cualquiera, sino de un rey “pactado” por sus propios nobles (las características de la monarquía aragonesa son realmente peculiares, ya que desde sus mismos orígenes Aragón “antes tuvo leyes que reyes”), un monarca que debe defender ante todo las leyes ancestrales de su reino y asentar su autoridad en los territorios ultramontanos a través del apoyo incondicional a sus leales, sean del credo que sean. El poder del rey de Aragón se cimenta en el respeto a sus súbditos, y frente a esto no cabe excepción alguna. Ni siquiera ante la Iglesia.

Lo mismo puede decirse de Raimundo VI de Tolosa, Ramón-Roger de Foix y el conde Ramón-Roger de Trencavel. Sin que nos conste su conversión a la fe cátara, son ante todo señores de sus estados y súbditos de su monarca, y entienden que la cruzada es en realidad una maniobra papal para privarles de sus dominios y ligarlos a la órbita del rey de Francia, lo que significaría el fin de la peculiar organización social, política y administrativa languedociana. Por eso su primera preocupación es defender a su pueblo sin permitir ingerencia alguna ni siquiera de los legados papales, habida cuenta de que Inocencio III apoya firmemente los intereses del rey Felipe Augusto. Y por eso el conde de Tolosa se negará sistemáticamente a sumarse a la Cruzada contra sus propios súbditos hasta el punto de sufrir la excomunión por tal motivo.

Por lo que se refiere al papa Inocencio III (Lotario de Conti, Sumo Pontífice entre 1198-1216), debemos también considerar que se trata de un noble italiano, nacido en Anagni y educado en París y en Bolonia, de manera que su origen aristocrático y su formación como jurista y teólogo especializado en Derecho Canónico lo inclinaban a considerar la preeminencia y potestad absoluta de la Iglesia sobre todo el Orbe Cristiano (plenitudo potestatis), incluso sobre el emperador, de manera que el papa Inocencio resucita de forma incuestionable el nunca apagado conflicto entre güelfos y gibelinos afirmando que el Sumo Pontifice tiene, por tanto, derecho a intervenir en los estados de los príncipes cuando haya motivo de pecado (ratione peccati), ya que si bien el monarca debe velar por la integridad física de sus súbditos, la salvación de sus almas está en manos de la Iglesia.

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Armas del papa Inocencio III

De hecho, con respecto a los cátaros, en un primer momento Inocencio III enviará como gesto de paz al castellano Domingo de Guzmán y al italiano Francisco de Asís a predicar la Palabra de Dios y el Perdón de la Iglesia a Occitania. Sólo tras la muerte del legado Pedro de Castelnau en 1208, como ya hemos visto, se decidirá el Pontífice a proclamar la Cruzada. Y, por último, tengamos también en cuenta que las tradicionalmente malas relaciones de la Santa Sede con el Imperio Germánico desde la Guerra de las Investiduras llevarían al papa a establecer una alianza política con Francia y a un enfrentamiento con sus enemigos (en este caso, Aragón y los condes occitanos).

Por otra parte, hay que tener también muy en cuenta que a comienzos del siglo XIII el Languedoc es lo más parecido a una tierra de promisión, un Paraiso Terrenal que podemos encontrar en la Europa del momento. Poblado de ciudades muy prósperas (Carcassonne, Tolosa, Béziers, Albi, Montpellier, Agen, Foix, Cahors, Narbona...), dominadas por una rica burguesía artesanal y mercantil y con un sistema de explotación feudal mucho menos riguroso y tiránico que el de la Francia de los Capetos, la Inglaterra de los Plantagenet o el Imperio Germánico de los Hohenstauffen, el país de la Lengua de Oc (langue d’Oc) goza en este momento de un esplendor cultural sin precedentes con el desarrollo de la lírica provenzal y la literatura del Amor Cortés, de tal manera que la propia corte de Raimundo de Tolosa es conocida como la Court d’Amour y en ella se dan cita trovadores, músicos, damas y escritores (Bertran de Born, Arnaud Daniel, Guiraut de Bornelh, etc) que se expresan en provenzal, la lengua del amor y la poesía, y que aspiran a formar parte de este oasis de paz y de cultura languedociano en el que, además, la mujer goza de unas libertades como nunca antes se habían dado en la Historia y nunca volverán a darse después hasta el siglo XX.

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Escena de Amor Cortés en un manuscrito del siglo XIII

Occitania es la perla que falta en la corona real de Felipe Augusto de Francia, el cual -por otro lado- aún no tiene puesto todo su interés en ella, por lo que mandará a sus nobles barones a tomar posesión de estas tierras meridionales en su nombre. El rey francés tiene en este momento puesta su atención en la amenaza del Imperio Germánico, aliado con el conde de Flandes y el de Boulogne, y en la Inglaterra del príncipe Juan Sin Tierra, de modo que será Simón de Montfort, conde de Leicester (1206-1207, desposeído por el mismo Juan Sin Tierra), el legado real que se ponga al frente de los caballeros normandos que acuden a la llamada del papa Inocencio para acabar con la herejía cátara... y para obtener sustanciosos botines en oro, tierras, ciudades y castillos con cada conquista y cada victoria.

Montfort es hombre ambicioso y fanático que actúa con una doble motivación. Ha participado en la Cuarta Cruzada y ha tomado a los musulmanes numerosos territorios en Palestina por sus propios medios, de manera que está imbuido de esa radical espiritualidad que confiere la lucha contra el infiel en Tierra Santa. Y por eso cuando Inocencio III predica la Cruzada contra el Catarismo, Simón se apresurará a ponerse a las órdenes del rey de Francia y marchar al frente de sus cruzados rumbo al Languedoc para aplastar a los herejes. Pero no todo es fanatismo religioso y arrebato espiritual: Montfort sabe que los herejes y quienes los defiendan van a ser desposeidos de sus territorios... y alguien deberá hacerse cargo de ellos en nombre del rey de Francia. De este modo encontraremos al "piadoso" barón convertido sucesivamente en vizconde de Béziers, vizconde de Carcasona, conde de Tolosa y duque de Narbona, llegando a enfrentarse al mismísimo Arnault Aimeric como dos perros rabiosos frente a una chuleta de cordero por este último nombramiento y convirtiéndose la Cruzada ya al final en una vulgar guerra de conquista.


Montfort sufrirá durante la cruzada albigense numerosos desengaños por parte de sus propias tropas. El sistema de reclutamiento se basaba en lo que se conoce como la Quarantaine (la cuarentena), de modo que los cruzados sólo tenían la obligación de luchar bajo las banderas de Cristo durante cuarenta días, siendo a partir de entonces libres de regresar a sus hogares, cosa que muchos hicieron dejando al barón desguarnecido y sin apenas apoyos hasta recibir refuerzos. Esa, precisamente, fue la situación en la que se encontrará en Muret, disponiendo de menos de un millar de efectivos.

Estos son, pues, los hombres que combaten el 13 de septiembre de 1213: la ambición política y el fanatismo religioso del barón normando contra la legitimidad real y el ideal caballeresco de Pedro el Católico. Pero mientras Montfort tiene una fe ciega en que Dios está de su parte y cuenta con la férrea lealtad de sus caballeros, entre las tropas occitanas y aragonesas reina la discordia y el desorden...

Enrique Villuendas (íntegramente )

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Simon de Montfort (?) en una vidriera de la catedral de Chartres (Francia)


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Mensaje por Fusilier »

Excelente, verdaderamente excelente. Solo una anecdota para apuntar que en la tropas del Conde de Toulouse combatia un Espanol llamado Ramon de Alfaro -que por cierto una calle de la ciudad lleva hoy dia su nombre- y que era mas o menos el Teniente General de los ejercitos del Conde y caso tambien con una hija del Conde.


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Mensaje por Cobra 13 »

Supongo que todavía no has acabado. Es apasionante la mezcla de intereses geopolíticos y excusas religiosas, y la incómoda posición en que se halló Pedro II hasta que se decidió a actuar. Sin embargo para mí lo auténticamente atractivo de Muret es el desarrollo de la batalla en sí. Después de examinar varias opiniones, aún no he hallado una que tenga un peso definitivo.
Me refiero a la estrategia que usó Montfort para derrotar brillantemente a un ejército numéricamente superior. Cómo planteó Pedro II el combate, qué impulsó a Montfort a abandonar Muret para lanzarse a la piscina, qué carencias tácticas tuvieron los aragoneses, qué diferencia había entre una y otra caballería...


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Mensaje por Fusilier »

Cobra 13 escribió:Supongo que todavía no has acabado. Es apasionante la mezcla de intereses geopolíticos y excusas religiosas, y la incómoda posición en que se halló Pedro II hasta que se decidió a actuar. Sin embargo para mí lo auténticamente atractivo de Muret es el desarrollo de la batalla en sí. Después de examinar varias opiniones, aún no he hallado una que tenga un peso definitivo.
Me refiero a la estrategia que usó Montfort para derrotar brillantemente a un ejército numéricamente superior. Cómo planteó Pedro II el combate, qué impulsó a Montfort a abandonar Muret para lanzarse a la piscina, qué carencias tácticas tuvieron los aragoneses, qué diferencia había entre una y otra caballería...


Bueno, creo el problema es que no habia unidad de mando y que el Rey no escucho mucho al Conde Raymond, que por tant conocia al "fenomeno" Monfort. Creo que si se hubiera aplicado la tactica mas prudente del Conde las cosas quizas hubiesen sido diferentes...
Tambien la indisciplina de las milicias de Toulouse, que se lanzaron al asalto sin ton ni son, jugo un papel muy desfavorable...


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Mensaje por Cobra 13 »

Correcto, Fusilier, como una de las primeras causas tenemos la evidente metedura de pata estratégica de Pedro II. Despreciando su auténtica superioridad, que residía en la infantería, se decidió por hacer frente a los cruzados con la caballería (tocaría examinar qué tenía la caballería cruzada, básicamente francesa, que la hiciera superior a la aragonesa; tocaría también examinar si además, o en su lugar, la estrategia planteada por Montfort fue lo que decidió su triunfo).

En cuanto a la actuación descoordinada de las milicias tolosanas, pienso que está implicada en esa primera conclusión. Habiendo quedado fuera del planteamiento inicial del Rey, al igual que el resto de sus fuerzas e incluso el tercer cuerpo de reserva, su fracaso frente a una fuerza cohesionada y bien dirigida era inevitable.

Pero aún antes de esto y por ir paso por paso: Lo que en principio parecía un asedio ordinario, el de la fortaleza de Muret, se convirtió en batalla campal. Una de las características curiosas del hecho es que tanto Montfort como Pedro II parecen haber asumido desde el principio que la cuestión se va a resolver en campo abierto, renunciando los cruzados a la defensa de las murallas para enfrentarse con un ejército que en teoría podía —y debía— aplastarles (lo que es saltar de la sartén para caer en el brasero), y asumiendo los aragoneses que sus adversarios se disponen, pese a tenerlo todo en contra, a abandonar esas defensas y plantarles cara. ¿Qué pudo haber pasado por las cabezas de ambos líderes en los momentos previos a la batalla, e incluso antes de su planteamiento estratégico?


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Mensaje por Fusilier »

Bueno, si recuerdo bien, el Monfort hizo creer que huia de Muret y es eso que hizo salir la caballeria del Rey, de las lineas de infanteria, para perseguirlos y despues el otro se volvio planteando cara..

Es verdad que se tendria que mirar el equipameniento de cada uno. La verdad es que siempre me habia parecido como evidente que la caballeria francesa era "caballeria pesada" (con sus mas y sus menos) y que la caballeria Aragonesa, como la del resto des Espana, mas bien una "caballeria mas ligera" (monta a la jinete, etc...) lo cual era perfectamente adaptado a las contiendas con los moros.....


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Mensaje por JESUS FIDELIS »

Bueno ahora la descripción de la batalla, donde efectivamente hay una hábil añagaza para sorprender a las tropas aragonesas.
Por cierto no creo que los caballeros a caballo de Aragón diferan en equipo y calidad a los franceses, mas bien creo que su equipación, armamento y habilidad serían parecidos, y en cuanto a montar a la jineta sería caballería más ligera, no los ricoshombres y caballeros de la corona de Argón que es el caso de esta batalla.

Pero, lo dicho, el relato:

LA BATALLA

Pedro II el Católico regresó a sus dominios aragoneses tras el triunfo de Las Navas para encontrarse con que en el Languedoc Simón de Montfort había abandonado sus recién adquiridos dominios carcasonenses para amenazar las tierras del condado de Tolosa, dentro de la ya evidente estrategia de conquistar toda la Occitania en nombre del rey Felipe Augusto. Ante el avance de los cruzados, el conde Raimundo VI de Tolosa firmó un pacto secreto con Pedro II de Aragón el 27 de enero de 1213, pero no debemos olvidar que el monarca aragonés -todavía mediador en el conflicto- había entregado dos años atrás a Montfort en custodia, como aval de sus intenciones pacificadoras, a su hijo Jaime (Concordia de Narbona, 1211), por lo que temía que el normando pudiese causar algún daño al niño si la Corona de Aragón se levantaba en armas contra las huestes de la Cruzada, de modo que don Pedro dudó durante varios meses en apoyar a su vasallo. Finalmente, Raimundo de Tolosa hizo valer el pacto firmado en enero y el rey Pedro II de Aragón, llamado el Católico por la Historia, decidió reunir un ejército con el que enfrentarse a las tropas del Papa y del rey de Francia encabezadas por el barón Simón de Montfort...

El 10 de septiembre de 1213 las fuerzas de don Pedro llegaron a las proximidades de Muret, una villa fortificada a apenas 40 km. al sur de Tolosa, en la confluencia de los ríos Garona y Louge y guarnecida por una treintena de caballeros franceses y 700 infantes a las órdenes de Montfort, que no se encontraba en ese momento en la ciudad. Las huestes del rey aragones incluían a los hombres de Raimundo VI de Tolosa y los condes Ramón-Roger de Foix, el de Comminges y el de Béarn, sumando un contingente de 3.000 caballeros y sargentos más un número indeterminado pero muy superior de soldados de infantería, que acamparon al norte de la ciudad, sobre el pequeño río Louge. Sin embargo, aunque Raimundo aconsejó no presentar batalla y sitiar a los cruzados para vencerlos por hambre, el rey Pedro rechazó el consejo por considerarlo poco caballeroso y deshonroso, y distribuyó su ejército de forma que el flanco derecho quedaba protegido por una marisma y el izquierdo por el río, y dejó a la milicia para asaltar los muros de la ciudad, que comenzaron a ser batidos con máquinas de asedio el día 11.

Ese mismo día Simón de Monfort al mando de apenas 740 jinetes (240 caballeros y 500 sargentos) llegó a Muret por el oeste y los aragoneses, temiendo ser cogidos por la retaguardia, se retiraron en tropel y permitieron al normando ponerse a salvo tras los muros de la fortaleza. En total, las tropas francas sumaban unos 800 efectivos a caballo frente a los 3000 occitanos y aragoneses, además de un gran número de infantes (más de 20.000, según las fuentes).

La noche del 12 al 13 de septiembre de 1213, en las proximidades de Muret, ha sido envuelta en un hálito de leyenda. Mientras Simón de Monfort obligaba a sus cruzados a confesarse, escuchar misa y comulgar devotamente ante el enfrentamiento que se avecinaba, hay dos versiones, ambas de cuestionable credibilidad, sobre lo que hizo el rey Pedro en la noche previa a la confrontación. El primero, narrado por Vaux de Cernay, cuenta que Pedro escribió una carta a una misteriosa dama en la que le confesaba que entraba en batalla sólo con el fin de impresionarla para poder obtener sus favores carnales. Esta misiva habría sido interceptada por el prior de Pamiers, quien se la mostró a Simon de Monfort, provocando en éste un sentimiento de reprobación por la indignidad de los motivos del monarca aragonés para luchar. En contra de la fiabilidad de esta versión está el hecho de que podría haberse elaborado para deshonrar la memoria del enemigo de las tropas francesas.

La segunda versión, que es la que ha entrado con mayor éxito en el ámbito de la leyenda, es la que aparece en el Llibre dels feyts, crónica elaborada por un cronista catalán por encargo de Jaime I, el hijo de don Pedro, para tratar de buscar justificación a la derrota de tan insigne guerrero, que sólo se explicaría a partir de un estado de debilidad extrema provocado por los excesos cometidos durante toda la noche en los placeres de la bebida y la lujuria, que prácticamente impedirían al católico rey Pedro tenerse en pie por la mañana en el campo de batalla:



I aquell dia que es donà la batalla, el rei habia jagut amb una dona, com oírem dir desprès, a Gil -el seu reboster que mès tard fou frare de l’ordre de l’Hospital-, el qual habia estat en aquell consell, i a altres que ho veieren pels seus ulls. I durant l’Evangeli no es va poder estar dret, sinó que s’assegué en el seu sitial mentre es llegia...

(Llibre dels fets de Jaume I. Edición en valenciano.
Antoni Ferrando y Vicent J. Escartí, Ed. Afers, 1995)

Sea como fuere, al día siguiente hacia el mediodía Simón de Montfort dividió sus fuerzas en tres cuerpos de unos 250 caballeros cada uno y salió de improviso de la ciudadela por la puerta de Sales, oculta a la vista de los aliados, que al vislumbrar en la lejanía a los jinetes tuvieron la primera impresión de estar huyendo hasta que comprobaron con alarma cómo los caballos viraban hacia la derecha para cruzar el pequeño Louge y quedar frente a ellos. Al frente de los fuerzas aliadas iría el conde de Foix, y tras él el grueso del ejército aragonés al mando del rey, ya que Raimundo -despechado- decidió finalmente no sacar sus fuerzas del campamento. El plan era muy audaz: los dos primeros cuerpos, con gran parafernalia y todas sus banderas, pendones y estandartes ondeando al viento, atacarían la vanguardia de Ramón-Roger de Foix, que se encontraba completamente desprevenida (algunos de sus hombres estaba incluso comiendo), mientras Simón de Monfort, al mando del último cuerpo, cargaría de flanco sobre las desguarnecidas tropas aragonesas en segunda línea. Como vemos, todo estaba perfectamente calculado y los cruzados debían de haber estado listos para actuar en cuanto se dio la orden de ataque.

http://www.iacobus.net/Imatges%20Comuns/MuretG.Jpg

Esquema básico del despliegue de fuerzas en la batalla de Muret (13 de septiembre de 1213)

Otro esquema de la batalla:

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Y otra:

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La primera línea de combate franca, al mando de Bouchard de Marly, salió en columna de Muret, siguió el cauce del río Lounge unos centenares de metros, giró a la derecha en el momento preciso para cruzarlo y avanzó con rapidez contra el enemigo. La segunda línea, comandada por William d’Encontre, se colocó detrás, siguiendo los mismos movimientos de forma absolutamente coordinada y una vez atravesado el río ambas formaron en fondo, escalonadamente una tras otra, para avanzar a paso de carga, con gran grita y galopar de caballos contra los sorprendidos jinetes occitanos, aturdidos al ver a los francos con todos sus estandartes realizar una maniobra tan audaz. Entre las filas aliadas se desató el caos: caballeros desarmandos reclamando a sus escuderos, jinetes que no encontraban su posición en la línea, desconcierto general... El impacto de los cruzados contra las fuerzas del conde de Foix fue brutal, dispersándolas como polvo en el viento. La infantería, completamente desbordada, dio media vuelta y corrió hacia el campamento mientras la división del rey luchaba por mantener la línea, siendo golpeada a su vez por los jinetes perseguidos.

Pero Simón de Montfort continuaba aplicando de forma sistemática su plan: el tercer cuerpo de combate, a sus órdenes directas, cruzó el río Louge, sobrepasó al galope por el costado izquierdo la desbandada general y cargó de flanco contra los aragoneses, que se encontraron de improviso atacados de frente por sus propios hombres y sus perseguidores normandos y a la derecha por la división de Montfort. La lucha se generalizó y muchos caballeros se vieron obligados a desmontar de sus corceles para seguir el combate a pie.

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Fue en este momento cuando se produjo la muerte de Pedro II de Aragón. Aquí nuevamente la historia deja paso a la leyenda. Según distintas fuentes, el rey -tal vez como consecuencia de su ajetreada noche anterior- no llevaba puesta su propia veste sino que combatía como un soldado más de su mesnada. Unos caballeros franceses (según Vaux de Cernay fueron los nobles Florien de Lille y Alain de Roucy) acabaron con la vida de un noble aragonés de gran envergadura (tal como el monarca, que era buen mozo y de grandes huesos) que llevaba sobre su veste la enseña aragonesa y gritaron: ¡Hemos matado al rey, hemos matado al rey de Aragón!, ante lo cual don Pedro, que se encontraba muy cerca, se despojó indignado de su yelmo y exclamó: “¡No es cierto! ¡Yo soy el rey!”. Entonces la flor y nata de la caballería francesa cayó sobre el monarca y le dio muerte.

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Diorama con la recreación de la muerte de Pedro de Aragón frente a Alain de Roucy y Florien de Lille

Junto al rey luchó también un numeroso grupo de nobles que se esforzaron en todo momento por mantener la línea de combate pero que terminaron viéndose arrasados por la caballería franca. Eran don Rodrigo de Lizana, don Lope Ferrench de Luna, don Aznar Pardo, don Miguel de Lluciá, don Blasco de Alagón, don Miguel de Rada y otros muchos, la mayoría de los cuales quedaron muertos junto a su rey en Muret. La noticia de la muerte de Pedro II de Aragón fue el anuncio de la desbandada general. Las tropas aragonesas huyeron hacia el río y hacia campamento tolosano, que fue alcanzado por los hombres de Montfort, quienes al no poder tomar prisioneros para pedir rescate debido a la escasez de sus efectivos, asesinaron a la mayoría de ellos.

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Estela conmemorativa de la Batalla de Muret en su 700 aniversario (1213-1913)

El desastre fue absoluto. Distintas fuentes hablan de hasta 20.000 muertos en el campo occitano, incluyendo al rey de Aragón, y si bien los condes de Foix y Tolosa sobrevivieron a la catástrofe, tuvieron que huir de sus tierras. Simon de Montfort, por su parte, recibiría tras esta brillante victoria (mérito que no debe arrebatársele) los vizcondados de Carcasona y Béziers, el condado de Tolosa y el ducado de Narbona... De las consecuencias de Muret hablaremos a continuación.


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Mensaje por Cobra 13 »

Sabiendo siempre de lo precario de las afirmaciones rotundas en este caso:

Una explicación podría ser una actitud totalmente negligente de las fuerzas aliadas (que serían cogidas por sorpresa por los cruzados) que mediante un hábil golpe de efecto cruzado habría determinado la muerte de Pedro II y provocado la desbandada general seguida del alcance, sangriento para unos, pasado por agua para otros.

Imagino que podría tratarse de una alarma general, con los caballeros corriendo de un lado para otro del campamento, llamando a gritos a sus escuderos y montando apresuradamente, muchos a medio armar, otros sin loriga, los más sin saber con seguridad adónde dirigirse, y todo mientras la carga cruzada se echa encima desde Muret. Parece patético, pero a la luz del inesperado resultado, no debería descartarse.

Pero lo cierto es que las crónicas, por sospechosas que sean de propagandistas y románticas, parecen indicar que el ejército aliado había decidido un orden de batalla (luego ya se podrá juzgar si conveniente o no), e incluso hay detalles más o menos creíbles que nos dan noticia de que el enfrentamiento era esperado, y que por tanto ambas partes pudieron establecer su estrategia inicial.

De momento tenemos la versión que describe a Simón de Montfort vistiéndose para la batalla en lo más alto de la más alta torre de Muret, a la vista de sus hombres y de los enemigos, e incluso se cuenta que hubo varios presagios que fueron interpretados negativamente para Montfort (rotura de correajes, un accidente que le causó un golpe en la cabeza) y que motivaron la risa de los aliados, ya eufóricos de por sí. Desde luego, conociendo a Montfort, verlo armarse con toda la pompa de la ocasión debía ser razón suficiente para esperar el ataque.

Tenemos también ese legendario rumor que nos describe a Pedro II ansioso de demostrar su valía entrando en combate, e intercambiando sus armas con uno de sus guerreros para poder ser tenido por un caballero más y poder llegar incluso hasta el mismo Montfort, con quien deseaba medirse personalmente. Muy fantasioso, lo sé, pero indicativo de que el Rey esperaba la batalla.

La misma estrategia cruzada es recogida con cierta uniformidad (si bien algunos difieren del flanco usado para rodear a los aliados). El hecho de que Montfort empleara una carga frontal para obligar a empeñarse a las fuerza aliadas y basara su golpe definitivo en un flanqueo oculto parece demostrar que los cruzados no se dirigían a combatir contra un ejército resacoso que dormitaba en sus tiendas, sino contra una fuerza en formación de combate.

También se habla de una distribución previa de fuerzas, decidiéndose por parte del Rey o de su «estado mayor» qué fuerzas habrían de componer la primera línea (comandada por Foix) y la segunda (en la que se hallaba el mismo Pedro II), dejando la reserva para los humillados condes de Tolosa y Comminges. Bien es cierto que esto no implica que no hubiera acción sorpresiva, pues se puede planear una formación para las nueve y media y caerte el enemigo encima a las ocho, mientras desayunas.

Ya en el campo de la pura conjetura, se me ocurre que a pesar de su imprudencia Pedro II no era novato en estas lides. Había dirigido las campañas levantinas que desde la zona de Teruel hicieron extenderse al Reino de Aragón a costa de Ademuz y Castiell Fabib; había participado en Las Navas (aunque no como puro estratega) y eso no implica solamente la batalla en sí, sino toda la campaña, que incluía por cierto la conquista de fortificaciones. Además Pedro II había seguido, supongo que con máximo interés, los avatares de la cruzada antialbigense, y de hecho acudió personalmente al sitio de Carcasona a mediar para lograr la paz. Digo esto porque pienso que el Rey debía saber que Montfort no tenía nada que hacer quedándose encerrado en Muret (dada la evidente superioridad aliada y el aislamiento de Muret con respecto a las bases cruzadas), y que por algo había acudido a la villa con un contingente de caballería (que vamos, no es lo más indicado para reforzar una fortificación asediada, sino para anular el sitio mediante una salida).

Adonde quiero llegar finalmente es a la siguiente hipótesis: ambos líderes saben que se van a enfrentar en campo abierto y conocen los medios de que dispone el enemigo. De hecho casi saben ciertamente cuándo se va a producir el enfrentamiento. Es en este caso cuando realmente entra en juego la diferencia entre dos estrategias y dos formas diferentes de combatir. Y por no extenderme más, que ya me vale, vuelvo a plantear lo dicho por Fusilier acerca de los distintos equipamientos: yo tampoco creo que la caballería aragonesa fuera ligera, pero desde luego no tenía la entidad «pesada» de la cruzada, predominantemente franca.


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Mensaje por JESUS FIDELIS »

La verdad es que es una batalla en la que los acomntecimientos son objetivos, pero el porqué de éstos tiene muchos claro-oscuros, por no decir tinieblas, no deja de haber testimonios que dicen que todo esto se debío a que las tropas aragonesas venían de pasar una noche de "juerga" y desenfreno y es uno de los motivos de que no reaccionaran corectamente al ataque de Monfort.
Esto está ya dentro del campo de la pura especulación y elucubración...


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Mensaje por JESUS FIDELIS »

LAS CONSECUENCIAS

Ha llegado el momento, tal vez, de hacer caer un mito: el de que la derrota de Muret acabó con las esperanzas aragonesas en Occitania. En realidad, tras el desastre de las armas aliadas frente a los cruzados poco fue lo que políticamente hablando cambió en el Sur de Francia, ya que Simón de Montfort entró en Tolosa al frente del ejército cruzado, sí, pero a la muerte de Inocencio III (1216), toda la Provenza se rebeló y Raimundo VI y su hijo Raimundo VII de Tolosa reconquistaron el país (1216-1217), con lo que la primera fase de la cruzada no obtuvo los resultados apetecidos. Raimundo VII recibió la ayuda de las tropas de la Corona de Aragón, aunque éstas tuvieron que retirarse ante las amenazas de excomunión hechas por parte de Honorio III. Los condes de Tolosa entraron en su ocupada capital el 12 de septiembre de 1217. Inmediatamente, Simón de Montfort puso sitio a Tolosa. El 25 de junio de 1218, cuando se cumplían ya diez meses de asedio, Simón murió a causa de una pedrada lanzada por un trebuchet manipulado por unas mujeres.

Imagen

Muerte del barón Simón de Monfort en el asedio de Tolosa
(25 de junio de 1218) según un grabado del siglo XIX.

Se abre entonces un paréntesis que dará lugar a una segunda fase en la Cruzada. Tras el retorno del conde Raimundo VII de Tolosa, la consolidación de la resistencia occitana apoyada por el conde de Foix y fuerzas aragonesas decidió la intervención militar de Luis VIII de Francia a partir de 1226 con el apoyo del papa Honorio III que culminó con el Tratado de Meaux-París de 1229 en el que se pactó la integración del país occitano en la corona francesa. Y por fin, en una tercera y última etapa, los abusos de la Inquisición provocaron numerosas revueltas y sublevaciones urbanas y decidieron a Raimundo VII a emprender una última tentativa de reconquista a la que tuvo que renunciar a pesar del apoyo de la corona inglesa y de los condes de Lusignan, terminando con la captura de las últimas fortalezas cátaras de Montségur y de Queribus en el año 1244.

http://www.09-rando.com/galleries/Arieg … tsegur.jpg

(enlace): Espléndida imagen del "pog" (castillo sobre una colina) de Montségur,
destruido en 1244 por Hugo de Arcis y Pedro de Amiel. Las ruinas actuales
corresponden a una edificación posterior, muy reconstruida en el siglo XX

Imagen

Planta actual del castillo de Montségur.

¿Cuál fue, por tanto, el verdadero alcance de la batalla de Muret para la Corona de Aragón?

No fue propiamente la derrota la que hundió las esperanzas de recuperar el dominio aragonés en el Languedoc, sino la muerte del rey don Pedro, que dejó a la Corona en una situación realmente muy precaria, con el jovencísimo príncipe don Jaime en manos de Simón de Montfort y sin un monarca que la gobernase. El nuevo amo y señor de Occitania no devolvió al infante a los aragoneses hasta después de un año de reclamaciones y sólo por mandato del papa Inocencio III (con quien había empezado a tener desavenencias a causa de su ambición sin límites), entregándoselo en custodia finalmente a los caballeros de la Orden del Temple, bajo cuya tutela permaneció el rey niño en el castillo de Monzón hasta su mayoría de edad, que le fue reconocida a los diez años, en 1218, en las cortes de Lérida. Como podemos imaginar, en estas circunstancias poco fue lo que la Corona pudo hacer por recuperar sus posesiones ultramontanas: bastante tenía con gobernarse y organizarse a sí misma. El rey don Jaime I, a quien la historia llamará el Conquistador por sus notables hazañas, dirigió sus intereses hacia la reconquista peninsular, abandonando las aspiraciones en el Languedoc, hasta que en el año 1258 la firma del Tratado de Corbeil con Luis IX de Francia (futuro San Luis) selló definitivamente la renuncia del rey de Aragón a sus derechos en el Sur de Francia, entregando los condados y ducados de Tolosa, Narbona, Foix, Albi, Carcasona, Béziers, Quéribus, Perapertusa y otros más al rey de Francia y reteniendo para sí únicamente el señorío de Montpellier, lugar de su nacimiento y posesión de su madre la reina doña María, por la que siempre sintió el rey don Jaime un gran afecto, tal como lo demuestra en su Llibre dels Feyts.

Imagen

Posesiones aragonesas perdidas tras el Tratado de Corbeil

A partir de Muret, pues, la Corona de Aragón seguirá creciendo, haciéndose grande y poderosa y convirtiéndose en una de las mayores potencias de la Cristiandad. Con el rey don Jaime se conquistarán las tierras de Mallorca y Valencia, alcanzándose por el Tratado de Almizra (1244) los límites de su expansión peninsular con respecto al vecino reino de Castilla. Con Pedro III, Alfonso III y Jaime II se desarrollará la célebre Expansión Mediterránea, que llevará las armas de Aragón hasta Sicilia, Bizancio, Atenas y Neopatria, llegándose a dominar también Nápoles en el siglo XV con Alfonso V el Magnánimo...

Pero las fronteras pirenaicas quedaban desde Muret cerradas para siempre, Occitania entraba a partir de entonces en la órbita del rey de Francia hasta nuestros días y el Reino de Aragón no volverá a extender sus dominios más allá de los Pirineos.


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Cobra 13
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Mensaje por Cobra 13 »

Bueno, después del gran trabajo del amigo Enrique y de Fidelis (que lo tengo todo apuntado, por supuesto) me centro un poco en la batalla en sí. Hay varias posibilidades según autores. La cosa pudo tener lugar por un lado o por otro de Muret, o tras atraer a Foix a la misma puerta de la fortaleza, como dice la Wikipedia francesa. A lo mejor fue eso que ya he comentado del patético asalto al campamento, pillando en bragas a todos.
No sé. Yo dejo una posibilidad, la que creo más factible y la que más me gusta. Luego ya se puede discutir sobre tácticas, o sobre lo pesada que es esta o aquella caballería, o sobre lo que se tercie. A ver qué os parece:

Mientras las tropas aragonesas se solazaban en Tolosa, acogidas al proverbial calor occitano, las milicias de la ciudad habían comenzado el eufórico sitio a Muret. La guarnición de la fortaleza, como sabemos, era poca, y la caída de la plaza inevitable. Siendo así, un correo consiguió salir de Muret y sortear el sitio, y se dirigió raudo hacia levante para hallar a Simón de Montfort, única esperanza de los asediados, y avisarle de la inminente caída de Muret.
Montfort recibió la noticia mientras, enterado de sobra de la presencia de Pedro II en Tolosa, andaba reclutando tropas por las villas y castillos en su poder. Viendo él también que el desplome de Muret se precipitaba, se decidió a acudir de inmediato a auxiliar a sus correligionarios, que se le podrá tachar de todo menos de cobarde al jodío francés. El caso es que él también despachó un correo de vuelta a Muret con un mensaje: que ya iba para allá con lo que tenía, y que las privaciones de los sitiados acabarían pronto.
Este nuevo mensajero fue interceptado por una patrulla del conde de Foix, y el mensaje llevado a Pedro II. Nuestro Rey debió emborracharse de alegría cuando vio que Montfort se aprestaba a reunirse con su destino, y conociendo lo que había, no era a verlas venir a lo que llegaba el francés, sino a plantar cara a los aragoneses y obligar a los tolosanos a levantar el sitio. En suma: Simón de Montfort se acercaba con ganas de gresca en campo abierto. A por todas, que diríamos ahora.

Simón llegó desde Fanjeaux con unos 900 hombres a caballo y halló paso franco a Muret, donde se dispuso como todos sabemos para la batalla. El Rey tuvo cumplida noticia de ello y, a su vez, se desplazó con su ejército hasta las proximidades de la villa sitiada mientras las fuerzas de asedio redoblaban sus esfuerzos martilleando las murallas. Lo que viene después, mientras los clérigos católicos intentaban por última vez una salida negociada (con nulo éxito), es más o menos bien sabido. Pedro II, sabiendo que la salida de Montfort no se diferiría más allá del día siguiente, reunió a su Consejo y se decidió la estrategia a seguir. Nada de posiciones fortificadas; nada de ballesteros y lanceros prestos a frenar a la caballería francesa; ni hablar de negar la batalla a Montfort en otros términos que no fueran los que dicta el código del honor: frente a frente, lanza contra lanza, como buenos caballeros. La prudente insistencia de Raimundo VI le llevó, junto a Comminges, a la humillación pública y a ser desestimado como parte de la hueste que se disponía a entrar en acción. Pedro II, que tenía cosas que hacer en su tienda con no sé qué moza, se apresuró a dejar lista la estrategia para el día siguiente:
De los dos mil caballeros y hombres de armas de que disponía Aragón, unos mil quinientos formaron en el primer y segundo cuerpo (únicos que entrarían en el combate real) y el otro medio millar quedó sin convocar por la aragonesa cabezonada de Pedro II. El Rey dispuso que el conde de Foix comandara la vanguardia con sus tropas, entre las que se hallarían algunos jinetes aragoneses (al decir aragoneses incluyo a los catalanes), tal vez unos 900 hombres. Esta línea, pues, igualaría en número al contingente total de Simón de Montfort. En el segundo cuerpo, comandado por el Rey en persona, formó la flor y nata de los llegados desde el sur de los Pirineos: orgullosos caballeros con sus blasones ondeando al viento, las mallas y yelmos reluciendo al sol de los últimos días del verano occitano, la moral alta, pues eran los mismos que un año atrás habían arrasado al ejército infiel del Miramamolín en Las Navas de Tolosa, sedientos de gestas con las que impresionar a aquellas complacientes damas del Languedoc. Unos 600 hombres pues, flanqueados por el Garona a la izquierda y por una suave altiplanicie a la derecha. Frente a ellos, más allá del cuerpo de Foix y de las tropas tolosanas, Muret y la línea arbolada que acompañaba al Louge desde el oeste.
Detrás de ellos, a gran distancia, los quinientos caballeros de Tolosa y Comminges, que en teoría formaban la reserva pero que en la práctica debieron asistir como resentidos espectadores. Junto a ellos, el resto de la infantería aliada en número de varias decenas de miles. Tropas esperanzadas sin duda por la presencia de Pedro II y sus orgullosos nobles, pero tropas también que mantenían un particular sentimiento de congoja con sólo pensar en la cercanía de Simón de Montfort. Tropas, en cualquier caso, que no estaban allí para luchar, sino para mirar.
Montfort, con una personalidad que cada vez relaciono más con la psicopatía, debió observar la formación aragonesa desde Muret. El día había amanecido soleado, y la humedad del Garona y de las marismas cercanas amenazaban con convertir el lugar en un horno plagado de mosquitos.
Montfort aguardó mientras sus enemigos se tostaban dentro de sus lorigas, prestos para una batalla que se demoraba. Los ánimos se relajaron entre las tropas de Pedro II. El sudor corría en gruesos goterones bajo los gambesones, y las cotas de malla empezaban a pesar tanto que era difícil mantenerse erguido. Por si fuera poco, algunos caballeros habían tenido una noche ajetreada, al más puro estilo de los cantares, y los excesos comenzaban a pasar factura.
Montfort dividió su hueste en tres cuerpos de unos 300 jinetes cada uno, como ya sabemos. Sus hombres estaban descansados, mentalizados para el choque, muchos de ellos a buen seguro habían aceptado la muerte y se aprestaban al martirio, pues eso y no otra cosa era lo que habían llegado a sufrir a Occitania desde el norte. Ese norte frío, donde un caballero era un auténtico proyectil humano que montaba un destrier, poderoso semental que valía una villa y cuya misión era acelerar en el último instante de la carga (el momentum) para desarbolar por completo las líneas enemigas.
Montfort podía ser un psicópata pero, al más puro estilo Hannibal Lecter, era también muy inteligente. Sabía que la caballería aragonesa (al igual que la navarra, la castellana o la leonesa) estaba hecha a luchar en las tierras del sur de los Pirineos, donde la climatología impide que la panoplia del caballero sea la misma que en frío norte. Las guerras que los cristianos hispanos libraban en el abrasador verano ibérico eran contra tropas armadas siempre a la ligera. Fuerzas que evitaban sistemáticamente el choque frontal, pues lo temían como su peor pesadilla. Siglos de lucha contra el infiel habían determinado el estilo de guerra de los españoles, que raramente llegaban a culminar sus cargas de caballería y tenían que vérselas con hábiles arqueros a caballo o con jinetes ligeros que flanqueaban al enemigo para picar y retirarse, hostigando a los cristianos hasta dejarlos exhaustos y buscar el remate final. No: los aragoneses estaban en inferioridad de condiciones ante un choque de caballerías si lo que tenían delante era la flor de lis.
Montfort, pues, apretó los dientes y decidió por fin su argucia. Nada de combates singulares. Nada de códigos caballerescos. Se gana de cualquier manera, que es lo que importa. Pasó sus consignas a la tropa y, a la cabeza del primer cuerpo, tomó el camino del oeste. Al poco le siguió el segundo cuerpo y, poco después, el tercero.
Desde la posición de Foix se alzaron los primeros gritos: Montfort huía. Los suspiros de alivio debieron mezclarse con los gritos de triunfo antes de que los más templados se dieran cuenta de que los estandartes cruzados habían cambiado repentinamente de dirección. Cruzando el Louge, el segundo cuerpo aceleró su marcha y formó una línea compacta, haciendo retumbar la campiña mientras bajaba sus lanzas para enristrarlas. El tercer cuerpo formó a su vez tras el segundo de forma magistral y guardó la distancia precisa, avanzando a su vez.
Debe ser duro, después de toda la mañana asándote al Sol, con la cabeza tostada por el yelmo, la cara acribillada a picotazos y los riñones doliendo como el Diablo; debe ser duro, digo, recibir la noticia de que has vencido la batalla sin luchar porque el enemigo huye, y mientras todo ese peso se te quita de encima ver cómo la caballería pesada más peligrosa del orbe se te viene a la cara.
De seguro se produjeron algunas deserciones en el cuerpo de Foix. Entre la sorpresa y la incredulidad, algunos se dispusieron a la defensa. Unos pocos, tal vez, se dieron cuenta de que iban a ser abatidos y a gritos alertaron a Pedro II, cuya vista de la situación no debía ser muy buena por hallarse tras la línea de Foix. Las comunicaciones en el campo de batalla son primordiales, y en aquella época la cosa no era fácil. Menos aún por la pérfida trampa que Montfort se había sacado de la manga.
La línea de Foix fue arrollada, su centro, o tal vez una de sus alas, totalmente destrozada por el violento choque. En realidad todo dependía de ese choque, pues no había posibilidad para los cruzados de retirarse y lanzarse de nuevo contra el enemigo. En lugar de ello, y haciendo gala de su pericia y adiestramiento, logrados desde que comenzara la carnicería en 1209, el segundo cuerpo cruzado alcanzó también a Foix y desbarató lo que quedaba de la vanguardia aragonesa. Tampoco debieron entretenerse mucho, lo justo para rematar a un par de caídos cada uno y para volver a formar, fundidos ya el primer y segundo cuerpo francés, y reanudar la carga.
Pedro II, lanzando maldiciones, mandó formar o, en lugar de ello, tal vez ordenó directamente la carga para auxiliar a Foix y tratar de alcanzar algo de velocidad, imprescindible para sobrevivir en un choque de caballerías. Lo malo es que los franceses ya venían formados y a toda leche y, por si fuera poco, los supervivientes de la vanguardia huían desesperados y se interponían entre los cruzados y los aragoneses. Igual hasta hubo atropellos no deseados.
Este choque no debió ser tan desventajoso para Aragón, aunque los franceses sin duda se llevaron la mejor parte. Aquí, no obstante, debieron tener los cruzados sus mayores pérdidas. Sea como sea, hay que tener en cuenta que los aragoneses debieron cargar descoordinadamente, a lo que hay que unir el obstáculo de los despojos de Foix y la desventaja técnica aragonesa, comentada más arriba.
¿Intentó Raimundo de Tolosa hacer algo por evitar el desastre que se avecinaba? Tampoco tiene mucha importancia. De haber llegado en ese momento junto a Comminges a la refriega tal vez podría haber evitado lo que sucedió después, pero estaba demasiado lejos, y puede que ni siquiera preparado para combatir.
El primer cuerpo cruzado, el de Montfort, el que no había cambiado de dirección tras salir en primer lugar de Muret hacia el oeste, había dado un pequeño rodeo y ahora, mientras los efectos del choque se diluían en combates singulares a lo largo de la línea, apareció por el flanco derecho aragonés. Es posible que los hombres de Pedro II no se apercibieran de lo que se les venía encima, pues bastante ocupados estaban tratando de matar a los que tenían delante y, sobre todo, evitando que les dieran matarile a ellos.
Simón de Montfort entró como una daga en el flanco aragonés, aprovechando la fueza de su propia carga inesperada y abriéndose camino hasta donde ondeaban con mayor furia las barras rojas y amarillas.
Con Roucy o con De Ville, con armas cambiadas o sin ellas, confundidos o equivocados, los hombres de ese primer cuerpo, sin duda los mejores del ejército cruzado, alcanzaron al propio Pedro II y lo dejaron fuera de combate. Poco importa si el Rey murió en el acto o si cayó mal herido. El caso es que las fuerzas aragonesas, que estaban llevando la peor parte tras las tres cargas exitosas de los cruzados, vieron caer a Pedro II y se dejaron llevar por la desesperanza. Muchos huyeron directamente, lo que hizo crecerse a los ya crecidos franceses.
Alcance y masacre, y de aquí para allá persiguiendo infantes, caballeros desmontados o fuerzas de asedio. Hala, a mojarse al río.


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Mensaje por JESUS FIDELIS »

No se si sería la realidad así o no, ya que como bien hemos comentado las versiones son variadas.
Pero desde luego la forma de describirlo y el planteamiento en sí mismo es totalmente creible y descriptivo, en definitiva está genial, muy bueno.
Una muy buena visión de la batalla, muy buena la referencia a la equipación de los caballeros (esa es la línea de lo de Teruel :wink: ).


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Mensaje por Cobra 13 »

De maravilla entonces. Tal vez merecería la pena mencionar alguna de las máquinas de asedio que atronaban las murallas de Muret. Creo que por aquel tiempo los cruzados habían generalizado el uso del trebuchet contra los reductos remisos.
Tampoco estaría mal alguna reseña a este o aquel caballero en concreto. Lizana, por ejemplo, cuyos colores tal vez lucía en la sobreveste y a los que se añadió al final de la batalla el rojo de su propia sangre :cool: .


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Mensaje por JESUS FIDELIS »

Pues aquí tienes la que creemos que fue la veste de Rodrigo de Lizana.

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Este caballero por cierto, murió en Muret, junto a su rey. Después fue su hijo el que retomó el nombre y las armas del linaje y se convirtió en uno de los hombres fuertes del rey Jaime I, no si antes haber sido un poco revoltoso, incluso estuvo "invitado" en Albarracín por el señor de Azagra, huyendo de la justicia del rey Jaime I.

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