La Guerra de la Triple Alianza
- Jorge Osvaldo Eleazar
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Contaré la historia de uno de nuestros héroes más grandes, el Teniente Fariña. Es un extracto de un libro del paraguayo O`Leary
EL HÉROE DE LOS LANCHONES
Permitidme evocar, ante todo, mi primera entrevista con el héroe.
Fue en 1908.
El período de nuestra sangrienta anarquía se iniciaba.
Sólo, en la casi total proscripción de mis amigos, paseaba una mañana mis nostalgias a lo largo de las amplias avenidas del maravilloso parque del gran soldado de Ytororó y Avay.
La ausencia forzada del patricio ponía una inmensa melancolía en aquel refugio señorial de su gloriosa ancianidad.
Y, así, la tristeza del ambiente se confundía con mi íntima tristeza, acrecentando mi profundo abatimiento;
Hacía un buen rato que me paseaba, cuando acertó a llegar hasta mí un viejecito, de ojos azules, tez sonrosada y blanca cabellera.
Era el nuevo encargado de la propiedad abandonada.
El general Caballero, a tomar su bordón de peregrino, le había rogado cuidara de aquel rincón delicioso, vinculado a los mejores días de su vida
Su edad me decía claramente que se trataba de un veterano de la guerra.
Pero no lo conocía, ni recordaba haberlo visto nunca.
Sonriente me saludó, como si nos vinculara una antigua amistad.
Y yo, con el interés con que interrogo siempre a nuestros ancianos, me permití preguntarle su nombre, para entrar después, de lleno, en el drama de su vida militar.
-Soy el Teniente José María Fariña, me contestó, y he venido a ocupar esta propiedad hasta que vuelva el general.
-¿Fariña?...-me dije, tratando de recordar. Y bien pronto acudió a mi memoria la hazaña estupenda del héroe de los lanchones...
No es usted pariente, le interrogué, de aquel famoso Fariña que en Itapirú se batía, desde una canoa, ,a toda la escuadra acorazada del Imperio del Brasil?
El viejecito, sorprendido por aquella evocación, quedó repentinamente perplejo, borrándose de sus labios la sonrisa, para ser sustituída por un gesto extraño, por un rictus de dolor.
-Señor, me dijo, al cabo de un momento, ese Fariña, el de los lanchones, el que peleó sólo, con un cañón, contra más de cien cañones de la poderosa escuadra imperial... soy yo !
No hace falta deciros la sorpresa con que oí aquella inesperada revelación.
No! No podía ser! Fariña, el Fariña de la Epopeya, había desaparecido después de llenar el mundo con el estrépito de su fama resonante, después de entrar triunfalmente en la historia, se había apagado el resplandor de su gloria en las sombras de la tumba. Muerto, y bien muerto estaba!
De lo contrario, cómo sería posible que un hombre semejante pasase inadvertido tanto tiempo, confundido en la turba anónima, perdido en medio de la mediocridad general, él, que tenía talla de gigante! Decididamente no podía ser. Aquél era uno de tantos impostores, que explotan sus años para pasar por héroes, usurpando reputaciones y glorias que no les corresponden.
Repuesto, pues, de mi sorpresa, le dije con decisión: No puede ser, señor; el teniente Fariña a que me refiero ha muerto!
¡Pobre viejo ! Aún estoy viendo Su amargura. Aquella negación rotunda era una nueva puñalada en su lacerado corazón.
El me conocía muy bien, no ignorando mis esfuerzos por levantarles, resplandecientes, por encima de la impostura que resta quilates a su grandeza. Y yo, el cantor infatigable del heroísmo paraguayo, el vindicador del pasado, el implacable justiciero, no quería reconocer su identidad histórica!
Aquello era, indudablemente, cruel.
Pero el soldado supo sobreponerse a tan amarga impresión, para decirme, serenamente, con una dignidad impresionante:
-Pues, aunque no quiera creerlo, soy el Teniente Fariña, el de los lanchones. Y se lo voy a probar enseguida, enseñándole mi último despacho, firmado por el mariscal López, en las Lomas Valentinas... y echó a andar hacia sus habitaciones, regresando en el acto con un apolillado pergamino, ante cuya elocuencia hube de rendirme.
¡Era indudable !
Estaba frente al hombre extraordinario, tenía en mi presencia al extraño Adamastor guaraní, que en la punta de Itapirú surgiera como una aparición. para detener, con la sola sugestión de su audacia sobrehumana, el avance insolente de los pesados Leviatanes brasileños...
Un abrazo estrecho y prolongado selló en aquel día y en aquella hora mi amistad con el héroe que, desde entonces, pasó a ser uno de los míos, uno de los seres más caros a mi corazón, incorporándose a mi hogar, entre los predilectos que comparten mi mesa, mi pan y mi sal.
Lo que hice después por él, demasiado lo sabéis.
Y es para mí motivo de legítimo orgullo, y una de las satisfacciones más puras de mi vida, haber puesto término a la iniquidad, haciendo la revelación de su existencia, imponiéndolo al respeto popular y endulzando los últimos días de su ancianidad.
Pronto e1 héroe desconocido saboreó los halagos de la pública admiración, viéndose festejado por nuestra juventud y aclamado por nuestro pueblo.
Reintegrado en su puesto de sargento mayor de infantería, para los efectos de cobrar su pensión de Veterano, llevado por mí a una modesta función en el Colegio Nacional, favorecido a ratos por el Ministerio de Guerra, mejoró también su situación material, saliendo de las estrecheces de la miseria, no para conocer la opulencia, pero sí para llevar en adelante con más decoro los laureles de su corona.
Y ahora, decidme vosotros, hijos como él de Caacupé, desde cuándo sabéis de su gloria.
Para vosotros, igual que para mí, el pobre viejo, risueño y picaresco, era uno de tantos sobrevivientes de la guerra.
Verdad es que los que le conocíais; personalmente, veíais en él algo no vulgar, presintiendo seguramente en el desenfado de sus actos la realidad de su grandeza.
Porque el Teniente Fariña, a pesar de todo, nunca dejó de merecer vuestro respeto.
Pobre, a veces tocando la miseria, sin un solo centavo, vivía feliz en medio de vosotros, y hasta vivía con cierta arrogancia. Cuando alguna vez se levantaba sin pagar la vianda que os había pedido para satisfacer los reclamos de su hambre, y se iba, diciendo que volvería por "el vuelto"-frase suya inolvidable- es que os hablaba con todo el orgullo del hombre que tenía conciencia de su obra y no ignoraba que nuestra deuda nunca podría ser saldada con él. Comiese lo que comiese... siempre tendría un "vuelto" que cobrar, siempre quedaría una enorme suma a su favor, ya que no hay dinero para pagar glorias como las que él conquistó para su patria...
Ya tarde, supisteis la verdad de su pasado.
Pero justo es reconocer que, tan pronto como os llegaron los ecos de mi revelación, pensasteis en honrar al que era honra de vuestro terruño, surgiendo el patriótico pensamiento de erigirle ese monumento que ¡ay ! el Destino no quiso que en vida viera levantarse, y tributándole homenajes que yo sé cuánto contribuyeron a alegrar el triste crepúsculo de su solitaria vejez.
Podemos decir, pues, que más allá de su tumba nos encontramos, para coronar así nuestra obra y sellar juntos la apoteosis del héroe de los lanchones, dejándole, vosotros, fundido en el bronce consagratorio, y yo, de pie sobre el pedestal de sus proezas, ocupando el primer puesto entre los primeros actores de nuestra Epopeya !
EL HÉROE DE LOS LANCHONES
Permitidme evocar, ante todo, mi primera entrevista con el héroe.
Fue en 1908.
El período de nuestra sangrienta anarquía se iniciaba.
Sólo, en la casi total proscripción de mis amigos, paseaba una mañana mis nostalgias a lo largo de las amplias avenidas del maravilloso parque del gran soldado de Ytororó y Avay.
La ausencia forzada del patricio ponía una inmensa melancolía en aquel refugio señorial de su gloriosa ancianidad.
Y, así, la tristeza del ambiente se confundía con mi íntima tristeza, acrecentando mi profundo abatimiento;
Hacía un buen rato que me paseaba, cuando acertó a llegar hasta mí un viejecito, de ojos azules, tez sonrosada y blanca cabellera.
Era el nuevo encargado de la propiedad abandonada.
El general Caballero, a tomar su bordón de peregrino, le había rogado cuidara de aquel rincón delicioso, vinculado a los mejores días de su vida
Su edad me decía claramente que se trataba de un veterano de la guerra.
Pero no lo conocía, ni recordaba haberlo visto nunca.
Sonriente me saludó, como si nos vinculara una antigua amistad.
Y yo, con el interés con que interrogo siempre a nuestros ancianos, me permití preguntarle su nombre, para entrar después, de lleno, en el drama de su vida militar.
-Soy el Teniente José María Fariña, me contestó, y he venido a ocupar esta propiedad hasta que vuelva el general.
-¿Fariña?...-me dije, tratando de recordar. Y bien pronto acudió a mi memoria la hazaña estupenda del héroe de los lanchones...
No es usted pariente, le interrogué, de aquel famoso Fariña que en Itapirú se batía, desde una canoa, ,a toda la escuadra acorazada del Imperio del Brasil?
El viejecito, sorprendido por aquella evocación, quedó repentinamente perplejo, borrándose de sus labios la sonrisa, para ser sustituída por un gesto extraño, por un rictus de dolor.
-Señor, me dijo, al cabo de un momento, ese Fariña, el de los lanchones, el que peleó sólo, con un cañón, contra más de cien cañones de la poderosa escuadra imperial... soy yo !
No hace falta deciros la sorpresa con que oí aquella inesperada revelación.
No! No podía ser! Fariña, el Fariña de la Epopeya, había desaparecido después de llenar el mundo con el estrépito de su fama resonante, después de entrar triunfalmente en la historia, se había apagado el resplandor de su gloria en las sombras de la tumba. Muerto, y bien muerto estaba!
De lo contrario, cómo sería posible que un hombre semejante pasase inadvertido tanto tiempo, confundido en la turba anónima, perdido en medio de la mediocridad general, él, que tenía talla de gigante! Decididamente no podía ser. Aquél era uno de tantos impostores, que explotan sus años para pasar por héroes, usurpando reputaciones y glorias que no les corresponden.
Repuesto, pues, de mi sorpresa, le dije con decisión: No puede ser, señor; el teniente Fariña a que me refiero ha muerto!
¡Pobre viejo ! Aún estoy viendo Su amargura. Aquella negación rotunda era una nueva puñalada en su lacerado corazón.
El me conocía muy bien, no ignorando mis esfuerzos por levantarles, resplandecientes, por encima de la impostura que resta quilates a su grandeza. Y yo, el cantor infatigable del heroísmo paraguayo, el vindicador del pasado, el implacable justiciero, no quería reconocer su identidad histórica!
Aquello era, indudablemente, cruel.
Pero el soldado supo sobreponerse a tan amarga impresión, para decirme, serenamente, con una dignidad impresionante:
-Pues, aunque no quiera creerlo, soy el Teniente Fariña, el de los lanchones. Y se lo voy a probar enseguida, enseñándole mi último despacho, firmado por el mariscal López, en las Lomas Valentinas... y echó a andar hacia sus habitaciones, regresando en el acto con un apolillado pergamino, ante cuya elocuencia hube de rendirme.
¡Era indudable !
Estaba frente al hombre extraordinario, tenía en mi presencia al extraño Adamastor guaraní, que en la punta de Itapirú surgiera como una aparición. para detener, con la sola sugestión de su audacia sobrehumana, el avance insolente de los pesados Leviatanes brasileños...
Un abrazo estrecho y prolongado selló en aquel día y en aquella hora mi amistad con el héroe que, desde entonces, pasó a ser uno de los míos, uno de los seres más caros a mi corazón, incorporándose a mi hogar, entre los predilectos que comparten mi mesa, mi pan y mi sal.
Lo que hice después por él, demasiado lo sabéis.
Y es para mí motivo de legítimo orgullo, y una de las satisfacciones más puras de mi vida, haber puesto término a la iniquidad, haciendo la revelación de su existencia, imponiéndolo al respeto popular y endulzando los últimos días de su ancianidad.
Pronto e1 héroe desconocido saboreó los halagos de la pública admiración, viéndose festejado por nuestra juventud y aclamado por nuestro pueblo.
Reintegrado en su puesto de sargento mayor de infantería, para los efectos de cobrar su pensión de Veterano, llevado por mí a una modesta función en el Colegio Nacional, favorecido a ratos por el Ministerio de Guerra, mejoró también su situación material, saliendo de las estrecheces de la miseria, no para conocer la opulencia, pero sí para llevar en adelante con más decoro los laureles de su corona.
Y ahora, decidme vosotros, hijos como él de Caacupé, desde cuándo sabéis de su gloria.
Para vosotros, igual que para mí, el pobre viejo, risueño y picaresco, era uno de tantos sobrevivientes de la guerra.
Verdad es que los que le conocíais; personalmente, veíais en él algo no vulgar, presintiendo seguramente en el desenfado de sus actos la realidad de su grandeza.
Porque el Teniente Fariña, a pesar de todo, nunca dejó de merecer vuestro respeto.
Pobre, a veces tocando la miseria, sin un solo centavo, vivía feliz en medio de vosotros, y hasta vivía con cierta arrogancia. Cuando alguna vez se levantaba sin pagar la vianda que os había pedido para satisfacer los reclamos de su hambre, y se iba, diciendo que volvería por "el vuelto"-frase suya inolvidable- es que os hablaba con todo el orgullo del hombre que tenía conciencia de su obra y no ignoraba que nuestra deuda nunca podría ser saldada con él. Comiese lo que comiese... siempre tendría un "vuelto" que cobrar, siempre quedaría una enorme suma a su favor, ya que no hay dinero para pagar glorias como las que él conquistó para su patria...
Ya tarde, supisteis la verdad de su pasado.
Pero justo es reconocer que, tan pronto como os llegaron los ecos de mi revelación, pensasteis en honrar al que era honra de vuestro terruño, surgiendo el patriótico pensamiento de erigirle ese monumento que ¡ay ! el Destino no quiso que en vida viera levantarse, y tributándole homenajes que yo sé cuánto contribuyeron a alegrar el triste crepúsculo de su solitaria vejez.
Podemos decir, pues, que más allá de su tumba nos encontramos, para coronar así nuestra obra y sellar juntos la apoteosis del héroe de los lanchones, dejándole, vosotros, fundido en el bronce consagratorio, y yo, de pie sobre el pedestal de sus proezas, ocupando el primer puesto entre los primeros actores de nuestra Epopeya !
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Y ahora, pasemos revista, rápidamente, a su prodigiosa vida de soldado.
Para eso he de aprovechar los apuntes inéditos del héroe, que guardo en mi archivo, y, sobre todo, la documentación de los que fueron nuestros enemigos, amén de otros papeles desconocidos, hoy en mi poder.
Nació el Teniente Fariña en este pueblo de Caacupé, en 1836, en el seno de la honorable familia que todos conocéis.
Aquí recibió su primera educación, trasladándose después a la capital, para completar sus estudios, hasta adquirir una cultura general, bastante completa para su tiempo.
Tenía diez y ocho años cuando, en 1854, sentó plaza como soldado, en el Batallón 2° de Infantería, iniciando así su esplendorosa carrera militar.
Dos años después, y organizada nuestra marina mercante y de guerra, fue escogido, con otros compañeros, para tripular uno de nuestros buques, el Tacuarí, comandado entonces por el capitán Pedro Ignacio Meza. De este buque pasó después al Igurey y luego al Rio Blanco, cuyo comandante era el capitán Mórice, organizador técnico de nuestra escuadra. Bajo la dirección del avesado inglés, bien pronto se convirtió en un verdadero lobo de mar, tocándole en suerte cruzar dos veces el océano, para visitar los puertos europeos.
Más adelante, después de tripular el Rio Apa, pasó de nuevo a bordo del Tacuarí, comandado a la sazón por el capitán Remigio Cabral.
En este buque permaneció once meses en el puerto de Montevideo, regresando a Asunción en las vísperas de la guerra.
En aquella época, después de diez años de constantes sacrificios, había a1canzado el grado de sargento, gozando de la bien adquirida fama de excelente artillero.
Y vino la conflagración.
El Paraguay, amenazado por una vasta conspiración internacional, y fiel a los tratados, tomó las armas para defenderse
Las hostilidades al Imperio empezaron en Matto Grosso, donde el Brasil, desde hacía años, acumulaba enormes materiales bélicos.
Y fue entonces cuando se inició la carrera heroica del Teniente Fariña.
Surge el héroe tripulando los lanchones, máquinas de guerra que tanto ruido habían de hacer en el mundo y que tan estrechamente habían de quedar vinculadas a su memoria.
Estas embarcaciones, bautizadas después por los brasileños con el pomposo nombre de Monitores Guaranís, no eran sino fuertes canoas de madera o pequeñas chatas, si se quiere, armadas de un grueso cañón. En realidad no eran sino frágiles baterías flotantes, cuya única ventaja era Ofrecer poco blanco al enemigo, pero que, por lo demás, resultaban perfectamente indefensas.
Fueron construidas, por indicación del Mariscal López, sobre planos del constructor naval Desiderio Trujillo, que obran originales en mi poder. Las más grandes llegaron a medir veinte varas.
El cañón estaba emplazado en el centro, pudiendo girar sobre una cureña movible, por medio de una serie de poleas. No tenían espacio sino para los pertrechos y una muy reducida tripulación.
Una vez cargadas, apenas sobresalían dos cuartas sobre el nivel del agua. Tenían dos timones, uno a proa y otro a popa.
Ya veremos lo que hicieron y lo que pudieron hacer estas "ingeniosas máquinas de guerra".
Fariña, como dijimos, mandaba dos lanchones en la expedición a Matto Grosso. Uno de ellos se llamaba Humaitá y el otro Cerro León. El primero, dirigido personalmente por él, tenía un cañón de 80, la pieza de más grueso calibre del Paraguay. El segundo estaba armado con un cañón de 65.
El 26 de Diciembre de 1864, una vez en las proximidades de la tenida por inexpugnable fortaleza de Coimbra, el general Barrios, jefe de nuestras fuerzas, ordenó a nuestro héroe que se adelantara con sus naves, para iniciar el bombardeo a la poderosa posición enemiga. Y al día siguiente, como el jefe de la plaza se negara a rendirse, rompió el fuego, tocándole así en suerte disparar el primer cañonazo contra el Imperio esclavócrata y usurpador.
Abrumados por los certeros tiros de Fariña, los brasileños pronto perdieron la cabeza, disponiéndose a emprender una vergonzosa retirada, sin ocurrírseles, ni un solo momento, aprovechar sus dos cañoneras, Anhambahy y Jaurú, para hostilizar, protegidos por su Artillería, a los lanchones destacados de la escuadrilla paraguaya.
El 28 de Diciembre tuvo lugar un reconocimiento por tierra Y esa misma noche el enemigo abandonó sus posiciones. De modo que, al día siguiente, cuando Fariña iba a reanudar el bombardeo, se vino a saber que dentro de los muros de la fortaleza de Coimbra no quedaba sino el espectro del miedo, flotando en su ambiente silencioso !
Después de esto, avanzó nuestra escuadrilla, para perseguir a los fugitivos.
Sin grandes esfuerzos, y casi sin derramamiento de sangre, Matto Grosso cayó en nuestro poder en poco tiempo.
Debemos decir que después de la hazaña que acabamos de recordar, fue encargado Fariña de una difícil comisión, que, dada su graduación, demuestra la confianza que tenía en él nuestro comando.
Oigamos aquí lo que dicen, textualmente, sus apuntes autobiográficos:
Después de este triste acontecimiento -se refería a la catástrofe de Dorados, en que pereció el teniente Herreros- el general en jefe me despachó para Villa Miranda, con dos chalanas, poniendo a mi disposición la tripulación necesaria y víveres suficientes, con orden de cargar allí y conducir a Corumbá las municiones de guerra tomadas por el general Resquin. En cumplimiento de esta orden emprendí la navegación por el Rio Mbotetey, hasta su desague en el Aquidabana, de donde seguimos adelante, llevando un brasileño de baqueano. El río, angosto y tortuoso, corre por un vasto desierto. El viaje era así, no solo penoso, sino también peligroso, a causa de los salvajes que acechan en esas selvas, bien armados de flechas y fusiles. Continuamos el viaje a fuerza de ganchos, raras veces a remo y solo en los campichuelos. Y el peligro se fué haciendo cada Vez mayor, hasta llegar un momento en que casi caímos en las garras de los salvajes. Nos habían puesto una emboscada, bien preparada, en un lugar adecuado por su estrechez y por la espesura del monte, haciendo de repente una descarga de fusilería y flechas contra nosotros, contestándoles enseguida.
Inmediatamente hice desembarcar una parte de la tripulación para hostilizarles desde uno de los costados y empleando numerosos ardides para engañarlos. Murieron en la refriega tres de mis soldados, sin que pudiéramos causarles ningún mal por lo tupido de la selva en que se guarecían y de donde, al cabo de una hora de lucha, más o menos, conseguimos hacerles retroceder. Seguimos después nuestro penoso viaje pudiendo después de veintinueve días de penurias y sin sabores indescriptibles llegar a la Villa de nuestra comisión, donde demoramos ocho días, para componer una de las chalanas averiadas por los proyectiles de los indios; y luego emprendimos nuestro viaje de regreso, consiguiendo montar un cañoncito abandonado por el enemigo y trayendo las municiones objeto de nuestra comisión. Felizmente no nos aconteció ninguna novedad, y como ya navegábamos aguas abajo pudimos llegar en veinte días a Corumbá....
No deja de tener interés este relato, en el que el gran soldado nos refiere uno dé los más pintorescos episodios de su vida.
Indudablemente, el correcto desempeño de esta comisión acrecentó sus prestigios, haciéndole ocupar un lugar aparte entre los marinos de su tiempo.
Pronto le veremos elevarse en su especialidad, vale decir, como artillero de los lanchones, a una categoría especial, a una jefatura o almirantazgo sui-géneris y único en los anales de la guerra.
Para eso he de aprovechar los apuntes inéditos del héroe, que guardo en mi archivo, y, sobre todo, la documentación de los que fueron nuestros enemigos, amén de otros papeles desconocidos, hoy en mi poder.
Nació el Teniente Fariña en este pueblo de Caacupé, en 1836, en el seno de la honorable familia que todos conocéis.
Aquí recibió su primera educación, trasladándose después a la capital, para completar sus estudios, hasta adquirir una cultura general, bastante completa para su tiempo.
Tenía diez y ocho años cuando, en 1854, sentó plaza como soldado, en el Batallón 2° de Infantería, iniciando así su esplendorosa carrera militar.
Dos años después, y organizada nuestra marina mercante y de guerra, fue escogido, con otros compañeros, para tripular uno de nuestros buques, el Tacuarí, comandado entonces por el capitán Pedro Ignacio Meza. De este buque pasó después al Igurey y luego al Rio Blanco, cuyo comandante era el capitán Mórice, organizador técnico de nuestra escuadra. Bajo la dirección del avesado inglés, bien pronto se convirtió en un verdadero lobo de mar, tocándole en suerte cruzar dos veces el océano, para visitar los puertos europeos.
Más adelante, después de tripular el Rio Apa, pasó de nuevo a bordo del Tacuarí, comandado a la sazón por el capitán Remigio Cabral.
En este buque permaneció once meses en el puerto de Montevideo, regresando a Asunción en las vísperas de la guerra.
En aquella época, después de diez años de constantes sacrificios, había a1canzado el grado de sargento, gozando de la bien adquirida fama de excelente artillero.
Y vino la conflagración.
El Paraguay, amenazado por una vasta conspiración internacional, y fiel a los tratados, tomó las armas para defenderse
Las hostilidades al Imperio empezaron en Matto Grosso, donde el Brasil, desde hacía años, acumulaba enormes materiales bélicos.
Y fue entonces cuando se inició la carrera heroica del Teniente Fariña.
Surge el héroe tripulando los lanchones, máquinas de guerra que tanto ruido habían de hacer en el mundo y que tan estrechamente habían de quedar vinculadas a su memoria.
Estas embarcaciones, bautizadas después por los brasileños con el pomposo nombre de Monitores Guaranís, no eran sino fuertes canoas de madera o pequeñas chatas, si se quiere, armadas de un grueso cañón. En realidad no eran sino frágiles baterías flotantes, cuya única ventaja era Ofrecer poco blanco al enemigo, pero que, por lo demás, resultaban perfectamente indefensas.
Fueron construidas, por indicación del Mariscal López, sobre planos del constructor naval Desiderio Trujillo, que obran originales en mi poder. Las más grandes llegaron a medir veinte varas.
El cañón estaba emplazado en el centro, pudiendo girar sobre una cureña movible, por medio de una serie de poleas. No tenían espacio sino para los pertrechos y una muy reducida tripulación.
Una vez cargadas, apenas sobresalían dos cuartas sobre el nivel del agua. Tenían dos timones, uno a proa y otro a popa.
Ya veremos lo que hicieron y lo que pudieron hacer estas "ingeniosas máquinas de guerra".
Fariña, como dijimos, mandaba dos lanchones en la expedición a Matto Grosso. Uno de ellos se llamaba Humaitá y el otro Cerro León. El primero, dirigido personalmente por él, tenía un cañón de 80, la pieza de más grueso calibre del Paraguay. El segundo estaba armado con un cañón de 65.
El 26 de Diciembre de 1864, una vez en las proximidades de la tenida por inexpugnable fortaleza de Coimbra, el general Barrios, jefe de nuestras fuerzas, ordenó a nuestro héroe que se adelantara con sus naves, para iniciar el bombardeo a la poderosa posición enemiga. Y al día siguiente, como el jefe de la plaza se negara a rendirse, rompió el fuego, tocándole así en suerte disparar el primer cañonazo contra el Imperio esclavócrata y usurpador.
Abrumados por los certeros tiros de Fariña, los brasileños pronto perdieron la cabeza, disponiéndose a emprender una vergonzosa retirada, sin ocurrírseles, ni un solo momento, aprovechar sus dos cañoneras, Anhambahy y Jaurú, para hostilizar, protegidos por su Artillería, a los lanchones destacados de la escuadrilla paraguaya.
El 28 de Diciembre tuvo lugar un reconocimiento por tierra Y esa misma noche el enemigo abandonó sus posiciones. De modo que, al día siguiente, cuando Fariña iba a reanudar el bombardeo, se vino a saber que dentro de los muros de la fortaleza de Coimbra no quedaba sino el espectro del miedo, flotando en su ambiente silencioso !
Después de esto, avanzó nuestra escuadrilla, para perseguir a los fugitivos.
Sin grandes esfuerzos, y casi sin derramamiento de sangre, Matto Grosso cayó en nuestro poder en poco tiempo.
Debemos decir que después de la hazaña que acabamos de recordar, fue encargado Fariña de una difícil comisión, que, dada su graduación, demuestra la confianza que tenía en él nuestro comando.
Oigamos aquí lo que dicen, textualmente, sus apuntes autobiográficos:
Después de este triste acontecimiento -se refería a la catástrofe de Dorados, en que pereció el teniente Herreros- el general en jefe me despachó para Villa Miranda, con dos chalanas, poniendo a mi disposición la tripulación necesaria y víveres suficientes, con orden de cargar allí y conducir a Corumbá las municiones de guerra tomadas por el general Resquin. En cumplimiento de esta orden emprendí la navegación por el Rio Mbotetey, hasta su desague en el Aquidabana, de donde seguimos adelante, llevando un brasileño de baqueano. El río, angosto y tortuoso, corre por un vasto desierto. El viaje era así, no solo penoso, sino también peligroso, a causa de los salvajes que acechan en esas selvas, bien armados de flechas y fusiles. Continuamos el viaje a fuerza de ganchos, raras veces a remo y solo en los campichuelos. Y el peligro se fué haciendo cada Vez mayor, hasta llegar un momento en que casi caímos en las garras de los salvajes. Nos habían puesto una emboscada, bien preparada, en un lugar adecuado por su estrechez y por la espesura del monte, haciendo de repente una descarga de fusilería y flechas contra nosotros, contestándoles enseguida.
Inmediatamente hice desembarcar una parte de la tripulación para hostilizarles desde uno de los costados y empleando numerosos ardides para engañarlos. Murieron en la refriega tres de mis soldados, sin que pudiéramos causarles ningún mal por lo tupido de la selva en que se guarecían y de donde, al cabo de una hora de lucha, más o menos, conseguimos hacerles retroceder. Seguimos después nuestro penoso viaje pudiendo después de veintinueve días de penurias y sin sabores indescriptibles llegar a la Villa de nuestra comisión, donde demoramos ocho días, para componer una de las chalanas averiadas por los proyectiles de los indios; y luego emprendimos nuestro viaje de regreso, consiguiendo montar un cañoncito abandonado por el enemigo y trayendo las municiones objeto de nuestra comisión. Felizmente no nos aconteció ninguna novedad, y como ya navegábamos aguas abajo pudimos llegar en veinte días a Corumbá....
No deja de tener interés este relato, en el que el gran soldado nos refiere uno dé los más pintorescos episodios de su vida.
Indudablemente, el correcto desempeño de esta comisión acrecentó sus prestigios, haciéndole ocupar un lugar aparte entre los marinos de su tiempo.
Pronto le veremos elevarse en su especialidad, vale decir, como artillero de los lanchones, a una categoría especial, a una jefatura o almirantazgo sui-géneris y único en los anales de la guerra.
- Jorge Osvaldo Eleazar
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Paraguayito escribio:
El 26 de Diciembre de 1864, una vez en las proximidades de la tenida por inexpugnable fortaleza de Coimbra, el general Barrios, jefe de nuestras fuerzas, ordenó a nuestro héroe que se adelantara con sus naves, para iniciar el bombardeo a la poderosa posición enemiga. Y al día siguiente, como el jefe de la plaza se negara a rendirse, rompió el fuego, tocándole así en suerte disparar el primer cañonazo contra el Imperio esclavócrata y usurpador.
Creo que por las normas de educacion y buenas costumbres, y cuando se trata de un foro de historia, se deben dejar de lado las consideraciones tendenciosas y descalificatorias a otros paises y ajustarse al hecho historico en si
Creo que deberias pasar vista a las normas, para asi evitar situaciones embarazosas no deseadas
El 26 de Diciembre de 1864, una vez en las proximidades de la tenida por inexpugnable fortaleza de Coimbra, el general Barrios, jefe de nuestras fuerzas, ordenó a nuestro héroe que se adelantara con sus naves, para iniciar el bombardeo a la poderosa posición enemiga. Y al día siguiente, como el jefe de la plaza se negara a rendirse, rompió el fuego, tocándole así en suerte disparar el primer cañonazo contra el Imperio esclavócrata y usurpador.
Creo que por las normas de educacion y buenas costumbres, y cuando se trata de un foro de historia, se deben dejar de lado las consideraciones tendenciosas y descalificatorias a otros paises y ajustarse al hecho historico en si
Creo que deberias pasar vista a las normas, para asi evitar situaciones embarazosas no deseadas
LOS POLITICO SON COMO LOS PAÑALES.-
HAY QUE CAMBIARLOS PERIODICAMENTE PORQUE SINO APESTAN
HAY QUE CAMBIARLOS PERIODICAMENTE PORQUE SINO APESTAN
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continúo con el libro...
Terminada felizmente y sin trabajo la campaña de Matto Grosso, había que continuar por el Sur la guerra contra el Brasil.
Para esto, e invocando deberes ineludibles y antecedentes históricos cercanos, nuestro gobierno pidió al gobierno argentino el permiso correspondiente para cruzar una parte desierta del territorio correntino. El general Mitre, ya vinculado al Imperio por secretos compromisos, denegó el permiso que se le solicitaba, invocando "su neutralidad absoluta", mientras entregaba esa misma provincia de Corrientes a los agentes brasileños, cerrando sus oídos a los reclamos de la solidaridad de nuestros pueblos y abriendo ancha vía a las ambiciones desmedidas del enemigo común, detenido un día en Ituzaingó, más por la casualidad que por el empuje de las armas argentinas.
Aquella respuesta era la guerra.
Y el rompimiento no se hizo esperar.
El congreso paraguayo, en su sesión del 29 de Marzo de 1865, declaró la guerra a la República Argentina, comunicando en la misma fecha su resolución al enemigo.
Las hostilidades recién empezaron el 13 de Abril, pero como el portador de nuestra nota fue secuestrado por la policía argentina, Mitre pudo hacer creer a su país que no le acompañaba, que habíamos atropellado la soberanía nacional, sin previa declaración de guerra.
No he de entrar aquí en los detalles de la infame intriga, gracias a la cuales consiguió el caudillo porteño hacer, por un momento, causa común de lo que solo era una vulgar emboscada diplomática contra el Paraguay, digna de los salvajes que hemos visto salir al encuentro de Fariña en las desiertas riberas del Mbotetey.
Sólo diré que el resultado de todo fue el famoso Tratado Secreto de la Triple Alianza, firmado el 1º de Mayo de 1865; pero ya concertado solemnemente desde 1858, entre el Brasil y la Argentina.
La guerra con este país hermano comenzó con la ocupación de Corrientes, operación en la que tomó parte, recién llegado de Matto Grosso, partiendo de Humaitá a bordo de la cañonera Igurey, a las órdenes del capitán Remigio Cabral.
Después de esto, iban a llegar las grandes horas del marino.
Hasta entonces; a pesar de sus sobresalientes aptitudes, no había conseguido la notoriedad que se merecía.
Desde ya, la escuadra brasileña no había aparecido todavía en nuestros ríos.
Pero, pronto iba a asomarse al abismo que nos separa de la gloria, para dar el salto épico que había de consagrarle como uno de los héroes más estupendos de la historia humana.
Sigámosle, pues de cerca, para verle surgir resplandeciente, con las fantásticas proporciones de un extraño Adamastor...
Después de la ocupación de Corrientes, fue llamado por el Mariscal López, que hacía rato había fijado en él sus miradas perspicaces.
Recibido en el cuartel general de Humaitá, se le notificó su nombramiento de jefe de una escuadrilla de seis lanchones, recibiendo instrucciones reservadas de nuestro generalísimo.
Debía estacionarse no lejos de la ciudad recién tomada, observando desde allí los movimientos del enemigo, pasando cada ocho días parte de todo lo ocurrido y estando siempre listo para entrar en función.
Y helo ya Comodoro... o Almirante de una escuadra liliputiense, en marcha hacia el futuro teatro de sus hazañas.
El Destino había dicho su palabra.
El héroe, oyendo su mandato imperativo, salía al encuentro de lo ignorado.
Dos meses después, en una tarde del mes de junio, llegó a sus manos un misterioso despacho telegráfico de López.
¿Qué decía? Sus compañeros no lo supieron.
Pero todos advirtieron el júbilo inocultable del héroe.
Aquel despacho era una orden que le lanzaba a la muerte, tal vez a la gloria... .
La batalla del Riachuelo se preparaba.
Y lo que el Mariscal López le ordenaba era que a las dos de la madrugada del 11 de Junio subiera sigilosamente con sus lanchones, hasta encontrar a nuestra escuadra, a la que debía incorporarse, para caer juntos, antes de amanecer, y por sorpresa, sobre la escuadra brasileña, fondeada un poco más abajo de Corrientes.
Demás está decir que Fariña se desempeñó con su puntualidad habitual.
Limpios siempre sus cañones, seca su pólvora, listos sus proyectiles, nada embarazaba sus movimientos.
Pero cuál no sería su sorpresa, cuando después de remontar inútilmente el Paraná, vio aclarar el nuevo día, sin que apareciera nuestra escuadra! ¿Qué había pasado?
Vosotros no lo ignoráis.
El Capitán Meza, inferior a su cometido, había decretado nuestra derrota, perdiendo su tiempo en el arreglo de una de sus naves y privándonos así de la decisiva ventaja que debió darnos la sorpresa.
Y lo que ocurrió después, también lo sabéis.
A las ocho de la mañana pasó nuestra escuadra por Corrientes, y, cometiendo un nuevo error imperdonable, en vez de ir directamente al abordaje sobre el atónito enemigo, decidiendo la victoria en una lucha cuerpo a cuerpo, fue bajando tranquilamente frente a ella, para después doblar,
y remontar el río, luchando con la corriente, bajo el fuego concentrado de los imperiales ya repuestos del tremendo susto.
El primer proyectil enemigo cortó la cadena que aseguraba el lanchón de Fariña a nuestro buque insignia, el cañonero Tacuari.
Librado a su suerte, fondeó allí mismo, ordenando por señales a los otros lanchones que hicieran igual cosa.
Pocos minutos después se producía el gran entrevero.
Los lanchones hicieron de las suyas. Sus disparos ponían en apuros a los brasileños, que no atinaban a defenderse de aquellos enemigos casi invisibles.
Había que oír a Fariña narrar los episodios de aquel largo duelo. Se sentía transfigurado, vuelto a su Juventud, en medio del infierno de la batalla.
Vibraba de emoción, y su voz tomaba un tono trágico cuando iba recordando los sublimes episodios que, unos tras otros, acudían en tropel a su memoria. Y parecía vérsele en la cubierta de su pequeña nave, al pie de su enorme cañón, negro por la pólvora, lanzando sus terribles proyectiles, que se abría camino, haciendo destrozos en la escuadra brasileña... "Era yo, decía, como un leñador, que fuera abriendo una picada a cañonazos. La obra muerta de los buques se abatía al paso de mis balas rasas... A yepeabá jhese cuera jha a mbohú ybype a cada cañonazo"... ¿No es verdad que son intraducibles las palabras del héroe, y de una realidad gráfica, imposible en castellano?
Pero todo fue inútil.
Al oscurecer tuvimos que emprender la retirada, no derrotados, pero tampoco vencedores, Fariña, después de pelear hasta el último momento, atropellado y hundido su lanchón por el Amazonas, ganó a nado la ribera, para intervenir todavía en el final de la batalla, actuando entre los tiradores del segundo regimiento de artillería a caballo, acantonados sobre la barranca del Riachuelo
Después de esto, se trasladó a Humaitá, llamado por el Mariscal López, quien le pidió un parte verbal detallado de aquella desgraciada acción, prendiendo sobre su pecho, después de oírle, una cinta bicolor de que había de pender la condecoración que acababa de decretar en honor de los artilleros que actuaron en tan gloriosa jornada.
Y, acto seguido, volvió a darle el mando de dos nuevos lanchones, ordenándole que se estacionara en Itapirú.
Preparémonos ahora a asistir al episodio más asombroso de nuestra guerra.
Terminada felizmente y sin trabajo la campaña de Matto Grosso, había que continuar por el Sur la guerra contra el Brasil.
Para esto, e invocando deberes ineludibles y antecedentes históricos cercanos, nuestro gobierno pidió al gobierno argentino el permiso correspondiente para cruzar una parte desierta del territorio correntino. El general Mitre, ya vinculado al Imperio por secretos compromisos, denegó el permiso que se le solicitaba, invocando "su neutralidad absoluta", mientras entregaba esa misma provincia de Corrientes a los agentes brasileños, cerrando sus oídos a los reclamos de la solidaridad de nuestros pueblos y abriendo ancha vía a las ambiciones desmedidas del enemigo común, detenido un día en Ituzaingó, más por la casualidad que por el empuje de las armas argentinas.
Aquella respuesta era la guerra.
Y el rompimiento no se hizo esperar.
El congreso paraguayo, en su sesión del 29 de Marzo de 1865, declaró la guerra a la República Argentina, comunicando en la misma fecha su resolución al enemigo.
Las hostilidades recién empezaron el 13 de Abril, pero como el portador de nuestra nota fue secuestrado por la policía argentina, Mitre pudo hacer creer a su país que no le acompañaba, que habíamos atropellado la soberanía nacional, sin previa declaración de guerra.
No he de entrar aquí en los detalles de la infame intriga, gracias a la cuales consiguió el caudillo porteño hacer, por un momento, causa común de lo que solo era una vulgar emboscada diplomática contra el Paraguay, digna de los salvajes que hemos visto salir al encuentro de Fariña en las desiertas riberas del Mbotetey.
Sólo diré que el resultado de todo fue el famoso Tratado Secreto de la Triple Alianza, firmado el 1º de Mayo de 1865; pero ya concertado solemnemente desde 1858, entre el Brasil y la Argentina.
La guerra con este país hermano comenzó con la ocupación de Corrientes, operación en la que tomó parte, recién llegado de Matto Grosso, partiendo de Humaitá a bordo de la cañonera Igurey, a las órdenes del capitán Remigio Cabral.
Después de esto, iban a llegar las grandes horas del marino.
Hasta entonces; a pesar de sus sobresalientes aptitudes, no había conseguido la notoriedad que se merecía.
Desde ya, la escuadra brasileña no había aparecido todavía en nuestros ríos.
Pero, pronto iba a asomarse al abismo que nos separa de la gloria, para dar el salto épico que había de consagrarle como uno de los héroes más estupendos de la historia humana.
Sigámosle, pues de cerca, para verle surgir resplandeciente, con las fantásticas proporciones de un extraño Adamastor...
Después de la ocupación de Corrientes, fue llamado por el Mariscal López, que hacía rato había fijado en él sus miradas perspicaces.
Recibido en el cuartel general de Humaitá, se le notificó su nombramiento de jefe de una escuadrilla de seis lanchones, recibiendo instrucciones reservadas de nuestro generalísimo.
Debía estacionarse no lejos de la ciudad recién tomada, observando desde allí los movimientos del enemigo, pasando cada ocho días parte de todo lo ocurrido y estando siempre listo para entrar en función.
Y helo ya Comodoro... o Almirante de una escuadra liliputiense, en marcha hacia el futuro teatro de sus hazañas.
El Destino había dicho su palabra.
El héroe, oyendo su mandato imperativo, salía al encuentro de lo ignorado.
Dos meses después, en una tarde del mes de junio, llegó a sus manos un misterioso despacho telegráfico de López.
¿Qué decía? Sus compañeros no lo supieron.
Pero todos advirtieron el júbilo inocultable del héroe.
Aquel despacho era una orden que le lanzaba a la muerte, tal vez a la gloria... .
La batalla del Riachuelo se preparaba.
Y lo que el Mariscal López le ordenaba era que a las dos de la madrugada del 11 de Junio subiera sigilosamente con sus lanchones, hasta encontrar a nuestra escuadra, a la que debía incorporarse, para caer juntos, antes de amanecer, y por sorpresa, sobre la escuadra brasileña, fondeada un poco más abajo de Corrientes.
Demás está decir que Fariña se desempeñó con su puntualidad habitual.
Limpios siempre sus cañones, seca su pólvora, listos sus proyectiles, nada embarazaba sus movimientos.
Pero cuál no sería su sorpresa, cuando después de remontar inútilmente el Paraná, vio aclarar el nuevo día, sin que apareciera nuestra escuadra! ¿Qué había pasado?
Vosotros no lo ignoráis.
El Capitán Meza, inferior a su cometido, había decretado nuestra derrota, perdiendo su tiempo en el arreglo de una de sus naves y privándonos así de la decisiva ventaja que debió darnos la sorpresa.
Y lo que ocurrió después, también lo sabéis.
A las ocho de la mañana pasó nuestra escuadra por Corrientes, y, cometiendo un nuevo error imperdonable, en vez de ir directamente al abordaje sobre el atónito enemigo, decidiendo la victoria en una lucha cuerpo a cuerpo, fue bajando tranquilamente frente a ella, para después doblar,
y remontar el río, luchando con la corriente, bajo el fuego concentrado de los imperiales ya repuestos del tremendo susto.
El primer proyectil enemigo cortó la cadena que aseguraba el lanchón de Fariña a nuestro buque insignia, el cañonero Tacuari.
Librado a su suerte, fondeó allí mismo, ordenando por señales a los otros lanchones que hicieran igual cosa.
Pocos minutos después se producía el gran entrevero.
Los lanchones hicieron de las suyas. Sus disparos ponían en apuros a los brasileños, que no atinaban a defenderse de aquellos enemigos casi invisibles.
Había que oír a Fariña narrar los episodios de aquel largo duelo. Se sentía transfigurado, vuelto a su Juventud, en medio del infierno de la batalla.
Vibraba de emoción, y su voz tomaba un tono trágico cuando iba recordando los sublimes episodios que, unos tras otros, acudían en tropel a su memoria. Y parecía vérsele en la cubierta de su pequeña nave, al pie de su enorme cañón, negro por la pólvora, lanzando sus terribles proyectiles, que se abría camino, haciendo destrozos en la escuadra brasileña... "Era yo, decía, como un leñador, que fuera abriendo una picada a cañonazos. La obra muerta de los buques se abatía al paso de mis balas rasas... A yepeabá jhese cuera jha a mbohú ybype a cada cañonazo"... ¿No es verdad que son intraducibles las palabras del héroe, y de una realidad gráfica, imposible en castellano?
Pero todo fue inútil.
Al oscurecer tuvimos que emprender la retirada, no derrotados, pero tampoco vencedores, Fariña, después de pelear hasta el último momento, atropellado y hundido su lanchón por el Amazonas, ganó a nado la ribera, para intervenir todavía en el final de la batalla, actuando entre los tiradores del segundo regimiento de artillería a caballo, acantonados sobre la barranca del Riachuelo
Después de esto, se trasladó a Humaitá, llamado por el Mariscal López, quien le pidió un parte verbal detallado de aquella desgraciada acción, prendiendo sobre su pecho, después de oírle, una cinta bicolor de que había de pender la condecoración que acababa de decretar en honor de los artilleros que actuaron en tan gloriosa jornada.
Y, acto seguido, volvió a darle el mando de dos nuevos lanchones, ordenándole que se estacionara en Itapirú.
Preparémonos ahora a asistir al episodio más asombroso de nuestra guerra.
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- Sargento Segundo
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seguimos con la historia...
Estamos en Febrero de 1866.
Hacía más de un año que luchábamos con el Imperio del Brasil.
El ejército aliado, compuesto de más de cincuenta mil hombres, con poderoso material de guerra, descansaba en Paso de Patria, preparándose para invadir nuestro territorio.
Corrales acaba ha de darle la sensación de la realidad, haciéndole entrever los futuros milagros de la resistencia paraguaya.
Cuatrocientos cincuenta infantes, mandados por oscuros oficiales, habían derrotado a cinco mil argentinos, de las tres armas, dirigidos por sus mejores generales...
Pero aquello era nada todavía!
Recién iban a llegar los días de la suprema prueba.
Los brasileños, que habían sido testigos de la catástrofe argentina, no se hacían ilusiones al respecto. Sobre todo la escuadra, que permanecía fondeada en Corrientes, bien lejos del campo de fuego, y cuyo intrépido Almirante, el impagable Tamandaré, seguía paseándose por las calles de Buenos Aires.
Pero aquel estado de cosas no podía continuar.
Y la grita airada de la prensa hubo de mover el amor propio de los prudentes jefes aliados, y hasta consiguió sacar a Tamandaré de sus casillas, obligándole a ponerse al frente de su escuadra.
Por fin, el 17 de Marzo, después de muchas indecisiones, y de gastar mucha tinta y saliva para demorar el temido momento, ordenó el bravo marino el avance de sus naves, marchando los flamantes acorazados Brasil y Barroso a la cabeza de la imponente expedición.
He aquí la nómina de los buques brasileños que al día siguiente fondearon frente a Itapirú, desde Corrales a las Tres Bocas, sobre la costa correntina:
ACORAZADOS:
Bahía, Brasil, Tamandaré y Barroso.
CAÑONEROS:
Paranahyha, Belmonte, Beberibe, Araguary, Itajahy, Magé, Ivahy, Mearim, Araguay, Iguatemy, Ipiranga, Greenhalgh y Enrique Martins.
Agréguese a esto cinco avisos y cinco transportes, armados en guerra, y se tendrá un total de veintitrés navíos, con ciento diez cañones modernos, rayados, de retrocarga y de los más grandes calibres conocidos entonces.
Ante aquel impresionante despliegue de fuerzas, el Mariscal López no perdió su serenidad.
Desde ya, nunca le infundió respeto la escuadra brasileña, por la que sentía un inmenso desdén.
Por el contrario, su aparatosa aparición le sugirió la idea de someterla a la prueba del más sangriento ridículo, para darle la medida de su desprecio.
Parecía, en efecto, que para medirse con tan terrible enemigo, acumularía sobre la costa sus más poderosos cañones, ya que no había que pensar en nuestra pobre escuadrilla.
Y nada de esto pasó. Para batir a la escuadra imperial, para tener en jaque a los orgullosos blindados del Brasil... echó mano a una canoa!
¿Locura, insensatez, delirio?
Vais a ver que solo era profundo conocimiento del enemigo, y fe, también profunda, en el corazón de sus soldados.
El 22 de marzo de 1866 tuvo lugar a bordo del transporte Apa-que era el buque insignia-una junta de guerra, para estudiar la mejor manera de invadir nuestro territorio. Tamandaré mostróse muy brioso, y, como un día frente a Curupayty, prometió, solemnemente, "descangalhar" el fuerte de Itapirú en pocas horas, para facilitar la operación proyectada. Entusiasmados por la valentía del Almirante resolvieron efectuar algunos reconocimientos aguas arriba, dejando para el 25 la total destrucción de Itapirú.
¡ Ah, Tamandaré !
El hombre feroz de Paisandú, no sabía que su escuadra sería detenida por una hilera de damajuanas, flotantes sobre el río, y que allí cerca, al pie de ese fuerte que nunca "descangalharia", sino con su lengua, le esperaba Fariña, acariciando, como la cabeza de un lebrel amigo, la enorme boca de su cañón...
En la mañana del 23 tuvo lugar el primer reconocimiento, remontando el Paraná los generales aliados, el ministro Octaviano y Tamandaré.
López no los dejó subir sin molestarlos, siendo hostilizados, al pasar, por uno de los lanchones de nuestro héroe, comandado por el sargento Francisco López.
Remolcado por el Gualeguay, salió el lanchón al otro lado de la isla que había frente a Itapirú, rompiendo el fuego contra el enemigo.
Los acorazados Brasil y Bahia, que eran los más próximos, recogieron el guante que les arrojaba aquel audaz adversario, iniciando así el más original duelo de que se tenga memoria.
Fue entonces-dice Ouro Preto, historiador brasileño-cuando reaparecieron las chatas, ya probadas en Riachuelo, invento paraguayo admirablemente adaptado a las condiciones locales, máquinas de guerra simples, rudas, groseras, pero de terribles efectos, CAPACES ELLAS SOLAS DE DESTRUIR A LA MÁS FORMIDABLE ESCUADRA. Monitores de madera las llamaron los que las vieron en arción
Acabáis de oir: capaces ellas solas de destruir a la más formidable escuadra!
¿No tenía razón el Mariscal López?
¿No obraba en pleno conocimiento del alma de sus enemigos?
Una miserable canoa de madera, armada con un cañón, resultaba una poderosa máquina de guerra, un monitor de madera. Capaz él solo de acabar con una escuadra la más formidable.
Y es un ex-ministro de marina el que habla.
Es uno de los hombres dé más ruidosa actuación en el régimen monárquico, cronista de las glorias de la marina brasileña, el que así juzga a los lanchones paraguayos !
Mas todo tiene su lógica, y hasta los, juicios y afirmaciones más extravagantes tienen su explicación.
Había que escribir eso para justificar el duelo entre una canoa y toda una escuadra acorazada del Imperio del Brasil.
Pero nosotros sabemos demasiado lo que eran nuestros monitores y dónde residía la potencia ofensiva de ellos... Ouro Preto dijo mal, indudablemente. Lo que era capaz de destruir la más formidable escuadra no eran esas mis miserables canoas, era el alma guaraní, más dura que el acero de sus acorazados y más poderosa que todos sus cañones!
He aquí todo.
Por donde se ve que, a la postre, el hombre del "oro negro" tenía razón.
En este primer encuentro entre el lanchón y la escuadra, pereció el sargento López, víctima de un casco de metralla.
En adelante ha de ser Fariña, y sólo él, quien ha de medirse con los marinos del Imperio. Esa misma tarde puso en serios apuros a los expedicionarios que regresaban, señalándose, desde el primer momento, por su afinada puntería.
"Los más poderosos buques del Imperio -decía un corresponsal del diario La América, de Buenos Aires,-se vieron obligados a retroceder, tal era el efecto que les producían las balas disparadas con exactitud matemática, sobre los acorazados". (1).
Al día siguiente se reanudó el duelo con la escuadra.
Esta vez el acorazado Brasil que fue el que más se aproximó, fue el que salió más mal parado.
El enemigo estaba estupefacto ante la audacia de Fariña.
Pero aquello era nada todavía.
Estaba por ver aún de lo que era capaz.
El Mariscal López, entre tanto, le concedía el grado de alférez de marina, dándole nuevas instrucciones para los combates que iba a librar en adelante.
De acuerdo con estas instrucciones, llevó el lanchón, durante la noche, hacia la punta de la Confluencia, donde abrió una trinchera, para albergar a su gente y destacar una compañía de infantería que, en casos dados, debía protegerles.
El lanchón fue asegurado con largas cuerdas, amarradas a la popa, de modo que, cuando se viera mal, pudiera buscar la costa, para escapar al enemigo.
Y amaneció el 25 de Marzo, aniversario del juramento de la Constitución del Imperio del Brasil.
(1) La América, Abril 3 de 1866.
Las naves enemigas, todas empavesadas, saludaron con salvas y dianas triunfales al nuevo día.
Toda la mañana pasó sin novedad, como si los paraguayos respetaran el júbilo de sus enemigos.
A medio día se sirvió un opíparo banquete a bordo del Apa, con asistencia de todos los jefes de la alianza.
Tamandaré, que había jurado reducir a polvo ese día a Itapirú, hacía los honores de la mesa, orgulloso en presenciar del inmenso poder de su escuadra, altivo en medio de la humillante situación del presidente argentino, que iba a la zaga del Brasil, en condiciones tan deprimentes para su país.
A eso de las tres de la tarde, la comida iba terminando y los licores espirituosos desataban las lenguas y daban escape a una tórrida elocuencia, cuando, de pronto, hizo su aparición en medio del río el impertinente "Monitor Guarani".
Esta vez salía Fariña a tentarles, lejos de nuestras fortificaciones, cuadrándose a dos pasos de los acorazados enemigos.
«Un instante después - dice el general Garmendia-rompió el fuego sobre las naves brasileñas, que en el primer momento no respondieron, resguardadas por su omnipotencia y por la arrogancia que les prestaba la inmortal fecha. Impávido hacía vomitar al grueso cañón hierro y humo sin cesar. Las balas, cruzaban sobre el embanderado Apa y pasaban sobre la tolda, cubierta de tanto animado curioso. Se veía que por instantes se mejoraba la puntería de aquel punto negro, casi imperceptible, que se anunciaba a cada momento, como surgiendo del fondo del río, entre borbotones de humo y un trueno prolongado...
Pero pronto el asombro de los comensales se trocó en espanto. Un enorme proyectil de 68 dio en el blanco, penetrando en el pañol de víveres y haciendo destrozos considerables.
Aquello fue el sálvese quien pueda, para los que, poco antes, brindaban, alegres y confiados; por el triunfo del Brasil.
Tamandaré, no menos azorado, quedó en seguida solo, abandonado de todos, en su nave. Y midiendo el peligro que le amenazaba, ante la cada vez más certera puntería de Fariña, ordenó al acorazado de su nombre y a la cañonera Enrique Martins que cargasen sobre el terrible lanchón.
Durante dos horas consecutivas luchó Fariña con la escuadra brasileña, desafiando con pasmosa impavidez la lluvia de proyectiles que caía sobre su cabeza.
Como si no estuviera frente a la más poderosa escuadra de América, como si no pisara la cubierta de una canoa, que parecía zozobrar a cada cañonazo, rectificaba tranquilamente su puntería y daba gritos de triunfo cada vez que sus balas se estrellaban en los flancos acerados de los blindados imperiales.
Y la lucha continuó.
A las seis de la tarde, ardiente nuestro único cañón, el héroe apenas podía hacer fuego a largos intervalos, circunstancia que aprovecharon los enemigos para aproximársele rápidamente, hasta ponerse a tiro de fusil. Buscó entonces la costa, para abrigarse en la trinchera allí improvisada, escapando así oportunamente al invasor. Pero, antes de retirarse, dio todavía dos balazos al Enrique Martins, que avanzaba por delante.
Al ver el lanchón abandonado, pretendieron tomarlo los brasileños, desprendiendo tres falúas con sesenta hombres de desembarco, para el efecto. Pero fracasaron, naturalmente, porque allí estaba nuestro héroe, al frente de sus tiradores, para impedirlo, teniendo que retirarse diezmados por una nutrida fusilería.
A las nueve y media de la noche, la escuadra seguía bombardeando todavía nuestras posiciones, furiosa en su impotencia.
Entre tanto, Fariña daba al Mariscal López el parte verbal de la jornada de aquel día, oyendo de sus labios la primera profecía de su inmortalidad.
Natalicio Talavera, testigo de todas las incidencias del combate, trasuntó así la unánime opinión de sus compañeros de armas, en una de sus correspondencias publicadas en "El Semanario":
"Todo elogio es poco para ponderar la serenidad y bravura de los seis tripulantes del lanchón y del alférez Fariña que los mandaba..."
El 26 de marzo, a las dos de la tarde, volvió a reanudarse el curioso duelo.
A esa hora se alejó Fariña de la costa, avanzando, impávido, hacia medio río, en presencia de la escuadra brasileña.
Apenas fondeó, rompió el fuego sobre el Apa, al que alcanzaron tres de sus proyectiles, consecutivamente, uno en la misma línea de flotación, poniéndolo en serio peligro.
Se veía claro que su admirable puntería iba mejorando por cada día que pasaba.
Ya casi todos sus tiros daban en el blanco, y en sitios especiales, bien escogidos.
Tamandaré, que no las tenía todas consigo, ordenó entonces a tres de sus acorazados que atacasen, resueltamente, al lanchón.
La orden se cumplió en seguida.
Y he ahí que tres elefantes avanzan sobre el pequeño cusco, según la pintoresca comparación de Garmendia.
¡Una canoa luchando con tres acorazados, casi a tiro de pistola!
Inútil buscar nada parecido en la historia.
El caso es único, y está por encima de toda ponderación.
Y, a todo esto, Fariña seguía cada vez más sereno.
¿Que le venían encima tres acorazados? ¡Bah! Eso, en todo caso, mejoraba su situación, ya que su viejo cañón crecía en potencia a medida que se acortaban las distancias. Y era fama entre los paraguayos que los brasileños eran pésimos tiradores desde cerca...
Así fue que, a medida que avanzaban, les hizo mayor daño, sobre todo al acorazado Bahía, que recibió tres balazos, uno en el casco, otro en el castillo de proa y un tercero que le inutilizó el mástil. Y lo curioso, lo inverosímil es que este último tiro fue disparado por Fariña en condiciones increíbles, teniendo averiada la boca de su cañón y haciendo puntería como Dios le dio a entender.
¡Milagro del patriotismo!
Como se ve, nada es imposible a un corazón intrépido, que lucha en defensa de su tierra amenazada.
Después de esto, nuestro héroe buscó de nuevo refugio en la costa, retirándose en medio de un infierno de proyectiles.
El "MONITOR MORAL, ESPECIE DE ANTEO GUARANÍ" que dice un cronista argentino, acababa de ganar una nueva victoria sobre la escuadra acorazada del Imperio del Brasil.
Estamos en Febrero de 1866.
Hacía más de un año que luchábamos con el Imperio del Brasil.
El ejército aliado, compuesto de más de cincuenta mil hombres, con poderoso material de guerra, descansaba en Paso de Patria, preparándose para invadir nuestro territorio.
Corrales acaba ha de darle la sensación de la realidad, haciéndole entrever los futuros milagros de la resistencia paraguaya.
Cuatrocientos cincuenta infantes, mandados por oscuros oficiales, habían derrotado a cinco mil argentinos, de las tres armas, dirigidos por sus mejores generales...
Pero aquello era nada todavía!
Recién iban a llegar los días de la suprema prueba.
Los brasileños, que habían sido testigos de la catástrofe argentina, no se hacían ilusiones al respecto. Sobre todo la escuadra, que permanecía fondeada en Corrientes, bien lejos del campo de fuego, y cuyo intrépido Almirante, el impagable Tamandaré, seguía paseándose por las calles de Buenos Aires.
Pero aquel estado de cosas no podía continuar.
Y la grita airada de la prensa hubo de mover el amor propio de los prudentes jefes aliados, y hasta consiguió sacar a Tamandaré de sus casillas, obligándole a ponerse al frente de su escuadra.
Por fin, el 17 de Marzo, después de muchas indecisiones, y de gastar mucha tinta y saliva para demorar el temido momento, ordenó el bravo marino el avance de sus naves, marchando los flamantes acorazados Brasil y Barroso a la cabeza de la imponente expedición.
He aquí la nómina de los buques brasileños que al día siguiente fondearon frente a Itapirú, desde Corrales a las Tres Bocas, sobre la costa correntina:
ACORAZADOS:
Bahía, Brasil, Tamandaré y Barroso.
CAÑONEROS:
Paranahyha, Belmonte, Beberibe, Araguary, Itajahy, Magé, Ivahy, Mearim, Araguay, Iguatemy, Ipiranga, Greenhalgh y Enrique Martins.
Agréguese a esto cinco avisos y cinco transportes, armados en guerra, y se tendrá un total de veintitrés navíos, con ciento diez cañones modernos, rayados, de retrocarga y de los más grandes calibres conocidos entonces.
Ante aquel impresionante despliegue de fuerzas, el Mariscal López no perdió su serenidad.
Desde ya, nunca le infundió respeto la escuadra brasileña, por la que sentía un inmenso desdén.
Por el contrario, su aparatosa aparición le sugirió la idea de someterla a la prueba del más sangriento ridículo, para darle la medida de su desprecio.
Parecía, en efecto, que para medirse con tan terrible enemigo, acumularía sobre la costa sus más poderosos cañones, ya que no había que pensar en nuestra pobre escuadrilla.
Y nada de esto pasó. Para batir a la escuadra imperial, para tener en jaque a los orgullosos blindados del Brasil... echó mano a una canoa!
¿Locura, insensatez, delirio?
Vais a ver que solo era profundo conocimiento del enemigo, y fe, también profunda, en el corazón de sus soldados.
El 22 de marzo de 1866 tuvo lugar a bordo del transporte Apa-que era el buque insignia-una junta de guerra, para estudiar la mejor manera de invadir nuestro territorio. Tamandaré mostróse muy brioso, y, como un día frente a Curupayty, prometió, solemnemente, "descangalhar" el fuerte de Itapirú en pocas horas, para facilitar la operación proyectada. Entusiasmados por la valentía del Almirante resolvieron efectuar algunos reconocimientos aguas arriba, dejando para el 25 la total destrucción de Itapirú.
¡ Ah, Tamandaré !
El hombre feroz de Paisandú, no sabía que su escuadra sería detenida por una hilera de damajuanas, flotantes sobre el río, y que allí cerca, al pie de ese fuerte que nunca "descangalharia", sino con su lengua, le esperaba Fariña, acariciando, como la cabeza de un lebrel amigo, la enorme boca de su cañón...
En la mañana del 23 tuvo lugar el primer reconocimiento, remontando el Paraná los generales aliados, el ministro Octaviano y Tamandaré.
López no los dejó subir sin molestarlos, siendo hostilizados, al pasar, por uno de los lanchones de nuestro héroe, comandado por el sargento Francisco López.
Remolcado por el Gualeguay, salió el lanchón al otro lado de la isla que había frente a Itapirú, rompiendo el fuego contra el enemigo.
Los acorazados Brasil y Bahia, que eran los más próximos, recogieron el guante que les arrojaba aquel audaz adversario, iniciando así el más original duelo de que se tenga memoria.
Fue entonces-dice Ouro Preto, historiador brasileño-cuando reaparecieron las chatas, ya probadas en Riachuelo, invento paraguayo admirablemente adaptado a las condiciones locales, máquinas de guerra simples, rudas, groseras, pero de terribles efectos, CAPACES ELLAS SOLAS DE DESTRUIR A LA MÁS FORMIDABLE ESCUADRA. Monitores de madera las llamaron los que las vieron en arción
Acabáis de oir: capaces ellas solas de destruir a la más formidable escuadra!
¿No tenía razón el Mariscal López?
¿No obraba en pleno conocimiento del alma de sus enemigos?
Una miserable canoa de madera, armada con un cañón, resultaba una poderosa máquina de guerra, un monitor de madera. Capaz él solo de acabar con una escuadra la más formidable.
Y es un ex-ministro de marina el que habla.
Es uno de los hombres dé más ruidosa actuación en el régimen monárquico, cronista de las glorias de la marina brasileña, el que así juzga a los lanchones paraguayos !
Mas todo tiene su lógica, y hasta los, juicios y afirmaciones más extravagantes tienen su explicación.
Había que escribir eso para justificar el duelo entre una canoa y toda una escuadra acorazada del Imperio del Brasil.
Pero nosotros sabemos demasiado lo que eran nuestros monitores y dónde residía la potencia ofensiva de ellos... Ouro Preto dijo mal, indudablemente. Lo que era capaz de destruir la más formidable escuadra no eran esas mis miserables canoas, era el alma guaraní, más dura que el acero de sus acorazados y más poderosa que todos sus cañones!
He aquí todo.
Por donde se ve que, a la postre, el hombre del "oro negro" tenía razón.
En este primer encuentro entre el lanchón y la escuadra, pereció el sargento López, víctima de un casco de metralla.
En adelante ha de ser Fariña, y sólo él, quien ha de medirse con los marinos del Imperio. Esa misma tarde puso en serios apuros a los expedicionarios que regresaban, señalándose, desde el primer momento, por su afinada puntería.
"Los más poderosos buques del Imperio -decía un corresponsal del diario La América, de Buenos Aires,-se vieron obligados a retroceder, tal era el efecto que les producían las balas disparadas con exactitud matemática, sobre los acorazados". (1).
Al día siguiente se reanudó el duelo con la escuadra.
Esta vez el acorazado Brasil que fue el que más se aproximó, fue el que salió más mal parado.
El enemigo estaba estupefacto ante la audacia de Fariña.
Pero aquello era nada todavía.
Estaba por ver aún de lo que era capaz.
El Mariscal López, entre tanto, le concedía el grado de alférez de marina, dándole nuevas instrucciones para los combates que iba a librar en adelante.
De acuerdo con estas instrucciones, llevó el lanchón, durante la noche, hacia la punta de la Confluencia, donde abrió una trinchera, para albergar a su gente y destacar una compañía de infantería que, en casos dados, debía protegerles.
El lanchón fue asegurado con largas cuerdas, amarradas a la popa, de modo que, cuando se viera mal, pudiera buscar la costa, para escapar al enemigo.
Y amaneció el 25 de Marzo, aniversario del juramento de la Constitución del Imperio del Brasil.
(1) La América, Abril 3 de 1866.
Las naves enemigas, todas empavesadas, saludaron con salvas y dianas triunfales al nuevo día.
Toda la mañana pasó sin novedad, como si los paraguayos respetaran el júbilo de sus enemigos.
A medio día se sirvió un opíparo banquete a bordo del Apa, con asistencia de todos los jefes de la alianza.
Tamandaré, que había jurado reducir a polvo ese día a Itapirú, hacía los honores de la mesa, orgulloso en presenciar del inmenso poder de su escuadra, altivo en medio de la humillante situación del presidente argentino, que iba a la zaga del Brasil, en condiciones tan deprimentes para su país.
A eso de las tres de la tarde, la comida iba terminando y los licores espirituosos desataban las lenguas y daban escape a una tórrida elocuencia, cuando, de pronto, hizo su aparición en medio del río el impertinente "Monitor Guarani".
Esta vez salía Fariña a tentarles, lejos de nuestras fortificaciones, cuadrándose a dos pasos de los acorazados enemigos.
«Un instante después - dice el general Garmendia-rompió el fuego sobre las naves brasileñas, que en el primer momento no respondieron, resguardadas por su omnipotencia y por la arrogancia que les prestaba la inmortal fecha. Impávido hacía vomitar al grueso cañón hierro y humo sin cesar. Las balas, cruzaban sobre el embanderado Apa y pasaban sobre la tolda, cubierta de tanto animado curioso. Se veía que por instantes se mejoraba la puntería de aquel punto negro, casi imperceptible, que se anunciaba a cada momento, como surgiendo del fondo del río, entre borbotones de humo y un trueno prolongado...
Pero pronto el asombro de los comensales se trocó en espanto. Un enorme proyectil de 68 dio en el blanco, penetrando en el pañol de víveres y haciendo destrozos considerables.
Aquello fue el sálvese quien pueda, para los que, poco antes, brindaban, alegres y confiados; por el triunfo del Brasil.
Tamandaré, no menos azorado, quedó en seguida solo, abandonado de todos, en su nave. Y midiendo el peligro que le amenazaba, ante la cada vez más certera puntería de Fariña, ordenó al acorazado de su nombre y a la cañonera Enrique Martins que cargasen sobre el terrible lanchón.
Durante dos horas consecutivas luchó Fariña con la escuadra brasileña, desafiando con pasmosa impavidez la lluvia de proyectiles que caía sobre su cabeza.
Como si no estuviera frente a la más poderosa escuadra de América, como si no pisara la cubierta de una canoa, que parecía zozobrar a cada cañonazo, rectificaba tranquilamente su puntería y daba gritos de triunfo cada vez que sus balas se estrellaban en los flancos acerados de los blindados imperiales.
Y la lucha continuó.
A las seis de la tarde, ardiente nuestro único cañón, el héroe apenas podía hacer fuego a largos intervalos, circunstancia que aprovecharon los enemigos para aproximársele rápidamente, hasta ponerse a tiro de fusil. Buscó entonces la costa, para abrigarse en la trinchera allí improvisada, escapando así oportunamente al invasor. Pero, antes de retirarse, dio todavía dos balazos al Enrique Martins, que avanzaba por delante.
Al ver el lanchón abandonado, pretendieron tomarlo los brasileños, desprendiendo tres falúas con sesenta hombres de desembarco, para el efecto. Pero fracasaron, naturalmente, porque allí estaba nuestro héroe, al frente de sus tiradores, para impedirlo, teniendo que retirarse diezmados por una nutrida fusilería.
A las nueve y media de la noche, la escuadra seguía bombardeando todavía nuestras posiciones, furiosa en su impotencia.
Entre tanto, Fariña daba al Mariscal López el parte verbal de la jornada de aquel día, oyendo de sus labios la primera profecía de su inmortalidad.
Natalicio Talavera, testigo de todas las incidencias del combate, trasuntó así la unánime opinión de sus compañeros de armas, en una de sus correspondencias publicadas en "El Semanario":
"Todo elogio es poco para ponderar la serenidad y bravura de los seis tripulantes del lanchón y del alférez Fariña que los mandaba..."
El 26 de marzo, a las dos de la tarde, volvió a reanudarse el curioso duelo.
A esa hora se alejó Fariña de la costa, avanzando, impávido, hacia medio río, en presencia de la escuadra brasileña.
Apenas fondeó, rompió el fuego sobre el Apa, al que alcanzaron tres de sus proyectiles, consecutivamente, uno en la misma línea de flotación, poniéndolo en serio peligro.
Se veía claro que su admirable puntería iba mejorando por cada día que pasaba.
Ya casi todos sus tiros daban en el blanco, y en sitios especiales, bien escogidos.
Tamandaré, que no las tenía todas consigo, ordenó entonces a tres de sus acorazados que atacasen, resueltamente, al lanchón.
La orden se cumplió en seguida.
Y he ahí que tres elefantes avanzan sobre el pequeño cusco, según la pintoresca comparación de Garmendia.
¡Una canoa luchando con tres acorazados, casi a tiro de pistola!
Inútil buscar nada parecido en la historia.
El caso es único, y está por encima de toda ponderación.
Y, a todo esto, Fariña seguía cada vez más sereno.
¿Que le venían encima tres acorazados? ¡Bah! Eso, en todo caso, mejoraba su situación, ya que su viejo cañón crecía en potencia a medida que se acortaban las distancias. Y era fama entre los paraguayos que los brasileños eran pésimos tiradores desde cerca...
Así fue que, a medida que avanzaban, les hizo mayor daño, sobre todo al acorazado Bahía, que recibió tres balazos, uno en el casco, otro en el castillo de proa y un tercero que le inutilizó el mástil. Y lo curioso, lo inverosímil es que este último tiro fue disparado por Fariña en condiciones increíbles, teniendo averiada la boca de su cañón y haciendo puntería como Dios le dio a entender.
¡Milagro del patriotismo!
Como se ve, nada es imposible a un corazón intrépido, que lucha en defensa de su tierra amenazada.
Después de esto, nuestro héroe buscó de nuevo refugio en la costa, retirándose en medio de un infierno de proyectiles.
El "MONITOR MORAL, ESPECIE DE ANTEO GUARANÍ" que dice un cronista argentino, acababa de ganar una nueva victoria sobre la escuadra acorazada del Imperio del Brasil.
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- Sargento Segundo
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Oscurecía...
Esa noche recibió Fariña nuevas y más entusiastas felicitaciones del Mariscal López, que había presenciado la batalla desde su Cuartel General. Esta vez recibió también una recompensa en dinero, entregándosele una banda de músicos para que festejara su triunfo, en medio de la alegría del campamento, en una ruidosa serenata.
Y amaneció el 27 de Marzo, que iba a ser su gran día, su día épico, el día de su "capo laboro".
Poco después de las once, ocupaba su sitio de honor, frente al enemigo, iniciando el bombardeo, sin más trámites y con el mayor desenfado.
A las cuatro de la tarde el combate había llegado a su punto álgido.
El lanchón paraguayo tenía completamente desahuciados a los acorazados enemigos, que no sabían qué camino tomar bajo sus certeros disparos. Y vióse entonces un curioso espectáculo: los pesados Leviatanes tuvieron que retroceder a toda máquina, dominados por su minúsculo enemigo.
"Comenzaron a andar para trás, por no poderem dar volta no canal en que se achabam", dice en sus notas Rio Branco, pero en realidad porque no se animaban a presentar un blanco mayor al lanchón que les enloquecía.
En esta crítica circunstancia ocurrió una catástrofe espantosa abordo del acorazado Tamandaré.
Marchaba esta poderosa nave en retirada, con su comandante y toda su oficialidad bien oculta en su torre blindada, cuando acertaron a entrar en ésta, por una de las troneras, dos proyectiles, uno disparado por Fariña y otro por la artillería de Itapirú; haciendo los estragos consiguientes.
Escuchad la descripción que de este suceso hace Garmendia:
"La primera bala entró por la portañola del puente de la casamata, rompiendo los cables metálicos que la defendían, y transformándolos, en terribles proyectiles que en unión con el bloque de hierro enfurecido empezaron a rebotar de un lado a otro de las paredes acorazadas, abatiendo cabezas y quebrando huesos.
Aquella escena indescriptible es para ser pintada por un pincel maestro. Esa masa de cincuenta cuerpos humanos, sofocados por una atmósfera candente moviéndose tambaleante, de un lado a otro en un vaivén confuso, rodando en torbellino a impulsos del flujo y reflujo sangriento, devastador, de aquella ráfaga de muerte; esos cuerpos humanos heridos, macerados, despedazados, aplastados, como si una avalancha de proyectiles se desplomase del cielo, era un supremo horror, que solo el delirio de la venganza pudiera imaginar.
Y todavía no había cesado esa danza macabra, cuando otra bala penetraba, rebotando nuevo pánico entre los que aun vivían...
De las cincuenta personas que formaban aquella masa humana, en la cual se había ensañado el furor del destino, treinta y cuatro estaban muertas y heridas y ninguna quedaba en pie. Rodeando al comandante, yacían en un gran charco de sangre, en esa carnicería histórica, todos terriblemente desfigurados; aquella era una escena que hacía partir el corazón del más bravo, sobre todo cuando se escuchaban los lamentos de los moribundos que parecían voces subterráneas de espectros, dolientes gemidos torturantes que se escapaban del fondo de esa hecatombe humana, salpicando la masa encefálica de las víctimas las paredes de ese estrecho antro de la muerte, de vientres que habían estallado brutalmente al impacto de las balas, arrojando los intestinos en todas direcciones, de brazos y piernas descuartizados, como si el suplicio antiguo, ejecutado por cuatro fogosos potros, hubiera surgido de nuevo", ¡oh! todo esto era de una realidad tan espantosa que parecía una exageración de la alterada fantasía que creaba los romances de la edad media".
Será todo lo pintoresco que se quiera el disparatado estilo del cronista argentino, pero hay que convenir en que hace entrever la horrible realidad.
Ese era el espectáculo que presentaba la torre blindada del Tamandaré, y ese el fin que tuvieron los prudentes marinos imperiales, detrás de la espesa muralla de acero de la estrecha casamata en que creyeron burlar el rayo del heroísmo paraguayo.
¡Ah Fariña!
¡Riachuelo estaba vengado, pero bien vengado!
Hay que decir aquí que, con la muerte del comandante Maris e Barros, perdió el Brasil uno de sus más experimentados marinos, Y que esta catástrofe llenó de consternación al ejército enemigo y a los países aliados.
Esa noche fue recibido Fariña, en medio de grandes ovaciones, en nuestro cuartel general. Y el Mariscal López prendió sobre su pecho la estrella de Caballero de la Orden del Mérito, haciendo el elogio de su bravura y de su intrepidez, en presencia de los jefes y oficiales de su estado mayor.
Al día siguiente, muy temprano, ocupaba de nuevo su puesto de combate, desafiando a la imponente escuadra imperial.
Para empezar, metió dos balas en la Princesa de Joinville, una en el transporte Riachuelo y otra en la Paranahyba. La jornada, como se ve, empezaba bien. Tanto, que Tamandaré no perdió tiempo en ordenar a dos de sus acorazados que cargasen sobre el lanchón.
Esta vez los brasileños tuvieron la buena suerte de inutilizar el cañón de nuestro "monitor moral", pero después de recibir innumerables proyectiles, que casi todos se hicieron pedazos contra los espesos blindajes, sin hacer mayor daño. Solo en el acorazado Barroso se dio una escena parecida a la del día anterior, si bien sin los mismos trágicos resultados: Una de las balas de Fariña volvió a penetrar por una de las troneras de la casamata, hiriendo gravemente al segundo comandante de la nave y a cinco compañeros. Como siempre, toda la oficialidad, con su jefe a la cabeza, se ocultaba en la torre, envolviéndose en una chapa de acero de cincuenta centímetros, para escapar al peligro, mientras el héroe paraguayo, a cuerpo gentil, desde la cubierta de su canoa, desafiaba la ira de más de cien cañones enemigos!
Otro proyectil de Fariña destrozó un enorme cañón de 120, a bordo del mismo acorazado Barroso.
Pero, destruida su pieza y lastimado su lanchón, levantó ancla y ganó, sin precipitarse, tierra, poniendo término a aquel duelo sobrehumano.
Demás está decir que estos combates extraordinarios y nunca vistos ni oidos, tuvieron inmensa resonancia en el mundo.
Los corresponsales de los diarios argentinos y brasileños, que los presenciaron desde la costa correntina o desde las naves imperiales, enviaron, asombrados, largas descripciones, que se trascribieron después en los diarios europeos. Pronto las ilustraciones de las grandes capitales del viejo mundo popularizaron estos encuentros inverosímiles entre una canoa y poderosos acorazados, exaltando el heroísmo paraguayo y hasta dando un significado técnico, que estaba lejos de tener, al terrible monitor guarani.
La prensa porteña, por su parte, atacó duramente a Tamandaré y a su escuadra, poniendo bien alta la bravura de nuestros marinos.
Para que el público se dé una idea aproximada de la audacia paraguaya - decía -La América, estúdiese el caso siguiente: desde ayer un vaporcito ha empezado a salir con un lanchón que carga un cañón de grueso calibre; viene hasta situarse a medio tiro de cañón de nuestra escuadra, la provoca al combate, y luego la lid se traba.
-¿Habrase visto mayor impavidez que esta?
¡Con una sola pieza desafiar a ciento once bocas de fuego...!
" Mais eso nao es valore-dicen los brasileños-sino temeridade. Os coitados paraguayos parece que foran de ferro !"-. (1)
"Todo el poder naval de un Imperio, que se envanece de su gloria y de su fuerza-decía el mismo diario-ha sido humillado por una miserable canoa paraguaya, tripulada por los hambrientos y andrajosos soldados de López.
¡Una chata con un cañón haciendo retroceder a cuatro acorazados y veinte buques de guerra, erizados de hombres y cañones !
¡Esto es increíble!
¡Esto es vergonzoso!"
(1) La América.-Buenos Aires, Abril 4 de 1866.
Esa noche recibió Fariña nuevas y más entusiastas felicitaciones del Mariscal López, que había presenciado la batalla desde su Cuartel General. Esta vez recibió también una recompensa en dinero, entregándosele una banda de músicos para que festejara su triunfo, en medio de la alegría del campamento, en una ruidosa serenata.
Y amaneció el 27 de Marzo, que iba a ser su gran día, su día épico, el día de su "capo laboro".
Poco después de las once, ocupaba su sitio de honor, frente al enemigo, iniciando el bombardeo, sin más trámites y con el mayor desenfado.
A las cuatro de la tarde el combate había llegado a su punto álgido.
El lanchón paraguayo tenía completamente desahuciados a los acorazados enemigos, que no sabían qué camino tomar bajo sus certeros disparos. Y vióse entonces un curioso espectáculo: los pesados Leviatanes tuvieron que retroceder a toda máquina, dominados por su minúsculo enemigo.
"Comenzaron a andar para trás, por no poderem dar volta no canal en que se achabam", dice en sus notas Rio Branco, pero en realidad porque no se animaban a presentar un blanco mayor al lanchón que les enloquecía.
En esta crítica circunstancia ocurrió una catástrofe espantosa abordo del acorazado Tamandaré.
Marchaba esta poderosa nave en retirada, con su comandante y toda su oficialidad bien oculta en su torre blindada, cuando acertaron a entrar en ésta, por una de las troneras, dos proyectiles, uno disparado por Fariña y otro por la artillería de Itapirú; haciendo los estragos consiguientes.
Escuchad la descripción que de este suceso hace Garmendia:
"La primera bala entró por la portañola del puente de la casamata, rompiendo los cables metálicos que la defendían, y transformándolos, en terribles proyectiles que en unión con el bloque de hierro enfurecido empezaron a rebotar de un lado a otro de las paredes acorazadas, abatiendo cabezas y quebrando huesos.
Aquella escena indescriptible es para ser pintada por un pincel maestro. Esa masa de cincuenta cuerpos humanos, sofocados por una atmósfera candente moviéndose tambaleante, de un lado a otro en un vaivén confuso, rodando en torbellino a impulsos del flujo y reflujo sangriento, devastador, de aquella ráfaga de muerte; esos cuerpos humanos heridos, macerados, despedazados, aplastados, como si una avalancha de proyectiles se desplomase del cielo, era un supremo horror, que solo el delirio de la venganza pudiera imaginar.
Y todavía no había cesado esa danza macabra, cuando otra bala penetraba, rebotando nuevo pánico entre los que aun vivían...
De las cincuenta personas que formaban aquella masa humana, en la cual se había ensañado el furor del destino, treinta y cuatro estaban muertas y heridas y ninguna quedaba en pie. Rodeando al comandante, yacían en un gran charco de sangre, en esa carnicería histórica, todos terriblemente desfigurados; aquella era una escena que hacía partir el corazón del más bravo, sobre todo cuando se escuchaban los lamentos de los moribundos que parecían voces subterráneas de espectros, dolientes gemidos torturantes que se escapaban del fondo de esa hecatombe humana, salpicando la masa encefálica de las víctimas las paredes de ese estrecho antro de la muerte, de vientres que habían estallado brutalmente al impacto de las balas, arrojando los intestinos en todas direcciones, de brazos y piernas descuartizados, como si el suplicio antiguo, ejecutado por cuatro fogosos potros, hubiera surgido de nuevo", ¡oh! todo esto era de una realidad tan espantosa que parecía una exageración de la alterada fantasía que creaba los romances de la edad media".
Será todo lo pintoresco que se quiera el disparatado estilo del cronista argentino, pero hay que convenir en que hace entrever la horrible realidad.
Ese era el espectáculo que presentaba la torre blindada del Tamandaré, y ese el fin que tuvieron los prudentes marinos imperiales, detrás de la espesa muralla de acero de la estrecha casamata en que creyeron burlar el rayo del heroísmo paraguayo.
¡Ah Fariña!
¡Riachuelo estaba vengado, pero bien vengado!
Hay que decir aquí que, con la muerte del comandante Maris e Barros, perdió el Brasil uno de sus más experimentados marinos, Y que esta catástrofe llenó de consternación al ejército enemigo y a los países aliados.
Esa noche fue recibido Fariña, en medio de grandes ovaciones, en nuestro cuartel general. Y el Mariscal López prendió sobre su pecho la estrella de Caballero de la Orden del Mérito, haciendo el elogio de su bravura y de su intrepidez, en presencia de los jefes y oficiales de su estado mayor.
Al día siguiente, muy temprano, ocupaba de nuevo su puesto de combate, desafiando a la imponente escuadra imperial.
Para empezar, metió dos balas en la Princesa de Joinville, una en el transporte Riachuelo y otra en la Paranahyba. La jornada, como se ve, empezaba bien. Tanto, que Tamandaré no perdió tiempo en ordenar a dos de sus acorazados que cargasen sobre el lanchón.
Esta vez los brasileños tuvieron la buena suerte de inutilizar el cañón de nuestro "monitor moral", pero después de recibir innumerables proyectiles, que casi todos se hicieron pedazos contra los espesos blindajes, sin hacer mayor daño. Solo en el acorazado Barroso se dio una escena parecida a la del día anterior, si bien sin los mismos trágicos resultados: Una de las balas de Fariña volvió a penetrar por una de las troneras de la casamata, hiriendo gravemente al segundo comandante de la nave y a cinco compañeros. Como siempre, toda la oficialidad, con su jefe a la cabeza, se ocultaba en la torre, envolviéndose en una chapa de acero de cincuenta centímetros, para escapar al peligro, mientras el héroe paraguayo, a cuerpo gentil, desde la cubierta de su canoa, desafiaba la ira de más de cien cañones enemigos!
Otro proyectil de Fariña destrozó un enorme cañón de 120, a bordo del mismo acorazado Barroso.
Pero, destruida su pieza y lastimado su lanchón, levantó ancla y ganó, sin precipitarse, tierra, poniendo término a aquel duelo sobrehumano.
Demás está decir que estos combates extraordinarios y nunca vistos ni oidos, tuvieron inmensa resonancia en el mundo.
Los corresponsales de los diarios argentinos y brasileños, que los presenciaron desde la costa correntina o desde las naves imperiales, enviaron, asombrados, largas descripciones, que se trascribieron después en los diarios europeos. Pronto las ilustraciones de las grandes capitales del viejo mundo popularizaron estos encuentros inverosímiles entre una canoa y poderosos acorazados, exaltando el heroísmo paraguayo y hasta dando un significado técnico, que estaba lejos de tener, al terrible monitor guarani.
La prensa porteña, por su parte, atacó duramente a Tamandaré y a su escuadra, poniendo bien alta la bravura de nuestros marinos.
Para que el público se dé una idea aproximada de la audacia paraguaya - decía -La América, estúdiese el caso siguiente: desde ayer un vaporcito ha empezado a salir con un lanchón que carga un cañón de grueso calibre; viene hasta situarse a medio tiro de cañón de nuestra escuadra, la provoca al combate, y luego la lid se traba.
-¿Habrase visto mayor impavidez que esta?
¡Con una sola pieza desafiar a ciento once bocas de fuego...!
" Mais eso nao es valore-dicen los brasileños-sino temeridade. Os coitados paraguayos parece que foran de ferro !"-. (1)
"Todo el poder naval de un Imperio, que se envanece de su gloria y de su fuerza-decía el mismo diario-ha sido humillado por una miserable canoa paraguaya, tripulada por los hambrientos y andrajosos soldados de López.
¡Una chata con un cañón haciendo retroceder a cuatro acorazados y veinte buques de guerra, erizados de hombres y cañones !
¡Esto es increíble!
¡Esto es vergonzoso!"
(1) La América.-Buenos Aires, Abril 4 de 1866.
- Jorge Osvaldo Eleazar
- Sargento Primero
- Mensajes: 416
- Registrado: 04 Jul 2007, 11:55
Informo a aquellos foristas que venian siguiendo mi trabajo sobre la historia del conflicto que visto y considerando que no se respeta las formas, ya que se interrumpe un trabajo para transcribir un libro me retiro de este foro
Ate
Jorge O. Eleazar
Ate
Jorge O. Eleazar
LOS POLITICO SON COMO LOS PAÑALES.-
HAY QUE CAMBIARLOS PERIODICAMENTE PORQUE SINO APESTAN
HAY QUE CAMBIARLOS PERIODICAMENTE PORQUE SINO APESTAN
-
- Sargento Segundo
- Mensajes: 313
- Registrado: 13 Dic 2008, 01:37
No se preocupen muchachos, no voy a publicar todooo el libro
Me parece interesante dar a conocer este relato, para que sepan un poco de la historia de esta guerra y no se cierre sólo a números y estadísticas.
Jorge, tenés tanto derecho como yo de publicar sobre la historia de la guerra. Si decides no participar, sería lamentable, pero respeto tu decisión
Me parece interesante dar a conocer este relato, para que sepan un poco de la historia de esta guerra y no se cierre sólo a números y estadísticas.
Jorge, tenés tanto derecho como yo de publicar sobre la historia de la guerra. Si decides no participar, sería lamentable, pero respeto tu decisión
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- Sargento Segundo
- Mensajes: 313
- Registrado: 13 Dic 2008, 01:37
Por lo demás, Fariña fue perfectamente individualizado por el enemigo.
Véase lo que decía un corresponsal de El Nacional, de Buenos Aires:
"Un joven alto, rubio, con gran sombrero de paja, mandaba el lanchón. Era un valiente. Figura expectable, parecía más que un hombre, haciendo un fuego continuo y certero".
Y agregaba:
"Se dice que voló este joven rubio. Era extranjero". (1)
El corresponsal de otro diario aseguraba que el que mandaba el lanchón era "un ingeniero norteamericano, habiendo acobardado a los brasileños con la precisión de sus tiros". (2)
"El extraordinario artillero que tenían los paraguayos, ha muerto, decía un corresponsal de La Nación", después del último combate. Este artillero fue el que introdujo en la casamata del Tamandaré la bala hueca que causó la muerte del valiente Barros y demás compañeros; y el mismo que inutilizó el cañón de 120 del Barroso" (3)
Otro corresponsal anunciaba también la muerte de Fariña:
"Se cree, decía, que el hábil artillero que dirigía el combate de los lanchones ha muerto en el Último día, por las balas del acorazado Bahía, porque se le vio distintamente abandonar su pieza, siendo conducido en brazos por sus soldados". (4)
Hubiera querido leeros todo cuanto escribieron los diarios europeos sobre el combate de los lanchones, ya que tengo la rara fortuna de guardar en mi archivo todos los ecos de aquel encuentro legendario. Pero he de privarme de este placer, para dedicar algún tiempo todavía a lo que me falta decir de las otras proezas del héroe.
Pero, al menos, oíd lo que decía el "Monde Ilustree" de París, al publicar el croquis del curioso duelo:
(1) .El Nacional,Buenos Aires Abril 11 de 1866.
(2) .El Paraná, Abril 2 de 1866.
(3) .La Nación, Buenos Aires Abril II de lE66.
(4) .La Nación, Abril 3 de 1886.
COMBATE ENTRE UNA CHATA PARAGUAYA Y LA FLOTA ACORAZADA DEL BRASIL
Una correspondencia de Río Janeiro, publicada en el "Moniteur Universel", da detalles conmovedores, y, ciertamente, muy curiosos sobre un encuentro que acaba de tener lugar, en las aguas del Paraná, entre las fuerzas brasilero - argentinas y las paraguayas. A pesar de las graves preocupaciones del momento, todo el mundo en Francia y en el extranjero no habla, en estos instantes, sino de la nueva máquina de guerra que acaban de inventar los ingenieros del Paraguay, de esa máquina ingeniosa que, bajo la forma de un pontón flotante, posee bastante poder para hacer frente a navíos de alto bordo, para combatir con ventajas a los buques encorazados.
Es una escena sin analogía, hasta el presente, en los anales militares de ningún pueblo, que ha reproducido el lápiz de nuestro diseñador, conforme a un croquis tomado sobre el teatro mismo de la guerra.
Sin embargo, y para completa inteligencia de los hechos, nos parece necesario establecer geográficamente la posición del Paraguay.
Este pequeño Estado, clavado en el interior, está limitado al Norte por la provincia brasileña de Matto Grosso, al Oeste por el Río Paraguay y el desierto del Gran Chaco que le separan del Alto Perú y de la República Argentina; en fin al Este y al Sud por el Paraná, que por su dirección de Norte a Sud y de Este a Oeste, donde se junta con el Río Paraguay, le separa del Imperio del Brasil y la República Argentina.
Se ve que el Paraguay está cercado de una triple barrera de agua que forman los Ríos Paraguay y Paraná; ahora bien, no se puede invadir su territorio sino forzando esta barrera. Añadiremos, como último detalle, que el Paraguay es invulnerable en su costado Norte. En efecto, Matto Grosso es un verdadero desierto, recorrido en todo sentido por numerosas hordas salvajes y aún por tribus de antropófagos, cortado por ríos rápidos, abruptas sierras y florestas vírgenes; de tal suerte que, en ausencia de vías trazadas, los convoyes y mulas ponen diez y seis a diez y ocho meses para ir de Río Janeiro a Cuyabá, capital de esa provincia.
Por consiguiente, no se puede acometer al Paraguay sino por la vía fluvial; es esta posición la que ha forzado a la flota aliada a entrar en el Río de la Plata y remontar el Paraná hasta la confluencia de este río con el río Paraguay. Esa flota se compone de 33 buques de guerra, entre los cuales cuatro acorazados: el Tamandaré, el Barrozo, el Bahía, el Brasil. Este último ha salido de los astilleros franceses del Sena; lleva sobre su puente una casamata, especie de batería blindada, de forma cuadrada. La corbeta Tamandaré ha sido construida en el Janeiro, sobre el modelo del Brasil.
A adversarios con tan poderosos armamentos, los paraguayos no podían oponer sino una flotilla de buques de río. El éxito parecía, pues, seguro a las fuerzas aliadas.
El 21 de marzo último, después de un reconocimiento hecho en el río que mide, no olvidemos, tres kilómetros de ancho, la flota argentino-brasileña se colocó en batalla, los acorazados a la cabeza, delante del pequeño fuerte de Itapirú, que se eleva sobre la costa paraguaya.
He aquí la fisonomía de los lugares:
Detrás del fuerte, colinas cubiertas de bosques, que descienden hacia la costa del río; a derecha e izquierda se extiende y se prolonga una zona pantanosa, impracticable.
El único vado para atravesar el Paraná y que se llama Paso de Patria, se encuentra en ese punto, y este vado está protegido por las baterías del fuerte. Era, pues, preciso, y de toda necesidad, destruir las fortificaciones de Itapirú para ser dueño del pasaje y poder desembarcar por costa paraguaya.
En las condiciones respectivas de los beligerantes, la empresa no podía dejar de tener buen éxito, al agrado de los aliados; así lo creía el almirante brasileño Tamandaré cuando dio la señal de ataque.
El fuego acababa de abrirse contra Itapirú, cuando un espectáculo extraño sorprendió de repente las miradas. Una larga hilera de hombres, desembocando tras la punta de la isla de Santa Ana, que se encuentra a la izquierda del fuerte, se adelanta en el río, entrando en el agua hasta la cintura. Estos hombres arrastran una barquilla, chata o lanchón, apenas perceptible. La metralla los diezma; ellos avanzan siempre y traen la barquilla hasta debajo de las baterías de Itapirú. Los que sobreviven se retiran entonces, y al instante una detonación formidable resuena abordo del lanchón.
Este acaba de trabar el combate con los buques encorazados.
He aquí la descripción que da el "Moniteur" de 20 de Mayo de esta nueva máquina de guerra, que los paraguayos han llamado chata:
"La chata paraguaya es una máquina extraña que es preciso describir: es un pontón raso, muy liso, como de 20 metros de largo, sin velas, remos, ni vapor, construido de madera de una fuerza extraordinaria. Bajo el puente se tiene el equipaje;
en medio pasa una pieza de a 68, girando sobre un eje y que apenas sale afuera; una escotilla que se abre y se cierra en tiempo oportuno, permite cargar la pieza y protege en caso de necesidad a los artilleros. Es casi inútil apuntar; basta estar en la dirección del buque que se quiere atacar; la bala rosa el agua y llega de lleno. En cuanto a la chata, que se mueve a discreción del agua, casi imperceptible, no puede ser sino difícilmente dañada por las balas enemigas. Además, está siempre bajo la protección de las baterías paraguayas".
Se ve que la chata es una máquina de destrucción de un modelo nuevo, y de un gran poder.
Una sola chata entra en línea cada día, y cada día es reemplazada por otra, que remolca ya un vapor, ya una partida de soldados paraguayos.
Durante esta lucha conmovedora, tres chatas fueron destruidas; según otra correspondencia, una sola chata ha caído en poder de los aliados. Lo que hay de cierto, es que los buques enemigos han sufrido averías y pérdidas considerables. Una bala, lanzada por la pieza de a 68, entró por un portalón, y puso fuera de combate a 34 hombres, incluso el comandante, a bordo del Tamandaré. Otra bala desmontó el cañón de 120 del Barroso.
En una palabra, gracias a la intervención inesperada de las chatas, el combate comenzado el 21 de marzo, duraba todavía al 30, sin que los brasileño-argentinos hubiesen podido forzar el paso del Paso de Patria ". (1)
Hasta aquí la revista francesa.
Como se ve, la singular hazaña de Fariña llenó el mundo, despertando unánime admiración en todas partes.
Y para que acabéis de daros cuenta de esto, oid lo que decía don Gregorio Benítez al Mariscal López, en carta datada en París el 24 de Mayo de l866:
"¡Qué gloriosa ha sido la serie de luchas que la chata paraguaya ha sostenido con tan brillante éxito contra toda la escuadra aliada, incluso los cuatro acorazados brasileños!
"Enorme efecto ha producido en Europa la noticia de que ese nuevo y redoutable engien de guerre, como llaman aquí a la chata, haya podido luchar y causar grandes destrozos a casi todos los buques blindados del Brasil, pues en Europa los acorazados gozan del mayor respeto. Hoy está a la orden del día el calificativo técnico de chata, y en todos los cafés, paseos públicos y conciertos, no se oye hablar sino de los prodigios hechos por la chata, lo que da, naturalmente, una importancia muy grande al poder real del país que la emplea.
Este suceso ha venido a destruir completamente los vestigios de duda que haya podido quedar sobre la virilidad del pueblo paraguayo y sus inmensos recursos. Antes no se quería creer nada de lo que es realmente el Paraguay. Pero ahora todo ha cambiado, como V. E. verá por las publicaciones que le adjunto». (2)
(1) Del Monde Ilustrée Nº 476. Traducción de El Semanario.
(2) Véase libro copiador de notas en mi poder.
Tal fue aquella gran página de nuestra historia.
Fariña quedó consagrado, desde entonces, como el primer artillero de nuestro ejército y como un héroe aparte entre los héroes de nuestra guerra.
Su hazaña no tiene paralelo.
Es inútil querer hacer comparaciones para medirla.
Otros habrán tenido mayor fortuna y hasta más resonante celebridad más tarde. Pero ninguno, ¡hay que decir la verdad!, ha sobrepasado el heroísmo y la capacidad del glorioso hijo de Caacupé que, en su hora, como el héroe de Camoens, surgió de las aguas del Paraná, para detener, siquiera sea por un momento, el avance triunfal del conquistador extranjero.
Nada importa el olvido en que vivió, ni la ingratitud de sus contemporáneos.
Mientras otras famas irán decreciendo, su nombre está llamado a tomar nuevo brillo en el porvenir, y su memoria dejará de pertenecernos un día, reclamada por todos los pueblos de América, como orgullo común de nuestra estirpe.
Para un gigante de su talla resulta estrecha la historia. Necesita la amplitud del canto y pertenece por entero a la Epopeya!
Véase lo que decía un corresponsal de El Nacional, de Buenos Aires:
"Un joven alto, rubio, con gran sombrero de paja, mandaba el lanchón. Era un valiente. Figura expectable, parecía más que un hombre, haciendo un fuego continuo y certero".
Y agregaba:
"Se dice que voló este joven rubio. Era extranjero". (1)
El corresponsal de otro diario aseguraba que el que mandaba el lanchón era "un ingeniero norteamericano, habiendo acobardado a los brasileños con la precisión de sus tiros". (2)
"El extraordinario artillero que tenían los paraguayos, ha muerto, decía un corresponsal de La Nación", después del último combate. Este artillero fue el que introdujo en la casamata del Tamandaré la bala hueca que causó la muerte del valiente Barros y demás compañeros; y el mismo que inutilizó el cañón de 120 del Barroso" (3)
Otro corresponsal anunciaba también la muerte de Fariña:
"Se cree, decía, que el hábil artillero que dirigía el combate de los lanchones ha muerto en el Último día, por las balas del acorazado Bahía, porque se le vio distintamente abandonar su pieza, siendo conducido en brazos por sus soldados". (4)
Hubiera querido leeros todo cuanto escribieron los diarios europeos sobre el combate de los lanchones, ya que tengo la rara fortuna de guardar en mi archivo todos los ecos de aquel encuentro legendario. Pero he de privarme de este placer, para dedicar algún tiempo todavía a lo que me falta decir de las otras proezas del héroe.
Pero, al menos, oíd lo que decía el "Monde Ilustree" de París, al publicar el croquis del curioso duelo:
(1) .El Nacional,Buenos Aires Abril 11 de 1866.
(2) .El Paraná, Abril 2 de 1866.
(3) .La Nación, Buenos Aires Abril II de lE66.
(4) .La Nación, Abril 3 de 1886.
COMBATE ENTRE UNA CHATA PARAGUAYA Y LA FLOTA ACORAZADA DEL BRASIL
Una correspondencia de Río Janeiro, publicada en el "Moniteur Universel", da detalles conmovedores, y, ciertamente, muy curiosos sobre un encuentro que acaba de tener lugar, en las aguas del Paraná, entre las fuerzas brasilero - argentinas y las paraguayas. A pesar de las graves preocupaciones del momento, todo el mundo en Francia y en el extranjero no habla, en estos instantes, sino de la nueva máquina de guerra que acaban de inventar los ingenieros del Paraguay, de esa máquina ingeniosa que, bajo la forma de un pontón flotante, posee bastante poder para hacer frente a navíos de alto bordo, para combatir con ventajas a los buques encorazados.
Es una escena sin analogía, hasta el presente, en los anales militares de ningún pueblo, que ha reproducido el lápiz de nuestro diseñador, conforme a un croquis tomado sobre el teatro mismo de la guerra.
Sin embargo, y para completa inteligencia de los hechos, nos parece necesario establecer geográficamente la posición del Paraguay.
Este pequeño Estado, clavado en el interior, está limitado al Norte por la provincia brasileña de Matto Grosso, al Oeste por el Río Paraguay y el desierto del Gran Chaco que le separan del Alto Perú y de la República Argentina; en fin al Este y al Sud por el Paraná, que por su dirección de Norte a Sud y de Este a Oeste, donde se junta con el Río Paraguay, le separa del Imperio del Brasil y la República Argentina.
Se ve que el Paraguay está cercado de una triple barrera de agua que forman los Ríos Paraguay y Paraná; ahora bien, no se puede invadir su territorio sino forzando esta barrera. Añadiremos, como último detalle, que el Paraguay es invulnerable en su costado Norte. En efecto, Matto Grosso es un verdadero desierto, recorrido en todo sentido por numerosas hordas salvajes y aún por tribus de antropófagos, cortado por ríos rápidos, abruptas sierras y florestas vírgenes; de tal suerte que, en ausencia de vías trazadas, los convoyes y mulas ponen diez y seis a diez y ocho meses para ir de Río Janeiro a Cuyabá, capital de esa provincia.
Por consiguiente, no se puede acometer al Paraguay sino por la vía fluvial; es esta posición la que ha forzado a la flota aliada a entrar en el Río de la Plata y remontar el Paraná hasta la confluencia de este río con el río Paraguay. Esa flota se compone de 33 buques de guerra, entre los cuales cuatro acorazados: el Tamandaré, el Barrozo, el Bahía, el Brasil. Este último ha salido de los astilleros franceses del Sena; lleva sobre su puente una casamata, especie de batería blindada, de forma cuadrada. La corbeta Tamandaré ha sido construida en el Janeiro, sobre el modelo del Brasil.
A adversarios con tan poderosos armamentos, los paraguayos no podían oponer sino una flotilla de buques de río. El éxito parecía, pues, seguro a las fuerzas aliadas.
El 21 de marzo último, después de un reconocimiento hecho en el río que mide, no olvidemos, tres kilómetros de ancho, la flota argentino-brasileña se colocó en batalla, los acorazados a la cabeza, delante del pequeño fuerte de Itapirú, que se eleva sobre la costa paraguaya.
He aquí la fisonomía de los lugares:
Detrás del fuerte, colinas cubiertas de bosques, que descienden hacia la costa del río; a derecha e izquierda se extiende y se prolonga una zona pantanosa, impracticable.
El único vado para atravesar el Paraná y que se llama Paso de Patria, se encuentra en ese punto, y este vado está protegido por las baterías del fuerte. Era, pues, preciso, y de toda necesidad, destruir las fortificaciones de Itapirú para ser dueño del pasaje y poder desembarcar por costa paraguaya.
En las condiciones respectivas de los beligerantes, la empresa no podía dejar de tener buen éxito, al agrado de los aliados; así lo creía el almirante brasileño Tamandaré cuando dio la señal de ataque.
El fuego acababa de abrirse contra Itapirú, cuando un espectáculo extraño sorprendió de repente las miradas. Una larga hilera de hombres, desembocando tras la punta de la isla de Santa Ana, que se encuentra a la izquierda del fuerte, se adelanta en el río, entrando en el agua hasta la cintura. Estos hombres arrastran una barquilla, chata o lanchón, apenas perceptible. La metralla los diezma; ellos avanzan siempre y traen la barquilla hasta debajo de las baterías de Itapirú. Los que sobreviven se retiran entonces, y al instante una detonación formidable resuena abordo del lanchón.
Este acaba de trabar el combate con los buques encorazados.
He aquí la descripción que da el "Moniteur" de 20 de Mayo de esta nueva máquina de guerra, que los paraguayos han llamado chata:
"La chata paraguaya es una máquina extraña que es preciso describir: es un pontón raso, muy liso, como de 20 metros de largo, sin velas, remos, ni vapor, construido de madera de una fuerza extraordinaria. Bajo el puente se tiene el equipaje;
en medio pasa una pieza de a 68, girando sobre un eje y que apenas sale afuera; una escotilla que se abre y se cierra en tiempo oportuno, permite cargar la pieza y protege en caso de necesidad a los artilleros. Es casi inútil apuntar; basta estar en la dirección del buque que se quiere atacar; la bala rosa el agua y llega de lleno. En cuanto a la chata, que se mueve a discreción del agua, casi imperceptible, no puede ser sino difícilmente dañada por las balas enemigas. Además, está siempre bajo la protección de las baterías paraguayas".
Se ve que la chata es una máquina de destrucción de un modelo nuevo, y de un gran poder.
Una sola chata entra en línea cada día, y cada día es reemplazada por otra, que remolca ya un vapor, ya una partida de soldados paraguayos.
Durante esta lucha conmovedora, tres chatas fueron destruidas; según otra correspondencia, una sola chata ha caído en poder de los aliados. Lo que hay de cierto, es que los buques enemigos han sufrido averías y pérdidas considerables. Una bala, lanzada por la pieza de a 68, entró por un portalón, y puso fuera de combate a 34 hombres, incluso el comandante, a bordo del Tamandaré. Otra bala desmontó el cañón de 120 del Barroso.
En una palabra, gracias a la intervención inesperada de las chatas, el combate comenzado el 21 de marzo, duraba todavía al 30, sin que los brasileño-argentinos hubiesen podido forzar el paso del Paso de Patria ". (1)
Hasta aquí la revista francesa.
Como se ve, la singular hazaña de Fariña llenó el mundo, despertando unánime admiración en todas partes.
Y para que acabéis de daros cuenta de esto, oid lo que decía don Gregorio Benítez al Mariscal López, en carta datada en París el 24 de Mayo de l866:
"¡Qué gloriosa ha sido la serie de luchas que la chata paraguaya ha sostenido con tan brillante éxito contra toda la escuadra aliada, incluso los cuatro acorazados brasileños!
"Enorme efecto ha producido en Europa la noticia de que ese nuevo y redoutable engien de guerre, como llaman aquí a la chata, haya podido luchar y causar grandes destrozos a casi todos los buques blindados del Brasil, pues en Europa los acorazados gozan del mayor respeto. Hoy está a la orden del día el calificativo técnico de chata, y en todos los cafés, paseos públicos y conciertos, no se oye hablar sino de los prodigios hechos por la chata, lo que da, naturalmente, una importancia muy grande al poder real del país que la emplea.
Este suceso ha venido a destruir completamente los vestigios de duda que haya podido quedar sobre la virilidad del pueblo paraguayo y sus inmensos recursos. Antes no se quería creer nada de lo que es realmente el Paraguay. Pero ahora todo ha cambiado, como V. E. verá por las publicaciones que le adjunto». (2)
(1) Del Monde Ilustrée Nº 476. Traducción de El Semanario.
(2) Véase libro copiador de notas en mi poder.
Tal fue aquella gran página de nuestra historia.
Fariña quedó consagrado, desde entonces, como el primer artillero de nuestro ejército y como un héroe aparte entre los héroes de nuestra guerra.
Su hazaña no tiene paralelo.
Es inútil querer hacer comparaciones para medirla.
Otros habrán tenido mayor fortuna y hasta más resonante celebridad más tarde. Pero ninguno, ¡hay que decir la verdad!, ha sobrepasado el heroísmo y la capacidad del glorioso hijo de Caacupé que, en su hora, como el héroe de Camoens, surgió de las aguas del Paraná, para detener, siquiera sea por un momento, el avance triunfal del conquistador extranjero.
Nada importa el olvido en que vivió, ni la ingratitud de sus contemporáneos.
Mientras otras famas irán decreciendo, su nombre está llamado a tomar nuevo brillo en el porvenir, y su memoria dejará de pertenecernos un día, reclamada por todos los pueblos de América, como orgullo común de nuestra estirpe.
Para un gigante de su talla resulta estrecha la historia. Necesita la amplitud del canto y pertenece por entero a la Epopeya!
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- Sargento Segundo
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- Registrado: 13 Dic 2008, 01:37
último capitulo de esta extraordinaria historia...
Después de las proezas que hemos recordado rápidamente, nuestro héroe se incorporó a la artillería pesada de Itapirú.
El arma a que pertenecía restó brillo a su carrera, ya que no tuvo ocasión de lucirse, como otros, en las innumerables batallas de la cruenta campaña. Y así, muchas de sus hazañas pasaron inadvertidas, si es que no fueron atribuidas a sus jefes. Si dispusiera de tiempo, podría citar muchos casos concretos. Pero no hace falta. Sus hechos notorios bastan y sobran para dar extraordinado relieve a su pujante personalidad.
Cuando nuestro ejército se estableció en Rojas sobre el Bellaco del Norte, fue encargado de la artillería pesada de Paso Gómez.
Sus cañones 68 se hacían oír diariamente, con el consiguiente sobresalto del enemigo.
Cuando empezaban a ladrar los gruñones de Fariña, los aliados buscaban el fondo de sus trincheras!
Muchas veces el mismo Mariscal acudía a sus baterías, para verle hacer sus blancos prodigiosos.
En cierta ocasión le enseñó una lejana carpa, situada en un lugar denominado Naranjatyraido, ofreciéndole un premio si la hacía volar. Refinó su puntería... hizo fuego, y la carpa voló.
Allí sentaba sus reales el general Flores. Desgraciadamente, en aquel momento estaba ausente el gaucho oriental que desencadenó la tormenta.
En otra oportunidad, y habiendo aparecido por primera vez el globo de Caxias, le ordenó que le hiciera fuego.
El caso era grave. ¡ Cómo hacer la puntería hacia arriba ?
Pero había que ingeniarse, para cumplir la orden recibida. No se conocía lo imposible en nuestro ejército!
Sin mayor vacilación sujetó su cañón al tronco de un árbol, improvisó una cureña especial, y listo!
El primer proyectil pasó alto, el segundo bajo....
y el tercero... antes de dispararlo bajaba rápidamente el globo enemigo, que tan audazmente pretendía conocer los secretos de nuestro campamento.
En adelante hizo sus ascensiones, pero bien lejos, al otro lado del Bellaco Sud, fuera del alcance de los cañones de Fariña.
En la batalla del 2 de Mayo acompañó a Bruguez, como ayudante, dirigiendo con Angel Moreno nuestra artillería destacada sobre el Paso Sidra.
El 24 de Mayo protegió la penosa retirada de Díaz, y evitó la total destrucción de su columna.
El 18 de Julio contribuyó poderosamente a la masacre del enemigo, talando la selva del Sauce con las andanadas de sus grandes cañones.
Durante la batalla de Curupayty mantuvo a raya al ejército de Polidoro que, gracias a él, no se atrevió a ir más allá de su actitud amenazadora.
En fin, contribuyó, constante y eficazmente, a la defensa, manteniendo firme su fama de primer artillero, proclamada por el mismo Thompson, tan egoísta y tan parco en elogios.
Cuando la escuadra enemiga forzó el paso de Curupayty, recibió orden urgente de ir a emplazar nuevos cañones en Humaitá, así como de estirar las cadenas que obstruían el paso del Río.
Trabajos técnicos fueron estos que pusieron de manifiesto, una vez más, sus aptitudes, acreditándole como hombre preparado y de maravillosa actividad.
Más adelante, cuando abandonamos el histórico Cuadrilátero, quedó entre los últimos defensores de Humaitá.
Y cuando esta plaza hubo de ser abandonada también, recibió orden de arrojar al río los grandes cañones que no habían podido ser transportados a nuestras nuevas posiciones.
Ocurriósele un medio fácil para hacerla. Desató todas las amarras, los cargó con doble carga de pólvora, y, apuntando a la plaza, hizo fuego...
La fuerza del estampido bastó para que los cañones fueran a parar en mitad de la corriente.
¿ Después? Después Isla Poí, Laguna Verá, la agonía espantosa, los combates nocturnos, casi la muerte !
Encerrado con Martínez en una estrecha lengua de tierra, en medio de los pantanales del Chaco, y rodeados completamente por el enemigo, trató de abrirse camino hacia Timbó, para incorporarse al general Caballero que le llamaba.
¿Pero cómo hacerlo?
La Laguna Verá, que le separaba de tierra firme, estaba llena de lanchas argentinas, y la costa bien custodiada por tropas de infantería.
Cada noche se intentaba el pasaje, trabándose combates terribles, en que sucumbían casi todos, llegando algunos pocos al otro lado.
Y al día siguiente la laguna amanecía roja de sangre y cubierta de cadáveres de hombres y de mujeres. Algunas madres quedaban en el fondo de las canoas, confundidas con sus hermanos y con sus esposos, oprimiendo todavía a sus hijos inocentes sobre su corazón, en la actitud desesperada en que las sorprendió la muerte...
Pero Fariña, consiguió, al fin, forzar aquella dantesca encrucijada, llegando a Timbó, gravemente herido, Conducido a San Fenrando, fue atendido cariñosamente por el Mariscal López, quien -según nos cuenta el héroe en sus apuntes, que tengo a la vista-le hizo un obsequio de ciento cincuenta carlos cuartos, enviándolo enseguida a la Asunción para que lo curaran. Un mes después empezaron a cicatrizarse sus heridas, pidiendo enseguida que se le diera otra vez de alta en el ejército.
"Prefería, dice el héroe, vencer o morir, peleando entre mis compatriotas, a vivir arrumbado en las salas de un hospital".
Pero se le obligó a esperar su completa curación, y recién después se le dejó marchar.
El Mariscal López, que estaba ya en Lomas Valentinas, le ordenó entonces que fuera a dirigir la artillería pesada de Angostura.
Tocóle en suerte, en esta ocasión, y por última vez, habérselas con la escuadra brasileña. Pronto reconocieron los marinos imperiales al artillero rubio de Itapirú, aquel que desde un lanchón se batiera con ellos, con la mayor impavidez.
Y fueron tales y tan notorias sus proezas diarias, que Thompson no pudo menos que comunicarlas a la superioridad.
Y Fariña fu llamado Ita Ybaté, para recibir de manos del mariscal López sus despachos de teniente de marina.
Ese notable documento, último título de gloria del héroe de los lanchones, obra en mi poder.
Y queda todavía un gesto final, que corona su vida de soldado.
Después de la batalla de siete días, exterminado nuestro ejército, el enemigo rodeó por completo el reducto de Angostura, intimando rendición a sus defensores.
Thompson flaqueó desde el primer momento, debilitada su moral por las pérfidas insinuaciones del doctor Guillermo Stewart, que se había pasado al invasor.
Y los aliados, para acabar de decidirlo a entregar la plaza confiada a su honor, le permitieron que enviara una comisión de oficiales a comprobar en nuestro antiguo cuartel general la destrucción total de nuestras fuerzas y consiguiente terminación de la guerra.
Después de esto, reunió un consejo de guerra, para tomar una determinación definitiva.
Tres oficiales se opusieron al jefe extranjero que aconsejaba la entrega, "para evitar un inútil derramamiento de sangre".
El uno se llamaba Blas Fleitas, el otro José Urdapilleta y el tercero José María Fariña.
Los tres protestaron indignados contra aquella ignominia, salvando así el honor nacional.
El teniente Blas Fleitas, jinete formidable, esa misma noche se abrió paso, atropellando a los sitiadores y repitiendo la hazaña de O'Higgins en Rancagua.
El teniente Urdapilleta, arrió la bandera de la plaza, y, para que no cayera en poder del enemigo, envolvió con ella una bala de cañón y la arrojó al río.
Fariña consigna en sus apuntes sus textuales palabras en aquel supremo instante de su vida:
"Señor Comandante:
A mi modo de ver la entrega jamás puede ser honrosa, como decis, sino bochornosa; porque el deponer las armas en una guerra internacional es rendir homenaje al enemigo y, por consiguiente, constituye una cobardía. El honor está en morir o vencer peleando!".
Así habló el héroe en el último acto de su tragedia, al descender el telón sobre el postrer escenario de su vida militar.
Y la capitulación fue, a pesar de todas las protestas.
Thompson entregó sin pelear la bandera tricolor que el mariscal López, su protector y amigo, confió a su lealtad.
¡Y pensar que aquel Esfialtes inglés había de escribir la primera crónica de nuestra guerra, para ensalsarse a sí mismo y para calumniar al hombre que le había enaltecido, elevándole, desde su humilde condición de jornalero, a las más altas dignidades!
Tal es, en pocas palabras, la historia del hijo de Caacupé, que mañana vamos a dejar para siempre fundido en el bronce, esa dura carne de los héroes de verdad.
Tal vez podría agregarse que no manchó sus laureles, como tantos otros, en la desesperación de su inmerecido vencimiento.
Más grande en todo que el héroe de la Península, convertido a última hora en baqueano del enemigo, supo soportar con dignidad su cautiverio, prefiriendo ia miseria al deshonor.
Y así, pudo todavía merecer los homenajes del vencedor, que alguna vez fuera a su rancho, a invitarle a visitar las naves imperiales, para hacerle ver los rastros de su audacia y de su heroísmo.
Y gracias a esto podemos saludarle hoy como uno de los héroes más puros de nuestra guerra, sin que ningún mal recuerdo venga a arrojar sus sombras sobre su nombre esclarecido, en esta hora de su apoteosis definitiva.
Los dolores que sufrió con tanta dignidad, se truecan así en purísima gloria, contribuyendo a dar mayor relieve a su personalidad y poniendo un toque de conmovedora melancolía en esta aurora radiante de la gratitud nacional...
Permitidme ahora repetiros, para concluir, que me siento íntimamente orgulloso al ver terminada mi obra, en lo que respecta al teniente Fariña.
Triste, pobre, desconocido, lo encontré un día en mi camino. Y después de proclamar, durante trece años, su grandeza, en el libro, en la cátedra, en la prensa, lo entrego a la posteridad, en toda la integridad de su gloria imperecedera, reconocido y aclamado como uno de los actores más sobresalientes de la Epopeya Nacional.
Creo no equivocarme al pensar que una obra así, por su transcendencia moral y patriótica, basta, ella sola, para ser el honroso y total contenido de una vida. (1)
(1) Esta, conferencia fue dada en Caacupé el 26 de marzo del corriente año, festejando la inauguración del monumento erigido por su pueblo natal al héroe de los lanchones.
Bibliografía
Juan E. O`Leary. El libro de los héroes. Librería La Mundial, Asunción, 1922
Después de las proezas que hemos recordado rápidamente, nuestro héroe se incorporó a la artillería pesada de Itapirú.
El arma a que pertenecía restó brillo a su carrera, ya que no tuvo ocasión de lucirse, como otros, en las innumerables batallas de la cruenta campaña. Y así, muchas de sus hazañas pasaron inadvertidas, si es que no fueron atribuidas a sus jefes. Si dispusiera de tiempo, podría citar muchos casos concretos. Pero no hace falta. Sus hechos notorios bastan y sobran para dar extraordinado relieve a su pujante personalidad.
Cuando nuestro ejército se estableció en Rojas sobre el Bellaco del Norte, fue encargado de la artillería pesada de Paso Gómez.
Sus cañones 68 se hacían oír diariamente, con el consiguiente sobresalto del enemigo.
Cuando empezaban a ladrar los gruñones de Fariña, los aliados buscaban el fondo de sus trincheras!
Muchas veces el mismo Mariscal acudía a sus baterías, para verle hacer sus blancos prodigiosos.
En cierta ocasión le enseñó una lejana carpa, situada en un lugar denominado Naranjatyraido, ofreciéndole un premio si la hacía volar. Refinó su puntería... hizo fuego, y la carpa voló.
Allí sentaba sus reales el general Flores. Desgraciadamente, en aquel momento estaba ausente el gaucho oriental que desencadenó la tormenta.
En otra oportunidad, y habiendo aparecido por primera vez el globo de Caxias, le ordenó que le hiciera fuego.
El caso era grave. ¡ Cómo hacer la puntería hacia arriba ?
Pero había que ingeniarse, para cumplir la orden recibida. No se conocía lo imposible en nuestro ejército!
Sin mayor vacilación sujetó su cañón al tronco de un árbol, improvisó una cureña especial, y listo!
El primer proyectil pasó alto, el segundo bajo....
y el tercero... antes de dispararlo bajaba rápidamente el globo enemigo, que tan audazmente pretendía conocer los secretos de nuestro campamento.
En adelante hizo sus ascensiones, pero bien lejos, al otro lado del Bellaco Sud, fuera del alcance de los cañones de Fariña.
En la batalla del 2 de Mayo acompañó a Bruguez, como ayudante, dirigiendo con Angel Moreno nuestra artillería destacada sobre el Paso Sidra.
El 24 de Mayo protegió la penosa retirada de Díaz, y evitó la total destrucción de su columna.
El 18 de Julio contribuyó poderosamente a la masacre del enemigo, talando la selva del Sauce con las andanadas de sus grandes cañones.
Durante la batalla de Curupayty mantuvo a raya al ejército de Polidoro que, gracias a él, no se atrevió a ir más allá de su actitud amenazadora.
En fin, contribuyó, constante y eficazmente, a la defensa, manteniendo firme su fama de primer artillero, proclamada por el mismo Thompson, tan egoísta y tan parco en elogios.
Cuando la escuadra enemiga forzó el paso de Curupayty, recibió orden urgente de ir a emplazar nuevos cañones en Humaitá, así como de estirar las cadenas que obstruían el paso del Río.
Trabajos técnicos fueron estos que pusieron de manifiesto, una vez más, sus aptitudes, acreditándole como hombre preparado y de maravillosa actividad.
Más adelante, cuando abandonamos el histórico Cuadrilátero, quedó entre los últimos defensores de Humaitá.
Y cuando esta plaza hubo de ser abandonada también, recibió orden de arrojar al río los grandes cañones que no habían podido ser transportados a nuestras nuevas posiciones.
Ocurriósele un medio fácil para hacerla. Desató todas las amarras, los cargó con doble carga de pólvora, y, apuntando a la plaza, hizo fuego...
La fuerza del estampido bastó para que los cañones fueran a parar en mitad de la corriente.
¿ Después? Después Isla Poí, Laguna Verá, la agonía espantosa, los combates nocturnos, casi la muerte !
Encerrado con Martínez en una estrecha lengua de tierra, en medio de los pantanales del Chaco, y rodeados completamente por el enemigo, trató de abrirse camino hacia Timbó, para incorporarse al general Caballero que le llamaba.
¿Pero cómo hacerlo?
La Laguna Verá, que le separaba de tierra firme, estaba llena de lanchas argentinas, y la costa bien custodiada por tropas de infantería.
Cada noche se intentaba el pasaje, trabándose combates terribles, en que sucumbían casi todos, llegando algunos pocos al otro lado.
Y al día siguiente la laguna amanecía roja de sangre y cubierta de cadáveres de hombres y de mujeres. Algunas madres quedaban en el fondo de las canoas, confundidas con sus hermanos y con sus esposos, oprimiendo todavía a sus hijos inocentes sobre su corazón, en la actitud desesperada en que las sorprendió la muerte...
Pero Fariña, consiguió, al fin, forzar aquella dantesca encrucijada, llegando a Timbó, gravemente herido, Conducido a San Fenrando, fue atendido cariñosamente por el Mariscal López, quien -según nos cuenta el héroe en sus apuntes, que tengo a la vista-le hizo un obsequio de ciento cincuenta carlos cuartos, enviándolo enseguida a la Asunción para que lo curaran. Un mes después empezaron a cicatrizarse sus heridas, pidiendo enseguida que se le diera otra vez de alta en el ejército.
"Prefería, dice el héroe, vencer o morir, peleando entre mis compatriotas, a vivir arrumbado en las salas de un hospital".
Pero se le obligó a esperar su completa curación, y recién después se le dejó marchar.
El Mariscal López, que estaba ya en Lomas Valentinas, le ordenó entonces que fuera a dirigir la artillería pesada de Angostura.
Tocóle en suerte, en esta ocasión, y por última vez, habérselas con la escuadra brasileña. Pronto reconocieron los marinos imperiales al artillero rubio de Itapirú, aquel que desde un lanchón se batiera con ellos, con la mayor impavidez.
Y fueron tales y tan notorias sus proezas diarias, que Thompson no pudo menos que comunicarlas a la superioridad.
Y Fariña fu llamado Ita Ybaté, para recibir de manos del mariscal López sus despachos de teniente de marina.
Ese notable documento, último título de gloria del héroe de los lanchones, obra en mi poder.
Y queda todavía un gesto final, que corona su vida de soldado.
Después de la batalla de siete días, exterminado nuestro ejército, el enemigo rodeó por completo el reducto de Angostura, intimando rendición a sus defensores.
Thompson flaqueó desde el primer momento, debilitada su moral por las pérfidas insinuaciones del doctor Guillermo Stewart, que se había pasado al invasor.
Y los aliados, para acabar de decidirlo a entregar la plaza confiada a su honor, le permitieron que enviara una comisión de oficiales a comprobar en nuestro antiguo cuartel general la destrucción total de nuestras fuerzas y consiguiente terminación de la guerra.
Después de esto, reunió un consejo de guerra, para tomar una determinación definitiva.
Tres oficiales se opusieron al jefe extranjero que aconsejaba la entrega, "para evitar un inútil derramamiento de sangre".
El uno se llamaba Blas Fleitas, el otro José Urdapilleta y el tercero José María Fariña.
Los tres protestaron indignados contra aquella ignominia, salvando así el honor nacional.
El teniente Blas Fleitas, jinete formidable, esa misma noche se abrió paso, atropellando a los sitiadores y repitiendo la hazaña de O'Higgins en Rancagua.
El teniente Urdapilleta, arrió la bandera de la plaza, y, para que no cayera en poder del enemigo, envolvió con ella una bala de cañón y la arrojó al río.
Fariña consigna en sus apuntes sus textuales palabras en aquel supremo instante de su vida:
"Señor Comandante:
A mi modo de ver la entrega jamás puede ser honrosa, como decis, sino bochornosa; porque el deponer las armas en una guerra internacional es rendir homenaje al enemigo y, por consiguiente, constituye una cobardía. El honor está en morir o vencer peleando!".
Así habló el héroe en el último acto de su tragedia, al descender el telón sobre el postrer escenario de su vida militar.
Y la capitulación fue, a pesar de todas las protestas.
Thompson entregó sin pelear la bandera tricolor que el mariscal López, su protector y amigo, confió a su lealtad.
¡Y pensar que aquel Esfialtes inglés había de escribir la primera crónica de nuestra guerra, para ensalsarse a sí mismo y para calumniar al hombre que le había enaltecido, elevándole, desde su humilde condición de jornalero, a las más altas dignidades!
Tal es, en pocas palabras, la historia del hijo de Caacupé, que mañana vamos a dejar para siempre fundido en el bronce, esa dura carne de los héroes de verdad.
Tal vez podría agregarse que no manchó sus laureles, como tantos otros, en la desesperación de su inmerecido vencimiento.
Más grande en todo que el héroe de la Península, convertido a última hora en baqueano del enemigo, supo soportar con dignidad su cautiverio, prefiriendo ia miseria al deshonor.
Y así, pudo todavía merecer los homenajes del vencedor, que alguna vez fuera a su rancho, a invitarle a visitar las naves imperiales, para hacerle ver los rastros de su audacia y de su heroísmo.
Y gracias a esto podemos saludarle hoy como uno de los héroes más puros de nuestra guerra, sin que ningún mal recuerdo venga a arrojar sus sombras sobre su nombre esclarecido, en esta hora de su apoteosis definitiva.
Los dolores que sufrió con tanta dignidad, se truecan así en purísima gloria, contribuyendo a dar mayor relieve a su personalidad y poniendo un toque de conmovedora melancolía en esta aurora radiante de la gratitud nacional...
Permitidme ahora repetiros, para concluir, que me siento íntimamente orgulloso al ver terminada mi obra, en lo que respecta al teniente Fariña.
Triste, pobre, desconocido, lo encontré un día en mi camino. Y después de proclamar, durante trece años, su grandeza, en el libro, en la cátedra, en la prensa, lo entrego a la posteridad, en toda la integridad de su gloria imperecedera, reconocido y aclamado como uno de los actores más sobresalientes de la Epopeya Nacional.
Creo no equivocarme al pensar que una obra así, por su transcendencia moral y patriótica, basta, ella sola, para ser el honroso y total contenido de una vida. (1)
(1) Esta, conferencia fue dada en Caacupé el 26 de marzo del corriente año, festejando la inauguración del monumento erigido por su pueblo natal al héroe de los lanchones.
Bibliografía
Juan E. O`Leary. El libro de los héroes. Librería La Mundial, Asunción, 1922
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Brasil y Argentina conspiran contra el Paraguay en 1857 1º parte
Un documento del derecho internacional –por muchos años secreto- que afectó a la soberanía de la República del Paraguay y fue importante antecedente de la Guerra Grande, es conocido en la actualidad. Su texto, de absoluta claridad, explica los propósitos que mantuvieron desde sus principios los Aliados. Veamos algunas de sus cláusulas.
En primer lugar se dispuso que el documento permanezca en “completa reserva” –se insiste en dos ocasiones– dejando constancia de que era el objetivo que ambos gobiernos conocieran mutuamente las disposiciones sobre la navegación fluvial y otros aspectos de uno u otro gobierno, presuponiendo que se haga inevitable la guerra. En otras palabras, no se trataba de una simple conversación de aspectos menores ni vacuos, sino el de llevar la guerra al Paraguay, para lo cual el Brasil aportaría 8.000 hombres y la Confederación, 6.000 hombres. Incluso se dispuso a quién correspondería la dirección de la guerra, y el aspecto de los “auxilios pecuniarios“, observando los argentinos que la “Confederación solo los solicitaría si sus circunstancias financieras no le permitiesen prescindir de ellos”.
Un segundo aspecto relevante es que los agravios de ambos gobiernos fueron inicialmente por motivos de la navegación fluvial, siendo la agenda extensiva a otras declaraciones, es decir, cuestiones de conflicto real o aparente que cada gobierno trajera a la discusión; y es allí donde ingresa la cuestión de límites, exponiendo los argentinos su histórica pretensión o derecho al Chaco paraguayo, hasta la latitud 22, margen derecha del río Paraguay. Dichos territorios pertenecerían a la nación Argentina y a las provincias de Salta y Corrientes por “la naturaleza“(sic). Queda en el texto del Protocolo la constancia de los plenipotenciarios argentinos de que la guerra por la cuestión de la “libre navegación del Paraguay” era un tema secundario para la Confederación y que no se justificaría el abandono de la “política contemporizadora”(sic). En otras palabras, que solo harían alianza por cuestiones territoriales. Y en este asunto quedó clara la posición de los brasileños, la limitación de su acuerdo a las líneas del Paraná y del Bermejo.
Un tercer aspecto, el de la supuesta neutralidad expuesta por los argentinos. Se trataba de que, si alguno de los dos países iniciara la guerra por sí solo, el Gobierno argentino quedaría neutral. Sin embargo, quedó claramente establecido que el territorio de Corrientes quedaría libre para el paso del Ejército brasilero en la “parte contigua al territorio que allí ocupan los paraguayos, y el facilitar al Ejército y Escuadra Brasilera todas las provisiones de que careciesen y pudieran comprar en el territorio argentino”. Es decir, no existía “neutralidad” ante la posibilidad de que Corrientes se transforme en la gran proveedora de las fuerzas brasileras, como claramente se expresa en el Protocolo… “y pudieran comprar en el territorio argentino”.
El Protocolo, que por primera vez es publicado in extenso, aclara muchas cuestiones tanto de los argentinos y los brasileños, y acerca de la cultura de la integración que pudiera abrevar en estos principios o repudiarlos, depende el caso. Cuando Francisco Solano López se enteró que Paranhos estaba negociando en San José, escribió una serie de cartas a sus amigos anunciándoles que “más tarde o más temprano tendrán ustedes una guerra contra nosotros”. Y así fue, penosamente. (Cartas a Nicolás Calvo, Lorenzo Torres, Capitán Morice, Juan y Alfredo Blyth, etc. Ver Con la rúbrica del Mariscal, J. Livieres Argaña, tomos IV y V, 1970).
Origen documental. En la Argentina, la historiadora Liliana Brezzo abordó el tema en su obra La Argentina y el Paraguay, 1852-1860, editorial Corregidor; y en nuestro medio, el Dr. Washington Aswell, en el Anuario de la Academia Paraguaya de la Historia, año 2007, institución de la que fue presidente. Lamentablemente, no se ha publicado hasta el presente el texto íntegro, por lo que me parece una necesidad poner en conocimiento de los interesados, un documento clave de la historia del Paraguay. El texto proviene del archivo abierto de la biblioteca del Ministerio de Relaciones Exteriores de la República Argentina, legajo Guerra de la Triple Alianza, Caja 1, fs, 3/12. Los archivos brasileños aún lo mantienen en secreto, como toda información sobre la Guerra Grande, lamentablemente. El texto del Protocolo secreto es el siguiente:
PROTOCOLO
A los catorce días del mes de diciembre de mil ochocientos cincuenta y siete, en esta ciudad del Paraná, reunidos con la Secretaría de Estado de Relaciones Exteriores los Plenipotenciarios de la Confederación Argentina, doctores Don Santiago Derqui y don Bernabé López, y el Plenipotenciario de S.M. el Emperador de Brasil, Consejero José María da Silva Paranhos, acordaron consignar por escrito el resultado de sus conferencias, sobre los medios que sus respectivos Gobiernos deben emplear para obtener de la República del Paraguay una solución satisfactoria de las cuestiones pendientes, que dicen respecto a la navegación fluvial común así como las declaraciones que en nombre de uno y otro Gobierno hicieron los mismos Plenipotenciarios, presuponiendo el caso de que se haga inevitable la guerra para conseguir aquel fin que tanto interesa a los dos países y a la civilización y comercio en general.
Fue acordado al mismo tiempo, que este documento se deberá conservar en la más completa reserva y es destinado solamente para dar a conocer a los dos Gobiernos cuáles son las circunstancias y disposiciones que se halla uno y otro para con la República del Paraguay de cuenta que, en cualquier caso puedan mutuamente juntarse todos los buenos oficios propios de las benévolas y estrechas relaciones que tan felizmente existen entre ellos y los pueblos cuyos destinos presiden.
Siendo una obligación contraída por el Imperio del Brasil y la Confederación Argentina, en los Convenios de Alianza de 1851, confirmada y de nuevo estipulada en el Tratado de 7 de marzo de 1856, y en la Convención fluvial de 20 del mes de noviembre del presente año, la invitación y empleo de todos los medios al alcance de cada uno de los dos Gobiernos para que los otros Estados ribereños y especialmente la República del Paraguay,adhieran a los mismos principios de libre navegación así como a los medios de hacerlos efectivamente útiles, acordaron dichos Plenipotenciarios:
1º. En que el Gobierno de la Confederación Argentina fundándose en las sobredichas estipulaciones y en las condiciones especiales que existen entre él y el de la República del Paraguay, por el tránsito libre de que goza la bandera Paraguaya en las aguas del Paraná, pertenecientes a la misma Confederación y por el Tratado de 29 de julio de 1856, reclamara de dicha República que por su parte abra el Río Paraguay a todas las banderas y adopte en relación al tránsito común las franquicias y medios de Policía y fiscalización que son generalmente empleados y se hallan estipulados en la Convención fluvial de 20 de noviembre entre la Confederación y el Imperio del Brasil.
2º. En que el Gobierno de la Confederación así como el del Brasil mantendrán dicha reclamación con el mayor empeño posible, quedando sin embargo libre a cada uno de ellos el cuidar que sus reclamaciones lleguen al punto de salir de las vías diplomáticas y comprometer el estado de paz en que se hallan con aquel Estado vecino, visto que el Gobierno de la Confederación y el Imperial no están aún de acuerdo sobre la hipótesis del recurso a la guerra.
3º. En que, para hacer posible como tanto desean ambos Gobiernos una solución pacífica de las cuestiones pendientes con la República del Paraguay, respecto de la navegación fluvial, podrá uno y otro dejar de insistir sobre la concesión general y limitar en último caso sus reclamaciones, á que el Gobierno Paraguayo, garanta efectivamente toda su libertad de tránsito á sus respectivas banderas, según los medios indicados en la Convención fluvial de 20 del mes de noviembre del presente año, invocando cada Gobierno su derecho perfecto á ese libre tránsito, en vista de los tratados vigentes entre ellos y el de aquella República.
4º. En que, la reclamación del Gobierno de la Confederación, será hecha de un modo que coincida con la misión especial que el Gobierno de S.M. el Emperador del Brasil envía ahora a la República del Paraguay con la reclamación que en el mismo sentido y al mismo tiempo dirija el Gobierno del Estado Oriental del Uruguay.
Considerando el caso que el Gobierno de la República del Paraguay no se preste a un acuerdo amigable con ninguno de los dos Gobiernos declaró el Plenipotenciario Brasilero que el Gobierno Imperial, está por su parte dispuesto a echar curso de medidas coercitivas y aún a recurrir a la guerra, si los reglamentos Paraguayos, no fuesen modificados de conformidad con los ajustes de 6 de abril de 1856, celebrados entre el Imperio y la República y de la manera tan razonable y eficaz que ofrece la Convención que acaba de ser firmada con la Confederación.
Que en esta eventualidad que muchos lamentarán, desearía el Gobierno Imperial estar unido y de perfecto acuerdo con su antiguo aliado el de la Confederación, visto que las circunstancias y los intereses de los dos países son casi idénticas con relación a la República del Paraguay.
Los Plenipotenciarios Argentinos respondieron que, a pesar de las graves consideraciones que habían hecho preferir a su Gobierno el actual estado de cosas a un rompimiento con el Gobierno del Paraguay, estaba dispuesto a aliarse al Imperio, en la hipótesis arriba mencionada, si la guerra tuviese por objeto poner término no sólo a la cuestión fluvial, sino también a la de límites, esto es, obtener la satisfacción de todos los derechos e intereses actualmente desconocidos y ofendidos por la República del Paraguay, para con la Confederación Argentina.
La guerra teniendo sólo por fin la libre navegación del Paraguay en la que el interés de la Confederación es secundario y remoto para su actual falta de comercio en aquellas direcciones, no sería popular en su país; no justificaría al Gobierno Argentino ante la opinión pública nacional de abandonar la política contemporizadora que se ha prescripto hasta hoy, a pesar de los graves perjuicios que resultan del deplorable sistema en que insiste el Gobierno Paraguayo.
El Plenipotenciario Brasilero respondió, que el Gobierno Imperial entendía también que impelidos el Brasil y la Confederación a una guerra por la obstinación del Gobierno del Paraguay, con la guerra deberían terminar todas las cuestiones pendientes. Pero que teniendo presente la naturaleza oficial de las cuestiones de límites ya que sobre este punto no hay identidad de interés, entendía también el Gobierno Imperial de que debía quedar libre a cada uno de los dos aliados el proceder a ese respecto como juzgase conveniente, sin que por eso dejasen de prestarse eficazmente todos los buenos oficios que estuvieren á su alcance para ese fin.
Que una alianza de los dos Estados para trazar sus fronteras con el Paraguay, Estado más débil que cualquiera de ellos, sería odiosa y podría comprometer seriamente los resultados que ambos se prometen obtener.
Que la cuestión fluvial era de alta importancia para los dos países, y quien apreciare bien la alianza en todas sus consecuencias morales y bajo el punto de vista de los intereses comunes, no tendría razón para juzgarla impopular.
Que el Gobierno Imperial no conocía la cuestión de límites de la Confederación, y tal vez, tampoco el Gobierno Argentino, conozca la cuestión análoga del Imperio, no obstante que esta ha sido ampliamente discutida en los protocolos que precedieron a los ajustes desde abril del año pasado.
Que ambos gobiernos sentirán gran repugnancia en constituirse jueces de un aliado sobre intereses de una naturaleza tan grave y especial.
Persistiendo los Plenipotenciarios Argentinos en su parecer, el Plenipotenciario Brasilero, declaró, que a pesar de las poderosas razones que en el concepto del Gobierno Imperial aconsejan el acuerdo que se rehúsa por parte de la Confederación, no dudaba aceptar como empeño común de la alianza el reconocimiento de la frontera de los dos países en la Confederación pudiese limitar en exigencia a las líneas del Paraná y del Bermejo, que fueron ajustadas por un tratado en 1852, desistiendo del resto del territorio que le contacta con la República del Paraguay, en compensación del territorio de las Misiones de que la misma República está en posesión, visto que de otro modo será muy difícil obtener el reconocimiento del Gobierno Paraguayo, y puedan surgir complicaciones con Bolivia, que también alega derechos a una parte de ese territorio.
fuente: www.abc.com.py
Un documento del derecho internacional –por muchos años secreto- que afectó a la soberanía de la República del Paraguay y fue importante antecedente de la Guerra Grande, es conocido en la actualidad. Su texto, de absoluta claridad, explica los propósitos que mantuvieron desde sus principios los Aliados. Veamos algunas de sus cláusulas.
En primer lugar se dispuso que el documento permanezca en “completa reserva” –se insiste en dos ocasiones– dejando constancia de que era el objetivo que ambos gobiernos conocieran mutuamente las disposiciones sobre la navegación fluvial y otros aspectos de uno u otro gobierno, presuponiendo que se haga inevitable la guerra. En otras palabras, no se trataba de una simple conversación de aspectos menores ni vacuos, sino el de llevar la guerra al Paraguay, para lo cual el Brasil aportaría 8.000 hombres y la Confederación, 6.000 hombres. Incluso se dispuso a quién correspondería la dirección de la guerra, y el aspecto de los “auxilios pecuniarios“, observando los argentinos que la “Confederación solo los solicitaría si sus circunstancias financieras no le permitiesen prescindir de ellos”.
Un segundo aspecto relevante es que los agravios de ambos gobiernos fueron inicialmente por motivos de la navegación fluvial, siendo la agenda extensiva a otras declaraciones, es decir, cuestiones de conflicto real o aparente que cada gobierno trajera a la discusión; y es allí donde ingresa la cuestión de límites, exponiendo los argentinos su histórica pretensión o derecho al Chaco paraguayo, hasta la latitud 22, margen derecha del río Paraguay. Dichos territorios pertenecerían a la nación Argentina y a las provincias de Salta y Corrientes por “la naturaleza“(sic). Queda en el texto del Protocolo la constancia de los plenipotenciarios argentinos de que la guerra por la cuestión de la “libre navegación del Paraguay” era un tema secundario para la Confederación y que no se justificaría el abandono de la “política contemporizadora”(sic). En otras palabras, que solo harían alianza por cuestiones territoriales. Y en este asunto quedó clara la posición de los brasileños, la limitación de su acuerdo a las líneas del Paraná y del Bermejo.
Un tercer aspecto, el de la supuesta neutralidad expuesta por los argentinos. Se trataba de que, si alguno de los dos países iniciara la guerra por sí solo, el Gobierno argentino quedaría neutral. Sin embargo, quedó claramente establecido que el territorio de Corrientes quedaría libre para el paso del Ejército brasilero en la “parte contigua al territorio que allí ocupan los paraguayos, y el facilitar al Ejército y Escuadra Brasilera todas las provisiones de que careciesen y pudieran comprar en el territorio argentino”. Es decir, no existía “neutralidad” ante la posibilidad de que Corrientes se transforme en la gran proveedora de las fuerzas brasileras, como claramente se expresa en el Protocolo… “y pudieran comprar en el territorio argentino”.
El Protocolo, que por primera vez es publicado in extenso, aclara muchas cuestiones tanto de los argentinos y los brasileños, y acerca de la cultura de la integración que pudiera abrevar en estos principios o repudiarlos, depende el caso. Cuando Francisco Solano López se enteró que Paranhos estaba negociando en San José, escribió una serie de cartas a sus amigos anunciándoles que “más tarde o más temprano tendrán ustedes una guerra contra nosotros”. Y así fue, penosamente. (Cartas a Nicolás Calvo, Lorenzo Torres, Capitán Morice, Juan y Alfredo Blyth, etc. Ver Con la rúbrica del Mariscal, J. Livieres Argaña, tomos IV y V, 1970).
Origen documental. En la Argentina, la historiadora Liliana Brezzo abordó el tema en su obra La Argentina y el Paraguay, 1852-1860, editorial Corregidor; y en nuestro medio, el Dr. Washington Aswell, en el Anuario de la Academia Paraguaya de la Historia, año 2007, institución de la que fue presidente. Lamentablemente, no se ha publicado hasta el presente el texto íntegro, por lo que me parece una necesidad poner en conocimiento de los interesados, un documento clave de la historia del Paraguay. El texto proviene del archivo abierto de la biblioteca del Ministerio de Relaciones Exteriores de la República Argentina, legajo Guerra de la Triple Alianza, Caja 1, fs, 3/12. Los archivos brasileños aún lo mantienen en secreto, como toda información sobre la Guerra Grande, lamentablemente. El texto del Protocolo secreto es el siguiente:
PROTOCOLO
A los catorce días del mes de diciembre de mil ochocientos cincuenta y siete, en esta ciudad del Paraná, reunidos con la Secretaría de Estado de Relaciones Exteriores los Plenipotenciarios de la Confederación Argentina, doctores Don Santiago Derqui y don Bernabé López, y el Plenipotenciario de S.M. el Emperador de Brasil, Consejero José María da Silva Paranhos, acordaron consignar por escrito el resultado de sus conferencias, sobre los medios que sus respectivos Gobiernos deben emplear para obtener de la República del Paraguay una solución satisfactoria de las cuestiones pendientes, que dicen respecto a la navegación fluvial común así como las declaraciones que en nombre de uno y otro Gobierno hicieron los mismos Plenipotenciarios, presuponiendo el caso de que se haga inevitable la guerra para conseguir aquel fin que tanto interesa a los dos países y a la civilización y comercio en general.
Fue acordado al mismo tiempo, que este documento se deberá conservar en la más completa reserva y es destinado solamente para dar a conocer a los dos Gobiernos cuáles son las circunstancias y disposiciones que se halla uno y otro para con la República del Paraguay de cuenta que, en cualquier caso puedan mutuamente juntarse todos los buenos oficios propios de las benévolas y estrechas relaciones que tan felizmente existen entre ellos y los pueblos cuyos destinos presiden.
Siendo una obligación contraída por el Imperio del Brasil y la Confederación Argentina, en los Convenios de Alianza de 1851, confirmada y de nuevo estipulada en el Tratado de 7 de marzo de 1856, y en la Convención fluvial de 20 del mes de noviembre del presente año, la invitación y empleo de todos los medios al alcance de cada uno de los dos Gobiernos para que los otros Estados ribereños y especialmente la República del Paraguay,adhieran a los mismos principios de libre navegación así como a los medios de hacerlos efectivamente útiles, acordaron dichos Plenipotenciarios:
1º. En que el Gobierno de la Confederación Argentina fundándose en las sobredichas estipulaciones y en las condiciones especiales que existen entre él y el de la República del Paraguay, por el tránsito libre de que goza la bandera Paraguaya en las aguas del Paraná, pertenecientes a la misma Confederación y por el Tratado de 29 de julio de 1856, reclamara de dicha República que por su parte abra el Río Paraguay a todas las banderas y adopte en relación al tránsito común las franquicias y medios de Policía y fiscalización que son generalmente empleados y se hallan estipulados en la Convención fluvial de 20 de noviembre entre la Confederación y el Imperio del Brasil.
2º. En que el Gobierno de la Confederación así como el del Brasil mantendrán dicha reclamación con el mayor empeño posible, quedando sin embargo libre a cada uno de ellos el cuidar que sus reclamaciones lleguen al punto de salir de las vías diplomáticas y comprometer el estado de paz en que se hallan con aquel Estado vecino, visto que el Gobierno de la Confederación y el Imperial no están aún de acuerdo sobre la hipótesis del recurso a la guerra.
3º. En que, para hacer posible como tanto desean ambos Gobiernos una solución pacífica de las cuestiones pendientes con la República del Paraguay, respecto de la navegación fluvial, podrá uno y otro dejar de insistir sobre la concesión general y limitar en último caso sus reclamaciones, á que el Gobierno Paraguayo, garanta efectivamente toda su libertad de tránsito á sus respectivas banderas, según los medios indicados en la Convención fluvial de 20 del mes de noviembre del presente año, invocando cada Gobierno su derecho perfecto á ese libre tránsito, en vista de los tratados vigentes entre ellos y el de aquella República.
4º. En que, la reclamación del Gobierno de la Confederación, será hecha de un modo que coincida con la misión especial que el Gobierno de S.M. el Emperador del Brasil envía ahora a la República del Paraguay con la reclamación que en el mismo sentido y al mismo tiempo dirija el Gobierno del Estado Oriental del Uruguay.
Considerando el caso que el Gobierno de la República del Paraguay no se preste a un acuerdo amigable con ninguno de los dos Gobiernos declaró el Plenipotenciario Brasilero que el Gobierno Imperial, está por su parte dispuesto a echar curso de medidas coercitivas y aún a recurrir a la guerra, si los reglamentos Paraguayos, no fuesen modificados de conformidad con los ajustes de 6 de abril de 1856, celebrados entre el Imperio y la República y de la manera tan razonable y eficaz que ofrece la Convención que acaba de ser firmada con la Confederación.
Que en esta eventualidad que muchos lamentarán, desearía el Gobierno Imperial estar unido y de perfecto acuerdo con su antiguo aliado el de la Confederación, visto que las circunstancias y los intereses de los dos países son casi idénticas con relación a la República del Paraguay.
Los Plenipotenciarios Argentinos respondieron que, a pesar de las graves consideraciones que habían hecho preferir a su Gobierno el actual estado de cosas a un rompimiento con el Gobierno del Paraguay, estaba dispuesto a aliarse al Imperio, en la hipótesis arriba mencionada, si la guerra tuviese por objeto poner término no sólo a la cuestión fluvial, sino también a la de límites, esto es, obtener la satisfacción de todos los derechos e intereses actualmente desconocidos y ofendidos por la República del Paraguay, para con la Confederación Argentina.
La guerra teniendo sólo por fin la libre navegación del Paraguay en la que el interés de la Confederación es secundario y remoto para su actual falta de comercio en aquellas direcciones, no sería popular en su país; no justificaría al Gobierno Argentino ante la opinión pública nacional de abandonar la política contemporizadora que se ha prescripto hasta hoy, a pesar de los graves perjuicios que resultan del deplorable sistema en que insiste el Gobierno Paraguayo.
El Plenipotenciario Brasilero respondió, que el Gobierno Imperial entendía también que impelidos el Brasil y la Confederación a una guerra por la obstinación del Gobierno del Paraguay, con la guerra deberían terminar todas las cuestiones pendientes. Pero que teniendo presente la naturaleza oficial de las cuestiones de límites ya que sobre este punto no hay identidad de interés, entendía también el Gobierno Imperial de que debía quedar libre a cada uno de los dos aliados el proceder a ese respecto como juzgase conveniente, sin que por eso dejasen de prestarse eficazmente todos los buenos oficios que estuvieren á su alcance para ese fin.
Que una alianza de los dos Estados para trazar sus fronteras con el Paraguay, Estado más débil que cualquiera de ellos, sería odiosa y podría comprometer seriamente los resultados que ambos se prometen obtener.
Que la cuestión fluvial era de alta importancia para los dos países, y quien apreciare bien la alianza en todas sus consecuencias morales y bajo el punto de vista de los intereses comunes, no tendría razón para juzgarla impopular.
Que el Gobierno Imperial no conocía la cuestión de límites de la Confederación, y tal vez, tampoco el Gobierno Argentino, conozca la cuestión análoga del Imperio, no obstante que esta ha sido ampliamente discutida en los protocolos que precedieron a los ajustes desde abril del año pasado.
Que ambos gobiernos sentirán gran repugnancia en constituirse jueces de un aliado sobre intereses de una naturaleza tan grave y especial.
Persistiendo los Plenipotenciarios Argentinos en su parecer, el Plenipotenciario Brasilero, declaró, que a pesar de las poderosas razones que en el concepto del Gobierno Imperial aconsejan el acuerdo que se rehúsa por parte de la Confederación, no dudaba aceptar como empeño común de la alianza el reconocimiento de la frontera de los dos países en la Confederación pudiese limitar en exigencia a las líneas del Paraná y del Bermejo, que fueron ajustadas por un tratado en 1852, desistiendo del resto del territorio que le contacta con la República del Paraguay, en compensación del territorio de las Misiones de que la misma República está en posesión, visto que de otro modo será muy difícil obtener el reconocimiento del Gobierno Paraguayo, y puedan surgir complicaciones con Bolivia, que también alega derechos a una parte de ese territorio.
fuente: www.abc.com.py
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