La Pugna Continuación de "El Visitante"

Los Ejércitos del mundo, sus unidades, campañas y batallas. Los aviones, tanques y buques. Churchill, Roosevelt, Hitler, Stalin y sus generales.
Domper
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Diario de Von Hoesslin

Los últimos días de octubre fueron frenéticos. Antes y después de las reuniones con Marschall y con Von Richthofen hubo que revisar cientos de documentos, informes y memorandos, para luego resumirlos y presentárselos al mariscal. Von Manstein era un hombre que odiaba el papeleo, pero aun más las sorpresas, y no le agradaba desconocer los temas de los que se iba a tratar. Antes de aceptar, por ejemplo, el desarrollo de los cohetes guiados Ludwig X, tuve que buscar varios ingenieros, tanto aeronáuticos como especialistas en electrónica —era como se llamaba a la nueva rama de la electricidad que se ocupaba de las válvulas de Lilienfeld— que avalasen la viabilidad del proyecto.

Por otra parte, el mariscal tenía que poner coto a las veleidades de sus compañeros del ejército. No solo la posición del gabinete no era tan segura como había sido la de Hitler o Goering, sino que Von Brauchitsch no se resignaba a que su puesto fuese únicamente ceremonial, y alentaba intrigas contra Von Manstein. Algunos militares tampoco necesitaban que se les empujase: era curioso, pero el ejército alemán, que siempre había intentado permanecer al margen de la política de los civiles, cuando se encontró en el poder empezó a portarse como un niño díscolo. Muchos mariscales veían a Von Manstein como un advenedizo con menor antigüedad —como si fuese tradición prusiana seguir el escalafón a rajatabla— y se creían con derecho a buscarse la vida por su cuenta. Incluso los que lo hacían con buena intención podían crear un peligroso precedente.

Un ejemplo fue la escuela de tácticas panzer de Blomberg.

En otoño de 1941 la mayor parte del ejército estaba inactivo: las campañas de Sudán y de Mesopotamia apenas requerían una decena de divisiones —tampoco podíamos mantener muchas más en un escenario tan alejado—, y en España solo estaba un cuerpo de ejército alemán. En los Balcanes y en Francia había contingentes importantes —aunque en el vecino país se estaban devolviendo cada vez mayores territorios al gobierno de Vichy—, pero la mayor parte de las divisiones panzer estaban en nuestro territorio, haciendo una vida muy parecida a la de guarnición, propia de tiempos de paz. El inquieto general Guderian no estaba hecho para quedarse encerrado en un despacho, y como había oído hablar de las escuelas de tácticas navales del capitán Bey, pensó que podía crear algo parecido para las divisiones acorazadas.

Sin encomendarse ni a Dios ni al diablo Guderian se hizo con un terreno cercano a Blomberg, una ciudad del corredor de Danzing, que había sido alemana hasta que el maldito tratado de Versalles nos obligó a cederla a los polacos. Allí había grandes espacios que se dedicaban a la cría de caballos. Se estaba proyectando devolver esos terrenos a sus antiguos propietarios alemanes, pero el general se adelantó, y se apropió de extensos territorios entre Blomberg e Inowrocław para su escuela, desalojando varias aldeas polacas. Guderian consiguió un par de centenares de carros de combate y de blindados, algunos procedentes de su cuerpo de ejército, otros de unidades de instrucción, de los depósitos o incluso directamente de las fábricas: cuando fue preciso Guderian hizo valer su autoridad —y su mal genio— para lograr lo que quería. También reclutó para su escuela a lo más granado de la Panzerwaffe: los mejores veteranos de sus fuerzas, y bastantes de los de Rommel: bastaba con que llegasen al Reich por cualquier motivo, fuese una licencia, un ascenso, o la necesidad de recuperarse de heridas o enfermedades, para que Guderian se los apropiase. Al general no le bastó con los veteranos y los tanques, y también “distrajo” una batería de artillería, un grupo de antitanques, otro de transportes…

Como Guderian quería que el entrenamiento fuese lo más real posible, decidió que no había nada como el fuego real. Desde luego, ni él era tan insensato como para tener un par de docenas de tanques pegándose cañonazos unos a otros, que la escuela no hubiese durado ni una semana. Por eso modificó el armamento de sus blindados, instalando cañones de 20 mm dados de baja —procedentes de Panzer II o de vehículos de reconocimiento—, y distribuyendo munición inerte y fumígena. También redujo las cargas de los cartuchos, en parte para dar menos potencia a los proyectiles y que no pudiesen perforar chapas ligeras, pero también para dificultar a puntería. Para la artillería, se conformó con viejos cañones de 75 mm capturados a los polacos, que disparaban proyectiles fumígenos o de gases irritantes. Para su compañía de antitanques sustrajo cañones de 25 mm franceses, que también recibieron munición con cargas reducidas. Aun con todo, el peligro era real: un cañonazo de 20 mm, por muy inerte que fuese, podía descabezar a un imprudente, y los proyectiles fumígenos podían atravesar los techos de los vehículos. Pero Guderian pensaba que el que hubiese un poco de riesgo impediría que los asistentes se tomasen los ejercicios como si fuesen juegos, y haría que las lecciones se aprovechasen mejor.

Con todo eso el general organizó un regimiento de instrucción, el 1.001 Panzerregiment “Blomberg”, que tenía dos batallones: el primero, reducido, solo tenía dos compañías de tanques Panzer II, otra de granaderos —que consistía en dos docenas de semiorugas, sin infantes—, una batería de cañones antitanques y otra de morteros ligeros, que montó en semiorugas. Pero si el material era malo, el personal lo compensaba: se componía de los veteranos que Guderian había rapiñado del ejército. El segundo batallón estaba mucho mejor equipado: tanques Panzer III y Panzer IV —con el armamento modificado—, semiorugas, antitanques, artillería… Pero ese segundo batallón no tenía personal, salvo el de mantenimiento: la idea era que sus vehículos fuesen usados por los asistentes a la escuela. Guderian encomendó al general Von Senger und Etterlin la dirección del establecimiento.

Luego el general Guderian ordenó a las divisiones panzer de su cuerpo de ejército que enviasen parte de su personal para tripular los blindados del segundo batallón. En la escuela, los recién llegados alumnos tuvieron que enfrentarse con los veteranos del primer batallón en combates simulados. Profesores y árbitros vigilaron esas “batallas”, en las que el primer batallón se puso las botas: sus tanques aparecían por donde menos se les esperaba, sabían buscar resguardo donde solo parecía haber un páramo cubierto de brezos, se coordinaban con sus compañeros… Después de cada ejercicio se revisaban los errores cometidos por los “aprendices” y como solucionarlos; la frase más escuchada en la cantina era “si los franceses hubiesen luchado así, estarían desfilando por Berlín”.

La escuela resultó un éxito, tanto que otros generales empezaron a importunar al mariscal Von Manstein solicitando que la escuela de Blomberg también admitiese a sus soldados, o queriendo organizar unidades similares. También hubo, como no, dinosaurios que se oponían a cualquier innovación, y que presentaron quejas porque Guderian malgastaba combustible y munición, y arriesgaba la vida de sus soldados. No hará falta decir que la carrera de esos botarates sufrió un abrupto final.

Pronto empezaron a cosecharse los frutos. No solo por lo que los tanquistas aprendieron, sino por los fallos del equipo que pusieron de manifiesto. Por ejemplo, se vio que la pésima visibilidad que tienen los tanques degradaba su rendimiento. En Oriente Medio era frecuente que los comandantes de los tanques se asomasen por la escotilla, y se vio que un tanque así conducido podía vencer a cinco tanques “normales”. Pero como se usaba munición real, enseguida hubo alguna baja por decapitación. A Von Senger no le hacía gracia perder a sus mejores hombres, y ordenó que se estudiase algún tipo de protección. Primero fueron toscos escudos soldados en el techo de sus tanques, que en cuanto se pudo fueron sustituidos por cúpulas dotadas de periscopios que daban excelente visión en cualquier dirección. Las primeras cúpulas eran apaños hechos por los armeros de la escuela que ni siquiera tenían escotillas de cierre, pero la idea era tan buena que el nuevo tipo de cúpula se incorporó en el nuevo tanque que se estaba desarrollando, el Panther, y finalmente todos los tanques del Pacto acabaron llevando la “cúpula Blomberg”.

Otra conclusión fue que los cañones de alta velocidad eran muchísimo más efectivos para el combate entre tanques que los de baja velocidad, pues sus trayectorias tensas facilitaban la puntería. Los tanquistas del primer batallón regulaban sus cañones para un alcance de 750 metros, sabiendo que alcanzarían cualquier blanco a menos de un kilómetro: les bastaba con detectar al enemigo, orientar la torre hacia ellos y disparar, sin tener que entretenerse con el telémetro. Para mayores alcances aprendieron a estimar la distancia: así sus tanques podían alcanzar a varios “enemigos” mientras los alumnos todavía estaban calculando la distancia con sus telémetros. Las enseñanzas de la escuela confirmaron la necesidad de armar nuestros tanques con cañones de alta velocidad, e indirectamente supusieron la puntilla para el Panzer III, cuyo cañón de 50 mm era poco eficaz contra la infantería: se había pensado en una versión armada con el cañón de 75 mm corto de los Panzer IV, pero tras las maniobras de Blomberg se decidió anular nuevos desarrollos del veterano Panzer III, y centrarse en modelos más pesadamente armados: el Panzer IV con cañón largo de 75 mm, el Tiger, el Panther, el Jaguar y el Lince.

En Blomberg resultaron muy efectivos los cañones antitanque: eran tan difíciles de ver que lo habitual es que solo fuesen descubiertos tras anotarse varios blancos. Pero esa eficacia solo la lograba el primer batallón. Los antitanques de los “invitados” fallaban siempre. No solo porque las posiciones que escogían eran peores, sino porque los carristas de la escuela aprendieron a luchar contra los cañones: sabían reconocer y rodear los sitios donde probablemente se escondiesen, se coordinaban con la infantería —realmente no había infantes, sino semiorugas vacíos, ya que los “juegos” de la escuela eran demasiado peligrosos para los infantes sin protección— y conseguían el apoyo de su artillería para anular a los antitanques. El primer batallón derrotaba con tal facilidad a los cañones “enemigos” que Von Senger comprendió que el cañón antitanque remolcado, como tal, era un arma a extinguir, y que debía ser sustituido por medios motorizados. En Blomberg no sobraban vehículos, pero los ingeniosos mecánicos de la escuela encontraron una solución: consiguieron unas cuantas motocicletas viejas para remolcar sus cañones. Era un apaño con el que apenas se conseguía la velocidad de un soldado andando, pero dio una bienvenida movilidad a la artillería. Como con el caso de la cúpula Blomberg, la innovación fue aceptada con entusiasmo, y tanto los cañones de Pak 40 de 7,5 cm que se estaban empezando a fabricar como los cañones de infantería iG.33 de 15 cm fueron equipados con un gancho especial para acoplarlos a una mula mecánica. Más adelante muchas piezas de artillería llevaron un pequeño motor y una rueda tractora.

También se aprendió como combatir de noche: en Palestina se habían librado varias acciones tras el ocaso, y los veteranos aprovecharon su experiencia para hacer sufrir al segundo batallón. Se probó como usar proyectiles iluminantes y reflectores para descubrir al enemigo y cegarlo.

Una tras otra, en Blomberg se probaban ideas. Algunas funcionaban bien y otras no, pero todo el ejército del Pacto se beneficiaba de sus experimentos. No menos importante, tras su paso por la escuela los regimientos panzer alcanzaron aun mayores cotas de excelencia.



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Domper escribió:Al general no le bastó con los veteranos y los tanques, y también “distrajo” una batería de artillería, un grupo de antitanques, otro de transportes…
Sin Göering para molestar no podía tomar prestado una escuadrilla de bombarderos en picado o de aviones que hicieran prácticas en esa zona, para usarlos con bombas de práctica en la coordinación tierra-aire, tareas de enmascaramiento de carros frente al reconocimiento aéreo, maniobras para evitar ataques aéreos,...

Y de paso arramblar con los 88 de la Luftwaffe.


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Domper escribió: Guderian hizo valer su autoridad —y su mal genio— para lograr lo que quería. También reclutó para su escuela a lo más granado de la Panzerwaffe: los mejores veteranos de sus fuerzas, y bastantes de los de Rommel: bastaba con que llegasen al Reich por cualquier motivo, fuese una licencia, un ascenso, o la necesidad de recuperarse de heridas o enfermedades, para que Guderian se los apropiase. Al general no le bastó con los veteranos y los tanques, y también “distrajo” una batería de artillería, un grupo de antitanques, otro de transportes…
Guderian era muy poco diplomático y no tenia buena relación con la rama de artilleria y demás, lo lógico sería que estas apropiaciones terminen en bronca entre las distintas ramas del ejército y entre los propios generales. La artilleria nunca quiso ceder por las buenas sus antitanques, y Guderian no los tenía en mucha estima al principio.

Saludos.


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¿Gusta pues la idea? ¿No os imagináis a Guderian haciendo eso?

Saludos



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Domper escribió:¿Gusta pues la idea? ¿No os imagináis a Guderian haciendo eso?

Saludos
La idea de Guderian creando una escuela de tanquista me gusta mucho. Y me parece muy acertada, pero no creo que hubiera metido artilleria de asalto o gente de otra ramas, ya que prefería ligar todo a los tanques, además que probablemente los dirigentes de las otras ramas hubieran chocado con el y se hubieran negado a ceder sus armas como por ejemplo STUGS, como pasó en realidad.

En resumen, la idea de la escuela me encanta y me parece acertada, pero ligaría a los panzers no metiendo equipo de otras ramas, excepto como equipo simulado contra el que practicar.

Saludos.


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urquhart
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Mensaje por urquhart »

Hola a todos,

creo que Guderian recuperaría en esencia las escuelas de la Reichwehr. Es cierto que un ejército tan diminuto, para los cánones de la época, y tan profesionalizado, solo podía ser la base de un ejército de leva si lso cuadros existentes eran la creme de la creme

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Que la escuela fuese un éxito no quitaba que fuese un indicio de que Von Manstein se estaba arriesgando a perder el control del ejército. Las andanzas de Guderian mostraron que el mariscal tenía que vigilar mucho más de cerca al generalato alemán, y como Von Manstein no podía llegar a todo, empezó a delegar cada vez más funciones, generalmente a jóvenes coroneles prometedores. Por ejemplo, había hecho llamar a Von Manteuffel, un magnífico oficial de la 7ª división panzer, para que estudiase las reformas del armamento del ejército.

Extrañará que tras la saga de victorias conseguidas el ejército creyese que su armamento era inadecuado, pero ya he citado en estas páginas la tremenda impresión que nos había causado el estudio de los nuevos tanques soviéticos, cuya coraza se reía de nuestros cañones. Se estaba empezando a fabricar un nuevo cañón de gran potencia, el Pak 40 de 75 mm, pero pesaba tonelada y media, el doble que el Pak 38 de 50 mm: se necesitaría un tractor incluso para moverlo dentro de la posición. Además los técnicos advertían que los tanques soviéticos admitían corazas mayores, y probablemente los británicos no les irían a la zaga. El Flak 36 de 88 mm podría con ellos, pero pesaba siete toneladas. Ni que decir tiene que dotar a la infantería con semejante monstruo era absurdo. Lógicamente, si los cañones antitanques fallaban ante los nuevos tanques, las armas de infantería no les hacían ni cosquillas.

Afortunadamente había alternativas. Una era desarrollar sistemas que disparasen proyectiles perforantes a velocidades aun mayores. De hecho se estaba empezando a fabricar un cañón ligero antitanque, el Panzerbüchse 41, que no tenía ánima cilíndrica sino cónica, de diámetro decreciente: empezaba con 28 mm y acababa con 20 mm. Eso permitía disparar pequeños proyectiles a velocidad doble que un cañón convencional. Como la capacidad de perforación de una coraza depende más de la velocidad del proyectil que de su calibre, el Panzerbüchse era mucho más potente que los rifles antitanques anteriores. Estaban en desarrollo sistemas mayores de 47/28 y de 75/50, muchísimo más potentes. Con esos cañones no todo eran ventajas: se desgastaban rápidamente, y los proyectiles necesitaban el escaso Wolframio. Además, cuando se usaban proyectiles explosivos —porque era habitual el uso de los cañones contracarro para apoyar a la infantería—, eran poco potentes.

Otra posibilidad era disparar proyectiles de pequeño calibre y alta velocidad pero con un cañón normal, usando un sistema parecido al del obús de campaña de 105 mm: para largos alcances se disparaban proyectiles de 88 mm con un casquillo que los hacía encajar en el tubo: el casquillo se desprendía al salir por la boca, los ligeros proyectiles salían del cañón a mayor velocidad, y llegaban bastante más lejos. El sistema aun no estaba perfeccionado, porque los obuses se desequilibraban y eran imprecisos; pero permitía que el mismo cañón disparase tanto proyectiles perforantes de pequeño calibre con gran velocidad —en Blomberg ya se había apreciado la gran importancia de ese factor—, como proyectiles explosivos de gran potencia.

Tanto los cañones de ánima cónica como los de casquillo desprendible perforaban las corazas mediante la fuerza bruta, es decir, con proyectiles densos y pesados a gran velocidad. Pero había otra opción: usar la energía de los explosivos. Cuando un proyectil explosivo estallaba contra una placa de blindaje lo habitual era que la potencia de la explosión se disipase en el aire, sin apenas arañar la coraza. Pero se habían diseñado unas cargas especiales, llamadas cargas huecas, que ya habían usado nuestros paracaidistas cuando asaltaron el fuerte de Eben Emael. Esas cargas “enfocaban” la explosión, lanzando un chorro de gas y partículas incandescentes que podía atravesar las placas de metal tan eficazmente como un soplete un chorro de mantequilla. Como el efecto de las cargas huecas no dependía de la velocidad de los proyectiles, podían ser lanzadas por armas muy ligeras. Nuestras compañías de armamento ya estaban diseñando varios tipos de lanzagranadas ligeros que usaban bombas de carga hueca, y que podían ser disparados desde el hombro. También se pensaba distribuir proyectiles de carga hueca a las unidades de artillería de campaña para darles capacidad antitanque. Además se estaban ensayando nuevos tipos de cañones ligeros que podían dispararlas.

Uno de esos cañones, ya probado, era un sistema sin retroceso: los paracaidistas y los brandenburger habían usado cañones sin retroceso de 75 mm en Egipto con bastante éxito. Pero tenían una velocidad inicial demasiado baja, que no afectaba a la eficacia de sus proyectiles, como ya he dicho, pero sí al alcance y sobre todo a la precisión: contra tanques en movimiento el alcance eficaz no llegaba a los 500 m. Por eso se estaba empezando a fabricar una versión más potente que combinaba la recámara de un cañón sin retroceso de 105 mm con un tubo de 88 mm: la mayor velocidad de los proyectiles aumentaba el alcance eficaz a más de mil metros.

Las pruebas del arma habían sido prometedoras: se había disparado contra uno de los tanques KV rusos desertores, y había conseguido perforar incluso la coraza frontal. A distancias inferiores a 750 metros el nuevo cañón era tan preciso como el Pak 40, y además los proyectiles eran muy efectivos contra búnkeres, y seguramente serían letales contra tropas al descubierto. Sin embargo, se habían apreciado varios inconvenientes. Algunos eran los típicos de un arma nueva: los proyectiles no tomaban bien el rayado, y a veces se atascaban en el tubo, que corría riesgo de reventar. Evidentemente, a ningún soldado le gusta manejar un arma que pueda matarle, pero los técnicos decían que podían solucionar el problema modificando el rayado del tubo, y utilizando, en lugar de las granadas de 88 mm estándares, otras que ya viniesen con las ranuras del rayado grabadas. Sin embargo, otros problemas eran consustanciales al funcionamiento del arma. Por una parte, el cañón gastaba mucho más propelente que un cañón convencional, y no eran explosivos lo que más sobraba en Alemania. Peor era que al anularse el retroceso lanzando por la tobera trasera un enorme fogonazo, se delataba la posición del cañón y, si no se era muy cuidadoso al emplazarlo, también mostraba la posición de nuestras tropas. El rebufo impedía disparar desde un lugar cerrado, como un edificio. A cambio, como el cañón sin retroceso era un arma muy ligera, se podía cambiar la posición a brazo, y al no tener retroceso podía ser montada en trípodes o incluso en vehículos ligeros. Lo que no era mala idea, pues podría dar gran movilidad a los nuevos cañones. Aun no sabíamos que la imagen del cañón Panzerabwehrücktossfreies PAR 41 en un coche Kubelwagen llegaría a convertirse en uno de los iconos de la Guerra de Supremacía.

Otra opción, de la que por ahora solo había prototipos, era el cañón de alta – baja presión, un sistema que podía lanzar bombas de mortero con cargas huecas usando cañones ligeros. Parecía un sistema tan bueno o mejor que los cañones sin retroceso, porque manteniendo la ligereza del cañón gastaba mucho menos propelente y no producía el delator fogonazo, pero suponía mayor riesgo tecnológico.

Un proyecto todavía más avanzado, pero que estaba muy verde, era el de un cohete dirigido antitanque: una especie de avioncito propulsado por un cohete, que a medida que volaba iba desenrollando un cable que le unía con unos mandos con los que el tirador lo dirigía. El cohete usaba también cargas huecas, pero mucho mayores (y por tanto mucho más potentes) que las que pudiera disparar un cañón, tenía un alcance de varios miles de metros, y si funcionaba bien, sería tan preciso como el cañón de 88 mm. Por si fuese poco el avioncito era bastante ligero, por lo que podía ser utilizado por la infantería. A decir de sus diseñadores, se trataba del arma definitiva que dejaría los tanques anticuados. A mí me parecía que ya nos habían prometido demasiadas armas definitivas, y en cualquier caso se trataba de una idea que aun estaba muy verde; pero era muestra de como los ingenieros alemanes estaban explorando todo tipo de posibilidades.

El mariscal ya había advertido a Von Manteuffel que no reparase en gastos, ya que la amenaza de los supertanques soviéticos era muy seria, pero que tuviese en cuenta que los recursos alemanes no eran ilimitados, y era urgente potenciar la capacidad antitanque de nuestras tropas. Por ello el coronel recomendó dar la máxima prioridad posible a los cañones sin retroceso. Aunque tuviesen algunos problemas, iban a estar disponibles enseguida, permitirían reforzar la capacidad antitanque de la infantería, e incluso podrían llegar a sustituir los cañones de apoyo. A cambio, el coronel aconsejó que se descartasen los cañones de ánima cónica, que eran muy potentes pero tan engorrosos como un cañón convencional, demasiado caros de fabricar y excesivamente especializados. Tan solo creía conveniente mantener temporalmente la producción del Panzerbüchse 41, hasta que pudiese ser sustituido por los cañones sin retroceso.

También aconsejó que se apoyase el diseño y producción de lanzadores de cargas huecas para la infantería, no solo por su eficacia como antitanque, sino para complementar a los cañones de acompañamiento. Asimismo, recomendaba mantener abiertas el resto de las líneas de investigación, para decidirse por unas u otras armas tras las primeras pruebas.



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Domper escribió:Que la escuela fuese un éxito no quitaba que fuese un indicio de que Von Manstein se estaba arriesgando a perder el control del ejército. Las andanzas de Guderian mostraron que el mariscal tenía que vigilar mucho más de cerca al generalato alemán, y como Von Manstein no podía llegar a todo, empezó a delegar cada vez más funciones, generalmente a jóvenes coroneles prometedores. Por ejemplo, había hecho llamar a Von Manteuffel, un magnífico oficial de la 7ª división panzer, para que estudiase las reformas del armamento del ejército.
Otros como Balck, Henrici, Raus podrían ser valorados. Y deberían pensar en Model, por su papel en las operaciones de armas combinadas y su labor de bombero.

Y ahora que se enfriaron las cosas yo repondría a Kesselring, que es un buen estratega defensivo.


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Mensaje por Domper »

Si algo no faltó a los alemanes fue un abanico de excelentes jefes. Respecto a Kesselring, se trata de un problema delicado, porque puede estar muy resentido. Aunque no pueden olvidarse sus dotes diplomáticas, y podría ser un excelente jefe en algún país ocupado.

Saludos



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Mensaje por Domper »


Problema similar era el de los fusiles de infantería. Parecía absurdo que el arma más numerosa del ejército fuese también la más vieja: la carabina (es decir, fusil corto) Máuser kar-98k, que databa del siglo anterior. De antes de la Gran Guerra ya no quedaba ningún equipo en servicio: ni cañones, ni tanques, ni aviones, ni camiones. Sin embargo, nuestros soldados seguían llevando los mismos fusiles que sus padres.

Lo malo era que nuestros posibles enemigos se estaban rearmando. En unas fotografías tomadas clandestinamente en la Unión Soviética —por uno de nuestros “diplomáticos”— se veían soldados que llevaban un fusil de nuevo modelo que carecía de maneta para el cerrojo. Eso significaba que Stalin estaba armando su ejército con fusiles de carga automática. Los norteamericanos habían adoptado también un fusil de ese tipo para su ejército, y era probable que equipasen con él a sus aliados ingleses. Era un asunto muy grave, ya que la autocarga era un antes y un después para la fusilería: no solo por la mayor cadencia de tiro, que para eso ya teníamos ametralladoras excelentes. La ventaja de la autocarga está en que el tirador no tiene que dejar de apuntar para volver a disparar, y mejora la puntería. Un francotirador con habilidad excepcional preferirá su clásico fusil de cerrojo, pero para el recluta medio, que con suerte le dará a una casa a cincuenta pasos, disponer de un fusil de autocarga multiplica su eficacia. Cuando quería tener un sueño agradable, pensaba en lo que podría ser uno de nuestros pelotones de infantes que además de las magníficas ametralladoras MG34 llevase fusiles de autocarga y lanzagranadas. Bueno, mis sueños agradables eran de otro tipo, más curvilíneos, pero nos entendemos.

Como es lógico, también en Alemania se estaban desarrollando fusiles de ese tipo, y Von Manteuffel recomendó dar mayor prioridad a sus trabajos, como era de esperar. Pero el Reich tenía una desventaja: un cartucho demasiado potente. El cartucho Máuser 7,92x51 que usábamos había sido diseñado a finales del siglo XIX, cuando las ametralladoras o la artillería de tiro rápido eran curiosidades que no habían salido del taller de diseño, y era el fusil el que dominaba en los campos de batalla. El 7,92x51 se diseñó pensando en las batallas campales decimonónicas, con líneas de fusileros disparando a la artillería enemiga, contra masas de infantería o cargas de caballería. Entonces se creía que se necesitaban alcances de más de un kilómetro: aunque era muy difícil acertar a esa distancia, con un ejército entero disparando a la vez, a algo le darían. Pero esos cartuchos potentes eran voluminosos y pesados, no podían llevarse en grandes cantidades, y además necesitaban fusiles grandes y resistentes que aguantasen su gran potencia. En resumen, que el cartucho que usábamos podía ser buena elección para ametralladoras, sobre todo las de tanques o aviones, pero era demasiado potente para nuestros soldados. Un fusil automático que lo disparase tendría que ser muy pesado —casi cinco kilos—, y en ráfagas sería casi imposible de controlar, salvo que se usase un bípode. No hará falta de lo absurdo que sería equipar a los infantes con un arma que necesitase bípodes.

El subfusil tampoco era una buena alternativa. Era excelente para el combate a corta distancia, en trincheras o en edificios, tan buena que había relegado las bayonetas a usos más prosaicos como abrir latas de comida, limpiarse las uñas o tallar recuerdos. Además era un arma muy barata, que se podía fabricar en cualquier taller mecánico. Pero no solo era un arma muy insegura, que causaba muchos accidentes, sino que usaba un cartucho de pistola tan poco potente que su eficacia a más de cien metros era cuestionable. El subfusil era una buena arma para equipar a unidades de asalto o a especialistas, pero no podía sustituir al fusil.

Lo ideal sería tener un arma que combinase las características del fusil de autocarga y del subfusil. No era fácil: los mecanismos de automatismo de los subfusiles no funcionaban con la potente cartuchería de los fusiles, ni siquiera con los de potencia reducida como el Mannlicher-Carcano italiano de 6,5x52. Desde luego, había otros sistemas de autocarga, bien usando el retroceso de los cartuchos, bien los gases producidos. Máuser y Walther habían presentado unos prototipos que funcionaban medianamente bien, pero que no eran capaces de disparar en automático, y que eran demasiado caros.

Pero Von Manteuffel creía tener un ganador. En el periodo de entreguerras nuestros armeros habían diseñado un cartucho del mismo calibre que los Máuser 98k —para aprovechar las maquinarias existentes— pero con un cartucho más corto y menos potente: el 7,92x33 “Kurtz” (corto). Ese cartucho no era lo mejor para ametralladoras, ya que tenía alcance relativamente corto, y su trayectoria no era tan tensa como la del 7,92x51. Pero el cartucho “kurtz” era suficientemente potente como para ser usado en fusiles de infantería —con escasos cambios—, y era más fácil diseñar un arma automática individual que lo usase. Haenel había desarrollado una carabina automática que usaba ese nuevo cartucho ligero. El prototipo de la Maschinenkarabiner MKb 42 fallaba más que la proverbial escopeta de feria, pero otros fabricantes estaban presentando alternativas. Si funcionaban bien, podrían llegar a reemplazar tanto a los Máuser 98k como a los subfusiles.



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Mensaje por APVid »

Domper escribió: Respecto a Kesselring, se trata de un problema delicado, porque puede estar muy resentido. Aunque no pueden olvidarse sus dotes diplomáticas, y podría ser un excelente jefe en algún país ocupado.
Si y no. Resentido con Göring, pero al ser restaurado con su antigüedad y demás podría sentirse agradecido con el nuevo gobierno (de los mariscales yo mantendría a Keeselring y a von Leeb; con más dudas a List y a Witzleben; y quizás para funciones de instrucción básica a Bock y Rundstedt).

Kesselring quizás para enviarlo al Mediterráneo (¿Italia, África, coordinación con italianos y franceses?).

Y quizás Model a España, pues siendo un experto en improvisar debería encontrarse cómodo allí.


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urquhart
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Mensaje por urquhart »

Hola a todos,

APvid, el bueno de Albert no mostraría esas dotes hasta 1943, cuando realmente convirtió su CG de la LW en el del WH en el Sur de Europa.


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APVid
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La Pugna Continuación de "El Visitante"

Mensaje por APVid »

En la LTU lleva un tiempo sirviendo en Italia donde ejerció funciones de coordinación entre diversas naciones (como en la LTR).

Su habilidad defensiva saldría más a la luz en 1943 cuando sustituyó a Rommel (este no creía que los aliados fueran tan poco agresivos de no rodear continuamente por mar las posiciones en la península) y sus líneas defensivas frenaron el avance aliado.

Pero Kesselring era un artillero metido a aviador que conocía bastante el combate terrestre.


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urquhart
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La Pugna Continuación de "El Visitante"

Mensaje por urquhart »

Hola a todos,

APVid, sí, aunque lo veo más como un diplomático. Su genio organizativo es una cualidad que se conoció más adelante. Es curios, Albert no acudió a ninguna escuela de EM, y ya en la PGM ahí que estaba metido.


Tempus Fugit
Domper
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La Pugna Continuación de "El Visitante"

Mensaje por Domper »


Todos estos asuntos estaban dejando casi sin tiempo al mariscal, que no daba abasto. Yo creo que por eso le sorprendieron las contraofensivas británicas en Portugal y en Irak. Fueron rechazadas con facilidad, pero luchando como estábamos en una guerra de prestigio, incluso los reveses menores suponían obstáculos formidables.

No faltaron buenas noticias. La mejor, sin duda, ver como el ingenio de nuestros soldados y el de nuestros aliados solventaba los inconvenientes que se presentaban. En esos días grises nacieron ideas que luego llenaron los noticiarios, como la combinación de pequeñas unidades de tanques, cañones e infantería, los aviones destruyendo los tanques enemigos con bombas incendiarias, o los aviones ametralladores, que convirtieron las noches del enemigo en pesadillas. Estas nuevas tácticas, combinadas con las aprendidas en Blomberg, prometían multiplicar la eficiencia de las armas germanas. Pero eso estaba en el futuro: la realidad es que acabábamos de sufrir dos fracasos. Menores, pero fracasos.

Probablemente el mariscal hubiese tenido que olvidarse del control de las operaciones y centrarse exclusivamente en la dirección del ejército, no como el coronel que manda a sus hombres, sino como el empresario que negocia con clientes y proveedores. Pero si había algo que odiaba Von Manstein era ese trabajo, por lo que hizo justo lo contrario: buscó a un oficial muy inteligente, el general Kurt Zeitzler. Zeitzler, uno de los generales más brillantes del ejército, era el que partiendo de la idea de Von Manstein había confeccionado los planes para el ataque a través de las Ardenas en 1940. El mariscal lo nombró segundo jefe de Estado Mayor, encomendándole esas tareas de gestión que tanto le desagradaban. Así, sin tener que perder el tiempo en reuniones, Von Manstein pudo aplicar su talento a la planificación de las futuras operaciones.

En primer lugar, había que poner orden en casa. Por ejemplo, no era lógico que el general Guderian hubiese podido desatender sus funciones como jefe de un ejército panzer para organizar la escuela de Blomberg. De hecho Von Manstein creía que el mejor puesto de Guderian no estaba al frente de una gran unidad: era un jefe difícil y un subordinado aun peor. Pero Guderian había mostrado un talento notable al desarrollar la doctrina de la guerra acorazada. Por tanto, le ofreció un puesto en el que desarrollar su talento: ser inspector de fuerzas acorazadas del Pacto de Aquisgrán. No iba a ser una tarea fácil, porque entre sus funciones también estaría la inspección de las unidades de tanques de nuestros aliados, teniendo poco por no decir ningún poder sobre ellas, aunque al menos podría vigilar y aconsejar. En Alemania, Guderian actuaría como enlace entre Zeitzler, Speer y la industria, para adaptar las necesidades del ejército a la capacidad nacional. También estaría encargado del entrenamiento de nuestros soldados de tanques, y del desarrollo de nuevas tácticas. Al general no le agradaba separarse de sus hombres, pero Von Manstein le ofreció un premio: quien desempeñase esa inspección podría ser el candidato para dirigir un futuro ejército del Pacto, para lo cual tal vez necesitase el ascenso a mariscal… Guderian se apresuró aceptar la propuesta, entendiendo que el ascenso tendría que esperar algún tiempo y dependería, lógicamente, de cómo cumpliese sus deberes. He de decir que lo hizo a plena satisfacción, y en agosto de 1942 consiguió un muy merecido bastón de mariscal de campo.



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