La Pugna Continuación de "El Visitante"

Los Ejércitos del mundo, sus unidades, campañas y batallas. Los aviones, tanques y buques. Churchill, Roosevelt, Hitler, Stalin y sus generales.
APVid
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Mensaje por APVid »

En España supongo que el maquis será más virulento en estos momentos, porque como en Yugoslavia la RAF les habrá lanzado paquetes de armamento.
Además de que hay un nuevo EPR en crecimiento en Portugal.
Domper escribió:En total los ingleses contaban con 35.000 hombres, de los que 25.000 estaban en Gran Canaria. Sin embargo, gran parte de los efectivos pertenecían a la Royal Navy o a la RAF, o formaban parte de unidades de servicios, por lo que el general Roberts, el gobernador militar, en total solo disponía de unos 16.000 combatientes.
Me extraña mucho que a estas alturas no disponga ya de una División Republicana Española formada por canarios ya más controlados y con mandos británicos.

Domper escribió:Finalmente, sobre penurias, mal lo pasarían los civiles de Lisboa si el sitio se prolongaba. Aspecto que siempre ha sido clave de la política británica cuando esos civiles no son anglosajones. Pregunta en Irlanda, por ejemplo. O en Transvaal. O en Bengala. O en Singapur. O…
Siendo europeos y en este momento es un poco complicado maltratar a los portugueses (además de la imagen para el otro Estado Novo lusófono al otro lado del Atlántico).

Por otro lado si planean una retirada no es muy adecuado hacerla en medio de población hostil; y la portuguesa lo irá siendo si sufre penurias y con Salazar en Oporto lanzando proclamas contra los ingleses. Y aquí no hay NKVD sino por el contrario parte de las tropas detrás de las líneas son portuguesas que se pueden amotinar o entregar sus posiciones.
Gaspacher escribió:Sin embargo el premio es demasiado goloso.Por la cercania de las bases españolas puede ser atacado por todo tipo de medios, desde submarinos y lanchas rapidas a acorazados y aviones.
Totalmente de acuerdo, la ruta es clara, el Estuario del Tajo; los aviones desde Galicia, norte y sur de Portugal detectarán con tiempo el convoy e informarán; se enviarán submarinos, aviones torpederos y bombarderos de picado a su encuentro, además de lanchas rápidas basadas en la costa portuguesa.
Vamos que será una Operación Pedestal semanal, con los costes que supone.

Por supuesto pueden escoltarla, enviando destructores y portaaviones que necesitan también para proteger los convoyes a Inglaterra.

Precisamente por eso a Alemania no le interesa atacar las líneas, y mantener el desgaste en la RAF y la Royal, ya que los británicos no pueden irse si no les atacan y si parece que resisten, por motivos propagandísticos hay que traer tropas y material convirtiéndolo en una fortaleza indefendible.
Es decir un punto de retirada se convierte en una base que hay que mantener y que el enemigo no va a atacar, pero que diezma los recursos imperiales para defenderla y abastecerla, aún a sabiendas de que un ataque concentrado podría abrir brecha y obligar a reembarcar.


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urquhart
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Mensaje por urquhart »

Hola a todos,

es raro que los canadienses no enviaran como fuerza especial a las Canarias a los Rocky Mountain Rangers, RMR, unidad de montaña del Royal Canadian Army.

El 1st RMR formó parte de las fuerzas de defensa de Canadá, hasta que en 1943 fue destinada a Alaska.

http://www.cmp-cpm.forces.gc.ca/dhh-dhp ... mr-eng.asp


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Mensaje por Domper »

Varias cuestiones:

En primer lugar, a pesar de las penalidades que pueda suponer para los británicos mantenerse en Portugal, es prioritario expulsar a los ingleses. Mientras sigan en Portugal son una amenaza para España, no tanto militar como políticamente. Por otra parte, la destrucción de la fuerza expedicionaria británica puede tener un gran rédito, no solo moral sino también limitar. Aparte de eso, la retirada puede suponer para la Royal Navy daños muy serios: recuerda Dunkerque o Creta dela realidad.

Respecto al maquis: los ingleses llevan tres meses en Portugal y no es tiempo suficiente para organizar una guerrilla que en 1941 (en la realidad) era testimonial: hasta 1944 el maquis no empezó a ser una molestia (que nunca una amenaza).

Del trato a los civiles portugueses ¿importó mucho lo que pudiese ocurrir con griegos o cretenses? Más adelante se hicieron bombardeos de objetivos de valor dudoso situados en países ocupados. Si además son peores (no solo morenos y católicos)… recuerda la terrible hambruna de Bengala de 1943, con un millón de víctimas, con parias agonizando a las puertas de los clubs de oficiales en los que se tomaba el té.

Respecto a los republicanos en Canarias: ya he indicado al principio que los ingleses preferían no usarlos no solo por temor a revolucionarios (más tras las matanzas de La Línea o de Las Palmas) sino porque la intención es o apropiarse de las islas, o convertirlas en un estado tutelado por los británicos. Con todo, es razonable pensar que haya algunos republicanos en unidades auxiliares. Voy a modificar el texto.

Respecto a los RMR canadienses, ya se habla del uso de una unidad especial. Pero las Canarias tienen fama de islas semitropicales, con playas y palmeritas, no de infiernos montañosos.

Saludos



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Mensaje por Domper »

En la última entrada, hay que incluir el siguiente texto:



El general Roberts reclamó refuerzos a Londres, pero la crisis de Medio Oriente reclamó las tropas disponibles. A pesar de las reticencias del gobierno británico, Roberts procedió a reclutar unidades auxiliares locales. Previamente a la Guerra Civil Española los sindicatos y los partidos políticos de izquierdas tenían gran número de afiliados, sobre todo en la capital Las Palmas y también en menor medida en localidades como Telde, aunque su presencia en el medio rural era mínima. La persecución policial había descabezado los movimientos obreros izquierdistas, pero seguía existiendo una pequeña organización clandestina y bastantes simpatizantes. Tras la conquista de la isla por los británicos se organizaron “comités antifascistas” que protagonizaron la sangrienta represión de “fascistas y enemigos de clase”, aunque la mayor parte de los asesinatos fueron cometidos por grupos de anarquistas. Aunque parecería que tras la conquista inglesa se podría crear un gobierno republicano con sede en Canarias, varios factores lo impidieron. Por una parte, las matanzas en La Línea de la Concepción y en Las Palmas tuvieron un desfavorable efecto en la opinión pública inglesa, por lo que su gobierno decidió no colaborar abiertamente con los republicanos españoles. Por otra parte, el gobierno de Churchill pretendía anexionarse las islas o, al menos, convertirlas en un estado satélite, prefiriendo no potenciar al gobierno republicano que se opondría a la anexión. En Gran Canaria la guerrilla persiguió con fiereza tanto a los “comités antifascistas” como a sus simpatizantes; varias decenas de izquierdistas fueron asesinados, algunos tras un simulacro de juicio. Finalmente, las medidas de concentración de la población causaron mucho descontento.

A pesar de ello, Roberts consiguió organizar cinco batallones de voluntarios, los primero a quinto “Batallones Auxiliares Guanches” (BAG). Estaban encuadrados por un reducido número de oficiales canadienses, auxiliados por dirigentes izquierdistas locales; también incluyeron un pequeño número de exiliados republicanos con experiencia militar. Fueron armados con una mezcla de armamento capturado y de material de origen norteamericano. Sin embargo, el principal motivo que tenían los canarios para presentarse voluntarios fue conseguir alimentos para sus familiares, encerrados en campos de concentración. Además la amenaza de la guerrilla pesó sobre su conducta. Como resultado, en las primeras operaciones en las que participaron los BAG muchos de sus soldados desertaron y se pasaron a la guerrilla. Algunas unidades desertaron al completo, y el peor incidente fue cuando tres compañías del 2º BAG se rebelaron en Gáldar y se unieron a la guerrilla, tras apresar a sus oficiales canadienses y españoles izquierdistas, que posteriormente fueron ejecutados por los guerrilleros como traidores. Finalmente se desarmó a los tres batallones de menor confianza, siendo relegados los dos restantes (el primer y tercer BAG) a cometidos auxiliares, nunca en primera línea.

La guerrilla española, cada vez más potente y organizada, había conseguido hacerse con el control del interior de las islas de Gran Canaria y La Palma, obligando a la guarnición canadiense a replegarse a las áreas costeras. En las otras dos islas menores, La Gomera y el Hierro, la actividad guerrillera era menor, pero la reducida guarnición británica tampoco conseguía controlarlas. Las guerrillas españolas se habían organizado a partir de las unidades militares que habían conseguido escapar tras la invasión inglesa. En la primavera de 1941 se había formado la brigada “Virgen del Pino” en Gran Canaria, dirigida por el teniente coronel Payeras, y el batallón “Nuestra Señora de las Nieves” en la isla de la Palma. En total contaban con unos tres mil combatientes, más una extensa red de informadores y colaboradores. También contaban con las “escuadras azules”, grupos de saboteadores que actuaban en la zona ocupada, persiguiendo sobre todo a los simpatizantes izquierdistas.



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Mensaje por Domper »


Egil Khersi. “Inferno e paradiso: la mia battaglia in Canarie”. Lo scarabeo. Roma, 2003.

Cuando en la flotilla pidieron voluntarios para “una misión muy peligrosa” no sabía en qué país de locos iba a terminar.

En la unidad ya era del dominio público el increíble logro del teniente Ferraro en Canarias: había hecho estallar un barco cargado de municiones, causando tremendos daños en la base que los ingleses tenían en Canarias. Según las fotografías aéreas, la enorme explosión no solo había arrasado el puerto y hundido varios mercantes, sino que un acorazado inglés había sido dañado, aunque no se sabía en qué grado. Según los informes de los guerrilleros españoles, el Ramillies, pues tal era el acorazado averiado, se había estrellado contra el muelle a causa de la explosión, aplastando el bulge antitorpedos, e iniciando una inundación que no había podido ser contenida, acabando el barco apoyado en el fondo. Al parecer esos informes los habían arrancado los guerrilleros a un prisionero británico. Preferí no saber de qué manera.

No hará falta decir que todos queríamos emular a Ferraro, y cuando se pidieron más voluntarios, la flotilla completa, al unísono, dio un paso al frente. Fui seleccionado, y al principio ni me imaginaba los motivos. Yo era un nadador con excelente forma física y también un experto en explosivos y en demoliciones subacuáticas, pero eso se podía decir de casi todos en la unidad. Luego supe que en mi favor pesó mi tercer amor: el primero era mi novia, Francesca. El segundo, el mar. Pero el tercero, y solo detrás de Francesca, era la montaña. Cuando tenía tiempo tomaba mis botas y mi piolet para descubrir las bellas cimas de mi tierra. Había ascendido al Monte Blanco, al Monte Rosa, al Gran Paradiso y al Cervino, además de muchas otras montañas menores.

Entonces aun no sabía que Canarias no era un paraíso tropical, con palmeras y playas de arena blanca, sino una isla volcánica con relieve infernal. Sus cimas más altas no llegaban a los dos mil metros, y a gusto nos hubiésemos reído en Aosta de esas colinas. Pero sus laderas, talladas por el fuego y el agua, formaban acantilados vertiginosos en los que sendas imposibles comunicaban los minúsculos huertos en los que los canariones –que así llamaban a los nativos– cultivaban las pocas papas con las que conseguían vivir. Ese terreno necesitaba hombres de pie firme y sin temor a las alturas, y mi afición montañera hizo que fuese seleccionado entre tantos otros.

Mi primera sorpresa fue que no viajaría en submarino. Un avión me llevó a Orán, y luego fui en tren hasta el sur de Marruecos. Un trayecto no demasiado largo en coche me dejó en el aeródromo de Tarfaya, en cuya explanada se acumulaban cazas y bombarderos. Junto a un hangar reconocí la maciza silueta de un Marsupiale, un Savoia Marchetti SM.82, de la media docena que mantenían el puente aéreo con la isla de Tenerife. Abracé a mis compatriotas mientras los españoles cargaban el gran avión hasta los topes con provisiones, municiones, y bidones de gasolina: el piloto exigió a los pasajeros que olvidasen el vicio del tabaco por unas horas, si no querían humear más de la cuenta. El gran avión se arrastró por larga pista, ganando velocidad lentamente hasta que consiguió elevarse; uno de los tripulantes me dijo luego que a los Marsupiale les faltaba potencia, pero que se estaba probando una versión con motores BMW de prestaciones increíbles.

El avión se elevó solo unas decenas de metros antes de dirigirse hacia el norte, para escapar a la vigilancia de los radares ingleses de Lanzarote. Volando a pocos metros sobre las olas, el aparato se sacudía como en una montaña rusa. Aun tardó una hora en ascender a alturas más cómodas. Tras dar un amplio resguardo a Lanzarote, el avión siguió hacia su destino, Tenerife. Tuvimos otro susto cuando de repente el Savoia giró bruscamente para esconderse en una nube: según el piloto, había divisado un hidroavión inglés. Unas horas después pudimos ver la altísima silueta del pico Teide, un gran volcán, mayor que el Etna, que se eleva en el centro de Tenerife. A sus pies una accidentada cordillera prolongaba la isla hacia el nordeste, y en un amplio paso que separaba el gran cono del Teide de los agrestes cerros de la extremidad nororiental –los picos de Anaga– se hallaba el aeródromo de Los Rodeos, nuestro destino. Para aproximarnos el piloto tuvo que meter el avión entre la niebla y luego bajar. Yo temía que un error de cálculo lanzase al avión contra alguna de las peñas negras que, afiladas como cuchillos, había visto pasar bajo la panza del Savoia; pero cuando se abrieron las nubes vimos ante nosotros una larga pista en la que el aparato tomó tierra sin dificultad.

Mientras el avión aterrizaba vi que los alrededores de la pista estaban llenos de embudos causados por bombas, y pude reconocer los restos quemados de lo que parecían dos trimotores. Cuando carreteábamos nos cruzamos con un SM.81 que despegaba rumbo al Sáhara, y por fin nos detuvimos en un lado de la pista. Inmediatamente después un enjambre de españoles llegó corriendo para descargar el avión: los suministros que llevaba eran más valiosos que el oro, y en cualquier momento podía llegar un intruso inglés. En coches, carros de caballos e incluso carretas de mano la carga fue alejada de la pista. Una vez vacía la bodega del aparato, hicieron subir a varias decenas de hombres amarrados con cadenas: luego supe que eran prisioneros canadienses. Sin más ceremonias, el aparato despegó y se perdió entre las nubes.



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Mensaje por Gaspacher »

¿Prisioneros? Raro es que no se limitasen a rebanarles el pescuezo...


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Mensaje por urquhart »

He pensado lo mismo.

Los prisioneros capturados por las guerrillas en Gran Canaria, deberían ser trasladados a Tenerife, vía aérea o marítima. Si es vía aérea, obliga a los aviones que partan de TNF a aterrizar y permanecer unos minutos en GC, expuestos a fuego enemigo. Vía marítima, los enlaces entre ambas islas serán con medios ligeros, siempre expuestos a la aparición de patrulleros Imperiales.

Si el auxilio se realiza mediante submarinos, como tb podría entenderse de la presencia de al menos dos en la narración, lo lógico es que el SS emerja, suelte la carga, y no pierda tiempo en recoger prisioneros, una maniobra que puede demorar y convertir al SS en blanco del tipo Diana Flotante.

Con la experiencia de la GCE, lo más lógico es que el suministro se haga como en el Santuario de Nuestra Señora de la Cabeza o en Belchite, donde destacaría Carlos Haya


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Mensaje por Domper »

Paciencia. Tened paciencia.



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Mensaje por Domper »


Tras descender del avión me acompañaron a la cercana localidad de San Cristóbal de La Laguna. La preciosa ciudad fue la primera de las muchas sorpresas que recibí. Yo esperaba ver un pueblo polvoriento, de tonos ocres, con casuchas desmoronándose al pie de una peña: algo así como las aldeas sicilianas que dormitaban bajo el sol. En su lugar encontré una preciosa ciudad colonial, similar a las postales que había visto de las capitales hispanoamericanas, en un paisaje de verde lujuriante. El sargento Román, un tipo muy simpático, me explicó que los españoles llevaban medio milenio en Canarias, y que las ciudades que habían construido en las islas habían sido el laboratorio en el que se ensayó la urbanización del Nuevo Mundo.

Me habían asignado al sargento como ayudante porque entendía bastante bien mi lengua, y juro por mi madre que al principio lo necesité. Dicen que el español y el italiano son las lenguas romances más parecidas, y eso parece leyendo textos o carteles. Pero si en Tarfaya apenas entendí a los españoles, comprender lo que decían los canarios, con su particular dialecto, me pareció batalla perdida.

El sargento era un hombre bajito, atezado y rechoncho, pero una mirada más detenida no descubría ni un gramo de grasa en su cuerpo. Era un tinerfeño que durante la Guerra Civil Española había combatido en una división mixta de flechas y camisas negras, y acabando por entender bastante bien mi lengua. Había luchado codo a codo con mis compatriotas en Santander, en Aragón y en el Ebro. Tras la guerra había vuelto a su Tenerife natal, solo para ser reclutado de nuevo cuando los herejes, digo, los ingleses –se me está pegando el habla de estas tierras– invadieron su patria.

—Mire, mi tenente…

—Sottotenente.

—Perdone, mi teniente, pero en España sotttotenente es subteniente, que es poco más que un sargento, y yo a usted le veo poca pinta de suboficial.

—Sargento, en Italia sottotenente es menos que tenente pero más que…

—¡Acabáramos! Usted es un alférez.

—Sottotenente —le repliqué, un tanto divertido por el descaro del hombre.

—Para mí usted es un alférez, y no hay más que hablar. Mi alférez, usted se sorprenderá de encontrar un chicharrero hablando su bella lengua ¿no? Me parece que sí. Si parlo un po‘di italiano es porque en la guerra, en la Guerra Civil quiero decir, me mandaron a una brigada de flechas. Ahí no tuve otro remedio que aprender a chapurrear su parla.

Le felicité por el dominio de mi lengua, y Román siguió con su verborrea.

—Yo no fui suboficial de carrera, sino un sargento provisional. Cuando se produjo el Glorioso Alzamiento reclutas sobraban, pero faltaban sargentos y oficiales, y se crearon academias donde nos estampillaban para el cargo en unas semanas. Como fui uno de los primeros voluntarios de Falange de las islas, y caí en gracia al mandamás, me envió para el curso de sargento provisional de San Roque, cerca de Gibraltar, cuando en el Peñón aun ondeaba la bandera hereje. Avanzada la guerra me designaron voluntario para irme con los flechas negras, y con ellos peleé por toda España. Al acabar la guerra me desmovilizaron sin más ceremonias, y me volví para mi tierra. Aquí estaba cuando los herejes…

—Querrá decir los ingleses.

—Herejes fueron, son y serán, que ya tendrá el gusto de conocerlos. Herejes paganos que odian a la Santa Iglesia y que se divierten matando a los heridos, violando mujeres y robando a ancianos. Como le decía, estaba en mi casa cuando los herejes, que siempre le han tenido muchas ganas a nuestras islas, se vinieron por aquí a robar y matar. A nosotros, al principio, nos dejaron en paz, porque se fueron a por los canariones. Estará mal decirlo, porque son españoles como el que más y están dando el callo como machos, pero esos canariones se lo merecían, con toda la chulería que tienen.

Yo miré con cierta extrañeza al sargento.

—No me ponga esa cara, mi alférez, que le explico. Chicharreros somos los de aquí, los tinerfeños, y canariones, los de Gran Canaria. Que valientes serán, pero aquí nos conocemos todos, y los chicharreros sabemos que los canariones se acuestan rezando para que el Teide caiga sobre nuestras cabezas, y no voy a llorar porque les haya caído a ellos. La cosa es que los herejes se tiraron a por Gran Canaria, y mal las pasaron, que aquí cuentan maravillas de como los canariones defendieron cada piedra de su isla. En Tenerife poco entretenimiento tuvimos, porque los herejes al principio no nos hicieron mucho caso. Mandaron algún barquito a cañonear el aeropuerto, que los Fiat de Los Rodeos les hacían pupa, y poco más. Pero cuando se aposentaron en la isla vecina volvieron sus ojos golosos para esta maravilla de la Naturaleza que es mi Tenerife ¿Conoce usted el valle de la Orotava? ¿No? Pena será porque no tendremos tiempo para verlo. Los ingleses también ansiaban verlo, y ya puestos, llevarse el título de propiedad, pero el notario les dijo que nones.

A esas alturas ya no sabía de qué hablaba el buen hombre, que tuvo que recapitular.

—Mi alférez, usted ya sabrá que los ingleses siempre andan buscando cualquier piedra que aflore sobre las olas para plantar su bandera y desde allí intrigar contra la única religión verdadera ¿No le extrañó que no estuviesen ya en nuestras islas? No será por no haberlo intentado, que no habrán llamado ni veces a la puerta, y siempre se han ido con un par de sopapos. La penúltima, cuando su almirante Nelson pensó que conquistar Santa Cruz sería un paseo, y en el paseo se dejó el brazo, que aun guardamos el cañón que se lo arrancó. Esta vez, como ya tenían Gran Canaria pensaron que la joya que habían robado se quedaba coja sin Tenerife. Pensaron que sería cosa de enseñar el cañón, hacer pum pum, y ya está ¡Ja!

El sargento se calentaba por momentos recordando el triunfo de Navidad.

—Fue el día del nacimiento de Nuestro Señor cuando vinieron, que esos herejes no saben respetar ni al Hijo de Dios. Trajeron dos acorazados y no sé cuántos cruceros, y empezaron a tirar pepinos de los gordos. Luego dijeron que apuntaban a la refinería y a los muelles, pero una de dos, o tenían peor puntería que un cerdo miope, o mentían como bellacos, porque le juro que los disparos cayeron como granizo por los barrios de Santa Cruz. Nuestras baterías estuvieron calladas, porque los cobardes se quedaron bien lejos, donde no podían llegar nuestros artilleros. Cuando pensaron que ya estábamos bien picados mandaron un barquito con unos soldados que llaman comandos para aceptar la rendición, fíjese que inocentes. Cuando estuvieron a tiro nuestras baterías les pusieron el cul* caliente con los petardos del quince que le metieron.

Recordé como se celebró en Italia que las baterías costeras tinerfeñas hubiesen hundido un buque de desembarco inglés.

El sargento siguió—. Como no nos rendíamos, que no sé qué se pensaban que tenemos los chicharreros entre las piernas, volvieron a ponerse lejos y a tirar de cañón. Estaban de lo más entretenidos cuando uno de sus cruceros, el Norfolk dijeron luego, saltó por los aires: un submarino alemán, que nuestros aliados habían mandado para hacernos compañía, se había acercado al crucero y le había dado su dosis de torpedos. Tiempo les faltó a los herejes para salir zumbando. Desde entonces se lo piensan dos veces antes de venir a nuestras aguas. Alguna vez han mandado de esos bandidos que llaman comandos a hacernos alguna visita, y pocos han vuelto.

Román rio antes de seguir. Pronto sabría que los españoles se reían hasta de la muerte.

—No sé en su Italia, pero aquí es de buena educación devolver las visitas, y el general Serrador, ya sabe usted, el gerifalte de estos lares, se empeñó en responder a las cortesías de los herejes.



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Mensaje por Gaspacher »

Estimado, por mucho que me encanten los fuegos artificiales como al que más :cool: :cool: , esos acorazados y cruceros llevarían una dotación de ciento veinte proyectiles por cañón, de los que al menos cuarenta o cincuenta serían perforantes por si se encontraban con algún acorazado del pacto. Tal y como has redactado el parrafo parece que hubiesen lanzado miles de proyectiles.

Tal vez podrían afinarlo un poco si te parece :guino:


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Mensaje por urquhart »

Ya estamos en 1942 entonces :?:

Las bofetadas al Imperio se las están llevando los canadienses.... mira que me caen bien....


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Mensaje por kaiser-1 »

creo que aún seguimos en el 41, pero ya nos lo aclarará el maestro. :green:


- “El sueño de la razón produce monstruos”. Francisco de Goya.
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Mensaje por APVid »

Gaspacher escribió:¿Prisioneros? Raro es que no se limitasen a rebanarles el pescuezo...
Podría ser personal cualificado al que sacar información.

Otra posibilidad es que sean quebequianos, los cuales ya están muy poco interesados en la guerra y menos desde que Francia se ha metido de lleno contra Gran Bretaña.
Podría ser un acto propagandístico enviarlos a Francia y demás. Eso metería más cuña entre canadienses y quebequianos, y quizás el gobierno canadiense empiece a pensar en que no son de fiar si los reclutan (además del follón político que están montando).


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Mensaje por Domper »

Por raro que os parezca, incluso durante la Guerra de Independencia algunos caudillos guerrilleros (como el Empecinado o Espoz y Mina) intentaban mantener con vida a sus prisioneros y trasladarlos a puertos del Cantábrico para embarcarlos en buques ingleses. Por raro que os pueda parecer, ser misericordioso con los prisioneros conlleva réditos. Como mínimo, que no les importe tanto rendirse. Si hay que hacer escarmientos, ahí están los oficiales y los jefes, que a esos nadie les ha obligado a ir a la guerra.

Respecto al bombardeo artillero, con que gasten un tercio de la munición un crucero pesado disparará 320 proyectiles. Un acorazado, 240 proyectiles. En el bombardeo de Génova de la realidad, se dispararon 273 proyectiles de 381 mm, 782 de 152 y muchos de menores calibres. Aunque el efecto de los proyectiles de artillería sea limitado, no olvidéis que uno de 381 mm es más potente que una bomba aérea de 500 kg. No son fuegos artificiales.

Finalmente: seguimos en 1941; el sargento está contando batallitas pretéritas. A ver si cuenta alguna otra.

Saludos



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Mensaje por Domper »


El sargento siguió desgranando su historia. Los ingleses, aunque habían fracasado ante Tenerife, había invadido las islas occidentales, es decir, en la Palma, la Gomera y el Hierro, solo para ver que se habían metido en un buen lío. Porque palmeros, gomeros y herreños eran tan duros como el resto de los canarios. Dejaron desembarcar a los intrusos pero esperaron su ocasión. Que tampoco tardó demasiado. La guerrilla en la Palma, que estaba mandada por un capitán de la Guardia Civil, se retiró a las montañas, que en esa isla las hay y no pequeñas, hasta que los invasores se confiaron. Entonces se produjo un levantamiento que acabó con la mitad de la guarnición de la isla. Los supervivientes tuvieron que encerrarse en la capital, de la que apenas se atrevían a salir.

La Gomera y el Hierro eran islas pequeñas y poco pobladas, más fáciles de dominar, y en ellas la sublevación fue de baja intensidad: algún petardo, paqueo aislado… Lo justo para que los británicos no pensasen que había gato encerrado, pero tampoco para preocupar. Los ingleses –mejor dicho, los canadienses, porque la guarnición pasó a estar integrada por naturales de ese dominio inglés– también acabaron por relajarse. El general Roberts, que es el que está al mando de las Canarias, acabó por dejar en esas islas una guarnición reducida: por una parte sus tropas estaban metidas en Gran Canaria en una guerra de guerrillas a gran escala, y necesitaban a cada soldado. Por otra, los envíos de suministros a esas islas se revelaron muy arriesgados: el Teide era un magnífico observatorio desde el que se podía ver cualquier barco británico desde decenas de millas de distancia, para luego transmitir su posición a los submarinos alemanes y españoles, que rondaban las islas con frecuencia. Los bombarderos que hacían escala en Tenerife también suponían un serio riesgo para los ingleses. En un par de meses perdieron varios de los buques que iban hacia las islas, hasta que la Royal Navy comprendió que las comunicaciones entre islas precisaban tanta escolta como los convoyes del Atlántico. Entre la necesidad de soldados para Gran Canaria y la renuencia de los marinos a destinar tantos escoltas a una misión secundaria, Roberts no pudo dejar muchos soldados en esas islas tranquilas.

Al general Serrador no le costó mucho decidirse por la Gomera: era la isla más cercana, tan próxima que los botes de pesca podían cruzar en una noche. Además, aunque la isla fuese pequeña era muy agreste, con una montaña central de la que radiaban pequeños valles, o barrancos, como los llamaban aquí, tan encajados que la comunicación entre ellos era difícil. Muchos de los barrancos se abrían al mar en pequeñas playas o ensenadas, ideales para actividades subrepticias. Inicialmente Serrador solo quería darles un susto a los ingleses para obligarles a dispersar sus tropas; pero los informes que hablaban de una guarnición reducida y confiada hicieron que la operación, que al principio iba a ser solo una incursión, se hiciese más ambiciosa. Tras conseguir el beneplácito de Madrid, el general decidió reconquistar la isla.

La guarnición enemiga consistía en un batallón que estaba desplegado casi al completo en la capital –San Sebastián–, y en sus aledaños. Además a los canadienses no se les había ocurrido mejor idea que organizar un par de compañías auxiliares con españoles renegados. Renegados había, pero también había entre ellos buenos patriotas que desde un primer momento se pusieron de acuerdo con los guerrilleros, informándoles de todo lo que se cocía en el horno canadiense. Los ingleses creían que controlaban la única bahía practicable de la isla, pero había por lo menos una decena de pequeñas playas y embarcaderos, unos más cercanos, otros más alejados, que estaban en la salida al mar de los barrancos. Los canadienses no los vigilaban, probablemente por no conocer su existencia, pero tal vez por no tener suficientes soldados para controlarlas: aunque la Gomera pareciese un remanso de paz, tras lo de Gran Canaria y La Palma los enemigos no se atrevían a dejar guarniciones de menos de una sección, y hubiesen necesitado por lo menos una brigada para vigilarlo todo.

Serrador escogió el embarcadero de la Rajita. Sí, como suena, la Rajita era el nombre del lugar –Román se reía cuando me lo contó–. Ahí había una playa de cantos y un pequeño malecón que habían servido de punto de embarque para exportar las frutas de la zona. El lugar estaba al sur de la isla, y solo quedaba a unas treinta millas del puerto tinerfeño de Los Cristianos: la distancia que un bote de pesca a motor podía recorrer en una noche. Además el embarcadero estaba en un barranco profundísimo, y bastaba con situar centinelas en los riscos para protegerse contra visitas indiscretas.

La resistencia gomera recibió la orden de cesar en sus ataques casi por completo. Tan solo emprendió algunas acciones en el norte de la isla, para despistar. Mientras, una pequeña armada de botes y canoas empezó a cruzar. Primero pasó una compañía de voluntarios canarios, formada por pastores que sabían moverse entre las peñas: ellos reconocieron el terreno y prepararon todo para la llegada, en las noches siguientes, de un batallón de infantería, un tabor marroquí y una batería de montaña. Aunque el submarino Mola prestó protección a la abigarrada armada, la Royal Navy brilló por su ausencia: se lo pensaba dos veces antes de acercarse a Tenerife.

Una vez en la playa la columna española se adentró en la montaña central, donde pudo descansar, reagruparse, y prepararse para caer sobre los desprevenidos ingleses. Los gomeros condujeron a los soldados españoles por los inverosímiles caminos que, tallados en las paredes de la isla, comunicaban las angostas terrazas agrícolas. Con marchas nocturnas en las que recorrían senderos excavados en los acantilados y atravesaban pequeños túneles, los atacantes rodearon los puestos avanzados enemigos, y la primera noticia que tuvieron los canadienses de la incursión española fue cuando poco antes del amanecer del doce de octubre la capital fue atacada. Las escuadras azules se habían infiltrado entre los renegados, y durante la noche liquidaron el puesto de mando, incluyendo al teniente coronel que les mandaba, y destruyeron la radio. Las dos compañías canadienses que estaban en San Sebastián despertaron con los españoles por las calles. No eran enemigo para los tiradores de Ifni, y en poco menos de una hora en la ciudad se izaba la bandera de España. A las demás posiciones enemigas, que habían quedado aisladas, se les dio dos opciones: o rendirse, o ser tratadas como ellos habían tratado a los guerrilleros. La mayoría de los canadienses se rindió. Los otros se quedarán en la isla para siempre. Aun tuvieron fortuna los canadienses, porque aun no se sabía lo que habían hecho con Payeras.

Pero tras la conquista de la Gomera el general Serrador no cometió el error inglés: la isla era una posición excesivamente expuesta que no valía la pena conservar. En las noches siguientes la fuerza expedicionaria volvió a Tenerife, trayendo consigo casi medio millar de prisioneros. Justo a tiempo, porque no tardó en aparecer una escuadra inglesa que apoyó el desembarco de dos batallones. No encontraron resistencia, pero una corbeta se comió una mina de las plantadas por un par de bous en la bocana del puerto de San Sebastián. En la isla las guerrillas se retiraron a la montaña sin ofrecer resistencia… para preparar una nueva trampa.



Tu regere imperio fluctus Hispane memento

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