La Pugna Continuación de "El Visitante"
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En un principio los hindúes podrían escapar de esa trampa retirándose a través de Persia pues no creo que los británicos hiciesen mucho caso de la soberanía persa.
saludos
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A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Dada la idiosincrasia de la gente del lugar yo no me retiraría a través de un país de aquel lugar ni harto de lo que se siembra por allí. Si avanzas, todo son sonrisas mientras esconden los puñales. Si te retiras, ves primero los puñales y luego las sonrisas.
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Sería lo lógico, pero ten en cuenta que la distancia es muy grande: 1.000 km hasta Paquistán. Aunque la retirada fuese solo por la costa hasta alguno de los puertos iraníes del Golfo Pérsico, estamos hablando de cientos de kilómetros. Aparte que si Inglaterra no respeta neutralidades, tal vez Alemania tampoco lo haga.Gaspacher escribió:En un principio los hindúes podrían escapar de esa trampa retirándose a través de Persia pues no creo que los británicos hiciesen mucho caso de la soberanía persa.
Saludos
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Ya, pero Persia ya disponía de unos ferrocarriles bastante avanzados, la presencia británica a través de la Anglo Iranian oil company era muy importante, y el propio Shah Reza Pahlevi debía a los británicos su puesto. Asumiendo claro esta que como menciono Domper, los sucesos no nombrados siguen el curso histórico original. La ayuda persa podría por lo tanto ser importante aun desde la neutralidad, tan solo volviendo la cabeza hacia otro lado en el momento adecuado.
Saludos
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Desde luego una retirada británica a través de Persia no sería como la de Annual, pero tampoco un camino de rosas, porque probablemente contaría con la hostilidad del régimen y el acoso alemán.
El acoso alemán, obvio: bastaría con seguir presionando para apresar a buena parte de la retaguardia. Respecto a la hostilidad del régimen, aun no ha habido invasión de Irán y sigue en el poder el Shah Reza Khan, que no era lo que se dice probritánico. En este escenario, con los alemanes al otro lado de la frontera, supongo que el Shah exigiría neutralidad estricta. No tendría fuerza para oponerse a los ingleses, lo que le pondría en un buen conflicto ¿aceptará las accioens inglesas como hechos consumados? ¿declarará la guerra para de paso hacerse con parte de Paquistán, clásicamente ambicionado desde Teherán? ¿los alemanes le obligarán a declarar la guerra?
Respecto a los ferrocarriles, no había ninguno que fuese desde el golfo Pérsico a Paquistán. El principal era el transiranio que unía Abadán con la Unión Soviética, pero que de poco serviría a los ingleses. Por eso el movimiento lógico sería retirarse hacia Bushehr, en la costa del Golfo Pérsico, a unos 300 km de distancia, aunque sin ferrocarril. Porque mediante ferrocarril el puerto más cercano es Bandar Abbás, en el estrecho de Ormuz, pero requeriría dar un rodeo por la capital.
Afortunadamente los ingleses cuentan con un as en la manga. Premio para el que lo recuerde.
Saludos
El acoso alemán, obvio: bastaría con seguir presionando para apresar a buena parte de la retaguardia. Respecto a la hostilidad del régimen, aun no ha habido invasión de Irán y sigue en el poder el Shah Reza Khan, que no era lo que se dice probritánico. En este escenario, con los alemanes al otro lado de la frontera, supongo que el Shah exigiría neutralidad estricta. No tendría fuerza para oponerse a los ingleses, lo que le pondría en un buen conflicto ¿aceptará las accioens inglesas como hechos consumados? ¿declarará la guerra para de paso hacerse con parte de Paquistán, clásicamente ambicionado desde Teherán? ¿los alemanes le obligarán a declarar la guerra?
Respecto a los ferrocarriles, no había ninguno que fuese desde el golfo Pérsico a Paquistán. El principal era el transiranio que unía Abadán con la Unión Soviética, pero que de poco serviría a los ingleses. Por eso el movimiento lógico sería retirarse hacia Bushehr, en la costa del Golfo Pérsico, a unos 300 km de distancia, aunque sin ferrocarril. Porque mediante ferrocarril el puerto más cercano es Bandar Abbás, en el estrecho de Ormuz, pero requeriría dar un rodeo por la capital.
Afortunadamente los ingleses cuentan con un as en la manga. Premio para el que lo recuerde.
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Como no acierto ni queriendo diré que es Arabia Saudí.
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Ni por asomo. Saludos.
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¿La URSS invade Irán?
PD: ¿hay mapas de la campaña iraquí para seguirla?
Y espero que no se les ocurra ir por Makran como Alejandro.Domper escribió:Sería lo lógico, pero ten en cuenta que la distancia es muy grande: 1.000 km hasta Paquistán.
No solo Irán tenía pocas líneas férreas sino que además había pocas locomotoras.Domper escribió:Respecto a los ferrocarriles, no había ninguno que fuese desde el golfo Pérsico a Paquistán. El principal era el transiranio que unía Abadán con la Unión Soviética, pero que de poco serviría a los ingleses. Por eso el movimiento lógico sería retirarse hacia Bushehr, en la costa del Golfo Pérsico, a unos 300 km de distancia, aunque sin ferrocarril. Porque mediante ferrocarril el puerto más cercano es Bandar Abbás, en el estrecho de Ormuz, pero requeriría dar un rodeo por la capital.
PD: ¿hay mapas de la campaña iraquí para seguirla?
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No los he hecho (ando liadísimo). Habrá que tirar de Google Maps.
Saludos
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La 20ª División del Ejército de la India fue una división organizada durante la Segunda Guerra Mundial, que fue destruida en la batalla de Kerbala.
La derrota de Suez y la pérdida de Palestina obligaron a formar apresuradamente un ejército con el que reconquistar Irak, por lo que la división fue organizada en Bangalore bajo el mando del general Douglas Gracey en agosto de 1941, como parte del XXXIII Cuerpo de Ejército de la India. La 20ª división fue formada tomando como núcleo a la 32ª brigada de infantería, a la que se unieron las nuevas brigadas 51ª y 53ª. Poco después estas dos últimas fueron separadas para formar la 25ª división de infantería, siendo sustituidas por las 80ª y 100ª brigadas. Estas brigadas eran unidades provisionales de reclutas con escasa experiencia, a las que se unieron, una vez en Irak, algunos supervivientes de la antigua 5ª división, casi completamente destruida en Suez.
La insignia de la división era una mano empuñando un tulwar (sable hindú), en blanco sobre fondo negro.
La división había empezado su entrenamiento en el sur de la india, cuando el deterioro de la situación militar en Irak hizo que fuese trasladada a Basora, donde fue transferida al XXI cuerpo de ejército. Tomó posiciones en la orilla derecha del río Éufrates, defendiendo la franja de tierra entre el lago salado Razzaza y el río. El día 3 de diciembre la 18ª división de infantería motorizada alemana atacó las líneas de la división en Faluyah. La 20ª rechazó el ataque alemán; sin embargo la 15ª Panzer, que había rodeado el lago salado, cercó a la 20ª. La 80ª brigada quedó rodeada en la ciudad de Kerbala, rindiéndose cuatro días después. El resto de la división intentó retirarse a la otra orilla del río, pero apenas 4.000 soldados consiguieron cruzarlo, entre los que no se encontraba el general Gracey, que fue capturado. Dado el estado de desorganización en que se encontraba la división el general Alexander renunció a reconstruirla, y sus soldados fueron distribuidos como reemplazos.
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Capítulo 33
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La Batalla del Atlántico
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Recuperación británica (marzo a octubre de 1941)
El final de las operaciones en el Mediterráneo permitió la vuelta al Atlántico de las decenas de submarinos enviados a las costas egipcias para apoyar la ofensiva germanoitaliana contra Suez. Los submarinos, además, comenzaron a operar desde bases en la costa norte española, lo que aumentaba su permanencia en el Atlántico Central. El mayor número de submarinos presentes hizo temer una repetición de las batallas de Octubre de 1940, de infausto recuerdo para la Royal Navy.
Sin embargo, contrariamente a lo esperado por el almirante Doenitz, los submarinos no consiguieron repetir los grandes éxitos de los “Tiempos felices” del otoño anterior. La gran expansión de la fuerza submarina germana había obligado a la incorporación masiva de submarinistas cuya preparación no había sido tan completa como la de los formados durante la preguerra, con lo que la efectividad de la flota disminuyó: la mayor parte de los hundimientos fueron conseguidos por un número reducido de unidades, mientras que demasiados submarinos volvían de sus patrullas sin conseguir dañar al enemigo. Además el mes de marzo de 1941 Doenitz perdió tres de sus ases: Prien y Schepke, que se fueron al fondo con los U-49 y U-100, y Kretschmer, capturado tras ser hundido el U-99 que comandaba.
Mientras la experiencia de los submarinistas alemanes empeoraba, la eficiencia de los escoltas británicos aumentaba. Las graves pérdidas sufridas en el otoño anterior habían llevado a cambios en las tácticas británicas. El más importante fue la creación de grupos de escolta estables, que mejoraron la coordinación y la efectividad de los buques y de sus tripulantes. Los esfuerzos británicos se potenciaron por el incremento de los buques disponibles, gracias a la llegada de antiguos destructores norteamericanos, y a la entrega de gran número de corbetas clase Flower construidas en astilleros británicos y canadienses. La marina canadiense, que había pasado de disponer de once buques en 1939 a casi un centenar a finales de 1941, tomó un papel cada vez mayor en la escolta de convoyes. Algunos de los nuevos buques estaban tripulados por noruegos, holandeses, españoles y franceses exiliados. La mayor implicación de la US Navy, que protegía los convoyes al oeste de Islandia, permitió que los buques británicos y canadienses se concentrasen en los accesos occidentales. Los submarinistas alemanes habían recibido órdenes estrictas de evitar enfrentarse a los norteamericanos, y aunque los destructores estadounidenses atacaron en varias ocasiones a los U-Boot, estos no respondieron. Ambas partes silenciaron los incidentes, pues la opinión pública, a pesar de los esfuerzos del presidente Roosevelt, seguía siendo partidaria de la neutralidad. En cualquier caso la intervención estadounidense compensó parcialmente la retirada de los buques de escolta destinados a los convoyes de Portugal, y dificultó todavía más las operaciones submarinas alemanas.
Inicialmente los grupos de escolta estaban constituidos por dos o tres destructores o cañoneros, y media docena de corbetas o “trawlers” (pesqueros de altura convertidos en buques antisubmarinos). Sin embargo los grupos de escolta raramente contaban con más de seis buques en activo, ya que el resto de las unidades tenían que ser reparadas de los daños causados por la acción del enemigo o por el mal tiempo. Para mejorar el entrenamiento de las dotaciones y su coordinación se creó una base en las islas Hébridas, por la que los grupos de escolta rotaban periódicamente. El mayor número de escoltas disponible permitió que hubiese grupos independientes que apoyaban a los convoyes más amenazados.
También tuvieron gran repercusión en la mejora de las tácticas antisubmarinas la mayor cooperación con los aviones del Mando Costero. La detección de los sumergibles se facilitó mediante la entrada en servicio de los radiogoniómetros de alta frecuencia “huff-duff”, que localizaban con gran precisión los mensajes de radio de los sumergibles enemigos, y la de los primeros equipos de radar de onda corta de tamaño reducido, que se podían instalar en buques de escolta pequeños, y que eran capaces de detectar submarinos a varias millas de distancia.
La amenaza que suponían los buques de guerra de superficie del Pacto tampoco se materializó. Aunque la escolta de los convoyes de Portugal y del Atlántico hizo que los relativamente pocos buques pesados ingleses tuviesen que estar navegando casi continuamente, lo que creó serias dificultades con el mantenimiento de los barcos, las incursiones de los barcos de guerra del Pacto fueron escasas: tras las averías causadas en el acorazado Scharnhorst en marzo de 1941, las frustradas salidas del acorazado Bismarck en el mismo mes, y la infructuosa de una división de cruceros italianos en Julio, las flotas paneuropeas permanecieron en sus bases. Tan solo el crucero español Canarias tuvo una intervención destacada cuando atacó un convoy cerca de las Azores en el mes de julio. Más grave fue la actuación de cruceros mercantes camuflados, alemanes y españoles, que operaban desde las bases de la costa sur de España. La necesidad de escoltar a los convoyes de Portugal y el Atlántico reclamó a la mayor parte de los cruceros británicos, y la caza de los corsarios tuvo que ser emprendida por cruceros auxiliares (buques mercantes armados), que no eran capaces de medirse con los potentes cruceros auxiliares alemanes y españoles: el HMS Hector se perdió en un enfrentamiento con el español Dómine (que a su vez quedó gravemente dañado y tuvo que ser abandonado), el HMS Kaninbla se perdió con toda su dotación en aguas australianas tras enfrentarse al crucero auxiliar alemán Kormoran (que también se hundió), y el HMS Voltaire fue hundido por el alemán Thor.
La invasión de Portugal
Durante los primeros meses de 1941 los submarinos alemanes comenzaron a operar desde las costas españolas. En Galicia hay grandes ensenadas, llamadas rías, que ofrecen inmejorables bases a los buques de guerra. En ellas había dos grandes puertos comerciales (la Coruña y Vigo), una de las principales bases navales españolas (el Ferrol del Caudillo), y una decena de puertos de menor tamaño y de instalaciones navales auxiliares, siendo la principal la Escuela Naval de Marín.
Sin embargo las comunicaciones de Galicia eran malas, dependiendo de dos vías de ferrocarril de bajo rendimiento, por lo que la mayor parte de los suministros necesarios para los buques de guerra tenían que ser llevados mediante navegación de cabotaje a lo largo de la costa cantábrica. Tanto el Coastal Command de la RAF como los destructores y buques ligeros de la Royal Navy atacaron a los pequeños convoyes costeros. Tras el combate del Cabo de Ajo, en el que una flotilla de destructores ingleses destruyó un convoy formado por dos bous y tres mercantes, se reconoció la necesidad de aumentar la protección de la costa cantábrica. Con la colaboración de la Kriegsmarine se tendieron grandes campos de minas que protegían un estrecho corredor junto a la costa, y se establecieron bases para aviones de caza de largo radio de acción (siendo las principales las de Rozas, la Morgal, Llanes y Albericia). A pesar de ello los barcos encargados del cabotaje sufrieron pérdidas importantes, por lo que los elementos más importantes (repuestos o torpedos) eran enviados por ferrocarril. A pesar de las dificultades, a partir de mayo de 1941 se establecieron en Marín las flotillas 3ª y 6ª de submarinos, cuyos sumergibles podían mantenerse dos días más en las zonas de operaciones, al estar Galicia más al oeste. Además en el aeródromo de Lavacoya se basó un grupo de aviones de reconocimiento de largo radio de acción Focke Wulf 200 que operaron en el Atlántico Central y hasta cerca de las costas islandesas.
En Andalucía, en la costa sur española, había también varios puertos importantes y dos grandes bases navales: la de Cádiz y la de Gibraltar, cuyas instalaciones habían sido reconstruidas parcialmente. Además las bases estaban mucho mejor comunicadas por ferrocarril, y sobre todo por vía marítima a través del estrecho de Gibraltar y del mar Mediterráneo. Al estar las bases muy alejadas de Inglaterra no podían ser vigiladas por aviones, y la presencia de submarinos ingleses no era constante. Por ello el Pacto decidió concentrar en las costas andaluzas la mayor parte de sus buques de superficie. Además en Cádiz se estableció la 2ª flotilla de submarinos, que actuó en las costas africana y americana y consiguió notables éxitos.
La amenaza que suponían las bases en las costas españolas fue uno de los factores que más pesaron en la decisión de invadir Portugal. La operación fue preparada con gran sigilo, consiguiendo sorprender a españoles y alemanes, por lo que los primeros convoyes apenas sufrieron pérdidas. En menos de quince días empezaron a operar desde Portugal aviones de reconocimiento que vigilaron la salida tanto de buques de superficie como de submarinos del Pacto, y bombarderos que atacaron repetidamente tanto las bases navales (sufriendo muchas bajas) como las comunicaciones ferroviarias entre Galicia y el centro de España. La destrucción de un túnel ferroviario en el Bierzo y de un puente en Zamora aislaron temporalmente las bases gallegas del centro de España.
Sin embargo la campaña de Portugal, que requería muchos refuerzos y grandes cantidades de suministros, añadió un pesado lastre a las fuerzas de escolta. En las semanas siguientes al desembarco los submarinos y las lanchas rápidas que operaban desde las costas gallegas atacaron a los convoyes de Portugal produciéndoles sensibles pérdidas. La última semana de septiembre el convoy JV.22 sufrió el hundimiento de siete de sus doce buques, y se calcula que ese mes los británicos perdieron uno de cada cinco barcos enviados a Portugal. La situación empeoró cuando en octubre la Luftwaffe desplegó en Galicia una escuadrilla de aviones torpederos He 111, que el 12 de octubre atacaron al convoy VJ.19 (que volvía de Lisboa a Bristol) hundiendo tres mercantes y dos corbetas de escolta. Los intentos de enviar barcos rápidos que navegasen independientemente fueron abortados por los aviones Focke Wulf, que además mantuvieron bajo vigilancia a los convoyes durante la mayor parte de su viaje. Estas pérdidas eran insostenibles, por lo que se decidió reforzar la defensa de los convoyes. También se modificó su derrota, y en lo sucesivo dieron un gran rodeo para mantenerse fuera del alcance de los Heinkel, aunque alargaba la duración de los viajes y requería el doble de buques mercantes y de escolta.
Un problema añadido fue que la escasa capacidad de descarga del puerto de Lisboa obligaba a que, en lugar de enviar un reducido número de convoyes con muchos barcos, fuese preciso formar gran número de convoyes con pocos buques (con un máximo de doce a quince) que requerían, proporcionalmente, más buques de escolta: se calcula que en noviembre los convoyes de Portugal absorbían la cuarta parte de los barcos de escolta disponibles, a pesar de lo cual fueron hundidos la octava parte de los mercantes enviados a Lisboa.
Ese mes se produjo un cambio en las tácticas de la Kriegsmarine (al parecer por consejo del capitán de fragata Carrero Blanco, jefe de operaciones de la Armada Española). Hasta entonces los submarinos solían evitar a los barcos de escolta, y solo los atacaban cuando la ocasión era muy favorable o como medida defensiva. A partir de noviembre los submarinos alemanes atacaron deliberadamente a los buques de escolta antes de dirigirse contra los barcos mercantes. Las corbetas inglesas, que tenían que vigilar la periferia de los convoyes, estaban especialmente expuestas. En dos meses fueron hundidos trece barcos de escolta (tres destructores, dos “sloops” (cañoneros), siete corbetas y un pesquero armado, y fueron averiados tres destructores y dos cañoneros. Ese periodo fue reflejado en la novela bélica “The Cruel sea” (Mar cruel) de Nicholas Monsarrat, en el que describe su experiencia en la corbeta HMS Campanula, hundida por un submarino el 4 de diciembre de 1941.
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Recuperación británica (marzo a octubre de 1941)
El final de las operaciones en el Mediterráneo permitió la vuelta al Atlántico de las decenas de submarinos enviados a las costas egipcias para apoyar la ofensiva germanoitaliana contra Suez. Los submarinos, además, comenzaron a operar desde bases en la costa norte española, lo que aumentaba su permanencia en el Atlántico Central. El mayor número de submarinos presentes hizo temer una repetición de las batallas de Octubre de 1940, de infausto recuerdo para la Royal Navy.
Sin embargo, contrariamente a lo esperado por el almirante Doenitz, los submarinos no consiguieron repetir los grandes éxitos de los “Tiempos felices” del otoño anterior. La gran expansión de la fuerza submarina germana había obligado a la incorporación masiva de submarinistas cuya preparación no había sido tan completa como la de los formados durante la preguerra, con lo que la efectividad de la flota disminuyó: la mayor parte de los hundimientos fueron conseguidos por un número reducido de unidades, mientras que demasiados submarinos volvían de sus patrullas sin conseguir dañar al enemigo. Además el mes de marzo de 1941 Doenitz perdió tres de sus ases: Prien y Schepke, que se fueron al fondo con los U-49 y U-100, y Kretschmer, capturado tras ser hundido el U-99 que comandaba.
Mientras la experiencia de los submarinistas alemanes empeoraba, la eficiencia de los escoltas británicos aumentaba. Las graves pérdidas sufridas en el otoño anterior habían llevado a cambios en las tácticas británicas. El más importante fue la creación de grupos de escolta estables, que mejoraron la coordinación y la efectividad de los buques y de sus tripulantes. Los esfuerzos británicos se potenciaron por el incremento de los buques disponibles, gracias a la llegada de antiguos destructores norteamericanos, y a la entrega de gran número de corbetas clase Flower construidas en astilleros británicos y canadienses. La marina canadiense, que había pasado de disponer de once buques en 1939 a casi un centenar a finales de 1941, tomó un papel cada vez mayor en la escolta de convoyes. Algunos de los nuevos buques estaban tripulados por noruegos, holandeses, españoles y franceses exiliados. La mayor implicación de la US Navy, que protegía los convoyes al oeste de Islandia, permitió que los buques británicos y canadienses se concentrasen en los accesos occidentales. Los submarinistas alemanes habían recibido órdenes estrictas de evitar enfrentarse a los norteamericanos, y aunque los destructores estadounidenses atacaron en varias ocasiones a los U-Boot, estos no respondieron. Ambas partes silenciaron los incidentes, pues la opinión pública, a pesar de los esfuerzos del presidente Roosevelt, seguía siendo partidaria de la neutralidad. En cualquier caso la intervención estadounidense compensó parcialmente la retirada de los buques de escolta destinados a los convoyes de Portugal, y dificultó todavía más las operaciones submarinas alemanas.
Inicialmente los grupos de escolta estaban constituidos por dos o tres destructores o cañoneros, y media docena de corbetas o “trawlers” (pesqueros de altura convertidos en buques antisubmarinos). Sin embargo los grupos de escolta raramente contaban con más de seis buques en activo, ya que el resto de las unidades tenían que ser reparadas de los daños causados por la acción del enemigo o por el mal tiempo. Para mejorar el entrenamiento de las dotaciones y su coordinación se creó una base en las islas Hébridas, por la que los grupos de escolta rotaban periódicamente. El mayor número de escoltas disponible permitió que hubiese grupos independientes que apoyaban a los convoyes más amenazados.
También tuvieron gran repercusión en la mejora de las tácticas antisubmarinas la mayor cooperación con los aviones del Mando Costero. La detección de los sumergibles se facilitó mediante la entrada en servicio de los radiogoniómetros de alta frecuencia “huff-duff”, que localizaban con gran precisión los mensajes de radio de los sumergibles enemigos, y la de los primeros equipos de radar de onda corta de tamaño reducido, que se podían instalar en buques de escolta pequeños, y que eran capaces de detectar submarinos a varias millas de distancia.
La amenaza que suponían los buques de guerra de superficie del Pacto tampoco se materializó. Aunque la escolta de los convoyes de Portugal y del Atlántico hizo que los relativamente pocos buques pesados ingleses tuviesen que estar navegando casi continuamente, lo que creó serias dificultades con el mantenimiento de los barcos, las incursiones de los barcos de guerra del Pacto fueron escasas: tras las averías causadas en el acorazado Scharnhorst en marzo de 1941, las frustradas salidas del acorazado Bismarck en el mismo mes, y la infructuosa de una división de cruceros italianos en Julio, las flotas paneuropeas permanecieron en sus bases. Tan solo el crucero español Canarias tuvo una intervención destacada cuando atacó un convoy cerca de las Azores en el mes de julio. Más grave fue la actuación de cruceros mercantes camuflados, alemanes y españoles, que operaban desde las bases de la costa sur de España. La necesidad de escoltar a los convoyes de Portugal y el Atlántico reclamó a la mayor parte de los cruceros británicos, y la caza de los corsarios tuvo que ser emprendida por cruceros auxiliares (buques mercantes armados), que no eran capaces de medirse con los potentes cruceros auxiliares alemanes y españoles: el HMS Hector se perdió en un enfrentamiento con el español Dómine (que a su vez quedó gravemente dañado y tuvo que ser abandonado), el HMS Kaninbla se perdió con toda su dotación en aguas australianas tras enfrentarse al crucero auxiliar alemán Kormoran (que también se hundió), y el HMS Voltaire fue hundido por el alemán Thor.
La invasión de Portugal
Durante los primeros meses de 1941 los submarinos alemanes comenzaron a operar desde las costas españolas. En Galicia hay grandes ensenadas, llamadas rías, que ofrecen inmejorables bases a los buques de guerra. En ellas había dos grandes puertos comerciales (la Coruña y Vigo), una de las principales bases navales españolas (el Ferrol del Caudillo), y una decena de puertos de menor tamaño y de instalaciones navales auxiliares, siendo la principal la Escuela Naval de Marín.
Sin embargo las comunicaciones de Galicia eran malas, dependiendo de dos vías de ferrocarril de bajo rendimiento, por lo que la mayor parte de los suministros necesarios para los buques de guerra tenían que ser llevados mediante navegación de cabotaje a lo largo de la costa cantábrica. Tanto el Coastal Command de la RAF como los destructores y buques ligeros de la Royal Navy atacaron a los pequeños convoyes costeros. Tras el combate del Cabo de Ajo, en el que una flotilla de destructores ingleses destruyó un convoy formado por dos bous y tres mercantes, se reconoció la necesidad de aumentar la protección de la costa cantábrica. Con la colaboración de la Kriegsmarine se tendieron grandes campos de minas que protegían un estrecho corredor junto a la costa, y se establecieron bases para aviones de caza de largo radio de acción (siendo las principales las de Rozas, la Morgal, Llanes y Albericia). A pesar de ello los barcos encargados del cabotaje sufrieron pérdidas importantes, por lo que los elementos más importantes (repuestos o torpedos) eran enviados por ferrocarril. A pesar de las dificultades, a partir de mayo de 1941 se establecieron en Marín las flotillas 3ª y 6ª de submarinos, cuyos sumergibles podían mantenerse dos días más en las zonas de operaciones, al estar Galicia más al oeste. Además en el aeródromo de Lavacoya se basó un grupo de aviones de reconocimiento de largo radio de acción Focke Wulf 200 que operaron en el Atlántico Central y hasta cerca de las costas islandesas.
En Andalucía, en la costa sur española, había también varios puertos importantes y dos grandes bases navales: la de Cádiz y la de Gibraltar, cuyas instalaciones habían sido reconstruidas parcialmente. Además las bases estaban mucho mejor comunicadas por ferrocarril, y sobre todo por vía marítima a través del estrecho de Gibraltar y del mar Mediterráneo. Al estar las bases muy alejadas de Inglaterra no podían ser vigiladas por aviones, y la presencia de submarinos ingleses no era constante. Por ello el Pacto decidió concentrar en las costas andaluzas la mayor parte de sus buques de superficie. Además en Cádiz se estableció la 2ª flotilla de submarinos, que actuó en las costas africana y americana y consiguió notables éxitos.
La amenaza que suponían las bases en las costas españolas fue uno de los factores que más pesaron en la decisión de invadir Portugal. La operación fue preparada con gran sigilo, consiguiendo sorprender a españoles y alemanes, por lo que los primeros convoyes apenas sufrieron pérdidas. En menos de quince días empezaron a operar desde Portugal aviones de reconocimiento que vigilaron la salida tanto de buques de superficie como de submarinos del Pacto, y bombarderos que atacaron repetidamente tanto las bases navales (sufriendo muchas bajas) como las comunicaciones ferroviarias entre Galicia y el centro de España. La destrucción de un túnel ferroviario en el Bierzo y de un puente en Zamora aislaron temporalmente las bases gallegas del centro de España.
Sin embargo la campaña de Portugal, que requería muchos refuerzos y grandes cantidades de suministros, añadió un pesado lastre a las fuerzas de escolta. En las semanas siguientes al desembarco los submarinos y las lanchas rápidas que operaban desde las costas gallegas atacaron a los convoyes de Portugal produciéndoles sensibles pérdidas. La última semana de septiembre el convoy JV.22 sufrió el hundimiento de siete de sus doce buques, y se calcula que ese mes los británicos perdieron uno de cada cinco barcos enviados a Portugal. La situación empeoró cuando en octubre la Luftwaffe desplegó en Galicia una escuadrilla de aviones torpederos He 111, que el 12 de octubre atacaron al convoy VJ.19 (que volvía de Lisboa a Bristol) hundiendo tres mercantes y dos corbetas de escolta. Los intentos de enviar barcos rápidos que navegasen independientemente fueron abortados por los aviones Focke Wulf, que además mantuvieron bajo vigilancia a los convoyes durante la mayor parte de su viaje. Estas pérdidas eran insostenibles, por lo que se decidió reforzar la defensa de los convoyes. También se modificó su derrota, y en lo sucesivo dieron un gran rodeo para mantenerse fuera del alcance de los Heinkel, aunque alargaba la duración de los viajes y requería el doble de buques mercantes y de escolta.
Un problema añadido fue que la escasa capacidad de descarga del puerto de Lisboa obligaba a que, en lugar de enviar un reducido número de convoyes con muchos barcos, fuese preciso formar gran número de convoyes con pocos buques (con un máximo de doce a quince) que requerían, proporcionalmente, más buques de escolta: se calcula que en noviembre los convoyes de Portugal absorbían la cuarta parte de los barcos de escolta disponibles, a pesar de lo cual fueron hundidos la octava parte de los mercantes enviados a Lisboa.
Ese mes se produjo un cambio en las tácticas de la Kriegsmarine (al parecer por consejo del capitán de fragata Carrero Blanco, jefe de operaciones de la Armada Española). Hasta entonces los submarinos solían evitar a los barcos de escolta, y solo los atacaban cuando la ocasión era muy favorable o como medida defensiva. A partir de noviembre los submarinos alemanes atacaron deliberadamente a los buques de escolta antes de dirigirse contra los barcos mercantes. Las corbetas inglesas, que tenían que vigilar la periferia de los convoyes, estaban especialmente expuestas. En dos meses fueron hundidos trece barcos de escolta (tres destructores, dos “sloops” (cañoneros), siete corbetas y un pesquero armado, y fueron averiados tres destructores y dos cañoneros. Ese periodo fue reflejado en la novela bélica “The Cruel sea” (Mar cruel) de Nicholas Monsarrat, en el que describe su experiencia en la corbeta HMS Campanula, hundida por un submarino el 4 de diciembre de 1941.
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La Pugna Continuación de "El Visitante"
Antonio Herrera Vich
El resultado de la batalla de Ciudad Rodrigo había sido agridulce. Habíamos conseguido derrotar una contraofensiva británica, y los del Atlético Aviación nos habíamos distinguido hasta decir basta, bañando a los herejes con hierros rusientes y gasolina a la flama, dando al asunto un adecuado toque de carbonilla. Pero fíjese en lo que le he dicho: “derrotar una contraofensiva”. Vamos, que primero habíamos ido nosotros, y nos habían dado sopapos hasta en la cartilla de racionamiento. En realidad, a mí no, aunque poco nos faltó en ese malhadado barrizal que llamaban aeródromo de San Fernando. Pero los guripas las habían pasado canutas, y palmó mucha gente buena de la acorazada.
Es detalle de buena educación devolver las visitas, y en eso estábamos, solo que ahora nos iban a acompañar unos amiguetes. Los teutones se habían cansado de ver los toros desde la barrera y se habían animado a saltar al albero. Además no vinieron ni dos ni tres, sino semejante tribu de aguerridos germanos que bastaría con que gritasen ¡Uh! para que los herejes saliesen pitando en busca del océano.
Mi escuadrilla se trasladó al aeródromo de Cáceres, que tenía un nombre muy rimbombante, pero me recordaba demasiado al barrizal salmantino donde casi nos atrapan los tanques de los míster. Una campa no demasiado grande, algunos hangares, y unas pocas trincheras por si teníamos visitas imprevistas. No todo era malo, porque estábamos a tiro piedra de la capital, que en cinco minutos nos plantábamos ahí con el coche del comandante, ya que ahora ya nos daban un poco de bencina para esparcimiento. Había un par de rincones cerca de la Plaza Mayor donde daban unos vinillos y un embutido que… Lástima que no pudiésemos ir muy a menudo, porque teníamos trabajo.
El trabajo, que duraba de sol a sol —menos mal que en invierno los días no daban para mucho— era pasearnos continuamente sobre Extremadura a la caza de chivatos ingleses ¿Que amanecía un avioncito de reconocimiento? Pues ahí que íbamos nosotros. Fácil no era, porque a los aviones esos los vaciaban de todo salvo de las cámaras, y volaban como si tuviesen prisa. Los Mochos —el mando había intentado que los llamásemos “Alcaudones”, pero ni caso— también corrían un rato, pero los míster llegaban tan altos y tan rápido que ni nosotros con los Mochos ni los alemanes con sus nuevos Messer —los Friedrich, la versión ‘F’ del Messer 109— les podíamos dar alcance, aunque algún susto ya se llevaron los herejes. Eso sí, mientras perseguíamos a los chivatos celestes podíamos ver los preparativos que se estaban haciendo: parecía que hubiese un tanque debajo de cada encina. No muy bien escondidos, que yo ya les diría un par de cosas a los de ahí abajo. Metían los blindados en medio de los olivares, muy bien cubiertos con hojas y redes, pero habían dejado los caminos que parecían de esas autopistas que dicen que había construido Hitler. No parecían huellas de los mulos de los labriegos, y además llenaban las carreteras caravanas de camiones y columnas e infantes —a pata en el invierno extremeño, que bien había hecho en pasarme a Aviación—. Me daba en la nariz que los míster igual se olían algo, porque con tanto buen mozo por aquí solo era cuestión de dar un par de saltitos y plantarnos en Lisboa.
Además algo les había pasado a nuestros entrañables aliados, que estaban de un rumboso que no se les conocía. A nuestros aeródromos había llegado un buen puñado de Messerschmitt 109. Eran unos pocos Friedrich y casi todos los demás de la versión Emil, y decían las malas lenguas que se trataba de platos de segunda mesa, trastos que se habían quitado de encima para cambiarlos por aviones más apetecibles; pero los que volaban los Picios aplaudían hasta con las orejas el cambio de montura, por usada que estuviese. Picios, Ratas y Chirris quedaron arrumbados en los campos de aviación, mientras sus pilotos, más contentos que unas pascuas, se pasaban a los Emil.
Nosotros también tuvimos premio porque por fin llegaron más Mochos. El comandante y yo cedimos nuestras monturas, que ya estaban un tanto aperreadas, y nos hicimos con dos Fw 190 A-2 que daba gloria verlos. Habían pulido los defectos del Mocho, y ya no nos asábamos dentro de la cabina. Los motores iban mejor, no había que mimarlos, y había veces que no se paraban en el mejor momento. Además a los aviones les habían plantado otros dos cañones del dos. Con esos cuatro cañoncitos podíamos dar un buen repaso a cualquiera que se nos pusiese delante. Entre los nuevos A-2, los viejos A-1 —que aquí no se tiraba nada salvo los Picios y algún Rata— y la llegada de nuevos pilotos, la escuadrilla se estaba poniendo hermosa. Teniendo gente nueva —nuevos realmente no, que venían de los Chirris y sabían un rato de volar— al comandante y a mí nos tocó enseñar la maniobrita esa que se le había ocurrido a mi jefe y que ahora llamaban “Ese de Salvador”. Invariablemente, cada vez que la ensayábamos con alguien le dejábamos pasmado. Hasta vino el coronel Werner Mölders, un amigo de la Guerra Civil al que nos alegró ver. Hicimos nosotros dos un combate simulado contra la escuadrilla de Mölders, y me puse una vez a sus seis, y Salvador dos o tres, sin que él pudiese ponernos un rabo. Una vez en tierra el coronel felicitó efusivamente a mi jefe, y le propuso pasar a la escuela de cazas de la Luftwaffe nada menos que como jefe de instructores, que viene a ser algo así como ser el entrenador del Real Madrid. No hará falta decir que el capitán Salvador declinó la oferta, ya que primero teníamos faena en casa.
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Ese cambio de tácticas, además de facilitar la tarea de atacar los mercantes de otros submarinos, también provocara una disminución de la cobertura antiaérea de los convoyes además de causar una sangría a la navy, que vera como sus escoltas van reduciéndose poco a pocoDomper escribió:Ese mes se produjo un cambio en las tácticas de la Kriegsmarine (al parecer por consejo del capitán de fragata Carrero Blanco, jefe de operaciones de la Armada Española). Hasta entonces los submarinos solían evitar a los barcos de escolta, y solo los atacaban cuando la ocasión era muy favorable o como medida defensiva. A partir de noviembre los submarinos alemanes atacaron deliberadamente a los buques de escolta
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Hola a todos,
me extraña que sea a finañes del año 1941 cuando los KG se dé cuenta del aumento de daño a los convoyes si las escoltas deben luchar por su propia supervivencia; pero más que sea un marino español, por mucho que fuera profesor en la Escuela de Guerra Naval y hubiera servido en las trastarars B2 y Sanjurjo.
me extraña que sea a finañes del año 1941 cuando los KG se dé cuenta del aumento de daño a los convoyes si las escoltas deben luchar por su propia supervivencia; pero más que sea un marino español, por mucho que fuera profesor en la Escuela de Guerra Naval y hubiera servido en las trastarars B2 y Sanjurjo.
Tempus Fugit
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Amén que así las dotaciones de las escoltas tendrán mucho de qué ocuparse y se priva de tripulaciones entrenadas (bueno, de parte de ellas) a las distintas flotas que apoyan a la inglesa, especialmente a la canadiense. Tripular un buque de guerra es fácil (sobre el papel), conseguir que se coordine su tripulación y sepa como cooperar con otros buques en una misión tan complicada como es la caza de submarinos es otra muy distinta que lleva su tiempo, tiempo que parece estar acabándose.
- “El sueño de la razón produce monstruos”. Francisco de Goya.
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