La Pugna Continuación de "El Visitante"

Los Ejércitos del mundo, sus unidades, campañas y batallas. Los aviones, tanques y buques. Churchill, Roosevelt, Hitler, Stalin y sus generales.
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Federico Artigas Lorenzo

Florencio seguía con su relato de la batalla de Estremoz. Porque detener a los herejes apenas había sido el principio. Ponerse detrás de un muro y resistir hasta la muerte es algo que solo requiere valor y, que quiere que le diga, no son redaños lo que más falta en España. Si algo ha pasado veces ha sido que un grupo de soldados bajitos, morenos y cabreados, es decir, españoles, se ponen detrás de una tapia y dicen “no nos da la gana irnos”, y ahí que se quedan hasta que los de enfrente se cansan o hasta que a los españoles no les queda alma en el cuerpo. Que no son tópicos, porque estuve viendo las caras que ponían los alemanes cuando el teniente Coll les contaba cosas de nuestra historia militar. No hace falta irse a la reconquista, cuando unos españoles que rezaban a Cristo y otros que oraban a Alá estuvieron dándose trompadas durante setecientos años, que se dice pronto. Cuando Portugal dijo adiós muy buenas, los españoles no se dieron por vencidos hasta ¡28 años después! Y cuando fue el turno de las colonias americanas buscarse la vida, los últimos españoles en esas tierras aguantaron veintidós años antes de dejarlo estar. Contado esto, lo de resistir un par de días en Estremoz tampoco parecía la mayor gesta militar.

Pero si defender solo necesita narices —digo narices y no cojo*** porque también ha habido unas cuantas españolas que han dicho “de aquí no me despegan ni con agua caliente”—, otra cosa es irse a por el otro, que entrar en casa ajena siempre ha tenido su cosa. Eso es lo que hizo García Valiño, y yo escuchaba embobado como lo contaba Lumbreras.



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Florencio Lumbreras Azpiroz

Cuando los gueses se dieron por vencidos, en la sierra de São Bartolomeu nos palmeábamos las espaldas diciéndonos “chicos, que buenos somos” y nos decíamos que los herejes no se atreverían a volver. Claro que no se atreverían: a García Valiño no le bastaba con saltarle los dientes a los míster, sino que ahora quería cortarles los pelendengues, usted ya me entiende. Vamos, que había que ir a por ellos. Una buena papeleta para nosotros, que íbamos a tener que perseguirles en el tren de San Fernando, un rato a pie y otro andando. Llegaron las órdenes y eran terminantes: una siestecita —quien pudiese, porque hacía un frío de bigote—, y a las cuatro nos pondríamos en marcha. Me despedí de los artilleros después de felicitarlos, pues eran solo un préstamo y no iban a poder seguirnos. Reuní a mis hombres e impartí las órdenes. Dejando atrás a unos pocos centinelas, los demás nos fuimos p’alante.

No íbamos los primeros, que algo es algo, porque la riña del día anterior había dejado la división un tanto desbarajustada. Fue a la 53 a la que le tocó la china: pasó a través de nuestras líneas y se fue a por los míster. Despacito y sin ruidos, que había que dejarles descansar tras la lucida del día anterior. Así pasó que cuando llegaron a las posiciones enemigas, los herejes creyeron que era solo una patrulla de esas que se mandan para incordiar, y pegaron dos tiros y poco más. Cuando tiró nuestra artillería —una preparación corta pero intensa— y se vieron encima a los guripas de la 53, se llevaron un susto de órdago a la grande y a la chica, porque en lugar de cuatro pringados de patrulla les cayó encima un regimiento entero. Además los ingleses son unos vagos, que parece mentira que luego digan de nosotros: en lugar de unas defensas como Dios manda apenas habían cavado unas zanjas y unos cuantos pozos, más por si volvían nuestros aviones que porque pensasen que íbamos a atacarles. Los compañeros fueron a por ellos en tromba, y los herejes empezaron a levantar las manos, que lo menos se rindió un batallón.

Nosotros fuimos detrás de la 53. Cruzamos lo que quedaba de las alambradas y atravesamos los campos de minas con cuidado, pues la batalla había borrado las marcas. Al pie de las colinas había un par de tanques herejes bastante enteros, a los que solo les faltaba la cadena o alguna rueda, y sus tripulantes habían salido con tanta prisa —perseguidos por las bombas de gasolina de nuestros aviones— que no los habían volado. Buen botín para nuestro menesteroso ejército. Luego recorrimos la zona donde habían actuado nuestros aviones. Mejor me ahorraré la descripción y solo diré que no hay nada peor que el fuego. Tras pasar por esos campos de horror llegamos a las posiciones enemigas, donde ya estaba todo tranquilo, y a mi sección le tocó hacerse cargo de los prisioneros, que estaban de un dócil que daba gusto, y recoger el botín. No era moco de pavo: ya nos gustaría tener las provisiones de los herejes, que tenían que darse unas lifaras con toda esa comida en conserva…

Tuve que conducir a la recua de rendidos a retaguardia y me perdí el resto de los combates del día, que tampoco fueron para mucho: los Pardillos —y un par de Súper Pardillos, fue la primera vez que los vi— nos abrían camino, y como era de día, nuestros aviones les quitaron las ganas a los pocos valientes que quedaban enfrente. Yo entregué a los prisioneros y vuelta hacia adelante. Volví a cruzar las líneas inglesas, que vistas de día eran aun más potrosas, y luego seguí detrás de la división por la carretera de Pavia. Pavia, que no Pavía, aunque era un nombre que daba suerte al ejército español. La carretera estaba imposible, toda llena de tanques y camiones achicharrados, tanto que tuvimos que desfilar por el campo. Algunos prisioneros ingleses se dedicaban a recoger los cadáveres de sus antiguos compañeros, mientras nosotros pensábamos lo terrible que tendría que ser lanzar una ofensiva sin tener el dominio aéreo. Mientras avanzábamos las patrullas aun hacían muchos prisioneros, rezagados que habían quedado atrás.

Todo esto estuvo adornado, como no, por las idas y venidas de nuestros aviones, que tiraron en esos días más sandías y melones que en media Guerra Civil. Hasta se llegó a formar algún grupo de cadenas, con los Curtiss y los Messer dando pasadas hasta que agotaban las balas. Un par de veces hubo algún lío cuando los herejes mandaron a los pocos tanques herejes que quedaban a la caza del español, pero les salió rana y los cazados fueron ellos cuando nuestra aviación les tiró gasolina, bombas, y hasta la taza de los retretes.

No solo nos pusimos en marcha nosotros. La división 195, que estaba bastante fresca, hacía lo mismo pero saliendo desde Estremoz hacia Évora, jugando al pilla pilla con los canadienses. Esos muchachotes del norte tampoco estaban para historias tras los festejos de la víspera, y recularon en cuanto vieron llegar a los nuestros. También hubo muchos francocanadienses que desertaron. La chispa la pusieron los Pardillos, los Tejones y algún tanque ruso que quedaba. García Valiño metió un batallón de tanques por medio de los herejes, yendo por Vimieiro hacia Arraiolos, que vaya nombrecitos que se gastaban los amigos portugueses. Los blindados se colaron por donde se juntaban las divisiones herejes, y cuando se dieron cuenta todo el cuerpo de ejército estaba partido. La mitad salió corriendo hacia Pavia y la otra mitad hacia Évora, dejando un huequecito en medio que vino ni pintado. García Valiño ordenó a la 105, mi división, que se introdujese por ese boquete, siguiendo a los tanques. Hasta tuvimos el lujo de montar en camiones, pues el general nos mandó los que tenía en reserva para que la persecución no decayese. Al caer la noche la vanguardia entró en Arraiolos, el típico pueblecito portugués, con su castillito y sus calles blancas, pero que tenía algo que lo hacía de lo más interesante: habíamos conseguido flanquear Évora, la principal base hereje en el sur de Portugal.

A la mañana siguiente seguimos marchando, esta vez para Montemor-o-Novo, donde estaban las tremendas fortificaciones que los míster habían hecho cavar a los pobres vecinos. Nos preparábamos para un buen fregao, pero no: Montemor estaba defendida por portugueses que en cuanto nos vieron llegar chaquetearon y empezaron a ondear banderas blancas y españolas. El prestigio del golpista Oliveira había quedado bastante deslucido tras haber mandado a media Lisboa a cavar agujeros, y la derrota que habían sufrido los herejes hizo que nuestros queridísimos hermanos ibéricos descubrieran de repente que estaban en el bando equivocado. Nos franquearon el paso y cruzamos las líneas, que eran impresionantes; menos mal que no las habían defendido. Lo mejor fue que al llegar a Montemor nos encontramos los amigotes de los panzer, que llegaban por el otro lado.



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Federico Artigas Lorenzo

Mientras Lumbreras se lucía en Estremoz nosotros no nos estábamos quietos. Poco tuvimos que esperar en Beja: esa misma tarde llegó el 65 batallón de tanques, precediendo a un batallón de fusileros, que los muy chulos iban montados en semiorugas, que así cualquiera avanza.

Con ellos llegaron órdenes de la división. La agrupación provisional se disolvió y cada uno nos volvimos a nuestro redil, es decir, al batallón antitanque. Luego la división salió zumbando, pero no ya hacia Alcácer do Sal, que era lo previsto al principio. Nos dijeron que los españoles, oseasé, los míos, le habían dado tal repaso a los míster que nos lo habían puesto como a Fernando el Séptimo, a huevo. Así que en lugar de dirigirnos hacia la costa nos fuimos hacia Montemor-o-Novo, por unos caminuchos que mejor no se los explico. Más que carreteras, eran senderos para acémilas que serpenteaban por las colinas, pero qué quiere que le diga, me gustaron bastante. Más que por el paisaje, que bonito era, con esas colinas cubiertas de olivos y encinas, aprecié lo solitario del lugar. No es que faltasen paisanos, que muchos nos salían al paso y hasta agitaban banderitas portuguesas y alemanas, sino que no encontramos herejes de ningún tipo, que a estas alturas yo ya estaba un poco harto de toparme con ellos a cada paso.

Por lo visto el general de los míster estaba tan entusiasmado con cepillarse a García Valiño —aunque al final fue el hereje el cepillado—, que ni pensó que por su derecha se estaba colando medio ejército alemán. Wilson, que así se llamaba el general hereje, tenía tantas ganas de volvernos a dar un cachiporrazo como el de Guarda que se había llevado a Estremoz a sus mejores hombres. Seguramente pensaba que sus líneas eran tan fuertes que bastaba con cuatro portugueses cantando fados para defenderlas. Si venían mal dadas, debió pensar, pues se montaban en sus camiones y se daban el piro. Pero para ese paseo necesitaba el permiso de nuestros aviadores que, vaya por Dios, no se lo dieron. A bombazo limpio a los herejes les costó un verano retirarse hacia Évora, y cuando intentaron llegar a Montemor resultó que nos habíamos adelantado.

Los Panzer cayeron sobre las líneas, que realmente eran una región fortificada de las de verdad. Por suerte las habían hecho los pobres paisanos portugueses —bastante a disgusto—, y habían cavado los fosos por donde Dios les dio a entender. Como Dios estaba de nuestra parte nubló las entendederas de los lusos traidores, que no acertaron con los sitios para excavar. Además los míster se habían llevado sus mejores cañones hacia Estremoz y los oliveristas no tenían nada que pudiese arañar el acero de los Panzer. Los alemanes atacaron un poco al sur del pueblo, y el batallón oliverista que estaba encargado del sector, viendo la que se les venía encima, se convirtió en un ferviente seguidor del Estado Novo. A unos canadienses que estaban al lado no les pareció bien, pero cuando vieron que era una porrada de tanques la que estaba llegando pusieron pies en polvorosa. Esa tarde caía Montemor, tomado del revés, justo cuando Lumbreras y sus colegas de la 105 llegaban por el norte. No nos había costado ni dos días desde que cruzamos la raya y ya habíamos atrapado al cuerpo de ejército canadiense.

Pero por muy atrapados que estuviesen los norteños aun tenían colmillos. Cuando vieron que estaban copados no se lo pensaron dos veces y salieron zumbando por la carretera de Lisboa. Lo malo era que en medio estábamos nosotros y ya se puede imaginar la que se lio cuando nos juntamos. La brigada de infantería de la división formó a toda prisa una línea de contención en la carretera entre Évora y Montemor, pero como a los canadienses aun les quedaban muchos blindados, también fue cosa del batallón antitanque. Ya le conté que los cañones que tenía Reimar eran pataterillos, y por eso pensó otra vez en echar mano de los cañones sin retroceso. No para mantener una línea continua, que con la coraza de los kubelwagen —una capota para la lluvia— no era cosa de hacer el tonto. Íbamos a hacer lo mismo que con los Tejones en el Coa: escondernos detrás de un arbusto, pegar un par de cañonazos, y carrerita hasta otro rincón. Así podríamos retrasar a los canadienses mientras la infantería se preparaba para recibirles cómo se merecían.

No era mal lugar para ese bonito juego: la carretera recorría un paisaje ondulado con mucha encina. A ambos lados de la ruta había campos abiertos, pero poco más allá teníamos sitios ideales para escondernos. El capitán Reimar le había dicho al teniente Lammert que el divertido deporte de tocarle las napias a los tanques era mi especialidad y que me dejase hacer. Dejamos un par de coches delante, y cuando vieron que llegaban los canadienses, precedidos por unas cuantas autoametralladoras, dispararon un par de veces desde lejos, al buen tun tun. Luego escaparon a toda prisa. Las autoametralladoras los persiguieron y se metieron de morros en la trampa: habíamos desplegado los otros cañones en una hilera junto a la carretera y disparamos todos a la vez. No se salvó ni un blindado. Luego llegaron unos cuantos tanques ligeros, de esos Stuart americanos, y tuve el placer de ver que el invento del fusil era ideal para hacer puntería, y que las cargas huecas de ochenta y ocho rompían las corazas yanquis como si fuesen de mantequilla. Lo malo era que los fogonazos de los cañones nos delataban y teníamos que ser muy cuidadosos con las posiciones que tomábamos: siempre junto a algún lomón que nos dejase escapar por detrás.

Al final los ingleses se hartaron y mandaron por lo menos un batallón de infantería para hacernos callar, apoyado por un buen puñado de tanques y de tanquetas. Nosotros hicimos mutis, que no era cosa de dejarse el pellejo, y nos escapamos por las arboledas al sur de la carretera. Tan solo hacíamos de vez en cuando una paradita para emboscarles, que la dehesa era buena para eso, pero al final tuvimos que dejarnos de historias y largarnos. Pero habíamos aguantado lo suficiente para que llegasen los Stuka, que amanecieron con sus sirenas y sus picados a muerte. La columna hereje se disgregó en seguida, y cuando llegó a donde les esperaba la infantería rechazarla fue coser y cantar. Pero el paseo por el bosque me valió una preciosa Cruz de Hierro que hacía buena pareja con la Militar Individual.

Al mismo tiempo los nuestros, es decir, los españoles, se estaban sumando a la fiesta, atacando Évora desde el norte y el oeste —incluyendo la 55, la 74 y la 105 de mi amigo Lumbreras—, y por el Este la 82 y la 84. Poco iba a durar la bolsa.



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Diario de Von Hoesslin

Según lo planeado los españoles tenían que entretener a los angloportugueses en la frontera. Mientras, el cuerpo Panzer de Hoth, que estaba estacionado en el valle del Tajo, iba a efectuar un amplio desplazamiento por detrás de los españoles. Debía atacar justo al otro lado: por el sur de Extremadura, justo allí donde acaba Sierra Morena, una zona de montañas suaves que recordaba a las Ardenas. Pretendíamos usarlas como hicimos en 1940 con las colinas belgas, es decir, como una pantalla que ocultase nuestras intenciones. La idea era que mientras los británicos se enfrentaban a la ofensiva española, Hoth desplazase sus tropas desde el valle del Tajo a Jerez de los Caballeros en dos o tres días, para entonces aprovechar la brecha que una división española tenía que abrirle. Luego tenía que lanzarse como un rayo pasando por Serpa hacia Beja, para luego romper las líneas de Santarem en su extremo sur, entre Grândola y Alcácer do Sal, pues era allí donde parecían más tenues. Luego Hoth debía barrer la costa hacia el norte, cruzando el río Sado para cortar la península de Setúbal. Una vez cerrado el estuario del Tajo los ingleses estarían obligados a reembarcar desde los nimios puertos de la costa atlántica.

Sin embargo, el curso de las operaciones ofreció una oportunidad que el mariscal Von Manstein no dejó escapar. Los españoles consiguieron un éxito mucho mayor de lo que esperábamos: pensábamos que les costaría varios días acabar con las plazas fuertes de Elvás y Estremoz, pero su Ejército del Sur tomó las dos ciudades en apenas dos días. Tanta antelación era incluso peligrosa, porque al adelantarse daba a los ingleses la oportunidad de contratacar cuando los panzer de Hoth aun no estaban preparados. Pero García Valiño construyó una sólida posición defensiva y, bien apoyado por Vigón, rechazó un ataque inglés que hasta a nosotros nos hubiese costado detener. Además los españoles no se conformaron con su victoria defensiva, sino que pasaron al ataque y consiguieron dividir a los ingleses.

Mientras nuestra ofensiva en el sur también fue mejor de lo planeado. La región estaba defendida por oliveristas, es decir, por el antiguo ejército de Portugal que era fiel al golpista Mata Oliveira. Pero su moral era pésima, y al enfrentarse a una ofensiva imparable la mayor parte de las unidades portuguesas cambiaron de bando. En ese caos nuestros blindados avanzaron rapidísimamente, de tal forma que el mismo día de la ofensiva llegaron a Beja. Siguiendo los planes iniciales debieran haber seguido hacia Grândola, pero el mariscal comprendió que se le ofrecía la oportunidad de cercar a un gran contingente británico. Ordenó cambiar la dirección del avance hacia el norte, en dirección a Montemor, el lugar de las líneas de Santarem que parecía el más fuerte. Pero Wilson habían dejado el sector a cargo de una brigada oliverista, que también cambió de bando al vernos llegar.

Los españoles habían llegado a Montemor al mismo tiempo que nosotros, y coparon a dos divisiones canadienses y a los restos de otra portuguesa. Los cercados trataron de escapar pero los granaderos de la sexta división panzer pudieron rechazarlos. Al mismo tiempo los españoles asaltaron el campo atrincherado de Évora. He de decir que en estas operaciones brillaron los tanquistas españoles, a pesar de estar equipados con blindados anticuados. Viendo el desarrollo de la batalla de Estremoz, el mariscal descubrió que el ejército español podía dar mucho más de sí de lo que inicialmente pensaba, y decidió que en lo sucesivo la ayuda a España recibiese máxima prioridad: podía ser una valiosísima aliada de Alemania.

Mientras la sexta Panzer y los españoles acababan con Évora, la 4ª Panzer proseguía su avance, intentando llegar al río Sado y cortar a la división británica que defendía Grândola. Pero la gallarda resistencia de la primera división canadiense mantuvo abierto un pasillo que permitió la evacuación del sur de Portugal. También pudieron retirarse dos de las divisiones inglesas derrotadas en Estremoz, la primera acorazada y 43ª Wessex. Escaparon por la carretera que por Pavia va a Coruche, pero en la huida perdieron casi todo su material.

Setúbal cayó en nuestras manos el día de Navidad, mientras los ingleses que quedaban se replegaban desordenadamente hacia la bahía y hacia Lisboa. La Royal Navy tuvo que escapar del estuario del Tajo, que se había convertido en campo de tiro para nuestros cañones.



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Sebastian Haffner. El nacimiento de Europa. Op. cit.

La retirada británica y la ofensiva hispanoalemana liberaron partes importantes del territorio portugués, suscitando la cuestión de los “Ajudantes”. Con este término, utilizado por primera vez por el Doctor Salazar en su discurso de Almeida del 20 de octubre de 1941, se conocía a aquellos portugueses que, sin formar parte en la conspiración de Oliveira, siguieron desempeñando sus puestos tras el golpe de estado y la invasión inglesa. Especialmente eran considerados “ajudantes” los jefes y oficiales del ejército oliverista, los funcionarios miembros de la administración pública, y los cargos locales (alcaldías, fregresias) que desoyeron la orden de Salazar de resistirse a la invasión y escapar a España.

Aunque tras la invasión inglesa las fuerzas españolas ocuparon varias comarcas fronterizas, la cuestión no se planteó al tratarse de zonas poco pobladas que no habían llegado a ser controladas por los golpistas. Además esas regiones quedaron bajo la administración militar española, a pesar de las protestas de Salazar. Posteriormente, durante la primera fase de la ofensiva de Guarda, parte de la Beira fue ocupada por los españoles. Aunque la administración militar española no se inmiscuyó en asuntos locales, la división salazarista Viriato ocupó la ciudad de Guarda y detuvo a las autoridades locales. Fueron juzgados por traición y condenados a duras penas de cárcel, aunque serían liberados posteriormente.

Sin embargo durante la ofensiva de diciembre no solo se reconquistaron territorios mucho mayores, sino que varias unidades militares portuguesas se rindieron o se alinearon con los hispanoalemanes, volviéndose en contra de los golpistas y de los británicos. Los oficiales oliveristas capturados fueron sometidos a consejos de guerra, y muchos de ellos condenados a la pena capital. Las condenas quedaron en suspenso: el código de justicia militar portugués establecía la pena capital para la traición en tiempos de guerra, pero desde 1846 no se aplicaba, y Salazar no quiso reintroducirla. Las condenas a muerte fueron conmutadas por condenas a perpetuidad, que no empezaron a ser revisadas hasta el decimoquinto aniversario de la Liberación.

Por otra parte, no se quería mantener en su puesto a los “ajudantes” que habían cambiado de bando en el último momento. La mayoría de las autoridades civiles fueron relevadas, sustituyéndolas por partidarios del Estado Novo, pero en el caso de las militares no resultaba conveniente, ya que eso significaría que el Ejército Portugués tendría que ser reconstituido por completo. Finalmente se decidió apartar de sus puestos a todos los mandos por encima de capitán, aunque algunos fueron readmitidos tras poder probar que habían colaborado clandestinamente con el Estado Novo o que habían obstruido las órdenes de Mata Oliveira; sin embargo, por lo general no se admitieron las cuestiones familiares o personales como motivo de exoneración. No se persiguió a los militares de bajo grado salvo a los oliveristas más significados, pero su anterior pertenencia al ejército oliverista fue un baldón en sus carreras y la mayor parte fueron enviados a las colonias o pasaron a la reserva al acabar la guerra. Los apartados por “ajudar” fueron desprovistos de sus derechos civiles, que solo recuperaron parcialmente a partir de 1950, aunque siguió estándoles prohibido el acceso a las fuerzas armadas o a la administración civil.

Entre los depurados por “ajudar” estuvieron…



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APVid
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Domper escribió:Los oficiales oliveristas capturados fueron sometidos a consejos de guerra, y muchos de ellos condenados a la pena capital. Las condenas quedaron en suspenso: el código de justicia militar portugués establecía la pena capital para la traición en tiempos de guerra, pero desde 1846 no se aplicaba, y Salazar no quiso reintroducirla. Las condenas a muerte fueron conmutadas por condenas a perpetuidad, que no empezaron a ser revisadas hasta el decimoquinto aniversario de la Liberación.
¿Y Franco no dice nada?

Todos sabemos como le gustaba depurar a los militares, no me extrañaría que quisiese enviar a Lorenzo Martínez Fuset en plan inquisidor general a dirigir los consejos de guerra (a fin de cuentas el ejército español es quien de facto controla Portugal).

Por otro lado si los alemanes no lo paran también fusilará a todo español que coja en Portugal, lo cuál no da buena imagen internacionalmente al Pacto.


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Mensaje por Gaspacher »

Mas bien me preocuparia por los prisioneros herejes

Despues de lo de canarias, legionarios y regulares no deben estar muy por la labor de hacer prisioneros.

Y tal vez alguno vaya por ahi con collares de....


A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Mensaje por Domper »

Es de suponer que a los alemanes les interesa que Paco trate bien a los prisioneros. En la realidad los germanos respetaron incluso a los soldados judíos (solo los de potencias occidentales). En esta historia, con Alemania tratando de librarse de las animaladas previas (véanse los juicios de Berlín) es de esperar que los berlineses no vean con buenos ojos que el invicto empiece a cometer tropelías.

De hecho, una cuestión pendiente para Berlín es qué hacer con Madrid. Recordad que en la realidad incluso Himmler pensó que la represión en España era desmedida.

Respecto a Portugal, su situación es bastante similar a la de Francia en 1944: aunque los ejércitos liberadores fuesen unos u otros, la administración civil se organizó sobre la marcha, y en Portugal no existía esa tradición tan hispana de asesinar hasta al gato.

Saludos



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Mensaje por urquhart »

Hola a todos,

respecto al trato a los prisioneros, depende mucho de las ordenes recibidas por la tropa. Si la Legión y los Regulares cometieron tropelías durante la GCE, fue sin duda por la permisividad del mando, dispuesto a dejar una retaguardia tranquila, vía uso intensivo de las tapias de cementerio; y como arma psicológica. La fama les precedía, de los combates en África previos a Alhucemas, y de la represión de Asturias en 1934.

Una cosa es la situación en Canarias, a día de hoy llamaríamos de Guerra Asimétrica; donde las fuerzas de Su Pérfida Majestad se han comportado como alumnos aventajados de las SS y SD; y otra la situación derivada de batallas bajo los cánones clásicos y la tutela de las Convenciones de Ginebra.

Respecto a los portugueses, algunos mandos significados contra el Estado Novo, pues saben que les esperan juicios sumarísimos; y por similitud a lo ocurrido en los paises liberados durante la SGM, es de esperar que algunos colaboradores activos del Oliverismo y de los Británicos sean pasados por las armas de forma inmediata (que como en nuestra GC esconderían pleitos pasados entre vecinos y familiares) así como la persecución de las llamadas colaboradoras horizontales.

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Francia, 1944

Un Saludo.


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Capítulo 40

Willi leyó con aprobación el mensaje que había escrito Joseph

Terencio informa que las unidades que forman el Grupo de Ejércitos Sud están cediendo sus equipos modernos, con los que se está equipando a las formaciones que están combatiendo en España. El Grupo de Ejércitos Sud está siendo reequipado con material anticuado. Terencio dice que el motivo oficial es que el grupo de ejércitos va a ser una unidad de instrucción, pero que el rumor que corre es que en Turquía no son convenientes los tanques pesados.

Terencio también informa que el XXVII Cuerpo de Ejército, que hasta ahora cumplía misiones de guarnición en el Gobierno General, también va a ser trasladado a los Balcanes e integrado en el Grupo Sud. Va a ser sustituido por el XXXXII Cuerpo Motorizado, que acaba de ser constituido como unidad de instrucción, esta vez realmente.

El XXXXII Cuerpo Motorizado está formado por unidades de infantería y motorizadas, y solo dispone de una división Panzer, la 27ª, también recientemente constituida, que está equipada con tanques franceses Renault y SOMUA.

Clavius acaba de incorporarse a la oficina de Salónica. Ha confirmado la llegada de las primeras unidades del 6º Ejército Panzer a Grecia.

Horacio ha tenido acceso a un informe de evaluación sobre el desarrollo de nuevos tanques para el ejército alemán. Dada su relevancia lo he considerado prioritario.

El desarrollo de los nuevos proyectiles antitanque de alto explosivo ha hecho que el valor de las corazas, incluso las más pesadas, sea limitado. Estos proyectiles tienen una capacidad explosiva que depende de su diámetro (es decir, de su calibre). Con los primeros prototipos se consigue perforar aproximadamente el mismo espesor de acero endurecido que el diámetro del proyectil, y se espera que en poco tiempo se alcance el 150% del diámetro.

El efecto de esos proyectiles es independiente de su velocidad, por lo que ya no es necesaria la utilización de cañones de gran potencia como el 50L60 que se estaba instalando en los últimos modelos de Panzer III. Los cañones de alta velocidad, que son grandes, pesados, y tienen gran retroceso, solo pueden utilizar proyectiles de pequeño calibre con paredes gruesas. Estos contienen menos explosivo y resultan mucho menos eficaces que los cañones de mayor calibre aunque tengan menos velocidad inicial. Los cañones de la artillería de campaña son especialmente útiles, porque aúnan gran calibre, tamaño, peso y retroceso limitado, y además pueden utilizar la munición desarrollada para otras misiones.

Por otra parte la gran eficacia de los nuevos proyectiles hace inútil instalar pesadas corazas en los tanques. Estas corazas pesadas suponen un grave impedimento a la movilidad de los carros de combate, complican el desarrollo de motores, transmisiones y suspensiones, y pueden ser superadas sin especial dificultad incluso por los cañones de acompañamiento de la infantería. La experiencia bélica demuestra que un carro de combate solo debe llevar la protección que le proteja contra el efecto de los fragmentos de los proyectiles de artillería, es decir, un máximo de 30 a 50 mm.

Dada la eficacia de los nuevos proyectiles se recomienda abandonar el desarrollo de los tanques que debían sustituir a los Panzer III y IV, ya que las ventajas de esos nuevos tanques estaban en poder llevar cañones de alta velocidad y mayores corazas, características que ahora se sabe que son inútiles. En su lugar sería preferible diseñar un tanque rápido con coraza más ligera y cañón de gran calibre. Como medida temporal se propone el desarrollo de nuevas versiones de los Panzer III y IV, limitando su protección a 50 mm como máximo. Así se disminuirá el peso y mejorará la movilidad. Como armamento la nueva versión del Panzer III sería adecuado el cañón de 75 mm y 24 calibres, ya en uso en otros blindados. Sería recomendable aumentar el armamento del Panzer IV, que en la actualidad lleva el cañón de 75 mm, instalando en su lugar un obús de campaña IeFH 18 de 105 mm y 28 calibres.

Se recomienda suspender también el desarrollo de tanques pesados, ya que los proyectiles de 105 mm de la versión propuesta del Panzer IV podrán batir a cualquier carro de combate presente o futuro.


Willi microfilmó el documento y lo preparó para su entrega.



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Las pruebas de los prototipos de los nuevos motores de reacción muestran un grave deterioro de su rendimiento salvo a las cotas y a las velocidades para las que hayan sido ajustados, ya que las variaciones del flujo de aire afectan a la mezcla de gases en las cámaras de combustión. Este efecto es particularmente acusado en los motores Junkers Jumo o BMW, en los que el compresor es una turbina con flujo central. El prototipo de Heinkel, con un compresor centrífugo, es menos susceptible a esos efectos. A pesar de ello no sea conseguido ajustar el flujo de aire adecuadamente, ni siquiera instalando sistemas que disminuyan la entrada de aire a mayores velocidades. En cualquier caso la pérdida de rendimiento a partir de los 750 km/h es tal que parece que ningún avión equipado con ese tipo de propulsión podrá superar esa velocidad.

Dada la gran eficacia de esos motores a las cotas y velocidades de diseño, parecen especialmente adecuados para polimotores, especialmente si se combinan con motores convencionales. Sin embargo parecen inadecuados para propulsar aviones de caza. Para ellos parece que los motores cohete ofrecen prestaciones superiores.


El capitán dejó el informe sobre la mesa y cerró su despacho. Sabía que su subordinado se había hecho con una llave.



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A pesar de las gélidas temperaturas, enormes formaciones de aviones sobrevolaron los objetivos enemigos. Disciplinadamente, las uves de aviones pasaban una tras otra lanzando toneladas de bombas, seguidos por monomotores que con sus cohetes barrieron los pocos blancos que quedaban incólumes.

Luego fue el turno de los cuatrimotores, que a cientos pasaron sobre la devastada retaguardia enemiga. De sus costados saltaron miles de paracaidistas, que tras llegar a tierra en las planicies nevadas, se agruparon y ocuparon la docena puentes que era su objetivo.

Al mismo tiempo tres centenares de cañones dispararon al unísono, formando una enorme barrera de fuego. Unos cientos de metros detrás cientos de tanques y miles de soldados avanzaron al paso. Los tanques disparaban sobre los puntos fuertes enemigos, y los soldados los ocupaban. Tras ellos varias brigadas de tanques pesados estaban preparados para intervenir, sin que fuese necesario: hasta un director de orquesta hubiese admirado la precisión con la que se movieron soldados y tanques. Cumpliendo al minuto los horarios establecidos las patrullas de caballería precedieron a las unidades motorizadas, hasta enlazar con los paracaidistas que, al verlos llegar, los aclamaron.

Los observadores quedaron satisfechos: las maniobras de invierno habían sido un éxito, y la doctrina del ejército, revalidada. Se habían producido algunos errores, pero se había detectado a los responsables y pagarían cara su traición.



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Los ciudadanos salían del cine tarareando la canción Zdrávitsa (¡Salud!, es decir, saludo al líder), que culminaba la película “Pyotr Saltykov” que acababan de ver.

La historia les había entusiasmado. Las primeras escenas mostraban como un ejército de brutales prusianos, dirigido por el afeminado rey Federico, invade la Rodina y quema los campos. Pero los campesinos se sublevan. Llega un ejército ruso dirigido por un fuerte y valeroso militar, Pyotr Saltykov. Campesinos y soldados se abrazan, aclaman a Saltykov como su guía, y se dirigen contra el hasta ahora invencible enemigo.

Saltykov se enfrenta a los temidos prusianos y los destruye en la gran batalla de Kunersdorf, de la que no escapa casi ningún alemán. Solo el rey Federico sobrevive tras abandonar a sus hombres y huir a uña de caballo. Tras la victoria el ejército ruso marcha sobre Berlín. Entonces la intrigante zarina Isabel, celosa del apoyo que Saltykov tiene en el pueblo, lo aparta del mando y lo sustituye por el conde Totleben, un refinado aristócrata de origen alemán que trabaja secretamente para Federico.

El conde intenta frenar el avance del ejército ruso, pero los soldados siguen adelante a pesar de las órdenes de Totleben, derrotando de nuevo a los prusianos y ocupando Berlín. Pero el conde Totleben inventa falsas noticias según las cuales los ejércitos de Federico convergen sobre la capital prusiana, y ordena a los soldados rusos que se retiren. Los soldados abandonan Berlín con lágrimas en los ojos.

Saltykov consigue que la zarina reconozca la traición del conde Totleben, que es condenado y deportado a Siberia. Saltykov reúne al ejército y avanza de nuevo contra Federico, que se ve perdido. Pero la zarina muere y su sucesor Pedro III, un jovenzuelo afectado y pusilánime, dominado por los aristócratas, traiciona a su pueblo retirando a Rusia de la guerra, justo cuando Federico estaba a punto de suicidarse.

En la última escena Saltykov, rodeado de los campesinos y los soldados, clama contra alemanes y traidores, y profetiza la llegada de un líder que volvería a llevar a los rusos a Berlín. Su imagen se funde con la de Stalin, mientras suena la canción Zdrávitsa.



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Szegedy siguió anotando el paso de los convoyes. Durante toda la semana habían pasado trenes hacia el oeste, cargados de cañones y de tanques Panzer III y IV. Los trenes estaban muy vigilados, y en cada vagón había podido ver un centinela armado. También habían circulado trenes de pasajeros, llenos de soldados.

Pero lo realmente interesante era que estaban pasando convoyes en sentido opuesto. Algunos eran también de tropas, y Szegedy había podido ver algunos soldados muy jóvenes en ellos. Pero también estaban pasando otros cargados de tanques, que pudo identificar como ligeros Panzer II y Panzer 38. No le pagaban por llegar a conclusiones, pero era obvio que Alemania estaba retirando sus tropas veteranas de los Balcanes y las estaba sustituyendo por otras de segunda línea.

Szegedy arrancó la hoja de la libreta, la plegó y se la guardó en un pliegue del cinturón. Esa tarde visitaría la taberna.



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Leipziger Volkszeitung. 19 de noviembre de 1941

Gran oportunidad para familias alemanas que deseen una nueva vida. El Ministerio de Alimentación va a crear granjas para familias alemanas que quieran prosperar y llevar la cultura germana a las nuevas tierras de la Marca Oriental del Reich. Se buscan familias de pura estirpe alemana, de demostrada fertilidad, en las que haya al menos tres varones sanos, o dos si uno está sirviendo en las fuerzas armadas del Reich. Deben tener experiencia en administración de fincas rústicas.

Se ofrecen granjas de 80 a 300 Hectáreas, con edificios de viviendas para propietarios y arrendatarios, almacenes y otras dependencias. El Reich facilitará la adquisición de maquinaria agrícola y ganado.

Los interesados deben presentarse ante el Bürgermeister de su localidad natal o de residencia antes del 30 de diciembre del año en curso.



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