Nobunaga escribió:Me da que el estimado Domper tiene la intencion de mantener a Churchill en la poltrona por lo menos hasta que el padrecito comienze su "Cruzada para liberar a los pueblos de Europa"
El tema ahí es saber, sin considerar lo que haga EE.UU. en lo inmediato, de donde va a sacar tropas para su cruzada de liberación europea (con la sangría reciente en Portugal e Irak), a menos que se cuelgue del Padre Iosif en su cruzada de liberación del proletariado europeo.
Saludos
PD: Creo que Nobunaga se refería con su cruzada directamente a Don Iosif, y yo sin enterarme a la primera... Dejo mi post como ejemplo de lapsus barbarus
Última edición por Alberto Elgueta el 23 Feb 2016, 23:21, editado 1 vez en total.
Según algunos testigos que ruegan anonimato se ha visto a Jorge VI buscando picas en la Torre de Londres. Coge una la mira y dice: "demasiado pequeña", "demasiado delgada", "carcomida" "¿alguien sabe donde están las buenas?"
Habrá que esperar a lo que disponga el SH
- “El sueño de la razón produce monstruos”. Francisco de Goya.
La compañía de tanques y blindados se movía todo lo deprisa que podía, pero los agasajos de la multitud retrasaban su avance. Los ocho tanques Renault y la docena de blindados Bren Carrier —capturados a sus enemigos en Ciudad Rodrigo— estaban cargados con soldados que llevaban brazaletes rojos y verdes, y con decenas de muchachas que les abrazaban. Los niños corrían al lado de los tanques, mientras hombres entrados en años no podían contener sus lágrimas de emoción. Las madres levantaban a sus hijos pequeños en brazos, para que viesen los tanques y no olvidasen ese día. En las ventanas de las casas ondeaban banderas portuguesas y algunas esvásticas.
Desde las ventanas las ancianas que veían a sus hijas abrazar a sus soldados, mostraban su aprobación: eran los liberadores de su patria, y un día era un día. Los viriatos también sonreían, pero el capitán que les mandaba intentaba acelerar su marcha. Finalmente decidió disparar su ametralladora al aire: en pocos segundos los paisanos desaparecieron y las ventanas se cerraron, y los tanques pudieron acelerar.
La columna recorrió la avenida, a cuyos lados se alzaban casitas y palacetes, hasta que pudo vislumbrar la alta estructura metálica que era su objetivo: el gran puente de Luis I, el monumento más famoso de Oporto ¿llegaría a tiempo para salvarlo? Pero se tranquilizó al ver que en lo alto ondeaba la bandera portuguesa, y que las calles estaban vigilados por soldados con brazaletes rojiverdes: era el regimiento oliverista que defendía Oporto, que había cambiado de bando en cuanto se alejaron los invasores ingleses.
Los tanques y blindados cruzaron el alto puente mientras en las calles de Oporto empezaba la fiesta.
Pues Churchill no sé, pero el Gobierno Canadiense debe estar en las últimas políticamente:
- Si ya tuvo problemas con el reclutamiento obligatorio en la LTR, ahora más todavía, puesto que ha tenido que implantarlo antes por las mayores bajas.
- Las propias bajas suponen un problema de moral bastante grande, puede extenderse la sensación de que les han metido un fregado en el que no les iba nada y encima para servir de carne de cañón sin obtener nada a cambio.
- La actitud de los francófonos es una cuestión muy seria ahora, con Francia en el otro bando... malo si no los reclutas, porque no te llegan los recursos demográficos (y los angloparlantes se quejarían y con razón), y peor si lo haces, porque no resultan fiables a la que vienen mal dadas.
Como siga la sangría en Canarias, las tensiones políticas internas van a ser muy fuertes, y la presión para salir de la guerra quizás sea insoportable... no me extrañaría que se produjera una "desconexión" aunque fuera parcial de Canadá. Quizá solamente mantener fuerzas navales escoltando convoyes (si las bajas no son muy grandes).
Tuvimos palco de honor para la batalla de Estremoz, rematada en Évora, pero solo de espectadores, pues los Mochos poco participaron en aquel fregado. No por falta de ganas, y además seguíamos gozando del permiso para bajar y labrar los campos; pero García Valiño nos había hecho flaco favor al encerrar tantos herejes allí. Los muy… eso, los muy, tenían antiaérea para aburrir, y amontonaditos como estaban acercarse a tierra venía a resultar peligrosillo. Así fue que a las primeras de cambio reventaron dos Mochos —uno, el que durante semanas había sido mi montura—, y el comandante Salvador, que no le veía la gracia a perder gente por nada, nos dijo que los ametrallamientos no estaban prohibidos pero no los aconsejaba, y que si a alguien le apetecía limpiar letrinas, solo tenía que darse un garbeo por debajo de los mil metros.
Así que los días siguientes lo único que hicimos fue pasearnos por encima de la bolsa mientras los bombarderos iban y venían, vigilando por si amanecía algún hereje despistado. Pero ni por asomo: debieron pensar que bastantes problemas tenían en Lisboa como para hacer el tonto mandado aviones a Évora. Vamos, que nos aburrimos un poco.
En estas llegó un aviso del mando: los alemanes ¡habían pedido nuestra ayuda! Sí, aunque usted no se lo crea, la mismísima Luftwaffe nos pidió que les echásemos una mano. La verdad es que falta no les hacía, que se bastaban y sobraban para apiolar a los míster que quedaban. Pero el coronel Mölders, ya le he hablado de él, tenía gran aprecio al comandante, y además nuestros Mochos eran los mejores aviones que había en toda la Península. Fíjese que ni los hombres de Mölders los tenían aun: en la Luftwaffe había también Fw 190 —ellos no les llamaban Mochos, que eran muy serios, sino “gurcen” o algo así— pero estaban en el Canal de la Mancha, escabechando herejes sobre Londres, que se les daba bien por lo que se decía.
El alemán debía pensar que era estúpido tener a nuestros excelentes cazas haciendo el tonto por los cielos, y solicitó que le fuésemos asignados. Esas demandas son como cuando la novia te pide algo por favor, que cualquiera le dice que no, y desde Madrid nos llegaron instrucciones que decían que si no estábamos con Mölders cuando llegase el mensaje, que ni nos molestásemos en volver a acercarnos a un avión. Así que nos fuimos de Cáceres tan deprisa que en la base debieron pensar que nos habíamos volatilizado.
En Beja, un poco al sur de Évora, los míster habían construido una gran base aérea, y los alemanes se ofrecieron a gestionarla. Un par de cañonazos debieron convencer a los herejes de la conveniencia de ceder el título de propiedad, y en ese campo —y en otro más pequeñito que había al lado— se había plantificado la mitad de los cazas de Luftwaffe y unos cuantos bombarderos. No era mal sitio porque el terreno era tan llano como una mesa y no costó nada ampliar las pistas. Además, aunque no era un paraíso tropical, el tiempo era bastante más clemente que por Cáceres, que ahí hasta los osos pasan frío. Lo mejor es que estaba más cerca de Lisboa. Que era donde se batía el cobre.
Ya sabe usted que Vigón y Valiño habían metido unas buenas varas a los herejes, y bien picados como estaban, a los panzer poco les costó darles buenos muletazos. Una porrada de canadienses se había quedado atrapada en Évora, donde Vigón se entretenía repartiendo soplamocos, y el resto había salido corriendo tan deprisa que ni en la olimpiada. Muy bien no debió sentar la noticia en Londres, que había mandado un reemplazo para Wilson, un tal Paget. El hombre, al ver lo como estaba el panorama, vio que las vacaciones en Portugal ya no estaban siendo tan divertidas, y decidió imitar a tantos héroes ingleses que pronunciaron las inmortales palabras de “llegué, vi y me fui”. Paget pretendía que Lisboa fuese otra de esas sonadas victorias inglesas, como La Coruña, Gallipoli o Dunkerque. Así que ordenó que se preparase el reembarque, y que primero se recogiese todo, que no dejasen ni un papel. No fuesen a decir que los ingleses eran unos cochinos que dejaban todo lleno de camiones abandonados.
Los mandamases de Madrid y de Berlín estaban muy preocupados con los pobres inglesitos, porque con tanto viajero volviendo para casa —pues no solo desde Lisboa estaban cogiendo el portante, que también se iban los de Sudán y los de Basora— se ofrecieron a acoger a todos los que hiciese falta, que para eso estaban preparando unos campos de prisioneros monísimos, con alambradas, torres de vigilancia y todo. Mejor eso que un viaje por mar en pleno invierno, que con tantas olas se podrían marear. Para convencerles de la conveniencia de aceptar nuestra invitación nada como un desfile de aviones.
Aunque los ingleses habían preparado para poder usarse durante la evacuación bastantes fondeaderos e incluso las playas, los únicos puertos con capacidad para cargar su equipo pesado eran los de Lisboa y Setúbal. Setúbal lo debieron descartar porque la cuarta panzer se había aposentado allí e igual no daba permiso. Solo quedaba el estuario del Tajo, que se convirtió en escenario de tremendas batallas aéreas, porque los ingleses defendían Lisboa con uñas y dientes. Para eso tenían a varios de sus portaaviones yendo y viniendo desde Inglaterra, trayendo más y más cazas. No solo Hurricane y Kittyhawk, sino hasta Spitfires. Además desplegaron en el estuario del Tajo todos los antiaéreos que les quedaban, y llegaban barcos cargados con gasolina y munición antiaérea.
Domper escribió:Para eso tenían a varios de sus portaaviones yendo y viniendo desde Inglaterra, trayendo más y más cazas. No solo Hurricane y Kittyhawk, sino hasta Spitfires.
Supongo que en misiones ferry, pero eso exige mantener bases en Portugal, porque la aeronaval británica aún usaba biplanos operando desde sus portaaviones (que tampoco tenían mucha capacidad).
cesar escribió:Como siga la sangría en Canarias, las tensiones políticas internas van a ser muy fuertes
Hay que añadir el factor comunista, en la 2ª GM Stalin y el Komitern debido a la invasión alemana presionaron a los partidos comunistas contra Alemania y que apoyaran el esfuerzo bélico.
Pero en la LTU la URSS sigue siendo "aliada" de Alemania con lo que los comunistas canadienses podrían hacer como hicieron los franceses en 1940 y sabotear el esfuerzo bélico, aumentar la tensión interna,...
Por cierto ahora que lo pienso ¿qué fue de Trotsky? Se cumplió lo histórico, o el servicio secreto alemán decidió meter mano y mantenerlo vivo.
Las primeras misiones fueron bastante tranquilas, porque en lugar de sobrevolar Lisboa nos dedicamos a escoltar a los bombarderos que apoyaban las operaciones en Setúbal. El puerto había caído, pero los herejes seguían aposentados en la península de Setúbal y en la sierra de la Arrábida, que dominaba el estuario del Tajo. Si la tomábamos, nuestra artillería cerraría el puerto de Lisboa y a los míster no les quedaría otra que reembarcar desde pequeños puertos y malecones. Por eso se habían encastillado en los cerros, que los bombarderos de la Luftwaffe regaban con cientos de toneladas de bombas. Nosotros vimos algunas estelas de combates aéreos más al norte, pero solo el tercer día tuvimos ocasión de enfrentarnos con los Spitfire.
Habíamos escoltado a un grupo de Heinkel, y cuando se volvieron para casa, nosotros nos dirigimos hacia la cercana Lisboa, a ver si se ofrecía algo. El puerto era un caos: pude ver media docena de barcos semihundidos, y otro par más ardiendo como teas. Los Stuka se lanzaban una y otra vez sobre los muelles, pero las columnas de humo que flotaban sobre el estuario permitían que los ingleses los sorprendiesen cuando salían de sus picados.
El comandante vio que una escuadrilla de Stukas se preparaba para iniciar sus letales picados, y a su vez se preparó para caer sobre los herejes que seguramente saldrían a su encuentro. Cuando los Junkers se lanzaron —casi verticalmente— nosotros nos fuimos tras ellos, aunque no con esos picados espeluznantes, sino manteniendo la altura. El teniente Rubio, mi punto —porque yo ya mandaba una pareja—, me avisó por la radio.
—Chiquitín, dos herejes a las tres y abajo.
Vi un par de aviones espigados con las puntas de las alas rectas. Iba a avisar al comandante pero, como siempre, estaba en todo, y se me había adelantado, y ya estaba diciendo—: Vamos a por ellos. Seguidme.
Los cuatro Mochos picamos pero no hacia los enemigos —de más cerca pude ver que eran Spitfires de alas recortadas, los primeros que veía— sino un poco hacia detrás, describiendo un giro suave que nos permitiese mantener la energía. En pocos segundos estábamos a su cola, y Salvador y Rubio dispararon. Los ingleses se desperdigaron, y me parece que uno cayó, pero no nos entretuvimos y nos elevamos para tomar altura. Pero con el rabillo del ojo vi una sombra que se colaba detrás de mi compañero.
—¡Rubio, rompe a la derecha!
Los cuatro aviones iniciamos la danza que tan buenos resultados nos había dado hasta entonces: mientras Rubio intentaba dar esquinazo a su enemigo con giros cerrados, yo los repetía, pero en sentido inverso. Mientras la otra pareja de aviones —el comandante Salvador y su punto— efectuaban unas tijeras verticales, también inversas a las nuestras. Al tercer giro tuve una buena posición de tiro, pero el inglés me vio e hizo un giro cerradísimo, los típicos del Spitfire… pero solo le sirvió para que Moracho, el punto del comandante, alcanzase el motor del hereje con una ráfaga. El piloto tuvo que saltar de su avión ardiente, que caía al mar.
Aun tuvimos otro encuentro, pero esta vez los enemigos, al vernos, se volvieron hacia Lisboa, intentando atraernos hacia sus antiaéreos. Pero el comandante era zorro viejo y no se dejaba meter en líos, y ordenó que nos volviésemos: nos quedaba poca munición, y no sobraba gasolina.
Al día siguiente acompañamos a unos Junkers que tenían que minar la bocana del estuario. Tarea más que peligrosa, porque había algunos islotes con castillos de otra época que los míster habían llenado de ametralladoras. Había algunas barcazas armadas con cañones, y los dragaminas estaban erizados de armas antiaéreas.
Esta vez la caza inglesa no nos molestó, pero otra cosa fueron las armas automáticas enemigas. No a nosotros, que no nos hicieron ni caso, sino a los pobres Ju 88. En pocos segundos cayeron tres, y dos más empezaron a humear. Había que hacer algo.
—Comandante, pido permiso para hacer una pasada.
Nos habían prevenido contra eso. Pero ya se sabe ¿cómo se consigue que un español haga algo? Pues diciéndole que está prohibido y que es peligroso. El comandante decidió que nuestros cañones podrían servir de ayuda.
—Vamos a por ese barco que tenemos a las once.
Era un pesquero no muy grande, que arrastraba sus redes, pero que en ese lugar no querría atrapar pescados sino minas. Si teníamos alguna duda sobre la naturaleza de sus actividades, el par de ametralladoras que empezaron a disparar nos las despejaron. No tenían mucho que hacer contra nuestros dieciséis cañones del dos, y cuando nos elevamos —incólumes, por fortuna— el pesquero, mejor dicho, el dragaminas de ocasión, se escoraba y se hundía.
En los días siguientes hicimos más pasadas similares: si los aviones que lanzaban las minas lo pasaban mal, tampoco se reían los de los dragaminas. Nuestra escuadrilla acabó con tres, y varios más fueron destruidos por otros cazas o por Stukas alemanes. Los resultados fueron palpables cuando vimos un barco semihundido en la barra: las minas se habían cobrado su peaje.
La última misión de ese día fue de escolta a Stukas. Teníamos que picar con ellos —un poco separados y no tan verticalmente— ya que los ingleses aprovechaban esos momentos para atacar a los Junkers. Yo seguía a dos que se lanzaban contra un gran carguero que estaba en medio del estuario, descargando su cargamento a unas gabarras. Me llamó la atención que no estuviese amarrado a los muelles, pero en ese momento no pensé en lo que significaba. Desde las gabarras empezaron a disparar, las nubes negras de la antiaérea rodearon a los Stuka, y uno estalló. El otro lanzó su bomba y empezó a salir del picado… Entonces sentí como si me hubiesen golpeado con un mazo. Mi avión se zarandeó igual que si lo sacudiese un gigante, y me encontré volando boca abajo cayendo hacia el mar. No sé ni cómo conseguí recuperar el vuelo, y al mirar vi una enorme columna de humo negro que se levantaba de donde antes estuvo el mercante.
Mientras Lisboa quedaba oscurecida por la humareda, intenté volver hacia Beja. Pero mi Mocho apenas respondía, y al mirar vi que tenía los planos de cola casi arrancados. El motor empezó a fallar y bastante fue conseguir dirigir lo que había sido mi fiel caza hacia el este. Conseguí llegar hasta Benavente, cuyo aeródromo —ocupado por los muchachotes de los panzer— estaba siendo reparado. No me lo pensé: me dirigí hacia una extensión de hierba, rezando para no encontrar ningún cráter sin tapar, apagué el motor, e hice una toma sin tren. El Mocho, fiel hasta el final, se arrastró unos cientos de metros y se detuvo con suavidad. Tras saltar del aparato lo inspeccioné y me asombré de la magnitud de los daños: el motor chorreaba aceite por un agujero que había destruido un par de pistones. Los planos estaban desgarrados en varios sitios, y la cola estaba a punto de desprenderse. Mucha suerte tuve de sobrevivir. No pudieron decir lo mismo muchos valientes: la explosión deshizo el Stuka que había lanzado la bomba, y tampoco volvimos a ver al teniente Rubio.
Para minar el estuario a estas alturas casi puede ser tan, o más eficaz las lanchas MAS o S-boot en acciones nocturnas, e incluso los minadores españoles en aguas más alejadas.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
El estuario del Tajo es muy cerrado, con una anchura de solo un kilómetro. En la parte exterior, hay un islote fortificado que deja dos canales. El del sur es muy poco profundo, el del norte es de suponer que muy vigilado. Luego la bahía se abre excesivamente y aun que es poco profunda, el minado ya no será tan eficaz como en el estrecho canal de acceso.
Los minadores españoles, en unas aguas plagadas de destructores, no lo veo yo muy claro.
Me voy a llevar un ¡zas! en toda la boca. Aparte de las minas sembradas por los aviones ¿se podrían emplear los submarinos minadores VII-D o aún no están en servicio? (Otra cosa es que Doenitz los mandase a la boca del lobo, pero eso ya es decisión suya, Maestro)
- “El sueño de la razón produce monstruos”. Francisco de Goya.
En ese caso las noches deben servir para que las torpederas ataquen a los destructores, mientras por el día son acosados por los Stuka. Mientras el EJE o la coalición paneuropea se concentre en los medios navales serán los británicos los que llevan las de perder. Y los minadores españoles actuando en las costas de la bolsa, si es necesario a plena luz cuando la Luftwaffe habrá expulsado a la Navy como ocurrió en Grecia, que dejaron de actuar en horas diurnas.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
Ten en cuenta que las bases más próximas están muy alejadas: Vigo en el norte, Huelva en el sur. Se han tomado puntos más cercanos, pero unos pocos días antes. Excesivamente peligroso, teniendo en cuenta que un avión lo hace igual a menor precio.