Un soldado de cuatro siglos

La guerra en el arte y los medios de comunicación. Libros, cine, prensa, música, TV, videos.
Gaspacher
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Un soldado de cuatro siglos

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Como dije anteriormente el tema de los viajes en el tiempo me interesaba, pero la Fractura era demasiado general al ser un ISOT (isla en el tiempo), en la que todo un país moderno se trasladaba al pasado. En su lugar propuse el realizar una sobre un pequeño grupo de personas que se trasladasen a un momento del pasado también por accidente y por lo tanto sin una misión definida. Valga decir que esto solo es un divertimento y no hay otra razón que el entretenimiento en este "juego".

Y como lo prometido es deuda empezamos…


A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Los pequeños Juan y Luis salieron del restaurante que ocupa el antiguo palacio de los Velada, alejándose de sus padres en dirección a la plaza de la Catedral de Ávila, donde se había reunido un pequeño gentío. Tras ellos su padre corrió esquivando a las gentes vestidas con traje de época, persiguiendo a los pequeñajos que reían mientras se acercaban al espectáculo que en esos momentos tenía lugar en la plaza. Juan atrapo a sus hijos que protestaron entre risas, esperando la llegada de su madre para recorrer los últimos metros hasta la plaza en la que en esos momentos tenía lugar un espectáculo que formaba parte de la semana medieval de Ávila.

En el centro de la plaza de la Catedral dos hombres vestidos de negro libraban un duelo de espada y media. Las espadas chocaban una y otra vez, mientras los dos duelistas agitaban sus espadas con violencia. Los espectadores, que no conocían el arte de la espada conocido como Destreza, tan solo veían una sucesión de golpes, pero cualquier experto pensaría de forma muy diferente.

Con un pequeño giro de muñeca Ignacio gano cuartos sobre la espada de su adversario y lanzo un atajo, apartando la espada de Diego hacia su izquierda, preparándose para lanzar un tajo sobre el cuello o tal vez la cabeza de su adversario. Este movimiento fue rápidamente contestado por Diego, que hizo un rápido reparo sacando su espada de debajo de la de su contrincante para a su vez, ponerla encima ganando la posición. Ahora Ignacio tenía su espada extendida a la altura de su cintura, algo desplazada a su izquierda y debajo de la espada de su adversario, en la que era una posición de inferioridad que dejaba la iniciativa a su contrincante permitiéndole lanzar un tajo sobre su cuerpo o tal vez realizar una estocada enarcada. Su reacción fue por lo tanto fulgurante, e incluso antes de pensar en ello dio un paso y levanto los brazos para formar una punta colgante que ganaba la posición interior para su espada, imposibilitando los ataques de su Diego. Este tenía ahora varias opciones para recuperar su posición, pero incluso antes de dar un paso atrás Ignacio acabo su movimiento entrando en distancia corta, soltando la mano izquierda de su espada para atrapar la espada y muñeca de Diego y realizar una proyección lanzándolo al suelo. Pero Diego aparte de un esgrimista era también un experto en judo, y no tardó en reaccionar, proyectando a su vez a Ignacio al suelo, dejando el combate como nulo cuando Pedro, que hacía las veces de referí, intervino…

Casi cuarenta minutos más tarde el espectáculo de esgrima termino entre los aplausos del público que reía encantado, especialmente los niños. De inmediato los esgrimistas se dispersaron para ir a comer o a ver la feria medieval, varios de ellos se quedaron sin embargo atrás. El sol caía a plomo, e Ignacio, Diego, y Pedro habían decidido buscar una sobra en la catedral para descansar un poco.


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— ¿Vosotros os conocías ya, verdad? —Pregunto Ignacio dirigiéndose a Diego mientras tomaba un trago de Gatorade.

—Sí, Inaxio. —Respondió Diego. —Servimos juntos en el ejército hasta hace un par de años, cuando Pedro se fue a la academia de suboficiales.

—Ah, ¿eres sargento? —Preguntó ahora Ignacio.

—Desde hace poco, pero ya no pego tiros, ahora soy mecánico de armas. —Respondió Pedro. — ¿Vosotros también os conocíais, verdad?

—Sí. —Respondió Diego mientras se recostaba contra la pared de la catedral. —Estudiamos en el mismo colegio durante un tiempo, pero en cursos diferentes. Mientras estuvimos estudiando creo que no llegamos ni a hablar, y ahora míranos, los dos metidos en la esgrima antigua como frikis… —Dijo provocando las risas de los tres.

—Es culpa de la esgrima, como si no podríamos haber acabado coincidiendo un Ingeniero de Obras Publicas y un militar, pero no esperaba que Diego fuese tan bueno. Esa forma de reaccionar a mi desarme me dejo descolocado.

Los tres continuaron conversando sobre la esgrima hasta que el cansancio y el calor los venció, recostándose en la pared para descansar quedándose dormidos…

Diego abrió los ojos, despertado por el trasiego de las gentes que pasaban por la plaza. No sabía cuánto tiempo había dormido, pero la primera sensación que tuvo tras despertarse fue el mal olor que desprendían las calles. Las gentes andaban por el suelo cubierto de tierra húmeda y cubierta de restos fecales casi sin prestarles atención, tan solo alguna breve mirada, aunque un grupo de niños que jugaban allí cerca si les echaba alguna mirada de soslayo. Extrañado Diego se incorporó para observar los alrededores.

Lo primero en lo que sus ojos se fijaron fue en la falta de higiene en las calles. Desperdicios de todo tipo se acumulaban en el suelo, especialmente paja y estiércol de animales. Cerca de allí unas gallinas picoteaban el suelo con total libertad. Pronto se fijó en la falta de farolas y otras muchas modernidades, de hecho ni un solo coche podía verse en la zona.

—¡Chicos, despertad! —Dijo Diego sacudiendo a Pedro y a Ignacio. —¡Mirad a vuestro alrededor! ¿Qué demonios está pasando?


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Pedro e Ignacio se incorporaron preguntándose qué ocurría. Pronto la incredulidad se apodero de ellos también al observar sus alrededores. Cerca de allí un buhonero recitaba noticias que intercalaba con poemas dando a conocer sus mercancías.

—No puede ser. —Dijo Pedro mientras miraba a un pregonero cercano. —Tiene que ser una broma de cámara oculta.

— ¿A nosotros? ¿Quién haría algo así por nosotros tres? —Preguntó Ignacio. —Si nosotros no somos nadie…

—Pues entonces se estarán preparando para rodar una película de época. No me jorobéis… —Respondió Pedro con rapidez mientras miraba su móvil. — ¡Joder! No hay nada de cobertura. ¿Vosotros tenéis cobertura? —Durante unos instantes todos miraron sus móviles, sucediéndose una serie de maldiciones y palabras malsonantes al comprobar que estaban en las mismas. —Pues yo apago el mío por si acaso, que no me llega la camisa al cuerpo. —Siendo secundado instantes después por el resto. A su alrededor algunas personas los miraron con curiosidad, aunque sin mostrar más que una leve extrañeza.

— ¿Qué estará pasando? —Pregunto Diego para a continuación proponer. —Subamos a una azotea para ver los alrededores.

—Aquel campanario está abierto, subamos allí. —Propuso Ignacio. —No sé qué pasa aquí pero tengo la piel de gallina, algo va mal, muy mal, lo siento en las entrañas.

Unos minutos después los tres estaban en lo alto del campanario observando los alrededores con asombro. No podía divisarse ni un solo edificio moderno y las propias carreteras que circundaban la moderna ciudad habían desaparecido hasta el punto que la propia ciudad era irreconocible.

—No puede ser, no puede ser, esto es imposible. —Repetía sin cesar Pedro sin dar crédito a sus propios ojos. —La catedral parece la de Ávila, pero el resto es irreconocible. ¿Dónde demonios estamos?

—Creo que la pregunta sería más bien ¿En qué maldito tiempo estamos? —Dijo Ignacio tras unos instantes que parecieron eternos. —Si la catedral y la muralla son las mismas que conocemos y las cosas modernas han desaparecido somos nosotros los que nos hemos movido, al pasado diría yo.

— ¡Anda ya, eso es imposible! —Tercio Pedro. Durante unos minutos tan solo se escucharon imprecaciones y frases inconexas pues los tres estaban en estado de shock e incluso tuvieron que sentarse en el suelo unos instantes. Por fin al cabo de unos minutos y tras calmarse Pedro continúo. —Los viajes en el tiempo son imposibles, haría falta un puente de “Einstein-Rosse” o algo así, y aparte de la dificultad de crear algo como eso habría que crear uno estable, lo que es aún más difícil por no decir imposible. —Dijo explicando a continuación los documentales que había visto sobre el tiempo y los viajes en el tiempo.

—Pues será imposible para los científicos, pero tal vez no para la naturaleza. —Dedujo Ignacio. —Yo recuerdo una leyenda de un soldado español que se durmió en Manila y despertó en Méjico. Si aquello fue cierto y el soldado se desplazó miles de kilómetros en un instante, puede que nosotros nos hayamos desplazado no en el espacio sino en el tiempo.

—Yo estoy alucinando. Esto es simplemente imposible. —Murmuro Pedro. — ¿Y que se supone que hagamos? En las historias y películas los protagonistas tratan de remediar algún peligro o tratan de no meterse en problemas hasta que aparece un nuevo portal que los devuelva a casa, pero esto no es una película, y aceptando la base científica que posibilita el viaje no hay nada que nos garantice que podremos volver, e incluso de aparecer algún portal nada nos garantice que nos devuelva a nuestra época y no a un universo paralelo.

Así de pronto recuerdo “La máquina del tiempo” de HG Wells, pero esta situación es distinta y se parece más a otras como “Un yanqui en la corte del Rey Arturo” de Mark Twain que supongo conoceréis, en el que el protagonista no tenía problemas en permanecer en el pasado y utilizar sus conocimientos para medrar. Más dilemas morales se plantearon en la película “El final de la cuenta atrás”, en la que el portaaviones Nimitz, creo recordar, se traslada al momento inmediatamente anterior a Pearl Harbour. En ella los marineros se plantean si deben intervenir y cambiar la historia o dejar que suceda, por fortuna una segunda tormenta similar a la que los envió al pasado los devuelve a su época antes de tener que intervenir. Otra historia similar que recuerdo es el anime “Zippang”, esta vez es un destructor Aegis japonés el que se traslada al momento inmediatamente posterior a Midway. En esa ocasión el dilema moral de la tripulación japonesa del futuro sobre la intervención en contra de unos americanos a los que consideran amigos y a favor de unos japoneses imperialistas muy alejados de su forma de pensar es una constante hasta el final.


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—Entonces, ¿qué hacemos? —Quiso saber Ignacio. —Me están entrando sudores fríos solo con la posibilidad que esto sea real. Aquí no tenemos oficio ni beneficio, tendremos que encontrar la forma de buscarnos la vida para sobrevivir. Diría que podríamos probar con convertirnos en escribanos, pero he visto algunos de los escritos de esta época e incluso me cuesta leer con tantas filigranas, así que ni hablar de escribir, al menos a corto plazo.

—Pues tendremos que buscar una forma de sobrevivir, y ya que estamos tenemos que buscar la forma de vacunarnos de la viruela, pues somos demasiado jóvenes y no estamos vacunados de una enfermedad que en esta época no está erradicada y mata a millones de personas. —Dijo Diego. —Al menos sabemos la forma, si vemos que permanecemos aquí habrá que buscar vacas enfermas que presenten síntomas similares a la viruela.

—Tienes razón, ese y el buscar una forma de conseguir alimentos y alojamiento es supervivencia básica y debe ser el primer paso. —Dijo Pedro. —Si estamos aquí, aquí estamos y no hay más que hablar. Pero en ese caso debemos afrontar la situación y la pregunta es doble. Es el tiempo lineal y lo que hagamos aquí afectara a nuestro propio futuro. —Dijo explicando la conocida como “Paradoja del abuelo”. O por el contrario el tiempo no es lineal y cualquier cambio que hagamos dará nacimiento a un nuevo universo paralelo que contemple esa posibilidad. —Esto abrió el debate y durante casi media hora los tres discutieron sobre las posibilidades temporales y cuál debería ser su actitud de ahora en adelante.

—Como sea no estoy dispuesto a morir de hambre. Si tengo habilidades que me puedan ser útiles para sobrevivir o incluso mejorar mi posición las utilizare. —Dijo Ignacio explicando que al menos en su bolsa había un arco que podían utilizar para cazas, por más que un arco moderno de poleas podría llamar mucho la atención.

—Lo mismo digo. —Compartió Diego. —Esta no es la España que conocemos, por lo que he oído en la calle reina el Rey Felipe IV, así que estamos en el siglo XVII, posiblemente en la primera mitad del siglo a tenor de lo que contaban el pregonero y el buhonero. —Fue explicando. — Por lo que he oído Quevedo está de buenas con Felipe IV, por lo que este debe estar recién entronizado y corresponde a la época en la que el nuevo monarca saco al poeta del destierro. Años veinte del siglo XVII, tal vez un poco más… Desde luego esta no es la España que nosotros conocimos. Además no estoy dispuesto a morir de hambre.

— Entonces deberíamos pensar un plan. —Dijo Ignacio.

—Podríamos empezar por planes básicos. —Intervino Pedro. —En caso necesario nuestros conocimientos superan de largo los conocimientos actuales. Sin ir más lejos mis conocimientos sobre armas superan todo lo conocido, pero eso ahora no nos sirve pues para poder ponerlos en práctica necesitaría de máquinas herramienta que tendríamos que desarrollar antes, aunque fuesen movidas hidráulicamente o a vapor.

—Pero hasta entonces deberemos buscar la forma de sobrevivir. —Dijo Diego. —Busquemos un lugar para pasar la noche en el que podamos resguardarnos, ver que tenemos en las bolsas, y hacer planes con calma….

— ¡Dios, como voy a echar de menos la música, como voy a echar de menos el Rock! —Se oyó decir en la torre del campanario….


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Durante los días siguientes los tres se concentraron en tratar de sobrevivir y en buscar una forma de volver a casa. La primera noche durmieron en un establo cercano, pero al día siguiente prefirieron salir de la ciudad y empezar a buscar alimentos y refugio lejos de la gente. Encontraron ambas cosas cerca de un puente de piedra que los lugareños llamaban de Romanillos. Allí junto a un pequeño río pudieron obtener agua y poner algunas trampas con las que lograron cazar un par de conejos, e incluso capturar algunos peces y cangrejos, siempre tratando de llamar la atención lo menos posible. Todos los días sin embargo, entraban en la ciudad y se dirigían a la catedral buscando una forma de regresar a su tiempo, por desgracia sin éxito.

Al cabo de una semana los tres desistieron de volver. No sabían cómo habían llegado hasta aquella época y era por lo tanto inútil el tratar de buscar una forma de regresar, y permanecer allí perjudicaba sus capacidades de supervivencia. Tan solo la fortuna o un milagro podría poner remedio a su problema, y eso podría tener lugar igual en Ávila que en Madrid, y tal vez en esta última pudiesen tener mejor fortuna.

Antes de partir Pedro vendió su cruz y cadena de oro por cuatro reales, una pequeña fortuna considerando el pequeño tamaño del ornamento. Sin embargo el sacerdote que lo compro había apreciado el increíble detalle del cristo llegando a solicitar el nombre del artesano. Como no podían explicarle que se había hecho en un molde le dijeron que acababan de llegar del Nuevo Mundo, explicando de paso el extraño castellano que hablaban y en el que bastante tenían con recordar hablar de vos, y que el artesano ya fallecido procedía también de Nueva España.

Por fin con algunos fondos en sus bolsillos los tres iniciaron su camino a la cercana Madrid. Por fortuna era finales de primavera y no había nieve en las montañas, por lo que se apartaron de los caminos cuanto pudieron y atravesaron las montañas en las que encontraron algunas piezas de caza de las que Ignacio logro abatir un par con su arco. Sería precisamente al atravesar aquellas montañas, en los alrededores de Zarzalejo, donde se encontraron con un serrano llamado Isidro que cuidaba el ganado de un señor cercano. Tras contarle historias medio inventadas aunque con un poso de verdad sobre la opulencia del Nuevo Mundo, obtuvieron permiso para dormir junto al corral del ganado.

Inmediatamente y mientras Ignacio inspeccionaba el ganado en busca de algún animal que presentase signos de viruela, Diego y Pedro empezaron a montar el campamento. Por desgracia no hubo suerte y el ganado parecía bastante sano, así que tendrían que seguir buscando. Cuando Ignacio salió al exterior Diego ya había terminado de preparar la hoguera y estaba despellejando el conejo cazado por Ignacio esa mañana. Poco después regresaba Pedro, que había logrado encontrar algunas hierbas aromáticas en las cercanías. Poco después el conejo estaba en el fuego desprendiendo el característico olor del romero y el tomillo, y los tres pudieron sentarse a hablar.

—Estamos al lado del Escorial, pero ir directamente allí a ofrecer nuestros servicios queda descartado. —Bromeo Diego dando a entender que podían acabar mal. —Creo que deberíamos dirigirnos a Madrid y buscar la forma de conseguir dinero.

—Estoy de acuerdo. —Dijo Ignacio. —Mi experiencia como ingeniero podría servir, pero meter el pie en ese mundo puede ser muy difícil, y trabajar como obrero o cualquier oro oficio menor debería ser un último recurso pues nos permitiría sobrevivir, pero no medrar. Si queremos probar fortuna debe ser en Madrid, pues allí está la corte, o en ciudades como Sevilla o Valencia. Esta última sería especialmente recomendable por ser el origen de los primeros movimientos de Novatores, por lo que podría haber ciertos aires de liberalismo.

—Por mucho que me gustase regresar a mi tierra Valencia está demasiado lejos. Lo que necesitamos es un herrero. —Intervino Pedro explicando su propuesta. —Lo he pensado, y necesitamos un socio que tenga un taller, a ser posible una herrería. Tengo un reloj Swacht analógico de cuerda, no de cuarzo. Así que podemos copiar su mecanismo y fabricarlo en tamaño bolsillo para lograr dinero e incluso solicitar una patente, privilegio de invención creo que se llama en estos momentos. Con nuestros conocimientos en publicidad podemos lograr muchos fondos. Pero como empezar solos con nuestros fondos actuales es una locura y en esta época ya existen las sociedades mercantiles, tendremos que recurrir a un socio.

—Es buena idea. Supongo que vuesa merced propone copiar el reloj en tamaño bolsillo para que las piezas sean más grandes y facilitar la copia, pero creo que deberíamos empezar con uno de pared paras facilitarlo aún más y dejar los de bolsillo para más adelante cuando tengamos experiencia. —Dijo recordando el vos para entrenar su forma de hablar y evitar suspicacias más adelante. Al asentir Pedro sobre la naturaleza de su propuesta, Ignacio continuó. —Además fabricar los relojes artesanalmente será demasiado lento, así que la sociedad precisaría cierta mecanización.


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Durante los días siguientes los tres permanecieron en las montañas aprovechando para inspeccionar el abundante ganado de la zona. Sabían que hasta ese momento habían logrado evitar el contagio de la viruela gracias al escaso contacto con otros humanos, pero si entraban en la ciudad de Madrid las posibilidades de infectarse crecerían de forma exponencial. Por fortuna al cuarto día lograron encontrar una vaca que presentaba ampollas de color rojo.

Era la oportunidad que estaban esperando. Sin embargo había tres prevenciones que querían tomar antes de “vacunarse”. En primer lugar necesitaban hacer acopio de alimentos para los días venideros, por lo que Pedro y Diego, ambos soldados expertos en operaciones especiales, montaron dos docenas de trampas en los alrededores mientras Ignacio recogía leña y bayas silvestres con las que complementar su dieta. La segunda prevención a tomar fue el buscar algunas plantas de aloe con las que tratar los posibles pústulas o ampollas de la piel, pues su efecto refrescante y calmante evitaría el que se rascasen en exceso agravando la herida.

Por último y una vez logradas las dos primeras prevenciones fue el momento de “vacunarse”. Para evitar enfermar todos de golpe tomaron la tercera y última medida de seguridad, que fue el hacerlo con tres días de diferencia entre cada uno de ellos. El primer agraciado por sorteo fue Pedro. Así pues utilizando la navaja suiza de Diego, practicaron un pequeño corte en una de las ampollas de la vaca con la que transmitieron la enfermedad a su compañero. Durante los tres primeros días no hubo cambios, pero al cuarto día empezó a notar algunos leves síntomas de fiebre y pudieron comprobar como el punto de entrada se inflamaba creándose una ampolla que trataron con una pomada de aloe y manzanilla con la que esperaban calmar y cuidar la piel. Para entonces Ignacio ya se había “vacunado”.


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Una semana después tan solo Diego continuaba mostrando síntomas de la enfermedad y su recuperación marchaba a buen ritmo. Por fortuna los tres estaban en magníficas condiciones de salud como correspondía a personas jóvenes y en forma del siglo XXI, y pudieron sobrellevar sin problemas la enfermedad ya de por si más débil que la viruela. Más complicaciones tuvo el ocultarse de los ocasionales cazadores que merodeaban por aquellas montañas, pero gracias a la experiencia en el ejército de Diego y Pedro lograron sobrellevarlo con cierta facilidad. Ahora estaban vacunados y podían reemprender su viaje hacia la capital, pero antes de ello se dirigieron a la Pedriza donde pudieron disfrutar de un buen baño y asearse en las frías aguas de aquel lugar.

— ¿Os habéis dado cuenta que nos estamos quedando sin papel higiénico y toallitas de bebe? —Pregunto Pedro como quien no quiere la cosa, más por la necesidad de romper el silencio que imperaba en el idílico paraje que por otra cosa. —Tendríamos que inventarlas para evitar el tener que limpiarnos con hojas o a saber qué cosas, porque ni idea que utilizan en esta época. Los romanos utilizaban esponjas y creo que en la edad media se utilizaba lana o algo similar, y ninguna de esas opciones me convence.

—Jajaja, tienes el cul* fino. —Río Ignacio. —Pero es verdad y supongo que podría hacerse aunque a medio plazo es impracticable. No sé, tal vez podamos recurrir a la tela de algodón, pero eso será en todo caso una opción cara, y el bidé tampoco es una opción porque aún no lo han inventado...

—Utilizaremos lo que sea necesario. —Intervino Diego. —De momento debemos centrarnos en hacernos un nombre en la ciudad y lograr una puerta a la riqueza, o al menos a cierto acceso a fondos que nos permitan sobrevivir. De momento empezaremos por buscar alojamiento y alimentos, y si es necesario acudiremos a alguna iglesia u hospicio. Por desgracia tenemos pocos fondos y necesitamos la mayoría para fabricar los instrumentos y maquinas que trataremos de ofrecer a la corona. Ya hemos decidido que dividiremos nuestra atención. —Continuó explicando. — ¡Pedro! Tú te encargaras de fabricar un barómetro que presentaras a la corona como predictor de tormentas.

— ¡Ese es el plan! —Respondió Pedro. —Necesitare dos probetas de cristal, una de ellas un tubo fino de al menos un metro, y la otra un simple vaso, y por supuesto necesitaremos mercurio, que como sabemos es venenoso y debe ser manipulado con extremo cuidado. El resto de elementos que precisaremos será una caja de madera para guardarlo, estopa para evitar su rotura, y una escala graduada. Para la escala bastaran creo, marcas de presión en azul, verde, amarillo y rojo. Por supuesto la azul que será la inferior marcara el anticiclón, pero lo llamaremos simplemente alta presión. La verde será la normal, la amarilla riesgo de tormenta, y la roja marcaran las borrascas. No creo que tenga demasiados problemas en construirlo porque ya lo hicimos en el laboratorio del instituto en su día.

Eso en cuanto a la construcción, en cuanto al aspecto de divulgación creo que Torricelli aún no ha escrito su trabajo científico, pero es irrelevante porque no tuvo aplicación práctica hasta el siglo XVIII y nosotros no entraremos en el campo de la demostración científica sino práctica. Por desgracia y a menos que menudeen las tormentas de verano para comprobar el "predictor de tormentas" serán necesarios varios meses, así que no obtendremos resultados por este camino en algún tiempo, y eso con suerte.

—Así es, Pedro. —Volvió a intervenir Diego. —Por eso Ignacio, que es ingeniero, se encargara de copiar tu reloj de pulsera para fabricar un reloj de pared que podamos vender a algún aristócrata o rico burgués. ¿Cuánto tiempo crees que necesitaras para tener un reloj que podamos vender? —Dirigiéndose a Ignacio.

—Siempre que cuente con la colaboración de un herrero para fabricar las ruedas y engranajes, creo que en unas pocas semanas podre tener la maquinaria del reloj y una caja de madera noble. Utilizare principalmente latón, más fácil de trabajar y mecanizar que el hierro, sobre todo con los medios actuales. El cristal para el reloj será más complicado, pero veré que puedo hacer. El mayor problema al que nos enfrentamos es la carencia de herramientas modernas con las que empezar a trabajar.

—La falta de herramientas y la falta de homogeneización de medidas en general, y del calibre de las herramientas en particular. —Intervino Pedro.

—Esa es otra. Cada reino e incluso cada región tienen sus propias medidas, y las herramientas como señala Pedro, se fabrican a ojo. Tendremos que crear nuestro propio juego de herramientas con las medidas que determinemos.

—Pues habrá que hacerlo y llevar cuidado. Tenemos que encontrar la manera, al menos sabemos que es lo que necesitamos y queremos.


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Mientras aprovechaban la última jornada en el anonimato de la naturaleza, Pedro empezó a desmontar su reloj de pulsera con sumo cuidado utilizando la navaja multiusos que siempre llevaba. Mientras tanto Ignacio utilizaba el móvil para fotografiar cada paso del proceso con vistas a establecer un registro que facilitase el posterior desarrollo de un reloj cuando llegasen a Madrid.

— ¡Date prisa, Pedro! —Decía Ignacio en aquellos momentos mientras tomaba fotos con el móvil. —Sabes que cuando se acabe la batería estaremos acabados, totalmente a oscuras.

—Voy todo lo rápido que puedo, esta navaja no fue diseñada para este trabajo de precisión precisamente. Tú preocúpate de desconectar los datos y todas las aplicaciones que puedan consumir batería.

—Ya están desconectadas, pero intentemos ser rápidos con este trabajo. —Respondió mientras guiñaba un ojo. —Con este reloj como base creo que podremos crear algunos relojes muy interesantes. ¿Has pensado que necesitaremos?

—Llevo pensándolo desde que llegamos a aquí. Bueno, en realidad desde que asumí que no podríamos volver a nuestra época. ¡Lástima que no exista un Ministerio del Tiempo como el de la serie de Tve que pueda devolvernos al 2016! —Se lamentó en broma Pedro. —Como te decía, llevo días y días pensando en ello. Nuestro objetivo es el premio instituido por Felipe III a quien lograse determinar la longitud geográfica. Un premio vitalicio de seis mil ducados anuales nada menos.

—No sabía que fuese tanto. —Respondió Ignacio. —Suficiente riqueza para dar acceso a la nobleza. Dijiste que un ducado equivalía a unos once reales. ¿Verdad?

—Más o menos, y sí, es una verdadera fortuna. De hecho en esta época un trabajador cualificado puede cobrar menos de dos mil reales al año, así que haz cálculos tú mismo. —Tras un poco de tiempo en el que aprovecho para quitar otro tornillo que le dio acceso a un engranaje al que Ignacio saco una foto, Pedro continuó. —El problema que tenemos es que queremos evitar suspicacias y que también tenemos necesidad de acumular algo de experiencia en la construcción de relojes antes de ir a por un verdadero cronometro marino. Si logramos vender algunos relojes de pared y hacernos un nombre como relojeros no resultara extraño que en un tiempo presentemos un cronometro marino a la corte.

—Creo que puede funcionar. —Intervino Diego que acababa de regresar de inspeccionar los alrededores para comprobar que estaban solos. —Al menos es una idea tan buena como cualquier otra, y con los conocimientos que tenemos no solo en soluciones reales y pensamiento practico, unidos a los conocimientos de publicidad, deberíamos ser capaces de vender con facilidad los relojes que fabriquemos.

— ¡Esto ya está! —Exclamo Pedro al sacar la última pieza que daba acceso a los engranajes. —Haz las fotos que necesites y volveré a montarlo. ¡A ver si funciona! —Dos horas después y tras muchas maldiciones el reloj estaba de nuevo montado y en funcionamiento, aunque el estado de los tornillos no parecía el mejor tras haber estado utilizando la punta de una navaja.

A esa hora el sol estaba otra vez próximo a ocultarse, así que decidieron pasar esa noche allí y regresar al camino para dirigirse a Madrid a primera hora de la mañana. Como el resto de noches acamparon a resguardo, en esta ocasión en una grieta de las rocas que los ocultaba de las vistas de extraños y que impediría que el pequeño fuego que encendieron se viese a menos que se acercasen a unos metros de su posición. Tras cenar algunas de las plantas que habían recolectado en la zona se dispusieron a dormir, como siempre haciendo turnos para montar guardia.


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A la mañana siguiente los tres regresaron al camino principal donde ahora sí, sin ocultarse, siguieron caminando en dirección a Madrid. Pronto pudieron observar como la presencia humana empezaba a ser cada vez más abundante. Al principio unos pocos pastores que cuidando sus rebaños andaban por las cercanías, pero pronto se adentraron en zonas en las menudeaban los campos de cultivo y con ello un mayor numero de agricultores.

Pronto estuvieron andando entre campos ahora repletos de trigo y cebada que, próximo el momento de la siega, cubrían cuanto contemplaba la vista convirtiendo el paisaje en una estampa de oro. Ahora las pequeñas poblaciones menudeaban y solo por los comentarios de otros viajeros podía ir enterándose de cuales eran aquellas desconocidas poblaciones. No tardo mucho cuando allá a lo lejos pudieron divisar una pequeña ciudad que les esperaba.

Tras tres horas de viaje y ya en un camino principal, pasaron a andar rodeados de mercaderes y viajeros de la más diversa procedencia. Poco antes habían andado junto a un grupo de muleros que llevaba una reata de dos docenas de mulas, pero el fuerte olor a pescado acabo aconsejando que se adelantasen y dejasen atrás a aquellos hombres que traían el pescado del Atlántico a la capital. Eso los coloco en compañía de varios carros que traían un cargamento de legumbres en dirección a la ciudad, teniendo la fortuna de lograr permiso de los carreteros para colocar sus pesados petates en la parte trasera de los carros. Gracias a ello y ya más descansados pudieron seguir su camino andando tras aquellos carros, mientras carreteros y otros viajeros conversaban contándose las ultimas noticias.

Ellos en cambio intervinieron poco en la conversación, contentándose con responder con unas pocas y medidas palabras, tratando de no destacar excesivamente por su forma de hablar. Aún tenían mucho que aprender sobre la dicción y los modismos de la época que habían descubierto no se limitaban únicamente al vos y a vuesa merced, sino también a muchas palabras que tenían un significado diferente, en muchos casos desconocido para ellos. Por supuesto ellos utilizaban el origen americano y sus antepasados vascuences y valencianos como excusa, pero era mejor no jugar con fuego y trataban de interactuar lo menos posible midiendo sus intervenciones.

https://upload.wikimedia.org/wikipedia/ ... egovia.jpg

Era poco más de medio día cuando llegaron al río Manzanares, sobre el cual cruzaba el o la puente Segoviana, y al otro lado la puerta llamada del Puente que daba acceso a la calle de tal nombre. Al otro lado del río y al frente y a su izquierda podía divisarse el Alcázar Real, semioculto tras unos árboles. La soledad del campo había ahora desaparecido, y los tres tenían que esforzarse en hablar de forma extremadamente formal pues caminaban rodeados de desconocidos, desde carreteros, muleros y campesinos a lo que parecían soldados o hijosdalgo que caminaban o cabalgaban con la espada al cinto. Era el 4 de julio de 1622 y estaban entrando en Madrid.


A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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tercioidiaquez
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Un soldado de cuatro siglos

Mensaje por tercioidiaquez »

Una de las cosas que les llamó la atención fue la aglomeración de gente en una plaza.
En la puerta de una iglesia un nutrido grupo de personas, la mayoría hombres, se encontraban atendiendo a una figura llamativa.
Su ropa era la mas colorida que habían visto desde su "llegada". Hablaba a grandes voces, con una mano apoyada en la guarda de una espada ropera y la otra haciendo grandes aspavientos. Una enorme pluma de color rojo brillante destacaba en su sombrero.

Un grupo de jóvenes no perdía atención de sus palabras, mientras que un par de mujeres le miraban con otros ojos.

Detrás de él se encontraba una mesa con dos sillas, y sentados en ellas dos escribientes con gesto aburrido, como si hubieran oido mil veces las palabras del relatos ( como así era).

"...en Jülich, Wimpfen y Fleurus, donde el propio Fernando de Córdoba, descendiente del Gran Capitán que Dios guarde en su memoria, me concedió por mi valor al ser el primero en romper las picas enemigas 2 escudos de ventaja. Y no os quepa duda, que con los valerosos madrileños que se alisten hoy, el propio marqués de Spínola nos utilizará como herramientas contra esos herejes, enemigos de Dios y de Nuestro Señor, por levantarse contra su Católica Majestad".

A continuación puso la mano de manera vertical al lado de su boca y simulando hacer un aparte dijo en voz mas baja a los jóvenes, no mas de 20 años que se encontraban en primera fila:
"Pero antes pasaremos por Italia, y probaremos su vino y sus mujees, pues al fin y al cabo España mi natura, Italia mi ventura."
Rápidamente subió el tono, se descubrió y saludó haciendo una inclinación en dirección a las dos mujeres:
"Aunque he de decir, que en todos mis viajes, nunca encontré bellezas semejantes". A la vez que guiñaba un ojo.

Los hombres sonrieron y las mujeres se sonrojaron aunque no dejaron de mirar el discurso florido del recitante. Mientras, los dos escribanos de la mesa seguían con la cara de aburrimiento incluso permitiéndose un bostezo.


“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
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Mensaje por Gaspacher »

Si algo noto Pedro al entrar en la capital fue el mal olor que desprendían las personas. Un olor acido a sudor y falta de higiene. Un mal olor mucho más pesado que el que pudiese conocer de sus experiencias en Dojos de artes marciales en los que el olor a sudor era síntoma de un buen Dojo, un Dojo en el que el trabajo y el esfuerzo eran constantes. El olor era de hecho tan fuerte que el mal olor de los desperdicios y animales que se acumulaban en las calles quedaba en segundo término.

La falta de higiene sorprendió por lo tanto a los tres viajeros. En Ávila, la única otra ciudad que conocían, el mal olor corporal había sido mucho menor por hacer muy poco tiempo del baño de primavera de principios de mayo. Pero ahora para todas estas personas hacia casi dos meses desde aquel primer baño. Y si ese era el mal olor corporal, no quería pensar como sería el aliento de las personas…

“Tenemos que salir de aquí”, se dijo Pedro a sí mismo. “Tenemos que salir de aquí e ir al campo, a algún lugar donde podamos marcar nuestras propias normas”. En su cabeza empezaron a tomar forma los planes para escribir un libro o pasquín en defensa de los baños y la higiene en general. Tal vez debería hacerlo de forma anónima, y utilizaría como argumento la recuperación de los clásicos romanos en contraste con los marranos. Al fin y al cabo en aquellos momentos de las tres grandes civilizaciones del mundo tan solo la europea podía considerarse una “marrana”.

Pero como siempre necesitaban dinero.


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tercioidiaquez
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Mensaje por tercioidiaquez »

El grupo observó como tras el discurso varios hombres, jóvenes y maduros, se acercaban a la mesa. Daba su nombre y procedían los escribanos a anotarlo. Algunos firmaban y otros ponían una marca.
Diego vio que era su ocasión. Se puso en la fila, detrás de un hombre alto, al que le faltaba media oreja.
"Nombre" dijo uno de los escribanos, mientras a su lado el hombre que había hablado en público se fijaba en la fila. Diego apreció que llevaba una banda de color rojo, bastante desgastada, que le cruzaba el pecho desde el hombro derecho.
"Alonso de Saldaña" contesto el de la oreja.

Mientras el escribano escribía su nombre otro hombre se acerco al de la banda y le habló al oído, sin dejar de mirar ambos al frente.

El de la banda utilizó su voz, esta voz de manera mas seca y cortante: "Corchetes" gritó. "Prended al tornillero" señalando al hombre que se había quedado quieto. Hizo ademán de huir, dando la vuelta y echando a correr. Pero tropezó con Diego, que puso las manos para evitar el golpe, con tan mala fortuna que ambos rodaron por el suelo.

Dos hombres se abalanzaron contra el caído y lo pusieron en pie. De un golpe en la pierna le inmovilizaron y se lo llevaron a rastras.

El de la banda, miró como se lo llevaban, y acto seguido dio la mano a Diego para ayudar a levantarle.
"Gracias, ese maldito estafador probará la soga gracias a tu ayuda. Aprenderá que no se debe estafar al Rey nuestro Señor, mas cuando necesitamos de tantos brazos para combatir a esos herejes."


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Mensaje por tercioidiaquez »

Le tocó a Diego ponerse delante de la mesa.
"Nombre" pregunto el escribano.
Por un momento se quedó en blanco.
- "Diego de Entrerrios"
Todavía tenía reciente el episodio de "el minsterio de el Tiempo", en que algunos soldados de los Tercios, junto a Spinola, llegaban a enfrentarse a los alemanes.
El escribano se le quedó mirando con un gesto hosco en la cara.
- "¿Cómo?" inquirió.
- "Entrerrios, Diego de Entrerrios".
-"No, que como tenéis los dientes tan blancos."
Sorprendido, contestó lo primero que se le ocurrió.
-"Con agua y con un palo" *
- "¿Y para qué?".
- "Fue una penitencia. Mi boca me ha perdido en ocasiones, y para evitar pecar mi capellán me la impuso hace años".
Encogiéndose de hombros, el escribano anoto su nombre, y a continuación escribio "Dientes blancos"*.
-"Firma o pon tu marca". comentó mientras le pasaba la pluma.
Tras firmar, haciéndolo mas despacio de lo que sabía, para no llamar mas la atención, el escribano sacó de una bolsa una moneda.
-"1 escudo, se te descontará de tu primera paga. Si no tienes armas deberás decírselo al Alférez".


*Así lo hace Sean Connery en la película "Robin y Marian".


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Mensaje por Gaspacher »

Pedro se movía por la ciudad lentamente mientras trataba de reconocer en aquellas caóticas y malolientes calles el Madrid de los Austrias que conocía. De tanto en tanto una voz clamaba “agua va” instantes antes de que se lanzasen desperdicios desde una ventana, ya fuesen restos de comida o el contenido del orinal, y todo ello junto a carnicerías que sacrificaban y descuartizaban los animales a pie de calle, contribuyendo con ello al nauseabundo olor que desprendía la ciudad.

Su primera prioridad en aquellos momentos era lograr algunos fondos, y a eso se dedicaba en cuerpo y alma en aquellos momentos. Por desgracia y ante la falta de oficio conocido no había tenido más remedio que recurrir a la venta de alguno de sus enseres, con mucho tiento, por supuesto. Así no tardo en informarse antes de dirigirse al mentidero de Las losas de Palacio, lugar en el que no era extraño ver pasear a aquellos que buscaban el favor real. Una vez allí no tardo en vender el pequeño espejo de neceser que tenía logrando por él la desorbitada cantidad de veinte escudos. Una pequeña fortuna que dejaba en evidencia el porqué de la llamada Guerra de los Espejos (1) que tuvo lugar durante la segunda mitad de ese siglo entre Francia y Venecia. Desde luego eso significaba que el mundo de los espejos debía ser explorado a fondo, para lo cual empezó a hacer planes de inmediato.

Poco después y con una pequeña fortuna en el bolsillo entraba en la pequeña vivienda que habían alquilado cerca de la puerta de Toledo. Esa misma mañana había asistido a misa en la iglesia de San Isidro, más por dejarse ver y evitar suspicacias que por convicción propia. El oficio había sido ciertamente sorprendente, dicho en latín y con el párroco de espaldas a los feligreses y mirando al retablo no se parecía en nada a los oficios religiosos que guardaba en sus recuerdos. En los dos días que llevaban en la ciudad se había dado cuenta que la religiosidad de las gentes era de muy diversa categoría, ninguno ponía en duda la existencia de Dios, al menos en voz alta, pero era evidente que no todos acudían a los oficios religiosos de forma regular. Una falta de religiosidad publica bastante acusada sobre todo entre los soldados veteranos.

Tal vez en otras circunstancias él hubiese podido prescindir de la iglesia igualmente, pero eso solo hubiese sido posible si hubiese aceptado una vida gris, oculto entre la sociedad de la época, y no lo aceptaba. No lo aceptaba no por querer destacar o querer ser recordado en la historia sino por simple y llano egoísmo. Era un hombre del siglo XXI acostumbrado a cierto nivel de comodidad, un nivel de comodidad que solo podría lograr por la vía de la innovación y la construcción de todo aquello que le faltase, desde viviendas con calefacción a duchas, higiene publica, y tantas y tantas otras pequeñas cosas que hacían la diferencia entre una sociedad avanzada y otra medieval y atrasada.

  1. Francia gastaba 100.000 escudos al año en espejos y esto motivo a Colbert a "robar" artesanos a Venecia iniciando la guerra de los espejos


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