Un soldado de cuatro siglos
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Un soldado de cuatro siglos
Durante las semanas siguientes Pedro construyo dos barómetros de mercurio. Un trabajo muy simple una vez hubo reunido los materiales. Para cada uno de ellos era necesaria una probeta de cristal larga y fina y un segundo recipiente de cristal con el cuello bastante ancho como para introducir el primero y manipularlo sin problemas, ambos materiales básicos de alquimistas. Hubo que buscar un poco y preguntar discretamente aquí y allá, pero finalmente logro adquirirlos a un boticario cercano a la puerta de Alcalá.
Una vez logrados los enseres el proceso de elaboración fue tan simple como llenar el recipiente hasta la mitad con mercurio, y a continuación y con sumo cuidado sumergir el extremo abierto de la probeta larga y llena de mercurio. De inmediato el nivel de mercurio de la probeta empezó a disminuir hasta equilibrarse a algo más de la mitad, ocupando aproximadamente una sexta parte del tubo. Ahora ya tenía el barómetro construido, así que lo introdujo en una caja que encargo a un carpintero cercano. La caja tenía un relleno para evitar daños a las probetas, y una escala graduada a uno de los lados, además contaba con dos pequeñas puertas para trasladar con seguridad el barómetro en casos de viajes.
Una vez hecho esto, Pedro ofreció el invento a la corona y solicito un privilegio de invención para lo que llamo un “predictor de tormentas”, solicitando un premio de dos mil escudos en metálico y la construcción exclusiva de estos aparatos para la corona. Por desgracia su utilidad no sería vista a corto plazo, así que debería esperar un tiempo a ver su utilidad, pero con algo de suerte en cuanto llegase el otoño con sus abundantes tormentas podrían empezar a constatar su uso
Una vez finalizado el trabajo en el barómetro Pedro se concentró en ayudar a Ignacio con el reloj, principalmente en el terreno de la compra de materiales para construir los relojes. En un principio estaban trabajando en dos proyectos separados. El primero un gran reloj de péndulo con el que pensaban entrar en el mercado con un producto para las clases altas que les reportase beneficios de forma constante, el segundo y mucho más secreto era un cronometro marino con el que medir la longitud con el que hacerse con el premio en metálico otorgado por la corona a quien solucionase aquel problema.
Una vez logrados los enseres el proceso de elaboración fue tan simple como llenar el recipiente hasta la mitad con mercurio, y a continuación y con sumo cuidado sumergir el extremo abierto de la probeta larga y llena de mercurio. De inmediato el nivel de mercurio de la probeta empezó a disminuir hasta equilibrarse a algo más de la mitad, ocupando aproximadamente una sexta parte del tubo. Ahora ya tenía el barómetro construido, así que lo introdujo en una caja que encargo a un carpintero cercano. La caja tenía un relleno para evitar daños a las probetas, y una escala graduada a uno de los lados, además contaba con dos pequeñas puertas para trasladar con seguridad el barómetro en casos de viajes.
Una vez hecho esto, Pedro ofreció el invento a la corona y solicito un privilegio de invención para lo que llamo un “predictor de tormentas”, solicitando un premio de dos mil escudos en metálico y la construcción exclusiva de estos aparatos para la corona. Por desgracia su utilidad no sería vista a corto plazo, así que debería esperar un tiempo a ver su utilidad, pero con algo de suerte en cuanto llegase el otoño con sus abundantes tormentas podrían empezar a constatar su uso
Una vez finalizado el trabajo en el barómetro Pedro se concentró en ayudar a Ignacio con el reloj, principalmente en el terreno de la compra de materiales para construir los relojes. En un principio estaban trabajando en dos proyectos separados. El primero un gran reloj de péndulo con el que pensaban entrar en el mercado con un producto para las clases altas que les reportase beneficios de forma constante, el segundo y mucho más secreto era un cronometro marino con el que medir la longitud con el que hacerse con el premio en metálico otorgado por la corona a quien solucionase aquel problema.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
- tercioidiaquez
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Un soldado de cuatro siglos
Los primeros días en el ejército eran igual en el siglo XVII que en el XXI. Estar mucho rato sin hacer nada, y cuando te daban una orden, por muy absurda que fuera cumplirla.
Durante el viaje a Valencia, donde embarcarían rumbo a Italia, comenzaron a recibir una breve instrucción en el manejo de las armas, sobre todo espada. Diego, gracias a su experiencia previa se desenvolvía bastante bien, y aunque no había combatido con ella, el Capitán le usó como ayudante para explicar a los novatos los rudimentos básicos.
La primera idea que se le había ocurrido era la de crear una bayoneta. Algo sencillo y fácil, pero en sus primeras charlas (aunque apenas participaba y escuchaba asimilando los giros y las palabras usadas) comprendió que no iba a ser fácil convencer a sus superiores.
La pica, como habían dejado claro, era la reina de las armas y sospechaba que cualquier innovación que pudiera sustituirla iba a encontrar resistencia.
Durante el viaje a Valencia, donde embarcarían rumbo a Italia, comenzaron a recibir una breve instrucción en el manejo de las armas, sobre todo espada. Diego, gracias a su experiencia previa se desenvolvía bastante bien, y aunque no había combatido con ella, el Capitán le usó como ayudante para explicar a los novatos los rudimentos básicos.
La primera idea que se le había ocurrido era la de crear una bayoneta. Algo sencillo y fácil, pero en sus primeras charlas (aunque apenas participaba y escuchaba asimilando los giros y las palabras usadas) comprendió que no iba a ser fácil convencer a sus superiores.
La pica, como habían dejado claro, era la reina de las armas y sospechaba que cualquier innovación que pudiera sustituirla iba a encontrar resistencia.
“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
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Mientras Ignacio continuaba con la fabricación de los relojes, Pedro se dedicó a ir consiguiendo o generalmente fabricando aquellas cosas que pudiesen mejorar su calidad de vida.
Siendo la higiene un aspecto vital, fue uno de los aspectos a los que dedico más interés, así que empezó por fabricar una docena de cepillos de dientes. Pedro sabía que los cepillos de dientes se habían originado en China o tal vez en Japón allá por el siglo XV o XVI, así que se puso a fabricar un desarrollo de aquellos primeros cepillos de dientes. Para empezar consiguió una docena de ramitas de cerezo que tallo con cuidado, realizando una veintena de perforaciones en uno de los extremos. Una vez logrado el mango se concentró en conseguir las cerdas, para lo cual recurrió a la crin de caballo, que una vez hervida y limpia enebro en los agujeros por grupos que fijo mediante nudos. Finalmente tan solo fue necesario recortar todas las cerdas a una misma medida para logrando así un primitivo cepillo de dientes.
Ahora tan solo era necesario lograr la pasta de dientes. Por fortuna una prima hermana de Pedro era una herborista experta en remedios naturales o como Pedro gustaba de llamarla, una “bruja”, y Pedro la había ayudado en alguna ocasión, más por conversar con ella que por creer realmente en esos remedios. De todas formas ahora no podía ir al supermercado en busca de esos enseres cotidianos, por lo que se dispuso a comprar lo necesario para fabricarla. Empezó por supuesto por la materia principal, la arcilla blanca. Otros materiales que recordaba serían necesarios eran el bicarbonato sódico, y aceites esenciales como el de menta y una infusión, para lo que eligió el tomillo y el romero.
Una vez logrados los ingredientes empezó haciendo la infusión en la que pudo un poco de sal. Por desgracia no había encontrado nada similar al bicarbonato que posiblemente fuese un invento moderno, pero el carbonato de sodio era conocido desde antiguo, así que tuvo que conformarse con él. En la mezcla resultante echo unas hojas de menta machacadas para extraerles el jugo pues a falta de aceites esenciales tuvo que improvisar. El último paso fue por supuesto, el ir echando la arcilla blanca que fue removiendo hasta lograr una masa consistente que finalmente repartió en una docena de tarros.
Había llegado la hora de hacer diversos tipos de jabones para el cuidado de la piel y el pelo.
Siendo la higiene un aspecto vital, fue uno de los aspectos a los que dedico más interés, así que empezó por fabricar una docena de cepillos de dientes. Pedro sabía que los cepillos de dientes se habían originado en China o tal vez en Japón allá por el siglo XV o XVI, así que se puso a fabricar un desarrollo de aquellos primeros cepillos de dientes. Para empezar consiguió una docena de ramitas de cerezo que tallo con cuidado, realizando una veintena de perforaciones en uno de los extremos. Una vez logrado el mango se concentró en conseguir las cerdas, para lo cual recurrió a la crin de caballo, que una vez hervida y limpia enebro en los agujeros por grupos que fijo mediante nudos. Finalmente tan solo fue necesario recortar todas las cerdas a una misma medida para logrando así un primitivo cepillo de dientes.
Ahora tan solo era necesario lograr la pasta de dientes. Por fortuna una prima hermana de Pedro era una herborista experta en remedios naturales o como Pedro gustaba de llamarla, una “bruja”, y Pedro la había ayudado en alguna ocasión, más por conversar con ella que por creer realmente en esos remedios. De todas formas ahora no podía ir al supermercado en busca de esos enseres cotidianos, por lo que se dispuso a comprar lo necesario para fabricarla. Empezó por supuesto por la materia principal, la arcilla blanca. Otros materiales que recordaba serían necesarios eran el bicarbonato sódico, y aceites esenciales como el de menta y una infusión, para lo que eligió el tomillo y el romero.
Una vez logrados los ingredientes empezó haciendo la infusión en la que pudo un poco de sal. Por desgracia no había encontrado nada similar al bicarbonato que posiblemente fuese un invento moderno, pero el carbonato de sodio era conocido desde antiguo, así que tuvo que conformarse con él. En la mezcla resultante echo unas hojas de menta machacadas para extraerles el jugo pues a falta de aceites esenciales tuvo que improvisar. El último paso fue por supuesto, el ir echando la arcilla blanca que fue removiendo hasta lograr una masa consistente que finalmente repartió en una docena de tarros.
Había llegado la hora de hacer diversos tipos de jabones para el cuidado de la piel y el pelo.
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Un soldado de cuatro siglos
Durante los días siguientes Pedro viajo por la región a pie y a caballo explorándola. Aprovecho así para conocer aún más esa nueva España en la que le había tocado vivir, despejo la mente y pudo empezar a dibujar y escribir diversos diseños y descripciones que esperaba más adelante le sirviesen para desarrollar sus ideas. Así adopto una rutina de trabajo tan solo interrumpida por sus ocasionales ayudas a Ignacio en la construcción del reloj, casi siempre en trabajos de ajuste o pulido de diversas piezas y engranajes. El resto del tiempo Pedro lo pasaba trabajando en la habitación que habían alquilado y a la que Pedro había retirado el jergón, hogar de innumerables insectos y posible fuente de problemas. En su lugar Pedro había construido un camastro en X utilizando una técnica que aprendió en operaciones especiales. Esta junto a medidas como el lavado de la ropa y su propia higiene personal eran las pocas medidas que podían adoptar para evitar las enfermedades.
Era este uno de sus principales objetivos, y por desgracia no resultaba nada sencillo de realizar. Las necesidades personales se hacían en el patio interior de la casa apartándose a un rincón donde se agachaban, una actividad nada sencilla pues la vida moderna había limitado la flexibilidad de los pies y a Pedro e Ignacio les resultaba muy incómodo. Al menos el patio estaba cubierto de plantas que mitigaban el mal olor, lo que hacía creer a Pedro que los famosos patios de las casas andaluzas debía tener un origen menos glamuroso de lo que creía. Las duchas o los baños eran por supuesto imposibles, y en su lugar no había más remedio que conformarse con limpiarse con trapos limpios humedecidos con agua, algo que hacía en la intimidad de su habitación todas las noches antes de dormir.
Otro de los grandes problemas a los que se enfrentaban era la alimentación. Mientras estuvieron viajando se alimentaron principalmente de caza y vegetales silvestres, pero ahora que vivían en la ciudad se enfrentaban a otro problema. El primero era que los alimentos eran principalmente cocidos y chacinería con poca relación con los que conocían de su propia época. Los cocidos estaban especiados hasta el absurdo, posiblemente para ocultar los olores y sabores de la carne que generalmente carecía de sistemas de conservación tras su sacrificio. De hecho el matadero estaba en la propia ciudad y su olor junto al de tintorerías y otros oficios dejaba un persistente mal olor en las calles. Por el contrario los embutidos estaban poco especiados y algunos como el chorizo tenían un color pálido que nadie hubiese creído posible a causa de la falta del pimentón. No fue hasta ese momento hasta que se dio verdaderamente cuenta del tremendo choque que tuvo que suponer el descubrimiento de América.
Era este uno de sus principales objetivos, y por desgracia no resultaba nada sencillo de realizar. Las necesidades personales se hacían en el patio interior de la casa apartándose a un rincón donde se agachaban, una actividad nada sencilla pues la vida moderna había limitado la flexibilidad de los pies y a Pedro e Ignacio les resultaba muy incómodo. Al menos el patio estaba cubierto de plantas que mitigaban el mal olor, lo que hacía creer a Pedro que los famosos patios de las casas andaluzas debía tener un origen menos glamuroso de lo que creía. Las duchas o los baños eran por supuesto imposibles, y en su lugar no había más remedio que conformarse con limpiarse con trapos limpios humedecidos con agua, algo que hacía en la intimidad de su habitación todas las noches antes de dormir.
Otro de los grandes problemas a los que se enfrentaban era la alimentación. Mientras estuvieron viajando se alimentaron principalmente de caza y vegetales silvestres, pero ahora que vivían en la ciudad se enfrentaban a otro problema. El primero era que los alimentos eran principalmente cocidos y chacinería con poca relación con los que conocían de su propia época. Los cocidos estaban especiados hasta el absurdo, posiblemente para ocultar los olores y sabores de la carne que generalmente carecía de sistemas de conservación tras su sacrificio. De hecho el matadero estaba en la propia ciudad y su olor junto al de tintorerías y otros oficios dejaba un persistente mal olor en las calles. Por el contrario los embutidos estaban poco especiados y algunos como el chorizo tenían un color pálido que nadie hubiese creído posible a causa de la falta del pimentón. No fue hasta ese momento hasta que se dio verdaderamente cuenta del tremendo choque que tuvo que suponer el descubrimiento de América.
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Un soldado de cuatro siglos
Por tercera vez desde que empezase a trabajar, Pedro comprobó las medidas del engranaje que estaba fabricando en madera, una tarea que hubiese sido mucho más sencilla de disponer de herramientas de medición básicas como un “pie de rey”. Aun peor era el tema de las herramientas de trabajo pues se limitaban a una sierra, diferentes azuelas de desbastar, y cepillos de carpintero y un berbiquí que utilizaba para agujerear los engranajes para eliminar material sobrante, limpiando a continuación los agujeros con limas. Un trabajo agotador que hubiese sido mucho más sencillo de disponer de sierras de corona y taladros.
Mientras continuaba limpiando la madera para igualarla no podía dejar de pensar en desarrollar un talador manual. Sabía que habían existido porque su tío Juan, carpintero al igual que su padre y su abuelo, tenía viejas herramientas en su carpintería y entre ellas había un taladro manual. Por ello sabía que fabricar uno no debería ser demasiado complicado (1), al fin y al cabo su funcionamiento combinado se basaba en dos engranajes, el primero asociado a una manivela que pasaba la energía a un segundo engranaje asociado al cabezal con la broca. Dejando las herramientas un momento se dirigió a la mesa de dibujo, ahora cubierta de papeles con diagramas, cogió un papel y pluma y realizo los primeros esbozos del taladro manual. Sin duda en cuanto pudiese fabricaría uno y solicitaría una patente de invención.
Pedro empleo el resto de la mañana en finalizar el engranaje, con este eran ya ocho los que tenía completos, faltando únicamente otros cuatro para tener la maquinaria básica del reloj que estaba construyendo junto a Ignacio. Por supuesto era este quien diseñaba el reloj, calculando el tamaño de las piezas y dando el visto bueno a cada una de las piezas que Pedro iba construyendo en madera. Una vez hechas y comprobado que encajaban de forma correcta las unas con las otras, Pedro pasaba a la siguiente pieza a manufacturar. Pese a todo las últimas cuatro piezas serían tarea de Ignacio pues Pedro tenía otras cosas que hacer pues el trabajo previo estaba a punto de culminar y era hora de ir preparando los siguientes pasos.
Tras dejar el taller asistió al oficio vespertino de la iglesia del Buen Suceso situada junto al convento de Nuestra Señora de las Victorias, iglesia que parecía estar de moda entre la sociedad madrileña (2). Durante el oficio dicho como siempre en latín, Pedro se concentró en memorizar los rezos al tiempo que trataba de observar con disimulo a las gentes que le rodeaban, tratando de aprender sus costumbres y en la medida de lo posible su forma de hablar, pues ambas cosas se antojaban vitales si querían evitar destacar y atraer los problemas. Acabado se dispuso a salir de la iglesia cuando capto algo por el rabillo del ojo.
De inmediato se giró para mirar un grupo de limosneros que se habían acercado a solicitar limosna de los ricoshombres que habían asistido al oficio. Algo había llamado su atención, sin embargo ahora no sabía que era, así que continuó mirando fijamente al grupo que permanecía en el centro de la iglesia. No fue hasta casi un minuto después cuando su cerebro por fin asimilo lo que estaba viendo. Uno de ellos llevaba pantalones vaqueros...
Mientras continuaba limpiando la madera para igualarla no podía dejar de pensar en desarrollar un talador manual. Sabía que habían existido porque su tío Juan, carpintero al igual que su padre y su abuelo, tenía viejas herramientas en su carpintería y entre ellas había un taladro manual. Por ello sabía que fabricar uno no debería ser demasiado complicado (1), al fin y al cabo su funcionamiento combinado se basaba en dos engranajes, el primero asociado a una manivela que pasaba la energía a un segundo engranaje asociado al cabezal con la broca. Dejando las herramientas un momento se dirigió a la mesa de dibujo, ahora cubierta de papeles con diagramas, cogió un papel y pluma y realizo los primeros esbozos del taladro manual. Sin duda en cuanto pudiese fabricaría uno y solicitaría una patente de invención.
Pedro empleo el resto de la mañana en finalizar el engranaje, con este eran ya ocho los que tenía completos, faltando únicamente otros cuatro para tener la maquinaria básica del reloj que estaba construyendo junto a Ignacio. Por supuesto era este quien diseñaba el reloj, calculando el tamaño de las piezas y dando el visto bueno a cada una de las piezas que Pedro iba construyendo en madera. Una vez hechas y comprobado que encajaban de forma correcta las unas con las otras, Pedro pasaba a la siguiente pieza a manufacturar. Pese a todo las últimas cuatro piezas serían tarea de Ignacio pues Pedro tenía otras cosas que hacer pues el trabajo previo estaba a punto de culminar y era hora de ir preparando los siguientes pasos.
Tras dejar el taller asistió al oficio vespertino de la iglesia del Buen Suceso situada junto al convento de Nuestra Señora de las Victorias, iglesia que parecía estar de moda entre la sociedad madrileña (2). Durante el oficio dicho como siempre en latín, Pedro se concentró en memorizar los rezos al tiempo que trataba de observar con disimulo a las gentes que le rodeaban, tratando de aprender sus costumbres y en la medida de lo posible su forma de hablar, pues ambas cosas se antojaban vitales si querían evitar destacar y atraer los problemas. Acabado se dispuso a salir de la iglesia cuando capto algo por el rabillo del ojo.
De inmediato se giró para mirar un grupo de limosneros que se habían acercado a solicitar limosna de los ricoshombres que habían asistido al oficio. Algo había llamado su atención, sin embargo ahora no sabía que era, así que continuó mirando fijamente al grupo que permanecía en el centro de la iglesia. No fue hasta casi un minuto después cuando su cerebro por fin asimilo lo que estaba viendo. Uno de ellos llevaba pantalones vaqueros...
- Esta iglesia del siglo XV fue demolida tras la desamortización de Mendizabal.
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- tercioidiaquez
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Un soldado de cuatro siglos
La presencia de Diego en Milán fue "interesante".
Por un lado era curioso ver en persona como era el mundo que hasta entonces solo conocía por los libros. Desde luego a lo que se veía en televisión o el cine tenía poco que ver. El olor, los colores, la suciedad, el barro en las calles...todo era mucho mas "áspero".
Su manejo de la espada le valió ser bien considerado por sus jefes, pero pronto sería un problema.
Se encontraba en una posada con sus compañeros de camarada. Era un grupo que ya se había acostumbrado a sus excentricidades; la higiene y el no ir detrás de las mujeres. Esto último era lo que mas le costaba, pero a la vez lo que mas le preocupaba. Sí "conocía" mujer ¿Qué repercusiones tendría? Un hijo que no hubiera existido de no ocurrir su viaje, una enfermedad...
Se encontraban bebiendo, algo que en su momento debió ser vino, cuando un gigantón con dos jarras de mas se dirigió a él:
"Eh bujarrón, ¿A cúal de tus amigos quieres mas?".
La trifulca fue inmediata, aunque Diego no quiso participar. Los amigos de unos y de otros se enzarzaron, volaron mesas, jarras y taburetes.
Al encontrarse en la zona de cuarteles * la pelea terminó rápido, pues el barrachel podría llegar y tomarlos presos.
Sin saber como, quedó Diego y el gigante al día siguiente, en la piazza del Duomo,a maitines.
Allí solucionarían la discusión.
*Cuarteles, se refiere al barrio en el que se alojaban los soldados, no necesariamente una zona militar.
Por un lado era curioso ver en persona como era el mundo que hasta entonces solo conocía por los libros. Desde luego a lo que se veía en televisión o el cine tenía poco que ver. El olor, los colores, la suciedad, el barro en las calles...todo era mucho mas "áspero".
Su manejo de la espada le valió ser bien considerado por sus jefes, pero pronto sería un problema.
Se encontraba en una posada con sus compañeros de camarada. Era un grupo que ya se había acostumbrado a sus excentricidades; la higiene y el no ir detrás de las mujeres. Esto último era lo que mas le costaba, pero a la vez lo que mas le preocupaba. Sí "conocía" mujer ¿Qué repercusiones tendría? Un hijo que no hubiera existido de no ocurrir su viaje, una enfermedad...
Se encontraban bebiendo, algo que en su momento debió ser vino, cuando un gigantón con dos jarras de mas se dirigió a él:
"Eh bujarrón, ¿A cúal de tus amigos quieres mas?".
La trifulca fue inmediata, aunque Diego no quiso participar. Los amigos de unos y de otros se enzarzaron, volaron mesas, jarras y taburetes.
Al encontrarse en la zona de cuarteles * la pelea terminó rápido, pues el barrachel podría llegar y tomarlos presos.
Sin saber como, quedó Diego y el gigante al día siguiente, en la piazza del Duomo,a maitines.
Allí solucionarían la discusión.
*Cuarteles, se refiere al barrio en el que se alojaban los soldados, no necesariamente una zona militar.
“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
- tercioidiaquez
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Un soldado de cuatro siglos
El duelo terminó relativamente rápido.
El gigante, que no se había querido retractar de sus palabras recibió medio palmo de acero y a la tarde lo cubriría metro y medio de tierra milanesa.
Diego estaba sorprendido y algo conmocionado. Matar a alguien a espada, mirándole a los ojos, no dejaba de ser "incómodo" respecto a hacerlo con un fusil o un arma a distancia.
Lo que mas le aterró fue la "blandura resistente" del torso de su rival al penetrarle con la ropera.
"No había otra solución", se decía, " Bien hecho, compadre", le decían sus camaradas palmeándole la espalda.
Pero en el fondo hubo otra cosa que le dio mas miedo. Escondido en lo mas profundo, se sentía dichoso. Había sido capaz de acabar con alguien a base de su habilidad. Nada de fuerza bruta, ni de tecnología. Lo que le aterraba era que sentía que podía llegar a gustarle.
Tampoco tuvo tiempo de pensar mas en ello, en un par de horas, comenzarían la marcha. El camino español les esperaba. Su próximo jefe, el marqués de los Balbases, famosísimo por su brillante campaña en el Palatinado, el Capitán General de los Reales Ejércitos de Su Majestad el Rey Planeta, D. Ambrosio de Spínola. Que sin obtener el deseado título de Grande, demostró sobradamente que lo era.
Diego ardía en deseos de servir en su ejército.
El gigante, que no se había querido retractar de sus palabras recibió medio palmo de acero y a la tarde lo cubriría metro y medio de tierra milanesa.
Diego estaba sorprendido y algo conmocionado. Matar a alguien a espada, mirándole a los ojos, no dejaba de ser "incómodo" respecto a hacerlo con un fusil o un arma a distancia.
Lo que mas le aterró fue la "blandura resistente" del torso de su rival al penetrarle con la ropera.
"No había otra solución", se decía, " Bien hecho, compadre", le decían sus camaradas palmeándole la espalda.
Pero en el fondo hubo otra cosa que le dio mas miedo. Escondido en lo mas profundo, se sentía dichoso. Había sido capaz de acabar con alguien a base de su habilidad. Nada de fuerza bruta, ni de tecnología. Lo que le aterraba era que sentía que podía llegar a gustarle.
Tampoco tuvo tiempo de pensar mas en ello, en un par de horas, comenzarían la marcha. El camino español les esperaba. Su próximo jefe, el marqués de los Balbases, famosísimo por su brillante campaña en el Palatinado, el Capitán General de los Reales Ejércitos de Su Majestad el Rey Planeta, D. Ambrosio de Spínola. Que sin obtener el deseado título de Grande, demostró sobradamente que lo era.
Diego ardía en deseos de servir en su ejército.
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Tras tres semanas de laborioso trabajo por fin estuvieron en disposición de fabricar su primer reloj. Las piezas de madera laboriosamente trabajadas encajaban a la perfección y tan solo faltaban los péndulos. Por supuesto para fabricar los péndulos era necesario calcular la longitud y el peso adecuados para que su oscilación fuese firme y constante, pero teniendo sus propios relojes para comparar se limitarían a ir probando diferentes combinaciones hasta lograr una adecuada. Por fortuna la técnica de no les era desconocida y utilizando las piezas de madera como muestra fabricaron cuatro moldes de arena en los que verter el bronce o el latón según el caso. Por fin había llegado el momento de crear los primeros engranajes.
http://3.bp.blogspot.com/-vxHYeOsPrwc/U ... eloj01.jpg
Seis días después por fin tenían las piezas sobre la mesa y cada una de las ruedas de engranaje fue limada y pulida para dejarla en perfecto estado. Una vez realizados los preparativos pudieron empezar a montar el reloj, engrasando ligeramente cada mecanismo con unas gotas de aceite de roca. Una vez montado el mecanismo tan solo sería necesario lograr un buen ebanista que hiciese una caja de madera acorde al reloj. Un moderno reloj con minutero e incluso segundero que sin duda llamaría la atención de las elites de la zona y que sin duda podrían vender a un alto precio que, según las investigaciones de Pedro, alcanzaría varios miles de reales.
http://almadeherrero.blogspot.com.es/20 ... lsera.html
El mayor problema al que se enfrentaron en esta fase del trabajo fue el lograr un paso constante de los engranajes. Por fortuna contaban con el sistema de péndulo en lugar de la rueda de escape de los relojes mecánicos modernos, pero aun así tuvieron que realizar decenas de pruebas con diferentes pesos y longitudes hasta lograr uno que fuese aceptable. Por fortuna contaban con sus propios relojes por lo que cada prueba llevo tan solo unos minutos, bastando una comparativa directa del discurrir de ambos relojes para ir dando el visto bueno a las piezas.
Una vez acabado el reloj tenía un aspecto impresionante. La caja de madera barnizada relucía al sol del verano, mientras el péndulo de latón que regulaba el paso constante de los engranajes refulgía lanzando destellos dorados que acompañaban al característico Tic-Tac de aquellos relojes. El mecanismo situado tras la caja quedaba por supuesto oculto, pero era accesible desde la parte trasera del reloj de pared. La propia esfera del reloj de un blanco nacarado marcaba las doce horas en números romanos y tenía las divisiones para los minutos, todo un avance para los reales actuales.
http://3.bp.blogspot.com/-vxHYeOsPrwc/U ... eloj01.jpg
Seis días después por fin tenían las piezas sobre la mesa y cada una de las ruedas de engranaje fue limada y pulida para dejarla en perfecto estado. Una vez realizados los preparativos pudieron empezar a montar el reloj, engrasando ligeramente cada mecanismo con unas gotas de aceite de roca. Una vez montado el mecanismo tan solo sería necesario lograr un buen ebanista que hiciese una caja de madera acorde al reloj. Un moderno reloj con minutero e incluso segundero que sin duda llamaría la atención de las elites de la zona y que sin duda podrían vender a un alto precio que, según las investigaciones de Pedro, alcanzaría varios miles de reales.
http://almadeherrero.blogspot.com.es/20 ... lsera.html
El mayor problema al que se enfrentaron en esta fase del trabajo fue el lograr un paso constante de los engranajes. Por fortuna contaban con el sistema de péndulo en lugar de la rueda de escape de los relojes mecánicos modernos, pero aun así tuvieron que realizar decenas de pruebas con diferentes pesos y longitudes hasta lograr uno que fuese aceptable. Por fortuna contaban con sus propios relojes por lo que cada prueba llevo tan solo unos minutos, bastando una comparativa directa del discurrir de ambos relojes para ir dando el visto bueno a las piezas.
Una vez acabado el reloj tenía un aspecto impresionante. La caja de madera barnizada relucía al sol del verano, mientras el péndulo de latón que regulaba el paso constante de los engranajes refulgía lanzando destellos dorados que acompañaban al característico Tic-Tac de aquellos relojes. El mecanismo situado tras la caja quedaba por supuesto oculto, pero era accesible desde la parte trasera del reloj de pared. La propia esfera del reloj de un blanco nacarado marcaba las doce horas en números romanos y tenía las divisiones para los minutos, todo un avance para los reales actuales.
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Un soldado de cuatro siglos
Alrededores de Breda 1622
Las trincheras eran un mundo en si mismo. El barro, las ratas, el frío, pero sobre todo la humedad, siempre presente, se calaba en los huesos. Cavabas con humedad, dormías con humedad, combatías con humedad...
-"Mierda de sol. En esta tierra de herejes hasta el sol es frío como los corazones de los hideputas luteranos".
Las exclamaciones de los compañeros de Diego se repetían una y otra vez, mientras se dedicaban a sacar tierra de una caponera.
La camarada de Diego era elegida con mas frecuencia para estos menesteres, ya que sus componentes se encontraban en mejor estado físico que el resto de su compañía (y del ejército).
Todo había comenzado poco a poco. Diego, que era ya conocido como el "Dientes blancos" había cobrado fama de excéntrico. Sus costumbres eran tan raras como lavarse las manos después de orinar o defecar, y siempre antes de preparar la comida. Sus compañeros habían visto primero con burlas y chanzas sus "manías", pero vieron que sus diarreas tardaban mas en aparecer (aunque también lo hacían), que sus heridas en las manos y piel no eran tan "feas" como las suyas, y se quejaba mucho menos de dolores en la boca. Apenas visitaba al barbero de la Compañía para pedir remedio. Es más, era este e incluso alguna vez el cirujano del Tercio, el que se había acercado a hablar con él y pedirle consejo.
Poco a poco comenzaron a adoptar los mismos hábitos y lo notaron. Dentro del clima general de debilidad por la escasa comida y las duras condiciones del asedio, ellos se encontraban ligeramente mejor y con mas fuerzas.
Pero tanto ir a las caponeras llevó a Diego a afrontar el siguiente problema.
Las trincheras eran un mundo en si mismo. El barro, las ratas, el frío, pero sobre todo la humedad, siempre presente, se calaba en los huesos. Cavabas con humedad, dormías con humedad, combatías con humedad...
-"Mierda de sol. En esta tierra de herejes hasta el sol es frío como los corazones de los hideputas luteranos".
Las exclamaciones de los compañeros de Diego se repetían una y otra vez, mientras se dedicaban a sacar tierra de una caponera.
La camarada de Diego era elegida con mas frecuencia para estos menesteres, ya que sus componentes se encontraban en mejor estado físico que el resto de su compañía (y del ejército).
Todo había comenzado poco a poco. Diego, que era ya conocido como el "Dientes blancos" había cobrado fama de excéntrico. Sus costumbres eran tan raras como lavarse las manos después de orinar o defecar, y siempre antes de preparar la comida. Sus compañeros habían visto primero con burlas y chanzas sus "manías", pero vieron que sus diarreas tardaban mas en aparecer (aunque también lo hacían), que sus heridas en las manos y piel no eran tan "feas" como las suyas, y se quejaba mucho menos de dolores en la boca. Apenas visitaba al barbero de la Compañía para pedir remedio. Es más, era este e incluso alguna vez el cirujano del Tercio, el que se había acercado a hablar con él y pedirle consejo.
Poco a poco comenzaron a adoptar los mismos hábitos y lo notaron. Dentro del clima general de debilidad por la escasa comida y las duras condiciones del asedio, ellos se encontraban ligeramente mejor y con mas fuerzas.
Pero tanto ir a las caponeras llevó a Diego a afrontar el siguiente problema.
“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
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Un soldado de cuatro siglos
El funcionario observaba con mal disimulado desdén el pliego que tenía en las manos en el que una serie de garabatos que se asemejaban a un edificio con múltiples indicaciones explicaban el invento por el que el individuo que tenía frente a sí solicitaba un pago por privilegio de invención a la corona.
—Solicita vuesa merced mil escudos de ventaja de por el privilegio de invención de este “pararrayos”. —Dijo con desgana al hombre, casi un gigante que debía medir al menos seis pies y medio, sacando una cabeza a todos los hombres de los alrededores.
—Así es. —Respondió el hombretón, parco en palabras.
— ¿Y cómo funciona ese “pararrayos”?
—La lanza de acero elevada en el edificio más alto de los alrededores atrae el rayo hasta ella, y cuando el rayo impacta en ella, el rayo es conducido hasta el suelo por el cable de cobre que conecta la lanza con el suelo de forma segura y sin causar daños al edificio ni a las personas. —Explico el inventor con casi idéntico desdén al mostrado por el funcionario. —Estoy dispuesto a hacer una demostración pues ya tengo uno en mis manos.
El funcionario se encogió de hombros mientras respondía. —Remitiré su solicitud para que decida su excelencia, el conde de Montalbo. En caso de aceptar o precisar de más información enviaremos a buscar a vuesa merced a su residencia. —Dijo ahora tratando de dar carpetazo al asunto, sin embargo el hombretón insistió en regresar él mismo al día siguiente en busca de noticias, algo que por desgracia Antonio no podía impedir.
Mientras regresaba a la vivienda que habían alquilado, Pedro se planteaba seriamente la necesidad de buscar un mecenas con influencia para evitar estos problemas en lo sucesivo. De pronto recordó al individuo al que había visto vestir con prendas de ropa de claro origen en el siglo XX o el XXI. Ignacio había quedado encargado de vigilarlo y contactar con él si pensaba que era de fiar. La impaciencia y el nerviosismo iban de la mano en este caso…
Esperaba que alguno de los privilegios de invención que había solicitado diese pronto sus frutos, quería salir de Madrid en cuanto fuese posible.
—Solicita vuesa merced mil escudos de ventaja de por el privilegio de invención de este “pararrayos”. —Dijo con desgana al hombre, casi un gigante que debía medir al menos seis pies y medio, sacando una cabeza a todos los hombres de los alrededores.
—Así es. —Respondió el hombretón, parco en palabras.
— ¿Y cómo funciona ese “pararrayos”?
—La lanza de acero elevada en el edificio más alto de los alrededores atrae el rayo hasta ella, y cuando el rayo impacta en ella, el rayo es conducido hasta el suelo por el cable de cobre que conecta la lanza con el suelo de forma segura y sin causar daños al edificio ni a las personas. —Explico el inventor con casi idéntico desdén al mostrado por el funcionario. —Estoy dispuesto a hacer una demostración pues ya tengo uno en mis manos.
El funcionario se encogió de hombros mientras respondía. —Remitiré su solicitud para que decida su excelencia, el conde de Montalbo. En caso de aceptar o precisar de más información enviaremos a buscar a vuesa merced a su residencia. —Dijo ahora tratando de dar carpetazo al asunto, sin embargo el hombretón insistió en regresar él mismo al día siguiente en busca de noticias, algo que por desgracia Antonio no podía impedir.
Mientras regresaba a la vivienda que habían alquilado, Pedro se planteaba seriamente la necesidad de buscar un mecenas con influencia para evitar estos problemas en lo sucesivo. De pronto recordó al individuo al que había visto vestir con prendas de ropa de claro origen en el siglo XX o el XXI. Ignacio había quedado encargado de vigilarlo y contactar con él si pensaba que era de fiar. La impaciencia y el nerviosismo iban de la mano en este caso…
Esperaba que alguno de los privilegios de invención que había solicitado diese pronto sus frutos, quería salir de Madrid en cuanto fuese posible.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
VALENCIA, septiembre de 1622
Valencia, a diferencia de Madrid olía mucho mejor o al menos no olía tan mal, prueba evidente de una antigüedad de la ciudad que contaba con servicios de agua y cloacas desde tiempo de los romanos y árabes. Unos servicios controlados desde el siglo XIV por la Junta de Murs y Valls (1), encargada del mantenimiento y en caso necesario de la expansión o reforma de las obras públicas, datando la última reforma y ampliación del alcantarillado de principios del siglo anterior. No por ello era comparable a una ciudad del siglo XXI, ni tan siquiera del XX en higiene, pero era un avance. Además también contaba con algunos baños públicos prueba de su pasado árabe (2), y a uno de ellos, el del Almirante situado precisamente al lado de la casa del Almirante de Valencia del que recibía el nombre (3), se dirigió Pedro nada más alquilar para él una habitación cerca de la catedral.
Estaban a principios de septiembre y la venta de los primeros relojes y la ventaja de mil escudos por el invento del pararrayos que probó su valía con las tormentas de verano, había dado una pequeña fortuna a Pedro que pudo trasladarse a Valencia. Con ello los viajeros quedaban separados y tan solo dispondrían del correo para comunicarse durante un tiempo.
Una vez en los vestuarios de los baños se despojó de sus ropas que envió a lavar de manos de un chiquillo que por allí había, de los que hacen de mensajeros a cambio de unos maravedíes. Mientras él mismo pasaba a la sala fría en la que paso a las letrinas, una simple habitación con una caja de madera que vertía los desperdicios directamente a la cloaca pero que ya era toda una mejora de lo visto hasta ese momento. Después paso a otra pequeña habitación de la sala fría en la que cogió jabón, una toalla, y un balde de agua con el que paso a la sala tibia en la que se dispuso a conversar con el resto de usuarios mientras se lavaba, tratando así de enterarse de las últimas noticias y por qué no, lograr los primeros contactos en la ciudad. Tras un buen tiempo en la sala tibia paso unos minutos a la sala caliente, donde se dio un buen baño de vapor antes de regresar a la sala tibia.
Era la hora de darse un masaje que soltase y relajase sus músculos tras los rigores del viaje desde Madrid, y el esclavo que lo logro utilizando su propio cuerpo como palanca para ir estirando los músculos y articulaciones de Pedro que tras muchas imprecaciones en voz baja empezaron a soltarse. Por fortuna si al esclavo encargado de darle el masaje le pareció extraño su suave piel, se cuidó muy mucho de decirlo en voz alta. Al menos ahora tras dos meses en esa época y gracias a su altura, en la media en el siglo XXI pero que le hacía destacar en cualquier lugar en el XVII, con la piel tostada por el sol y una recia barba en el rostro ya no parecía un niño. Por fin tras el masaje descontracturante y un posterior masaje relajante en el que utilizo desde una esponja áspera para exfoliar la piel a un guantelete de seda para masajear los músculos, Pedro quedo totalmente relajado y tendido en el suelo de la sala tibia.
—¿No es voste de Valencia, veritat? ¿Castellá o del regne?—Pregunto otro hombre de edad que avanzada que estaba tumbado junto a él relajándose de su propio masaje.
—De lo regne, pero hay estat molt de temps fora, al extranger. —Respondió Pedro cubriendo sus espaldas ante cualquier desliz que pudiera cometer.
—Un viajero entonces, casi un explorador, y tan joven. —Sonrió el hombre que le tendió la mano mientras pasaba al castellano. — Me llamo Melchor Villena y Vila, ¿Y vos sois?
—Pedro, Pedro Llopis y Alcalá. —Respondió Pedro saludando a su vez a su interlocutor. —Pero mis viajes fueron más bien forzosos pues mis padres pasaron al nuevo mundo, y antes de regresar navegue un par de veces, ahora mismo regreso de una expedición a África.
—Me asombra Vd, mosén Pedro. Tan joven y tantas vivencias. ¿Me permite preguntarle que le ha traído a nuestra ciudad?
—Por supuesto mosén Melchor, he venido a estudiar un tiempo en la universidad.
—No es habitual ver estudiantes tan mayores. —Dijo Melchor, pues normalmente los estudiantes acudían a la universidad con catorce años aproximadamente, para a continuación preguntar refiriéndose a los estudios más comunes. —¿Teología o derecho?
—Ninguna de las dos. Prefiero los estudios de Artes Liberales, matemáticas, y tal vez un poco de medicina, pero antes buscare un tutor que me recuerde mis clases de latín. —Sonrió Pedro respondiendo aunque ya había asistido a algunas clases con un tutor en Madrid.
—Vaya, me alegra escuchar eso, yo soy precisamente médico, así que si vuesa merced desea una carta de recomendación no tiene más que venir a verme. —Respondió Melchor con una nueva simpatía por su joven compañero.
Valencia, a diferencia de Madrid olía mucho mejor o al menos no olía tan mal, prueba evidente de una antigüedad de la ciudad que contaba con servicios de agua y cloacas desde tiempo de los romanos y árabes. Unos servicios controlados desde el siglo XIV por la Junta de Murs y Valls (1), encargada del mantenimiento y en caso necesario de la expansión o reforma de las obras públicas, datando la última reforma y ampliación del alcantarillado de principios del siglo anterior. No por ello era comparable a una ciudad del siglo XXI, ni tan siquiera del XX en higiene, pero era un avance. Además también contaba con algunos baños públicos prueba de su pasado árabe (2), y a uno de ellos, el del Almirante situado precisamente al lado de la casa del Almirante de Valencia del que recibía el nombre (3), se dirigió Pedro nada más alquilar para él una habitación cerca de la catedral.
Estaban a principios de septiembre y la venta de los primeros relojes y la ventaja de mil escudos por el invento del pararrayos que probó su valía con las tormentas de verano, había dado una pequeña fortuna a Pedro que pudo trasladarse a Valencia. Con ello los viajeros quedaban separados y tan solo dispondrían del correo para comunicarse durante un tiempo.
Una vez en los vestuarios de los baños se despojó de sus ropas que envió a lavar de manos de un chiquillo que por allí había, de los que hacen de mensajeros a cambio de unos maravedíes. Mientras él mismo pasaba a la sala fría en la que paso a las letrinas, una simple habitación con una caja de madera que vertía los desperdicios directamente a la cloaca pero que ya era toda una mejora de lo visto hasta ese momento. Después paso a otra pequeña habitación de la sala fría en la que cogió jabón, una toalla, y un balde de agua con el que paso a la sala tibia en la que se dispuso a conversar con el resto de usuarios mientras se lavaba, tratando así de enterarse de las últimas noticias y por qué no, lograr los primeros contactos en la ciudad. Tras un buen tiempo en la sala tibia paso unos minutos a la sala caliente, donde se dio un buen baño de vapor antes de regresar a la sala tibia.
Era la hora de darse un masaje que soltase y relajase sus músculos tras los rigores del viaje desde Madrid, y el esclavo que lo logro utilizando su propio cuerpo como palanca para ir estirando los músculos y articulaciones de Pedro que tras muchas imprecaciones en voz baja empezaron a soltarse. Por fortuna si al esclavo encargado de darle el masaje le pareció extraño su suave piel, se cuidó muy mucho de decirlo en voz alta. Al menos ahora tras dos meses en esa época y gracias a su altura, en la media en el siglo XXI pero que le hacía destacar en cualquier lugar en el XVII, con la piel tostada por el sol y una recia barba en el rostro ya no parecía un niño. Por fin tras el masaje descontracturante y un posterior masaje relajante en el que utilizo desde una esponja áspera para exfoliar la piel a un guantelete de seda para masajear los músculos, Pedro quedo totalmente relajado y tendido en el suelo de la sala tibia.
—¿No es voste de Valencia, veritat? ¿Castellá o del regne?—Pregunto otro hombre de edad que avanzada que estaba tumbado junto a él relajándose de su propio masaje.
—De lo regne, pero hay estat molt de temps fora, al extranger. —Respondió Pedro cubriendo sus espaldas ante cualquier desliz que pudiera cometer.
—Un viajero entonces, casi un explorador, y tan joven. —Sonrió el hombre que le tendió la mano mientras pasaba al castellano. — Me llamo Melchor Villena y Vila, ¿Y vos sois?
—Pedro, Pedro Llopis y Alcalá. —Respondió Pedro saludando a su vez a su interlocutor. —Pero mis viajes fueron más bien forzosos pues mis padres pasaron al nuevo mundo, y antes de regresar navegue un par de veces, ahora mismo regreso de una expedición a África.
—Me asombra Vd, mosén Pedro. Tan joven y tantas vivencias. ¿Me permite preguntarle que le ha traído a nuestra ciudad?
—Por supuesto mosén Melchor, he venido a estudiar un tiempo en la universidad.
—No es habitual ver estudiantes tan mayores. —Dijo Melchor, pues normalmente los estudiantes acudían a la universidad con catorce años aproximadamente, para a continuación preguntar refiriéndose a los estudios más comunes. —¿Teología o derecho?
—Ninguna de las dos. Prefiero los estudios de Artes Liberales, matemáticas, y tal vez un poco de medicina, pero antes buscare un tutor que me recuerde mis clases de latín. —Sonrió Pedro respondiendo aunque ya había asistido a algunas clases con un tutor en Madrid.
—Vaya, me alegra escuchar eso, yo soy precisamente médico, así que si vuesa merced desea una carta de recomendación no tiene más que venir a verme. —Respondió Melchor con una nueva simpatía por su joven compañero.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
—Muchas gracias por el ofrecimiento. —Dijo entonces Pedro. —Por desgracia solo estaré en Valencia unos meses y quiero aprovechar el tiempo.
— ¿Parte vuesa merced de viaje? —Quiso saber Melchor.
—Sí, solicite y obtuve el permiso de la corona para explorar nuevas rutas marítimas con oriente. Así que la próxima primavera partiré en un viaje de un año o año y medio hacia las Filipinas. —Explico Pedro. —Si mi teoría es cierta espero llegar a las Filipinas en unos cuatro meses. —Explico mientras se disponía a lavarse los dientes.
—Me asombra vuesa merced, Don Pedro. Tan joven y con tantas ganas de ver mundo y ampliar sus conocimientos. —Respondió Melchor refiriéndose al aspecto de Pedro, a quien pese a la barba nadie tomaría por un hombre maduro para a continuación preguntar. — ¿Qué tiene vuesa merced ahí?
—Un cepillo y una pasta de dientes para la limpieza de los dientes. —Explico Pedro. —Se utiliza en China y Zipango para evitar que se pudran los dientes, y según mi experiencia funciona y evita problemas.
— ¿Confía vuesa merced en remedios de esos salvajes?
—Generalmente no, pero personalmente creo que la limpieza del cuerpo y el acudir es fundamental para evitar enfermedades y me limpio el rostro a diario y las manos antes de cada comida, y acudo al baño una vez a la semana.
— ¿No teme vuesa merced que su cuerpo se ablande con el agua o ser confundido con un sarraceno?
—El agua no ablanda el cuerpo, Doctor Villena. Si fuese así el cuerpo de los marinos tendrían el cuerpo fofo, y sin embargo los marinos tienen el cuerpo curtido como el que más. En cierto sentido tengamos en cuenta que las propias pieles se curten sumergiéndolas en diferentes líquidos, así que igual el agua es como el fuego que forja el acero. Primero lo reblandece y permite trabajarlo para convertirlo en una herramienta perfecta. En cuanto a los sarracenos. Los árabes son originarios de un desierto en el que el baño es imposible. Los baños no son de origen árabe, sino que estos adoptaron los baños cuando conquistaron el Imperio Romano de Oriente y lo trajeron hasta aquí donde como otras tantas cosas, los habíamos olvidado. Así que personalmente prefiero confiar en la costumbre del baño mencionada por el gran filósofo romano Séneca. Un baño cada nueve días que en mi caso es cada domingo antes de acudir a misa, y limpieza de cara y brazos diaria.
—Le concedo el mérito en lo de los romanos, es cierto que sus termas eran habituales, y también el propio Hipócrates hablo en repetidas ocasiones de la limpieza. Pero no puedo estar de acuerdo en lo de curtir la piel. —Respondió Melchor empezando una diatriba.
— ¿Parte vuesa merced de viaje? —Quiso saber Melchor.
—Sí, solicite y obtuve el permiso de la corona para explorar nuevas rutas marítimas con oriente. Así que la próxima primavera partiré en un viaje de un año o año y medio hacia las Filipinas. —Explico Pedro. —Si mi teoría es cierta espero llegar a las Filipinas en unos cuatro meses. —Explico mientras se disponía a lavarse los dientes.
—Me asombra vuesa merced, Don Pedro. Tan joven y con tantas ganas de ver mundo y ampliar sus conocimientos. —Respondió Melchor refiriéndose al aspecto de Pedro, a quien pese a la barba nadie tomaría por un hombre maduro para a continuación preguntar. — ¿Qué tiene vuesa merced ahí?
—Un cepillo y una pasta de dientes para la limpieza de los dientes. —Explico Pedro. —Se utiliza en China y Zipango para evitar que se pudran los dientes, y según mi experiencia funciona y evita problemas.
— ¿Confía vuesa merced en remedios de esos salvajes?
—Generalmente no, pero personalmente creo que la limpieza del cuerpo y el acudir es fundamental para evitar enfermedades y me limpio el rostro a diario y las manos antes de cada comida, y acudo al baño una vez a la semana.
— ¿No teme vuesa merced que su cuerpo se ablande con el agua o ser confundido con un sarraceno?
—El agua no ablanda el cuerpo, Doctor Villena. Si fuese así el cuerpo de los marinos tendrían el cuerpo fofo, y sin embargo los marinos tienen el cuerpo curtido como el que más. En cierto sentido tengamos en cuenta que las propias pieles se curten sumergiéndolas en diferentes líquidos, así que igual el agua es como el fuego que forja el acero. Primero lo reblandece y permite trabajarlo para convertirlo en una herramienta perfecta. En cuanto a los sarracenos. Los árabes son originarios de un desierto en el que el baño es imposible. Los baños no son de origen árabe, sino que estos adoptaron los baños cuando conquistaron el Imperio Romano de Oriente y lo trajeron hasta aquí donde como otras tantas cosas, los habíamos olvidado. Así que personalmente prefiero confiar en la costumbre del baño mencionada por el gran filósofo romano Séneca. Un baño cada nueve días que en mi caso es cada domingo antes de acudir a misa, y limpieza de cara y brazos diaria.
—Le concedo el mérito en lo de los romanos, es cierto que sus termas eran habituales, y también el propio Hipócrates hablo en repetidas ocasiones de la limpieza. Pero no puedo estar de acuerdo en lo de curtir la piel. —Respondió Melchor empezando una diatriba.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
¡Dios, como echaba en falta Internet!... Y el fútbol, la televisión, la velocidad, tantas y tantas cosas normales del siglo XXI como un buen libro y la luz eléctrica para leer hasta altas horas de la noche. Curiosamente lo que no echaba de menos eran las comodidades típicas como una cama, calefacción, refrigerador y aire acondicionado. Sí, sabía que el refrigerador hubiese sido vital para su supervivencia al poder mantener los alimentos frescos, pero no lo echaba realmente de menos. Él era un soldado de operaciones especiales acostumbrado a vivir en el campo y dormir en cualquier sitio, y en el fondo eso no era tan diferente de su posición actual. Bueno, no echaba de menos las comodidades a excepción de una buena ducha caliente de tanto en tanto, de ahí que asistiese a los baños con tanta asiduidad como fuera posible.
Precisamente la discusión de esa tarde en los baños le había dejado agotado. Ciertamente había sido un riesgo hablar de higiene en aquella sociedad, pero era un riesgo contenido y bien calculado que debía afrontar tarde o temprano si quería cambiarla. Por un lado tan solo se había arriesgado con un único interlocutor, y por el otro toda su defensa de la higiene orbitó alrededor de la herencia de las costumbres romanas, reclamando que si España había heredado la misión civilizadora del Imperio Romano, también deberían heredar algunas costumbres como la higiene. No habían llegado a ninguna conclusión, pero al menos esperaba haber plantado una pequeña semilla.
De resultas de las privaciones y la reciente inactividad Pedro estaba agotado tanto física como mentalmente. Dios era testigo que su agotamiento era real y absoluto. La estancia en aquella época empezaba a mostrar sus efectos afectando enormemente a su moral, y tan solo su instinto de supervivencia le impulsaba a seguir adelante. Al menos mientras se mantuviese ocupado escapaba de los agoreros pensamientos que inundaban su mente, pero ahora sin nada que hacer todo el peso de la realidad caía sobre él.
Curioso que ahora pensase tanto en Dios, se dijo a sí mismo. Él que nunca había sido creyente sino más bien un agnóstico al que el concepto de divinidad le resultaba imposible de comprender a causa de sus propias limitaciones. Él que sin negar la posible existencia de Dios siempre había mostrado un escepticismo bastante acusado, y ahora parecía haberse convertido en un creyente. Claro que quien se lo echaría en cara en las actuales circunstancias. El problema era que si su llegada a esta época había sido obra de Dios, ¿a qué se debía ese viaje?
¿Había comprendido Dios que el rumbo actual de la humanidad la llevaba a un punto no deseado por él, la extinción tal vez? Y si era así ¿era el envío de su grupo al pasado una forma de remediar ese rumbo? Las preguntas se sucedían una tras otra y la mayoría no encontraban una respuesta. Si Dios les había situado en aquella época, por qué a ellos y no a otras personas más preparadas como científicos, médicos, o filósofos, por qué a un pequeño grupo con cierta tendencia a la violencia. Dios debía saber que en el fondo Diego y él en el fondo eran militares y actuarían con violencia para resolver las situaciones que encontrasen. ¿Qué querría Dios que hiciesen en esa época?... Y si el viaje no tenía nada que ver con Dios y este no existía, ¡Qué Demonios hacían allí y como podía haber ocurrido eso! ¡Maldita sea! Ya estaba otra vez dándole vueltas a la perola…
Sí, la inactividad lo estaba matando lentamente, le daba tiempo para pensar, le daba tiempo para recordar a sus seres queridos como Laura y Lorena, le daba tiempo para recordar a sus padres y amigos, le daba tiempo para preocupase por todo... Al menos había conseguido el permiso de la corona había conseguido el permiso para realizar una expedición de exploración marítima en busca de nuevas rutas. Una misión que pese a ser de interés para la propia corona habían tenido que costear por entero de su propio bolsillo, invirtiendo para ello las recientes ganancias obtenidas con los relojes y el privilegio de invención del Pararrayos.
En fin, era inútil seguir preocupándose. En cuanto amaneciese Pedro visitaría los gremios de herreros y armeros de la ciudad para empezar a encargar los equipos que pretendía utilizar en la exploración. Unos equipos innovadores y desconocidos para las gentes de este siglo pero realmente muy simples. Y quedaba el problema de los hombres de armas que pretendía llevar consigo. Cierto era que en Cádiz, puerto del que partiría, habría hombres de armas en abundancia, pero él quería llevar consigo algunos especialistas que tendría que buscar en el interior de España.
Tal vez cuando retomase la actividad dejaría de pensar...
Precisamente la discusión de esa tarde en los baños le había dejado agotado. Ciertamente había sido un riesgo hablar de higiene en aquella sociedad, pero era un riesgo contenido y bien calculado que debía afrontar tarde o temprano si quería cambiarla. Por un lado tan solo se había arriesgado con un único interlocutor, y por el otro toda su defensa de la higiene orbitó alrededor de la herencia de las costumbres romanas, reclamando que si España había heredado la misión civilizadora del Imperio Romano, también deberían heredar algunas costumbres como la higiene. No habían llegado a ninguna conclusión, pero al menos esperaba haber plantado una pequeña semilla.
De resultas de las privaciones y la reciente inactividad Pedro estaba agotado tanto física como mentalmente. Dios era testigo que su agotamiento era real y absoluto. La estancia en aquella época empezaba a mostrar sus efectos afectando enormemente a su moral, y tan solo su instinto de supervivencia le impulsaba a seguir adelante. Al menos mientras se mantuviese ocupado escapaba de los agoreros pensamientos que inundaban su mente, pero ahora sin nada que hacer todo el peso de la realidad caía sobre él.
Curioso que ahora pensase tanto en Dios, se dijo a sí mismo. Él que nunca había sido creyente sino más bien un agnóstico al que el concepto de divinidad le resultaba imposible de comprender a causa de sus propias limitaciones. Él que sin negar la posible existencia de Dios siempre había mostrado un escepticismo bastante acusado, y ahora parecía haberse convertido en un creyente. Claro que quien se lo echaría en cara en las actuales circunstancias. El problema era que si su llegada a esta época había sido obra de Dios, ¿a qué se debía ese viaje?
¿Había comprendido Dios que el rumbo actual de la humanidad la llevaba a un punto no deseado por él, la extinción tal vez? Y si era así ¿era el envío de su grupo al pasado una forma de remediar ese rumbo? Las preguntas se sucedían una tras otra y la mayoría no encontraban una respuesta. Si Dios les había situado en aquella época, por qué a ellos y no a otras personas más preparadas como científicos, médicos, o filósofos, por qué a un pequeño grupo con cierta tendencia a la violencia. Dios debía saber que en el fondo Diego y él en el fondo eran militares y actuarían con violencia para resolver las situaciones que encontrasen. ¿Qué querría Dios que hiciesen en esa época?... Y si el viaje no tenía nada que ver con Dios y este no existía, ¡Qué Demonios hacían allí y como podía haber ocurrido eso! ¡Maldita sea! Ya estaba otra vez dándole vueltas a la perola…
Sí, la inactividad lo estaba matando lentamente, le daba tiempo para pensar, le daba tiempo para recordar a sus seres queridos como Laura y Lorena, le daba tiempo para recordar a sus padres y amigos, le daba tiempo para preocupase por todo... Al menos había conseguido el permiso de la corona había conseguido el permiso para realizar una expedición de exploración marítima en busca de nuevas rutas. Una misión que pese a ser de interés para la propia corona habían tenido que costear por entero de su propio bolsillo, invirtiendo para ello las recientes ganancias obtenidas con los relojes y el privilegio de invención del Pararrayos.
En fin, era inútil seguir preocupándose. En cuanto amaneciese Pedro visitaría los gremios de herreros y armeros de la ciudad para empezar a encargar los equipos que pretendía utilizar en la exploración. Unos equipos innovadores y desconocidos para las gentes de este siglo pero realmente muy simples. Y quedaba el problema de los hombres de armas que pretendía llevar consigo. Cierto era que en Cádiz, puerto del que partiría, habría hombres de armas en abundancia, pero él quería llevar consigo algunos especialistas que tendría que buscar en el interior de España.
Tal vez cuando retomase la actividad dejaría de pensar...
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
Interesante relato, estare pendiente de las futuras entregas.
Me intriga saber si tantas invenciones e inclusive la muerte del gigante no influyan de manera significativa en el futuro del relato.
Saludos
Me intriga saber si tantas invenciones e inclusive la muerte del gigante no influyan de manera significativa en el futuro del relato.
Saludos
It matters not how strait the gate. How charged with punishments the scroll.
I am the master of my fate: I am the captain of my soul. - From "Invictus", poem by William Ernest Henley
I am the master of my fate: I am the captain of my soul. - From "Invictus", poem by William Ernest Henley
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