Crisis. El Visitante, tercera parte
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Crisis. El Visitante, tercera parte
El canciller Von Brauchitsch agonizaba en el Hospital de la Charité. El mariscal fue a mostrarle sus respetos, algo lógico en un militar ante un superior. Aunque yo creo que realmente lo que quería era comprobar si se iba a morir de una vez. Viéndolo, no había ninguna duda. Un mes antes había sufrido una angina de pecho de la que se había recuperado en parte, e incluso había podido recibir al conde Ciano, el nuevo Duce. Pero al día siguiente había padecido un nuevo ataque que lo debilitó mucho, y tres días después una apoplejía. Desde año nuevo estaba inconsciente y lo poco que ingería era por una sonda de goma que le habían insertado por la nariz. Aun así, su aspecto era horrible: macilento, con el aspecto de una momia, no lo hubiese reconocido de no saber quién era.
Tras la visita se reunió el gabinete. Von Papen felicitó al mariscal por su éxito en Portugal.
—Eric, no sé cómo agradecerte tu nueva victoria. No te imaginas el efecto que ha tenido por toda Europa. No hará dos meses todo el mundo daba por descontada nuestra derrota, y hasta nuestros mejores aliados buscaban la manera de abandonarnos. Ahora son todo alabanzas y parabienes. Tengo en mi despacho una bandeja llena de telegramas de los gobiernos europeos en los que te ensalzan y se ofrecen para lo que podamos querer.
—Gracias, Franz, pero no te voy a engañar: lo realmente meritorio hubiese sido conseguir ser derrotado en Portugal. Ni el general más incompetente hubiese sido capaz de evitar la victoria por mucho que se hubiese esforzado.
—Eso es lo que tú dices —repuso Von Papen—, pero yo todavía recuerdo esas ofensivas de la guerra anterior, en las que inútiles con monóculo y grandes mostachos nos prometían una y otra vez la victoria para acabar atrapados en la sangre y el barro. Además no ha sido solo lo de Portugal. En un par de semanas no quedará ni un inglés en el Mediterráneo, algo que está teniendo interesantes efectos no solo en nuestros aliados sino también en Turquía.
Schellenberg intervino, socarronamente—. Menos mal. No podemos vivir sin Turquía como aliado.
Von Papen iba a responder pero Speer se adelantó—. Walter, ya sabes que los minerales turcos son indispensables para nuestro esfuerzo de guerra. Necesitamos el hierro sueco, el níquel finés y el cromo turco.
—Gracias, Albert —Von Papen agradeció la intervención—. Además, y aunque no sea mi campo, Turquía tiene una envidiable posición estratégica, dominando los estrechos del Mar Negro y enclavada junto al Cáucaso soviético. Pero los turcos están atentos no solo a lo que ha pasado en Portugal y en el Mediterráneo sino a las operaciones en Mesopotamia. Las victorias de Rommel en Irak también son seguidas con gran interés por muchos pueblos asiáticos que anhelan su liberación.
Von Manstein respondió—. Rommel es un jefe excelente, pero os adelanto que no creo que pueda atrapar a los ingleses. Aunque haya bloqueado los accesos a Basora, Churchill ha presentado un ultimátum a Irán y sus tropas están ocupando la costa del golfo Pérsico. Por allí podrán evacuar a sus soldados sin excesivos problemas.
Von Papen sonrió—. Eric, cuando supe lo de Irán casi me pongo a saltar de alegría. Os aseguro que me dan ganas de condecorar a Churchill con la Cruz de Hierro por los servicios que nos presta. Está bien que quiera salvar a sus soldados, pero podría haber intentado hacerlo de manera menos ofensiva para los persas. Pero Inglaterra está acostumbrada a tratar a ese imperio milenario como si fuese otro de sus títeres y en lugar de actuar por la callada ha preferido imponerse ante el Sah. Sin pensar que así está mostrando su desprecio no solo al régimen persa sino a las leyes internacionales. Los pocos países que mantienen su neutralidad están tomando buena nota de cómo interpretan los británicos las relaciones entre los pueblos.
Von Manstein discrepó—. Franz, tú has sido soldado. No podían dejar a sus hombres abandonados. Hubiese tenido tremendas repercusiones en la India.
—Desde luego —siguió Von Papen—, pero podría haberse hecho de otra manera. El Sah estaba en situación comprometida, pues a pesar de las simpatías que siente por nuestra causa está rodeado por el imperio inglés y el ogro ruso. Hubiesen podido salvarlos ocupando la costa del Golfo Pérsico, sin necesidad de ofender a los iraníes con ese ultimátum. Yo ya había sugerido a un enviado iraní que si el Sah se veía obligado a tolerar la ocupación parcial inglesa, nosotros íbamos a hacer la vista gorda, pues comprendíamos la difícil situación del monarca. Ya nos encargaríamos de expulsar a los británicos. Pero como he dicho, Churchill ha preferido tratar al Sah como si fuese un lacayo. Todo eso para salvar a unos miles de soldados hindúes. Soldados que van a volver a su tierra derrotados y humillados y que se convertirán en germen de una revolución. Por si fuese poco, el conflicto que está creando con Irlanda…
—¿Qué ha pasado en Irlanda? No sabía nada —dijo Von Manstein.
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Domper escribió:
—Mariscal, estaba pensando en un militar ya retirado, de edad avanzada pero lúcido como el que más, que tiene un prestigio inmenso, y que se ha opuesto tanto a los nazis como a los socialistas o a los republicanos.
Ummm me has dejado con la intriga Domper, quien será el afortunado, me voy a confundir seguro pero apuesto por Von Lettow.
Saludos.
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Otro candidato podría ser Anton Ludwig Friedrich August von Mackensen
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Otro que no aceptaría. Era monárquico convencido, y tenía ya noventa añitos de nada
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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¿Logró hacerse con el poder?Domper escribió: recibir al conde Ciano, el nuevo Duce
Ciertamente quedaban un par de los Quadrumvirs: de Bono (bastante viejo) y De Vecchi. Y no hay que olvidar a Dino Grandi.
¿Y que tal Schnee? Un buen administrador, preocupado por aprender de su entorno, ciertamente no tiene la reputación de von Lettow pero sirvió de elemento legitimador, con reputación internacional (estuvo en la comisión Lytton). Antiguo diputado del DVP y luego del NSDAP, se llegó a valorar como posible canciller en 1932.kaiser-1 escribió:Otro candidato
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Crisis. El Visitante, tercera parte
—Es verdad. No recordaba que llevabas un mes fuera —repuso Von Papen.
El ministro relató lo que sabíamos. Poco antes de Navidad se había producido una gran explosión en un puerto escocés en la que había perecido un tal Mountbatten, que era primo del rey y amigo personal de Churchill. El estallido se había producido durante por un enfrentamiento entre los centinelas ingleses y supuestos militantes del IRA, una organización política y terrorista irlandesa con la que teníamos contactos.
Schellenberg intervino para decir que nosotros —por una vez— no teníamos nada que ver en el asunto, y que por lo que sabía, el sospechoso no estaba integrado en el IRA sino que solo era un simpatizante. Además ni siquiera descartaba que la explosión fuese accidental, algo habitual en tiempos de guerra cuando no se pueden seguir los estrictos procedimientos de seguridad de épocas más tranquilas.
Von Papen siguió contando lo ocurrido. Los ingleses, seguramente por decisión de su Primer Ministro, habían actuado desmedidamente, enviando al Ulster una importante fuerza militar. Supuestamente era para evitar nuevos incidentes armados, pero los soldados ingleses se habían excedido y habían asesinado a decenas de irlandeses católicos, en unos choques que la prensa del Estado Libre de Irlanda había pregonado. El gobierno de Dublín había intentado mantenerse al margen, pero no había podido evitar que muchos antiguos miembros del IRA se desplazasen a la frontera para reiniciar la lucha de liberación contra el inglés. Se habían producido algunos atentados, a los que los británicos habían respondido brutalmente, hasta culminar en una nueva masacre de civiles. Lo realmente grave —grave para los ingleses, no para nosotros— era que la última matanza había sido en territorio irlandés, y además había sido filmada por unos cámaras. El escándalo estaba siendo de órdago. No solo había anulado el mal efecto que en Dublín había tenido la destrucción de Belfast la primavera anterior por nuestros bombardeos, sino que el gobierno presidido por De Valera había llamado a consultas a su embajador en Londres y amenazaba con romper las relaciones diplomáticas. También había soliviantado a la influyente comunidad irlandesa de Estados Unidos.
El enfado irlandés no había quedado solo en palabras. Un delegado que había viajado a Estados Unidos había entregado una nota a nuestro embajador en la que se indicaba que si Irlanda no había solicitado su entrada en la Unión Paneuropea solo era por temor a una invasión inglesa. En lo sucesivo De Valera iba a cesar cualquier colaboración con Londres, prohibiría que los ciudadanos irlandeses se alistasen en el ejército británico, y se reservaba la intervención en la guerra cuando la situación militar y sobre todo la naval lo permitiese. A cambio, solicitaba que la UP reconociese que el Ulster era parte de Irlanda.
—Es decir, que a Churchill no le ha bastado con Portugal y Turquía, y ahora ha tenido que insultar a Irlanda —dijo Von Papen—. Lo que os he dicho: cuando todo esto acabe, tendremos que premiarle con alguna medallita, o al menos ponerle una pensión.
Todos rieron con la intervención del ministro. Schellenberg intervino con una de sus sibilinas ocurrencias.
—Estoy pensando que lo que ha escrito De Valera no solo será interesante para nosotros. En Londres ese mensaje tendrá lectores muy atentos. Eric, ya sé cómo te estás esforzando en aumentar la seguridad de nuestras comunicaciones, pero pensé que nos convendría tener algún canal abierto para que los ingleses pudiesen fisgonearlo. Hará unos meses estuve hablando con el profesor Hackleber, ese protegido tuyo, y le pedí que idease un criptosistema que pareciese muy seguro, pero con algún error. Un pequeño fallo que permitiese a nuestros amigos del otro lado del Canal destripar los mensajes.
—Walter, los ingleses no son tontos y a estas alturas no se fiarán de tus juegos con la radio.
—Por eso le pedí al profesor que el criptosistema que idease fuese realmente difícil de superar, para que cuando lo consigan los ingleses se den palmaditas en la espalda felicitándose por lo listos que son. Luego pedí a los japoneses que hiciesen llegar una de las nuevas máquinas a mi agente residente en la embajada de Washington, y la estamos utilizando para los asuntos diarios. Cosas sustanciosas, que capten el interés inglés, aunque nada demasiado importante.
—Es decir, que dispones de un canal con el que colar a los ingleses y norteamericanos información envenenada —dijo Von Papen—. Me estoy temiendo lo que vas a sugerir, Walter.
—Ya te lo imaginas. Podría enviar al agente en Washington un mensaje con referencias a la nota irlandesa, y la orden de sondear a la colonia irlandesa de Estados Unidos. Simultáneamente podríamos enviar otro mensaje con la cifra militar, que por lo que sé sigue siendo segura, destinado a nuestro agregado. Ese mensaje informará al agente de nuestras intenciones reales, para que no comprometa a su red, o como mucho a algún elemento prescindible.
Von Papen prefirió no cuestionar lo que significaba “prescindible” para Schellenberg, y continuó el argumento.
—Así los norteamericanos y los ingleses creerán que Irlanda va a traicionarles y considerarán la invasión de la isla.
El mariscal intervino—. Ya veo en lo que estáis pensando, pero os pediría que tengáis cuidado. No tenemos capacidad para operar en Irlanda, y si los ingleses se hacen con bases en su costa occidental nuestra campaña submarina será mucho más difícil. Creo que nos conviene más que Irlanda siga siendo neutral a que sea ocupada.
—No temas, Eric —dijo Schellenberg—. Dudo mucho que los ingleses sean tan incautos como para embarcarse en una nueva aventura militar por solo unas sospechas. Ni Churchill sería tan tonto. Lo que quiero es que se ponga firme con los irlandeses. Hasta ahora en Londres creen que los tienen cogidos del cuello porque el petróleo que recibe la República procede de Estados Unidos y llega en los convoyes ingleses, pero nosotros podríamos ofrecer paso libre a los barcos irlandeses hasta Haifa —Speer fue a protestar pero Schellenberg le interrumpió—. Sí, Albert, ya sé que petróleo no nos sobra, pero tampoco sería tanto el que tendríamos que entregar. A cambio ganaríamos un futuro aliado.
El gabinete siguió discutiendo un rato y finalmente autorizó la propuesta. Luego Von Papen siguió describiendo la situación exterior.
—En resumen, nuestra causa viaja viento en popa en las cancillerías extranjeras. Nuestros amigos nos son cada día más fieles, y nuestros antiguos enemigos se están resignando a reconocer nuestra superioridad. El presidente Romier, especialmente, se está mostrando como un buen aliado, aunque está importunando a nuestro embajador para que cumplamos las promesas que les hicimos en Metz. Habrá que celebrar el plebiscito al que nos comprometimos. Pero creo que lo ideal sería que la convocatoria de ese referendo y la solución a las cuestiones de los Países Bajos no se decidiesen bilateralmente entre Alemania y Francia, sino que participen todos nuestros aliados. Pienso que es el momento de celebrar la conferencia de la Unión Paneuropea que la muerte de Goering dejó pendiente.
—¿Cuándo podría ser? —preguntó Schellenberg—. Habrá que preparar a la opinión alemana y necesito un poco de tiempo.
—¿Tal vez en marzo?
—¿En marzo? Desde luego que no —empezó a decir Schellenberg, que se calló y meditó un momento—. No, no he dicho nada. Marzo me parece una fecha excelente. Dos meses será justo el tiempo que necesito para ir aleccionando a la ciudadanía. Con menos tiempo no podría prepararlo todo, y si se retrasa la gente olvidará las victorias de Eric. Si a los demás os parece bien, que sea en marzo.
Von Manstein y Speer asintieron. Luego el mariscal preguntó a Schellenberg sobre cómo se estaba tomando la guerra el pueblo alemán.
—Por ahora, bien —contestó el general—. Lógicamente las familias están preocupadas por sus hijos en el ejército, sobre todo si sirven en ultramar. Pero en las últimas campañas hemos tenido pocas bajas, y que el fin esté cerca ha tranquilizado a muchas madres. También ha sido bueno que los bombarderos ingleses apenas nos visiten. Además, que Albert haya suavizado el racionamiento ha sido una ocurrencia genial. No voy a decir que los alemanes estén disfrutando de la guerra, pero por lo general están satisfechos. Respecto a la política interna, salvo por la enfermedad del canciller, ha estado todo tranquilo. Halder sigue a buen recaudo, y sus amigotes han descubierto las ventajas de la obediencia. El único que no ha aprendido a tener la boca cerrada es Von Reichenau, que sigue buscando apoyos entre los antiguos nazis. Eric, es tu campo, pero si lo prefieres, puedo ser yo quien me encargue.
—¿Es imprescindible? —a Von Manstein le desagradaba la vena sanguinaria de la que había hecho gala Schellenberg durante los Juicios de Berlín, y además Reichenau había sido un compañero.
—No necesariamente. Podrías dejarlo en paz para que siga intrigando. O también podrías ordenar su detención y someterle a un consejo de guerra. Pero ¿de qué piensas acusarlo? ¿de tener charlas con sus antiguos amigos? ¿de querer llevarse bien con el Partido? Si sale absuelto o con una pena leve, estarás invitando a otros militares a la rebelión. Si consigues que un tribunal condene a Reichenau por alguna tontería, parecerás injusto y vengativo. Sin embargo, si el pobre hombre sufriese algún accidente, nos evitaríamos muchos problemas.
—Así que crees que es necesario.
—Eric, o es Reichenau ahora, o serán docenas dentro de unos meses. O caeríamos nosotros. Aunque no lo creas, a mí tampoco me gusta matar, y menos a un militar tan competente. Pero lo último que necesitamos es un mariscal nostálgico de Hitler y de Goering. Imagina que llega al poder alguno de su calaña ¿vuelta a asesinar judíos?
El mariscal recordó las matanzas de prisioneros hebreos en las arenas de Gaza, y los planes de Goering para Rusia. Miró a los ojos del general Schellenberg y dijo—. Hazlo.
—De acuerdo. No te preocupes más del tema.
Días después el periódico Das Reich publicó el elogio fúnebre del mariscal Von Reichenau, que había fallecido tras sufrir una desgraciada caída en el metro.
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¿Asesinatos?
¿No sería más útil un proceso de expulsión con deshonor como aviso a navegantes?
¿No sería más útil un proceso de expulsión con deshonor como aviso a navegantes?
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Depende. El problema, creo yo, es que el régimen es absolutamente ilegal, la camarilla se ha hecho con el poder porque sí, algo que siempre anima a los demás a intentar lo mismo. Un expulsado con deshonor sigue pululando y puede seguir calentando cabezas o incluso conspirando (como ocurrió en la realidad con Valquiria). Aparte, lo que se dice en el texto ¿de qué puede acusarse a Reichenau? ¿De reunirse con sus antiguos camaradas?
Por otra parte, uno de esos accidentes no es que sea aviso a navegantes, sino algo así como el faro de Alejandría. Napoléon tomó medidas similares.
Por otra parte, Reichenau es otro de esos elementos a los que tenía ganas.
Saludos
Por otra parte, uno de esos accidentes no es que sea aviso a navegantes, sino algo así como el faro de Alejandría. Napoléon tomó medidas similares.
Por otra parte, Reichenau es otro de esos elementos a los que tenía ganas.
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No sé, es que me parece romper la aparente moderación que están tratando de imprimir a su régimen...
¿Y enviarlo de asesor a alguno de los satélites o aliados alejándolo de forma decisiva de cualquier circulo de poder alemán? No se, por ejemplo asesor de Franco o de Salazar en Portugal o en Bulgaria, Rumanía, o en cualquier otro satélite germano...ayudando a reformar sus fuerzas armadas a imagen de la germana pero lejos de cualquier medio de influencia...
¿Y enviarlo de asesor a alguno de los satélites o aliados alejándolo de forma decisiva de cualquier circulo de poder alemán? No se, por ejemplo asesor de Franco o de Salazar en Portugal o en Bulgaria, Rumanía, o en cualquier otro satélite germano...ayudando a reformar sus fuerzas armadas a imagen de la germana pero lejos de cualquier medio de influencia...
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Es posible, pero me daría muy mala espina tener a uno de esos elementos rondando por ahí. Aquello de muerto el perro... Respecto a la moderación, se acaban de celebrar los "Juicios de Berlín" y ha habido bastantes desapariciones. Vamos, que no son unos angelitos.
Saludos
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Además, un "accidente" es mejor que un "suicidio", aunque sea por empujón y que el metro estuviera adelantado a su hora
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—¿Hay que asesinar a alguien más? —preguntó Von Manstein al general Schellenberg.
—Eric, te repito que no disfruto matando. Pero a veces es necesario ¿Qué podíamos hacer con los criminales que estaban manchando el nombre de Alemania? ¿Darles un par de cachetes, una pensión de jubilación, y pelillos a la mar?
—Tienes razón. Pero me disgusta tener que tomar estas medidas.
—Y a mí —siguió Schellenberg—. Pero no nos equivoquemos, todo esto es consecuencia de la situación alegal en la que vivimos. A Halder o a Reichenau jamás se les hubiese pasado por la cabeza rebelarse contra el káiser, contra la república de Weimar, contra el Führer o incluso contra el Statthalter. Pero ahora vivimos en una dictadura de facto, solo que en lugar de un dictador hay cuatro. En esta situación no me fío ni de mi sombra. No es que recele de vosotros, pero ¿os podéis fiar de mí? —dijo mirando sucesivamente al mariscal, a Von Papen y a Speer— ¿Estáis seguros de que la semana próxima no promoveré un golpe de estado que me dé el poder supremo? ¿Puedo estar yo seguro de que no lo hará alguno de vosotros? ¿O que algún pazguato lo haga en vuestro nombre? Entre tus victorias y el asunto de Halder y Reichenau vamos a tener unos meses de tranquilidad. Tienes el ejército en la palma de tu mano, la mayor parte de los soldados preferirían disparar a su madre que rebelarse contra ti, y los mariscales ya saben que pueden ser atropellados por algún camión. Pero ya sabes que la memoria humana es frágil. Calculo que antes de un año tendremos que enfrentarnos a alguna nueva conspiración. Hasta estaba pensando en ir preparando alguna conjura. No pongáis esas caras —dijo Schellenberg ante las miradas de sospecha del resto del gabinete—, es que si va a haber algún complot, prefiero controlarlo desde el primer momento para descabezar a los intrigantes en el momento oportuno.
El general sonrió de esa manera tan especial que tenía. Todos pensamos en que lo de “descabezar” sería literal y que cualquiera que se atreviese a oponerse a Schellenberg tendría una cita con la guillotina. O con el Metro.
—Pero no podemos seguir así —siguió diciendo Schellenberg—. Los motivos que teníamos para elegir a Von Brauchitsch siguen existiendo. Pero me da miedo escoger a algún otro militar ¿te fiarías de Von Runstedt? —preguntó al mariscal.
—¿Gerd? Tiene más dobleces que una pajarita de papel. Es un buen soldado, pero no respondo de lo que pueda hacer en la cancillería. Hasta ahora siempre se ha apresurado a aceptar lo que diga el mandamás de turno, aunque vaya contra sus principios. Suponiendo que los tenga, que es mucho suponer. Runstedt no me da buena espina. Tampoco Von Leeb ni ningún otro.
—Pues ya me dirás que hacemos.
—Walter, no te imaginas lo que me alegra que hayas sacado el tema. Porque yo también quería plantearlo. Venía muy preocupado en el avión, dándole vueltas al asunto, cuando al capitán Von Hoesslin se le ocurrió una idea genial. Os pido que tengáis un poco de paciencia y escuchéis la propuesta hasta el final. Capitán, le ruego que la exponga.
Viendo que todo el gabinete de guerra me miraba, tragué saliva. Un momento como ese podía acabar con mi carrera subiendo como la espuma, o en otro accidente en el metro. Saqué las cuartillas que había preparado, en las que el mariscal había hecho algunas anotaciones, y empecé a describir el sistema que había pergeñado. Con una asamblea tripartita, que sirviese como vía representativa y que al mismo tiempo supliese la función de los sindicatos. Con otra cámara alta con lo mejor del Reich, y además un consejo de electores, designado por el gabinete, para dirimir entre ambas. Hasta allí la propuesta les pareció razonable. Pero casi se caen de la silla cuando expuse mi idea de una monarquía electiva. Con un emperador que solo tuviese papel ceremonial y ningún poder político, salvo tal vez actuar como árbitro y mediador, que sería escogido entre las grandes personalidades germanas. No sé si estaban del todo conformes, pero cuando dije que el sistema estaba pensado para que el poder siguiese estando en mano del gobierno se quedaron más tranquilos. También indiqué la necesidad de escoger un canciller que debiera ser uno de los cuatro miembros del Gabinete de Guerra. Ese canciller sería el encargado de organizar la transición y designar al regente, pero por ahora debiera tener más poder que los demás miembros del gabinete; aunque ostentase el cargo, sería un “primus inter pares” y las decisiones se seguirían tomando por consenso.
Costó algún tiempo que llegasen a un acuerdo. A Von Papen la propuesta le gustó, seguramente porque se veía como canciller. Sin embargo, a Schellenberg le desagradaba la idea de la monarquía, hasta que el mariscal le indicó que sería la mejor forma de conferir legitimidad al nuevo régimen. Sobre todo porque el nuevo káiser no sería un figurón hijo de algún príncipe de sangre azul, sino el hombre más respetado de Alemania. Al conocer el nombre del que yo sugería como futuro emperador, todos se mostraron de acuerdo. Aunque creo que lo que decidió al general no fue tanto el indudable prestigio del futuro regente, sino que el sistema estuviese pensado para que ningún poder dominase a otro, y sería campo abonado para los intrigantes. Speer, consciente de su juventud y de ser el miembro con menos poder del gabinete, apenas discutió, y tan solo pidió que si se aceptaba la restauración del káiser, al desaparecido Hitler se le tenía que conceder alguna dignidad a título póstumo.
Tras aceptar la transformación de Alemania en un imperio, quedaba una cuestión práctica: había que elegir al nuevo canciller. En una conversación con el mariscal le había propuesto mi idea.
—Vamos a votar al nuevo canciller —dijo Von Manstein—. Pero si nos votamos a nosotros mismos, bastará con que uno solo escoja a otra persona para que fuerce la elección, y no quiero un canciller que tenga tan poco apoyo. Propongo que cada uno de nosotros escriba un nombre en un papel y que los enseñemos a la vez. Nadie podrá votarse a sí mismo. Se necesitarán tres votos, pero si alguien lo desea, en lugar de escoger un candidato, podrá vetar a otro. Espero que nadie se lo tome a mal, pero si se escoge un canciller que tenga algún rival en el gabinete, estaremos sembrando las semillas de una crisis. Aprovecho para decir que las objeciones que os presenté hace unos meses siguen vigentes: habiendo mariscales más antiguos yo no puedo ser canciller. Además el futuro káiser no se sentirá cómodo con un subordinado con mayor graduación que él. Ahora votaremos. Escribid vuestro candidato y quien tenga más votos será designado, pero solo si nadie lo veta ¿Os parece bien? —todos asintieron—. Capitán, distribuya papel y plumas.
Los cuatro miembros del gabinete escribieron un nombre y pusieron el papel boca abajo. Luego los fueron levantando uno a uno.
—Voto por el general Schellenberg —dijo Speer.
—Yo he votado a Albert Speer —dijo el mariscal.
—Yo también —dijo Schellenberg— ¿Y tú, Franz?
—Coincidimos, mi voto es para Albert —dijo Von Papen—. Walter, lo siento si esperabas mi apoyo, pero no me parece buena idea que el jefe de los servicios de inteligencia sea canciller. Personalmente pienso que estás más que capacitado para ese puesto, pero causaría una impresión muy negativa en nuestros aliados, que siempre han temido el lado oscuro de nuestro régimen.
Schellenberg prefirió tomárselo a buenas y dijo —Franz, yo había pensado en vetarte si salías, pero luego pensé que tal vez nadie tuviese suficientes votos, y no quiero repetir el numerito la semana que viene —ntonces se levantó para apretar efusivamente la mano a su antiguo protegido, diciéndole—. Canciller Speer, le felicito. Usted presidirá en lo sucesivo las reuniones. Pero antes tiene una tarea que no será fácil: va a tener que convencer a Von Lettow-Vorbeck que en lo sucesivo va a ser Paul Emil I.
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Sebastian Haffner. El nacimiento de Europa. Op. cit.
El doce de enero falleció el mariscal Von Brauschitsch tras tres semanas de agonía. El deceso fue comunicado al pueblo alemán por un hombre hasta entonces muy poco conocido: el ministro de Armamentos, Albert Speer. Speer había sido un colaborador cercano de Hitler. Estaba con él cuando fue asesinado, y sufrió heridas que le dejaron una cojera permanente. Había sido apartado a un puesto secundario durante el mandato de Goering, pero tras un periodo en los servicios de inteligencia bajo la tutela de Schellenberg, se había integrado en el Gabinete de Guerra que sucedió al Statthalter, donde era considerado un técnico. Nadie esperaba el gran papel que le esperaba en el futuro.
El pueblo alemán tampoco sabía que la participación de Von Brauschitsch en el gobierno había sido mínima. La conspiración de Halder había sido ocultada y no se conocía la participación de Brauschitsch, por lo que los alemanes veían al canciller fallecido como el líder que estaba llevando a Alemania hacia la victoria. Las manifestaciones de dolor popular fueron mucho mayores que tras el asesinato de Goering y casi igualaron a las que se habían producido durante el sepelio de Hitler.
Von Brauschitsch recibió un funeral de estado, y sus restos fueron enterrados en un mausoleo construido en el Dorotheenstädtischer Friedhof, que se convirtió en el lugar de descanso de los futuros cancilleres y emperadores de Alemania. Tras el armón que trasladaba sus restos mortales desfilaron a pie los miembros del gabinete de guerra, pero llamó poderosamente la atención que les acompañase un gran héroe alemán: el general Paul Emil von Lettow-Vorbeck, el general que había liderado la resistencia alemana en África durante la Primera Guerra Mundial, y que nunca había sido vencido en el campo de batalla.
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- JLVassallo
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Leí la historia hace un tiempo del general Paul Emil von Lettow-Vorbeck, es increible como peleo tan bien junto a sus soldados que si mal no recuerdo no hace muchos años fueron reconocidos los soldados que pelearon junto a él por el gobierno aleman para acceder a una jubilación (o algo por el estilo).
Domper la verdad muy buena la historia, la espera valió la pena, es increible como chequeo hasta 5 veces en el día la pagina para ver si publicaste algo.
Muchas gracias.
Saludos.
Domper la verdad muy buena la historia, la espera valió la pena, es increible como chequeo hasta 5 veces en el día la pagina para ver si publicaste algo.
Muchas gracias.
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