Relato: Corea 2019
- flanker33
- Teniente Coronel
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Relato: Corea 2019
- Acto I. Represión
Mientras el sol comenzaba a descender sobre el horizonte y el frio arreciaba en aquel desolado y grisáceo paraje norcoreano, una figura envuelta en su grueso uniforme militar se mantenía erguido en lo alto de una pequeña colina. Al observar mediante los prismáticos el resultado de su obra, el Coronel Kim Chang-Bong esbozó una mueca de franca satisfacción en su rostro. Allí abajo, en la planicie y en medio de aquel maltratado y seco arrozal, podía ver las casas destruidas y las columnas de humo que se elevaban de la aldea por las que sus tropas acababan de pasar, y si se esforzaba un poco, podía incluso contar los cadáveres que habían dejado en las calles. No veía ni un indicio de vida, ni siquiera un perro que correteara de un lado a otro. Sus soldados habían cumplido con exactitud sus órdenes – “No dejéis nada vivo en ese nido de traidores”-. Desde la distancia, los morteros, las ametralladoras pesadas y los blindados habían cumplido bien con su trabajo, tras lo cual, sus tropas habían registrado casa por casa la aldea y ejecutado sumariamente a cualquiera que se escondiese allí, ya fuera hombre, mujer, niño o anciano, tal y como había ordenado el Partido.
Había que erradicar de raíz cualquier intento de levantamiento contra el pueblo, el Partido y el Líder. Y aquella aldea, junto a otras dos vecinas, habían cometido el terrible acto de subvertir el orden y negarse a actuar según las instrucciones de los representantes del Partido, pero no contentos con ello, habían asaltado los almacenes estatales, y repartido el grano y el arroz entre sus habitantes, tras arrestar o echar de las aldeas a los miembros del Partido que regían sus vidas. Algo sin duda inconcebible para cualquier ciudadano de Corea del Norte, pero una afrenta mucho mayor para los miembros del Ejército, encargados de velar por la seguridad y el bienestar del Estado.
Por lo tanto, las autoridades habían recurrido al Coronel Chang-Bong y a su cercano regimiento para aplastar aquella rebelión desde sus cimientos. Y este, con absoluta frialdad y dedicación, en un solo día había aplastado a las tres aldeas rebeldes con la ayuda de unos pocos milicianos de la Guardia Roja de poblaciones cercanas, también con el propósito que estos soldados transmitieran más tarde a sus vecinos el precio que se pagaba por oponerse al Partido y al Líder, aunque bien se encargarían de recordárselo los órganos de propaganda del Gobierno. Por supuesto sería algo local, y nada saldría en la televisión o prensa a nivel estatal, ni mucho menos internacional, pero el aviso quedaba por si alguien en las poblaciones cercanas tenía la tentación de seguir los pasos de sus desdichados vecinos.
.....
Vestido con un uniforme que a todas luces le quedaba ancho, Choe Hyon, un joven miliciano de la Guardia Roja de una localidad vecina a las ahora humeantes aldeas traidoras, observaba con estupor y asombro lo que los soldados del Ejército habían hecho aquel día, mientras se adentraba en sus calles. El pelotón del miliciano había acompañado a las fuerzas regulares en su “misión de restaurar el orden” contra quienes, movidos por el hambre que azotaba a todo el país, pero con especial virulencia aquella remota región del interior del país, habían osado apropiarse de la poquísima comida que ellos mismos habían recogido y que se guardaba en almacenes colectivos bajo la custodia de los representantes del gobierno, y que iban a ser enviados a Pyongyang para alimentar a sus ciudadanos. La gente, hambrienta y desesperada había cometido el peor de los delitos en aquel país, rebelarse contra el Partido y su amado Líder.
A Hyon todavía le parecía mentira que aquello pudiera haber ocurrido. Desde niño siempre había sabido que aquello era alta traición, y el resultado no podía ser otro que el que ahora contemplaban sus ojos. Era mejor morir resignadamente de hambre, que rebelarse y ser aplastado por la justicia del Partido y el pueblo… ¿o no? Aquellos hombres y mujeres debían haber pensado lo contrario, y su traición había encontrado su justa respuesta, o al menos eso se repetía a si mismo continuamente. Pero como una cerilla en el fondo de la más profunda y oscura caverna, su consciencia le decía que aquello no estaba bien, que solo eran gente que pasaban hambre y no tenían con que alimentar a sus hijos, y estos fallecían por falta de alimentos. Y lo poco que podían haber recolectado tras un malísimo año para las cosechas en todo el país, era enviado a la capital para asegurarse la paz y tranquilidad en la mayor y más importante ciudad del país.
Él y sus camaradas no habían tenido una participación activa en la operación… ¿o masacre?, ya que les habían relegado al papel de cortar las posibles salidas de las aldeas para evitar que nadie escapara. Y nadie había escapado, ni siquiera para acercarse a ellos. Seguramente estaban demasiado débiles para siquiera pensar en huir o quizás estuvieran paralizados por el miedo, no podía saberlo. Pero al cruzar la aldea tras el ataque, el humo, el fuego, el repugnante olor a carne quemada y la visión de los muertos, algunos de ellos mutilados, hacía que aquella llama de su conciencia fuera creciendo en intensidad. Apenas podía contener las arcadas, y el humedecimiento de sus ojos lo pudo justificar por el humo que le llegaba al rostro, pero sabía que aquello estaba mal, muy mal. Pero a pesar de ello, luchaba con todas sus fuerzas para ahogar esos pensamientos. Simplemente no podía hacer nada. Expresar una opinión sincera que contraviniese al Partido y al Líder era castigado inmediatamente con un campo de reeducación como poco, y la mera idea de rebelarse o luchar contra lo que había sucedido aquel día, era simplemente inconcebible, imposible. Un tiro en la nunca sería lo más rápido y fácil, pero cualquier tipo de tortura hasta la muerte, quizás fuera lo más probable. No, él no era un traidor ni quería perder su vida tan pronto. El Líder, el Partido y el Ejército tenían razón en actuar como lo hacían, y él no era nada más que un sirviente del pueblo, a las órdenes de sus comandantes y cuyos pensamientos e ideas debía guardarlas para sí mismo, absolutamente para nadie más. O incluso mejor, ni siquiera debía guardarlas, debía seguir con confianza ciega y absoluta lealtad los pensamientos de sus líderes, aquellos que habían guiado a la nación hacia un nuevo estado de bienestar y felicidad como nunca antes se había conocido en ningún rincón del mundo.
Mientras el sol comenzaba a descender sobre el horizonte y el frio arreciaba en aquel desolado y grisáceo paraje norcoreano, una figura envuelta en su grueso uniforme militar se mantenía erguido en lo alto de una pequeña colina. Al observar mediante los prismáticos el resultado de su obra, el Coronel Kim Chang-Bong esbozó una mueca de franca satisfacción en su rostro. Allí abajo, en la planicie y en medio de aquel maltratado y seco arrozal, podía ver las casas destruidas y las columnas de humo que se elevaban de la aldea por las que sus tropas acababan de pasar, y si se esforzaba un poco, podía incluso contar los cadáveres que habían dejado en las calles. No veía ni un indicio de vida, ni siquiera un perro que correteara de un lado a otro. Sus soldados habían cumplido con exactitud sus órdenes – “No dejéis nada vivo en ese nido de traidores”-. Desde la distancia, los morteros, las ametralladoras pesadas y los blindados habían cumplido bien con su trabajo, tras lo cual, sus tropas habían registrado casa por casa la aldea y ejecutado sumariamente a cualquiera que se escondiese allí, ya fuera hombre, mujer, niño o anciano, tal y como había ordenado el Partido.
Había que erradicar de raíz cualquier intento de levantamiento contra el pueblo, el Partido y el Líder. Y aquella aldea, junto a otras dos vecinas, habían cometido el terrible acto de subvertir el orden y negarse a actuar según las instrucciones de los representantes del Partido, pero no contentos con ello, habían asaltado los almacenes estatales, y repartido el grano y el arroz entre sus habitantes, tras arrestar o echar de las aldeas a los miembros del Partido que regían sus vidas. Algo sin duda inconcebible para cualquier ciudadano de Corea del Norte, pero una afrenta mucho mayor para los miembros del Ejército, encargados de velar por la seguridad y el bienestar del Estado.
Por lo tanto, las autoridades habían recurrido al Coronel Chang-Bong y a su cercano regimiento para aplastar aquella rebelión desde sus cimientos. Y este, con absoluta frialdad y dedicación, en un solo día había aplastado a las tres aldeas rebeldes con la ayuda de unos pocos milicianos de la Guardia Roja de poblaciones cercanas, también con el propósito que estos soldados transmitieran más tarde a sus vecinos el precio que se pagaba por oponerse al Partido y al Líder, aunque bien se encargarían de recordárselo los órganos de propaganda del Gobierno. Por supuesto sería algo local, y nada saldría en la televisión o prensa a nivel estatal, ni mucho menos internacional, pero el aviso quedaba por si alguien en las poblaciones cercanas tenía la tentación de seguir los pasos de sus desdichados vecinos.
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Vestido con un uniforme que a todas luces le quedaba ancho, Choe Hyon, un joven miliciano de la Guardia Roja de una localidad vecina a las ahora humeantes aldeas traidoras, observaba con estupor y asombro lo que los soldados del Ejército habían hecho aquel día, mientras se adentraba en sus calles. El pelotón del miliciano había acompañado a las fuerzas regulares en su “misión de restaurar el orden” contra quienes, movidos por el hambre que azotaba a todo el país, pero con especial virulencia aquella remota región del interior del país, habían osado apropiarse de la poquísima comida que ellos mismos habían recogido y que se guardaba en almacenes colectivos bajo la custodia de los representantes del gobierno, y que iban a ser enviados a Pyongyang para alimentar a sus ciudadanos. La gente, hambrienta y desesperada había cometido el peor de los delitos en aquel país, rebelarse contra el Partido y su amado Líder.
A Hyon todavía le parecía mentira que aquello pudiera haber ocurrido. Desde niño siempre había sabido que aquello era alta traición, y el resultado no podía ser otro que el que ahora contemplaban sus ojos. Era mejor morir resignadamente de hambre, que rebelarse y ser aplastado por la justicia del Partido y el pueblo… ¿o no? Aquellos hombres y mujeres debían haber pensado lo contrario, y su traición había encontrado su justa respuesta, o al menos eso se repetía a si mismo continuamente. Pero como una cerilla en el fondo de la más profunda y oscura caverna, su consciencia le decía que aquello no estaba bien, que solo eran gente que pasaban hambre y no tenían con que alimentar a sus hijos, y estos fallecían por falta de alimentos. Y lo poco que podían haber recolectado tras un malísimo año para las cosechas en todo el país, era enviado a la capital para asegurarse la paz y tranquilidad en la mayor y más importante ciudad del país.
Él y sus camaradas no habían tenido una participación activa en la operación… ¿o masacre?, ya que les habían relegado al papel de cortar las posibles salidas de las aldeas para evitar que nadie escapara. Y nadie había escapado, ni siquiera para acercarse a ellos. Seguramente estaban demasiado débiles para siquiera pensar en huir o quizás estuvieran paralizados por el miedo, no podía saberlo. Pero al cruzar la aldea tras el ataque, el humo, el fuego, el repugnante olor a carne quemada y la visión de los muertos, algunos de ellos mutilados, hacía que aquella llama de su conciencia fuera creciendo en intensidad. Apenas podía contener las arcadas, y el humedecimiento de sus ojos lo pudo justificar por el humo que le llegaba al rostro, pero sabía que aquello estaba mal, muy mal. Pero a pesar de ello, luchaba con todas sus fuerzas para ahogar esos pensamientos. Simplemente no podía hacer nada. Expresar una opinión sincera que contraviniese al Partido y al Líder era castigado inmediatamente con un campo de reeducación como poco, y la mera idea de rebelarse o luchar contra lo que había sucedido aquel día, era simplemente inconcebible, imposible. Un tiro en la nunca sería lo más rápido y fácil, pero cualquier tipo de tortura hasta la muerte, quizás fuera lo más probable. No, él no era un traidor ni quería perder su vida tan pronto. El Líder, el Partido y el Ejército tenían razón en actuar como lo hacían, y él no era nada más que un sirviente del pueblo, a las órdenes de sus comandantes y cuyos pensamientos e ideas debía guardarlas para sí mismo, absolutamente para nadie más. O incluso mejor, ni siquiera debía guardarlas, debía seguir con confianza ciega y absoluta lealtad los pensamientos de sus líderes, aquellos que habían guiado a la nación hacia un nuevo estado de bienestar y felicidad como nunca antes se había conocido en ningún rincón del mundo.
"Si usted no tiene libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor" - José Luís Sampedro
- Andrés Eduardo González
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Relato: Corea 2019
Hola Flanker. Vaya, te has lanzado a una nueva trama, suerte con ésta historia, que de seguro más adelante, con el tiempo, tendrás de nuevo colombianos dando vueltas por ahí, o hasta por allá...
"En momentos de crisis, el pueblo clama a Dios y pide ayuda al soldado. En tiempos de paz, Dios es olvidado y el soldado despreciado».
- flanker33
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Relato: Corea 2019
Hola Andrés,
si, ahí vamos de nuevo con otro tema que espero sea de vuestro agrado. Colombianos todavía no he previsto que salgan, pero nunca se sabe...
Vamos con el segundo acto.
Saludos.
si, ahí vamos de nuevo con otro tema que espero sea de vuestro agrado. Colombianos todavía no he previsto que salgan, pero nunca se sabe...
Vamos con el segundo acto.
Saludos.
"Si usted no tiene libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor" - José Luís Sampedro
- flanker33
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Relato: Corea 2019
-Acto II. Signos.
Al analista Brett Anderson siempre le había hecho mucha gracia la puesta en escena y la forma de dar las noticias de aquella presentadora de noticias de la televisión estatal norcoreana. La forma cadenciosa, el volumen elevado y la entonación casi marcial le debían dar un aspecto muy respetable y creíble ante sus espectadores en Corea del Norte, pero para el resto del mundo era más divertido y excéntrico que otra cosa. A él, aparte de lo ridículo que le pudiera parecer, debía de fijarse en muchas otras cosas, sobre todo en lo que decía, en los pequeños matices, en busca de algo inesperado o que se saliese de lo habitual en aquel tipo de soflamas patrióticas, por y para mayor gloria del régimen comunista norcoreano.
Anderson, oficial de inteligencia naval, con muy poco pelo en su cabeza y una significativa barriga, trabajaba para el Centro Conjunto de Operaciones de Inteligencia-Corea, dependiente del Mando de Fuerzas Combinadas, que no era otra cosa que el alto mando conjunto de las fuerzas de los Estados Unidos y surcoreanas en la península de Corea. En “el Centro” trabajaban un selecto grupo de las personas más inteligentes y preparadas de los dos países, con la tarea de recopilar e interpretar la información que se recogía por una gran variedad de métodos, sobre la política, economía, agricultura, industria, pero sobre todo, de las capacidades militares del impredecible vecino del norte. Con todo ello se trataba de detectar potenciales amenazas y predecir las posibles acciones de Corea del Norte, para que el mando tuviera la más completa información sobre las que basar sus decisiones.
El analista norteamericano siempre había sido un tipo solitario, y esa era su forma de trabajar. Se sentía incómodo en reuniones o trabajando en equipo, por lo que trataba de no tener que compartir con nadie sus tareas, y ni siquiera había solicitado cambiar una guardia desde hacía más de una década. Así que aquella noche en su despacho, pasaba el rato de su guardia revisando informes, redactando otros y cotejando toda clase de información, en especial sobre los datos que le llegaban de la producción agrícola y ganadera de Corea del Norte. “Tantos años en las súper tecnológicas fuerzas armadas de los Estados Unidos para acabar contando cerdos y granos de arroz”, se decía así mismo a modo de chiste. Pero como profesional, sabía que aquellos datos podían aportar una gran fuente de información relevante para su cometido.
La semana pasada, aquella misma presentadora que seguía desgañitándose en la televisión, y actuando como portavoz extraoficial del gobierno de Pyongyang, de forma bastante inusual había dado algunas pistas sobre el alcance de la tremenda hambruna que se estaba produciendo en el país. Había alabado – como siempre – la guía del Partido y del Líder en aquellos momentos de escasez, que como no podía ser de otra manera, eran culpa de las intrigas y conspiraciones imperialistas de Washington y sus títeres de Seúl. Pero según la rítmica señorita, no había de que preocuparse, ya que gracias a la intervención directa del mismísimo Kim Yong-un, al que se refería como Líder Supremo, todo estaba en vías de solucionarse en breve. La realidad era que hacía ya días que el gobierno comunista había solicitado ayuda humanitaria de emergencia, principalmente cargamentos de cereales de todo tipo, a Pekín, Moscú, pero también a Seúl y otros gobiernos “imperialistas y enemigos”, como siempre en base a amenazas a estos últimos si sus demandas no eran aceptadas. Pero esta vez, el rechazo de los gobiernos occidentales fue total, a menos que se realizasen pasos serios y verificables para desnuclearizar Corea del Norte. En concreto se pedía el acceso de la ONU a las instalaciones de fabricación almacenamiento y montaje de armas nucleares, así como su desmantelamiento y el de su fuerza de misiles de largo alcance.
Aquellas medidas significaban un insulto para las autoridades de Corea del Norte, y preferían mil veces que muriesen sus ciudadanos de inanición a acceder a aquellas demandas. Así que tan solo con la limitada ayuda de Pekín y Moscú, parecía que Pyongyang no iba a ser capaz de salir de la crisis, por lo que su gobierno dio el siguiente paso lógico en aquella situación tan delicada para el país, según su particular punto de vista. Y aquel paso era el que ahora Anderson estaba presenciando en la televisión norcoreana. La presentadora estaba repitiendo uno tras otro, los agravios y ofensas contra su país y su Líder, que los imperialistas les venían haciendo en los últimos años, y las consecuencias que para el pacífico pueblo de Corea del Norte estaban teniendo. Luego, y tras alabar la labor de sus autoridades y agradecer la ayuda de los gobiernos amigos en su lucha contra las dificultades que los norteamericanos les estaban provocando, comenzó a proferir amenazas contra estos. Imágenes de sus gloriosas fuerzas armadas y de su Líder supremo guiándolas a la victoria se repetían una tras otra, en especial de sus poderosos misiles capaz de llegar al corazón de todos los países imperialistas y agresores. La pintoresca presentadora explicaba cómo sus imponentes fuerzas nucleares protegían al pueblo y al país de aquellos depravados que solo buscaban acabar con el maravilloso estado de prosperidad que habían creado a lo largo de los años en Corea del Norte con el esfuerzo de todos y bajo la guía suprema de sus Líderes Kim Il-sung, Kim Jong-il y Kim Yong-un.
Aquello siguió así durante unos minutos más, antes de dar paso a algún tipo de celebración folclórica tan bien coreografiada, como era del gusto de las autoridades comunistas. Pero Anderson “desconecto” sus pensamientos de aquello. Lo importante ya estaba dicho. Y no era la única pista de que algo podía suceder en las próximas horas o días. Allí mismo tenía fotos de satélite de que la actividad en las bases navales norcoreanas en el Mar Amarillo se había incrementado de manera notable y ya había en el mar más buques comunistas que de costumbre. Otro informe advertía del incremento de mensajes entre Pyongyang y esas mismas bases, así como otras del IV Cuerpo de Ejército que guarnecía aquellas mismas costas. Anderson, tras ojear un par más de documentos, se puso delante de su ordenador y comenzó a teclear lo que iba a ser su informe para el mando de aquella guardia, y que remitiría con urgencia nada más terminarlo. Su idea principal, que algún tipo de incidente militar iba a tener lugar en el Mar Amarillo en las próximas horas o días, con la intención de elevar la tensión y provocar un cambio en la intención de los países aliados respecto al envío de ayuda a Corea del Norte. Nada nuevo por otro lado, pero si peligroso como ya se había podido comprobar años atrás con otros incidentes en la zona, como el hundimiento del “Cheonan” o el bombardeo de Yeonpyeong. El analista, con el bagaje de años de experiencia en labores de inteligencia, estaba convencido que se iban a vivir momentos muy tensos próximamente en la península coreana.
Al analista Brett Anderson siempre le había hecho mucha gracia la puesta en escena y la forma de dar las noticias de aquella presentadora de noticias de la televisión estatal norcoreana. La forma cadenciosa, el volumen elevado y la entonación casi marcial le debían dar un aspecto muy respetable y creíble ante sus espectadores en Corea del Norte, pero para el resto del mundo era más divertido y excéntrico que otra cosa. A él, aparte de lo ridículo que le pudiera parecer, debía de fijarse en muchas otras cosas, sobre todo en lo que decía, en los pequeños matices, en busca de algo inesperado o que se saliese de lo habitual en aquel tipo de soflamas patrióticas, por y para mayor gloria del régimen comunista norcoreano.
Anderson, oficial de inteligencia naval, con muy poco pelo en su cabeza y una significativa barriga, trabajaba para el Centro Conjunto de Operaciones de Inteligencia-Corea, dependiente del Mando de Fuerzas Combinadas, que no era otra cosa que el alto mando conjunto de las fuerzas de los Estados Unidos y surcoreanas en la península de Corea. En “el Centro” trabajaban un selecto grupo de las personas más inteligentes y preparadas de los dos países, con la tarea de recopilar e interpretar la información que se recogía por una gran variedad de métodos, sobre la política, economía, agricultura, industria, pero sobre todo, de las capacidades militares del impredecible vecino del norte. Con todo ello se trataba de detectar potenciales amenazas y predecir las posibles acciones de Corea del Norte, para que el mando tuviera la más completa información sobre las que basar sus decisiones.
El analista norteamericano siempre había sido un tipo solitario, y esa era su forma de trabajar. Se sentía incómodo en reuniones o trabajando en equipo, por lo que trataba de no tener que compartir con nadie sus tareas, y ni siquiera había solicitado cambiar una guardia desde hacía más de una década. Así que aquella noche en su despacho, pasaba el rato de su guardia revisando informes, redactando otros y cotejando toda clase de información, en especial sobre los datos que le llegaban de la producción agrícola y ganadera de Corea del Norte. “Tantos años en las súper tecnológicas fuerzas armadas de los Estados Unidos para acabar contando cerdos y granos de arroz”, se decía así mismo a modo de chiste. Pero como profesional, sabía que aquellos datos podían aportar una gran fuente de información relevante para su cometido.
La semana pasada, aquella misma presentadora que seguía desgañitándose en la televisión, y actuando como portavoz extraoficial del gobierno de Pyongyang, de forma bastante inusual había dado algunas pistas sobre el alcance de la tremenda hambruna que se estaba produciendo en el país. Había alabado – como siempre – la guía del Partido y del Líder en aquellos momentos de escasez, que como no podía ser de otra manera, eran culpa de las intrigas y conspiraciones imperialistas de Washington y sus títeres de Seúl. Pero según la rítmica señorita, no había de que preocuparse, ya que gracias a la intervención directa del mismísimo Kim Yong-un, al que se refería como Líder Supremo, todo estaba en vías de solucionarse en breve. La realidad era que hacía ya días que el gobierno comunista había solicitado ayuda humanitaria de emergencia, principalmente cargamentos de cereales de todo tipo, a Pekín, Moscú, pero también a Seúl y otros gobiernos “imperialistas y enemigos”, como siempre en base a amenazas a estos últimos si sus demandas no eran aceptadas. Pero esta vez, el rechazo de los gobiernos occidentales fue total, a menos que se realizasen pasos serios y verificables para desnuclearizar Corea del Norte. En concreto se pedía el acceso de la ONU a las instalaciones de fabricación almacenamiento y montaje de armas nucleares, así como su desmantelamiento y el de su fuerza de misiles de largo alcance.
Aquellas medidas significaban un insulto para las autoridades de Corea del Norte, y preferían mil veces que muriesen sus ciudadanos de inanición a acceder a aquellas demandas. Así que tan solo con la limitada ayuda de Pekín y Moscú, parecía que Pyongyang no iba a ser capaz de salir de la crisis, por lo que su gobierno dio el siguiente paso lógico en aquella situación tan delicada para el país, según su particular punto de vista. Y aquel paso era el que ahora Anderson estaba presenciando en la televisión norcoreana. La presentadora estaba repitiendo uno tras otro, los agravios y ofensas contra su país y su Líder, que los imperialistas les venían haciendo en los últimos años, y las consecuencias que para el pacífico pueblo de Corea del Norte estaban teniendo. Luego, y tras alabar la labor de sus autoridades y agradecer la ayuda de los gobiernos amigos en su lucha contra las dificultades que los norteamericanos les estaban provocando, comenzó a proferir amenazas contra estos. Imágenes de sus gloriosas fuerzas armadas y de su Líder supremo guiándolas a la victoria se repetían una tras otra, en especial de sus poderosos misiles capaz de llegar al corazón de todos los países imperialistas y agresores. La pintoresca presentadora explicaba cómo sus imponentes fuerzas nucleares protegían al pueblo y al país de aquellos depravados que solo buscaban acabar con el maravilloso estado de prosperidad que habían creado a lo largo de los años en Corea del Norte con el esfuerzo de todos y bajo la guía suprema de sus Líderes Kim Il-sung, Kim Jong-il y Kim Yong-un.
Aquello siguió así durante unos minutos más, antes de dar paso a algún tipo de celebración folclórica tan bien coreografiada, como era del gusto de las autoridades comunistas. Pero Anderson “desconecto” sus pensamientos de aquello. Lo importante ya estaba dicho. Y no era la única pista de que algo podía suceder en las próximas horas o días. Allí mismo tenía fotos de satélite de que la actividad en las bases navales norcoreanas en el Mar Amarillo se había incrementado de manera notable y ya había en el mar más buques comunistas que de costumbre. Otro informe advertía del incremento de mensajes entre Pyongyang y esas mismas bases, así como otras del IV Cuerpo de Ejército que guarnecía aquellas mismas costas. Anderson, tras ojear un par más de documentos, se puso delante de su ordenador y comenzó a teclear lo que iba a ser su informe para el mando de aquella guardia, y que remitiría con urgencia nada más terminarlo. Su idea principal, que algún tipo de incidente militar iba a tener lugar en el Mar Amarillo en las próximas horas o días, con la intención de elevar la tensión y provocar un cambio en la intención de los países aliados respecto al envío de ayuda a Corea del Norte. Nada nuevo por otro lado, pero si peligroso como ya se había podido comprobar años atrás con otros incidentes en la zona, como el hundimiento del “Cheonan” o el bombardeo de Yeonpyeong. El analista, con el bagaje de años de experiencia en labores de inteligencia, estaba convencido que se iban a vivir momentos muy tensos próximamente en la península coreana.
"Si usted no tiene libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor" - José Luís Sampedro
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Relato: Corea 2019
-Acto III. Provocaciones
Pese al frio que reinaba en el exterior, bajo tierra, en el bunker de mando avanzado del II Cuerpo del Ejército Norcoreano, el calor provocado por los equipos y el personal presente, era casi agobiante. Ubicado a pocos kilómetros al norte de la Zona Desmilitarizada (DMZ), aquel hoyo en la tierra recubierto de cemento y acero, equipado con todo el equipo electrónico necesario para mantener las comunicaciones, mando y control de sus fuerzas, era el lugar elegido por el General Jang Jong-nam, comandante en jefe del Cuerpo, para seguir las operaciones que se estaban desarrollando desde hacía unas horas.
El General, durante una pausa en las acciones que tenían lugar a pocos kilómetros al sur, repasaba mentalmente los acontecimientos que lo habían llevado a estar allí aquella tarde. Todo había comenzado unos días atrás, cuando tras fracasar las negociaciones para recibir ayuda alimentaria de urgencia por parte de los países capitalistas, el Líder Supremo había decidido provocar una serie de incidentes en el mar amarillo, a lo largo de la autoproclamada “línea del límite norte” (NLL) por los imperialistas, y no reconocida por Pyongyang. Los incidentes irían escalando en función de la respuesta que obtuviesen, sobre todo de Seúl y Washington. La idea era algo ya probado. Primero un bombardeo de las aguas cercanas a las islas que Seúl mantenía cerca de las costas del norte. Si aquello no funcionaba, un par de patrulleras ametrallarían algún pesquero surcoreano que faenase en aguas reclamadas como propias por Corea del Norte. Si todavía no se avenían a reconocer sus legítimas peticiones, se bombardearía de nuevo la islas de Yeonpyeong, de forma parecida a como se hizo en el año 2010. Y por último, si todo aquello era insuficiente para intimidar a los Estados Unidos y sus títeres, se preveía el uso de un submarino para hundir algún buque surcoreano o la incursión de comandos en alguna isla enemiga. Se preveía que todo aquello sucediera escalonadamente, y que elevara la tensión de forma gradual, a lo largo de varios días. Pero la planificación se fue al traste muy pronto, y pocas cosas salieron como se habían previsto.
Al final todo sucedió muy rápido, en tan solo un día, y en lo que la prensa occidental dio en llamar “la batalla del Mar Amarillo”. Dos patrulleras norcoreanas fueron hundidas por misiles de patrulleras surcoreanas, a cambio de un pesquero ametrallado que siguió navegando, aunque sufrió tres muertos en su tripulación. El bombardeo de algunas islas surcoreanas fue el éxito más destacado de Pyongyang, pero la respuesta llevada a cabo por misiles, helicópteros y cazabombarderos surcoreanos, condujo a una batalla que destruyó varias piezas de artillería, lanzacohetes y otra patrullera más, así como dos cazas Mig-23 a manos de los F-15 surcoreanos. Estos también perdieron un helicóptero Apache por parte de los SAM,s comunistas, pero en general, y tras suspenderse las últimas fases de los incidentes, se podía afirmar que Pyongyang había perdido “la batalla”, aunque desde luego había logrado elevar a niveles muy peligrosos, la tensión entre las dos Coreas.
En una reunión de alto nivel al día siguiente en Pyongyang, el Líder Supremo se mostró contrariado. Por un lado se había logrado elevar la tensión con los imperialistas, pero estos no daban muestras de mostrarse intimidados, es más, habían reaccionado con furia y firmeza. No habría concesión alguna a Corea del Norte, a la vez que se reafirmaban en sus pretensiones sobre la desnuclearización de la península. Incluso se estaba comenzando a hablar entre congresistas norteamericanos, de solicitar al gobierno norcoreano a los responsables de las acciones militares contra civiles, para que fueran juzgados por la justicia internacional. Kim Jong-un se encontraba en una situación delicada, ya que la idea de los incidentes como solución había sido suya, y a pesar de haber destituido de forma fulminante al general responsable de la operación, podía notar inquietud y dudas en el delicado equilibrio de fuerzas que formaban los círculos de poder, en el aparentemente monolítico gobierno de Corea del Norte. Aquello era algo que no podía permitirse, nadie podía poner en duda su liderazgo, así que además de mantener un férreo control sobre sus generales, debía encontrar una solución al descredito de las acciones en el Mar Amarillo y a la vez, solucionar el problema de la hambruna.
Pero las opciones de Kim Jong-un eran muy limitadas, ya que su país no podía importar los productos necesarios por el paupérrimo estado de su economía, y con la ayuda de tan solo Moscú y Pekín, pese a haber aumentado este último la cantidad de alimentos que enviaría a su aliado, no eran suficientes ni de lejos. El gobierno chino no quería hacer sufrir demasiado a Pyongyang, pero durante los últimos años, este había mantenido una política errática respecto a su “alianza” con Pekín, y muchas veces no seguía los dictados del Politburó chino, lo que enfadaba a estos, y a modo de castigo, ahora mantenían la presión sobre Kim Jong-un para que en un futuro, fuera más dócil. Este se resistía a ser una mera marioneta de sus aliados, y necesitaba buscar una solución nacional a la crisis. Ante la imposibilidad de acceder a las pretensiones imperialistas, tan solo quedaba buscar una salida hacia delante, la que casi siempre había funcionado, y que tan solo un tropiezo como el del día anterior no debía hacer cambiar de estrategia. Así que el Líder Supremo ordenó otra serie de incidentes armados, esta vez a lo largo de la DMZ, básicamente tiroteos de armas ligeras entre puestos de guardia de uno y otro lado, y sobre todo, fuego de artillería sobre las posiciones fortificadas imperialistas en la frontera. Todo ello, aumentado con otra campaña de amenazas nucleares más furibunda en la televisión estatal norcoreana, que sirviera de serio aviso para Washington, dando a entender que Corea del Norte, su gobierno y su pueblo, estaba dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias antes que dejarse morir de hambre.
Y por todo aquello estaba él allí. Como comandante del estratégico II Cuerpo, había recibido instrucciones de provocar una serie de incidentes en algunas posiciones escogidas de la DMZ. Todo había comenzado con ráfagas de armas automáticas hacia posiciones surcoreanas que fueron inmediatamente contestadas. Entonces, en una secuencia bien planeada, proyectiles de morteros comenzaron a caer sobre esas posiciones enemigas, y como un acto reflejo, los surcoreanos devolvieron todos y cada uno de los proyectiles lanzados hacia ellos. Finalmente, y tras una pausa para consultas con sus superiores en la capital, Jong-nam ordenó a sus piezas de artillería de largo alcance protegidas por gruesos abrigos de hormigón que comenzaran a tronar. El fuego de contrabatería no se hizo esperar, pero sus efectos fueron muy limitados ante la protección de las piezas norcoreanas. Tras pasar toda la mañana y el mediodía en aquella situación, una nueva pausa y el silencio se adueñó de la DMZ. El General se encontraba allí, sudando, tanto por el calor propio del bunker, como por lo tenso y peligroso de la situación. La última información que había recibido era que un grupo de cazabombarderos imperialistas se encontraban cerca de allí, pero en espacio aéreo surcoreano. A su vez, él tenía sobre su cabeza un grupo de cazas propios, y a todas las baterías de misiles y cañones antiaéreos de la zona en máxima alerta. Si los aviones enemigos cruzaban la frontera hacia el norte para destruir con sus bombas antibunker las posiciones artilleras, la situación podría descontrolarse por completo y ser el preludio de una nueva guerra en la península.
Esperando noticias, tanto de sus superiores como de las acciones enemigas, en la oscuridad verdosa del interior del bunker, el sudor le recorría la espalda ya empapada, mientras se aflojaba el cuello de su uniforme. El General Jong-nam estaba a punto de sufrir una crisis nerviosa o un infarto, ya que pese a ser un experimentado profesional con muchos años de experiencia y dedicación a su amado ejército, su edad y salud no le permitían tanta tensión, y aunque había logrado ocultar el estado real de su salud, con pequeños microinfartos a lo largo de los últimos años, sentía una gran opresión en el pecho en aquellos momentos. Entonces uno de sus oficiales de comunicaciones le pasó un papel. “Menos mal” pensó. Pyongyang daba por finalizada la acción y ordenaba el alto el fuego, pero con autorización para responder si eran atacados. Otra comunicación le informaba que los aviones de ambos bandos se retiraban de la zona. El General respiró aliviado, y sintió por momentos que su corazón volvía a latir más despacio. Después de todo, puede que no fuera a morir aquella tarde…ni tampoco muchos jóvenes soldados bajo su mando.
Con la caída de la noche, le llegó el número de bajas que los imperialistas habían producido entre sus tropas. Tenía treinta heridos y siete fallecidos. “Un precio muy alto para un incidente como aquel” se dijo, pero lo realmente importante era el daño causado en los títeres del sur, y si todo aquello había servido para los propósitos que habían sido pensados. “Ojala que sí, y que aquellas vidas no hubiesen sido en vano…” el General se sorprendió así mismo al tener aquellos pensamientos. La edad le estaba haciendo ser más blando. Años atrás no hubiera dudado en tener diez veces más bajas si se hubiera logrado cumplir la misión. Pero los años no pasan en balde ni para un eficiente y despiadado General del Ejército Norcoreano.
Pese al frio que reinaba en el exterior, bajo tierra, en el bunker de mando avanzado del II Cuerpo del Ejército Norcoreano, el calor provocado por los equipos y el personal presente, era casi agobiante. Ubicado a pocos kilómetros al norte de la Zona Desmilitarizada (DMZ), aquel hoyo en la tierra recubierto de cemento y acero, equipado con todo el equipo electrónico necesario para mantener las comunicaciones, mando y control de sus fuerzas, era el lugar elegido por el General Jang Jong-nam, comandante en jefe del Cuerpo, para seguir las operaciones que se estaban desarrollando desde hacía unas horas.
El General, durante una pausa en las acciones que tenían lugar a pocos kilómetros al sur, repasaba mentalmente los acontecimientos que lo habían llevado a estar allí aquella tarde. Todo había comenzado unos días atrás, cuando tras fracasar las negociaciones para recibir ayuda alimentaria de urgencia por parte de los países capitalistas, el Líder Supremo había decidido provocar una serie de incidentes en el mar amarillo, a lo largo de la autoproclamada “línea del límite norte” (NLL) por los imperialistas, y no reconocida por Pyongyang. Los incidentes irían escalando en función de la respuesta que obtuviesen, sobre todo de Seúl y Washington. La idea era algo ya probado. Primero un bombardeo de las aguas cercanas a las islas que Seúl mantenía cerca de las costas del norte. Si aquello no funcionaba, un par de patrulleras ametrallarían algún pesquero surcoreano que faenase en aguas reclamadas como propias por Corea del Norte. Si todavía no se avenían a reconocer sus legítimas peticiones, se bombardearía de nuevo la islas de Yeonpyeong, de forma parecida a como se hizo en el año 2010. Y por último, si todo aquello era insuficiente para intimidar a los Estados Unidos y sus títeres, se preveía el uso de un submarino para hundir algún buque surcoreano o la incursión de comandos en alguna isla enemiga. Se preveía que todo aquello sucediera escalonadamente, y que elevara la tensión de forma gradual, a lo largo de varios días. Pero la planificación se fue al traste muy pronto, y pocas cosas salieron como se habían previsto.
Al final todo sucedió muy rápido, en tan solo un día, y en lo que la prensa occidental dio en llamar “la batalla del Mar Amarillo”. Dos patrulleras norcoreanas fueron hundidas por misiles de patrulleras surcoreanas, a cambio de un pesquero ametrallado que siguió navegando, aunque sufrió tres muertos en su tripulación. El bombardeo de algunas islas surcoreanas fue el éxito más destacado de Pyongyang, pero la respuesta llevada a cabo por misiles, helicópteros y cazabombarderos surcoreanos, condujo a una batalla que destruyó varias piezas de artillería, lanzacohetes y otra patrullera más, así como dos cazas Mig-23 a manos de los F-15 surcoreanos. Estos también perdieron un helicóptero Apache por parte de los SAM,s comunistas, pero en general, y tras suspenderse las últimas fases de los incidentes, se podía afirmar que Pyongyang había perdido “la batalla”, aunque desde luego había logrado elevar a niveles muy peligrosos, la tensión entre las dos Coreas.
En una reunión de alto nivel al día siguiente en Pyongyang, el Líder Supremo se mostró contrariado. Por un lado se había logrado elevar la tensión con los imperialistas, pero estos no daban muestras de mostrarse intimidados, es más, habían reaccionado con furia y firmeza. No habría concesión alguna a Corea del Norte, a la vez que se reafirmaban en sus pretensiones sobre la desnuclearización de la península. Incluso se estaba comenzando a hablar entre congresistas norteamericanos, de solicitar al gobierno norcoreano a los responsables de las acciones militares contra civiles, para que fueran juzgados por la justicia internacional. Kim Jong-un se encontraba en una situación delicada, ya que la idea de los incidentes como solución había sido suya, y a pesar de haber destituido de forma fulminante al general responsable de la operación, podía notar inquietud y dudas en el delicado equilibrio de fuerzas que formaban los círculos de poder, en el aparentemente monolítico gobierno de Corea del Norte. Aquello era algo que no podía permitirse, nadie podía poner en duda su liderazgo, así que además de mantener un férreo control sobre sus generales, debía encontrar una solución al descredito de las acciones en el Mar Amarillo y a la vez, solucionar el problema de la hambruna.
Pero las opciones de Kim Jong-un eran muy limitadas, ya que su país no podía importar los productos necesarios por el paupérrimo estado de su economía, y con la ayuda de tan solo Moscú y Pekín, pese a haber aumentado este último la cantidad de alimentos que enviaría a su aliado, no eran suficientes ni de lejos. El gobierno chino no quería hacer sufrir demasiado a Pyongyang, pero durante los últimos años, este había mantenido una política errática respecto a su “alianza” con Pekín, y muchas veces no seguía los dictados del Politburó chino, lo que enfadaba a estos, y a modo de castigo, ahora mantenían la presión sobre Kim Jong-un para que en un futuro, fuera más dócil. Este se resistía a ser una mera marioneta de sus aliados, y necesitaba buscar una solución nacional a la crisis. Ante la imposibilidad de acceder a las pretensiones imperialistas, tan solo quedaba buscar una salida hacia delante, la que casi siempre había funcionado, y que tan solo un tropiezo como el del día anterior no debía hacer cambiar de estrategia. Así que el Líder Supremo ordenó otra serie de incidentes armados, esta vez a lo largo de la DMZ, básicamente tiroteos de armas ligeras entre puestos de guardia de uno y otro lado, y sobre todo, fuego de artillería sobre las posiciones fortificadas imperialistas en la frontera. Todo ello, aumentado con otra campaña de amenazas nucleares más furibunda en la televisión estatal norcoreana, que sirviera de serio aviso para Washington, dando a entender que Corea del Norte, su gobierno y su pueblo, estaba dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias antes que dejarse morir de hambre.
Y por todo aquello estaba él allí. Como comandante del estratégico II Cuerpo, había recibido instrucciones de provocar una serie de incidentes en algunas posiciones escogidas de la DMZ. Todo había comenzado con ráfagas de armas automáticas hacia posiciones surcoreanas que fueron inmediatamente contestadas. Entonces, en una secuencia bien planeada, proyectiles de morteros comenzaron a caer sobre esas posiciones enemigas, y como un acto reflejo, los surcoreanos devolvieron todos y cada uno de los proyectiles lanzados hacia ellos. Finalmente, y tras una pausa para consultas con sus superiores en la capital, Jong-nam ordenó a sus piezas de artillería de largo alcance protegidas por gruesos abrigos de hormigón que comenzaran a tronar. El fuego de contrabatería no se hizo esperar, pero sus efectos fueron muy limitados ante la protección de las piezas norcoreanas. Tras pasar toda la mañana y el mediodía en aquella situación, una nueva pausa y el silencio se adueñó de la DMZ. El General se encontraba allí, sudando, tanto por el calor propio del bunker, como por lo tenso y peligroso de la situación. La última información que había recibido era que un grupo de cazabombarderos imperialistas se encontraban cerca de allí, pero en espacio aéreo surcoreano. A su vez, él tenía sobre su cabeza un grupo de cazas propios, y a todas las baterías de misiles y cañones antiaéreos de la zona en máxima alerta. Si los aviones enemigos cruzaban la frontera hacia el norte para destruir con sus bombas antibunker las posiciones artilleras, la situación podría descontrolarse por completo y ser el preludio de una nueva guerra en la península.
Esperando noticias, tanto de sus superiores como de las acciones enemigas, en la oscuridad verdosa del interior del bunker, el sudor le recorría la espalda ya empapada, mientras se aflojaba el cuello de su uniforme. El General Jong-nam estaba a punto de sufrir una crisis nerviosa o un infarto, ya que pese a ser un experimentado profesional con muchos años de experiencia y dedicación a su amado ejército, su edad y salud no le permitían tanta tensión, y aunque había logrado ocultar el estado real de su salud, con pequeños microinfartos a lo largo de los últimos años, sentía una gran opresión en el pecho en aquellos momentos. Entonces uno de sus oficiales de comunicaciones le pasó un papel. “Menos mal” pensó. Pyongyang daba por finalizada la acción y ordenaba el alto el fuego, pero con autorización para responder si eran atacados. Otra comunicación le informaba que los aviones de ambos bandos se retiraban de la zona. El General respiró aliviado, y sintió por momentos que su corazón volvía a latir más despacio. Después de todo, puede que no fuera a morir aquella tarde…ni tampoco muchos jóvenes soldados bajo su mando.
Con la caída de la noche, le llegó el número de bajas que los imperialistas habían producido entre sus tropas. Tenía treinta heridos y siete fallecidos. “Un precio muy alto para un incidente como aquel” se dijo, pero lo realmente importante era el daño causado en los títeres del sur, y si todo aquello había servido para los propósitos que habían sido pensados. “Ojala que sí, y que aquellas vidas no hubiesen sido en vano…” el General se sorprendió así mismo al tener aquellos pensamientos. La edad le estaba haciendo ser más blando. Años atrás no hubiera dudado en tener diez veces más bajas si se hubiera logrado cumplir la misión. Pero los años no pasan en balde ni para un eficiente y despiadado General del Ejército Norcoreano.
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- flanker33
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Relato: Corea 2019
-Acto IV. Crisis
En la sede de los mercados bursátiles surcoreanos en Busan, el bróker Na Dong-Cheol observaba con cierta preocupación, como la actividad en el parqué hasta aquella mañana había sido un tanto errática desde el inicio de la crisis. Con los últimos acontecimientos y provocaciones del belicoso vecino del norte, la Bolsa surcoreana sufría un vaivén tras otro. Había comenzado aguantando bien, como si no diera importancia a las primeras provocaciones y soflamas comunistas, pero tras el intercambio de fuego de artillería en la Zona Desmilitarizada y el elevado tono de las amenazas, pareció como que los inversores entraron en pánico y el índice KOSPI cayó con mucha fuerza.
Pero aquella mañana Dong-Cheol observaba como los indicadores en los paneles luminosos del parqué de la Bolsa mezclaban los colores rojos y verdes a parte más o menos iguales, y los principales indicadores bursátiles comenzaban a remontar las pérdidas sufridas en las últimas jornadas. Todo parecía indicar que la situación se estaba estabilizando. Al bróker aquello le parecía como estar en una montaña rusa. Y no es que fuese la primera vez que en su vida profesional había sufrido estos vaivenes, incluidos los ocurridos por culpa de los comunistas del norte, pero podía notar, casi “oler” una sensación diferente aquella vez. Parecía como si entre los círculos de poder económicos, generalmente bien informados, se tuviese la sensación que aquella situación pre-bélica, pudiera llegar a descontrolarse esta vez. Él no entendía muy bien el porqué, ya que económicamente, se podía soportar perfectamente el envío de alimentos al norte y apaciguar así a su vecino, y esto era lo que creía que terminaría sucediendo, pero el peligro de que a alguien se le fuera de las manos el tema, siempre estaba presente y cuanto más durase la crisis más incertidumbre y peligro habría.
Con la intención de informarse sobre la crisis con el Norte, Na Dong-Cheol apartó la mirada un momento de los monitores que controlaba con todo tipo de información económica y financiera, y echó un vistazo a uno de los televisores de 74 pulgadas que había en lo alto del parqué, que sintonizaba un canal continuo de noticias, y donde las informaciones escritas aparecían en la parte inferior de la pantalla, con todos los datos que se hacían públicos sobre la confrontación. Las autoridades seguían sin informar del alcance y las bajas producidas por el ataque artillero norcoreano, pero se dedicaban a exponer lo eficaz de su contraataque, y de que no se permitiría ninguna provocación más. En las imágenes no dejaban de verse imágenes de archivo sobre las fuerzas armadas surcoreanas y norcoreanas. También se informaba de la prohibición para la población civil de acercarse a la DMZ y de la evacuación de varios miles de ciudadanos desde esta. Todo aquello parecía estar tomando un cariz bastante peligroso, pero ya había sucedido otras veces en el pasado.
“Seguro que esta vez también pasa el peligro”, pensaba el bróker, cuando casi acto seguido la emisión del canal de noticias se fue a negro. “Vaya, tendrán que buscar otra emisora de noticias” se dijo, a la vez que volvía a concentrarse en sus monitores. Pocos minutos después sonó su teléfono móvil, que de lo grande de su tamaño, más parecía una tablet.
-Na, ¿has oído lo del “Korea First Bank”?
-No, no sé nada, ¿Qué ocurre? – preguntó a Lim, su amigo el analista de mercados que trabajaba para una firma japonesa, que era el que le había llamado.
-Acaba de ser objeto de un ciberataque. Han paralizado todas sus operaciones corrientes, financieras y administrativas…es como si alguien hubiera apagado un interruptor y todo se hubiera ido a la mierda.
-Pues no…espera…vaya, si, acaban de suspender su cotización aquí.
-Son rápidos en tu trabajo.
-Un momento… ¡demonios! Ahora ya son dos bancos más los que suspenden su cotización…no, tres, ¿qué está pasando?
-Ni idea, pero no suena muy bien.
Tras terminar la conversación, Na Dong-Cheol pudo notar que el ritmo del parqué había cambiado. Comenzaron los rumores de todo tipo. Pronto supieron que no solo había varios bancos afectados por lo que parecía ser un ciberataque coordinado, si no que numerosas cadenas de televisión se estaban quedando en negro. Las cifras en rojo comenzaron a adueñarse de todos los luminosos y las órdenes de venta se dispararon. En pocos minutos la Bolsa de Busan era un auténtico caos, con agentes corriendo de un lado a otro, gritando y empujándose. Pero de pronto, toda aquella febril actividad quedó en nada. Todos los paneles luminosos y los ordenadores se apagaron. Los allí presentes quedaron en silencio, sobrecogidos por lo que aquello podía significar…yo solo podía significar una cosa, y es que alguien, en medio de aquella situación tan tensa estaba tratando de llevar las cosas bastante más allá todavía, y la suposición más lógica apuntaba directamente a Pyongyang.
Esa misma noche en “el Centro”…
Brett Anderson era un hombre agobiado en aquellos momentos, y no solo porque ahora estaban en Watchcom 2, y a raíz de los acontecimientos de las últimas horas su volumen de trabajo se había multiplicado por diez, sino porque además tenía que trabajar en la ahora, abarrotada y caótica sala de operaciones. Su naturaleza solitaria y su forma de trabajar repudiaba aquella muchedumbre y le hacían sentir tremendamente incomodo, pero a pesar de todo, intentaba dar lo mejor de sí mismo para hacer bien su trabajo. Y de que los hombres y mujeres presentes en aquella sala hicieran bien su trabajo dependía en parte la respuesta que tanto el gobierno de Corea del Sur como el de los Estados Unidos, dieran a las provocaciones norcoreanas de los últimos días, pero sobre todo de las últimas horas.
Aquel día había comenzado con un serio ciberataque contra televisiones, bancos y la bolsa surcoreana, provocando un caos informativo y financiero, que seguramente había producido el efecto deseado de crear una sensación de pánico entre la población surcoreana, y el de una muy seria preocupación en la comunidad internacional. A aquellas horas ya estaba claro que la autoría de dicho ataque, pese a lo difícil de resolver aquellas cuestiones, procedía o estaba instigado desde Corea del Norte. Aquello por si solo ya debería ser objeto de una firme respuesta, pero también aquella misma tarde llegaron informes de que la corbeta surcoreana “Sokcho” había logrado vengar a su hermana, la “Cheonan” torpedeada hacía unos años, y había hundido un submarino norcoreano acercándose a una base naval propia. Él, como analista de la marina, estaba siendo el encargado de recabar toda la información y tratar de establecer si en verdad habían hundido un submarino norcoreano, o quizás fuera un minisubmarino intentando infiltrar comandos, o incluso si se trataba de un submarino de otro país o simplemente un informe erróneo, ya que no era raro en el mundo de la guerra antisubmarina atribuirse hundimientos de submarinos, cuando en realidad habían disparado contra cualquier otra cosa que pululaba por debajo de los mares. Por supuesto Corea del Norte había negado que tuviera un submarino en aquellas aguas. Así que allí estaba él, haciendo llamadas, recibiendo correos electrónicos y faxes, hablando con los enlaces surcoreanos y tratando de responder a las preguntas de sus superiores, cuando dos nuevas informaciones comenzaron a inundar la sala, a cada cual más increíble.
La primera que llegó, hablaba de una movilización total de las fuerzas norcoreanas al norte y a lo largo de toda la DMZ. Aquello de por si era muy grave y podía significar cualquier cosa, pero lo más lógico era que querían seguir aumentando la presión para que Seúl y Washington dieran una respuesta favorable a sus pretensiones. Pero por supuesto, no se podía excluir que los norcoreanos se hubieran vuelto más locos todavía y finalmente apostasen por una invasión del sur…lo cual significaba automáticamente la guerra. Pero la otra información tampoco era más halagüeña. Según los primeros informes, la ciudad de Hamhung, cerca de la costa del mar del Japón y segunda ciudad por población de Corea del Norte, se había revelado contra Pyongyang, o al menos había revueltas en sus calles por los efectos que estaba sufriendo la población con la hambruna que azotaba al país. Anderson recordó que aquella ciudad fue una de las más castigadas durante las hambrunas de los 90, y por lo tanto, no era difícil creer que la situación se reprodujera de nuevo. En aquella ocasión, se estimó que la ciudad habría perdido entre un diez y un veinte por ciento de su población, y si aquellas cifras se repetían, se podría hablar que posiblemente más de cien mil personas estarían en riesgo de perecer de hambre. Y parecía que esta vez sus ciudadanos no estaban dispuestos a morir resignados, lo cual era un hecho sin precedentes, así como que se hubiera tenido conocimiento del mismo por parte de la inteligencia aliada tan pronto.
Quizás la movilización militar y lo que estaba ocurriendo en Hamhung estaba relacionado. Anderson pensó rápidamente que las autoridades de Pyongyang, temiendo un levantamiento de más ciudades y regiones del país, estaban tomando las medidas oportunas para aplastarlos, pero la amenaza sobre el sur no se podía menospreciar ni relativizar, y ya se habían enviado las oportunas ordenes movilizar las fuerzas surcoreanas en el tercio norte del país. Para el analista naval, lo lógico hubiera sido que Corea del Norte movilizara a sus fuerzas cercanas a la ciudad y a las unidades de las milicias, pero informes posteriores sugerían la posibilidad que unidades de estas fuerzas se hubieran unido a la población civil de la ciudad, y que en aquellos momentos se estaban produciendo combates en las afueras de la misma entre estas y unidades leales al régimen. Todo aquello parecía totalmente irreal en la hermética y absolutamente disciplinada sociedad norcoreana, pero también se había especulado más de una vez con la probabilidad de un colapso del régimen comunista.
A altas horas de la madrugada, olvidados ya casi los sucesos de por la mañana y la tarde, y ya con todo el personal centrado en la movilización norcoreana y en los sucesos de Hamhung, Brett Anderson estaba agotado, pero aun así aguantó la enésima y supuestamente definitiva por aquella noche, reunión informativa con sus superiores y sus compañeros, para tratar de sacar algo en claro de todo aquello. Las autoridades militares y civiles de Corea del Sur y Estados Unidos clamaban por respuestas, y ellos tan solo podían proporcionarles información incompleta. Uno de sus compañeros presentó las imágenes infrarrojas de un satélite de reconocimiento que había pasado tan solo unos minutos antes por la vertical de Hamhung, mostrando lo que parecían violentos combates en numerosos barrios de la ciudad. Otro aportó la transcripción de las pocas comunicaciones interceptadas en la zona, y desde Pyongyang con sus tropas cerca de Hamhung. Anderson informó de la salida al mar del grueso de la flota norcoreana en las dos costas del país, y un surcoreano bajito y muy educado, segundo al mando de “el Centro”, aportó pruebas definitivas de una importante movilización a lo largo de la DMZ en forma de fotografías, comunicaciones y señales electrónicas interceptadas. El conjunto se presentaba muy peligroso, y la situación podía explotar en cualquier momento. Anderson sintió por primera vez en su carrera que estaba a punto de vivir el inicio de una guerra importante y de futuro incierto.
Al final fue su comandante el que aportó algo de calma, ya que según él, si Pyongyang estaba pensando en iniciar una guerra, pondría en estado de alerta a sus fuerzas nucleares y de misiles de largo alcance, nada de lo cual parecía estar sucediendo, aunque había que mantenerse vigilantes. Más parecía el despliegue para sofocar y aplastar una rebelión interna que amenazara con propagarse que un intento genuino de invasión del sur, eso sí, aprovechando de paso para mantener la presión y la retórica belicista, que alimentaban sus peticiones de ayuda, cada vez más furibundas.
Al poco, llegaron informes sobre sendos comunicados de la ONU y de Pekín, pidiendo ambos rebajar la tensión y buscar una salida dialogada, y no mucho después, un comunicado informando de la apertura urgente de conversaciones de delegaciones de alto nivel de ambas Coreas en la aldea de Panmunjom para tratar de evitar que la crisis siguiera escalando y mantener la situación bajo control. Aun así, la recomendación fue unánime, ordenar una movilización de todas las fuerzas aliadas en la península coreana y alertar a las fuerzas navales y aéreas estadounidenses basadas en Japón. Y aunque la reunión terminó, el trabajo de todo aquel personal distaba de hacerlo, por lo que los ríos de café seguían fluyendo en la sala de operaciones de “el Centro”.
En la sede de los mercados bursátiles surcoreanos en Busan, el bróker Na Dong-Cheol observaba con cierta preocupación, como la actividad en el parqué hasta aquella mañana había sido un tanto errática desde el inicio de la crisis. Con los últimos acontecimientos y provocaciones del belicoso vecino del norte, la Bolsa surcoreana sufría un vaivén tras otro. Había comenzado aguantando bien, como si no diera importancia a las primeras provocaciones y soflamas comunistas, pero tras el intercambio de fuego de artillería en la Zona Desmilitarizada y el elevado tono de las amenazas, pareció como que los inversores entraron en pánico y el índice KOSPI cayó con mucha fuerza.
Pero aquella mañana Dong-Cheol observaba como los indicadores en los paneles luminosos del parqué de la Bolsa mezclaban los colores rojos y verdes a parte más o menos iguales, y los principales indicadores bursátiles comenzaban a remontar las pérdidas sufridas en las últimas jornadas. Todo parecía indicar que la situación se estaba estabilizando. Al bróker aquello le parecía como estar en una montaña rusa. Y no es que fuese la primera vez que en su vida profesional había sufrido estos vaivenes, incluidos los ocurridos por culpa de los comunistas del norte, pero podía notar, casi “oler” una sensación diferente aquella vez. Parecía como si entre los círculos de poder económicos, generalmente bien informados, se tuviese la sensación que aquella situación pre-bélica, pudiera llegar a descontrolarse esta vez. Él no entendía muy bien el porqué, ya que económicamente, se podía soportar perfectamente el envío de alimentos al norte y apaciguar así a su vecino, y esto era lo que creía que terminaría sucediendo, pero el peligro de que a alguien se le fuera de las manos el tema, siempre estaba presente y cuanto más durase la crisis más incertidumbre y peligro habría.
Con la intención de informarse sobre la crisis con el Norte, Na Dong-Cheol apartó la mirada un momento de los monitores que controlaba con todo tipo de información económica y financiera, y echó un vistazo a uno de los televisores de 74 pulgadas que había en lo alto del parqué, que sintonizaba un canal continuo de noticias, y donde las informaciones escritas aparecían en la parte inferior de la pantalla, con todos los datos que se hacían públicos sobre la confrontación. Las autoridades seguían sin informar del alcance y las bajas producidas por el ataque artillero norcoreano, pero se dedicaban a exponer lo eficaz de su contraataque, y de que no se permitiría ninguna provocación más. En las imágenes no dejaban de verse imágenes de archivo sobre las fuerzas armadas surcoreanas y norcoreanas. También se informaba de la prohibición para la población civil de acercarse a la DMZ y de la evacuación de varios miles de ciudadanos desde esta. Todo aquello parecía estar tomando un cariz bastante peligroso, pero ya había sucedido otras veces en el pasado.
“Seguro que esta vez también pasa el peligro”, pensaba el bróker, cuando casi acto seguido la emisión del canal de noticias se fue a negro. “Vaya, tendrán que buscar otra emisora de noticias” se dijo, a la vez que volvía a concentrarse en sus monitores. Pocos minutos después sonó su teléfono móvil, que de lo grande de su tamaño, más parecía una tablet.
-Na, ¿has oído lo del “Korea First Bank”?
-No, no sé nada, ¿Qué ocurre? – preguntó a Lim, su amigo el analista de mercados que trabajaba para una firma japonesa, que era el que le había llamado.
-Acaba de ser objeto de un ciberataque. Han paralizado todas sus operaciones corrientes, financieras y administrativas…es como si alguien hubiera apagado un interruptor y todo se hubiera ido a la mierda.
-Pues no…espera…vaya, si, acaban de suspender su cotización aquí.
-Son rápidos en tu trabajo.
-Un momento… ¡demonios! Ahora ya son dos bancos más los que suspenden su cotización…no, tres, ¿qué está pasando?
-Ni idea, pero no suena muy bien.
Tras terminar la conversación, Na Dong-Cheol pudo notar que el ritmo del parqué había cambiado. Comenzaron los rumores de todo tipo. Pronto supieron que no solo había varios bancos afectados por lo que parecía ser un ciberataque coordinado, si no que numerosas cadenas de televisión se estaban quedando en negro. Las cifras en rojo comenzaron a adueñarse de todos los luminosos y las órdenes de venta se dispararon. En pocos minutos la Bolsa de Busan era un auténtico caos, con agentes corriendo de un lado a otro, gritando y empujándose. Pero de pronto, toda aquella febril actividad quedó en nada. Todos los paneles luminosos y los ordenadores se apagaron. Los allí presentes quedaron en silencio, sobrecogidos por lo que aquello podía significar…yo solo podía significar una cosa, y es que alguien, en medio de aquella situación tan tensa estaba tratando de llevar las cosas bastante más allá todavía, y la suposición más lógica apuntaba directamente a Pyongyang.
Esa misma noche en “el Centro”…
Brett Anderson era un hombre agobiado en aquellos momentos, y no solo porque ahora estaban en Watchcom 2, y a raíz de los acontecimientos de las últimas horas su volumen de trabajo se había multiplicado por diez, sino porque además tenía que trabajar en la ahora, abarrotada y caótica sala de operaciones. Su naturaleza solitaria y su forma de trabajar repudiaba aquella muchedumbre y le hacían sentir tremendamente incomodo, pero a pesar de todo, intentaba dar lo mejor de sí mismo para hacer bien su trabajo. Y de que los hombres y mujeres presentes en aquella sala hicieran bien su trabajo dependía en parte la respuesta que tanto el gobierno de Corea del Sur como el de los Estados Unidos, dieran a las provocaciones norcoreanas de los últimos días, pero sobre todo de las últimas horas.
Aquel día había comenzado con un serio ciberataque contra televisiones, bancos y la bolsa surcoreana, provocando un caos informativo y financiero, que seguramente había producido el efecto deseado de crear una sensación de pánico entre la población surcoreana, y el de una muy seria preocupación en la comunidad internacional. A aquellas horas ya estaba claro que la autoría de dicho ataque, pese a lo difícil de resolver aquellas cuestiones, procedía o estaba instigado desde Corea del Norte. Aquello por si solo ya debería ser objeto de una firme respuesta, pero también aquella misma tarde llegaron informes de que la corbeta surcoreana “Sokcho” había logrado vengar a su hermana, la “Cheonan” torpedeada hacía unos años, y había hundido un submarino norcoreano acercándose a una base naval propia. Él, como analista de la marina, estaba siendo el encargado de recabar toda la información y tratar de establecer si en verdad habían hundido un submarino norcoreano, o quizás fuera un minisubmarino intentando infiltrar comandos, o incluso si se trataba de un submarino de otro país o simplemente un informe erróneo, ya que no era raro en el mundo de la guerra antisubmarina atribuirse hundimientos de submarinos, cuando en realidad habían disparado contra cualquier otra cosa que pululaba por debajo de los mares. Por supuesto Corea del Norte había negado que tuviera un submarino en aquellas aguas. Así que allí estaba él, haciendo llamadas, recibiendo correos electrónicos y faxes, hablando con los enlaces surcoreanos y tratando de responder a las preguntas de sus superiores, cuando dos nuevas informaciones comenzaron a inundar la sala, a cada cual más increíble.
La primera que llegó, hablaba de una movilización total de las fuerzas norcoreanas al norte y a lo largo de toda la DMZ. Aquello de por si era muy grave y podía significar cualquier cosa, pero lo más lógico era que querían seguir aumentando la presión para que Seúl y Washington dieran una respuesta favorable a sus pretensiones. Pero por supuesto, no se podía excluir que los norcoreanos se hubieran vuelto más locos todavía y finalmente apostasen por una invasión del sur…lo cual significaba automáticamente la guerra. Pero la otra información tampoco era más halagüeña. Según los primeros informes, la ciudad de Hamhung, cerca de la costa del mar del Japón y segunda ciudad por población de Corea del Norte, se había revelado contra Pyongyang, o al menos había revueltas en sus calles por los efectos que estaba sufriendo la población con la hambruna que azotaba al país. Anderson recordó que aquella ciudad fue una de las más castigadas durante las hambrunas de los 90, y por lo tanto, no era difícil creer que la situación se reprodujera de nuevo. En aquella ocasión, se estimó que la ciudad habría perdido entre un diez y un veinte por ciento de su población, y si aquellas cifras se repetían, se podría hablar que posiblemente más de cien mil personas estarían en riesgo de perecer de hambre. Y parecía que esta vez sus ciudadanos no estaban dispuestos a morir resignados, lo cual era un hecho sin precedentes, así como que se hubiera tenido conocimiento del mismo por parte de la inteligencia aliada tan pronto.
Quizás la movilización militar y lo que estaba ocurriendo en Hamhung estaba relacionado. Anderson pensó rápidamente que las autoridades de Pyongyang, temiendo un levantamiento de más ciudades y regiones del país, estaban tomando las medidas oportunas para aplastarlos, pero la amenaza sobre el sur no se podía menospreciar ni relativizar, y ya se habían enviado las oportunas ordenes movilizar las fuerzas surcoreanas en el tercio norte del país. Para el analista naval, lo lógico hubiera sido que Corea del Norte movilizara a sus fuerzas cercanas a la ciudad y a las unidades de las milicias, pero informes posteriores sugerían la posibilidad que unidades de estas fuerzas se hubieran unido a la población civil de la ciudad, y que en aquellos momentos se estaban produciendo combates en las afueras de la misma entre estas y unidades leales al régimen. Todo aquello parecía totalmente irreal en la hermética y absolutamente disciplinada sociedad norcoreana, pero también se había especulado más de una vez con la probabilidad de un colapso del régimen comunista.
A altas horas de la madrugada, olvidados ya casi los sucesos de por la mañana y la tarde, y ya con todo el personal centrado en la movilización norcoreana y en los sucesos de Hamhung, Brett Anderson estaba agotado, pero aun así aguantó la enésima y supuestamente definitiva por aquella noche, reunión informativa con sus superiores y sus compañeros, para tratar de sacar algo en claro de todo aquello. Las autoridades militares y civiles de Corea del Sur y Estados Unidos clamaban por respuestas, y ellos tan solo podían proporcionarles información incompleta. Uno de sus compañeros presentó las imágenes infrarrojas de un satélite de reconocimiento que había pasado tan solo unos minutos antes por la vertical de Hamhung, mostrando lo que parecían violentos combates en numerosos barrios de la ciudad. Otro aportó la transcripción de las pocas comunicaciones interceptadas en la zona, y desde Pyongyang con sus tropas cerca de Hamhung. Anderson informó de la salida al mar del grueso de la flota norcoreana en las dos costas del país, y un surcoreano bajito y muy educado, segundo al mando de “el Centro”, aportó pruebas definitivas de una importante movilización a lo largo de la DMZ en forma de fotografías, comunicaciones y señales electrónicas interceptadas. El conjunto se presentaba muy peligroso, y la situación podía explotar en cualquier momento. Anderson sintió por primera vez en su carrera que estaba a punto de vivir el inicio de una guerra importante y de futuro incierto.
Al final fue su comandante el que aportó algo de calma, ya que según él, si Pyongyang estaba pensando en iniciar una guerra, pondría en estado de alerta a sus fuerzas nucleares y de misiles de largo alcance, nada de lo cual parecía estar sucediendo, aunque había que mantenerse vigilantes. Más parecía el despliegue para sofocar y aplastar una rebelión interna que amenazara con propagarse que un intento genuino de invasión del sur, eso sí, aprovechando de paso para mantener la presión y la retórica belicista, que alimentaban sus peticiones de ayuda, cada vez más furibundas.
Al poco, llegaron informes sobre sendos comunicados de la ONU y de Pekín, pidiendo ambos rebajar la tensión y buscar una salida dialogada, y no mucho después, un comunicado informando de la apertura urgente de conversaciones de delegaciones de alto nivel de ambas Coreas en la aldea de Panmunjom para tratar de evitar que la crisis siguiera escalando y mantener la situación bajo control. Aun así, la recomendación fue unánime, ordenar una movilización de todas las fuerzas aliadas en la península coreana y alertar a las fuerzas navales y aéreas estadounidenses basadas en Japón. Y aunque la reunión terminó, el trabajo de todo aquel personal distaba de hacerlo, por lo que los ríos de café seguían fluyendo en la sala de operaciones de “el Centro”.
"Si usted no tiene libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor" - José Luís Sampedro
- KL Albrecht Achilles
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Relato: Corea 2019
Interesante relato, estare pendiente de las proximas entregas.
Saludos
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It matters not how strait the gate. How charged with punishments the scroll.
I am the master of my fate: I am the captain of my soul. - From "Invictus", poem by William Ernest Henley
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- flanker33
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Relato: Corea 2019
Gracias estimado KL. Hoy o mañana subo el siguiente capítulo donde ya comienzan los tiros
Saludos.
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- flanker33
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Relato: Corea 2019
-Acto V. “Halcón Nocturno”
La sala se encontraba bien iluminada y ventilada. Estaba equipada con ordenadores y equipos electrónicos de ultimísima generación, atendidos por un reducido pero selecto grupo de soldados y oficiales, principalmente de las Fuerzas Aéreas, pero también de la Marina, el Ejército y los Marines, reflejando que el Mando Estratégico Estadounidense (STRATCOM) era uno de los nueve mandos unificados de las de las Fuerzas Armadas norteamericanas.
La actividad de aquella mañana en la sala hubiese resultado extraña incluso para alguien que no hubiera estado jamás en el Centro de Operaciones Globales (GOC) del STRATCOM, en la Base Aérea de Offutt. Los soldados entraban y salían de los despachos adyacentes con celeridad, otros estaban totalmente concentrados en sus ordenadores y equipos, mientras que los oficiales coordinaban y ordenaban en voz baja, casi en susurros. Las múltiples pantallas en el gran panel central presentaban una buena cantidad de datos, y en la mayor de todas ellas, la información más relevante en aquellos momentos. Y era allí, donde en aquel mismo momento fijaba sus ojos el responsable del STRATCOM, el General de cuatro estrellas de las Fuerzas Aéreas Mark Walsh. Y para él quedaba claro que aquella no era una mañana más.
El monitor principal presentaba un mapa digitalizado a todo color de la península coreana, con Japón, parte de China y Rusia también visibles. En él se veía el dispositivo militar norteamericano y surcoreano, además del norcoreano del que se tenía conocimiento. Aviones, buques, bases aéreas, navales, de misiles, estaciones de radar, centros de mando y control,…todo lo relevante para aquel juego mortal que estaba a punto de comenzar.
Walsh tenía clavados los ojos en las figuras que representaban a los bombarderos B-2 y a sus F-22 de escolta, a punto de adentrarse en el espacio aéreo norcoreano, o al menos según debían estar si seguían el plan de vuelo previsto, ya que aquellos aviones furtivos estaban ahora escondidos para los propios radares aliados, y desde luego no iban a emitir nada que pudiese delatar su posición al enemigo, simplemente para que se pudiese seguirlos en aquella pantalla. La premisa era discreción absoluta hasta haber logrado los objetivos de la primera oleada de ataques de aquella noche en Corea del Norte.
El General Walsh recordó brevemente lo rápido que había pasado todo en aquellos días. Desde las iniciales peticiones norcoreanas de ayuda humanitaria por la hambruna que estaban sufriendo y la negativa occidental, a los primeros incidentes en el Mar Amarillo, pasando por los intercambios de fuego en la DMZ y los ciberataques del norte, hasta llegar al punto de un fallido intento de rebelión en la segunda ciudad de Corea del Norte, la movilización general ordenada por los dos bandos y la fallidas conversaciones en Panmunjom. Poco más de una semana separaban el primero del último de aquellos hechos, pero el punto culminante de la escalada bélica y lo que había propiciado el ataque que estaba en marcha, había sucedido apenas veinte horas antes. Primero se anunció el lanzamiento de un satélite por parte de las autoridades norcoreanas en los próximos días, y poco después, Pyongyang dio orden de movilizar a sus fuerzas de misiles de largo alcance, anunciando a los cuatro vientos que sus fuerzas atómicas entraban en alerta máxima y pregonaba que Nueva York o Washington podían ser alcanzadas sin previo aviso y convertirlas en “un mar de fuego”. Y aquella vez parecía que no era una amenaza hueca como otras tantas. Todos los indicios, informaciones y datos recogidos de las más diversas fuentes, indicaban que los norcoreanos estaban instalando en sus rampas de lanzamiento misiles supuestamente capaces de alcanzar territorio de los Estados Unidos, y nadie sabía a ciencia cierta que podían cargar aquellas armas. Otra cosa era si realmente estaban dispuestos a usarlas, o simplemente estaban lanzando un órdago final para conseguir sus objetivos, pero la posibilidad de que esta vez llegasen hasta el final debió parecer más real esta vez.
Walsh no estuvo en el debate que debió de producirse en Washington, pero imaginó que alguien dijo en algún momento, que la prioridad para cualquier gobierno norteamericano es proteger a sus ciudadanos, máxime si había armas nucleares de por medio. Supuso que se habría consultado con Seúl y Tokio al menos, pero al final la decisión era del Presidente de los Estados Unidos y de sus asesores más cercanos. Y decidieron que la amenaza en aquella situación era demasiado grande para no hacer nada y esperar que fuera otra bravuconada del dictador norcoreano. Si se equivocaban esta vez, el resultado podía ser muchos cientos de miles de compatriotas muertos, y nadie quería ser el responsable en los libros de historia de permitir un ataque semejante contra suelo norteamericano.
Pese a su cargo y fuentes de información, no supo a ciencia cierta por qué esta vez, a ojos de los altos mandos de la nación, la amenaza norcoreana era más creíble que en otras, pero supuso que había tenido que ver con el nivel de alerta y movilización en que se encontraban los dos bandos y como habían transcurrido los acontecimientos hasta llegara a ese momento, algo así como el inicio de la Primera Guerra Mundial pero de manera acelerada. Desde luego no tuvo que ser fácil tomar una decisión a sabiendas que iba a desencadenar un conflicto de consecuencias todavía impredecibles, pese a todas las simulaciones que los potentes ordenadores de aquel mismo lugar habían realizado durante años.
No supo nada, pues lo que llevo a tomar la decisión se mantuvo en el más estricto de los secretos y solo con acceso de las muy altas esferas de poder del país. No supo sobre el primer oficial de alto rango del Bureo de Reconocimiento norcoreano, la agencia de espionaje de Pyongyang, que había desertado al sur, alarmado por los acontecimiento y buscando refugio. Dicho oficial, resultó de un inmenso valor al aportar información sobre bastantes escondites de las lanzaderas móviles de SSM que poseía Corea del Norte, y que pese a que dicha información fue puesta en “cuarentena” en un principio, al final término dándose como fiable. Poco después un segundo alto oficial de las fuerzas estratégicas también desertó, y explicó las cada vez más serias discusiones por parte de la cúpula del poder norcoreano sobre el empleo de armas nucleares contra los americanos y surcoreanos en un ataque sorpresa. Esas deserciones ya hablaban por si solas de la deriva que estaba tomando todo aquello, y de lo desesperado que estaba el régimen comunista, pero unido a aquella información, terminó por disparar la respuesta de Washington, que Walsh estaba a punto de llevar a cabo.
Al menos sobre él “tan solo” recaía la responsabilidad de ejecutar el plan de ataque preventivo sobre Corea del Norte que eliminaría la capacidad enemiga para atacar a su país, y minimizaría los daños sobre sus aliados en Asia…o aquella era la idea. El plan tenía un nombre lleno de letras y números, pero había sido rebautizado como “Halcón Nocturno” por él mismo, ya que le pareció un nombre más “poderoso” que los últimos con los que habían bautizado las fuerzas armadas de su país a otras acciones en otros puntos del globo en el pasado reciente. Mientras pensaba todo aquello, el General no apartó los ojos del gran monitor y vio como a los B-2 les faltaban escasos minutos para estar sobre todos sus objetivos al mismo tiempo. Un total de 12 bombarderos furtivos (todos los disponibles), provenientes de Andersen y Whiteman, más 24 F-22 Raptor (armados con bombas SDB y misiles aire-aire) llegados desde Kadena, formaban parte de aquel primer ataque.
El objetivo primario era destruir la capacidad de lanzar misiles de largo alcance, para lo que una escuadrilla de cuatro B-2 lanzaría misiles JASSM contra las dos rampas de lanzamiento que poseían los norcoreanos capaces de montar los misiles que supuestamente podrían llegar a Alaska, Hawái o la costa oeste, mientras que otra escuadrilla de dos bombarderos se encargarían de atacar un silo de misiles que se suponía podían albergar ICBM,s, situado en el monte Sobaek, cerca de la frontera china mediante las nuevas MOP propulsadas con cohetes. Walsh al menos dio gracias a que los nuevos ICBM KN-08 móviles no estuvieran operativos todavía, ya que su localización y neutralización hubiera sido más difícil y compleja. Casi tan importante como los anteriores, era el objetivo de otra escuadrilla de otros dos B-2, armados de nuevo con bombas de penetración masivas MOP, debían ejecutar un ataque decapitador sobre el bunker donde supuestamente se refugiaba el líder norcoreano y su camarilla más cercana. Otros cuatro objetivos secundarios de gran importancia se habían añadido a la lista, e iban a ser objeto de ataques por parte de un bombardero cada uno, armados estos con misiles de crucero de largo alcance y más MOP,s: el importante reactor nuclear de Yongbyon, la planta de refinamiento de uranio de Pakchon, donde se sospechaba almacenaban algunas de las armas atómicas recién fabricadas, el bunker de mando de la defensa aérea, cercano a la capital, y otro bunker próximo a la DMZ donde debían encontrarse los mandos militares norcoreanos más importantes para llevar a cabo un ataque contra el sur. Y aquella era solo la primera oleada de “Halcón Nocturno”.
-Están sobre los objetivos – anunció con voz profunda un Mayor de los Marines.
...
Poco después, en el mar de la China Oriental y a 140 millas náuticas al suroeste de Nagasaki, el Contraalmirante Jake Haley, Comandante del Grupo de Combate del Portaaviones “Ronald Reagan”, recibía el informe de la primera oleada de ataques sobre Corea del Norte. Pasaban algunos minutos de la una de la madrugada cuando los bombarderos B-2 y sus escoltas, ya fuera del espacio aéreo norcoreano habían emitido un brevísimo mensaje codificado de alta velocidad vía satélite indicando el resultado aparente de sus acciones. Todos ellos indicaban que habían cumplido con éxito su misión, y no se informaba de bajas, pese a que algunos de ellos habían sufrido fuego antiaéreo y el lanzamiento de misiles SAM. También sus escoltas tuvieron que derribar a seis cazas enemigos que se habían acercado demasiado y atacar tres emplazamientos SAM con bombas SDB.
“Parece que comenzamos con buen pie”, pensó Haley, pero sin dejar traslucir emoción alguna en su rostro. El Contraalmirante dobló el papel y se giró hacia su oficial táctico.
-¿Dónde están los misiles Peter?
-Los primeros acaban de entrar en el espacio aéreo enemigo. Los lanzados por el submarino “Pasadena” y algunos de los lanzados por los B-1 van con algo de retraso, el resto en tiempo y forma correcta.
Haley observó el monitor que tenía frente a él en el futurístico Centro de Información y Combate (CIC) del “Ronald Reagan”, donde podía observar como más de cuatrocientos misiles de crucero JASSM-ER y Tomahawk, lanzados desde bombarderos B-1B procedentes de Alaska, y desde submarinos y buques de superficie en el Mar de la China Oriental y el Mar del Japón, una buena parte de ellos desde el USS “Michigan”, se aproximaban a sus objetivos a una velocidad transónica y a muy baja altura, tratando de evitar los sistemas de radares norcoreanos. Precisamente fueron algunos de aquellos radares ubicados en la periferia del país comunista los primeros en ser alcanzados por los misiles. Unido a los daños producidos por los B-2 en el bunker de mando de la defensa aérea y a otro ataque con señuelos MALD y MALD-J simulando un ataque aéreo masivo lanzado por la Fuerza Aérea a través de la DMZ, con cazabombarderos F-16 y F-35A atacando con misiles Harm y JSOW, a los radares y SAM,s móviles que se activaban en las inmediaciones de la frontera, produjeron un gran desconcierto en las fuerzas aéreas norcoreanas encargadas de proteger su espacio aéreo.
Poco a poco los misiles de crucero se iban adentrando en Corea del Norte. Algunos fueron derribados por SAM,s y por la triple A, pero las bajas apenas pasaron del diez por ciento. El resto fue alcanzando sus objetivos unos tras otros. Varios misiles alcanzaron complejos de misiles SAM S-200 (SA-5) y KN-06, una supuesta versión norcoreana del S-300 ruso, y la mayor amenaza para los aviones aliados. Misiles Tomahawks armados con submuniciones atacaban las pistas de las principales bases aéreas comunistas, mientras que otros armados con cabezas perforantes, hacían lo propio en los bunkers de esas mismas bases aéreas, nudos C3I subterráneos, depósitos de armas NBQ y lugares donde supuestamente se escondían lanzaderas móviles de misiles de corto y medio alcance. En total, más de 40 objetivos fueron atacados y dañados en distinto grado en la segunda oleada de “Halcón Nocturno”.
El Contraalmirante Haley volvía a sentir la imperiosa necesidad de fumar, tras haber dejado el tabaco cinco años atrás, pero en aquella situación notó que su cuerpo pedía nicotina otra vez. “Concéntrate, maldita sea” se dijo a sí mismo. Aunque en verdad era ya bien poco lo que el Contraalmirante podía hacer.
-Señor, el oficial de guerra antisubmarina pide permiso para proceder contra los submarinos enemigos – le informó el oficial táctico.
-Sí, adelante con eso, que les den duro.
Y con esa autorización, el oficial de guerra antisubmarina a bordo del destructor USS “Mustin”, dio la orden de hundir a los siete submarinos norcoreanos que tenían localizados cerca de las dos costas de su país, incluido un SSB clase Sinpo, que era su máxima prioridad. Una fuerza compuesta por portahelicópteros, destructores y fragatas de las armadas norteamericanas y surcoreanas, asistidos por aviones P-8 y P-3, además de los propios helicópteros ASW de los buques, habían localizado y seguido a esos 7 submarinos desde hacía ya horas, días en algunos casos. Pero al darse la orden, en pocos minutos se produjo el lanzamiento desde los aviones y helicópteros de varios torpedos, en especial contra el Sinpo que se enfrentó a dos Mk.54 y un Mk.46. Todos resultaron alcanzados y hundidos, no tuvieron oportunidad alguna. Con la pérdida del SSB en el mar, y con la de otro amarrado a puerto y que se encontraba entre la lista de los objetivos de la siguiente oleada del ataque aéreo, se suponía que se eliminaría la capacidad de lanzar misiles de medio alcance desde el mar que poseían los norcoreanos.
Y mientras todo eso sucedía, la tercera y última oleada de la operación ya estaba en marcha. Los Super Hornets del ala embarcada en el “Reagan”, apoyados por los EA-18 Growler y E-2C estaban comenzando su ataque contra bases aéreas y navales, instalaciones de radar y sitios donde deberían encontrarse lanzaderas móviles de misiles SRBM e IRBM. Por su parte, F-15E de la USAF y F-15K de la Fuerza Aérea Surcoreana (ROKAF) estaban lanzando sus propios ataques en profundidad contra objetivos parecidos, y además, depósitos de armas NBQ, mientras que F-16 de las dos naciones se empeñaban contra las unidades de artillería que apuntaban sus cañones contra la capital surcoreana.
De la defensa aérea del “Reagan” y su Grupo de Combate se encargaban los F-18 guiados por los E-2 de la Marina, mientras los F-15C y E-3 de la Fuerza Aérea hacían lo propio sobre los cielos surcoreanos y posicionaban patrullas aéreas de combate (CAP) para defender zonas sensibles, tanto del Sur como de Japón. Más aviones F-22 y F-15 efectuaban barridos de cazas frente a los paquetes de ataque aliados y “limpiaban” el cielo de los escasos cazas norcoreanos que lograban remontar el vuelo. El estado de la red de defensa aérea norcoreana era muy precario en aquellos momentos, y ni sus misiles y cañones antiaéreos pudieron oponer gran resistencia, ni los escasísimos cazas que habían logrado despegar o estaban en el aire desde antes de la segunda oleada, eran rivales para los aviones aliados. Unos pocos MiG-21 y 23, sin control de tierra, y con sus comunicaciones y radares interferidos, fueron “engullidos” como pavos en el Día de Acción de Gracia. En realidad aquella noche no se destruyeron demasiados aviones norcoreanos, poco más de una veintena en el aire y un número indeterminado en tierra, pero su actuación para defender sus cielos y su patria, fue prácticamente nula.
Haley seguía el ataque de sus aviones mediante las comunicaciones de los pilotos y por lo que escuchaba, excepto por la pérdida sobre el Mar Amarillo de un Super Hornet que regresaba tras ser dañado durante la aproximación a su objetivo, todo parecía ir bien. A su vez y conforme iban llegando al CIC, leía con gran avidez los informes preliminares de los ataques de la USAF y la ROKAF. También allí todo parecía indicar que sus compañeros de azulados uniformes lo estaban haciendo de manera aceptable, aunque se informaba de la pérdida de un F-15C norteamericano y un F-15K surcoreano, además de dos F-16 de la ROKAF y uno de la USAF. Desde luego cualquier pérdida era lamentable, pero vista la magnitud de la operación y las defensas enemigas, y ahora que todo estaba a punto de terminar, Haley no podía por menos que alegrarse de que apenas hubieran tenido bajas. Él conocía las proyecciones para aquella operación de las pérdidas previstas y “asumibles”, y desde luego eran muy superiores a las habidas, así que podía pensar que “Halcón Nocturno” había sido un rotundo éxito desde ese punto de vista. Ahora deberían esperar para conocer el daño real causado a las fuerzas estratégicas norcoreanas, a su Fuerza Aérea y submarina, y aquella iba a ser la verdadera prueba del éxito de la operación. Por su parte, no pudo evitar pensar que tan solo habían agitado un avispero, y que ahora tendrían que soportar la respuesta enemiga y sus “picaduras”.
La sala se encontraba bien iluminada y ventilada. Estaba equipada con ordenadores y equipos electrónicos de ultimísima generación, atendidos por un reducido pero selecto grupo de soldados y oficiales, principalmente de las Fuerzas Aéreas, pero también de la Marina, el Ejército y los Marines, reflejando que el Mando Estratégico Estadounidense (STRATCOM) era uno de los nueve mandos unificados de las de las Fuerzas Armadas norteamericanas.
La actividad de aquella mañana en la sala hubiese resultado extraña incluso para alguien que no hubiera estado jamás en el Centro de Operaciones Globales (GOC) del STRATCOM, en la Base Aérea de Offutt. Los soldados entraban y salían de los despachos adyacentes con celeridad, otros estaban totalmente concentrados en sus ordenadores y equipos, mientras que los oficiales coordinaban y ordenaban en voz baja, casi en susurros. Las múltiples pantallas en el gran panel central presentaban una buena cantidad de datos, y en la mayor de todas ellas, la información más relevante en aquellos momentos. Y era allí, donde en aquel mismo momento fijaba sus ojos el responsable del STRATCOM, el General de cuatro estrellas de las Fuerzas Aéreas Mark Walsh. Y para él quedaba claro que aquella no era una mañana más.
El monitor principal presentaba un mapa digitalizado a todo color de la península coreana, con Japón, parte de China y Rusia también visibles. En él se veía el dispositivo militar norteamericano y surcoreano, además del norcoreano del que se tenía conocimiento. Aviones, buques, bases aéreas, navales, de misiles, estaciones de radar, centros de mando y control,…todo lo relevante para aquel juego mortal que estaba a punto de comenzar.
Walsh tenía clavados los ojos en las figuras que representaban a los bombarderos B-2 y a sus F-22 de escolta, a punto de adentrarse en el espacio aéreo norcoreano, o al menos según debían estar si seguían el plan de vuelo previsto, ya que aquellos aviones furtivos estaban ahora escondidos para los propios radares aliados, y desde luego no iban a emitir nada que pudiese delatar su posición al enemigo, simplemente para que se pudiese seguirlos en aquella pantalla. La premisa era discreción absoluta hasta haber logrado los objetivos de la primera oleada de ataques de aquella noche en Corea del Norte.
El General Walsh recordó brevemente lo rápido que había pasado todo en aquellos días. Desde las iniciales peticiones norcoreanas de ayuda humanitaria por la hambruna que estaban sufriendo y la negativa occidental, a los primeros incidentes en el Mar Amarillo, pasando por los intercambios de fuego en la DMZ y los ciberataques del norte, hasta llegar al punto de un fallido intento de rebelión en la segunda ciudad de Corea del Norte, la movilización general ordenada por los dos bandos y la fallidas conversaciones en Panmunjom. Poco más de una semana separaban el primero del último de aquellos hechos, pero el punto culminante de la escalada bélica y lo que había propiciado el ataque que estaba en marcha, había sucedido apenas veinte horas antes. Primero se anunció el lanzamiento de un satélite por parte de las autoridades norcoreanas en los próximos días, y poco después, Pyongyang dio orden de movilizar a sus fuerzas de misiles de largo alcance, anunciando a los cuatro vientos que sus fuerzas atómicas entraban en alerta máxima y pregonaba que Nueva York o Washington podían ser alcanzadas sin previo aviso y convertirlas en “un mar de fuego”. Y aquella vez parecía que no era una amenaza hueca como otras tantas. Todos los indicios, informaciones y datos recogidos de las más diversas fuentes, indicaban que los norcoreanos estaban instalando en sus rampas de lanzamiento misiles supuestamente capaces de alcanzar territorio de los Estados Unidos, y nadie sabía a ciencia cierta que podían cargar aquellas armas. Otra cosa era si realmente estaban dispuestos a usarlas, o simplemente estaban lanzando un órdago final para conseguir sus objetivos, pero la posibilidad de que esta vez llegasen hasta el final debió parecer más real esta vez.
Walsh no estuvo en el debate que debió de producirse en Washington, pero imaginó que alguien dijo en algún momento, que la prioridad para cualquier gobierno norteamericano es proteger a sus ciudadanos, máxime si había armas nucleares de por medio. Supuso que se habría consultado con Seúl y Tokio al menos, pero al final la decisión era del Presidente de los Estados Unidos y de sus asesores más cercanos. Y decidieron que la amenaza en aquella situación era demasiado grande para no hacer nada y esperar que fuera otra bravuconada del dictador norcoreano. Si se equivocaban esta vez, el resultado podía ser muchos cientos de miles de compatriotas muertos, y nadie quería ser el responsable en los libros de historia de permitir un ataque semejante contra suelo norteamericano.
Pese a su cargo y fuentes de información, no supo a ciencia cierta por qué esta vez, a ojos de los altos mandos de la nación, la amenaza norcoreana era más creíble que en otras, pero supuso que había tenido que ver con el nivel de alerta y movilización en que se encontraban los dos bandos y como habían transcurrido los acontecimientos hasta llegara a ese momento, algo así como el inicio de la Primera Guerra Mundial pero de manera acelerada. Desde luego no tuvo que ser fácil tomar una decisión a sabiendas que iba a desencadenar un conflicto de consecuencias todavía impredecibles, pese a todas las simulaciones que los potentes ordenadores de aquel mismo lugar habían realizado durante años.
No supo nada, pues lo que llevo a tomar la decisión se mantuvo en el más estricto de los secretos y solo con acceso de las muy altas esferas de poder del país. No supo sobre el primer oficial de alto rango del Bureo de Reconocimiento norcoreano, la agencia de espionaje de Pyongyang, que había desertado al sur, alarmado por los acontecimiento y buscando refugio. Dicho oficial, resultó de un inmenso valor al aportar información sobre bastantes escondites de las lanzaderas móviles de SSM que poseía Corea del Norte, y que pese a que dicha información fue puesta en “cuarentena” en un principio, al final término dándose como fiable. Poco después un segundo alto oficial de las fuerzas estratégicas también desertó, y explicó las cada vez más serias discusiones por parte de la cúpula del poder norcoreano sobre el empleo de armas nucleares contra los americanos y surcoreanos en un ataque sorpresa. Esas deserciones ya hablaban por si solas de la deriva que estaba tomando todo aquello, y de lo desesperado que estaba el régimen comunista, pero unido a aquella información, terminó por disparar la respuesta de Washington, que Walsh estaba a punto de llevar a cabo.
Al menos sobre él “tan solo” recaía la responsabilidad de ejecutar el plan de ataque preventivo sobre Corea del Norte que eliminaría la capacidad enemiga para atacar a su país, y minimizaría los daños sobre sus aliados en Asia…o aquella era la idea. El plan tenía un nombre lleno de letras y números, pero había sido rebautizado como “Halcón Nocturno” por él mismo, ya que le pareció un nombre más “poderoso” que los últimos con los que habían bautizado las fuerzas armadas de su país a otras acciones en otros puntos del globo en el pasado reciente. Mientras pensaba todo aquello, el General no apartó los ojos del gran monitor y vio como a los B-2 les faltaban escasos minutos para estar sobre todos sus objetivos al mismo tiempo. Un total de 12 bombarderos furtivos (todos los disponibles), provenientes de Andersen y Whiteman, más 24 F-22 Raptor (armados con bombas SDB y misiles aire-aire) llegados desde Kadena, formaban parte de aquel primer ataque.
El objetivo primario era destruir la capacidad de lanzar misiles de largo alcance, para lo que una escuadrilla de cuatro B-2 lanzaría misiles JASSM contra las dos rampas de lanzamiento que poseían los norcoreanos capaces de montar los misiles que supuestamente podrían llegar a Alaska, Hawái o la costa oeste, mientras que otra escuadrilla de dos bombarderos se encargarían de atacar un silo de misiles que se suponía podían albergar ICBM,s, situado en el monte Sobaek, cerca de la frontera china mediante las nuevas MOP propulsadas con cohetes. Walsh al menos dio gracias a que los nuevos ICBM KN-08 móviles no estuvieran operativos todavía, ya que su localización y neutralización hubiera sido más difícil y compleja. Casi tan importante como los anteriores, era el objetivo de otra escuadrilla de otros dos B-2, armados de nuevo con bombas de penetración masivas MOP, debían ejecutar un ataque decapitador sobre el bunker donde supuestamente se refugiaba el líder norcoreano y su camarilla más cercana. Otros cuatro objetivos secundarios de gran importancia se habían añadido a la lista, e iban a ser objeto de ataques por parte de un bombardero cada uno, armados estos con misiles de crucero de largo alcance y más MOP,s: el importante reactor nuclear de Yongbyon, la planta de refinamiento de uranio de Pakchon, donde se sospechaba almacenaban algunas de las armas atómicas recién fabricadas, el bunker de mando de la defensa aérea, cercano a la capital, y otro bunker próximo a la DMZ donde debían encontrarse los mandos militares norcoreanos más importantes para llevar a cabo un ataque contra el sur. Y aquella era solo la primera oleada de “Halcón Nocturno”.
-Están sobre los objetivos – anunció con voz profunda un Mayor de los Marines.
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Poco después, en el mar de la China Oriental y a 140 millas náuticas al suroeste de Nagasaki, el Contraalmirante Jake Haley, Comandante del Grupo de Combate del Portaaviones “Ronald Reagan”, recibía el informe de la primera oleada de ataques sobre Corea del Norte. Pasaban algunos minutos de la una de la madrugada cuando los bombarderos B-2 y sus escoltas, ya fuera del espacio aéreo norcoreano habían emitido un brevísimo mensaje codificado de alta velocidad vía satélite indicando el resultado aparente de sus acciones. Todos ellos indicaban que habían cumplido con éxito su misión, y no se informaba de bajas, pese a que algunos de ellos habían sufrido fuego antiaéreo y el lanzamiento de misiles SAM. También sus escoltas tuvieron que derribar a seis cazas enemigos que se habían acercado demasiado y atacar tres emplazamientos SAM con bombas SDB.
“Parece que comenzamos con buen pie”, pensó Haley, pero sin dejar traslucir emoción alguna en su rostro. El Contraalmirante dobló el papel y se giró hacia su oficial táctico.
-¿Dónde están los misiles Peter?
-Los primeros acaban de entrar en el espacio aéreo enemigo. Los lanzados por el submarino “Pasadena” y algunos de los lanzados por los B-1 van con algo de retraso, el resto en tiempo y forma correcta.
Haley observó el monitor que tenía frente a él en el futurístico Centro de Información y Combate (CIC) del “Ronald Reagan”, donde podía observar como más de cuatrocientos misiles de crucero JASSM-ER y Tomahawk, lanzados desde bombarderos B-1B procedentes de Alaska, y desde submarinos y buques de superficie en el Mar de la China Oriental y el Mar del Japón, una buena parte de ellos desde el USS “Michigan”, se aproximaban a sus objetivos a una velocidad transónica y a muy baja altura, tratando de evitar los sistemas de radares norcoreanos. Precisamente fueron algunos de aquellos radares ubicados en la periferia del país comunista los primeros en ser alcanzados por los misiles. Unido a los daños producidos por los B-2 en el bunker de mando de la defensa aérea y a otro ataque con señuelos MALD y MALD-J simulando un ataque aéreo masivo lanzado por la Fuerza Aérea a través de la DMZ, con cazabombarderos F-16 y F-35A atacando con misiles Harm y JSOW, a los radares y SAM,s móviles que se activaban en las inmediaciones de la frontera, produjeron un gran desconcierto en las fuerzas aéreas norcoreanas encargadas de proteger su espacio aéreo.
Poco a poco los misiles de crucero se iban adentrando en Corea del Norte. Algunos fueron derribados por SAM,s y por la triple A, pero las bajas apenas pasaron del diez por ciento. El resto fue alcanzando sus objetivos unos tras otros. Varios misiles alcanzaron complejos de misiles SAM S-200 (SA-5) y KN-06, una supuesta versión norcoreana del S-300 ruso, y la mayor amenaza para los aviones aliados. Misiles Tomahawks armados con submuniciones atacaban las pistas de las principales bases aéreas comunistas, mientras que otros armados con cabezas perforantes, hacían lo propio en los bunkers de esas mismas bases aéreas, nudos C3I subterráneos, depósitos de armas NBQ y lugares donde supuestamente se escondían lanzaderas móviles de misiles de corto y medio alcance. En total, más de 40 objetivos fueron atacados y dañados en distinto grado en la segunda oleada de “Halcón Nocturno”.
El Contraalmirante Haley volvía a sentir la imperiosa necesidad de fumar, tras haber dejado el tabaco cinco años atrás, pero en aquella situación notó que su cuerpo pedía nicotina otra vez. “Concéntrate, maldita sea” se dijo a sí mismo. Aunque en verdad era ya bien poco lo que el Contraalmirante podía hacer.
-Señor, el oficial de guerra antisubmarina pide permiso para proceder contra los submarinos enemigos – le informó el oficial táctico.
-Sí, adelante con eso, que les den duro.
Y con esa autorización, el oficial de guerra antisubmarina a bordo del destructor USS “Mustin”, dio la orden de hundir a los siete submarinos norcoreanos que tenían localizados cerca de las dos costas de su país, incluido un SSB clase Sinpo, que era su máxima prioridad. Una fuerza compuesta por portahelicópteros, destructores y fragatas de las armadas norteamericanas y surcoreanas, asistidos por aviones P-8 y P-3, además de los propios helicópteros ASW de los buques, habían localizado y seguido a esos 7 submarinos desde hacía ya horas, días en algunos casos. Pero al darse la orden, en pocos minutos se produjo el lanzamiento desde los aviones y helicópteros de varios torpedos, en especial contra el Sinpo que se enfrentó a dos Mk.54 y un Mk.46. Todos resultaron alcanzados y hundidos, no tuvieron oportunidad alguna. Con la pérdida del SSB en el mar, y con la de otro amarrado a puerto y que se encontraba entre la lista de los objetivos de la siguiente oleada del ataque aéreo, se suponía que se eliminaría la capacidad de lanzar misiles de medio alcance desde el mar que poseían los norcoreanos.
Y mientras todo eso sucedía, la tercera y última oleada de la operación ya estaba en marcha. Los Super Hornets del ala embarcada en el “Reagan”, apoyados por los EA-18 Growler y E-2C estaban comenzando su ataque contra bases aéreas y navales, instalaciones de radar y sitios donde deberían encontrarse lanzaderas móviles de misiles SRBM e IRBM. Por su parte, F-15E de la USAF y F-15K de la Fuerza Aérea Surcoreana (ROKAF) estaban lanzando sus propios ataques en profundidad contra objetivos parecidos, y además, depósitos de armas NBQ, mientras que F-16 de las dos naciones se empeñaban contra las unidades de artillería que apuntaban sus cañones contra la capital surcoreana.
De la defensa aérea del “Reagan” y su Grupo de Combate se encargaban los F-18 guiados por los E-2 de la Marina, mientras los F-15C y E-3 de la Fuerza Aérea hacían lo propio sobre los cielos surcoreanos y posicionaban patrullas aéreas de combate (CAP) para defender zonas sensibles, tanto del Sur como de Japón. Más aviones F-22 y F-15 efectuaban barridos de cazas frente a los paquetes de ataque aliados y “limpiaban” el cielo de los escasos cazas norcoreanos que lograban remontar el vuelo. El estado de la red de defensa aérea norcoreana era muy precario en aquellos momentos, y ni sus misiles y cañones antiaéreos pudieron oponer gran resistencia, ni los escasísimos cazas que habían logrado despegar o estaban en el aire desde antes de la segunda oleada, eran rivales para los aviones aliados. Unos pocos MiG-21 y 23, sin control de tierra, y con sus comunicaciones y radares interferidos, fueron “engullidos” como pavos en el Día de Acción de Gracia. En realidad aquella noche no se destruyeron demasiados aviones norcoreanos, poco más de una veintena en el aire y un número indeterminado en tierra, pero su actuación para defender sus cielos y su patria, fue prácticamente nula.
Haley seguía el ataque de sus aviones mediante las comunicaciones de los pilotos y por lo que escuchaba, excepto por la pérdida sobre el Mar Amarillo de un Super Hornet que regresaba tras ser dañado durante la aproximación a su objetivo, todo parecía ir bien. A su vez y conforme iban llegando al CIC, leía con gran avidez los informes preliminares de los ataques de la USAF y la ROKAF. También allí todo parecía indicar que sus compañeros de azulados uniformes lo estaban haciendo de manera aceptable, aunque se informaba de la pérdida de un F-15C norteamericano y un F-15K surcoreano, además de dos F-16 de la ROKAF y uno de la USAF. Desde luego cualquier pérdida era lamentable, pero vista la magnitud de la operación y las defensas enemigas, y ahora que todo estaba a punto de terminar, Haley no podía por menos que alegrarse de que apenas hubieran tenido bajas. Él conocía las proyecciones para aquella operación de las pérdidas previstas y “asumibles”, y desde luego eran muy superiores a las habidas, así que podía pensar que “Halcón Nocturno” había sido un rotundo éxito desde ese punto de vista. Ahora deberían esperar para conocer el daño real causado a las fuerzas estratégicas norcoreanas, a su Fuerza Aérea y submarina, y aquella iba a ser la verdadera prueba del éxito de la operación. Por su parte, no pudo evitar pensar que tan solo habían agitado un avispero, y que ahora tendrían que soportar la respuesta enemiga y sus “picaduras”.
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Relato: Corea 2019
-Acto VI. Decisiones
El Líder Supremo, el Brillante Mariscal o el Genio de Genios, eran entre otros, los adjetivos utilizados por la propaganda oficial del régimen para describir al joven gobernante de Corea del Norte Kim Jong-un. “El Gordo” había sabido él que le denominaban algunas agencias de inteligencia imperialistas. Pero todo aquello importaba muy poco a esas horas de la madrugada, en aquel bunker subterráneo y rodeado de su camarilla de servidores más cercanos, mandos de las fuerzas armadas, el partido y el gobierno norcoreano. Jong-un parecía ligeramente abatido, quizás en algo similar a un estado de shock, y es que no podía creer que finalmente estaba ocurriendo aquello de lo que siempre hablaba la propaganda norcoreana. Su peor temor se había hecho realidad, y los odiados imperialistas norteamericanos y sus títeres del sur habían lanzado un ataque sorpresa contra su país. Y como si de una pesadilla se tratase, y pese a la eficaz represión de sus fuerzas contra los sublevados, en algunas zonas del país se seguían produciendo revueltas contra su gobierno, impensables en tiempos de su padre o abuelo, lo cual no ayudaba mucho a su imagen de Líder fuerte y estable.
Tanto él como los demás hombres allí presentes, sabían que desde hacía días la situación con sus declarados enemigos era muy tensa y peligrosa, con una retórica belicista inusitada, pero todos confiaban en que como mercaderes imperialistas que eran, no les interesaría una guerra, y se avendrían a negociar antes o después una solución para el problema de la hambruna que azotaba a su pueblo. Pero quizás previendo una inestabilidad al conocer las ignominiosas revueltas de traidores y agentes subversivos en algunos lugares del país, los imperialistas habían pensado que era hora de lanzarse al cuello de su país, ayudar a los sublevados, y vencer la gloriosa resistencia del pueblo norcoreano que duraba ya más de 60 años. Además, y solo lo pensó para sus adentros, quizás la estratagema de hacer pasar a un agente norcoreano como alto oficial de las fuerzas estratégicas que desertaba al sur, y confirmaba las inquietudes sobre una posible respuesta nuclear norcoreana a toda aquella situación, no solo no había amedrentado a los imperialistas y les había hecho recular, si no que había provocado la reacción contraria. Pero pensó que era mejor no sacar el tema, ya que él había dado el visto bueno a aquella operación y tampoco sabían si ese factor fue el detonante.
De todas formas, todo aquello ya tampoco importaba demasiado. Ahora solo importaba el presente, el aquí y el ahora. De las decisiones que se tomaran en los próximos minutos, dependería todo el futuro del país, y lo que era más importante, de todos aquellos mandos, de su propia familia, y sobre todo, de él mismo.
Jong-un sabía que pese a las purgas y limpieza de jerarcas y altos mandos militares, su posición en el poder no era todo lo segura como lo fuera la de su padre, y por supuesto la de su abuelo, así que debía tener aquello en cuenta a la hora de tomar decisiones. Y las decisiones que debía tomar debían basarse en la imprecisa y fragmentaria información de la que disponía a aquella hora. Para empezar, podía dar gracias a sus servicios de inteligencia, que habían logrado convencer al enemigo que tanto él como los otros jerarcas del régimen que allí se encontraban, estaban en otro bunker al norte de Pyongyang que había sido destruido con bombas de gran potencia. Había sido un engaño que llevó años y mucho dinero y esfuerzo, pero nunca se había alegrado tanto de la decisión que tomara su padre para engañar a los imperialistas con un bunker “señuelo” al que atacar. Ellos se encontraban a salvo a más de cien kilómetros del atacado, y con capacidad para tomar decisiones y transmitirlas, pese a los ataques contra algunos nudos de comunicaciones. Algunos de aquellos nudos también eran señuelos, y otros eran redundantes, lo que unido al gran uso de fibra óptica y cable utilizado en las comunicaciones nacionales, hacían que todavía pudiera ejercer su control desde allí con bastantes garantías. Así que a salvo de los ataques aéreos enemigos, Kim y sus allegados recibían la información según iba llegando. Y en su conjunto, y pese a lo “maquillados” que estarían algunos informes y a lo que ya se había acostumbrado desde su llegada al poder, la situación era bastante deplorable.
Para empezar, la artillería y la aviación enemiga estaba atacando a sus fuerzas artilleras en la DMZ, con la que su Ejército amenazaban a la capital enemiga. Los informes indicaban que se estaban perdiendo varias baterías de obuses y lanzacohetes, pero su protección y dispersión dificultaban en gran medida al enemigo su ataque. Por otra parte, la defensa aérea de aquella zona parecía no estar haciéndolo demasiado bien y los aviones enemigos no caían al ritmo previsto. Y aquello parecía ser la tónica en todo el país. El control de los cielos norcoreanos distaban mucho de ser efectivo, y más bien parecía que los americanos campaban a sus anchas. La información indicaba que se estaban derribando docenas de aviones y centenares de misiles de crucero enemigos, pero también anunciaban un gran destrozo en la red de defensa aérea, principalmente radares y en las bases aéreas más importantes. El General al mando de la fuerza aérea dijo que se habían perdido alrededor de dos tercios de los radares fijos y casi la mitad de los radares móviles, la mayoría cerca de la DMZ, Pyongyang e instalaciones militares importantes. Las bases aéreas desde donde operaban los cazas más avanzados y los aviones de ataque con capacidad nuclear habían sido duramente castigadas y se tardarían varias horas en el mejor de los casos, seguramente días, en volver a ponerlas operativas. Además de todo aquello, el bunker donde se encontraban los mandos importantes desde donde debía dirigirse un ataque a través de la DMZ contra el Sur, había sido correctamente localizado, efectivamente atacado y en gran parte destruido. Tardaría horas en recuperar el control y muchos de sus mandos estaban muertos o heridos. De nuevo se tardarían varias horas en poner orden en todo aquello, y seguramente se habría retrasado al menos veinticuatro horas el lanzamiento de la ofensiva, aunque la ordenasen en aquel mismo instante.
Pero todo aquello, siendo muy malo, palidecía con los daños provocados por los americanos y sus lacayos, al sistema de misiles y de armas atómicas de las fuerzas armadas. Por lo pronto, las dos rampas de lanzamiento y el silo de misiles de largo alcance que podían alcanzar territorio norteamericano, habían sido destruidos, así como también la central nuclear de Yongbyong y una planta de refinamiento de uranio donde se almacenaban algunas bombas atómicas. Aquello dejaba sin capacidad de respuesta a su país contra los propios norteamericanos, pero iba a hacer todo lo posible porque lo pagaran caro. El daño causado en las lanzaderas móviles de misiles de medio y corto alcance había sido menor, y todavía podían contraatacar. Además contaba con un submarino armado con un misil balístico y cabeza nuclear que navegaba por el mar amarillo, rumbo al sur en aquellos mismos momentos y que había dado señales de seguir navegando, al contrario que su gemelo, del que se suponía hundido. Y lo mejor es que los imperialistas no tenían ni idea de ese segundo submarino, ya que seguramente la falsa maqueta a escala amarrada a puerto les habría engañado, según aseguraba el Almirante al mando de la marina de guerra. La hora de tomar decisiones se acercaba.
Jong-un volvió a recordarse a sí mismo que las decisiones que él tomara aquella noche también iban a decidir su futuro personal. Mostrarse tibio o dialogante ante aquel tremendo ataque solo empeoraría su situación frente al resto de militares y jerarcas del partido. Se vería como una posición de debilidad personal, y del país, con lo que la línea más dura del ejército podría plantearse un golpe de estado. La alternativa era dar una dura respuesta y ordenar acciones decisivas, pero si escapaban de su control, la guerra era inevitable, y él, pese a todo la propaganda y alabanzas oficiales a sus fuerzas armadas, sabía que no podía ganar una guerra en solitario contra los imperialistas. Así que con todo aquello en mente, comenzó a tomar decisiones. Lo primero fue que todo avión de caza disponible, saliera de sus bases y protegiera el cielo de su país de más ataques. El General de la Fuerza Aérea sugirió y se aceptó que los cazas volasen por encima de los cinco mil metros, y que por debajo de esa altura, fuera territorio de caza libre para los sistemas antiaéreos. De todas maneras, Kim tenía poca fe en que sus fuerzas aéreas lograsen el control del cielo, pero al menos trataría de negárselo al enemigo. Siguió la declaración de la ley marcial y una movilización total, que llegase hasta el último hombre y mujer de las fuerzas armadas, las milicias y cualquier otro órgano que tuviera el Estado para protegerlo, tanto de enemigos externos como internos. También se ordenaron conversaciones urgentes con Pekín y Moscú para conocer cuál era su postura real ante aquel traicionero ataque imperialista, y a qué nivel de compromiso llegaban con su causa. Hasta aquí las decisiones fáciles.
Las que venían a continuación, podían producir desde un intercambio de fuego relativamente controlado, o llegar hasta una guerra a gran escala. El primer paso fue reconocer que había que hacer todo lo necesario para restaurar el orden interno con la mayor celeridad, por lo que se autorizó el uso de la fuerza extrema contra cualquier tipo de disidencia o revuelta que siguiera produciéndose. Mano de hierro sin piedad con sus compatriotas, aquello era relativamente sencillo. El hecho de que toda la sociedad fuera a ser movilizada ayudaría en gran parte a ese objetivo. Después, y tras un intenso debate entre mandos militares y políticos, se llegó al consenso que la capital enemiga debía ser arrasada por el fuego de la artillería, castigando así a los títeres su papel en toda aquella traición. Acto seguido, y sin haber concluido la reunión todavía, se cursaron las órdenes oportunas para que se ejecutase dicho ataque lo antes posible.
Ahora se llegaba a un punto en extremo delicado. Con la movilización nacional total en marcha, ¿debían llevarse solo acciones militares puntuales, restringidas en el espacio y el tiempo? ¿No hacer nada y confiar en la diplomacia? o ¿debía ordenarse por fin un ataque contra el sur y reunificar el país? Y fuera cual fuera la opción escogida, ¿Qué se debía hacer con las mermadas fuerzas nucleares del país, que hasta aquella noche se había creído que era el escudo infranqueable que protegía Corea del Norte, al gobierno y al partido?
No fue fácil tomar una decisión. Tanto Jong-un como todos los demás hombres sabían lo que se jugaban, pero tras un acalorado e inusualmente franco debate e intercambio de opiniones, convinieron que no dar una respuesta adecuada a tal ataque enemigo, sería incluso peor que una guerra, ya que los líderes de la nación quedarían desacreditados y débiles ante los ojos de sus ciudadanos, que ante la extrema situación de hambruna y revueltas, se daba casi por segura una sublevación nacional que podría derrocar a todos los allí presentes y pondría en grave peligro sus vidas. Además, la debilidad ante los enemigos externos nunca había funcionado, y si las revueltas internas no tenían éxito, entonces los imperialistas se abalanzarían sobre ellos como hienas hambrientas, tratando de provocar un cambio de régimen de cualquier otro modo.
Ante aquel panorama, todos preferían que el pueblo luchara, y si tenían que perder la guerra, lo cual no todos estaban de acuerdo en que sucediera, al menos fuera con honor. Y así tratarían de retener el control del país incluso en la derrota. Al fin y al cabo era una cuestión de supervivencia personal de los líderes que decidía el futuro de Corea del Norte, y sobre todos ellos, su Líder Supremo no tenía intención de terminar como Mussolini o Saddam Hussein, ejecutado por los suyos, o ajusticiado por los imperialistas tras una pantomima de juicio público como si fuera un mono de feria. Aquella situación no la había propiciado su gobierno, así que era hora de tomar una decisión muy dura, efectiva y justa, visto el tamaño de la agresión sufrida aquella noche. La venganza estaba de su lado y lo que estaba a punto de hacer llevaría inevitablemente a la guerra, pero llegado aquel punto de la reunión, no quedaba otra salida.
A propuesta de Kim Jong-un, se aprobó ordenar el inicio de la invasión del Sur en cuanto las Fuerzas Armadas estuvieran preparadas para ello, y que según el General al mando del Ejército, no debería demorarse más de 24 horas. Pero el paso más grave y difícil, fue autorizar el uso de los restos de sus fuerzas nucleares y químicas para dar cumplida respuesta a los imperialistas. Se impuso el criterio de utilizar las armas que quedaban antes de perderlas todas en los siguientes ataques imperialistas, dejando una pequeña reserva para un segundo ataque, no había otra opción viable. Finalmente los mandos militares propusieron una lista de objetivos a atacar por armas atómicas y químicas, lanzadas desde aviones, artillería y misiles de corto y medio alcance. Tras evaluarla a conciencia, quitar algunos objetivos, y añadir otros, Jong-un apretó un simbólico “botón rojo” en su mesa a modo de autorización final. Algunos hombres allí presentes soltaron algunas lágrimas conscientes de lo que acababan de iniciar. El miembro más anciano del gobierno sufrió un ataque al corazón y falleció allí mismo. Poco importó, al final la suerte estaba echada, y el mundo contemplaría en las próximas horas, la terrible venganza del pueblo norcoreano.
El Líder Supremo, el Brillante Mariscal o el Genio de Genios, eran entre otros, los adjetivos utilizados por la propaganda oficial del régimen para describir al joven gobernante de Corea del Norte Kim Jong-un. “El Gordo” había sabido él que le denominaban algunas agencias de inteligencia imperialistas. Pero todo aquello importaba muy poco a esas horas de la madrugada, en aquel bunker subterráneo y rodeado de su camarilla de servidores más cercanos, mandos de las fuerzas armadas, el partido y el gobierno norcoreano. Jong-un parecía ligeramente abatido, quizás en algo similar a un estado de shock, y es que no podía creer que finalmente estaba ocurriendo aquello de lo que siempre hablaba la propaganda norcoreana. Su peor temor se había hecho realidad, y los odiados imperialistas norteamericanos y sus títeres del sur habían lanzado un ataque sorpresa contra su país. Y como si de una pesadilla se tratase, y pese a la eficaz represión de sus fuerzas contra los sublevados, en algunas zonas del país se seguían produciendo revueltas contra su gobierno, impensables en tiempos de su padre o abuelo, lo cual no ayudaba mucho a su imagen de Líder fuerte y estable.
Tanto él como los demás hombres allí presentes, sabían que desde hacía días la situación con sus declarados enemigos era muy tensa y peligrosa, con una retórica belicista inusitada, pero todos confiaban en que como mercaderes imperialistas que eran, no les interesaría una guerra, y se avendrían a negociar antes o después una solución para el problema de la hambruna que azotaba a su pueblo. Pero quizás previendo una inestabilidad al conocer las ignominiosas revueltas de traidores y agentes subversivos en algunos lugares del país, los imperialistas habían pensado que era hora de lanzarse al cuello de su país, ayudar a los sublevados, y vencer la gloriosa resistencia del pueblo norcoreano que duraba ya más de 60 años. Además, y solo lo pensó para sus adentros, quizás la estratagema de hacer pasar a un agente norcoreano como alto oficial de las fuerzas estratégicas que desertaba al sur, y confirmaba las inquietudes sobre una posible respuesta nuclear norcoreana a toda aquella situación, no solo no había amedrentado a los imperialistas y les había hecho recular, si no que había provocado la reacción contraria. Pero pensó que era mejor no sacar el tema, ya que él había dado el visto bueno a aquella operación y tampoco sabían si ese factor fue el detonante.
De todas formas, todo aquello ya tampoco importaba demasiado. Ahora solo importaba el presente, el aquí y el ahora. De las decisiones que se tomaran en los próximos minutos, dependería todo el futuro del país, y lo que era más importante, de todos aquellos mandos, de su propia familia, y sobre todo, de él mismo.
Jong-un sabía que pese a las purgas y limpieza de jerarcas y altos mandos militares, su posición en el poder no era todo lo segura como lo fuera la de su padre, y por supuesto la de su abuelo, así que debía tener aquello en cuenta a la hora de tomar decisiones. Y las decisiones que debía tomar debían basarse en la imprecisa y fragmentaria información de la que disponía a aquella hora. Para empezar, podía dar gracias a sus servicios de inteligencia, que habían logrado convencer al enemigo que tanto él como los otros jerarcas del régimen que allí se encontraban, estaban en otro bunker al norte de Pyongyang que había sido destruido con bombas de gran potencia. Había sido un engaño que llevó años y mucho dinero y esfuerzo, pero nunca se había alegrado tanto de la decisión que tomara su padre para engañar a los imperialistas con un bunker “señuelo” al que atacar. Ellos se encontraban a salvo a más de cien kilómetros del atacado, y con capacidad para tomar decisiones y transmitirlas, pese a los ataques contra algunos nudos de comunicaciones. Algunos de aquellos nudos también eran señuelos, y otros eran redundantes, lo que unido al gran uso de fibra óptica y cable utilizado en las comunicaciones nacionales, hacían que todavía pudiera ejercer su control desde allí con bastantes garantías. Así que a salvo de los ataques aéreos enemigos, Kim y sus allegados recibían la información según iba llegando. Y en su conjunto, y pese a lo “maquillados” que estarían algunos informes y a lo que ya se había acostumbrado desde su llegada al poder, la situación era bastante deplorable.
Para empezar, la artillería y la aviación enemiga estaba atacando a sus fuerzas artilleras en la DMZ, con la que su Ejército amenazaban a la capital enemiga. Los informes indicaban que se estaban perdiendo varias baterías de obuses y lanzacohetes, pero su protección y dispersión dificultaban en gran medida al enemigo su ataque. Por otra parte, la defensa aérea de aquella zona parecía no estar haciéndolo demasiado bien y los aviones enemigos no caían al ritmo previsto. Y aquello parecía ser la tónica en todo el país. El control de los cielos norcoreanos distaban mucho de ser efectivo, y más bien parecía que los americanos campaban a sus anchas. La información indicaba que se estaban derribando docenas de aviones y centenares de misiles de crucero enemigos, pero también anunciaban un gran destrozo en la red de defensa aérea, principalmente radares y en las bases aéreas más importantes. El General al mando de la fuerza aérea dijo que se habían perdido alrededor de dos tercios de los radares fijos y casi la mitad de los radares móviles, la mayoría cerca de la DMZ, Pyongyang e instalaciones militares importantes. Las bases aéreas desde donde operaban los cazas más avanzados y los aviones de ataque con capacidad nuclear habían sido duramente castigadas y se tardarían varias horas en el mejor de los casos, seguramente días, en volver a ponerlas operativas. Además de todo aquello, el bunker donde se encontraban los mandos importantes desde donde debía dirigirse un ataque a través de la DMZ contra el Sur, había sido correctamente localizado, efectivamente atacado y en gran parte destruido. Tardaría horas en recuperar el control y muchos de sus mandos estaban muertos o heridos. De nuevo se tardarían varias horas en poner orden en todo aquello, y seguramente se habría retrasado al menos veinticuatro horas el lanzamiento de la ofensiva, aunque la ordenasen en aquel mismo instante.
Pero todo aquello, siendo muy malo, palidecía con los daños provocados por los americanos y sus lacayos, al sistema de misiles y de armas atómicas de las fuerzas armadas. Por lo pronto, las dos rampas de lanzamiento y el silo de misiles de largo alcance que podían alcanzar territorio norteamericano, habían sido destruidos, así como también la central nuclear de Yongbyong y una planta de refinamiento de uranio donde se almacenaban algunas bombas atómicas. Aquello dejaba sin capacidad de respuesta a su país contra los propios norteamericanos, pero iba a hacer todo lo posible porque lo pagaran caro. El daño causado en las lanzaderas móviles de misiles de medio y corto alcance había sido menor, y todavía podían contraatacar. Además contaba con un submarino armado con un misil balístico y cabeza nuclear que navegaba por el mar amarillo, rumbo al sur en aquellos mismos momentos y que había dado señales de seguir navegando, al contrario que su gemelo, del que se suponía hundido. Y lo mejor es que los imperialistas no tenían ni idea de ese segundo submarino, ya que seguramente la falsa maqueta a escala amarrada a puerto les habría engañado, según aseguraba el Almirante al mando de la marina de guerra. La hora de tomar decisiones se acercaba.
Jong-un volvió a recordarse a sí mismo que las decisiones que él tomara aquella noche también iban a decidir su futuro personal. Mostrarse tibio o dialogante ante aquel tremendo ataque solo empeoraría su situación frente al resto de militares y jerarcas del partido. Se vería como una posición de debilidad personal, y del país, con lo que la línea más dura del ejército podría plantearse un golpe de estado. La alternativa era dar una dura respuesta y ordenar acciones decisivas, pero si escapaban de su control, la guerra era inevitable, y él, pese a todo la propaganda y alabanzas oficiales a sus fuerzas armadas, sabía que no podía ganar una guerra en solitario contra los imperialistas. Así que con todo aquello en mente, comenzó a tomar decisiones. Lo primero fue que todo avión de caza disponible, saliera de sus bases y protegiera el cielo de su país de más ataques. El General de la Fuerza Aérea sugirió y se aceptó que los cazas volasen por encima de los cinco mil metros, y que por debajo de esa altura, fuera territorio de caza libre para los sistemas antiaéreos. De todas maneras, Kim tenía poca fe en que sus fuerzas aéreas lograsen el control del cielo, pero al menos trataría de negárselo al enemigo. Siguió la declaración de la ley marcial y una movilización total, que llegase hasta el último hombre y mujer de las fuerzas armadas, las milicias y cualquier otro órgano que tuviera el Estado para protegerlo, tanto de enemigos externos como internos. También se ordenaron conversaciones urgentes con Pekín y Moscú para conocer cuál era su postura real ante aquel traicionero ataque imperialista, y a qué nivel de compromiso llegaban con su causa. Hasta aquí las decisiones fáciles.
Las que venían a continuación, podían producir desde un intercambio de fuego relativamente controlado, o llegar hasta una guerra a gran escala. El primer paso fue reconocer que había que hacer todo lo necesario para restaurar el orden interno con la mayor celeridad, por lo que se autorizó el uso de la fuerza extrema contra cualquier tipo de disidencia o revuelta que siguiera produciéndose. Mano de hierro sin piedad con sus compatriotas, aquello era relativamente sencillo. El hecho de que toda la sociedad fuera a ser movilizada ayudaría en gran parte a ese objetivo. Después, y tras un intenso debate entre mandos militares y políticos, se llegó al consenso que la capital enemiga debía ser arrasada por el fuego de la artillería, castigando así a los títeres su papel en toda aquella traición. Acto seguido, y sin haber concluido la reunión todavía, se cursaron las órdenes oportunas para que se ejecutase dicho ataque lo antes posible.
Ahora se llegaba a un punto en extremo delicado. Con la movilización nacional total en marcha, ¿debían llevarse solo acciones militares puntuales, restringidas en el espacio y el tiempo? ¿No hacer nada y confiar en la diplomacia? o ¿debía ordenarse por fin un ataque contra el sur y reunificar el país? Y fuera cual fuera la opción escogida, ¿Qué se debía hacer con las mermadas fuerzas nucleares del país, que hasta aquella noche se había creído que era el escudo infranqueable que protegía Corea del Norte, al gobierno y al partido?
No fue fácil tomar una decisión. Tanto Jong-un como todos los demás hombres sabían lo que se jugaban, pero tras un acalorado e inusualmente franco debate e intercambio de opiniones, convinieron que no dar una respuesta adecuada a tal ataque enemigo, sería incluso peor que una guerra, ya que los líderes de la nación quedarían desacreditados y débiles ante los ojos de sus ciudadanos, que ante la extrema situación de hambruna y revueltas, se daba casi por segura una sublevación nacional que podría derrocar a todos los allí presentes y pondría en grave peligro sus vidas. Además, la debilidad ante los enemigos externos nunca había funcionado, y si las revueltas internas no tenían éxito, entonces los imperialistas se abalanzarían sobre ellos como hienas hambrientas, tratando de provocar un cambio de régimen de cualquier otro modo.
Ante aquel panorama, todos preferían que el pueblo luchara, y si tenían que perder la guerra, lo cual no todos estaban de acuerdo en que sucediera, al menos fuera con honor. Y así tratarían de retener el control del país incluso en la derrota. Al fin y al cabo era una cuestión de supervivencia personal de los líderes que decidía el futuro de Corea del Norte, y sobre todos ellos, su Líder Supremo no tenía intención de terminar como Mussolini o Saddam Hussein, ejecutado por los suyos, o ajusticiado por los imperialistas tras una pantomima de juicio público como si fuera un mono de feria. Aquella situación no la había propiciado su gobierno, así que era hora de tomar una decisión muy dura, efectiva y justa, visto el tamaño de la agresión sufrida aquella noche. La venganza estaba de su lado y lo que estaba a punto de hacer llevaría inevitablemente a la guerra, pero llegado aquel punto de la reunión, no quedaba otra salida.
A propuesta de Kim Jong-un, se aprobó ordenar el inicio de la invasión del Sur en cuanto las Fuerzas Armadas estuvieran preparadas para ello, y que según el General al mando del Ejército, no debería demorarse más de 24 horas. Pero el paso más grave y difícil, fue autorizar el uso de los restos de sus fuerzas nucleares y químicas para dar cumplida respuesta a los imperialistas. Se impuso el criterio de utilizar las armas que quedaban antes de perderlas todas en los siguientes ataques imperialistas, dejando una pequeña reserva para un segundo ataque, no había otra opción viable. Finalmente los mandos militares propusieron una lista de objetivos a atacar por armas atómicas y químicas, lanzadas desde aviones, artillería y misiles de corto y medio alcance. Tras evaluarla a conciencia, quitar algunos objetivos, y añadir otros, Jong-un apretó un simbólico “botón rojo” en su mesa a modo de autorización final. Algunos hombres allí presentes soltaron algunas lágrimas conscientes de lo que acababan de iniciar. El miembro más anciano del gobierno sufrió un ataque al corazón y falleció allí mismo. Poco importó, al final la suerte estaba echada, y el mundo contemplaría en las próximas horas, la terrible venganza del pueblo norcoreano.
"Si usted no tiene libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor" - José Luís Sampedro
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Relato: Corea 2019
-Acto VII. Represalias
El rostro del General Walsh mostraba claramente su mezcla de estupor y furia contenida mientras observaba, todavía algo incrédulo, lo que la gran pantalla central del GOC mostraba, la respuesta norcoreana a “Halcón nocturno”. Docenas de líneas que representaban las trayectorias de aviones y misiles lanzados desde Corea del Norte contra su vecino del sur, y algunas que se alejaba un poco más, hacía algún punto del Pacífico Sur. “Guam…esos tres van para Andersen con toda seguridad”, pensaba para sí. “Mierda, parece que no hemos conseguido acabar con el pequeño Kim y su camarilla…y lo han hecho, esos locos hijos de puta realmente lo han hecho”, se decía mientras esperaba su comunicación con el Presidente de los Estados Unidos, al que debía informar de todo lo que estaba sucediendo en los últimos tres minutos.
-Acaba de llegar esto General – le informo un subordinado, mientras le pasaba un papel.
-Joder…parece que hay informaciones del uso de armas químicas contra las tropas de primera línea por parte de la artillería enemiga, aunque está sin confirmar. Espero que alguien haya tenido la brillante idea de hacerle poner a esos muchachos sus trajes NBQ… ¿Dónde está mi comunicación con el POTUS? Es para ayer…
El mal humor del General era evidente, y no era para menos. Estaba asistiendo en directo a lo que podía ser el inicio de una guerra de gravísimas consecuencias, y no conseguía comunicarse con el comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas para informarle y recibir instrucciones.
-¿Está informada ya la Junta de Jefes del Estado Mayor? – quiso saber.
-Si General, acabamos de recibir acuse de recibo del mensaje prioritario que hemos mandado.
-Por fin, a ver si comenzamos a tomar algunas decisiones porque esto se va a poner muy serio.
Walsh sabía que algo se podía hacer, aún con la información tan escasa y fragmentaria que iba llegando. Por lo pronto él iba a solicitar al Presidente la declaración de DEFCON 2 con carácter inmediato, y dependiendo de que portaran en sus cabezas de guerra aquellos malditos misiles, pediría DEFCON 1 y recomendaría un ataque de represalia con carácter inmediato, si se les ocurría lanzar armas de destrucción masiva sobre su aliado y las tropas norteamericanas en Corea del Sur.
-Otro informe General…parece que la artillería enemiga está bombardeando Seúl…está confirmado, múltiples explosiones de gran potencia en los suburbios del norte de la capital surcoreana…y aviones enemigos atacan posiciones fortificadas a lo largo de la DMZ y otros intentan penetrar hacia las bases aéreas…se informa de múltiples aviones enemigos derribados por parte de nuestros cazas y sistemas de defensa aérea.
“Van con todo esos malnacidos…dentro de poco veremos rodar los tanques comunistas hacia Seúl” pensaba Walsh.
-20 segundos para el primer impacto – anunció un oficial en voz alta y con un tono muy dramático, acaparando para si toda la atención de los presentes en el GOC. – El sistema de defensa aérea THAAD está actuando…neutralizado el primer misil...segundo objetivo derribado…y van tres. Señor, cuatro más en camino hacia el mismo objetivo, la base aérea de Kunsan…10 segundos…otro más derribado…alguno va a pasar – anticipo el oficial.
Casi todos realizaron una cuenta atrás en sus cabezas mientras veían como las líneas que representaba la trayectoria de los dos últimos misiles de corto alcance, llegaban a su objetivo.
-Impacto – anunció el mismo oficial.
Todos permanecieron callados por unos instantes. El sistema THAAD había hecho un buen trabajo, pero por alguna razón, que luego se supo fue un ataque de comandos norcoreanos, los Patriot que defendían aquella zona no habían sido capaces de unirse y defender la base aérea con éxito.
-Necesito respuestas ¿Qué coñ* están cargando esos cabrones en sus misiles?
-Se registra un pequeño seísmo en la zona y los satélites indican “doble destello” y una gran emisión de calor en ese punto…- dijo otro oficial al cargo de aquella tarea tras unos segundos –…probable detonación nuclear, repito, probable detonación nuclear en Corea del Sur.
Instantes después los presentes quedaron todavía más petrificados cuando alguien mostró en una pantalla paralela a la principal, y de menor tamaño, un canal de noticias surcoreano, donde mostraban en directo la imagen, que aún en la lejanía, se identificaba perfectamente como el hongo de una explosión nuclear elevándose al cielo, y aunque Walsh no entendía el coreano, supo perfectamente de donde era esa imagen. Uno de aquellos dos misiles que habían traspasado la barrera defensiva portaba una ojiva nuclear de unos pocos kilotones, pero lo suficiente para compensar su falta de precisión y barrer del mapa la base y los aviones que todavía se mantenían en tierra.
-Santo Cristo… repitió en voz apenas audible un par de veces el General.
-Señor, estamos interceptando más misiles enemigos…tres misiles camino de Osan y cinco más cerca de Daegú. Dos más siguen camino de este último lugar…allí hay más de 1500 soldados norteamericanos y algunos familiares, además de una buena cantidad de suministros.
-Lo sé Mayor, lo sé. ¿Cuánto queda para el impacto?
-29 segundos, pero antes van otros misiles contra Busan y Uijeongbu. Busan es la segunda ciudad y el primer puerto del país, y en su base aérea hemos estacionado algunos F-22… y en Uijeongbu y sus alrededores están el grueso de las fuerzas terrestres recién llegadas de nuestra 2ª División…
-¿Dónde coñ* está mi comunicación con el Presidente? – bramó exasperado Walsh.
Y como si esta vez su mal genio hubiese surtido efecto, un Teniente Coronel le indicó con un gesto.
-Línea 2 mi General. El Presidente está a la escucha.
-Joder ya era hora…señor Presidente, soy el General Walsh desde la Sala de Guerra del Mando Estratégico…
....
El atasco era monumental en las ya de por si congestionadas carreteras de la surcoreana ciudad de Busan, y el agente bursátil Na Dong-Cheol lo estaba comprobando en primera persona aquella mañana. Todo comenzó al llegar a su trabajo en la Bolsa, la cual se iba recuperando poco a poco del ciberataque sufrido días atrás, y mientras se ponía al día escuchando las noticias, como corresponde a un buen “bróker”, se enteró del ataque aéreo contra Corea del Norte. Aquello pronto se extendió como la pólvora por todo el parqué e inmediatamente cundió el pánico, con todos los indicadores en rojo. Pero si aquello era malo, cuando comenzaron a llegar los primeros rumores de que los comunistas estaban bombardeando Seúl, la situación se tornó en histeria en pocos segundos.
Dong-Cheol, a pesar de lo que su trabajo representaba para él, no se lo pensó dos veces. Sabía que aquello era el inicio de una guerra tan largamente esperada como poco deseada por nadie, y tenía por seguro que Busan, como importante centro de negocios, de comercio e incluso militar, sería uno de los primeros objetivos enemigos. Ya fuera con aviación o con misiles, el joven “bróker” sabía que la ciudad sería atacada, y en su interior, como en el de todos los surcoreanos, temía al poder atómico que su peligroso vecino se jactaba de poseer.
Así que dejando su puesto de trabajo a toda prisa, recogió su coche del garaje subterráneo donde lo había aparcado apenas minutos antes, y salió de él a toda velocidad para recoger a su familia, su adorada esposa y una pequeña niña de dos años que era su devoción. Su intención era recogerlas y salir de la ciudad lo antes posible, pero mientras avanzaba lentamente por las calles de la ciudad, iba perfilando su “plan de huida”. Se dirigirían al norte, a una pequeña aldea a unos 40 kilómetros de la ciudad, donde vivían sus padres, y allí aguardarían acontecimientos. Si se cumplían sus peores augurios respecto a las armas atómicas de los norcoreanos, estarían relativamente a salvo, y podrían marcharse todavía más lejos. Si no pasaba nada y todo se calmaba, podría regresar pronto.
Pero el camino de regreso a su hogar, que normalmente le llevaba de 20 a 30 minutos, aquella mañana apenas había avanzado 300 o 400 metros cuando más gente decidió imitar las intenciones del agente bursátil, y las calles de la ciudad, pese a los desesperados intentos de las autoridades locales de facilitar el tráfico, quedaron colapsadas en pocos minutos. Dong-Cheol, desesperado tras comprobar que no se podía avanzar en vehículo, decidió dejar su SsangYong todoterreno, y seguir avanzando a pie. Tenía que llegar a casa, luego cogería el vehículo de su esposa para salir de la ciudad. Pero apenas había cerrado la puerta del coche cuando todo sucedió.
Primero un gran fogonazo de luz, tan terriblemente brillante, que incluso sin estar mirando en la dirección de la fuente de luz y bloqueada está parcialmente por los edificios, dejó cegado a Dong-Cheol durante varios segundos, y cuando recobró la vista, y sin ser consciente todavía de lo que sucedía, se vio sacudido por una enorme y poderosísima ráfaga de viento que lo levantó del suelo y lo precipitó a varios metros de donde se encontraba, hasta que su cuerpo chocó con una furgoneta y del golpe se destrozó el hombro derecho y parte de la columna vertebral. Como si de una película de desastres se tratara, observó como el edificio que tenía frente a él, al otro lado de la calle, comenzaba a desmoronarse por la parte superior y seguía cayendo a lo largo de toda su estructura. Miles de escombros caían sobre la calle donde él se encontraba, y en un mero acto reflejo de supervivencia, y a pesar del enorme dolor que sentía, rodó debajo de la furgoneta con la intención de no ser alcanzado por algunos de aquellos fragmentos de hierro, hormigón y vidrio que estaban cayendo a toda velocidad. Sintió como algunos de aquello “proyectiles” alcanzaban a la furgoneta y entonces se vio atrapado bajo ella, al quedar sus piernas aprisionadas por la chapa de esta, bajo el peso de un gran cascote de hormigón.
Y entonces lo vio, y por primera vez en los pocos segundos que habían transcurrido y mientras luchaba por no perder el conocimiento a causa del dolor, supo con certeza lo que había pasado. Un enorme hongo nuclear se elevaba al cielo al oeste de donde se encontraba. Tuvo un último pensamiento para su familia, antes de percibir el enorme calor que llegaba desde la deflagración y que le produjeron gravísimas quemaduras por todo su cuerpo, y que le hicieron perder el conocimiento. Na Dong-Cheol sobrevivió todavía unos minutos más, antes de que su corazón se parase a causa de un fallo general de todo su organismo ante la gravedad de sus lesiones.
Miles de otros ciudadanos de Busan no tuvieron tanta “suerte” y sufrieron durante horas, incluso días, terribles e insoportables dolores antes de fallecer a causa de las heridas. Solo en las primeras 24 horas, los fallecidos alcanzaron la cifra de casi 64.000 y los heridos superaban los 150.000, todo ello producido por una explosión de una cabeza nuclear de 22 Kilotones que detonó a unos centenares de metros del suelo, a un par de kilómetros al este de la base aérea de Gimhae, y a unos 8 kilómetros del centro de Busan. La base aérea y gran parte del oeste de la ciudad quedaron arrasadas, mientras que el resto de los barrios de la ciudad y el puerto, quedaron afectados de mayor o menor gravedad según fuera la distancia al epicentro de la explosión.
Y como supieron después muchos habitantes de Busan, todavía tuvieron suerte, ya que desde el destructor surcoreano Sejongdaewang, que se encontraba a pocas millas de la ciudad patrullando el estrecho de Tsushima, se habían lanzado varios misiles SM-2 contra los proyectiles norcoreanos, derribando los cinco primeros, entre ellos el que iba destinado a caer cerca del puerto de la ciudad y dotado también de cabeza nuclear, que se hubiera sumado al terrible daño producido por la explosión en el aeropuerto.
La de Busan fue la segunda deflagración atómica sobre Corea del Sur aquella mañana. Y todavía quedaría una tercera sobre las tropas norteamericanas en Daegu, produciendo también decenas de miles de víctimas. En total, y solo las muertes producidas por las armas atómicas norcoreanas alcanzaron aquel día casi las 200.000. Varios miles más se sumarían con los ataques de artillería contra Seúl y los bombardeos químicos contra las tropas al sur de la DMZ, pero que también alcanzaron algunas aldeas y ciudades cercanas. Al final, fueron 23 misiles superficie-superficie los lanzados contra Corea del Sur en un primer ataque aquella mañana, de los que 7 iban armados con cabeza nuclear, y 3 alcanzaron su objetivo mientras que 4 fueron derribados por las defensas aéreas.
Otros 3 misiles de alcance intermedio norcoreanos más, lanzados contra las instalaciones militares norteamericanas en Guam, no lograron llegar a su destino, ya que uno resultó destruido en pleno vuelo, previsiblemente por un fallo técnico, y los otros dos fueron derribados, uno por el destructor USS “Paul Hamilton” equipado con misiles SM-3 y otro por una batería del sistema THAAD desplegada entorno a la Base Aérea de Andersen.
Poco después, se produjo un segundo ataque con otro lanzamiento de 24 misiles de corto alcance, armados esta vez con cabezas de alto poder explosivo y submuniciones, atacando dos bases aéreas aliadas más, así como un depósito de municiones cerca de Seúl. Y a pesar de la cobertura del sistema THAAD y de los Patriot norteamericanos y surcoreanos, una base aérea fue duramente castigada y temporalmente cerrada, además del depósito de municiones del ejército surcoreano que resultó alcanzado y voló por los aires, observándose una enorme columna de humo que al principio fue confundida por los habitantes de la capital con una explosión nuclear, desatándose todavía más el pánico en la ciudad.
Limitados por el número de TEL,s y por los misiles destruidos o los que quedaron bloqueados dentro de sus refugios subterráneos como resultado del ataque aéreo de la noche anterior, en total se lanzaron 50 misiles desde Corea del Norte aquel día. El régimen de Pyongyang contaba todavía con más de la mitad de TEL,s y centenares de sus armas más temidas en reserva para futuras acciones, casi todos ellos con cabezas de combate convencional, pero un número todavía importante con agentes químicos y un reducido número con cabezas nucleares.
Pese a lo que se podría considerar una “efectiva” cobertura contra misiles balísticos, finalmente la pesadilla se había hecho realidad, y una guerra atómica había estallado sobre la península Coreana, amenazando con reducir a escombros todo el noroeste del Pacífico.
El rostro del General Walsh mostraba claramente su mezcla de estupor y furia contenida mientras observaba, todavía algo incrédulo, lo que la gran pantalla central del GOC mostraba, la respuesta norcoreana a “Halcón nocturno”. Docenas de líneas que representaban las trayectorias de aviones y misiles lanzados desde Corea del Norte contra su vecino del sur, y algunas que se alejaba un poco más, hacía algún punto del Pacífico Sur. “Guam…esos tres van para Andersen con toda seguridad”, pensaba para sí. “Mierda, parece que no hemos conseguido acabar con el pequeño Kim y su camarilla…y lo han hecho, esos locos hijos de puta realmente lo han hecho”, se decía mientras esperaba su comunicación con el Presidente de los Estados Unidos, al que debía informar de todo lo que estaba sucediendo en los últimos tres minutos.
-Acaba de llegar esto General – le informo un subordinado, mientras le pasaba un papel.
-Joder…parece que hay informaciones del uso de armas químicas contra las tropas de primera línea por parte de la artillería enemiga, aunque está sin confirmar. Espero que alguien haya tenido la brillante idea de hacerle poner a esos muchachos sus trajes NBQ… ¿Dónde está mi comunicación con el POTUS? Es para ayer…
El mal humor del General era evidente, y no era para menos. Estaba asistiendo en directo a lo que podía ser el inicio de una guerra de gravísimas consecuencias, y no conseguía comunicarse con el comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas para informarle y recibir instrucciones.
-¿Está informada ya la Junta de Jefes del Estado Mayor? – quiso saber.
-Si General, acabamos de recibir acuse de recibo del mensaje prioritario que hemos mandado.
-Por fin, a ver si comenzamos a tomar algunas decisiones porque esto se va a poner muy serio.
Walsh sabía que algo se podía hacer, aún con la información tan escasa y fragmentaria que iba llegando. Por lo pronto él iba a solicitar al Presidente la declaración de DEFCON 2 con carácter inmediato, y dependiendo de que portaran en sus cabezas de guerra aquellos malditos misiles, pediría DEFCON 1 y recomendaría un ataque de represalia con carácter inmediato, si se les ocurría lanzar armas de destrucción masiva sobre su aliado y las tropas norteamericanas en Corea del Sur.
-Otro informe General…parece que la artillería enemiga está bombardeando Seúl…está confirmado, múltiples explosiones de gran potencia en los suburbios del norte de la capital surcoreana…y aviones enemigos atacan posiciones fortificadas a lo largo de la DMZ y otros intentan penetrar hacia las bases aéreas…se informa de múltiples aviones enemigos derribados por parte de nuestros cazas y sistemas de defensa aérea.
“Van con todo esos malnacidos…dentro de poco veremos rodar los tanques comunistas hacia Seúl” pensaba Walsh.
-20 segundos para el primer impacto – anunció un oficial en voz alta y con un tono muy dramático, acaparando para si toda la atención de los presentes en el GOC. – El sistema de defensa aérea THAAD está actuando…neutralizado el primer misil...segundo objetivo derribado…y van tres. Señor, cuatro más en camino hacia el mismo objetivo, la base aérea de Kunsan…10 segundos…otro más derribado…alguno va a pasar – anticipo el oficial.
Casi todos realizaron una cuenta atrás en sus cabezas mientras veían como las líneas que representaba la trayectoria de los dos últimos misiles de corto alcance, llegaban a su objetivo.
-Impacto – anunció el mismo oficial.
Todos permanecieron callados por unos instantes. El sistema THAAD había hecho un buen trabajo, pero por alguna razón, que luego se supo fue un ataque de comandos norcoreanos, los Patriot que defendían aquella zona no habían sido capaces de unirse y defender la base aérea con éxito.
-Necesito respuestas ¿Qué coñ* están cargando esos cabrones en sus misiles?
-Se registra un pequeño seísmo en la zona y los satélites indican “doble destello” y una gran emisión de calor en ese punto…- dijo otro oficial al cargo de aquella tarea tras unos segundos –…probable detonación nuclear, repito, probable detonación nuclear en Corea del Sur.
Instantes después los presentes quedaron todavía más petrificados cuando alguien mostró en una pantalla paralela a la principal, y de menor tamaño, un canal de noticias surcoreano, donde mostraban en directo la imagen, que aún en la lejanía, se identificaba perfectamente como el hongo de una explosión nuclear elevándose al cielo, y aunque Walsh no entendía el coreano, supo perfectamente de donde era esa imagen. Uno de aquellos dos misiles que habían traspasado la barrera defensiva portaba una ojiva nuclear de unos pocos kilotones, pero lo suficiente para compensar su falta de precisión y barrer del mapa la base y los aviones que todavía se mantenían en tierra.
-Santo Cristo… repitió en voz apenas audible un par de veces el General.
-Señor, estamos interceptando más misiles enemigos…tres misiles camino de Osan y cinco más cerca de Daegú. Dos más siguen camino de este último lugar…allí hay más de 1500 soldados norteamericanos y algunos familiares, además de una buena cantidad de suministros.
-Lo sé Mayor, lo sé. ¿Cuánto queda para el impacto?
-29 segundos, pero antes van otros misiles contra Busan y Uijeongbu. Busan es la segunda ciudad y el primer puerto del país, y en su base aérea hemos estacionado algunos F-22… y en Uijeongbu y sus alrededores están el grueso de las fuerzas terrestres recién llegadas de nuestra 2ª División…
-¿Dónde coñ* está mi comunicación con el Presidente? – bramó exasperado Walsh.
Y como si esta vez su mal genio hubiese surtido efecto, un Teniente Coronel le indicó con un gesto.
-Línea 2 mi General. El Presidente está a la escucha.
-Joder ya era hora…señor Presidente, soy el General Walsh desde la Sala de Guerra del Mando Estratégico…
....
El atasco era monumental en las ya de por si congestionadas carreteras de la surcoreana ciudad de Busan, y el agente bursátil Na Dong-Cheol lo estaba comprobando en primera persona aquella mañana. Todo comenzó al llegar a su trabajo en la Bolsa, la cual se iba recuperando poco a poco del ciberataque sufrido días atrás, y mientras se ponía al día escuchando las noticias, como corresponde a un buen “bróker”, se enteró del ataque aéreo contra Corea del Norte. Aquello pronto se extendió como la pólvora por todo el parqué e inmediatamente cundió el pánico, con todos los indicadores en rojo. Pero si aquello era malo, cuando comenzaron a llegar los primeros rumores de que los comunistas estaban bombardeando Seúl, la situación se tornó en histeria en pocos segundos.
Dong-Cheol, a pesar de lo que su trabajo representaba para él, no se lo pensó dos veces. Sabía que aquello era el inicio de una guerra tan largamente esperada como poco deseada por nadie, y tenía por seguro que Busan, como importante centro de negocios, de comercio e incluso militar, sería uno de los primeros objetivos enemigos. Ya fuera con aviación o con misiles, el joven “bróker” sabía que la ciudad sería atacada, y en su interior, como en el de todos los surcoreanos, temía al poder atómico que su peligroso vecino se jactaba de poseer.
Así que dejando su puesto de trabajo a toda prisa, recogió su coche del garaje subterráneo donde lo había aparcado apenas minutos antes, y salió de él a toda velocidad para recoger a su familia, su adorada esposa y una pequeña niña de dos años que era su devoción. Su intención era recogerlas y salir de la ciudad lo antes posible, pero mientras avanzaba lentamente por las calles de la ciudad, iba perfilando su “plan de huida”. Se dirigirían al norte, a una pequeña aldea a unos 40 kilómetros de la ciudad, donde vivían sus padres, y allí aguardarían acontecimientos. Si se cumplían sus peores augurios respecto a las armas atómicas de los norcoreanos, estarían relativamente a salvo, y podrían marcharse todavía más lejos. Si no pasaba nada y todo se calmaba, podría regresar pronto.
Pero el camino de regreso a su hogar, que normalmente le llevaba de 20 a 30 minutos, aquella mañana apenas había avanzado 300 o 400 metros cuando más gente decidió imitar las intenciones del agente bursátil, y las calles de la ciudad, pese a los desesperados intentos de las autoridades locales de facilitar el tráfico, quedaron colapsadas en pocos minutos. Dong-Cheol, desesperado tras comprobar que no se podía avanzar en vehículo, decidió dejar su SsangYong todoterreno, y seguir avanzando a pie. Tenía que llegar a casa, luego cogería el vehículo de su esposa para salir de la ciudad. Pero apenas había cerrado la puerta del coche cuando todo sucedió.
Primero un gran fogonazo de luz, tan terriblemente brillante, que incluso sin estar mirando en la dirección de la fuente de luz y bloqueada está parcialmente por los edificios, dejó cegado a Dong-Cheol durante varios segundos, y cuando recobró la vista, y sin ser consciente todavía de lo que sucedía, se vio sacudido por una enorme y poderosísima ráfaga de viento que lo levantó del suelo y lo precipitó a varios metros de donde se encontraba, hasta que su cuerpo chocó con una furgoneta y del golpe se destrozó el hombro derecho y parte de la columna vertebral. Como si de una película de desastres se tratara, observó como el edificio que tenía frente a él, al otro lado de la calle, comenzaba a desmoronarse por la parte superior y seguía cayendo a lo largo de toda su estructura. Miles de escombros caían sobre la calle donde él se encontraba, y en un mero acto reflejo de supervivencia, y a pesar del enorme dolor que sentía, rodó debajo de la furgoneta con la intención de no ser alcanzado por algunos de aquellos fragmentos de hierro, hormigón y vidrio que estaban cayendo a toda velocidad. Sintió como algunos de aquello “proyectiles” alcanzaban a la furgoneta y entonces se vio atrapado bajo ella, al quedar sus piernas aprisionadas por la chapa de esta, bajo el peso de un gran cascote de hormigón.
Y entonces lo vio, y por primera vez en los pocos segundos que habían transcurrido y mientras luchaba por no perder el conocimiento a causa del dolor, supo con certeza lo que había pasado. Un enorme hongo nuclear se elevaba al cielo al oeste de donde se encontraba. Tuvo un último pensamiento para su familia, antes de percibir el enorme calor que llegaba desde la deflagración y que le produjeron gravísimas quemaduras por todo su cuerpo, y que le hicieron perder el conocimiento. Na Dong-Cheol sobrevivió todavía unos minutos más, antes de que su corazón se parase a causa de un fallo general de todo su organismo ante la gravedad de sus lesiones.
Miles de otros ciudadanos de Busan no tuvieron tanta “suerte” y sufrieron durante horas, incluso días, terribles e insoportables dolores antes de fallecer a causa de las heridas. Solo en las primeras 24 horas, los fallecidos alcanzaron la cifra de casi 64.000 y los heridos superaban los 150.000, todo ello producido por una explosión de una cabeza nuclear de 22 Kilotones que detonó a unos centenares de metros del suelo, a un par de kilómetros al este de la base aérea de Gimhae, y a unos 8 kilómetros del centro de Busan. La base aérea y gran parte del oeste de la ciudad quedaron arrasadas, mientras que el resto de los barrios de la ciudad y el puerto, quedaron afectados de mayor o menor gravedad según fuera la distancia al epicentro de la explosión.
Y como supieron después muchos habitantes de Busan, todavía tuvieron suerte, ya que desde el destructor surcoreano Sejongdaewang, que se encontraba a pocas millas de la ciudad patrullando el estrecho de Tsushima, se habían lanzado varios misiles SM-2 contra los proyectiles norcoreanos, derribando los cinco primeros, entre ellos el que iba destinado a caer cerca del puerto de la ciudad y dotado también de cabeza nuclear, que se hubiera sumado al terrible daño producido por la explosión en el aeropuerto.
La de Busan fue la segunda deflagración atómica sobre Corea del Sur aquella mañana. Y todavía quedaría una tercera sobre las tropas norteamericanas en Daegu, produciendo también decenas de miles de víctimas. En total, y solo las muertes producidas por las armas atómicas norcoreanas alcanzaron aquel día casi las 200.000. Varios miles más se sumarían con los ataques de artillería contra Seúl y los bombardeos químicos contra las tropas al sur de la DMZ, pero que también alcanzaron algunas aldeas y ciudades cercanas. Al final, fueron 23 misiles superficie-superficie los lanzados contra Corea del Sur en un primer ataque aquella mañana, de los que 7 iban armados con cabeza nuclear, y 3 alcanzaron su objetivo mientras que 4 fueron derribados por las defensas aéreas.
Otros 3 misiles de alcance intermedio norcoreanos más, lanzados contra las instalaciones militares norteamericanas en Guam, no lograron llegar a su destino, ya que uno resultó destruido en pleno vuelo, previsiblemente por un fallo técnico, y los otros dos fueron derribados, uno por el destructor USS “Paul Hamilton” equipado con misiles SM-3 y otro por una batería del sistema THAAD desplegada entorno a la Base Aérea de Andersen.
Poco después, se produjo un segundo ataque con otro lanzamiento de 24 misiles de corto alcance, armados esta vez con cabezas de alto poder explosivo y submuniciones, atacando dos bases aéreas aliadas más, así como un depósito de municiones cerca de Seúl. Y a pesar de la cobertura del sistema THAAD y de los Patriot norteamericanos y surcoreanos, una base aérea fue duramente castigada y temporalmente cerrada, además del depósito de municiones del ejército surcoreano que resultó alcanzado y voló por los aires, observándose una enorme columna de humo que al principio fue confundida por los habitantes de la capital con una explosión nuclear, desatándose todavía más el pánico en la ciudad.
Limitados por el número de TEL,s y por los misiles destruidos o los que quedaron bloqueados dentro de sus refugios subterráneos como resultado del ataque aéreo de la noche anterior, en total se lanzaron 50 misiles desde Corea del Norte aquel día. El régimen de Pyongyang contaba todavía con más de la mitad de TEL,s y centenares de sus armas más temidas en reserva para futuras acciones, casi todos ellos con cabezas de combate convencional, pero un número todavía importante con agentes químicos y un reducido número con cabezas nucleares.
Pese a lo que se podría considerar una “efectiva” cobertura contra misiles balísticos, finalmente la pesadilla se había hecho realidad, y una guerra atómica había estallado sobre la península Coreana, amenazando con reducir a escombros todo el noroeste del Pacífico.
"Si usted no tiene libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor" - José Luís Sampedro
- Andrés Eduardo González
- General
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- Ubicación: Bogotá (Colombia)
Relato: Corea 2019
No te estás guardando nada, lo estás gastando todo desde el comienzo...
"En momentos de crisis, el pueblo clama a Dios y pide ayuda al soldado. En tiempos de paz, Dios es olvidado y el soldado despreciado».
- flanker33
- Teniente Coronel
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- Registrado: 18 Jun 2005, 12:02
Relato: Corea 2019
la verdad es que no va a ser un relato demasiado largo, así que hay que darlo todo.Andrés Eduardo González escribió: No te estás guardando nada, lo estás gastando todo desde el comienzo...
Por otra parte, me gustaría conocer las opiniones de los foristas. Llegados a este punto, como creen ustedes que reaccionaría a un escenario así Corea del Sur y sobre todo Estados Unidos que son los que tienen capacidad de respuesta nuclear. ¿Borraría del mapa a CdN? ¿Se limitaría a ataques similares a los del enemigo? ¿mantendría solo con ataques convencionales? ¿...?
Gracias y un saludo.
"Si usted no tiene libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor" - José Luís Sampedro
-
- General de Ejército
- Mensajes: 13685
- Registrado: 18 Nov 2004, 22:00
Relato: Corea 2019
Hacer un ataque quimico y nuclear literalmente hunde al regimen en el ostracismo.
- Pierdes a Rusia y a china Inmediatamente (ni locos se van a meter en apoyar a "Mini Kim"), con la posibilidad de tropas chinas cruzando en Yuan como represalia.
- Te pone a toda la región en tu contra igualmente, El "militarismo" japones se va a desbandar y no digas tu taiwan y etc.
- Corea del sur tiene carta blanca, asi que no creo que se ande con florituras con el "norte" (Hyunmoo volando hacia corea del norte en 3, 2,1....).
- Carta blanca para USA a usar "todo" lo que tiene a mano (Veo volando por los aires a todo lo que se mueva) y como no una segunda oleada de ataques de precisión destructivos y no digas represarias "tacticas" nucleares. No digamos ya DEFCON 1 y apertura del SIOPs (algun B-52 / B-1 / B-2 o algun submarino de misiles balisticos en el pacifico preparandose para girar llaves de lanzamiento vs varios blancos sobre corea del norte).
- El pueblo norcoreano (y el ejercito) por mucha represión se tiene que haber dado cuenta, asi que ojo que no le reviente en la cara a minikim. No digas el fanatismo que puede coger corea del sur.
- Si habia algun submarino en la zona que no fuese aliado, lo veo cual jinete sin cabeza saliendo de la zona, no ya alguna SAG rusa o china no sea que "alcancen". Se abre la caza del pato en el mar de china / occidental.
- Pierdes a Rusia y a china Inmediatamente (ni locos se van a meter en apoyar a "Mini Kim"), con la posibilidad de tropas chinas cruzando en Yuan como represalia.
- Te pone a toda la región en tu contra igualmente, El "militarismo" japones se va a desbandar y no digas tu taiwan y etc.
- Corea del sur tiene carta blanca, asi que no creo que se ande con florituras con el "norte" (Hyunmoo volando hacia corea del norte en 3, 2,1....).
- Carta blanca para USA a usar "todo" lo que tiene a mano (Veo volando por los aires a todo lo que se mueva) y como no una segunda oleada de ataques de precisión destructivos y no digas represarias "tacticas" nucleares. No digamos ya DEFCON 1 y apertura del SIOPs (algun B-52 / B-1 / B-2 o algun submarino de misiles balisticos en el pacifico preparandose para girar llaves de lanzamiento vs varios blancos sobre corea del norte).
- El pueblo norcoreano (y el ejercito) por mucha represión se tiene que haber dado cuenta, asi que ojo que no le reviente en la cara a minikim. No digas el fanatismo que puede coger corea del sur.
- Si habia algun submarino en la zona que no fuese aliado, lo veo cual jinete sin cabeza saliendo de la zona, no ya alguna SAG rusa o china no sea que "alcancen". Se abre la caza del pato en el mar de china / occidental.
- flanker33
- Teniente Coronel
- Mensajes: 2238
- Registrado: 18 Jun 2005, 12:02
Relato: Corea 2019
Hola Silver_Dragon,
coincido con bastantes de sus puntos y algunos se verán representados en el siguiente capitulo. En especial me interesa vuestra opinión sobre la respuesta nuclear norteamericana, si la habría o no, ataques tácticos o estratégicos, blancos, vectores de ataque, etc...y entiendo por lo que pone que en su opinión habría ataques tácticos y estratégicos (SLBM), Ok
Saludos.
coincido con bastantes de sus puntos y algunos se verán representados en el siguiente capitulo. En especial me interesa vuestra opinión sobre la respuesta nuclear norteamericana, si la habría o no, ataques tácticos o estratégicos, blancos, vectores de ataque, etc...y entiendo por lo que pone que en su opinión habría ataques tácticos y estratégicos (SLBM), Ok
Saludos.
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