Un soldado de cuatro siglos
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Un soldado de cuatro siglos
Don Juan de Cereceda tenía una amplía carrera como soldado a las órdenes del Rey, habiendo servido bajo el mando del Gran Osuna hasta que, caído en desgracia el Virrey, vio como las escuadras de Nápoles y las dos Sicilias empezaba a decaer. Durante aquellos años su mayor hecho de armas tuvo lugar en 1616 bajo el mando del capitán y luego almirante Francisco de Rivera, con cuya escuadra de galeones realizo el corso por aguas griegas. Una campaña que finalizaría con la batalla del Cabo Celidonia, donde las armas españolas se cubrieron de gloria al enfrentarse cinco galeones y un patache con cincuenta y cinco galeras otomanas a las que rechazaron tras tres jornadas de agónicos combates. En esta campaña Don Juan mando uno de los galeones, el San Juan Bautista de treinta cañones, lo que sin duda acreditaba su valor, y con algo de fortuna su experiencia en el mando de naves mancas, es decir, de aquellas que carecían de remos.
Solo por este hecho merecía la pena contratarlo, por lo que tras unas breves conversaciones formalizaron el acuerdo. Esa misma tarde, Pedro y Don Juan de Cereceda, se acercaron a la cercana localidad de Pontejos, lugar en el que se estaban reuniendo los hombres de armas que les acompañarían en esta empresa. No mucho después llegaban al lugar, en el que bajo el mando de dos sargentos, decenas de hombres marchaban al paso siguiendo las directrices que el propio Pedro había diseñado para ellos. Mientras los observaban, Don Juan no pudo dejar de observar como marchaban al paso bajo el mando de los sargentos cuyas voces se escuchaban una y otra vez “aro, os, aro, os, ¡Pa…So! Resonando un fuerte paso con la pierna derecha a la voz del sargento.
—¿Puedo preguntar a vuesa merced a qué se debe esta curiosa forma de desfilar? —Dijo Don Juan de Cereceda dirigiéndose a Pedro.
—Es Orden Cerrado, Don Juan. —Respondió Pedro. —Como vuesa merced sabe bien, la fuerza de nuestros soldados se basa tanto en el valor como en la disciplina bajo el fuego del infante español. El valor es personal y hemos de suponerlo mientras no se demuestre lo contrario, pero la disciplina empieza por entrenarlos de forma que cada uno sea consciente de que forma parte de un todo mayor. En este caso fíjese vuesa merced bien. Todos marchan con el mismo paso, y dan los giros a la vez a la voz de su sargento. Todos saben que están rodeados de sus compañeros de armas, y que forman parte de un todo mayor al formar parte de ese grupo, esa sección de soldados, y así pueden realizar todas las operaciones al unisono para ser más efectivos.
—Sí, lo imagino, pero a bordo de un bajel no entiendo que utilidad podría tener el marchar al paso.
—A bordo de un bajel poca utilidad, salvo el aumentar la hermandad de los hombres de armas y enseñarles a operar todos a la vez de forma coordinada, pero si bajamos a tierra para atacar algún puerto podría sernos de utilidad. No es la única innovación que estoy introduciendo entre los hombres de armas. —Dijo Pedro para a continuación continuar tras un leve gesto de invitación por parte de Juan. —Todos los hombres han recibido un mosquete ligero con llave de rastrillo. Un arma mucho más segura y sencilla de utilizar que los mosquetes de mecha. También hemos abandonado el uso de los doce apóstoles, sustituidos por cartuchos de papel que contienen todo lo necesario para el disparo, y por supuesto los hombres también reciben entrenamiento para disparar por salvas coordinadas.
Dicho esto ambos se dirigieron al grupo de soldados para presenciar un ejercicio de tiro. A la voz de los sargentos los dos pelotones se dirigieron a un prado cercano para disparar, primero un pelotón, y a continuación el otro. Allí Juan pudo observar como el primer pelotón formaba en tres filas, para a continuación hacer derecha para presentar un flanco de veinte hombres a los blancos. Ahora los hombres esperaban expectantes, con las armas en la mano atentos a la voz del sargento que empezó a impartir órdenes a viva voz.
—¡Primera fila! ¡Apunte!... —Los veinte hombres de la primera fila encararon sus armas contra el imaginario enemigo en forma de muñecos de paja.
—¡Fue…go! —Como uno solo los veinte mosquetes vomitaron sus balas, mientras sin solución de continuidad los soldados dejaban caer los mosquetes hasta su cintura, sacaban un cartucho de su zurrón, mordían el papel, cebaban la cazoleta, y cargaban el cañón…
Mientras esto ocurría en la primera fila Juan pudo observar como la segunda fila sobrepasaba a la primera por los huecos entre los soldados y se ponía en vanguardia…expectantes ya a la voz del sargento que nuevamente ordenaba.
—¡Segunda fila…apunten!... —Una vez más los hombres apuntaron a los blancos frente a ellos. —¡Fue…go! —Una nueva descarga se unió a la primera, y mientras los hombres se aprestaban a cargar sus mosquetes la tercera fila los sobrepasaba para recibir su propia orden de disparar, repitiéndose las voces una vez más. Una vez realizada aquella descarga todos los hombres de la tercera fila, incluidos los más lentos, habían finalizado ya de recargar sus armas, por lo que una vez más procedieron del mismo modo, superaron a las dos filas que habían disparado tras ellos recuperando sus puestos en vanguardia para disparar una nueva descarga, la cuarta en no más de treinta segundos.
—Un espectáculo impresionante, Don Pedro. —Dijo Juan emocionado. —Nunca había visto esa capacidad de fuego. Ahora comprendo mejor esa necesidad de inculcarles el moverse al unísono, son como maquinas, repitiendo del primero al último los mismos movimientos. Por supuesto había visto antes los disparos en salvas, pero esa facilidad de movimientos…¿Cuántos disparos pueden hacer por minuto?
—Aunque a título individual algunos tiradores alcanzan a realizar cuatro disparos por minuto, el máximo que hemos logrado en grupo es de tres disparos por línea. A veces menos pues una o dos líneas se quedan sin disparar el tercer disparo.
—Aun así es impresionante. Con esos veinte hombres disparando a la vez, eso supone de ciento ochenta a doscientos veinte disparos por minuto…lo suficiente para barrer las jarcias y cubiertas del enemigo en unos minutos…
—Así es, Don Juan. Si esto ha llamado la atención de vuesa merced, espere a embarcar en el Relámpago, donde hemos volcado todo nuestro saber…
Solo por este hecho merecía la pena contratarlo, por lo que tras unas breves conversaciones formalizaron el acuerdo. Esa misma tarde, Pedro y Don Juan de Cereceda, se acercaron a la cercana localidad de Pontejos, lugar en el que se estaban reuniendo los hombres de armas que les acompañarían en esta empresa. No mucho después llegaban al lugar, en el que bajo el mando de dos sargentos, decenas de hombres marchaban al paso siguiendo las directrices que el propio Pedro había diseñado para ellos. Mientras los observaban, Don Juan no pudo dejar de observar como marchaban al paso bajo el mando de los sargentos cuyas voces se escuchaban una y otra vez “aro, os, aro, os, ¡Pa…So! Resonando un fuerte paso con la pierna derecha a la voz del sargento.
—¿Puedo preguntar a vuesa merced a qué se debe esta curiosa forma de desfilar? —Dijo Don Juan de Cereceda dirigiéndose a Pedro.
—Es Orden Cerrado, Don Juan. —Respondió Pedro. —Como vuesa merced sabe bien, la fuerza de nuestros soldados se basa tanto en el valor como en la disciplina bajo el fuego del infante español. El valor es personal y hemos de suponerlo mientras no se demuestre lo contrario, pero la disciplina empieza por entrenarlos de forma que cada uno sea consciente de que forma parte de un todo mayor. En este caso fíjese vuesa merced bien. Todos marchan con el mismo paso, y dan los giros a la vez a la voz de su sargento. Todos saben que están rodeados de sus compañeros de armas, y que forman parte de un todo mayor al formar parte de ese grupo, esa sección de soldados, y así pueden realizar todas las operaciones al unisono para ser más efectivos.
—Sí, lo imagino, pero a bordo de un bajel no entiendo que utilidad podría tener el marchar al paso.
—A bordo de un bajel poca utilidad, salvo el aumentar la hermandad de los hombres de armas y enseñarles a operar todos a la vez de forma coordinada, pero si bajamos a tierra para atacar algún puerto podría sernos de utilidad. No es la única innovación que estoy introduciendo entre los hombres de armas. —Dijo Pedro para a continuación continuar tras un leve gesto de invitación por parte de Juan. —Todos los hombres han recibido un mosquete ligero con llave de rastrillo. Un arma mucho más segura y sencilla de utilizar que los mosquetes de mecha. También hemos abandonado el uso de los doce apóstoles, sustituidos por cartuchos de papel que contienen todo lo necesario para el disparo, y por supuesto los hombres también reciben entrenamiento para disparar por salvas coordinadas.
Dicho esto ambos se dirigieron al grupo de soldados para presenciar un ejercicio de tiro. A la voz de los sargentos los dos pelotones se dirigieron a un prado cercano para disparar, primero un pelotón, y a continuación el otro. Allí Juan pudo observar como el primer pelotón formaba en tres filas, para a continuación hacer derecha para presentar un flanco de veinte hombres a los blancos. Ahora los hombres esperaban expectantes, con las armas en la mano atentos a la voz del sargento que empezó a impartir órdenes a viva voz.
—¡Primera fila! ¡Apunte!... —Los veinte hombres de la primera fila encararon sus armas contra el imaginario enemigo en forma de muñecos de paja.
—¡Fue…go! —Como uno solo los veinte mosquetes vomitaron sus balas, mientras sin solución de continuidad los soldados dejaban caer los mosquetes hasta su cintura, sacaban un cartucho de su zurrón, mordían el papel, cebaban la cazoleta, y cargaban el cañón…
Mientras esto ocurría en la primera fila Juan pudo observar como la segunda fila sobrepasaba a la primera por los huecos entre los soldados y se ponía en vanguardia…expectantes ya a la voz del sargento que nuevamente ordenaba.
—¡Segunda fila…apunten!... —Una vez más los hombres apuntaron a los blancos frente a ellos. —¡Fue…go! —Una nueva descarga se unió a la primera, y mientras los hombres se aprestaban a cargar sus mosquetes la tercera fila los sobrepasaba para recibir su propia orden de disparar, repitiéndose las voces una vez más. Una vez realizada aquella descarga todos los hombres de la tercera fila, incluidos los más lentos, habían finalizado ya de recargar sus armas, por lo que una vez más procedieron del mismo modo, superaron a las dos filas que habían disparado tras ellos recuperando sus puestos en vanguardia para disparar una nueva descarga, la cuarta en no más de treinta segundos.
—Un espectáculo impresionante, Don Pedro. —Dijo Juan emocionado. —Nunca había visto esa capacidad de fuego. Ahora comprendo mejor esa necesidad de inculcarles el moverse al unísono, son como maquinas, repitiendo del primero al último los mismos movimientos. Por supuesto había visto antes los disparos en salvas, pero esa facilidad de movimientos…¿Cuántos disparos pueden hacer por minuto?
—Aunque a título individual algunos tiradores alcanzan a realizar cuatro disparos por minuto, el máximo que hemos logrado en grupo es de tres disparos por línea. A veces menos pues una o dos líneas se quedan sin disparar el tercer disparo.
—Aun así es impresionante. Con esos veinte hombres disparando a la vez, eso supone de ciento ochenta a doscientos veinte disparos por minuto…lo suficiente para barrer las jarcias y cubiertas del enemigo en unos minutos…
—Así es, Don Juan. Si esto ha llamado la atención de vuesa merced, espere a embarcar en el Relámpago, donde hemos volcado todo nuestro saber…
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
Los buques y el resto de medidas implementadas a bordo asombraron a Juan de Cereceda tanto como la instrucción a la que sometían a los hombres. Los buques pese a su gran tamaño con cerca de mil toneladas, eran los más veloces sobre el océano, y pese a ello eran estables plataformas de artillería. De momento en la arboladura no se habían implementado avances por aquello de no despertar suspicacias, aunque ya estaba pensado en avances como las velas de Estay o las Alas. Pero en el interior del navío las baterías de sus dos puentes estaban repletas de cañones de alrededor de veinticuatro en la batería inferior y de a dieciocho en la superior.
Por supuesto Pedro esperaba sustituir esos cañones en un futuro por otros de calibres mayores, así como introducir diversas mejoras en los cañones. Pero por desgracia en aquellos momentos era imposible encontrar cañones de grandes calibres pues su construcción no estaba plenamente normalizada. De hecho incluso había tenido problemas para homogeneizar sus baterías e intendencia había intentado colocarle todo tipo de culebrinas, cañones o medios cañones, sin atenerse a calibres o alcances. Fue tan solo por la insistencia de Pedro, convenientemente regada, por lo que consiguió obtener las mejores piezas de calibres casi homogéneos, de hecho si se estandarizaba su construcción y se mejoraban sus tolerancias esto se solucionaría totalmente.
Para servir esta artillería se utilizarían trescientos artilleros y grumetes, quedando otros sesenta hombres de armas para combatir desde la cubierta superior con sus mosquetes y con los cañones de cubierta, piezas pequeñas llamadas pedreros o culebrinas destinadas a barrer con metralla las cubiertas enemigas. La tripulación se completaba con sesenta hombres de armas y ciento diez hombres de mar y veinticinco oficiales, quedando con ello claro que todo el buque había sido concebido como una plataforma de artillería.
Otra cosa que llamo poderosamente la atención de Juan fue el sistema de conservación de los alimentos. Todos ellos estibados en cajas de latón estancas para impedir los gorgojos en el pan y los granos. E igualmente los tarros de alimentos en conserva que permitían mantener alimentos como las carnes en buen estado sin tener que recurrir a los salazones. También llamó poderosamente su atención la cocina de hierro fundida. Un avance que permitía cocinar casi en cualquier condición de la mar.
Si estos avances le llamaron la atención, aún le asombro más la descripción del duro viaje de Pedro a bordo de la Zabra Meteoro en su periplo al lejano oriente. Los largos meses embarcados y pese a todo sin problemas de escorbuto o enfermedades infecciosas de consideración llamo su atención. Para justificarse Pedro le entrego un pequeño libro que trataba sobre las enfermedades que debía ser de obligado cumplimiento a bordo. En él se detallaban con exactitud las medidas de higiene y los alimentos que debían consumirse para evitar el escorbuto. Aquel libro había sido escrito utilizando un seudónimo, utilizando como referencia el nombre de un médico inventado. Así se le daba veracidad y esperaba que se difuminase la pista evitando suspicacias innecesarias por parte de médicos o iglesia.
Como fuere, ahora que ya tenían tripulación de ambos buques casi completa, era hora de realizar los últimos preparativos antes de partir.
Por supuesto Pedro esperaba sustituir esos cañones en un futuro por otros de calibres mayores, así como introducir diversas mejoras en los cañones. Pero por desgracia en aquellos momentos era imposible encontrar cañones de grandes calibres pues su construcción no estaba plenamente normalizada. De hecho incluso había tenido problemas para homogeneizar sus baterías e intendencia había intentado colocarle todo tipo de culebrinas, cañones o medios cañones, sin atenerse a calibres o alcances. Fue tan solo por la insistencia de Pedro, convenientemente regada, por lo que consiguió obtener las mejores piezas de calibres casi homogéneos, de hecho si se estandarizaba su construcción y se mejoraban sus tolerancias esto se solucionaría totalmente.
Para servir esta artillería se utilizarían trescientos artilleros y grumetes, quedando otros sesenta hombres de armas para combatir desde la cubierta superior con sus mosquetes y con los cañones de cubierta, piezas pequeñas llamadas pedreros o culebrinas destinadas a barrer con metralla las cubiertas enemigas. La tripulación se completaba con sesenta hombres de armas y ciento diez hombres de mar y veinticinco oficiales, quedando con ello claro que todo el buque había sido concebido como una plataforma de artillería.
Otra cosa que llamo poderosamente la atención de Juan fue el sistema de conservación de los alimentos. Todos ellos estibados en cajas de latón estancas para impedir los gorgojos en el pan y los granos. E igualmente los tarros de alimentos en conserva que permitían mantener alimentos como las carnes en buen estado sin tener que recurrir a los salazones. También llamó poderosamente su atención la cocina de hierro fundida. Un avance que permitía cocinar casi en cualquier condición de la mar.
Si estos avances le llamaron la atención, aún le asombro más la descripción del duro viaje de Pedro a bordo de la Zabra Meteoro en su periplo al lejano oriente. Los largos meses embarcados y pese a todo sin problemas de escorbuto o enfermedades infecciosas de consideración llamo su atención. Para justificarse Pedro le entrego un pequeño libro que trataba sobre las enfermedades que debía ser de obligado cumplimiento a bordo. En él se detallaban con exactitud las medidas de higiene y los alimentos que debían consumirse para evitar el escorbuto. Aquel libro había sido escrito utilizando un seudónimo, utilizando como referencia el nombre de un médico inventado. Así se le daba veracidad y esperaba que se difuminase la pista evitando suspicacias innecesarias por parte de médicos o iglesia.
Como fuere, ahora que ya tenían tripulación de ambos buques casi completa, era hora de realizar los últimos preparativos antes de partir.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
Al día siguiente ambos acudieron al camarote de Pedro en el Rayo. Juan se sorprendió de la cantidad de libros que Pedro había embarcado, a lo que este respondió “hay que aprovechar las largas jornadas para entrenar la mente, Don Juan”. Más importante eran las cartas náuticas que aprovecharon para revisar antes de partir. Pedro quería realizar un viaje de entrenamiento para que Juan conociese mejor su buque y las tripulaciones ganasen experiencia en el manejo de aquellos buques.
—Don Juan. —Dijo Pedro. —Vuesa merced tiene una gran experiencia en el manejo de bajeles…por ello me gustaría que vuesa merced confeccionase un manual de señales con banderas para la compañía.
—¿A qué se refiere vuesa merced, Don Pedro? —Quiso saber Juan, pues en la época las señales solían acordarse antes de cada salida y no existía un alfabeto universal.
—Vera vuesa merced, con el fin de poder comunicarnos de bajel a bajel durante la navegación, utilizaremos el palo mayor para izar banderas de señales, cada una de las cuales debe tener un significado. Por un lado debemos crear una bandera para cada letra y otra para los números del 0 al 9. Con ellas podemos pasar mensajes simples, tanto formando palabras como mediante códigos establecidos formados con la unión de dos o tres de esas banderas de señales. Por ejemplo; “atención vela en el horizonte”, “rumbo de la amenaza”, por supuesto “sígame” o “navegue en paralelo”, y ese tipo de cosas.
—Es una buena idea, Don Pedro, eso facilitara mucho la coordinación durante la navegación.
—Eso espero. Por supuesto si lo consigue realizar se pagara a vuesa merced un premio acorde a su esfuerzo. Pongamos cinco mil ducados.
—Me pondré a ello con todo mi esfuerzo, Don Pedro, pierda cuidado vuesa merced. —Respondió Juan.
—Magnifico entonces, Don Juan. Creo que sería de especial interés el crear también señales exclusivas con un significado único, por ejemplo “arrecife”, “epidemia a bordo”, y aquellas órdenes o peligros de atención inmediata para evitar que otros bajeles caigan en la misma trampa.
Después de eso ambos se separaron para preparar sus navíos. En los días siguientes el puerto bullo en actividad mientras se cargaban los suministros y armas necesarias para la campaña. Finalmente el 25 de julio, día de Santiago y Santa Ana, los dos navíos se hicieron a la mar navegando ceñidos al viento con rumbo noroeste.
—Don Juan. —Dijo Pedro. —Vuesa merced tiene una gran experiencia en el manejo de bajeles…por ello me gustaría que vuesa merced confeccionase un manual de señales con banderas para la compañía.
—¿A qué se refiere vuesa merced, Don Pedro? —Quiso saber Juan, pues en la época las señales solían acordarse antes de cada salida y no existía un alfabeto universal.
—Vera vuesa merced, con el fin de poder comunicarnos de bajel a bajel durante la navegación, utilizaremos el palo mayor para izar banderas de señales, cada una de las cuales debe tener un significado. Por un lado debemos crear una bandera para cada letra y otra para los números del 0 al 9. Con ellas podemos pasar mensajes simples, tanto formando palabras como mediante códigos establecidos formados con la unión de dos o tres de esas banderas de señales. Por ejemplo; “atención vela en el horizonte”, “rumbo de la amenaza”, por supuesto “sígame” o “navegue en paralelo”, y ese tipo de cosas.
—Es una buena idea, Don Pedro, eso facilitara mucho la coordinación durante la navegación.
—Eso espero. Por supuesto si lo consigue realizar se pagara a vuesa merced un premio acorde a su esfuerzo. Pongamos cinco mil ducados.
—Me pondré a ello con todo mi esfuerzo, Don Pedro, pierda cuidado vuesa merced. —Respondió Juan.
—Magnifico entonces, Don Juan. Creo que sería de especial interés el crear también señales exclusivas con un significado único, por ejemplo “arrecife”, “epidemia a bordo”, y aquellas órdenes o peligros de atención inmediata para evitar que otros bajeles caigan en la misma trampa.
Después de eso ambos se separaron para preparar sus navíos. En los días siguientes el puerto bullo en actividad mientras se cargaban los suministros y armas necesarias para la campaña. Finalmente el 25 de julio, día de Santiago y Santa Ana, los dos navíos se hicieron a la mar navegando ceñidos al viento con rumbo noroeste.
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Un soldado de cuatro siglos
Todos los días realizaban prácticas de combate a bordo de los buques. A la voz de zafarrancho y bajo el redoble del tambor los hombres corrían a sus puestos de combate. Bajo cubierta los artilleros retiraban sus hamacas y los muebles de circunstancias montados entre los cañones de las baterías inferiores, y destrincaban los cañones para ponerlos en posición de combate. Mientras tanto en cubierta los hombres de guerra colocaban grandes redes para formar una cobertura que protegiese a los hombres de la astillas causadas por la artillería enemiga. Las maniobras se realizaban con rapidez, animados por la competitividad que el propio Pedro impulsaba al ofrecer una botella de ron al equipo que acabase primero en cada zafarrancho.
Por supuesto también empleo su tiempo en realizar ejercicios de fuego real. Sabía que nada sustituía a la propia experiencia, y trataba de que todo el entrenamiento que realizaban fuese lo más real posible. Así a los dos días de partir de Santander, ordeno confeccionar dos blancos con barriles, maderas, y trozos de lona en cada uno de los navíos, para a continuación dejarlos alejarse a la deriva antes de abrir fuego contra ellos.
— ¡Don Javier! —llamo Pedro a uno de los grumetes que realizaban tareas de correveidile a bordo de los navíos. — ¡Informe a los artilleros que los servidores de la pieza que haga blanco recibirán un real por cabeza como felicitación personal mía!
— ¡Como vuesa merced ordene, mi comandante! —Respondió el chiquillo de doce años utilizando el tratamiento que Pedro exigía a bordo de su navío, antes de salir corriendo en dirección a los jefes de batería para pasar la orden.
—Mi comandante, ¿No deberíamos disparar ya? Los blancos se están alejando demasiado. —Dijo su primer oficial el alférez Huesca señalando las caras expectantes de todos los tripulantes que miraban hacia el puente con cara de ansiedad.
—¡Quiero disparar a mil quinientas varas, don Manuel! —Respondió Pedro. —Minutos más tarde cuando todo estuvo dispuesto, los cañones del Rayo empezaron a tronar en sucesión.
— ¡Uno, corto, a la derecha! —Dijo su primer oficial, el alférez Huesca, siguiendo con atención los resultados de la salva y cantando las desviaciones como le había sido enseñado por Pedro. — ¡Dos, corto, a la derecha! ¡Tres, corto, bien de dirección! —Las correcciones recogidas por los grumetes eran inmediatamente comunicadas a los jefes de las diferentes piezas para que las tuviesen en cuenta. Por supuesto esa maniobra sería imposible de realizar en medio de una batalla en la que los grumetes deberían acudir a otros menesteres, pero en una práctica servían para que los artilleros pudiesen mejorar tomando conciencia de la dificultad de disparar entre las nubes de humo de sus propios disparos.
Por supuesto también empleo su tiempo en realizar ejercicios de fuego real. Sabía que nada sustituía a la propia experiencia, y trataba de que todo el entrenamiento que realizaban fuese lo más real posible. Así a los dos días de partir de Santander, ordeno confeccionar dos blancos con barriles, maderas, y trozos de lona en cada uno de los navíos, para a continuación dejarlos alejarse a la deriva antes de abrir fuego contra ellos.
— ¡Don Javier! —llamo Pedro a uno de los grumetes que realizaban tareas de correveidile a bordo de los navíos. — ¡Informe a los artilleros que los servidores de la pieza que haga blanco recibirán un real por cabeza como felicitación personal mía!
— ¡Como vuesa merced ordene, mi comandante! —Respondió el chiquillo de doce años utilizando el tratamiento que Pedro exigía a bordo de su navío, antes de salir corriendo en dirección a los jefes de batería para pasar la orden.
—Mi comandante, ¿No deberíamos disparar ya? Los blancos se están alejando demasiado. —Dijo su primer oficial el alférez Huesca señalando las caras expectantes de todos los tripulantes que miraban hacia el puente con cara de ansiedad.
—¡Quiero disparar a mil quinientas varas, don Manuel! —Respondió Pedro. —Minutos más tarde cuando todo estuvo dispuesto, los cañones del Rayo empezaron a tronar en sucesión.
— ¡Uno, corto, a la derecha! —Dijo su primer oficial, el alférez Huesca, siguiendo con atención los resultados de la salva y cantando las desviaciones como le había sido enseñado por Pedro. — ¡Dos, corto, a la derecha! ¡Tres, corto, bien de dirección! —Las correcciones recogidas por los grumetes eran inmediatamente comunicadas a los jefes de las diferentes piezas para que las tuviesen en cuenta. Por supuesto esa maniobra sería imposible de realizar en medio de una batalla en la que los grumetes deberían acudir a otros menesteres, pero en una práctica servían para que los artilleros pudiesen mejorar tomando conciencia de la dificultad de disparar entre las nubes de humo de sus propios disparos.
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Durante los dos meses siguientes, los dos navíos continuaron con su viaje de instrucción recorriendo el Cantábrico y adentrándose en el Mar Céltico para recorrer la costa sur de Irlanda e incluso asomar la proa en las aguas del sur de Inglaterra. En líneas generales la instrucción de las tripulaciones ganaba enteros con cada día que pasaba. Los hombres atraídos por la paga eran los mejores marineros que se podían encontrar en los puertos del Cantábrico, de por si gente marinera habituada a enfrentarse a los peligros de comerciar con américa o adentrarse en los mares para cazar ballenas o pescar en Terranova.
Con una tripulación experta y una buena dirección capaz de aprovechar los vientos, aquellos dos navíos lograron dar hasta ocho nudos de velocidad, superando a cualquier bajel de similar tamaño conocido en aquellos momentos. Si a esto se sumaba su poderosa artillería los dos navíos estaban llamados a ser un punto de inflexión en la carrera naval europea, y lo harían para España.
No tardaron en probar su valía en combate cuando el 17 de agosto divisaron una urca luterana al sur de Irlanda. Sin dudarlo el Rayo puso proa a ella para enfrentarse a cañonazos hasta lograr desarbolarla y pasar al abordaje capturándola. Mientras tanto el Relámpago se dirigió a otras dos velas que había divisado en el horizonte que resultaron ser dos pinazas inglesas que no tardaron en rendirse aterrados por el poder de aquel navío de sesenta cañones al que ni intentaron hacer frente con sus cuatro únicos cañones.
Esa misma noche los dos navíos y sus tres presas se reunieron y pusieron proa a Santander, donde arribaron el 21 de septiembre. Los dos navíos estaban superando todas las expectativas, y con ellos la compañía debería ser capaz de proteger sus envíos de pieles y sedas de oriente, que esperaba fuesen creciendo en tamaño y valor. Sobre todo cuando la próxima primavera se pusiesen en servicio los dos siguientes navíos, los últimos que construirían antes de pasar a construir buques puramente comerciales similares a los Indiaman, que tan comunes fueron en el siglo XVIII, claro que eso, solo Pedro y sus socios lo sabían.
Tras anclar en el puerto y dejar a Juan a cargo de entregar las presas, Pedro se dirigió a su casa, pues quería escribir a Ignacio para darle las últimas novedades sobre los buques. La casona situada dominando un prado y con vistas al mar estaba mucho menos ajetreada que la última vez que estuvo en ella y tan solo pudo ver como los hijos de la dueña trabajaban reparando una cerca, por lo que los saludo con la mano sin detenerse.
—Buenos días, Don Pedro, bienvenido de nuevo, me alegra ver que ha regresado sano y salvo. —Dijo la señora al salir a recibir a su huésped. —Espero que todo haya ido bien.
—Buenos días doña Saturnina. —Respondió Pedro. —Tan bien como cabía esperar, ninguna queja por mi parte.
—Me alegra oír a vuesa merced, Don Pedro. —Respondió la señora antes de continuar. —Don Pedro, una semana atrás llego a casa el padre de vuesa merced. Por desgracia y como vuesa merced sabe no tenemos en la casa lugar para otro huésped, y no queriendo que su señor padre durmiese en el pajar como un criado pedí a mi prima Celestina que lo alojase en el pueblo de Orejo. Espero haber hecho bien, el pueblo está muy cerca, y mi prima lo tratara como merece un hombre de su posición.
— ¿Mi padre ha dicho vuesa merced? Ha hecho bien, sin duda, muchas gracias Doña Saturnina, si no le importa prepáreme un baño y algo de comer, luego puede darme las indicaciones para acudir a ver a mi señor padre.
—Bañarse tanto no es bueno para la salud, Don Pedro, ablanda el cuerpo. —Lo reconvino la señora antes de continuar. —Pero vuesa merced manda, preparare su baño y no pierda cuidado pues en cuanto coma haré que mi hijo Pascasio lo acompañe hasta la casa de mi prima…
Con una tripulación experta y una buena dirección capaz de aprovechar los vientos, aquellos dos navíos lograron dar hasta ocho nudos de velocidad, superando a cualquier bajel de similar tamaño conocido en aquellos momentos. Si a esto se sumaba su poderosa artillería los dos navíos estaban llamados a ser un punto de inflexión en la carrera naval europea, y lo harían para España.
No tardaron en probar su valía en combate cuando el 17 de agosto divisaron una urca luterana al sur de Irlanda. Sin dudarlo el Rayo puso proa a ella para enfrentarse a cañonazos hasta lograr desarbolarla y pasar al abordaje capturándola. Mientras tanto el Relámpago se dirigió a otras dos velas que había divisado en el horizonte que resultaron ser dos pinazas inglesas que no tardaron en rendirse aterrados por el poder de aquel navío de sesenta cañones al que ni intentaron hacer frente con sus cuatro únicos cañones.
Esa misma noche los dos navíos y sus tres presas se reunieron y pusieron proa a Santander, donde arribaron el 21 de septiembre. Los dos navíos estaban superando todas las expectativas, y con ellos la compañía debería ser capaz de proteger sus envíos de pieles y sedas de oriente, que esperaba fuesen creciendo en tamaño y valor. Sobre todo cuando la próxima primavera se pusiesen en servicio los dos siguientes navíos, los últimos que construirían antes de pasar a construir buques puramente comerciales similares a los Indiaman, que tan comunes fueron en el siglo XVIII, claro que eso, solo Pedro y sus socios lo sabían.
Tras anclar en el puerto y dejar a Juan a cargo de entregar las presas, Pedro se dirigió a su casa, pues quería escribir a Ignacio para darle las últimas novedades sobre los buques. La casona situada dominando un prado y con vistas al mar estaba mucho menos ajetreada que la última vez que estuvo en ella y tan solo pudo ver como los hijos de la dueña trabajaban reparando una cerca, por lo que los saludo con la mano sin detenerse.
—Buenos días, Don Pedro, bienvenido de nuevo, me alegra ver que ha regresado sano y salvo. —Dijo la señora al salir a recibir a su huésped. —Espero que todo haya ido bien.
—Buenos días doña Saturnina. —Respondió Pedro. —Tan bien como cabía esperar, ninguna queja por mi parte.
—Me alegra oír a vuesa merced, Don Pedro. —Respondió la señora antes de continuar. —Don Pedro, una semana atrás llego a casa el padre de vuesa merced. Por desgracia y como vuesa merced sabe no tenemos en la casa lugar para otro huésped, y no queriendo que su señor padre durmiese en el pajar como un criado pedí a mi prima Celestina que lo alojase en el pueblo de Orejo. Espero haber hecho bien, el pueblo está muy cerca, y mi prima lo tratara como merece un hombre de su posición.
— ¿Mi padre ha dicho vuesa merced? Ha hecho bien, sin duda, muchas gracias Doña Saturnina, si no le importa prepáreme un baño y algo de comer, luego puede darme las indicaciones para acudir a ver a mi señor padre.
—Bañarse tanto no es bueno para la salud, Don Pedro, ablanda el cuerpo. —Lo reconvino la señora antes de continuar. —Pero vuesa merced manda, preparare su baño y no pierda cuidado pues en cuanto coma haré que mi hijo Pascasio lo acompañe hasta la casa de mi prima…
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
- tercioidiaquez
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Un soldado de cuatro siglos
Hospital Militar General de Bruselas.
El cirujano acababa de echar un vistazo a la herida del brazo de Diego, cuando llegó una monja a cambiarle el vendaje. La herida había sido limpia y no hubo peligro de infección. Una posible gangrena y la correspondiente amputación habían aterrado al recién nombrado Sargento.
Un sonoro ruido de pasos resonó a través de la cortina y al instante esta se apartó dejando ver a un hombre alto y delgado, barbilla afilada que resaltaba mas por el contraste sobre la golilla que rodeaba su cuello de una camisa de buen paño de Flandes.
-¿Podeis dejarnos hermana?-Dijo con una media sonrisa y un musical acento italiano. La monja hizo una media genuflexión y abandonó su puesto mientras que un soldado (pues tenía pinta de ello) alto y rubio colocaba una silla al lado de la cama de Diego.
- General. Saludó Diego.- No le esperaba por aquí.
Con un gesto de la mano, Ambrosio de Spínola quitó importancia a su presencia y sin nisiquiera preguntarle por la herida fue directamente al grano.
- Buen disparo con el que matasteis al inglés. ¿Oficio o suerte?.
-Un poco de ambas, y la ayuda de Dios.-
- La ayuda de Dios la tenemos todos por defender la fe verdadera, pero ese disparo tuvo mas que ver con el arma. Un arma de reyes por lo que he visto y me han contado. Vereis, me han hablado sobre Vos y creo que sois el hombre adecuado para cierta "unidad especial" que quiero crear. No cabe duda que un grupo de hombres, armados y equipados de la manera adecuada podrían prestar buenos servicios a Su Majestad.
- No cabe duda, pero el arma es cara, y equipar a un ejército con ella...
-Ni toda la plata del Pirú daría para ello, pero por algo menos pongamos que podríamos equipar a unos 50 veteranos, que bien guiados y bien pagados podrían rendir buen servicio. ¿Qué os parece?
-Que ya teneis a vuestro hombre...
El cirujano acababa de echar un vistazo a la herida del brazo de Diego, cuando llegó una monja a cambiarle el vendaje. La herida había sido limpia y no hubo peligro de infección. Una posible gangrena y la correspondiente amputación habían aterrado al recién nombrado Sargento.
Un sonoro ruido de pasos resonó a través de la cortina y al instante esta se apartó dejando ver a un hombre alto y delgado, barbilla afilada que resaltaba mas por el contraste sobre la golilla que rodeaba su cuello de una camisa de buen paño de Flandes.
-¿Podeis dejarnos hermana?-Dijo con una media sonrisa y un musical acento italiano. La monja hizo una media genuflexión y abandonó su puesto mientras que un soldado (pues tenía pinta de ello) alto y rubio colocaba una silla al lado de la cama de Diego.
- General. Saludó Diego.- No le esperaba por aquí.
Con un gesto de la mano, Ambrosio de Spínola quitó importancia a su presencia y sin nisiquiera preguntarle por la herida fue directamente al grano.
- Buen disparo con el que matasteis al inglés. ¿Oficio o suerte?.
-Un poco de ambas, y la ayuda de Dios.-
- La ayuda de Dios la tenemos todos por defender la fe verdadera, pero ese disparo tuvo mas que ver con el arma. Un arma de reyes por lo que he visto y me han contado. Vereis, me han hablado sobre Vos y creo que sois el hombre adecuado para cierta "unidad especial" que quiero crear. No cabe duda que un grupo de hombres, armados y equipados de la manera adecuada podrían prestar buenos servicios a Su Majestad.
- No cabe duda, pero el arma es cara, y equipar a un ejército con ella...
-Ni toda la plata del Pirú daría para ello, pero por algo menos pongamos que podríamos equipar a unos 50 veteranos, que bien guiados y bien pagados podrían rendir buen servicio. ¿Qué os parece?
-Que ya teneis a vuestro hombre...
“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
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Un soldado de cuatro siglos
Esa misma tarde Pedro se dirigió a la cercana aldea, que distaba menos de una legua de la casona en la que él se alojaba. Montaba el caballo de sangre hispano-árabe que había adquirido el año anterior en Valencia, mientras a su lado el joven Pascasio iba a lomos de un pequeño burro que le había cedido su madre para esta tarea. Pascasio…menudo nombre, pero quien era él para juzgar las costumbres de esa época cuando en la suya propia la gente ponía a sus hijos nombres como “Lobo” o “Khalesi”…
En fin, no mucho después de las cuatro por fin se encontraba frente a la casa de la prima Celestina. No tardo en divisar un pequeño grupo de hombres sentados alrededor de una mesa de madera bajo un roble cercano. Cuatro de aquellos hombres vestían a la castellana, destacando claramente un quinto hombre de cuerpo enjuto ya anciano. Aquel caballero que vestía a la valenciana con ropas de cierta categoría que sin embargo habían visto tiempos mejores. A su costado portaba una espada ropera, esta si de buena calidad y marcas de uso visibles a simple vista. Debía andar por los cincuenta y pico años, lo que en esta época era todo un logro. Los largos cabellos que habían sido recogidos en una coleta recogida al estilo tradicional valenciano eran blancos, el mismo color que su cuidada barba. El rostro ajado por años de permanecer a la intemperie denotaba el rigor de los duros tiempos, y una cicatriz junto al ojo izquierdo daba fe de una vida no siempre tranquila.
—Ah, aquí está mi hijo. —Sonó una voz en un Castellano con claro acento valenciano al llegar al roble. —Suerte que salió a su madre, pero esa nariz… —Las risas acompañaron este último comentario mientras el caballero se ponía en pie para recibir a Pedro que había desmontado y estaba atando su caballo a una argolla colocada en el suelo allí mismo.
—Buenas tardes. —Saludo a Pedro. —Espero que vuesa merced se encuentre bien y que su viaje le haya sido de provecho.
— ¡Buenas tardes señor! —Respondió Pedro estrechándole la mano. —Me alegro de ver a vuesa merced, el viaje ha sido bastante bueno... Me sorprende ver a vuesa merced aquí.
—Sí, quería peregrinar a Santiago ahora que aun puedo valerme por mi mismo, y ya que estaba en el camino decidí pasar a saludaros, pues pocas oportunidades tenemos de vernos. Pero luego hablaremos de ello si os parece bien. Caballeros, este es mi hijo Don Pedro, el maestre del buque de corso Rayo que ahora mismo descansa en el puerto. Hijo mío, estos caballeros son viejos soldados como yo, que ahora apartados de la carrera de las armas, residen en por estos lares. Don Sebastián de Güemes, Don Benito de Padros, de la cercana villa de Castaneda, Don Lorenzo Sevilla, de la propia Santander, y Don Felipe García, que reside en esta villa. —Dijo antes de presentarlos uno a uno.
—Caballeros, es un placer conocer a vuesas mercedes. —Dijo Pedro al saludarlos sentándose con ellos alrededor del roble para conversar sobre su viaje, y escuchar viejas historias de soldados.
En fin, no mucho después de las cuatro por fin se encontraba frente a la casa de la prima Celestina. No tardo en divisar un pequeño grupo de hombres sentados alrededor de una mesa de madera bajo un roble cercano. Cuatro de aquellos hombres vestían a la castellana, destacando claramente un quinto hombre de cuerpo enjuto ya anciano. Aquel caballero que vestía a la valenciana con ropas de cierta categoría que sin embargo habían visto tiempos mejores. A su costado portaba una espada ropera, esta si de buena calidad y marcas de uso visibles a simple vista. Debía andar por los cincuenta y pico años, lo que en esta época era todo un logro. Los largos cabellos que habían sido recogidos en una coleta recogida al estilo tradicional valenciano eran blancos, el mismo color que su cuidada barba. El rostro ajado por años de permanecer a la intemperie denotaba el rigor de los duros tiempos, y una cicatriz junto al ojo izquierdo daba fe de una vida no siempre tranquila.
—Ah, aquí está mi hijo. —Sonó una voz en un Castellano con claro acento valenciano al llegar al roble. —Suerte que salió a su madre, pero esa nariz… —Las risas acompañaron este último comentario mientras el caballero se ponía en pie para recibir a Pedro que había desmontado y estaba atando su caballo a una argolla colocada en el suelo allí mismo.
—Buenas tardes. —Saludo a Pedro. —Espero que vuesa merced se encuentre bien y que su viaje le haya sido de provecho.
— ¡Buenas tardes señor! —Respondió Pedro estrechándole la mano. —Me alegro de ver a vuesa merced, el viaje ha sido bastante bueno... Me sorprende ver a vuesa merced aquí.
—Sí, quería peregrinar a Santiago ahora que aun puedo valerme por mi mismo, y ya que estaba en el camino decidí pasar a saludaros, pues pocas oportunidades tenemos de vernos. Pero luego hablaremos de ello si os parece bien. Caballeros, este es mi hijo Don Pedro, el maestre del buque de corso Rayo que ahora mismo descansa en el puerto. Hijo mío, estos caballeros son viejos soldados como yo, que ahora apartados de la carrera de las armas, residen en por estos lares. Don Sebastián de Güemes, Don Benito de Padros, de la cercana villa de Castaneda, Don Lorenzo Sevilla, de la propia Santander, y Don Felipe García, que reside en esta villa. —Dijo antes de presentarlos uno a uno.
—Caballeros, es un placer conocer a vuesas mercedes. —Dijo Pedro al saludarlos sentándose con ellos alrededor del roble para conversar sobre su viaje, y escuchar viejas historias de soldados.
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Un soldado de cuatro siglos
Ya durante la cena Pedro pudo por fin hablar con su padre con tranquilidad, y este pudo darle cuenta de las medidas que había adoptado hasta ese momento.
—Está hecho, en cuento regresemos a Valencia podre naturalizar a vuesa merced como hijo mío. —Empezó a explicar su nuevo padre político, un ciudadano de inmemorial valenciano, veterano de los tercios que nunca tuvo hijos y que malvivía de sus escasas rentas y con numerosas deudas. Por supuesto a cambio de eso Pedro había tenido que ofrecer no solo una buena suma al que debía convertirse en su padre adoptivo, sino también mantenerlo a partir de entonces…algo que estaba dispuesto a hacer con el fin de asegurar su posición en tan turbulentos tiempos.
—Vuestra madre se llamaba Cristina, de la localidad de Játiva. Como os conté en Valencia, hace muchos años ella y mi difunto hermano tuvieron una relación fruto de la cual nació un hijo fuera del matrimonio al que llamo Julián. En la ciudad los ancianos cuentan que el niño fue entregado al orfanato de Valencia, y las fechas se ajustan al periodo que precisamos, así que no habrá problemas en utilizar su nombre.
— ¿Qué ha sido de la mujer?
—Se casó y murió varios años después, al dar a luz a su segundo hijo, así que no nos supondrá problemas.
— ¿Familia de la mujer? —Pregunto Pedro.
—Solo un hermano, Pablo, que murió unos años atrás, y tiene dos nietos que permanecen en la ciudad. Nadie podrá negar que vos sois el hijo que aquella mujer entrego supuestamente al orfanato cuando yo reclame que en realidad me fue entregado a mí, que era su padre, momento en el que cambie el nombre del niño por el de Pedro.
—Si mi fortuna sigue creciendo tal vez la iglesia o mis rivales quieran investigar…
—No se preocupe vuesa merced por tal cosa. Excepto por vuestra persona casi todo es verdad, y por otros motivos hace ya mucho tiempo le conté a mi confesor que tenía un hijo natural… cuando os naturalice mis palabras quedaran confirmadas.
—De todas formas mandare algunos hombres de confianza a que investiguen discretamente sobre el asunto. —Respondió Pedro. —Cuando vuesa merced haga el anuncio no quiero que quede ningún hilo al azar que pueda precipitar nuestra caída. De todas formas debe vuesa merced prepararse para las habladurías. Que reconozcáis a vuestro hijo ya adulto cuando este tiene éxito en los negocios despertara muchos rumores.
—Siempre he sido pobre y malvivido de mala manera. Creo que podre sobrellevar esos rumores a cambio de unos últimos años de fortuna…—Dijo el hombre mientras sonreía.
—En ese caso partiremos hacia Valencia en cuanto hayamos efectuado reparaciones en los dos navíos, que no nos llevaran más de un par de semanas. Por supuesto nos detendremos unos días en Ferrol para que vuesa merced pueda cumplir peregrinaje a Santiago.
—Está hecho, en cuento regresemos a Valencia podre naturalizar a vuesa merced como hijo mío. —Empezó a explicar su nuevo padre político, un ciudadano de inmemorial valenciano, veterano de los tercios que nunca tuvo hijos y que malvivía de sus escasas rentas y con numerosas deudas. Por supuesto a cambio de eso Pedro había tenido que ofrecer no solo una buena suma al que debía convertirse en su padre adoptivo, sino también mantenerlo a partir de entonces…algo que estaba dispuesto a hacer con el fin de asegurar su posición en tan turbulentos tiempos.
—Vuestra madre se llamaba Cristina, de la localidad de Játiva. Como os conté en Valencia, hace muchos años ella y mi difunto hermano tuvieron una relación fruto de la cual nació un hijo fuera del matrimonio al que llamo Julián. En la ciudad los ancianos cuentan que el niño fue entregado al orfanato de Valencia, y las fechas se ajustan al periodo que precisamos, así que no habrá problemas en utilizar su nombre.
— ¿Qué ha sido de la mujer?
—Se casó y murió varios años después, al dar a luz a su segundo hijo, así que no nos supondrá problemas.
— ¿Familia de la mujer? —Pregunto Pedro.
—Solo un hermano, Pablo, que murió unos años atrás, y tiene dos nietos que permanecen en la ciudad. Nadie podrá negar que vos sois el hijo que aquella mujer entrego supuestamente al orfanato cuando yo reclame que en realidad me fue entregado a mí, que era su padre, momento en el que cambie el nombre del niño por el de Pedro.
—Si mi fortuna sigue creciendo tal vez la iglesia o mis rivales quieran investigar…
—No se preocupe vuesa merced por tal cosa. Excepto por vuestra persona casi todo es verdad, y por otros motivos hace ya mucho tiempo le conté a mi confesor que tenía un hijo natural… cuando os naturalice mis palabras quedaran confirmadas.
—De todas formas mandare algunos hombres de confianza a que investiguen discretamente sobre el asunto. —Respondió Pedro. —Cuando vuesa merced haga el anuncio no quiero que quede ningún hilo al azar que pueda precipitar nuestra caída. De todas formas debe vuesa merced prepararse para las habladurías. Que reconozcáis a vuestro hijo ya adulto cuando este tiene éxito en los negocios despertara muchos rumores.
—Siempre he sido pobre y malvivido de mala manera. Creo que podre sobrellevar esos rumores a cambio de unos últimos años de fortuna…—Dijo el hombre mientras sonreía.
—En ese caso partiremos hacia Valencia en cuanto hayamos efectuado reparaciones en los dos navíos, que no nos llevaran más de un par de semanas. Por supuesto nos detendremos unos días en Ferrol para que vuesa merced pueda cumplir peregrinaje a Santiago.
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Un soldado de cuatro siglos
Madrid, septiembre de 1625
El conde de Olivares, Valido de su majestad el Rey Felipe IV recibió a Juan de Mendoza y Luna, marques de Montesclaros y gobernador del consejo de hacienda en su despacho. Las necesidades de fondos para sostener el funcionamiento de la monarquía era acuciante y Olivares llevaba medio lustro batallando para suprimir el impuesto de millones y crear una hacienda moderna. Para su desgracia se estaba dando de bruces con una evidencia, el Imperio estaba prácticamente en la ruina. Tan solo una brizna de esperanza estaba naciendo en Valencia, donde el último año se estaba viviendo una gran expansión mercantil que había disparado los ingresos por impuestos en aquel Reino.
— ¿Valencia otra vez? —preguntó Olivares al marqués de Mendoza.
—Valencia otra vez, Don Guzmán. —Respondió el marques utilizando el patronímico del conde de Olivares que pertenecía a la familia de los guzmanes.
— ¿Y de qué se trata esta vez? Otro invento maravilloso como los espejos. —Dijo refiriéndose al gran espejo que habían regalado a su majestad y que era la envidia de todos los nobles de España y los embajadores extranjeros…menos los de Venecia, que veían en él un gran peligro a su dominio de esa artesanía.
—No exactamente, Don Guzmán, aunque he de decir que el mismo comerciante que invento los espejos valencianos ha solicitado un privilegio de invención por un sistema de artillería completo y que él define como revolucionario.
—Un momento, Don Juan, con vuestra venía continuaremos luego con nuestros asuntos. ¿Sabe vuesa merced algo sobre el inventor? ¿Podemos confiar en él?
—Se poco más que aquello que me cuenta el Virrey Don Enrique. Se trata de un avezado marino que ha establecido una ruta para comerciar con pieles desde Oriente.
—Pero no a través de la Casa de Contratación pues está se ha quejado de ello. —Intervino el valido del Rey.
—Vuesa merced tiene razón, Don Guzmán. El virrey Don Enrique defiende que la compañía mercantil que fundaron en Valencia actúa fuera de las áreas de responsabilidad de la Casa de Contratación. —Respondió Juan para seguir explicando el estado de las cosas cuando el conde de Olivares preguntó si era cierta tal aseveración. —Por lo que he podido colegir los puestos de caza que han establecido están muy al norte de las Filipinas. Más allá de Zipango y la China. En verano y otoño cazan animales en aquella zona, y en primavera envían las pieles hacia Valencia. Al menos eso hicieron la única vez que han completado la ruta. Supongo que en unas semanas veremos si este año consiguen completar también esa ruta. Una ruta que he de decir que es tremendamente peligrosa y a tenor de la opinión de los marineros, la más larga que jamás han oído nombrar.
—En ese caso supongo que en unas semanas sabremos si esa ruta ha sido exitosa… ¿Sabe el Virrey algo más del tal Don Pedro? ¿Es un hijodalgo o pertenece a alguna familia comerciante de renombre?
—El Virrey sugiere que puede ser hijo natural de algún caballero valenciano, lo que en aquellos lares llaman ciudadano de inmemorial, que vienen a ser como los hijodalgos de solar conocido y que descienden de los caballeros que acompañaron al Rey Jaime durante la conquista.
—Tal vez en algún momento debamos averiguar más de dicho caballero, no solo por sus negocios, sino también por los inventos que ha presentado para conseguir privilegio. —Dijo el conde de Olivares revisando un papel que tenía sobre su mesa. —Un sistema de predictor de tormentas que ha demostrado ser bastante preciso y que recomendó para instalar en los grandes puertos para así servir a los barcos de su majestad, y en las naves capitanas y almirantas, con orden expresa de arrojarlos al mar en caso de peligro de captura para no dar tal ingenio a los enemigos del Rey y de la fe verdadera.
Un parrarayos que evita que los rayos destruyan los edificios cuando caen sobre estos y conducen el rayo al suelo de forma inofensiva.
Un sistema de salvavidas que evita que los marineros que caen al mar se hundan y se ahoguen que ha sido elogiado por el propio Almirante Oquendo cuando ha conocido su existencia.
—Y por supuesto los espejos y el sistema de artillería que ahora propone.
— ¿Sabe vuesa merced que pide Don Pedro por ese privilegio de invención?
—Por supuesto, Don Guzmán. —Respondió el marqués de Montesclaros leyendo la petición. —Por un sistema completo de artillería en lo que llama de bronce comprimido, que constara de piezas de a seis, ocho y doce libras para la artillería que él llama de campaña. Que son los cañones que deben servir en los ejércitos. También ha diseñado nuevos armones para los cañones que disponen de un tornillo elevador del cañón que permite aumentar o disminuir el alcance a voluntad, y un sistema que posibilita el que estos cañones se muevan sin tener que ser desmontados como ahora, siendo arrastrados por su propio carro. El sistema de artillería se completa con carros de transporte de suministros y un carro de herrero o armero por cada batería de cañones.
Eso en cuanto a la artillería de campaña, para la artillería naval él recomienda cañones de a ocho, a doce, a veinticuatro y a treinta y seis libras dependiendo del tamaño del bajel. También con un sistema de elevación por tornillo y un sistema de disparo por llave de chispa… Y he de decir que los dibujos y explicaciones que ha enviado son tremendamente detallados, y por él pide un privilegio de invención de cinco mil ducados al año prometiendo instalar una fábrica en Sevilla para así fundir estos cañones.
—Los inventos de Don Pedro de momento han sido exitosos, creo que podemos ofrecerle el beneficio de la duda. Presente vuesa merced ese invento a la Junta de Reformación para ver que opinan.
Y ahora si vuesa merced tiene a bien, háblame de la situación en Valencia…
El conde de Olivares, Valido de su majestad el Rey Felipe IV recibió a Juan de Mendoza y Luna, marques de Montesclaros y gobernador del consejo de hacienda en su despacho. Las necesidades de fondos para sostener el funcionamiento de la monarquía era acuciante y Olivares llevaba medio lustro batallando para suprimir el impuesto de millones y crear una hacienda moderna. Para su desgracia se estaba dando de bruces con una evidencia, el Imperio estaba prácticamente en la ruina. Tan solo una brizna de esperanza estaba naciendo en Valencia, donde el último año se estaba viviendo una gran expansión mercantil que había disparado los ingresos por impuestos en aquel Reino.
— ¿Valencia otra vez? —preguntó Olivares al marqués de Mendoza.
—Valencia otra vez, Don Guzmán. —Respondió el marques utilizando el patronímico del conde de Olivares que pertenecía a la familia de los guzmanes.
— ¿Y de qué se trata esta vez? Otro invento maravilloso como los espejos. —Dijo refiriéndose al gran espejo que habían regalado a su majestad y que era la envidia de todos los nobles de España y los embajadores extranjeros…menos los de Venecia, que veían en él un gran peligro a su dominio de esa artesanía.
—No exactamente, Don Guzmán, aunque he de decir que el mismo comerciante que invento los espejos valencianos ha solicitado un privilegio de invención por un sistema de artillería completo y que él define como revolucionario.
—Un momento, Don Juan, con vuestra venía continuaremos luego con nuestros asuntos. ¿Sabe vuesa merced algo sobre el inventor? ¿Podemos confiar en él?
—Se poco más que aquello que me cuenta el Virrey Don Enrique. Se trata de un avezado marino que ha establecido una ruta para comerciar con pieles desde Oriente.
—Pero no a través de la Casa de Contratación pues está se ha quejado de ello. —Intervino el valido del Rey.
—Vuesa merced tiene razón, Don Guzmán. El virrey Don Enrique defiende que la compañía mercantil que fundaron en Valencia actúa fuera de las áreas de responsabilidad de la Casa de Contratación. —Respondió Juan para seguir explicando el estado de las cosas cuando el conde de Olivares preguntó si era cierta tal aseveración. —Por lo que he podido colegir los puestos de caza que han establecido están muy al norte de las Filipinas. Más allá de Zipango y la China. En verano y otoño cazan animales en aquella zona, y en primavera envían las pieles hacia Valencia. Al menos eso hicieron la única vez que han completado la ruta. Supongo que en unas semanas veremos si este año consiguen completar también esa ruta. Una ruta que he de decir que es tremendamente peligrosa y a tenor de la opinión de los marineros, la más larga que jamás han oído nombrar.
—En ese caso supongo que en unas semanas sabremos si esa ruta ha sido exitosa… ¿Sabe el Virrey algo más del tal Don Pedro? ¿Es un hijodalgo o pertenece a alguna familia comerciante de renombre?
—El Virrey sugiere que puede ser hijo natural de algún caballero valenciano, lo que en aquellos lares llaman ciudadano de inmemorial, que vienen a ser como los hijodalgos de solar conocido y que descienden de los caballeros que acompañaron al Rey Jaime durante la conquista.
—Tal vez en algún momento debamos averiguar más de dicho caballero, no solo por sus negocios, sino también por los inventos que ha presentado para conseguir privilegio. —Dijo el conde de Olivares revisando un papel que tenía sobre su mesa. —Un sistema de predictor de tormentas que ha demostrado ser bastante preciso y que recomendó para instalar en los grandes puertos para así servir a los barcos de su majestad, y en las naves capitanas y almirantas, con orden expresa de arrojarlos al mar en caso de peligro de captura para no dar tal ingenio a los enemigos del Rey y de la fe verdadera.
Un parrarayos que evita que los rayos destruyan los edificios cuando caen sobre estos y conducen el rayo al suelo de forma inofensiva.
Un sistema de salvavidas que evita que los marineros que caen al mar se hundan y se ahoguen que ha sido elogiado por el propio Almirante Oquendo cuando ha conocido su existencia.
—Y por supuesto los espejos y el sistema de artillería que ahora propone.
— ¿Sabe vuesa merced que pide Don Pedro por ese privilegio de invención?
—Por supuesto, Don Guzmán. —Respondió el marqués de Montesclaros leyendo la petición. —Por un sistema completo de artillería en lo que llama de bronce comprimido, que constara de piezas de a seis, ocho y doce libras para la artillería que él llama de campaña. Que son los cañones que deben servir en los ejércitos. También ha diseñado nuevos armones para los cañones que disponen de un tornillo elevador del cañón que permite aumentar o disminuir el alcance a voluntad, y un sistema que posibilita el que estos cañones se muevan sin tener que ser desmontados como ahora, siendo arrastrados por su propio carro. El sistema de artillería se completa con carros de transporte de suministros y un carro de herrero o armero por cada batería de cañones.
Eso en cuanto a la artillería de campaña, para la artillería naval él recomienda cañones de a ocho, a doce, a veinticuatro y a treinta y seis libras dependiendo del tamaño del bajel. También con un sistema de elevación por tornillo y un sistema de disparo por llave de chispa… Y he de decir que los dibujos y explicaciones que ha enviado son tremendamente detallados, y por él pide un privilegio de invención de cinco mil ducados al año prometiendo instalar una fábrica en Sevilla para así fundir estos cañones.
—Los inventos de Don Pedro de momento han sido exitosos, creo que podemos ofrecerle el beneficio de la duda. Presente vuesa merced ese invento a la Junta de Reformación para ver que opinan.
Y ahora si vuesa merced tiene a bien, háblame de la situación en Valencia…
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Un soldado de cuatro siglos
—El Virrey de Valencia refiere la existencia de un creciente movimiento por parte de los gremios de comerciantes y pescadores de Valencia, Alicante y otros puertos del reino con vistas a formar una escuadra para asegurar el comercio marítimo e impedir los ataques berberiscos. —Explicó el marques de Montesclaros.
—Dice el virrey quien está detrás de esta solicitud? —Preguntó Olivares.
—Según parece es un movimiento que ha puesto de acuerdo a todos los gremios, aunque una de las voces más claras en defensa de esta petición es la de un comerciante llamado Jacques Joycet, natural de Francia que lleva un tiempo radicado en la ciudad. —Dijo el marqués de Montesclaros mientras leía un documento. —Los comerciantes quieren constituir una escuadra de jabeques, pero quieren que dependa por completo de la milicia efectiva, y que al igual que esta no pueda salir a luchar fuera del Reino de Valencia…entendido esto como que no pueda ser reclamada para otras empresas de la corona. Según dicen no quieren que ocurra como las dos galeras que armaron en 1618 y que dos años más tarde acabaron engrosando la escuadra de España.
— ¿Qué diferencia hay esta vez con respecto a otras peticiones similares, Don Juan? —Preguntó Olivares que quería hacerse una idea precisa de qué estaba ocurriendo.
—Que esta vez la propuesta ha partido de los comerciantes y no del estamento nobiliario o de la propia corona, Excelencia. —Respondió el Marques. —Hasta ahora la corona había solicitado la creación de esas fuerzas pero la nobleza valenciana rechazo sufragarla porque suponían que acabaría siendo enviada lejos del Reino, con lo cual este gastaría el dinero sin lograr asegurar sus costas y comercio. Ahora en cambio son esos mismos mercaderes los que están armando varios bajeles corsarios para esa misma tarea, y se muestran dispuestos a sufragar el reclutamiento de al menos otros cuatro jabeques similares si la corona se hace cargo de sufragar otros seis jabeques o dos galeones.
— ¿Es por eso por lo que proponen construir una escuadra de jabeques y no de galeras? ¿Por qué no quieren que sean absorbidos por la Escuadra de Galeras de España?
—Según el gremio de mercaderes es porque los jabeques se adecuan mucho más a la navegación a vela en el mediterráneo. Sostienen que el tiempo de las galeras ya paso, y que un jabeque puede armar veinte o más cañones frente a los cuatro de una galera.
— Curiosa idea que el tiempo de las galeras haya pasado... —Dijo Olivares para continuar cuando el Don Juan le respondió con una evasiva. —¿Qué piensa Don Enrique? —Preguntó el valido del Rey refiriéndose al virrey de Valencia.
—Don Enrique ha señalado que está de acuerdo en ello, el gremio de mercaderes incluso se ha ofrecido a sufragar una campaña contra Argel y los nidos berberiscos de la costa norte de África.
—Eso sería verdaderamente útil...pero los últimos intentos acabaron en fracaso. —Respondió Olivares. —¿Hay algún impedimento para ello?
—Financieramente el Virrey sostiene que es posible. Este último año los ingresos por impuestos han sido muchos gracias a la compañía Mercantil Nuestra Señora del Carmen, y el comercio de espejos principalmente. Además ha señalado que dicha escuadra supondría alejar el peligro berberisco y luterano y asegurar los intereses del reino. El problema puede estar en la nobleza valenciana que al fin y al cabo es el estamento mayoritario en el consejo del Reino. Si esta no estuviese de acuerdo en esta labor que concede demasiada preeminencia a los mercaderes, la iniciativa podría fracasar, a menos claro que su Majestad se implique directamente para dar apoyo a la creación de tal escuadra.
—Desde luego es interesante, y si se constituye la escuadra, su Majestad siempre podrá recurrir a ella en un futuro. Deberemos plantearlo… ¿Nos cuenta el virrey cómo va la construcción del nuevo puerto de Valencia?
—Solo que los trabajos se desarrollan con gran celeridad y sin interrupciones. Han construido grandes grúas para facilitar el trabajo, una de ellas en una galera que trabaja desde el mar, y están empleando grandes rocas que traen de las montañas del interior para crear un espigón que sirva de refugio a las naves. Además están utilizando un “cemento” para reforzar el espigón y las obras del puerto que avanzan a muy buen ritmo, tanto que cree podrán tenerlo casi acabado en cuatro o cinco años más.
—Me alegra saber que al menos el Reino de Valencia parece medrar, pero Don Enrique deberá vigilar bien a esos comerciantes. No podemos permitir que se conviertan en un problema… máxime cuando allí pueden refugiarse en sus fueros.
—Dice el virrey quien está detrás de esta solicitud? —Preguntó Olivares.
—Según parece es un movimiento que ha puesto de acuerdo a todos los gremios, aunque una de las voces más claras en defensa de esta petición es la de un comerciante llamado Jacques Joycet, natural de Francia que lleva un tiempo radicado en la ciudad. —Dijo el marqués de Montesclaros mientras leía un documento. —Los comerciantes quieren constituir una escuadra de jabeques, pero quieren que dependa por completo de la milicia efectiva, y que al igual que esta no pueda salir a luchar fuera del Reino de Valencia…entendido esto como que no pueda ser reclamada para otras empresas de la corona. Según dicen no quieren que ocurra como las dos galeras que armaron en 1618 y que dos años más tarde acabaron engrosando la escuadra de España.
— ¿Qué diferencia hay esta vez con respecto a otras peticiones similares, Don Juan? —Preguntó Olivares que quería hacerse una idea precisa de qué estaba ocurriendo.
—Que esta vez la propuesta ha partido de los comerciantes y no del estamento nobiliario o de la propia corona, Excelencia. —Respondió el Marques. —Hasta ahora la corona había solicitado la creación de esas fuerzas pero la nobleza valenciana rechazo sufragarla porque suponían que acabaría siendo enviada lejos del Reino, con lo cual este gastaría el dinero sin lograr asegurar sus costas y comercio. Ahora en cambio son esos mismos mercaderes los que están armando varios bajeles corsarios para esa misma tarea, y se muestran dispuestos a sufragar el reclutamiento de al menos otros cuatro jabeques similares si la corona se hace cargo de sufragar otros seis jabeques o dos galeones.
— ¿Es por eso por lo que proponen construir una escuadra de jabeques y no de galeras? ¿Por qué no quieren que sean absorbidos por la Escuadra de Galeras de España?
—Según el gremio de mercaderes es porque los jabeques se adecuan mucho más a la navegación a vela en el mediterráneo. Sostienen que el tiempo de las galeras ya paso, y que un jabeque puede armar veinte o más cañones frente a los cuatro de una galera.
— Curiosa idea que el tiempo de las galeras haya pasado... —Dijo Olivares para continuar cuando el Don Juan le respondió con una evasiva. —¿Qué piensa Don Enrique? —Preguntó el valido del Rey refiriéndose al virrey de Valencia.
—Don Enrique ha señalado que está de acuerdo en ello, el gremio de mercaderes incluso se ha ofrecido a sufragar una campaña contra Argel y los nidos berberiscos de la costa norte de África.
—Eso sería verdaderamente útil...pero los últimos intentos acabaron en fracaso. —Respondió Olivares. —¿Hay algún impedimento para ello?
—Financieramente el Virrey sostiene que es posible. Este último año los ingresos por impuestos han sido muchos gracias a la compañía Mercantil Nuestra Señora del Carmen, y el comercio de espejos principalmente. Además ha señalado que dicha escuadra supondría alejar el peligro berberisco y luterano y asegurar los intereses del reino. El problema puede estar en la nobleza valenciana que al fin y al cabo es el estamento mayoritario en el consejo del Reino. Si esta no estuviese de acuerdo en esta labor que concede demasiada preeminencia a los mercaderes, la iniciativa podría fracasar, a menos claro que su Majestad se implique directamente para dar apoyo a la creación de tal escuadra.
—Desde luego es interesante, y si se constituye la escuadra, su Majestad siempre podrá recurrir a ella en un futuro. Deberemos plantearlo… ¿Nos cuenta el virrey cómo va la construcción del nuevo puerto de Valencia?
—Solo que los trabajos se desarrollan con gran celeridad y sin interrupciones. Han construido grandes grúas para facilitar el trabajo, una de ellas en una galera que trabaja desde el mar, y están empleando grandes rocas que traen de las montañas del interior para crear un espigón que sirva de refugio a las naves. Además están utilizando un “cemento” para reforzar el espigón y las obras del puerto que avanzan a muy buen ritmo, tanto que cree podrán tenerlo casi acabado en cuatro o cinco años más.
—Me alegra saber que al menos el Reino de Valencia parece medrar, pero Don Enrique deberá vigilar bien a esos comerciantes. No podemos permitir que se conviertan en un problema… máxime cuando allí pueden refugiarse en sus fueros.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
…
Me veo obligado a informar al Senado que un rico mercader valenciano ha regalado al Rey Felipe IV un espejo de grandes dimensiones que ha causado sensación en la corte española y grandes elogios de los embajadores extranjeros en la corte de Madrid. El espejo que mide según he podido saber tres varas castellanas de alto por una y cuarto de ancho es mucho más grande que cualquier espejo que haya visto jamás, y la imagen que refleja es de una calidad excepcional. Sin duda si la producción de estos espejos se consolida pueden suponer un serio rival a nuestros espejos de Murano, suponiendo un serio quebranto a las arcas de Venecia cuyos espejos perderán valor y ganaran un duro competidor.
Giovanni Soranzo.
Embajador en la corte de Felipe IV de España.
Me veo obligado a informar al Senado que un rico mercader valenciano ha regalado al Rey Felipe IV un espejo de grandes dimensiones que ha causado sensación en la corte española y grandes elogios de los embajadores extranjeros en la corte de Madrid. El espejo que mide según he podido saber tres varas castellanas de alto por una y cuarto de ancho es mucho más grande que cualquier espejo que haya visto jamás, y la imagen que refleja es de una calidad excepcional. Sin duda si la producción de estos espejos se consolida pueden suponer un serio rival a nuestros espejos de Murano, suponiendo un serio quebranto a las arcas de Venecia cuyos espejos perderán valor y ganaran un duro competidor.
Giovanni Soranzo.
Embajador en la corte de Felipe IV de España.
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Un soldado de cuatro siglos
Santander, septiembre de 1625
Varios días después arribo al puerto la Zabra Meteoro que traía abastecimientos y pólvora para reponer las gastadas los últimos meses. Junto a ellas trajo el correo y un artilugio que los herreros y armeros valencianos habían creado siguiendo sus instrucciones, prototipos de llaves de chispa para los cañones. Si funcionaban como Pedro esperaba podrían prescindir de los peligrosos botafuegos, disminuyendo así los peligros de accidente e incendio a bordo de los buques de la compañía. De todas formas estos ejemplares solo eran el primer prototipo y no esperaba que funcionasen al cien por cien, pero servirían para ir aprendiendo de sus errores y mejorarlos en vistas a la próxima campaña.
Para su sorpresa recibió una carta de Diego, quien seguía combatiendo en Flandes. Como no quería leerla delante de los escribientes que había contratado en aquella zona prefiriendo tratarla como un asunto personal, se la guardo para leerla tranquilamente más adelante y se dedicó al correo oficial. La primera carta era precisamente del gremio de Mercaderes de Valencia al que ahora pertenecía, y en ella se daba cuenta de alguna de las medidas adoptadas que él mismo había dejado caer veladamente en sus reuniones durante el tiempo que permaneció en la ciudad de Valencia.
Estimado Señor
Le escribo estas líneas para comunicarle que el gremio de mercaderes ha acordado tener en cuenta su propuesta del pasado enero y sufragar una flotilla corsaria de seis jabeques para la defensa del reino y de las importantes rutas comerciales que estamos abriendo con Italia y el Sur de Francia. El desencadenante de la decisión fue el intento de captura de una saetía cargada con espejos pro valor de doscientos mil ducados cerca de Mallorca por corsarios berberiscos. Aunque por fortuna nuestro capitán logro huir y refugiarse en la ciudadela, esto asusto a nuestros socios lo suficiente como para poner en marcha esta medida.
Asimismo le informo que hemos decidido solicitar al Virrey que construya una escuadra para la defensa del reino. Por desgracia hemos encontrado la resistencia de la nobleza que no quiere sufragar una escuadra que suponen puede ser reclamada lejos de nuestras aguas por el Rey, así que hemos solicitado que dicha escuadra sea incluida en la Milicia Efectiva con similares términos, aunque desconocemos si tendremos éxito en ello.
Por ultimo le informo que la elección de los jabeques para esa armada que estamos reclutando se debe a las conversaciones con vuesa merced, que siempre defendió que estos eran los bajeles más aptos para el corso en las aguas del Mediterráneo, y siendo vuesa merced un marino tan avezado decidimos confiar en su palabra. Al menos al no depender de condenados a galeras para su maniobra podremos evitar problemas para reclutar los remeros necesarios para estas.
El costo de estas medidas se repartirá entre los miembros del gremio de forma proporcional, lo mismo que los beneficios de haberlos. Por ello informo que la parte que corresponde a vuesa merced es de diez mil (10.000) ducados.
Atentamente se despide esperando su respuesta, Jacques Joycet
Gremio de Mercaderes de Valencia
A esta carta, como no podía ser de otra manera dio inmediata respuesta, dictando la respuesta en la que aceptaba hacerse cargo de su parte del costo, y al mismo tiempo remitió una segunda carta al encargado de sus finanzas para que se hiciese cargo de ella.
La segunda carta que recibió procedía del Batle de Bocairent. Este cargo de confianza del Monarca era elegido por desinsaculación, es decir, sacando una bola las más de las veces de cera roja o verde de una bolsa que contenía los nombres de los candidatos. En la misiva el baile que venía a ser una suerte de alcalde moderno (alcaide era el cargo que tenía el señor del castillo que en muchas ocasiones también era el baile), aceptaba arrendar las llamadas cuevas de los moros a Pedro por cincuenta años en los que Pedro se comprometía a pagar un alquiler de veinte mil reales al año por aquellas cuevas.
De inmediato Pedro dicto una carta de respuesta al baile local dando las gracias por su merced, para a continuación redactar otras dos misivas. La primera a su administrador para que se encargase del pago, y la segunda a un jefe de obras para que iniciase la construcción en los términos que había dejado dichos.
Varios días después arribo al puerto la Zabra Meteoro que traía abastecimientos y pólvora para reponer las gastadas los últimos meses. Junto a ellas trajo el correo y un artilugio que los herreros y armeros valencianos habían creado siguiendo sus instrucciones, prototipos de llaves de chispa para los cañones. Si funcionaban como Pedro esperaba podrían prescindir de los peligrosos botafuegos, disminuyendo así los peligros de accidente e incendio a bordo de los buques de la compañía. De todas formas estos ejemplares solo eran el primer prototipo y no esperaba que funcionasen al cien por cien, pero servirían para ir aprendiendo de sus errores y mejorarlos en vistas a la próxima campaña.
Para su sorpresa recibió una carta de Diego, quien seguía combatiendo en Flandes. Como no quería leerla delante de los escribientes que había contratado en aquella zona prefiriendo tratarla como un asunto personal, se la guardo para leerla tranquilamente más adelante y se dedicó al correo oficial. La primera carta era precisamente del gremio de Mercaderes de Valencia al que ahora pertenecía, y en ella se daba cuenta de alguna de las medidas adoptadas que él mismo había dejado caer veladamente en sus reuniones durante el tiempo que permaneció en la ciudad de Valencia.
Estimado Señor
Le escribo estas líneas para comunicarle que el gremio de mercaderes ha acordado tener en cuenta su propuesta del pasado enero y sufragar una flotilla corsaria de seis jabeques para la defensa del reino y de las importantes rutas comerciales que estamos abriendo con Italia y el Sur de Francia. El desencadenante de la decisión fue el intento de captura de una saetía cargada con espejos pro valor de doscientos mil ducados cerca de Mallorca por corsarios berberiscos. Aunque por fortuna nuestro capitán logro huir y refugiarse en la ciudadela, esto asusto a nuestros socios lo suficiente como para poner en marcha esta medida.
Asimismo le informo que hemos decidido solicitar al Virrey que construya una escuadra para la defensa del reino. Por desgracia hemos encontrado la resistencia de la nobleza que no quiere sufragar una escuadra que suponen puede ser reclamada lejos de nuestras aguas por el Rey, así que hemos solicitado que dicha escuadra sea incluida en la Milicia Efectiva con similares términos, aunque desconocemos si tendremos éxito en ello.
Por ultimo le informo que la elección de los jabeques para esa armada que estamos reclutando se debe a las conversaciones con vuesa merced, que siempre defendió que estos eran los bajeles más aptos para el corso en las aguas del Mediterráneo, y siendo vuesa merced un marino tan avezado decidimos confiar en su palabra. Al menos al no depender de condenados a galeras para su maniobra podremos evitar problemas para reclutar los remeros necesarios para estas.
El costo de estas medidas se repartirá entre los miembros del gremio de forma proporcional, lo mismo que los beneficios de haberlos. Por ello informo que la parte que corresponde a vuesa merced es de diez mil (10.000) ducados.
Atentamente se despide esperando su respuesta, Jacques Joycet
Gremio de Mercaderes de Valencia
A esta carta, como no podía ser de otra manera dio inmediata respuesta, dictando la respuesta en la que aceptaba hacerse cargo de su parte del costo, y al mismo tiempo remitió una segunda carta al encargado de sus finanzas para que se hiciese cargo de ella.
La segunda carta que recibió procedía del Batle de Bocairent. Este cargo de confianza del Monarca era elegido por desinsaculación, es decir, sacando una bola las más de las veces de cera roja o verde de una bolsa que contenía los nombres de los candidatos. En la misiva el baile que venía a ser una suerte de alcalde moderno (alcaide era el cargo que tenía el señor del castillo que en muchas ocasiones también era el baile), aceptaba arrendar las llamadas cuevas de los moros a Pedro por cincuenta años en los que Pedro se comprometía a pagar un alquiler de veinte mil reales al año por aquellas cuevas.
De inmediato Pedro dicto una carta de respuesta al baile local dando las gracias por su merced, para a continuación redactar otras dos misivas. La primera a su administrador para que se encargase del pago, y la segunda a un jefe de obras para que iniciase la construcción en los términos que había dejado dichos.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
- tercioidiaquez
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Un soldado de cuatro siglos
16 de Septiembre del año de Nuestro Señor de 1625, en el reinado de su Católica Majestad Felipe IV.
Espero que al recibo de la presente os encontréis bien de salud. Aquí, en tierra alejada de Dios y del sol, he logrado hacerme con cierta fortuna, mas de nombre que de ducados, pero todo es empezar.
El motivo de la presente es para encargaros cierto material que podrá ser utilizado por las tropas de su Excelencia Capitán General del Ejército de Flandes D. Ambrosio de Spinola.
En su sabiduría me ha encomendado la creación, sostenimiento y dirección de una fuerza llamada "la escuadra perdida", lo que da referencia que vamos a ser usados en aquellas situaciones que se consideren desesperadas.
Su Excelencia celoso de guardar el protocolo debido no me ha nombrado Capitán, pues llevo pocos años bajo las Banderas, pero a todos los efectos, excepto de sueldo, se me considera, aunque porto la alabarda de Sargento.
Para esas tareas desesperadas os pido el siguiente material, que será pagado por Su Excelencia, que a saber cuando se lo abonará el Valido de nuestro monarca.
- 50 mosquetes (como el que tuvisteis a bien enviarme). Deberéis añadirle un bípode, que se pueda plegar para el movimiento.
- Suficiente munición en forma de cartuchos de tela o papel encerado para 3 días de operaciones, a razón de 20 al día.
- Aros y ochos y para poder realizar rapel. Que si bien no hay muchas montañas por estas tierras, si hay altas murallas.
- 50 Bayonetas para encastrar en los mosquetes, pero permitiendo el fuego con ella puesta.
Sí se os ocurre algún material que pudiera ser de utilidad, no dudeis en aportarlo.
Que la fortuna os sonría y nos permita continuar con nuestras aventuras.
Pd. ¡Cómo echo de menos una cerveza!
Espero que al recibo de la presente os encontréis bien de salud. Aquí, en tierra alejada de Dios y del sol, he logrado hacerme con cierta fortuna, mas de nombre que de ducados, pero todo es empezar.
El motivo de la presente es para encargaros cierto material que podrá ser utilizado por las tropas de su Excelencia Capitán General del Ejército de Flandes D. Ambrosio de Spinola.
En su sabiduría me ha encomendado la creación, sostenimiento y dirección de una fuerza llamada "la escuadra perdida", lo que da referencia que vamos a ser usados en aquellas situaciones que se consideren desesperadas.
Su Excelencia celoso de guardar el protocolo debido no me ha nombrado Capitán, pues llevo pocos años bajo las Banderas, pero a todos los efectos, excepto de sueldo, se me considera, aunque porto la alabarda de Sargento.
Para esas tareas desesperadas os pido el siguiente material, que será pagado por Su Excelencia, que a saber cuando se lo abonará el Valido de nuestro monarca.
- 50 mosquetes (como el que tuvisteis a bien enviarme). Deberéis añadirle un bípode, que se pueda plegar para el movimiento.
- Suficiente munición en forma de cartuchos de tela o papel encerado para 3 días de operaciones, a razón de 20 al día.
- Aros y ochos y para poder realizar rapel. Que si bien no hay muchas montañas por estas tierras, si hay altas murallas.
- 50 Bayonetas para encastrar en los mosquetes, pero permitiendo el fuego con ella puesta.
Sí se os ocurre algún material que pudiera ser de utilidad, no dudeis en aportarlo.
Que la fortuna os sonría y nos permita continuar con nuestras aventuras.
Pd. ¡Cómo echo de menos una cerveza!
“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
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Un soldado de cuatro siglos
La tercera carta procedía del Gremio de Herreros de Valencia. En ella daba cuenta de que habían terminado de fabricar para él las diferentes piezas que había solicitado antes de su marcha, y que según su contrato habían entregado en su laboratorio sito en la morería de Valencia. Inmediatamente redacto una carta de agradecimiento con la promesa de nuevas colaboraciones en un futuro.
Poco imaginaban aquellos herreros que las piezas que habían fabricado a mano habían de servirle para construir medio centenar de máquinas de coser con las que crear la primera fábrica de España. Cuando las tuviese compraría paño de Flandes que se encargaría de transformar en prendas como pantalones, camisas y chaquetas que luego vendería para conseguir un buen beneficio. Era por lo tanto hora de empezar a buscar un emplazamiento para esa factoría…tal vez en algún lugar al norte de Castellón, de forma que también pudiese tener acceso al paño catalán.
Eso dejaba para la zona de Alicante la creación de una fábrica de calzado. Esta labor se la dejaría al zapatero que confeccionaba sus propias botas y zapatos siguiendo sus especificaciones de horma diferenciada, y es que tras el salto temporal había descubierto que el calzado de la época era de horma única, es decir, no diferenciaba entre pie izquierdo y derecho por lo que a él le resultaba terriblemente incómodo. A causa de esto tuvo que buscar un buen artesano y aleccionarse para que confeccionase un calzado a medida, una moda que ahora estaba extendiéndose entre la nobleza y la burguesía valenciana que encontraba gusto en la mayor comodidad que esta proporcionaba.
El problema era tal vez que la mayor parte de Alicante habían sido señoríos nobiliarios, y eso dificultaba el establecer factorías en aquella zona pues siempre resultaba más sencillo hacerlo en las tierras de la corona como Valencia, Viver, o Castellón, que habían sido las escogidas hasta ese momento. Cierto era que la de ropa quería instalarla en el maestrazgo, pero para ese momento era el Rey en quien recaía la máxima autoridad de las ordenes españolas, lo que venía a ser lo mismo.
En fin, era hora de terminar su trabajo para leer la carta de su viejo compañero de armas.
Poco imaginaban aquellos herreros que las piezas que habían fabricado a mano habían de servirle para construir medio centenar de máquinas de coser con las que crear la primera fábrica de España. Cuando las tuviese compraría paño de Flandes que se encargaría de transformar en prendas como pantalones, camisas y chaquetas que luego vendería para conseguir un buen beneficio. Era por lo tanto hora de empezar a buscar un emplazamiento para esa factoría…tal vez en algún lugar al norte de Castellón, de forma que también pudiese tener acceso al paño catalán.
Eso dejaba para la zona de Alicante la creación de una fábrica de calzado. Esta labor se la dejaría al zapatero que confeccionaba sus propias botas y zapatos siguiendo sus especificaciones de horma diferenciada, y es que tras el salto temporal había descubierto que el calzado de la época era de horma única, es decir, no diferenciaba entre pie izquierdo y derecho por lo que a él le resultaba terriblemente incómodo. A causa de esto tuvo que buscar un buen artesano y aleccionarse para que confeccionase un calzado a medida, una moda que ahora estaba extendiéndose entre la nobleza y la burguesía valenciana que encontraba gusto en la mayor comodidad que esta proporcionaba.
El problema era tal vez que la mayor parte de Alicante habían sido señoríos nobiliarios, y eso dificultaba el establecer factorías en aquella zona pues siempre resultaba más sencillo hacerlo en las tierras de la corona como Valencia, Viver, o Castellón, que habían sido las escogidas hasta ese momento. Cierto era que la de ropa quería instalarla en el maestrazgo, pero para ese momento era el Rey en quien recaía la máxima autoridad de las ordenes españolas, lo que venía a ser lo mismo.
En fin, era hora de terminar su trabajo para leer la carta de su viejo compañero de armas.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
Tras leer la carta de su amigo se puso a trabajar de inmediato. En primer lugar escribió una orden de compra destinada al gremio de armeros de Valencia para que fabricasen los fusiles de ánima rayada. Al día siguiente enviaría esa carta por medio de un correo a caballo con el fin de que fuesen adelantando el trabajo, pues suponía que él no podría partir en un par de semanas como mínimo. Ese fusil y la munición eran los elementos más sencillos de lograr...
El problema era el lograr ese bípode del que le hablaba en la misiva. Si debía plegarse debía disponer de algún tipo de muelle, algo siempre difícil en esta época. Tal vez podría buscar una forma de crear uno desmontable en su lugar, aunque eso suponía otro tipo de problemas pues habría que encontrar una forma de que se enganchase eficazmente al cañón y eso sería difícil tratándose de cañones artesanales que presentaban algunas diferencias de uno a otro. Debería pensar en ello, de momento en lugar de en un bípode pensó en modificar la guarda del machete de campo que habían creado de forma que, clavado en el suelo, ofreciese un apoyo de calidad al cañón. Tal vez con ello pudiesen salir del paso hasta que desarrollase un bípode.
Los mosquetones y ochos para escalada eran más sencillos, de hecho él ya había diseñado mosquetones para asegurar a los marineros a la arboladura durante las maniobras, y el ocho era un simple ocho de acero. El problema estaría en la cuerda. Sin las cuerdas de nailon que conocían de su anterior vida, dependerían por entero de las cuerdas de esparto o cáñamo, como quisiesen llamarlo, y eso podía suponer problemas pues estas eran mucho más gruesas y menos resistentes que las sintéticas. En fin, eso sería problema de Diego, y suponía que él ya habría pensado en algo.
Y con ello llegaba al verdadero reto. Ese; “Si se os ocurre algún material que pudiera ser de utilidad”, daba pie a demasiadas posibilidades. ¿Cómo equipar a un soldado del siglo XVII? ...
Al día siguiente se levantó al amanecer, y tras realizar sus ejercicios de cada día se sentó al sol de la mañana con un papel en blanco frente a él, donde escribió.
Equipo; armas, abrigo, alimentación, y útiles
Bien, el grupo de las armas estaba cubierto con el fusil y el machete de campo o combate. Tal vez podía añadir alguna pistola, pero de momento poco podía mejorar a lo que ya había en servicio, así que suponía que Diego podría comprar una en caso necesario.
Abrigo, ese es siempre uno de los asuntos esenciales de la supervivencia. Abrigo y fuego…
Las principales telas de la época eran la lana, el lino y parcialmente el algodón y otras telas, o las pieles como las que traía de Siberia pero que eran terriblemente caras, además no le quedaba ninguna hasta que llegase el siguiente cargamento así que poco podía hacer…o tal vez no. Había una opción en la que no había pensado hasta ahora, los edredones de plumas, o en su defecto los sacos de dormir y las cazadoras o bomber. Su fabricación sería realmente simple, tan solo necesitaba plumas y sobre todo plumón de ocas, gansos y patos por ser aves acuáticas, limpiarlas bien empleando algún disolvente suave que arrastrase la grasa o sebo natural del ave, y embutir las plumas en bolsillos cosidos por la ropa que servirían para que las plumas no se apelotonasen en la zona inferior por efecto de la gravedad.
En cuanto al saco de dormir, uno de aquellos viejos modelos de “gusiluz” que se empleaban en el ejército tiempo atrás serviría, por supuesto también habría que compartimentar los bolsillos de plumas por el mismo motivo, pero podía hacerse. Incluso incluiría un par de sacos sabana en cada saco para que no tuviesen que manchar el interior, tal vez los hombres de Diego no lo comprendiesen, pero estaba seguro que Diego apreciaría la limpieza adicional. También añadiría esterillas de paja para tenderse sobre ellas que aislasen a los hombres del frío y habitualmente húmedo suelo, tal vez con un lado acolchado para mayor comodidad.
También le hubiese gustado incluir un capote impermeable pues sabía y había sufrido en sus propias carnes que en esa época se usaban capotes encerados para protegerse de la lluvia. Un método muy ineficiente, todo hay que decirlo. Sin embargo debería esperar meses o años para ello. De momento había pedido que le enviasen varias toneladas de caucho o como lo llamaban aquí castilla elástica o hule (tuvo que preguntar mucho para averiguarlo). Cuando lo tuviese tendría que investigar la forma de vulcanizarlo eficazmente, al menos sabía que sería necesario calor y azufre para ello lo que ahorraría mucho tiempo.
El fuego era un tema distinto. Habría que diseñar un encendedor para que los hombres no tuviesen que depender siempre de la yesca y el pedernal. De hecho en sus tiempos había hecho encendedores con dos vainas de diferentes calibres (generalmente de 5.56 y 7.62mm), mecha y una piedra de forma simple y rápida. Sí, sin duda sería factible, una caja de metal con algodón, una mecha, y una piedra para encender la mecha humedecida en alcohol, y por supuesto una tapa para dejarla sin oxígeno y que se apagase…
Alimentación…en ese aspecto no podía hacer nada de momento pues hubiese precisado de un cargo de importancia para hacer algo. Tal vez podría enviar utensilios como una taza y un cacillo o marmita de latón pues estos eran siempre de utilidad, pero de momento poco más podía hacer. Por supuesto le hubiese gustado añadir una cantimplora de latón, pero para ello precisaría un torno para cerrar la botella y darle forma al cuello. Había visto un par de veces como lo hacían, empujando una palanca sobre una plancha de metal para darle forma, pero como no tenía torno de momento era como pedir peras al olmo… Diego tendría que ir tirando con odres, calabazas, o similares.
Y útiles varios… Por supuesto podía empezar por una herramienta de zapa como una zapapala o un zapapico, de pequeño tamaño y mango de madera por supuesto. Nada de pensar en herramientas convertibles modernas, no solo porque habría que probar el sistema de plegado sino también porque a falta de aluminio el hacer aquellas herramientas en acero las convertiría en verdaderos pesos muertos. Una buena pala o pico de buen acero y pequeño tamaño con un mango corto de madera serían más que suficiente.
Mochila y saco petate. Eso era lo último que se le ocurría. El saco petate hecho de lona de vela era realmente sencillo de hacer y permitiría a Diego conservar todo su equipaje en un único bulto. La mochila para el campo sería también simple. Un saco de recia tela (la lona de velamen serviría) con tapa, y dos cintas de cuero para cargarlas a la espalda. Incluso podía buscar la forma de acolchar la espalda y las correas para que no estrangulasen la circulación de los brazos.
Esa misma mañana estaba escribiendo las diferentes órdenes para crear todos los aperos necesarios. Tal vez algún día pudiese investigar el tema de crear antibalas de algún tipo o enviar calzado con horma diferenciada como el que de momento le estaban haciendo en Valencia a medida (sería necesario crear un sistema de numeración de calzado para hacerlo al por mayor), pero eso quedaba para el futuro. De momento y si se daba prisa y no había contratiempos tal vez Diego pudiese contar con estos equipos antes de la próxima primavera…
El problema era el lograr ese bípode del que le hablaba en la misiva. Si debía plegarse debía disponer de algún tipo de muelle, algo siempre difícil en esta época. Tal vez podría buscar una forma de crear uno desmontable en su lugar, aunque eso suponía otro tipo de problemas pues habría que encontrar una forma de que se enganchase eficazmente al cañón y eso sería difícil tratándose de cañones artesanales que presentaban algunas diferencias de uno a otro. Debería pensar en ello, de momento en lugar de en un bípode pensó en modificar la guarda del machete de campo que habían creado de forma que, clavado en el suelo, ofreciese un apoyo de calidad al cañón. Tal vez con ello pudiesen salir del paso hasta que desarrollase un bípode.
Los mosquetones y ochos para escalada eran más sencillos, de hecho él ya había diseñado mosquetones para asegurar a los marineros a la arboladura durante las maniobras, y el ocho era un simple ocho de acero. El problema estaría en la cuerda. Sin las cuerdas de nailon que conocían de su anterior vida, dependerían por entero de las cuerdas de esparto o cáñamo, como quisiesen llamarlo, y eso podía suponer problemas pues estas eran mucho más gruesas y menos resistentes que las sintéticas. En fin, eso sería problema de Diego, y suponía que él ya habría pensado en algo.
Y con ello llegaba al verdadero reto. Ese; “Si se os ocurre algún material que pudiera ser de utilidad”, daba pie a demasiadas posibilidades. ¿Cómo equipar a un soldado del siglo XVII? ...
Al día siguiente se levantó al amanecer, y tras realizar sus ejercicios de cada día se sentó al sol de la mañana con un papel en blanco frente a él, donde escribió.
Equipo; armas, abrigo, alimentación, y útiles
Bien, el grupo de las armas estaba cubierto con el fusil y el machete de campo o combate. Tal vez podía añadir alguna pistola, pero de momento poco podía mejorar a lo que ya había en servicio, así que suponía que Diego podría comprar una en caso necesario.
Abrigo, ese es siempre uno de los asuntos esenciales de la supervivencia. Abrigo y fuego…
Las principales telas de la época eran la lana, el lino y parcialmente el algodón y otras telas, o las pieles como las que traía de Siberia pero que eran terriblemente caras, además no le quedaba ninguna hasta que llegase el siguiente cargamento así que poco podía hacer…o tal vez no. Había una opción en la que no había pensado hasta ahora, los edredones de plumas, o en su defecto los sacos de dormir y las cazadoras o bomber. Su fabricación sería realmente simple, tan solo necesitaba plumas y sobre todo plumón de ocas, gansos y patos por ser aves acuáticas, limpiarlas bien empleando algún disolvente suave que arrastrase la grasa o sebo natural del ave, y embutir las plumas en bolsillos cosidos por la ropa que servirían para que las plumas no se apelotonasen en la zona inferior por efecto de la gravedad.
En cuanto al saco de dormir, uno de aquellos viejos modelos de “gusiluz” que se empleaban en el ejército tiempo atrás serviría, por supuesto también habría que compartimentar los bolsillos de plumas por el mismo motivo, pero podía hacerse. Incluso incluiría un par de sacos sabana en cada saco para que no tuviesen que manchar el interior, tal vez los hombres de Diego no lo comprendiesen, pero estaba seguro que Diego apreciaría la limpieza adicional. También añadiría esterillas de paja para tenderse sobre ellas que aislasen a los hombres del frío y habitualmente húmedo suelo, tal vez con un lado acolchado para mayor comodidad.
También le hubiese gustado incluir un capote impermeable pues sabía y había sufrido en sus propias carnes que en esa época se usaban capotes encerados para protegerse de la lluvia. Un método muy ineficiente, todo hay que decirlo. Sin embargo debería esperar meses o años para ello. De momento había pedido que le enviasen varias toneladas de caucho o como lo llamaban aquí castilla elástica o hule (tuvo que preguntar mucho para averiguarlo). Cuando lo tuviese tendría que investigar la forma de vulcanizarlo eficazmente, al menos sabía que sería necesario calor y azufre para ello lo que ahorraría mucho tiempo.
El fuego era un tema distinto. Habría que diseñar un encendedor para que los hombres no tuviesen que depender siempre de la yesca y el pedernal. De hecho en sus tiempos había hecho encendedores con dos vainas de diferentes calibres (generalmente de 5.56 y 7.62mm), mecha y una piedra de forma simple y rápida. Sí, sin duda sería factible, una caja de metal con algodón, una mecha, y una piedra para encender la mecha humedecida en alcohol, y por supuesto una tapa para dejarla sin oxígeno y que se apagase…
Alimentación…en ese aspecto no podía hacer nada de momento pues hubiese precisado de un cargo de importancia para hacer algo. Tal vez podría enviar utensilios como una taza y un cacillo o marmita de latón pues estos eran siempre de utilidad, pero de momento poco más podía hacer. Por supuesto le hubiese gustado añadir una cantimplora de latón, pero para ello precisaría un torno para cerrar la botella y darle forma al cuello. Había visto un par de veces como lo hacían, empujando una palanca sobre una plancha de metal para darle forma, pero como no tenía torno de momento era como pedir peras al olmo… Diego tendría que ir tirando con odres, calabazas, o similares.
Y útiles varios… Por supuesto podía empezar por una herramienta de zapa como una zapapala o un zapapico, de pequeño tamaño y mango de madera por supuesto. Nada de pensar en herramientas convertibles modernas, no solo porque habría que probar el sistema de plegado sino también porque a falta de aluminio el hacer aquellas herramientas en acero las convertiría en verdaderos pesos muertos. Una buena pala o pico de buen acero y pequeño tamaño con un mango corto de madera serían más que suficiente.
Mochila y saco petate. Eso era lo último que se le ocurría. El saco petate hecho de lona de vela era realmente sencillo de hacer y permitiría a Diego conservar todo su equipaje en un único bulto. La mochila para el campo sería también simple. Un saco de recia tela (la lona de velamen serviría) con tapa, y dos cintas de cuero para cargarlas a la espalda. Incluso podía buscar la forma de acolchar la espalda y las correas para que no estrangulasen la circulación de los brazos.
Esa misma mañana estaba escribiendo las diferentes órdenes para crear todos los aperos necesarios. Tal vez algún día pudiese investigar el tema de crear antibalas de algún tipo o enviar calzado con horma diferenciada como el que de momento le estaban haciendo en Valencia a medida (sería necesario crear un sistema de numeración de calzado para hacerlo al por mayor), pero eso quedaba para el futuro. De momento y si se daba prisa y no había contratiempos tal vez Diego pudiese contar con estos equipos antes de la próxima primavera…
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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