Un soldado de cuatro siglos
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Un soldado de cuatro siglos
Monzón, febrero de 1626
El aliento de Centella, la yegua hispano árabe de capa torda que montaba Pedro aquella mañana se condensaba en vahadas mientras ascendía al trote el camino hasta el castillo. Al llegar a la puerta desmonto y se presentó a los guardias que habían salido a recibirle, dejando al animal a su cuidado para ser conducido al interior del castillo. Presentado a un criado, este lo condujo con rapidez a uno de los aposentos del castillo.
Minutos más tarde llegaba el propio valido del Rey Felipe IV, Don Gaspar de Guzmán y Pimentel Ribera y Velasco de Tovar, más conocido en la historia española como el conde-duque de Olivares. El conde, corpulento y vestido de negro contrastaba con el propio Pedro, vestido con sencillez con ropas de campo marrones y ocres. Olivares parecía ser un hombre más bien parco en palabras, y tras los saludos de rigor no tardo en ir al grano.
—Su Majestad el Rey tiene mucho interés en conocer a vuesa merced, —Dijo Olivares. —Acudiréis mañana a la sesión de las Cortes en la catedral y así podréis ser presentado a su Majestad cuando este haga su entrada.
—Se hará como desee el señor Rey. —Respondió Pedro utilizando una fórmula tradicional valenciana en lugar del tratamiento castellano. Quería marcar distancias y dejar las cosas claras, pues imaginaba que podían surgir problemas de algún tipo. A olivares esto no le pasó desapercibido, pero lo dejo pasar como una rareza más de los valencianos.
—Su Majestad quedo impresionado por vuestro desempeño en la batalla de Cádiz, especialmente en la rapidez de acción y el acierto que mostrasteis al enviar aviso, y sobre todo por el valor que acreditasteis al enfrentaros a tamaña flota con vuestros dos navíos, así como por vuestra victoria acreditada por las presas que hicisteis al inglés. Por ello insiste en nombraros almirante, pero vuestro nombramiento dependerá de la decisión de la Junta de la Armada. —Explico Olivares a lo que Pedro respondió con un lacónico sí. —He de decir que también vuestro padre será recompensado por su actuación en la encamisada del día seis.
—Muchas gracias en mi nombre y en el de mi padre, Excelencia. —Respondió Pedro.
—No habéis de dármelas a mí sino a su Majestad. —Respondió Olivares mirándolo fijamente. —Por desgracia el resto de asuntos que debemos tratar no son igual de placenteros.
“Ahí está” pensó Pedro con un suspiro, a ver con qué salía el tontolaba este... —Su excelencia dira…
—La junta real ha denegado el permiso que vuesa merced solicitó para crear una factoría en Sevilla pues no considera que ese sistema de artillería sea posible. Le ha gustado en cambio el sistema de la cureña y el tornillo de elevación que ya ha sido probado en cañones hechos en hierro con gran resultado. Por ello se le otorgara a vuesa merced un privilegio de invención de cinco mil ducados.
—Entiendo, muchas gracias. —Dijo con un suspiro. Al menos había sacado algo y siempre podía establecer la factoría en otros lugares.
—He dejado lo más importante para el final. —Dijo entonces Olivares. —Su compañía Mercantil debe actuar desde Sevilla a través de la Casa de Contratación.
—Excelencia, yo soy valenciano y no comercio con las Indias, por lo que quedo doblemente fuera del ámbito de actuación de la Casa de Contratación. —Se defendió Pedro. —De hecho aquello ni tan siquiera son colonias, tan solo unos pocos puestos de caza en medio del territorio más hostil que su excelencia pueda imaginar.
—Lo lamento, Don Pedro, pero esto es una decisión firme. —Respondió el valido. —A partir de este momento esa la Siberia tendrá estará dentro del territorio de las Indias orientales, así que este año vuestro galeón deberá recalar en Cádiz, a cambio se os concede el permiso para establecer verdaderas colonias en aquel lugar.
—Como su excelencia ordene…pero excelencia. Me es imposible comunicarme con mis bajeles en hasta su regreso, y maestres que desconocen está decisión tendrán como puerto de destino Valencia. Por ello el bajel que ahora parte de Siberia, más el que está viajando en estos momentos hacia allí para regresar el año próximo no sabrán de esa orden hasta que hayan llegado a puerto. Por lo tanto solicito a su excelencia que una exención de dos años. —Estaba claro que la decisión ya era firme y tan solo quedaba luchar por las migajas. Maldito Olivares y maldita Casa de Contratación, qué rápido se habían movido...
—Ciertamente es un problema…—dijo Olivares pensativo. — concedido, Don Pedro, la orden entrara en vigor el año de 1628, puede vuesa merced retirarse.
Mientras Pedro se retiraba se empezó a plantear sus opciones. El ataque contra su compañía era de esperar, pero al menos había logrado un paréntesis de dos años que le permitiría actuar y tratar de poner remedio. Estaba claro que la Casa de Contratación había maniobrado con rapidez para reclamar un comercio que podía hacerles la competencia y desplazarles. La sorpresa había sido que desechasen su idea de establecer una factoría de cañones en Sevilla… en fin, la pondría en Valencia donde tendría menos problemas con el consell. Habría que traer el cobre desde Andalucía, pero para eso estaba el mar, y al menos tendría el carbón de Teruel más cerca.
Mientras cabalgaba de vuelta a su alojamiento empezó a plantearse seriamente la necesidad de eliminar a Olivares…
El aliento de Centella, la yegua hispano árabe de capa torda que montaba Pedro aquella mañana se condensaba en vahadas mientras ascendía al trote el camino hasta el castillo. Al llegar a la puerta desmonto y se presentó a los guardias que habían salido a recibirle, dejando al animal a su cuidado para ser conducido al interior del castillo. Presentado a un criado, este lo condujo con rapidez a uno de los aposentos del castillo.
Minutos más tarde llegaba el propio valido del Rey Felipe IV, Don Gaspar de Guzmán y Pimentel Ribera y Velasco de Tovar, más conocido en la historia española como el conde-duque de Olivares. El conde, corpulento y vestido de negro contrastaba con el propio Pedro, vestido con sencillez con ropas de campo marrones y ocres. Olivares parecía ser un hombre más bien parco en palabras, y tras los saludos de rigor no tardo en ir al grano.
—Su Majestad el Rey tiene mucho interés en conocer a vuesa merced, —Dijo Olivares. —Acudiréis mañana a la sesión de las Cortes en la catedral y así podréis ser presentado a su Majestad cuando este haga su entrada.
—Se hará como desee el señor Rey. —Respondió Pedro utilizando una fórmula tradicional valenciana en lugar del tratamiento castellano. Quería marcar distancias y dejar las cosas claras, pues imaginaba que podían surgir problemas de algún tipo. A olivares esto no le pasó desapercibido, pero lo dejo pasar como una rareza más de los valencianos.
—Su Majestad quedo impresionado por vuestro desempeño en la batalla de Cádiz, especialmente en la rapidez de acción y el acierto que mostrasteis al enviar aviso, y sobre todo por el valor que acreditasteis al enfrentaros a tamaña flota con vuestros dos navíos, así como por vuestra victoria acreditada por las presas que hicisteis al inglés. Por ello insiste en nombraros almirante, pero vuestro nombramiento dependerá de la decisión de la Junta de la Armada. —Explico Olivares a lo que Pedro respondió con un lacónico sí. —He de decir que también vuestro padre será recompensado por su actuación en la encamisada del día seis.
—Muchas gracias en mi nombre y en el de mi padre, Excelencia. —Respondió Pedro.
—No habéis de dármelas a mí sino a su Majestad. —Respondió Olivares mirándolo fijamente. —Por desgracia el resto de asuntos que debemos tratar no son igual de placenteros.
“Ahí está” pensó Pedro con un suspiro, a ver con qué salía el tontolaba este... —Su excelencia dira…
—La junta real ha denegado el permiso que vuesa merced solicitó para crear una factoría en Sevilla pues no considera que ese sistema de artillería sea posible. Le ha gustado en cambio el sistema de la cureña y el tornillo de elevación que ya ha sido probado en cañones hechos en hierro con gran resultado. Por ello se le otorgara a vuesa merced un privilegio de invención de cinco mil ducados.
—Entiendo, muchas gracias. —Dijo con un suspiro. Al menos había sacado algo y siempre podía establecer la factoría en otros lugares.
—He dejado lo más importante para el final. —Dijo entonces Olivares. —Su compañía Mercantil debe actuar desde Sevilla a través de la Casa de Contratación.
—Excelencia, yo soy valenciano y no comercio con las Indias, por lo que quedo doblemente fuera del ámbito de actuación de la Casa de Contratación. —Se defendió Pedro. —De hecho aquello ni tan siquiera son colonias, tan solo unos pocos puestos de caza en medio del territorio más hostil que su excelencia pueda imaginar.
—Lo lamento, Don Pedro, pero esto es una decisión firme. —Respondió el valido. —A partir de este momento esa la Siberia tendrá estará dentro del territorio de las Indias orientales, así que este año vuestro galeón deberá recalar en Cádiz, a cambio se os concede el permiso para establecer verdaderas colonias en aquel lugar.
—Como su excelencia ordene…pero excelencia. Me es imposible comunicarme con mis bajeles en hasta su regreso, y maestres que desconocen está decisión tendrán como puerto de destino Valencia. Por ello el bajel que ahora parte de Siberia, más el que está viajando en estos momentos hacia allí para regresar el año próximo no sabrán de esa orden hasta que hayan llegado a puerto. Por lo tanto solicito a su excelencia que una exención de dos años. —Estaba claro que la decisión ya era firme y tan solo quedaba luchar por las migajas. Maldito Olivares y maldita Casa de Contratación, qué rápido se habían movido...
—Ciertamente es un problema…—dijo Olivares pensativo. — concedido, Don Pedro, la orden entrara en vigor el año de 1628, puede vuesa merced retirarse.
Mientras Pedro se retiraba se empezó a plantear sus opciones. El ataque contra su compañía era de esperar, pero al menos había logrado un paréntesis de dos años que le permitiría actuar y tratar de poner remedio. Estaba claro que la Casa de Contratación había maniobrado con rapidez para reclamar un comercio que podía hacerles la competencia y desplazarles. La sorpresa había sido que desechasen su idea de establecer una factoría de cañones en Sevilla… en fin, la pondría en Valencia donde tendría menos problemas con el consell. Habría que traer el cobre desde Andalucía, pero para eso estaba el mar, y al menos tendría el carbón de Teruel más cerca.
Mientras cabalgaba de vuelta a su alojamiento empezó a plantearse seriamente la necesidad de eliminar a Olivares…
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
Al día siguiente...
Pedro acudió a la Catedral en la que tenía lugar las cortes del Reino de Valencia en compañía de su padre. Influido por el libro de “El oro del Rey”, esperaba poco más que ver pasar al Rey y con suerte unas palabras, sin embargo el joven monarca quiso hacer un aparte con él para hablar con más tranquilidad. Por lo que mientras Olivares esperaba tras el rey, impaciente por entrar en cortes para bregar con los brazos valencianos, poco dispuestos a levantar ese ejército de seis mil hombres que pedía, el Rey, Pedro y
—Estas interminables sesiones de las Cortes me agotan sobremanera, caballeros. —Comentó el Rey de pasada. —Y sin embargo no son capaces de llegar a ningún acuerdo, todo agravios contra mi persona que alargan las cortes sin llegar a ningún punto…pero no pensemos en ello. Don Pedro, tiene vuesa merced que contarme con detenimiento la batalla de Cádiz.
—Por supuesto, señor Rey. —Dijo Pedro pasando a contarle con pelos y señales la batalla, e incluso dibujando en un papel algunas de las maniobras que les llevaron a la victoria, a lo que el rey contesto con unas carcajadas de alegría.
—Sí, sí, así me gusta, esa es la actitud que nos debe llevar a la victoria, si tan solo estos hombres pudieran comprenderlo y apoyar la Unión, en lugar de perder el tiempo con agravios y con una armada que quieren organizar…
—Sera difícil convencer a estos caballeros que renuncien a sus fueros, Majestad. —Dijo Pedro. —Si las sesiones agotan a su Majestad, debería buscar un entretenimiento para esparcir la mente, por ejemplo el teatro.
Esto llamo la atención del joven monarca de veintiun años que dijo. —¿Teatro?
—Sí, Majestad, teatro, precisamente estos días ha llegado una compañía de teatro que ofrece sus funciones todos los días. Incluso he oído que tiene grandes actrices. —Dijo llamando la atención del Rey. —Monzón no tendrá la vida social de Madrid, Sevilla o Valencia, pero la presencia de vuestra Majestad en la villa la ha revitalizado. —Poco imaginaba el Rey que esta compañía de teatro estaba en la ciudad por deseo exclusivo suyo, y que él mismo se había preocupado de conseguir una buena compañía de teatro con las mujeres más hermosas de las que actuaban por Valencia, para traerla a entretener a los miembros de las Cortes…
Pedro acudió a la Catedral en la que tenía lugar las cortes del Reino de Valencia en compañía de su padre. Influido por el libro de “El oro del Rey”, esperaba poco más que ver pasar al Rey y con suerte unas palabras, sin embargo el joven monarca quiso hacer un aparte con él para hablar con más tranquilidad. Por lo que mientras Olivares esperaba tras el rey, impaciente por entrar en cortes para bregar con los brazos valencianos, poco dispuestos a levantar ese ejército de seis mil hombres que pedía, el Rey, Pedro y
—Estas interminables sesiones de las Cortes me agotan sobremanera, caballeros. —Comentó el Rey de pasada. —Y sin embargo no son capaces de llegar a ningún acuerdo, todo agravios contra mi persona que alargan las cortes sin llegar a ningún punto…pero no pensemos en ello. Don Pedro, tiene vuesa merced que contarme con detenimiento la batalla de Cádiz.
—Por supuesto, señor Rey. —Dijo Pedro pasando a contarle con pelos y señales la batalla, e incluso dibujando en un papel algunas de las maniobras que les llevaron a la victoria, a lo que el rey contesto con unas carcajadas de alegría.
—Sí, sí, así me gusta, esa es la actitud que nos debe llevar a la victoria, si tan solo estos hombres pudieran comprenderlo y apoyar la Unión, en lugar de perder el tiempo con agravios y con una armada que quieren organizar…
—Sera difícil convencer a estos caballeros que renuncien a sus fueros, Majestad. —Dijo Pedro. —Si las sesiones agotan a su Majestad, debería buscar un entretenimiento para esparcir la mente, por ejemplo el teatro.
Esto llamo la atención del joven monarca de veintiun años que dijo. —¿Teatro?
—Sí, Majestad, teatro, precisamente estos días ha llegado una compañía de teatro que ofrece sus funciones todos los días. Incluso he oído que tiene grandes actrices. —Dijo llamando la atención del Rey. —Monzón no tendrá la vida social de Madrid, Sevilla o Valencia, pero la presencia de vuestra Majestad en la villa la ha revitalizado. —Poco imaginaba el Rey que esta compañía de teatro estaba en la ciudad por deseo exclusivo suyo, y que él mismo se había preocupado de conseguir una buena compañía de teatro con las mujeres más hermosas de las que actuaban por Valencia, para traerla a entretener a los miembros de las Cortes…
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
Pedro, en previsión de futuros problemas se había preocupado especialmente de preparar todos los elementos necesarios para atraer o alejar al monarca de Olivares. Esa misma noche Pedro se reunió con el monarca para escoltarlo al teatro, donde el Rey quedo pasmado por la belleza de alguna de sus actrices. Ahora el Rey estaba solo, lejos de la influencia de Olivares y otros consejeros que poco podían aportar a este negocio…ahora Pedro podía tratar de empezar a poner en pie un nuevo edificio, un verdadero monarca que estuviese fuera de la sombra de Olivares.
—¿Puedo preguntar a qué se debe la importancia de dicha Unión de Armas, Majestad? —Quiso saber Pedro al acabar el segundo acto, más para encauzar la conversación que por otra cosa.
—Porque es necesario para defender el Imperio Don Pedro, el conde de Olivares así lo ha señalado en muchas ocasiones. —Respondió el Rey.
—Majestad, que su Excelencia el conde de Olivares así lo crea no hace que sea verdad. —Dijo Pedro quien ya había ido madurando sus planes durante toda la pasada noche. —En esta como en tantas otras cosas se equivoca. Ni tan siquiera en tiempos de vuestro abuelo, el Rey Felipe segundo, cuando España era más fuerte se logró someter a los holandeses
—Atrevidas palabras, Don Pedro… —Respondió el Rey sorprendido, por supuesto Pedro no estaba dispuesto a darle tiempo a pensar.
—Pero son la verdad. España lleva cincuenta años tratando aquello como un problema terrestre y olvidando la esencia de la guerra. Por muchos ejércitos que levantemos la semilla de la derrota esta en nosotros.
— ¿A qué os referís, Don Pedro? —preguntó el rey ante con asombro.
—Majestad, para hacer una guerra se precisan tres cosas; dinero, dinero, y más dinero. —dijo parafraseando a un Napoleón que aún no había nacido y quien sabía si llegaría a nacer…—Dinero para pagar soldado, dinero para comprar armas, y más dinero para pagar más soldados y comprar más armas… Eso es algo que los antepasados de su majestad ya entendían, por eso el Rey Fernando conquisto Granada tras devastar sus tierras para privarla de recursos.
Pero después de aquello la experiencia cayó en el olvido. Mientras nuestros soldados llevan luchando en Flandes desde el reinado de vuestro abuelo, España ha dejado que los comerciantes holandeses se hagan con las rutas de las especias y establezcan colonias en el Nuevo Mundo para competir con España, incluso el infiel otomano sigue en pie pues en lugar de rematarlo, tras Lepanto se llegó a una tregua con ellos.
—Pero era necesario para que España se recuperase. —Dijo el Rey.
—España no podía recuperarse mientras luchaba en Flandes, Majestad, aunque tal vez si hubiese optado por acabar con el infiel podría haber asegurado su economía y evitar futuros problemas. Majestad, mientras hablamos los corsarios otomanos y berberiscos siguen amenazando vuestros reinos. Los holandeses siguen vendiendo sus cargamentos de especias en Europa, llenando sus arcas mientras las de España se siguen vaciando, con lo cual los holandeses nunca dejaran de encontrar mercenarios mientras vuestra Majestad no puede ni pagar a sus soldados. ¿Cuántas derrotas acumulan ya los holandeses? ¿Veinte, tal vez treinta? Y sin embargo siguen levantándose contra el gobierno de su Majestad y la fe verdadera…
—Por eso necesitamos que Aragón, Valencia, Cataluña y el resto de reinos contribuya con soldados.
—No, Majestad, eso es lo que cree Olivares, que como ya he dicho esta errado. Piense en mis palabras anteriores, si las cortes acceden vuestra Majestad podrá disponer de más hombres. Con ellos tal vez logre otras cinco o diez victorias… ¿pero qué aportaran esas victorias con respecto a las treinta que ya lograron vuestros antecesores? Nada, pues holandeses e ingleses seguirán comerciando sin problemas y seguirán pudiendo contratar más y más mercenarios. Todo ello mientras el sueco y el francés están a la espera de la menor muestra de debilidad española para caer sobre nosotros.
España es como un viejo león acosado por las hienas, hambrientas pero bien alimentadas gracias a ese antílope que el león ha dejado pasar frente a sus narices al estar ocupado lanzando zarpazos a otras hienas.
Si España quiere ganar esta guerra, la clave está en el mar y no en tierra. Olvide esos seis mil hombres o incluso el millón de ducados que no cambiarían nada en Flandes. España precisa de una armada capaz de batirse con los holandeses y destrozar sus rutas comerciales, cuando no puedan reclutar nuevos ejércitos ni sostener a los que ya tienen, venceremos.
—Ya tenemos una escuadra, tres de hecho, y según vuestras palabras no bastan.
—Así es, Majestad, pero no bastan porque en lugar de hacer nuestro juego nos dedicamos únicamente a devolver los golpes al enemigo. Si vuestra majestad quiere vencer hay que identificar los puntos débiles del enemigo y concentrar allí toda nuestra fuerza.
—Habláis como si fuese una partida de ajedrez.
—El ajedrez al igual que el Go japonés son juegos de estrategia, Majestad, y preparan la mente para la guerra. Si lo preferís podéis pensar en un duelo a espada. —Un sonido llamo entonces su atención, el tercer acto estaba por empezar... minutos más tarde cuando acabo la función y los actores y actrices estaban a punto de salir, Pedro dijo —Creo que es hora de felicitar a los actores, Majestad.
—Y a las actrices, habéis visto a “Belisa”…
—Muy bella, Majestad…o debería llamaros “Lisardo”.
Eso despertó unas risas del Rey que dijo. —En ese caso vos seréis “Riselo” y deberéis encargaros de Teodora…
—¿Puedo preguntar a qué se debe la importancia de dicha Unión de Armas, Majestad? —Quiso saber Pedro al acabar el segundo acto, más para encauzar la conversación que por otra cosa.
—Porque es necesario para defender el Imperio Don Pedro, el conde de Olivares así lo ha señalado en muchas ocasiones. —Respondió el Rey.
—Majestad, que su Excelencia el conde de Olivares así lo crea no hace que sea verdad. —Dijo Pedro quien ya había ido madurando sus planes durante toda la pasada noche. —En esta como en tantas otras cosas se equivoca. Ni tan siquiera en tiempos de vuestro abuelo, el Rey Felipe segundo, cuando España era más fuerte se logró someter a los holandeses
—Atrevidas palabras, Don Pedro… —Respondió el Rey sorprendido, por supuesto Pedro no estaba dispuesto a darle tiempo a pensar.
—Pero son la verdad. España lleva cincuenta años tratando aquello como un problema terrestre y olvidando la esencia de la guerra. Por muchos ejércitos que levantemos la semilla de la derrota esta en nosotros.
— ¿A qué os referís, Don Pedro? —preguntó el rey ante con asombro.
—Majestad, para hacer una guerra se precisan tres cosas; dinero, dinero, y más dinero. —dijo parafraseando a un Napoleón que aún no había nacido y quien sabía si llegaría a nacer…—Dinero para pagar soldado, dinero para comprar armas, y más dinero para pagar más soldados y comprar más armas… Eso es algo que los antepasados de su majestad ya entendían, por eso el Rey Fernando conquisto Granada tras devastar sus tierras para privarla de recursos.
Pero después de aquello la experiencia cayó en el olvido. Mientras nuestros soldados llevan luchando en Flandes desde el reinado de vuestro abuelo, España ha dejado que los comerciantes holandeses se hagan con las rutas de las especias y establezcan colonias en el Nuevo Mundo para competir con España, incluso el infiel otomano sigue en pie pues en lugar de rematarlo, tras Lepanto se llegó a una tregua con ellos.
—Pero era necesario para que España se recuperase. —Dijo el Rey.
—España no podía recuperarse mientras luchaba en Flandes, Majestad, aunque tal vez si hubiese optado por acabar con el infiel podría haber asegurado su economía y evitar futuros problemas. Majestad, mientras hablamos los corsarios otomanos y berberiscos siguen amenazando vuestros reinos. Los holandeses siguen vendiendo sus cargamentos de especias en Europa, llenando sus arcas mientras las de España se siguen vaciando, con lo cual los holandeses nunca dejaran de encontrar mercenarios mientras vuestra Majestad no puede ni pagar a sus soldados. ¿Cuántas derrotas acumulan ya los holandeses? ¿Veinte, tal vez treinta? Y sin embargo siguen levantándose contra el gobierno de su Majestad y la fe verdadera…
—Por eso necesitamos que Aragón, Valencia, Cataluña y el resto de reinos contribuya con soldados.
—No, Majestad, eso es lo que cree Olivares, que como ya he dicho esta errado. Piense en mis palabras anteriores, si las cortes acceden vuestra Majestad podrá disponer de más hombres. Con ellos tal vez logre otras cinco o diez victorias… ¿pero qué aportaran esas victorias con respecto a las treinta que ya lograron vuestros antecesores? Nada, pues holandeses e ingleses seguirán comerciando sin problemas y seguirán pudiendo contratar más y más mercenarios. Todo ello mientras el sueco y el francés están a la espera de la menor muestra de debilidad española para caer sobre nosotros.
España es como un viejo león acosado por las hienas, hambrientas pero bien alimentadas gracias a ese antílope que el león ha dejado pasar frente a sus narices al estar ocupado lanzando zarpazos a otras hienas.
Si España quiere ganar esta guerra, la clave está en el mar y no en tierra. Olvide esos seis mil hombres o incluso el millón de ducados que no cambiarían nada en Flandes. España precisa de una armada capaz de batirse con los holandeses y destrozar sus rutas comerciales, cuando no puedan reclutar nuevos ejércitos ni sostener a los que ya tienen, venceremos.
—Ya tenemos una escuadra, tres de hecho, y según vuestras palabras no bastan.
—Así es, Majestad, pero no bastan porque en lugar de hacer nuestro juego nos dedicamos únicamente a devolver los golpes al enemigo. Si vuestra majestad quiere vencer hay que identificar los puntos débiles del enemigo y concentrar allí toda nuestra fuerza.
—Habláis como si fuese una partida de ajedrez.
—El ajedrez al igual que el Go japonés son juegos de estrategia, Majestad, y preparan la mente para la guerra. Si lo preferís podéis pensar en un duelo a espada. —Un sonido llamo entonces su atención, el tercer acto estaba por empezar... minutos más tarde cuando acabo la función y los actores y actrices estaban a punto de salir, Pedro dijo —Creo que es hora de felicitar a los actores, Majestad.
—Y a las actrices, habéis visto a “Belisa”…
—Muy bella, Majestad…o debería llamaros “Lisardo”.
Eso despertó unas risas del Rey que dijo. —En ese caso vos seréis “Riselo” y deberéis encargaros de Teodora…
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un par de semanas después las Cortes seguían estancadas. Olivares no era capaz de convencer a los brazos de que apoyasen su política de levantar un ejército de seis mil hombres y ni tan siquiera era capaz de convencerlos de cambiar ese apoyo por el millón de ducados que ansiaba Olivares. Los brazos valencianos persistían en su interés de organizar una flota del Reino, siempre y cuando esta no pudiese ser reclamada para defender intereses de la corona y se mantuviese en el Mediterráneo.
Por fortuna Pedro, que seguía carteándose con los directores de sus empresas, había recibido noticias, los pedidos de espejos procedentes de Europa alcanzaban ya los tres millones de ducados para ese año. Así que en una de sus noches de jarana con el monarca, dijo al Rey que tal vez estuviese en su mano desbloquear la situación. Posiblemente un millón de ducados fuese demasiado teniendo en cuenta que Valencia prometía organizar una flota en la que gastarían decenas de miles de ducados al año, pero tal vez pudiese convencerlos de pagar medio millón en quince años, a razón de unos treinta y tres mil ducados anuales.
Eso y la insistencia del monarca desbloqueo la situación, y Pedro acudió a la catedral a recibir al Rey, que acudió en coche en compañía de Olivares para asistir a la sesión de Cortes. Cuando los coches se detuvieron, Pedro, sombrero en mano, abrió la puerta del coche de caballos que traía a Olivares saludándolo con una reverencia con floritura al bajar el valido…nadie de los presentes podría haber visto como su mano dejaba escapar las pulgas que tenía atrapadas en un bote dentro del coche. Poco después revivía al monarca que había adoptado algunas costumbres traídas por Pedro, y si bien no había sido posible convencerlo de darse baños más frecuentes, si desprendía un claro olor a cidronela.
Al día siguiente Pedro se despidió del joven monarca para regresar a Valencia. Según parecía Valencia tendría su flota y Olivares una parte del dinero que tanto ansiaba…
12 de mayo de 1626
Tres hombres desembarcaron de un buque cargado de grano que acababa de atracar en la playa de Valencia procedente de Sicilia. Solo uno de ellos había estado ya en la ciudad años atrás, y el vigor que observo en ella lo sorprendió desagradablemente. A su izquerda trabajando en el rompeolas que estaba tomando forma, decenas de hombres colocaban grandes bloques de piedra en el agua. Eso estaba permitiendo que otros hombres descargasen la saetía en la que llegaron sin demasiados problemas pese a que el mar más allá del rompeolas estaba picado.
Pronto empezaron a andar por aquellas calles recién empedradas que formaban el pueblo nuevo del Grao. Calles limpias y sin rastros de más suciedad que algunas boñigas de caballo o buey, que unos hombres con gorro naranja procedían a retirar con prontitud. Fue una suerte que uno de ellos les avisase antes de vaciar la vejiga en una esquina de una casa cercana. Ensuciar las calles estaba prohibido y acarreaba una multa o un servicio de limpieza de las calles o en las alcantarillas cazando ratas. Se habían salvado por los pelos. Siguiendo las indicaciones de aquel hombre (suponían que a él si lo habían pillado ensuciando las calles), tuvieron que entrar en una taberna en la que accedieron a un “sanitario” para hacer sus necesidades, y donde al menos pudieron beber un par de jarras de vino y alojarse en la sala común hasta el día siguiente.
A la mañana siguiente los tres hombres se separaron cuando el que parecía su jefe dijo. —Nos veremos aquí en un mes para decidir el curso a seguir. Tratad de averiguar de dónde salen los espejos valencianos…
Por fortuna Pedro, que seguía carteándose con los directores de sus empresas, había recibido noticias, los pedidos de espejos procedentes de Europa alcanzaban ya los tres millones de ducados para ese año. Así que en una de sus noches de jarana con el monarca, dijo al Rey que tal vez estuviese en su mano desbloquear la situación. Posiblemente un millón de ducados fuese demasiado teniendo en cuenta que Valencia prometía organizar una flota en la que gastarían decenas de miles de ducados al año, pero tal vez pudiese convencerlos de pagar medio millón en quince años, a razón de unos treinta y tres mil ducados anuales.
Eso y la insistencia del monarca desbloqueo la situación, y Pedro acudió a la catedral a recibir al Rey, que acudió en coche en compañía de Olivares para asistir a la sesión de Cortes. Cuando los coches se detuvieron, Pedro, sombrero en mano, abrió la puerta del coche de caballos que traía a Olivares saludándolo con una reverencia con floritura al bajar el valido…nadie de los presentes podría haber visto como su mano dejaba escapar las pulgas que tenía atrapadas en un bote dentro del coche. Poco después revivía al monarca que había adoptado algunas costumbres traídas por Pedro, y si bien no había sido posible convencerlo de darse baños más frecuentes, si desprendía un claro olor a cidronela.
Al día siguiente Pedro se despidió del joven monarca para regresar a Valencia. Según parecía Valencia tendría su flota y Olivares una parte del dinero que tanto ansiaba…
12 de mayo de 1626
Tres hombres desembarcaron de un buque cargado de grano que acababa de atracar en la playa de Valencia procedente de Sicilia. Solo uno de ellos había estado ya en la ciudad años atrás, y el vigor que observo en ella lo sorprendió desagradablemente. A su izquerda trabajando en el rompeolas que estaba tomando forma, decenas de hombres colocaban grandes bloques de piedra en el agua. Eso estaba permitiendo que otros hombres descargasen la saetía en la que llegaron sin demasiados problemas pese a que el mar más allá del rompeolas estaba picado.
Pronto empezaron a andar por aquellas calles recién empedradas que formaban el pueblo nuevo del Grao. Calles limpias y sin rastros de más suciedad que algunas boñigas de caballo o buey, que unos hombres con gorro naranja procedían a retirar con prontitud. Fue una suerte que uno de ellos les avisase antes de vaciar la vejiga en una esquina de una casa cercana. Ensuciar las calles estaba prohibido y acarreaba una multa o un servicio de limpieza de las calles o en las alcantarillas cazando ratas. Se habían salvado por los pelos. Siguiendo las indicaciones de aquel hombre (suponían que a él si lo habían pillado ensuciando las calles), tuvieron que entrar en una taberna en la que accedieron a un “sanitario” para hacer sus necesidades, y donde al menos pudieron beber un par de jarras de vino y alojarse en la sala común hasta el día siguiente.
A la mañana siguiente los tres hombres se separaron cuando el que parecía su jefe dijo. —Nos veremos aquí en un mes para decidir el curso a seguir. Tratad de averiguar de dónde salen los espejos valencianos…
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
Valencia, junio de 1626
El proyecto de la Unión de Armas de Olivares encontró una gran resistencia por parte del Reino de Valencia en las cortes de Monzón. Las peticiones de levantar un ejército de seis mil hombres fueron sustituidas por una compensación dineraria, pero incluso esta fue denegada por las Cortes de Valencia pues los miembros de los brazos valencianos estaban influidos por Pedro. Olivares no podía saberlo aún, pero muchos de los miembros de las Cortes tenían intereses en el comercio de los espejos y otras manufacturas, por lo que su único interés estaba en lograr una flota que asegurase esos intereses.
Finalmente ante la impaciencia del Rey que quería trasladarse a Barcelona, Olivares no tuvo más remedio que llegar a un acuerdo. Valencia pagaría un millón de ducados en quince anualidades, pero a cambio recibiría el permiso para organizar una flota similar a la que estaba organizando el Almirantazgo de Sevilla de reciente creación. Sin embargo en lugar de por número de bajeles se consideró por desplazamiento de estos, con un límite de cinco mil toneladas en buques principales y otras cinco mil en jabeques. Esta flota tendría los mismos términos que la Milicia efectiva. Es decir, la armada de Valencia no podría ser llamada fuera de sus fronteras, entendidas estas como fuera del Mediterráneo. Adicionalmente su Majestad el Rey renunciaba al cobro del quinto real que se sumaba al cobrado por la corona, de forma que todos los posibles beneficios por las capturas que pudiesen hacer en el futuro irían a parar al Reino y nada al Rey.
Lo que no esperaba es que a la hora de organizar la Escuadra, el Consell General de Valencia recurriese a él. No es que le importase. De hecho prefería que fuese así, pues pudo dedicarse a organizar una escuadra moderna capaz de imponerse en el Mediterráneo durante los años siguientes. Antes de nada, incluso antes que pensar en los buques que se permitía construir a Valencia que eran buques por desplazamiento de cinco mil toneladas en buques principales y otras cinco mil en jabeques, empezó a diseñar el organigrama y la logística necesarias para que una flota funcionase.
Tal y como había explicado al consejo meses atrás, empezó preparando un presupuesto de gastos anuales que presento al consejo un par de semanas después. Para ello calculo los sueldos necesarios para las tripulaciones y personal de tierra encargado de la flota, y para los repuestos y suministros que precisarían los buques. Calculaba que cada jabeque precisaría de una tripulación de unos ciento sesenta hombres, de los que sesenta serían marineros de primera y segunda, cuarenta grumetes, cinco menestrales en oficios como cocinero, calafate y carpintero, diez oficiales, desde el capitán de fragata que comandaría el jabeque al cirujano de a bordo y el contador, siendo el resto artilleros de diversa clase para manejar los cañones de a doce y a ocho que deberían llevar los jabeques. Faltaba la infantería de marina, pero esperaba que la milicia efectiva pudiese colaborar en ello, a ser posible entre treinta y cuarenta hombres por jabeque. En cuanto a los “navíos de línea”, pues ese era el nombre que dio a la división pesada, tendrían una tripulación de unos cuatrocientos hombres incluyendo unos cien soldados de infantería de marina, distribuyéndose el resto en porcentajes similares al de los jabeques. En total serían necesarios:
Con todo lo más importante de la nueva armada es que creo un sistema piramidal cerrado, impidiendo que advenedizos con contactos pero sin experiencia en el mar, pudiesen recibir el mando de los navíos. De esta forma al haber diseñado un escalafón naval, y crear un sistema de enseñanza para guardiamarinas que empezaría a funcionar en solo unos años (de momento estaba diseñando el plan de estudios), crearía un grupo de marinos profesionales altamente preparados que comandasen la armada en los años venideros.
En total para pagar los sueldos de la marinería y oficiales de la Escuadra serían necesarios 18.000 excelentes al mes o 216.000 al año, que alcanzaban los 220.000 contando los sueldos del personal de tierra como veedores, carpinteros, veleros, calafates, y otros oficios de puerto, así como fabricantes de pólvora, toneles, y otros artesanos que serían precisos para su correcto funcionamiento. En total los gastos de personal más los de los suministros necesarios para un año subían la cifra a un cuarto de millón de Excelentes al año, o lo que era lo mismo, medio millón de escudos anuales. Olivares, que por lo que sabía yacía enfermo de fiebres en su palacio, poco podía imaginar que el Reino de Valencia gastaría en su defensa en solo dos años la misma cantidad que él pedía para quince.
Que el Reino de Valencia pudiese acometer ese dispendio demostraba lo mucho que habían cambiado las cosas desde su llegada. Claro que cuando únicamente los pedidos de espejos de ese año debían procurar seiscientos mil ducados anuales en impuestos procedentes del extranjero, esto podía entenderse en toda su magnitud. Si sus cálculos eran correctos únicamente los impuestos generados por los negocios que había montado hasta ese entonces ya suponían un millón de ducados al año, y eso solo era el principio…
Preparado el presupuesto anual, Pedro se dedicó a la construcción naval y la adquisición de buques. En primer lugar completo la División pesada, recurriendo para ello a los cinco buques ingleses que había capturado el año anterior, y que por fin habían sido declarados presa de ley por la junta de la Armada. Con ellos alcanzaba unas cuatro mil toneladas de desplazamiento, por lo que aún podría reclutar o construir uno más en caso necesario. La idea de solicitar catalogar la flota por desplazamiento y no por número de cascos había partido de él, pues eso le daba mucha más flexibilidad, y ahora pretendía aprovecharse de ello al máximo.
Estos buques ahora bautizados Real Felipe (ex Triumph), Real Carlos (ex Bonaventure), Real Familia (ex Defiance), Real Fenix (ex St Andrew), y Monarca (ex Nonsuch)…(si, también iba bien hacer la pelota de vez en cuando...), serían la maza pesada de la Escuadra. Mientras tanto los carpinteros de Valencia estaban construyendo ocho jabeques de quinientas toneladas y veinte cañones que conformarían la punta de lanza, divididos en dos divisiones de a cuatro jabeques patrullarían sus costas y llevarían la guerra a las aguas del enemigo destruyendo a esos malditos berberiscos que amenazaban el comercio y las poblaciones costeras del reino.
El proyecto de la Unión de Armas de Olivares encontró una gran resistencia por parte del Reino de Valencia en las cortes de Monzón. Las peticiones de levantar un ejército de seis mil hombres fueron sustituidas por una compensación dineraria, pero incluso esta fue denegada por las Cortes de Valencia pues los miembros de los brazos valencianos estaban influidos por Pedro. Olivares no podía saberlo aún, pero muchos de los miembros de las Cortes tenían intereses en el comercio de los espejos y otras manufacturas, por lo que su único interés estaba en lograr una flota que asegurase esos intereses.
Finalmente ante la impaciencia del Rey que quería trasladarse a Barcelona, Olivares no tuvo más remedio que llegar a un acuerdo. Valencia pagaría un millón de ducados en quince anualidades, pero a cambio recibiría el permiso para organizar una flota similar a la que estaba organizando el Almirantazgo de Sevilla de reciente creación. Sin embargo en lugar de por número de bajeles se consideró por desplazamiento de estos, con un límite de cinco mil toneladas en buques principales y otras cinco mil en jabeques. Esta flota tendría los mismos términos que la Milicia efectiva. Es decir, la armada de Valencia no podría ser llamada fuera de sus fronteras, entendidas estas como fuera del Mediterráneo. Adicionalmente su Majestad el Rey renunciaba al cobro del quinto real que se sumaba al cobrado por la corona, de forma que todos los posibles beneficios por las capturas que pudiesen hacer en el futuro irían a parar al Reino y nada al Rey.
Lo que no esperaba es que a la hora de organizar la Escuadra, el Consell General de Valencia recurriese a él. No es que le importase. De hecho prefería que fuese así, pues pudo dedicarse a organizar una escuadra moderna capaz de imponerse en el Mediterráneo durante los años siguientes. Antes de nada, incluso antes que pensar en los buques que se permitía construir a Valencia que eran buques por desplazamiento de cinco mil toneladas en buques principales y otras cinco mil en jabeques, empezó a diseñar el organigrama y la logística necesarias para que una flota funcionase.
Tal y como había explicado al consejo meses atrás, empezó preparando un presupuesto de gastos anuales que presento al consejo un par de semanas después. Para ello calculo los sueldos necesarios para las tripulaciones y personal de tierra encargado de la flota, y para los repuestos y suministros que precisarían los buques. Calculaba que cada jabeque precisaría de una tripulación de unos ciento sesenta hombres, de los que sesenta serían marineros de primera y segunda, cuarenta grumetes, cinco menestrales en oficios como cocinero, calafate y carpintero, diez oficiales, desde el capitán de fragata que comandaría el jabeque al cirujano de a bordo y el contador, siendo el resto artilleros de diversa clase para manejar los cañones de a doce y a ocho que deberían llevar los jabeques. Faltaba la infantería de marina, pero esperaba que la milicia efectiva pudiese colaborar en ello, a ser posible entre treinta y cuarenta hombres por jabeque. En cuanto a los “navíos de línea”, pues ese era el nombre que dio a la división pesada, tendrían una tripulación de unos cuatrocientos hombres incluyendo unos cien soldados de infantería de marina, distribuyéndose el resto en porcentajes similares al de los jabeques. En total serían necesarios:
- 980 marineros de primera y segunda que cobrarían cinco Excelentes al mes, cobrando los de primera un suplemento de 5 Sueldos.
920 grumetes cobrarían tres excelentes con seis Sueldos.
1.010 artilleros cobrarían entre cinco Excelentes al mes los artilleros simples, a seis en el caso de los sargentos de artillería o artilleros preferentes encargados de apuntar los cañones.
115 menestrales siete Excelentes
185 oficiales entre los diez Excelentes del cirujano y el contador que no tenían mando, a los veinte Excelentes del capitán de navío que comandaría uno de los grandes buques de línea.
Con todo lo más importante de la nueva armada es que creo un sistema piramidal cerrado, impidiendo que advenedizos con contactos pero sin experiencia en el mar, pudiesen recibir el mando de los navíos. De esta forma al haber diseñado un escalafón naval, y crear un sistema de enseñanza para guardiamarinas que empezaría a funcionar en solo unos años (de momento estaba diseñando el plan de estudios), crearía un grupo de marinos profesionales altamente preparados que comandasen la armada en los años venideros.
En total para pagar los sueldos de la marinería y oficiales de la Escuadra serían necesarios 18.000 excelentes al mes o 216.000 al año, que alcanzaban los 220.000 contando los sueldos del personal de tierra como veedores, carpinteros, veleros, calafates, y otros oficios de puerto, así como fabricantes de pólvora, toneles, y otros artesanos que serían precisos para su correcto funcionamiento. En total los gastos de personal más los de los suministros necesarios para un año subían la cifra a un cuarto de millón de Excelentes al año, o lo que era lo mismo, medio millón de escudos anuales. Olivares, que por lo que sabía yacía enfermo de fiebres en su palacio, poco podía imaginar que el Reino de Valencia gastaría en su defensa en solo dos años la misma cantidad que él pedía para quince.
Que el Reino de Valencia pudiese acometer ese dispendio demostraba lo mucho que habían cambiado las cosas desde su llegada. Claro que cuando únicamente los pedidos de espejos de ese año debían procurar seiscientos mil ducados anuales en impuestos procedentes del extranjero, esto podía entenderse en toda su magnitud. Si sus cálculos eran correctos únicamente los impuestos generados por los negocios que había montado hasta ese entonces ya suponían un millón de ducados al año, y eso solo era el principio…
Preparado el presupuesto anual, Pedro se dedicó a la construcción naval y la adquisición de buques. En primer lugar completo la División pesada, recurriendo para ello a los cinco buques ingleses que había capturado el año anterior, y que por fin habían sido declarados presa de ley por la junta de la Armada. Con ellos alcanzaba unas cuatro mil toneladas de desplazamiento, por lo que aún podría reclutar o construir uno más en caso necesario. La idea de solicitar catalogar la flota por desplazamiento y no por número de cascos había partido de él, pues eso le daba mucha más flexibilidad, y ahora pretendía aprovecharse de ello al máximo.
Estos buques ahora bautizados Real Felipe (ex Triumph), Real Carlos (ex Bonaventure), Real Familia (ex Defiance), Real Fenix (ex St Andrew), y Monarca (ex Nonsuch)…(si, también iba bien hacer la pelota de vez en cuando...), serían la maza pesada de la Escuadra. Mientras tanto los carpinteros de Valencia estaban construyendo ocho jabeques de quinientas toneladas y veinte cañones que conformarían la punta de lanza, divididos en dos divisiones de a cuatro jabeques patrullarían sus costas y llevarían la guerra a las aguas del enemigo destruyendo a esos malditos berberiscos que amenazaban el comercio y las poblaciones costeras del reino.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
Tampoco tenía control sobre la Milicia Efectiva, cuyas tropas quería embarcar a bordo de los bajeles de la escuadra como infantería de marina. Como era previsible que el consell pusiese problemas, circunscribió la petición a la compañía de mil hombres que mandaba su padre. El consell accedió a esto cuando Pedro se comprometió a costear de su bolsillo las armas y municiones de toda la compañía, cosa que aprovecho para reorganizarla. Sospechaba que cuando lograsen alguna presa y se efectuase el reparto de beneficios entre aquellos hombres, el resto de compañías que habrían quedado fuera del reparto pondrían el grito en el cielo… pero eso también formaba parte de sus planes.
Mientras tanto la compañía adopto el organigrama de un batallón o como Pedro lo llamo, bandera. Acudió a los armeros de la ciudad (que en los últimos meses habían aumentado al acudir más artesanos desde otros lugares, algunos tan alejados como Milán), para pedir mil mosquetes ligeros de ánima lisa y cincuenta de ánima rayada. La petición fue directa al gremio, y debía ser realizada en el mismo calibre y características para todas las armas, de forma que sus piezas fuesen a ser posible intercambiables. Así todos los artesanos miembros del gremio obtuvieron su porcentaje del contrato sin mayores problemas.
La bandera u oficialmente compañía, se dividió en cinco columnas de ciento ochenta hombres, cada una al mando de un teniente (el capitán mandaba la bandera). Cada columna se descomponía a su vez en tres secciones bajo el mando de un sotalferez, y cada sección en tres pelotones bajo el mando de un sargento. Por ultimo cada pelotón podía dividirse en cinco escuadras de cuatro hombres, siendo uno de ellos el cabo salvo en la escuadra del sargento que era el propio sargento. En cuanto a los cien hombres restantes de la compañía o bandera, estos dependían directamente del capitán, y entre ellos se encontraban una sección de tiradores armados con fusiles, y varios equipos especiales como un carro de aprovisionamiento, un cirujano, y un equipo de camilleros.
Ahora había que iniciar la instrucción de aquellos hombres en tácticas “modernas”. Se había prescindido de las picas, diciendo que era más sencillo entrenar a un piquero que a un mosquetero, y que a bordo las picas no eran de utilidad. Además sustituyo los chuzos o medias picas por bayonetas encastradas en la boca de sus mosquetes que los convertían en una suerte de chuzo. Hecho esto el primer paso fue enseñarles a marchar al paso, al sonido de los tambores, y a maniobrar sin perder la formación. Cuando lo hubiesen conseguido empezaría con los ejercicios de disparo, primero individuales, y cuando hubiese acabado con ejercicios de salvas por pelotón o frente de batalla. Incluso les enseñaría ejercicios de combate cuerpo a cuerpo y a la bayoneta, algo para lo que contaba con la ayuda de su caballerizo y guardaespaldas, Salvador de Ocaña, con quien había entrenado largo y tendido día tras día.
Quedaba pendiente la tarea de conseguir uniformes y equipo personal básico para todos aquellos hombres, pero antes debería hablar con algunos sastres.
Ese mismo otoño los cinco navíos empezaron a realizar viajes de instrucción de forma individual, patrullando las costas del Reino. A cada uno de sus capitales le había sido entregado un barómetro para predecir las tormentas, con órdenes tajantes tanto para él como para sus oficiales, de lanzarlo al mar en caso de peligro de captura. Gracias a ello pudieron realizar incluso salidas en meses en los que tradicionalmente permanecían de invernada. No lograrían capturar a ningún berberisco, pero si pusieron en fuga un par de sus galeras en noviembre.
Para que entrasen en servicio los jabeques aún faltaban algunos meses, pues no estarían finalizados antes de mediados de enero, pero sobre eso Pedro no tenía ningún control y no podía acelerar los plazos. Eso sí, cuando estuviesen finalizados dispondría de naves rápidas, capaces de dar caza a las galeras y jabeques berberiscos, y por qué no decirlo, a los herejes que de tanto en cuanto entraban en el Mediterráneo para actuar desde puertos berberiscos y atacar el comercio español.
Mientras tanto la compañía adopto el organigrama de un batallón o como Pedro lo llamo, bandera. Acudió a los armeros de la ciudad (que en los últimos meses habían aumentado al acudir más artesanos desde otros lugares, algunos tan alejados como Milán), para pedir mil mosquetes ligeros de ánima lisa y cincuenta de ánima rayada. La petición fue directa al gremio, y debía ser realizada en el mismo calibre y características para todas las armas, de forma que sus piezas fuesen a ser posible intercambiables. Así todos los artesanos miembros del gremio obtuvieron su porcentaje del contrato sin mayores problemas.
La bandera u oficialmente compañía, se dividió en cinco columnas de ciento ochenta hombres, cada una al mando de un teniente (el capitán mandaba la bandera). Cada columna se descomponía a su vez en tres secciones bajo el mando de un sotalferez, y cada sección en tres pelotones bajo el mando de un sargento. Por ultimo cada pelotón podía dividirse en cinco escuadras de cuatro hombres, siendo uno de ellos el cabo salvo en la escuadra del sargento que era el propio sargento. En cuanto a los cien hombres restantes de la compañía o bandera, estos dependían directamente del capitán, y entre ellos se encontraban una sección de tiradores armados con fusiles, y varios equipos especiales como un carro de aprovisionamiento, un cirujano, y un equipo de camilleros.
Ahora había que iniciar la instrucción de aquellos hombres en tácticas “modernas”. Se había prescindido de las picas, diciendo que era más sencillo entrenar a un piquero que a un mosquetero, y que a bordo las picas no eran de utilidad. Además sustituyo los chuzos o medias picas por bayonetas encastradas en la boca de sus mosquetes que los convertían en una suerte de chuzo. Hecho esto el primer paso fue enseñarles a marchar al paso, al sonido de los tambores, y a maniobrar sin perder la formación. Cuando lo hubiesen conseguido empezaría con los ejercicios de disparo, primero individuales, y cuando hubiese acabado con ejercicios de salvas por pelotón o frente de batalla. Incluso les enseñaría ejercicios de combate cuerpo a cuerpo y a la bayoneta, algo para lo que contaba con la ayuda de su caballerizo y guardaespaldas, Salvador de Ocaña, con quien había entrenado largo y tendido día tras día.
Quedaba pendiente la tarea de conseguir uniformes y equipo personal básico para todos aquellos hombres, pero antes debería hablar con algunos sastres.
Ese mismo otoño los cinco navíos empezaron a realizar viajes de instrucción de forma individual, patrullando las costas del Reino. A cada uno de sus capitales le había sido entregado un barómetro para predecir las tormentas, con órdenes tajantes tanto para él como para sus oficiales, de lanzarlo al mar en caso de peligro de captura. Gracias a ello pudieron realizar incluso salidas en meses en los que tradicionalmente permanecían de invernada. No lograrían capturar a ningún berberisco, pero si pusieron en fuga un par de sus galeras en noviembre.
Para que entrasen en servicio los jabeques aún faltaban algunos meses, pues no estarían finalizados antes de mediados de enero, pero sobre eso Pedro no tenía ningún control y no podía acelerar los plazos. Eso sí, cuando estuviesen finalizados dispondría de naves rápidas, capaces de dar caza a las galeras y jabeques berberiscos, y por qué no decirlo, a los herejes que de tanto en cuanto entraban en el Mediterráneo para actuar desde puertos berberiscos y atacar el comercio español.
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Puerto de Valencia, 1627
El Grao de Valencia había crecido en consonancia con el desarrollo del comercio y de la recién creada Armada del Reino, y tras cuatro años de trabajos ya era utilizable en buena parte. Dos espigones salían de tierra al norte y al sur, adentrándose en el mar en un trazo ligeramente quebrado, casi formando una C. Por supuesto aún quedaba mucho por acabarlo. El brazo norte de la C debía alargarse hacia el Noreste adentrándose en el mar para convertirse en un gran rompeolas, y del final del brazo situado al sur saldría un espigón hacia el Norte que acercándose a un segundo espigón que saldría del Norte para acercarse a este, dejando un espacio de un cuarto de legua en medio, cerrarían la bocana del puerto dejándolo protegido. Esto último esperaban finalizarlo a finales de año, momento en el que se montarían dos baterías en el puerto. Una en la entrada para impedir que se acercaran buques enemigos a la zona, y otra en el espigón sur para defender la ruta de acceso que en el Norte había de quedar cortada por el largo rompeolas.
En la nueva armada, de los cerca de dos mil doscientos marineros, y seiscientos artilleros que habían acudido a alistarse en la Armada cuando se corrió la voz, cerca de la mitad eran castellanos, unos doscientos eran italianos, y ciento ochenta vascongados o gallegos, siendo el resto valencianos, catalanes, y mallorquines principalmente. Con ellos llegaron en muchos casos sus familias, que se instalaron en tiendas de lona o casas de madera en el grao que continuaba creciendo. Los grumetes eran en cambio mayoritariamente valencianos, pues muchos niños del orfanato de Valencia encontraron aquí su primer trabajo.
Otro negocio que estaba creciendo como la espuma en todos los puertos españoles era el de los hojalateros. Las medidas de conservación de alimentos al vacío llevadas a cabo por la Compañía estaban ganando fama, y con ellas se precisaban más y más hojalateros que creasen los recipientes para guardar las harinas, granos y legumbres que así se conservaban durante meses sin que criasen gorgojos. Por ello en puertos como Cádiz, Barcelona, Lisboa y por supuesto Valencia y Alicante había establecido negocios de hojalateros para hacer estas cajas.
No era el único negocio novedoso establecido en el puerto, pues también para servir a los marinos se había creado un negocio de conservas. Allí un grupo de mujeres, generalmente viudas de marineros o esposas de marinos capturados por los berberiscos, cocinaban los alimentos al baño maría creando un producto novedoso que empezaba a ser muy apreciado. También en esa misma tienda se podían adquirir zumos y productos con vitamina C para combatir el escorbuto, y ron para mezclarlo con el zumo de limón.
No lejos de allí, en segunda línea con respecto al puerto, se estaba levantando una botica en la que podrían adquirirse productos de higiene personal y drogas para el hospital y los buques de guerra. Estos productos eran principalmente jabón suave con aceites esenciales, cepillo y pasta de dientes, y láudano y Éter con fines médicos. Para ello se había emprendido la búsqueda de alquimistas de renombre interesándose por un polaco de nombre impronunciable que había servido al emperador Rodolfo. Finalmente fue contratado un joven alquimista procedente de la Universidad de Marburgo, en la que desde una década atrás existía una cátedra de Química, aunque se seguía negociando con aquel Michal o Miguel.... El laboratorio, eso sí, había sido diseñado por Pedro con características modernas.
Con todo ello miles de obreros se arremolinaban alrededor del puerto. Muchos trabajaban en el puerto propiamente dicho, pero no eran pocos los que trabajaban en ampliar la red de alcantarillas o en construir casas y negocios conforme eran necesarios.
El Grao de Valencia había crecido en consonancia con el desarrollo del comercio y de la recién creada Armada del Reino, y tras cuatro años de trabajos ya era utilizable en buena parte. Dos espigones salían de tierra al norte y al sur, adentrándose en el mar en un trazo ligeramente quebrado, casi formando una C. Por supuesto aún quedaba mucho por acabarlo. El brazo norte de la C debía alargarse hacia el Noreste adentrándose en el mar para convertirse en un gran rompeolas, y del final del brazo situado al sur saldría un espigón hacia el Norte que acercándose a un segundo espigón que saldría del Norte para acercarse a este, dejando un espacio de un cuarto de legua en medio, cerrarían la bocana del puerto dejándolo protegido. Esto último esperaban finalizarlo a finales de año, momento en el que se montarían dos baterías en el puerto. Una en la entrada para impedir que se acercaran buques enemigos a la zona, y otra en el espigón sur para defender la ruta de acceso que en el Norte había de quedar cortada por el largo rompeolas.
En la nueva armada, de los cerca de dos mil doscientos marineros, y seiscientos artilleros que habían acudido a alistarse en la Armada cuando se corrió la voz, cerca de la mitad eran castellanos, unos doscientos eran italianos, y ciento ochenta vascongados o gallegos, siendo el resto valencianos, catalanes, y mallorquines principalmente. Con ellos llegaron en muchos casos sus familias, que se instalaron en tiendas de lona o casas de madera en el grao que continuaba creciendo. Los grumetes eran en cambio mayoritariamente valencianos, pues muchos niños del orfanato de Valencia encontraron aquí su primer trabajo.
Otro negocio que estaba creciendo como la espuma en todos los puertos españoles era el de los hojalateros. Las medidas de conservación de alimentos al vacío llevadas a cabo por la Compañía estaban ganando fama, y con ellas se precisaban más y más hojalateros que creasen los recipientes para guardar las harinas, granos y legumbres que así se conservaban durante meses sin que criasen gorgojos. Por ello en puertos como Cádiz, Barcelona, Lisboa y por supuesto Valencia y Alicante había establecido negocios de hojalateros para hacer estas cajas.
No era el único negocio novedoso establecido en el puerto, pues también para servir a los marinos se había creado un negocio de conservas. Allí un grupo de mujeres, generalmente viudas de marineros o esposas de marinos capturados por los berberiscos, cocinaban los alimentos al baño maría creando un producto novedoso que empezaba a ser muy apreciado. También en esa misma tienda se podían adquirir zumos y productos con vitamina C para combatir el escorbuto, y ron para mezclarlo con el zumo de limón.
No lejos de allí, en segunda línea con respecto al puerto, se estaba levantando una botica en la que podrían adquirirse productos de higiene personal y drogas para el hospital y los buques de guerra. Estos productos eran principalmente jabón suave con aceites esenciales, cepillo y pasta de dientes, y láudano y Éter con fines médicos. Para ello se había emprendido la búsqueda de alquimistas de renombre interesándose por un polaco de nombre impronunciable que había servido al emperador Rodolfo. Finalmente fue contratado un joven alquimista procedente de la Universidad de Marburgo, en la que desde una década atrás existía una cátedra de Química, aunque se seguía negociando con aquel Michal o Miguel.... El laboratorio, eso sí, había sido diseñado por Pedro con características modernas.
Con todo ello miles de obreros se arremolinaban alrededor del puerto. Muchos trabajaban en el puerto propiamente dicho, pero no eran pocos los que trabajaban en ampliar la red de alcantarillas o en construir casas y negocios conforme eran necesarios.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
¡Fuego! La descarga de los mosquetes fue simultanea y los jinetes alemanes recibieron la salva a bocajarro. Poco pudieron hacer los supervivientes salvo volver grupas y salir como alma (hereje) que lleva el diablo. Ya que los tiradores estaban protegidos por la primera fila rodilla en tierra, con la punta de las bayonetas en la boca de las armas, en un amenazante ángulo de 45º, lo suficiente para que las monturas rehusaran avanzar.
Bela, el gigantesco jefe de los húsares húngaros, gruñó en señal de agradecimiento. La mutua colaboración que desde semanas llevaban practicando la escuadra perdida con los jinetes, teóricamente imperiales, había sido muy beneficiosa.
Se habían dedicado a hostigar a los forrajeadores enemigos, saqueando cada convoy de carretaas que habían avistado. Sus tácticas de huir y golpear les habían permitido cubrir el mismo frente que una fuerza 3 ó 4 veces mayor.
Gracias a los jinetes podían romper el contacto cuando venían mal dadas si la presión de la infantería enemiga era grande. Y gracias a la movilidad que les proporcionaba la bayoneta, podían hacer lo mismo cuando era la caballería enemiga quien atacaba. Sus mosquetes y bayonetas eran el muro en el que los húngaros se refugiaban cuando iban mal dadas. Y gracias a los mismos jinetes, en un terreno llano como Flandes, podían replegarse con la relativa seguridad que daban los bosquecillos de la época. Incluso en ocasiones montando los españoles en la grupa de los Balcánicos y rompiendo el contacto. Curiosamente los húngaros no tuvieron ningún problema en adoptar el grito de los españoles: "Santiago, Cierra España".
También habían perfeccionado la táctica de la infantería. Trabajando por binomio, uno de los mosqueteros disparaba y el otro le cubría la espalda, relevándose para cargar. Así el frente a cubrir era mucho mayor y gracias a la precisión de sus armas y a las nuevas posturas de tiro; rodilla en tierra y tendido, su puntería se había cobrado muchas piezas entre las unidades de descubierta enemigas.
Bela reagrupó a sus hombres y Diego a los suyos. Tocaba repartirse el botín, a partes iguales era el acuerdo al que habían llegado. Las quejas de los primeros días habían quedado atrás, cuando unos a otros, se salvaron de las patrullas enemigas.
Bela, el gigantesco jefe de los húsares húngaros, gruñó en señal de agradecimiento. La mutua colaboración que desde semanas llevaban practicando la escuadra perdida con los jinetes, teóricamente imperiales, había sido muy beneficiosa.
Se habían dedicado a hostigar a los forrajeadores enemigos, saqueando cada convoy de carretaas que habían avistado. Sus tácticas de huir y golpear les habían permitido cubrir el mismo frente que una fuerza 3 ó 4 veces mayor.
Gracias a los jinetes podían romper el contacto cuando venían mal dadas si la presión de la infantería enemiga era grande. Y gracias a la movilidad que les proporcionaba la bayoneta, podían hacer lo mismo cuando era la caballería enemiga quien atacaba. Sus mosquetes y bayonetas eran el muro en el que los húngaros se refugiaban cuando iban mal dadas. Y gracias a los mismos jinetes, en un terreno llano como Flandes, podían replegarse con la relativa seguridad que daban los bosquecillos de la época. Incluso en ocasiones montando los españoles en la grupa de los Balcánicos y rompiendo el contacto. Curiosamente los húngaros no tuvieron ningún problema en adoptar el grito de los españoles: "Santiago, Cierra España".
También habían perfeccionado la táctica de la infantería. Trabajando por binomio, uno de los mosqueteros disparaba y el otro le cubría la espalda, relevándose para cargar. Así el frente a cubrir era mucho mayor y gracias a la precisión de sus armas y a las nuevas posturas de tiro; rodilla en tierra y tendido, su puntería se había cobrado muchas piezas entre las unidades de descubierta enemigas.
Bela reagrupó a sus hombres y Diego a los suyos. Tocaba repartirse el botín, a partes iguales era el acuerdo al que habían llegado. Las quejas de los primeros días habían quedado atrás, cuando unos a otros, se salvaron de las patrullas enemigas.
“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
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Un soldado de cuatro siglos
Oropesa, 22 de marzo de 1627
Durante todo el invierno los bajeles de la Armada del Reino de Valencia siguieron un riguroso régimen de entrenamiento. Cada día si el barómetro indicaba que era seguro, los bajeles se hacían a la mar para realizar ejercicios y maniobras, realizando frecuentes ejercicios de tiro. Pedro era un creyente de que solo el entrenamiento llevaba a la excelencia, y trataba de realizar al menos un ejercicio de fuego real a la semana.
Durante esos meses fueron entrando en servicio nuevos bajeles al sumarse los jabeques de 600 toneladas Atrevido, Ave de Gracia, Azor, y Águila, que fueron sumándose a las maniobras conforme eran puestos en servicio. Cada uno de aquellos jabeques había costado cerca doscientos mil reales de vellón y fue construido por carpinteros de rivera siguiendo los planos realizados por Ignacio en Cantabria. Con cuatro jabeques en servicio y otros cuatro en construcción que habían de recibir los nombres de Conquistador, Astrea, Aurora, y Flecha, la Armada del Reino de Valencia podía considerarse completa.
Fue durante uno de esos días cuando los vigías del Real Felipe, que servía de nave Almiranta a Pedro, alertaron sobre las señales que hacían las torres de vigilancia en la costa. De inmediato la flota se puso en alerta ante un mensaje que alertaba de la presencia de una flota berberisca al norte del Reino. Era media tarde del día 22 de marzo y Pedro sabía que no tendría tiempo de entablar batalla antes del anochecer, así que ordeno a sus capitanes acudir a consejo de guerra a bordo de la almiranta…
Durante todo el invierno los bajeles de la Armada del Reino de Valencia siguieron un riguroso régimen de entrenamiento. Cada día si el barómetro indicaba que era seguro, los bajeles se hacían a la mar para realizar ejercicios y maniobras, realizando frecuentes ejercicios de tiro. Pedro era un creyente de que solo el entrenamiento llevaba a la excelencia, y trataba de realizar al menos un ejercicio de fuego real a la semana.
Durante esos meses fueron entrando en servicio nuevos bajeles al sumarse los jabeques de 600 toneladas Atrevido, Ave de Gracia, Azor, y Águila, que fueron sumándose a las maniobras conforme eran puestos en servicio. Cada uno de aquellos jabeques había costado cerca doscientos mil reales de vellón y fue construido por carpinteros de rivera siguiendo los planos realizados por Ignacio en Cantabria. Con cuatro jabeques en servicio y otros cuatro en construcción que habían de recibir los nombres de Conquistador, Astrea, Aurora, y Flecha, la Armada del Reino de Valencia podía considerarse completa.
Fue durante uno de esos días cuando los vigías del Real Felipe, que servía de nave Almiranta a Pedro, alertaron sobre las señales que hacían las torres de vigilancia en la costa. De inmediato la flota se puso en alerta ante un mensaje que alertaba de la presencia de una flota berberisca al norte del Reino. Era media tarde del día 22 de marzo y Pedro sabía que no tendría tiempo de entablar batalla antes del anochecer, así que ordeno a sus capitanes acudir a consejo de guerra a bordo de la almiranta…
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
Batalla de Benicasim, 23 de marzo de 1627
Al amanecer del 23 de marzo el Real Felipe emprendió viaje hacia el Norte desde Valencia. La escuadra formada por el Real Felipe y el Real Carlos, y el Real Familia navegaron con viento del Nornoroeste, siguiendo la costa en busca de la escuadra enemiga. Gracias a las torres de vigía que informaban puntualmente de los movimientos del enemigo que campaba en aguas de Oropesa buscando presas o puntos débiles en la costa con el fin de asaltarlos. Afortunadamente la red de telégrafos ópticos parecía haber supuesto una sorpresa para ellos y no actuaron con suficiente celeridad.
Serían las diez de la mañana cuando los vigías del Real Felipe avistaron las velas enemigas. Minutos más tarde el navío izaba las banderas de “síganme en línea de batalla”, dirigiéndose con decisión hacia el Norte, al tiempo que disparaba un cañonazo para dar mayor énfasis a su orden. Poco después los vigías de la flota divisarían como la flota berberisca aproaba al sur, buscando una fácil victoria gracias a las diecisiete velas que la formaban.
Ambas flotas seguían acercándose la una a la otra cuando uno de los jabeques berberiscos disparo un cañonazo de aviso. Ahora muy al Noreste se podían ver claramente las velas de los dos navíos y cuatro jabeques restantes que navegaban rumbo suroeste por el Oeste, ciñendo al viento. Durante la noche habían viajado hacia el norte para dar un rodeo y colocarse a la espalda de los sarracenos, ganado barlovento. De esa forma Pedro disponía de dos escuadras, una avanzando con rapidez sobre los sarracenos y la segunda en la que permanecía él cortando la ruta de huida de la flota berberisca. Para el almirante otomano tuvieron que ser momentos angustiosos. Una flota de cinco velas frente a él, y otra de otras cuatro velas acudiendo en su ayuda desde el Noroeste le ponían en un gran aprieto.
Su única oportunidad residía claramente en utilizar su posición a barlovento de la escuadra situada al sur, para entablar combate con la esperanza de lograr finalizarlo antes de que llegase aquella segunda escuadra que se les echaban encima con rapidez. Por desgracia eso seguía significando enfrentar sus jabeques a aquellos castillos flotantes que tenía ante ellos, buques de alto bordo con decenas de cañones que aventajaban por mucho a los rápidos jabeques.
Afortunadamente los jabeques sarracenos no formaron ninguna línea de batalla y optaron por avanzar hacia el sur a toda vela en un amplio e irregular frente. Pedro en cambio opto por formar una columna para avanzar hacia el norte, no siendo hasta que los berberiscos estaban a punto de entrar en distancia de cañón cuando cayó hacia el Este para formar una línea. Momentos más tarde los tres buques españoles abrían fuego. Como los jabeques berberiscos avanzaban sobre ellos mostrando la proa, los navíos españoles eligieron disparar palanquetas contra sus velas que pronto mostraron grandes signos de desgaste, pues muchas veces la misma palanqueta alcanzaba las tres velas latinas.
Los jabeques berberiscos sacaron sus remos pese a que disfrutaban de la ventaja del viento, medida muy acertada porque poco después uno y después otro de los jabeques perdían su trinquete. El mástil caído, sujeto por las jarcias, lastro la marcha del sarraceno hasta que la tripulación corto los cabos y lo arrojaron al mar. Para entonces los bajeles berberiscos habían llegado a distancia de mosquete y un tercer jabeque había perdido el palo mayor mientras los soldados embarcados abrasaron a distancia las cubiertas enemigas causando decenas de bajas.
El momento más peligroso para la escuadra de Pedro llegaría cuando los jabeques cortasen su formación durante su huida, momento en el que sus bajeles expondrían su popa y proa a los cañones enemigos. Para evitarlo y sabiendo que la segunda división de su flota estaba dando alcance a los jabeques, ordeno a sus naves virar en simultaneo hacia el norte cuando el enemigo llego a tiro de pistola. Esa maniobra evitaría que le cruzasen la T y permitiría a los jabeques atravesar su formación sin problemas, aunque también presento su batería de estribor al enemigo durante unos breves minutos.
Fue precisamente la batería de estribor del Real Familia la que alcanzo la santabárbara de uno de los jabeques haciendo que saltase por los aires. Los otros dieciséis jabeques en cambio continuaron su marcha, pero algunos de ellos empezaban a quedar rezagados a causa de los daños acumulados en sus velas. Esto aún empeoraría cuando la segunda división los alcanzo y castigo con su artillería, sin embargo lanzados en persecución de los jabeques que huían no se detuvieron, dejando a la primera división la tarea de acabar con ellos.
Durante las dos horas siguientes la primera división se enfrentaría y rendiría cuatro jabeques y hundiría otro más, mientras la segunda división logro alcanzar otros seis jabeques que con las velas dañadas y los remeros agotados, acabaron rindiéndose ante sus disparos. Tan solo cinco de los jabeques berberiscos lograrían huir, entre ellos su almiranta.
Al amanecer del 23 de marzo el Real Felipe emprendió viaje hacia el Norte desde Valencia. La escuadra formada por el Real Felipe y el Real Carlos, y el Real Familia navegaron con viento del Nornoroeste, siguiendo la costa en busca de la escuadra enemiga. Gracias a las torres de vigía que informaban puntualmente de los movimientos del enemigo que campaba en aguas de Oropesa buscando presas o puntos débiles en la costa con el fin de asaltarlos. Afortunadamente la red de telégrafos ópticos parecía haber supuesto una sorpresa para ellos y no actuaron con suficiente celeridad.
Serían las diez de la mañana cuando los vigías del Real Felipe avistaron las velas enemigas. Minutos más tarde el navío izaba las banderas de “síganme en línea de batalla”, dirigiéndose con decisión hacia el Norte, al tiempo que disparaba un cañonazo para dar mayor énfasis a su orden. Poco después los vigías de la flota divisarían como la flota berberisca aproaba al sur, buscando una fácil victoria gracias a las diecisiete velas que la formaban.
Ambas flotas seguían acercándose la una a la otra cuando uno de los jabeques berberiscos disparo un cañonazo de aviso. Ahora muy al Noreste se podían ver claramente las velas de los dos navíos y cuatro jabeques restantes que navegaban rumbo suroeste por el Oeste, ciñendo al viento. Durante la noche habían viajado hacia el norte para dar un rodeo y colocarse a la espalda de los sarracenos, ganado barlovento. De esa forma Pedro disponía de dos escuadras, una avanzando con rapidez sobre los sarracenos y la segunda en la que permanecía él cortando la ruta de huida de la flota berberisca. Para el almirante otomano tuvieron que ser momentos angustiosos. Una flota de cinco velas frente a él, y otra de otras cuatro velas acudiendo en su ayuda desde el Noroeste le ponían en un gran aprieto.
Su única oportunidad residía claramente en utilizar su posición a barlovento de la escuadra situada al sur, para entablar combate con la esperanza de lograr finalizarlo antes de que llegase aquella segunda escuadra que se les echaban encima con rapidez. Por desgracia eso seguía significando enfrentar sus jabeques a aquellos castillos flotantes que tenía ante ellos, buques de alto bordo con decenas de cañones que aventajaban por mucho a los rápidos jabeques.
Afortunadamente los jabeques sarracenos no formaron ninguna línea de batalla y optaron por avanzar hacia el sur a toda vela en un amplio e irregular frente. Pedro en cambio opto por formar una columna para avanzar hacia el norte, no siendo hasta que los berberiscos estaban a punto de entrar en distancia de cañón cuando cayó hacia el Este para formar una línea. Momentos más tarde los tres buques españoles abrían fuego. Como los jabeques berberiscos avanzaban sobre ellos mostrando la proa, los navíos españoles eligieron disparar palanquetas contra sus velas que pronto mostraron grandes signos de desgaste, pues muchas veces la misma palanqueta alcanzaba las tres velas latinas.
Los jabeques berberiscos sacaron sus remos pese a que disfrutaban de la ventaja del viento, medida muy acertada porque poco después uno y después otro de los jabeques perdían su trinquete. El mástil caído, sujeto por las jarcias, lastro la marcha del sarraceno hasta que la tripulación corto los cabos y lo arrojaron al mar. Para entonces los bajeles berberiscos habían llegado a distancia de mosquete y un tercer jabeque había perdido el palo mayor mientras los soldados embarcados abrasaron a distancia las cubiertas enemigas causando decenas de bajas.
El momento más peligroso para la escuadra de Pedro llegaría cuando los jabeques cortasen su formación durante su huida, momento en el que sus bajeles expondrían su popa y proa a los cañones enemigos. Para evitarlo y sabiendo que la segunda división de su flota estaba dando alcance a los jabeques, ordeno a sus naves virar en simultaneo hacia el norte cuando el enemigo llego a tiro de pistola. Esa maniobra evitaría que le cruzasen la T y permitiría a los jabeques atravesar su formación sin problemas, aunque también presento su batería de estribor al enemigo durante unos breves minutos.
Fue precisamente la batería de estribor del Real Familia la que alcanzo la santabárbara de uno de los jabeques haciendo que saltase por los aires. Los otros dieciséis jabeques en cambio continuaron su marcha, pero algunos de ellos empezaban a quedar rezagados a causa de los daños acumulados en sus velas. Esto aún empeoraría cuando la segunda división los alcanzo y castigo con su artillería, sin embargo lanzados en persecución de los jabeques que huían no se detuvieron, dejando a la primera división la tarea de acabar con ellos.
Durante las dos horas siguientes la primera división se enfrentaría y rendiría cuatro jabeques y hundiría otro más, mientras la segunda división logro alcanzar otros seis jabeques que con las velas dañadas y los remeros agotados, acabaron rindiéndose ante sus disparos. Tan solo cinco de los jabeques berberiscos lograrían huir, entre ellos su almiranta.
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Un soldado de cuatro siglos
Flandes. Alrededores de Groenlo.
Diego contemplaba a los prisioneros puestos de rodillas. La mayoría rubios y algún pelirrojo. Habían cruzado el canal para hacer una guerra que ni les iba ni les venía, salvo por el botín.
Alguno sollozaba en voz baja mientras la mezcla de mocos y lágrimas le empapaba la cara. Demasiado joven para una guerra como esa.
Los españoles y húngaros no se apiadaban de sus lágrimas. Especialmente los primeros, ya que a unos 200 metros, los cadáveres de 15 mochileros con las tripas y las cabezas abiertas salpicaban el suelo. Ninguno superaba los 15 años, la mayoría ni los 12.
Por la manera en la que algunos retorcían las empuñaduras de las espadas Diego se dio cuenta de cuales eran padres de algunos de los niños muertos.
La compañía había aceptado de buen grado casi todo el material nuevo recién llegado de España. La nueva cantimplora, los útiles de hacer fuego, el capote, el saco de dormir y especialmente la esterilla que servía para aislar de la humedad. Todo excepto una cosa, las mochilas. Eran buenas herramientas, pero como le habían dicho al Sargento, "los hidalgos no hacían el trabajo de los rapaces". Y habían sido estos los que habían cargado con ellas. Y a fe que les había facilitado su trabajo, pero de poco les había servido cuando una partida de ingleses los descubrió y acabó con ellos.
Solo había una orden que podía dar. Liberarlos era impensable, y es poco probable que le hubieran obedecido incluso el mantenerlos prisioneros. No hubiera sido el primer motín de Flandes.
Diego hizo una seña a los españoles y a Bela. Y españoles y húngaros se dedicaron a enviar al cielo de los herejes a los ingleses.
Aunque los primeros lo hicieron con gran y cierta satisfacción.
Diego contemplaba a los prisioneros puestos de rodillas. La mayoría rubios y algún pelirrojo. Habían cruzado el canal para hacer una guerra que ni les iba ni les venía, salvo por el botín.
Alguno sollozaba en voz baja mientras la mezcla de mocos y lágrimas le empapaba la cara. Demasiado joven para una guerra como esa.
Los españoles y húngaros no se apiadaban de sus lágrimas. Especialmente los primeros, ya que a unos 200 metros, los cadáveres de 15 mochileros con las tripas y las cabezas abiertas salpicaban el suelo. Ninguno superaba los 15 años, la mayoría ni los 12.
Por la manera en la que algunos retorcían las empuñaduras de las espadas Diego se dio cuenta de cuales eran padres de algunos de los niños muertos.
La compañía había aceptado de buen grado casi todo el material nuevo recién llegado de España. La nueva cantimplora, los útiles de hacer fuego, el capote, el saco de dormir y especialmente la esterilla que servía para aislar de la humedad. Todo excepto una cosa, las mochilas. Eran buenas herramientas, pero como le habían dicho al Sargento, "los hidalgos no hacían el trabajo de los rapaces". Y habían sido estos los que habían cargado con ellas. Y a fe que les había facilitado su trabajo, pero de poco les había servido cuando una partida de ingleses los descubrió y acabó con ellos.
Solo había una orden que podía dar. Liberarlos era impensable, y es poco probable que le hubieran obedecido incluso el mantenerlos prisioneros. No hubiera sido el primer motín de Flandes.
Diego hizo una seña a los españoles y a Bela. Y españoles y húngaros se dedicaron a enviar al cielo de los herejes a los ingleses.
Aunque los primeros lo hicieron con gran y cierta satisfacción.
“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
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Un soldado de cuatro siglos
Valencia, 24 de marzo
La entrada de la flota en Valencia al día siguiente fue presenciada por cientos de personas que llegaron al puerto desde los campos cercanos y desde la propia ciudad, en la que las campanas de las iglesias repicaron en acción de gracias. Los jabeques habían estado mandados por un renegado holandés llamado Murat Rais el joven.
La flota de Valencia acababa de tener su bautismo de fuego a la vez que demostrado la capacidad que le otorgaba el colaborar con las torres de vigilancia de la costa. Aquello que unos años atrás hubiese sido imposible, conocer con exactitud la situación de una flota a decenas de leguas de la propia, había sido posible ahora gracias al telégrafo óptico que les mantuvo informados en todo momento de los movimientos berberiscos.
Durante los días siguientes mientras navíos y jabeques reparaban los daños sufridos y los heridos eran atendidos en el hospital, los veedores calcularon los beneficios que aquellas presas aportarían que serían muchos. Murat Rais había realizado una campaña de corso que le había llevado desde su puerto de origen en Sale, en el atlántico marroquí, hasta Marsella, para desde allá ir recorriendo toda la costa catalana hasta llegar a la valenciana donde probo las hieles de la derrota. Por lo tanto las bodegas de sus jabeques rebosaban de tesoros saqueados a franceses y catalanes. Además doscientos prisioneros cristianos habían sido liberados al tiempo que eran capturados seiscientos treinta y un berberiscos.
Calculando por encima y sumando el valor de aquellos jabeques al monto a repartir, fácilmente el premio alcanzase el millón de reales, posiblemente incluso más. En solo una batalla la flota de Valencia demostrado su valía, posiblemente repartiría ciento cincuenta o incluso más reales por tripulante, y doscientos mil reales para las arcas del reino.
Pero la campaña naval aún no había finalizado. Los últimos cuatro jabeques estaban entrando en servicio y empezando a realizar sus pruebas de mar y sus primeras maniobras.
Era hora de llevar la guerra a las costas enemigas.
La entrada de la flota en Valencia al día siguiente fue presenciada por cientos de personas que llegaron al puerto desde los campos cercanos y desde la propia ciudad, en la que las campanas de las iglesias repicaron en acción de gracias. Los jabeques habían estado mandados por un renegado holandés llamado Murat Rais el joven.
La flota de Valencia acababa de tener su bautismo de fuego a la vez que demostrado la capacidad que le otorgaba el colaborar con las torres de vigilancia de la costa. Aquello que unos años atrás hubiese sido imposible, conocer con exactitud la situación de una flota a decenas de leguas de la propia, había sido posible ahora gracias al telégrafo óptico que les mantuvo informados en todo momento de los movimientos berberiscos.
Durante los días siguientes mientras navíos y jabeques reparaban los daños sufridos y los heridos eran atendidos en el hospital, los veedores calcularon los beneficios que aquellas presas aportarían que serían muchos. Murat Rais había realizado una campaña de corso que le había llevado desde su puerto de origen en Sale, en el atlántico marroquí, hasta Marsella, para desde allá ir recorriendo toda la costa catalana hasta llegar a la valenciana donde probo las hieles de la derrota. Por lo tanto las bodegas de sus jabeques rebosaban de tesoros saqueados a franceses y catalanes. Además doscientos prisioneros cristianos habían sido liberados al tiempo que eran capturados seiscientos treinta y un berberiscos.
Calculando por encima y sumando el valor de aquellos jabeques al monto a repartir, fácilmente el premio alcanzase el millón de reales, posiblemente incluso más. En solo una batalla la flota de Valencia demostrado su valía, posiblemente repartiría ciento cincuenta o incluso más reales por tripulante, y doscientos mil reales para las arcas del reino.
Pero la campaña naval aún no había finalizado. Los últimos cuatro jabeques estaban entrando en servicio y empezando a realizar sus pruebas de mar y sus primeras maniobras.
Era hora de llevar la guerra a las costas enemigas.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
Como Pedro esperaba, el resto de compañías de la Milicia Efectiva pusieron el grito en el cielo cuando se supo del reparto de beneficios de las presas, y fueron muchos los capitanes los que exigieron sumarse a las tripulaciones de la flota aunque fuese por medio de rotaciones. Ante este pedido el Consell General tuvo que reunirse con Pedro para llegar a un acuerdo. Como comandante de la flota Pedro solo aceptaría tropas que cumpliesen sus órdenes y estuviesen organizadas siguiendo el modelo que ya empleaba en la compañía mandada por su padre.
El 3 de abril el Consell General, los capitanes de las compañías, y Pedro como comandante de la flota llegaron a un acuerdo en presencia del Virrey. La milicia efectiva sería reorganizada en un sistema de banderas con un Tte. Coronel al mando de cada de ellas. Cada bandera se dividiría en compañías al mando de un capitán, y dentro de ellas secciones y pelotones al mando de tenientes y sargentos. Por supuesto todos ellos abandonarían de inmediato las picas y los viejos mosquetes y arcabuces de mecha para adoptar los mosquetes ligeros de más utilidad a bordo de los bajeles. Esto habría de suponer un nuevo gasto, pero con las recientes presas y el aumento del comercio las arcas del reino estaban repletas.
La situación económica del Reino de Valencia contrastaba con la situación de Castilla que en enero estaba al borde de decretar suspensión de pagos. Olivares ya recuperado de las fiebres que lo habían mantenido postrado una temporada la pasada primavera, trato de solicitar la ayuda del Reino de Valencia. Por desgracia su actuación en las Cortes de Barbastro el año anterior estaba muy reciente y chocó con un muro que solicito contraprestaciones inasumibles como el mantener el comercio con la Siberia, o nuevas leyes y prebendas para el reino.
Entre estas nuevas leyes, el Consell General solicitaba la sustitución de los viejos impuestos y la creación de nuevos impuestos modernos que tuviesen en cuenta no las casas sino las personas. Esperaban con ello mejorar su recaudación en un momento en el que los nuevos negocios proliferaban en las villas reales, con cientos de artesanos y trabajadores muy bien pagados, con sueldos de varios miles de reales anuales. Además pretendían completar esos impuestos con impuestos al comercio de artículos de lujo, y a las propias factorías y empresas que también serían sometidas a impuestos.
El consell había llegado a esta conclusión durante largos debates de ese invierno. Imprentas valencianas había reimpreso recientemente viejos libros de la llamada escuela de Salamanca, desde Francisco de Vitoria a Luis de Molina. Eso supuso un espaldarazo a los debates en el Consell, que con los recientes censos realizados a lo largo de ese año calcularon que cambiando el sistema impositivo aumentarían considerablemente la recaudación, saneando las cuentas del reino. Valencia estaba recuperando su viejo pulso mercantil y querían aprovecharse de ello.
Pedro se mantuvo al margen durante todo el proceso. Es cierto que él había ordenado reimprimir aquellos libros para crear una librería y una biblioteca, pero estos solo eran unos de los muchos libros de científicos españoles del siglo anterior que había ordenado reimprimir en un intento de relanzar la ciencia en la ciudad. Fueron los propios miembros del consejo los que recurrieron a ellos en su búsqueda de inspiración, lo que agrado especialmente a Pedro.
Especial interés tenían para él algunas obras de científicos como Domingo de Soto o ingenieros como Juanelo Turiano, quienes parecían haber sido hombres avanzados a su tiempo. Incluso había contratado a dos bachilleres para que estudiasen varios de los inventos que había realizado otro afamado ingeniero español fallecido unos años atrás, Jerónimo de Ayanz. Sin embargo el libro que mayor impacto causo fue “El arte de los contratos” de Bartolomé de Albornoz, a causa de su defensa de la abolición de la esclavitud.
El 3 de abril el Consell General, los capitanes de las compañías, y Pedro como comandante de la flota llegaron a un acuerdo en presencia del Virrey. La milicia efectiva sería reorganizada en un sistema de banderas con un Tte. Coronel al mando de cada de ellas. Cada bandera se dividiría en compañías al mando de un capitán, y dentro de ellas secciones y pelotones al mando de tenientes y sargentos. Por supuesto todos ellos abandonarían de inmediato las picas y los viejos mosquetes y arcabuces de mecha para adoptar los mosquetes ligeros de más utilidad a bordo de los bajeles. Esto habría de suponer un nuevo gasto, pero con las recientes presas y el aumento del comercio las arcas del reino estaban repletas.
La situación económica del Reino de Valencia contrastaba con la situación de Castilla que en enero estaba al borde de decretar suspensión de pagos. Olivares ya recuperado de las fiebres que lo habían mantenido postrado una temporada la pasada primavera, trato de solicitar la ayuda del Reino de Valencia. Por desgracia su actuación en las Cortes de Barbastro el año anterior estaba muy reciente y chocó con un muro que solicito contraprestaciones inasumibles como el mantener el comercio con la Siberia, o nuevas leyes y prebendas para el reino.
Entre estas nuevas leyes, el Consell General solicitaba la sustitución de los viejos impuestos y la creación de nuevos impuestos modernos que tuviesen en cuenta no las casas sino las personas. Esperaban con ello mejorar su recaudación en un momento en el que los nuevos negocios proliferaban en las villas reales, con cientos de artesanos y trabajadores muy bien pagados, con sueldos de varios miles de reales anuales. Además pretendían completar esos impuestos con impuestos al comercio de artículos de lujo, y a las propias factorías y empresas que también serían sometidas a impuestos.
El consell había llegado a esta conclusión durante largos debates de ese invierno. Imprentas valencianas había reimpreso recientemente viejos libros de la llamada escuela de Salamanca, desde Francisco de Vitoria a Luis de Molina. Eso supuso un espaldarazo a los debates en el Consell, que con los recientes censos realizados a lo largo de ese año calcularon que cambiando el sistema impositivo aumentarían considerablemente la recaudación, saneando las cuentas del reino. Valencia estaba recuperando su viejo pulso mercantil y querían aprovecharse de ello.
Pedro se mantuvo al margen durante todo el proceso. Es cierto que él había ordenado reimprimir aquellos libros para crear una librería y una biblioteca, pero estos solo eran unos de los muchos libros de científicos españoles del siglo anterior que había ordenado reimprimir en un intento de relanzar la ciencia en la ciudad. Fueron los propios miembros del consejo los que recurrieron a ellos en su búsqueda de inspiración, lo que agrado especialmente a Pedro.
Especial interés tenían para él algunas obras de científicos como Domingo de Soto o ingenieros como Juanelo Turiano, quienes parecían haber sido hombres avanzados a su tiempo. Incluso había contratado a dos bachilleres para que estudiasen varios de los inventos que había realizado otro afamado ingeniero español fallecido unos años atrás, Jerónimo de Ayanz. Sin embargo el libro que mayor impacto causo fue “El arte de los contratos” de Bartolomé de Albornoz, a causa de su defensa de la abolición de la esclavitud.
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Un soldado de cuatro siglos
Pedro permaneció ajeno a estos acontecimientos por estar preparando y luego embarcado en la flota. Posteriormente y durante todo el verano la flota actuó en las costas del Norte de África, haciendo sentir su presencia desde Ceuta a Túnez, capturando una docena de saetías y galeotas de las que los berberiscos utilizaban tanto para hacer el comercio como para el corso. Además durante la campaña se saquearon veintiuna poblaciones costeras, arrasándolas y haciendo a los sarracenos muchos prisioneros, que al sumar los capturados en los bajeles ascendían a más de mil quinientos, que fueron llevados junto a las presas a Valencia.
Ya en octubre y como culmen de la campaña, la división de navíos con el Real Felipe a la cabeza, cayó sobre el Mediterráneo oriental, donde hicieron presa en siete caramuzales repletos de especias, grano, y sedas. Todo ello supondría nuevos beneficios para la ciudad que seguía atrayendo nuevos habitantes desde lugares tan alejados como Croacia y Hungría. Nuevos habitantes a los que se sumaron varias decenas de los más de quinientos cautivos cristianos liberados durante dicha campaña.
Durante su estancia en Oran Pedro entablo contacto con un sefardí que residía en la ciudad, una de las pocas en las que los sefardíes tenían derecho a residencia dentro del Imperio Español. Este intérprete de nombre Aaron Cansino, miembro de la importante familia de tal apellido a la que ya Carlos I había dado mercedes al nombrar a su padre Jacob como cónsul en la corte de Marruecos, gozaba de prestigio entre la comunidad sefardí de la zona. Por ello Pedro solicito a Aaron que utilizase dichos contactos para tratar de averiguar aquellos lugares en los que había mayor número de esclavos cristianos en la costa norteafricana. Por supuesto estaba la bien defendida Argel, pero sin duda habría muchas haciendas y lugares casi desprotegidos que empleaban esclavos y Pedro quería conocerlos.
Pedro sabía que en el Norte de África había decenas de miles de esclavos cristianos, solo en Argel posiblemente entre siete a doce mil en todo momento. Unos, los más afortunados eran conservados como rehenes hasta lograr un rescate por ellos, muchas veces de manos de los padres Mercedarios. Pero la mayoría de cautivos sufrían una dura vida de esclavitud en la que la esperanza de vida era tan solo de unos pocos años, rara vez más de diez. Con ello en mente y ya desde el principio, Pedro empezaba a plantearse el modo de rescatar a tantos esclavos cristianos como fuese posible.
Ese noviembre cuando Pedro regreso a pasar la invernada al puerto de Valencia, cuya construcción avanzaba a ojos vista, tuvo una visita muy especial. El propio almirante Antonio de Oquendo se acercó a la ciudad a contemplar la Armada del Reino, poniendo especial atención en su organización. Para ese momento los cinco navíos de línea y ocho jabeques del reino, eran acompañados por cuatro navíos de línea de la compañía y otros seis jabeques corsarios levantados por los comerciantes de la ciudad. Varios de estos últimos procedían de las capturas de la batalla de Benicasim y habían sido adquiridos por los comerciantes para aumentar la seguridad de sus rutas. Unas rutas por las que ahora discurrían mercancías como espejos, sedas, pieles, porcelana, y cosas más mundanas como cocinas económicas y candiles por valor de más de cinco millones de ducados anuales, de los que un quinto acababa revirtiendo en las arcas reales.
Ya en octubre y como culmen de la campaña, la división de navíos con el Real Felipe a la cabeza, cayó sobre el Mediterráneo oriental, donde hicieron presa en siete caramuzales repletos de especias, grano, y sedas. Todo ello supondría nuevos beneficios para la ciudad que seguía atrayendo nuevos habitantes desde lugares tan alejados como Croacia y Hungría. Nuevos habitantes a los que se sumaron varias decenas de los más de quinientos cautivos cristianos liberados durante dicha campaña.
Durante su estancia en Oran Pedro entablo contacto con un sefardí que residía en la ciudad, una de las pocas en las que los sefardíes tenían derecho a residencia dentro del Imperio Español. Este intérprete de nombre Aaron Cansino, miembro de la importante familia de tal apellido a la que ya Carlos I había dado mercedes al nombrar a su padre Jacob como cónsul en la corte de Marruecos, gozaba de prestigio entre la comunidad sefardí de la zona. Por ello Pedro solicito a Aaron que utilizase dichos contactos para tratar de averiguar aquellos lugares en los que había mayor número de esclavos cristianos en la costa norteafricana. Por supuesto estaba la bien defendida Argel, pero sin duda habría muchas haciendas y lugares casi desprotegidos que empleaban esclavos y Pedro quería conocerlos.
Pedro sabía que en el Norte de África había decenas de miles de esclavos cristianos, solo en Argel posiblemente entre siete a doce mil en todo momento. Unos, los más afortunados eran conservados como rehenes hasta lograr un rescate por ellos, muchas veces de manos de los padres Mercedarios. Pero la mayoría de cautivos sufrían una dura vida de esclavitud en la que la esperanza de vida era tan solo de unos pocos años, rara vez más de diez. Con ello en mente y ya desde el principio, Pedro empezaba a plantearse el modo de rescatar a tantos esclavos cristianos como fuese posible.
Ese noviembre cuando Pedro regreso a pasar la invernada al puerto de Valencia, cuya construcción avanzaba a ojos vista, tuvo una visita muy especial. El propio almirante Antonio de Oquendo se acercó a la ciudad a contemplar la Armada del Reino, poniendo especial atención en su organización. Para ese momento los cinco navíos de línea y ocho jabeques del reino, eran acompañados por cuatro navíos de línea de la compañía y otros seis jabeques corsarios levantados por los comerciantes de la ciudad. Varios de estos últimos procedían de las capturas de la batalla de Benicasim y habían sido adquiridos por los comerciantes para aumentar la seguridad de sus rutas. Unas rutas por las que ahora discurrían mercancías como espejos, sedas, pieles, porcelana, y cosas más mundanas como cocinas económicas y candiles por valor de más de cinco millones de ducados anuales, de los que un quinto acababa revirtiendo en las arcas reales.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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- Ubicación: Hoy en mañolandia, mañana ya veremos
Un soldado de cuatro siglos
Fábrica de Espejos
Una visita a la fábrica de espejos de Castellón mostró que esta ya estaba proxima a finalizarse. La fábrica constaba de un largo edificio de planta cuadrada con un amplio patio interior. En cada una de las alas se realizaban aplicaciones diferenciadas, como de pintura y un horno, y almacenes, talleres de orfebrería, y marquetería encargados de fabricar los marcos. Aparte de la fábrica propiamente dicha y las viviendas de los trabajadores, el complejo también tenía una taberna regentada por un viejo soldado de los tercios, y se estaba trabajando en un edificio comunal que serviría para realizar representaciones teatrales o musicales, y en una iglesia, todo ello con su propio sistema de alcantarillado.
Con una clientela potencial de cerca de cincuenta mil nobles y burgueses en toda Europa que crecía con rapidez, y contando con un único espejo para cada uno de ellos, suponía un mercado potencial de cien millones de ducados… Consciente de ello Pedro se había dispuesto a luchar por tamaño mercado potencial, así que había bajado el precio de los espejos de menos de una vara cuadrada que él llamaba de “tocador”de forma considerable, precisamente el segmento de espejos tradicionales venecianos. Su verdadero caballo de batalla era por lo tanto el espejo de “vestidor”, un espejo de cuerpo completo que no tenía competencia en el mundo.
Cuando hubiesen acabado con las factorías propiamente dichas Pedro construiría viviendas accesibles para sus trabajadores, equipadas con todas las comodidades, tales como espacio para una cocina económica, un sanitario conectado al alcantarillado, que era un pedido estándar que realizaba en todos los casos para mejorar la higiene en aquellas zonas, y baños, sino familiares sí públicos de estilo romano. Estos baños siempre estaban situados en una posición central y cerca de la iglesia que siempre mandaba construir en todas sus “villas” artesanales. La idea de las viviendas para los obreros la había sacado por supuesto de desarrollos similares de finales del siglo XIX y principios del XX, y las iglesias eran casi una necesidad en esta época, más aun para alguien que había descubierto la fe como había hecho él tras el viaje temporal.
Una visita a la fábrica de espejos de Castellón mostró que esta ya estaba proxima a finalizarse. La fábrica constaba de un largo edificio de planta cuadrada con un amplio patio interior. En cada una de las alas se realizaban aplicaciones diferenciadas, como de pintura y un horno, y almacenes, talleres de orfebrería, y marquetería encargados de fabricar los marcos. Aparte de la fábrica propiamente dicha y las viviendas de los trabajadores, el complejo también tenía una taberna regentada por un viejo soldado de los tercios, y se estaba trabajando en un edificio comunal que serviría para realizar representaciones teatrales o musicales, y en una iglesia, todo ello con su propio sistema de alcantarillado.
Con una clientela potencial de cerca de cincuenta mil nobles y burgueses en toda Europa que crecía con rapidez, y contando con un único espejo para cada uno de ellos, suponía un mercado potencial de cien millones de ducados… Consciente de ello Pedro se había dispuesto a luchar por tamaño mercado potencial, así que había bajado el precio de los espejos de menos de una vara cuadrada que él llamaba de “tocador”de forma considerable, precisamente el segmento de espejos tradicionales venecianos. Su verdadero caballo de batalla era por lo tanto el espejo de “vestidor”, un espejo de cuerpo completo que no tenía competencia en el mundo.
Cuando hubiesen acabado con las factorías propiamente dichas Pedro construiría viviendas accesibles para sus trabajadores, equipadas con todas las comodidades, tales como espacio para una cocina económica, un sanitario conectado al alcantarillado, que era un pedido estándar que realizaba en todos los casos para mejorar la higiene en aquellas zonas, y baños, sino familiares sí públicos de estilo romano. Estos baños siempre estaban situados en una posición central y cerca de la iglesia que siempre mandaba construir en todas sus “villas” artesanales. La idea de las viviendas para los obreros la había sacado por supuesto de desarrollos similares de finales del siglo XIX y principios del XX, y las iglesias eran casi una necesidad en esta época, más aun para alguien que había descubierto la fe como había hecho él tras el viaje temporal.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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