Un soldado de cuatro siglos
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Un soldado de cuatro siglos
Real Maestranza de artillería de Valencia
Para dar un impulso a la defensa del Imperio, Pedro solicito al Virrey el preceptivo permiso para construir una fábrica de artillería en la que desarrollar su nuevo sistema de artillería por bronce comprimido. Antes había fracasado en su intento de fundarla en Sevilla, emplazamiento ideal por estar junto a las minas de cobre cercanas a Sevilla y Huelva. Para evitar problemas con Olivares quien ya se había cruzado en su camino en una ocasión, busco el apoyo del Virrey y del propio monarca (por decisión del consell general) creando una sociedad en la que les vendió acciones por valor de diez mil ducados a cada uno que así poseerían el 50% de la sociedad que gano el apelativo de Real.
Su primera intención fue instalar la fábrica de armas en Murviedro, cerca del Alto horno que estaban construyendo, para finalmente recalar en las cercanías de Valencia para aprovechar la fuerza hidráulica que proporcionaría el Turia para mover las máquinas de la factoría. Por lo tanto la primera tarea realizada por los trabajadores fue el encauzar parte del río Turia. Para ello fue necesario crear una trinchera de más de ochocientas varas que corría paralela al río. En la cabecera de la trinchera había un captador de agua equipado con filtros para evitar que entrasen en el canal peces o desperdicios que averiasen las maquinas hidráulicas. Esta trinchera que se estrechaba para acelerar el curso de agua y dar así más potencia a la maquinaría, estaría pavimentada con ladrillos y hormigón al estilo romano, hecho con cenizas del Vesubio.
Muy cerca de este cauce que una vez aprovechado era vertido de nuevo en el río, se construyeron tres grandes edificios para trabajar las piezas que producirían cuatro hornos reverberos colocados en una suerte de cuadrado en el centro del complejo industrial. Junto a estos hornos un innovador sistema que Pedro llamaba “puente grúa”, construido con grandes vigas de madera provistas de un sistema de rodamientos que permitiría el movimiento de aquellos puentes a lo largo de las vigas guía, llevarían los crisoles llenos del bronce fundido desde los hornos a sus moldes colocados en el suelo verticalmente a lo largo de una trinchera.
Una vez vertido el bronce en los moldes se dejaría enfriar durante tres semanas, cuando serían elevados con el mismo puente grúa y llevados a uno de los talleres situados junto al río. Allí serían desmoldados destruyendo el molde de arcilla, cuya tierra sería cribada para ser aprovechada nuevamente. Posteriormente los cañones serían calentados y martilleados con un martillo hidráulico para compactarlos, y perforados con una mandrinadora provista de una cuchilla de acero para vaciarlos. Precisamente para este trabajo provocaba tanto calor que para enfriar la cuchilla un aprendiz tenía que remojar de forma continua la cuchilla con una solución de agua y aceite mineral (producido en la refinería de Castellón), que era recogido para ser reutilizado al igual que las virutas de cobre.
Por último el cañón era colocado de nuevo en una trinchera en el suelo, donde por medio de una prensa hidráulica se introducía un vástago troncocónico-cilíndrico de calibre ligeramente superior al del ánima, de forma que al pasar comprimía el bronce dándole una gran resistencia. Con ello el cañón ya estaba finalizado en calibres estandarizados tanto para la marina como para el ejército, y podía pasar al segundo taller en el que se construía una cureña naval o terrestre según el caso. El tercer edificio factoría era el utilizado para fabricar los moldes que posteriormente eran llevados a la trinchera.
Para dar un impulso a la defensa del Imperio, Pedro solicito al Virrey el preceptivo permiso para construir una fábrica de artillería en la que desarrollar su nuevo sistema de artillería por bronce comprimido. Antes había fracasado en su intento de fundarla en Sevilla, emplazamiento ideal por estar junto a las minas de cobre cercanas a Sevilla y Huelva. Para evitar problemas con Olivares quien ya se había cruzado en su camino en una ocasión, busco el apoyo del Virrey y del propio monarca (por decisión del consell general) creando una sociedad en la que les vendió acciones por valor de diez mil ducados a cada uno que así poseerían el 50% de la sociedad que gano el apelativo de Real.
Su primera intención fue instalar la fábrica de armas en Murviedro, cerca del Alto horno que estaban construyendo, para finalmente recalar en las cercanías de Valencia para aprovechar la fuerza hidráulica que proporcionaría el Turia para mover las máquinas de la factoría. Por lo tanto la primera tarea realizada por los trabajadores fue el encauzar parte del río Turia. Para ello fue necesario crear una trinchera de más de ochocientas varas que corría paralela al río. En la cabecera de la trinchera había un captador de agua equipado con filtros para evitar que entrasen en el canal peces o desperdicios que averiasen las maquinas hidráulicas. Esta trinchera que se estrechaba para acelerar el curso de agua y dar así más potencia a la maquinaría, estaría pavimentada con ladrillos y hormigón al estilo romano, hecho con cenizas del Vesubio.
Muy cerca de este cauce que una vez aprovechado era vertido de nuevo en el río, se construyeron tres grandes edificios para trabajar las piezas que producirían cuatro hornos reverberos colocados en una suerte de cuadrado en el centro del complejo industrial. Junto a estos hornos un innovador sistema que Pedro llamaba “puente grúa”, construido con grandes vigas de madera provistas de un sistema de rodamientos que permitiría el movimiento de aquellos puentes a lo largo de las vigas guía, llevarían los crisoles llenos del bronce fundido desde los hornos a sus moldes colocados en el suelo verticalmente a lo largo de una trinchera.
Una vez vertido el bronce en los moldes se dejaría enfriar durante tres semanas, cuando serían elevados con el mismo puente grúa y llevados a uno de los talleres situados junto al río. Allí serían desmoldados destruyendo el molde de arcilla, cuya tierra sería cribada para ser aprovechada nuevamente. Posteriormente los cañones serían calentados y martilleados con un martillo hidráulico para compactarlos, y perforados con una mandrinadora provista de una cuchilla de acero para vaciarlos. Precisamente para este trabajo provocaba tanto calor que para enfriar la cuchilla un aprendiz tenía que remojar de forma continua la cuchilla con una solución de agua y aceite mineral (producido en la refinería de Castellón), que era recogido para ser reutilizado al igual que las virutas de cobre.
Por último el cañón era colocado de nuevo en una trinchera en el suelo, donde por medio de una prensa hidráulica se introducía un vástago troncocónico-cilíndrico de calibre ligeramente superior al del ánima, de forma que al pasar comprimía el bronce dándole una gran resistencia. Con ello el cañón ya estaba finalizado en calibres estandarizados tanto para la marina como para el ejército, y podía pasar al segundo taller en el que se construía una cureña naval o terrestre según el caso. El tercer edificio factoría era el utilizado para fabricar los moldes que posteriormente eran llevados a la trinchera.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
Fábrica de Lentes
Al igual que la Fábrica de Espejos se segrego de la de vidrio para dificultar el espionaje industrial, otro tanto ocurrió con las de lentes. Esta factoría de pequeño tamaño pero tremenda importancia fue fundada en Las Cuevas de Vinromá, en el Maestrazgo castellonense.
A esta localidad del interior llegarían las lentes en bruto procedentes de la fábrica de Viver, siendo talladas por los maestros artesanos que utilizarían un sistema propuesto décadas atrás por Leonardo da Vinci y mejorado al utilizar tracción mecánica, con polvo de óxido de hierro como abrasivo para pulir la lente.
Estas lentes serían posteriormente montadas en tubos de bronce para construir catalejos o microscopios. Los primeros irían destinados a servir en los bajeles de la armada donde causaron sensación, siendo entregados con órdenes terminantes de evitar su captura, por lo que en caso de peligro debían ser arrojados al mar. También causarían sensación los microscopios, que serían entregados a la Universidad de Valencia o vendidos a médicos y estudiosos por un alto precio.
Su mayor obra en los años posteriores a su creación sería un gran telescopio de tres metros y cuatro lentes que sería instalado en un observatorio astronómico construido para tal fin en la cima del Peñagolosa, la montaña más alta de Castellón. A este observatorio llegaría el científico y astrónomo pisano Galileo Galilei, que atraído por este telescopio llego a Valencia en 1628 para sentar cátedra en la facultad de Astronomía abierta en Castellón, dependiente de la universidad de Valencia.
Al igual que la Fábrica de Espejos se segrego de la de vidrio para dificultar el espionaje industrial, otro tanto ocurrió con las de lentes. Esta factoría de pequeño tamaño pero tremenda importancia fue fundada en Las Cuevas de Vinromá, en el Maestrazgo castellonense.
A esta localidad del interior llegarían las lentes en bruto procedentes de la fábrica de Viver, siendo talladas por los maestros artesanos que utilizarían un sistema propuesto décadas atrás por Leonardo da Vinci y mejorado al utilizar tracción mecánica, con polvo de óxido de hierro como abrasivo para pulir la lente.
Estas lentes serían posteriormente montadas en tubos de bronce para construir catalejos o microscopios. Los primeros irían destinados a servir en los bajeles de la armada donde causaron sensación, siendo entregados con órdenes terminantes de evitar su captura, por lo que en caso de peligro debían ser arrojados al mar. También causarían sensación los microscopios, que serían entregados a la Universidad de Valencia o vendidos a médicos y estudiosos por un alto precio.
Su mayor obra en los años posteriores a su creación sería un gran telescopio de tres metros y cuatro lentes que sería instalado en un observatorio astronómico construido para tal fin en la cima del Peñagolosa, la montaña más alta de Castellón. A este observatorio llegaría el científico y astrónomo pisano Galileo Galilei, que atraído por este telescopio llego a Valencia en 1628 para sentar cátedra en la facultad de Astronomía abierta en Castellón, dependiente de la universidad de Valencia.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
Presa del Bosquet, Mogente, al suroeste de Valencia
Producto de la expansión económica del reino de Valencia, que había pasado de estar profundamente endeudado a generar un enorme superávit gracias a las crecientes industrias y comercio que se estaban instalando en el reino. Tras el primer presupuesto anual realizado justo tras el censo de 1626, el “Consell General” se encontró con unas previsiones de presupuestos que por primera vez podían dar cumplimiento no solo a las necesidades de subsistencia de las instituciones, sino que gracias a su superávit podían emprenderse nuevos proyectos de mejora. Precisamente por ello a partir de 1627 el Consell General que se encontró con unas presupuestos saneados, llevó a cabo un proyecto de fomento de las infraestructuras en todo el reino.
Este plan de nuevas infraestructuras tuvo dos vertientes principales. La primera el mejorar la red de calzadas, pues fundamentalmente aún se dependía de las viejas calzadas romanas o de caminos de tierra, y en la construcción de embalses y obras de aprovechamiento hídrico. Por desgracia el fraccionamiento feudal dificultaba el empleo de dineros de la hacienda real en el desarrollo de tierras nobiliarias o de la iglesia, que recibieron muy pocas mejoras. Pero las villas reales y las tierras de los maestrazgos de caballería que aun siendo de la Iglesia dependían del Rey Felipe como gran Maestre, vivieron una gran expansión.
Una de las primeras obras en ser realizadas fue una presa en la localidad de Moixent. Esta presa construida entre 1628 y 1636, en hormigón romano y piedra, contendría las aguas por el sistema llamado de gravedad. La presa mediría más de doscientas varas de anchura y cuatrocientas de largo, convirtiéndola en una obra de proporciones colosales, y aun así muy por detrás del embalse de Tibi, construido a finales del siglo anterior.
Otro embalse de este periodo es el de Sitjar, en Onda, cuenca del Mijares, y si no se hicieron más fue por las dificultades de los fueros nobiliarios. En cuanto a las calzadas, estas se hicieron con un sistema similar al romano, utilizando sucesivas capas de sustrato de diferente tamaño y un empedrado final. Estas carreteras que se ramificaban desde la calzada romana, facilitarían el comercio y el intercambio comercial del reino. Ciudades como Valencia, Alicante, Xativa, y Castellón fueron dotadas de alcantarillas o estas fueron mejoradas si ya las tenían. También aumentaron los proyectos de construcción de acueductos para llevar agua clara de montaña desde las sierras del interior hacia la costa.
En estas obras catalogadas de “interés”, trabajarían forzosamente miles de berberiscos capturados por la armada real durante aquellos años.
Producto de la expansión económica del reino de Valencia, que había pasado de estar profundamente endeudado a generar un enorme superávit gracias a las crecientes industrias y comercio que se estaban instalando en el reino. Tras el primer presupuesto anual realizado justo tras el censo de 1626, el “Consell General” se encontró con unas previsiones de presupuestos que por primera vez podían dar cumplimiento no solo a las necesidades de subsistencia de las instituciones, sino que gracias a su superávit podían emprenderse nuevos proyectos de mejora. Precisamente por ello a partir de 1627 el Consell General que se encontró con unas presupuestos saneados, llevó a cabo un proyecto de fomento de las infraestructuras en todo el reino.
Este plan de nuevas infraestructuras tuvo dos vertientes principales. La primera el mejorar la red de calzadas, pues fundamentalmente aún se dependía de las viejas calzadas romanas o de caminos de tierra, y en la construcción de embalses y obras de aprovechamiento hídrico. Por desgracia el fraccionamiento feudal dificultaba el empleo de dineros de la hacienda real en el desarrollo de tierras nobiliarias o de la iglesia, que recibieron muy pocas mejoras. Pero las villas reales y las tierras de los maestrazgos de caballería que aun siendo de la Iglesia dependían del Rey Felipe como gran Maestre, vivieron una gran expansión.
Una de las primeras obras en ser realizadas fue una presa en la localidad de Moixent. Esta presa construida entre 1628 y 1636, en hormigón romano y piedra, contendría las aguas por el sistema llamado de gravedad. La presa mediría más de doscientas varas de anchura y cuatrocientas de largo, convirtiéndola en una obra de proporciones colosales, y aun así muy por detrás del embalse de Tibi, construido a finales del siglo anterior.
Otro embalse de este periodo es el de Sitjar, en Onda, cuenca del Mijares, y si no se hicieron más fue por las dificultades de los fueros nobiliarios. En cuanto a las calzadas, estas se hicieron con un sistema similar al romano, utilizando sucesivas capas de sustrato de diferente tamaño y un empedrado final. Estas carreteras que se ramificaban desde la calzada romana, facilitarían el comercio y el intercambio comercial del reino. Ciudades como Valencia, Alicante, Xativa, y Castellón fueron dotadas de alcantarillas o estas fueron mejoradas si ya las tenían. También aumentaron los proyectos de construcción de acueductos para llevar agua clara de montaña desde las sierras del interior hacia la costa.
En estas obras catalogadas de “interés”, trabajarían forzosamente miles de berberiscos capturados por la armada real durante aquellos años.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
Valencia, finales de noviembre de 1627
Oquendo abordó el Real Felipe desde la falúa que lo había transportado. Cuando piso la cubierta el silbato del contramaestre sonó anunciando su llegada y dando paso al redoble de un tambor. Formados en cubierta decenas de marineros formados en hilera, y ochenta soldados vestidos de un color entre amarillo y verde, se pusieron firmes presentando sus mosquetes de una curiosa forma, todos al unísono.
—Bienvenido, almirante. —Dijo el veterano capitán Pedro Sánchez, comandante de aquel buque dándole la bienvenida a bordo. Cuando el almirante Oquendo hubo devuelto el saludo el capitán ordenó “descansen”, orden que toda la tripulación cumplió también al unísono. Ahora Oquendo pudo fijarse mejor en aquellos hombres. Los soldados llevaban amplios correajes de cuero de los que pendían un zurrón en su cadera derecha y un fino y largo estilete de extraña forma en la izquierda. A su espalda colgaba una mochila también de cuero. Los marineros en cambio vestían de azul, con prendas de lana.
Segundos más tarde mientras los hombres de mar y guerra rompían filas a una orden del contramaestre, Oquendo se reunía con el almirante Pedro Llopis y el capitán Pedro Sánchez.
—Don Pedro, gracias por recibirme. —Dijo Oquendo dirigiéndose al almirante. —Permítame decirle que la tripulación de este bajel tiene un aspecto impresionante, felicidades.
—Muchas gracias Don Antonio, trasmitiré la felicitación de vuesa merced a mis hombres. Tome asiento por favor. ¿Un vaso de vino? ¿Sánchez, nos acompaña vuesa merced? —Respondió Pedro ofreciéndole un vaso de vino a Oquendo y otro al capitán a quien llamaba por su apellido, suponía que por diferenciarse el uno del otro. Momentos más tarde y ya con un buen vaso de vino frente a ellos, Pedro continuó. — ¿Qué ha traído a vuesa merced a Valencia, Don Antonio?
—Deseaba ver la flota que ha organizado vuesa merced aquí, Don Pedro, pues a su Excelencia Fadrique de Toledo, Capitán General de la Armada del Mar Océano y a mí nos interesaba mucho los cambios que dicen ha introducido en esta Escuadra. Había escuchado rumores, pero esto… —Dijo como si le costase encontrar las palabras adecuadas para describir lo que había visto.
—Esto es una marina profesional, Don Antonio. —Dijo Pedro. —Hasta ahora y vuesa merced lo sabe bien, las escuadras de su majestad tenían unos pocos bajeles propiedad de la corona y muchos bajeles contratados para tal o cual campaña, generalmente mandados por unos pocos marinos que en caso de combate cedían el mando a un capitán de guerra. Pero seamos serios. ¿Qué sabe del mar un soldado de infantería? Nada de nada. —finalizo, dejando a Sánchez la tarea de explicarle cómo funcionaba el nuevo escalafón de la armada.
—Pero los nombramientos siguen siendo aprobados por su Majestad. —Intervino Oquendo.
—Aprobados, sí, pero de entre una lista ofrecida por el Consell General que a la vez la recibe de la Junta del Almirantazgo. —Respondió Pedro. —Cuando acepte dirigir esta Armada fue una condición que puse al Consell. En su organización la Armada debe funcionar de forma autónoma, sin interferencias o injerencias políticas.
—En este momento la Junta la componemos los capitanes de navío. Intervino Sánchez. —Es decir, los cinco capitanes que comandamos los navíos de línea, más los dos contralmirantes que mandan las divisiones de jabeques, el vicealmirante a cargo de la división de navíos, y Don Pedro aquí presente, que la preside. Es esa junta la que eleva los nombres que han de proponerse al Consell General, que luego la remite a su Majestad para su aprobación. Incluso en un caso ante las graves heridas de su antecesor, se nombro directamente a un capitán de fragata, medida que luego tuvo que ser aprobada por el consell.
—Veo que no temen a tomar decisiones... ¿A qué se debe el que todos vistan igual, Don Pedro? —Quiso saber Oquendo.
—Espíritu de cuerpo, Don Antonio —Respondió Pedro. —En la batalla es fundamental que los hombres confíen ciegamente en sus compañeros de armas, que estén seguros de su deber y se nieguen a fallar, y en ello entran muchas cosas en juego. Hasta ahora todos conocíamos los más evidentes, que son la fe en Dios nuestro señor, la lealtad a nuestro monarca, y el honor personal de cada uno. Ahora simplemente hemos añadido dado nuevos motivos para que los hombres cumplan con su deber, como son el sentirse parte de una hermandad de hombres.
—De ahí los uniformes, Don Antonio. —Intervino Sánchez. —Identifica a los hombres como un grupo y los anima a que cumplan para el deber con los hombres que conocen tan bien. Eso es algo que ya hacían los antiguos espartanos, que a diferencia de sus enemigos que empleaban motivos personales en sus escudos, utilizaban una única letra Lambda para todos. Eso les daba la sensación de pertenencia a un grupo superior, algo que también utilizaron los romanos.
—Aun así eso debe ser caro, y por lo que dice todo corre a costas de la corona. —Contraataco Oquendo.
—Cuesta unos reales adicionales al año, pero es algo que estamos dispuestos a pagar pues mejora su eficacia. —Respondió Pedro.
— ¿Y el equipo de los soldados? No utilizan picas… ¿y qué son esos bártulos que todos llevaban? —Preguntó Oquendo.
—A bordo de un buque las picas son de poca utilidad, así que se decidió utilizar exclusivamente mosquetes ligeros, que si bien son más caros, pueden recargarse con mucha más rapidez lo que nos concede una pegada mucho mayor a la de nuestros enemigos. —Explico Pedro. —También se utilizan los cuchillos de combate que ha podido observar. Esos cuchillos colocados o encastrados en los cañones de los fusiles los convierten en una suerte de chuzos, por lo que podemos prescindir de estos.
—Interesante, también he observado que todos los hombres cargan su propia mochila. ¿No han puesto dificultades los hombres en ello? —Preguntó extrañado que aquellos hombres cargasen su propia mochila sin protestas.
—Al principio hubo algunas protestas. —Explico Sánchez. —Pero durante las primeras maniobras en la isla de Cabrera dejamos a los hombres sin más equipo que el que pudieron cargar durante una semana. Como muy pocos llevaron el equipo que se les había entregado la mayoría paso hambre y sed. Eso unido a que han aprendido que al llegar a puerto registramos todo su equipo menos su mochila, siempre y cuando la lleven ellos, les convenció de la necesidad de cargar con ella.
—Un viejo amigo mío es sargento en Flandes, y es cierto que él nombro los problemas que los viejos soldados pusieron a cargar con su propio equipo cuando se lo envié —intervino Pedro. —. Eso no ocurre aquí. Se les ha enseñado que su equipo es necesario, tanto poniendo ejemplos de debacles de los ejércitos de España, por ejemplo como el que se sufrió durante la jornada de Argel, como por medio de su experiencia personal en esas maniobras que menciono el señor Sánchez. Por supuesto no suelen cargar sus mochilas, aún menos a bordo donde solo la cargan durante las revistas como al de hoy, pero si algún día debemos realizar una operación anfibia desembarcando en la costa enemiga, no nos ocurrirá como al ejército del Emperador ante Argel.
—Son curiosas ideas, Don Pedro, y por eso quería verle. Su Escuadra parece haber tenido un desempeño desproporcionado con respecto a su pequeño tamaño. Las victorias que logro durante el ataque a Cádiz pudieron deberse a la suerte, pero ahora ha reproducido sus éxitos en el Mediterráneo, causando estragos entre los otomanos y berberiscos que no se veían desde el apogeo del Duque de Osuna. —Explico Oquendo. —Eso llamo la atención de su excelencia el marques Don Fadrique de Toledo y la mía propia. Por ello querríamos solicitar a vuesa merced que llevase su escuadra a Cádiz para observar su organización y tácticas durante un tiempo.
—Don Antonio, vuesa merced debe ser consciente que esta Escuadra se debe al reino de Valencia, mal servicio haríamos si tan solo un año después de su creación abandonásemos el reino para apoyar a Castilla.
—Conozco la situación de esta Armada, Don Pedro. Pero la influencia de vuesa merced en este reino no tiene ahora mismo rival. Si habla con el Consejo y acude aunque sea con una de sus ¿Divisiones?... sí, divisiones, a Cádiz, donde puede mostrarnos su organización y sus tácticas, sería de gran ayuda para España…
Oquendo abordó el Real Felipe desde la falúa que lo había transportado. Cuando piso la cubierta el silbato del contramaestre sonó anunciando su llegada y dando paso al redoble de un tambor. Formados en cubierta decenas de marineros formados en hilera, y ochenta soldados vestidos de un color entre amarillo y verde, se pusieron firmes presentando sus mosquetes de una curiosa forma, todos al unísono.
—Bienvenido, almirante. —Dijo el veterano capitán Pedro Sánchez, comandante de aquel buque dándole la bienvenida a bordo. Cuando el almirante Oquendo hubo devuelto el saludo el capitán ordenó “descansen”, orden que toda la tripulación cumplió también al unísono. Ahora Oquendo pudo fijarse mejor en aquellos hombres. Los soldados llevaban amplios correajes de cuero de los que pendían un zurrón en su cadera derecha y un fino y largo estilete de extraña forma en la izquierda. A su espalda colgaba una mochila también de cuero. Los marineros en cambio vestían de azul, con prendas de lana.
Segundos más tarde mientras los hombres de mar y guerra rompían filas a una orden del contramaestre, Oquendo se reunía con el almirante Pedro Llopis y el capitán Pedro Sánchez.
—Don Pedro, gracias por recibirme. —Dijo Oquendo dirigiéndose al almirante. —Permítame decirle que la tripulación de este bajel tiene un aspecto impresionante, felicidades.
—Muchas gracias Don Antonio, trasmitiré la felicitación de vuesa merced a mis hombres. Tome asiento por favor. ¿Un vaso de vino? ¿Sánchez, nos acompaña vuesa merced? —Respondió Pedro ofreciéndole un vaso de vino a Oquendo y otro al capitán a quien llamaba por su apellido, suponía que por diferenciarse el uno del otro. Momentos más tarde y ya con un buen vaso de vino frente a ellos, Pedro continuó. — ¿Qué ha traído a vuesa merced a Valencia, Don Antonio?
—Deseaba ver la flota que ha organizado vuesa merced aquí, Don Pedro, pues a su Excelencia Fadrique de Toledo, Capitán General de la Armada del Mar Océano y a mí nos interesaba mucho los cambios que dicen ha introducido en esta Escuadra. Había escuchado rumores, pero esto… —Dijo como si le costase encontrar las palabras adecuadas para describir lo que había visto.
—Esto es una marina profesional, Don Antonio. —Dijo Pedro. —Hasta ahora y vuesa merced lo sabe bien, las escuadras de su majestad tenían unos pocos bajeles propiedad de la corona y muchos bajeles contratados para tal o cual campaña, generalmente mandados por unos pocos marinos que en caso de combate cedían el mando a un capitán de guerra. Pero seamos serios. ¿Qué sabe del mar un soldado de infantería? Nada de nada. —finalizo, dejando a Sánchez la tarea de explicarle cómo funcionaba el nuevo escalafón de la armada.
—Pero los nombramientos siguen siendo aprobados por su Majestad. —Intervino Oquendo.
—Aprobados, sí, pero de entre una lista ofrecida por el Consell General que a la vez la recibe de la Junta del Almirantazgo. —Respondió Pedro. —Cuando acepte dirigir esta Armada fue una condición que puse al Consell. En su organización la Armada debe funcionar de forma autónoma, sin interferencias o injerencias políticas.
—En este momento la Junta la componemos los capitanes de navío. Intervino Sánchez. —Es decir, los cinco capitanes que comandamos los navíos de línea, más los dos contralmirantes que mandan las divisiones de jabeques, el vicealmirante a cargo de la división de navíos, y Don Pedro aquí presente, que la preside. Es esa junta la que eleva los nombres que han de proponerse al Consell General, que luego la remite a su Majestad para su aprobación. Incluso en un caso ante las graves heridas de su antecesor, se nombro directamente a un capitán de fragata, medida que luego tuvo que ser aprobada por el consell.
—Veo que no temen a tomar decisiones... ¿A qué se debe el que todos vistan igual, Don Pedro? —Quiso saber Oquendo.
—Espíritu de cuerpo, Don Antonio —Respondió Pedro. —En la batalla es fundamental que los hombres confíen ciegamente en sus compañeros de armas, que estén seguros de su deber y se nieguen a fallar, y en ello entran muchas cosas en juego. Hasta ahora todos conocíamos los más evidentes, que son la fe en Dios nuestro señor, la lealtad a nuestro monarca, y el honor personal de cada uno. Ahora simplemente hemos añadido dado nuevos motivos para que los hombres cumplan con su deber, como son el sentirse parte de una hermandad de hombres.
—De ahí los uniformes, Don Antonio. —Intervino Sánchez. —Identifica a los hombres como un grupo y los anima a que cumplan para el deber con los hombres que conocen tan bien. Eso es algo que ya hacían los antiguos espartanos, que a diferencia de sus enemigos que empleaban motivos personales en sus escudos, utilizaban una única letra Lambda para todos. Eso les daba la sensación de pertenencia a un grupo superior, algo que también utilizaron los romanos.
—Aun así eso debe ser caro, y por lo que dice todo corre a costas de la corona. —Contraataco Oquendo.
—Cuesta unos reales adicionales al año, pero es algo que estamos dispuestos a pagar pues mejora su eficacia. —Respondió Pedro.
— ¿Y el equipo de los soldados? No utilizan picas… ¿y qué son esos bártulos que todos llevaban? —Preguntó Oquendo.
—A bordo de un buque las picas son de poca utilidad, así que se decidió utilizar exclusivamente mosquetes ligeros, que si bien son más caros, pueden recargarse con mucha más rapidez lo que nos concede una pegada mucho mayor a la de nuestros enemigos. —Explico Pedro. —También se utilizan los cuchillos de combate que ha podido observar. Esos cuchillos colocados o encastrados en los cañones de los fusiles los convierten en una suerte de chuzos, por lo que podemos prescindir de estos.
—Interesante, también he observado que todos los hombres cargan su propia mochila. ¿No han puesto dificultades los hombres en ello? —Preguntó extrañado que aquellos hombres cargasen su propia mochila sin protestas.
—Al principio hubo algunas protestas. —Explico Sánchez. —Pero durante las primeras maniobras en la isla de Cabrera dejamos a los hombres sin más equipo que el que pudieron cargar durante una semana. Como muy pocos llevaron el equipo que se les había entregado la mayoría paso hambre y sed. Eso unido a que han aprendido que al llegar a puerto registramos todo su equipo menos su mochila, siempre y cuando la lleven ellos, les convenció de la necesidad de cargar con ella.
—Un viejo amigo mío es sargento en Flandes, y es cierto que él nombro los problemas que los viejos soldados pusieron a cargar con su propio equipo cuando se lo envié —intervino Pedro. —. Eso no ocurre aquí. Se les ha enseñado que su equipo es necesario, tanto poniendo ejemplos de debacles de los ejércitos de España, por ejemplo como el que se sufrió durante la jornada de Argel, como por medio de su experiencia personal en esas maniobras que menciono el señor Sánchez. Por supuesto no suelen cargar sus mochilas, aún menos a bordo donde solo la cargan durante las revistas como al de hoy, pero si algún día debemos realizar una operación anfibia desembarcando en la costa enemiga, no nos ocurrirá como al ejército del Emperador ante Argel.
—Son curiosas ideas, Don Pedro, y por eso quería verle. Su Escuadra parece haber tenido un desempeño desproporcionado con respecto a su pequeño tamaño. Las victorias que logro durante el ataque a Cádiz pudieron deberse a la suerte, pero ahora ha reproducido sus éxitos en el Mediterráneo, causando estragos entre los otomanos y berberiscos que no se veían desde el apogeo del Duque de Osuna. —Explico Oquendo. —Eso llamo la atención de su excelencia el marques Don Fadrique de Toledo y la mía propia. Por ello querríamos solicitar a vuesa merced que llevase su escuadra a Cádiz para observar su organización y tácticas durante un tiempo.
—Don Antonio, vuesa merced debe ser consciente que esta Escuadra se debe al reino de Valencia, mal servicio haríamos si tan solo un año después de su creación abandonásemos el reino para apoyar a Castilla.
—Conozco la situación de esta Armada, Don Pedro. Pero la influencia de vuesa merced en este reino no tiene ahora mismo rival. Si habla con el Consejo y acude aunque sea con una de sus ¿Divisiones?... sí, divisiones, a Cádiz, donde puede mostrarnos su organización y sus tácticas, sería de gran ayuda para España…
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
- tercioidiaquez
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Un soldado de cuatro siglos
Puesto de Mando del Ejército de las Naciones
-"Así que debido a la falta de fondos, nos vemos obligados a mantenernos, no podemos arriesgarnos a avanzar".
La conclusión del comandante del ejército, Enrique van der Bergh, no daba lugar a dudas. No pensaba arriesgar su ejército, al menos no todavía.
-"Estais en un error"-le respondió el jefe del Tercio de españoles. -"Es cierto que estamos faltos de dinero, pero gracias a los húsares y a nuestros "soldados perdidos" el enemigo nos anda parejo. Su voluntad es similar a la nuestra. Si atacamos podemos rechazarlos, aquí sentados no servimos al Rey nuestro Señor"-este último comentario lo hizo mirando a los coroneles italianos, partidarios de seguir manteniendo la posición hasta la llegada de la soldada.
-"Acaso quereis insinuar algo". Contesto un napolitano de fiero bigote y aún mas grande acero, mientras acariciaba los gavilanes de su espada.
-"Yo no insinúo nada. Afirmo." Contestó envarándose el español.
-"Calma señores, calma" puso paz Enrique. "Es claro, que así no podemos hacer nada. Volver con vuestras unidades e informar que mantendremos la posición.
Los oficiales salieron por la puerta de la tienda, españoles e italianos mirándose unos a otros, alemanes y walones, mirando a ninguna parte. Diego se quedó en la puerta.
-"General ¿Puedo hablar con vos un momento?".
-"Claro, claro, mi joven Diego". El comandante en jefe no perdía ocasión de recordar lo joven, y supuestamente bisoño, que era ese Sargento, elevado al nivel de oficiales superiores por el propio Spínola.
-"Señor, con el debido respeto, creo que os equivocais" Dijo Diego con todo el tacto posible.
-"¿Cómo os atrevéis?. La situación es clara, sabeis que llevamos meses sin cobrar".
- "Lo sé, como sé que no vamos a cobrar en varios meses mas, y que finalmente avanzareis, desplegareis, atacareis con poca convicción, y Groenlo caerá, pero vuestro honor se mantendrá".
El noble se levantó echando espumarajos por la boca -"¿Cómo osáis lanzar tal infamia?, mañana apareceréis colgado en la plaza de armas.
-"Me temo que no, General, pero aún podeis salvar vuestro honor y cumplir al fin la misión"...
********************************************************************************************************************************************************
-"Que me aspen Diego, no sé como ha cambiado de idea el flamenco. Antes no quería partir y ahora arde en deseos de ir a batallar".
Comentó el Maestre de Campo español.
-"Solo la providencia lo sabe señor. No cabe duda que Dios le ha iluminado".
"No me vengais con monsergas, tú sabes algo. Te quedaste hablando con él, hasta los bujarrones de los italianos se dieron cuenta".
" Es posible que alguien le comentara el rumor que circula por el campamento".
"¿Qué está en tratos con su primo para cambiar de bando? Eso no lo creo ni yo".
"Cierto, pero le dije que podría llegar a conocerse que le envió una carta donde plasmaba esa idea".
El Maestre de Campo se detuvo. "¿Quién se ha inventado esa historia""
-"Yo mismo, también le dije que falsifiqué su firma".
-"Así que debido a la falta de fondos, nos vemos obligados a mantenernos, no podemos arriesgarnos a avanzar".
La conclusión del comandante del ejército, Enrique van der Bergh, no daba lugar a dudas. No pensaba arriesgar su ejército, al menos no todavía.
-"Estais en un error"-le respondió el jefe del Tercio de españoles. -"Es cierto que estamos faltos de dinero, pero gracias a los húsares y a nuestros "soldados perdidos" el enemigo nos anda parejo. Su voluntad es similar a la nuestra. Si atacamos podemos rechazarlos, aquí sentados no servimos al Rey nuestro Señor"-este último comentario lo hizo mirando a los coroneles italianos, partidarios de seguir manteniendo la posición hasta la llegada de la soldada.
-"Acaso quereis insinuar algo". Contesto un napolitano de fiero bigote y aún mas grande acero, mientras acariciaba los gavilanes de su espada.
-"Yo no insinúo nada. Afirmo." Contestó envarándose el español.
-"Calma señores, calma" puso paz Enrique. "Es claro, que así no podemos hacer nada. Volver con vuestras unidades e informar que mantendremos la posición.
Los oficiales salieron por la puerta de la tienda, españoles e italianos mirándose unos a otros, alemanes y walones, mirando a ninguna parte. Diego se quedó en la puerta.
-"General ¿Puedo hablar con vos un momento?".
-"Claro, claro, mi joven Diego". El comandante en jefe no perdía ocasión de recordar lo joven, y supuestamente bisoño, que era ese Sargento, elevado al nivel de oficiales superiores por el propio Spínola.
-"Señor, con el debido respeto, creo que os equivocais" Dijo Diego con todo el tacto posible.
-"¿Cómo os atrevéis?. La situación es clara, sabeis que llevamos meses sin cobrar".
- "Lo sé, como sé que no vamos a cobrar en varios meses mas, y que finalmente avanzareis, desplegareis, atacareis con poca convicción, y Groenlo caerá, pero vuestro honor se mantendrá".
El noble se levantó echando espumarajos por la boca -"¿Cómo osáis lanzar tal infamia?, mañana apareceréis colgado en la plaza de armas.
-"Me temo que no, General, pero aún podeis salvar vuestro honor y cumplir al fin la misión"...
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-"Que me aspen Diego, no sé como ha cambiado de idea el flamenco. Antes no quería partir y ahora arde en deseos de ir a batallar".
Comentó el Maestre de Campo español.
-"Solo la providencia lo sabe señor. No cabe duda que Dios le ha iluminado".
"No me vengais con monsergas, tú sabes algo. Te quedaste hablando con él, hasta los bujarrones de los italianos se dieron cuenta".
" Es posible que alguien le comentara el rumor que circula por el campamento".
"¿Qué está en tratos con su primo para cambiar de bando? Eso no lo creo ni yo".
"Cierto, pero le dije que podría llegar a conocerse que le envió una carta donde plasmaba esa idea".
El Maestre de Campo se detuvo. "¿Quién se ha inventado esa historia""
-"Yo mismo, también le dije que falsifiqué su firma".
“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
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Un soldado de cuatro siglos
Zapatos Raimundo…
Al poco de llegar a Valencia, Pedro se encontró en la necesidad de conseguir nuevos zapatos y botas. Por supuesto no esperaba que estuviesen numerados, pero su sorpresa fue grande cuando se encontró con que los zapateros no fabricaban zapatos de horma izquierda y derecha sino de una única horma. Esto que facilitaba el trabajo del artesano, restaba comodidad para el cliente, por lo que Pedro pidió calzado a medida, con una horma para cada pie, izquierdo o derecho.
El artesano mostro extrañeza ante tal petición, pero el cliente pagaba en buenos reales, por lo que se dispuso a hacer su trabajo. Hacer aquellos zapatos fue difícil pues tuvo que innovar sobre la marcha, pero finalmente con la ayuda del propio cliente con el que converso en varias ocasiones para poder fabricar aquellos zapatos, finalmente pudo hacer un par de zapatos al que siguieron botas y varias otras prendas. Poco después su cliente se marcho a un largo viaje y no regreso hasta año y medio después, pero los zapatos de horma diferenciada empezaron a triunfar entre burgueses y nobles que empezaron a acudir en mayor medida a su negocio. Con el tiempo otros zapateros empezaron a hacer calzado similar, pero la marca de Raimundo gravada al fuego en el cuero (otra idea de su cliente), empezó a ser buscada por los clientes como símbolo de calidad.
Raimundo volvió a trabajar para Pedro tiempo después, cuando este regreso a la ciudad, convirtiéndose en su zapatero de preferencia. La última vez que se reunió con él, habían conversado sobre la lástima que era el que no todos pudiesen disfrutar de zapatos de horma diferenciada y que tan solo pudiese trabajar bajo pedido. La conversación se alargó durante bastante tiempo, pero una idea dicha casi de pasada se quedó grabada a fuego en su mente….sería muy útil si pudiese crear una numeración estándar del calzado, de forma que cualquier persona pudiese conocer su número y comprar el calzado con mayor sencillez y seguridad.
Tenía que pensar en ello…
Al poco de llegar a Valencia, Pedro se encontró en la necesidad de conseguir nuevos zapatos y botas. Por supuesto no esperaba que estuviesen numerados, pero su sorpresa fue grande cuando se encontró con que los zapateros no fabricaban zapatos de horma izquierda y derecha sino de una única horma. Esto que facilitaba el trabajo del artesano, restaba comodidad para el cliente, por lo que Pedro pidió calzado a medida, con una horma para cada pie, izquierdo o derecho.
El artesano mostro extrañeza ante tal petición, pero el cliente pagaba en buenos reales, por lo que se dispuso a hacer su trabajo. Hacer aquellos zapatos fue difícil pues tuvo que innovar sobre la marcha, pero finalmente con la ayuda del propio cliente con el que converso en varias ocasiones para poder fabricar aquellos zapatos, finalmente pudo hacer un par de zapatos al que siguieron botas y varias otras prendas. Poco después su cliente se marcho a un largo viaje y no regreso hasta año y medio después, pero los zapatos de horma diferenciada empezaron a triunfar entre burgueses y nobles que empezaron a acudir en mayor medida a su negocio. Con el tiempo otros zapateros empezaron a hacer calzado similar, pero la marca de Raimundo gravada al fuego en el cuero (otra idea de su cliente), empezó a ser buscada por los clientes como símbolo de calidad.
Raimundo volvió a trabajar para Pedro tiempo después, cuando este regreso a la ciudad, convirtiéndose en su zapatero de preferencia. La última vez que se reunió con él, habían conversado sobre la lástima que era el que no todos pudiesen disfrutar de zapatos de horma diferenciada y que tan solo pudiese trabajar bajo pedido. La conversación se alargó durante bastante tiempo, pero una idea dicha casi de pasada se quedó grabada a fuego en su mente….sería muy útil si pudiese crear una numeración estándar del calzado, de forma que cualquier persona pudiese conocer su número y comprar el calzado con mayor sencillez y seguridad.
Tenía que pensar en ello…
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
Hospicio de Veteranos de Santa Irene, Valencia
El hospicio de veteranos fue fundado en 1628 para así servir a los heridos y mutilados que hubiesen servido en la flota y los ejércitos del reino, que estaban experimentando un profundo reajuste al continuar su expansión. Los cargos de construcción corrieron a cargo del propio comandante de la armada valenciana en aquellos años, quien conmovido ante el gran número de veteranos heridos y mutilados que recorrían los pueblos de España fundo el hospicio que admitió a cualquier veterano de los ejércitos del Rey sin importar su estado o condición.
Las primeras instalaciones del hospicio estuvieron finalizadas en 1629, y el Hospicio propiamente dicho en 1634, siendo puesto entonces bajo el patronato de Santa Irene, a quien se tuvo especial veneración por los cuidados que proporciono al pretoriano San Sebastián, tras ser este sometido al martirio y atravesado por numerosas flechas. El pintor de Xativa José de Ribera, lo spagnoletto, pinto por encargo un lienzo de 81,9 x 61,9 pulgadas que adorno durante siglos el recibidor del hospicio. En 1640 el hospicio fue puesto bajo el patronazgo del Reino de Valencia por deseo de su fundador, quien pese a ello continuó dando generosas donaciones para su mantenimiento.
Este Hospicio se hizo famoso por ser el primer antecedente de Seguridad Social, pues cada soldado y marinero en activo del Reino de Valencia pagaba un real al mes para su mantenimiento. Posteriormente esos pagos se extendieron al resto de territorios de la monarquía hispánica conforme se fundaron hospicios en otros lugares como Nápoles, Gante, Granada y la Habana.
Merece especial atención el departamento de prótesis ortopédicas del hospicio. En el trabajaron hasta ochenta artesanos que construían miembros ortopédicos para los veteranos mutilados. Verdaderas obras de arte como piernas articuladas en tobillo y rodilla, con sistemas de bloqueo en las articulaciones, hechas de acero y cuero para su ligereza que no se diferenciaban de las reales más que por una leve cojera. Las más apreciadas por su utilidad práctica fueron en cambio las piernas S, unas piernas hechas de acero en forma de S que se extendían desde la rodilla y que por su calidad y ligereza permitían hacer vida normal e incluso correr, aunque a diferencia del resto de modelos no eran compatibles con el calzado o ropa normal.
Tal era la calidad de los miembros ortopédicos que proporcionaban los hospicios, desde piernas a brazos provistos de manos garra funcionales, que muchos veteranos pudieron reincorporarse al servicio de armas en labores de guarnición, primero en las torres de vigía del Reino de Valencia, y más tarde en fortalezas repartidas por todo el orbe. Fue tal el número de veteranos que se acogieron a esta posibilidad que en 1635 se crearon las compañías de inválidos que se extendieron con rapidez por toda la corona, especialmente en guarniciones de avanzada en otros continentes, donde recibían un destino y tierras para instalarse.
Otros grandes avances que se llevaron a cabo en estos hospicios durante la primera mitad del siglo XVII para así servir a los veteranos, fueron la creación de un lenguaje de signos para las personas sordas y de una escritura táctil para personas ciegas.
El hospicio de veteranos fue fundado en 1628 para así servir a los heridos y mutilados que hubiesen servido en la flota y los ejércitos del reino, que estaban experimentando un profundo reajuste al continuar su expansión. Los cargos de construcción corrieron a cargo del propio comandante de la armada valenciana en aquellos años, quien conmovido ante el gran número de veteranos heridos y mutilados que recorrían los pueblos de España fundo el hospicio que admitió a cualquier veterano de los ejércitos del Rey sin importar su estado o condición.
Las primeras instalaciones del hospicio estuvieron finalizadas en 1629, y el Hospicio propiamente dicho en 1634, siendo puesto entonces bajo el patronato de Santa Irene, a quien se tuvo especial veneración por los cuidados que proporciono al pretoriano San Sebastián, tras ser este sometido al martirio y atravesado por numerosas flechas. El pintor de Xativa José de Ribera, lo spagnoletto, pinto por encargo un lienzo de 81,9 x 61,9 pulgadas que adorno durante siglos el recibidor del hospicio. En 1640 el hospicio fue puesto bajo el patronazgo del Reino de Valencia por deseo de su fundador, quien pese a ello continuó dando generosas donaciones para su mantenimiento.
Este Hospicio se hizo famoso por ser el primer antecedente de Seguridad Social, pues cada soldado y marinero en activo del Reino de Valencia pagaba un real al mes para su mantenimiento. Posteriormente esos pagos se extendieron al resto de territorios de la monarquía hispánica conforme se fundaron hospicios en otros lugares como Nápoles, Gante, Granada y la Habana.
Merece especial atención el departamento de prótesis ortopédicas del hospicio. En el trabajaron hasta ochenta artesanos que construían miembros ortopédicos para los veteranos mutilados. Verdaderas obras de arte como piernas articuladas en tobillo y rodilla, con sistemas de bloqueo en las articulaciones, hechas de acero y cuero para su ligereza que no se diferenciaban de las reales más que por una leve cojera. Las más apreciadas por su utilidad práctica fueron en cambio las piernas S, unas piernas hechas de acero en forma de S que se extendían desde la rodilla y que por su calidad y ligereza permitían hacer vida normal e incluso correr, aunque a diferencia del resto de modelos no eran compatibles con el calzado o ropa normal.
Tal era la calidad de los miembros ortopédicos que proporcionaban los hospicios, desde piernas a brazos provistos de manos garra funcionales, que muchos veteranos pudieron reincorporarse al servicio de armas en labores de guarnición, primero en las torres de vigía del Reino de Valencia, y más tarde en fortalezas repartidas por todo el orbe. Fue tal el número de veteranos que se acogieron a esta posibilidad que en 1635 se crearon las compañías de inválidos que se extendieron con rapidez por toda la corona, especialmente en guarniciones de avanzada en otros continentes, donde recibían un destino y tierras para instalarse.
Otros grandes avances que se llevaron a cabo en estos hospicios durante la primera mitad del siglo XVII para así servir a los veteranos, fueron la creación de un lenguaje de signos para las personas sordas y de una escritura táctil para personas ciegas.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
Cercanias de Groenlo.
-"Entonces decís Diego, que esos italianos quieren combatir..." Preguntó sorprendido el mestre de Campo español.
-"Eso comentan los húngaros que tengo al lado, señor. Afirman que no serán ellos quienes pongan trabas para evitar la rotura del cerco y que lo harán con o sin españoles".
-"Voto a..." la blasfemia se contuvo por poco en la boca del español. -"Pues no podemos permitir que esos napolitanos combatan y se lleven la gloria, y el botín, claro".
-"Cierto señor. No me cabe duda que el Rey nuestro Señor estará complacido que sus españoles encabecen el ataque".
- "Cierto, muy cierto".
-"Prefieren que vosotros fuerais en cabeza, pues saben que la tarea es compleja, no apta para cualquier Nación, pero si para la española".
-"Está bien que los italianos reconozcan eso. Lo pensaré".
*************************************************************************************************************************************************************
-"Es cierto eso, ¿Estais seguro?". La pregunta, mezcla en italiano y español mostraba asombro.
-"Tan cierto como que mañana los españoles atacarán, solos o con los soldados italianos, que como es sabido, no suelen faltar al valor cuando combaten. Prefieren hacerlo con los valerosos napolitanos cubriéndoles la espalda, pero no dudarán en hacerlo en solitario".
"Imposible, donde llegue un español, detrás marchará un napolitano."
-"No me cabe duda que nuestro Señor estará complacido de tan leales y fieles súdbitos".
-"Entonces decís Diego, que esos italianos quieren combatir..." Preguntó sorprendido el mestre de Campo español.
-"Eso comentan los húngaros que tengo al lado, señor. Afirman que no serán ellos quienes pongan trabas para evitar la rotura del cerco y que lo harán con o sin españoles".
-"Voto a..." la blasfemia se contuvo por poco en la boca del español. -"Pues no podemos permitir que esos napolitanos combatan y se lleven la gloria, y el botín, claro".
-"Cierto señor. No me cabe duda que el Rey nuestro Señor estará complacido que sus españoles encabecen el ataque".
- "Cierto, muy cierto".
-"Prefieren que vosotros fuerais en cabeza, pues saben que la tarea es compleja, no apta para cualquier Nación, pero si para la española".
-"Está bien que los italianos reconozcan eso. Lo pensaré".
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-"Es cierto eso, ¿Estais seguro?". La pregunta, mezcla en italiano y español mostraba asombro.
-"Tan cierto como que mañana los españoles atacarán, solos o con los soldados italianos, que como es sabido, no suelen faltar al valor cuando combaten. Prefieren hacerlo con los valerosos napolitanos cubriéndoles la espalda, pero no dudarán en hacerlo en solitario".
"Imposible, donde llegue un español, detrás marchará un napolitano."
-"No me cabe duda que nuestro Señor estará complacido de tan leales y fieles súdbitos".
“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
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Un soldado de cuatro siglos
La victoria fue total. El ímpetu de los españoles, combinado con la salida de la guarnición, fue demasiado para las fuerzas sitiadoras, especialmente hastiadas por la falta de suministros.
Si bien no hubo muchos muertos, ya que el único contingente que resistió mas de lo habitual fue el inglés, el campo quedó para el Ejército de las Naciones, cuyos oficiales, especialmente italianos y españoles, rivalizaron en falsa humildad hacia sus compañeros y a la vez recibían los elogios con moderada soberbia.
Tan solo el comandante, Enrique van der Bergh, mostraba cierto gesto iracundo, que los oficiales achacaban a no haber podido capturar a su primo, el comandante enemigo.
Diego se acercó a él.
-"Creo señor, que la victoria es vuestra".
-"A fe que lo es, gracias al Todopoderoso".
-" Partiré enseguida a por vuestro primo".
Refunfuñando y emitiendo un sonido gutural, van der Bergh asintió. No veía honor en ir a matar al jefe enemigo, mas si era familiar. Pero la orden lacrada que ese presuntuoso Sargento le había mostrado, no daba resquicio a la duda.
"Por la presente, sepa todo el lector de este poder, que su dueño, cumple las órdenes dadas por mí, por lo que se le prestará el mismo caso y atención que se me deben. Toda colaboración que se precise será prestada y en caso contrario se presentarán los motivos al tribunal del Santo Oficio.
Firmado:Ambrosio de Espinola, Capitán General del Ejército de Flandes."
Si bien no hubo muchos muertos, ya que el único contingente que resistió mas de lo habitual fue el inglés, el campo quedó para el Ejército de las Naciones, cuyos oficiales, especialmente italianos y españoles, rivalizaron en falsa humildad hacia sus compañeros y a la vez recibían los elogios con moderada soberbia.
Tan solo el comandante, Enrique van der Bergh, mostraba cierto gesto iracundo, que los oficiales achacaban a no haber podido capturar a su primo, el comandante enemigo.
Diego se acercó a él.
-"Creo señor, que la victoria es vuestra".
-"A fe que lo es, gracias al Todopoderoso".
-" Partiré enseguida a por vuestro primo".
Refunfuñando y emitiendo un sonido gutural, van der Bergh asintió. No veía honor en ir a matar al jefe enemigo, mas si era familiar. Pero la orden lacrada que ese presuntuoso Sargento le había mostrado, no daba resquicio a la duda.
"Por la presente, sepa todo el lector de este poder, que su dueño, cumple las órdenes dadas por mí, por lo que se le prestará el mismo caso y atención que se me deben. Toda colaboración que se precise será prestada y en caso contrario se presentarán los motivos al tribunal del Santo Oficio.
Firmado:Ambrosio de Espinola, Capitán General del Ejército de Flandes."
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Un soldado de cuatro siglos
Ministerio de la Guerra
El Ministro de la Guerra es el jefe político del ejército del Reino de Valencia, la Milicia Efectiva, a quien corresponde supervisar y aprobar las peticiones de la junta de guerra compuesta por los mandos de las unidades, y coordinarlas con las directrices que emanan de Su Majestad el Rey y del Consell General de lo Regne. Su investidura se realiza en el Palacio Real de Valencia, y posteriormente realiza juramente ante su Majestad el Rey, ante quien presta solemne juramento.
La elección del ministro de la guerra se realiza de forma indirecta al ser elegido por el Virrey entre los miembros del Consell General cesantes en el cargo. Solo antiguos miembros del estamento nobiliario o brazo armado del consell general que hayan sido soldados durante un mínimo de diez años en los ejércitos del Rey o hayan participado al menos en dos batallas tienen derecho a ser nombrados ministros. Eso limita mucho el número de aspirantes y espolea a los miembros del brazo nobiliario a seguir la carrera de las armas.
Tras constituir una armada que creció con rapidez a lo largo de 1626 y 1627, el Consell General del Reino de Valencia, decidió crear el puesto de Ministro de la guerra y del Ministro de Marina. Estos ministros, subordinado al Virrey, serían los encargados de vigilar y coordinar las acciones de la nueva armada Real y del Ejército que paso de sus viejas misiones puramente defensivas a adoptar un cariz más ofensivo.
El cargo de Ministro tenía una duración de cuatro años y los ministros debían elegirse entre los miembros del Consell cesantes en su cargo. Estos debían pertenecer al estamento nobiliario y haber prestado servicio de armas en los ejércitos del Rey al menos durante diez años para ser elegibles para dirigir estos ministerios.
El Ministro de la Guerra es el jefe político del ejército del Reino de Valencia, la Milicia Efectiva, a quien corresponde supervisar y aprobar las peticiones de la junta de guerra compuesta por los mandos de las unidades, y coordinarlas con las directrices que emanan de Su Majestad el Rey y del Consell General de lo Regne. Su investidura se realiza en el Palacio Real de Valencia, y posteriormente realiza juramente ante su Majestad el Rey, ante quien presta solemne juramento.
La elección del ministro de la guerra se realiza de forma indirecta al ser elegido por el Virrey entre los miembros del Consell General cesantes en el cargo. Solo antiguos miembros del estamento nobiliario o brazo armado del consell general que hayan sido soldados durante un mínimo de diez años en los ejércitos del Rey o hayan participado al menos en dos batallas tienen derecho a ser nombrados ministros. Eso limita mucho el número de aspirantes y espolea a los miembros del brazo nobiliario a seguir la carrera de las armas.
Tras constituir una armada que creció con rapidez a lo largo de 1626 y 1627, el Consell General del Reino de Valencia, decidió crear el puesto de Ministro de la guerra y del Ministro de Marina. Estos ministros, subordinado al Virrey, serían los encargados de vigilar y coordinar las acciones de la nueva armada Real y del Ejército que paso de sus viejas misiones puramente defensivas a adoptar un cariz más ofensivo.
El cargo de Ministro tenía una duración de cuatro años y los ministros debían elegirse entre los miembros del Consell cesantes en su cargo. Estos debían pertenecer al estamento nobiliario y haber prestado servicio de armas en los ejércitos del Rey al menos durante diez años para ser elegibles para dirigir estos ministerios.
Última edición por Gaspacher el 23 Oct 2016, 16:22, editado 1 vez en total.
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Ministerio de Marina
El Ministro de Marina es el jefe político de la Armada Real de Valencia, a quien corresponde supervisar y aprobar las peticiones del Almirantazgo, y coordinarlas con las directrices que emanan de Su Majestad el Rey y del Consell General de lo Regne. Su investidura se realiza en el Palacio Real de Valencia, y posteriormente realiza juramente ante su Majestad el Rey, ante quien presta solemne juramento.
La elección del ministro de Marina se realiza de forma indirecta al ser elegido por el Virrey entre los miembros del Consell General cesantes en el cargo. Solo antiguos miembros del estamento nobiliario o brazo armado del consell general que hayan sido soldados durante un mínimo de diez años en los ejércitos del Rey o hayan participado al menos en dos batallas tienen derecho a ser nombrados ministros. Eso limita mucho el número de aspirantes y espolea a los miembros del brazo nobiliario a seguir la carrera de las armas.
Tras constituir una armada que creció con rapidez a lo largo de 1626 y 1627, el Consell General del Reino de Valencia, decidió crear el puesto de Ministro de Marina. Este ministro, subordinado al Virrey, sería el encargado de vigilar y coordinar las acciones de la nueva armada Real.
El cargo de Ministro de Marina tiene una duración de cuatro años y los ministros se elegirían entre los miembros del Consell cesantes en su cargo, debían pertenecer al estamento nobiliario y haber prestado servicio de armas en los ejércitos del Rey al menos durante diez años.
El Ministro de Marina es el jefe político de la Armada Real de Valencia, a quien corresponde supervisar y aprobar las peticiones del Almirantazgo, y coordinarlas con las directrices que emanan de Su Majestad el Rey y del Consell General de lo Regne. Su investidura se realiza en el Palacio Real de Valencia, y posteriormente realiza juramente ante su Majestad el Rey, ante quien presta solemne juramento.
La elección del ministro de Marina se realiza de forma indirecta al ser elegido por el Virrey entre los miembros del Consell General cesantes en el cargo. Solo antiguos miembros del estamento nobiliario o brazo armado del consell general que hayan sido soldados durante un mínimo de diez años en los ejércitos del Rey o hayan participado al menos en dos batallas tienen derecho a ser nombrados ministros. Eso limita mucho el número de aspirantes y espolea a los miembros del brazo nobiliario a seguir la carrera de las armas.
Tras constituir una armada que creció con rapidez a lo largo de 1626 y 1627, el Consell General del Reino de Valencia, decidió crear el puesto de Ministro de Marina. Este ministro, subordinado al Virrey, sería el encargado de vigilar y coordinar las acciones de la nueva armada Real.
El cargo de Ministro de Marina tiene una duración de cuatro años y los ministros se elegirían entre los miembros del Consell cesantes en su cargo, debían pertenecer al estamento nobiliario y haber prestado servicio de armas en los ejércitos del Rey al menos durante diez años.
Última edición por Gaspacher el 23 Oct 2016, 16:23, editado 1 vez en total.
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Un soldado de cuatro siglos
Las discusiones entre los distintos componentes del ejército habían crecido de tono, y la derrota y la imposibilidad de saquear Groenlo no favorecido la situación.
El Stadtholder de Holanda, Zelanda, Utrecht, Guelders, y Overijsse, había tenido una fuerte disputa con el comandante del contíngente inglés. Eran mercenarios, cierto, pero no les gustaba que les hubieran empleado para poder replegarse el resto del ejército, especialmente cuando los alemanes flaquearon y volvieron espaldas.
Federico Enrique salío de la iglesia a la que había asistido a misa. Diego pensó que era un hereje, pero fervoroso al fin y al cabo. Se encontraba tendido en el tejado de lo que hace unas semanas había sido un pajar, y ahora eran tan solo los restos ennegrecidos por el fuego y el humo. A 200 metros vío a todo el cortejo que rodeaba al máximo dirigente de la república enemiga. Acercarse mas hubiera sido imposible, salvo que hubiera querido terminar abrasado, descuartizado y despellejado. Todo eso vivo, para luego morir.
El pueblo de Barculo apenas mantenía ahora un puñado de vecinos, hastiados de una guerra, que a ellos les significaba aguantar a unos o a otros, mientras les pedían, en el mejor de los casos,algo de comer. Eso cuando no lo cogían por la fuerza.
Detrás de las ruinas del granero, se encontraban 4 húngaros escondidos entre las matas. Eran su plan de escape. Ya que Diego y el soldado que le acompañaba no se veían con la capacidad de cabalgar ellos solos, montarían, Diego con Bela y el otro español con uno de sus hombres.
Diego apuntó el mosqueté, Federico, distinguible por la banda naranje que le cruzaba el pecho hablaba con otro oficial, , mientras su escolta les rodeaba mirando a ver quien se acercaba. Un ayudante se encontraba con su caballo, presto a ayudar a montarle.
Diego tragó saliva, aguantó la respiración y comenzó a apretar el disparador. La detonación le sobresaltó, lo que era buen indicio, pero cuando esperaba ver caer a su blanco el palafranero se adelantó, recibiendo la montura el impacto en el cuello, atravesándolo y manchando de sangre a los que le rodeaban.
Diego maldijo su suerte pero no había tiempo para lamentaciones. La escolta rodeo con cara de asombro a su líder impidiendo cualquier disparo, mientras los oficiales volvían a introducirse en la iglesia.
Los dos españoles saltaron cayendo al lado de los húngaros.
-"¿Le has matado?" preguntó Bela.
-"No, pero si a su caballo".
El Stadtholder de Holanda, Zelanda, Utrecht, Guelders, y Overijsse, había tenido una fuerte disputa con el comandante del contíngente inglés. Eran mercenarios, cierto, pero no les gustaba que les hubieran empleado para poder replegarse el resto del ejército, especialmente cuando los alemanes flaquearon y volvieron espaldas.
Federico Enrique salío de la iglesia a la que había asistido a misa. Diego pensó que era un hereje, pero fervoroso al fin y al cabo. Se encontraba tendido en el tejado de lo que hace unas semanas había sido un pajar, y ahora eran tan solo los restos ennegrecidos por el fuego y el humo. A 200 metros vío a todo el cortejo que rodeaba al máximo dirigente de la república enemiga. Acercarse mas hubiera sido imposible, salvo que hubiera querido terminar abrasado, descuartizado y despellejado. Todo eso vivo, para luego morir.
El pueblo de Barculo apenas mantenía ahora un puñado de vecinos, hastiados de una guerra, que a ellos les significaba aguantar a unos o a otros, mientras les pedían, en el mejor de los casos,algo de comer. Eso cuando no lo cogían por la fuerza.
Detrás de las ruinas del granero, se encontraban 4 húngaros escondidos entre las matas. Eran su plan de escape. Ya que Diego y el soldado que le acompañaba no se veían con la capacidad de cabalgar ellos solos, montarían, Diego con Bela y el otro español con uno de sus hombres.
Diego apuntó el mosqueté, Federico, distinguible por la banda naranje que le cruzaba el pecho hablaba con otro oficial, , mientras su escolta les rodeaba mirando a ver quien se acercaba. Un ayudante se encontraba con su caballo, presto a ayudar a montarle.
Diego tragó saliva, aguantó la respiración y comenzó a apretar el disparador. La detonación le sobresaltó, lo que era buen indicio, pero cuando esperaba ver caer a su blanco el palafranero se adelantó, recibiendo la montura el impacto en el cuello, atravesándolo y manchando de sangre a los que le rodeaban.
Diego maldijo su suerte pero no había tiempo para lamentaciones. La escolta rodeo con cara de asombro a su líder impidiendo cualquier disparo, mientras los oficiales volvían a introducirse en la iglesia.
Los dos españoles saltaron cayendo al lado de los húngaros.
-"¿Le has matado?" preguntó Bela.
-"No, pero si a su caballo".
“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
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Un soldado de cuatro siglos
Valencia, noviembre de 1627
—¿Ha visto su excelencia el libro “La Hacienda Real” de Don Pedro? —Preguntó el arzobispo de Valencia, Don Isidoro de Aliaga al nuevo virrey con quien se había reunido en un nuevo negocio llamado café que estaba causando sensación en la ciudad como punto de reunión. En él los clientes podían sentarse frente a humeantes tazas de un producto exótico llamado café, pudiendo conversar tranquilamente mientras bebían su café caliente, a veces con azúcar, leche, o un chorrito de anís o aguardiente.
—Sí ilustrísima, lo he leído. —Respondió el Virrey Don Luis Ferrer de Cardona, señor de Sort y Quartell y afamado literato que formo parte de la llamada academia de los Nocturnos con el sobrenombre de Norte.
—¿Y qué opina su excelencia de tamaña desfachatez? —Preguntó el arzobispo molesto. —He empezado a leerlo recientemente y aboga por suprimir los viejos tributos incluyendo los de la iglesia y que sea la Hacienda Real la que recaude todos los impuestos, nunca espere que una persona tan religiosa como Don Pedro escribiese algo similar…
—Ilustrísima. Es cierto que Don Pedro aboga por suprimir la alcabala, el diezmo, la sisa, y todos los impuestos actuales, incluyendo aquellos que recauda la iglesia. —Explico el virrey. —Pero eso es únicamente la recaudación. A la hora de los gastos la iglesia sigue recibiendo su diezmo, solo que en lugar de recaudarlo directamente ella misma es la hacienda real quien lo recauda y posteriormente se lo proporciona.
—¿Entonces por qué no dejar que las cosas sigan como ahora? —Quiso saber Isidoro.
—Según sus palabras porque hay que buscar la máxima eficiencia impositiva. Don Pedro propone cuatro grupos de impuestos.
Primero los impuestos a la Renta de las personas que todos los valencianos que residen en las tierras de la corona deberían pagarlo. Se pagaría por medio de retenciones de sueldo mes a mes según una distribución de riqueza. Los pobres no pagarían nada, y a partir de cierta cantidad irían pagando más y más de forma progresiva.
—¿Cuál sería la cantidad exenta a pagar? —Preguntó el arzobispo.
—Mil doscientos reales al mes, ilustrísima. —Respondió el virrey. —Aquellos que cobrasen de cien a ciento treinta reales al mes deberían contribuir con un real mensual. De ciento treinta y uno a ciento sesenta con dos reales, en este grupo entra la mayor parte de los marineros y soldados del reino, y así hasta aquellos que ganan grandes cantidades como los menestrales que trabajan para Don Pedro, quienes pagarían cien reales al mes.
—Pero… ¿Don Pedro no sale en ese grupo?
—Sí y no, Don Pedro como almirante si pagara su parte correspondiente, no como empresario y comerciante pues estos no salen en ese grupo. Ellos no tienen un sueldo fijo pues dependen del comercio, así que Don Pedro propone dos caminos posibles. Uno el pagar impuestos trimestrales y el otro hacerlo de forma anual.
—Entiendo, ¿y los otros grupos de impuestos de los que hablaba? —Quiso saber el arzobispo.
—El segundo grupo de impuestos que propugna es un impuesto de los bienes inmuebles que pagarían los dueños de viviendas dependiendo del valor de las mismas. Por supuesto excluye a iglesias, hospitales, hospicios, orfanatos, monasterios, y otros edificios que él llama de “Utilidad pública” —Explico el virrey que continuó ante una señal del arzobispo mientras bebía su café.—Estos impuestos que serían recaudados por bailes y alcaides irían destinados a las arcas municipales, y habrían de servir para pagar las mejoras que precisasen los pueblos y villas.
El tercer grupo es un impuesto al valor añadido en productos de lujo. En el fondo es similar a la sisa, pero de él se excluirían alimentos, y bebidas a excepción de las espirituosas, y recaería principalmente en elementos de lujo como espejos, relojes, sedas, porcelana, caballos, carruajes, y una larga lista, pero no en trigo, pan, centeno, pollos o conejos, o ropas de lino, lana o algodón, por poner algunos ejemplos. Para poder cobrar este impuesto que recaudarían los propios comerciantes para a continuación entregarlos a la Hacienda Real, sería necesario que se implantase de forma obligatoria los libros de cuentas.
— ¿De qué cantidad estamos hablando en ese impuesto a los productos de lujo?
—De un 5% o un 10% dependiendo del producto. —Respondió el virrey. —Los espejos y relojes serían más caros que el vino, los caballos, y las espadas…
El último grupo son los aranceles, aunque él aboga por suprimir los aranceles entre los reinos de la monarquía para así favorecer el comercio.
—No sé si me gusta el quitar a la iglesia la potestad de recaudar sus impuestos. —Dijo el arzobispo Isidoro. —Entregare algunos libros a algunos doctores en derecho de la diócesis para que me aconsejen. Por cierto… ¿Ha calculado alguien cuanto se recaudaría con este nuevo sistema?
—¿Ha visto su excelencia el libro “La Hacienda Real” de Don Pedro? —Preguntó el arzobispo de Valencia, Don Isidoro de Aliaga al nuevo virrey con quien se había reunido en un nuevo negocio llamado café que estaba causando sensación en la ciudad como punto de reunión. En él los clientes podían sentarse frente a humeantes tazas de un producto exótico llamado café, pudiendo conversar tranquilamente mientras bebían su café caliente, a veces con azúcar, leche, o un chorrito de anís o aguardiente.
—Sí ilustrísima, lo he leído. —Respondió el Virrey Don Luis Ferrer de Cardona, señor de Sort y Quartell y afamado literato que formo parte de la llamada academia de los Nocturnos con el sobrenombre de Norte.
—¿Y qué opina su excelencia de tamaña desfachatez? —Preguntó el arzobispo molesto. —He empezado a leerlo recientemente y aboga por suprimir los viejos tributos incluyendo los de la iglesia y que sea la Hacienda Real la que recaude todos los impuestos, nunca espere que una persona tan religiosa como Don Pedro escribiese algo similar…
—Ilustrísima. Es cierto que Don Pedro aboga por suprimir la alcabala, el diezmo, la sisa, y todos los impuestos actuales, incluyendo aquellos que recauda la iglesia. —Explico el virrey. —Pero eso es únicamente la recaudación. A la hora de los gastos la iglesia sigue recibiendo su diezmo, solo que en lugar de recaudarlo directamente ella misma es la hacienda real quien lo recauda y posteriormente se lo proporciona.
—¿Entonces por qué no dejar que las cosas sigan como ahora? —Quiso saber Isidoro.
—Según sus palabras porque hay que buscar la máxima eficiencia impositiva. Don Pedro propone cuatro grupos de impuestos.
Primero los impuestos a la Renta de las personas que todos los valencianos que residen en las tierras de la corona deberían pagarlo. Se pagaría por medio de retenciones de sueldo mes a mes según una distribución de riqueza. Los pobres no pagarían nada, y a partir de cierta cantidad irían pagando más y más de forma progresiva.
—¿Cuál sería la cantidad exenta a pagar? —Preguntó el arzobispo.
—Mil doscientos reales al mes, ilustrísima. —Respondió el virrey. —Aquellos que cobrasen de cien a ciento treinta reales al mes deberían contribuir con un real mensual. De ciento treinta y uno a ciento sesenta con dos reales, en este grupo entra la mayor parte de los marineros y soldados del reino, y así hasta aquellos que ganan grandes cantidades como los menestrales que trabajan para Don Pedro, quienes pagarían cien reales al mes.
—Pero… ¿Don Pedro no sale en ese grupo?
—Sí y no, Don Pedro como almirante si pagara su parte correspondiente, no como empresario y comerciante pues estos no salen en ese grupo. Ellos no tienen un sueldo fijo pues dependen del comercio, así que Don Pedro propone dos caminos posibles. Uno el pagar impuestos trimestrales y el otro hacerlo de forma anual.
—Entiendo, ¿y los otros grupos de impuestos de los que hablaba? —Quiso saber el arzobispo.
—El segundo grupo de impuestos que propugna es un impuesto de los bienes inmuebles que pagarían los dueños de viviendas dependiendo del valor de las mismas. Por supuesto excluye a iglesias, hospitales, hospicios, orfanatos, monasterios, y otros edificios que él llama de “Utilidad pública” —Explico el virrey que continuó ante una señal del arzobispo mientras bebía su café.—Estos impuestos que serían recaudados por bailes y alcaides irían destinados a las arcas municipales, y habrían de servir para pagar las mejoras que precisasen los pueblos y villas.
El tercer grupo es un impuesto al valor añadido en productos de lujo. En el fondo es similar a la sisa, pero de él se excluirían alimentos, y bebidas a excepción de las espirituosas, y recaería principalmente en elementos de lujo como espejos, relojes, sedas, porcelana, caballos, carruajes, y una larga lista, pero no en trigo, pan, centeno, pollos o conejos, o ropas de lino, lana o algodón, por poner algunos ejemplos. Para poder cobrar este impuesto que recaudarían los propios comerciantes para a continuación entregarlos a la Hacienda Real, sería necesario que se implantase de forma obligatoria los libros de cuentas.
— ¿De qué cantidad estamos hablando en ese impuesto a los productos de lujo?
—De un 5% o un 10% dependiendo del producto. —Respondió el virrey. —Los espejos y relojes serían más caros que el vino, los caballos, y las espadas…
El último grupo son los aranceles, aunque él aboga por suprimir los aranceles entre los reinos de la monarquía para así favorecer el comercio.
—No sé si me gusta el quitar a la iglesia la potestad de recaudar sus impuestos. —Dijo el arzobispo Isidoro. —Entregare algunos libros a algunos doctores en derecho de la diócesis para que me aconsejen. Por cierto… ¿Ha calculado alguien cuanto se recaudaría con este nuevo sistema?
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
Ministerio de Fomento General del Reino
El cargo de Ministro de Fomento General del Reino tiene una duración de cuatro años y los ministros se elegirían entre los miembros del Consell cesantes en su cargo, y deben pertenecer al estamento o brazo burgués. Su investidura se realiza en el Palacio Real de Valencia, y posteriormente realiza juramento ante su Majestad el Rey, ante quien presta solemne juramento.
La expansión económica y el aumento de las obras publicas que acompañaron a esta en los años finales de la década de 1620 y a lo largo de las décadas siguientes, aconsejaron crear una oficina encargada de proyectar y supervisar la ejecución de obras en el Reino de Valencia. Por ello en 1629 se creó el ministerio de Fomento General del Reino, dependiente directamente de la corona representada en la figura del Virrey.
Este Ministerio adquirió gran importancia debido a la gran cantidad de trabajos en todos los ámbitos que lleva a cabo. Puertos como el de “el Grao de Castellón” o Sagunto, mejoras de puertos ya existentes como el de Alicante, fortificación de diversas plazas costeras, construcción y mantenimiento de carreteras y caminos, y construcción de puentes y edificios de utilidad para el Reino como hospitales, facultades de la universidad, Colegios Mayores, y orfanatos.
Tal era el volumen de trabajo que en 1640, solo ocho años después de trasladarse al edifico construido para ellos en el barrio de San Francisco había trescientas personas trabajando allí para coordinar a los más de diez mil obreros y siete mil trabajadores forzados que trabajaban en las obras que dirigían.
El cargo de Ministro de Fomento General del Reino tiene una duración de cuatro años y los ministros se elegirían entre los miembros del Consell cesantes en su cargo, y deben pertenecer al estamento o brazo burgués. Su investidura se realiza en el Palacio Real de Valencia, y posteriormente realiza juramento ante su Majestad el Rey, ante quien presta solemne juramento.
La expansión económica y el aumento de las obras publicas que acompañaron a esta en los años finales de la década de 1620 y a lo largo de las décadas siguientes, aconsejaron crear una oficina encargada de proyectar y supervisar la ejecución de obras en el Reino de Valencia. Por ello en 1629 se creó el ministerio de Fomento General del Reino, dependiente directamente de la corona representada en la figura del Virrey.
Este Ministerio adquirió gran importancia debido a la gran cantidad de trabajos en todos los ámbitos que lleva a cabo. Puertos como el de “el Grao de Castellón” o Sagunto, mejoras de puertos ya existentes como el de Alicante, fortificación de diversas plazas costeras, construcción y mantenimiento de carreteras y caminos, y construcción de puentes y edificios de utilidad para el Reino como hospitales, facultades de la universidad, Colegios Mayores, y orfanatos.
Tal era el volumen de trabajo que en 1640, solo ocho años después de trasladarse al edifico construido para ellos en el barrio de San Francisco había trescientas personas trabajando allí para coordinar a los más de diez mil obreros y siete mil trabajadores forzados que trabajaban en las obras que dirigían.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
Mientras el Consell General debatía sobre si cumplir o no con la petición del almirante Oquendo, Pedro visitó las Cuevas de los Moros de Bocairente. Para ello tuvo que cruzar el barranco, junto al cual había construido un cuartelillo en el que se alojaban veinte hombres, para así acceder a la entrada de las cuevas donde tuvo que esperar a que los diez guardias alojados en el interior bajasen unas escaleras Plegables. Solo así pudo entrar en aquellas cuevas que ahora habían sido reforzadas por barrotes de hierro que impedían la entrada. Ya en el interior cada una de las cámaras que conformaban las cuevas había sido sellada por su propia reja con puerta de doble cerradura incluida.
En el interior de estas celdas se encontraban los arcones en los que guardaba las riquezas que empezaba a atesorar. Cada año el bajel procedente de Siberia conocido como “el Siberiano” o “el de las pieles” llegaba a la ciudad, dejando millones de reales de beneficios. Aún más beneficios dejaban las factorías. La ruta del oro que hasta poco antes iba de las Indias a Sevilla y de allí a los banqueros de Génova, había ganado una parada intermedia y era ya habitual que los comerciantes genoveses parasen en Valencia para llevarse espejos y pieles y dejar su oro y plata en la ciudad.
Todo esto hizo que empezase a tener unos beneficios estables y que no dejaban de crecer. Por lo tanto pudo empezar a plantearse crear un banco para apoyar sus operaciones financieras. De momento se contentó con donar cincuenta mil reales al Monte de Piedad de Valencia para así apoyar a los pequeños comerciantes y agricultores, pero en un futuro cercano la creación de un Banco estaba entre sus planes.
Dos buenas noticias reclamaron su atención en estas fechas. La primera procedente de Sevilla, donde había arribado la flota de Indias y con ella los barriles que había pedido de Castilla elástica, y salitre procedente del desierto de atacama en Chile. Por desgracia aún eran pocas cantidades y había tenido que gastar mucho dinero en ellas, pero al menos podía empezar a experimentar. Con el caucho sería sencillo. Sabía que podía emplearse rodillos para calentar y moldear el caucho y azufre para vulcanizarlo, así que formaría planchas de caucho vulcanizado que pretendía recortar y coser para hacer impermeables…e incluso tal vez, forrar sus navíos de guerra para evitar desprendimientos de astillas y reducir así los daños en combate. No sería tan eficaz como un blindaje total pues la bala de cañón seguiría pasando, pero suponía que reduciría enormemente las heridas de los marineros al evitar la proyección de astillas. En cuanto al salitre o nitrato de Chile, sabía que con él podían hacerse abonos de gran claridad, por lo que su campo de experimentación sería el lograr abonos de calidad. Suponía que tendría que empezar con vapor…en fin, ya vería por el camino…
Todo lo anterior eran negocios y aunque importantes no significaban más que una posición cómoda para él. Lo que verdaderamente le alegro fue cuando llego a Valencia y uno de los papeleros con los que trabajaba le presento un papel hecho principalmente de algodón, suave y flexible, totalmente inservible para escribir en él, pero sin embargo hizo que a Pedro se le saltase una lagrima… por fin tenía un papel que podía utilizar como papel higiénico…tras ordenar que hiciesen para él treinta cajas de hojas de este papel al mes, Pedro corrió a escribir a sus compañeros sobre el éxito de esta empresa…
En el interior de estas celdas se encontraban los arcones en los que guardaba las riquezas que empezaba a atesorar. Cada año el bajel procedente de Siberia conocido como “el Siberiano” o “el de las pieles” llegaba a la ciudad, dejando millones de reales de beneficios. Aún más beneficios dejaban las factorías. La ruta del oro que hasta poco antes iba de las Indias a Sevilla y de allí a los banqueros de Génova, había ganado una parada intermedia y era ya habitual que los comerciantes genoveses parasen en Valencia para llevarse espejos y pieles y dejar su oro y plata en la ciudad.
Todo esto hizo que empezase a tener unos beneficios estables y que no dejaban de crecer. Por lo tanto pudo empezar a plantearse crear un banco para apoyar sus operaciones financieras. De momento se contentó con donar cincuenta mil reales al Monte de Piedad de Valencia para así apoyar a los pequeños comerciantes y agricultores, pero en un futuro cercano la creación de un Banco estaba entre sus planes.
Dos buenas noticias reclamaron su atención en estas fechas. La primera procedente de Sevilla, donde había arribado la flota de Indias y con ella los barriles que había pedido de Castilla elástica, y salitre procedente del desierto de atacama en Chile. Por desgracia aún eran pocas cantidades y había tenido que gastar mucho dinero en ellas, pero al menos podía empezar a experimentar. Con el caucho sería sencillo. Sabía que podía emplearse rodillos para calentar y moldear el caucho y azufre para vulcanizarlo, así que formaría planchas de caucho vulcanizado que pretendía recortar y coser para hacer impermeables…e incluso tal vez, forrar sus navíos de guerra para evitar desprendimientos de astillas y reducir así los daños en combate. No sería tan eficaz como un blindaje total pues la bala de cañón seguiría pasando, pero suponía que reduciría enormemente las heridas de los marineros al evitar la proyección de astillas. En cuanto al salitre o nitrato de Chile, sabía que con él podían hacerse abonos de gran claridad, por lo que su campo de experimentación sería el lograr abonos de calidad. Suponía que tendría que empezar con vapor…en fin, ya vería por el camino…
Todo lo anterior eran negocios y aunque importantes no significaban más que una posición cómoda para él. Lo que verdaderamente le alegro fue cuando llego a Valencia y uno de los papeleros con los que trabajaba le presento un papel hecho principalmente de algodón, suave y flexible, totalmente inservible para escribir en él, pero sin embargo hizo que a Pedro se le saltase una lagrima… por fin tenía un papel que podía utilizar como papel higiénico…tras ordenar que hiciesen para él treinta cajas de hojas de este papel al mes, Pedro corrió a escribir a sus compañeros sobre el éxito de esta empresa…
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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