Un soldado de cuatro siglos

La guerra en el arte y los medios de comunicación. Libros, cine, prensa, música, TV, videos.
Gaspacher
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Un soldado de cuatro siglos

Mensaje por Gaspacher »

Madrid, diciembre de 1627

Ese diciembre Pedro y Antonio de Oquendo acudieron a Madrid, para entrevistarse con su Majestad el Rey Felipe IV y los consejeros de este, especialmente su valido Olivares. Antes de ello Pedro, que en el fondo estaba de acuerdo con Oquendo en la necesidad de fortalecer la flota española, había tenido que convencer al “Consell General” para que dejase libertad de acción temporal a la flota. Una tarea en la que tuvo algo que ver la venta de algunas acciones de la Compañía para suavizar algunas voluntades…

Llegado a Madrid, Pedro se incorporó a la vida social de la ciudad sin problemas. En ese momento pasaba por ser uno de los hombres más ricos de España sino el que más. Sus negocios ingresaban millones de ducados al año, aventajando en mucho a los mayores terratenientes del reino que no solían sobrepasar los doscientos o trecientos mil ducados. Su llegada a la ciudad causo expectación. Un joven hidalgo de gran riqueza y acreditado valor en combates con herejes e infieles, puesto al mando de una flota que estaba luchando con valor en el Mediterráneo…y por supuesto eso desato las envidias.

Pedro permaneció sin embargo ajeno a ellas. Si había algo que despreciaba era a esa cohorte de ineptos aduladores, y esperaba que su estancia en la corte fuese lo suficientemente corta como para evitar a esos corruptos inútiles. Las reuniones con Olivares fueron infructuosas, y tuvo que plantearse una vez más la necesidad de eliminarlo. No porque fuese especialmente cruel o inepto, pues muchos de sus proyectos tenían cierto sentido, sino porque sabía que al final llevaban aparejada la caída de España. El problema es que si empezaba con Olivares se temía que no acabaría allí.

Durante su estancia en la ciudad aprovecho para acudir a la Academia Real Matemática, donde presento una propuesta que propugnaba por adoptar un nuevo sistema universal de medidas totalmente objetivo al que llamo sistema metrico. Para ello proponía medir un arco de un meridiano para establecer sobre él y por lo tanto sobre la propia Tierra el patrón del metro. Con este sistema se unificarían los sistemas de medida de distancia en todo el imperio, evitando los problemas que acarreaba el que cada reino tuviese su propio sistema de medidas y presentase diferencias incluso al medir utilizando el mismo concepto como ocurría con la vara castellana o aragonesa. Este sistema métrico incluso serviría de guía para un nuevo sistema de medición de volumen y peso, pues a partir de él se calcularían sus valores iniciales.

En la corte no tardo en reanudar en cambio las salidas con el Rey en compañía de otros aristócratas jóvenes, aprovechando esas salidas para conversar con su majestad. Al llegar a la ciudad había llevado al Rey un regalo, un espejo “mágico” producto de uno de sus experimentos para hallar la cantidad adecuada de plata que debía utilizar en la elaboración de los espejos. Este espejo era tan asombroso que permitía utilizarlo como tal por un lado, pero que desde el otro era completamente transparente y podía utilizarse como una ventana siempre y cuando ese lado del espejo permaneciese a oscuras mientras el otro lado estaba iluminado...sobra decirlo, pero eso atrajo de inmediato la atención del Rey…

Esto predispuso la voluntad del monarca, al que durante días trato de arrancar la concesión de retirar el control de la Compañía por parte del monopolio de la Casa de Contratación. Para convencerlo utilizo el argumento de crear una reserva de ahorro que en unos años permitiese a España pagar sus deudas con los banqueros extranjeros y sanear sus cuentas, pero no fue hasta que vendió mil acciones de la compañía a su Majestad, cuando este accedió. No volvería a Valencia, pero a partir de ese momento se le permitiría operar desde otro puerto. Las opciones más lógicas eran Lisboa o algún puerto gallego, así que finalmente se decidió por Ferrol. Había logrado una pequeña victoria sobre Olivares...


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Silver_Dragon
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Mensaje por Silver_Dragon »

opsss .... post a borrar


Gaspacher
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Mensaje por Gaspacher »

— ¿Seguís pensando que estamos abocados a la derrota? —Pregunto el rey Felipe mientras rondaban las calles de Madrid una noche.
Después de meditarlo durante unos segundos Pedro, quien desde unas semanas atrás tenía voz en la Junta del Almirantazgo debido a su puesto como almirante de la flota de Valencia, respondió.—La pregunta no es si vamos a ser derrotados, Majestad, sino cuando lo seremos. Este mismo año Castilla decreto suspensión de pagos, uno más de los muchos que llevamos. Si no se logra sanear las cuentas caeremos sin remedio. Fíjese que en tiempos del abuelo de vuestra majestad, España mantenía un ejército de más de ochenta mil hombres en Flandes, y compárelo con la actual situación, más débiles a cada día que pasa.

—El problema entonces es como vuesa merced dice “sanear la economía”. —Dedujo el rey. —según sus propias palabras eso no puede hacerse en guerra, pero no puede haber paz sino vencemos.

—Son problemas distintos majestad. —Respondió Pedro. —Una adecuada estrategia contra Holanda puede obligarla a pedir la paz en unos pocos años, pero solo sería un remedio temporal mientras se rearmaban…

—¿Vuesa merced podría derrotar a Holanda como dice? —Preguntó el rey atraído por la posibilidad que brindaba esa victoria "estratégica".

—Sí, majestad… o al menos tal vez. —Dijo Pedro.

— ¿Cómo que tal vez, sí o no? —Quiso saber el rey.

—Majestad, una adecuada estrategia naval puede poner a Holanda… —estuvo a punto de decir contra las cuerdas, pero recordó a tiempo que sin boxeo moderno eso no existiría…de vez en cuando aún caía en viejos hábitos. —…podríamos arrinconar a Holanda, pero eso nos pone en otro brete pues podría espolear a franceses e ingleses o incluso a los suecos a intervenir en su defensa, por lo que depende de factores que no podemos prever ahora mismo.

—¿Y cómo lo lograría vuesa merced, y sobre todo, cuánto costaría?

—Lo lograría en el mar, Majestad. Para ganar la guerra hay que destruir la economía del enemigo y eso ha de lograrse en el mar, pero eso no es ganar la paz. Para ganar la paz deberíamos saldar las deudas que España mantiene con sus acreedores. A continuación reformar la economía para para generar más negocios, y con ello más impuestos que permitan sostener más ejércitos y hacer más reforma, que a su vez permitan montar más negocios en una rueda sin fin.
En cuanto al costo, tanto en un caso como en el otro es una cuestión que no puedo responder ahora pues debería meditarlo profundamente.

— ¿Cuándo podrá hacerlo, Don Pedro?

—Depende de muchos factores, Majestad, esa es una pregunta muy importante y coloca demasiado peso sobre mis hombros… tengo que pensarlo a fondo. En unas semanas partiré junto al almirante Antonio de Oquendo a Valencia para embarcar en la flota. Luego pasaremos al Atlántico para realizar “maniobras” y aprovechare para probar a holandeses e ingleses atacándoles para hacerme una idea de la actual situación. Cuando regrese el próximo invierno tal vez pueda dar una respuesta a vuestra majestad…


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Mensaje por Gaspacher »

Marzo de 1628
Un men-o-war navegaba pesadamente por el Cattewater, el lugar en el que el río Plym da paso al puerto de Sutton. Mientras avanzaban junto a otros bajeles de todo tipo que trataban de regresar a puerto aprovechando la plenamar de media tarde, atrás a estribor quedaba Mount Batten con su torre de planta circular artillada, mientras a babor quedaba una fortaleza construida unas décadas atrás y que ya presentaba claras deficiencias y muestras de estar obsoleta.

Si los guardias de aquellas torres sospechaban algo…si descubrían su engaño, aquellas baterías podrían destrozar el bajel que navegaba hacia el norte, encarando la entrada al puerto en la que nuevas baterías vigilaban la entrada sin dificultad. Por ello todos los tripulantes que podía verse sobre cubierta eran irlandeses, o hablaban inglés. Solo si lograban entrar en el puerto…

continuara...


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Mensaje por Gaspacher »

El almirante Oquendo comprobó por enésima vez las luces de posición que delataban la posición de los ocho navíos y dos jabeques que formaban con la flota esa noche. Habían entrado en el canal bordeando la costa de Cherburgo para a continuación enfilar el puerto de Plymouth durante la noche. Una tarea ardua y difícil aun con la plenamar nocturna. En cabeza navegaban precisamente los jabeques pesados Juno y Marte, bajeles capturados a los berberiscos en la batalla de Benicasim el año anterior. Tras ellos navegaba el Rayo, en el que él enarbolaba su enseña, el Relámpago, el Rápido y el Terrible, navíos de la Compañía pesadamente armados y muy veloces. Por último los cuatro navíos de la armada de Valencia restantes, a los que se conocía como los reales.

Plymouth había sido durante mucho tiempo el hogar de piratas ingleses como Drake o Hawkins, y el puerto desde el que partió el último intento de saquear Cádiz tan solo dos años atrás. De hecho la ciudad aún no se había recuperado de esa expedición pues a la debacle de la expedición que perdió la inmensa mayoría de los bajeles que participaron en ella, fue seguida de una epidemia de peste en la ciudad, posiblemente traída por los supervivientes que diezmo a la población acabando con un cuarto de sus habitantes. Este fue solo un golpe más a una región que llevaba dos décadas asediada por los piratas berberiscos que durante el presente siglo habían capturado más de quinientos bajeles ingleses en aquellas aguas, y que en 1625 llegaron a operar con dos flotas desde la isla de Lundy.

Eso probaba la endeblez de las defensas inglesas en aquel momento, así que Pedro había decidido utilizar esa debilidad para asestar un golpe demoledor sobre uno de sus principales puertos. Para ello había embarcado una tripulación reforzada y se había adentrado en el canal enarbolando la bandera inglesa, mientras tras él, Oquendo con el resto de la flota seguía una ruta más larga, pegada a la costa francesa para evitar encontronazos prematuros.


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Mensaje por Gaspacher »

El Real Felipe echo el ancla en el interior del puerto de Sutton, frente a Plymouth. Por fortuna los ingleses no habían sospechado nada de aquel buque de factura inglesa, tripulado por lo que sabían por ingleses e irlandeses que conversaron con ellos amigablemente. Poco sospechaban que en su interior seiscientos soldados y marineros esperaban armas en mano, ansiosos por salir a cubierta.

Su oportunidad llego conforme caía la noche. Antes la niebla había cubierto las aguas del puerto dificultando la visión y ofreciendo un aspecto fantasmagórico a la ciudad, en la que pronto todos se retirarían a dormir. En el Real Felipe en cambio empezaba la acción. Las falúas y botes fueron echados al agua para empezar la operación de asalto.

Desde el puente del Real Felipe, Pedro dirigió a los hombres a los que fue enviando a diferentes misiones. Antes, esa misma tarde veinte de sus marineros procedentes de Irlanda habían desembarcado para dirigirse a una taberna local, donde debían esperar su señal esa misma noche. A continuación empezaron a desembarcar tropas de infantería equipadas con mosquetes que se apoderaron de los muelles sin resistencia, pues los pocos hombres que por allí andaban fueron eliminados en silencio. Con ello por fin llegó el turno a los hombres de mar. Estos abordaron las falúas y botes para dirigirse a los bajeles cercanos, que debían asaltar durante la noche.

Por fortuna estaban en un puerto que creían seguro, por lo que la mayoría de bajeles no tenían más de un par de hombres de guardia encargados de vigilar el ancla para evitar que garrease. Gracias a ello los grupos de abordaje lograron aproximarse en completo silencio aprovechando las sombras de la noche y la niebla, para abarloarse a los bajeles y ascender con rapidez para sorprender a los guardias a los que eliminaron en silencio. Logrado esto apoderarse del resto del buque solo era cuestión de tiempo…

En el propio muelle Pedro que había descendido junto a sus hombres estuvo a punto de ser sorprendido por una especie de guardia. Por fortuna advirtió su presencia a tiempo y logro ocultarse en la sombra de un portal. El peligro era ahora que descubriese a sus hombres que continuaban desembarcando en el muelle, por lo que Pedro dejo que el guardia pasase para a continuación salir de la sombra y aproximarse a él por la espalda. En un mismo movimiento le golpeo la corva de la rodilla derecha para abatirlo al tiempo que le realizaba un estrangulamiento al cuello controlando su brazo izquierdo…segundos más tarde el guardia había sido eliminado y el desembarco podía continuar.

Poco después el grupo de “irlandeses” que había desembarcado a última hora de la tarde se reunía con ellos. Su labor había sido la más peligrosa, pues tras reconocer el puerto se habían dirigido a una taberna para, al caer la noche, salir a eliminar los posibles guardias que hubiese en las calles para allanar el camino de los grupos de desembarco.

Llevaban ya cerca de dos horas de operación cuando al suprimir un grupo de marineros borrachos que regresaban a su bajel alguien utilizo un arma. Durante unos minutos todos permanecieron expectantes, vigilando puertas y ventanas por si alguna se iluminaba. Lejos de allí Pedro dirigía un grupo de cincuenta hombres con los que tratarían de asaltar el castillo de la ciudad, una vieja fortaleza de varios siglos de antigüedad que ya había sido sustituida como defensa principal por la fortaleza construida cuarenta años atrás en la cima de Plymouth Hoe, en los altos de unos acantilados de piedra caliza que dominaban la entrada del puerto.

Durante unos segundos Pedro permaneció expectante junto a sus hombres. Parecía que en el puerto nadie había advertido el disparo o si lo habían hecho nadie quiso saber nada, algo dentro de lo normal en ciudades de la época, siempre oscuras y peligrosas durante la noche. Sin embargo eso era diferente en los buques fondeados, donde el disparo sirvió para despertar a los guardias medio adormilados hasta entonces, logrando sorprender a alguno de los grupos de abordaje y alertar a su tripulación, sonando varios disparos en el tenedero.


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— ¡Rápido, a las murallas! —Ordeno Pedro al saberse descubierto echando a correr seguido de sus hombres. Momentos más tarde conforme se acercaban a las murallas sonaron los gritos de alarma y los primeros disparos aislados. Su grupo de asalto acababa de entrar en combate.

— ¡Picas al frente! —ordenó al llegar a la muralla sobre la cual los centinelas recargaban frenéticamente sus armas. De inmediato varios soldados que habían portado largas picas se acercaron con las armas en ristre, permitiendo que varios soldados entre los que se encontraba Pedro las cogiesen por el astil para a continuación impulsarlos hacia la pared. Pedro pateó la muralla con rapidez sujetando la pica bajo el brazo, permitiéndole ascender por el muro hasta la parte superior de la muralla.

Al superar la muralla se encontró de bruces con un centinela que estaba recargando su pesado mosquete de horquilla con movimientos mecánicos. Sin pararse a recapacitar llevo su mano a la cadera para coger su hacha de combate y asestar un golpe contra el cuello del soldado que cayó muerto. Hecho esto tan solo hubo de asegurar una cuerda de escalada para ayudar al resto de hombres que estaban superando con rapidez la muralla.

Ahora pudo dedicar unos segundos a contemplar el estado general de la batalla. El castillo parecía tener pocos defensores, algo normal por haber sido sustituido en su función principal por la fortaleza del acantilado en Plymouth Hoe. Eso permitiría a sus hombres apoderarse del castillo casi sin dificultad, con lo que caería el bastión del rompeolas que cerraba el puerto por medio de una cadena en casos de peligro.

En el propio puerto los combates parecían continuar entre la niebla, por lo que sin duda la situación sería caótica. Esperaba que el capitán Pedro Sánchez hubiese ordenado a los grupos de abordaje que regresasen al Real Felipe, pues eso le permitiría reforzar su artillería y aprovechar el amanecer para destrozar cualquier resistencia que pudiesen encontrar en el puerto o los bajeles surtos en él.

En cuanto al muelle la cosa cambiaba, los soldados prendieron fuego a varios establos para aumentar el caos, retirándose a continuación al muelle donde se apoderaron de varias casas y almacenes cercanos donde se atrincheraron. De vez en cuando se escuchaban algunas descargas de fusilería, así que esperaba que la situación siguiese controlada. El mayor problema estaba en la fortaleza de Plymouth Hoe, donde sin duda su guarnición habría sido puesta en alerta y se estaría preparando para acudir en ayuda de la ciudad.

A media mañana la flota al mando de Oquendo enfiló la entrada al puerto de Plymouth. A lo lejos podían observarse varias columnas de humo, y de tanto en tanto se escuchaba algún cañonazo aislado que probaba que el combate aún continuaba. Pronto divisaron la isla conocida como de Drake, ese maldito pirata que unas décadas atrás había puesto en tantos problemas a España. En aquella isla había varios bastiones artillados para proteger la entrada, pero parecía que en aquella isla también había problemas pues posiblemente su guarnición no fuese completa, bien por desidia bien por haber sido requeridos sus hombres para ir a tierra. De todas formas Oquendo ordeno navegar tan cerca de la costa oriental como fuese posible sin poner en peligro sus naves. Eso los alejaba de la isla de Drake pero los acercaba a Mount Batten, de todas formas allí había una única torre con un par de cañones, por lo que esa flota no debería tener problemas en superarla.

El verdadero problema en ese momento era que varios bajeles ingleses parecían estar tratando de huir de la bahía. Posiblemente hubiesen estado fondeados en el Cattewater, fuera del puerto de Sutton, y ahora huían del combate que tenía lugar allí solo para caer en las brasas. Dispuesto a seguir su camino hacia el norte, Oquendo ordeno al Relámpago y al Tigre que se encargasen de ellos, mientras los jabeques rodeaban la isla de Drake para caer sobre ella desde el Norte, donde sus bastiones estarían desprotegidos. Mientras tanto el resto de la flota continuaría su camino para enfrentarse a la torre de Mount Batten y el castillo del acantilado.

Una hora después el Rayo y el resto de bajeles disparaban con ambas baterías contra estos objetivos. La torre de Mount Batten fue rápidamente superada al enfrentarse a un centenar y medio de cañones, más problemas supuso la fortaleza del acantilado, donde sus defensores continuaron la lucha con esfuerzo. Por fortuna sus cañones disparaban un cañonazo por cada cuatro salvas de los buques, cuyas tripulaciones estaban maravillosamente entrenadas a causa de los abundantes ejercicios de artillería que realizaban.

Horas más tarde Oquendo descubriría que parte de la guarnición del fuerte había caído en combate al amanecer, cuando realizaron una salida para tratar de recuperar el castillo de Plymouth situado a poco más de cuatrocientas varas de su fortaleza. Para su desgracia los soldados comandados por Pedro los esperaban y sus mosquetes causaron una carnicería entre ellos, tras lo cual tuvieron que retirarse a su fortaleza como testigos mudos de lo que allí ocurría. Sus dificultades no acabaron ahí, pues al llegar la flota española el grueso de la guarnición estaba en las murallas del norte, donde eran hostigados por los fusileros españoles, por lo que no pudieron manejar con soltura sus cañones.

—Don Juan, que el Real Familia, y el Monarca se dirijan al Cattewater para apoderarse de aquellos bajeles, y que el Real Fénix quede en reserva. —Ordeno Oquendo a Juan de Cereceda. —El resto nos dirigiremos al puerto a apoyar a Don Pedro.

La llegada del Rayo, el Real Carlos, y el Tigre al puerto de Sutton a media tarde supuso el fin de los combates que se daban en el puerto. Los pocos bajeles ingleses que aun resistían a flote se rindieron de inmediato, siendo abordados por los españoles. A continuación soldados y marineros desembarcaron para saquear la ciudad, cuyos habitantes estaban huyendo despavoridos ante la invasión.

Por fin los soldados pudieron darse al saqueo de la ciudad. Las casas de sus comerciantes y ricoshombres fueron asaltadas y todo cuanto encontraron de valor fue saqueado y llevado a bordo de los buques españoles. Tanto Oquendo como Pedro sabían que la respuesta inglesa no tardaría en llegar, así que espolearon a sus hombres mientras seleccionaban los bajeles que debían llevarse consigo y cuales serían incendiados en el puerto.

Cuando al día siguiente abandonaron el puerto dejando tras de sí una ciudad en llamas, la flota había aumentado en doce bajeles, entre ellos el Men-o-war, Victory, muy similar al Triumph que había sido sorprendido casi desarmado tras pasar la invernada.

También la isla de Drake había terminado cayendo cuando su guarnición fue sobrepasada. Originalmente sus baterías contaban con barracas para una guarnición de trescientos hombres, pero la reciente epidemia de peste parecía haberlos diezmado.
Tras este ataque cada hombre de la flota recibió más de mil cuatrocientos escudos por las presas y productos del saqueo.


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Junio de 1628

Pedro observo con la ayuda de su catalejo, la bahía de Cabo Cod con su península de curiosa forma. Allá a lo lejos podían observarse algunas volutas de humo, posiblemente de los hogares de los peregrinos que sabía se habían instalado allí un lustro atrás. Lo sentía por ellos pues no tenía nada personal en su contra, pero eran una herramienta perfecta para hacer pagar a los ingleses los ataques a los dominios españoles, así que lamentablemente la pequeña población debía ser arrasada.

Para ello la flota compuesta por los cinco navíos del reino de Valencia, los cuatro navíos y dos jabeques corsarios, había cruzado el océano para buscar aquella colonia. A bordo soldados y marineros se prepararon para acabar con la pequeña población, que permanecía ignorante del cruel destino que le aguardaba.

Al anochecer todo había acabado. La flota había anclado sin problemas en el interior de la bahía permitiendo el desembarco de casi un millar de solados que avanzaron con rapidez sobre la villa fortificada con una empalizada de madera simple. Para cuando llegaron allí sus moradores ya habían huido, espantados por la fuerza de invasión que se les venía encima.

Esa noche los soldados pudieron dormir en los hogares de los peregrinos que fueron saqueados para arrebatarles lo poco que tenían. Cuando abandonasen la zona por supuesto esas casas serían incendiadas junto a los almacenes y las cosechas, pero ahora Pedro tenía planes más ambiciosos.

En los días siguientes exploraron a fondo los alrededores, mientras el Rayo disparaba cañonazos periódicos con el fin de atraer la atención sobre ellos. Pedro quería entablar contacto con los indígenas de la zona, sin embargo sus primeros contactos fueron con los peregrinos, que enviaron un emisario para tratar de negociar con él. Por desgracia para ellos les comunico que pensaba incendiar la villa al salir de allí, lo que los dejaría sin posibilidades de sobrevivir al invierno. También les comunico el reciente incendio y saqueo de Plymouth, en Inglaterra, indicándoles que no podrían recibir suministros en un tiempo. Pese a todo, los peregrinos persistieron en quedarse a vivir en el Nuevo Mundo, así que Pedro los abandono a su suerte.

La siguiente reunión fue tal vez más provechosa. Si los peregrinos lograron sobrevivir a su primer invierno fue porque entre los indígenas encontraron a uno que hablaba inglés por habérselo enseñado otro indio llamado Tiscuanto. Este Squanto o Tiscuanto había sido un indio de la tribu Patuxet capturado años atrás por un explorador inglés y vendido como esclavo en Málaga, donde fue educado por frailes y cristianizado. Posteriormente viajo a Inglaterra, donde reclutado por John Stanley , aprendió inglés y fue enviado al Nuevo Mundo como interprete inglés. Para su desgracia su tribu había resultado arrasada por las enfermedades, por lo que pasó a residir entro los Wanpanoag, sirviendo de intérprete y prestando ayuda a los peregrinos. Tiscuanto fallecería de viruela en 1622, pero antes había logrado enseñar el idioma a varios de los Wanpanoag.

Cuando se reunió con los Wanpanoag, Pedro se esforzó por dejar claro cuál era el futuro de las tribus si dejaban que los ingleses se asentasen entre ellos. Puso como ejemplo las cacerías que los propios ingleses estaban llevando a cabo en Irlanda y la propia Inglaterra contra los cristianos, utilizando sus conocimientos del futuro para explicarles su futuro. Oh, sí, los ingleses serían amables mientras fuesen débiles, pero cuando empezasen a llegar en gran número eso cambiaría y los indios serían expulsados de las tierras de sus antepasados, y acorralados en reservas en las que los ingleses repartirían mantas infectadas con la viruela para acabar con los indígenas. Incluso dejo que conversase con los irlandeses que formaban parte de su tripulación, dejándoles claro que no bromeaba.


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Principios de agosto de 1628

Tras arrasar la colonia de Plymouth y llegar a algunos acuerdos puntuales con los indígenas de la zona a los que dijeron que esos extranjeros iban a esquilmar sus zonas de caza, la flota zarpo para arrumbar al sur bordeando la península de Cod y siguiendo la costa rumbo a Nueva Ámsterdam…. Por supuesto Pedro sabía que la ciudad acababa de ser fundada, de hecho era tan solo un puesto comercial en el que los holandeses concentraban el comercio de pieles de los puestos que tenían a lo largo del río Noort (Hudson) que era donde se concentraba su población.

Sin embargo ese preciso año todo había cambiado. Los Mohawks y los Mohicanos habían entrado en guerra, teniendo que retirarse los holandeses a Nueva Ámsterdam, donde construyeron un fuerte con una empalizada de madera. En ese momento esta colonia tenía doscientos setenta habitantes, niños incluidos, y evidentemente estaban indefensos ante la llegada de aquella flota.

La primera presa que hicieron fue precisamente un filibote que trataba de cargar pieles en la colonia. Sorprendido al ancla su capitán no pudo hacer nada, y los jabeques se le echaron encima sin piedad, ganando su popa y forzándolo a arriar la bandera para evitar que lo acribillasen a cañonazos. Tras ellos llego el resto de la flota que forzó la rendición de la colonia.

Durante los días siguientes los hombres cargaron todas las pieles en los bajeles de la flota. Cuando partiesen incendiarían Nueva Ámsterdam, así que Pedro resolvió ceder a los colonos el filibote, desprovisto de armamento, con el fin de que regresasen a Europa si podían. Con esta eran dos las colonias enemigas en el Nuevo Mundo que había arrasado sin sufrir ni una sola baja. Era hora de reunirse con Oquendo y poner en liza la última fase de la campaña. De hecho los ataques a las colonias de Plymouth y Nueva Ámsterdam tan solo tenían como objetivo el justificar el acudir a Cuba en socorro de la flota del tesoro sin que les acusasen de profeta, brujo o quien sabe que más.

—Don Antonio, he escuchado a uno de los prisioneros una noticia muy preocupante. —Dijo tras un rato de conversación intrascendente. —Mi dominio del holandés es muy deficiente así que no puedo estar seguro de la noticia, y por eso quiero conocer la opinión de vuesa merced.

—Vuesa merced dirá, Don Pedro. —Respondió Oquendo que durante los últimos meses al mando de la división de la Compañía se había enamorado de aquellos buques, tan maniobrables, veloces y poderosamente armados, al tanto que quería recomendar construir todos los buques conforme a los planos de aquellos.

—Parece ser que este año los holandeses han enviado tres flotas para atacar las Indias, una de las cuales tratara de capturar la Flota del Tesoro. —Dijo Pedro. —Deberían llegar a Cuba en unas semanas para tratar de interceptar a los nuestros.

—Si eso es cierto no podemos permitirlo, Don Pedro, debemos dirigirnos al sur para interceptar a los holandeses.

—Estoy de acuerdo, Don Antonio, pero debemos ser cuidadosos. En unos días empezara la temporada de huracanes, y eso puede ponernos en riesgo más que cualquier flota enemiga.


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2ª Batalla de Matanzas, 16 de septiembre de 1628

El almirante holandés había anclado al fondo de la bahía, en el mismo lugar en el que había capturado a la flota española días atrás. La bahía de Matanzas era un hervidero de actividad, producido por los marineros holandeses que trabajaban de sol a sol para trasladar las riquezas de la flota de la plata española capturada días atrás a sus propios buques.

A bordo del Ámsterdam, de 625 toneladas y 52 cañones, el almirante Piet Hein contemplaba los trabajos complacido por el éxito de su empresa. La flota del tesoro había sido capturada casi sin esfuerzo al huir las tripulaciones españolas. Varias millas al norte de allí un jabeque permanecía en facha mientras en su cofa un vigía observaba detenidamente con un catalejo lo que ocurría en la bahía. Horas más tarde Pedro y Antonio de Oquendo eran informados de la situación en la bahía de matanzas. La bahía de casi una legua de anchura por otras dos de profundidad se iba estrechando poco a poco, formando una curva que hacía que se asemejase a una coma de escritura.

La situación era bastante mala. Los holandeses tenían una treintena de buques a los que se sumaban dieciseis naves españolas, mientras Pedro y Antonio de Oquendo tan solo disponían de once, de los que nueve podían ser considerados como buques de línea. Con todo, la situación táctica favorecía los intereses españoles.

Las naves holandesas estaban fondeadas en el interior de la bahía a resguardo de los alisios, separadas entre sí para evitar que su círculo de borneo supusiese un problema para el resto de buques y evitar accidentes en caso de garreo. Eso significaba que los vientos las empujarían hacia el sur, quedando con sus proas arrumbadas al NNE mientras la flota española legaría desde el Norte. Además dispondrían de la ventaja del barlovento, así que si actuaban con rapidez podrían sorprender a la flota holandesa que aun de descubrirlos deberían salir de allí navegando de ceñida siéndoles imposible formar una línea de batalla. La batalla era por lo tanto segura y serían los españoles los que marcarían los tiempos del combate que se avecinaba.

Eran poco después de las diez de la mañana siguiente cuando el Dolfjin, un pequeño bajel de porte corbeta, disparo un cañonazo dando la alarma. Había divisado a la flota que se acercaba hacia la bahía con el viento de popa redonda, rolando lentamente para cogerlo por la aleta de estribor con el fin de encarar la bahía. El aviso fue seguido de un pequeño caos entre los holandeses, muchos de cuyos tripulantes estaban trabajando en los bajeles españoles y tuvieron que regresar en sus botes.

Para cuando sus tripulaciones hubieron regresado la flota enemiga estaba casi sobre ellos. Piet Hein sabía que estaba en problemas. Aquella flota enemiga estaba formada por once buques de buen porte que parecían decididos a presentar batalla. Por desgracia su propia flota ahora batallaba con el viento en un intento de salir de la bahía, y aunque dos de la corbetas parecían a punto de lograrlo, dos de los bajeles enemigos que navegaban a barlovento de su propia flota se habían separado para cerrar la posible ruta de huida.

La situación era por lo tanto terriblemente angustiosa. El viento llegaba del NNE, y para salir de aquella estrecha bahía estaban forzados a navegar ciñendo al viento rumbo norte, lanzándose directamente sobre aquella flota enemiga que podía esperarlos para cañonearlos mientras salían uno a uno. La otra opción que le quedaba era el formar una línea de batalla al fondo de la bahía. Con suerte la flota española desistiría de entrar hasta el fondo de la bahía para enfrentarse a ellos…


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tercioidiaquez
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Mensaje por tercioidiaquez »

Septiembre de 1628, residencia del Statuder

-No estoy seguro, hermanos.-comentó Federico Enrique a los miembros del gobierno y representantes de los Estados Generales reunidos en el salón de su casa.-No tengo duda que la mano de Dios se encuentra detrás de ese disparo, lo que no sé es si nuestro Señor quería evitarme la muerte o darme otra oportunidad.-

-Según nuestras informaciones, el disparo se produjo a mas de 200 metros, es imposible que nadie lograra hacer blanco a esa distancia.-comentó un oficial.

-Pero habéis oído como yo, los rumores sobre disparos semejantes en el asedio de Breda. Es por ello que no tengo claro el camino a seguir. La guerra es mala para la economía, pero si queremos asegurar nuestra tierra debemos luchar por ella.-

-También nos llegan noticias del mar. Parece que los españoles han logrado ciertos éxitos contra los ingleses, incluso hay rumores que han invadido algunas poblaciones costeras. dijo el Gran Pensionario.*- A lo mejor la paz, aunque fuera para rearmarnos sería una opción-.

-No es posible-respondió el oficial, consejero de Guerra.-Piet Hein ya debe encontrarse en el Caribe. El dinero que obtengamos gracias a nuestra flota tendrá una doble misión, debilitar a los españoles y reforzarnos a nosotros. Por otro lado, tenemos en marcha las otras dos "operaciones".-

El Statuder frunció el ceño.-Volved a explicadme en que estado se encuentran las dos "operaciones".


*Equivalente al ministro de exteriores.


“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
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Mensaje por Gaspacher »

Piet Hein mantuvo la calma y ya que no había tenido tiempo para huir, decidió permanecer en el fondo de la bahía, esperando a los navíos enemigos por si estos tenían la osadía de tratar de entrar, pues no quería intentar una salida en masa sobre la línea de cañones enemigos cuando los vientos lo forzarían a navegar proa hacia ellos. Esperaba que los españoles no se atreviesen a entrar, de forma que durante la noche él podría arrumbar al norte para salir de allí perdiéndose en el mar para regresar a Holanda, aun a costa de dejar tras de sí las riquezas que aún no había logrado trasladar a sus naves.

Cuando poco después de mediodía vio como la flota española entraba en la bahía en hilera se sorprendió desagradablemente. Las fuerzas enemigas navegaban directas hacia ellos, pegados a la costa oriental de la bahía. Las horas siguientes fueron casi de pesadilla.

La batalla empezó cuando los galeones que mantenía en la zona oriental abrieron fuego sobre los españoles, pero el navío que avanzaba en cabeza se mantuvo firme pese a los daños que estaba recibiendo. Media hora más tarde aquel buque que avanzaba en vanguardia alcanzo su precaria línea atravesándola, disparando por fin con sus dos baterías a diestra y siniestra, causando graves destrozos a los galeones Haarlem, y Dordrecht.

Unos minutos más tarde toda la flota española salvo dos de los bajeles que tenían velas latinas, habían caído sobre su retaguardia, donde estaba causando estragos mientras él con la otra mitad de la flota trataba de batallar con el viento en contra para unirse a la pelea. Una hora después era evidente que pese a su superioridad numérica su flota estaba siendo derrotada, y varias de las corbetas habían arriado ya la bandera.

El maldito viento estaba impidiendo que la vanguardia holandesa prestase ayuda a la retaguardia, y la maldita bahía impedía que esa vanguardia no trabada en combate huyesen hacia el Oeste…estaban en medio de una trampa perfecta.

A bordo del Rayo el almirante Oquendo dirigió su división hacia el Oeste, dando una pasada a lo largo de la línea holandesa, mientras más al norte los dos jabeques aprovecharon la oportunidad que le brindó este movimiento para buscar la proa del galeón de Piet Hein. Este que había facheado para presentar su batería al Rayo, dejo su proa desprotegida ante el ataque de los jabeques, cuyos cañones arrasaron la cubierta del buque hereje. Cuando el Monarca y el Real Fénix se sumaron a esa acción una hora más tarde, Hein supo que todo estaba acabado…


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Mensaje por Gaspacher »

“LA GRANJA” …

Tras regresar a Valencia acudió a cazar con hurón, una práctica que no llamaba demasiado su atención pero que le parecía necesaria en aquel momento. Para ello confecciono varias redes que distribuyo por las salidas de una madriguera que había localizado, soltando a continuación al hurón por una de las entradas. De inmediato los conejos salieron en tromba por el resto de salidas de emergencia cayendo en las redes. Tras repetir esto en varias ocasiones durante los días siguientes, se hizo con una buena cantidad de conejos, los suficientes como para montar una granja en la sierra en las afueras de Valencia.

Los conejos no son como otros mamíferos y no tienen época de celo, así que la coneja acepta al macho en cualquier momento del año. El animal alcanza la madurez a los seis meses y puede seguir pariendo hasta los cuatro años, y aunque la coneja puede entrar en gestación a los pocos días de parir, suele ser mejor dejarla esperar unas pocas semanas antes de volver a aparearla. De esta forma y como su gestación dura treinta y un días, se puede obtener seis camadas de hasta una docena de gazapos al año.

Sabiendo esto, Pedro había situado la granja de conejos en un lugar frío y ventoso como Torás, a la sazón perteneciente a la orden de Calatrava. Las instalaciones en las que trabajarían cuatro familias constaban de unos amplios terrenos en los que cultivarían lechugas y otras verduras para alimentar a los animales, donde incluso creo un invernadero de cristal para cultivarlas todo el año. Y los criaderos de conejos, construidos en jaulas situadas de alambre montadas en caballetes en el exterior por toda la extensión de terreno.

Eso permitiría mantener a los machos separados para que no peleasen, juntándolos con las hembras para la monta y separándolos a continuación. Como cada macho podía aparear a una docena de hembras, serían estas las más valoradas, sacrificándose muchos machos a partir de los cinco o seis meses de edad, cuando ya estaban desarrollados.


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Mensaje por Gaspacher »

Madrid, diciembre de 1628

Cuando Felipe IV supo de la pérdida de la flota del tesoro en Matanzas y su posterior recuperación, derrota total de la flota holandesa mediante, echó a reír a carcajadas y estuvo cinco días riendo sin cesar. No por los cuatro millones de ducados en oro, plata, pieles, especias y cochinilla que llevaba, sino por el prestigio que supondría esa victoria.

Semanas más tarde tras dar por finalizada la campaña naval, la flota de Valencia y la propia flota de la Compañía se dirigieron a Valencia a invernar, periodo en el cual serían sometidas a un severo mantenimiento. Con ellos llegaron a Valencia unos soldados y marineros cuyos bolsillos rebosaban en dinero de las presas, incluyendo la flota de Indias que si bien no fue tratada como una presa de buena ley, si obtuvieron un premio de rescate por el que se repartieron dos millones de reales entre las tripulaciones. Era mucho menos de lo que hubiesen logrado por presas pero habría que conformarse y de todas formas aun había que sumar el producto de los diferentes saqueos y capturas.

Mientras Valencia bullía de actividad, Pedro viajo a Madrid, de vuelta a la corte, dejando tras de sí los ecos de una campaña que se extendían por toda Europa. La destrucción de Plymouth y las colonias luteranas del Nuevo Mundo unidas a la destrucción de la flota holandesa y la recaptura de la flota del tesoro suponían un golpe de autoridad que reafirmaba el prestigio de la España imperial.

Al llegar a la corte el rey lo recibió calurosamente y lo nombró caballero de la orden de Montesa y almirante de España. Curiosa medida está última por cuanto ya disfrutaba de tal cargo en el Reino de Valencia. Con ello logro acceso a la junta del almirantazgo, la entidad encargada del buen funcionamiento de una armada que por lo demás no existía como tal. Tan solo unos pocos bajeles pertenecían a la corona, siendo el resto de navíos que formaban las armadas del reino, navíos de propiedad particular contratados para realizar misiones concretas.

Por fin poco antes de navidad el rey Felipe IV, junto a Olivares, el Capitán general de la Mar Océano Don Fadrique de Toledo, el almirante general de la armada del Mar Océano Antonio de Oquendo, y Ambrosio Spinola, quien había llegado procedente de los países bajos para reclamar fondos para mantener aquel ejército, habiendo tenido ya varios enfrentamientos con Olivares.

Pedro presentó entonces un ambicioso plan que debería asegurar la preeminencia española por las décadas siguientes, permitiéndole a él el retirarse al palacio que se estaba construyendo en Valencia a descansar y vivir de las rentas tan cómodamente como era posible. El plan consistía en la creación de una armada de ciento cincuenta naves, de las que sesenta serían navíos de línea para asegurar la superioridad naval española. Treinta fragatas para destruir el comercio enemigo, y sesenta bergantines y jabeques para proteger las costas propias. Todo ello por un valor de cincuenta y cinco millones de reales en construcciones navales, y siete millones de ducados anuales en sueldos, mantenimiento y suministros. Como no podía ser de otra manera y pese a que esa flota garantizaría que no se volvería a perder una flota de la plata, Olivares se opuso frontalmente.

Olivares, siempre Olivares…Pedro estaba cada vez más hastiado del puñetero valido, quien no solo estaba interponiéndose en sus negocios una y otra vez, la última había tenido lugar durante su ausencia y había sido reafirmar la orden de llevar la Compañía a Sevilla para que estuviese bajo control de la Casa de Contratación por medio de subterfugios que hicieron que el Rey mudase de opinión. Eso unido a que Pedro sabía que había sido uno de los culpables de la caída del Duque de Osuna, que sería el culpable de arruinar la hacienda y la salud de un hombre honorable como Spinola, y que con sus medidas llevaría a España a un callejón sin salida, hacía que Pedro ardiese con una ira mal contenida en su presencia. Por desgracia de momento no había otra que morderse la lengua y callar…

Una de las cosas que más gratamente había sorprendido a Pedro al regresar a la corte, fue el descubrir que el Rey había instaurado la obligación del baño semanal para el personal de la corte y los cortesanos, construyendo unos baños de estilo romano o árabe por la que todos debían pasar. No fue hasta que descubrió “de oídas”, que se había instalado un gran espejo en el baño, que entendió la razón… soltando una carcajada…en fin, al menos serviría para aumentar la higiene que buena falta hacia.

Días después lograría reunirse con el rey a solas. Las anteriores reuniones en presencia de Olivares habían fracasado estrepitosamente, y Pedro se había sentido como Alonso de Quijano batallando con los molinos de viento

—Majestad, España es como el pez que se muerde la cola. —Explico Pedro. —La economía del reino está en las últimas y cada vez somos más pobres, y no podemos reformar la economía mientras estemos en guerra. Pero para ganar la guerra precisamos dinero que no podemos reunir pues cada vez somos más pobres…es un círculo vicioso, una rueda sin fin de dificultades que no podemos solucionar por si solas.

—Lo sé, Don Pedro, por eso me alegre tanto de la victoria de vuesa merced en Matanzas. Nuestra flota recuperada y treinta bajeles enemigos capturados, y lo que es más importante, un mensaje al mundo de que aún podemos dar lucha. —respondió el rey. —En cuanto al resto, poco podemos hacer salvo perseverar y rezar porque el enemigo se agote antes que nosotros y solicite la paz.

—Majestad, con vuestro permiso, sí hay algo que podemos hacer, pero necesitó libertad de acción. No puedo dar los pasos necesarios si tengo que mirar atrás a cada paso que doy para ver que trama su excelencia el conde de Olivares.

—Me caéis bien, Don Pedro, pero Don Gaspar goza de nuestra confianza y desempeña con acierto su cargo.

—Majestad, en estos momentos España libra una guerra contra cuatro poderosos enemigos, y su excelencia el Duque de Olivares no ha visto la solución a esos problemas. Simplemente reacciona a las acciones enemigas, sin ser consciente que al final alguno de los golpes nos alcanzara y derribara. Si yo no hubiese llegado a tiempo a Matanzas… —Dejo caer Pedro dando una pausa dramática a la conversación.

—¿Y vos como lo haríais, Don Pedro? ¿Cómo lograríais la victoria? —Preguntó el Rey.

—Majestad, ninguna nación pobre pero poderosa se equivoca si realiza una incursión en un vecino rico. —Dijo parafraseando una cita de ¿Adams? Que aparecía en un juego de estrategia que jugaba tiempo atrás, en su otra realidad…

En estos momentos libramos una guerra contra Francia, Holanda, Inglaterra, y el Imperio Otomano. De esos cuatro enemigos el más peligroso es sin duda Francia, pues es un reino densamente poblado y rico, por lo que es cuestión de tiempo que sean capaces de levantar ejércitos tan grandes que no podamos enfrentarlos. Por fortuna aun disponemos de unos años de tiempo para ello, tal vez una década completa, aunque no contaría con ello pues mientras hablamos Richellieu urde ardides contra nosotros.

Holanda es una ulcera sangrante. Luchan por su tierra y no cejan en su intento de mejorar su economía mediante el establecimiento de colonias en tierras lejanas, el comercio de especias de oriente, de pieles americanas, y mediante la pesca del arenque en el mar del Norte. Todo ello mientras su estatúder no cesa de hacernos la guerra con gran habilidad.

Los últimos son los enemigos más débiles en estos momentos. Inglaterra sufrió una gran derrota en Cádiz y está en horas bajas, pues su rey tiene problemas para lograr reunir el apoyo del parlamento para sufragar la guerra contra nosotros.

En cuanto al imperio Otomano, este lleva décadas de capa caída y ya no supone la amenazado antaño. Sin embargo aún son ricos y ofrecen buenas oportunidades de victoria.

—No decís nada que no sepamos tanto nos como Olivares, Don Pedro.

Ahí estaba otra vez, el mismísimo Olivares… estaba claro que con un sistema tan rígido como el castellano poco podía hacerse, al menos de momento… era hora de regresar a Valencia y cuidar los negocios que aun controlaba…

Días después volvió a reunirse con el Rey en una de sus salidas nocturnas, momento que aprovecho para volver a departir con él. Las reformas económicas y militares habían chocado con un muro grueso que las había imposibilitado, pero tal vez podría encaminar al monarca a una proto-indrustrialización y de paso volver a poner en evidencia al válido.

—Majestad, cada año la corte gasta miles de ducados en adquirir tapices, lencería, vidrio, relojes, espejos, y objetos preciosos de todo tipo. Eso es un despilfarro de dinero que puede evitarse. —Explico Pedro. —Es tan sencillo como crear factorías que hagan esas cosas patrocinadas por su Majestad, es decir, Manufacturas Reales que disfruten del monopolio de la corte.

Aprovecho así para indicar al monarca como podía fundar las Reales Fabricas, trayendo artesanos de toda Europa para trabajar en ellas. Los productos podían venderse para lograr beneficios, y sobre todo, al gastar en ellos el dinero se evitaría enriquecer a terceras potencias.

El rey se mostró interesado pero esquivo. Finalmente al cabo de pocos días acabó cediendo a construir las reales fábricas de sedas y abanicos en Valencia, donde ya existía una industria sedera considerable, y una real fábrica de fieltros en Galicia, pues Pedro convenció al monarca de la necesidad de contar con ríos para mover su maquinaria.

Esta última fábrica tenía gran importancia para Pedro pues pensaba utilizarla para forzar a traer la ruta de pieles a los puertos gallegos, sacando con ello a la compañía del paraguas de la casa de contratación. Por lo tanto el propio Pedro ayudo a diseñar la maquinaria de esa fábrica, compuesta por cardas de púas mecánicas, batanadoras, y prensadoras de cilindros, todo ello mecánico. Incluso busco la forma de emular el tratamiento que recibían las pieles al vestirlas los cazadores que denominaban “Castor Grass”, mediante la piel perdía el pelo largo y el corto se abría a causa del sudor. Para ello busco algún disolvente de los conocidos en esa época, contaría para ello de la ayuda de un alquimista polaco llamado Miguel Sendovigious, antaño al servicio del emperador Rodolfo II…

Dos años después y tras desembolsar veinte mil reales de a 8 la Real fábrica de Fieltros entraba en funcionamiento y la compañía pasaba a operar desde el puerto de Vigo, a tiro de piedra de la real fábrica. Para ese entonces las fábricas de Abanicos y sedas ya estaban en funcionamiento en Valencia, y al Rey le gusto tanto el resultado que estaban dando, que preparo la expansión del concepto de reales fábricas…


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Mensaje por tercioidiaquez »

Los dos hombres siguieron las indicaciones del español. Este les indicó cual era el edificio que buscaban. También las características de los centinelas y guardias. Para un edificio tan grande, y poderoso, no parecía mucha seguridad.
Le dieron una bolsa con el dinero acordado. El español hizo un gesto y dio la vuelta encaminándose por un callejón.
Los dos hombres contaron hasta 20 y echaron a andar detrás de él. Le alcanzaron en plena oscuridad, en la penumbra que dejaban dos lámparas de aceite bastante separadas. Cuando dijeron su nombre, se giró, debió pensar que querrían encargarle alguna otra misión de última hora.

Pero la sorpresa fue mas lenta que la daga de vela que le atravesó el corazón. Cayó al suelo mientras el otro le sujetaba para no hacer ruido. Le quitaron la bolsa de oro que le acababan de entregar y las pocas monedas que llevaba aparte.

A la mañana siguiente le encontraría la ronda de corchetes. Una víctima mas que había sido robada por algún matasiete de tres al cuarto.

Los dos hombres se encaminaron a la posada en la que se alojaban. Mañana deberían actuar.


“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.

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