Un soldado de cuatro siglos

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tercioidiaquez
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Un soldado de cuatro siglos

Mensaje por tercioidiaquez »

Real Alcázar de Madrid.

Espínola estaba satisfecho. Acababa de recibir el informe de uno de los escribanos que trabajaban en el despacho adyacente. Cargado de papeles finalmente había terminado por darse cuenta que ya al menos había una guardia real digna de dicho nombre.

Formado por 4 Tercios, el mas antiguo y cuyo Maestre de Campo, teóricamente, era el propio monarca era el "Tercio de Guardias Inmemorial". El segundo en preeminencia era el "Real Italiano", seguido del de "Guardias Walonas" y el "Real Americano".
No había sido fácil decidir la preeminencia de todos, excepto del primero claro. Otra cosa no hubiera permitido Su Majestad. Pero para los demás no había sido fácil. Incluso se rumoreaba que alguno de sus Maestres de Campo lo habían decidido entre los árboles de los jardines del Moro, a las espaldas del Real Alcázar a punta de ropera. El que el Maestre de Campo italiano hubiera aparecido con un brazo en cabestrillo pero la cabeza bien alta debía ser una coincidencia.

Los Guardias estaban equipados con el nuevo mosquete y el trozo de hierro que conocían como "breda" pues allí se había dado a conocer. Habían desechado las piezas de armadura, llevando tan solo una casaca. Curiosamente cada Tercio la llevaba de un color, algo que no había sido del agrado de la corte sobria madrileña, pero que el rey había aplaudido ya que "...Diez mil soldados, armados y vestidos de colores abultan y meten más terror que veinte mil y más vestidos de negro...".

Los españoles de rojo, italianos de ante, walones de blanco y americanos de azul, hacían un bonito conjunto de uniformes.

Otra innovación había sido que los granaderos se desprendieran del chambergo que llevaban los fusileros, pues les molestaba para lanzar las granadas. Adoptaron por ello un sombrero frontalero, con las armas reales como distintivo.

Con ellos se había formado un regimiento de Reales Carabineros, con cuatro escuadrones a 2 compañías. Cada escuadrón estaba formado por las mismas nacionalidades que los Guardias a pie.


“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
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reytuerto
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Un soldado de cuatro siglos

Mensaje por reytuerto »

Recordaba (más que nada por el poema de García Lorca) que entre Ávila y Madrid se podían ver los Toros de Guisando. Procuraría evitar los caminos más transitados, pero tampoco ir por los montes, porque aunque estábamos en verano, suponía que podía haber desde lobos hasta osos. Al caer la tarde pude encontrar el conjunto escultórico celta y no muy lejos, un monasterio de Jerónimos. Conociendo el retraimiento de esta orden, no me atreví a pedir techo, pero supuse que donde había un convento (así sea de una orden pequeña) no muy lejos debería haber un pueblo, y en efecto, cerca se encontraba El Tiemblo pequeña población de no más de 200 almas. Pedí posada en una casa local y por 20 maravedíes la obtuve, por unos cuantos más compartieron su cena conmigo (si, otra vez sopa de pan y ajo). A la mañana siguiente seguí con mi camino.

A estas alturas, estaba haciendo cálculos de otro tipo: Si soy de 1975 hipotéticamente debería haber sido vacunado contra la viruela, pues tenía entendido que esta fue una práctica común en mi país por lo menos hasta fines de esa década. Al ser una enfermedad erradicada, lo único que conocía de esta era que periódicamente hubo epidemias en Europa con tasas de mortalidad de hasta un 30%, además fue la enfermedad que se había encargado de diezmar a las poblaciones nativas en el Nuevo Mundo. Pero, la vacuna daría inmunidad de por vida? Si cada 5 años tenía que revacunarme contra la Hepatitis B! Además, no tenía nada de botiquín, y aunque siempre tuve inquietud e inclinación por la medicina natural y oriental, a excepción de algo de digitopuntura, ignoraba mucho de la herboristería. Y ese era otro problema! Un herbolario se parece demasiado a un brujo, sobre todo en medios rurales, y los brujos terminaban invariablemente en la hoguera.

Sin embargo, también tendría multitud de oportunidades, en una época en donde nada del mundo moderno estaba inventado. Desde las prótesis totales con dientes de porcelana y base de caucho, hasta la máquina de vapor; desde los hilados con lanzadera, hasta la quinina, la morfina y la anestesia local. Sí, por supuesto, debería aprender los intríngulis y leguleyerias de la España de los Austrias, pero eso se podía ir solventando sobre la marcha, siempre y cuando no tuviese algún desliz.

Entre meditar y caminar fui llegando a Móstoles, a donde llegue cuando terminaba el día de mercado. Pude comprar la capa que ya me hacía falta (las noches de verano durante la “Pequeña Edad de Hielo” eran bastante frescas por lo que pude sentir, en un mes pasaría frio), también compre un par de camisas sencillas y por supuesto, unas calzas, aunque pretendía seguir haciendo el camino con vaqueros y polainas. Después, cuando ganase algún dinero adicional compraría calzado cerrado, pues el costo, desde un par de zapatos hasta unas botas, rebasaba sobradamente mi presupuesto (no es que sea tacaño, pero prefiero gastar cuando tengo un ingreso seguro). Una pastilla de un jabón que apenas hacia espuma y se deshacía velozmente también paso a formar parte de mis posesiones. Pero por lo menos ya podría evitar la “gastroenteritis por falta de papel higiénico” sin tener que seguir haciendo como los hindúes: comer con la mano derecha y limpiarme el cul* con la izquierda! La posada y la cena nuevamente subieron a 90 maravedíes, con el consuelo de saber al menos que la distancia entre Móstoles y Madrid se cubría en una jornada.

Finalmente, luego de una caminata que comenzó antes del alba, llegue a Madrid. Debía acudir a la Iglesia del Buen Suceso, que estaba cerca de la Puerta del Sol, allí había un hospital. Afortunadamente, todo el mundo conocía el lugar y pude llegar con facilidad. Caminando hacia allí, me pasó algo que me hizo sospechar que el salto temporal no lo hice solo: juraría que me estaban mirando con fijeza, no a mí sino a mis pantalones, y la cara del que me miraba no me era desconocida, aunque no recordaba de dónde. Y si era un inquisidor? Mi imaginario de la España de los Austrias está plagado de marranos ardiendo, aunque sabía que estos señores no iban de aquí para allá quemando criptojudíos. Sin embargo, debía evitar salir con los vaqueros en la villa, demasiados ojos fisgones, demasiadas preguntas que contestar, debería ingeniarme una forma discreta de hacer saber de dónde vengo. Pero primero lo primero: tenia que llegar al Buen Suceso.

Con las cartas de presentación de Don Venancio, me presente al superior, Don Anselmo con quien sostuve una conversación con algunas suspicacias.

“Don Venancio da fe que vuestras habilidades como cirujano, Maestro Francisco”.

“Así es Vuestra Merced”, detrás de la aparente cortesía, había un dejo de menosprecio, después de todo, hasta bien entrado el siglo siguiente, el de cirujano era un oficio menor.

“Hijo, decidme Donde aprendió vuestro oficio?”

Sabía que esta pregunta no tardaría en llegar, y debía tener mucho cuidado en que iba a responder: No podían conocerme en el Imperio Español, era indeseable que hubiese tenido maestros judíos o musulmanes, era igualmente indeseable que hubiese sido discípulo de un facultativo protestante. Solo me quedaba la lejana cristiandad católica oriental.

“Padre, yo nací en las Indias, donde apenas conocí a mi padre, desde muy temprano anduve por tierras lejanas. Aprendí mis artes en Cracovia, con un cirujano militar, mientras combatíamos al turco infiel, al hereje luterano y al moscovita ladrón. El Rey Segismundo es tan buen cristiano como nuestra Católica Majestad”.

“Eso está muy lejos, hijo” – La respuesta aparentemente dejo satisfecho a Don Anselmo, pero enseguida volvió a la carga – “ El licor que tenéis para matar el dolor es invento de los herejes?”

“No padre, lo obtuve de ellos, pero no es descubrimiento de esos blasfemos. Fue descubierto por Raimundo Lulo, no sé cómo llego a manos de los luteranos, aunque sé que no lo emplean para hacer el bien, sino para ser engañados y creer que Dios les habla en sueños. Se los lleve del Diablo!”

“Esas calzas extrañas son las que visten los súbditos del Rey Segismundo?”

“No padre, un mal sastre y poco dinero para arreglarlas. Pero es tela fuerte”.

“Dime hijo, podéis sacar muelas sin dolor?”

“No siempre es posible, padre” – Respondí con toda la franqueza que pude, sabiendo que estaba frente a un hombre entrenado para cazar las mentiras al vuelo - “Pero con la ayuda de Dios Misericordioso, sí, sí puedo”.

“Que necesitáis para poder trabajar?”

“De momento padre, tengo pocos instrumentos, pero solo necesitare tres habitaciones grandes, con mucha luz, y de ser posible con chimenea. Las tres contiguas. Dos o tres sillas, un mesón y una mesa pequeña, un brasero, y dos bancos”.

“Para qué queréis tres habitaciones?”

“En una hare las cirugías y en otra preparare las medicinas”.

“Y la tercera, hijo?”

“Allí viviré yo, padre” – Y antes de que torciese el gesto agregué – “La preparación de las medicinas me exige estar todo el día y buena parte de la noche despierto. Además deberé velar por los enfermos que tengan algún mal mayor”.

“Sabrás hijo, que en la Iglesia y el Hospital del Buen Suceso atendemos a muchos sirvientes de la Corte, camareras, cocineros, alabarderos y guardias.”

“Lo ignoraba, padre”

“Vos recibiréis un real por cada doliente que veáis. Es lo que esa gente puede pagar”

“Padre, Mejor que los dolientes paguen de acuerdo a los dientes que haya que tirar. Si son pocos, pagan menos. Si son muchos, raigones muy enterrados o muelas muy difíciles, pagaran más” – y antes que el acuerdo no le gustase a Don Anselmo, recordando que es algunos curas de ese o cualquier siglo, podían perdonar mi impiedad, pero jamás que me metiese con la sacristía, agregué de inmediato – “…Y siempre que le paguen un real a la Iglesia del Buen Suceso.”

“Sois sagaz, aunque también piadoso, hijo. Sea, viviréis aquí”.

Teniendo el techo asegurado, acudí a una taberna y me di un baño muy necesario. Me vestí con jubón, camisa y calzas. Escuche lo que estaba de moda, y a excepción de una guitarra rasgada que me sonaba a fado, nada me parecía conocido. Cené cordero con pan, cavilando en que debería idear algo en que dormir, pues la idea de pernoctar sobre un catre de hospital del siglo XVII me parecía detestable.

De vuelta a la Iglesia y como una de los ventanales era externo, se me ocurrió utilizar un lenguaje universal a modo de marquesina: Como flautista de Hamelin me instale en el alfeizar cuando el sol empezaba a caer, y toque como poseso, si algún español del Siglo XXI no reconocía “Imagine”, “Woman” o “The Sound of Silence”, entonces por obligación reconocería “We are the Champions”… y lo peor que podía pasar es que se pusiese a bailar como Iceta!


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Un soldado de cuatro siglos

Mensaje por Gaspacher »

Historia de la Higiene
Del Esplendor del Imperio al dominio de los marranos
Las inmundas calles y la falta de higiene personal de los europeos
El cambio de mentalidad española, siglo XVII
La leyenda del Espejo del Rey
Nuevos aires con la llegada de la Ilustración

….
El cambio de mentalidad española, siglo XVII

La higiene en las ciudades españolas de principios del siglo XVII no diferían demasiado del resto de Europa. La higiene personal se había abandonado y las calles estaban llenas de inmundicias pues ganado hacia sus necesidades en la calle y no era extraño ver gente haciendo otro tanto en las esquinas. Los transeúntes debían andar mirando al cielo pues las gentes arrojaban los desperdicios y el contenido de sus orinales por las ventanas al grito de “agua va”. Tan solo unas pocas ciudades contaban con sistemas de alcantarillado o pozos negros, vestigio de los tiempos de los romanos y árabes que ahora habían entrado en decadencia.

En cuanto a la higiene personal, las gentes tan solo se bañaban una o dos veces al año, generalmente en mayo y septiembre cuando empezaba el buen tiempo. En la mayoría de casos había una sola bañera metálica en casa que cuando no se usaba se utilizaba a modo de cajón de sastre, de forma que no era extraño que las bañeras estuviesen llenas de óxido y suciedad. Llegado el momento del baño, la bañera era preparada y llenada de agua, bañándose entonces toda la familia por orden de preferencia empezando por el patriarca, utilizado todos la misma agua que cuando llegaba al último estaba sucia.

Los médicos del siglo XVI creían que el agua, sobre todo caliente, debilitaba los órganos y dejaba el cuerpo expuesto a aires malsanos, y que si penetraba a través de los poros podía ser causa de todo tipo de enfermedades. Incluso empezó a difundirse la idea que una capa de suciedad protegía contra las enfermedades y …

A causa de esto no era extraño que las personas desarrollasen enfermedades como la sarna o que fuesen afectadas por fiebres como el tifus entre otras. La propia moda de vestir se adaptó a esta suciedad, utilizando las damas amplias faldas que permitían esconder en su interior esponjas o bolsas de hierbas aromáticas para ocultar el hedor que salía de sus zonas íntimas. Se cuenta que un rey francés no se había bañado nunca en su vida, y que al acostarse con su amante esta se desmayó del hedor que desprendía el monarca al que finalmente su corte obligo a tomar un baño a la vista de todos, cosa que hizo en el río. Al entrar en el río meo ante la corte, y ante la mirada reluctante de su hijo le dijo, “no te preocupes hijo, que esto que yo hago aquí han hecho otros antes que nosotros río arriba”.

Esta falta de higiene tan solo era atemperada en algunas ciudades que por las huellas dejadas por los árabes o romanos mantenían sus alcantarillas y termas o baños en uso. Una de ellas y aquella en la que empezó a cambiar el concepto de higiene fue la ciudad de Valencia, en la que a la existencia del alcantarillado romano, reformado por última vez en 1498, se unía una extensa red de baños de origen árabe como los del Almirante. Estos baños tomaron una importancia decisiva a partir de 1623, con el despegue económico de la ciudad, pues sirvieron de puntos de encuentro y de negocios. No era extraño que los burgueses y nobles de la ciudad acudiesen a ellos al menos una vez por semana, aprovechando para lavarse mientras hacían sus negocios.

Este cambio de actitud de las clases pudientes valencianas fue imitado por la plebe que también se benefició de las grandes mejoras del alcantarillado cuando en 1629 fue reformado una vez más, uniéndolo a la nueva red de alcantarillado construida en el Grao de Valencia desde 1624. Este nuevo concepto de higiene acabaría por ser imitado con rapidez por el resto de ciudades y villas valencianas y posteriormente por el resto de territorios españoles. La propia corte real adopto la costumbre del baño semanal alrededor de 1630, lo que inadvertidamente tuvo un impacto brutal en la salud pública, permitiendo que esta costumbre se expandiese con enorme rapidez.

La leyenda del Espejo del Rey Felipe IV

Hay una leyenda, seguramente apócrifa, que dice que el Rey Felipe IV recibió un espejo entonces tenido por mágico, que permitía ver a través de él desde un lado mientras en el otro era un perfecto espejo. El rey instalo este espejo en el baño árabe que empleaban las mujeres en la corte, utilizándolo para espiar a su esposa o a alguna de sus muchas amantes durante el baño.

Es muy posible que el origen de esta leyenda se encuentre en el hecho que Felipe IV fue el primero en decretar que toda la corte así como sus sirvientes, debían bañarse al menos una vez a la semana para que les fuese permitido el ser recibido en su presencia. Cosa que unida a la industria de los espejos valencianos que fueron especialmente apreciados por el monarca que los adquirió en buen número, instalando algunos en los baños, diese lugar a habladurías…


A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Mensaje por Gaspacher »

Madrid…

¿Cuánto tiempo ha pasado ya desde que llegue a este lugar, a este tiempo…? ¿Diez…? No, creo que once años ya… un tercio de mi vida atrapado en una época que no es la mía, labrándome un duro futuro a base de ingenio y la superioridad tecnológica que me otorgan mis conocimientos…

Sin duda lo peor de todo es la falta de mis seres queridos, ya casi no recuerdo el rostro de mis padres y hermanos salvo cuando de vez en cuando se aparecen en mis sueños. Ahora al menos lo peor ya ha pasado y ya no me asalta la dura añoranza que me asaltaba al poco de llegar a este lugar, con todo aun dedico algunos minutos cada día a pensar en ellos y en si las reformas que he emprendido en este lugar darán como resultado que mis padres no lleguen ni a nacer…sería duro, pero aunque no comprendo los principios de la física que afirman la existencia de múltiples universos paralelos, saber que en otro mundo si existen me da fuerzas.

Solo en muy contadas ocasiones, cuando estoy peor, me atrevo a recuperar mi antiguo móvil de entre mis pertenencias, encenderlo y mirar las fotos durante un tiempo. Eso me sirve de momento, pero creo que pediré a algún pintor de cámara que pinte un cuadro basado en su descripción. Tendré que ir con cuidado, pero no puedo desperdiciar la cada vez más escasa batería del móvil en un tema como este.

En cuanto al resto de cuestiones, ya estoy firmemente asentado en este lugar. Ahora mismo se rumorea que el Rey podría concederme un título por los servicios que le he prestado. De hecho mi padre adoptivo ya ha sido nombrado barón, y ahora mismo vive rodeado del lujo en Valencia, aunque ya es bastante anciano, en mi época no pasaría de ser un hombre maduro, y no sé si vivirá mucho más.

Mi situación en la corte es bastante "sui generis". No poseo un título oficial pero ejerzo de una suerte de Ministro de Marina pues el Rey quiere adoptar las reformas que ya implemente en Valencia para la armada española, y cuento con el favor del monarca. Por ello mis días son una interminable lucha política para lograr los fondos e implementar los cambios necesarios para impulsar esa nueva armada y ejército, en cuya reforma también colaboro. Eso me deja poco tiempo libre. Paso las mañanas ejercitandome durante un par de horas y acudiendo a los cuarteles de la Guardia, el resto de la mañana y las tardes son dedicadas a las reformas, y las noches a lances de menos lustre, a veces acompañando al Rey en sus salidas nocturnas, y otras en negocios que nadie debe saber, ni siquiera mi confesor.

Al menos en el tema del ejército la cosa va mejor. Espínola, quien ha sido nombrado Grande de España y forma parte de la Junta de Guerra, comprende mejor que nadie los cambios que precisa el ejército conforme se los explico. No hay duda de la razón que le llevo a ser un gran general, se adapta con gran rapidez y ha hecho suya mi causa de reformar los ejércitos del Rey. También en la armada he encontrado complicidad de sus dirigentes, pero en ella ha sido mi dinero y el de mis compañeros el que ha allanado el camino a las reformas.

Ahora mismo hemos acabado con la creación de las unidades de la Guardia Exterior, los regimientos de guardias que en mi época fueron creados con la llegada de Felipe V, y que ahora se llaman tercios. Eso significa que acabamos de entrar en la fase 2 de las reformas militares. Es decir, la creación de un ejército peninsular, al que seguirá la reforma del ejército italiano en la fase 3, la reforma del ejército de Flandes en la fase 4, y la creación de milicias provinciales en la 5ª y última fase. Tal vez lo ideal hubiese sido reformar todo el ejército a la vez, pero la capacidad de producción de las nuevas armas es la que es y no ha habido más remedio que calcular las reformes conforme a esa capacidad.

Así durante los próximos tres años las Reales Fábricas de armas producirán las armas para armar los doce tercios que organizaremos en la península, incluyendo tres tercios irlandeses y dos suizos, para lo cual ya hemos enviado reclutadores a aquellos lugares. Cuando esas tropas estén listas y armadas, podremos producir armas para las guarniciones de Italia antes de pasar a las de Flandes y las milicias provinciales. Si todo va según nuestros cálculos aun tardaremos de quince a veinte años en acabar con las reformas, pero para mediados de la década de los cuarenta los ejércitos españoles deberían ser imparables en el campo de batalla, y un lustro más tarde deberían contar con el apoyo de los regimientos provinciales que serán una suerte de Guardia Nacional. Una reserva capaz de movilizarse con rapidez para rechazar invasiones.

Mis mayores problemas son las envidias que despiertan mis riquezas en la corte. Al menos de momento las he logrado contener dando generosas donaciones a la Iglesia y no menos generosas “ventas de acciones de mis empresas”, sobre todo de las comerciales como la Compañía Mercantil Nuestra Señora del Carmen a la nobleza. Por desgracia todo depende de un hilo tan fino como un cabello. Si mis mercantes se hunden o son capturados y los ingresos que reciben gracias a mi esfuerzo se ven mermados, esa misma nobleza que trata de aprovecharse de mi fortuna podría convertirse en mi propio fin...

En otro orden de cosas acabo de presentar en la Academia de Matemáticas varias fórmulas sobre la ley de la Gravedad, la cinemática, hidráulica y neumática. Suerte que al poco de llegar, cuando tenía aun frescos mis conocimientos de la academia, las escribí todas en aquel largo invierno siberiano, de lo contrario a estas alturas ya las habría olvidado por completo. Por supuesto no he querido llamar demasiado la atención y he escrito extensos trabajos basados en los aportes de Domingo de Soto sobre estos temas, de forma que gran parte del mérito corresponderá a este genio del pasado siglo.

En cuanto a mi vida personal, mi hijo continúa creciendo sano y fuerte aunque lo veo muy poco. No me faltan amantes, y he de decir que gracias a Dios ahora la higiene ha mejorado muchísimo gracias en parte a mis esfuerzos y los del resto de mis compañeros cronoexiliados, de lo contrario no habría quien tocase a otro ser humano ni con un palo…ahora creo que mi próxima lucha será por la abolición de la esclavitud, la dificultad será el cómo plantear tal cosa sin crearse enemigos. De hecho hace poco el duque de Montoro me preguntó porque en mis palacios no tenía ningún esclavo, y le respondí que yo tenía suficiente dinero para permitirme pagar por un servicio contratado…


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Mensaje por Gaspacher »

El soldado del siglo de Oro del reclutamiento a la tumba
A.P. Rodríguez
Apéndices; documento 23
Carta del soldado de las Guardias Valonas y futuro brigadier de caballería, Jacques De Bruyne, museo militar de Lovaina


Bien amado Padre, os escribo estas líneas en la esperanza que vos, mi madre y mis hermanas se encuentren bien de salud. Por mi parte yo acabo de llegar a Madrid donde me he incorporado al Tercio de valones de la guardia de su Majestad como recluta.

Nada más llegar fuimos reunidos por un cabo, que fue el encargado de recibir a los nuevos reclutas y aleccionarnos durante las primeras horas. En primer lugar nos llevaron botiquín, que es el lugar en el que trabajan los cirujanos. Estos nos tallaron, pesaron, y tomaron notas de las enfermedades que habíamos padecido. A aquellos que no habíamos pasado la viruela nos dieron la opción de “vacunarnos”, que supone infectar el cuerpo con una enfermedad similar a la viruela pero mucho más leve y que sirve para entrenar el cuerpo, de forma que si más tarde es expuesto a la viruela nuestro cuerpo sepa combatirlo. Este proceso se viene haciendo desde una década atrás en Valencia con bastante éxito según dicen, y no deja más marca que una pequeña cicatriz en el brazo y ya no hay que preocuparse nunca por la viruela.

A continuación pasamos a “abastos”, que es un almacén de abastecimiento donde el cabo furriel nos entregó los uniformes y el equipo que vamos a utilizar a partir de este momento. He de decir que el uniforme me sienta casi perfecto gracias a las tallas que nos habían cogido previamente, así que no tendré que pagar a una de las mujeres del campamento para que me lo ajuste. Se trata de uniformes de infantería, cuando protestamos diciendo que nosotros íbamos a ir destinados a la unidad de carabineros, que son la caballería, el cabo Ocaña nos respondió que antes de correr hay que aprender a andar. Eso es que empezaríamos realizando la instrucción básica de infantería para aprender cómo piensa y actúa un infante, y que solo cuando acabemos dentro de tres meses pasaremos a caballería.

Por fin nos llevaron a los barracones de instrucción. Que son unos largos edificios de madera y planta baja en los que nos alojaremos desde ahora. Nada más entrar en él está el alojamiento del cabo de cuartel, que es una habitación cerrada con su propia cama, una mesa con una silla, y algunos lujos. A nosotros se nos asignó una litera, que son dos camas situadas una sobre otra en un soporte. Además contamos con un arcón para nuestras pertenencias que siempre debe estar ordenado según un patrón que hay dibujado en una de las paredes.

Por fin estábamos instalados, así que a aquellos que accedimos a vacunarnos nos dieron varios días de licencia para qué pasásemos la enfermedad sin problemas. Mientras aquellos que no quisieron o ya habían pasado la viruela se dedicaban a tareas de mantenimiento, reparando los mosquetes que íbamos a usar en breve.

Sin más me despido de vos, mi madre y mis hermanas con afecto deseándoles lo mejor. Volveré a escribir cuando empecemos la instrucción.


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Mensaje por Gaspacher »

El soldado del siglo de Oro del reclutamiento a la tumba
A.P. Rodríguez
Apéndices; Doc 25
Carta del soldado de las Guardias Valonas, Jacques De Bruyne, museo militar de Lovaina


Bien amado Padre, espero que vos, mi madre y mis hermanas os encentréis bien de salud. Por mi parte he de deciros que me encuentro perfectamente, aunque días atrás pase algunos días sintiéndome mal por efecto de la vacuna, pero ahora estoy perfectamente pues solo tuve un poco de fiebre y unos picores en el brazo que los cirujanos me trataron con pomada de aloe.

He de deciros que soy el más joven de la compañía y el otro día un cabo me pregunto cómo había podido ser trasladado a la guardia sin haber cumplido los cinco años mínimos de servicio, así que tuve que explicarle como salve espada en mano a mi capitán en Flandes de cinco herejes cuando este fue derribado de su caballo, algo que todos aplaudieron. Por fin hemos empezado la instrucción básica. Cada mañana empezamos realizando unos ejercicios que llaman de Gimnasia, que viene del griego y significa aficionado a los ejercicios atléticos, y consisten en diversos ejercicios como saltos que sirven para calentar, que es preparar el cuerpo para el ejercicio. A continuación corremos media legua, y cuando hemos acabado estamos listos para pasar a realizar la instrucción.

Siempre empezamos con ejercicios de combate cuerpo a cuerpo en los que se nos enseña a golpear un saco de cuero lleno de serrín, tanto con puños como con las piernas sin lastimarnos. También realizamos unas técnicas que llaman llaves, semejantes a las que me enseñasteis para desarmar a un espadachín enemigo, pero que sirven para romper brazos y piernas. Después de las dos primeras semanas incluso empezamos a ejercitarnos luchando unos contra otros. Como anécdota os contare que cuando llegamos nos recomendaron que nos afeitásemos y nos rapásemos la cabeza, algo a lo que todos nos negamos. Sin embargo todo eso cambio el primer día de combate, cuando el cabo utilizo los bigotes de varios de mis compañeros para derribarlos y vencerlos, todos acudimos al barbero.

Más avanzada la mañana pasábamos a realizar entrenamiento de esgrima, empleando cuchillos, espadas, sables, y bastones. Cuando por fin terminamos el entrenamiento por fin podemos descansar y acudir a cantina a tomar algo que nos permita resistir la siguiente fase del entrenamiento, el orden cerrado. Esto son marchas en formación cerrada de todos los hombres hombro con hombro, en las que realizamos variaciones y giros que dan una gran movilidad a la formación. Algo diametralmente opuesto a los cuadros que conocía de Flandes. Esta rutina tan solo se rompe un día a la semana, cuando acudimos al campo de tiro a practicar disparando los mosquetes.

A mediodía por fin nos detenemos y podemos acudir a los baños, que son obligatorios. Tras ello acudimos a comedor, antes de pasar a descansar hasta las tres, cuando acudimos a la escuela de idiomas. En mi caso y en el de la mayor parte del resto de valones e italianos, acudimos a las clases de castellano pues nos será necesario para vivir en Madrid. Mientras los españoles o aquellos que ya hablan castellano acuden a clases de alguno de los idiomas que se hablan en el imperio o incluso de las lenguas herejes para comprender a nuestros enemigos.

En unas semanas acabaremos nuestra instrucción y esta compañía jurara bandera, que es la ceremonia en la que juraremos fidelidad al rey. Después de eso la compañía se disgregara, acudiendo los hombres a las diversas compañías a las que sean destinados, en mi caso el regimiento de carabineros…


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El soldado del siglo de Oro, del reclutamiento a la tumba
A.P. Rodríguez
Apéndices; Doc 26
Carta del soldado de las Guardias Valonas, Jacques De Bruyne, museo militar de Lovaina


Bien amado Padre, espero que tanto vos como mi madre y mis hermanas se encuentren bien de salud, yo por mi parte me encuentro perfectamente y ya me he acostumbrado a la vida en este lugar.

Por fin he dejado de ser un recluta al acabar la instrucción básica y he abandonado los barracones de madera para ir al cuartel propiamente dicho. El cuartel está formado por tres sectores cuadrados, uno dentro del otro. El exterior en el que me encuentro tiene amplios edificios semejantes a los barracones en los que estábamos antes, pero que ahora son de ladrillo y adobe. En ellos nos alojamos todos los soldados solteros y se nos ha dado a entender que no podemos casarnos sin permiso del Comandante de la Guardia antes de los treinta años salvo caso de fuerza mayor. No se nos ha explicado que es eso, aunque podemos imaginarlo fácilmente. Este sector se completa con los establos, almacenes, y edificios de administración de la Guardia.

En el centro del cuartel y alrededor de una plaza se encuentra la iglesia y las casas de los maestres de campo de los tercios y del coronel de caballería, rodeadas de las casas de los oficiales y estas a su vez de las de los suboficiales y los soldados casados. Se parece así al antiguo sistema de los campamentos romanos, de los que recupera la forma cuadrada. Por supuesto todo ello está rodeado por el sector en el que mencionaba que me encuentro, con los barracones, almacenes, armerías, cuadras y edificios administrativos de los diferentes tercios y escuadrones.

Ahora formo parte de la segunda compañía del tercer escuadrón del regimiento de carabineros. Nada más llegar a la compañía me entregaron el equipo de caballería, silla de montar, coraza compuesta de peto y espaldar de acero milanés, lo mismo que el yelmo que tiene gravada la forma de una cabeza de león en su frontal y una cimera de plumas en lo alto que en el caso de los escuadrones valones es blanco, rojo en el de los españoles, y ante en el de los italianos. Como armas una espada pesada, una carabina que es un mosquete de menor calibre y con el cañón más corto muy útil para la caballería, y dos pistolas de rueda.

También me ha sido entregado un caballo que al igual del resto de hombres del escuadrón es de pura raza española. El mío es de capa torda y recibe el nombre de Centella, un animal noble y resistente de cuatro años al que apenas he podido montar, pues una vez más ahora empleamos todo nuestro tiempo en instrucción. Las primeras horas las pasamos con la ya consabida instrucción de combate cuerpo a cuerpo y esgrima, a la que sigue la instrucción de equitación, que de momento consiste en montar una y otra vez durante horas un caballo de madera. Un ejercicio cansado que destroza a los hombres pero que dicen nos acostumbrara a montar en las peores condiciones posibles.

El resto del día lo pasamos cuidando nuestro caballo y el equipo, e incluso acudimos una vez a la semana a realizar prácticas de tiro con la carabina y con las dos pistolas de rueda que cada jinete tiene asignadas. En unas semanas podremos empezar la verdadera instrucción a caballo, en la que deberemos ser capaces de actuar de forma coordinada con la infantería. Una tarea en la que nuestros comandantes hacen especial hincapié.

Con todo lo mejor de todo es que ahora por fin podemos salir a la calle para acudir a Madrid o a alguno de los pueblos cercanos para asistir al teatro, a los nuevos cafés, o simplemente a algunos de los actos y espectáculos que se ven en la ciudad…


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reytuerto
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Un soldado de cuatro siglos

Mensaje por reytuerto »

Así comenzó mi práctica profesional en los Madrides, por supuesto, no del modo en que me había imaginado (El Buen Suceso no es precisamente O"Donnell), pero en los Madrides al fin y al cabo! No me podía quejar, tenía pacientes, algunos pagaban bien, pero la mayoria solo dejaba su real a la sacristia y poco mas. Afortunadamente casi todos los procedimientos los podía hacer con mi cada vez creciente colección de elevadores. Cada dos o tres días, destilaba éter, y había adecuado un colador de cocina para que se convirtiese en mi mascarilla anestésica. Y tampoco me podía quejar, mi práctica prosperaba, aun no tenia un muerto encima (1) y los nuevos ingresos me permitían aumentar mi instrumental.

En varios viajes a Ávila, encargue al mismo maestro espadero la confección de varias pinzas y de un par de portaagujas tipo Castroviejo, también una sonda acanalada. Pero la culminación de estos trabajos fue la fundición de un juego de fórceps: uno recto, otro raigonero y uno universal posterior. Estos hechos de acero, eran muy parecidos a los instrumentos modernos, y para ser sinceros, también casi idénticos a los romanos, salvo por el material (que eran de plomo). También tuve una colección de agujas de plata, un tanto más gruesas de lo que me hubiesen gustado, pero útiles a no dudarlo. Finalmente, una férula hecha con un grueso alambre de plata y fijada con ligaduras también de plata (aunque me atraía la idea que fuesen de oro… para quien pudiese pagarlo), en algún momento me servirían para reducir fracturas en una ciudad en la que las peleas eran cosa de todos los días.

Y al fin pude utilizar suturas de seda! Si, era cara, pero los hilos de seda eran mucho mejores que los de lino. Debería experimentar con las tripas de algún conejo para ver si podía conseguir hacer catgut. Y aunque había incrementado mi armamentario para la “fabricación de perfumes”, las retortas, alambiques, frascos y matraces no habían hecho aumentar mi botiquín, que era penoso por inexistente. No tenía quinina, ni sabía si a la Marquesa de Chinchón ya le habían dado sus fiebres! Tampoco había antibióticos, ni siquiera analgésicos!, y para más inri, lo primero que se me ocurría era recurrir a las drogas que me hubiesen puesto tras las rejas el siglo XXI: opio y cannabis.

Recordaba que la amapola según mi buen Tío Petronio era “un don de la naturaleza”, pues a su criterio, la flor en cuestión era un laboratorio de alcaloides utilísimos: morfina, codeína y papaverina, buenos para el dolor, la tos y la indigestión. Otro tanto sucedía con la marihuana, pues había leído un artículo que hablaba del “uso compasivo del aceite de cannabis en el cáncer terminal”, el problema es que mis pacientes distaban mucho de ser terminales. Pero eso se vería sobre el camino, así que resolví examinar el problema encargando varias canastas de flores y hojas de cáñamo desde Valencia. Puse las hojas en alcohol a ver si podía hacer una tintura, y las flores las prense en caliente para intentar extraer algún aceite. La tintura mezclada con un vino de postre, y las gotas de aceite disueltas en alguna infusión de las mismas flores, podrían ayudar al dolor postoperatorio luego de una extracción difícil.

Pero el primer paciente en beneficiarse del cannabis no fue por una muela, sino mandíbula quebrada. Don Álvaro Martínez de Luna, teniente de alabarderos de la Guardia Amarilla, mientras reñía en una taberna en la Cava Baja por un lio de faldas, recibió el impacto de una garrafa que aparte de dejarlo privado, le partió la quijada en tres partes. Cuando despertó sus hombres ya lo habían traído al Buen Suceso. Tenía la cara hinchada, apenas podía deglutir, obviamente estaba imposibilitado de hablar y mucho menos de comer, y una notoria asimetría le deformaba el rostro, que en otras circunstancias habría sido agraciado. Tendría que reducir la fractura a fuerza de brazos, y luego inmovilizarla. Avise a los alabarderos que el procedimiento seria costoso, pues los alambres eran de plata y de oro, y estos riendo me contestaron que Martínez de Luna pertenecía a una de las casas más ricas del Reino.

Le di éter, y luego de tenerlo dormido pude afrontar los bordes del hueso roto. Lo demás fue inmovilizar los maxilares con mis recientes alambres de ferulización y ligaduras de oro. Mientras retiraba restos de comida de por lo menos una semana! Cuando despertó, lo hizo quejándose de dolor y pretendiendo querer hablar, asi que intente mantenerlo quieto pues era de ánimos calientes. Le ofreci un vaso de vino de Málaga mezclado con tintura de cannabis y un tubo de plata a modo de sorbete.

“Don Álvaro, por misericordia, no quiera hablar. Considérelo parte de su penitencia. VM ha de tomar este licor con este canutillo. Descanse y ore, porque el ayuno será de rigor, pero por la Divina Providencia, VM no ha de tener dolor”.

No tuvo mucho dolor, pero la hinchazón de la cara ciertamente fue aparatosa. Y previsiblemente tuvo fiebre, que pude bajar con compresas de vinagre y agua fría. Antibióticos y antipiréticos! Como los echo en falta! A los pocos días, Martínez de Luna caminaba, aunque había bajado de peso (y bajaría aún más), y estaba de un humor de perro por no poder comer, hablar y gritar, al menos se paseaba en los patios del Buen Suceso, el edema había cedido y aunque seguía doliendo algo, le suprimí la medicación de cannabinoides y lo envié a su casa. Al mes estaba aún más delgado, pero había vuelto a su puesto de alabardero en la Guardia Amarilla.

A las ocho semanas decidí que ya era tiempo de retirarle la ferulización, así que quite las ligaduras de oro (procurando desatar y no cortar cada hilo) una por una y retire el alambre de plata de ambos maxilares. Entonces llego la prueba de fuego:

“Don Álvaro, abrid la boca”. Ordene “Despacio, despacio”.

Y ayudándolo con las manos, poco a poco fue abriéndola, luego ejercicios de apertura y cierre, de deslizar la quijada hacia los lados, otra vez abrir y cerrar.

“Don Álvaro, VM estáis servido. Podéis ir a comer”.

“Cirujano, a vos, lo primero que debería hacerle es abofetearlo! Me habéis tenido con la boca cerrada dos meses” – fue lo primero que me espeto en tono iracundo, pero de inmediato suavizando la mirada y el gesto agrego “me habéis servido bien, le estoy agradecido” y alargando una bolsa de terciopelo grana, me dijo “tomad, es por vuestro trabajo. Pero decidme, donde vivís?”

“Aquí mismo, VM. Debo estar cerca de mis dolientes. Y debo vigilar la preparación de vuestras medicinas, que a veces lleva toda la noche. Mis aposentos están al lado”.

“Vos sois fraile?”

“No VM, no he profesado votos… ni pienso hacerlo”.

“Sabéis hacer otras medicinas?”

“Algunas otras, si, VM. Pero no dispongo de las hierbas necesarias. Debéis saber que algunas plantas pueden ser cultivadas en las Españas, pero otras es menester traerlas de las Indias”.

“Puedo ver donde hacéis vuestras medicinas y donde vivís?”.

Pese a mi suspicacia, pensé que sería bueno que viese que no había nada de brujería en las preparaciones. La verdad es que el laboratorio había crecido y tenía varios estantes de matraces y frascos, tres alambiques, una balanza. El teniente de alabarderos se paseó entre el instrumental, asintiendo a mis explicaciones. Pero en donde Martínez de Luna quedo más sorprendido fue en mi habitación.

“Vos no tenéis cama! Donde dormís?”

“No, no tengo cama, pero duermo aquí”- Le mostré una hamaca que había confeccionado con un fuerte lienzo de vela, y soguillas de cáñamo y que estaba recogida. “Cuando deseo dormir, la extiendo, veis?”

“Porque dormís así?

“Es más limpio, no hay chinches ni pulgas, ni piojos"- pero no le mencione la repulsion que me producia dormir en el mismo lecho de un enfermo de un hospital del siglo XVII - "Tampoco ocupa mucho espacio. Si te acostumbras es sorprendentemente comoda. Y si hace frio, enciendo un fuego” le respondí señalándole la chimenea.

“Por eso es que vuestro aposento huele a vinagre?”

“Si VM, si veis el resultado, no tenéis que echar en cuenta del olor a vinagre, pues en estos menesteres, la limpieza siempre debe ser de recibo. Ese buen habito, y lo que os meteis a la boca es lo que verdaderamente mantiene a la gente sana” y agregue una coletilla de piadoso rigor, por si acaso, "... si es que asi es la Voluntad de Dios".

Una amplia mesa hacía de escritorio con un par de sillas. Había bosquejos diversos, diseños de un berbiquí, de un cañón, de granadas, de una fresadora. También algunos dibujos que me recordaban una antigua afición: el modelismo naval. E incluso varios pentagramas en donde intentaba transcribir tanto la música que recordaba, como las melodías que escuchaba en mi día a día.
“Vos hacéis todas estas cosas?” – Me pregunto incrédulo – “Construís cañones, naos, maquinas, además sacáis muelas sin dolor, pegáis quijadas y tocáis flauta”

“No, VM. Los cañones aun no los he construido! -dije riendo- “Tampoco los barcos, ni las maquinas, pero deseo mucho poder hacerlo” – y señalando la flauta agregue – “…y lo mejor para las penas es la música”.

“Debéis obtener un privilegio de invención, yo os presentare a las personas adecuadas”, y luego de echarme una mirada de arriba abajo, añadió socarronamente, “pero primero debéis comprar ropas nuevas. Así vestido, y durmiendo como dormís, no llegareis a ningún lado. Usad bien los escudos que os he dado”.


(1) Hasta bien entrado el siglo XVIII, cerca de un 20% de las muertes eran por infecciones de origen odontogenico.


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Academia de Artillería de Segovia

La Academia de Artillería de Segovia, es una institución académica militar de España fundada el 16 de mayo de 1633 como Real Colegio de Artillería en el Alcázar de Segovia, en tiempos del rey Felipe IV a iniciativa de Pedro Llopís, Ambrosio Espinola, y Julio César Ferrufino, su primer director. Es la Academia militar más antigua del mundo en activo.

Historia

La existencia de la actual Academia de Artillería, es el resultado de un largo y celoso proceso de los artilleros por mejorar y actualizar su enseñanza, a través de un período que abarca desde la aparición de las primeras Bombardas hasta la actualidad.

Los superiores conocimientos que los artilleros debían tener de su oficio, hacen que ya en el Siglo XVI se necesite saber todo lo escrito sobre el arma, para sentar plaza de artillero. Los capitanes de cada una de las compañías, eran los encargados de examinar y aprobar a los "artilleros extraordinarios", contratados por tres meses a prueba, pudiendo ser licenciados si suspendían el examen o en caso de superarlo, continuar su servicio activo como "artilleros ordinarios".

Las Escuelas de Burgos (fundada por Felipe II en 1542), de Sevilla, Milán, Mallorca, Bruselas, Cádiz y Barcelona, son antecedentes lejanos del Real Colegio, por tener como misión la enseñanza de las labores artilleras correctamente. Si bien la formación de los artilleros puede considerarse “empírica” en sus inicios, a medida que las bocas de fuego evolucionaron, los monarcas fueron conscientes de la necesidad de “reglar” su docencia para nutrir a sus ejércitos reales de oficiales capacitados para el manejo de estas armas.

El Real Colegio de Artillería

La complejidad que entraña el manejo del cañón y sus juegos de armas así como de sus servidores, hace que con Felipe IV, en cuyo reinado se vivió una revolución tecnológica en la artillería, los componentes del cuerpo de Artillería se separen del resto de las demás armas ya que en la carrera militar se podía pasar de una a otra por medio de sucesivos ascensos. Era normal comenzar la carrera como Capitán de Infantería, continuando como Capitán de Caballos, Sargento Mayor, Teniente de Maestre de Campo, Maestre de Campo, para alcanzar los mayores empleos de General de la Artillería o de la Caballería.

Así pues, surge la necesidad de reunir en un solo lugar a los futuros oficiales del arma, con el fin de unificar los conocimientos que debían obtener para ser ascendidos al empleo de subteniente, del Arma de Artillería.

La inauguración el 16 de mayo de 1633 del Real Colegio de Artillería de Segovia, bajo la dirección del Julio César Ferrufino e instalado en el Alcázar de Segovia,4 venía a cubrir esa necesidad, tan largo tiempo sentida, de contar con un centro de enseñanza de alto nivel y bien dotado que recogiese y transmitiese los saberes de entonces, conocimientos técnicos teórico-prácticos de todo tipo, fundamentales para la adecuada preparación de los futuros oficiales del recién creado Cuerpo de Artillería.

El lugar elegido, es también adecuado por su proximidad a los Reales Sitios de La Granja y El Escorial así como con la Villa y Corte de Madrid. Cualquier problema que pudiera surgir en la puesta en marcha del Colegio podía ser resuelto con relativa rapidez, directamente con el Rey, o con sus colaboradores más próximos.


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Mensaje por Gaspacher »

Naiad, 16 mayo de 1633

La flota formada por seis navíos de línea, cuatro fragatas y siete galeones llego a la desembocadura del río Norte en la que se había encontrado la pequeña factoría de Nueva Ámsterdam poco después de mediodía. A bordo de los buques viajaban los soldados y colonos encargados de ocupar aquel lugar estratégico y tomar el control de él en nombre de Felipe IV. Estos eran ochocientos soldados veteranos con muchos años de servicios a sus espaldas, generalmente más de veinte, que habían viajado con sus familias. Un 50% de ellos eran españoles, un 22% italianos, un 17% valones, y el resto eran soldados y mercenarios irlandeses, alemanes, e incluso polacos que habían luchado por el Rey de España en algún momento.

Además junto a ellos también habían viajado ochenta y seis colonos con sus propias familias, totalizando mil ochocientos noventa y siete colonos, con vistas a establecer una colonia autosuficiente. Entre ellos había colonos expertos en diferentes facetas vitales para los próximos años, entre ellos dos cirujanos, dos ladrilleros, un constructor, varios cazadores, herreros, leñadores, un par de carboneros, siendo el resto básicamente agricultores y ganaderos.

A bordo del navío Conquistador, buque insignia de la expedición, había viajado el propio Pedro Llopís, quien plasmaría en el nuevo presidio toda la experiencia acumulada al establecer los puestos de caza siberianos años atrás. Por ello llevaba todos los suministros necesarios para aquel primer año, como alimentos, herramientas, animales de carga, ganado y semillas para plantar las primeras cosechas.

La expedición desembarcaría el día siguiente, 17 de mayo, poniéndose a trabajar de inmediato. Como hiciera años atrás en Siberia, junto a los nuevos colonos desembarcaron cientos de marineros de la flota que se pusieron a ayudar en las tareas de construcción iniciales. Ese primer día cientos de hombres se dedicaron a cavar un foso de seis pasos de ancho y cuatro de profundidad, acumulando la tierra tras el foso para formar un terraplén sobre el que en los días siguientes se edificaría una empalizada.

Al día siguiente y ya delimitado el campamento los hombres se pusieron a talar árboles de la zona. Con ellos en primer lugar se construyeron cuatro pasarelas levadizas con las que cruzar el foso, para a continuación empezar a construir las casas de los nuevos colonos y la empalizada propiamente dicha. Una semana después de su llegada los trabajadores habían talado una amplia área alrededor del campamento, gracias a lo que los colonos pudieron empezar a arar los campos.

Mientras tanto los soldados y marineros continuaron concentrados en la construcción de la ciudad. Mientras un equipo de colonos construía un horno para hacer ladrillos de adobe en el exterior del fuerte, el resto cavaron grandes zanjas que debían servir para crear un sistema de alcantarillado que sería “empedrado” con aquellos ladrillos antes de ser recubierto por la tierra extraída.

Pero eso quedaba en el futuro y en manos de los nuevos colonos y de la guarnición del presidio. Pedro embarco de nuevo el 4 de junio, dejando tras de sí unos trabajos de fortificación muy avanzados, con el foso y el terraplén concluidos, las zanjas del alcantarillado construidas, y cientos de árboles talados. Para el coronel Antonelli, gobernador de la ciudad, quedaba un duro trabajo por delante, sobre todo que veía como los más de tres mil hombres adicionales que habían ayudado aquellas dos primeras semanas partían de regreso a España.

En las semanas siguientes sus hombres continuaron con su trabajo. La colonia estaba formada por casi dos mil personas, incluyendo sus ochocientos soldados con sus esposas y en muchos casos hijos. Estos continuarían con la construcción de las casas, y calles en los meses siguientes, pues cuando llegase el invierno debían estar plenamente asentados. Para sobrevivir contaban con los alimentos que habían llevado consigo, especialmente con las patatas…


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Cuatro continentes para un hombre de frontera, J.A. O´Malley

…El fronterizo era una figura típica de la España de la reconquista. Un hombre duro y bregado capaz de asentarse en territorios fronterizos, construir pueblos, arar los campos y criar ganado, llevando la civilización y enfrentándose al enemigo musulmán.

Posteriormente ya culminada la reconquista, esta figura fue exportada al Nuevo Mundo. Allí el fronterizo era un explorador, trampero, cazador que vivía en zonas vírgenes. Los fronterizos fueron muy comunes en la zona norte de América y en Siberia entre los siglos XVII y XIX. Aproximadamente dos mil fronterizos de media se establecieron en América del Norte y cerca de cuatro mil en Siberia, recorriendo las montañas rocosas y las tundras siberianas en busca de las preciadas pieles. Si bien había muchos fronterizos libres, la mayoría eran empleados de las compañías que dominaban el comercio de pieles, especialmente la Compañía Mercantil Nuestra Señora del Carmen, que gozo de una suerte de monopolio oficioso en Siberia gracias al dominio de las rutas marítimas.

La vida de un hombre de compañía estaba casi militarizada, los hombres actuaban en pequeños grupos que cazaban y trampeaban durante las temporadas de caza, dirigiéndose a los centros comerciales de la compañía con la primavera para vender allí sus pieles. Los fronterizos jugaron un papel decisivo en la apertura de las rutas de emigrantes que con el tiempo se ensancharon y convirtieron en caminos carreteros que permitirían la colonización de nuevas tierras. Esos hombres surgieron en medio de una expansión geográfica y económica impulsada por las lucrativas ganancias que proporcionaba el comercio de pieles.

Modo de vida

Los fronterizos eran étnica, y socialmente diversos. Mientras ellos se consideraban libres e independientes, estaban de hecho en mano de las grandes compañías de pieles que celebraban ferias anuales para que vendiesen sus productos. Los fronterizos fueron principalmente motivados por las ganancias, comerciando con los indígenas y trampeando ellos mismos para a continuación vender las pieles, aunque unos pocos estaban más interesados en explorar los nuevos territorios o en disfrutar de un modo de vida libre y se dedicaron al comercio de pieles exclusivamente para sufragar su pasión. La mayoría sobrevivió estableciendo buenas relaciones con una o más tribus nativas, siendo multilingües por necesidad. Vivían con bastante frecuencia una parte del año, principalmente los inviernos, con los indígenas, y a menudo se desposaron con mujeres indígenas.

El estereotipo de fronterizo ha sido representado como un hombre vestido con piel de ante y un gorro de piel, luciendo barba y llevando un fusil y un cuchillo de combate. Han sido idealizados como hombres honorables con su propio código de honor, solitarios que ayudaban a los necesitados pero que habían encontrado su hogar en las tierras salvajes y vírgenes.

La mayoría de fronterizos viajaban y trabajaban en compañías. Su vestimenta típica combinaba gorros de lana y mantas con útiles pantalones de cuero de estilo indio y camisas. A menudo llevaban mocasines, pero por lo general llevan un par de pesadas botas para los terrenos difíciles. Cada hombre de montaña también llevaba un equipo básico, que podía incluir armas, cuernos de pólvora y una bolsa de perdigones, cuchillos y hachas, cantimploras, utensilios de cocina, y suministros de tabaco, café, sal y pemmican (carne seca). Los artículos (otros además de los suministros para disparar) que debían estar "a mano" se llevaban en una mochila. Los caballos o mulas eran esenciales, al menos una montura por cada hombre y por lo menos una para llevar los suministros y las pieles.

En verano, los hombres de montaña buscaban animales de peletería, pero esperaban hasta el otoño para establecer sus líneas de trampas. A veces trabajaban en grupos: varios hombres colocaban las trampas, otros cazaban y uno quedaba en el campamento protegiéndolo y como cocinero. Dado que siempre había indios en las zonas donde trampeaban, tuvieron que hacer frente a cada tribu o banda por separado. Algunas tribus eran amables, mientras que otras eran hostiles. Los hombres de montaña comerciaban con las tribus amistosas e intercambiaban información. Las tribus hostiles se evitaban cuando era posible.

La vida de un fronterizo era dura. Cuando exploraban áreas no cartografiadas, la fauna salvaje, las tribus hostiles y las enfermedades eran constantes peligros físicos. Con el fin de seguir con vida, los hombres necesitaban agudos sentidos y un buen conocimiento de las hierbas medicinales. En verano podían pescar, construir refugios, y cazar por comida y pieles. Los inviernos podían ser brutales, con fuertes tormentas de nieve o temperaturas extremadamente bajas. Muchos hombres no duraron más de varios años en las zonas vírgenes.

Con la excepción del café, sus suministros de alimentos por lo general duplicaban la dieta de las tribus nativas en las áreas donde estaban trampeando. Carne fresca roja, aves y pescado estaban generalmente disponibles. Algunos alimentos de origen vegetal, tales como frutas y bayas, eran también fáciles de recolectar. Negociaban con las tribus por alimentos preparados, como raíces procesadas, carne seca y pemmican. En tiempos de crisis y de mal tiempo, los hombres de montaña fueron conocidos por matar y comerse sus propios caballos y mulas.

Tramperos libres

Un trampero libre era un fronterizo que, en términos actuales se llamaría un agente libre. Era independiente e intercambiaba sus pieles con quien le proporcionaba el mejor precio. Esto contrastaba con el "hombre de compañía", por lo general en deuda con una compañía de pieles por el costo de su equipo, que intercambiaba solo con ellos (y que estaba a menudo bajo el mando directo de los representantes de la compañía). Algunos hombres de compañía que pagaron sus deudas pudieron convertirse después en comerciantes libres con las ganancias obtenidas. Podían incluso vender a su anterior compañía, cuando el precio era agradable/conveniente.


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Mensaje por reytuerto »

Ya había recibido un buen consejo y aunque siguiese atendiendo a mis pacientes en camisa y calzas, debía de tener una indumentaria diferente para salir. La capa marrón que me había acompañado desde que la compre en Móstoles hace ya un año largo, era inadecuada al igual que mucha de mi ropa. Compre varios jubones de terciopelo negro, uno de ellos con hilos de plata para ocasiones especiales, calzas igualmente negras, una lechuguilla muy discreta, sin alambres ni demasiado almidón, medias blancas, zapatos con hebilla de plata y un par de botas altas, pero sin vuelos, y con un tacón bajo. Finalmente, una capa igualmente negra “a la alemana” completaba mi nuevo atuendo.

Cuando Álvaro me echo un vistazo, lo primero que me espeto es “y la ropera?”

Es verdad! Había olvidado que parte importantísima de la indumentaria de un gentilhombre era la espada.

“y si no sabéis usarla, yo os enseñare”

“Algo conozco, VM. Aunque también se defenderme con el bordón”

“Habéis perdido la razón?! Ningún cristiano caminaría por la villa con un bordón!. Debéis preparaos, pues mi padre desea vuestros servicios. Le he hablado de vos”.

Así pues, debí hacer un nuevo viaje a Ávila y reunirme con el buen maestro Sebastián, el espadero.

“Válgame el Cielo! Maestro Francisco, la Providencia os ha favorecido! Vestís como un notable de la villa”.

“Ah, Maestro Sebastián, vanidad, vanidad, vanidad!”.

“Decidme, en que os puedo servir”

“Tres cosas, Maestro Sebastián, en una VM es experto, en las otras dos, ya veréis las cosas que tengo en mente. Deseo una espada”.

“Podéis escoger la que os guste más, o si así lo deseáis, os puedo fabricar una”.

“La hoja os la dejo, Maestro. Pero hacedme una guarnición sencilla, y que por sencilla, sea elegante”.

“Creo tener lo que VM requiere”, dijo sonriendo. Me mostró una hoja de 50 pulgadas de largo. “Vedla, es acero de los infieles. VM es largo y de luengos brazos. Es flexible como el cabello de una doncella, pero fuerte. Y la punta, os puedo asegurar que atravesaría un roble, así de dura es. La guarnición os la haré yo mismo”. Sabiendo que tenía mi aprobación, inquirió “Pero, que es lo que VM tenía en mente?”.

“Maestro, deseo que hagáis dos docenas de agujas de su acero más flexible. Aplanadlas al fuego, sobre el yunque. Y luego torcedlas, y obtened un porción retorcida, desde la punta hasta media pulgada más arriba. Dejadle otra media pulgada sin retorcer. Y ponedle un mango de plata”

“Un mango de plata a cada una de esas agujitas retorcidas?” me pregunto perplejo.

“Si, pero apenas un mango para los dedos, Imaginad que serán para tenerlas entre el índice y el pulgar”.

“Esas agujitas serán difíciles de hacer. El templado en piezas tan pequeñas es menester que sea muy cuidadoso: Enfriadlas muy violentamente y se os quebraran. Pero si las enfriáis demasiado lento, y se doblaran como si fuesen de plomo. Sí, creo que os puedo complacer, pero demorara unos días”.

“Maestro Sebastián, tomad el tiempo que necesite.”

“Cuál es el tercer encargo?”

“Ese es menos complicado. Hacedme un juego de brocas, cuya cabeza no sea más grande que una semilla de sésamo, si podéis más pequeñas, mejor, de pulgada y media de longitud. De buen acero de punta”.

“Tenéis razón, eso es fácil. A muchos joyeros les hago estas brocas”.

“Decidme Maestro, y como las hacen girar?”, pregunte con mucho interés.

“Con arco”.

“Son pequeños dichos arcos?”

“Algunos no miden más que un palmo, o menos”.

Sebastián era diligente en su trabajo. A los cuatro días me presento los encargos. Las brocas eran más parecidas a las que utilizaba en un Dremel, algunas tenían el tamaño adecuado, pero las más estaban algo sobredimensionadas. Las limas eran definitivamente grandes, a ojo de buen cubero, casi todas eran de la segunda serie, y la más pequeña a duras penas era un instrumento 25 o 30, pero era mejor que nada. En donde mis expectativas fueron ampliamente superadas, fue en la ropera, un arma soberbia, con una longitud de hoja de 42 pulgadas y una guarnición de 8, con una cazoleta aligerada con agujeros que hacían un dibujo de hojas de acanto, gavilanes rectos y empuñadura de cuero de raya y alambre de cobre. Como dije, un arma soberbia.

Antes de la semana estaba de vuelta en Madrid, y acompañado de Álvaro, acudí al palacete de su padre, Don Gonzalo Martínez de Luna, Señor de Gotor y de Almonacid. Nos recibió con parquedad, en un ambiente en donde aún no había arraigado el barroco, pues era de espartana solemnidad castellana (aunque la familia era de origen aragonés).

“Cirujano, Sé que sabéis tirar dientes sin dolor y arreglar quijadas. Pero, sabéis poner dientes?”

“Si, Vuestra Merced. Pero eso depende de que dientes la Providencia ha permitido que queden en vuestra boca. Debéis permitir que lo examine primero”.

El noble abrió la boca y lo primero que me vino fue un vaho de manzanas, “Ah! El tío es diabético!”. Y no solo eso, tenía tanto sarro como para construir un segundo Escorial, las encías en consecuencia estaban en un estado lamentable, la higiene tan paupérrima como la de su hijo y los dientes remanentes, que dejaban un nada atractivo vacío en el maxilar superior que iba de canino a canino, con movilidad patológica. No, no era un caso fácil, y las cosas empeoraban por la falta de materiales y el temperamento mandón del paciente.

“Vuestro caso es difícil, VM”.

“Eso ya lo sé, cirujano. Si no, no os hubiese mandado traer. En tres meses he de ver al rey y quiero que se me vea con dientes. Podéis hacerlo?”.

“Hare mi mejor intento, VM”.

“Cirujano, no deseo su mejor intento. Podéis darme dientes en tres meses?”

“Si, VM”.

“Decidle a mi hijo que necesitáis”.

“Vuestra Merced, es menester que empecemos ahora mismo, enjuagaos la boca con agua y vinagre”.

“Agua y vinagre?”

“Si fue bueno para Nuestro Señor, será bueno para VM”.

Y comencé una sesión de detartraje que duro casi hora y media. Sangro abundantemente por la gingivitis generalizada, pero fue más aparatoso que malo. Al terminar, di unas indicaciones que le hicieron torcer el gesto:

“Vuestra Merced, si no queréis perder los dientes, es menester que os los lavéis todos los días, al levantarse y al acostarse. Pero aún más importante, si no queréis quedaros ciego, que se os amputen las piernas o que se os caiga el resto de los dientes, deberéis comer solo lo que os mande, nada de pan candeal, nada de dulces del convento, nada de miel o azúcar. Comeréis carne solo una vez al día, lo que os quepa en el cuenco de la mano. Comeréis vegetales cocidos como si fuerais un borrego, no os avergüence no comer como noble, así evitareis también la gota. Y sobre todo, practicad con la espada al levantaros y antes de vuestro almuerzo, y practicad como si os fuera la vida en ello”.

Álvaro de Luna intervino.
“Padre, cuanto he de proporcionar al Cirujano. Sabéis que le gusta trabajar con oro?”.

“Lo que necesite” Dijo secamente Martínez de Luna, pues era sabido que cuando algo le interesaba, no reparaba en gastos.

“Deseáis practicar esgrima con nosotros, Cirujano?, es hora que dejéis el bordón de villano” agrego socarronamente el hijo.

“Eso es otra cosa en la que debéis pensar, Cirujano. No podéis seguir viviendo como un ermitaño en el Buen Suceso. He oído, tanto en la Villa como en la Corte, que atendéis mucha gente allí, que dormís como los indios y que cocéis vuestros brebajes toda la noche”

“VM, y aún le faltan horas al día. Me faltan medicamentos. Me falta instrumental. Necesito estudiar nuevas técnicas. Tal vez, sea menester ver cadáveres frescos. Debo ir a la costa a buscar algas. Debo buscar un lugar discreto para poder sembrar”.

“Ya dispondréis de tiempo para esos oficios. Mis dientes dentro de tres meses. Lo haréis?”.

“Si, Vuestra Merced. Lo haré”.

“Podéis utilizar las habitaciones que necesitéis del tercer patio mientras me hacéis los dientes. Consideraos bajo el servicio de la Casa Martínez de Luna”


La verdad nos hara libres
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Gaspacher
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Un soldado de cuatro siglos

Mensaje por Gaspacher »

La conquista de la Siberia
Los fuertes siberianos

El fuerte fue la estructura básica de la conquista española de Siberia. Desde que en 1623 se crearon los tres primeros puestos fortificados de caza españoles en la Siberia, la construcción de fuertes marco el avance hacia el interior de la región en busca de nuevos territorios de caza. Un fuerte era a la vez un refugio en el que resistir ataques de las tribus indígenas en tiempo de peligro, un refugio para guarecerse durante el invierno, un almacén de suministros, y punto de comercio en el que vender las pieles conseguidas durante la estación de caza tanto por parte de los fronterizos como por parte de las tribus indígenas.

Los fuertes, generalmente de planta cuadrada o rectangular, eran construidos alrededor de un foso con terraplén y contaban con empalizadas de madera de entre cuatro y seis metros que debían protegerlos de los ataques de tribus hostiles, con cuatro gruesas torres-vivienda en cada una de sus esquinas y en ocasiones con más torres-vivienda a ambos lados de las puertas de entrada.
En un principio los cazadores vivían dentro de las torres que protegían estos fuertes, dejando el interior del fuerte como almacén, cuadras o corrales para los animales que empleaban durante sus campañas. Por ello estas torres contaban con comodidades como sistemas de calefacción por gloria, un sistema de doble puerta o ventana para aislar el interior, y camas calientes que permitían a los hombres pasar el invierno de forma cómoda y segura.

En el interior del fuerte podían encontrarse graneros, corrales para el ganado bovino, perreras en las que se guardaban los perros de trineo, y cuadras para caballos y mulos, imprescindibles en verano. Además era habitual que se construyesen neveros en los que en invierno acumulaban hielo que permitía conservar los alimentos en verano.

La ruta de colonización siguió el curso de los grandes ríos, especialmente el Lena, al ir adentrándose en el continente. Por ello tan importante como los caballos y mulos fueron los “Trucha”. Estos botes de pequeño tamaño, escaso peso, y poco calado, que oscilaban entre los seis y doce metros de largo, recorrieron con facilidad los ríos, pudiendo ser arrastrados cuando era necesario. Para ello contaban con una quilla reforzada con planchas de hierro que también les permitía romper el hielo en invierno. Estas planchas de hierro fueron el origen de su nombre, creado con la conjunción de las palabras trainera y hacha.

Generalmente los fronterizos avanzaban construyendo sucesivos fuertes, a una distancia fija de tres o cuatro jornadas del anterior, lo que les permitía contar con refugios establecidos a intervalos regulares. Entre estos fuertes y a distancias de un día de camino el uno del otro, era habitual encontrar cabañas de madera que servían de refugio temporal durante los trayectos. Estas cabañas contaban con poco más de cuatro paredes y un techo para resguardar a los hombres, y un corral para los animales. Al llegar a ellos generalmente los hombres trataban de dejar provisiones de leña y en algunos casos alimentos no perecederos como precaución.

Los fuertes generalmente eran dirigidos por la Compañía, que nombraba un agente comercial para dirigir cada uno de ellos. Eran por lo tanto centros de comercio en los que se vendían licores, armas y herramientas, así como algunos alimentos difíciles de encontrar en aquella zona como café, grano, y legumbres. Además de vender o alquilar animales de carga como caballos, mulos, y los imprescindibles perros de tiro de raza Husky Siberiano, tan cruciales en el movimiento en invierno.

En Siberia la movilidad invernal era tan reducida a causa de las intensas nevadas, que muchos fronterizos desistían de emplear sus propios animales y optaban por alquilarlos en los puestos de caza. Eso permitía alquilar caballos y mulos para moverse en primavera y verano, explorando el terreno, y cambiar los animales por perros y trineos con la llegada de las nieves, cuando los fronterizos salían a establecer sus líneas de trampas.

Con el tiempo y conforme crecían de tamaño al recibir nuevos trabajadores, muchos de estos fuertes acabarían convirtiéndose en pueblos y ciudades...


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Mensaje por Gaspacher »

Siberia 1631

—Peláez, alguien se acerca. —Dijo una voz alertando al cabo Peláez, uno de los jefes de grupo de caza que se había acercado hasta aquel lago mientras buscaban nuevas zonas de caza. De inmediato todo el grupo que se encontraba reunido alrededor de una hoguera para comer, comprobó que tenía las armas al alcance de la mano, más por costumbre que por otra cosa, aun así nadie se levantó y siguieron atentos a la comida.

—Es de los nuestros, parece Rodrigo el de Huesca, el que va con la partida de Martiño. —Explicó el centinela un par de minutos más tarde. —Viene solo.

—¿Está herido? —Quiso saber Peláez preocupado porque algo hubiese pasado con otra de las partidas de caza que actuaban allí cerca.

—Parece bastante bien de salud…¡Eh, aquí! —grito el centinela atrayendo la atención de su compañero que aun tardo un par de minutos en llegar hasta ellos a la carrera. Pronto pudieron comprobar que aparte del cansancio no parecía estar especialmente alterado y no presentaba signos de haber estado en ningún enfrentamiento con los indígenas que poblaban aquellas zonas y a los que generalmente trataban de evitar.

—Rodrigo, tome una taza de café mientras recupera la respiración y luego nos cuenta a qué vienen esas prisas. Espero que no haya surgido ningún problema o peligro y que vuestra partida este bien.

Un par de minutos después Rodrigo se había calmado lo suficiente para pasar a explicarse. —Martiño me mando a buscar ayuda con urgencia, Peláez. Dos días atrás vimos un grupo de hombres que llevan mosquetes… llevan mosquetes igual que nosotros…así que vine en busca de ayuda por lo que pudiese pasar.

—¿Entablo contacto con ellos?

—Aun no, dijo que quería hacerlo solo cuando tuviese un par de partidas de caza más para ayudarlo por si las cosas se torcían, ya avise a Sola, y a Murcia para que fuesen hacia allí con sus partidas, así que supongo que en dos o tres días tratara de contactar con aquellos hombres.

—De acuerdo, levantaremos el campamento e iremos hacia allí a ver si somos de utilidad.


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Mensaje por Gaspacher »

Los dos grupos de hombres se observaban con cierta prevención, con las armas en la mano pero sin realizar movimientos amenazadores, aunque era evidente que una chispa podía devenir con rapidez en un combate. Todos se daban cuenta que frente a sí ya no había indígenas mal armados, sino un grupo de hombres bien armados y entrenados, posiblemente con experiencia militar. En el centro, los jefes de ambas partidas trataban de conversar, algo difícil por cuanto hablaban idiomas distintos. Aun así en un griego básico y entrecortado pudieron entenderse de forma más o menos clara.

Cosacos y españoles acababan de encontrarse al norte del lago Baikal. Los rusos habían llegado al lago Baikal desde occidente en 1629, siguiendo los cauces del Ob y el Yenisei. Mientras tanto los españoles habían seguido la ruta de los ríos Maya y Lena desde oriente, llegando al norte del lago al año siguiente. Otros grupos habían seguido el río Aldan hasta las montañas Stanovoi, extendiéndose a oriente y occidente llegando casi al Baikal.

Con ello se encontraban por un lado la colonización rusa de Siberia, realizada por pequeños grupos de unas decenas de cosacos que avanzaban siguiendo el curso de los grandes ríos y construyendo fuertes de madera llamados Ostrog. Desde ellos sometían a las comunidades indígenas cercanas, y controlaban la región, cobrando impuestos en forma de pieles a las tribus cercanas que por su anticuado armamento nada podían hacer contra los fuertes de madera y hombres armados con mosquetes.

Por el otro lado se encontraba la colonización española, basada igualmente en la construcción de puestos comerciales fortificados con empalizadas de madera llamados “fuertes”. A diferencia del caso ruso, la colonización española se basaba no en la conquista sino en la coexistencia, pues consideraban que el territorio era lo suficientemente grande como para que las tribus indígenas y los cazadores coexistiesen sin problemas. Estos fuertes servían por lo tanto de base de operaciones de los cazadores y como puesto comercial desde el que intercambiaban algunos productos manufacturados y ciertos licores con pieles llevadas por los indígenas, aunque eso no los libraba de ocasionales roces con estos indígenas que en alguna ocasión derivaron en ataques. Por fortuna las defensas de esos fuertes demostraron ser eficaces y ninguno de los fuertes fue destruido.

Dado lo escaso del número de cazadores y su escasa capacidad militar en lugares tan alejados de su metrópoli, y tras sucesivos tanteos mientras buscaban los límites de la expansión de la otra parte, ambos grupos llegaron a un acuerdo tácito y dieron por finalizada su expansión. La frontera se estableció de forma oficiosa en el lago Baikal, quedando la zona oriental bajo control español y la occidental bajo el control ruso. Siberia quedaba así dividida, enviando el Zar emisarios a España para entablar negociaciones diplomáticas…


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