Un soldado de cuatro siglos

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Gaspacher
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Un soldado de cuatro siglos

Mensaje por Gaspacher »

¡HE DICHO QUE FUERA DE AQUÍ! —el grito resonó por todo el campamento sobresaltando a los soldados cercanos e incluso a los caballos y perros que descansaban junto a la tienda. Los soldados miraron extrañados en su dirección, su general pocas veces parecía perder los estribos y le habían visto en lo más reñido de la batalla, paseando tranquilo y sin romper un solo gesto ante los cañones enemigos. Ahora en cambio estaba echando con cajas destempladas al médico, que se alejó de la carpa a trompicones, perseguido por una retahíla de maldiciones. —¡Malditos matasanos!…son todos iguales… y aún se creerá que sabe de medicina….

—Mí general, vuesa excelencia debería atender a las indicaciones del médico y dejar que curase su mano. —dijo el maestre de campo Idiáquez, comandante del tercio de la guardia exterior española. —Si no os atienden podéis perder la mano, y si esa herida se infecta…

Por fin Pedro volvió su mirada hacia su mano izquierda, la misma mano en la que había recibido un flechazo no mucho antes, durante la batalla en la que destrozaron al ejército enemigo. —No perdáis cuidado, Idiáquez, tratare la mano, pero no confiare mi salud en un matasanos que nunca ha visto una herida de guerra. Cuando los cirujanos hayan terminado con la tropa que vengan aquí.

Pedro se quitó la ensangrentada camisa ahogando un gemido. A continuación se acercó a un palanganero portátil junto al que descansaba una flecha partida por la mitad, la misma que minutos antes le había atravesado la mano que ahora sangraba abundantemente. Retirando el apósito, reciamente apretado. Probó a mover los dedos y logró hacerlo, aunque apretando los dientes. Eso al menos era una buena noticia, habría que mantenerla, así que dio un largo trago de láudano...

A continuación cogió la pastilla de jabón que le alcanzaba un criado y empezó a lavarse la mano desde más allá de la muñeca, cuidando de hacer mucha espuma con la que a continuación lavó la sangrante herida apretando los dientes. Suerte que el guantelete había absorbido lo peor del golpe pues de lo contrario no estaría allí en esos momentos, claro que, ¿Quién demonios utilizaba arcos y flechas en esa época? En fin, lo hecho, hecho estaba, y ahora le preocupaba que hubiese una transferencia desde el cuero a la herida…si el cuero tenía esporas de ántrax o simplemente algún tipo de bacteria, no daría un ardite por su vida…

Mientras seguía lavando su mano aprovecho para echar un vistazo al paisaje. El sol caía a plomo sobre la planicie, a orillas del río. A esta hora el ejército al completo había acampado a media legua del lugar en el que menos de una hora antes, habían librado una dura batalla. Los soldados, agotados por el esfuerzo y el calor, se habían desplomado en el suelo bajo grandes toldos montados con la ayuda de palos y vientos.

Allí podían sustraerse un poco del ardiente sol aprovechando la sombra de los toldos, bajando al río a refrescarse en caso necesario, por lo que había un verdadero trasiego de hombres que iba y venía al río. Por supuesto solo a refrescarse, se había prohibido terminantemente hacer sus necesidades en aquella zona del río, y aún menos beber de sus aguas. Si querían hacer lo primero, los soldados debían salir del campamento e ir río abajo, y para lo segundo contaban con sus “calabazas”, o los carros aljibe en los que habían traído los toneles de agua y vino que repartirían a la tropa tres veces al día, en el desayuno, comida, y durante la cena, aunque por supuesto hoy se les repartió una ración extra tras la batalla.

Bajo su propia carpa, Pedro se había reunido con su estado mayor, los comandantes de los tercios y batallones del ejército que habían acudido a dar parte del estado de sus fuerzas. —Ha sido una gran victoria, mi general, vuesa excelencia puede estar seguro que su majestad estará complacido. —dijo el maestre de campo Barlota, comandante del terció valón de la guardia. —Hoy ha sido un gran día para las armas de su majestad.

—Es cierto, mi general, menos de trescientas bajas en total, y a cambio el ejército enemigo ha sido destruido y huye en desbandada.
—intervino Toralto. —Lástima que no seamos capaces de perseguirlos, da la sensación que con un poco de esfuerzo podríamos conquistar este maldito país.

—Lo sé, señores, lo sé, y soy consciente de la enorme victoria lograda por nuestros hombres, pues a ellos se lo debemos todo. —respondió Pedro mientras se sujetaba con fuerza la mano con nuevos y limpios apósitos.

—Al menos tres mil enemigos muertos, los almacenes repletos de especias de la ciudad obran en nuestro poder, y luego está esa piedra que el soldado Nadal encontró anteayer. La piedra de los dibujos, aunque no veo que tiene de especial ese “rusclo”...—desgranó el coronel Vinuesa, comandante de uno de los batallones de la milicia efectiva del reino de Valencia.

—Es una larga historia, mi buen Vinuesa, una larga historia…—dijo Pedro mientras buscaba con su mirada para ver si alguno de los cirujanos había acabado y podía acercarse a atenderlo. —En fin, continuemos con el informé, cuando finalice cada comandante podrá anexar un informe particular del desempeño de sus tropas en la batalla, pero ahora…Don Francisco, por favor, decidme donde habíamos quedado. —dijo a su escribano, el humanista Francisco Herrera Maldonado.

—Habíamos relatado el viaje desde Valencia, el desembarco y la ocupación de la ciudad, hasta la llegada del ejército enemigo…nos quedamos en “así desplegamos el ejército en línea, con las banderas al frente…”

—con las banderas al frente…ya recuerdo, escriba por favor—continuó Pedro...


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reytuerto
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Un soldado de cuatro siglos

Mensaje por reytuerto »

Los inviernos eran muy fríos durante la Pequeña Edad del Hielo, y el de 1630 no fue la excepción. Y entre chocolate y chocolate, con las perspectivas de un hospital de campana a cargo de la corona, debí proponer una substancial ampliación del negocio de la amapola a Don Gonzalo.

Martínez de Luna tenía que quintuplicar el área del terreno cercado, ampliar las áreas de alojamiento de las monjas y convertir el oratorio en capilla. A cambio, además de cobrar por el arrendamiento de sus tierras, seriamos socios a partes iguales, para la venta en exclusiva del “espíritu del opio”, morfina, a la corona. Los Jerónimos, aunque sin entrar en la sociedad, recibirían un quinto de los beneficios netos, siempre y cuando proporcionasen la “mano de obra”.

El activo noble partió a supervisar las obras en sus tierras. Llevaba además una carga generosa de alimentos a Güell y un generoso donativo a la Santa Hermandad de Barbastro: Si el negocio iba a crecer, debíamos tener a los aldeanos contentos, y a los vigilantes equipados.

Paralelamente, había realizado reformas en la casa, ya era hora. Me había llegado una bomba de achique que conecte al pozo. Y una tubería con el menor plomo posible, llevaba el agua hasta varios tanques en la azotea. Uno abastecía a la cocina, otro a mi baño y el más pequeño a una caldera. La primera labor del día del mozo de la casa era bombear agua hasta llenar los tanques, cosa que Isidro hacía en menos de una hora. La caldera se calentaba con dos o tres leños no muy gruesos y mediante un primitivo aunque ingenioso sistema, agua fría y caliente convergían en un depósito mezclador con ducha. Habia simplificado mi higiene hasta hacerla moderna.

La quincena de Febrero recibí las pistolas encargadas: eran una belleza, incluso la más sencilla, el arma de Álvaro, era digna de un museo. Ahora solo faltaba un detalle: una bala que optimizase el estriado. Pedí a Lope de Toledo cera de joyero, y tomando como base una de las balas esféricas, logre hacer un modelo cilíndrico de punta redondeada en cera, y no me fue difícil hacerle la cavidad de expansión cónica en la base. Lleve al orfebre el encerado y le pedí que me lo colase en bronce, con lo que tuve el prototipo, que luego de pulido, se deslizaba fácilmente por el ánima de las armas largas.

Ahora bien, estaba en un dilema. No podía llevar la bala al taller de Sánchez de Miruela, allí no tardarían en comprender su funcionamiento, y lo que debería ser un elemento desestabilizante en manos de quien lo usase, en pocos años se convertiría en un ítem de uso generalizado. Lo único que me quedaba, era regresar a Ávila y recurrir a los servicios del armero Sebastián. Sin embargo, los anos de trabajar en conjunto habían hecho que Sebastián captase al vuelo mis ideas, y como era un artesano hábil, en pocos días tenía unos moldes bonitos, capaces de hacer 10 balas a la vez.

Llego la hora del examen práctico. Como el perfil de la punta de las balas era circular y no cónico, la baqueta original servía. Apuntar fue bastante más difícil, pues era disparar sin alza ni mira, al bulto. Era lo más parecido al tiro instintivo! (y eso me hacía entender porque hasta bien entrado el siglo XIX una de las tácticas más eficaces para el tiro con pistola era el “disparo de contacto”). Sin embargo, la diferencia era notoria. A un blanco del tamaño de un torso, las balas esféricas sin taco de tela, fallaban a los 5 metros, o mejor dicho, a las 6 varas. Con la técnica adecuada, muy engorrosa y lenta, podía acertar a las 20 varas, lo que no estaba nada mal. Pero con las balas nuevas, a caballo entre las balas de Norton y de Minie, el alcance efectivo, conservando la puntería, era equiparable o incluso superior que el alcance de un mosquete de mecha!

Antes de regresar, compre al buen Sebastián muchas varas de alambre de cobre, de la que él empleaba para las empuñaduras de sus espadas, y también como mil agujas del mismo material. De pasada por Cadalso de los Vidrios le encargue al maestro Laínez 40 frascos de un adarme de capacidad, todos con tapa de corcho y mecanismo de seguridad de alambre para garantizar su cerrado hermético. En los mercados de la villa encontraría las frutas que necesitaba. Y relojes de arena, necesitaba medir el tiempo de actividades puntuales, así que los relojes estaban graduados en 1, 3 , 5 y 15 minutos aproximados.

De vuelta en Madrid y aprovechando que la cosecha de manzanas era reciente, compre un millar, también limones y uvas pasas y azúcar. Si, debía intentar cargar la tableta. Pero para disimular, haría puré de manzanas, e intentaría envasarlo como conserva. Había visto como se hacía una pila voltaica con papas conectadas en serie, como no tenía papas, utilizaría manzanas, total en francés a la papa la llaman pomme de terre, manzana de tierra.

Lejos de las miradas indiscretas, durante toda la noche conecte las manzanas y limones a través de las agujas y alambre de cobre, al que previamente había barnizado para evitar cortocircuitos. Luego de tres horas de trabajo (eran mil manzanas!) pude conectar los polos al cargador y esperar. Si! Se encendió la lucecita naranja! La bendita tableta se estaba cargando. Era la primera vez en años. Con las primeras luces, pude comprobar que la maquina aun funcionaba. La tendría apagada y solo la utilizaría cuando tuviese carga completa, más o menos luego de 5 mil manzanas.

Ahora, a concentrarme en terminar de transcribir La Primavera y de preparar el viaje a Valencia. Ropa nueva, negra en su mayoría. Pero esta vez, los jubones serian de terciopelo con hilos de oro, las calzas de seda y las botas de cabritilla con hebillas de plata. No seguiría la moda imperante, por lo que la lechuguilla seria diminuta y mi apariencia, más cercana a la de Felipe II que al Rey Planeta. Era una indumentaria sobria y parca, Llevaría conmigo a Martin, Isidro y Encarnación, por lo que el aprendiz de cirujano tuvo ropas nuevas, igualmente negras aunque de géneros menos costosos y el servicio, uniformes grises y blancos. Contrate además por recomendación de los Martínez de Luna, el servicio de 4 hombres, veteranos de las guerras de Flandes, que por la tregua estaban sin trabajo, para que nos sirviesen de escoltas. Para evitar el inconveniente de viajar con dinero en metálico, recurrí a una letra de Vicente Squarzafigo, uno de los banqueros genoveses de Madrid, que debería cambiar al llegar a Valencia.

Normalmente, un correo hacia la ruta entre Madrid y Valencia en 4 días, nosotros con la carga adicional de una carreta tirada por mulos, no podíamos hacer más de 7 leguas al día, demoramos más del doble. Fuimos donde los agentes de Squarzafigo y pedí parte del dinero, y que nos guiasen a la casa que habían alquilado por un mes para nosotros, la cual se encontraba en el Grao. Era cómoda, aunque sin pretensiones, y como todas las casas de la zona, tenía alcantarillado, calzadas empedradas y una limpieza envidiable.
Envié a Martin y a Isidro al Palacio del Maestrazgo, la residencia de Pedro Llopis con los regalos, en el estuche de nogal de sus pistolas, puse una bolsa de terciopelo con las balas tipo Norton / Minie. Recalcando al joven que entregase primero las armas y después el turrón, y que se asegurase que el ex-almirante abriese los mismos en ese orden.

Las Cortes de Valencia se celebrarían en el viejo Palacio Real, aunque el monarca se alojaba en el Real Sitió. Allí me dirigí a rendir honores al soberano, y velar que la orquesta se condujese tan bien como en Madrid. Días mas tarde, hubo un besamanos oficial, con el Rey y su virrey, miembros del Consell General, profesores de la Universidad, jefes de la Milicia Efectiva y marinos de la escuadra del Reino de Valencia. Destacaba, por su atuendo de corte marcial, Pedro Llopis.

Cuando, luego de saludar al soberano y demás notables, me presentan ante Llopis, este me agradece por los obsequios y me pregunta:
“Decidme, Don Francisco, VM sabe si el capitán Casillas aún se encuentra en la Villa de Madrid?”
“No, Don Pedro”, respondí mirándolo con fijeza aunque con un inocultable brillo alegre en los ojos, y procurando que la voz no delatase la emoción de saber que había encontrado a alguien de mi época, “ El capitán Casillas está ahora en Oporto, no se enteró VM?”
Habíamos establecido comunicación y complicidad, en medio de un estirado besamanos. Ya buscaríamos el momento de conversar algo más en medio de la velada. En un momento en que estuvimos un rato alejados de todos, volvimos a la plática.
“Francisco, desde hace cuánto estas aquí”
“ Ufff, siete, ocho años?, desde 1622, me parece tan lejano…”
“1622! Dónde estabas? “
“ En Ávila”
“Nosotros también!”
“Nosotros? O sea, no somos los únicos que cambiamos de época?”
“No, nosotros éramos tres. Yo, Ignacio…”
“ El relojero de Madrid?”
“Exacto! Y Diego. El ahora está en Alemania, como capitán de Tercios”.
“Hemos podido conservar la cabeza sobre los hombros”
“Sí. Corrimos con suerte. Ven a verme pasado mañana. Tenemos mucho de qué hablar”

A los dos días, acudí al Palacio del Maestrazgo y quede asombrado ante su magnificencia.
“Vamos, Pedro! Que tu si has corrido con suerte! Vaya palacio donde vives!”
“A ti tampoco te ha ido mal. Creador de la anestesia y también de las Cuatro Estaciones!”
“No me pueden acusar de plagiar a quien aún no ha nacido! A todo esto, me gustaría proponerte un negocio que puede ser muy beneficioso para el reino”.
“Antes, me gustaría hacerte una pregunta”
“Dispara”
“Donde están tus lealtades?”
“A que te refieres exactamente?”
“Eres peruano… y ya sabes…”
“La leyenda negra?”
“La leyenda negra”.
“Mira Pedro, te lo voy a decir con la mayor claridad posible. Mi lealtad esta con la Republica del Perú, inexistente aun. Supongo que debería transferir mi lealtad a la estructura política que le antecedía, el Virreinato del Perú de los Borbones, pero como faltan 70 años para el cambio de dinastía, mi lealtad actual es para con el Reino del Perú, o mejor dicho, de Nueva Castilla, pero como este reino es tributario de la corona española, no me queda otra que ser leal a Felipe IV, que de paso, es mi paciente”.
“Y los incas?”
“Vamos, Pedro! Para muchos peruanos, se la pondrías difícil! En realidad la Conquista fue una completa disrupción del Mundo Andino y su cosmovisión, pero para serte sincero, el totalitarismo estatista de los incas me da repelús. Y si quieres que te sea sincero, en la Independencia, los indígenas se alinearonunmayoritariamente con la Corona, pues preferían a un monarca lejano, así haya sido el inepto de FVII, a un tiranuelo con banda presidencial cercano, que fue lo que en última instancia paso. Además, la añoranza de los limeños (y el origen de muchos males de los peruanos) no es del Imperio Incaico, es de cuando Lima era la capital de Sudamérica… y eso fue con los Austrias.”
“Y qué piensas de Felipe IV?”
“Dejo exhausto a su país con tanta guerra que no podía ganar, y cuando se case con su prima, dejara en el trono a un poema de taras genéticas: Hechizado no, jodido por la endogamia”.
“Para ser dentista, estas muy empapado en la historia española”.
“A ver! El Perú tiene 200 años de vida independiente, pero hicimos 300 a remolque de España, el peruano que no conozca la historia de la Beltraneja o la de Mariana Pineda, no sabrá lo que pasaba al otro lado de la Mar Océano en tiempos de Huaina Capac, o porque las disensiones en el Alto Mando realista fueron tan acusadas en los meses previos a Ayacucho”.
“Es cierto, Francisco. Lástima que no todos al otro lado lo vean así…”
“Cambiando de tercio, Pedro, tu padre también dio el salto contigo?”
“Mi padre? No, solo fuimos los tres”.
“Es que en los días que he estado en Valencia, he oído hablar mucho de tu padre”
“Ah, eso! No a este padre lo he encontrado por aquí”
“Fue difícil?”
“Laborioso”
“Puedes aconsejarme? El hueco negro de mi pasado es sumamente resbaladizo”
“Déjamelo. Creo que te puedo ayudar. Y bueno!, Francisco, que negocio me ibas a proponer?”
“El próximo año, no sé si recuerdas, comenzara una tremenda escasez por una pésima cosecha, que alcanzara su cenit dentro de dos años. La hambruna pondrá contra las cuerdas a la Monarquía”.
“Si, eso es lo que pasara. Una cadena de eventos que arrancan justamente en 1632 y terminan con la perdida primro de Portugal y a la larga, de los Paises Bajos”.
“No si la cosecha del próximo año es extraordinaria. Y yo, digo nosotros, podemos hacer que sea extraordinaria”.
Cómo? Con que?”
“Tengo el monopolio de guano, no sé si sea a perpetuidad, creo que en mis circunstancias, eso es intrascendente”
“Si, guano” – dijo Pedro asintiendo con la cabeza – “multiplicaría la cosecha”
“Exacto, porque multiplicaríamos la cantidad de tierra cultivable, el barbecho se reduciría a la nada prácticamente”.
“Y cuál es el negocio?”
“Tú me alquilas las naves. He visto más de 100 cascos capturados, de los cuales, por lo menos 30 son capaces de hacer la ruta hasta el Callao. Lleva la mercancía que quieras, no te pido que navegues en lastre”.
“Hecho!”
“Una cosa más, Pedro, esto como favor, pues será un experimento, véndeme a crédito, esa bonita urca holandesa que han capturado en Cádiz y que aún no han aparejado para su uso”
“Si, la Eendracht”
“Déjame aparejarla como fragata, lo con foques y estays, navegara incluso contra el viento”
“Has navegado?, sabes de construcción naval?”
“En realidad, nada más grande que un optimist y eso cuando era un muchacho! Y de construcción, solo modelos a escala. Pero eran modelos de metro y medio muy detallados, construidos con quila y cuaderna, tabla por tabla”
“Ignacio puede hacer la modernización”
“Sera el prototipo de mercante armado, pues puede llevar hasta 18 cañones pesados”
“Que tan pesados?, la Eendracht lleva 32 cañones. No sé si sabrás estamos fundiendo cañones de bronce comprimido”
“Si, lo sé” - dije con una sonrisa - “por eso mismo, son de 18 o 24 libras, a ojo de buen cubero, y en cubierta 8 carronadas para dar una sorpresa a los incautos que lleguen demasiado cerca”.
“Supongo que será la insignia de la compañía guanera, un buque bonito, poderoso y de buen andar. Si funciona, la Sociedad del Carmen lo adoptara, a todo esto, que nombre has pensado para nuestra sociedad!”
“Uno inevitable para un dentista: “Sociedad Comercial Santa Apolonia”.


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Gaspacher
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Mensaje por Gaspacher »

De inmediato se impartieron órdenes de formar los cuadros, cosa que los soldados hicieron con rapidez. Los soldados formaron de a cuatro en fondo, con la primera línea presta a arrodillarse y presentar sus “bredas” a los jinetes turcos. De inmediato nuestros cañones avanzaron y se colocaron frente a los cuadros, mostrando la utilidad de los nuevos armones que permitieron mover los cañones durante la batalla.

El ejército del Rey quedó formado por tres cuadros al frente, con los tercios de la guardia, con los italianos a la izquierda, los valones en el centro, y los españoles a la derecha. Nuestra siniestra quedaba protegida por el río, así que dejamos dos cuadros de la milicia efectiva en la diestra, y otros dos cuadros de la milicia efectiva cerrando el campo, habiendo entre cuadro y cuadro unas doscientas varas de distancia, y en el centro, con los cuadros a su alrededor, el tren de bagajes y el hospital que habíamos levantado esa mañana. Allí en el centro, protegiendo el hospital y los bagajes se encontraba la caballería, tanto los carabineros de la guardia como los escuadrones de prohombres valencianos. También estaban los soldados de la “religión que nos acompañaban en la empresa, con el caballero Martín de Redin y Cruzat al frente.

Varios jinetes enemigos salieron de las filas del ejército enemigo y se acercaron al nuestro, para observarnos. A estos siguieron otros, y luego otros más. Aquellos jinetes parecían estar buscando la forma de atacarnos, pues nuestra disposición los confundía. Algunos de ellos incluso cabalgaron hacia nuestra diestra, sobrepasándonos, y algo debieron ver, porque cuando regresaron los jinetes enemigos empezaron a cabalgar hacia esa misma diestra

Los jinetes enemigos no debían saber que hacer pues se mostraban dubitativos. Finalmente decidimos que era hora de empezar la batalla, y nuestros cañones los sacaron del pasmo al disparar causando las primeras bajas. Sin duda se sorprendieron del alcance de nuestros cañones, cuyos bolaños atravesaron sus filas destrozando hombres y caballos.

Eso los obligó a actuar, y se lanzaron al galope sobre nuestras filas, tanto desde el frente como desde el flanco. Tras los jinetes, miles de esclavos seguían a la carrera a los jinetes cargando armas de mano. Cuando llegaron a doscientas varas la primera fila de los cuadros descargo sus mosquetes, disparando una salva completa para a continuación echar rodilla en tierra y recargar sus armas. Tras ellos el resto de filas disparo salva tras salva, causando graves bajas a los jinetes enemigos que en el tiempo que tardaron en recorrer cincuenta varas, recibieron cuatro descargas de mosquetería.

Aquellos jinetes llevaban varias pistolas cada uno, y ahora las utilizaban disparando mientras cabalgaban al galope. Nos causaron algunas bajas, y tal vez si los soldados se hubiesen asustado, los cuadros se habrían roto y los jinetes infieles hubiesen hecho carne de los soldados de su Majestad el Rey Católico, pero los cuadros resistieron, cerrando sus filas, y los infieles no supieron qué hacer. Toda la caballería enemiga era un caos, y cuando los cañones dispararon una vez más, esta vez con metralla, quedaron derrotados.

Nuestra caballería salió ahora de los cuadros, dirigiéndose al suroeste, para flanquearlos y cargar desde su retaguardia. Fue el fin de los infieles. Los esclavos y campesinos que seguían a los jinetes se vinieron abajo, huyendo despavoridos perseguidos por nuestra caballería, y los jinetes murieron atrapados entre nuestros cuadros y la caballería.

A medio día todo había acabado. El ejército de su majestad tan solo había sufrido treinta bajas, mientras los infieles habían sufrido más de dos mil. De inmediato los campesinos de los pueblos cercanos fueron movilizados y llevados al lugar de la batalla, junto al cual hicieron grandes fosos en los que se arrojaron los cuerpos enemigos para enterrarlos y evitar aires malsanos.

Ganada la batalla pudimos afianzar la posición en el norte de Egipto, y capturar y cargar las especias que los turcos traían de oriente hasta aquí para así comerciar con ella. En dos semanas esperamos poder abandonar aquestas tierras y regresar a Valencia vía Génova, en donde dejaremos los tercios de la guardia exterior siguiendo las órdenes de su Majestad. Quedando aquestas fuerzas a las órdenes del Cardenal Infante, para acudir a Alemania en apoyo de la fe verdadera….

Felipe dejo la misiva sobre su mesa y tomo un sorbo de vino especiado, tenía que ir a misa a dar gracias a Dios por la victoria.

España volvía a echar el vuelo.


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Mensaje por tercioidiaquez »

Espínola miró la concentración de tropas en el puerto de Valencia.
Los dos regimientos de la Guardia (Española e Italiana, al mando de Martín de Idiaquez y de Toralto, respectivamente), junto con la carabineros, se aprestaban a embarcar.

Tras un periodo de descanso despues de la victoriosa campaña africana, los 2000 soldados (1000 por Tercio), 500 carabineros y otros tantos artilleros y gastadores afrontaban un nuevo destino. En Italia desembarcarían y marcharían hacia la propia capital imperial, donde se juntarían con varias unidades que habían sido reclutadas por el embajador en la Corte Imperial.
Entre esas unidades se encontraba el regimiento de dragones que mandaba su antiguo protegido.
¡Qué curiosa era la vida! Cómo había trascurrido todo desde que en la lejana Flandes oyó como uno de sus soldados había derribado de un tiro mas que lejano a un general inglés....Por un momento pensó que fácil hubiera sido que todo hubiera ido por otro camino...él, sin poder impedir la pérdida de varias plazas en Flandes, un resurgimiento holandés, un ejército español a la defensiva ante múltiples enemigos, que aún haciendo cara la derrota estaba abocado a a la derrota, una falsa potencia, y él, podía haber acabado arruinado, sin reconocimiento, con sus enemigos palatinos sonrientes...

Espínola tosió. Se notaba cansado pero creía que había cumplido con su deber, ahora que se sabía cerca del final..."Honor y reputación"...no quedaba otra.


“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
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Mensaje por Gaspacher »

Universidad de Lovaina

…en la reciente campaña de los ejércitos de su majestad hemos encontrado un objeto maravilloso que debería darnos la llave para descifrar los jeroglíficos egipcios. La halló un soldado que responde al nombre de Manuel Nadal, natural de Tortosa.
Deberías verlo vos mismo para creerlo. Una roca de grandes dimensiones, un paso menos un pie de altura, algo menos de una vara de anchura, y un pie de profundidad, que viene a pesar alrededor de dieciocho quintales.

Lo verdaderamente extraordinario es sin embargo que en ella pueden observarse tres escrituras claramente. En su tercio superior hay un texto jeroglífico que se repite en el texto central en lengua demótica, y una última vez en el tercio inferior de la piedra, en este caso en griego antiguo. Por ello puedo decir sin equivocarme, que es el hallazgo más maravilloso de cuantos hemos encontrado, y por ello será llevado a Valencia, donde descansara hasta que los estudiemos a fondo.

En breve la Universidad de Valencia formara un grupo para estudiar y traducir la piedra y los jeroglíficos que en ella se hallan, descifrando con ello el misterioso lenguaje, de forma que podamos estudiar el antiguo Egipto, el Egipto de los misteriosos faraones de la Biblia.

Para esto último me permito solicitar la ayuda de vuesa merced, pues estáis en contacto con los mayores eruditos de Europa. No perdáis cuenta en recomendarme a quien gustéis y creáis que puede ayudarnos a desentrañar estos misterios. Incluso podéis ir más allá y dar garantías en mi nombre a quienes creáis conveniente, pues la universidad recibirá todo mi apoyo para contratar a quien sea menester para tan ardua labor.

Sin más se despide vuestro seguro servidor


Juan dejo la misiva encima de la mesa con un brillo en los ojos. Ahora mismo desearía estar de regreso en España para ver tal maravilla, pero no podía dejar sus estudios, de todas formas escribiría a su amigo Atanasio, estaba seguro que le interesaría.


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Mensaje por tercioidiaquez »

Palacio Imperial de Hofburg. Viena.

La situación en la ciudad era caótica. Los rumores del avance de los protestantes se habían confirmado. Gustavo Adolfo, el león del Norte, estaba haciendo honor a su nombre. Todos los esfuerzos de los generales imperiales habían fracasado. Sus formaciones basadas en el sistema de Tercios se habían demostrado demasiado inflexibles ante la potencia de fuego y la movilidad sueca.
Los regimientos de colores habían demostrado que no tenían rival.
Del mismo modo, la caballería con sus tácticas de choque, que habían adoptado de manera improvisada los imperiales, era muy superior a los grandes regimientos de coraceros alemanes.

Lo primero que había ordenado el Cardenal Infante al llegar a la capital fue organizar un magnífico alarde. Los españoles, italianos y demás aliados habían mostrado un gran espectáculo. Con los cañones y las puntas de sus "bredas" relucientes, sin muestra de óxido, las moharras de las armas de asta de los oficiales, los arreos lustrados de las monturas, y sobre todo con los giros con los que los alféreces demostraban su pericia moviendo las banderas, entregadas por el mismo monarca de España, a los regimientos de su "muy fiel, muy querida por mí, y temida por mis enemigos, guardias", se había restablecido en algo la confianza del vulgo.
El propio Emperador, acompañado de su hijo, Comandante, al menos nominalmente, del ejército imperial, había asistido al alarde, mostrando con gesto impávido pero con ademán de la cabeza, lo mucho que le complacía, al menos de momento, la presencia de tanto extranjero.

El Cardenal Infante observó el despliegue cuando las unidades rompían filas y se disponían a descansar. Él tendría una reunión, que se avecinaba tensa, con el alto mando imperial y todos sus Maestres de Campo y Coroneles.

ORBAT
Unidad/nombre del Maestre de Campo,Coronel/efectivos/Nacionalidad.

Tercio Viejo de la Guardia Española/Martín de Idiaquez/Esp.
Tercio de la Guardia Italiana/Gaspar de Toralto/423/Nap
Tercio del Conde de Fuenclara/Enrique de Aragón/1450/Esp.
Tercio de S. Severo/1900/Nap.
Tercio de Pedro de Cárdenas/950/Nap.
Tercio del Marqués de Lunato/1300/Lombardia.
Tercio de Guasco/1000/Lomb.
Tercio del marques de Torrescusa/950/Nap.
Tercio del conde de Paniguerola/800/Lomb.
Regimiento de Salm/2100/Ale.
Regimiento de Wurms/2150/Ale.

Continuará.


“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
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Un soldado de cuatro siglos

Mensaje por Gaspacher »

Valencia

Pedro se movía con fluidez por su “laboratorio” sito en la judería, ahora abarrotado por diversos equipos de herreros, orfebres, alquimistas, e incluso ingenieros, observando, comentando, dando consejos y dando las instrucciones necesarias a cada grupo.
En esos momentos trabajaban a fondo en la creación de diversos artilugios, especialmente bombas de agua manuales mejoradas en las que Pedro agradecía sus conocimientos de hidráulica y neumática. Una parte esencial de los estudios de mecánico de armas, que ahora podía plasmar en aquel taller.

—Don Gonzalo, la válvula antirretorno de aspiración debe ir montada así. —Dijo cogiendo la pieza de bronce en forma de codo, en la que una varilla también de bronce ejercía de tope de una bola de caucho que había en su interior. —Esta es una bomba de doble acción pues succiona el agua tanto al subir como al bajar la palanca. De ahí que haya sendas válvulas antirretorno, una en la zona inferior del embolo y otra en la superior. Hay que tener mucho cuidado al montarlas de forma que siempre ejerzan correctamente su trabajo. Fíjese vuesa merced como actúa esta válvula de admisión, y ahora vea que ocurre en la otra, la de expulsión, vea como ejercen su función de forma contraria.

Cuando Gonzalo lo hubo comprendido y empezó el montaje, Pedro paso al siguiente grupo que trabajaba en otro modelo de bomba de agua, esta de embolo sumergido. Por supuesto esta bomba permitiría trabajar a profundidades de hasta treinta o cuarenta metros…o cuarenta a cincuenta varas más o menos, siempre tenía problemas con aquellas malditas medidas tan dispares de territorio en territorio. La acción sería por supuesto de palanca, y la bomba estaría hecha en bronce para evitar problemas de corrosión. Eso elevaría los costos, pero era prometedor a largo plazo...siempre que pudiesen permitírselo.

Esas bombas facilitarían mucho la colonización de nuevos territorios, pero también servirían para sanear la vida en las ciudades, sobre todo en aquellas en las que ya se estaba trabajando en mejoras hidráulicas de suministro de agua como el caso de Valencia y otras ciudades y villas valencianas, e incluso serviría para mejorar la vida en muchas pequeñas localidades, en las que los concejos estaban reuniendo dinero para adquirir una o dos bombas para el uso común de sus habitantes.

La tercera bomba en la que se trabajaba en aquel momento, estaba justo al lado. En este caso una bomba de cuerda o de mecate, mucho más simple y barata, pero con sus propias limitaciones, aunque podía se accionada por un pequeño molino de viento. En ella una cuerda con sus émbolos subiría el agua a lo largo de un tubo de forma muy similar a como un molino de agua actuaba por la acción del agua en sus diferentes celdas.

Las bombas de agua eran muy importantes, pero ahora mismo estaba trabajando en un soldador manual en el que utilizaría el mismo principio que la sulfatadora manual que ya había construido para la agricultura. En este caso un pequeño soplete metálico, con un amplio depósito para el combustible y una bomba de mano para darle presión de aire, permitiendo la salida de un chorro de fuego controlado. Sería un avance incuestionable para trabajos como la orfebrería, pero con el tiempo también para fontanería y calderería.

A continuación paso a una zona en la que estaba probando diferentes juegos de engranajes y maquinas simples, todas como simple experimentación. Una maquina en la que dos engranajes transmitirían fuerza a un juego doble de hélices contrarrotativas. Sabía que si algún día tenían uso sería dentro de decenas de años, tal vez incluso un siglo, pero ahí estarían para la actualidad. Otras tal vez tuviesen una salida muy anterior, como diversas matrices de curvado que podrían ser de gran utilidad a hojalateros y en los altos hornos y las nuevas maestranzas de artillería. Maquinas simples en las que la acción de un pistón, de momento movido hidráulicamente, movería diversas herramientas como tenazas o rodillos para doblar, aplastar, o curvar el metal, dando forma a piezas que iban de planchas de hojalata (de momento un monopolio de Bohemia), a latón e incluso hierro. Sería sin duda un gran avance que tal vez en una o dos décadas permitiese un adelanto en calderería.

Sin embargo su proyecto más querido en esos momentos implicaba a varios orfebres. Allí en un recodo del taller estaban trabajando bajo sus instrucciones en la fabricación de una pluma estilográfica. Trabajaban en plata, por supuesto, aunque el plumín con su ranura y su perforación para que respirase, y así corriese la tinta hasta la punta, sería una revolución en la escritura. De momento ya habían logrado varios ejemplares operativos totalmente hechos a mano, pero era un proceso lento y caro, de ahí que estuviese trabajando en el soplete anterior y en diversos dobladores y preformas que permitiesen aligerar el trabajo.


A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Mensaje por Gaspacher »

Y así, donde el excelentísimo Domingo de Soto nos habla del movimiento uniformemente acelerado y de la caída de graves, y nuestro maestro Galileo aquí presente, nos habla de un objeto sobre una superficie lisa se moverá eternamente si no hay otra fuerza que incida en él. Partiendo de dichos principios podríamos preguntarnos cómo es posible que la luna no se separe de la tierra, lanzada al espacio vacío cual cometa, o que la propia tierra no haga otro tanto con respecto al sol.

La única respuesta lógica, es la existencia de una segunda fuerza que incide en los planetas y satélites modificando su trayectoria, convirtiendo su movimiento rectilíneo en un movimiento angular variable orbital alrededor del cuerpo que genera dicha fuerza que podemos llamar “gravitas” o peso. Esta fuerza de gravitas es proyectada por todos los cuerpos celestes y es por lo tanto una de las leyes físicas con las que Dios nuestro señor mantiene unida su creación, el universo. Serían como hilos invisibles que partiendo de todas las estrellas, planetas y satélites, influencian al resto de astros que hay a su alrededor.

Esta fuerza es invisible, pero podemos observar sus efectos con claridad con un simple procedimiento. Si sujetamos un objeto en nuestra mano, no podemos observar la existencia de ninguna fuerza que incida en él, sin embargo, cuando abrimos la mano este cae hasta el suelo porque es atraído por él. Es la fuerza de gravitas o gravitación. Los objetos son atraídos por el planeta tierra, no importa en el punto del planeta en el que se esté. Norte o Sur, Este u Oeste, todo objeto es atraído por el planeta imprimiéndole una fuerza que podemos traducir en;

Imagen

Donde F es la fuerza de atracción, G la constante de gravedad, m1 y 2 las masas de los cuerpos, y d la distancia entre estos al cuadrado.

¿Preguntas? Si señor Wendelen…

Pedro continuó hablando con los matemáticos y astrónomos que trabajaban en la universidad, con los que concurría a menudo a tertulias como la de hoy, en la que cada cual exponía su trabajo ante sus colegas para debatir sus ideas. De esa forma y casi subrepticiamente, Pedro había podido encauzar algunas ideas o desechar otras ya anticuadas. Por supuesto y para fomentar el intercambio de ideas y evitar robos de estas, se levantaban actas de las reuniones, impidiendo así que nadie se aprovechase de las ideas de otro.


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reytuerto
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Un soldado de cuatro siglos

Mensaje por reytuerto »

Las entrevistas con Pedro Llopis fueron trascendentales para nosotros los viajeros del tiempo. A partir de ahora, cada idea y cada proyecto, serán potenciados desde Madrid o desde Valencia. Y privilegio de invención que fuese útil, seria adoptado con rapidez para que su utilidad se reflejase en una producción mayor, en mejores condiciones de vida o en un arma de letalidad aumentada. Además, y esto es importante, hicimos buenas migas, sin antagonismos, ni mucho menos celos o envidias.

Antes de regresar a Madrid me di una vuelta por el puerto y aborde la urca Eendracht. Era mejor de lo que imaginaba. Para empezar, no era una urca mercante común y corriente, era una fluyt de buen tamaño para el comercio armado con las Indias Orientales, su construcción era reciente, fue capturada en Matanzas casi de estreno. Correspondía al tipo de construcción naval holandesa del sur, como buen producto salido de las gradas de Rotterdam. No tenía planos exactos (como buen buque holandés hasta bien entrado el siglo XVIII), pero seguía rígidamente unas proporciones bien establecidas, de acuerdo a la eslora estipulada en el contrato. Lo mejor era la madera: roble bien curado de la mejor calidad de los bosques polacos, no solo en la quilla y cuadernas, sino que era tan esmerada su construcción que empleaban esa madera densa y noble incluso en las planchas del revestimiento de la obra viva y muerta. Los mástiles eran de fresno y abeto. Artillería en dos cubiertas (eso si, demasiados cañones, lo que necesariamente significaban demasiadas portas, y esa era una reforma obligatoria, el buque modificado tendría menos piezas pero de letalidad aumentada y mayor resistencia estructural), castillos de proa y popa bajos, muy marinero bodegas amplias, alojamientos tan dignos como era posible en una nave de la época y una cámara con el lujo propio de un almirante. Como ya dije, de lo mejorcito.

Estuvimos más tiempo del previsto en Valencia, pero a la hora de partir llevaba una carga notable de instrumental adquirido. Un microscopio bastante sencillo y de unos 50 aumentos era el más notable, pero sin duda los más útiles serían los 50 espejos redondos de una pulgada de diámetro, mis espejos intraorales. Pese a la fama de malvivientes, casi al borde de la ilegalidad, los cuatro guardaespaldas Maeses Juan, Fernando, Antonio y Sancho, mostraron una conducta irreprochable. Sí, eran jugadores, bebedores, extraordinariamente manirrotos, endeudados hasta el cogote y parafraseando a Pérez Reverte, no serían ni los más buenos ni los más honrados, pero eran diestros con las armas. Los mantendría a mi servicio una vez concluido el viaje de regreso, el cual, gracias a Dios!, fue anodino y sin sobresaltos.

Aunque eso de anodino no es del todo cierto. En todo el viaje vine rumiando una de las cosas que me contó Pedro: su vacunación y la de los otros dos viajeros. Si implementaba esa medida no solo protegería de la muerte a miles, también estaría en condiciones de cambiar la historia: Si el Príncipe de Asturias Baltasar Carlos de Austria no moría de viruela dentro de 16 años, en última instancia jamás llegaría al trono un soberano tan plagado de taras endogámicas como Carlos el Hechizado. Debía de buscar la manera de intimar más, mucho más, con Felipe IV, y por un detalle comentado por Pedro, eso debería pasar por convertirme en celestino.

La otra cosa que me ocupaba la cabeza era el hospital militar. No solo tenía que organizarlo, también tenía que entrenar su personal prácticamente desde cero. Pero me apoyaría en una organización sólida, que funciono por más 400 años, el valetudinarium romano. Pero aún más importante, jamás perdería de vista su carácter militar, por lo que la jerarquía, reglamentos, disciplina, escalafón y paga serian de acuerdo a lo que se estilaba en los Tercios.

Al llegar a Madrid, una de las primeras cosas en hacer es ir a comprar nuevamente mil manzanas para proseguir la carga, y habiendo cableado la fruta y empezado a cargar el teléfono inteligente, me vino la idea de hacer una batería (el trabajo de poner en serie mil manzanas es monótono y pesado, el motor justo para desarrollar ideas!). A cualquier maestro alfarero no le sería difícil hacer un recipiente de múltiples compartimientos, solo debía encontrar una barra de zinc, pues cobre ya tenía, y los sulfatos necesarios. De todos modos, ya tenía como 12000 semillas de manzana, aunque como fuente de cianuro es bastante menos concentrada que la semilla del albaricoque, les daría algún uso, y en un par de noches no me fue difícil tener una cantidad suficiente de un veneno potente. De momento, a mí no me interesaba, pero allí estaba para cuando se necesitase.

Mientras preparaba “El Verano”, esta vez sí para un violín como solista, también veía como ensamblaba un trío de guitarras, pues si haría de chulo, debía proporcionar el ambiente adecuado y nada como un bolero cubano de los viejos para lograr la atmósfera de voluptuosa complicidad que buscaba. Sin embargo, las guitarras solas necesitaban variación y compañía, a falta de requinto improvise con un guitarrico, de cinco cuerdas al igual que las guitarras. Pero lo que en realidad faltaba era percusión, y por más que busque no habían maracas en el Madrid de Felipe IV, así que no quedaba otra que hacerlas y ante la ausencia de mates, calabazas o totumas, un talabartero hizo dos esferas oblongas de suela con buena resonancia. Luego de probar piedrecillas de diferentes tamaños sin mucha convicción, obtuve mejores resultados con legumbres, y definitivos con garbanzos chicos. Ahora sí tendría boleros de verdad!

Había alquilado para mi solaz (Ay! La carne es débil) unos discretos bajos al frente del Corral del Príncipe, no me fue difícil adaptar uno de las habitaciones como cuarto de música: detrás de una cortina ligera, casi una sábana, la música se sentiría casi en directo, pero sin las miradas indiscretas de los maestros, los cuales proyectarían sus sombras sobre la cortina, pero sin verse directamente.

Pero mi aliado principal era una actriz, joven, de agudo ingenio, condenadamente hermosa, pelirroja tal como Salzillo posteriormente retrataría a las pecadoras y amante reciente del rey, María Calderón, la Calderona. Esta mujer apenas el año anterior había parido a un bastardo del rey y aunque ya no compartía su lecho, aún conservaba la gracia real. Era mi paciente y ahora, nos unía un cercana complicidad: nos gustábamos.

Haríamos la prueba. El trío sonaba bastante bien (un bolero tiene que ser muy malo para que no suene bien), había llevado coulant de chocolate, al que llamaba Volcán, y supuestamente estaba enseñando a bailar a una consumada bailaora.

“María, dejad que le tome la mano”
“Vos podéis tomarme la mano, Francisco, pero no bajéis la otra mano demasiado”
“Este es un baile de cuatro tiempos, uno, dos, tres, cuatro, uno, dos, tres, cuatro…”
“Así?”
“No, María. Primero solo mueva la cadera, paso rápido, paso rápido, paso lento, suave, despacio”
“Ah, así?”
“Mejor, mucho mejor”
Seguimos bailando, y el bolero comenzó a funcionar:
“Cirujano, vuestro niño se está desperezando…”
“Veis, María, mi música detrás de la cortina funciona”
“Vuestra música? No! Esa es la Calderona!”

Despedimos a los músicos y terminamos en el lecho, luego tuvimos ocasión de hacernos confidencias mutuas:

“Añoráis a vuestro hijo, María?”
“Mucho, lo arrancaron de mi lado a los pocos días”
“Sabéis de él?”
“Si, Francisco. Aunque no lo he visto en todos estos meses”
“Lo educarán para hombre de estado, María. Tal vez sea el Don Juan de Austria de su tiempo”
“Si es que llega a edad adulta”
“Es cierto. Habéis visto a un enfermo o muerto de viruelas?”
“No, Cirujano, nunca”
“Es una muerte horrible, deforma la cara y el cuerpo. Se ha llevado a Reyes y Emperadores, villanos y labriegos”.
“Es la voluntad de Dios”
“No, María. Es nuestra ignorancia. Creéis que vulnero la voluntad de Dios cuando os curo los dientes sin dolor?
“No, Francisco!”, dijo la actriz santiguándose.
“Creo saber cómo alejar la viruela de nuestra gente. Y he probado esa cura en mi mismo”, mentí blancamente.
“Eso es cosa del Diablo, Cirujano!”
“No, María. La cura siempre estuvo ante nuestros ojos. Habéis visto que jamás los vaqueros se enferman de viruela?”
“Yo no sé de cosas del campo, Francisco”
“Pues eso, ni los vaqueros ni las lecheras jamás tienen viruela porque les da una enfermedad del ganado que nunca los mata o los deforma”.
“Pero ya habéis probado eso en otras gentes?”
“María, se que los infieles del Gran Turco lo hacen desde hace siglos. Pero si me preguntáis si algún cristiano lo ha hecho, sí. Nada más que el conquistador de Túnez, Don Pedro Llopis”
“Vos lo habéis hecho?”
“No, Don Pedro es muy curioso, y él hizo las mismas observaciones en las lecheras. Lo descubrio y lo hizo por su cuenta. Queréis que pruebe con vos, María?”
“Dolerá?”
“Apenas un corte en vuestro cul* hermoso, también unos días de malestar y fiebre”
“Hacedlo”
“Vos me ayudareis a que el rey y la familia real, incluyendo a vuestro hijo, se libren de la viruela. Vos me ayudareis a que los soldados del rey estén libres de esa maligna enfermedad?”
“Si, Francisco. Si no me matáis en vuestro intento, lo haré”.
“También deseo pediros otro favor, con el rey”
“Decidme”
“Sabéis que el rey es un hombre de muchos lechos, no?”
“Me lo preguntáis a mí?”
“Disculpadme si os ofendí, María. Quiero decir, que no todos los coños están limpios como el vuestro, ni todas las mujeres a las que acude el rey se los lavan con tanto cuidado como vos, y tampoco revisan el miembro de los que yaceran con ella como lo haceis vos”.
“Ah! queréis que el rey se ponga la tripa que os ponéis en la verga?” Pregunto con esa mezcla de desparpajo, reproche y sorna que la había hecho célebre.
“María, habéis visto como quedan los enfermos del mal francés? Habéis visto como quedan los chancrosos? Habéis visto la cara de los hijos que paren”
“Hay un viejo demente en la Calle del León, que apenas puede caminar. Todos dicen que tuvo el mal francés de joven”
“Si es que camina sin quitar la mirada del suelo que pisa, con las piernas abiertas y pasos cortos, seguro que sí.”
“Vos lo habéis visto?”, dijo María sorprendida.
“No, pero conozco los estragos de la enfermedad. Me ayudareis, María?”
“El rey aun viene a mí en alguna ocasión, fue él quien me hablo de vos y de vuestros punciones que matan el dolor, aunque de vos habla toda la villa, de vos y de vuestras rarezas, Si, os ayudare”.
“Hablad con él, por ventura. Podemos hacerlo aquí, a salvo de miradas y lenguas indiscretas”.

Pasaron los días y semanas, ya había seleccionado varios libros que serían textos obligatorios de los cirujanos militares. El primero “Historia de la composición del cuerpo humano”, de Juan Valverde , un manual de anatomía que se deberán aprender de pe a pa, en preferencia al texto de Vesalio escrito en latín. También en castellano estaba el del “Tratado de la peste” del luso Vasco de Taranta y “Compendio de la humana salud” de Johannes de Ketham, traducido y comentado por Pablo Hurus. Y a falta de una traducción española de Avicena, tenía su clon, el “Sumario de la Medicina” del converso Francisco López de Villalobos.

También había establecido el número y los empleos. Un cirujano segundo por compañía, junto con 2 enfermeros y 4 camilleros. En el hospital de campaña propiamente dicho el mando lo detentaría un Cirujano Mayor Protomédico, yo, seguido de 12 cirujanos entre segundos y primeros, 12 practicantes, 12 enfermeros, dos boticarios, un capellán, un furriel, 20 camilleros que actuarían como mozos y personal de limpieza, 4 cocineros y otros tantos pinches de cocina, además de 1 cabo y 10 arcabuceros bajo directo comando del protomédico jefe para la protección de la botica y la despensa.

Luego viene todo lo que se necesita para el hospital con sus correspondientes presupuestos: Las tiendas de campaña en que se montará el hospital, ocho grandes y quince pequeñas; el material para montar las camas, jergones, sábanas y mantas; el abultado presupuesto para fármacos; la cocina, ollas, cazos, escudillas y cucharas, además del correspondiente presupuesto de alimentación y el material de curas, estopa de lino y paños de lino y algodón, gasas y apósitos para los heridos.

Finalmente, la parte más peliaguda, la financiación, que sería por partida doble, una vendría directamente de la corona, a través del general en jefe, y la otra que se descontaría en el campo a los soldados, ademas de las limosnas y donaciones. Al ser personal militar, todos los integrantes del hospital de campana también tendrían derecho al botín.

Estaba almorzando un sábado con los sacerdotes Pedro Las Heras, el jesuita que asistía espiritualmente a los reos en capilla, y Bartolomé Feijoo, robusto gallego dominico que era el párroco de la iglesia de Santa Cruz, la parroquia en donde repartía comida los viernes. A veces el jesuita acudía en compañía de un religioso más joven, Santiago Miki, sacerdote de la Compañía proveniente del Japón. Estaba convenciendo a este último para que sea el capellán del hospital, cuando llego Álvaro Martínez de Luna enfundado en su jubón de guardia español, anunciando que el rey deseaba verme.

“Álvaro, sabéis si su Majestad tiene algún malestar?”
“No, no he escuchado que algún dolor lo tenga afligido”.
Asenti sonriendo para mis adentros. Maria Ines Calderon, la Calderona, habia cumplido con su palabra. Ahora me tocaba a mi. Tras una corta cabalgata estaba de nuevo delante del Rey Planeta.

“Su Majestad. En que os puedo servir?”
“Habladme del nuevo baile que habéis inventado”
“Son canciones de amor, Majestad. Bailar, lo que es bailar, no estuvo en mi mente” Respondí, y haciendo un acopio de aplomo, continué “Es lento, y se baila abrazando a la pareja. Es casi un baile de recamara, Majestad. No sería recomendable tocarla en vuestros palacios. La Inquisición posiblemente la prohibiese”.
“En Palacio no se interpretara, pero deseamos bailarla”.
“Donde y cuando, Su Majestad disponga. Aprenderla no os será difícil, tiene un ritmo más lento que el de la gavotta, y es un paso muy sencillo de llevar”.
“Decidme, habéis terminado vuestro próximo concierto”.
“Está casi listo, Majestad… al igual que los reglamentos del Hospital de Campaña. Una vez que cuente con vuestra aprobación, será menester conseguir los dineros para su implementación”.
“Cirujano, recordad que la corona esta exhausta. No os podre dar ni un maravedí”.
“Lo recuerdo bien, Majestad. He conversado con el Almirante Llopis, el me prestara de su peculio los ducados necesarios para las primeras compras, a cuenta del primer botín, lo que pudiese faltar lo pondré yo mismo, también a cuenta del primer botín…”
“Nos gustaría tener la confianza que vos tenéis en nuestros ejércitos, Cirujano!”
“Majestad, cuando en cinco años, los ejércitos de la Corona estén reformados, ni los herejes de Flandes o Inglaterra, ni el infiel de África, Constantinopla o Levante, ni el rey felón de Francia osaran levantar la voz. Lo que el Almirante Llopis hizo en Túnez y el Mediodía francés es una muestra de cómo vuestro reino defenderá la verdadera religión por todo el mundo!”
“Vemos que la confianza más que en nuestros ejércitos es en el Almirante”
“Majestad, la confianza es en cómo serán vuestros ejércitos y vuestra Armada. Y la Hacienda próspera con la que tendréis los ducados para pagarlos. He de confesaros que durante las Cortes en Valencia hubo mucha comunicación entre nosotros, el Almirante Llopis y yo”. Nuevamente tuve que recurrir a una mentirijilla blanca, que no alteraba el fondo, ni mucho menos la intención, “El Almirante también cree que nuestros ejércitos deben marchar sanos. Incluso él mismo accedió a hacerse la punción contra las viruelas”.
“Ah, es cierto lo que nos dijeron! Vos podéis curar la viruela?”
“No, Majestad. Una vez que el enfermo adquiere la viruela queda a merced de la voluntad divina sin que los médicos podamos hacer gran cosa por el paciente. Lo que puedo hacer es que el paciente no se enferme de viruelas”.
“Eso parece ser cosa del Diablo, cirujano!”
“No, Majestad! Dios mismo, en su inmensa misericordia, puso ante nuestros ojos lo que os digo. Yo tan solo he podido ver sus designios.”
“Decidme, que es lo que habéis visto”.
“Los vaqueros, las lecheras, tambien los mozos de establos jamás enferman de viruela. Nunca. Solo tienen unas fiebrecillas que curan sin hacer mella es sus cuerpos. Estas fiebres, creo yo, las adquieren de unas pústulas, que son como las de la viruela, pero de las vacas. Majestad, yo creo que esas fiebres hacen más fuerte al cuerpo, y evitan que se tenga la viruela, incluso si rozáis a un enfermo llagado”.
“Si tenéis razón, mereceríais un señorío entero, Cirujano”.
“Me sentiré honrado si vos y la Familia Real accedieseis a este procedimiento”
“Hemos de pensarlo. Como llamáis al procedimiento?”
“Creo que un buen nombre es “inmunizar”
“Dejar de pagar!, sí, Don Francisco, es un buen nombre. Dejadnos pensar, pero id y preparad la velada”
“Como ordenéis, Majestad”, respondí, extremadamente satisfecho por el tratamiento que el rey me había dado: por primera vez, incluso luego de haberle quitado el dolor que lo aquejaba, me había tratado como Don Francisco.

A la semana siguiente, tenía las cosas preparadas, pero como para el rey, cubertería de plata, había vino de Málaga, diversos vinos fortificados, café (cortesía de Pedro), chocolate, el infaltable coulant, y también bocadillos fríos y calientes. El trio además de los boleros, también interpretaba seguidillas. La tarde anterior galopé hasta el Collado de Villalba a visitar varios establos de la zona, en donde sabía que había vacas infectadas. Estaba listo.

Después de la función, el rey en lugar de hacer acudir a su reja a la artista a la que hubiese echado el ojo, vino al discretamente acompañado por varios miembros de la guardia española, confundido con ellos en un jubón amarillo. La música y el vino volvieron a entrar en complicidad. Al poco tiempo, el rey bailaba

“Válgame el cielo, cirujano! Decís la verdad! La Inquisición debería prohibir vuestro baile”
“Eso he te tomarlo como un halago, Majestad. Por favor, cuando podáis, acercaos, tengo algo para vos”

En un intermedio, el rey se acercó y le entregue una caja de ébano y plata.

“Para vos, Majestad”

El rey abrió la caja y vio varios condones de tripa con lazos de seda, y un anillo de oro para el pene.

“Que es esto, cirujano?”
“Es menester proteger el miembro más valioso del reino. Para evitar el mal francés en vos, Majestad”
“Supongo que esto se meterá como espada en vaina”, dijo el rey obviando el plural mayestático.
“Y asegurándolo con el anillo, que debe ser colocado antes que vuestro miembro este enhiesto del todo”.
“He de probar pronto vuestro guarda-pollas”.

El rey siguió bailando un rato más, y luego se perdió por el fondo. Yo aproveche para poner en orden algunas ideas, y seguir con la exposición al rey de las ventajas de la inmunización. Cuando el más prolífico de los Austrias volvió a salir, tenía su semblante acostumbrado: absolutamente inescrutable.

“Vuestro invento es apenas una molestia. Podremos tolerarlo si nos preserva de chancros y otros males. Habremos de necesitar más”
“Como ordenéis, Majestad”.
“Hemos meditado acerca de vuestra punción de inmunización. Primero la probareis en estos miembros de la guardia. Y después veremos si sirven”
“Sera menester esperar 40 días”.
“Si en 40 días los guardias pueden tocar a un enfermo de viruela sin enfermar, nosotros y nuestra familia seremos inmunizados también. Deseo ver como hacéis el procedimiento”.
“Será como vos queráis, Majestad”

Ordené a los cuatro hombres que descubriesen una sus nalgas, y las desinfecte con abundante alcohol. Luego con una lanceta estéril hice pequeñas incisiones entre la epidermis y la dermis, y luego contaminé las heridas con una torunda embebida en el exudado purulento de las vacas enfermas de la viruela bovina. Un apósito sobre la zona, y a esperar.

Al día siguiente fui al Real Alcázar de Madrid y pase a ver a los hombres, que se encontraban sin novedad, el virus estaba incubando, aunque los puse en aislamiento en una habitación alejada, ordenando que los alimentasen abundantemente. A los 10 días, los cuatro guardias tenían una fiebre baja que no los había obligado a guardar cama, malestar general y pústulas en toda la nalga inoculada. A los 5 días ya tenían costras y a los después de un mes de la inoculación, no había rastro de la enfermedad, salvo las cicatrices de la punción en la nalga.

A los cuarenta días pautados, días después de la audición por parte de la Corte de “El Verano” en el Alcázar viejo, el rey observo a los cuatro guardias, y me pregunto.

“Cirujano, estáis seguro de vuestra punción?”
“Si, Majestad”
“Estos hombres serán expuestos a una manta de un fallecido por viruela. Cualquier mal sobre ellos pesara sobre su conciencia, y seréis castigado”.
“Si, Majestad”
“Persistís?”
“Sí, Majestad”.
“Hacedlo pues”

En el patio de la Reina, dos hombres enfundados en trajes cerrados contra la peste, depositaron sobre las losas una caja. Ordene a los 4 guardias abrirla y recoger la manta que allí había y que aun contenía costras que cayeron al suelo, y pasarla de mano en mano. Obedecieron y el último puso la manta nuevamente en la caja. Pedí que la llevasen a quemar, al tiempo que en donde estuvo la caja derramaron el contenido de varias botellas de orujo al que inmediatamente se prendió fuego.

“Esta hecho, Majestad, en 10 días volveréis a ver a vuestros guardias”.

Nuevamente los guardias volvieron a su habitación aislada y gozaron de alimentación privilegiada. Cuando paso el tiempo pautado, el monarca examino a sus 4 hombres, vio que no habían tenido ni siquiera una febrícula. Estaban inmunes.

“Don Francisco, habéis hecho un gran servicio al Reino. Ordenaremos que nuestros ejércitos pasen por la punción de inmunización. Y nosotros mismos deseamos esa misma inmunidad. Y vos, Francisco Sánchez de Lima, sois hidalgo por vuestros propios méritos, y estaréis exento de toda carga impositiva”.

Y por primera vez en estos años de viaje temporal, por primera vez estaba a punto de cambiar la historia de una manera substancial. No en el campo de batalla, sino evitando la guerra en que se perdió Gibraltar.


La verdad nos hara libres
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tercioidiaquez
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Mensaje por tercioidiaquez »

ORBAT (continuación).

Caballería
Regimiento del Conde de Ayala/Nap/700
Regimiento de Graf de la Tour/Borgoña/587
Regimiento del Marqués de Florencia/Lomb/500
Regimiento de Lombardía/500
Regimiento de Carabineros de la Guardia/Marqués de Orán/Esp/500*
Regimiento de Dragones de Cheb/Barón de Cheb/Esp-Ale/500**
Regimiento Graf Arberg/Borgoña/450
Regimiento italiano/Nap y Milan/630.

10 piezas de artillería.


“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
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Mensaje por tercioidiaquez »

Tienda del Cardenal Infante, campamento español.

El que se consideraba así mismo mas infante que cardenal, hablaba con sus Maestres de Campo y Coroneles sobre el estado de las fuerzas, cuando un correo entró apresuradamente.
-"Señor, noticias del Rey de Hungría", mientras le entregaba un sobre con un grueso sello lacrado.
-"A ver que nos cuenta mi primo", dijo mientras rasgaba el sobre. Comenzó a leer en voz alta. Al fin y al cabo, antes o después debería contar lo que sabía.
"A mi querido primo, comandante en jefe del ejército español y de las Naciones. Debo informaros que nuestro súdbito Mathias Gallas ha sufrido un contratiempo de alguna importancia".
-"Los protestantes le han dado p´al pelo, quiere decir" tradujo el Maestre Martín de Idiaquez a Diego.
- "A pesar de haberse batido con honor han debido ceder el campo y aunque han logrado causar muchas bajas al enemigo, este se acerca a la capital" continuó el General.
-"Están corriendo como alma que lleva el diablo y no han podido parar a los herejes", prosiguió con la "traducción".
-"El monarca sueco y los traidores sajones han cruzado el Danubio por Tulln an der Donau. Me propongo hacerles frente con las tropas de la Liga Católica y los hombres de Gallas para evitar que profanen la capital imperial. Espero que os halleis en condiciones de acompañarnos para ser partícipes de nuestra victoria".
-"Por favor, venir que nos van a dar hostias hasta que lleguemos al Mediterraneo".
El Cardenal miró de soslayo a Idiaquez.
-"¿Quereis añadir algo, Martín?
-"Ahora que Vuestra Alteza pregunta, sí. Pensaba que el Rey de Hungría era el que estaba al mando. Seguro que de haber ganado a los herejes el mensaje hubiera sido que las tropas a su mando habían obtenido una gran victoria, pero al ser derrotados, son las de Gallas...Curioso".
-"Idiaquez, teneis una boca tan grande como vuestra espada" remató con una media sonrisa el General.
-"Avisad al ejército, salimos al amanecer, nos reuniremos con nuestros amigos en Penzing.


“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
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tercioidiaquez
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Un soldado de cuatro siglos

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Gaspacher
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Mensaje por Gaspacher »

Madrid

—Ese maldito comerciante tiene demasiada ascendencia sobre su majestad, Don Gaspar. Debemos ocuparnos de él de una maldita vez.

—Ahora mismo es intocable, Don Juan, y lo sabéis, bien. El tesoro ingresa demasiados dineros gracias a sus empresas, y sus cargos le dan mucho poder, el suficiente como para que su majestad impida que realicemos ningún movimiento sobre ese bastardo.

— ¿Ni tan siquiera vos, Don Guzmán? Es inaudito que un bastardo haya llegado tan lejos. Incluso se opuso al enlace de mi hija con el músico.

—Lo sé, Don Juan Manuel, y era un proyecto personal mío. Sabéis bien que me gustaría acabar con él tanto como a vos, pero asimismo sabéis que ahora mismo es imposible. El Rey está encantado con el nuevo proyecto de la “Armada”, y aún más con el del “Ejército”.

—En ese caso debemos apartarlo de esos cargos, Don Gaspar. Si logramos colocar en ellos a algunos de los nuestros, ese bastardo perderá su ascendencia con el Rey.

—¿Pero cómo lo hacemos, Don Juan?

—Nombradlo Virrey en la Nueva España, Don Gaspar. Es un ascenso y supondrá apartarlo de la corte durante un lustro. Un lustro en el que tendremos las manos libres.

—Es una buena idea, Don Juan. Es posible que el Rey permita ese nombramiento, y cuando ese “comerciante” parta al nuevo mundo podremos repartir los cargos que ahora atesora…


A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Campamento Imperial, zona de Penzing.

El caos era bastante extenso. Soldados, caballos y carros intentaban desplegar con prisas y urgencia. Los protestantes podían llegar en cualquier momento, aunque los húsares húngaros no habían vuelto a informar de nada semejante.

En un altozano, debajo de un árbol el Estado Mayor Imperial hablaba y debatía. Tan solo Fernando, Rey de Hungría permanecía en silencio aunque buscando algo con la vista en la dirección opuesta a sus tropas.
Entonces su rostro cambió a un tono mas alegre. Reconoció a un grupo de jinetes que se abrían paso entre una columna de piqueros.
En un caballo blanco, con una pose estudiada, su primo, el Cardenal Infante, seguido de un grupo de oficiales y de varios coraceros de escolta, saludaba al griterío que había originado su llegada.
https://es.wikipedia.org/wiki/Fernando_ ... ubens).jpg
Sombrero negro, banda roja y mucho hierro encima, parecía la encarnación de Marte guerrero.

De manera briosa desmontó al llegar a la altura de los imperiales, y con el el resto de oficiales. Con ellos se encontraba Diego.
El abrazo entre los primos fue sincero, ya fuera por amor fraterno o de alivio de la llegada de los soldados.

-"Bienvenido seais, primo".
-"No íbamos a perdernos la fiesta".
-"Imagino que vuestros hombres estarán cerca".
-"Me he adelantado para avisaros. Están varias leguas por detrás. La Guardia de mi hermano se encuentra a cola."
-"¿Y eso? Mal lo habrán aceptado vuestros españoles...debeis reconocer que son puntillosos para esas cosas...."
-"Cierto" comentó, mirando de soslayo a Idiaquez, que miró a otro lado y se retorcía el bigote-"Pero así aprenderán a hablar cuando deben...pero sobre todo, quiero tenerles a mano para desplegarlos donde haya menester, pues me imagino que Gustavo atacará con fuerza".
-"Así será me temo".
En esas, Gallas les interrumpió.
-Alteza Imperial, señor. Tenemos noticias. Un piquete de nuestros húsares acaba de llegar. No hay enemigo a nuestro frente".
-"¿Cómo decís?"
-"Nos han engañado. Las tropas que cruzaron el Danubio no eran mas que una pandilla de forrajeadores y salteadores. Nuestras húngaros pensaron que eran el grueso, pero en lugar de confirmar la presencia de las tropas se retiraron e informaron apresuradamente. Tan solo con todo el ejército aquí, se han sentido lo suficientemente fuertes para regresar. Han confirmado la noticia. No hay nadie".
-"Entonces, el ejército protestante...2
Gallas palideció.
-"Hay rumores de civiles, pero no es seguro.."
-"Decidme lo que sepais de una vez".
-"Wolkersdorf".
Los gritos de traición resonaron.
-"¿Donde está eso? preguntó Diego.
-"Al otro lado del Danubio" repuso Fernando de Hungría.
-"El camino de Viena está libre" exclamó alguien.


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