Un soldado de cuatro siglos
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Un soldado de cuatro siglos
El conde-duque de Olivares descendió de su carruaje en el patio del convento de los padres capuchinos, situado en el monte del Pardo y por lo tanto cercano a la corte, pues el Rey ahora pasaba más tiempo lejos de la pestilente villa de Madrid siguiendo la moda “valenciana”. No tardo en localizar a un hombre embozado, cuyo rostro quedaba oculto por el amplio chambergo y la capa que rodeaba su cuerpo. Sin embargo lo reconoció al instante como uno de sus hombres de confianza.
—Excelencia. —saludo su agente, siempre parco en palabras haciendo una leve reverencia, tal vez media pulgada, lo máximo que iba a sacar de un hombre como aquel…
—¿Qué nuevas traéis de Valencia, maese Hebilla? —Quiso saber el valido del rey de las Españas.
—Mis hombres han fallado, excelencia. Provocaron una lid con el almirante, pero este los batió y acabó con ellos.
—Debisteis elegir mejores hombres, Hebilla. —respondió el valido tras una larga inspiración. —Ahora tendremos que esperar.
—Tal vez no, excelencia, hay otras nuevas de interés.
—¿Otras nuevas? Contadme. ¿Qué ha ocurrido, que es tan interesante?
—Libro otra lid no prevista. Como sabéis el Duque de Guisa se vio forzado al exilio tras los sucesos de palacio de unos años atrás, eso que llaman el día de los engañados… pues habéis de saber que el Duque llego a Valencia en busca de ayuda para su causa, pero el día de Nuestra Señora de los Dolores el Duque de Guisa se encontró con el almirante. El duque conocía que el almirante, mientras redactaba la ordenanza de duelos de los ejércitos, dijo en una ocasión que “Guisa se había aprovechado de un viejo al asesinar al barón de Luz, ya anciano", así que ni corto ni perezoso, el de Guisa desafió al almirante.
—¿No me diréis que lo mato él?
—No, excelencia, de hecho el almirante respondió que él no tenía necesidad de batirse con un anciano, y el de Guisa tuvo que insistir, pero como el almirante no aceptaba, el de Guisa acabo por echar mano a su espada.
—¿Y qué ocurrió? Contadme, por Dios.
—No logró ni desenvainarla, excelencia. El almirante en lugar de desenvainar su propia espada, pateo o piso la mano del de Guisa obligandolo a volver a envainar. A continuación se abalanzó sobre él y le quebró ambos brazos dejándolo tullido, declarando a continuación que él no mataba ancianos.
—Si…tenéis razón…al batirse ha quebrantado la ley, y eso puede ser una oportunidad… ¿Cuándo llegara a la corte el almirante?
—En tres o cuatro semanas, excelencia.
—Es perfecto, regresad a Valencia de inmediato y esperad noticias mías.
—Como ordenéis, excelencia. —Respondió su agente antes de perderse entre las sombras. Olivares tenía mucho que pensar…
—Excelencia. —saludo su agente, siempre parco en palabras haciendo una leve reverencia, tal vez media pulgada, lo máximo que iba a sacar de un hombre como aquel…
—¿Qué nuevas traéis de Valencia, maese Hebilla? —Quiso saber el valido del rey de las Españas.
—Mis hombres han fallado, excelencia. Provocaron una lid con el almirante, pero este los batió y acabó con ellos.
—Debisteis elegir mejores hombres, Hebilla. —respondió el valido tras una larga inspiración. —Ahora tendremos que esperar.
—Tal vez no, excelencia, hay otras nuevas de interés.
—¿Otras nuevas? Contadme. ¿Qué ha ocurrido, que es tan interesante?
—Libro otra lid no prevista. Como sabéis el Duque de Guisa se vio forzado al exilio tras los sucesos de palacio de unos años atrás, eso que llaman el día de los engañados… pues habéis de saber que el Duque llego a Valencia en busca de ayuda para su causa, pero el día de Nuestra Señora de los Dolores el Duque de Guisa se encontró con el almirante. El duque conocía que el almirante, mientras redactaba la ordenanza de duelos de los ejércitos, dijo en una ocasión que “Guisa se había aprovechado de un viejo al asesinar al barón de Luz, ya anciano", así que ni corto ni perezoso, el de Guisa desafió al almirante.
—¿No me diréis que lo mato él?
—No, excelencia, de hecho el almirante respondió que él no tenía necesidad de batirse con un anciano, y el de Guisa tuvo que insistir, pero como el almirante no aceptaba, el de Guisa acabo por echar mano a su espada.
—¿Y qué ocurrió? Contadme, por Dios.
—No logró ni desenvainarla, excelencia. El almirante en lugar de desenvainar su propia espada, pateo o piso la mano del de Guisa obligandolo a volver a envainar. A continuación se abalanzó sobre él y le quebró ambos brazos dejándolo tullido, declarando a continuación que él no mataba ancianos.
—Si…tenéis razón…al batirse ha quebrantado la ley, y eso puede ser una oportunidad… ¿Cuándo llegara a la corte el almirante?
—En tres o cuatro semanas, excelencia.
—Es perfecto, regresad a Valencia de inmediato y esperad noticias mías.
—Como ordenéis, excelencia. —Respondió su agente antes de perderse entre las sombras. Olivares tenía mucho que pensar…
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
-"¿Quíen puede acudir mas rápido?" El temor se notaba en la pregunta de Gallas.
El Cardenal Infante se llevó la mano a la barbilla. "Los tres regimientos de la Guardia y los dragones que daban la seguridad al bagaje. "
Gallas completó:
"Señores, en esta batalla nos van muchos Reinos y Provincias, y así con licencia de su Majestad (Fernando Rey de Hungría), y Alteza Real (Cardenal Infante) diré lo que siento. El peso de la batalla ha de ser en aquella zona, y de los tercios que podemos enviar, de los nuestros la mayoría son nuevos, que en su vida no han visto enemigo, y así Señores, será necesario enviar allí los Tercio de Españoles, e irle socorriendo con más gente, conforme a la necesidad nos enseñare".
El general español se giró con rapidez:
-"Martín (de Idiaquez), Gaspar (de Toralto), Marqués (de Orán), Diego. Dad media vuelta, dejad todo en las márgenes del camino, excepto las armas y la munición, incluida la comida". Antes de oír la queja de los Maestres de Campo se apresuró a contestar: "Ya lo sé, os garantizo por mi honor, y mi hacienda si es necesario, que nadie tocará ni un pelo de las pertenencias de vuestros hombres, ¿Verdad primo?"
El Rey de Hungría se apresuró a contestar:
-"Mi propia escolta custodiará sus pertenencias".
-"Debéis apresuraros, la entrada en Viena del rey sueco sería un duro golpe para la moral. Diego, Marqués, vosotros llegareis antes que la infantería. Deberéis sosteneros. Hacedles ver a vuestros hombres que de ellos depende todo. El resto del ejército les seguirá tan pronto como sea posible. El rey de Hungría os proporcionará guías. ".
Se quedó pensativo un momento. "Reventad los caballos si es necesario, no corrais, volad".
Los cuatro Maestres de Campo saludaron y salieron hacia sus caballos.
A sus espaldas los gritos resonaron cuando los oficiales imperiales trataron de poner orden y ordenar un giro de 180 grados a su ejército que había comenzado a desplegar.
Mientras Diego se dirigía a su caballo pensó que las iban a pasar moradas...
El Cardenal Infante se llevó la mano a la barbilla. "Los tres regimientos de la Guardia y los dragones que daban la seguridad al bagaje. "
Gallas completó:
"Señores, en esta batalla nos van muchos Reinos y Provincias, y así con licencia de su Majestad (Fernando Rey de Hungría), y Alteza Real (Cardenal Infante) diré lo que siento. El peso de la batalla ha de ser en aquella zona, y de los tercios que podemos enviar, de los nuestros la mayoría son nuevos, que en su vida no han visto enemigo, y así Señores, será necesario enviar allí los Tercio de Españoles, e irle socorriendo con más gente, conforme a la necesidad nos enseñare".
El general español se giró con rapidez:
-"Martín (de Idiaquez), Gaspar (de Toralto), Marqués (de Orán), Diego. Dad media vuelta, dejad todo en las márgenes del camino, excepto las armas y la munición, incluida la comida". Antes de oír la queja de los Maestres de Campo se apresuró a contestar: "Ya lo sé, os garantizo por mi honor, y mi hacienda si es necesario, que nadie tocará ni un pelo de las pertenencias de vuestros hombres, ¿Verdad primo?"
El Rey de Hungría se apresuró a contestar:
-"Mi propia escolta custodiará sus pertenencias".
-"Debéis apresuraros, la entrada en Viena del rey sueco sería un duro golpe para la moral. Diego, Marqués, vosotros llegareis antes que la infantería. Deberéis sosteneros. Hacedles ver a vuestros hombres que de ellos depende todo. El resto del ejército les seguirá tan pronto como sea posible. El rey de Hungría os proporcionará guías. ".
Se quedó pensativo un momento. "Reventad los caballos si es necesario, no corrais, volad".
Los cuatro Maestres de Campo saludaron y salieron hacia sus caballos.
A sus espaldas los gritos resonaron cuando los oficiales imperiales trataron de poner orden y ordenar un giro de 180 grados a su ejército que había comenzado a desplegar.
Mientras Diego se dirigía a su caballo pensó que las iban a pasar moradas...
“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
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Un soldado de cuatro siglos
Madrid
La escena que se divisaba sobre el Alcazar Real sobrecogía a todo quien la veía por primera vez, como era el caso del nuevo embajador ingles en la corte española, Walter Aston, primer lord de Aston Forfar.
—Aunque ya había oído hablar de esa maldita cosa no puedo evitar que me sobrecoge el alma, Sir Taylor, y sin embargo nadie parece percatarse de ello en las calles. —Dijo a su predecesor, John Taylor.
—Disfrutad del espectáculo, Lord Aston, al fin y al cabo es en vuestro honor. No hacen volar el “aerostato” todos los días. Sin duda sabían que vos llegabais hoy y han decidido hacerlo volar para amedrentaros. Así que debéis sobreponeros antes de visitar la corte.
—¿Hacen eso con todos los embajadores? —quiso saber Lord Aston.
—Al menos con los embajadores que adivinan como hostiles a su causa.
—¡œๆ σôŁ! Maldita sea, me pone la piel de ganso… decidme Taylor, ¿he de esperar más sorpresas para darme la bienvenida?
—Sí, y serán igual de inquietantes. Cuando seáis llamado para presentar vuestras credenciales ante el Rey, debéis estar preparado para el despliegue de fuerza de la guardia real.
—¿Cómo será, Taylor? Decidme, por Dios
—El Rey enviara un carruaje escoltado por un escuadrón de lanceros a recogeros y escoltaros hasta el “Alcázar” el palacio real aquí en Madrid. Al llegar allí debéis esperar más tropas, estas de infantería de la llamada guardia exterior, y dentro de palacio hay más guardias en cada puerta, estos de la conocida como guardia interior, armados con alabardas.
—Es mucha escolta. ¿Teme el Rey algún problema?
—No parece que sea ese el motivo. Hasta hace poco únicamente existía la guardia interior, el verdadero problema es la guardia exterior. Aunque nominalmente son tropas de la "Guardia Real”, su verdadero cometido es el de ser una fuerza de choque, tropas de élite que son enviadas a los campos de batalla para decidir la lucha, y por lo tanto todos son veteranos extraordinariamente entrenados…así que creedme si os digo que impresionan.
—¿Algo más?
—Una última cosa, Lord Aston, cuando seáis llamado a palacio cuidados de tomar un baño y vestiros con ropas limpias antes de acudir a la audiencia con su Majestad.
La escena que se divisaba sobre el Alcazar Real sobrecogía a todo quien la veía por primera vez, como era el caso del nuevo embajador ingles en la corte española, Walter Aston, primer lord de Aston Forfar.
—Aunque ya había oído hablar de esa maldita cosa no puedo evitar que me sobrecoge el alma, Sir Taylor, y sin embargo nadie parece percatarse de ello en las calles. —Dijo a su predecesor, John Taylor.
—Disfrutad del espectáculo, Lord Aston, al fin y al cabo es en vuestro honor. No hacen volar el “aerostato” todos los días. Sin duda sabían que vos llegabais hoy y han decidido hacerlo volar para amedrentaros. Así que debéis sobreponeros antes de visitar la corte.
—¿Hacen eso con todos los embajadores? —quiso saber Lord Aston.
—Al menos con los embajadores que adivinan como hostiles a su causa.
—¡œๆ σôŁ! Maldita sea, me pone la piel de ganso… decidme Taylor, ¿he de esperar más sorpresas para darme la bienvenida?
—Sí, y serán igual de inquietantes. Cuando seáis llamado para presentar vuestras credenciales ante el Rey, debéis estar preparado para el despliegue de fuerza de la guardia real.
—¿Cómo será, Taylor? Decidme, por Dios
—El Rey enviara un carruaje escoltado por un escuadrón de lanceros a recogeros y escoltaros hasta el “Alcázar” el palacio real aquí en Madrid. Al llegar allí debéis esperar más tropas, estas de infantería de la llamada guardia exterior, y dentro de palacio hay más guardias en cada puerta, estos de la conocida como guardia interior, armados con alabardas.
—Es mucha escolta. ¿Teme el Rey algún problema?
—No parece que sea ese el motivo. Hasta hace poco únicamente existía la guardia interior, el verdadero problema es la guardia exterior. Aunque nominalmente son tropas de la "Guardia Real”, su verdadero cometido es el de ser una fuerza de choque, tropas de élite que son enviadas a los campos de batalla para decidir la lucha, y por lo tanto todos son veteranos extraordinariamente entrenados…así que creedme si os digo que impresionan.
—¿Algo más?
—Una última cosa, Lord Aston, cuando seáis llamado a palacio cuidados de tomar un baño y vestiros con ropas limpias antes de acudir a la audiencia con su Majestad.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
Madrid
—Hay voces en la corte que abogan por vuestro destierro, hijo mío. —Dijo el obispo mientras paseaba por los jardines del monasterio en compañía de su visitante, quien apretó los dientes con fuerza al oír aquella noticia. —Por supuesto la iglesia se opone a ello, pero el delito del que os acusan es muy grave. Os batisteis en duelo y por vuestra causa el Duque de Guisa murió, dicen que de vergüenza, y el conde-duque quería utilizarlo para la causa católica.
—¿Es su excelencia el conde-duque uno de los que abogan por mi destierro, ilustrísima? —quiso saber Pedro.
—No, el conde-duque no se aviene a tales negocios tan mundanos, de hecho ha dejado caer que podría otorgaros un cargo lejos de la corte como medida de circunstancias. Tal vez un cabildo o incluso un virreinato. Con ello saldríais de la corte, pero con todos los honores y no desterrado.
—Lo que a la postre significa lo mismo, ilustrísima. Significa apartarme de la corte durante años, tal vez lustros, precisamente ahora, cuando hay tanto que hacer.
—Lo sé, precisamente por ello estamos intentando maniobrar a vuestro favor. Así que no os preocupéis y dejadlo todo en mis manos. El conde pretende enviaros a la Nueva España, pero allí quedaríais fuera de juego y todos los planes quedarían en suspenso, tal vez para siempre. No podemos permitirlo, así que he escrito a su Santidad para que a su vez presione a su Majestad. Con su ayuda lograremos cambiar vuestro destino para que seáis nombrado virrey de Valencia. Estaréis fuera de la corte, pero dentro del ámbito de poder político, y se bien que es allí donde preferís planificar vuestras campañas.
—Si lo logra será un gran paso para nuestros planes, ilustrísima. —respondió Pedro aliviado. —Pero solo si podemos mantener a hombres de confianza en los puestos clave del Ejército y de la Armada. Si por el contrario los “narcisos” logran acaparar los puestos clave, nuestros planes sufrirán un duro golpe.
—Lo sé, hijo mío. Por eso estamos movilizando todas nuestras fuerzas para evitarlo. En unos días llegara a Madrid el Maestre de la orden de Malta Juan de Lascaris, enviado plenipotenciario del Gran Maestre ante la corte de su Majestad para acordar los pormenores de la toma de los santos lugares.
Con el apoyo de la Iglesia a esta causa, personificado en el apoyo tanto de su Santidad, como de la Orden de Malta y los prelados españoles a vuestra persona, Su Majestad, e incluso el propio Olivares no podrán negarse a nuestras peticiones. ¿Teneis pensados algunos hombres de confianza para esos puestos?
—Por supuesto, ilustrísima. Don Alonso de Idiaquez podría ocuparse de organizar la armada como veedor mayor. Ya tiene experiencia pues tiene una importante flota corsaria, y cumplirá bien su cometido, dejando a Oquendo las manos libres para la dirección de la flota. En cuanto al ejército, conozco a un coronel que dirige su propio regimiento en el Imperio, luchando contra los herejes. Es el hombre perfecto para instruir al ejército y continuar mi labor, tal vez incluso con mayor eficacia.
El problema es que no estaremos preparados para lanzarnos a la conquista de los Santos lugares en tres o cuatro años, ilustrísima. Eso puede crear la tentación de librarse de mi persona, pensando que bastara con traerme de regreso para tomar el mando en aquel día, si es que eso llega a ocurrir, pues llegado el momento de la verdad mi nombre casi habría sido olvidado.
—Precisamente por ello actuaremos para que os quedéis en Valencia, hijo mío. Desde allí podréis actuar con plena libertad y seréis quien de hecho, dirija los planes para la conquista.
—Espero que así sea, ilustrísima, Ver la cruz de San Andrés en las torres de Jerusalén es un anhelo de todo buen cristiano y español, y nunca tuvimos ni tendremos una oportunidad mejor que la actual. Nuestras fronteras están en paz, el turco está debilitado, y la hacienda del Rey está sana y en condiciones de financiar esa campaña, siempre y cuando su Santidad nos apoye en la empresa.
—Hay voces en la corte que abogan por vuestro destierro, hijo mío. —Dijo el obispo mientras paseaba por los jardines del monasterio en compañía de su visitante, quien apretó los dientes con fuerza al oír aquella noticia. —Por supuesto la iglesia se opone a ello, pero el delito del que os acusan es muy grave. Os batisteis en duelo y por vuestra causa el Duque de Guisa murió, dicen que de vergüenza, y el conde-duque quería utilizarlo para la causa católica.
—¿Es su excelencia el conde-duque uno de los que abogan por mi destierro, ilustrísima? —quiso saber Pedro.
—No, el conde-duque no se aviene a tales negocios tan mundanos, de hecho ha dejado caer que podría otorgaros un cargo lejos de la corte como medida de circunstancias. Tal vez un cabildo o incluso un virreinato. Con ello saldríais de la corte, pero con todos los honores y no desterrado.
—Lo que a la postre significa lo mismo, ilustrísima. Significa apartarme de la corte durante años, tal vez lustros, precisamente ahora, cuando hay tanto que hacer.
—Lo sé, precisamente por ello estamos intentando maniobrar a vuestro favor. Así que no os preocupéis y dejadlo todo en mis manos. El conde pretende enviaros a la Nueva España, pero allí quedaríais fuera de juego y todos los planes quedarían en suspenso, tal vez para siempre. No podemos permitirlo, así que he escrito a su Santidad para que a su vez presione a su Majestad. Con su ayuda lograremos cambiar vuestro destino para que seáis nombrado virrey de Valencia. Estaréis fuera de la corte, pero dentro del ámbito de poder político, y se bien que es allí donde preferís planificar vuestras campañas.
—Si lo logra será un gran paso para nuestros planes, ilustrísima. —respondió Pedro aliviado. —Pero solo si podemos mantener a hombres de confianza en los puestos clave del Ejército y de la Armada. Si por el contrario los “narcisos” logran acaparar los puestos clave, nuestros planes sufrirán un duro golpe.
—Lo sé, hijo mío. Por eso estamos movilizando todas nuestras fuerzas para evitarlo. En unos días llegara a Madrid el Maestre de la orden de Malta Juan de Lascaris, enviado plenipotenciario del Gran Maestre ante la corte de su Majestad para acordar los pormenores de la toma de los santos lugares.
Con el apoyo de la Iglesia a esta causa, personificado en el apoyo tanto de su Santidad, como de la Orden de Malta y los prelados españoles a vuestra persona, Su Majestad, e incluso el propio Olivares no podrán negarse a nuestras peticiones. ¿Teneis pensados algunos hombres de confianza para esos puestos?
—Por supuesto, ilustrísima. Don Alonso de Idiaquez podría ocuparse de organizar la armada como veedor mayor. Ya tiene experiencia pues tiene una importante flota corsaria, y cumplirá bien su cometido, dejando a Oquendo las manos libres para la dirección de la flota. En cuanto al ejército, conozco a un coronel que dirige su propio regimiento en el Imperio, luchando contra los herejes. Es el hombre perfecto para instruir al ejército y continuar mi labor, tal vez incluso con mayor eficacia.
El problema es que no estaremos preparados para lanzarnos a la conquista de los Santos lugares en tres o cuatro años, ilustrísima. Eso puede crear la tentación de librarse de mi persona, pensando que bastara con traerme de regreso para tomar el mando en aquel día, si es que eso llega a ocurrir, pues llegado el momento de la verdad mi nombre casi habría sido olvidado.
—Precisamente por ello actuaremos para que os quedéis en Valencia, hijo mío. Desde allí podréis actuar con plena libertad y seréis quien de hecho, dirija los planes para la conquista.
—Espero que así sea, ilustrísima, Ver la cruz de San Andrés en las torres de Jerusalén es un anhelo de todo buen cristiano y español, y nunca tuvimos ni tendremos una oportunidad mejor que la actual. Nuestras fronteras están en paz, el turco está debilitado, y la hacienda del Rey está sana y en condiciones de financiar esa campaña, siempre y cuando su Santidad nos apoye en la empresa.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
Los dragones españoles llegaron finalmente al claro.
Les había costado llegar. Los rumores propagados por los invasores protestantes no dejaban lugar a duda.
"Han prometido que sus caballos beberán en las pilas de San Esteban", "El salón del trono se usará como cuadras de sus caballos" y muchos mas habían obligado a muchos austriacos a coger sus pertenencias y huir, dificultando los movimientos por una ciudad ya de por sí atestada.
Diego miró el campo. Bosque a sus espalas, a los lados y al frente. Una carretera por la que supuestamente vendría el enemigo y en mitad del claro una pequeña capilla con un par de árboles a su vera. Rochuskapelle la llamaban.
El Maestre de Campo miró a sus hombres. No llegaban a 500 y mucho se temía que los refuerzos iban a tardar en llegar. Echó un vistazo al sol, estiró los dados y contó los que podía poner debajo del astro rey hasta el horizonte; 8. Le quedaban unas dos horas de luz. No iba a seguir avanzando. Meterse en un bosque y encontrarse con un enemigo superior no entraba en lo que consideraba un final feliz.
Con un gesto llamó a sus Capitanes, Alféreces y Sargentos.
"Aquí hemos llegado y aquí nos quedaremos. Pondré el Papa Charlie al lado de la capilla"
Sus hombres le miraron extrañados, aunque no mucho, de vez en cuando soltaba alguna palabra rara...
"Fuera, quiero decir el puesto de mando. Desplegaremos en dos batallones, 3 de fondo. 25 pasos de intervalo entre los dos, a la misma altura. 10 pasos delante de la capilla. Dejar los caballos al cuidado de los heridos o de los que no se puedan mover. Necesitamos el mayor número posible de gente en la línea de fuego. Distribuir las banderas a lo largo de los batallones, que parezca que somos mas de lo que estamos".
"Martín. ¿De dónde eres?" Pregunto a uno de sus Alféreces mas jóvenes.
"De Toledo, como ya sabeis".
"Muy apropiado...pues esta capilla hoy es como si fuera la plaza de Zocodover, y no creo que quieras que ningún hereje pise la plaza de tu ciudad. Ni los demás". Así que ya sabeis. Bredas colocadas, armas a punto y preparaos para la espera, que me temo que no va a ser mucho tiempo".
En ese momento el viento trajo unos acordes de corneta desde el noreste.
"Lo dicho, que Dios reparta suerte, porque como reparta justicia vamos jodidos. Caballeros a sus puestos de combate".
Les había costado llegar. Los rumores propagados por los invasores protestantes no dejaban lugar a duda.
"Han prometido que sus caballos beberán en las pilas de San Esteban", "El salón del trono se usará como cuadras de sus caballos" y muchos mas habían obligado a muchos austriacos a coger sus pertenencias y huir, dificultando los movimientos por una ciudad ya de por sí atestada.
Diego miró el campo. Bosque a sus espalas, a los lados y al frente. Una carretera por la que supuestamente vendría el enemigo y en mitad del claro una pequeña capilla con un par de árboles a su vera. Rochuskapelle la llamaban.
El Maestre de Campo miró a sus hombres. No llegaban a 500 y mucho se temía que los refuerzos iban a tardar en llegar. Echó un vistazo al sol, estiró los dados y contó los que podía poner debajo del astro rey hasta el horizonte; 8. Le quedaban unas dos horas de luz. No iba a seguir avanzando. Meterse en un bosque y encontrarse con un enemigo superior no entraba en lo que consideraba un final feliz.
Con un gesto llamó a sus Capitanes, Alféreces y Sargentos.
"Aquí hemos llegado y aquí nos quedaremos. Pondré el Papa Charlie al lado de la capilla"
Sus hombres le miraron extrañados, aunque no mucho, de vez en cuando soltaba alguna palabra rara...
"Fuera, quiero decir el puesto de mando. Desplegaremos en dos batallones, 3 de fondo. 25 pasos de intervalo entre los dos, a la misma altura. 10 pasos delante de la capilla. Dejar los caballos al cuidado de los heridos o de los que no se puedan mover. Necesitamos el mayor número posible de gente en la línea de fuego. Distribuir las banderas a lo largo de los batallones, que parezca que somos mas de lo que estamos".
"Martín. ¿De dónde eres?" Pregunto a uno de sus Alféreces mas jóvenes.
"De Toledo, como ya sabeis".
"Muy apropiado...pues esta capilla hoy es como si fuera la plaza de Zocodover, y no creo que quieras que ningún hereje pise la plaza de tu ciudad. Ni los demás". Así que ya sabeis. Bredas colocadas, armas a punto y preparaos para la espera, que me temo que no va a ser mucho tiempo".
En ese momento el viento trajo unos acordes de corneta desde el noreste.
"Lo dicho, que Dios reparta suerte, porque como reparta justicia vamos jodidos. Caballeros a sus puestos de combate".
“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
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Un soldado de cuatro siglos
Pedro recorrió las diferentes instalaciones del orfanato de Valencia, comprobando la marcha de las diferentes clases que se impartían a los huérfanos bajo su patrocinio. Los niños recibían clases de lengua, idiomas desde su infancia, y a partir de los doce años se les enseñaba algún oficio, en muchas ocasiones relacionados con las empresas del propio Pedro. Todo marchaba bien, y se estaba ofreciendo una oportunidad a muchos niños que de lo contrario hubiesen acabado siendo expósitos.
Hoy sin embargo había visitado el orfanato por una razón diferente. Por primera vez un grupo de alumnos de la clase especial del orfanato iba a egresar, y los chicos iban a tener una misión diferente.
—Un magnifico expediente, señorita Jiménez. —dijo Pedro mientras leía el expediente de una de las alumnas. —Habláis francés e italiano, y por supuesto domináis las letras e incluso los números e incluso habéis tomado clases de interpretación. —La chica parecía un poco intimidada por la presencia de Pedro, por lo que respondía con monosílabos, así que Pedro continuó.
—Y sois hermosa, muy hermosa. Si estáis dispuesta a aceptar el trabajo que os ofrezco, deberéis acompañarme a mi hogar, allí se os impartirán las ultimas lecciones e instrucciones. Después, en unas semanas, os presentare a la compañía de comediantes de maese Pedersoli, a la que os uniréis en su viaje al norte.
—Gracias ilustrísima…iré…vos me salvasteis, nos salvasteis a todos, haría cualquier cosa por vos.
—En ese caso recoged vuestras cosas y despedíos de vuestros amigos. Os esperare en el patio en dos horas.
Cuando la chica, Lucia salió del despacho, Pedro cogió el siguiente expediente y espero la llegada del siguiente joven mientras leía. El día iba bien, y ya había conseguido una docena de buenos ejemplares, cinco chicos y siete chicas, jóvenes, inteligentes y en el caso de las mujeres, muy hermosas. Esperaba encontrar algunos más antes de regresar a casa…
Hoy sin embargo había visitado el orfanato por una razón diferente. Por primera vez un grupo de alumnos de la clase especial del orfanato iba a egresar, y los chicos iban a tener una misión diferente.
—Un magnifico expediente, señorita Jiménez. —dijo Pedro mientras leía el expediente de una de las alumnas. —Habláis francés e italiano, y por supuesto domináis las letras e incluso los números e incluso habéis tomado clases de interpretación. —La chica parecía un poco intimidada por la presencia de Pedro, por lo que respondía con monosílabos, así que Pedro continuó.
—Y sois hermosa, muy hermosa. Si estáis dispuesta a aceptar el trabajo que os ofrezco, deberéis acompañarme a mi hogar, allí se os impartirán las ultimas lecciones e instrucciones. Después, en unas semanas, os presentare a la compañía de comediantes de maese Pedersoli, a la que os uniréis en su viaje al norte.
—Gracias ilustrísima…iré…vos me salvasteis, nos salvasteis a todos, haría cualquier cosa por vos.
—En ese caso recoged vuestras cosas y despedíos de vuestros amigos. Os esperare en el patio en dos horas.
Cuando la chica, Lucia salió del despacho, Pedro cogió el siguiente expediente y espero la llegada del siguiente joven mientras leía. El día iba bien, y ya había conseguido una docena de buenos ejemplares, cinco chicos y siete chicas, jóvenes, inteligentes y en el caso de las mujeres, muy hermosas. Esperaba encontrar algunos más antes de regresar a casa…
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
Dos jinetes del Regimiento de caballería de Stalhansk se acercaron a su coronel, que se encontraba al lado de un gran árbol.
-"Allí, se encuentran allí".
El coronel, Torsten Stalhansk les miró. Los fineses no tenían como virtud el tradicional respeto por los oficiales. Las virtudes de los hakkapeliittas eran otras.
-"Donde y cuantos son".
Los dos exploradores se atropellaron en las respuestas y tras un rato de vocerío Torsten se había hecho una imagen mental.
Había dos destacamentos (mangas) , seguramente arcabuceros pues no había picas a la vista. Debían estar esperando a mas fuerzas pues se encontraban tranquilamente parados en medio de un llano. Sin picas y alejados de los bosques hubieran sido presa fácil para una carga, por lo que debía haber cerca mas enemigos, aunque los hakkapeliittas juraban y perjuraban que no había nadie mas. Siempre había otra opción, y es que su jefe fuera un inútil. No sería el primero.
El regimiento avanzó muy despacio hasta la linde del bosque y efectivamente, allí estaban. Dos mangas, separadas unos 15 metros una de otra, pero curiosa y peligrosamente alejados de la seguridad del bosque. Bien una carga y habría 500 enemigos menos. Y un buen botín relativamente fácil.
-"Allí, se encuentran allí".
El coronel, Torsten Stalhansk les miró. Los fineses no tenían como virtud el tradicional respeto por los oficiales. Las virtudes de los hakkapeliittas eran otras.
-"Donde y cuantos son".
Los dos exploradores se atropellaron en las respuestas y tras un rato de vocerío Torsten se había hecho una imagen mental.
Había dos destacamentos (mangas) , seguramente arcabuceros pues no había picas a la vista. Debían estar esperando a mas fuerzas pues se encontraban tranquilamente parados en medio de un llano. Sin picas y alejados de los bosques hubieran sido presa fácil para una carga, por lo que debía haber cerca mas enemigos, aunque los hakkapeliittas juraban y perjuraban que no había nadie mas. Siempre había otra opción, y es que su jefe fuera un inútil. No sería el primero.
El regimiento avanzó muy despacio hasta la linde del bosque y efectivamente, allí estaban. Dos mangas, separadas unos 15 metros una de otra, pero curiosa y peligrosamente alejados de la seguridad del bosque. Bien una carga y habría 500 enemigos menos. Y un buen botín relativamente fácil.
“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
- tercioidiaquez
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Un soldado de cuatro siglos
Los fineses comenzaron la galopada hacia los españoles a unos 400 metros. Curiosamente vieron que no intentaron huir. Bien, eso demostraba que eran soldados veteranos, pero de poco les iba a servir sin picas. Si, los arcabuces les harían alguna baja, pero se lo cobrarían cuando llegaran al cuerpo a cuerpo.
300 metros.
Los fineses comenzaron a gritar y a hacer tremolar sus sables sobre sus cabezas. Torsten oyó unas voces en español, y a continuación la primera fila de cada manga se arrodilló. Iban a afinar la puntería.
200 metros.
Otra voz se sobrepuso sobre las demás. Las tres filas traseras izaron sus armas y apuntaron. También brillaba algo en su punta.Iban a disparar a la vez. Bien, alguno mas de los hakkapeliitas caería pero al no hacer fuego por salvas solo harían un disparo.
100 metros
Los fineses estaban henchidos por la furia cuando una voz se oyó sobre las filas españolas "Fuego".
Una mano invisible arrojó varias decenas de jinetes y caballos al suelo, en un tremendo tumulto. Otros, que venían detrás no pudieron esquivar a sus compañeros y tropezaron, cayendo hombres y monturas en un tremendo amasijo de carne, hierro y sangre.
Torsten suspiró aliviado y en un segundo pasó por su cabeza que era la salva mas mortífera que había presenciado pero ahora les tocaba a ellos.
50 metros. La primera fila en lugar recargar puso sus mosquetes apoyados por la culata contra el suelo en un ángulo de 45 grados. Y a esa distancia pudo descubrir el brillo de sus puntas. Un "chuzo" de metal que se encontraba al lado del cañón. Que demonios...
Pero sus hombres siguieron adelante...para comprobar como los caballos rehusaban avanzar ante el muro erizado de puntas que les ofrecían. Alguno tiró a su jinete al suelo, cayendo entre los españoles y pudo observar la eficacia de ese "chuzo" cuando le abrío otro agujero cerca de donde había tenido el ombligo.
Alguno de los fineses, incapaz de seguir descargó su pistola provocando alguna baja, pero la mayoría no hacía mas que arrojar insultos a los "cobardes católicos".
Preocupado el coronel sueco observó como las dos filas traseras no habian estado esperando, sino que volvían a apuntar sus armas. Otra descarga pero a esa distancia sería...Torsten fue lo último que pensó cuando una bala le entró por la boca y le salío por la nuca.
300 metros.
Los fineses comenzaron a gritar y a hacer tremolar sus sables sobre sus cabezas. Torsten oyó unas voces en español, y a continuación la primera fila de cada manga se arrodilló. Iban a afinar la puntería.
200 metros.
Otra voz se sobrepuso sobre las demás. Las tres filas traseras izaron sus armas y apuntaron. También brillaba algo en su punta.Iban a disparar a la vez. Bien, alguno mas de los hakkapeliitas caería pero al no hacer fuego por salvas solo harían un disparo.
100 metros
Los fineses estaban henchidos por la furia cuando una voz se oyó sobre las filas españolas "Fuego".
Una mano invisible arrojó varias decenas de jinetes y caballos al suelo, en un tremendo tumulto. Otros, que venían detrás no pudieron esquivar a sus compañeros y tropezaron, cayendo hombres y monturas en un tremendo amasijo de carne, hierro y sangre.
Torsten suspiró aliviado y en un segundo pasó por su cabeza que era la salva mas mortífera que había presenciado pero ahora les tocaba a ellos.
50 metros. La primera fila en lugar recargar puso sus mosquetes apoyados por la culata contra el suelo en un ángulo de 45 grados. Y a esa distancia pudo descubrir el brillo de sus puntas. Un "chuzo" de metal que se encontraba al lado del cañón. Que demonios...
Pero sus hombres siguieron adelante...para comprobar como los caballos rehusaban avanzar ante el muro erizado de puntas que les ofrecían. Alguno tiró a su jinete al suelo, cayendo entre los españoles y pudo observar la eficacia de ese "chuzo" cuando le abrío otro agujero cerca de donde había tenido el ombligo.
Alguno de los fineses, incapaz de seguir descargó su pistola provocando alguna baja, pero la mayoría no hacía mas que arrojar insultos a los "cobardes católicos".
Preocupado el coronel sueco observó como las dos filas traseras no habian estado esperando, sino que volvían a apuntar sus armas. Otra descarga pero a esa distancia sería...Torsten fue lo último que pensó cuando una bala le entró por la boca y le salío por la nuca.
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Un soldado de cuatro siglos
Otro regimiento de caballería sufrió la misma suerte, ya que al encontrar con un blanco teóricamente fácil no dudaron en repetir la carga, a pesar de los comentarios de los supervivientes del regimiento fines.
El prado comenzaba a llenarse de cadáveres de soldados y sus monturas.
Las primeras unidades de infantería en llegar fueron unos regimientos alemanes, que mayor conocedoras del terreno iban en cabeza. En realidad el monarca sueco prefería usar a las unidades menos fiables como carne de cañón, y si alguna iba a ser sorprendida, mejor que no fueran sus veteranos de colores.
Los regimientos de Uslar, Erbach y Brandenstein formaban la brigada que iba en vanguardia, un total de 1000 hombres, 200 con picas y el resto con arcabuces. Al llegar al claro observaron las dos formaciones enemigas. Su coronel mas antiguo y jefe de la brigada, Ludwig Uslar, ordenó desplegar y avanzar inmediatamente. Tan solo quedaban un par de horas de luz y debían avanzar lo máximo posible hacia Viena.
Con los piqueros en el centro y 400 tiradores a cada lado ocupaban mas frente que los españoles y hacia ellos se dirigieron.
Diego observó la situación y comenzó a impartir órdenes.
-"Tomasillo. Toque de avance". Acto seguido, un rapaz de apenas 12 años lanzó unas vibrantes notas con su corneta de órdenes. Y como si estuvieran desfilando delante del Rey, el regimiento avanzó a buen paso, garganta del culatín del mosquete, apoyado en el antebrazo, totalmente vertical el arma de fuego.
Si los alemanes se mostraron sorprendidos al ver avanzar a sus enemigos no lo demostraron y continuaron su paso.
-"Alto. Primera línea, rodilla en tierra".
Las órdenes se cumplieron inmediatamente y a unos 300 metros de distancia, los españoles comenzaron a escupir plomo. Los alemanes ahora si fueron sorprendidos, ya que esperaban acercarse mas para comenzar a disparar. Las bajas comenzaron a salpicar el suelo, pero mantuvieron el paso firme. Al llegar a 100 metros se pararon y dispararon. Los españoles comenzaron a caer, ahora en mayor número, pero lograron mantener una cadencia mayor, y el intercambio de disparos les favorecía a pesar de ser menos.
Diego observó el "paloteo" en los piqueros que tan solo miraban como unos y otros se disparaban.
"Granaderos al frente".
Una docena de soldados surgió de sus filas, corriendo, con el mosquete colgado atravesado a la espalda, con algo con una mecha prendida. Varios cayeron por los disparos, pero 7 lograron acercarse lo suficiente para arrojar las granadas. Mas que efectos reales, la sorpresa fue devastadora.
Diego no lo dudo. -"Santiago, Cierra España. Carguen".
Y a punta de bredas los españoles desalojaron a los alemanes, dejando tendidos en el suelo a la mitad de sus hombres. Mientras que de la otra mitad muchos no pararon de correr hasta toparse con la siguiente unidad.
El prado comenzaba a llenarse de cadáveres de soldados y sus monturas.
Las primeras unidades de infantería en llegar fueron unos regimientos alemanes, que mayor conocedoras del terreno iban en cabeza. En realidad el monarca sueco prefería usar a las unidades menos fiables como carne de cañón, y si alguna iba a ser sorprendida, mejor que no fueran sus veteranos de colores.
Los regimientos de Uslar, Erbach y Brandenstein formaban la brigada que iba en vanguardia, un total de 1000 hombres, 200 con picas y el resto con arcabuces. Al llegar al claro observaron las dos formaciones enemigas. Su coronel mas antiguo y jefe de la brigada, Ludwig Uslar, ordenó desplegar y avanzar inmediatamente. Tan solo quedaban un par de horas de luz y debían avanzar lo máximo posible hacia Viena.
Con los piqueros en el centro y 400 tiradores a cada lado ocupaban mas frente que los españoles y hacia ellos se dirigieron.
Diego observó la situación y comenzó a impartir órdenes.
-"Tomasillo. Toque de avance". Acto seguido, un rapaz de apenas 12 años lanzó unas vibrantes notas con su corneta de órdenes. Y como si estuvieran desfilando delante del Rey, el regimiento avanzó a buen paso, garganta del culatín del mosquete, apoyado en el antebrazo, totalmente vertical el arma de fuego.
Si los alemanes se mostraron sorprendidos al ver avanzar a sus enemigos no lo demostraron y continuaron su paso.
-"Alto. Primera línea, rodilla en tierra".
Las órdenes se cumplieron inmediatamente y a unos 300 metros de distancia, los españoles comenzaron a escupir plomo. Los alemanes ahora si fueron sorprendidos, ya que esperaban acercarse mas para comenzar a disparar. Las bajas comenzaron a salpicar el suelo, pero mantuvieron el paso firme. Al llegar a 100 metros se pararon y dispararon. Los españoles comenzaron a caer, ahora en mayor número, pero lograron mantener una cadencia mayor, y el intercambio de disparos les favorecía a pesar de ser menos.
Diego observó el "paloteo" en los piqueros que tan solo miraban como unos y otros se disparaban.
"Granaderos al frente".
Una docena de soldados surgió de sus filas, corriendo, con el mosquete colgado atravesado a la espalda, con algo con una mecha prendida. Varios cayeron por los disparos, pero 7 lograron acercarse lo suficiente para arrojar las granadas. Mas que efectos reales, la sorpresa fue devastadora.
Diego no lo dudo. -"Santiago, Cierra España. Carguen".
Y a punta de bredas los españoles desalojaron a los alemanes, dejando tendidos en el suelo a la mitad de sus hombres. Mientras que de la otra mitad muchos no pararon de correr hasta toparse con la siguiente unidad.
“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
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Un soldado de cuatro siglos
Madrid
Pedro entró en la taberna, que en aquel momento bullía de actividad. Desde su llegada a este tiempo había tratado de evitar en lo posible este tipo de antros faltos de higiene, pero hoy no había tenido más remedio que acudir a ella, aunque al menos esta no era de las peores que había visto. No tardo en localizar al hombre que motivaba su visita, fácilmente reconocible por su cabello y sus inconfundibles anteojos a los que daría nombre.
—Salvador, proteged la zona, por favor. —dijo a su jefe armas, el mismo veterano al que había contratado años atrás en Valencia, y que ahora dirigía a su escolta aumentada a tres equipos de tres hombres, que proporcionaban protección en tres anillos de seguridad a su alrededor. De hecho en ese momento había seis de sus hombres en el interior de la sala de la taberna, Salvador incluido, y otros tres protegiendo el exterior. Muchos hombres, pero era una necesidad desde que unas semanas atrás hubiese sufrido un intento de asesinato en Valencia, en forma de duelo, por supuesto. Desde entonces había notado varios intentos de provocarle, por fortuna rápidamente atajados por sus hombres.
—Como queráis, Don Pedro, la zona parece segura, pero estad al tanto. —dijo el veterano soldado mientras se retiraba a un lado.
—Bienvenido, Don Pedro, ¿Esperáis problemas? —saludo su interlocutor al tiempo que se interesaba por su escolta para a continuación llamar al mesonero. —¡Mesonero, otra jarra de vino para mi amigo!
—Gracias, Don Diego. No, no espero problemas, pero de un tiempo a esta parte ha habido varios movimientos preocupantes a mi alrededor, así que no está de más en ser precavido.
—Sobre todo con el asunto que nos traemos entre manos. —respondió Diego haciendo una pausa mientras el mesonero dejaba una jarra de vino y unas aceitunas en la mesa. —Seguí vuestras instrucciones al pie de la letra.
—¿Tuvisteis algún problema, Don Diego? —quiso saber Pedro.
—Ninguno en absoluto, y he de deciros que los pasquines tuvieron el impacto esperado y hubo algunos conatos de protesta, aun poco importantes me temo.
—Esa es una magnífica noticia, Don Diego, y nos marca el camino a seguir. —afirmo Pedro.
— ¿Y cuál es ese camino, Don Pedro? No entiendo para qué sirven estas cosas.
—Atacamos a los enemigos de España con la pluma, Don Diego, y para ello nada mejor que vos.
—¿Atacarlos con la pluma? ¿Qué beneficio tiene eso si no es aliviar el alma?
—Don Diego, creedme cuando os digo que la pluma es más poderosa que la espada. España está perdiendo la batalla del relato pues son los ingleses, holandeses, franceses, e incluso italianos quienes están escribiendo el relato de la historia. Eso va a cambiar. Nosotros no nos limitaremos a desmentir a aquellas fuentes, sino que las hundiremos en la ignominia.
Atacaremos a los luteranos llamándolos marranos, cerdos, barbaros, y fanáticos religiosos que queman a miles de mujeres al año acusadas de brujería.
—¿Es eso cierto?
—Tiene un poso de verdad, treinta años atrás en Alemania quemaron unas veinte mil mujeres en diez años. Una pequeña verdad que nosotros adornaremos, y multiplicaremos el número de asesinatos y el de años en los que ocurrió. En la faltriquera que voy a entregaros hay numerosos casos confirmados por mis agentes en Alemania. Casos con nombre y apellido y el lugar en el que fueron asesinadas. Unas por ser demasiado hermosas y encandilar a los hombres, suficiente para que aquellos herejes las acusasen de brujería. Otras por confiar la sanación de los enfermos en algún remedio popular, un claro ejemplo de brujería para aquellos ignorantes.
—¿Cómo queréis que lo hagamos?
—Inventad historias de mujeres inocentes capturadas por fanáticos, torturas horribles y asesinatos. Conocéis grabadores, que ellos realicen gravados de esos actos, y traducid los escritos al holandés y alemán para enviar esos escritos a aquellos lares.
—¿Entonces no nos limitaremos a contar esa historia en España?
—No, esa historia debe llegar a todo el mundo. Si en unos años no hay traducciones al italiano o al polaco, tendremos que traducirlos nosotros y acelerar las cosas.
—Vos pagáis, perded cuidado que así se hará. ¿Hay más historias que queréis que escribamos?
—Por supuesto. La brujería servirá para atacar a los luteranos alemanes y holandeses, pero también atacaremos a calvinistas y anglicanos. ¿Sabéis que Calvino asesino a quinientas personas en los diez años que gobernó Ginebra? Quinientas sobre una población de diez mil, para que la inquisición a la que acusan de los peores males igualase esa crueldad, debería haber asesinado a tres millones de los españoles.
—¿Tantos? —respondió Diego mientras calculaba rápidamente la comparativa. —Si parecen muchos.
—Exacto, y no olvidemos los casos en los que los ingleses están persiguiendo a los católicos irlandeses hasta los pantanos para masacrarlos. Hay muchos casos para atacar, y vuesa merced debe ser quien los magnifique con la ayuda de gentes escogidas, labor por la que se os pagara generosamente, no os preocupéis. —explico Pedro. —Así que escuchad atentamente.
Pedro entró en la taberna, que en aquel momento bullía de actividad. Desde su llegada a este tiempo había tratado de evitar en lo posible este tipo de antros faltos de higiene, pero hoy no había tenido más remedio que acudir a ella, aunque al menos esta no era de las peores que había visto. No tardo en localizar al hombre que motivaba su visita, fácilmente reconocible por su cabello y sus inconfundibles anteojos a los que daría nombre.
—Salvador, proteged la zona, por favor. —dijo a su jefe armas, el mismo veterano al que había contratado años atrás en Valencia, y que ahora dirigía a su escolta aumentada a tres equipos de tres hombres, que proporcionaban protección en tres anillos de seguridad a su alrededor. De hecho en ese momento había seis de sus hombres en el interior de la sala de la taberna, Salvador incluido, y otros tres protegiendo el exterior. Muchos hombres, pero era una necesidad desde que unas semanas atrás hubiese sufrido un intento de asesinato en Valencia, en forma de duelo, por supuesto. Desde entonces había notado varios intentos de provocarle, por fortuna rápidamente atajados por sus hombres.
—Como queráis, Don Pedro, la zona parece segura, pero estad al tanto. —dijo el veterano soldado mientras se retiraba a un lado.
—Bienvenido, Don Pedro, ¿Esperáis problemas? —saludo su interlocutor al tiempo que se interesaba por su escolta para a continuación llamar al mesonero. —¡Mesonero, otra jarra de vino para mi amigo!
—Gracias, Don Diego. No, no espero problemas, pero de un tiempo a esta parte ha habido varios movimientos preocupantes a mi alrededor, así que no está de más en ser precavido.
—Sobre todo con el asunto que nos traemos entre manos. —respondió Diego haciendo una pausa mientras el mesonero dejaba una jarra de vino y unas aceitunas en la mesa. —Seguí vuestras instrucciones al pie de la letra.
—¿Tuvisteis algún problema, Don Diego? —quiso saber Pedro.
—Ninguno en absoluto, y he de deciros que los pasquines tuvieron el impacto esperado y hubo algunos conatos de protesta, aun poco importantes me temo.
—Esa es una magnífica noticia, Don Diego, y nos marca el camino a seguir. —afirmo Pedro.
— ¿Y cuál es ese camino, Don Pedro? No entiendo para qué sirven estas cosas.
—Atacamos a los enemigos de España con la pluma, Don Diego, y para ello nada mejor que vos.
—¿Atacarlos con la pluma? ¿Qué beneficio tiene eso si no es aliviar el alma?
—Don Diego, creedme cuando os digo que la pluma es más poderosa que la espada. España está perdiendo la batalla del relato pues son los ingleses, holandeses, franceses, e incluso italianos quienes están escribiendo el relato de la historia. Eso va a cambiar. Nosotros no nos limitaremos a desmentir a aquellas fuentes, sino que las hundiremos en la ignominia.
Atacaremos a los luteranos llamándolos marranos, cerdos, barbaros, y fanáticos religiosos que queman a miles de mujeres al año acusadas de brujería.
—¿Es eso cierto?
—Tiene un poso de verdad, treinta años atrás en Alemania quemaron unas veinte mil mujeres en diez años. Una pequeña verdad que nosotros adornaremos, y multiplicaremos el número de asesinatos y el de años en los que ocurrió. En la faltriquera que voy a entregaros hay numerosos casos confirmados por mis agentes en Alemania. Casos con nombre y apellido y el lugar en el que fueron asesinadas. Unas por ser demasiado hermosas y encandilar a los hombres, suficiente para que aquellos herejes las acusasen de brujería. Otras por confiar la sanación de los enfermos en algún remedio popular, un claro ejemplo de brujería para aquellos ignorantes.
—¿Cómo queréis que lo hagamos?
—Inventad historias de mujeres inocentes capturadas por fanáticos, torturas horribles y asesinatos. Conocéis grabadores, que ellos realicen gravados de esos actos, y traducid los escritos al holandés y alemán para enviar esos escritos a aquellos lares.
—¿Entonces no nos limitaremos a contar esa historia en España?
—No, esa historia debe llegar a todo el mundo. Si en unos años no hay traducciones al italiano o al polaco, tendremos que traducirlos nosotros y acelerar las cosas.
—Vos pagáis, perded cuidado que así se hará. ¿Hay más historias que queréis que escribamos?
—Por supuesto. La brujería servirá para atacar a los luteranos alemanes y holandeses, pero también atacaremos a calvinistas y anglicanos. ¿Sabéis que Calvino asesino a quinientas personas en los diez años que gobernó Ginebra? Quinientas sobre una población de diez mil, para que la inquisición a la que acusan de los peores males igualase esa crueldad, debería haber asesinado a tres millones de los españoles.
—¿Tantos? —respondió Diego mientras calculaba rápidamente la comparativa. —Si parecen muchos.
—Exacto, y no olvidemos los casos en los que los ingleses están persiguiendo a los católicos irlandeses hasta los pantanos para masacrarlos. Hay muchos casos para atacar, y vuesa merced debe ser quien los magnifique con la ayuda de gentes escogidas, labor por la que se os pagara generosamente, no os preocupéis. —explico Pedro. —Así que escuchad atentamente.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
Viena
Benito espero a que todos los trabajadores hubiesen dejado el almacén antes de empezar a trabajar. Poco antes habían descargado una pesada caja que contenía un espejo de gran tamaño, regalo del Rey de España al emperador Fernando II de Habsburgo. Sin embargo nadie salvo Benito sabía que aquella caja había llevado otra carga, cientos de panfletos repletos de atrocidades, reales o imaginarias, atribuidas a los enemigos de España.
Esa noche ocultó los panfletos en un lugar seguro antes de regresar a su casa. Durante unos días espero, realizando sus actividades cotidianas para dejar que se desvaneciese cualquier rastro que pudiese conectar aquellos papeles con el envío de los espejos. Únicamente cuando estuvo seguro que nadie sospechaba nada, regreso al escondrijo y aprovechando las sombras de la noche, retiro el primer fajo de papeles. A continuación recorrió la ciudad, repartiendo los panfletos puerta a puerta, dejándolos en las diferentes iglesias de la ciudad para que fuesen los sacerdotes los que los leyesen y expandiesen los rumores. Él se convertía así en el iniciador, pero los pulpitos y sermones serían los propagadores que alimentarían las noticias.
Al día siguiente la ciudad despertó como cualquier día, pero los pocos caballeros capaces de leer se desayunaron leyendo aquellos panfletos, dejados en decenas de sitios de la ciudad. a mediodía fueron tres los curas de la ciudad que incluyeron las noticias de las persecuciones y asesinatos en masa de católicos irlandeses en sus sermones. Una semana después todos los sacerdotes habían realizado al menos un sermón incluyendo aquellas matanzas, y las noticias habían saltado ya a los pueblos cercanos, en muchos casos por medio de copias realizadas a mano de las noticias.
Aunque Benito no lo sabía, escenas similares estaban llevándose a cabo en ciudades como Roma, Módena, Venecia, Varsovia y el propio Paris. En ellas agentes españoles aprovechaban los envíos de mercancías para recoger los pasquines, traducidos a los más diversos idiomas para lograr el máximo efecto.
Mucho más lejos, Pedro prendió alfileres en un gran mapa de Europa. En Viena un alfiler rojo señalaba que se estaban esparciendo los rumores sobre la crueldad anglicana. Conservadoramente no había querido esparcir allí los rumores sobre los luteranos alemanes, que al fin y al cabo eran sus primos hermanos y no actuaban demasiado diferente a como lo hacían los hombres del emperador Fernando, y no quería alimentarlos. En Roma en cambio se esparcieron rumores sobre los luteranos, lo mismo que en Paris, en donde se añadieron los rumores sobre los calvinistas.
Así, en solo unos meses, empezaría la guerra propagandística a una escala nunca antes vista…
Benito espero a que todos los trabajadores hubiesen dejado el almacén antes de empezar a trabajar. Poco antes habían descargado una pesada caja que contenía un espejo de gran tamaño, regalo del Rey de España al emperador Fernando II de Habsburgo. Sin embargo nadie salvo Benito sabía que aquella caja había llevado otra carga, cientos de panfletos repletos de atrocidades, reales o imaginarias, atribuidas a los enemigos de España.
Esa noche ocultó los panfletos en un lugar seguro antes de regresar a su casa. Durante unos días espero, realizando sus actividades cotidianas para dejar que se desvaneciese cualquier rastro que pudiese conectar aquellos papeles con el envío de los espejos. Únicamente cuando estuvo seguro que nadie sospechaba nada, regreso al escondrijo y aprovechando las sombras de la noche, retiro el primer fajo de papeles. A continuación recorrió la ciudad, repartiendo los panfletos puerta a puerta, dejándolos en las diferentes iglesias de la ciudad para que fuesen los sacerdotes los que los leyesen y expandiesen los rumores. Él se convertía así en el iniciador, pero los pulpitos y sermones serían los propagadores que alimentarían las noticias.
Al día siguiente la ciudad despertó como cualquier día, pero los pocos caballeros capaces de leer se desayunaron leyendo aquellos panfletos, dejados en decenas de sitios de la ciudad. a mediodía fueron tres los curas de la ciudad que incluyeron las noticias de las persecuciones y asesinatos en masa de católicos irlandeses en sus sermones. Una semana después todos los sacerdotes habían realizado al menos un sermón incluyendo aquellas matanzas, y las noticias habían saltado ya a los pueblos cercanos, en muchos casos por medio de copias realizadas a mano de las noticias.
Aunque Benito no lo sabía, escenas similares estaban llevándose a cabo en ciudades como Roma, Módena, Venecia, Varsovia y el propio Paris. En ellas agentes españoles aprovechaban los envíos de mercancías para recoger los pasquines, traducidos a los más diversos idiomas para lograr el máximo efecto.
Mucho más lejos, Pedro prendió alfileres en un gran mapa de Europa. En Viena un alfiler rojo señalaba que se estaban esparciendo los rumores sobre la crueldad anglicana. Conservadoramente no había querido esparcir allí los rumores sobre los luteranos alemanes, que al fin y al cabo eran sus primos hermanos y no actuaban demasiado diferente a como lo hacían los hombres del emperador Fernando, y no quería alimentarlos. En Roma en cambio se esparcieron rumores sobre los luteranos, lo mismo que en Paris, en donde se añadieron los rumores sobre los calvinistas.
Así, en solo unos meses, empezaría la guerra propagandística a una escala nunca antes vista…
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
Había caído la noche cuando Diego repasó con la vista a sus hombres. Se encontraban sentados, descansando y comiendo algo de lo que cada uno llevaba en su bolsa.
Habían rechazado 8 ataques, 4 de infantería y 4 de caballería, pero ya había perdido la mitad de sus hombres entre muertos y heridos. Los que podían se mantenían en la línea, ayudando a los compañeros, ya fuera cargando mosquetes o disparando el que podía.
La munición escaseaba y habían recurrido a coger la de los caídos, pero aún así poco iban a poder hacer si al final, los herejes atacaban con infantería y caballería de manera coordinada, no como habían hecho hasta ahora.
La mayoría de los rostros estaban ennegrecidos por la pólvora y muchos hombros se encontraban doloridos por el retroceso del sinfin de disparos efectuados. Arañazos y golpes atestiguaban que habían llegado al cuerpo a cuerpo varias veces. Afortunadamente concentrando el fuego en los piqueros solo se habían enfrentado a los arcabuceros, que con la espada se encontraban en desventaja ante las bredas de los españoles.
Los soldados apenas hablaban, alguno incluso dormitaba. Había destacado algunos binomios a vanguardia para que tendidos en el suelo pudieran avisar si los protestantes avanzaban.
Afinando el oido oyó incluso alguna carcajada queda. Pero no se hacía ilusiones y pensaba Diego que como mucho podrían aguantar un asalto más, cuando Tomasillo llegó corriendo:
-"Maese Diego, maese Diego. Vienen soldados por detrás". Habló excitado señalando el camino de Viena.
Diego se echó el mosquete al hombro. Había perdido su ropera en el pecho de un oficial que solo pudo gritar "Mein Gott" o algo similar.
Diego esperaba que fueran las tropas del Cardenal Infante, no se molestó en alertar a sus hombres. Si no lo eran estaban perdidos hicieran lo que hicieran.
Entonces oyó una música que por un instante le transportó a su época de origen, cuando en la fría noche de Viena sonó:
https://www.youtube.com/watch?v=ITwuz9R ... j&index=19
Sus hombres se dieron la vuelta y poniéndose en pie observaron a su retaguardia como entre las sombras aparecía una larga columa con varios hombres a caballo delante. Por su flanco 4 tiros de caballos aparecieron a toda velocidad, remolcando cada uno , sendas piezas de 4 libras, y varios artilleros montados encima.
Los hombres de Diego comenzaron a aclamar a los recién llegados. Como sí se encontraran en la Plaza Mayor de Madrid, los dos Regimientos de la Guardia penetraron entre las dos formaciónes de los dragones y se desplegaron a derecha e izquierda.
-"Ahora llegais, cuando ya hemos hecho el trabajo difícil".
-"No íbamos a dejaros con el botin de los hideputas herejes".
Los hombres de Diego respiraron aliviados y saludaban a hispanos e italianos que prontamente desplegaron delante de ellos.
Unas figuras a caballo se acercaron hasta llegar a Diego.
Este reconoció a los dos maestres de Campo de la Guardia, Toralto e Idiaquez.
El último le dijo:
-" A fe Diego, que tenéis un aspecto horrible".
-"A fe Martín, que tenéis razón".
Habían rechazado 8 ataques, 4 de infantería y 4 de caballería, pero ya había perdido la mitad de sus hombres entre muertos y heridos. Los que podían se mantenían en la línea, ayudando a los compañeros, ya fuera cargando mosquetes o disparando el que podía.
La munición escaseaba y habían recurrido a coger la de los caídos, pero aún así poco iban a poder hacer si al final, los herejes atacaban con infantería y caballería de manera coordinada, no como habían hecho hasta ahora.
La mayoría de los rostros estaban ennegrecidos por la pólvora y muchos hombros se encontraban doloridos por el retroceso del sinfin de disparos efectuados. Arañazos y golpes atestiguaban que habían llegado al cuerpo a cuerpo varias veces. Afortunadamente concentrando el fuego en los piqueros solo se habían enfrentado a los arcabuceros, que con la espada se encontraban en desventaja ante las bredas de los españoles.
Los soldados apenas hablaban, alguno incluso dormitaba. Había destacado algunos binomios a vanguardia para que tendidos en el suelo pudieran avisar si los protestantes avanzaban.
Afinando el oido oyó incluso alguna carcajada queda. Pero no se hacía ilusiones y pensaba Diego que como mucho podrían aguantar un asalto más, cuando Tomasillo llegó corriendo:
-"Maese Diego, maese Diego. Vienen soldados por detrás". Habló excitado señalando el camino de Viena.
Diego se echó el mosquete al hombro. Había perdido su ropera en el pecho de un oficial que solo pudo gritar "Mein Gott" o algo similar.
Diego esperaba que fueran las tropas del Cardenal Infante, no se molestó en alertar a sus hombres. Si no lo eran estaban perdidos hicieran lo que hicieran.
Entonces oyó una música que por un instante le transportó a su época de origen, cuando en la fría noche de Viena sonó:
https://www.youtube.com/watch?v=ITwuz9R ... j&index=19
Sus hombres se dieron la vuelta y poniéndose en pie observaron a su retaguardia como entre las sombras aparecía una larga columa con varios hombres a caballo delante. Por su flanco 4 tiros de caballos aparecieron a toda velocidad, remolcando cada uno , sendas piezas de 4 libras, y varios artilleros montados encima.
Los hombres de Diego comenzaron a aclamar a los recién llegados. Como sí se encontraran en la Plaza Mayor de Madrid, los dos Regimientos de la Guardia penetraron entre las dos formaciónes de los dragones y se desplegaron a derecha e izquierda.
-"Ahora llegais, cuando ya hemos hecho el trabajo difícil".
-"No íbamos a dejaros con el botin de los hideputas herejes".
Los hombres de Diego respiraron aliviados y saludaban a hispanos e italianos que prontamente desplegaron delante de ellos.
Unas figuras a caballo se acercaron hasta llegar a Diego.
Este reconoció a los dos maestres de Campo de la Guardia, Toralto e Idiaquez.
El último le dijo:
-" A fe Diego, que tenéis un aspecto horrible".
-"A fe Martín, que tenéis razón".
“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
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Un soldado de cuatro siglos
Madrid
Mientras esperaba a que las deliberaciones en la corte finalizasen (en realidad era más bien una soterrada lucha de poder entre el válido y los partidarios del propio Pedro, concentrados en torno a la Iglesia), Pedro continuó realizando sus proyectos de desarrollo.
—Mi señora, acabo de leer la biografía de nuestro señor rey Felipe III y he de decir que ahora entiendo la admiración que os profesa Quevedo. —dijo Pedro mientras besaba la mano de Ana de Castro.
—Me halagáis, señor marques. —respondió la mujer con coquetería. —Solo soy una humilde escritora. —Pedro y Ana se enfrascaron en una conversación sobre la obra de la escritora y la lengua castellana en general, hablando largo y tendido de los escritores del momento y sus diferentes características, hasta que Pedro hizo una pregunta inesperada.
—Decidme, mi señora, ¿Qué opináis de la A?
—¿De la A? —preguntó extrañada.
—Sí, de la letra “A”. —dijo Pedro poniendo énfasis en la A.
—Es una vocal, la primera letra del alfabeto. —respondió Ana con extrañeza.
—Sí, es cierto. Es la primera letra del abecedario español, que representa un fonema vocálico central.
También es el sonido que representa la letra A.
Pero también es más cosas. En filosofía, para los escolásticos es una letra que representa la proposición universal afirmativa. —explico sin dejar hablar a la escritora.
—Sí, es todas esas cosas. —dijo ella dubitativa.
—Todas esas e incluso más, Ana. También es una preposición que puede utilizarse en muchos casos. —siguió diciendo Pedro.
—¿A dónde queréis llegar? —dijo Ana interesada.
—Llegaremos enseguida, antes decidme que sabéis de la palabra Ábaco…
Mientras esperaba a que las deliberaciones en la corte finalizasen (en realidad era más bien una soterrada lucha de poder entre el válido y los partidarios del propio Pedro, concentrados en torno a la Iglesia), Pedro continuó realizando sus proyectos de desarrollo.
—Mi señora, acabo de leer la biografía de nuestro señor rey Felipe III y he de decir que ahora entiendo la admiración que os profesa Quevedo. —dijo Pedro mientras besaba la mano de Ana de Castro.
—Me halagáis, señor marques. —respondió la mujer con coquetería. —Solo soy una humilde escritora. —Pedro y Ana se enfrascaron en una conversación sobre la obra de la escritora y la lengua castellana en general, hablando largo y tendido de los escritores del momento y sus diferentes características, hasta que Pedro hizo una pregunta inesperada.
—Decidme, mi señora, ¿Qué opináis de la A?
—¿De la A? —preguntó extrañada.
—Sí, de la letra “A”. —dijo Pedro poniendo énfasis en la A.
—Es una vocal, la primera letra del alfabeto. —respondió Ana con extrañeza.
—Sí, es cierto. Es la primera letra del abecedario español, que representa un fonema vocálico central.
También es el sonido que representa la letra A.
Pero también es más cosas. En filosofía, para los escolásticos es una letra que representa la proposición universal afirmativa. —explico sin dejar hablar a la escritora.
—Sí, es todas esas cosas. —dijo ella dubitativa.
—Todas esas e incluso más, Ana. También es una preposición que puede utilizarse en muchos casos. —siguió diciendo Pedro.
—¿A dónde queréis llegar? —dijo Ana interesada.
—Llegaremos enseguida, antes decidme que sabéis de la palabra Ábaco…
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
- tercioidiaquez
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Un soldado de cuatro siglos
Finalmente el sol salió en Viena y alumbró una escena horrible.
Centenares de cadáveres, personas y animales, sembraban las posiciones delante de los dos Tercios de la Guardia. Ellos también se habían llevado su parte y varias decenas de muertos y bastantes mas heridos habían hecho clarear sus filas.
Los hombres de Diego habían hecho maravillas acudiendo de un flanco amenazado al otro. Sus monturas estaban exhaustas, pero aún respondían a las órdenes.
Las 4 piezas de 4 libras también se habían hecho notar y habían logrado desmontar con rapidez la única batería sueca que había llegado.
Los tres maestres de Campo se encontraban reunidos, apoyado Diego con la espalda en la capilla, mientras los soldados aprestaban las armas y recogían las municiones que podían de los heridos y muertos.
-"Pintan bastos" comento Idiaquez.
-"No aguantaremos mucho, me temo" confirmó Toralto.
-"Pues habrá que hacer que pinten oros. Si cedemos se nos cuelan hasta la cocina. He enviado un mensajero para que nos avise de la llegada de nuestras tropas. No pueden tardar".
Tomasillo llegó corriendo.
-"Ya llegan, ya llegan".
No hizo falta preguntar quienes, pues Señalaba al bosque del que como varios manantiales surgían columnas de enemigos.
-"Esto no es una vanguardia" expresó Diego.
-"A mas enemigo, mas reputación". Confirmó Idiaquez.
-"Mi piace..." soltó en una risotada el italiano.
Cada uno se fue con sus hombres.
Las columnas enemigas se convirtieron en líneas, pero esta vez había una particularidad. No estaban formadas por los habituales uniformes en distintos tonos marrones, tan propios de Alemania. Al menos varios de los regimientos vestían un color predominante; amarillo, azul, rojo... Y detrás de ellos, rodeado por un nutrido grupo de coraceros, destacaba la figura de un oficial. Por la manera en la que se le dirigían o era el propio monarca sueco o Diego se comería sus botas.
En un visto y no visto 2 líneas de caballería se lanzaron al frente y detrás de ellos 2 brigadas (la Brigada Amarilla y la Brigada Azul). Tras ellos otras 2 (brigada verde y de Monroe, escoceses).
No fue difícil rechazar a la caballería. Esta solo era útil contra tropas que cedieran y se vinieran abajo moralmente. Pero lograron su objetivo que era fijar a los Tercios para que no se desplazaran y quedara fijos.
La caballería volvió grupas y se retiró a esperar la ocasión, dando paso a las dos formaciones de infantería.
Los españoles, gracias a su mayor alcance comenzaron a castigar primero las filas, pero justo cuando los suecos se disponían a hacer lo propio, Idiaquez gritó a sus hombres.
-"Ea señores, parece que estos demonios sin Dios nos quieren dar la puntilla y contra nosotros viene lo mejor que pueden poner en el campo, será cuestión de echarle redaños y aguantar firme. Cuando esos demonios amarillos se dejen ver, no quiero que ninguno desfallezca, aguantad firmes ante ellos y esperar a oír la detonación de sus mosquetes, en ese momento todo el mundo a tierra”.
Dicho y hecho. Los suecos quedaron sorprendidos, pero no tuvieron mucho tiempo, pues los españoles se levantaron y encararon con rapidez. La siguiente descarga los barrió.
No mucha mejor suerte tuvieron los de azul antes los disparos italianos.
A ellos se unieron los 4 cañones, 2 a cada lado de la línea española, tirando con toda la metralla que habían podido reunir.
Toralto, Idiaquez y Diego lo vieron claro. Los suecos estaban titubeando.
https://www.youtube.com/watch?v=buDrev_52-M
Al oírlo los soldados se echaron hacia delante. Llevaban horas aguantando a pie firme, sin moverse, y ahora podían desquitarse.
Hispanos e italianos chocaron contra sus enemigos, y a punta de breda los expulsaron. El desorden fue completo y tan demoledor que en su huida atravesaron a la brigada que se encontraba detras, verdes y escoceses. La desorganización se propagó a todas las filas, y en esas estaban cuando otro toque sustituyó al anterior
https://www.youtube.com/watch?v=LEBLbWL ... LldR0#t=18
Diego y sus hombres, ahora montados, surgieron como un torrente por uno de los flancos, embistiendo a la brigada de Monroe.
Fue excesivo para los soldados. La mayoría, soltando los arcabuces para poder correr mas, mostraron la espalda a sus atacantes y salieron despavoridos. Los mas afortunados llegaron a refugiarse entre la caballería amiga. Los menos murieron aplastados bajo la ira de españoles e italianos, que tras haber estado defendiéndose durante horas, descargaban toda su mala leche matando y rematando a todo lo que se movía.
En esas llegó un clamor a sus espaldas. Varios regimientos de caballería ligera y arcabuceros a caballo llegaban. El ejército español e imperial habían llegado al campo de batalla.
Centenares de cadáveres, personas y animales, sembraban las posiciones delante de los dos Tercios de la Guardia. Ellos también se habían llevado su parte y varias decenas de muertos y bastantes mas heridos habían hecho clarear sus filas.
Los hombres de Diego habían hecho maravillas acudiendo de un flanco amenazado al otro. Sus monturas estaban exhaustas, pero aún respondían a las órdenes.
Las 4 piezas de 4 libras también se habían hecho notar y habían logrado desmontar con rapidez la única batería sueca que había llegado.
Los tres maestres de Campo se encontraban reunidos, apoyado Diego con la espalda en la capilla, mientras los soldados aprestaban las armas y recogían las municiones que podían de los heridos y muertos.
-"Pintan bastos" comento Idiaquez.
-"No aguantaremos mucho, me temo" confirmó Toralto.
-"Pues habrá que hacer que pinten oros. Si cedemos se nos cuelan hasta la cocina. He enviado un mensajero para que nos avise de la llegada de nuestras tropas. No pueden tardar".
Tomasillo llegó corriendo.
-"Ya llegan, ya llegan".
No hizo falta preguntar quienes, pues Señalaba al bosque del que como varios manantiales surgían columnas de enemigos.
-"Esto no es una vanguardia" expresó Diego.
-"A mas enemigo, mas reputación". Confirmó Idiaquez.
-"Mi piace..." soltó en una risotada el italiano.
Cada uno se fue con sus hombres.
Las columnas enemigas se convirtieron en líneas, pero esta vez había una particularidad. No estaban formadas por los habituales uniformes en distintos tonos marrones, tan propios de Alemania. Al menos varios de los regimientos vestían un color predominante; amarillo, azul, rojo... Y detrás de ellos, rodeado por un nutrido grupo de coraceros, destacaba la figura de un oficial. Por la manera en la que se le dirigían o era el propio monarca sueco o Diego se comería sus botas.
En un visto y no visto 2 líneas de caballería se lanzaron al frente y detrás de ellos 2 brigadas (la Brigada Amarilla y la Brigada Azul). Tras ellos otras 2 (brigada verde y de Monroe, escoceses).
No fue difícil rechazar a la caballería. Esta solo era útil contra tropas que cedieran y se vinieran abajo moralmente. Pero lograron su objetivo que era fijar a los Tercios para que no se desplazaran y quedara fijos.
La caballería volvió grupas y se retiró a esperar la ocasión, dando paso a las dos formaciones de infantería.
Los españoles, gracias a su mayor alcance comenzaron a castigar primero las filas, pero justo cuando los suecos se disponían a hacer lo propio, Idiaquez gritó a sus hombres.
-"Ea señores, parece que estos demonios sin Dios nos quieren dar la puntilla y contra nosotros viene lo mejor que pueden poner en el campo, será cuestión de echarle redaños y aguantar firme. Cuando esos demonios amarillos se dejen ver, no quiero que ninguno desfallezca, aguantad firmes ante ellos y esperar a oír la detonación de sus mosquetes, en ese momento todo el mundo a tierra”.
Dicho y hecho. Los suecos quedaron sorprendidos, pero no tuvieron mucho tiempo, pues los españoles se levantaron y encararon con rapidez. La siguiente descarga los barrió.
No mucha mejor suerte tuvieron los de azul antes los disparos italianos.
A ellos se unieron los 4 cañones, 2 a cada lado de la línea española, tirando con toda la metralla que habían podido reunir.
Toralto, Idiaquez y Diego lo vieron claro. Los suecos estaban titubeando.
https://www.youtube.com/watch?v=buDrev_52-M
Al oírlo los soldados se echaron hacia delante. Llevaban horas aguantando a pie firme, sin moverse, y ahora podían desquitarse.
Hispanos e italianos chocaron contra sus enemigos, y a punta de breda los expulsaron. El desorden fue completo y tan demoledor que en su huida atravesaron a la brigada que se encontraba detras, verdes y escoceses. La desorganización se propagó a todas las filas, y en esas estaban cuando otro toque sustituyó al anterior
https://www.youtube.com/watch?v=LEBLbWL ... LldR0#t=18
Diego y sus hombres, ahora montados, surgieron como un torrente por uno de los flancos, embistiendo a la brigada de Monroe.
Fue excesivo para los soldados. La mayoría, soltando los arcabuces para poder correr mas, mostraron la espalda a sus atacantes y salieron despavoridos. Los mas afortunados llegaron a refugiarse entre la caballería amiga. Los menos murieron aplastados bajo la ira de españoles e italianos, que tras haber estado defendiéndose durante horas, descargaban toda su mala leche matando y rematando a todo lo que se movía.
En esas llegó un clamor a sus espaldas. Varios regimientos de caballería ligera y arcabuceros a caballo llegaban. El ejército español e imperial habían llegado al campo de batalla.
“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
- tercioidiaquez
- Mariscal de Campo
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- Registrado: 20 Ago 2005, 16:59
- Ubicación: En Empel, pasando frio.
Un soldado de cuatro siglos
El Alto Mando Imperial e Hispano se encontraban a la sombra de los árboles que rodeaban la Rochuskapelle.
-"Nuestros exploradores lo confirman. El enemigo se retira y no parece que tengan ganas de volver." Afirmó Gallas.
-"El quebranto en hombres no ha sido tan grave en la cantidad, como en la calidad. Las banderas de sus mejores regimientos serán un regalo para nuestro Monarca y lucirán espléndidas en el Alcázar de Madrid, excepto las que se llevara su Majestad Imperial, claro". Afirmó condescendiente el Cardenal Infante.
"Manda cojo***", pensó Diego. Los imperiales habían venido cuando estaba todo resuelto y su mayor participación fue el perseguir a un enemigo que se retiraba. "En fín, cuestión de política".
Entonces el rey de Hungría afirmó con severidad.
-"El Imperio no olvidará la ayuda de España. Como recordatorio, este lugar y la capilla, que se convertirá en una catedral para conmemorar la victoria de Dios Nuestro Señor contra sus enemigos, se conocerá desde ahora como la "spanische Kapelle".
-"Qué cabrón", pensó Diego. "El ponerle ese nombre significa que aquí el Rey de España, va a tener que poner oro de su bolsillo para contruir la catedral. Que espabilado...."
-"Nuestros exploradores lo confirman. El enemigo se retira y no parece que tengan ganas de volver." Afirmó Gallas.
-"El quebranto en hombres no ha sido tan grave en la cantidad, como en la calidad. Las banderas de sus mejores regimientos serán un regalo para nuestro Monarca y lucirán espléndidas en el Alcázar de Madrid, excepto las que se llevara su Majestad Imperial, claro". Afirmó condescendiente el Cardenal Infante.
"Manda cojo***", pensó Diego. Los imperiales habían venido cuando estaba todo resuelto y su mayor participación fue el perseguir a un enemigo que se retiraba. "En fín, cuestión de política".
Entonces el rey de Hungría afirmó con severidad.
-"El Imperio no olvidará la ayuda de España. Como recordatorio, este lugar y la capilla, que se convertirá en una catedral para conmemorar la victoria de Dios Nuestro Señor contra sus enemigos, se conocerá desde ahora como la "spanische Kapelle".
-"Qué cabrón", pensó Diego. "El ponerle ese nombre significa que aquí el Rey de España, va a tener que poner oro de su bolsillo para contruir la catedral. Que espabilado...."
“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
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