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La Historia Militar española desde la antiguedad hasta hoy. Los Tercios, la Conquista, la Armada Invencible, las guerras coloniales y de Africa.
Domper
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Durante la Guerra Civil tenían una palabra para describir misiones como esta. Aunque el brigada Arasanz se resistiese a pronunciarla en presencia de señoritas, como a fin de cuentas era la piloto del helicóptero, a toda la sección le venía a la boca la misma palabra. Sinónimos de ese vocablo había muchos, y probablemente porquería sea uno de los más suaves. Pero es que todos pensaban que la misión que tenían que realizar era una porquería y de las gordas, malolientes y pringosas.

Les habían avisado a primera hora. En Rumania se estaba produciendo algo, no se sabía si golpe de estado, guerra civil, invasión soviética o todo a la vez. La cuestión era que en Bucarest se estaba combatiendo intensamente, y uno de los puntos calientes era el palacio Cotroceni, la residencia real. Allí lo que quedaba de la compañía de la guardia seguía resistiendo los asaltos de los sublevados, pero no podría aguantar mucho más. Un batallón leal estaba intentando rescatar a la familia real, pero había sido detenido al intentar cruzar el río Dambovita, cuyos puentes controlaban los insurrectos.

Los sublevados estaban intentando presentar el movimiento como una rebelión popular contra Radescu, el espadón que había sustituido a Antonescu, y contra la monarquía. La radio —ahora llamada Radio Popular— difundía mensajes de la autodenominada presidente del gobierno popular, un conocido comunista llamado Gheorghe Gheorghiu-Dej, y los sublevados llevaban uniformes rumanos, aunque enarbolaban la bandera roja. Pero era más que evidente que el movimiento estaba siendo dirigido por la URSS. Las imágenes tomadas por satélites mostraban grandes columnas de blindados que entraban en Besarabia desde la Unión Soviética, y desde Moscú el secretario general del PCUS, Zhdánov, había ofrecido su apoyo a los hermanos eslavos que luchaban por la liberación del yugo capitalista. A Arasanz, un antiguo miliciano que había combatido en el Frente de Aragón durante la Guerra Civil, poco había que explicar sobre lo que significaba ese apoyo.

Parecía evidente que los aliados debían proteger a Rumania. A fin de cuentas la Unión Soviética era una de las potencias agresoras que habían iniciado la Segunda Guerra Mundial, y lo de Rumania poco se diferenciaba de la “liberación” de los Países Bálticos o de Polonia. El problema era que Rumania había seguido manteniendo un régimen autoritario lo que había hecho inviable la cooperación con los aliados, que aun debatían si intervenir o no en apoyo de los rumanos de lo que era claramente una invasión soviética.

En todo caso, rescatar al gobierno rumano y especialmente a la familia real tenía gran importancia, pues permitiría constituir un gobierno que solicitase oficialmente la ayuda aliada. Pero la situación en el palacio real era poco menos que desesperada, y cualquier intento de rescate debía realizarse en las siguientes horas. Lo que significaba que se sabía muy poco, por no decir nada, de lo que realmente estaba pasando. Traducido al cristiano, una porquería.

Además la distancia era excesiva para los helicópteros, incluso llevando los peligrosos depósitos externos de combustible. Afortunadamente, ya se había considerado la posible necesidad de un socorro rápido a los rumanos, y se habían hecho planes al efecto. En cuanto llegaron a Budapest noticias sobre lo que ocurría en la nación vecina, y por aquello de “cuando las barbas de tu vecino veas pelar”, el gobierno húngaro había puesto a disposición aliada sus aeródromos, incluyendo el de Cluj-Napoca. Pero seguía estando demasiado alejado de Bucarest, por lo que un batallón de la brigada Almogávares había saltado sobre el aeródromo de Brasov; los reconocimientos mostraban que la ciudad transilvana no había sido asaltada, un llamativo descuido de los sublevados. Varios aviones A400M y C-130 habían llevado combustible de aviación, y hacia allí se dirigía la brigada “Campeador”. Pero el grueso de la fuerza se demoraría al menos veinticuatro horas más, el rescate real era un asunto urgente.

Por ello la tercera compañía, la de Arasanz, había sido seleccionada para prestar socorro al palacio real y, si era factible, rescatar al rey. Dieciséis helicópteros Ispal transportaban a la tropa —demasiados, pero no solo así los aparatos llevarían menos carga sino que habría repuestos por lo que pudiese ocurrir— eran apoyados por ocho helicópteros de combate Welba y otros ocho Avispa. Más arriba, el cielo parecía negro entre los cazabombarderos Halcón y los cazas Flecha y Alfanje que los escoltaban. Hasta pudo ver un par de Fantasmas, los C-47 artillados que tan bien habían rendido contra los nazis. Si al menos hubiese sido un asalto nocturno, pero ni eso. Arasanz había confiado en los retrasos impuestos por la necesidad de hacer escalas; pero el Palacio Real estaba a punto de caer —las últimas noticias eran que ardía por los cuatro costados y que se combatía en el edificio— y hasta minuto contaba.

La piloto le avisó por el intercomunicador—: Brigada, estamos a cinco minutos.



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Órbita sincrónica
690 km de altitud


Las maniobras del satélite Argos III le llevaron por segunda vez a sobrevolar el Mar Blanco con con una buena orientación para enfocar sobre la ciudad de Molotovsk, concretamente interesaba comprobar la actividad del astillero 402 de Molotovsk, cuyas gradas cubiertas habían sido aceleradamente puestas en servicio.

Como ya habían detectado los pocos vuelos de recocimiento a gran altura que habían fotografiado la zona, casi cualquier trabajo en la zona del astillero solía estar cubierto y las imágenes infrarrojas no revelaban nada concreto, en realidad no se esperaba obtener grandes revelaciones en cuanto al astillero más allá de confirmar su actividad y el movimiento en la bahía y la desembocadura del Dvina.

Este último sobrevuelo en particular había sido solicitado insistentemente por la Armada, que había mostrado un molesto interés en tratar de comprobar el tráfico de pequeñas unidades y gabarras e identificar nuevas construcciones navales a flote, también habían solicitado el reconocimiento frecuente de la red de canales del mar blanco, cosa imposible, los tres satélites operativos hasta el momento no podían dar abasto para atender todas la peticiones recibidas y no se podía abusar de los medios de maniobra, la Armada podía darse con un canto en los dientes al habersele asignado dos reconocimientos a resolución máxima del astillero Nº 102 de Krasnoye Sormovo y su entorno en el Volga.

Parte de los canales estaban a punto de congelarse y por ello quedarían inutilizados hasta la primavera siguiente, razón por la cual se daba tan baja prioridad a esas solicitudes debido a la alta demanda de los satélites, que estaban casi exclusivamente concentrados en el despliegue y los movimientos de tropas en las fronteras de Europa.


Domper
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Era la segunda misión del día. La primera había sido de escolta de un Vigía, es decir, un avión de reconocimiento electrónico. Había sido una misión tensa pues el cielo estaba lleno de aviones, pero los soviéticos —o los rumanos comunistas, que aun no estaba claro— no les habían molestado. Eso sí, desde lo alto habían podido ver que el cielo sobre Besarabia estaba negro de tanto avión. Columnas de humo señalaban que esos aparatos no solo patrullaban, pero los pilotos españoles aun no tenían autorización para atacar.

En esta segunda misión las reglas habían cambiado. El objetivo era sencillo: proteger a una compañía aerotransportada que tenía que reforzar el palacio real. Lo malo era que esos ciento veinte hombres iban a llegar a un avispero. El palacio real estaba siendo atacado no solo por insurrectos, sino que también habían saltado paracaidistas en las inmediaciones, y había sido objeto de varios ataques aéreos. Las fuerzas atacantes se estimaban en al menos dos batallones con morteros, artillería de campaña y antiaérea. Incluso el moderno armamento de los españoles sería insuficiente ante tal desproporción, y debería ser la fuerza aérea la que inclinase la balanza.

Por desgracia la información de la que se disponía era muy limitada, salvo que los defensores estaban en las últimas. No había dado tiempo para hacer un reconocimiento adecuado, y se iba a tener que compensar con fuerza abrumadora. La protección la iban a dar dieciséis cazas Flecha —de la última versión, la ‘C’— dirigidos por un Airbus Atalaya, a su vez escoltado por otros cuatro Flecha. Catorce Alfanje de la escuadrilla a la que pertenecía Santamaría debían acabar con las defensas antiaéreas; para ello ocho llevaban misiles Mangual, y los demás bombas de racimo. Además llevaba cada avión dos misiles Banderilla IV y su cañón interno. Los helicópteros eran escoltados por veinticuatro cazas León del grupo Contreras —unos pocos en configuración aire aire con misiles Estoque, el resto con bombas, cohetes y napalm—, y dos AC-47 Fantasma. Seis de los nuevos Troján, armados con cohetes, actuarían como controladores aéreos avanzados. Cuatro Airbus 330 de reabastecimiento aéreo asistían a los reactores; los apar5atos de hélice habían hecho una parada para reabastecerse en Brasov, donde buena parte de los aviones de transporte españoles estaban llevando decenas de miles de litros de fuel, material de construcción, municiones, y planchas metálicas para alargar la pista.

Los primeros en llegar fueron los Flecha. Identificar el palacio Cotroceni no fue difícil: una columna de humo en medio de parques. No habiendo aviones propios, los Flecha lanzaron sus misiles Gavilán V contra todo lo que volase, seleccionando lo que parecían formaciones. Disparados desde veinte kilómetros de distancia, en el límite del alcance visual, y contra un enemigo desprevenido, resultaron inusitadamente eficaces, destruyendo veinticinco objetivos. Después atacaron a los supervivientes con misiles Banderilla y fuego de cañón.

Tanto los defensores del palacio como sus sitiadores detuvieron el combate durante unos segundos, mientras veían como las estelas cruzaban el cielo, que se llenaba de aviones en llamas y paracaídas; pero inmediatamente la lucha se recrudeció: llegaba la caballería, y los atacantes sabían que solo tenían unos minutos pasa superar a los defensores. Al mismo tiempo los servidores de las ametralladoras antiaéreas empezaron a buscar objetivos en los cielos. Pero antes de poder reaccionar un rugido pasó sobre sus cabezas. Orientaron sus armas hacia los cuatro Alfanje que se alejaron, y dispararon inútilmente, pues ya estaban fuera de alcance. Pero ojos en el cielo estaban atentos a las trazadoras y los misiles guiados por láser estallaron en las posiciones.

Un Troján se arriesgó a baja altura. Dos hileras de luminarias lo siguieron.

—Troján 3 a Alfanje 1 —para evitar confusiones se empleaban esta vez los nombres de las aeronaves—, dos cañones automáticos al sur del palacio.

Dos misiles Mangual recorrieron en pocos segundos los cinco kilómetros de separación y deshicieron los afustes. Una tercera posición se reveló, solo para ser destruida inmediatamente. Hasta ahora iba todo bien: se había conseguido que los antiaéreos disparasen contra aviones que volaban demasiado alto, y se habían podido suprimir sin bajas. Pero era más que probable que hubiese ametralladoras antiaéreas. Los Troján hicieron varias pasadas pero nadie disparó.

—Atalaya a Alfanje 1, van hacia allá unos ruskis que se les han colado a los Flecha.

En la pantalla del Alfanje de Entrena se mostró la posición de los aparatos: a ocho mil metros de distancia, al este sureste y bajo.

—Alfanje 1 a Atalaya, los veo.

Los cuatro cazas —que ya habían descargado sus misiles de ataque al suelo— se dirigieron hacia el sur, luego al este y al norte, hasta situarse en la cola de los intrusos, que eran cazas monomotores.

—Son Sturmóvik —dijo el capitán Entrena. Pan comido.

Los aparatos se desplegaron y se acercaron desde abajo y por la cola. Ya se había decidido usar los cañones cuando fuese posible, pues los rusos tenían más aviones que misiles los españoles. Los Il-2 siguieron volando formando dos uves, ajenos a los aparatos que se acercaban. Hasta que Entrena elevó el morro del aparato y disparó con su cañón Vulcan. Un Sturmóvik se deshizo, pero los otros prosiguieron su vuelo, imperturbablemente, hasta que dos ráfagas más los hicieron caer. Santamaría derribó otros dos, y el último, Leache, que conseguía su primera victoria aérea.

Mientras, los agobiados defensores del palacio escucharon un fuerte batir rítmico.



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Pancevo
Serbia


El sargento de artillería Gerrish, del 120th Light Anti-Aircraft Regiment, a cargo de una de las baterías boffors QF 40 mm Mark III que protegían el aeródromo de la RAF de Pancevo observaba la frenética actividad que se desarrollaba en las pistas. Estaban llegando cazas de otros aeródromos del interior y la costa dálmata para permanecer en alerta cerca de la frontera rumana.

El en particular se sentía relativamente seguro, tanto por la gran cantidad de aviones de caza desplegados en la base como porque, durante su despliegue, habían recibido su magnífico radar LPD-20 para conectar a los predictores Kerrison, el LPD-20 era otra joya tecnológica fabricada con transistores por los españoles a partir de un modelo que para ellos estaba tan anticuado que por lo visto habían recuperado de museos y almacenes de chatarra, pero resultaba un aditamento definitivo para sus Kerrison.

Por lo que Gerrish sabía, el gobierno español había adquirido una participación importante en la Oerlikon-Contraves con la irrechazable oferta de adelantar la fabricación en España de los dispositivos avanzados que los españoles tenían en su poder y podían reproducir, y este radar de adquisición de blancos aéreos era uno de ellos, desde luego no era nada comparado con los sistemas "Skydor" que había visto desplegar a los españoles en los aeródromos de Francia y Alemania, pero se le acercaba al poner en funcionamiento autónomamente el director Kerrison para apuntar de forma automática los cañones hacia los objetivos seleccionados, dejando a la dotación tan solo la obligación de calcular e introducir manualmente la altitud del blanco y las correcciones de tiro en lugar de tener que introducir desesperadamente todos los parámetros mediante los diales, convirtiendo al anteriormente casi inútil predictor Kerrison (Las dotaciones solían prescindir de el y preferían operar las armas solo con las miras ópticas) en una verdadera dirección de tiro automática.

Habían oído que los italianos ya habían puesto en servicio otro sistema más sofisticado que el Kerrison fabricado conjuntamente con los españoles, similar a los controles transistorizados de tiro antiaereo navales que estos estaban exportando y se habían instalado en algunos buques de la NAVY, y que era derivado de otros sistemas de la Oerlikon que los españoles tenían en sus museos.

Zara
Costa Dálmata


En la ciudad italiana de Zara, todas las unidades militares y de carabinieri habían sido puestas en alerta, en Boccagnazzo, la segunda batería del XIV Gruppo contraerei pesante se afanaba en poner en posición sus cannone 90/53 mientras los hombres la unidad de la "centralli di tiro" ponía a punto y camuflaba el sistema de dirección electrónico Fledermaus con sus radares, pronto llegarían los carretes de cable para conectar los servomotores a los generadores y los diales de los cañones a la Centrale di transistori Fledermaus.

El XIV Gruppo contraerei pesante se había adiestrado durante el mes de agosto en el manejo del nuevo sistema de dirección de tiro antiaéreo transistorizado que se empezaba a poner en servicio, las unidades de artillería ligera de momento solo dispondrían de los calculadores mecánicos asistidos por radares adquisición, pero las pesadas, igual que los buques de la armada, estaban siendo equipadas todas ellas con los equipos electrónicos más avanzados que se podían conseguir de la colaboración con los españoles, los Gruppo XIII y XIV eran los primeros en desplegarlos, y los habían enviado precisamente a Fiume y Zara, junto con muchas otras unidades y varios Stormo de caza y ataque llegados a toda prisa, nadie en los Gruppo contraerei ignoraba que los problemas que parecía haber en Rumanía eran la razón, las libretas de identificación de siluetas que les habían entregado antes del viaje no dejaban lugar para la duda.


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Berlin, Alemania
Aeropuerto Central Berlín-Tempelhof
Cuartel de la Policía Militar Aliada
Delegación del Servicio Interaliado de Inteligencia Militar.
Septiembre de 1942


- Bienvenido de nuevo, General Oster.

- Últimamente estamos pasando mucho tiempo aquí, comandante.

- Qué remedio, he estado revisando su último informe, han estado haciendo un gran trabajo con respecto a las redes bálticas y escandinavas de recolección de información.

- Se ha hecho lo que se ha podido, la repatriación y concentración del personal militar facilita las cosas, con tantos militares desplegados durante tanto tiempo, siempre hay alguien que ha visto algo en algún lugar, ir reuniendo las piezas útiles hasta que formen un relato coherente es solo cuestión de tiempo y trabajo.

- De todos modos deben saber que hay novedades de la investigación en Canadá, estamos razonablemente seguros de que el grupo de Dirlewanger no huyó utilizando la misma red usada para la Operación Alca, sino a través de la URSS.

- ¿Pueden asegurarlo?.

- Es la opción más probable, desde el combustible del pesquero a varios efectos hallados a los muertos lo apoyan, lo cual nos lleva a hacernos nuevas preguntas.

- ¿Como cuales?.

- Como cual ha sido el destino de grupos de personas enteros como Helmut Walter y casi todo el personal de la instalación de la Walter-Werke, o algunos de los equipos de ingeniería de la Lorenz AG, Krupp, la Blom und Voss y Telefunken. Sabemos que ha sido una práctica habitual trasladar o compartir actividades de ingeniería y desarrollo industrial a terceros países y que durante los últimos años en virtud del pacto germano-soviético se ha colaborado activamente con la URSS en el desarrollo y fabricación de armamento y sistemas, desde artillería a construcciones navales, nos preguntamos si es posible que haya realizado una operación clandestina de traslado de esos activos.

- Hasta donde se sabe muchas de esas personas habrían sido aniquiladas por bombardeos de precisión suyos sobre sus instalaciones.

- Ya, ya conocemos la versió oficial, pero como verá, resulta materialmente difícil que todas esas personas, férreamente "custodiadas" por la SS se vaporizasen en nuestros bombardeos mientras buena parte de sus guardianes sobrevivían milagrosamente ilesos o con heridas leves...

- Dicho así, suena sospechoso, es cierto, por plausible que suene comprenderá que no prestamos demasiada atención a estos asuntos todavía.

- Ya, por no hablar de lo absurdo que supone asumir que se hubiera mantenido a grupos técnicos de valor estratégico en sus puestos de trabajo durante las alarmas antiaereas.

- Parece una sospecha legítima, ¿van a investigarlo?, necesitarán la colaboración de la policía.

- No necesariamente, esas industrias estaban movilizadas, la jurisdicción militar podría hacerse cargo.

- No contamos con esas atribuciones desde la firma del armisticio.

- Las recuperarán, seguro que no se le escapa que consideramos los servicios de información militares, el abwer en concreto, como los menos nazificados de los instrumentos de seguridad.

- Pero nuestra organización no es mucho más que un buró de análisis de información...

- Cuentan con la Feldgendarmerie, que si bien continuará "encorsetada" por las policías militares aliadas, recuperará cierta libertad de actuación bajo sus órdenes en las áreas de jurisdicción militar y puede recabar la colaboración de las policías de los Lander, pero de todas formas para estos asuntos no debería ser precisa la utilización de fuerzas policiales, suponemos que se tratará más bien de su especialidad, recabar documentación, relacionarla y analizarla.

- ¿Y qué creen que deberíamos buscar en concreto?.

- Cualquier información o indicio que apunte al traslado de personal e instalaciones técnicas a la URSS, si se ha producido tiene que haber algún rastro, registros ferroviarios, emisiones de documentos... ¿por donde empezaría usted, Oster?.

- Antes de comenzar a abrir archivos, lo primero debería ser comprobar las tumbas o fosas comunes donde deberían estar aquellos a los que se supone muertos.


Domper
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El palacio Cotroceni, una de las residencias reales de Bucarest, había sido elegido por Radescu para mantener custodiado al rey Miguel por estar más alejado del centro que el palacio real, pues así se corría menos peligro de que la familia real fuese liberada por un movimiento popular similar a los que se estaban produciendo en la vecina Budapest. Pero cuando comenzó la sublevación comunista, los guardianes se convirtieron en guardaespaldas. Afortunadamente para el monarca la guarnición había sido reforzada cuando comenzaron los incidentes, y pudo rechazar los primeros asaltos. Pero ahora se estaban acabando las municiones, los atacantes los superaban siete a uno, y además el edificio había sido bombardeado varias veces. Con bombas ligeras, señal del interés de los rebeldes en capturar al rey vivo.

La situación del palacio, entre parques y cerca del campus de la universidad politécnica, facilitaba las operaciones helitransportadas. El problema era la mínima información disponible. No se había conseguido comunicar con los sitiados, y no se sabía si solo resistían en el edificio o también en los alrededores. Tan solo se contaba con los informes fragmentarios recibidos por la misión española, que se habían interrumpido cuando esta tuvo que refugiarse en la embajada norteamericana. Era por ello por lo que en lugar de descender directamente en el palacio o en sus jardines—lo que además hubiese precisado descolgarse por cuerdas— se iba a efectuar un asalto a un descampado, situado al oeste. Según las fotografías del satélite, las únicas disponibles por ahora, era un terreno de cultivo que se estaba urbanizando. Hacia allí se dirigían los helicópteros. Algo se sabía: que la zona de aterrizaje iba a ser “caliente”. Para minimizar las previsibles pérdidas se requería una cuidadosa coreografía que debía combinar potencia de fuego y velocidad.

Al norte un pequeño talud estaba cubierto de frondosos árboles, que ardieron como teas cuando un Halcón los regó con napalm. La negra columna de humo además ocultó la aproximación de las aeronaves. Casi inmediatamente después ocho helicópteros Ispal descendieron hasta un metro de altura. Los soldados saltaron y corrieron hacia los márgenes, mientras los ametralladores de los aparatos barrían los bosquecillos de los márgenes. Inmediatamente después los otros ocho Ispal repitieron la maniobra. Pero esta vez los rebeldes ya estaban alerta y habían empezado a disparar.

El helicóptero de Arasanz pertenecía a la segunda oleada. Mientras llegaban notaron un par de golpes, y el brigada sintió un golpe en el pecho. Instintivamente llevó la mano y tomó un pequeño objeto, que dejó caer porque quemaba: una bala. El chaleco antifragmentación le había salvado. El ametrallador respondió con furiosas ráfagas hasta que el helicóptero estuvo demasiado bajo. En cuanto se aproximó al suelo, los soldados saltaron, y pocos segundos después el Ispal se alejaba. En dos minutos toda la compañía había llegado a tierra. Habían perdido ya seis hombres, que heridos se habían quedado en los helicópteros. Arasanz vio como las aeronaves volvían hacia el norte.

Quedaban seiscientos metros hasta el palacio que la compañía empezó a recorrer a la carrera. Precediéndoles dos helicópteros Avispa reconocían el terreno. Uno de ellos empezó a disparar contra unos matorrales, e inmediatamente después un Welba lanzó una andanada de cohetes. Los españoles vieron como unos pocos soldados con uniformes pardos escapaban. Tres minutos después otros militares con el mismo uniforme les saludaron. El cabo Petran —si algo no faltaba en España eran personas de origen rumano, y muchas, al estar nacionalizadas, habían viajado con el país— gritó a los defensores:

—Suntem spaniolă și au venit pentru a ajuta. Unde este regele? —somos españoles y venimos a ayudarles ¿Dónde está el rey?

Un teniente con el uniforme hecho jirones lo condujo al sótano, y en un rincón encontraron una familia que se acurrucaba.

—Majestad, un helicóptero les recogerá dentro de dos horas, en cuanto se haga de noche.

El resto de los soldados tomaron posiciones en lo que quedaba del palacio. El cabo Petran siguió traduciendo.

—Hemos rechazado cuatro ataques pero ya no nos quedan municiones.

Entonces empezaron a caer proyectiles sobre el palacio, y el tiroteo en el este recrudeció: parecía que los sublevados querían hacerse con el edificio antes que los refuerzos se consolidasen.

—¿Tenían mucho aprecio por ese parque? —preguntó un observador avanzado español.

Al momento cuatro Halcones abrasaron los jardines a levante del palacio. Privados de apoyo, los asaltantes hicieron de la prudencia virtud y aprovecharon el humo para escapar. No todos, pues quedaron seis heridos que empezaron a ser golpeados por uno de los guardias rumanos hasta que empezaron a hablar.

El cabo tradujo—. Mi capitán, esos tipos dicen que son de Besarabia, la parte de Rumania que los rusos ocuparon hace un par de años. Los rusos los reclutaron y los han hecho saltar en paracaídas.

—Diga a los guardias del palacio que necesitaremos evacuar a esos tipos para interrogarlos nosotros.

El bombardeo de los parques que rodeaban el palacio había calmado los ánimos de los atacantes, aunque apenas una hora después volvieron a caer los morterazos. Pero ya era de noche, y los Fantasmas no tuvieron dificultades en localizar y suprimir las piezas. Tras unas pocas ráfagas, los atacantes comprendieron que mientras los AC-47 los sobrevolasen, cualquier movimiento significaba la muerte. Por eso cuando otros cuatro Ispal aterrizaron en el cruce junto al palacio nadie disparó. Al poco la familia real y a los prisioneros volaban hacia Brasov. Pero la compañía de Arasanz se quedó en tierra.



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—Majestad, cierto es que nos saltamos unas cuantas reglas. Pero no hemos hecho sino lo mismo que ellos. En los años treinta Stalin envió equipos de asesinos por todo el mundo a secuestrar o matar a sus rivales. Si no fue un escándalo se debió a que los nazis se llevaban toda la atención, y por eso prosiguieron sus actividades, llegando a intentar matar al papa. Recuerde que en el atentado contra Juan Pablo II estaban implicados los servicios secretos búlgaros, que ni pestañeaban sin la aquiescencia de Moscú. Es más, incluso aquí en España tuvimos que pasar por ello. Varias veces los terroristas de ETA intentaron asesinar a su predecesor, su Majestad Juan Carlos, y al presidente del gobierno. No digo que fuesen ataques orquestados en Moscú, pero esos etarras disponían de campos de entrenamiento en Argelia o Libia, por entonces aliadas de los soviéticos. Imagine lo que hubiese pasado si un movimiento anarquista hubiese atentado contra la reina Victoria, y tuviese bases en Brasil, por decir algo. Pues lo mismo. Me parece que demasiado se ha tolerado ese estado. La única manera de cortar con el juego sucio es no tolerarlo.

—Ellos podrían decir que nosotros empezamos con Stalin.

—Majestad, no hará falta que le diga que Stalin fue el peor asesino del siglo XX, más terrible incluso que Hitler. Tampoco me parece tolerable que un tirano enloquecido pueda ordenar invasiones, secuestros, torturas y asesinatos en masa, pero no sean responsables porque residan en un lujoso palacio. Para que luego sea un pobre recluta que nunca ha matado una mosca el que pague por los desmanes del dictador. Tampoco sería lógico que esté bien acabar con Somoza, pero haya que respetar a Stalin ¿sólo porque su país es más grande y más fuerte? Lo único que lamento es que nos costase tanto acabar con Hitler; culpa de los desertores, que le hablaron de nuestras armas guiadas lo que le hizo ser enormemente cauto. En cualquier caso, mi criterio es que los asesinos no pueden quedar impunes. Si su Majestad me desautoriza, o si lo hacen mis colegas del gabinete, presentaré mi dimisión inmediatamente.

—No te pongas así, Emilio. Con este agujero en el flanco —dijo refiriéndose a la herida del drenaje que la había salvado la vida— tengo que darle la razón. Eso sí, me gustaría saber si valió la pena.

—Desde luego, Majestad. En las embajadas encontramos documentos que nos han permitido desvelar las redes soviéticas en Europa y aclarar varios magnicidios. Lo más importante ha sido el poder presentar las pruebas a los norteamericanos. Ya sabe lo popular que es Roosevelt, y en Estados Unidos aun hay muchos abuelos que vivieron la guerra del 98. El otro día se llegó a publicar un artículo en el New York Daily Mirror que decía que nosotros habíamos tramado el atentado en venganza por lo de Cuba. La captura de los agentes rusos en Madrid y los documentos hallados en París demuestran sin lugar a dudas el papel de los soviéticos. El presidente y sus asesores han quedado convencidos. En particular, el presidente cree que le han salvado la vida dos veces: una cuando usted le escudó, otra en el hospital. Aun habrá aficionados a las teorías conspiratorias que pensarán otra cosa, pero Roosevelt, que antes era solo un aliado, ahora es un amigo.



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La reunión del gabinete seguía.

—Gracias por las explicaciones, Emilio. Pero te estoy interrumpiendo. Ibas a exponer cuál es la situación en Rumania.

—Gracias a usted, Majestad. Como se trata de un asunto militar, será el general García Martín el que siga.

—Majestad, Excelencia… —empezó el militar.

—Carlos, déjate de ceremonias —le aleccionó el rey—. Actúa como si yo no estuviese.

—Gracias, Majestad.

—Déjalo en señor si no hay otro remedio —el monarca tenía especial deferencia con los militares, a varios de los cuales conocía de su paso por las Academias.

—Gracias, Señor. Bien, ahora que han pasado treinta horas tenemos total seguridad sobre lo que ocurre en Rumania. No se trata de una guerra civil, al menos no en origen, sino una invasión en toda regla, aunque los rusos quieran presentarlo como una sublevación popular. El problema de los soviéticos era que apenas tenían apoyo en Rumania, y lo que han hecho ha sido reclutar a los rumanos étnicos que viven en la URSS, la mayor parte procedentes de Besarabia y Moldavia, las provincias que ocuparon en 1940. Pero esos reclutas no tienen demasiado afecto por sus nuevos amos y muchos cambian de bando en cuanto pueden, y si no ha habido más deserciones es porque el ejército rumano se está desmoronando. Pero en cuanto los invasores encuentran resistencia firme, o se encuentran frente a soldados españoles, los pasados son cientos. Tanto que a veces resulta difícil distinguir con ataques reales. Los evadidos son casi todos soldados rasos que poco pueden contar salvo su origen, pero también hay algunos oficiales. El de mayor grado es un coronel de la fuerza aérea rebelde. Era un ucraniano de origen rumano, cuya fuga es más propia de una novela de aventuras. Tenía alguna información sobre lo que se preparaba, y reunió un grupo de soldados y oficiales desafectos. Al empezar el ataque se han hecho pasar por paracaidistas y han embarcado en un Lisunov Li-2, es decir la copia rusa del DC-3. El avión, en cuanto ha podido, se ha “despistado” y ha aterrizado cerca de Budapest. El coronel llevaba una copia de los planes rusos. Es incompleta, que ya saben que los soviéticos no confían ni en su sombra, pero demuestra que se trata de una operación preparada con bastante tiempo.

—Guarde esas copias como oro en paño. Las necesitaremos para presentarlas a los aliados.

—Lo haré, presidente. Entre los documentos y las declaraciones de los desertores tenemos una idea bastante clara de la operación. La invasión fue preparada a principios del invierno pasado y hubiese debido ser lanzada en marzo. Los rusos pensaban que Hitler y nosotros aun seguiríamos en danza y tendríamos que rendirnos a los hechos. El objetivo era doble: hacerse con los campos de petróleo de Ploiesti, al que los rusos daban un valor superior al que realmente tienen, y meter una cuña en los Balcanes que causase el famoso efecto dominó. Sin embargo, lo rápido de nuestra victoria trastocó los planes y los dejaron en suspenso, creyendo que negociando con nosotros lograrían lo mismo sin arriesgarse a una guerra. Pero les ha salido el tiro por la culata, y pensaron que si querían hacerse con Rumania, era ahora o nunca.

—Por desgracia era lo que nos temíamos —comentó Samitier.

—Desde luego, presidente. Al menos la crisis no nos ha pillado por sorpresa. Como he dicho antes, la operación estaba planeada como una sublevación popular. Los rusos infiltraron en Rumania algunos elementos de confianza. Además, aprovechando que primero Antonescu y luego Radescu tenían bastante oposición en el ejército rumano, habían conseguido captar a algunos oficiales. La noche pasada esos militares detuvieron a sus mandos y movilizaron a sus tropas con el pretexto de una supuesta invasión húngara. Se les unieron los infiltrados, más para mantener a los soldados bajo control que para reforzarlos, y han atacado puntos clave: varios puentes sobre el río Prut, los aeródromos de Iasi, Galati, Constanza y Bucarest, y han intentado hacerse con el control de la capital. En la ciudad han asaltado los ministerios, la radio, el estado mayor, y los puentes del río Dambovita. Han cometido el error de ser demasiado ambiciosos y han sido rechazados en varios lugares, pero durante la madrugada consiguieron hacerse con varios puentes, con la radio estatal y con el palacio Cantacuzino, residencia de Radescu. La radio ha proclamado que el mariscal ha sido ejecutado tras ser condenado por un tribunal popular, pero creemos que ha perecido en los combates.

—Por lo que cuenta, los rebeldes solo dominan algunos puntos en Bucarest.

—Lamentablemente no es así, presidente. Cuando los sublevados han ocupado los pasos fronterizos han empezado a pasar tropas procedentes de la URSS. Llevan uniformes rumanos, y están formadas, como le he dicho, por rumanos étnicos, pero la mayor parte de los mandos son rusos. Además al amanecer han saltado paracaidistas sobre Iasi, Galati, Constanza y los dos aeródromos de Bucarest. Los invasores están encontrando muy poca resistencia, y con la llegada de los refuerzos aerotransportados la mayor parte de los puntos que resistían en Bucarest han caído. El parlamento ha caído a media mañana y por la tarde solo resistía el palacio Cotroceni, donde tenían al rey. Por suerte para nosotros, Radescu temía que el monarca fuese liberado y la guarnición era bastante fuerte. Poco antes del atardecer una unidad aerotransportada española la ha reforzado y ha rescatado el rey, que a estas horas estará llegando a Eslovaquia. Esperamos que llegue a Madrid mañana a primera hora.

—General —preguntó el presidente Samitier— ¿Quedan españoles en Bucarest?

—Sí, presidente. Aunque se había recomendado abandonar Bucarest, algunos empresarios con poco sentido aun estaban en la ciudad. También han quedado atrapados algunos sanitarios que colaboraban en los hospitales. En las últimas semanas habíamos reducido nuestra misión comercial y evacuado a los civiles, pero quedaban una docena de diplomáticos y militares. Se han refugiado en la legación norteamericana pero el último mensaje decía que estaba siendo asaltada y que los marines se estaban enfrentando a los sublevados. Asumimos que han sido capturados.

—¿No han podido organizar una misión de rescate, como han hecho con el rey rumano? —preguntó el monarca.

—No, Señor. Incluso el rescate del rey Miguel ha sido muy difícil. El problema es que Bucarest está demasiado lejos.

—Pero tienen los Ospreys de los marines.

—Teníamos, mejor dicho, Señor. Aunque apenas los hemos empleado, los repuestos que había se están agotando, y quedan pocos aparatos en servicio. Los estamos reservando como muestras, aunque tardaremos bastante en poder reproducirlos. El caso es que teníamos que emplear helicópteros y nuestras bases en Eslovaquia están demasiado alejadas. Lo habíamos previsto, y por eso en cuanto han llegado noticias de la invasión rusa he ordenado que se active la operación Hierro.

—¿Qué operación? —preguntó de nuevo el rey.

—La operación Hierro, Señor, era un plan de contingencia ante una invasión rusa de Rumania. El principal problema, como le he dicho, era la distancia, y se precisaba una base segura que estuviese cerca. Por eso casi al mismo tiempo que los paracaidistas rusos saltaban sobre Bucarest, un batallón de la Almogávares lo ha hecho sobre Brasov. No ha encontrado oposición pues en la ciudad ya se sabía que el país estaba siendo invadido, y al ver caer a los españoles caer se han sentido aliviados. Una vez consolidado el aeródromo se ha establecido un puente aéreo que está llevando tropas adicionales, medios antiaéreos, material de construcción para agrandar la pista, y combustible para los helicópteros. Aun así, la fuerza con la que podíamos actuar en las primeras horas era muy reducida: apenas una compañía reforzada, que sigue en el palacio donde estaba el rey. Durante la noche ha sido reforzada y ahora tenemos ya un batallón.

—Por lo que me dice, los rusos han enviado muchas más tropas.

—Sí, Señor. Pensamos que en Bucarest están empleando una división paracaidista, más o menos como una brigada reforzada nuestra. Nuestra aviación, aunque tiene dificultades para operar desde Eslovaquia, ha impedido que se establezca un puente aéreo, pero tememos que las columnas blindadas lleguen a la capital antes de dos días.

—¿No sería mejor aprovechar ese plazo para evacuar a nuestros soldados? —Preguntó el presidente Samitier—. Van a quedar en desventaja.

—Presidente, creo que es un riesgo que debemos correr. Por una parte, nuestra presencia en la capital supone un serio inconveniente para los planes rusos. Van a tener que echarnos, combatiendo a poca distancia de la base de Brasov. Pero el principal motivo es que así ofrecemos un refugio a los rumanos. Lamentablemente ya sabemos cómo actúan los soviéticos. En los Países Bálticos, en Polonia y en Besarabia llegaron con listas de “enemigos del pueblo”. Se supone que en Bucarest harán lo mismo, y si se encentran en problemas, es probable que hagan como hicieron en la anterior línea temporal cuando llegaban los alemanes, o como los viets en Hue en 1968: cargarse a todos. Al mantener un reducto, no solo ofrecemos una vía de escape a los civiles, sino que permitimos que las unidades rumanas se agrupen a nuestro alrededor.

—Un momento, general —interrumpió el rey—. Si Radescu ha muerto el gobierno de Rumania está en el aire.

—No, majes… digo Señor —repuso García Martín—. Ese ha sido el principal motivo de la operación de Bucarest. Legalmente, sigue en vigor la constitución de 1938, que da al rey poderes dictatoriales. Además, según los informes que están llegando, el monarca ya se veía ante el paredón, y se le cae la baba cada vez que ve una bandera española. Nos daría el Danubio si se lo pidiésemos.

—Igual podríamos construir el trasvase Danubio Segura. Seguro que habría menos protestas —bromeó el rey.

El presidente Samitier sonrió y dijo—. No es mala idea. Pero sí que necesitamos algo del rey Miguel: que nos pida ayuda. Majestad, sé que lo solicito con demasiada premura, pero resultaría más que conveniente que lo reciba cuando llegue a Madrid.

—Ahí estaré, Emilio. Aunque esta vez espero que no haya francotiradores ¿Y el resto de la frontera? ¿Han atacado en Polonia o en Prusia?

—Hay una calma tensa, Majestad —dijo García Martín—. La actividad en el lado ruso se ha multiplicado, y sobre todo sus aviones están efectuando simulacros de ataque, pero solo en su lado de la frontera, y están teniendo exquisito cuidado en no internarse ni un palmo en nuestro lado. Lo que si ha habido es más ataques de “partisanos” que los días pasados. Aparentemente lo que quieren es retener ahí la mayor parte de nuestras fuerzas mientras se hacen con Rumania. Si lo consiguen, es de suponer que Yugoslavia y Bulgaria, incluso Hungría, vayan detrás.

—¿Qué disposiciones ha tomado?

—Las que pueda imaginar. Hungría, a pesar de estar enfrentada a Rumania, se ha echado en nuestras manos. Los húngaros han solicitado formalmente nuestra ayuda y han puesto todos sus medios a nuestra disposición, algo que nos facilita mucho las cosas. Sus aeródromos y sus ferrocarriles nos serán muy útiles. Lástima que no podamos emplear su combustible. Estoy trasladando buena parte de las fuerzas aéreas que tenemos en Europa a Eslovaquia y Hungría, y espero que esta misma tarde podamos trasladar algunos aviones a Brasov. Al ignorar la ciudad los rusos han cometido un error muy grave. Pero es probable que antes o después los soviéticos despierten y reconozcan la importancia de la ciudad. Como la brigada Almogávares no bastará si los rusos atacan, he ordenado al tercer cuerpo mecanizado que pase a Hungría y luego a Transilvania, para bloquear la salida de los pasos de los Cárpatos. El cuerpo pesado y el segundo mecanizado están preparados para partir, y también el quinto mecanizado, el formado por nuestros aliados hispanoamericanos.

—Está mandando un gran ejército sin la autorización el rey Miguel —dijo el rey.

—Majestad, dudo que nos la niegue. Además las horas contaban. Cerrar los pasos de los Cárpatos y conservar Transilvania era imprescindible. Otra medida que he ordenado es que el cuarto cuerpo mecanizado, que se acababa de organizar en Alemania, sea trasladado a Bulgaria a través de Yugoslavia. Con una fuerza en su flanco, los rusos tendrán que ser prudentes.

—¿No ha dicho que eran de Besarabia?

—Solo los primeros invasores lo eran, Señor —dijo García Martín—. El secretario general Zdhánov se ha apresurado a ofrecer su apoyo a los sublevados, y Gheorghiu-Dej ha pedido ayuda contra los imperialistas. Ya están entrando en Rumania formaciones del Ejército Rojo. Lo siento por los rumanos, pero va a ser en su país el tablero donde se dirima el conflicto con los rusos.



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Tres días tras el rescate real la situación en el palacio Cotromeni era kafkiana.

Durante la noche siguiente los helicópteros habían conseguido transportar otras dos compañías, que tras algunas escaramuzas habían conseguido ampliar el perímetro hasta incluir el parque botánico, el Grozăveşti, las facultades de Periodismo, Sociología y Psicologia, y varias de las villas de lujo cercanas. Tal vez era demasiado extenso, pero resultaba imprescindible ocuparlo si se pretendía conservar el palacio: no solo tenía espacio para desplegar más tropas, sino que permitía la llegada de helicópteros. Además se contaba con la aviación para rechazar los ataques de los sublevados. Aun así el brigada Arasanz se imaginaba que iba a tener que librar un combate desesperado contra una fuerza muy superior en número.

Sin embargo, nada de eso había ocurrido. Durante la noche habían recibido fuego intermitente de morteros, que había cesado al amanecer. Podían verse soldados sublevados en las cercanías, pero no disparaban, y se retiraban si se acercaba una patrulla de españoles. Tan solo se habían hecho fuertes en los puentes del río Dambovita que comunicaban el palacio con el centro de Bucarest. Temiendo que la estrategia soviética fuese permitirles expandirse para luego sorprenderles, el coronel Muñoz, que tras llegar al amanecer había tomado el mando, había ordenado detener la progresión.

Sin embargo, parecía que el motivo por el que no habían sido atacados era la sorpresa. Durante la mañana empezaron a llegar desertores del ejército rumano, incluyendo un teniente procedente de las cercanías de Odessa, que dijo que en la información previa se esperaba que los españoles tardasen entre tres y cinco días. La llegada de los helicópteros había sido una sorpresa, y el general Rodimtsev, que estaba al mando de la 2ª división aerotransportada rumana —antes, la 5! Brigada aerotransportada soviética—, había dado órdenes de cesar el fuego.

Aunque los “Soberanos” no habían tenido que soportar un asalto, se encontraron con otro problema que casi igualmente grave. Por la mañana solo habían llegado desertores, primero individualmente, luego en grupos; a mediodía había sido una compañía del ejército rumano la que tras detener a los oficiales comunistas se había presentado en el palacio. Pero también a mediodía, cuando en Bucarest se supo que los españoles estaban al otro lado del río, empezaron a llegar refugiados. Primero, un goteo, luego un río. Todos contaban historias similares: algunas partidas formadas en parte de soldados y en parte de milicianos estaban registrando las casas buscando “enemigos del pueblo”. Muchas veces llevaban listas detalladas, o contaban con la colaboración de sirvientes o porteros. Encontrasen o no a los buscados, confiscaban a las familias sus viviendas y los expulsaban, apenas con lo puesto. Al atardecer ya había cinco mil refugiados dentro del perímetro, que no tenían ni comida ni bebida, y mucho menos protección si los rebeldes de la RPR (Republica Populară Română) empezaban a disparar. A primeras horas de la noche, además, el suministro de agua potable había quedado cortado.

Fue por la mañana cuando comenzó la evacuación. Los helicópteros que llegaban de Brasov (además de los Ispal se habían sumado los pesados HU37, las copias de los Kamov fabricadas por Ebro) traían refuerzos, municiones, provisiones y agua, y se llevaban refugiados. Pero estos llegaban a un ritmo muy superior y cuando acabó el tercer día ya había quince mil. Aprovechando los refuerzos adicionales, y encuadrando a los soldados rumanos —de los que habían llegado ya dos millares— se había extendido el perímetro hacia el noroeste, por los campos en los que se estaba construyendo la universidad Politécnica. Se había despejado una franja para que los aviones de transporte pudiesen lanzar cargas adicionales en vuelo rasante. Con todo, la situación se estaba convirtiendo en desesperada aunque los comunistas siguiesen sin disparar.

En el resto del país ocurría lo mismo: las avanzadas de la RPR, apoyadas por formaciones del Ejército Rojo, se detenían cuando encontraban fuerzas aliadas o al llegar a las fronteras húngara o búlgara. Una calma extraña se extendía por el país, con aliados y comunistas apuntándose pero sin dispararse; pero en el resto, la RPR seguía consolidándose, apresando a los “contrarrevolucionarios” y sometiendo los escasos puntos que aun resistían.

La situación en Cotromeni era tan grave que se decidió correr un riesgo. Una gran columna de camiones y autobuses, escoltada por un batallón de caballería acorazada con blindados Piraña, partió de Târgovişte, el límite del avance español. Recorrió los setenta kilómetros sin encontrar oposición, dejando toneladas de provisiones, y evacuando seis mil civiles. Al día siguiente —el quinto desde la sublevación— se envió una segunda columna que, de nuevo, no encontró oposición; pero a su paso fueron volados los puentes, quedando encerrada en el perímetro. Cotromeni estaba aislada.



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Nueva York

Diario de Nathaniel Higgs Jr.

Una semana de locos, es lo que acabo de vivir. Tanto tiempo centrándonos en la South Invest en el caso de los asesinatos de sótano de Belchertown y en cuestión de una semana todo el asunto ha dado un vuelco inesperado.

La verdad es que por una parte se ha simplificado, ahora está claro que se ha tratado nada más, aunque nada menos, que de un "ajuste de cuentas", al parecer Meyer Lansky no había quedado satisfecho con las "negociaciones" para el uso del puerto que la South Invest estaba haciendo en las que parece que eran sus primeros cargamentos clandestinos de armamento de guerra.

Lansky no midió bien sus fuerzas, intentó intimidar a la Compañía, al principio la South Invest simplemente se llevó sus actividades a los puertos canadienses, pero a Lansky no le satisfacía e intentó presionar, pretendía nada más y nada menos que obligar a aquella gente a "trabajar" en los muelles de Nueva York y Boston bajo su control... y se desató la guerra, los hombres de Lansky comenzaron atacando a empleados y locales de la South Invest e incluso de la United, aunque al principio la South y sus dueños simplemente aumentaron la seguridad y le ignoraron, si Lansky hubiera sido inteligente lo habría dejado ahí, pero no, ya antes de que se desatara la operación policial contra el entramado de la South Invest, Lansky había cometido varios secuestros y había torturado y asesinado a varios empleados de las subsidiarias de la South Invest.

A partir de allí se desató en infierno en la Costa Este, en apenas tres semanas, todas las bandas mafiosas de la costa abandonaron a Lansky a su suerte, entre las autoridades nadie supo realmente qué era lo que estaba ocurriendo en la Hells Kitchen y en los muelles de Boston, Baltimore, Nueva York, Filadelfia... simplemente de un mes para otro la mafia judía había desaparecido desde Charleston hasta Portland, muchas "nóminas" dejaron de pagarse, por todo rastro un par de cadáveres en Filadelfia y Providence, varios locales destrozados o incendiados por ciudades de sur a norte, algunos restos de lucha y sangre, clínicas clandestinas abandonadas... nadie prestó mucha atención a todo eso, salvo al hecho de que Meyer Lansky había desaparecido de la faz de la tierra.

Y tanto que había desaparecido, aunque no para sus "compañeros" de profesión, los italianos y los irlandeses sabían donde se encontraba, al parecer se le había concedido la "gracia" de la supervivencia, como muestra viviente del poder y resolución de la South Invest incluso cuando ya estaba siendo arrinconada por las autoridades, en los registros de la South Invest, el asunto apenas merecía aparecer reflejado como operaciones "normales" y "extraordinarias" de su personal de "seguridad" que precisasen de la aprobación del pago de primas y horas extraordinarias o contrataciones adicionales...
El viejo judío Lansky vivía recluído en una propiedad de los Apalaches, con su familia y unos pocos de sus hombres, alguno de ellos todavía convaleciente de las gravísimas palizas que habían recibido.

Sorprendentemente, al menos para mí, el hombre estaba deseando soltar su lengua, y vaya si la soltó, se está convirtiendo en una auténtica mina de la que todos los departamentos policiales del Este y los fiscales estatales están intentando sacar hasta la última pepita, el resentimiento de esta rata de alcantarilla alcanza incluso a los "colegas" mafiosos que intentaron hacerle entrar en razón y más tarde, más sensatos que el, se negaron a implicarse en una guerra contra los dueños de la South. Y esta rata tiene una memoria prodigiosa... solo me repugna que a cambio de hacer uso de ella se le vayan a "perdonar" brutalidades como los asesinatos de Belcherton y muchas otras tropelías.

Por otra parte, nos hemos quedado de piedra esta mañana, cuando los oficiales de inteligencia militar española nos han traído la investigación de las intercepciones y los registros de la red de estaciones repetidoras de la United, a raíz de la captura de una estación repetidora de corto alcance en Nicaragüa durante la intervención de la Unión Iberoamericana y los Estados Unidos, con su correspondiente "libreta de claves", los servicios de inteligencia militares de la Unión Iberoamericana la mantuvieron operando durante unas semanas, a pesar de que desde aquella se había enviado un mensaje de alerta, se desactivó haciendose pasar un agudo oficial de transmisiones con su unidad por los operadores originales, interceptando con ello las comunicaciones de la red y reconstruyendo posteriormente parte de las ya reemitidas gracias a la poca atención que los ineptos operadores prestaban a las medidas de seguridad elementales, pues mantenían las libretas usadas y sus apuntes manuscritos en la estación, para las visitas...

Las evidencias demuestran que la órden de realizar la recogida de los explosivos y de cometer el atentado en Panamá fue emitida directamente desde los Estados Unidos, incluso después del desmantelamiento de su sede de Nueva Jersey y de la gran estación emisora de Nevada continuaron operando una red de emisoras y repetidores de emergencia puestas en servicio atropelladamente tras la intervención de las Malvinas, incluso algunos barcos operaron como estaciones temporales de retransmisión.

Durante el tiempo en que los españoles mantuvieron la ficción de la inviolavilidad de la estación Nicaragüense, pues era tan remota que resultaba creíble que continuase operando, se fueron localizando algunos de los repetidores, tres de ellos a largo de México, y dos en los Estado Unidos que ya han sido apropiadamente "registrados".

La única incógnita en este momento es quién continuaba dando las órdenes en la organización, toda la cúpula de la South está entre rejas, así como todos los responsables de las sociedades y organizaciones participantes, y los que no están entre rejas están ferreamente controlados, bien por ser colaboradores o bien por estar bajo otra forma de "custodia", ¿quién maneja ahora lo que queda de la organización?.


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El Alfanje del comandante habilitado Entrena Klett fue el primer reactor en posarse en Braşov.

La extraña tranquilidad de otras zonas de Rumania se extendía a Transilvania. Los sublevados, además, habían cometido lo que a todas luces parecía un error: ignorar la región. Ahora, escudada por los Cárpatos, se ofrecía como un reducto inexpugnable y una magnífica base para los aliados. Durante los meses previos Rumania había llevado a las mejores unidades de su ejército, junto a los mejores mandos, a Transilvania. Probablemente habían sido impermeables a la infiltración comunista, y ninguna unidad se había sublevado. Tampoco se habían lanzado paracaidistas, tal vez por la barrera que suponían las montañas a los aviones pesadamente cargados, pero también porque debieron pensar que el pequeño aeródromo de Braşov no merecía la pena.

Justo lo contrario de lo planificado por el general Blanco Lacaci. Al considerar las medidas para frenar una invasión soviética de los Balcanes, resultó evidente que el dominio de los Cárpatos era clave para impedir el acceso a Hungría o Yugoslavia. Se necesitaba una base avanzada que pusiese dentro del radio de acción de los helicópteros tanto a los pasos de las montañas como a la capital rumana, Bucarest, y Braşov (que los españoles ahora llamaban Brasov, que sonaba mucho mejor a sus oídos que “brachov”, como pronunciaban los rumanos) resultaba ideal. Se había decidido asaltar la ciudad aunque se tuviese que combatir por ella, pero el olvido de los comunistas había hecho que el salto de la primera bandera paracaidista “Roger de Flor”, el primero de combate en cincuenta años, se desarrollase sin incidentes. Los rumanos, que ya sabían que su país estaba siendo invadido, recibieron con abrazos a los españoles.

El aeródromo de Brasov era muy limitado: una pista de hierba de unos cientos de metros. Apenas suficiente para que operasen los aviones de transporte españoles, que habían establecido un puente aéreo que llevó refuerzos y municiones. A cambio, la localidad tenía excelentes comunicaciones ferroviarias, y a las 24 horas del salto ya llegaban convoyes cargados de todo tipo de equipos, incluyendo baterías antiaéreas de misiles Gavilán y cañones Milenio de 35 mm. Aunque la defensa de la base estaba encomendada a las patrullas de cazas Flecha y Alfanje que con gran esfuerzo (a causa de la distancia) se mantenían constantemente.

Como lo más valioso de la ciudad era e aeródromo, en seguida empezaron a llegar equipos para ampliarlo. En primer lugar se colocó un tapiz que facilitaba la operación de aviones pesados C-130 y A400M, y se creó una gran zona de estacionamiento. Simultáneamente las excavadoras eliminaron los obstáculos y se empezó a colocar una pista de placas metálicas, que al tercer día ya pudo acoger aviones Halcón y Águila (estos últimos, de una escuadrilla azteca). Tras cuatro días de trabajos la pista medía ya mil doscientos metros y pudo acoger a los primeros reactores.

Los Alfanje eran ideales para esta misión. Habían sido inicialmente diseñados como aparatos navales, aunque no habían dado buen resultado en las pruebas. Pero conservaban buenas características a baja velocidad, podían operar desde pistas cortas, y además su toma de aire frontal era menos propensa a ingerir cuerpos extraños que las laterales de los Flecha (los desarrollos a partir del Northrop F-5). Aunque su misión debía ser el apoyo táctico, resultaban muy buenos cazas a baja cota, con gran agilidad tanto en el plano horizontal como en el vertical. Como consecuencia la escuadrilla de Entrena Klett, a la que pertenecía el capitán Santamaría, fue destinada a la base, en la que se trabajaba a toda prisa. No solo en alargar la pista, sino en construir una tercera, más capaz, que pudiese operar con aviones de altas prestaciones.

Con los aviones también habían llegado importantes fuerzas terrestres. La primera misión de los refuerzos había sido hacerse con el control de los pasos de las montañas; los de la zona oriental, que daban a Iasi, habían sido ocupados por columnas motorizadas rebeldes, pero las patrullas españolas se habían consolidado en la salida de las gargantas. Los pasos del sur, los que daban acceso a Ploiesti y Bucarest, estaban bajo el control español, y columnas motorizadas habían llegado a Piteşti, Târgovişte y Câmpina. Ya habían llegado cinco divisiones, dos de ellas mecanizadas, que habían adoptado posiciones defensivas.

Sobre todo, Brasov se había convertido en la capital provisional de la Rumania libre. Cuatro días después de la invasión soviética, y tras una corta estancia en Madrid, había aterrizado un C-295 que llevaba al rey Miguel. Su primera orden había facilitado las relaciones con el general Ciupercă y su tercer ejército, al ponerlo a las órdenes del general Blanco Lacaci. Las numerosas tropas rumanas habían permitido ocupar efectivamente las veredas de los Cárpatos.



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En el palacio Cotroceni se cumplía el octavo día de calma tensa. La guarnición era importante: inicialmente era de un batallón, más una compañía de reconocimiento blindada. Pero ahora era ya de tres regimientos de infantería rumanos, seis batallones españoles más un batallón acorazado con carros de combate Lince, y un grupo de artillería ligera. Una fuerza tan grande que había sido organizada como una división provisional, al mando del general Grávalos, un veterano de los combates de las Ardenas.

Lo absurdo eran las relaciones entre españoles y rebeldes. Cuando los sublevados se encontraban con formaciones leales del ejército rumano, las combatían con ferocidad. Pero los enfrentamientos cesaban en cuanto llegaban los españoles, que podían moverse casi a su antojo. Siempre que no les molestase encontrar en su camino fuerzas imponentes que no les disparaban, pero que oponían resistencia pasiva: primero, los convoyes españoles se encontraban con puentes volados, árboles atravesados o incluso las ruinas de edificios obstruyendo las rutas. Nada que los ingenieros no pudiesen despejar. Los dos últimos días lo que hallaban eran “tapones” formados por soldados y blindados que bloqueaban las rutas. Forzando a los convoyes a moverse por otras carreteras, que a su paso volvían a quedar cerradas.

Mientras la guarnición del palacio había expandido su perímetro, que ahora incluía toda la universidad politécnica, la nacional, los campos adyacentes, y llegaba al río Dambovita. Algo necesario porque el espacio se había convertido en un enorme campo de refugiados. Miles de bucarestinos cruzaban el río con medios de fortuna, o se arriesgaban a cruzar la separación entre rebeldes y españoles. Los que llegaban relataban como las “patrullas rojas” recorrían las calles en busca de elementos contrarrevolucionarios que desaparecían. En cuanto corrió la voz, aquellos que tenían algo de temer (es decir, los policías militares, funcionarios, comerciantes, profesionales) escaparon hacia el refugio que era Cotroceni. Al principio se produjeron algunos enfrentamientos, cuando algunos soldados comunistas dispararon contra los civiles y los españoles respondieron al fuego. Finalmente los sublevados habían decidido no impedir que escapase quien quisiese. Helicópteros y convoyes evacuaban a los que llegaban pero no daban abasto, y Grávalos tenía que encargarse de las necesidades de veinte mil personas. Temiendo que en cuanto los rebeldes empezasen a disparar se produjese una matanza.

Pero no se producía. Gheorghiu-Dej, el autoproclamado presidente de la República Popular de Rumania, seguía lanzando soflamas aprovechando la radio oficial contar los monárquicos fascistas, pero sus tropas no disparaban. Solo ocasionalmente algún morterazo, aprendiendo rápidamente la utilidad de los radares de contrabatería y la eficacia de los helicópteros. Además era significativo que entre los refugiados había muchos soldados del ejército popular, no solo rumanos, sino también moldavos que tras haber disfrutado de su estancia en el Ejército Rojo, querían volver a la que consideraban su patria.

Con todo, el brigada Arasanz se temía que antes o después se liaría parda. Eso de ver tantos soldados con brazaletes rojos pavoneándose ante ellos no podía acabar bien. Su equipo era de risa: venía a ser el mismo que ya había visto en la Guerra Civil española, es decir, los tanques BT-7 y T-26 que antes le parecían imponentes y que ahora resultaban risibles. Pero había muchos. En esas estaba cuando un soldado le llamó.

—Mi brigada, el capitán le pide que acuda.

El oficial había llamado a los oficiales y suboficiales mayores de la compañía. En cuanto estuvieron todos les explicó su nueva misión.

—Chicos —siempre empezaba así sabiendo que era una broma, pues sus hombres eran veteranos de la guerra civil que se habían perdido el salto temporal y podrían ser sus abuelos—, ahora va a ser de verdad. Tenemos órdenes del batallón. Vamos a liberar Bucarest.

—Perdone, mi capitán —dijo un teniente un tanto descarado— ¿Nosotros y cuántos más?

—Calla, Pepe, que no me dejas hablar. Parece que algo ha pasado en Moscú, y el Ejército Rojo está saliendo de Rumania a la carrera. Dicen que ha podido ser un golpe de estado. A Jorgito —como apodaban a Gheorghiu-Dej— no le debe gustar lo de tomar el portante y por lo visto quiere aguantar. Nosotros vamos a enseñarles lo que vale un peine. No os preocupéis que no será a la brava. Unos helicópteros nos llevarán a un puente donde estableceremos un puesto de control, para desarmar a los que quieran retirarse.

—¿Se dejarán, mi capitán?

—Más les vale.

Seis horas después estaban en el lugar: un puente sobre uno de los lagos —en realidad grandes meandros inundados de un cauce abandonado—que ocupaba la carretera. Los helicópteros se posaron en un campo de deportes que había en los aledaños, y los españoles saltaron. Nadie disparó, pero Arasanz veía que en el puente ondeaba la bandera roja. Aun así el capitán les ordenó ocuparlo. Las instrucciones eran evitar combatir: si se les unían soldados rumanos, perfecto. A los demás los desarmarían, y detendrían a quiénes intentasen abandonar la ciudad.

La sorpresa se la llevó Arasanz cuando, al llegar al puente, salió un fornido teniente con las insignias del ejército popular. Llevaba la pistola en el bolsillo y las manos en alto. Se acercó al suboficial —aunque Arasanz no llevaba insignias que lo delatasen, el rumano debió notar que era quien mandaba la patrulla—, le abrazó y le propinó un par de sonoros besos. El cabo Petran tradujo.

—Mi brigada, ese tipo está diciendo que es un rumano de Chisináu, que está harto de los comunistas, y que se pone a sus órdenes.

Arasanz vio que la bandera rumana había sustituido a la roja sobre el puente. Algo que estaba ocurriendo por toda la ciudad.



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Mar de Noruega
A 25 millas de Tromso, a la vista de la isla de Vengsoya.
69°51'54.2"N 18°18'31.2"E


El Cazaminas M-40 había sido trasladado al Mar de Noruega en agosto, donde se le asignó como puerto base Tromso. En realidad los cuatro cazaminas de la clase Albacora estaban en el Ártico, entre noruega e Islandia, en relación a los Segura, su mayor eslora, potencia y velocidad, su plataforma de helicópteros y su armamento principal de 76 mm los hacía más áptos que los Segura para operar cerca de las aguas soviéticas.

Había salido temprano del puerto de Tromso para una nueva singladura de patrulla costera antiminas, pues la posibilidad de que los submarinos soviéticos se dedicasen al minado de las aguas costeras, con o sin declaración formal de guerra, infundía mucho más temor al mando español que una hipotética campaña submarina convencional, así que, en el caso de Noruega, el M-40 actuaba como los ojos y oídos de la flotilla de dragaminas de la Armada Real de Noruega basados en Tromso.

Hasta ahora no habían tenido que realizar ninguna operación con minas, sus patrullas más interesante solían ser las que les requerían para la inspección de pecios de la última guerra con sus minisubmarinos y desde luego no esperaban ninguna sorpresa, sobre todo ahora que parecía que los soviéticos estaban "enfriando" la frontera y que los submarinos soviéticos ya prácticamente habían dejado de ser detectados pese a haberse acercado mucho la barrera antisubmarina hacia el Mar de Barents.

Por eso cuando apareció un pequeño contacto de radar tras rodear la isla de Vensoya para comprobar el canal, apenas se le dió importancia en el puente, se le catalogó rápidamente sin más comprobaciones como uno de los pequeños pesqueros de cerco que habían salido de madrugada del Tromso y de los pequeños muelles pesqueros cercanos como Tromvik, Kaldfjord y Kaloyvagen... hasta que repentinamente la señal "creció", ya no pasaba por un pequeño barco de bajura de 12 metros y estaba a menos de 4 millas, la visibilidad no era muy buena tan temprano, pero la cámara FLIR del cañón principal mostró al operador de armas lo que parecía un submarino emergido.

Inmediatamente sonó la alarma y la voz de zafarrancho por la megafonía del barco, sobresaltando a los pocos hombres que no estaban en sus puestos, puesto que con una tripulacion reforzada en aquel momento de 41 hombres prácticamente todos ellos estaban ya en sus estaciones.
Tras el primer minuto de tensión y mientras el M-40 Nervión comenzaba a maniobrar, quedó patente que el blanco pernanecía fondeado desde el momento de su detección, pronto, desde el puente, mientras aproaban hacia el submarino y la visibilidad mejoraba paulatinamente, se pudo observar como desde el submarino se estaba emitiendo con la lámpara de señales una llamada de SOS. Precavido, el capitán ordenó despachar al helicóptero inmediatamente para sobrevolarlo, iba a mantenerse a distancia mientras se comprobaba la situación. Entretanto, ordenó al jefe de armas que formase un trozo de abordaje, puesto que no llevaban dotación de infantería de marina y se preparasen las lanchas RHIB.

- Capitán, el helicóptero informa que el submarino tiene sus máquinas paradas y su tripulación está en el exterior, cuentan a más de 50 personas sobre la cubierta, han lanzado algunas balsas... - dijo el operador de comunicaciones-

- Vale, nos mantendremos a distancia, en cuanto estén listos que lanzen las lanchas, habrá que abordar.


Algo más de una hora despues, cuando el Nervión se acercaba para dar remolque al submarino, una de las RHIB transportó al M-40 a un grupo de cuatro hombres, el capitán del submarino, el segundo de a bordo y dos alemanes, uno de los cuales ejercía como traductor.

- Capitán, deseo agradecer en nombre de mis colegas que no nos haya hundido nada más vernos, yo soy Joachim Schell y puedo traducir sus palabras a mis colegas.

- ¿Son ustedes alemanes?.

- Lo somos algunos, cerca de la mitad del pasaje somos alemanes, hay también rusos, polacos y franceses, la tripulación es enteramente rusa, permita que le presente a mis colegas, estos son el capitán Nikolay Lunin y el segundo Fyodor Vidyayev, que han tenido la valentía de traernos hasta aquí y mi superior el Doktor Hellmuth Walter.

- ¿Walter?, ¿el Helmut Walter de la turbina Walter?.

- ¿Turbina Walter?, pues... no sabría decirle, capitán, pero es el Dr Walter, fundador de la Walter-Werke y diseñador, entre otras cosas, del submarino en el que hemos llegado aquí.


cornes
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LA FRACTURA

Mensaje por cornes »

Berlin, Alemania
Aeropuerto Central Berlín-Tempelhof
Cuartel de la Policía Militar Aliada


- ¿Da su permiso, Mi Comandante?.

- Pase, teniente, ¿qué me trae?.

- Esto no se lo va a creer, señor.

- No se ande por las ramas, teniente, que tengo mucho que hacer.

- Está bien, señor, ¿recuerda que el General Oster iba a supervisar el levantamiento de los enterramientos de guerra con la policía alemana y la Feldgendarmerie para comprobar los cuerpos?.

- Pues claro.

- Pues por increíble que pareza, está dando frutos, ayer detuvieron a Gerhard Martin Sommer.

- ¿A quién?.

- Al "Carnicero de Buchenwald" señor.

- Lo siento pero no lo conozco, de todos modos, ¿no es posible que ese individuo todavía no haya cometido los crímenes nazis de nuestra línea temporal?.

- No, señor, Martin Sommer era el responsable de la prisión dentro del campo de Buchenwald desde 1937 y previamente ya había estado en otros campos, como sabe, Buchenwald era un campo de concentración para presos políticos que tras la noche de los cristales rotos comenzó también a albergar judíos.

- Ya veo, entonces, ¿cómo se ha llegado a él?.

- Pues, se suponía que estaba muerto, oficialmente había fallecido en un bombardeo de posiciones de defensa antiaerea de la periferia de Weimar y se suponía que estaba enterrado en una fosa abierta cerca de la posición antiaérea donde se suponía que había muerto.

- ¿Y?.

- Pues que la fosa existía, pero los cadáveres exhumados correspondían a jóvenes de ambos sexos de edades inferiores a los 20 años con la única excepción de tres individuos que sin ninguna duda superaban ampliamente los 45 años de edad, todos ellos además, salvo dos de los jóvenes, con sus correspondientes chapas de identificación, se ha corroborado que todos ellos eran parte de las dotaciones de dos baterías destruídas mediante los archivos de la Lufwaffe e interrogatorios a los supervivientes de su unidad.

- Interesante, pero a menos que ese Sommer estuviese esperando al lado de la fosa, esa historia no explica cómo le han detenido.

- Señor, lo primero que Oster ordenó fue el registro de la granja familiar de la familia de Sommer, en Turingia, en un pequeño pueblo llamado Schkölen.

- Bien, Teniente Castro, aligere, sea cual sea la sorpresa termine pronto, tengo prisa.

- Allí le encontraron, señor, en su propia casa.

- Esa no es ninguna sorpesa, si cabe puede suponer que el individuo ha resultado ser un incauto.

- Es más interesante, señor, había adquirido la identidad de uno de los presos políticos muertos en Buchenwald, había cobrado el adelanto de la indemnización estatal y comprado la granja...

- ¡La madre que lo parió!...

- No solo eso, señor, sus padres, supuestamente vendedores de la propiedad, han resultado estar enterrados en la granja, y es que ese hombre, tal como sabemos, era.. bueno, "es" una personalidad enferma capaz de una crueldad extrema.

- Me ha intrigado, Castro, pero si su pueblo es una pequeña localidad rural, ¿cómo es posible que nadie le haya reconocido?

- Ese hombre se fue de casa a los 16 años.

- Ya veo, ¿y a donde quiere llegar con esta historia, teniente?.

- El General Oster me ha pedido que le comunique que considera necesario establecer un equipo permantente para comprobar minuciosamente las identidades de los represaliados por el nazismo, está seguro de que hay más nazis ocultos en Alemania y el extranjero con identidades robadas a las víctimas reales, incluso cree posible que se haya tratado de un programa desarrollado intencionadamente de selección de identidades adecuadas.

- A qué se refiere.

- El preso al que Sommer robó la identidad guardaba un asombroso parecido físico con él, y una edad solo dos años superior. Oster cree que un engaño tan complejo y bien elaborado no puede haber surgido de la mente de un peón como Sommer.

- No tenemos recursos ilimitados, Castro, esto es un incordio tras otro, con lo fácil que parecían en las películas de la LTR encontrar nazis y SS buscandoles tatuajes en los sobacos...

- Bueno, señor, históricamente no era exclusívo de los SS el tatuarse el grupo sanguíneo y pagaron muchos justos por pecadores, pero tras la fractura Hitler obligó a toda la población movilizada, en incluso a los presos de los campos y a miles de extranjeros, a realizarse el tatuaje del grupo sanguíneo, así que hoy por hoy no sirve de nada.

- Ya, a ver que podemos hacer, dile a Oster que mañana por la mañana a primera hora hablaré con él y veremos con qué podemos contar... una cosa, ¿qué va a pasar con el Sommer ese?.

- Le están interrogando con mucho interés, pero opino que no se va a librar de la pena de muerte de ninguna manera, casi lo linchan en su pueblo mientras lo tenían detenido al descubrirse la fosa donde estaban sus padres, sin duda es un error utilizar lugareños para levantar fosas, es un algo que a partir de ahora hay que tratar de evitar.

- Bueno, comunique eso a Oster, ya hablaremos mañana.


Domper
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LA FRACTURA

Mensaje por Domper »


El caluroso ambiente cubano hacía que los paseantes no saliesen hasta que se ponía el sol. Era entonces cuando las calles se llenaban y los amigos se saludaban. Incluyendo los turistas españoles. Aun no eran muchos, pues a las obras de ampliación del aeropuerto de Rancho Boyeros aun les quedaba mucho, y los visitantes tenían que hacer escala en México. Pero ya no extrañaba ver las coloridas —y escasas— ropas españolas.

Un hombre al que su pantalón de sarga azul y su camiseta de manga corta delataban como turista detuvo a otro que también parecía forastero, pues llevaba ropa oscura y mal cortada.

—Volvemos a vernos, Pavel Anatolyevich.

—¿Pau Antoniovich? —dijo el ruso, demostrando que conocía el nombre del progenitor del español—. No esperaba encontrarle aquí.

—La Habana siembre ha sido buen lugar para hallar amigos ¿le apetece un daiquiri?

El español condujo al soviético al hotel Plaza donde, a decir de Pau, se servían los daiquiris originales. Pero una vez en un reservado y con las copas delante, apartó los licores.

—Pavel, veo que tu nuevo destino es agradable ¿piensas volver a Lisboa?

—Ya sabes que nuestras relaciones con los portugueses no están pasando muy buen momento.

—Eso es cosa del pasado. Ahora que han cambiado los inquilinos del Kremlin va a ser todo más fácil.

Pavel cayó mientras esperaba que el español fuese al grano.

—Bien, será mejor no perder el tiempo que tampoco tenemos mucho. Mi gobierno desea restablecer las relaciones diplomáticas con el tuyo.

Pavel consiguió mantener su rostro imperturbable antes de responder con ironía.

—¿Relaciones como las del año pasado? ¿a base de bombazos?

—Bombas hubo por ambas partes, recuerda que hemos preferido acusar a los nazis de lo de Cartagena, aunque tenemos pruebas que apuntan hacia más al este. Por no decir nada de los tiros contar el rey y contra Roosevelt, que por Washington aun os tienen muchas ganas. Además no negarás que os aliviamos un poco cuando jubilamos al Tío José.

Pavel Sudoplatov pensó en cuántos de sus compañeros habían desaparecido tras ser llamados a Moscú. Cierto que la muerte de Stalin había sido una bendición, casi mayor que la de Hitler.

—No negarás que os vino muy bien que jubilásemos al Tío José. Dicen que vosotros habéis hecho lo mismo con Zhdánov. Kaganovich, Beria y los demás. Lo que no sé es el método ¿fue con tiro en la nuca? Tenéis por allí a un par de muchachos que manejan muy bien la herramienta. Pero bueno, Pavel, será mejor ir al grano. Lo que te he dicho. Estamos dispuestos a restablecer las relaciones diplomáticas. Que incluirían no solo la apertura de embajadas, sino también nuestra asistencia tecnológica y sanitaria.

El soviético tardó en responder, pero esta vez no por táctica sino por la sorpresa. Era más de lo que podía soñar. Lo que quería decir que había gato encerrado.

—Pau, mi gobierno siempre ha deseado la paz mundial, por lo que puedo adelantarte que estará más que satisfecho con vuestra propuesta —cuidadosamente había evitado preguntar por las condiciones y tuvo que ser el español el que moviese ficha.

—Claro que tendrá que ser con algunas condiciones.

—Los anglosajones dicen que el diablo está en los detalles. Pues eso, dependerá de los detalles.

—No creo que sean muy difíciles para tu gobierno, que quiere hacer punto y raya con los anteriores. A ver qué te parecen. Por una parte, tendríais que renunciar a vuestro programa nuclear y aceptar inspecciones.

El ruso bufó y dijo—: No creo que sea posible.

—No te precipites. A cambio, los demás haríamos lo mismo. Desmantelaríamos nuestras armas nucleares y las pondríamos bajo control internacional. A Roosevelt le ha parecido muy bien y va a ordenar detener su programa nuclear militar. Ingleses y franceses están a lo que digamos. Solo faltáis vosotros.

—Y los japoneses.

—Ya veremos qué hacemos con ellos. Pero sigo. Además, tendríais que retiraros a las fronteras de 1938.

—Imposible.

—Pavel, que todos sabemos lo que está pasando en los Países Bálticos y en Moldavia. Se os han rebelado la mitad de las ciudades, y el ejército que tenéis allí no es de fiar. Recuerda que la gente ve a la Unión Soviética como una de las potencias agresoras que causaron la guerra. Si empezáis a pegar tiros la cosa puede terminar mal.

—Mi gobierno no puede aceptar estar rodeado de enemigos.

—Todo se puede negociar. Yo creo que se los países bálticos podrían declararse neutrales, así como las zonas ocupadas de Finlandia, Polonia y Rumania. Sé lo que vas a decir, que por allí hay muchos rusos, y lo entendemos. Como el problema es Varsovia y allí tenemos bastante mano, les presionaremos para que se hagan plebiscitos a ver qué quiere la gente. Pero te adelanto que no habéis hecho muchos amigos por allí en este par de años.

—Trasladaré vuestra oferta a Moscú ¿algo más?

—Desde luego. No me meto en como os organicéis, pero un régimen estalinista será inaceptable. No os pedimos que hagáis elecciones en plan americano ni nada de eso; por mí, como si seguís todos con las insignias del Partido. Siempre que deis libertad personal a vuestros ciudadanos.

—Creo que es la intención de mi gobierno.

—Pues entonces no creo que haya problemas. Dile a tus jefes que, si os parece bien, podríamos tener una reunión en algún sitio neutral. Como no creo que queráis volver a Suecia, podría ser en Suiza.

—¿Con micrófonos, como la última vez?

—Pavel, ya sabes que nosotros teníamos nuestros propios problemas con los locos de las conspiraciones, aparte que estando Beria por medio más valía que todo estuviese a la luz. Desde luego que la conferencia será ante la prensa, pero previamente podríamos tener unas reuniones informales para dejarlo todo acordado y que nadie haga el paripé. Os dejaremos que seáis vosotros los que pongáis el sitio para que no haya filtraciones. Si te parece, podríamos volver a quedar aquí en un par de días y me dices lo que piensan en Moscú de todo esto.



Tu regere imperio fluctus Hispane memento

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