LA FRACTURA

La Historia Militar española desde la antiguedad hasta hoy. Los Tercios, la Conquista, la Armada Invencible, las guerras coloniales y de Africa.
Domper
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La crisis rumana había conllevado un indeseado retraso. Pero ahora, apaciguada la frontera oriental europea, los cuatro orgullosos buques pasaban por el canal de la gran bahía situada en un remoto archipiélago descubierto por navegantes españoles casi cinco siglos antes.

El vicealmirante Leñanza estaba orgulloso de mandar la flota más potente que nunca hubiese llevado el pabellón rojigualda: los portaviones Glorioso —que mandaba la agrupación—, su gemelo Jaime I, que ya finalizado se había unido a la escuadra, y los medio hermanos Pelayo y Dédalo. La escolta era una extraña mezcolanza. Incluía cuatro fragatas anteriores a la Fractura: las Cristóbal Colón y Méndez Núñez, y las más antiguas Navarra y Canarias. Para mantenerlas en servicio había sido preciso retirar los equipos electrónicos de sus gemelas. Al menos, las otras tres F-100 estaban siendo reconstruidas para poder llevar radares desarrollados por Indra —que ni de lejos tendrían la capacidad de los SPY, pero algo era algo, y siendo cascos modernos valía la pena aprovecharlos— y la versión de lanzamiento vertical del misil Gavilán, una copia del ESSM aunque por desgracia con menos capacidad. Por el contrario las otras F-80 supervivientes habían ido al muelle de desarmo, pues estaban al final de su carrera.

Les acompañaban los cuatro D-110 que ya habían entrado en servicio: los dos primeros, los Lángara y Escaño, que llevaban un lanzador Sea Sparrow desmontado de las antiguas Descubierta —estaba prevista su sustitución por un lanzador vertical— y los más modernos Bonifaz y Garay. También estaban entrando en la gran bahía cuatro Bustamante —Fletcher modificados, también con misiles Gavilán— y seis fragatas de escolta Gálvez —conversiones de las Livermore—. Finalmente, seis buques de abastecimiento: los Cantabria, Patiño, Marqués de la Ensenada, Palma, Hierro y Gomera.


La gran bahía llamada Pearl Harbor no estaba vacía, ni mucho menos. Pues en ella esperaba lo más granado de la Pacific Fleet: seis grandes portaviones y seis modernos acorazados, rodeados de decenas de cruceros y destructores, en los cuales destacaban las grandes antenas de los radares. Desde las orillas, una multitud observaba la gran flota.

Había comenzado la operación Perla.



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Domper
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Daniel Rojo admiraba las limpias líneas del buque, que en poco se parecía a sus gemelos que aun seguían en las gradas de los grandes astilleros de Newport News.

A la US Navy no le había gustado tener que retrasar las obras de sus portaaviones. Pero tras el salto temporal, resultaba evidente que los tres portaaviones de la nueva clase Essex estaban irremisiblemente anticuados al no poder operar con los nuevos reactores Grumman F7F Swordcat. Como medida provisional, los dos grandes portaaviones de la clase Lexington habían sido modernizados. Se había retirado la batería de cañones de 203 mm, y se había sustituido la cubierta de madera de teca por otra reforzada de acero. Pero no se disponía de catapultas de suficiente potencia, obligando a emplear cohetes, y el carecer de la cubierta oblicua de los portaaviones españoles suponía un serio inconveniente. Tras el semi fiasco la US Navy había aceptado que necesitaba recurrir a España. Un equipo de ingenieros navales, dirigidos por David Rojo, había llegado a Newport News para revisar las obras del Essex. Acababa de ser botado y faltaba instalar la mayor parte de los equipos, lo que facilitaría la conversión.

Los norteamericanos pensaban que bastaría con poner una cubierta de vuelo oblicua, pero el equipo hispano recomendó una transformación mucho mayor, que elevaría su desplazamiento a las 32.000 toneladas. Para mantener la estabilidad se había desmontado el cinturón blindado, dejando solo la protección del piso del hangar, y se había añadido un bulge que aumentaba dos metros su manga; la velocidad iba a quedar reducida a 30 nudos, algo que gustó poco a los marinos norteamericanos. También se modificó la posición de los elevadores, dejando uno a proa y dos externos a estribor, tras la torre de mando, que iba a ser de mayores dimensiones que lo proyectado. La cubierta de vuelo fue desmontada y sustituida por otra de acero (de 27 mm de espesor), que era oblicua y con cables de frenado reforzados. Otra mejora era la sustitución de las catapultas por una de vapor de alta presión, desarrollada para los grandes portaaviones que se construían en España. También se había modificado el armamento, sustituyendo los cañones de 127 mm proyectados por una batería de 16 cañones de 76 mm dirigidos por radar.

Los importantes cambios iban a retrasar seis meses la entrega del buque, pero el proyecto avanzaba a tan buen ritmo que la marina había autorizado a que los otros cuatro Essex en obras, los Bon Homme Richards, Inteprid, Kearsage y Franklin. Los demás barcos autorizados se iban a construir con un diseño mejorado de mayores dimensiones, derivado del R-31 Hispania.

En Newport News también se estaba trabajando en la nueva generación de buques de escolta. Los cruceros Birmingham y Mobile estaban siendo terminados con un diseño completamente diferente al inicial. Se había desembarcado la artillería —que iba a quedar reducida a dos torres dobles de 127 mm y a cuatro montajes dobles de 76 mm) y en su lugar iba a llevar setenta y dos pozos para misiles Sparrowhawk, copias del Gavilán fabricadas bajo licencia, y dieciséis misiles Javelin, basados en el Paíño. Junto con los radares desarrollados por Indra, los nuevos cruceros de la clase Santa Fe complementarían a los “todo cañón” de clases previas.



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APVid
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MADRID.

-Es muy extraño todo eso, ¿tibetanos?

-Si parece que los japoneses están buscando algún intermediario indirecto para negociar, y Tibet tiene miedo de China sea cual sea la que se imponga, por otro lado tienen buena prensa en nuestro país, señor ministro. Aunque varios de los turistas que han ido allí han vuelto con imágenes y relatos más pedestres del supuesto Tibet, al parecer incluso entre la comunidad budista española una teocracia feudal no es lo más brillante. Eso si ya hay varios escaladores preparándose para adelantarse a Hillary y Tenzing en Nepal.

-Centrémonos.- Volviéndose a un militar- ¿Qué opinan de lo que sugieren?

-No estamos seguros, realmente hasta el Regulus no habría un misil lanzado por submarino, pero los expertos piensan que los I-400 modificados que estarían fabricando puede que pudieran llevar jet de esas características, a fin de cuentas iban a llevar aviones.

-¿Pero no serían misiles?

-No como los consideramos, ahorrarían todo el sistema de dirección con una versión de la Ohka o de los cohetes copiados a los alemanes, estilo Republic-Ford JB-2, aún sacrificando al piloto. Recuerde que los EE.UU. llegó a pensar que los alemanes enviarían U-boat con V2 al final de la guerra... En este caso no sabemos su autonomía y menos su carga que debe ser pequeña o su alcance, aunque suponemos que lo han mejorado mucho.

-¿Pero son una amenaza o no?

-No estamos seguros. Los submarinos normales serían detectados rápidamente antes del alcance de torpedo, pero en este caso,..., incluso si se acercan a atacar la costa. Señor ignoramos que clase de carga pueden llevar.

-En ese caso ¿por qué nos lo dejan caer de forma tan indirecta?

-Podría ser un farol.- Afirmó otro de los presentes.- Puede que sepan que su flota de superficie no es rival por lo que tratarán de usar cualquier técnica, pensemos que planearon atacar el Canal de Panama y bombardearon EE.UU. con globos en la otra línea del tiempo, amenaza esta última posible pues los radares que tienen en la costa Oeste no los distinguirían. Todo depende de la carga.

-¿Un farol entonces?

-O una indirecta de que recurrirán a cualquier método en caso de que puedan perder un conflicto, deben estar muy preocupados. Estamos seguros que no tendrán armas nucleares en décadas y eso si centrasen en ello todos los recursos, pero pueden usar otro armamento...


Domper
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Hay gente que tiene suerte, y el teniente Martín González pensaba que era uno de ellos. Pues con el salto temporal le había tocado la lotería. No la Nacional, sino la de la Armada.

Desde niño Martín había querido ser piloto. Tenía siete años la primera vez que viajó a Madrid, y casi lo único que recordaba era cuando su padre lo llevó a un rincón junto a Barajas —de mayor reconoció el lugar como la cementera de Paracuellos— a ver volar los aviones. Su hermana mayor se había aburrido como una ostra, pero a Martín se le había caído la baba viendo las coloridas aeronaves. Fue en ese momento cuando decidió que quería volar. De más mayor, sus vacaciones playeras, en las que tuvo la fortuna de poder navegar con un pequeño Optimist, le habían hecho enamorarse del mar. Por ello, cuando sus amigos se preparaban para ser ingenieros, abogados o médicos —más de uno solo llegó a borracho—, Martín escogió la selectiva pero muy atractiva carrera de la mar. Porque su sueño era combinar sus dos aficiones, la mar y el aire, pilotando un Harrier de la Armada. Por desgracia, Martín había acabado por la mitad de la promoción y las posibilidades de llegar a pilotar algo, no ya un Harrier, aunque fuese una paquetera, eran prácticamente nulas. Al menos había acabado en la Colón, que era de lo mejorcito de la Armada. Pero siempre que podía miraba a ese cielo que no recorrería.

Entonces se produjo el salto temporal y todo cambió. El desconcierto, si lo hubo, duró minutos, que para algo la Armada se entrena para imprevistos y puede darse el gustazo de seleccionar a los mejores aspirantes a la escuela. Así que en cuanto se comprobó lo del cambio de fecha, y previendo la futura expansión de la Armada, el AJEMA ordenó que la Escuela Naval ofertase nuevas plazas, que estableciese cursillos acelerados para que los guardiamarinas más aventajados pudiesen pasar a la flota cuanto antes, y que se creasen programas para marinos mercantes que quisiesen pasar a la Armada. Lo mejor fue la orden según la cual aquellos oficiales que hubiesen superado las pruebas médicas podrían solicitar pasar a la Academia General del Aire para su capacitación como pilotos.

A Martín no hubo que repetírselo dos veces, y pocas semanas después ya estaba lidiando con una Tamiz, maldita avioneta más difícil que un burro con resabios. Al poco pasó a un Texán, vistas a su viaje a Estados Unidos para entrenarse en despegues y apontajes, gracias a las excelentes relaciones que estaban manteniendo la Armada y la US Navy. Estando los norteamericanos tan interesados en los equipos electrónicos y en las nuevas tácticas navales, tiempo les faltó para poner a su portaaviones más potroso, el Ranger, a disposición de los españoles. Fue en Estados Unidos donde aprendió a odiar cordialmente al Grumman Wildcat con el que volaba, pues sería todo lo noble y duro que quisieran, pero andaba tan falto de potencia que en las operaciones a baja cota —incluyendo los apontajes— no permitía ningún fallo. Después de seis meses al otro lado del Océano había vuelto a España, donde se estaban dando los últimos toques a los dos primeros barcos de la clase Dédalo. En lugar de ir a Rota había ido a Jerez, aeropuerto que tras la Fractura había quedado inactivo. Ahí se habían construido dos cortas pistas junto a la principal: una con cables de frenado, y otra con un trampolín. Cuando llegó Martín, la base había recibido dos docenas de SOCATA Rally (adquiridas a aeroclubes civiles) y ocho Nova Spatha. La intención era sustituir estos últimos por los Gladio en cuanto fuese posible, pero las necesidades primero de la guerra con Alemania y luego de la flotilla de aeronaves de la Armada obligaron a seguir empleándolos para la instrucción.

Con esos aparatos Martín tuvo que volver a aprender los trucos del vuelo con aviones de tren triciclo antes de llegar a la prueba de fuego: apontar en el Glorioso. No le correspondió el honor de efectuar el primer apontaje convencional, ni mucho menos, pues los aviones de hélice llevaban haciendo lo meses, y el primero con un reactor Gladio lo había efectuado un veterano piloto de Harrier. Pero Martín tuvo al menos la satisfacción de pertenecer a la primera remesa de pilotos de reactores embarcados en la renacida octava escuadrilla, equipada con Gladios. Que nadie llamaba así sino Fokker, por lo anticuado de su aspecto con el ala recta y los depósitos en los extremos alares. Luego habían llegado meses muy movidos. Primero, para entrenarse en las maniobras aeronavales. Luego, en las operaciones contra Nicaragua y Santo Domingo, aunque el papel de la escuadrilla se había reducido a los vuelos de instrucción. Aunque ahora en el Pacífico llegaba la hora de la verdad.

Cuatro Gladio volaban en una formación abierta a dieciséis mil pies de altura. Martín era el punto de su jefe, el capitán Jáuregui. Un W35AN Centella había detectado con su radar la escuadra contraria hacia la que se dirigían los reactores españoles. El equipo de navegación del Fokker (que solo era obsoleto en aspecto, no en electrónica) había recibido la posición del objetivo, ya solo a ochenta millas. Entonces Jçauregui llevó a los cuatro aviones casi al nivel del mar. Justo a tiempo porque el alertador detectó las emisiones de un radar de onda métrica, todavía débiles. Los reactores volaron primero a mil pies, y cuando ya solo quedaban veinte millas bajaron hasta los cien, para luego dividirse en parejas para atacar por diferentes ángulos.

El Centella les informó de la presencia de cazas, pero volaban varios miles de metros sobre ellos y no suponían una amenaza inmediata. Entonces los pilotos vieron el alto perfil de los portaaviones que eran su objetivo, y efectuaron la última fase de la maniobra: ascendieron hasta los tres mil pies antes de descender en un picado suave, maniobrando para evitar los destructores y cruceros de la pantalla. Uno de ellos, a unos tres mil metros a la izquierda de Martín, lanzó un cohete, pero ya era demasiado tarde: los dos aparatos tenían casi debajo un gran portaaviones, e hicieron una pasada (no directamente encima sino a babor) lanzando un rosario de bengalas. Lo mismo hizo la otra pareja. Luego los aviones se elevaron culebreando para impedir que los sistemas de la flota atacada lograsen una dirección de tiro, y escaparon.

En el puente del Hornet el almirante Halsey tiró el cigarrillo que llevaba en la mano mientras mascullaba—: Nos la han vuelto a hacer. No los hemos visto hasta que lso teníamos encima, y aunque el Barton hubiese disparado —dijo refiriéndose al destructor que había lanzado el cohete al ver a los reactores— no les hubiese hecho ni cosquillas. De ser de verdad, ya tendríamos dos portaaviones menos. Entrenamiento, señores, tenemos que entrenar más.



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El marino español saludó a la bandera, mientras la orquesta de a bordo tocaba “Barras y estrellas”. El comandante de la flota del Pacífico, el almirante Nimitz, recibió al visitante antes de mostrarle el buque.

—Bienvenido a bordo, almirante Leñanza. Siempre es un placer recibir su visita.

Se había decidido que sería Nimitz quien ostentase el mando de las fuerzas del Pacífico, pero sería Leñanza, más habituado a las características de las armas modernas, quien tuviese el mando táctico de la escuadra. El almirante Halsey seguiría comandando los portaaviones norteamericanos, mientras que Spruance tendría el mando del resto de las fuerzas de superficie. No había causado demasiada sorpresa esta selección, aunque también se había entendido que los españoles insistiesen en que Halsey debía seguir sus indicaciones; nada de cabalgadas locas o sería sustituido por Mitscher.

Leñanza había visitado el gemelo del Washington, el North Carolina, durante un viaje a Estados Unidos antes del salto temporal; por eso pudo apreciar mejor los cambios en el buque. El acorazado conservaba sus baterías de 406 y 127 mm (esta última reducida a solo tres torres a cada banda) pero a cambio la batería terciaria era de cañones automáticos de 76 mm, más cuatro montajes Milenio de 35 mm para defensa de punto. El gran tamaño del barco había permitido instalar también dos lanzadores de misiles antiaéreos Banderilla y dieciséis de los antibuque Javelin. Similares modificaciones se habían hecho en los otros seis modernos acorazados que estaban en la rada. También se habían embarcado misiles antiaéreos de corto alcance en varios cruceros y destructores.

Nimitz notó que Leñanza miraba uno de los montajes automáticos.

—Poco le duraría un Zero a ese trasto.

El almirante español asintió. Eran armas que en la anterior línea temporal habían sido desarrolladas para defender a los buques de reactores e incluso de misiles. Un aparato con motor de hélice sería poco más que un blanco volante para esos cañones, provistos de dirección de tiro por radar. La batería de 76 mm, disparando proyectiles con espoleta de proximidad, también era muy superior a la de 28 mm que hubiese debido llevar el acorazado.

Se escuchó un sonido y Nimitz miró al cielo: se trataba de uno de los recién llegados helicópteros Sikorsky-Kamov H-19 Chickasaw, que se dirigía a la estación aeronaval de la isla Ford.

—Por fin está llegando el Sangamon.

Los dos almirantes miraron hacia la entrada de la rada. Efectivamente, estaban entrando tres portaaviones de pequeñas dimensiones, que llevaban en sus cubiertas un buen número de helicópteros.

—Con sus cuatro portaaviones, los seis míos y esos tres hacen trece. A ver si llega el Chenango para redondear. Yo no soy supersticioso pero sí algunos de mis hombres.

—Lo mismo pasa con los míos. Parece mentira que aun haya quien crea en semejantes fantasías.

Nimitz volvió a mirar hacia el cielo, y luego en dirección a Pearl City.

—Cada vez que miro hacia allí me imagino a miles de ojos rasgados mirándonos. Sí, ya sé lo que dicen los libros, que en el otro tiempo la inmensa mayoría de los japoneses de Hawái se mantuvieron fieles a la bandera y lucharon valientemente contra Alemania y contra Japón. Pero me extrañaría que no hubiese espías ahí.

—Ojalá. Resultaría más que conveniente para nuestros planes.

—Sí, lo sé, pero estuve viendo esa película, la de “Tora, tora tora”, y se me revuelven las tripas. Aunque no haya ocurrido esta vez, de vez en cuando me sorprendo mirando al cielo.

—Le entiendo.

—Aunque bien pensado, no tendremos esa suerte. Porque esta vez Pearl Harbor no está indefensa.

Leñanza asintió. La isla de Oahu parecía que se iba a sumergir en el mar de tanto material que se acumulaba en ella. La recién constituida USAF había desplegado lo más moderno de su arsenal: cazas P-49, P-51 y P-72, bombarderos B-28 y, sobre todo, una docena de reactores P-80. La marina no le iba a la zaga porque aportaba los F8F Bearcat y los reactores F7F Swordcat. Las bases estaban defendidas por cañones antiaéreos automáticos, y radares de largo alcance vigilaban los cielos. Además una docena de aviones de patrulla PB4Y Privateer proporcionaban la vigilancia lejana; equipados con radares, ninguna flota japonesa podría colarse.



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Londonderry
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Cuando Sergio Pombo descendió del DC3 que le había llevado hasta la pista de la base de Derry, lo hizo pletórico, ya había tenido un mes entero de permiso en casa y antes de embarcar en España en el avión que les llevaría de nuevo al Reino Unido se había encontrado con algunos buenos amigos de sus primeros momentos en los buques meteorológicos, y es que durante aquellas primeras semanas a finales de 1940 que ahora parecían quedar tan lejanas, las difíciles condiciones de vida y la complicada adaptación a sus destinos habían unido mucho a los escasos españoles que habían sido destinados a los cascarones que la Navy asignó a las estaciones meteorológicas.

Hasta el nuevo aeropuerto de Londres habían viajado en un cómodo avión de línea turbohélice, para despues ser trasladados hasta Glasgow en un De Havilland Caribou y de allí a Londonderry en un DC3 configurado para transporte de personal que estaba sorprendentemente bien aprovechado para acomodar unos asientos para el pasaje inesperadamente amplios y cómodos, al menos en comparación con los de algunos aviones de línea en los que había viajado.

Sus vacaciones habían sido cortas, apenas un mes en casa, que despues de 20 meses de servicio continuo sin permisos dignos de tal nombre Sergio agradeció, aún cuando al principio echó de menos la rutina del Volcán del Teide, había pasado tanto tiempo a flote que le costó conciliar el sueño durante unos días.

Ahora, había sido relevado del servicio en el ferry al reducirse su dotación militarizada a un solo turno, ya que ahora el barco se encontraba dedicado a dar servicio a las administraciones civiles, creía que ahora debería estar en el Báltico trasladando personal, materiales y maquinaria ligera de obras públicas, al mismo tiempo que una parte de la flota de buques anfibios auxiliares se había desplazado al Océano Pacífico, al parecer para realizar tareas logísticas en la constelación de islas del pacífico y algún tipo de maniobras conjuntas con los norteamericanos, británicos, holandeses y canadienses.

Él había sido asignado nuevamente al Atlántico Norte, no solo por haber estado previamente en un barco estación, sino por no haber mostrado interés en viajar hacia los lejanos calores tropicales del pacífico ecuatorial.

Pero su ánimo se vino abajo cuando al enfilar el muelle del puerto solo acertó a ver las pequeñas corbetas amarradas al muelle o abarloadas entre ellas:

"¡La madre que los...!, ¡¡Pero qué hijos de la gran..Bretaña, ****!!", no pudo evitar mascullar.

Y es que no era para menos, él esperaba como mínimo un cascarón con al menos la habitabilidad de un sloop como el Flamingo en el que había servido en el 41, que sin ser algo por lo que en el siglo XXI un marinero habría pasado de buena gana, no eran del todo malos comparados con lo que había entre las unidades menores de la Royal Navy... y qué decir si hubiera compararse con otras marinas, pero.

"¡Esto!, ¡Pero no me jorobes!, ¡Esto son... Flowers!, ¿nos van a meter en una Flower de 60 metros?, ¿es una broma?" acertó a decir Agustín, mientras Sergio Pombo, dejando en el suelo su bolsa, hojeaba de nuevo los papeles de su destino... "

"K-18, nos han han asignado a la K-18", dijo a su compañero mientras volvía a levantar la vista hacia los barcos, buscando sus numerales, allí estaban a la vista los numerales de las K-17, K-48, K-66, K-09 y sí, la K-18.

"¡Fantástico!, con estos numerales son seguramente las flower construídas en 1939 y 1940... o sea la más viejas y cochambrosas, a saber, alguna seguro que hasta tiene los agujeros de bala tapados con las estaquillas famosas."

"Calla Agustín, que ya me estoy amargando sin necesidad de que tu me ayudes".

Pequeñas corbetas de la clase Flower, pequeños barcos de 62 metros diseñados para operar, atestados de tripulantes, en las aguas costeras del Mar del Norte durante travesías relativamente cortas y no precisamente en alta mar durante periodos largos, con razón las Flower se labraron su fama de devoradoras de la moral y la salud de sus tripulaciones, pues las condiciones de vida a bordo tenían la merecida fama de ser solo comparables a las que se sufrían a bordo de los submarinos de la época, esto era una soberana ***ada, pensar en pasar periodos de tránsito y estación a bordo de esos barcos en el Atlántico Norte era suficientemente desagradable por sí mismo.

"¡Con los pantocazos que debe pegar eso, va a ser una montaña rusa, que no tienen ni potencia para encarar la mar picada!"

"¡Que te calles ya, hombre!, vamos al barco a ver que es lo que hay, que como haya que hacer la estación en eso yo pido el traslado...

Y se fueron acercando a los barcos, todavía estaban lejos así que poco a poco fueron apreciando lo reformadas que estaban las superestructuras de las corbetas, a primera vista sus puentes habían sido completamente reformados, parecían cerrados y más bajos, no era que tuviesen una referencia visual clara, pero desde luego parecían haber sido reformadas, el armamento de proa parecía ligero, parecía buena señal.

"Bueno, al menos parece que las han reformado un poco, a ver si hay suerte y hay camarotes".

"No te ilusiones mucho, que ya veremos"

Unos minutos despues llegaron ante la pasarela del K-18, el HMS Campanuda y solicitaron abordar al suboficial de guardia, el resto de los compañeros que habían llegado con ellos buscaban sus buques, tan cariacontecidos como ellos, pues de allí iban a salir los buques A, C, I, J, K, M y G, y visto que en el puerto solo había algunos submarinos, un par de destructores de flota, pesqueros y algunos barcos de cabotaje además de las Flower. la cosa estaba clara, todo parecía indicar que harían sus estaciones en unos barcos cuya fama en la LTR les atribuía unas condiciones de vida a bordo atroces en las condiciones del Atlántico Norte.

Para sorpresa de Sergio Pombo, sin embargo, las naves habían sido profundamente reformadas, tal como el oficial de guardia les explicó, gracias a que la necesidad de escoltas se había reducido constantemente a lo largo de 1941 y las flower, en consecuencia, habían terminado por ser retiradas de nuevo hacia los astilleros para recibir ciertas "mejoras" con el fin de ser dedicadas a otras tareas.

Para empezar el armamento habia quedado reducido a un montaje doble Boffors de 40 mm en lugar del cañón principal y un mortero lanzador de cargas antisubmarinas similar al LIMBO pero de un solo tubo, las calderas y la máquina de vapor de triple expansión original había sido sustituída por cuatro motores diesel en dos tamdem con una transmisión reductora reversible, pues por lo visto, los británicos se habían puesto rápidamente manos a la obra en cuanto el "Admiralty", tras estudiar con suma atención cuanto habían podido averiguar a través de los españoles, urgió a los fabricantes del Reino Unido buscar colaboraciones urgentemente, preferentemente con los fabricantes norteamericanos como la Detroit Diesel, GM o la Fairbanks Morse, que se encontrarían al menos tan avanzados como los alemanes en el diseño y fabricación de motores diesel de alta potencia para uso naval, que daban al barco, según el oficial, casi 4.500 kW con un consumo de fuel similar al de las viejas calderas, y ocupando menos de la mitad del espacio de máquinas, multiplicando la capacidad de los depósitos de fuel proporcionando ahora al barco una fabulosa autonomía teórica de 16.000 millas a 10 nudos.

Pero lo mejor era la nueva distribución de cubiertas, la eliminación de las calderas había permitido, entre otras cosas, alargar la cubierta de habitación a lo largo de casi toda la eslora, la tripulación ya no debía dormir en hamacas colgadas por doquier, sino que ahora se disponía de camarotes compartidos, además de baños y duchas comunes, eran pequeños, pero sin duda parecía una mejora con respecto al Flamingo.

Además, el buque estaría mucho menos congestionado de lo que había estado en su anterior configuración, la tripulación de marina era ahora de solo 58 personas, incluyendo a los españoles, Sergio y Agustín, encargados de las comunicaciones y los equipos de datos, a los que solo habría que añadir entre 3 y 8 meteorólogos y científicos o técnicos según la zona donde habría de operar el barco.

El oficial de guardia estaba particularmente orgulloso del sistema automático de gestión de la propulsión y lastre, un complejo computador mecánico que los británicos habían desarrollado junto con los norteamericanos, basado en los calculadores electromecánicos balísticos, parecía claro, pensó Sergio para sus adentros, que los aliados habían estudiado con mucha atención los Sistemas Integrados de Control de Plataforma de los barcos postfractura y habían decidido desarrollar sus propios sistemas alternativos en base a sus propios medios sin depender exclusivamente de los equipos españoles, estaba claro que la sensorización y automatización de una parte del barco era lo que había permitido ahorrar unos 20 tripulantes, además de la supresión del armamento, aún cuando el oficial explicaba que buena parte de la tripulación todavía estaba asignada al control manual de los sistemas del buque.

Al menos la cosa ya no pintaba tan mal, despues de "instalarse" en su camarote doble, se encontrarían con el resto de sus compañeros en el edificio del muelle, esperaba que el resto de los barcos de sus compañeros estuviesen reformados, no pintaba mal del todo y de todas formas, cuando hubiese sido "restablecida" la red de satélites meteorológicos y se fuesen desplegando boyas de alta mar ya no sería necesario mantener la red completa de buques estación, tal vez un año más haciendo de estacion, despues Sergio Pombo soñaba con poder hacer campañas oceanográficas, al fin y al cabo, el mundo era ahora el de 1942, gran parte del planeta estaba prácticamente virgen.


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El coronel Tsuji meditaba sobre la conversación que había tenido con Terumi Mori, uno de los asesores de la comisión que había estado negociando con la delegación de las Naciones Unidas en Manila

Al principio había escuchado las palabras de Mori con incredulidad. Pues el coronel esperaba que los demonios extranjeros llegasen con sus habituales rudos modales, tratando a los Hijos del Sol Naciente como a sirvientes. Pero uno de los delegados, un español, resultó ser un ferviente admirador de la cultura nipona. Resultó hablar fluidamente el japonés, fruto, según dijo, de haber tenido la fortuna de vivir muchos años en el Japón del futuro de la otra línea temporal. Especialmente supo guardar el estricto protocolo que deseaba pero no esperaba la legación japonesa. Cometió errores, pero eran más los del discípulo que se esfuerza en aprender que los del enemigo que aprende las costumbres del enemigo solo para vencerle, y humildemente pidió disculpas por ellos. Supo mantener una conversación agradable sin esa burda impaciencia típica de los occidentales. Dijo que en su país se admiraba a Japón, no por su poder terrenal sino por sus costumbres, su arte y su inventiva. Sorprendió a los nipones al decirles que miles de españoles solicitaban poder viajar al país del Sol Naciente, deseosos de admirarlo.

Tras los adecuados prolegómenos, indicó que su papel era de portavoz pero no de jefe de la legación. Si el español iba a tomar la palabra era porque el negociador norteamericano ni dominaba el idioma ni conocía las costumbres japonesas, y lo último que deseaban las Naciones Unidas era que un malentendido o una descortesía involuntaria tuviese consecuencias irreparables entre naciones que debían ser amigas. Pero también señaló que cualquier acuerdo precisaba de la aquiescencia de los delegados de las Naciones Unidas —aunque todos entendieron que se referían a norteamericanos y españoles; las otras potencias no eran sino ceros a la izquierda— y que antes de aprobarla tendrían que consultarlas a sus respectivos gobiernos. Mori le contó al coronel que esas palabras habían causado satisfacción entre los delegados japoneses, que tampoco eran plenipotenciarios, y preferían unas conversaciones alargadas en las que pudiesen consultar con Tokio.

El comienzo de la reunión había sido más que adecuado, y Mori dijo que quedaron encantados por la cortesía del español. Pero entonces había soltado la bomba. Pues había presentado las exigencias de las Naciones Unidas, era criatura nacida de la mano de españoles y norteamericanos con la que pretendían imponer su diktat a otros pueblos. El español indicó que aunque en su país se admirase a Japón, consideraba que había sido una de las potencias agresoras que habían llevado al mundo a la guerra. Las Naciones Unidas exigían que Japón se retirase de los territorios que ocupaba, y que concediese la autonomía, previa a un plebiscito, a Corea y Taiwan. Asimismo pretendían que Japón reformase su gobierno y que se desarmase. A cambio, se recibiría la asistencia de las Naciones Unidas y especialmente las novedosas técnicas del futuro. Esas técnicas sin honor que habían convertido al país del Sol Naciente en una nación de mercaderes.

Mori le había relatado la contrapropuesta japonesa. Japón entendía la preocupación de las Naciones Unidas y deseaba llegar a un acuerdo pacífico. Aunque tenían que entender que Japón era un país pobre y que necesitaba el acceso a materias primas y mercados, que las potencias occidentales encontraban en sus imperios coloniales. Japón no pretendía crear un imperio colonial, pero el honor le obligaba a mantener su compromiso con los estados que habían solicitado ayuda y que estaban amenazados por comunistas, nacionalistas corruptos o colonialistas occidentales. Esas naciones eran la recién constituida República de China y las naciones de Indochina: el Imperio Anamita y los reinos de Camboya y de Laos, que deseaban liberarse de la opresión colonial francesa, y el reino de Siam, receloso ante ingleses y holandeses. Además del imperio amigo de Manchukúo, que repetidas veces había pedido la ayuda japonesa contra la amenaza china. La delegación japonesa indicó que Estados Unidos, que estaba protegiendo a Filipinas, su aliada, entendería su posición. Sobre los demás territorios controlados, Japón entendía que se celebrasen referendos, pero solo si se hacía lo mismo en los que controlaban las potencias occidentales. Especialmente la delegación nipona señaló que aceptaría que los colonos japoneses no pudiesen votar solo si Estados Unidos hacía lo mismo con Hawái y Samoa.

El delegado norteamericano, según Mori, había estado a punto de explotar, pero el español pidió un receso tras el cual el estadounidense entró más calmado. El español indicó que estaba obligado a seguir presentando sus exigencias antes de debatirlas, y trató de la cuestión de los criminales de guerra. El criterio de las Naciones Unidas era que los criminales se sometiesen a la autoridad de los tribunales de los lugares donde se habían cometido los crímenes. La delegación nipona reconoció que algunos japoneses se habían excedido en China, actuando en contra de las humanitarias directrices de Tokio, y que esos delincuentes estaban dispuestos a someterse al juicio de un tribunal, siempre que fuese japonés. Resultaba del todo inaceptable que un japonés fuese juzgado por extranjeros, y mucho menos por chinos. Finalmente, los japoneses recordaron que Estados Unidos estaba reteniendo activos financieros japoneses, medida que solo podía considerarse hostil. Deseaban que a cambio de las concesiones niponas, se reabriese el comercio entre ambas potencias y que se renegociase la cuestión de la inmigración.

Tras escuchar la respuesta japonesa se había suspendido la reunión. Al día siguiente volvieron a reunirse. Mori relató a Tsuji que la delegación japonesa esperaba que los occidentales intentasen negociar las demandas para llegar a un acuerdo, pero no fue así. El español, de nuevo con la cortesía adecuada, vino a decir que las Naciones Unidas no podían aceptar la respuesta japonesa. La política tanto de España como de Estados Unidos era anticolonial, hasta tal punto que estos últimos iban a acelerar el proceso de independencia de Filipinas, y que estaban apremiando a las potencias coloniales europeas para que permitiesen la emancipación de sus dominios. Por tanto, era absolutamente inaceptable —la exigencia sonó como demasiado brusca incluso en la educada boca del español— que se crease otro imperio colonia, que además era más tiránico que el francés, el belga o el holandés. Indicó también que esos estados que Japón calificaba como amigos no eran sino títeres que solo se mantenían gracias a las bayonetas japonesas. En la cuestión de los colonos, el español indicó que las tierras que ocupaban habían sido arrebatadas a sus antiguos propietarios y que España, que durante tantos años había protegido a las Marianas y a las Palao, no lo podía admitir. Finalmente, el negociador hispano se disculpó repetidas veces antes de decir que no creía en los tribunales nipones, pues en la época del gobierno mediante el asesinato habían aplicado penas levísimas a los rebeldes, lo que había convertido a Japón en una dictadura militar de facto. Esos supuestos criminales que se habían entregado realmente eran voluntarios que sacrificándose querían exonerar a su país. Las Naciones Unidas, dijo, no querían crear héroes sino que exigían justicia. Estaban dispuestas a ayudar a Japón en una transición a la democracia, pero no colaborarían en una farsa en la que mediante el sacrificio de una docena de militares dejase las cosas como estaban.

Finalmente los occidentales expusieron su posición. Japón debía reformar su gobierno y abandonar sus conquistas. Si lo hacía recibiría ayuda. De lo contrario, se expondría a las consecuencias. Como primera medida, se iba a mantener el boicot económico: Japón no podría comerciar con los estados miembros de las Naciones Unidas ni con sus ciudadanos, y las Naciones Unidas emplearían todos los medios para impedirlo. Respecto a las reservas de metales preciosos que Japón tenían en Estados Unidos y que seguían bloqueadas, indicaron que solo podrían liberarse si Japón accedía a las demandas, y tras descontar las indemnizaciones a los ciudadanos chinos afectados por los crímenes japoneses.

Aunque los debates prosiguieron, Mori le dijo a Tsuji que en la práctica las conversaciones estaban rotas. El coronel asintió y hasta se permitió una leve sonrisa. Iban a ser los occidentales los que obligasen a Japón a cumplir con su destino. Aunque para eso necesitase un pequeño empujón.



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Mensaje por cornes »

Kiel Alemania
Deutsche Werke


En una de las gradas cubiertas junto al dique nº 3 del astillero estatal de Kiel, la Deutsche Werke, estaba, sin parte de su casco externo, que había sido cortado y desmontado mostrando así parte de su casco de presión y los equipos que iban embutidos entre ambos, se encontraba el submarino soviético E-3, trasladado discretamente desde Noruega.

Apenas había personal alemán en esa parte del astillero, tan solo una veintena de técnicos y especialistas que habían trabajado en los astilleros de la Blohm & Voss, Germania Werft, Howaldtswerke y algún otro, todo lo demás eran británicos, franceses e italianos, que estaban estudiando a conciencia el buque.

Pedro, invitado a ver el submarino por el jefe de la división de la policía militar no estaba realmente interesado en verlo.

- Para mi no es más que un puro de acero.

- Le entiendo, yo tampoco estoy interesado en los asuntos navales, pero los ingenieros están muy interesados en él.

- A mí me parecen más interesantes las razones que han llevado a los aliados a vararlo aquí, en un astillero alemán.

- Bueno, mi gobierno.. es decir, el almirantazgo, al parecer deseaba trasladarlo a algún discreto astillero escocés, pero los franceses se niegan en redondo a permitirlo.

- Ya, pero ustedes tampoco aceptaron el traslado a un astillero francés.

- Yo no he tenido nada que decir al respecto, comandante, la Royal Military Police no tiene ni potestad ni interés en inmiscuirse en estas cuestiones, personalmente, hubiera preferido que ustedes se lo hubieran quedado, seguro que me habría ahorrado varios dolores de cabeza, yo me conformo con mantener correctas relaciones con los gendarmes que están bajo mi mando.

- Hace bien. ¿Y no había ningún astillero en Noruega?

- Supongo que habrían considerado que el traslado de tanto y personal tan especializado resultaría demasiado visible.

- Ya veo.

- ¿Qué opina de los soviéticos que han entregado el buque?.

- Pues no lo se, sus razones parecen sólidas, el capitán ya había sido represaliado durante las purgas de los años 30, es creíble que haber sobrevivido a aquello y las nuevas purgas del 41 le haya vuelto escéptico sobre el valor de la competencia y la lealtad personal a la hora de conservar la cabeza sobre los hombros.

- Las instalaciones militares de la URSS han debido ser un mal lugar para dormir tranquilo estos últimos meses.

- Puede, a mi no me habría gustado estar en la piel de uno de los alemanes o franceses...

- Supongo, me intriga que se nos haya vetado el acceso a esos "repatriados".

- Alguien en puestos superiores a los nuestros habrá decidido que no le interesa saberlo.

- Por supuesto... ¿hay algo más que le interese ver en Kiel antes de irse?.

- La verdad es que ya he visto suficiente.


delta 021
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Mensaje por delta 021 »

Saludos ...con permiso un pequeño guiño :guino:

No eran imprescindibles

Título original
No eran imprescindibles
Año
1943
Duración
136 min.
País
Estados Unidos Estados Unidos/España
Director
John Ford
Guion
Frank Wead/Luis Arranz
Música
Herbert Stothart
Fotografía
Alfredo Mayo
Reparto
Javier Bardem, John Wayne, Ariadna Gil, Ward Bond, Juanjo Ballesta, Antonio Banderas, Louis Jean Heydt, Luis Tosar, Cameron Mitchell, Russell Simpson
Productora
Metro-Goldwyn-Mayer/Tornasol Films / Castafiore Films
Género
Bélico. Drama | II Guerra Mundial.
Sinopsis
Durante la campaña del Europa, una heroica compañía española lucha contra las fuerzas alemanas ....

"Terreno casi desconocido para el cine español: una aventura bélica,que no busca segundas lecturas ni análisis ideológicos que tiene una sorprendente musculatura técnica, pericia narrativa de la mano del maestro Ford"
Rodríguez Marchante: Diario ABC
Última edición por delta 021 el 09 Jun 2017, 22:48, editado 1 vez en total.


GRITA DEVASTACION Y SUELTA A LOS PERROS DE LA GUERRA.
Julio César,Shakespeare
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Mensaje por Domper »


Las Hawái tienen fama de clima paradisíaco, y las decenas de miles de marinos norteamericanos y españoles que atestaban la isla de Oahu daban fe de la veracidad de la afirmación. Ni demasiado calor a mediodía, ni fresco como para precisar chaqueta por las noches. Tormentas frecuentes tras las que se abrían los cielos. La brisa justa para limpiar la atmósfera y dispersar la humedad. La ciudad de Honolulú también tenía su encanto, un tanto añejo y exótico para los hispanos, pero con suficientes diversiones de todo tipo. Había maravillosas playas de arena blanca, rompientes para los amantes del surf, y a los que gustaban del senderismo tenían preciosas rutas por las montañas del interior. Para los aficionados a placeres más carnales los bajos precios, la ausencia de SIDA (comprobada pues se había exigido que los marinos se hiciesen análisis antes de salir de España) y que las venéreas se curasen con una dosis de Penicilina significaba que disfrutaban como no podían hacerlo en España. Los marinos norteamericanos no les iban a la zaga, seguidos de cerca por los marines y los soldados del US Army. Como era de esperar, las peleas entre unos y otros eran el pan nuestro de cada día y animaban un poco más la vida a la siempre atribulada policía militar.

Pero solo durante los cortos permisos. Pues una y otra vez la flota se hacía a la mar para repetir los ejercicios. Combates aeronavales simulados, bombardeos de atolones perdidos, búsquedas antisubmarinas. Ambas potencias sabían que la expansión de la flota significaba que había muchos novatos vestidos de blanco, y que los japoneses podrían estar atrás tecnológicamente pero no en entrenamiento o dedicación. Los norteamericanos habían sufrido un choque cuando supieron que en la anterior línea temporal su flota había estado muy cerca de ser destruida en 1942, y que se habían salvado en parte gracias a la ruptura de las claves niponas y sobre todo por haber tenido muchísima suerte. Aun así habían tenido pérdidas muy serias y los que se creían los mejores marinos del mundo solo habían conseguido superar a los enanos amarillos de ojos rasgados gracias a la fuerza bruta. Ahora la escuadra española les mostraba el poder de la tecnología y su aplicación. Los combates simulados habían resultado demoledores, pues una y otra vez los buques pesados norteamericanos eran sorprendidos por los aparatos españoles. Ni siquiera los Swordcat que transportaban el Lexington y el Saratoga habían conseguido equilibrar la balanza. Hasta que la US Navy comprendió que la clave no estaba en los cazas. Pues los españoles empleaban los mismos aparatos que los norteamericanos: el Haro Tornado y el Grumman Bearcat eran en realidad el mismo avión, aunque un poco más pesado el norteamericano por llevar menos materiales compuestos, y el Swordcat era el Nova Spatha; los Gladio españoles llevaban motores más modernos pero que solo les daban ventaja en autonomía y no en potencia.

Los pilotos españoles sabían que sus cazas serían aparentemente iguales, pero que tenían un as en la manga que no habían jugado: sus misiles. Mientras que los aviones estadounidenses solo tenían el Sidewinder (el Banderilla VI, la versión “descafeinada”) los españoles contaban con los de corto alcance Estoque para los Tornado, y los Banderilla IV en los Gladio; con ellos la superioridad aérea estaba garantizada. Pero en las maniobras se exigía que para conseguir una “victoria” el caza se situase a las seis del “perdedor” y no se tenían en cuenta las capacidades de las armas guiadas.

Los norteamericanos habían tardado en descubrir que si los españoles les sorprendían una y otra vez era gracias a los radares. Desde luego que los de los buques de superficie hispanos eran mucho mejores, aunque la flota norteamericana ya contaba con algunos equipos Indra. Pero la clave había estado en los aerotransportados. Los portaaviones españoles embarcaban aviones SW52 Centella, que llevaban un radar con un sistema de transmisión que enviaba tanto a los barcos como a los cazas la posición de los enemigos. La escuadra norteamericana tenía algo similar, los Avenger equipados con radar: tres por portaaviones. No eran malos aparatos y de hecho España los había usado hasta que los Centellas estuvieron disponibles y luego los había devuelto a la US Navy. Pero lo que no terminaba de funcionar era la coordinación. También descubrieron que esos aviones eran blanco prioritario para los cazas españoles: en un enfrentamiento real la flota norteamericana hubiese quedado ciega a las primeras de cambio.

Al menos ahora Halsey tenía algún motivo de satisfacción. Dos veces seguidas, gracias al empleo no solo de los Avenger con radar sino del apoyo de los Privateer de Oahu, habían sorprendido a los portaaviones españoles. Leñanza estaba menos preocupado: había dado la orden de ignorar a esos aviones para que sus aliados lograsen algún tanto y así ganar confianza. Además tampoco se había tenido en cuenta la potencia antiaérea de las modernas fragatas, y que la Colón hubiese podido borrar del cielo a los cuatrimotores norteamericanos antes que llegasen a saber que estaban dentro del alcance de los misiles.

La siguiente fase del entrenamiento iba a ser más difícil: ahora se iban a mezclar las unidades. Los barcos estadounidenses, con su potente artillería potenciada por las espoletas de proximidad, proporcionarían la defensa cercana de los portaaviones; la exploración y la defensa de área iban a ser papel de las fragatas y destructores armados con misiles.

El tiempo empezaba a apremiar. Porque hasta ahora la operación Perla había logrado magros resultados. Aunque las conversaciones de Manila seguían, los informes reservados indicaban que Japón no había admitido las demandas que se le hacían, que sus contrapropuestas eran inadmisibles, y aunque seguían las reuniones podían ser en realidad una cortina de humo mientras preparaban algo. Que no iba a ser fácil descubrir, pues los japoneses habían cambiado sus claves. Seguían empleando el mismo sistema de libro de códigos y tablas de supercifrado, pero dado que el sistema se empleaba poco (la mayor parte de las comunicaciones se hacían por telégrafo o cable submarino, o incluso por mensajero) aun no se tenían suficientes mensajes para trabajar y apenas se habían conseguido romper uno de cada veinte. A medida que las instalaciones de escucha detectaban más transmisiones se iba teniendo más base con la que trabajar, pero también se habían detectado mensajes en los que parecía que el sistema de supercifrado se había hecho mediante un equipo electromecánico, aparentemente una variante de la máquina Enigma alemana. La impresión que se tenía era que los japoneses estaban distribuyendo esas máquinas a sus buques y que, cuanto tuviesen las suficientes, modificarían todo el sistema de claves. La combinación de código y una máquina de cifrado, aunque fuese la superada enigma, resultaba muy difícil de romper. Con un poco de suerte la convivencia de los dos sistemas, el manual y el electromecánico, sirviese de ayuda, sobre todo si los japoneses cometían algún error. Al menos seguían empleando los floridos encabezamientos que parecían ideados por los criptoanalistas aliados para su conveniencia. Pero hoy por hoy, los criptoanalistas aliados apenas estaban consiguiendo información.

Además los nipones también estaban moviendo otras fichas. Su flota permanecía en aguas metropolitanas entrenándose intensivamente. Al menos eso parecía por los mensajes de radio interceptados, y porque los submarinos de vigilancia (norteamericanos y españoles) no habían visto nada. Pero no podía descartarse que en realidad los barcos japoneses hubiesen desembarcado a sus raioperadores, y ahora estuviese en Formosa, en Truk, las Kuriles o Dios sabe dónde. Por desgracia, había pocos aeródromos en el Pacífico que pudiesen admitir a los grandes reactores españoles y grandes áreas del Pacífico quedaban sin vigilancia.

Mientras los japoneses habían seguido incrementando las guarniciones de los archipiélagos del Pacífico que controlaban, que se estaban fortificando intensamente, lo que era una violación del Tratado de Limitaciones Navales; tampoco resultaba tan extraño que Japón entendiese que los acuerdos obligaban solo a los demás. La guinda la había puesto, como siempre, Hitler. Según los rusos, que estaban colaborando con los servicios de inteligencia aliados, Alemania había transferido a Japón tecnología de cohetes y de reactores. A saber qué habían hecho los nipones desde entonces.



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Mensaje por Domper »


La flota no estaba todo lo preparada que Nimitz o Leñanza hubiesen deseado, pero era urgente reforzar Guam.

La importancia de la isla era evidente. Su mera existencia era una puerta abierta que rompía el perímetro exterior japonés. Desde ella los aviones de largo alcance podrían llegar a Japón. La USAAF aun no tenía sus deseados bombarderos B-29, pero los BR31 españoles (la variante militar del Airbus 330) podían hacerlo con facilidad. Incluso los derivados del Boeing 737 (BR30A Tritón y BR30B Perico) podían llegar hasta las islas japonesas, aunque con cargas reducidas. Aunque estos últimos no pudiesen participar en una campaña de bombardeo, operando desde Guam se podía vigilar todo el Pacífico occidental incluyendo las aguas japonesas interiores.

Pero Guam estaba demasiado cerca de Saipán, Tinian y Rota, las antiguas posesiones españolas que Japón había conquistado a los alemanes en 1914. A pesar de constituir un protectorado habían sido incorporadas al imperio japonés, y miles de colonos japoneses habían sido trasladados a las islas. Las tres disponían de aeródromos (había otro más algo más al norte, en la isla de Pagán) y una importante guarnición. De iniciarse la guerra, el paso lógico para los nipones sería tomar Guam, alejando las posesiones norteamericanas de sus islas.

Tras el salto temporal los Estados Unidos habían titubeado sobre lo que podría hacerse con su isla. Militarmente, se trataba de una posición muy expuesta: aunque tenía un excelente puerto, al no haber aeródromo estaba a merced de los aviones japoneses. Incluso se consideró retirar por completo la ya escasa presencia militar en la isla. Pero un misionero filtró la noticia y se produjo un escándalo, pues los indígenas chamorros quedaban sin protección, y no quedando guarnición los japoneses podrían ocupar la isla en cualquier momento. Visto que la guerra en Europa se desarrollaba favorablemente, el presidente Roosevelt ordenó que se reforzase la guarnición de Guam. Fueron trasladados un regimiento de infantería de marina y un batallón de construcción que finalizó el aeródromo del norte. Pero proteger una isla de cincuenta kilómetros con un par de miles de hombres es como techar con papel de seda, y el empeoramiento de las relaciones con Japón hacía aconsejable reforzar aun más la guarnición. Pero la crisis con la Unión Soviética había retrasado el envío de refuerzos, y hasta noviembre no fue despachado un pequeño convoy con el 21º regimiento de infantería. Otro que debía llevar al resto de la 25ª división hubiese debido partir en diciembre. Sin embargo el almirante Nimitz vetó la operación: el traslado de una fuerza tan importante requeriría del apoyo de la flota del Pacífico, que todavía no estaba preparada. Llevarla hasta Guam, dentro del alcance de varias bases insulares japonesas, sería dar una ocasión inmejorable a los japoneses para que la destruyesen. Se había llevado un regimiento adicional por varios cruceros, pero resultaba imprescindible enviar material pesado y más hombres.

Además el tiempo no pasaba en balde y Japón seguía incrementando sus fuerzas en las Marianas. En febrero se estimaba que el noveno ejército japonés contaba con cerca de cuarenta mil hombres y ciento cincuenta aviones. Había que tomar una decisión, y ya que abandonar Guam no era factible, habría que enviar un gran convoy protegido por la flota entera.

El primero de marzo de 1943 partieron de las Hawái cuarenta barcos de carga: todos modernos y grandes, capaces de superar los quince nudos. Llevaban los materiales que permitirían a la 25ª división, que estaba siendo trasladada a Guam, sobrevivir durante varios meses. Otro convoy rápido con once transportes de tropas llevaba a la 25ª división y a un regimiento de la 24ª; en ese convoy se integraban los tres portaviones de escolta con aviones destinados al recién acabado aeródromo.

La escolta cercana de cada convoy se componía de dos cruceros pesados y uno antiaéreo norteamericano, dos fragatas españolas (una F-80 y una de las nuevas que eran el resultado de la transformación de destructores norteamericanos modificado), y otros ocho destructores de la US Navy. Un grupo aeronaval debía proporcionar la escolta lejana, con dos portaviones españoles (Pelayo y Glorioso, al mando de Leñanza), cuatro norteamericanos (los tres Yorktown y el Lexington, mandados por Halsey), más un grupo de superficie con cuatro acorazados rápidos y seis cruceros, con sus destructores. Finalmente había otra agrupación mixta hispano norteamericana con los buques de apoyo logístico, que también tenía su propia escolta.

Para evitar incidentes la flota combinada iba a dirigirse hacia Midway, luego a Wake, para finalmente dar el último salto a Guam. Por desgracia no iba a poder pasar inadvertida, pues los japoneses estaban empleando hidroaviones de gran radio de acción con los que cubrían los accesos a Guam e incluso se habían acercado a Wake, y se habían detectado submarinos en misión de vigilancia. En Tokio se sabría que la flota aliada había salido a al mar. Quedaba por ver si se atreverían a presentar batalla.



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Mensaje por APVid »

TOKIO (JAPÓN)

Las reuniones del Estado Mayor Conjunto habían sido complicadas, los militares estudiaban una y otra vez los datos y libros sobre la Guerra del Pacífico y la imagen era desoladora.

Eliminados los más fanáticos suicidas durante los golpes de estado, los profesionales más capacitados habían analizado los puntos débiles y fuertes de su país y de las diversas estrategias. Conocían los problemas en el liderazgo, la dificultad para improvisar y otras peculiaridades culturales y trataban de buscar maneras de compensarlo dando más flexibilidad y trazando muchos planes, aunque eliminando la manía de hacerlos complicados.

Pero a pesar de todo sabían que su flota sería aniquilada en un combate contra la nueva flota de EE.UU. que además podía traer su flota del Atlántico y la flota británica concentrada en Singapur. Los almirantes habían decidido desmovilizar los acorazados o dejarlos en tierra porque solo les servirían como cementerios flotantes ante la aviación, pero los mucho más numerosos portaaviones japoneses tenían el problema de que carecían de aviones a reacción embarcados y solo disponían versiones avanzadas de Zeros y otros cazas a hélice, aunque los técnicos trabajaban noche y día en disponer de reactores embarcados.
En tierra se seguía careciendo de carros de combate adecuados pero el armamento anticarro tanto portátil (inspirado en diseños obtenidos de Alemania) y móvil había mejorado mucho.

Además las ciudades japonesas seguían siendo de papel en caso de que tipos como LeMay empezaran a arrasarlas, es más algunos entendidos habían vendido sus propiedades en Tokio, Hiroshima, Nagasaki,... y comprado casas rurales.

Se añadía un gran miedo a que los soviéticos aprovechasen y lanzasen la puñalada por detrás como en 1945 de la otra línea de tiempo, por lo que el grueso de las fuerzas se había redesplegado para proteger el territorio nacional y los recursos del norte.

Aún así no estaban inermes, en decenas de islas se habían erigido bunkers subterráneos, trampas y defensas se habían; las tropas estaban mejor armadas y dispuestas a luchar incluso con fatalismo, no tanto por un ya no divino emperador (aunque algunos aún mantenían esa fé) sino por defender lo que consideraban su nación.


Mientras tanto la diplomacia japonesa no se había detenido y estaba logrando éxitos en la zona: los mongoles no veían mal la idea de un estado mongol que abarcase Mongolia Exterior e Interior dejando de ser títeres chinos o soviéticos según se moviese el viento; la apertura de negociaciones de paz, devolviendo territorio por concesiones, con el gobierno de Nanjing podían servir para legitimarlo y al mismo tiempo presentar la guerra china como un asunto de lucha entre gobiernos corruptos y por un asunto de hegemonía de EE.UU.

Pero lo mejor era el sur, los franceses habían entrado como un elefante en Indochina trayendo unidades de la legión y de otros territorios para abortar el nacionalismo, eliminando o deteniendo a muchos futuros líderes, pero al mismo tiempo generando tensión en todo el país.

Y en Indonesia los nacionalistas no es que vieran mal a los holandeses sino que estaban viendo mucho peor a los estadounideneses, al conocer que estos iban a estar detrás de un genocidio de izquierdistas, opositores,... y solo por suerte las autoridades coloniales habían evitado el linchamiento del cónsul de EE.UU. en Batavia.


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Al vicealmirante “Ching” Lee le entristecía saber que sus mastodontes de acero estaban tan anticuados como las galeras o los navíos de tres puentes. Pero era un marino inteligente, interesado en la tecnología, y de los primeros en comprender las grandes posibilidades que ofrecían los nuevos sistemas electrónicos. Sobre su buque, el acorazado Washington, se erguían las antenas de los nuevos radares, como si el macizo buque estuviese engalanado con guirnaldas. Si estela la seguían su gemelo North Carolina y los más modernos South Dakota y Massachusetts. Pero esos buques solo superaban al Washington en coraza, algo que ahora era anecdótico, y a cambio eran más lentos y tenían menos espacio.

En una columna a babor se movían cinco de los seis cruceros de Lee. Solo uno, el Wichita, llevaba cañones de 203 mm; el resto era de los llamados “ligeros”: los St. Louis y Helena, sus medio hermanos un poco más antiguos Philadelphia y Honolulu. El más pequeño San Diego, sin embargo, encabezaba la columna de los acorazados. No era casual: el barco, cuando aun estaba en obras, había sido modificado, retirándose tres de sus ocho torres dobles de 127 mm para a cambio ser equipado con el mejor conjunto electrónico de la flota. Que aun así era inferior al de las dos fragatas, realmente destructores, que también operaban con sus buques a pesar de llevar la bandera española: las F-124 Capitán Laborde y la algo mayor F-133 Eliza. Realmente eran destructores modificados, que en poco se parecían al diseño inicial. Era llamativo que los dos barcos apenas llevasen artillería: un cañón de 76 mm en proa, y un par de montajes antiaéreos de 35 mm. Pero a cambio, contaban con los únicos lanzadores de misiles de su agrupación.

El ruido de motores le hizo mirar al cielo: un gran cuatrimotor, uno de los bombarderos Liberator transformados en aviones de patrulla marítima —y llamados ahora Privateer—, vigilaba las aguas con su radar. Había otros detalles que mostraban como el salto temporal había cambiado los procedimientos operativos. Por ejemplo, solo los cruceros Wichita, Philadelphia y Honolulu llevaban hidros de observación. En el resto de los acorazados y cruceros habían sido sustituidos por los desgarbados helicópteros HRS Chickasaw. También operaba con ellos otro recién llegado a la flota: el feo portaaeronaves Card, que seguía las aguas de sus buques (pues su menor velocidad no hacía aconsejable que se integrase en la formación) escoltado por tres destructores, entre ellos también uno español, el F-126 Requesens. El Card era visible desde el puente del Washington y su desgarbada silueta mostraba como estaban cambiando los tiempos. Lee sabía que se había anulado la construcción de los acorazados de las clases Iowa y Montana, y que a cambio se iban a retener los cuatro portaaeronaves de escolta de las clases Sangamon y los doce de la Bogue. Muy agradable no era mandar un mercante transformado, pero es lo que esperaba a los que habían soñado en seguir su carrera en los acorazados.

Antes de retirarse del puente, Lee recordó abrir el pequeño bote y tomar un comprimido. Le había horrorizado saber que de no haberse producido el salto temporal, solo le hubiesen quedado dos años y medio de vida. La marina, que le tenía en alta estima, le había enviado a Madrid, donde el habían aplicado el mismo tratamiento que al Presidente. Ahora tenía que acordarse de tomar sus medicamentos para el colesterol, la hipertensión y para las plaquetas, unas cositas que antes ni sabía que existiesen. Además de hacer algo de ejercicio con la bicicleta estática que Nimitz le había ordenado poner en su camarote.



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El apoyo aéreo había hecho que la operación hubiese transcurrido hasta el momento sin especiales problemas. Los Privateer de patrulla habían detectado una línea de vigilancia de submarinos japoneses entre Ni’hau, la más occidental del as Hawái, y Midway; presumiblemente los nipones querían detectar cualquier flota que se dirigiese hacia Japón. El aviso de los aviones permitió que la flota efectuase un largo rodeo por el norte evitando a los sumergibles japoneses. Tras sobrepasar Midway, aunque sin acercarse excesivamente —por la posibilidad de encontrar más submarinos los barcos se habían dirigido a Wake. Era otra isla de gran importancia estratégica en la que la pista había sido ampliada y la guarnición reforzada. Ahora operaban desde la base cazas Tornado, bombarderos PBJ-2 (versión naval del B-28 Dragon) y aviones de patrulla PB4Y Privateer. No tantos como sería de desear pues la isla no daba para más, pero de nuevo los radares de los aviones permitieron eludir una segunda línea de vigilancia de sumergibles.

Seguramente los japoneses ya sabíamos que estábamos en el mar, y más allá de Wake la flota estaba entrando en aguas rodeadas de posesiones japonesas. Los aviones de Wake se encontraban frecuentemente con aparatos de patrulla japoneses y la flota era demasiado grande para pasar inadvertida. El encuentro con algún aparato de reconocimiento era inevitable.

La agrupación de Lee, acompañada por el Card, seguía formando la vanguardia de la flota; al tratarse de los buques más resistentes y mejor armados, se decidió situarlos en la probable ruta de aproximación de los aviones nipones. Más al este navegaban los dos grupos de portaaviones, el español, para aprovechar sus buques lanzamisiles, y el norteamericano. Entre ellos se movían los convoyes. Estaban ralentizando el andar de las agrupaciones a quince nudos, pero eran demasiado valiosos para no arroparlos como a recién nacidos. Considerando el riesgo que corría Lee, una vez sobrepasada Wake sus buques fueron reforzados con tres unidades que hasta ahora habían acompañado a los portaaviones: las fragatas F-105 Colón y F-85 Navarra, y el nuevo destructor D-73 Bonifaz; los dos últimos buques no llevaban misiles Estándar (el nombre se había castellanizado) sino los nuevos Gavilán; tenían menor alcance pero habían permitido dar nueva vida a las F-85 y F-86, las dos únicas Santa María que seguían en servicio. Para ello se había desarrollado una versión que podía ser montada en el lanzador Mk 13 y que era compatible con los sistemas electrónicos de las unidades. De ser preciso, la línea podía ser reforzada con el Lángara y la Méndez Núñez, pero Leñanza no quería alejar buques tan potentes de sus portaaviones.

Como era de esperar, fueron los acorazados los primeros en ser localizados. Un Centella detectó primero las señales y luego un contacto, que poco después también lo era por el radar de la Colón. El curso del intruso lo iba a llevar directamente hacia el grupo del Card, que en esos momentos estaba a siete millas tras el de los acorazados de Lee. Comprendiendo que no iban a pasar inadvertidos sus buques durante más tiempo, se ordenó que los cazas Tornado que se mantenían sobre Lee interceptasen al avión; solo para identificarlo y acompañarlo, pues estaban en aguas internacionales y Japón mantenía el estado de paz con las Naciones Unidas. El aparato resultó ser un gran hidroavión Emily, un Kawanishi H8K. Portaba unas antenas que delataban que estaba equipado con un radar primitivo, y volaba directamente hacia el Card, demostrando no solo que lo había detectado, sino que había sido capaz de discriminar entre la señal del portaaeronaves y la de los acorazados. Lo sobrevoló, y luego al cercano grupo de batalla. Después se retiró, pero solo para ser sustituido por otros aparatos: al día siguiente fueron hidros Mavis (Kawanishi H6K) y Emily, y posteriormente bombarderos bimotores Betty, es decir, Mitsubishi G4M, que reconocieron cuidadosamente el número y disposición de los barcos aliados. También ese mismo día fueron detectados dos submarinos que intentaban acercarse navegando en superficie a máxima velocidad.

Tanto los aviones como los submarinos japoneses evitaban realizar movimientos que pareciesen ofensivos; pero quedando ya solo dos días hasta que el gran convoy de suministros llegase a Guam, la tensión aumentó: si los japoneses hacían algo, sería al día siguiente.



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Domper
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LA FRACTURA

Mensaje por Domper »


El teniente Martín González descansaba en la sala de alerta del Glorioso. O mejor dicho lo intentaba. Porque todos sabían que si algo iba a pasar, sería ahora. Al día siguiente estarían ya junto a Guam, más lejos de las islas japonesas y bajo la sombrilla de los cazas basados en la isla.

Desde el día anterior la escuadra había sido seguida por aviones nipones: sobre todo grandes cuatrimotores de patrulla que se mantenían a distancia. Los bombarderos bimotores vistos el día anterior no habían vuelto a aparecer, pero las imágenes del satélite de reconocimiento indicaban que el aeródromo de Rota estaba lleno de aviones. Bastantes eran monoplazas, pero había también varias decenas de bombarderos bimotores. Todos habían leído historias sobre el valor y la decisión de los aviadores nipones durante la guerra, sabían de la afición japonesa por los ataques por sorpresa, y nadie quería experimentar en su barco el efecto de un torpedo.

Con todo, dado que no había estado de guerra y que la flota se movía por aguas internacionales, no se podía impedir que los aparatos nipones reconociesen las diferentes formaciones. Los cazas Tornado los escoltaban, asegurándose que no tuviesen intenciones hostiles; pero implicaba un considerable estrés, con los aviones yendo de un sitio a otro y gastando su precioso combustible. Los portaaviones se veían obligados una y otra vez a aproar al viento para lanzar o recoger aviones. Como reserva estaban los reactores Gladio y Swordcat; su limitada autonomía y la carencia de aparatos de reabastecimiento aéreo aconsejaban que esperasen preparados en cubierta.

Entonces un aviso sonó en la sala: los pilotos debían acudir a los aviones. Se estaba detectando el despegue de una gran masa de aviones desde Rota.



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