Un soldado de cuatro siglos

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Gaspacher
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Un soldado de cuatro siglos

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Por primera vez se realizó un estudio previó de amenazas (1) y se trató de diseñar un ejército capaz de enfrentarse a estas. Para ello se cifraron las necesidades en cien tercios de infantería, treinta regimientos de caballería, y treinta regimientos de artillería. Un ejército con un total previsto de ciento noventa y dos mil hombres. A partir de ese momento y gracias al correo entre algunos de los protagonistas de las reformas, como Espínola, el barón de Cheb, el marqués del Puerto o el propio Felipe IV, sabemos que dedicaron todo su esfuerzo a reformar el ejército para lograr esas capacidades.

Cada tercio o regimiento de infantería estaría formado por tres batallones, los dos primeros llamados de maniobra, y el tercero de guarnición, encargado del entrenamiento de reemplazos y la protección de sus fortalezas, con un total de alrededor de mil quinientos hombres incluyendo alrededor de trescientos de guarnición. Para formar este ejército se partiría del ejército de Flandes, y se crearían sendos ejércitos similares en España e Italia, formando tres ejércitos rodeando al que era presentado como su enemigo principal, la Francia del Cardenal Richelieu. El núcleo central de la infantería serían los tercios españoles, pero también existirían tercios italianos, valones, e irlandeses, y se reclutarían regimientos suizos y alemanes.

Las reformas de 1634 organizaron la caballería en 150 escuadrones de a dos compañías, que formaban treinta regimientos de los cuales doce eran de línea o coraceros, ocho de dragones, ocho de húsares, y dos de cazadores. Estos regimientos sumaban 1.200 jefes y oficiales, y 25.800 de tropa, que debían mantener 24.000 caballos para lo que se crearon una serie de yeguadas militares encargadas de la cría controlada de animales. Por lo tanto la proporción de caballería en el ejército español tan solo llegaba a un 20% de su ejército.

El Real Cuerpo de Artillería había ganado prestigio con la creación de su academia de artillería y la profesionalización y tecnificación de sus cuadros de mando. Obtuvieron unos nuevos reglamentos, se crearon las maestranzas de artillería que diseñaron nuevas piezas de artillería con nuevos sistemas de armones y cureñas. Además se creó una yeguada especializada en la cría de caballos de gran tamaño, llegándose a criar mediante la cría selectiva una nueva raza, el hispano-bretón, de uso exclusivo para la artillería.

La artillería fue organizada en treinta regimientos, cada uno de los cuales tenía veinticuatro cañones para un total de 720 piezas de artillería de campaña. Esto significaba que la proporción de artillería estaba cerca del ideal de cuatro cañones por cada mil hombres de infantería o caballería.

En total este ejército costaría alrededor de veinticuatro millones de ducados anuales, solo en sueldos, a lo que se unía un coste en materiales que variaba de ejercicio en ejercicio según las necesidades de adquisición de armas o construcción de fuertes.

Junto a este poderoso ejército profesional también fue diseñado un sistema de milicias provinciales que formaron un número variable de regimientos de infantería y en algunos casos, escuadrones de caballería. Antiguamente estas habían estado asociadas a la nobleza del país, como los tercios de la nobleza que vieron acción en Cataluña en 1640-42. Los reglamentos de 1644 corrigieron los defectos de estas antiguas unidades y modernizaron su organización y sistemas de entrenamiento, de forma que solo seis años más tarde, ningún ejército europeo tenía una mejor reserva que las milicias provinciales españolas.

Las milicias provinciales estarían formadas por setenta regimientos de infantería de un único batallón, unos seiscientos hombres más una treintena de oficiales, y cincuenta escuadrones de caballería de unos doscientos hombres más una docena de oficiales. Aquellos regimientos serían nutridos con oficiales y algunos suboficiales del ejército regular, encargados de su entrenamiento y mantenimiento del material, mientras la tropa y gran parte de los suboficiales procedería de ciudadanos que alistados a cambio de ganar ciertos derechos políticos, entrenaban voluntariamente los domingos. Los soldados entrenaban durante diez años, y los suboficiales de milicias debían servir un tiempo mínimo antes de obtener el carácter de veterano.

Las milicias provinciales se movilizaban en caso de peligro de guerra o de necesidad. En 1650 estas milicias provinciales estaban formadas por los regimientos provinciales de; ….

  1. Ya mencionado con anterioridad


A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Mensaje por tercioidiaquez »

Diego aplicó un riguroso programa de entrenamiento. Hizo que sus hombres marcharan por el terreno selvático y quebrado, pero en lugar de largas columnas lo hizo con pequeñas unidades de no mas de 20-30 hombres.
Les obligó a dejar sus pesados uniformes de paño y en su lugar adoptaron pantalones y camisas de lino, mucho mas ligero para el calor y la humedad. El tricornio dio paso a pañuelo anudados en la nuca para recoger el sudor. Los zapatos y botas se sustituyeron por alpargartas.
La mochila y la mayor parte del equipo quedaban en los carros de las compañías. Así los soldados portaban su mosquete,, municiones, bayoneta, machete para abrirse paso y varias bolsas con raciones, agua (toda la que podían llevar), su mosquitera individual y una hamaca para dormir alejados del suelo.

Aprendieron a combatir por binomios, uno disparaba y el otro cargaba, en una larga línea, sin necesidad de ver al compañero, tan solo prestando atención al sonido y a las señales de la corneta, pues los tambores tampoco se llevaban.


“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
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Mensaje por Gaspacher »

La reforma del ejército se extendió a lo largo de las dos décadas siguientes, ya que aunque la monarquía española estaba volcando todos sus esfuerzos en aquella, era la limitada capacidad industrial de la nación la que marcaba los tiempos.

El proceso de manufactura artesanal por el que cada artesano fabricaba un mosquete, forjando el cañón a martillazos, había dado con su techo. Incluso tras reclutar armeros de toda Europa tan solo se lograron producciones de alrededor de diez mil unidades mensuales, muy poco cuando las necesidades del ejército se cifraban en más de doscientos mil mosquetes ligeros, modelo 1632.

Aunque Valencia parecía tener una industria de armería muy asentada tras la fabricación de mosquetes y otras armas para la milicia, la producción para el Nuevo Ejército se concentró en las Reales Fábricas de armas de Placencia de las Armas, espadas, sables, bayonetas y armas blancas en general, en Toledo y en Orbaiceta, Navarra, donde se especializaron en mosquetes y pistolas. Aun así los requerimientos de armas eran tan grandes que hubo que movilizar a todos los armeros de los territorios de la monarquía e incluso se atrajeron maestros armeros del Imperio, ingleses o incluso polacos.

El equipo de un soldado del Nuevo ejército comprendía dos uniformes blancos para formación con ribetes de distintos colores según la unidad, otros dos uniformes marrón-ocre, con jubón y chaqueta para campaña. Botas de cuello alto, por primera vez con horma diferenciada para mayor comodidad, alpargatas, y sombrero de fieltro. Cada soldado llevaba una mochila de cuero, con una manta esterilla, una gabata de latón, cantimplora también de latón, herramienta de zapa, prenda de abrigo e impermeable. También se incluían cepillo y pasta de dientes, así como jabón para lavarse conforme a las nuevas ordenanzas sanitarias mandaban. Además contaban con un saco petate y compartían un mulo de carga para cada seis hombres, o cuatro carros de impedimenta por compañía, lo que les permitía llevar más enseres que de otra forma.


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Mensaje por Gaspacher »

Francisco de Abaria

Francisco de Abaria, Guipúzcoa, 1620 –1692

Mientras algunos tratadistas lo hacen nacido en San Sebastián, otros lo hacen natural de la antigua Villafranca de Oria.
Se alisto en la Armada Española en 1634, sentando plaza como grumete en el navío Bahama. Dos años más tarde obtuvo plaza de guardiamarina, logrando su despacho de teniente de fragata en el citado navío en 1641, permaneciendo en él hasta su ascenso a capitán de corbeta en 1646.

En junio de 1646 obtuvo el mando del bergantín Medea, con el que capturo seis corsarios y piratas en el Caribe en los años siguientes, ascendiendo a capitán de fragata en 1650. Fue uno de los afortunados capitanes que obtuvieron el mando de una fragata y no plaza en un navío de línea. Eso le permitió mucha mayor libertad de acción al mando de la fragata Proserpina, de 38 cañones. Destinado en el apostadero de Puerto del Sur, en el extremo Meridional de África o Ciudad del Cabo patrullaría aquellas aguas los años siguientes participando en las misiones cartográficas de la Real Academia Geográfica. Allí lograría capturar sendos filibotes de las Provincias Unidas en 1651 y 1653 que le reportaron buenos dividendos aumentando su fama y fortuna.

En 1657 obtendría la plaza de capitán de navío recibiendo el mando del navío de 60 cañones Montañés perteneciente a la escuadra del estrecho. Al mando de este navío participo en la campaña de 1660-1662 en el Mediterráneo Oriental contra el Imperio Otomano distinguiéndose en la batalla de Morea. En 1664 pasaría al navío Argonauta, uno de los primeros 80 cañones de la armada, en el que continuaría hasta su ascenso a contralmirante en 1669.

Como contralmirante recibió el mando de la Escuadra de Jabeques de Sicilia, uno de los Escuadrones de jabeques y bergantines con los que la Armada Española protegía los diferentes reinos costeros. En 1674 ascendería a vicealmirante recibiendo el mando del Arsenal de Ferrol, paso previo a recibir el puesto de segundo jefe de la Escuadra del Atlántico en 1680.

Ascendido a Almirante en 1682 recibiría en puesto de comandante de la Escuadra del Estrecho, izando su insignia en el Príncipe de Asturias de 112 cañones, cargo que conservaría hasta su retiro en 1689. Con esta flota participo en la ayuda al Sacro Imperio en su guerra contra el Imperio Otomano de 1683-86, destruyendo a los restos de la flota otomana en Chipre, y apoyando a los ejércitos del Centro y del Este en sus campañas terrestres en Grecia y el Norte de África que desmembraron al Imperio Otomano, que a finales de la guerra había acabado casi expulsado de Europa.

Retirado retornaría a Villafranca de Oria donde se halla su casa Palacio, lugar en el que fallecería unos años más tarde.

Condecoraciones recibidas
  • Caballero de la Orden del Toisón de Oro
    Orden de Jaime I
    Medalla militar individual
    Dos cruces de guerra.
    Medalla de la campaña naval de 1683-86.
    Medalla del Caribe con pasador de 1645.
    Medalla de Sur con pasador de 1653.


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Constantinopla, inicios de 1639

El sultán se reunió con el embajador francés, Jean de La Hay, enviado por el mismísimo Richelieu, primer ministro de Francia. En la orden del día un único asunto, la guerra con España.

—Necesitamos que ataquéis con más fuerza a los españoles. —Estaba exigiendo el sultán. —Atraed a sus fuerzas y destruidles, mientras nosotros los exterminamos en Egipto.

—Mi señor, ya estamos en guerra, pero España aún esta fuerte y su ejército avanza hacia Paris, tomando las plazas fuertes que encuentran en su camino. Pero no todo está perdido, estamos reuniendo a ejército para rechazarlos. Por desgracia la situación no es la adecuada en este momento. Los únicos enemigos que España tiene en este momento somos nosotros, así que el ejército al mando del Cardenal Infante está avanzando sin preocupaciones. Aun así esperamos que en unos meses las cosas cambien y nuestro ejército logre imponerse y rechazarlos.

—¡Está hablando como si todo estuviese perdido! —increpo el sultán.

—En absoluto, mi señor. Lucharemos con ellos, y el año que viene se sumaran los suecos y los holandeses, pues les estamos financiando generosamente. —dijo La Hay. —Cuando ellos ataquen al ejército de Flandes desde la espalda, la situación del Cardenal Infante se volverá insostenible y podremos destrozar al ejército.

—Tengo entendido que los españoles han reunido un gran ejército en la frontera sur, en los montes… pirineos.

—Son dos ejércitos en realidad. —explicó el embajador. —Los tercios que participaron en la batalla de Fuenterrabia, junto a las unidades enviadas por los distintos reinos hispanos, están en el reino de Navarra. Mientras tanto en Cataluña hay un ejército formado por reclutas de los diferentes nobles españoles. Muchas tropas, pero supongo que de poca calidad pues se trata de levas.

—Aun así serán un problema. Al menos hasta que el próximo año esos aliados vuestros ataquen y cambien las tornas. —sentenció el sultán para a continuación preguntar. —Tengo entendido que Inglaterra y España están en negociaciones y podrían desposar a sus príncipes. ¿Significara eso una alianza entre dichos reinos?

—Es cierto que negocian, pero la política matrimonial no tiene por qué significar una alianza, nuestra propia reina es española y hermana de Felipe IV, y sin embargo defenderá nuestros derechos sin dudarlo.

—Entonces tal vez sea posible convencer a Inglaterra para que se nos una en esta empresa.

—Es una posibilidad, mi señor. Si me permitís preguntarlo, ¿Cuándo lanzareis vuestra ofensiva?


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Mensaje por tercioidiaquez »

Los barcos habían llegado el día anterior. Desembarcaron la fuerza invasora y Diego ordenó a sus dragones que hostigarán la maniobra. Los franceses, holandeses y el resto de "morralla" que componía la heterogenea fuerza invasora sufrió sus primeras bajas. Diego observó que muchos de los caídos, usados como "carne de cañón" eran una masa de combatientes sin uniformes ni armas estandarizadas. Posiblemente bucaneros usados como mercenarios.

Unas semanas antes uno de los dos Tercios había partido hacia Cartagena de Indias, para guarnecerla. El ataque había llegado en el momento justo, pues en breve iban a dejar Puerto Rico para dirigirse al Yucatán y al Perú.

Mientras los invasores, bajo la supervisión de unos ingenieros, que Diego intuyó holandeses, por la pericia que demostraban en la dirección de las obras de asedio y zapa, los españoles se aprestaban con tranquilidad. De momento un asalto directo estaba descartado. Al no tener la sorpresa, las murallas estaban suficientemente guarnecidas.

Los soldados ya se habían acostumbrado a la rutina de lavar regularmente la ropa, y untarse a diario con extracto de naranja o de limón a ser posible. Siempre que podían dormían en su mosquitera y cerca del humo de la lumbre.

Al principio había habido quejas y descuidos, pero todo se arregló en cuanto los primeros tuvieron como premio una semana de cavar letrinas. Lo que conllevaba tapar los desechos de sus compañeros (que parecía que las usaban mas a menudo cuando los encargados eran "premiados" antes que por turno) con cal.


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El embajador abandono la corte y aprovecho para dirigirse al puerto, que a esa hora bullía de actividad. Las cercanas atarazanas trabajaban a destajo botando nuevas galeras que ahora se alienaban en el puerto, preparadas para ser armadas para la próxima campaña. La flota sin duda parecía impresionante, aunque las galeras palidecían ante la docena de galeones que descansaban en las cercanías. Una flota construida por carpinteros traídos desde Inglaterra y Holanda principalmente. Una flota con la que arrebatar el actual dominio de los mares a los españoles.

Por supuesto esto era solo una parte de los preparativos militares que el sultán estaba realizando. La Hay sabía que a lo largo y ancho del imperio se estaban realizando una gran campaña de reclutamiento. Decenas de miles de hombres estaban siendo reclutados y equipados, y La Hay esperaba que su número alcanzase al menos, el reclutado para la campaña de Bagdad del año anterior. Un ejército que precisaría de importantes suministros en su camino, para lo que se estaban creando grandes almacenes en Jerusalén y otras ciudades de Tierra Santa.

Con una flota de centenar y medio de galeras y un par de docenas de galeones poderosamente artillados, y un ejército de doscientos mil hombres, las escasas fuerzas españolas en Egipto deberían ser exterminadas. Solo una cosa le preocupaba. Reunir esas fuerzas llevaría mucho tiempo, y por lo que parecía no estarían a tiempo ese año. Eso tal vez concediese de un año extra a los españoles, y un año extra significaba que durante ese 1639, los franceses continuarían luchando en solitario contra España…

…………………..

Pedro continuaba en Egipto, atrapado y a la espera de acontecimientos. Tenía que admitir que la situación le preocupaba un poco. Se estaban acercando a marchas forzadas a un punto crucial en la historia de España. En breve habrían de sucederse el enésimo ataque holandés, la revuelta catalana, la restauración portuguesa, y la ofensiva francesa que acabaron con la hegemonía española en Europa. Una pérdida de la que ya no pudieron recuperarse y que anticipo medio siglo de derrotas, con sucesivas perdidas territoriales en el Rosellón, Flandes, y el Franco Condado, entre otros lugares.

Sabía que la situación con Holanda había cambiado pues años atrás no se habían perdido Bolduque y Groenlo, pero eso significaba que la historia ya había cambiado, y que no podría anticipar que ocurriría en el futuro. Tenía que seguir entrenando a sus hombres y mejorando sus fortificaciones…


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Primer sitio de los Ratones

Se denomina primer asedio de la isla de los Ratones, o simplemente Sitio de los Ratones, al asedio al que la armada francesa sometió a las islas de los ratones, frente al puerto de Marsella, entre agosto de 1638 y marzo de 1639.

Antecedentes

La armada real de Valencia había atacado Marsella en 1629, tomando estas islas, en las que establecieron una guarnición. Esto suponía un serio problema para Francia, pues España mantenía una fuerte posición en la entrada de su mayor puerto del mediterráneo, lo que suponía un gran riesgo para la navegación de los mercantes que quedaban habitualmente, al alcance de la artillería española.

Decidido a poner fin a esta ocupación y a acabar con la ocupación militar española, el Cardenal Richelieu dedico un gran interés a esta operación, preparando una flota compuesta por 18 galeones y siete pataches, a los que se sumaron cuatro mil soldados procedentes de Marsella.

Por su parte las fuerzas españolas habían reforzado la isla, reformando el castillo y aumentando su artillería hasta los ochenta cañones de 32 libras, instalando una guarnición de mil hombres al mando del coronel Joan de Santarem.

El bombardeo del 2 de septiembre


Estalladas las hostilidades, la armada francesa se dirigió a Marsella desde la cercana Tolón, bloqueando el castillo, mientras dos regimientos del ejército esperaban en la cercana Marsella por si era necesario el asalto.

El 2 de septiembre la escuadra francesa se presentó frente a la isla, iniciando el bombardeo del castillo. Este fuego fue rápidamente respondido por los defensores, que emplearon balas rojas para defenderse. Los daños en el castillo aumentaron con rapidez, ante la potencia de fuego que la atacaba, pero un disparo afortunado incendió uno de los galeones, que no tardo en explotar al alcanzar el fuego su santabárbara.

La explosión del Doncella de Orleans, unida a una repentina calma que dejo a la flota inerte, al alcance de los cañones, marco el inicio del fin del combate. Temiendo que la artillería española aprovechase esa calma para destruir su flota, el almirante Claude de Launay-Razilly ordeno abandonar la zona, utilizando galeras y botes de remo para remolcar sus buques lejos del fuego.

El castillo había sufrido daños de consideración y más de ciento cincuenta bajas, la mayoría heridos. Mientras tanto la flota había sufrido daños de diversa consideración, especialmente graves en dos galeones y dos pataches, que quedaron desarbolados, alcanzando sus bajas los cuatrocientos hombres, la mayoría de ellos pertenecientes al Doncella de Orleans, que sufrió doscientos diez muertos a causa de la explosión.

El sitio

Durante las semanas siguientes prosiguió el sitio del castillo. La flota francesa impedía la llegada de suministros desde su base en Marsella, mientras los defensores permanecían rodeados, alerta a nuevos intentos de invasión. Su única esperanza estribaba en que alguna de las palomas mensajeras que habían enviado con mensajes sobre el ataque lleagse a su destino, y la flota pusiese auxiliarles.

Por desgracia la flota española había estado ocupada en Egipto, muy lejos de allí, y tardo en reunirse. Para cuando se hubieron reunido, ya había empezado la temporada de invernada, pero aprovechando los barómetros, la flota navego al norte, hasta Barcelona, y una vez más hasta la costa del Rosellón. Allí esperaría una semana hasta que el barómetro indico que no había peligro, momento en el que saltaron hasta la isla de los Ratones, dejando suministros, y llevando refuerzos ante los atónitos ojos de los franceses que esperaban en el interior del puerto de Marsella…


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Egipto, primavera de 1639

—La próxima primavera, dentro de un año, os uniréis a la escuadra del almirante Oquendo como grumete, hijo mío. —explicaba Pedro a su hijo mayor, de doce años de edad. —Sera en el navío Jaime I en cuanto sea botado.

—Como vos deseéis, padre. —replico el adolescente.

—Ya tenéis edad para empezar a buscar vuestra fortuna, y en el mar reside la columna vertebral del imperio. De nada sirve que logremos la supremacía en tierra si perdemos en la mar. Sin la mar lo perderemos todo. Las comunicaciones con nuestro imperio dependen del mar, de que seamos capaces de mantenernos comunicados con él. Si fallamos en ello, aquellas tierras lejanas quedaran al albur de los caprichos de los hombres, y con ello se perderá el imperio. ¿Entendéis?

—Sí, padre. —respondió el niño que ya había hablado de esto en más de una ocasión con su padre, sobre todo cuando decidían su futuro para elegir para él la carrera de las armas que más le conviniese, en tierra o en el mar. —Si perdemos el control de los océanos, el enemigo podrá conquistar una a una las tierras del imperio, pues estas están poco pobladas y no serán capaces de resistir una invasión.

—Exacto, hijo mío. —dijo Pedro contento de la inteligencia e interés de su hijo. —Me alegra que vuestras lecciones os hayan sido de provecho. Cuando estéis a bordo aprovechad para continuar aprendiendo el arte de navegar, y en unos años, cuando cumpláis catorce, volveréis a tierra para pasar por la academia de guardiamarinas. Luego dos años de escuela y otros dos de practica de guardiamarina y obtendréis vuestro primer nombramiento oficial, y antes de daros cuenta tendréis vuestro propio barco. Uno de nuestros bergantines o jabeques para patrullar nuestras costas.

—Me aplicare en mis estudios, padre…si me permitís la pregunta. ¿Creéis que esta vez la guerra con Francia será larga?

—Mucho me temo que sí. La última tan solo fue un tanteo para intentar lograr una posición fuerte en Italia, y acabo cuando les dimos un buen correctivo. —respondió Pedro. —Pero ahora es diferente. Han pasado años preparando sus armas y ahora están preparados para ir a la guerra, además han estado regalando dinero a nuestros enemigos holandeses y suecos, así que es más que probable que la guerra se encone aún más en un futuro.

La conversación aún siguió unas horas, repasando diferentes tácticas y posiciones de combate a bordo dependiendo del viento y de la posición de cada buque respecto a él. Si el chico aprendía y tenía un poco de suerte, con el tiempo podría convertirse en un buen marino.


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Mensaje por tercioidiaquez »

Pasaron varias semanas y Diego había aprendido una valiosa lección. O asaltabas una posición aprovechando la sorpresa al llegar o prepárate para un largo asedio.

Y para un asedio hacía falta madera, mucha madera. Fajinas, cestones, minas...todo utilizaba madera. Y para conseguirla había que meterse entre la frondosa vegetación. Y allí, los españoles, con sus nuevas tácticas habían cobrado un alto precio a los franceses y holandeses.

Desde la muralla se podían ver las hogueras en las que en las afueras de los campamentos, los "matasanos" quemaban los cadáveres de las víctimas de la fiebre amarilla. Los que menos lo habían sufrido parecían ser toda la serie de bucaneros y corsarios enrolados en la aventura.

Se habían rechazado un par de asaltos, que en ningún momento pusieron en peligro la fortaleza. Y mas allá de las bajas al ejército le faltaba corazón.


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Mensaje por Gaspacher »

Memorias, Pedro Llopis.

A finales de primavera parecía cada vez más seguro que los turcos no lograrían contratacar ese año. La construcción de la escuadra parecía estar llevando mucho más tiempo del previsto, y era muy dudoso que el sultán estuviese dispuesto a atacar Egipto únicamente por tierra. Además parecía pretender coordinar su ataque con una ofensiva francesa en Flandes, lo que auguraba nuevas dificultades.

Por supuesto aquel año extra también significaba que nosotros dispondríamos de más tiempo para preparar nuestras defensas en Egipto, y que en Europa tendríamos tiempo de finalizar la reforma del Ejército en Italia. Pero no nos podíamos dar a engaño. Las defensas en Egipto tardarían años en estar preparadas, así que no podíamos fiar nuestra suerte a aquellas fortalezas en construcción. Eso no significaba que fiásemos todo a una batalla campal. Disponíamos de tiempo y mano de obra en abundancia, así que pudimos centrar nuestros esfuerzos en la construcción de nuevas trincheras frente al Sinaí, y abundantes canales de riego en la zona oriental del delta. Tal vez con esas herramientas pudiésemos sorprender al ejército enemigo.

Por desgracia había otros problemas. La nueva flota del sultán prometía ser la más poderosa que se hubiese visto desde Lepanto. Si cuando viniesen a por nosotros, nuestra propia flota estuviese alejada a causa de la guerra con Francia, podrían atacarnos por el flanco y cambiar las tornas.

Según parecía, los enemigos de España volvían a reunirse contra nosotros espoleados por el oro francés. Debíamos prepararnos para defender nuestras fronteras de las hienas que nos acometían.


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Mensaje por tercioidiaquez »

Las voces y gritos despertaron a Diego. También oyó algún disparo aislado. Apresuradamente cogió su espada y maldijo porqué no le habían despertado al alba, como había ordenado.
Salió corriendo de su cuarto y vio como en las murallas, soldados y civiles protagonizaban escenas de alegría.
Miró hacia el exterior y lo comprendió, franceses y sus aliados habían abandonado el asedio.
Tan solo las obras de sitio permanecían como muestra del fracaso, así como algunas hogueras aun humeantes. Aprovechando la oscuridad se habían marchado.

Pero su sonrisa cambió cuando hablo con uno de sus capitanes.
"Lo logramos, vencimos".
"Sí, los hemos rechazado, una victoria sin duda".
"El gobernador está lleno de alborozo, sin duda su futuro puesto en la corte se verá beneficiado por este hecho de armas. Tal es así que ya ha despachado varios faluchos para dar a conocer la noticia en toda la tierra firme".
"Poco ha tardado"
"Sí, pero el que esos perros franceses y sus lacayos vuelvan a Europa si duda es una gran noticia".
"¿A Europa, y cómo sabe eso?"
"¿Dónde van a ir sino? Y el capitán volvió a unirse a la fiesta.
Diego tuvo un mal presentimiento y ordenó llamar al práctico del puerto.


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En Egipto nos sentíamos como si hubiese una inmensa espada pendiendo de un hilo sobre nuestras cabezas, tal era el tamaño del ejército que estaba reuniendo el sultán. Un poderoso enemigo al que únicamente podríamos oponer las fuerzas presentes en Egipto en aquellos momentos, menos de cincuenta mil hombres en total, cuyo número en combate aún sería más reducido al tener que mantener la ocupación del país. En esa situación todo cuanto podíamos hacer, era compensar nuestra evidente inferioridad numérica con trabajo duro. Un caudillo alemán dijo en una ocasión que; “El sudor ahorra sangre, la sangre ahorra vidas, y el cerebro ahorra ambas cosas”, y a ello nos dedicamos con toda nuestra capacidad.

Si queríamos tener alguna posibilidad, tendríamos que utilizar el cerebro para anticiparnos al enemigo. El enemigo tendría que atravesar el Sinaí para atacar Egipto, y para hacer tal cosa tan solo había dos rutas principales y varios pasos menores a través de los pasos de Mitla y de Gidi.

En el caso de utilizar los pasos de Gidi y Mitla, el ejército enemigo saldría a una zona de combate muy angosta al sur de los lagos amargos, por lo que la defensa sería mucho más sencilla que por las grandes rutas del norte. Por lo tanto era poco probable que utilizasen aquellas rutas. Poco probable pero no imposible, ya fuese para tomarnos por sorpresa o como parte de una finta, y por lo tanto no olvidamos aquel flanco al preparar nuestras defensas.

Los mayores preparativos se harían sin embargo en el norte, donde tanto si el ejército enemigo seguía una ruta siguiendo las rutas del norte, aquel ejército tendría veinte leguas para maniobrar entre los lagos amargos y el Mediterráneo. Una distancia que nuestras escasas fuerzas podían no ser capaces de defender en toda su extensión. Ahí es donde entraba la pala, o lo que es lo mismo, el sudor.

Empezamos construyendo dos grandes zanjas de seis varas de ancho por dos de profundidad a lo largo de aquella zona, para a continuación acumular la tierra en un amplio terraplén a retaguardia de aquella. Luego, llegado el momento, reforzaríamos las defensas colocando estacas en el centro de la zanja, y sembrando de aguijones, lirios, abrojos y otras trampas toda la zona frente a la zanja. Una vez más recurrí a los clásicos para ello, pues si César fue capaz de hacerlo en Alesia, no veía como no íbamos a poder hacerlo nosotros.

No era esta toda nuestra defensa, pues a retaguardia de la línea defensiva seguimos cavando nuevos canales para desviar el Nilo. Sabíamos que…


A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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reytuerto
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Un soldado de cuatro siglos

Mensaje por reytuerto »

De regreso en Madrid, pude constatar que la confianza de Eustaquio con Santiago había crecido, la cercanía había hecho que el chico dejase de comportarse hurañamente, aunque seguía siendo callado y distante. Los tics persistían, pero su frecuencia había disminuido, o al menos eso parecía, lo cierto es que gracias a los ejercicios de respiración, Eustaquio se sentía con la confianza suficiente como para hacer una vida casi normal, retirándose las veces que podía para tener los accesos blasfemos en solitario. Además, había aprendido a leer con relativa rapidez, y pronto el jesuita nipón intentaría enseñarle las cuatro operaciones aritméticas.

Don Gonzalo Martínez de Luna me había presentado a varios nobles, terratenientes en Castilla, y yo había podido contactar otros en las presentaciones musicales (después de las alabanzas reales, encargos no me faltaron) tanto en el Alcázar, como en los Jerónimos que rápidamente se estaba convirtiendo en e Buen Retiro. No podía hablar abiertamente de la mala cosecha de los años siguientes ni del impacto que estas tendrían sobre la Corona y la historia de España sin que la sombra de la hoguera creciese sobre mí, pero bien podría pedirles que hiciesen memoria (y memoria reciente!) y que recordasen que la sombra de la hambruna estaba directamente sobre cada sequía. No podía controlar el agua de los cielos, pero ciertamente si se abonaba generosamente la tierra, evitaríamos que la mitad de la tierra en barbecho estuviese ociosa por dos a cuatro años.

Predeciblemente, tuve poca acogida en la zona del Guadalquivir, mucha tierra en pocas manos; aunque algunos nobles se mostraron receptivos. Sin embargo, fue la pequeña nobleza terrateniente castellana del Duero la que se mostró más interesada, no solo con el guano, sino también con las papas. Adicionalmente, se cultivarían patatas de Chiloé y Valdivia en las vegas del Turia, y por supuesto! en Barbastro intentaría aclimatar las deliciosas papas amarillas de Tarma, también las suculentas papas blancas Tomasas, de un rendimiento excepcional y que ciertamente casarían a la perfección con una tortilla, y la Huamantanga, también de buen rendimiento, resistente al granizo y de una textura ideal para guisarse con carnes o aves.

Y también era menester llevar carne a la mesa del pobre. Una gallina era un lujo para un pobre jornalero, pero la crianza de cuyes, los conejillos de las Indias, capaces de comer cualquier desecho de cocina, desde cascaras de frutas, hasta tallos y brotes medio podridos, de una natalidad prodigiosa y un engorde rápido, harían que el fantasma del hambre retroceda un paso, un pasito corto, del reino. Y por supuesto, pimentón para el pulpo de Ignacio, ají para mi cebiche y tomates para un buen gazpacho! Todo esto vendría en los primeros cargamentos de guano de la compañía Santa Apolonia (aunque sabia que Pedro ya había cultivado las papas en la peninsula, estas aun no habían calado en la dieta popular, ni siquiera regional).

Y también los encargos para la farmacia. Corteza de cascarilla, para obtener polvo de quina para la malaria; hojas de coca para hacer cocaína que sería mi primer anestésico local; papaya y piña para intentar aclimatarlas en Canarias y obtener papaína y ananasa, digestivos proteolíticos, que además de digestivos, funcionan como antiinflamatorios naturales. Y como una resina de obturación temporal para las cavidades amplias podría emplear la resina del molle, además creía recordar que en la Universidad de Emory habían hecho un estudio en ratones que demostraba que aun sin ser antibióticos, inhibía el crecimiento bacteriano y como guinda del pastel, el molle era la gastronómicamente aceptable pimienta rosada, con lo que asentaría una duro golpe al monopolio holandés de los condimentos.

Dándome un respiro, pude experimentar con las algas marrones. Los sargazos, como se denominaba en ese entonces a las algas laminarias pardas, eran de la especie laminaria digitata, abundantes en todo el golfo de Vizcaya, después de una tormenta, en especial en primavera y otoño, algunas caletas y playas quedaban cubiertas por una espesa capa de algas que era menester limpiar. En su diligencia, Ignacio había recogido y secado especímenes no solo de Santander, sino que también se dio la maña de enviarme algas de puertos cercanos. Examiné las muestras de las playas Los Peligros , La Magdalena, Mataleñas y Molinucos de la misma Santander, de la de Oyambre en San Vicente de la Barquera, una caleta de Noja, y finalmente de las playas de Berria y de San Martín en Santoña.

Todos los que habéis pasado por el odontólogo sabéis que el alginato es un material de impresión. Es un polisacárido viscoso y altamente higroscópico, capaz de absorber más de 200 veces su peso en agua; se encuentra localizado en las paredes celulares de las algas marinas marrones, eso sí, no todas las algas sirven, pues para que un alga sea considerada comercial, su peso seco en alginato debe ser al menos el 20% de su peso total. La tendencia general indica que las algas pardas de aguas frías producen un alginato de buena calidad, y las aguas del Cantábrico eran conocidas por ser inclementes con los náufragos que caían en ellas.

Decidí que utilizaría el método de extracción del ácido algínico, en el cual se emplea una solución de ácido fuerte (básicamente porque ya tenía a mi disposición tanto el ácido sulfúrico como el clorhídrico, y también teníamos formol) para obtenerlo. Haría el proceso con el boticario y con Martin (que daba muestras de querer ser dentista mas que cirujano militar), La primera parte del proceso ya había corrido por parte de Ignacio, pues había tenido la gentileza y precaución de enviarme las muestras secadas al sol. Así que solo tuve que molerlas en los batanes de granito que había instalado en el laboratorio.

Luego el polvo es mezclado con formaldehido por una noche, removiendo continuamente. Para la siguiente fase tuvimos inventarnos un centrifugador partiendo de una rueda de amolar a pedal y un cilindro de hojalata. El polvo de las algas en solución se mezcló, esta vez con HCl diluido, y se centrifugo por 30 minutos. Finalmente se drenó el líquido sobrenadante, para inmediatamente llevar las algas aun otro recipiente en donde se le agrego un álcali, en este caso carbonato de sodio, y a seguir revolviendo, esta vez una hora, el resultado no fue malo aunque si agotador!

Luego quedaba el filtrado, la precipitación de partículas y el secado. El producto final es una pasta filamentosa, que luego de ser secada al sol, se pulveriza hasta convertirla en un polvo fino. Teníamos alginato! Este podía utilizarse tanto para espesar helados y salsas; pero sobre todo, con la adición de tierra de diatomeas y óxido de zinc que servirán de relleno, yeso blanco como reactivo y un pellizco de fosfato de sodio como retardante, teníamos un material de impresión, que si bien no era lo más exacto que conocía, era lo mejor que se podía obtener en ausencia de materiales sintéticos.

A estas alturas, los muchachos de la escuela ya tenían casi un año de estudios intensos de anatomía y estaban listos para sus inicios en cirugía experimental. Y mientras ellos aprendían a suturar, yo tenía que obtener una sutura reabsorbible útil. Para ser sinceros, había estado experimentando con tripas de conejo desde hacía años, y aunque ya podía obtener filamentos delgados y razonablemente uniformes, aun no lograba hacer que permaneciesen en el lugar de la sutura por más de una semana. Solo después de haber entrado en contacto con el Marques del Puerto es que pude acceder a sales de cromo, a las que Pedro había llegado casi por casualidad (Vamos! Que él tenía un think tank a su disposición!) experimentando con diversas sales de cromo para hacer aún más diáfanos los cristales de sus ya afamadas vidrierías. No me quejo! Pues nos beneficiábamos todos. Con el tratamiento crómico las tripas se mantenían en su sitio casi dos semanas! Si tuviésemos antibióticos, hasta podríamos hacer cirugía abdominal!

Para cuando obtuvimos varios metros de catgut crómico, los muchachos ya estaban cansado de hacer suturas discontinuas simples, varios tipos de continuas, colchoneros simples verticales, horizontales y medio colchoneros. Suturas en jareta, subcutáneas permanentes y a los más hábiles los había entrenado para que suturasen grandes vasos inclusive. Y la mayoría lo hacía rápido. También habían adquirido experiencia seccionando miembros de cerdo y cordero, estaban listos para sus primeras amputaciones. Y era menester conseguir los pacientes.

La administración de justicia en el Antiguo Régimen era una barbaridad por la absoluta desproporcionalidad de las penas en relación a las faltas. A los rateros se les amputaba las orejas, las narices o las manos; a los violadores se les castraba y a malvivientes y gitanas se les cortaban los pechos, los labios las narices y las orejas. Gracias a los buenos oficios de Don Gonzalo de Luna, pude entrevistarme con Francisco de Brizuelas y Cárdenas, el Corregidor de la Villa de Madrid, y le pedí que “me prestase” a sus condenados. Accedió, aunque puso sus reparos cuando se enteró que (en la medida de lo posible) los procedimientos serian indoloros: si era sin dolor, no sería un castigo! Tuve que bregar mucho, para hacerle entender que era la única forma de hacer que los soldados del rey heridos en batalla, no sufriesen indebidamente.

El Maese Ramplón ya había mostrado a los alumnos sus habilidades dignas de una aleluya del siglo de oro: “cortada mano, cortada lengua, dado garrote” era una sentencia común para los villanos que habían agredido o asesinado a sus señores, habiendo previamente ensuciado su reputación o blasfemado. Pero necesitaba algo menos burdo que les enseñase que el método que estaban aprendiendo salvarían vidas.

Se seleccionó a un reo de muerte y mutilación que estuviese en buen estado general. Al patio los calabozos de la Cárcel de la Villa hice acudir a un Alonso Pérez, cirujano de barbería y sus ayudantes, que sin ser el peor o el mejor, era un representante cabal de quien ejerce un oficio menor. Su indumentaria, absolutamente cotidiana, no lo diferenciaba de cualquier parroquiano; y su formación tenía muchas lagunas. El reo fue llevado y se le leyó la sentencia: “quien tal hizo, que tal pague”. Mi treintena de alumnos estaban expectantes cuando le dije al cirujano: “Maestro Pérez, vuestro paciente”.

Sin siquiera lavarse las manos (pese a que la jofaina y palangana estaban presentes), dio indicaciones a sus fornidos ayudantes que inmovilizaron al reo. Pérez le ofreció como muestra de caridad, un trapo para morder. Seguidamente un mozalbete que ejercía de tercer ayudante estiro la mano sobre el tajo. Pérez tomo un cuchillo y rápidamente hizo una incisión circunferencial, expuso el hueso y tomando la sierra, aserró la muñeca, sin importar por donde llevaba la hoja, hasta seccionar la mano, cosa que al menos hizo rápidamente. El reo había palidecido en el proceso, que duro poco menos de tres minutos. Anudó fuertemente el extremo del muñón con un hilo grueso y finalmente lo envolvió en un lienzo, se lavó las manos y recibió los 5 reales pautados por la amputación. Tampoco lo vimos lavar sus instrumentos.

El reo quedaría a nuestro cuidado durante 40 días, para luego ser entregado nuevamente a Ramplón. La primera noche hizo fiebre, para la segunda la fiebre no solo no había cedido, sino que había aumentado. Y el edema del muñón era grande. Además de hidratarlo, poca cosa podíamos hacer para confortar el pobre diablo. A base de cuidados, buena alimentación, una jarabe de ajos (que supuestamente reforzaban el sistema inmune, cosa que me abstuve de decir) y tintura de cannabis, la salud del condenado fue mejorando poco a poco, aunque la supuración del muñón persistía, a los 10 días la fiebre había cedido. El padre Pedro Las Heras ya había empezado a acudir para reconfortar al reo en su último tramo. Nuestra tarea allí había concluido.

Entonces ya era tiempo de hacer una amputación con técnicas no digo que modernas, pero por lo menos dignas de finales del siglo XIX. Previamente, interrogué a los muchachos:
- Podéis decir cuál es la principal indicación para amputar?
- Conservar la vida del herido, para evitar la formación de la gangrena, Don Francisco. Respondió Martin de Alcántara.
- Bien, Martin. Decidme, porque se forma la gangrena.
- Por putrefacción de la carne, por falta de sangre… creo.
- Los estudios de un par de herejes, Servet español quemado por los herejes calvinistas en Ginebra, y Harvey, en la isla pérfida, asi lo sugieren.
- Don Francisco, vos también sugeristeis que se debía amputar en caso de pacientes con tumores.
- Así es Martinico, es mejor sacrificar una pierna o un brazo que perder una vida. Ahora, ya que vos estáis pendiente de lo que digo, decidme, donde cortaríais vos?
- Vos dijisteis que es menester evaluar, pues mientras más alejado del corazón sea el corte, más fácil será poner una pata de palo o una mano de plata; pero mientras más cercano sea el corte al corazón, menos complicaciones por fiebres tendrá el paciente.
- Don Francisco, y como sabremos que nuestra amputación se ha hecho bien?
- Porque debe quedar un muñón además de indoloro, útil. Recordad, muchachos, que cuando la amputación se hace a través de una articulación, como en la muñeca, se deben extirpar los cóndilos óseos para evitar la forma de masa del muñón! Recordad también que las cicatrices nunca deben coincidir con los puntos óseos.

Preparamos el instrumental, dos juegos, los cuales metimos en la marmita de presión que nos servía de autoclave. Preparamos también la mascarilla con el éter anestésico, la morfina y la tintura de cannabis. Mucho alcohol etílico, mucha lejía (otra de las cosas que me proporcionaba el Marques del Puerto!), mucho jabón, y muchos lienzos estériles y gasas. Estábamos listos.
Acudimos a la plaza de la provincia y nuevamente fuimos al patio de los calabozos de la cárcel. Nos trajeron a un par de reos, esta vez eran reos de solo de mutilación. Encargue a los camilleros (pues habíamos acudido todos, maestros, capellán, alumnos que serían cirujanos o enfermeros, e incluso los camilleros) que desinfectasen con cloro todo, desde las sillas y mesitas, hasta el tajo. Los dos Martines, que serían mis ayudantes, y yo nos quitamos los jubones y en calzas y camisas remangadas lavamos cuidadosamente las manos con cepillo y hasta los codos y nos pusimos un mandil, un tapabocas y un gorro ante el asombro de los alguaciles, tinterillos y curiosos, que nunca habían visto tantos preparativos para una amputación.

Al primer reo lo dormimos con éter y luego de desinfectar la mano con abundante alcohol, hice una incisión con uno de los buenos escalpelos que me había hecho el bueno de Sebastián, teniendo cuidado de dejar piel en exceso. Seguidamente seccione los músculos, tendones y ligamentos por debajo del nivel del hueso, para que el muñón no me quede demasiado abultado. Apenas veíamos un surtidor de sangre indicando una arteria, uno de los muchachos pinzaba y yo los ligaba con catgut, especial cuidado tuvimos cuando llegamos a las de mas calibre, las arterias mediana y cubital, a las que le hice doble ligadura. Cuando identificamos los nervios mediano y cubital, los corte limpiamente, lo más proximalmente que pude. Así hasta llegar al hueso.

Como sería una amputación transcarpiana, una vez identificados los huesos hice rápidamente la sección con la sierra, que funciono de maravilla. Con una lima redondee los ángulos y espículas óseas y para terminar, ancle los tendones flexores y extensores a los huesos carpianos, reposicione el tejido conjuntivo y suture la piel con puntos simples y separados. Lavamos con agua hervida fría y envolvimos con un lienzo estéril. Como innovación, deje un trozo de cuero bien desinfectado a modo de dren. El primer paciente estaba listo.

Mientras lavábamos y limpiábamos el instrumenta con un cepillo, era inevitable escuchar los murmullos en los diferentes corrillos que se habían formado. Nos cambiamos el mandil y nuevamente nos lavamos las manos, cepillándonos bien las uñas. Al segundo reo no lo dormimos, solamente le colocamos una buena dosis de morfina, que lo sumió rápidamente en la indiferencia que nos haría posible trabajar con comodidad.

A este condenado le desarticularíamos la muñeca. Luego de la incisión en piel y de levantar colgajo del tejido subcutáneo, llegamos hasta la articulación radiocarpiana. Corte los tendones y vi que se retraían hacia el antebrazo. Luego de identificar a los nervios radial y cubital, los corte al igual que los otros, lo más proximalmente posible. Igualmente, apenas veíamos un surtidor de sangre, ligábamos la arteria, las grandes con doble ligadura. Finalmente, una incisión circunferencial en la capsula articular de la muñeca para completar la desarticulación, todo a escalpelo, y remover la mano. Con la lima alise el apófisis estiloides cubital que destacaba enhiesto y desbaste el borde del radio. Reposicionar el colgajo, suturar y colocar el dren. Habíamos terminado.

Mientras nos lavábamos y los camilleros y enfermeros nos ayudaban a limpiar el instrumental, dejaba que los muchachos diesen las indicaciones y cuidados postquirúrgicos. Los primeros 10 días los reos estarían bajo nuestro cuidado, luego seguirían su camino. Previsiblemente la primera noche tuvieron fiebre y algo de edema, especialmente el primero. Pero al segundo día la fiebre había cedido, y la principal queja, a decir verdad, eran las sensaciones fantasmas en las manos amputadas. A la semana retiramos los puntos, cuando ya las heridas cutáneas estaban cerradas. Y aunque los reos tuvieron otros tres días de comida bueno, ya fueron dados de alta.

Decidí que los muchachos formasen grupos de 4, 2 alumnos de cirugía y 2 enfermeros, y establecimos un rol para las rotaciones. Cada vez que hubiesen amputaciones, un grupo de alumnos con un profesor se encargaría de realizarla. Asi hasta que todos hubiesen hecho una. Luego formaría parejas de cirujano-enfermero y a repetir el ciclo.

En la tarde, y como estaba contento, invite a los profesores Pedro Barea y José de Beira y tambien a Fray Santiago a comer empanadas en el mesón de Paredes, pedimos el mejor vino tuvimos una tertulia agradable.
- Don Francisco, donde aprendisteis a amputar así?
- Ah, Pedro. Vos sabéis que fui ayudante de cirujano en las tierras del rey Segismundo…
- Sí, pero eso no es todo, Don Francisco. He leído, a fe mia que he leído, y nada me dice que más allá de las tierras imperiales, los cirujanos del rey Segismundo sepan hacer una cirugía diferente a la que realizo el maese Pérez. Vos sois diferente, cuidáis la limpieza, hervís vuestros fierros en la marmita cerrada esa, laváis con ese líquido que os envía el Marques del Puerto todo y vuestros amputados apenas hicieron fiebre.
- No soy yo, Pedro – di un suspiro, esperando que la deriva que iba a dar a la conversación cerrase las preguntas que me hacían, siempre incomodas - Es Nuestro Señor el que hace que me pregunte porque suceden las cosas, y El, en su grandísima misericordia, me pone ejemplos de la vida diaria con las respuestas. O El, me envía las respuestas en boca de experiencias de tierras lejanas.
- Eso como ha sido posible?
- Aquí mismo, Fray Santiago es un ejemplo! Eustaquio, un zagal de Pozuelo, hubiese sido sometido a un exorcismo innecesario. Y las conversaciones con Fray Santiago me hicieron ver que lo que necesitaba el muchacho era un médico. Tal vez, otro jesuita de las Españas, incluso otro de Azpeitia, no me hubiese podido dar las luces, pero fue Fray Santiago, de las antipodas de este reino pues ha nacido en Cipango, quien vino en mi auxilio. No veis ahi la mano de Dios?
- Don Francisco, vos creéis que el jarabe de ajos y cebollas que dais elimine la causa de las fiebres? Me pregunto el boticario, siempre pendiente de la solución de problemas.
- A ciencia cierta, no lo sé, José. Pero he podido ver que estas pasan más rápido y no son tan intensas. Recordad que el medidor de fiebres tiene varias marcas. Normalmente nuestra temperatura está en la segunda marca, sin importar que estemos en invierno o verano, nuestro cuerpo se mantiene en la segunda marca. Pero cuando tenemos fiebre, subimos tres o cuatro marcas. Si subimos cinco, ya no es paciente para nosotros sino para Fray Santiago – hubo sonrisas de distensión – pero con el jarabe de ajo, he visto que pocas fiebres llegan hasta la quinta marca. Así que algo hará. Yo creo que hace que el cuerpo este más fuerte, aunque no sé si elimina la causa que ocasiona las fiebres.
- Vos creéis que se pueda encontrar un remedio para las fiebres?
- Si, José. Del reino del Perú la Compañía Santa Apolonia traerá cortezas de un árbol que ciertamente, Vive Dios!, bajan las fiebres.
- Eliminar las fiebres! Donde pensáis que llegará vuestro arte, Don Francisco?!
- Algún día, amigos míos, la Providencia querrá que curemos el cólico miserere! Pero mientras llega ese día, aprovechemos estas empanadas y este vino!


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Un soldado de cuatro siglos

Mensaje por Gaspacher »

El mayor problema al que nos enfrentábamos a la hora de defender aquella línea fortificada, era que no sabíamos qué punto de la muralla iba a ser atacado por los turcos, y no lo sabríamos hasta que llegasen. Eso nos obligaba a ser previsores y crear campamentos en varios lugares del muro, desde los que una fuerza de reacción rápida fuese capaz de movilizarse hasta la zona correcta en poco tiempo. Por fortuna la movilización en si no me preocupaba demasiado, y a menos que atacasen en plena tormenta de arena tampoco me preocupaba la exploración. Mis temores en aquellos momentos eran muy diferentes, y estaban centrados en mantener la salud de nuestros soldados al máximo nivel posible.

Por fortuna la ocupación estaba transcurriendo sin sobresaltos y sin que las enfermedades hiciesen mella en los nuestros. Desde el momento de la invasión, los diferentes tercios y regimientos habían sido equipados con carros de filtrado de aguas. Tal vez fuese por ello, pero los casos de diarrea entre nuestras tropas habían sido anecdóticos, y eso pese a que bebíamos las aguas del Nilo.

También estaban siendo anecdóticos los casos de vomito negro y malaria eran también muy escasos. Desconociamos el motivo de esto, pero un tiempo después, tras hablar con varios veteranos de las campañas antillanas, creo di con la solución. La resistencia de nuestras tropas a estas malaltias podría deberse a los medios antimosquitos que estábamos implementando en nuestros ejércitos desde el año anterior. Estos medios consistían en instalar telas mosquiteras en puertas y ventanas de las residencias de tropas. Unas medidas que complementábamos con macetas con albahaca en ventanas y plantaciones de citronela en los exteriores. Además en el interior de las viviendas instalaban trampas de azúcar y levadura, y los soldados tenían medios personales como mosquiteras y lociones de citronela para su piel y sus ropas. La suma de todos estos medios fue muy eficaz para combatir a los abundantes mosquitos del Nilo, y tal vez para combatir las letales enfermedades del vomito negro y los malos aires.

En suma, la situación de las tropas era extraordinaria. Nuestros hombres estaban sanos y bien alimentados, aunque solían quejarse de lo duro que los hacíamos trabajar. El duro trabajo y la prohibición de los duelos fueron las dos causas que más quejas levantaron, curiosamente más la segunda que la primera. Y es que fue fácil convencer a los hombres de la necesidad de trabajar en las fortificaciones como ya lo hacían en las caponeras en caso de asedio, pero los duelos eran una cuestión de honor, y nadie quería renunciar a él pues lo consideraban un insulto personal.

Finalmente tuvimos que llegar a un acuerdo. Librar duelos en tiempo de guerra podía afectar negativamente a la causa del Rey en tiempos de necesidad, lo que afectaría a la honra de nuestro monarca. Por lo tanto se prohibieron los duelos hasta que volviese la paz. Pero como el honor debía ser salvaguardado, se permitió a los hombres ciertas mercedes. En caso de sentirse insultados debían acudir a su tambor mayor, que anotaba nombres y agravio de forma que cuando regresásemos al tiempo de la paz, si ambas partes no habían llegado a un acuerdo, pudiesen librar su duelo con todas las garantías.

Esto tuvo un doble efecto, por un lado los hombres no libraban duelos con la sangre caliente y tenían tiempo de recapacitar, por otra, al reglamentar y supervisar los duelos, el número de muertes disminuyo considerablemente en los tiempos venideros.


A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.

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