Un soldado de cuatro siglos
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Un soldado de cuatro siglos
La batalla
Gracias al reconocimiento aéreo las fuerzas españolas lograron movilizarse para interceptar a los otomanos, que habían cruzado el paso de Mitla en gran número. Sin embargo esa misma maniobra puso en peligro al ejército pues un segundo contingente, aún mayor, había seguido el trayecto de la costa amenazando el extremo septentrional de las defensas españolas.
En aquellos momentos aquel tramo del muro estaba defendido únicamente por entre cien y ciento cincuenta hombres por kilómetro. Para reforzarlo, el marqués del Puerto ordenó a los sectores vecinos que enviasen la mitad de sus tropas al sector amenazado. Mientras tanto el ejército se dividió en dos. El Tte, gral Gonzalo Fernández de Córdoba y Cardona, permaneció en los lagos amargos al mando de la segunda legión. Mientras tanto el propio marques del Puerto se dirigía a marchas forzadas al norte con la primera legión, precedido por la caballería.
Bajo un sol abrasador la infantería avanzo a marchas forzadas, recorriendo hasta cincuenta y cinco kilómetros aquel día. Gracias a ello, al anochecer, la primera legión estaba a tan solo treinta y cinco kilómetros del lugar amenazado por los otomanos. Aun así la situación era angustiosa. Los turcos estaban ya amenazando el sector norte, y de seguir así no podrían
Mientras tanto la segunda legión entró en combate. El comandante turco del ala sur, Sultanzade Mehmed Pasha, ordenó a su infantería que pasase al ataque, asaltando los muros españoles. De inmediato miles de soldados se lanzaron al asalto. Se trataba de infantería conscripta reclutada en las diferentes provincias del imperio, soldados no profesionales con poco entrenamiento y un equipo deficiente, que chocaron con las férreas defensas españolas.
En el muro la infantería española espero a resguardo, protegida por las defensas hasta que la infantería enemiga estuvo a ciento cincuenta metros. Entonces los soldados se situaron en la muralla formados en tres líneas de mosqueteros. Estos abrirían fuego cuando los turcos se adentraron en las zonas defendidas por los abrojos, manteniendo un volumen de fuego constante al disparar por salvas.
El ataque se vio detenido casi en seco. Los abrojos causaron grandes heridas en los pies de los turcos, que tuvieron que aminorar su asalto a causa de los hombres caídos en el frente. Mientras desde el muro los españoles disparaban salva tras salva contra ellos, doce o más salvas por minuto, que les causaban muchos daños. Entonces los asaltantes llegaron al primer foso con sus lirios, y las cosas aún se pusieron peor. La infantería otomana prácticamente se detuvo en seco, con los pies atravesados por las púas que les herían. Pocos fueron los turcos que llegaron a los dos últimos fosos y a la muralla, donde los españoles dispararon a bocajarro sobre estos soldados, utilizando las piezas de artillería botes de metralla que los destrozaron.
El primer asalto había fracasado y españoles y turcos se retiraron para beber y refrescarse, pero al gran visir aún le restaban tropas, y sabía que más al norte el ejército debía estar llegando a la muralla. Precisamente por ello, esa misma noche tras tan solo ocho horas de descanso, la primera legión se puso en marcha nuevamente. Aquellos soldados marcharon en la oscuridad siguiendo el muro, y al romper el alba se encontraban ya frente al enemigo, agotados, pero preparados para defender el muro.
El día 6 de marzo los otomanos se preparaban para atacar el muro por dos puntos…
Gracias al reconocimiento aéreo las fuerzas españolas lograron movilizarse para interceptar a los otomanos, que habían cruzado el paso de Mitla en gran número. Sin embargo esa misma maniobra puso en peligro al ejército pues un segundo contingente, aún mayor, había seguido el trayecto de la costa amenazando el extremo septentrional de las defensas españolas.
En aquellos momentos aquel tramo del muro estaba defendido únicamente por entre cien y ciento cincuenta hombres por kilómetro. Para reforzarlo, el marqués del Puerto ordenó a los sectores vecinos que enviasen la mitad de sus tropas al sector amenazado. Mientras tanto el ejército se dividió en dos. El Tte, gral Gonzalo Fernández de Córdoba y Cardona, permaneció en los lagos amargos al mando de la segunda legión. Mientras tanto el propio marques del Puerto se dirigía a marchas forzadas al norte con la primera legión, precedido por la caballería.
Bajo un sol abrasador la infantería avanzo a marchas forzadas, recorriendo hasta cincuenta y cinco kilómetros aquel día. Gracias a ello, al anochecer, la primera legión estaba a tan solo treinta y cinco kilómetros del lugar amenazado por los otomanos. Aun así la situación era angustiosa. Los turcos estaban ya amenazando el sector norte, y de seguir así no podrían
Mientras tanto la segunda legión entró en combate. El comandante turco del ala sur, Sultanzade Mehmed Pasha, ordenó a su infantería que pasase al ataque, asaltando los muros españoles. De inmediato miles de soldados se lanzaron al asalto. Se trataba de infantería conscripta reclutada en las diferentes provincias del imperio, soldados no profesionales con poco entrenamiento y un equipo deficiente, que chocaron con las férreas defensas españolas.
En el muro la infantería española espero a resguardo, protegida por las defensas hasta que la infantería enemiga estuvo a ciento cincuenta metros. Entonces los soldados se situaron en la muralla formados en tres líneas de mosqueteros. Estos abrirían fuego cuando los turcos se adentraron en las zonas defendidas por los abrojos, manteniendo un volumen de fuego constante al disparar por salvas.
El ataque se vio detenido casi en seco. Los abrojos causaron grandes heridas en los pies de los turcos, que tuvieron que aminorar su asalto a causa de los hombres caídos en el frente. Mientras desde el muro los españoles disparaban salva tras salva contra ellos, doce o más salvas por minuto, que les causaban muchos daños. Entonces los asaltantes llegaron al primer foso con sus lirios, y las cosas aún se pusieron peor. La infantería otomana prácticamente se detuvo en seco, con los pies atravesados por las púas que les herían. Pocos fueron los turcos que llegaron a los dos últimos fosos y a la muralla, donde los españoles dispararon a bocajarro sobre estos soldados, utilizando las piezas de artillería botes de metralla que los destrozaron.
El primer asalto había fracasado y españoles y turcos se retiraron para beber y refrescarse, pero al gran visir aún le restaban tropas, y sabía que más al norte el ejército debía estar llegando a la muralla. Precisamente por ello, esa misma noche tras tan solo ocho horas de descanso, la primera legión se puso en marcha nuevamente. Aquellos soldados marcharon en la oscuridad siguiendo el muro, y al romper el alba se encontraban ya frente al enemigo, agotados, pero preparados para defender el muro.
El día 6 de marzo los otomanos se preparaban para atacar el muro por dos puntos…
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
Durante todo el día 6 se repitieron los asaltos al muro, tanto en el sector defendido por la segunda legión al sur de los lagos amargos, cerca de Suez, como en el sector defendido por la primera legión situado al sur de la antigua Pelusio romana, a unos treinta kilómetros del mar.
El gran visir Kemankes Kara Mustafa Pacha, sacrificó a su infantería irregular, tropas reclutadas en las provincias sometidas, en su intento de atravesar la muralla, siendo rechazados una y otra vez por los tercios, que luchaban protegidos por sus fortificaciones de campaña. Los comandantes españoles sabían sin embargo que estaban en graves problemas. Cada baja que sufrían era una perdida irremplazable, y al término del día habían sufrido más de dos mil bajas, muchas de las cuales fueron evacuadas esa noche rumbo a El Cairo.
Mientras tanto en el mar la flota otomana había llegado a la costa egipcia, iniciando el bombardeo sobre el nuevo fuerte de Santiago el Mayor, la fortaleza, aún en construcción, que protegía el acceso nororiental de Egipto. Allí durante gran parte del día los galeones y galeras intercambiaron disparos con los cañones de la fortaleza, que respondieron disparando balas rojas buscando incendiarlos antes de que la flota lograse desembarcar.
El día 7 se repitieron los asaltos en los sectores principales de la muralla, sin embargo unidades de caballería otomana llegadas a través de otros pasos del Sinaí, atacaron varios puntos del muro defendidos por tropas de levas obligando al general Llopis a enviar a su caballería a reforzar esos puntos. Por fortuna los refuerzos llegaron a tiempo y el muro resistió, pero el Gran Visir Mustafa Pacha se dio cuenta de la debilidad del muro en aquellos puntos, y al caer la tarde empezó a enviar unidades de infantería pesada al norte y al sur mientras mantenía una importante fuerza frente a la primera legión.
En su puesto de mando el general Llopis supo que al día siguiente no sería capaz de defender el muro…
El gran visir Kemankes Kara Mustafa Pacha, sacrificó a su infantería irregular, tropas reclutadas en las provincias sometidas, en su intento de atravesar la muralla, siendo rechazados una y otra vez por los tercios, que luchaban protegidos por sus fortificaciones de campaña. Los comandantes españoles sabían sin embargo que estaban en graves problemas. Cada baja que sufrían era una perdida irremplazable, y al término del día habían sufrido más de dos mil bajas, muchas de las cuales fueron evacuadas esa noche rumbo a El Cairo.
Mientras tanto en el mar la flota otomana había llegado a la costa egipcia, iniciando el bombardeo sobre el nuevo fuerte de Santiago el Mayor, la fortaleza, aún en construcción, que protegía el acceso nororiental de Egipto. Allí durante gran parte del día los galeones y galeras intercambiaron disparos con los cañones de la fortaleza, que respondieron disparando balas rojas buscando incendiarlos antes de que la flota lograse desembarcar.
El día 7 se repitieron los asaltos en los sectores principales de la muralla, sin embargo unidades de caballería otomana llegadas a través de otros pasos del Sinaí, atacaron varios puntos del muro defendidos por tropas de levas obligando al general Llopis a enviar a su caballería a reforzar esos puntos. Por fortuna los refuerzos llegaron a tiempo y el muro resistió, pero el Gran Visir Mustafa Pacha se dio cuenta de la debilidad del muro en aquellos puntos, y al caer la tarde empezó a enviar unidades de infantería pesada al norte y al sur mientras mantenía una importante fuerza frente a la primera legión.
En su puesto de mando el general Llopis supo que al día siguiente no sería capaz de defender el muro…
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Un soldado de cuatro siglos
Memorias del marques del Puerto
Nuestros aerostatos habían seguido atentamente los movimientos del enemigo, y cuando observaron como nuevos batallones enemigos se desplegaban al norte y al sur de nuestro punto de defensa, supimos que no seriamos capaces de defender el muro. Ese mismo día, al caer la noche Pedro ordenó que todos los soldados y monturas bebiesen en abundancia y que los soldados llenasen sus odres. A continuación ordenó dinamitar las acequias y filtros que llevaban el agua a los defensores del muro para negarlos al enemigo.
El repliegue empezó a medianoche siguiendo las órdenes de Pedro. Cada unidad dependiendo del sector que defendiese debía seguir una ruta hasta un punto de reunión concreto, al que debían llegar desde el amanecer hasta el mediodía siguiente. Atrás quedaron las unidades de caballería al mando del propio Pedro, dispuestas a presentar una resistencia postrera al amanecer con el fin de ganar un tiempo adicional a los infantes.
Las primeras luces del nuevo día cayeron sobre nosotros antes de lo que hubiésemos deseado, obligándonos a aprestarnos para la defensa. A lo lejos pudimos observar como los sarracenos salían de sus campamentos y empezaban a formar como ya hicieran en días anteriores. Lentamente los batallones formaron uno al lado de otro, ocupando gran parte del horizonte, confirmando lo que ya sabíamos. Que si hubiésemos defendido el muro hubiesen superado ampliamente nuestras alas, rompiendo el frente para a continuación destruirnos.
Poco después los batallones empezaron a avanzar sobre nosotros al redoble del tambor. Esta vez los jenízaros avanzaron con decisión tras las masas de tropas bisoñas que habíamos rechazado los días precedentes. Decenas de miles de hombres marchan sobre nosotros, que empezamos a usar los cañones para castigarlos en su avance.
Grandes claros se abrieron en las formaciones enemigas cuando las granadas los atravesaron causándoles muchas bajas. Sin embargo los hombres del resto de filas no tardaron en rellenar los huecos, devolviendo su potencia a la formación enemiga. No tardaron en llegar a los abrojos, momento en el que los nuestros empezaron a utilizar sus carabinas para atacarlos, causando aún más bajas. Por fortuna el enemigo no conocía técnicas avanzadas como las de avanzar disparando, por lo que ganamos unos segundos adicionales.
Diez minutos más tarde los sarracenos habían llegado a las trincheras y estaban luchando con denuedo para escalar los muros, por lo que los nuestros les arrojaron las botellas llenas de líquido inflamable para causarles más daño. Era sin embargo retirarse con rapidez para evitar que nos rodeasen, por lo que Pedro ordenó encender las mechas de los cañones de metralla, que eran los viejos cañones capturados durante la conquista de Egipto, al mismo tiempo que los jinetes montaban y salían de allí a galope.
Al toque de la corneta todos los nuestros abandonaron el muro, llevando consigo a los heridos, para montar y salir a galope en dirección a Egipto. Mientras los cañones al disparar la metralla ganaron unos segundos adicionales, pero los sarracenos ya estaban superando el muro tras montar torres humanas. El propio Pedro montó de los últimos, mientras los soldados de su escolta disparaban sus carabinas sobre los sarracenos saltaban la muralla.
Mientras galopaba hacia occidente, Pedro pensó que este solo había sido el primer movimiento de la batalla. Poco imaginaba lo que ocurrió a continuación…
Nuestros aerostatos habían seguido atentamente los movimientos del enemigo, y cuando observaron como nuevos batallones enemigos se desplegaban al norte y al sur de nuestro punto de defensa, supimos que no seriamos capaces de defender el muro. Ese mismo día, al caer la noche Pedro ordenó que todos los soldados y monturas bebiesen en abundancia y que los soldados llenasen sus odres. A continuación ordenó dinamitar las acequias y filtros que llevaban el agua a los defensores del muro para negarlos al enemigo.
El repliegue empezó a medianoche siguiendo las órdenes de Pedro. Cada unidad dependiendo del sector que defendiese debía seguir una ruta hasta un punto de reunión concreto, al que debían llegar desde el amanecer hasta el mediodía siguiente. Atrás quedaron las unidades de caballería al mando del propio Pedro, dispuestas a presentar una resistencia postrera al amanecer con el fin de ganar un tiempo adicional a los infantes.
Las primeras luces del nuevo día cayeron sobre nosotros antes de lo que hubiésemos deseado, obligándonos a aprestarnos para la defensa. A lo lejos pudimos observar como los sarracenos salían de sus campamentos y empezaban a formar como ya hicieran en días anteriores. Lentamente los batallones formaron uno al lado de otro, ocupando gran parte del horizonte, confirmando lo que ya sabíamos. Que si hubiésemos defendido el muro hubiesen superado ampliamente nuestras alas, rompiendo el frente para a continuación destruirnos.
Poco después los batallones empezaron a avanzar sobre nosotros al redoble del tambor. Esta vez los jenízaros avanzaron con decisión tras las masas de tropas bisoñas que habíamos rechazado los días precedentes. Decenas de miles de hombres marchan sobre nosotros, que empezamos a usar los cañones para castigarlos en su avance.
Grandes claros se abrieron en las formaciones enemigas cuando las granadas los atravesaron causándoles muchas bajas. Sin embargo los hombres del resto de filas no tardaron en rellenar los huecos, devolviendo su potencia a la formación enemiga. No tardaron en llegar a los abrojos, momento en el que los nuestros empezaron a utilizar sus carabinas para atacarlos, causando aún más bajas. Por fortuna el enemigo no conocía técnicas avanzadas como las de avanzar disparando, por lo que ganamos unos segundos adicionales.
Diez minutos más tarde los sarracenos habían llegado a las trincheras y estaban luchando con denuedo para escalar los muros, por lo que los nuestros les arrojaron las botellas llenas de líquido inflamable para causarles más daño. Era sin embargo retirarse con rapidez para evitar que nos rodeasen, por lo que Pedro ordenó encender las mechas de los cañones de metralla, que eran los viejos cañones capturados durante la conquista de Egipto, al mismo tiempo que los jinetes montaban y salían de allí a galope.
Al toque de la corneta todos los nuestros abandonaron el muro, llevando consigo a los heridos, para montar y salir a galope en dirección a Egipto. Mientras los cañones al disparar la metralla ganaron unos segundos adicionales, pero los sarracenos ya estaban superando el muro tras montar torres humanas. El propio Pedro montó de los últimos, mientras los soldados de su escolta disparaban sus carabinas sobre los sarracenos saltaban la muralla.
Mientras galopaba hacia occidente, Pedro pensó que este solo había sido el primer movimiento de la batalla. Poco imaginaba lo que ocurrió a continuación…
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Un soldado de cuatro siglos
…tras tres días atascados frente al muro, los comandantes españoles desconocían los apuros que estaban pasando los turcos a causa de la sed. Aunque el ejército otomano había llevado consigo importantes cantidades de agua, el atasco frente al muro había causado una caída en picado de sus reservas y eran ya muchos los soldados y animales que pasaban sed. Por fortuna su elevado umero también les permitió iniciar el flanqueo de las tropas españolas que acabaron por retirarse.
Así por fin lograron romper las defensas españolas asaltando el muro, mientras la caballería española lo abandonaba al galope. La retirada se efectuó con pocas bajas gracias a la labor de retardo de la caballería. Tan solo en el norte del muro, casi junto al mar Mediterráneo, la infantería quedo atrapada entre el muro y el lago Bardawil y tuvo que retirarse al fuerte de Santiago el Mayor. Allí tres mil quinientos hombres quedaron rodeados y se aprestaron para la defensa.
En aquel momento se vivieron momentos de descontrol. Los soldados de turcos estaban sedientos, y al superar el muro y sin agua a la vista se abalanzaron sobre las acequias, ahora destruidas, que los españoles habían usado para repartir el agua por el muro. Amontonados sobre las rotas instalaciones los soldados trataron de recoger las ultimas gotas de agua fangosas, mientras sus oficiales trataban de retomar el control del ejército, algo que no ocurriría hasta unas horas después.
En el norte los soldados rodearon el castillo de Santiago el Mayor, mientras desde la flota descargaban tanta agua como podían, aunque esta era apenas suficiente para dar de beber a unos miles de hombres necesarios para sitiar el fuerte. Una vez más el ejército se puso en marcha como uno solo. Una sola idea resonaba en la cabeza de aquellos soldados, llegar al Nilo. Marchando en una total desorganización, con las unidades entremezcladas, y dejando un reguero de soldados derrotados por la sed, el ejército se dirigió al Nilo oriental, donde el ejército español ya descansaba tras la retirada de la noche anterior.
Para entonces el general Pedro Llopís tenía nuevos problemas. Una rebelión había estallado en El Cairo aislando a la guarnición en la ciudad. Por su eso fuera poco llegaron noticias del estallido de una epidemia de peste que estaba azotando especialmente los campamentos de los trabajadores reclutados. Sometido a esta triple amenaza el general Llopís tuvo que replantearse su curso de acción. De inmediato ordenó desviar el Nilo en su curso oriental, para lo cual utilizaron un azud río arriba, desviándolo a las acequias de riego más occidentales.
El río pareció secarse y se convirtió en un lodazal…
Así por fin lograron romper las defensas españolas asaltando el muro, mientras la caballería española lo abandonaba al galope. La retirada se efectuó con pocas bajas gracias a la labor de retardo de la caballería. Tan solo en el norte del muro, casi junto al mar Mediterráneo, la infantería quedo atrapada entre el muro y el lago Bardawil y tuvo que retirarse al fuerte de Santiago el Mayor. Allí tres mil quinientos hombres quedaron rodeados y se aprestaron para la defensa.
En aquel momento se vivieron momentos de descontrol. Los soldados de turcos estaban sedientos, y al superar el muro y sin agua a la vista se abalanzaron sobre las acequias, ahora destruidas, que los españoles habían usado para repartir el agua por el muro. Amontonados sobre las rotas instalaciones los soldados trataron de recoger las ultimas gotas de agua fangosas, mientras sus oficiales trataban de retomar el control del ejército, algo que no ocurriría hasta unas horas después.
En el norte los soldados rodearon el castillo de Santiago el Mayor, mientras desde la flota descargaban tanta agua como podían, aunque esta era apenas suficiente para dar de beber a unos miles de hombres necesarios para sitiar el fuerte. Una vez más el ejército se puso en marcha como uno solo. Una sola idea resonaba en la cabeza de aquellos soldados, llegar al Nilo. Marchando en una total desorganización, con las unidades entremezcladas, y dejando un reguero de soldados derrotados por la sed, el ejército se dirigió al Nilo oriental, donde el ejército español ya descansaba tras la retirada de la noche anterior.
Para entonces el general Pedro Llopís tenía nuevos problemas. Una rebelión había estallado en El Cairo aislando a la guarnición en la ciudad. Por su eso fuera poco llegaron noticias del estallido de una epidemia de peste que estaba azotando especialmente los campamentos de los trabajadores reclutados. Sometido a esta triple amenaza el general Llopís tuvo que replantearse su curso de acción. De inmediato ordenó desviar el Nilo en su curso oriental, para lo cual utilizaron un azud río arriba, desviándolo a las acequias de riego más occidentales.
El río pareció secarse y se convirtió en un lodazal…
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- tercioidiaquez
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Un soldado de cuatro siglos
El ejército de Diego avanzaba hacia Madrid. El panorama era de incertidumbre y a medida que se acercaban a la capital los rumores eran mas lúgubres. Según algunos Madrid había sido tomado y el Valido preso o incluso pasado a los franceses.
Una mañana fría y nublada Diego ordenó a las tropas vestirse con sus mejores galas. Armas limpias y brillantes, cabezas altas y banderas al viento. Habían pasado la noche en los Carabancheles y comprobado que el ánimo estaba bajo entre la población.
Al amanecer salió el ejército marcando el paso. Diego montó en su caballo y ordenó a sus Maestres de Campo y Sargentos Mayores que le imitaran, aunque en campaña prefería que todos fueran a pie, como los soldados.
Al entrar en las primeras calles de Madrid, observó las calles vacías. Tan solo unos cuantos niños y algunos viejos, que al oir los tambores salieron despavoridos, al grito de "los franceses, están aquí los franceses". Obviamente el que los supuestos franceses entraran por la dirección opuesta fue obviado.
Desde el caballo Diego observó como se abrían las ventanas lo justo para que decenas de ojos los miraran, y aunque no podría saberlo, hubiera jurado que con miedo.
De repente una voz gritó "Son de los nuestros, son españoles". Y al hacerlo una riada de gente salió a la calle, gritando y vociferando.
Ante los gritos de la multitud, los soldados notaron como desaparecían las fatigas y el cansancio. Estiraron la cabeza, irguieron la espalda y apretaron el paso.
La multitud estaba enfervorizada y los soldados, incluidos los irlandeses que no entendían la mayoria de lo que decían, mas todavía.
Una mañana fría y nublada Diego ordenó a las tropas vestirse con sus mejores galas. Armas limpias y brillantes, cabezas altas y banderas al viento. Habían pasado la noche en los Carabancheles y comprobado que el ánimo estaba bajo entre la población.
Al amanecer salió el ejército marcando el paso. Diego montó en su caballo y ordenó a sus Maestres de Campo y Sargentos Mayores que le imitaran, aunque en campaña prefería que todos fueran a pie, como los soldados.
Al entrar en las primeras calles de Madrid, observó las calles vacías. Tan solo unos cuantos niños y algunos viejos, que al oir los tambores salieron despavoridos, al grito de "los franceses, están aquí los franceses". Obviamente el que los supuestos franceses entraran por la dirección opuesta fue obviado.
Desde el caballo Diego observó como se abrían las ventanas lo justo para que decenas de ojos los miraran, y aunque no podría saberlo, hubiera jurado que con miedo.
De repente una voz gritó "Son de los nuestros, son españoles". Y al hacerlo una riada de gente salió a la calle, gritando y vociferando.
Ante los gritos de la multitud, los soldados notaron como desaparecían las fatigas y el cansancio. Estiraron la cabeza, irguieron la espalda y apretaron el paso.
La multitud estaba enfervorizada y los soldados, incluidos los irlandeses que no entendían la mayoria de lo que decían, mas todavía.
“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
- reytuerto
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Un soldado de cuatro siglos
Arreglado el entuerto con los alumnos, acudí al Buen Suceso para ofrecer ya no solo mis servicios como cirujano y dentista, sino también del de los muchachos como mis ayudantes. Los reparos (obvios) de Don Anselmo fue por la falta de experiencia de los estudiantes (los llamó aprendices), le respondí que lo único que pagarían los pacientes a ser amputados seria para la hucha del Buen Suceso y para la compra de medicinas, con lo que dio su brazo a torcer. Eso tenía una vertiente desagradable, al menos para mí, pues me obligaría a estar más días en el hospital y menos en mi práctica privada que era substancialmente más rentable... Iluso yo! Que pensaba que en tierras lejanas ya estaría libre de la disyuntiva del clínico docente!
El primer caso interesante no se hizo esperar, pues al día siguiente de la conversación con Fray Anselmo llego un accidentado. Un joven bachiller, fue atropellado por un carro con tan mala suerte que unas cajas le cayeron encima de las piernas. El muchacho estaba sano y era de complexión fuerte, y aunque perdió el conocimiento por unos minutos , cuando llego al hospital ya podía hablar. Lo examinamos y tenía ambas piernas partidas a la altura de las tibias, dolores abdominales y toraxicos, aunque luego de un poco de tintura de cannabis, se sintió con el ánimo dispuesto incluso para sonreír,. Cuando le inyectamos morfina pudimos reducir las fracturas sin demasiadas complicaciones. Pero apenas le examine la boca en busca de incisivos rotos, tan frecuentes en los politraumatizados, eran notorias las encías pálidas, cosa que hice notar de inmediato a los muchachos. Y aunque en ese momento el paciente parecía en franca recuperación, les ordene que controlasen minuciosamente los signos vitales.
Efectivamente, a las pocas horas, se puso intranquilo y ya no solo las encías, sino también la cara estaban pálidas. La piel estaba húmeda y fría, la respiración se hizo laboriosa, rápida y superficial. Los chicos tenían dificultad de encontrar el pulso radial (en la muñeca) de lo débil que estaba, siendo necesario recurrir al pulso carotideo. Intercambiamos una mirada con Fray Santiago, que le administro los últimos ritos y al poco tiempo, el muchacho perdió el conocimiento nuevamente. Antes de medianoche, el desafortunado herido murió.
Era un caso de libro de shock hipovolémico! El pobre muchacho debió haber tenido una hemorragia interna que lo mato. Deberíamos recurrir a los pacientes de Maese Ramplón para estudiar más detenidamente el fenómeno. Cuando avise a los estudiantes, muchos torcieron el gesto, pero la mayoría entendió que en tanto el oficiante fuese el verdugo, ellos deberían observar al reo y aprender lo más posible.
Así pues que nuevamente debimos ir a la Cárcel de la Villa. Pero estábamos ante un problema, no todos los días se ejecutaba a un noble, el último del que se tiene memoria era Don Rodrigo, hacía ya una decena de años. Gracias a Dios estaba de buenas con los dominicos (vamos! Que Dios ayuda a quien bien obra! La iglesia de la Santa Cruz, a la que enviaba todos los viernes 100 raciones de sopa, era de los hijos de San Domingo) y a algún reo afortunado (que estuviese sano) la Santa Inquisición le conmutaría la pena de horca o garrote, por la de degüello, que tampoco sería en la Plaza Mayor, sino en el patio de la cárcel. No tuvimos que esperar mucho (la justicia en el siglo XVII muy caritativa no era), porque Pablo Ramplón tenía trabajo.
Pero no deseaba degollar al reo, necesitaba desangrarlo lo suficientemente despacio como para que pudiesen registrarse las principales manifestaciones clínicas previas a su muerte. Así que le pedí al verdugo que le seccionase la arteria humeral, de suficiente calibre como para provocar la muerte, pero no muy gruesa como para que el reo muriese en 5 minutos. Mientras el Padre Lasheras confortaba al reo, diversos alumnos se encargaban de tomarle el pulso, contar las inspiraciones, parámetros que claramente estaban alterados por el estrés que vivía el reo, por lo que decidí ofrecerle un poco de tintura de cannabis mezclada con vino. El reo fue atado a una estaca con un descansillo en donde tomo asiento. Con maestría Ramplón hizo el corte y un fuerte chorro de sangre pulsátil salió del brazo, sobre la herida el sayón anudo laxamente un pañuelo con la intención que la sangre pudiese ser recogida en un recipiente para su medición.
Pasaron los minutos y todo era registrado: el reo aparentemente no sufría, y hasta el final mantuvo la conciencia aunque con una indiferencia y lejanía que no eran atribuibles al fármaco dado. El semblante fue empalideciendo y en este caso, tomando un discreto tinte cianótico. Las pulsaciones más rápidas, pero más débiles, y la respiración cada vez más superficial. Ah! Como echaba de menos un tensiómetro! Las últimas palabras del reo antes de caer en un letargo del cual no se repuso fueron “Amen”. Primer registro clínico de un shock hipovolémico en la historia!
Luego de conversar y razonar las respuestas de los muchachos, terminamos temprano el dia. Ignacio debía de llegar en algunas jornadas, y aunque aún no tenía ni papas, pimentón o tomates que le ofrecí en Santander, de alguna manera tendría que hacer una comida que le recordase el mundo que había dejado: Pasta! Una buena pasta no tenía nada de extraordinario, de hecho, mi madre me encargaba hacerla cuando le daba por hacer lasagna, y la receta la tengo en la cabeza, pero nunca había tenido el antojo apremiante de hacerla, pero ahora era la ocasión así que hice venir a Josefa, Leonor y Encarnación a la cocina:
- Ea, señoras! Os enseñaré a cocinar lo que se come en Italia. Venid todas aquí al mesón, ya veréis porque lo mande hacer de mármol.
- Albricias, Don Francisco! Decidme que manjares comen allá?
- Nada que pueda envidiar el lechazo al horno que sabe hacer Leonor, pero hacen unos gusanillos de harina de trigo que están bastante buenos y eso es lo que voy a enseñaros.
- Decís gusanillos? –preguntó Encarnación con cara de asco, en tanto recibía un discreto codazo de Josefa.
- Es un decir, hijita! No son gusanos, pero tienen forma de largos gusanos aplanados.
- Dadme la receta, Señor. Dijo diligentemente la cocinera.
- Apuntad Leonor: dos pocillos de sopa de harina candeal, 4 huevos y una clara, una pizca de sal, un chorrito de buen aceite y un poquito de agua fría.
- Eso es todo? Todo eso lo tenemos en la cocina.
- Traedme las cosas, vivo, vivo! Que el secreto esta no en los ingredientes sino en cómo se amasa! - Pedí un colador y vertí la harina – Fijaos señoras! Lo importante es cernir tres veces la harina, para que esta se airee bastante y no forme grumos. Venid aquí, Encarnación, hacedlo vos que sois la más jovencita.
- Acabado está, Don Francisco.
- Lo primero es lo primero.
- Vais a lavaros las manos.
- Vos lo habéis dicho, Josefa.
- Ahora mirad, haced un cerrito de harina y ahuecadlo arriba. Veis? Ahora echad los huevos, uno por uno. Eso es! Ahora el aceite. Encarnación, venid! Ahora trabajad la masa.
La muchacha amasó durante unos buenos 20 minutos bastantes más de lo que yo la trabajaba, cuando estuvo “bonita”, es decir elástica y poco pegajosa, la dejamos reposar en un bol tapado por una hora, tiempo que aprovechamos para toma un consomé que había preparado Leonor.
- Ahora señoras, fijaos, voy a hacer los gusanillos italianos! - Al mismo tiempo que espolvoreaba de harina el mesón y separaba la masa en 5 porciones más o menos iguales. Con el rodillo aplanaba, volteaba, y volvía a aplanar, , repitiendo esto hasta que la masa quedo lisa y delgadita, entonces enharine bien el bollo de más y lo enrolle, para luego con un cuchillo bien afilado cortar las rodajas que una vez desenrolladas serían los tallarines – Es vuestro turno. Haced vuestros gusanos!
De buena gana, las mujeres se pusieron a trabajar, Leonor con dos porciones. Y como mucha ciencia no tenía el asunto, luego de un tiempo, ya tenían sus tallarines. Era una cantidad regular.
- Señoras, en la cena de hoy comeremos este manjar. Encarnación y Leonor, id al mercado, y comprad crema de leche espesa.
- Tenemos en casa, Don Francisco. Y es de la leche a la que hervimos y enfriamos como vos nos ordenasteis hace ya varios años.
- Sois una dama diligente, Leonor, os ganáis con creces cada maravedí! Tenemos tocino? Aun nos queda queso añejo?
- Si, Don Francisco. Aunque VM no lo come en el salón, aquí en la cocina lo comemos siempre.
- Yo no os mezquinare nada que os llevéis a la boca, pero no debéis comer ni demasiada sal, ni demasiada gordura. Recordad, lo que os mata, también entra por la boca. La cena que hoy haremos no será muy contundente, pero para mañana acompañaremos los gusanillos con un platillo que comen los malos cristianos en el reino de al lado.
- Los malos cristianos son los franceses? – se aventuró a preguntar Josefa.
- Quienes más pueden ser? – contesté divertido – pero cocinan bien, al menos este plato.
- Que necesitareis?
- Un buen solomillo, más crema y pimienta.
- Mañana mismo lo tendréis! Vendréis para el almuerzo?
- Si, mañana veré dolientes en casa. Almorzaremos con Fray Santiago y con Martinico.
- Señor, almorzareis?
- Servidme una poco más de vuestra sopa. Dadme pan con aceite y ajo, pero dádmelo tostadito y estaré bien así. Debo ir al estudio. Llamadme cuando deseéis que os enseñe a hacer los gusanillos.
- Ah, Don Francisco, vos pensáis demasiado en ese vuestro estudio!
Pero tenía que tener un protocolo mínimamente razonable para el tratamiento del shock hipovolémico. Sin forma de probar los grupos sanguíneos, una transfusión estaba fuera de mi alcance. Podría intentar con la misma sangre del paciente, pero para eso debería obtener de alguna forma citrato de sodio para evitar su coagulación. Y no podía ni siquiera pensar en reponer el volumen, pues no tenía forma de trasfundir solución salina por falta de mangueras. Pero siempre a la situación adversa se le puede buscar una arista favorable.
Qué era lo que podía hacer con los elementos disponibles? Solución salina, por supuesto! Libre de pirógenos? Eso es más difícil. Y si saltaba a un Lactato de Ringer? Porque si podía hacer un citrato, también podría hacer un lactato. “A ver, vuelva a hacer tus cálculos, Francisco! Un adarme es la dieciseisava parte de una onza, o sea, 28.5 entre 16, 1.8 g; y si tres tomines hacen un adarme, cada tomín nos sale en 0.6 g, Para 100 ml, necesitarás tomín y medio! Pero, cuanto a que correspondían los benditos 100 ml?... Sí, utilizare al cuartillo, pues un cuartillo es casi exactamente medio litro: 7 tomines y medio de sal por cuartillo!” Ahora, solo tenía que destilar medio litro de agua y estaría listo!
- Don Francisco, VM ya desea bajar?
- Si, Josefa. Ya tengo hambre. Tenéis todo presto?
- Si, Don Francisco, ya pusimos a hervir una olla con agua y sal.
Efectivamente, para la cena prepare una sencilla carbonara con crema: Primero sofreír en una olla alta el tocino cortadito en un poco de agua para que suelte y se haga en su propia grasa. Mientras se cocinaban los tallarines, mezcle huevos, crema de leche y a falta de queso parmesano reggiano, queso manchego maduro rallado, sal y pimienta. Mande a Leonor a que escurriese la pasta y en ese momento agregue la mezcla anterior al tocino al que ya había retirado del fuego, la crema se hizo enseguida y de inmediato incorpore los “gusanillos italianos”.
- Estamos listos. Tendréis que aprender a comer con tenedor, pues es así como se come este plato. Aprended bien esta receta y la de mañana, que tendréis que hacerlas sin mi concurso cuando la próxima semana venga mi amigo del norte. Isidro, tened listo mi caballo al amanecer, mañana es menester partir a Cadalso a ver al Maestro Laínez!
- Dios Santo! –Exclamo Josefa- Cada vez que vos os quedáis pensando en vuestro estudio salís a hacer esos viajes repentinos!
- No os preocupéis por mí, en entre vuestras oraciones, y los juguetes que los maestros Miruela y Sebastián me han hecho, voy protegido por el camino. Comed ya! Enrollad los fideos en el tenedor, que esto frio no es tan bueno como caliente!
A primera hora partí a Cadalso de los Vidrios, y hacia mediodía estaba exponiéndole mis ideas a Diego Laínez, el único maestro vidriero que quedaba, pues la mayoría de operarios del oficio había partido a Valencia hacia las oportunidades que Pedro les había abierto.
- Maestro Laínez, fijaos, recordáis los émbolos que vos ya me habéis hecho?
- Si, Don Francisco. Vuestros encargos, los encargos de la botica de Palacio y los de vuestros amigos son los que mantienen el taller abierto.
- Entonces hacedme unos algo más grandes, de vidrio más grueso, pero con la embocadura del mismo tamaño reducido.
- De qué capacidad lo queréis esta vez?
- Hacedlos de un cuartillo.
- Serán pesados si son de ese tamaño.
- No importa, lo que es menester es que el embolo se deslice con suavidad y que ajuste bien. Para cuando lo podréis tener?
- Cuántos de esos émbolos grandes necesitáis?
- De momento, veinte.
- La próxima semana, a más tardar. Sé que vos andáis siempre con prisas –dijo esbozando una sonrisa.
- Bien me conocéis, Maestro Laínez!
Ya de vuelta en casa, no sabia que el plato de hoy causaría tanta expectativa. Le había pedido también a Lope de Toledo y al otro Martin, el de Alcántara, que viniesen a probar. Todo el personal de la casa estaba en la cocina, así como Fray Santiago y mi asistente, Martinico.
- Habéis hecho más pasta?
- Si, Don Francisco. Aquí están todos los ingredientes.
- Leonor, picad la cebolla y el ajo muy finitos. Y vos, Encarnación, en el mortero aplastad un par de cucharadas de pimienta, que no queden muy groseros, pero tampoco demasiado menudos. Y vos, Josefa, traedme esa botella de orujo de Liébana.
- La pimienta está bien así, Don Francisco?
- Si, Encarnación. Sed buena y traedme el solomillo.
- Ved, ahora vamos a cortar dos piezas por cabeza, o tres si son demasiada pequeñas. Pero, mirad! El ancho debe ser de dos dedos! Veis? Ahora se echa sal por los dos lados y se repite con la pimienta. Leonor, cómo está la cebolla y el ajo? Ya está en el fuego la sartén con aceite y mantequilla?
- Todo presto, Don Francisco.
- Vos Lope como queréis vuestra carne?
- Que decís, Francisco?
- Bien cocida?
- Sí, hombre! Bien cocida, acaso hay otra forma?
- Fray Santiago y yo comeremos la carne a medio hacer. Y vos Martin?
- Yo como vos, Don Francisco.
- Y vos?
- Yo como mi tío, Don Francisco.
- Don Francisco, como es eso de comer la carne a medio hacer,? - se atrevió a preguntar Leonor.
- Con el centro del corte de un bonito color rosado…
- Creo que nosotros también comeremos la carne como Don Lope.
- Sea! Vosotros os lo perdéis!
Primero hice nuestros medallones y los reserve en una olla cerrada para que guardasen calor. Luego los de ellos. En el aceite con mantequilla residual puse la cebolla y el ajo y cuando cogieron color, lo flambee con el orujo caliente. La cocina estaba impregnada de mil aromas, todos buenos.
- Leonor, preparad la pasta.
En tanto yo terminaba mi solomillo a la pimienta, agregando buena parte de los jugos que las piezas habían soltado dentro de las ollas, y una generosa porción de crema de leche. Rectificar el punto de sal y listo.
- Leonor, Encarnación. Preparad los platos y servid una porción de pasta escurrida mezclada con la crema y la carne con su jugo encima.
Las mujeres industriosamente, emplataron la comida prepararon las mesas, tanto adentro como afuera. Ya en la mesa, y contada con la aprobación del comedor y la cocina, nos pusimos a conversar acerca de lo que vendría.
- Lope, os tengo unos trabajitos…
- Estoy esperando la orden del autómata!
- Eso aún puede esperar, son más agujas huecas.
- Ah, esas minucias de calibre reducido que tanto trabajo me dan.
- Esta vez no tendréis que lidiar tanto. Las quiero más gruesas, como del doble del grosor habitual.
- También de plata?
- Si de plata, y con el mismo encastre de cazoleta.
- Para que las deseáis, Francisco.
- Dejaré que os conteste vuestro sobrino, mi joven amotinado estudiante.
- Por favor, Don Francisco, vos sabéis que no os quisimos ofender…
- Si, Martin. No toméis todas mis palabras en serio. Decidle a vuestro tío cuales son las características de los desangrados.
- La palidez de las encías primero y luego de la cara, piel fría, el pulso débil y rápido, la respiración superficial, y el doliente mantiene la conciencia casi hasta el fin.
- Y sabéis cuales son los inconvenientes de estos signos?
- Vos decís que dependen de la sagacidad del observador. Por eso nos hacéis ver una y otra vez a los reos mientras mueren.
- Así es Martin, Pero incluso dos alumnos aventajados como vosotros no sois iguales en sus observaciones. Vos, gustáis de las observaciones y sois más curioso por conocer las causas. En cambio vos Martinico gustáis más de resolver problemas, y si son problemas dentro de la boca, mejor! Lo que necesitamos es una forma de saber la fortaleza del corazón, pero prescindiendo de la sapiencia del facultativo para tomar el pulso.
- Eso suena más fácil decirlo que hacerlo, Francisco!
- Vos habéis oído escuchar del pintor Leonardo, Lope?
- Leonardo de Vinci, que artista no conoce su talento?!
- Él estudio también al cuerpo humano. Lo veía como una máquina. Y los grandes vasos como tubos. Recordáis los émbolos de vidrio para los que hacéis las agujas? Si presionáis por atrás con más fuerza, por el punta de la aguja saldrá un chorro con más velocidad. Así debe ser el corazón! Mientras más fuerte y sano esta, más fuerte será el chorro de sangre!
- Josefa tiene razón, Francisco San. Cuando estáis pensando en vuestro estudio, termináis pensando en cosas raras! Tened cuidado! Y no comentéis esto cuando tengáis a domini canes en vuestra mesa! –señalo divertido Fray Santiago.
- No, Miki San, esto no es cosa de magia ni de brujería. Fijaos, la próxima semana cenaremos con Ignacio, un buen amigo del Marques del Puerto. Juntos inventaron el Predictor de Tormentas, y tienen el privilegio de invención de ese aparato. Son tubos de vidrio y columnas de azogue. Si hubiese la forma de inventar un aparato así para que mida las tormentas del cuerpo, estaríamos muy cerca de tener mediciones parejas, incluso con el más torpe e inexperto de nuestros estudiantes!
- Y las agujas más gordas que me pedís serán para ese aparato?
- No, Lope. Creo que si a un desangrado le volvemos a introducir líquidos por los vasos, retrasaremos su muerte, y si es voluntad de Dios, la evitaremos.
- Le introduciríamos agua, Don Francisco?
- No, Martin. Qué características tiene el agua?
- No tiene sabor, no tiene color, no tiene olor.
- Y la sangre?
- Es salada.
- Tú lo has dicho. Le debemos introducir agua con sal.
Y así fue pasando la velada. Y también pasaron los días. Antes de una semana, llego Maese Juan a decirme que estaban a un día de camino, y mientras él adelantaba una jornada, Maese Sancho se había quedado con Ignacio, y que sin esperar volver a reunirse, ellos llegarían a Madrid por su cuenta. Le dije que habían hecho bien, y que al día siguiente debía partir hacia Ávila y buscar un buen alojamiento para el ingeniero y para mí.
Ordene a Josefa que preparase la otra habitación de la planta alta. Igualmente que pusiesen ropa de cama, y paños para secarse y que hubiese agua caliente disponible, para que Ignacio se sintiese cómodo ni bien llegase, por si lo hacía mientras estaba en la escuela de cirujanos. También debían servirlo, mejor atiborrarlo, de viandas frías y calientes.
Pero como bien decía mi buen padre “uno propone, Dios dispone y el diablo lo descompone”. A eso del mediodía, se declaro un incendio que se ensañaba no de una sinode dos tabernas contiguas de la concurrida Calle de los Tudescos. Dada la cercanía, pues oímos el repique de las campanas del convento de las Carmelitas descalzas, decidí acudir con todos, estudiantes de cirujanos, enfermeros y camilleros, pues sería una forma real de ver muchos accidentados a la vez. Fray Santiago también nos acompañaba.
Cuando llegamos, los primeros matafuegos de la villa ya estaban hachando las vigas del techo de dos casas, ambas a dos casas de las tabernas incendiadas, ante la desesperación de los vecinos de esos 8 inmuebles que veían condenadas al fuego sus pertenencias. Y estaban trabajando rápido, pues los techos de las tabernas ya estaban cediendo con gran estrepito. Mientras los aguatochos apenas alcanzaban a humedecer la entradas, los matafuegos (tan abnegados como los del siglo XXI) enfundados en sus coletos de cuero, sacaban a los primeros heridos.
- Muchachos, no os acerquéis al fuego! No estorbéis a los matafuegos! Id con camillas y traed los heridos hasta aquí! Preparad las palanganas, nos lavamos las manos hasta el codo. Vivo, vivo!
Parece que el incendio había sido rápido, por la cantidad de personas que estaban saliendo. Era la hora del almuerzo.
- Tomad el pulso en el cuello. Si no lo sienten lleven al herido a Fray Santiago! Vivo, vivo! – y volviéndome donde los guardias ordené:
- Antonio, Fernando, cuidad con vuestras vidas los remedios que hemos traído. Atravesad con vuestras espadas a quien intente robarlas. Así será siempre con la botica de campaña! Comprendéis?
Mientras Santiago le daba los últimos ritos a los 4 primeros accidentados, vi a una muchacha con signos de asfixia, aunque aún con pulso.
- Martinico, venid. Recordáis cuando le diste aire al gorrino? Ahora haced lo mismo con esta doncella. Hacedlo bien, hasta que la veáis respirar por sí misma, o hasta que debáis llevarla a Fray Santiago.
- Y vos, Martin, venid a asistirme. Cualquier miembro roto en más de una parte es para amputar.
- Y vos, Pablo escribiréis el nombre de cada amputado, para que ponga su nombre o su signo, señal que acepta que le cercenemos lo que tengamos que cortar. Pero si no consienten, anotadlos en una lista aparte y que también pongan su nombre o su signo.
- José, sí, vos el de Segovia. Vos tenéis buen ojo para ver a quien es quien más necesita dormir por el dolor, velad por los quemados. Id!
- Vos, Miguel, tened todo presto, preparado y limpio, para intervenir a cada doliente.
Cuando los matafuegos ya no sacaron más heridos, Santiago había dado la extremaunción a 12, yo había amputado las piernas a 5, Martin había salvado la vida de la chica, y otros 5 quemados tenían morfina encima y ya les habían hecho las primeras curas. 3 de los 4 heridos que no habían querido ser amputados fueron, a la postre, abonados a la cuenta del jesuita. Fernando y Antonio no tuvieron necesidad de desenvainar sus espadas. Limpiamos los instrumentos y recogimos nuestros bártulos para regresar al Buen Suceso. Organizamos las cosas, llevamos la contabilidad de lo gastado en la botica, despedí a los muchachos y con los dos Martines y Miki San fui a casa cuando la tarde estaba bien avanzada.
Al llegar, vi que tanto Ignacio, como Lope de Toledo, Alvaro de Luna y todo el personal nos esperaban en la puerta, estábamos tiznados y cansados.
- Álvaro! Que hacéis todos en la puerta, entrad!.
- Queríamos saber si veníais por vuestro propio pie. Toda la villa comenta que el dentista del rey y sus párvulos ha librado de la muerte a la mitad de los heridos del incendio.
- No, Álvaro. Han sido más los muertos que los vivos. Al menos, este zagal ha salvado a una niña. Y vos, Ignacio creedme, a fe mía que tendréis más trabajo con nosotros. Hay demasiadas cosas que hacer! Pero, vamos, entrad. Si hay que celebrar algo, es que los alumnos, cirujanos y enfermeros, hoy me han mostrado que son de buena madera.
El primer caso interesante no se hizo esperar, pues al día siguiente de la conversación con Fray Anselmo llego un accidentado. Un joven bachiller, fue atropellado por un carro con tan mala suerte que unas cajas le cayeron encima de las piernas. El muchacho estaba sano y era de complexión fuerte, y aunque perdió el conocimiento por unos minutos , cuando llego al hospital ya podía hablar. Lo examinamos y tenía ambas piernas partidas a la altura de las tibias, dolores abdominales y toraxicos, aunque luego de un poco de tintura de cannabis, se sintió con el ánimo dispuesto incluso para sonreír,. Cuando le inyectamos morfina pudimos reducir las fracturas sin demasiadas complicaciones. Pero apenas le examine la boca en busca de incisivos rotos, tan frecuentes en los politraumatizados, eran notorias las encías pálidas, cosa que hice notar de inmediato a los muchachos. Y aunque en ese momento el paciente parecía en franca recuperación, les ordene que controlasen minuciosamente los signos vitales.
Efectivamente, a las pocas horas, se puso intranquilo y ya no solo las encías, sino también la cara estaban pálidas. La piel estaba húmeda y fría, la respiración se hizo laboriosa, rápida y superficial. Los chicos tenían dificultad de encontrar el pulso radial (en la muñeca) de lo débil que estaba, siendo necesario recurrir al pulso carotideo. Intercambiamos una mirada con Fray Santiago, que le administro los últimos ritos y al poco tiempo, el muchacho perdió el conocimiento nuevamente. Antes de medianoche, el desafortunado herido murió.
Era un caso de libro de shock hipovolémico! El pobre muchacho debió haber tenido una hemorragia interna que lo mato. Deberíamos recurrir a los pacientes de Maese Ramplón para estudiar más detenidamente el fenómeno. Cuando avise a los estudiantes, muchos torcieron el gesto, pero la mayoría entendió que en tanto el oficiante fuese el verdugo, ellos deberían observar al reo y aprender lo más posible.
Así pues que nuevamente debimos ir a la Cárcel de la Villa. Pero estábamos ante un problema, no todos los días se ejecutaba a un noble, el último del que se tiene memoria era Don Rodrigo, hacía ya una decena de años. Gracias a Dios estaba de buenas con los dominicos (vamos! Que Dios ayuda a quien bien obra! La iglesia de la Santa Cruz, a la que enviaba todos los viernes 100 raciones de sopa, era de los hijos de San Domingo) y a algún reo afortunado (que estuviese sano) la Santa Inquisición le conmutaría la pena de horca o garrote, por la de degüello, que tampoco sería en la Plaza Mayor, sino en el patio de la cárcel. No tuvimos que esperar mucho (la justicia en el siglo XVII muy caritativa no era), porque Pablo Ramplón tenía trabajo.
Pero no deseaba degollar al reo, necesitaba desangrarlo lo suficientemente despacio como para que pudiesen registrarse las principales manifestaciones clínicas previas a su muerte. Así que le pedí al verdugo que le seccionase la arteria humeral, de suficiente calibre como para provocar la muerte, pero no muy gruesa como para que el reo muriese en 5 minutos. Mientras el Padre Lasheras confortaba al reo, diversos alumnos se encargaban de tomarle el pulso, contar las inspiraciones, parámetros que claramente estaban alterados por el estrés que vivía el reo, por lo que decidí ofrecerle un poco de tintura de cannabis mezclada con vino. El reo fue atado a una estaca con un descansillo en donde tomo asiento. Con maestría Ramplón hizo el corte y un fuerte chorro de sangre pulsátil salió del brazo, sobre la herida el sayón anudo laxamente un pañuelo con la intención que la sangre pudiese ser recogida en un recipiente para su medición.
Pasaron los minutos y todo era registrado: el reo aparentemente no sufría, y hasta el final mantuvo la conciencia aunque con una indiferencia y lejanía que no eran atribuibles al fármaco dado. El semblante fue empalideciendo y en este caso, tomando un discreto tinte cianótico. Las pulsaciones más rápidas, pero más débiles, y la respiración cada vez más superficial. Ah! Como echaba de menos un tensiómetro! Las últimas palabras del reo antes de caer en un letargo del cual no se repuso fueron “Amen”. Primer registro clínico de un shock hipovolémico en la historia!
Luego de conversar y razonar las respuestas de los muchachos, terminamos temprano el dia. Ignacio debía de llegar en algunas jornadas, y aunque aún no tenía ni papas, pimentón o tomates que le ofrecí en Santander, de alguna manera tendría que hacer una comida que le recordase el mundo que había dejado: Pasta! Una buena pasta no tenía nada de extraordinario, de hecho, mi madre me encargaba hacerla cuando le daba por hacer lasagna, y la receta la tengo en la cabeza, pero nunca había tenido el antojo apremiante de hacerla, pero ahora era la ocasión así que hice venir a Josefa, Leonor y Encarnación a la cocina:
- Ea, señoras! Os enseñaré a cocinar lo que se come en Italia. Venid todas aquí al mesón, ya veréis porque lo mande hacer de mármol.
- Albricias, Don Francisco! Decidme que manjares comen allá?
- Nada que pueda envidiar el lechazo al horno que sabe hacer Leonor, pero hacen unos gusanillos de harina de trigo que están bastante buenos y eso es lo que voy a enseñaros.
- Decís gusanillos? –preguntó Encarnación con cara de asco, en tanto recibía un discreto codazo de Josefa.
- Es un decir, hijita! No son gusanos, pero tienen forma de largos gusanos aplanados.
- Dadme la receta, Señor. Dijo diligentemente la cocinera.
- Apuntad Leonor: dos pocillos de sopa de harina candeal, 4 huevos y una clara, una pizca de sal, un chorrito de buen aceite y un poquito de agua fría.
- Eso es todo? Todo eso lo tenemos en la cocina.
- Traedme las cosas, vivo, vivo! Que el secreto esta no en los ingredientes sino en cómo se amasa! - Pedí un colador y vertí la harina – Fijaos señoras! Lo importante es cernir tres veces la harina, para que esta se airee bastante y no forme grumos. Venid aquí, Encarnación, hacedlo vos que sois la más jovencita.
- Acabado está, Don Francisco.
- Lo primero es lo primero.
- Vais a lavaros las manos.
- Vos lo habéis dicho, Josefa.
- Ahora mirad, haced un cerrito de harina y ahuecadlo arriba. Veis? Ahora echad los huevos, uno por uno. Eso es! Ahora el aceite. Encarnación, venid! Ahora trabajad la masa.
La muchacha amasó durante unos buenos 20 minutos bastantes más de lo que yo la trabajaba, cuando estuvo “bonita”, es decir elástica y poco pegajosa, la dejamos reposar en un bol tapado por una hora, tiempo que aprovechamos para toma un consomé que había preparado Leonor.
- Ahora señoras, fijaos, voy a hacer los gusanillos italianos! - Al mismo tiempo que espolvoreaba de harina el mesón y separaba la masa en 5 porciones más o menos iguales. Con el rodillo aplanaba, volteaba, y volvía a aplanar, , repitiendo esto hasta que la masa quedo lisa y delgadita, entonces enharine bien el bollo de más y lo enrolle, para luego con un cuchillo bien afilado cortar las rodajas que una vez desenrolladas serían los tallarines – Es vuestro turno. Haced vuestros gusanos!
De buena gana, las mujeres se pusieron a trabajar, Leonor con dos porciones. Y como mucha ciencia no tenía el asunto, luego de un tiempo, ya tenían sus tallarines. Era una cantidad regular.
- Señoras, en la cena de hoy comeremos este manjar. Encarnación y Leonor, id al mercado, y comprad crema de leche espesa.
- Tenemos en casa, Don Francisco. Y es de la leche a la que hervimos y enfriamos como vos nos ordenasteis hace ya varios años.
- Sois una dama diligente, Leonor, os ganáis con creces cada maravedí! Tenemos tocino? Aun nos queda queso añejo?
- Si, Don Francisco. Aunque VM no lo come en el salón, aquí en la cocina lo comemos siempre.
- Yo no os mezquinare nada que os llevéis a la boca, pero no debéis comer ni demasiada sal, ni demasiada gordura. Recordad, lo que os mata, también entra por la boca. La cena que hoy haremos no será muy contundente, pero para mañana acompañaremos los gusanillos con un platillo que comen los malos cristianos en el reino de al lado.
- Los malos cristianos son los franceses? – se aventuró a preguntar Josefa.
- Quienes más pueden ser? – contesté divertido – pero cocinan bien, al menos este plato.
- Que necesitareis?
- Un buen solomillo, más crema y pimienta.
- Mañana mismo lo tendréis! Vendréis para el almuerzo?
- Si, mañana veré dolientes en casa. Almorzaremos con Fray Santiago y con Martinico.
- Señor, almorzareis?
- Servidme una poco más de vuestra sopa. Dadme pan con aceite y ajo, pero dádmelo tostadito y estaré bien así. Debo ir al estudio. Llamadme cuando deseéis que os enseñe a hacer los gusanillos.
- Ah, Don Francisco, vos pensáis demasiado en ese vuestro estudio!
Pero tenía que tener un protocolo mínimamente razonable para el tratamiento del shock hipovolémico. Sin forma de probar los grupos sanguíneos, una transfusión estaba fuera de mi alcance. Podría intentar con la misma sangre del paciente, pero para eso debería obtener de alguna forma citrato de sodio para evitar su coagulación. Y no podía ni siquiera pensar en reponer el volumen, pues no tenía forma de trasfundir solución salina por falta de mangueras. Pero siempre a la situación adversa se le puede buscar una arista favorable.
Qué era lo que podía hacer con los elementos disponibles? Solución salina, por supuesto! Libre de pirógenos? Eso es más difícil. Y si saltaba a un Lactato de Ringer? Porque si podía hacer un citrato, también podría hacer un lactato. “A ver, vuelva a hacer tus cálculos, Francisco! Un adarme es la dieciseisava parte de una onza, o sea, 28.5 entre 16, 1.8 g; y si tres tomines hacen un adarme, cada tomín nos sale en 0.6 g, Para 100 ml, necesitarás tomín y medio! Pero, cuanto a que correspondían los benditos 100 ml?... Sí, utilizare al cuartillo, pues un cuartillo es casi exactamente medio litro: 7 tomines y medio de sal por cuartillo!” Ahora, solo tenía que destilar medio litro de agua y estaría listo!
- Don Francisco, VM ya desea bajar?
- Si, Josefa. Ya tengo hambre. Tenéis todo presto?
- Si, Don Francisco, ya pusimos a hervir una olla con agua y sal.
Efectivamente, para la cena prepare una sencilla carbonara con crema: Primero sofreír en una olla alta el tocino cortadito en un poco de agua para que suelte y se haga en su propia grasa. Mientras se cocinaban los tallarines, mezcle huevos, crema de leche y a falta de queso parmesano reggiano, queso manchego maduro rallado, sal y pimienta. Mande a Leonor a que escurriese la pasta y en ese momento agregue la mezcla anterior al tocino al que ya había retirado del fuego, la crema se hizo enseguida y de inmediato incorpore los “gusanillos italianos”.
- Estamos listos. Tendréis que aprender a comer con tenedor, pues es así como se come este plato. Aprended bien esta receta y la de mañana, que tendréis que hacerlas sin mi concurso cuando la próxima semana venga mi amigo del norte. Isidro, tened listo mi caballo al amanecer, mañana es menester partir a Cadalso a ver al Maestro Laínez!
- Dios Santo! –Exclamo Josefa- Cada vez que vos os quedáis pensando en vuestro estudio salís a hacer esos viajes repentinos!
- No os preocupéis por mí, en entre vuestras oraciones, y los juguetes que los maestros Miruela y Sebastián me han hecho, voy protegido por el camino. Comed ya! Enrollad los fideos en el tenedor, que esto frio no es tan bueno como caliente!
A primera hora partí a Cadalso de los Vidrios, y hacia mediodía estaba exponiéndole mis ideas a Diego Laínez, el único maestro vidriero que quedaba, pues la mayoría de operarios del oficio había partido a Valencia hacia las oportunidades que Pedro les había abierto.
- Maestro Laínez, fijaos, recordáis los émbolos que vos ya me habéis hecho?
- Si, Don Francisco. Vuestros encargos, los encargos de la botica de Palacio y los de vuestros amigos son los que mantienen el taller abierto.
- Entonces hacedme unos algo más grandes, de vidrio más grueso, pero con la embocadura del mismo tamaño reducido.
- De qué capacidad lo queréis esta vez?
- Hacedlos de un cuartillo.
- Serán pesados si son de ese tamaño.
- No importa, lo que es menester es que el embolo se deslice con suavidad y que ajuste bien. Para cuando lo podréis tener?
- Cuántos de esos émbolos grandes necesitáis?
- De momento, veinte.
- La próxima semana, a más tardar. Sé que vos andáis siempre con prisas –dijo esbozando una sonrisa.
- Bien me conocéis, Maestro Laínez!
Ya de vuelta en casa, no sabia que el plato de hoy causaría tanta expectativa. Le había pedido también a Lope de Toledo y al otro Martin, el de Alcántara, que viniesen a probar. Todo el personal de la casa estaba en la cocina, así como Fray Santiago y mi asistente, Martinico.
- Habéis hecho más pasta?
- Si, Don Francisco. Aquí están todos los ingredientes.
- Leonor, picad la cebolla y el ajo muy finitos. Y vos, Encarnación, en el mortero aplastad un par de cucharadas de pimienta, que no queden muy groseros, pero tampoco demasiado menudos. Y vos, Josefa, traedme esa botella de orujo de Liébana.
- La pimienta está bien así, Don Francisco?
- Si, Encarnación. Sed buena y traedme el solomillo.
- Ved, ahora vamos a cortar dos piezas por cabeza, o tres si son demasiada pequeñas. Pero, mirad! El ancho debe ser de dos dedos! Veis? Ahora se echa sal por los dos lados y se repite con la pimienta. Leonor, cómo está la cebolla y el ajo? Ya está en el fuego la sartén con aceite y mantequilla?
- Todo presto, Don Francisco.
- Vos Lope como queréis vuestra carne?
- Que decís, Francisco?
- Bien cocida?
- Sí, hombre! Bien cocida, acaso hay otra forma?
- Fray Santiago y yo comeremos la carne a medio hacer. Y vos Martin?
- Yo como vos, Don Francisco.
- Y vos?
- Yo como mi tío, Don Francisco.
- Don Francisco, como es eso de comer la carne a medio hacer,? - se atrevió a preguntar Leonor.
- Con el centro del corte de un bonito color rosado…
- Creo que nosotros también comeremos la carne como Don Lope.
- Sea! Vosotros os lo perdéis!
Primero hice nuestros medallones y los reserve en una olla cerrada para que guardasen calor. Luego los de ellos. En el aceite con mantequilla residual puse la cebolla y el ajo y cuando cogieron color, lo flambee con el orujo caliente. La cocina estaba impregnada de mil aromas, todos buenos.
- Leonor, preparad la pasta.
En tanto yo terminaba mi solomillo a la pimienta, agregando buena parte de los jugos que las piezas habían soltado dentro de las ollas, y una generosa porción de crema de leche. Rectificar el punto de sal y listo.
- Leonor, Encarnación. Preparad los platos y servid una porción de pasta escurrida mezclada con la crema y la carne con su jugo encima.
Las mujeres industriosamente, emplataron la comida prepararon las mesas, tanto adentro como afuera. Ya en la mesa, y contada con la aprobación del comedor y la cocina, nos pusimos a conversar acerca de lo que vendría.
- Lope, os tengo unos trabajitos…
- Estoy esperando la orden del autómata!
- Eso aún puede esperar, son más agujas huecas.
- Ah, esas minucias de calibre reducido que tanto trabajo me dan.
- Esta vez no tendréis que lidiar tanto. Las quiero más gruesas, como del doble del grosor habitual.
- También de plata?
- Si de plata, y con el mismo encastre de cazoleta.
- Para que las deseáis, Francisco.
- Dejaré que os conteste vuestro sobrino, mi joven amotinado estudiante.
- Por favor, Don Francisco, vos sabéis que no os quisimos ofender…
- Si, Martin. No toméis todas mis palabras en serio. Decidle a vuestro tío cuales son las características de los desangrados.
- La palidez de las encías primero y luego de la cara, piel fría, el pulso débil y rápido, la respiración superficial, y el doliente mantiene la conciencia casi hasta el fin.
- Y sabéis cuales son los inconvenientes de estos signos?
- Vos decís que dependen de la sagacidad del observador. Por eso nos hacéis ver una y otra vez a los reos mientras mueren.
- Así es Martin, Pero incluso dos alumnos aventajados como vosotros no sois iguales en sus observaciones. Vos, gustáis de las observaciones y sois más curioso por conocer las causas. En cambio vos Martinico gustáis más de resolver problemas, y si son problemas dentro de la boca, mejor! Lo que necesitamos es una forma de saber la fortaleza del corazón, pero prescindiendo de la sapiencia del facultativo para tomar el pulso.
- Eso suena más fácil decirlo que hacerlo, Francisco!
- Vos habéis oído escuchar del pintor Leonardo, Lope?
- Leonardo de Vinci, que artista no conoce su talento?!
- Él estudio también al cuerpo humano. Lo veía como una máquina. Y los grandes vasos como tubos. Recordáis los émbolos de vidrio para los que hacéis las agujas? Si presionáis por atrás con más fuerza, por el punta de la aguja saldrá un chorro con más velocidad. Así debe ser el corazón! Mientras más fuerte y sano esta, más fuerte será el chorro de sangre!
- Josefa tiene razón, Francisco San. Cuando estáis pensando en vuestro estudio, termináis pensando en cosas raras! Tened cuidado! Y no comentéis esto cuando tengáis a domini canes en vuestra mesa! –señalo divertido Fray Santiago.
- No, Miki San, esto no es cosa de magia ni de brujería. Fijaos, la próxima semana cenaremos con Ignacio, un buen amigo del Marques del Puerto. Juntos inventaron el Predictor de Tormentas, y tienen el privilegio de invención de ese aparato. Son tubos de vidrio y columnas de azogue. Si hubiese la forma de inventar un aparato así para que mida las tormentas del cuerpo, estaríamos muy cerca de tener mediciones parejas, incluso con el más torpe e inexperto de nuestros estudiantes!
- Y las agujas más gordas que me pedís serán para ese aparato?
- No, Lope. Creo que si a un desangrado le volvemos a introducir líquidos por los vasos, retrasaremos su muerte, y si es voluntad de Dios, la evitaremos.
- Le introduciríamos agua, Don Francisco?
- No, Martin. Qué características tiene el agua?
- No tiene sabor, no tiene color, no tiene olor.
- Y la sangre?
- Es salada.
- Tú lo has dicho. Le debemos introducir agua con sal.
Y así fue pasando la velada. Y también pasaron los días. Antes de una semana, llego Maese Juan a decirme que estaban a un día de camino, y mientras él adelantaba una jornada, Maese Sancho se había quedado con Ignacio, y que sin esperar volver a reunirse, ellos llegarían a Madrid por su cuenta. Le dije que habían hecho bien, y que al día siguiente debía partir hacia Ávila y buscar un buen alojamiento para el ingeniero y para mí.
Ordene a Josefa que preparase la otra habitación de la planta alta. Igualmente que pusiesen ropa de cama, y paños para secarse y que hubiese agua caliente disponible, para que Ignacio se sintiese cómodo ni bien llegase, por si lo hacía mientras estaba en la escuela de cirujanos. También debían servirlo, mejor atiborrarlo, de viandas frías y calientes.
Pero como bien decía mi buen padre “uno propone, Dios dispone y el diablo lo descompone”. A eso del mediodía, se declaro un incendio que se ensañaba no de una sinode dos tabernas contiguas de la concurrida Calle de los Tudescos. Dada la cercanía, pues oímos el repique de las campanas del convento de las Carmelitas descalzas, decidí acudir con todos, estudiantes de cirujanos, enfermeros y camilleros, pues sería una forma real de ver muchos accidentados a la vez. Fray Santiago también nos acompañaba.
Cuando llegamos, los primeros matafuegos de la villa ya estaban hachando las vigas del techo de dos casas, ambas a dos casas de las tabernas incendiadas, ante la desesperación de los vecinos de esos 8 inmuebles que veían condenadas al fuego sus pertenencias. Y estaban trabajando rápido, pues los techos de las tabernas ya estaban cediendo con gran estrepito. Mientras los aguatochos apenas alcanzaban a humedecer la entradas, los matafuegos (tan abnegados como los del siglo XXI) enfundados en sus coletos de cuero, sacaban a los primeros heridos.
- Muchachos, no os acerquéis al fuego! No estorbéis a los matafuegos! Id con camillas y traed los heridos hasta aquí! Preparad las palanganas, nos lavamos las manos hasta el codo. Vivo, vivo!
Parece que el incendio había sido rápido, por la cantidad de personas que estaban saliendo. Era la hora del almuerzo.
- Tomad el pulso en el cuello. Si no lo sienten lleven al herido a Fray Santiago! Vivo, vivo! – y volviéndome donde los guardias ordené:
- Antonio, Fernando, cuidad con vuestras vidas los remedios que hemos traído. Atravesad con vuestras espadas a quien intente robarlas. Así será siempre con la botica de campaña! Comprendéis?
Mientras Santiago le daba los últimos ritos a los 4 primeros accidentados, vi a una muchacha con signos de asfixia, aunque aún con pulso.
- Martinico, venid. Recordáis cuando le diste aire al gorrino? Ahora haced lo mismo con esta doncella. Hacedlo bien, hasta que la veáis respirar por sí misma, o hasta que debáis llevarla a Fray Santiago.
- Y vos, Martin, venid a asistirme. Cualquier miembro roto en más de una parte es para amputar.
- Y vos, Pablo escribiréis el nombre de cada amputado, para que ponga su nombre o su signo, señal que acepta que le cercenemos lo que tengamos que cortar. Pero si no consienten, anotadlos en una lista aparte y que también pongan su nombre o su signo.
- José, sí, vos el de Segovia. Vos tenéis buen ojo para ver a quien es quien más necesita dormir por el dolor, velad por los quemados. Id!
- Vos, Miguel, tened todo presto, preparado y limpio, para intervenir a cada doliente.
Cuando los matafuegos ya no sacaron más heridos, Santiago había dado la extremaunción a 12, yo había amputado las piernas a 5, Martin había salvado la vida de la chica, y otros 5 quemados tenían morfina encima y ya les habían hecho las primeras curas. 3 de los 4 heridos que no habían querido ser amputados fueron, a la postre, abonados a la cuenta del jesuita. Fernando y Antonio no tuvieron necesidad de desenvainar sus espadas. Limpiamos los instrumentos y recogimos nuestros bártulos para regresar al Buen Suceso. Organizamos las cosas, llevamos la contabilidad de lo gastado en la botica, despedí a los muchachos y con los dos Martines y Miki San fui a casa cuando la tarde estaba bien avanzada.
Al llegar, vi que tanto Ignacio, como Lope de Toledo, Alvaro de Luna y todo el personal nos esperaban en la puerta, estábamos tiznados y cansados.
- Álvaro! Que hacéis todos en la puerta, entrad!.
- Queríamos saber si veníais por vuestro propio pie. Toda la villa comenta que el dentista del rey y sus párvulos ha librado de la muerte a la mitad de los heridos del incendio.
- No, Álvaro. Han sido más los muertos que los vivos. Al menos, este zagal ha salvado a una niña. Y vos, Ignacio creedme, a fe mía que tendréis más trabajo con nosotros. Hay demasiadas cosas que hacer! Pero, vamos, entrad. Si hay que celebrar algo, es que los alumnos, cirujanos y enfermeros, hoy me han mostrado que son de buena madera.
La verdad nos hara libres
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Un soldado de cuatro siglos
Tras un día y medio de retirada por fin nos reagrupamos con la segunda legión y las tropas que habían estado guarneciendo el extremo meridional del muro. Ahora volvíamos a tener un ejército de treinta mil hombres y podíamos presentar batalla a cualquier enemigo. en aquellos momentos era mediodía, y concedí unas horas de descanso a los hombres que se acomodaron junto a la acequia que llamábamos de “trajano”.
Mientras los hombres montaban unos toldos para descansar a la sombra y sobre todo, rellenaban sus odres, pude comprobar como la moral de los hombres estaba alta. La orden de retirada no había gustado y todos tenían ansias por enfrentarse al enemigo y lograr la victoria. Pronto lucharíamos, así que hice correr la voz de que todos se preparasen para el contraataque, levantándose un clamor entre los hombres.
Al caer la noche levantamos el campamento e iniciamos la marcha, esta vez avanzando hacia oriente. Queríamos caer sobre el enemigo a última hora de la noche, justo antes del amanecer, para así sorprenderlos antes de que lograsen formar y derrotarlos con rapidez. Así, si conseguíamos derrotar la punta meridional del ataque, podríamos a continuación volvernos hacia septentrión y atacar al ejército principal.
Para ello marchamos durante toda la noche. Faltaba poco para el amanecer cuando los hombres empezaron a notar un olor nauseabundo procedente de oriente. Al desconocer el motivo, desplegamos el ejército antes de iniciar una marcha muy cautelosa, pues no queríamos ser sorprendidos. Pronto nuestras avanzadillas perdidas, los cazadores, empezaron a capturar o acabar con algunos enemigos dispersos por la zona. ¿Qué estaba ocurriendo?…
Mientras los hombres montaban unos toldos para descansar a la sombra y sobre todo, rellenaban sus odres, pude comprobar como la moral de los hombres estaba alta. La orden de retirada no había gustado y todos tenían ansias por enfrentarse al enemigo y lograr la victoria. Pronto lucharíamos, así que hice correr la voz de que todos se preparasen para el contraataque, levantándose un clamor entre los hombres.
Al caer la noche levantamos el campamento e iniciamos la marcha, esta vez avanzando hacia oriente. Queríamos caer sobre el enemigo a última hora de la noche, justo antes del amanecer, para así sorprenderlos antes de que lograsen formar y derrotarlos con rapidez. Así, si conseguíamos derrotar la punta meridional del ataque, podríamos a continuación volvernos hacia septentrión y atacar al ejército principal.
Para ello marchamos durante toda la noche. Faltaba poco para el amanecer cuando los hombres empezaron a notar un olor nauseabundo procedente de oriente. Al desconocer el motivo, desplegamos el ejército antes de iniciar una marcha muy cautelosa, pues no queríamos ser sorprendidos. Pronto nuestras avanzadillas perdidas, los cazadores, empezaron a capturar o acabar con algunos enemigos dispersos por la zona. ¿Qué estaba ocurriendo?…
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
Vi cuando el Cordero abrió uno de los sellos, y oí a uno de los cuatro seres vivientes decir como con voz de trueno: Ven y mira.
Y miré, y he aquí un caballo blanco; y el que lo montaba tenía un arco; y le fue dada una corona, y salió venciendo, y para vencer..
Apocalipsis, 6-1 y 2
La batalla dio un giro al cuarto día. Durante tres días los otomanos habían estado detenidos frente al muro, agotando gran perte de sus rservas de agua. Por desgracia para ellos al superar el muro no encontraron agua. Durante su retirada los españoles habían destruido los canales de suministro, que se habían convertido en lodazales en los que los restos de agua no tardaron en mezclarse con las deposiciones de animales en la retirada e inmundicias varias. Otro tanto ocurrió al día siguiente, cuando los otomanos alcanzaron el río Nilo en su parte oriental, encontrándolo seco y reducido a un fangal.
Tras un largo día de marcha bajo el sol, los soldados otomanos, asediados por la sed empezaron a sufrir los efectos de la deshidratación. Para empeorar las cosas muchos de los hombres habían bebido agua en mal estado en las acequias españolas, y la disentería empezó a hacer mella en ellos. Pronto un reguero de cuerpos jalonó el avance del ejército. La noche trajo un poco de fresco, pero no soluciono los problemas de sed, unos problemas agravados por la disentería que sufrían muchos de los soldados, tantos que a la mañana siguiente el ejército otomano fue incapaz de reanudar la marcha.
Mientras tanto el ejército español se había reagrupado y se preparaba para presentar batalla desconocedor de los problemas que atravesaban los otomanos. Al caer la noche se pusieron en marcha para buscar una batalla con sus enemigos, marchando en una larga columna con unidades de caballería en los flancos. Faltaba poco para el amanecer cuando hicieron contacto con algunos enemigos que deambulaban perdidos por el desierto.
El general Llopis ordenó pasar al orden de combate de inmediato. Para ello las unidades que marchaban en vanguardia de la columna variaron a izquierda y derecha respectivamente, sin detener la marcha en ningún momento. Con esa simple maniobra la columna empezó a desplegarse en línea, utilizando correos a caballo para comunicar el momento en el que aquellas debían detenerse y hacer izquierda y derecha, para dar frente a la posición en la que se encontraba el enemigo. Mientras tanto nuevas unidades seguían marchando para formar una segunda línea tras la primera.
El ejército al pleno se puso en movimiento una vez más cuando faltaban pocos minutos para el amanecer. No tardaron en encontrar la causa de la pestilencia que había olido. Al llegar al río, ahora seco, las enfermedades habían destruido la cohesión de aquel ejército, causando graves trastornos a sus hombres, que corrieron a aliviarse a occidente de su posición por cuestiones religiosas. Eran los efluvios de aquella zona de “alivio” la que apestaba el ambiente y había puesto en alerta a las fuerzas hispánicas.
Aquejados por la disentería y la deshidratación las fuerzas otomanas, el ejército español no tuvo problemas en superar a sus enemigos. Para ese momento el propio comandante enemigo había sucumbido a las fiebres, y sus subalternos no fueron capaces de organizar una defensa eficaz, por lo que la infantería española les paso por encima mientras una carga de caballería destruía sus últimas defensas. Miles de otomanos se rindieron de inmediato, suplicando por un poco de agua.
Poco después de mediodía el general Llopis ordenaba reabrir el caudal del Nilo oriental. Al caer la noche una tromba de agua llego a la zona, permitiendo por fin a los sedientos otomanos beber hasta saciarse. Al día siguiente varias unidades españolas se apartarían del ejército para llevar a aquellos prisioneros a retaguardia, mientras el resto del ejército avanzaba hacia el norte para atacar al ejército principal enemigo. Poco imaginaban que aquel ejército estaba pasando por los mismos problemas que el que acababan de derrotar, agravados en esta ocasión por la riada que había arrastrado a cientos de hombres que agotados, buscaban agua en el lecho del río.
Y miré, y he aquí un caballo blanco; y el que lo montaba tenía un arco; y le fue dada una corona, y salió venciendo, y para vencer..
Apocalipsis, 6-1 y 2
La batalla dio un giro al cuarto día. Durante tres días los otomanos habían estado detenidos frente al muro, agotando gran perte de sus rservas de agua. Por desgracia para ellos al superar el muro no encontraron agua. Durante su retirada los españoles habían destruido los canales de suministro, que se habían convertido en lodazales en los que los restos de agua no tardaron en mezclarse con las deposiciones de animales en la retirada e inmundicias varias. Otro tanto ocurrió al día siguiente, cuando los otomanos alcanzaron el río Nilo en su parte oriental, encontrándolo seco y reducido a un fangal.
Tras un largo día de marcha bajo el sol, los soldados otomanos, asediados por la sed empezaron a sufrir los efectos de la deshidratación. Para empeorar las cosas muchos de los hombres habían bebido agua en mal estado en las acequias españolas, y la disentería empezó a hacer mella en ellos. Pronto un reguero de cuerpos jalonó el avance del ejército. La noche trajo un poco de fresco, pero no soluciono los problemas de sed, unos problemas agravados por la disentería que sufrían muchos de los soldados, tantos que a la mañana siguiente el ejército otomano fue incapaz de reanudar la marcha.
Mientras tanto el ejército español se había reagrupado y se preparaba para presentar batalla desconocedor de los problemas que atravesaban los otomanos. Al caer la noche se pusieron en marcha para buscar una batalla con sus enemigos, marchando en una larga columna con unidades de caballería en los flancos. Faltaba poco para el amanecer cuando hicieron contacto con algunos enemigos que deambulaban perdidos por el desierto.
El general Llopis ordenó pasar al orden de combate de inmediato. Para ello las unidades que marchaban en vanguardia de la columna variaron a izquierda y derecha respectivamente, sin detener la marcha en ningún momento. Con esa simple maniobra la columna empezó a desplegarse en línea, utilizando correos a caballo para comunicar el momento en el que aquellas debían detenerse y hacer izquierda y derecha, para dar frente a la posición en la que se encontraba el enemigo. Mientras tanto nuevas unidades seguían marchando para formar una segunda línea tras la primera.
El ejército al pleno se puso en movimiento una vez más cuando faltaban pocos minutos para el amanecer. No tardaron en encontrar la causa de la pestilencia que había olido. Al llegar al río, ahora seco, las enfermedades habían destruido la cohesión de aquel ejército, causando graves trastornos a sus hombres, que corrieron a aliviarse a occidente de su posición por cuestiones religiosas. Eran los efluvios de aquella zona de “alivio” la que apestaba el ambiente y había puesto en alerta a las fuerzas hispánicas.
Aquejados por la disentería y la deshidratación las fuerzas otomanas, el ejército español no tuvo problemas en superar a sus enemigos. Para ese momento el propio comandante enemigo había sucumbido a las fiebres, y sus subalternos no fueron capaces de organizar una defensa eficaz, por lo que la infantería española les paso por encima mientras una carga de caballería destruía sus últimas defensas. Miles de otomanos se rindieron de inmediato, suplicando por un poco de agua.
Poco después de mediodía el general Llopis ordenaba reabrir el caudal del Nilo oriental. Al caer la noche una tromba de agua llego a la zona, permitiendo por fin a los sedientos otomanos beber hasta saciarse. Al día siguiente varias unidades españolas se apartarían del ejército para llevar a aquellos prisioneros a retaguardia, mientras el resto del ejército avanzaba hacia el norte para atacar al ejército principal enemigo. Poco imaginaban que aquel ejército estaba pasando por los mismos problemas que el que acababan de derrotar, agravados en esta ocasión por la riada que había arrastrado a cientos de hombres que agotados, buscaban agua en el lecho del río.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
Memorias
Cualquiera pensaría que tras la victoria en los lagos amargos podríamos descansar y disfrutar de nuestra victoria, por desgracia las cosas nunca son tan simples como deseamos. El ejército otomano había sido rechazado, retirándose hacia Tierra Santa a través del Sinaí, donde nuestros exploradores estaban encontrando un largo reguero de muertos. Según parecía la falta de agua había sido decisiva para su derrota y causa de las graves enfermedades que mermaron su ejército facilitándonos el trabajo. No mucho después comprobamos que también su flota se había retirado de nuestras costas, justo a tiempo, pues nuestra flota por fin hizo aparición. Me hubiese gustado perseguirlos y destruir su flota, pero ahora nos estábamos enfrentando a un nuevo enemigo, la peste.
Para nuestra desgracia el caos imperante a causa de la batalla y la rebelión en nuestra retaguardia, impidió que cercásemos la epidemia en las primeras fases, y ahora parecía estar extendiéndose por todo Egipto. Teníamos que afrontar ese doble enemigo, el de la rebelión y la peste. En primer lugar dividimos nuestro ejército en tres cuerpos de maniobra. El primero formado por la primera legión se dirigió a El Cairo, donde el Virrey seguía bajo asedio. Mientras tanto la segunda legión se dirigiría al delta del Nilo para suprimir cualquier foco de rebelión, y el resto del ejército se preparaba para combatir al enemigo más peligroso de los dos, la peste.
A medida que nuestros ejércitos avanzaban por Egipto, las turbas de revoltosos se fueron retirando asustadas. Eso no impidió que nuestra caballería alcanzase a varios grupos destrozándolos sin piedad. Una advertencia para futuros rebeldes. Gracias a ello liberamos con rapidez muchas de las localidades en las que pequeñas guarniciones, generalmente poco más que el alcaide local y una escolta de unos pocos hombres, permanecían asediados. En menos de tres semanas habíamos logrado someter de nuevo el país, y tan solo tuvimos que lamentar la pérdida de una docena de aquellos puestos.
Mayores problemas habían de darnos la peste. A medida que avanzábamos e íbamos recuperando la región, instaurábamos una restricción total de movimientos por medio de toques de queda. En ellos solo se permitía el movimiento de la población durante el día, y siempre en los alrededores de la población, pues el movimiento entre localidades había sido estrictamente prohibido.
Esas medidas junto a la creación de zonas de cuarentena en las cercanías de los pueblos en los que detectábamos afectados, deberían servir para atajar la expansión de la enfermedad. Por desgracia no aliviaba a los afectados, que empezaron a morir a cientos, especialmente en los campamentos de trabajo. Pronto algunos empezaron a hablar de designio divino, pues la enfermedad se cebó especialmente en los musulmanes. Eso no significó ni de lejos que los cristianos no la padeciésemos, especialmente los coptos que vivían fuera de nuestras villas controladas.
En las ciudades controladas, que eran las que utilizábamos de cuarteles de nuestras fuerzas y en las que no había musulmanes ni coptos por haber sido expulsados, la peste fue totalmente inexistente. Posiblemente esto se debiese a dos motivos. Por un lado el asedio de estos cuarteles pudo funcionar de cuarentena natural de aquellas zonas. Por el otro, todas nuestras ciudades estaban limpias y existían estrictas medidas de sanidad. Para mejorarlas, ordenamos colocar trampas y venenos para ratas, y tratamos a todos nuestros animales con baños de vinagre para acabar con las pulgas.
Pero yo ya no vería el resultado de aquellas medidas. El Rey me había mandado llamar de regreso a España, donde parecía que la guerra con Francia se estaba complicando…
Cualquiera pensaría que tras la victoria en los lagos amargos podríamos descansar y disfrutar de nuestra victoria, por desgracia las cosas nunca son tan simples como deseamos. El ejército otomano había sido rechazado, retirándose hacia Tierra Santa a través del Sinaí, donde nuestros exploradores estaban encontrando un largo reguero de muertos. Según parecía la falta de agua había sido decisiva para su derrota y causa de las graves enfermedades que mermaron su ejército facilitándonos el trabajo. No mucho después comprobamos que también su flota se había retirado de nuestras costas, justo a tiempo, pues nuestra flota por fin hizo aparición. Me hubiese gustado perseguirlos y destruir su flota, pero ahora nos estábamos enfrentando a un nuevo enemigo, la peste.
Para nuestra desgracia el caos imperante a causa de la batalla y la rebelión en nuestra retaguardia, impidió que cercásemos la epidemia en las primeras fases, y ahora parecía estar extendiéndose por todo Egipto. Teníamos que afrontar ese doble enemigo, el de la rebelión y la peste. En primer lugar dividimos nuestro ejército en tres cuerpos de maniobra. El primero formado por la primera legión se dirigió a El Cairo, donde el Virrey seguía bajo asedio. Mientras tanto la segunda legión se dirigiría al delta del Nilo para suprimir cualquier foco de rebelión, y el resto del ejército se preparaba para combatir al enemigo más peligroso de los dos, la peste.
A medida que nuestros ejércitos avanzaban por Egipto, las turbas de revoltosos se fueron retirando asustadas. Eso no impidió que nuestra caballería alcanzase a varios grupos destrozándolos sin piedad. Una advertencia para futuros rebeldes. Gracias a ello liberamos con rapidez muchas de las localidades en las que pequeñas guarniciones, generalmente poco más que el alcaide local y una escolta de unos pocos hombres, permanecían asediados. En menos de tres semanas habíamos logrado someter de nuevo el país, y tan solo tuvimos que lamentar la pérdida de una docena de aquellos puestos.
Mayores problemas habían de darnos la peste. A medida que avanzábamos e íbamos recuperando la región, instaurábamos una restricción total de movimientos por medio de toques de queda. En ellos solo se permitía el movimiento de la población durante el día, y siempre en los alrededores de la población, pues el movimiento entre localidades había sido estrictamente prohibido.
Esas medidas junto a la creación de zonas de cuarentena en las cercanías de los pueblos en los que detectábamos afectados, deberían servir para atajar la expansión de la enfermedad. Por desgracia no aliviaba a los afectados, que empezaron a morir a cientos, especialmente en los campamentos de trabajo. Pronto algunos empezaron a hablar de designio divino, pues la enfermedad se cebó especialmente en los musulmanes. Eso no significó ni de lejos que los cristianos no la padeciésemos, especialmente los coptos que vivían fuera de nuestras villas controladas.
En las ciudades controladas, que eran las que utilizábamos de cuarteles de nuestras fuerzas y en las que no había musulmanes ni coptos por haber sido expulsados, la peste fue totalmente inexistente. Posiblemente esto se debiese a dos motivos. Por un lado el asedio de estos cuarteles pudo funcionar de cuarentena natural de aquellas zonas. Por el otro, todas nuestras ciudades estaban limpias y existían estrictas medidas de sanidad. Para mejorarlas, ordenamos colocar trampas y venenos para ratas, y tratamos a todos nuestros animales con baños de vinagre para acabar con las pulgas.
Pero yo ya no vería el resultado de aquellas medidas. El Rey me había mandado llamar de regreso a España, donde parecía que la guerra con Francia se estaba complicando…
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
HISTORIA DE ESPAÑA POR SUS BATALLAS
Batalla de Vitoria.
La batalla de Vitoria tuvo lugar tras la invasión francesa del norte de España. Con el grueso del ejército combatiendo en Oriente Medio y tras la derrota de la fuerza reunida y puesta al mando del Duque de Medina Sidonia, las tropas francesas se enseñorearon del norte. Prometiendo conservar los fueros intentaron ganarse a la población, pero los rumores provenientes de las tropas recién llegadas de América sobre la crueldad de los franceses en Portobelo hicieron inútiles los intentos.
Un pequeño ejército español se enfrentó al enemigo en las afueras de Vitoria, siendo la clave de la batalla la coordinación entre los dragones y los Tercios de infantería. Estos proporcionaban un refugio seguro a las unidades montadas cuando regresaban de cargar. A su vez la infantería pudo avanzar a ocupar sus posiciones bajo la cobertura de una pantalla de los dragones.
Tras la victoria española el comandante del ejército español, en el propio campo de batalla concedio distintos galardones. Uno de ellos fue un nuevo al regimiento de dragones, que desde entonces se llamaría, "regimiento de dragones de Lusitania" y el uso de un lema "Lusitania tessera omni armatura fortier" (Lusitania es más fuerte con su estandarte que con todas las armaduras).
A los Tercios irlandeses les concedió el derecho de bordar en sus banderas el lema "nomine resonant universae terrae" (por toda la tierra resonará tu nombre) y un arpa como distintivo.
Dice la leyenda que a partir de esta batalla el Cardenal Richelieu, afectado por las bajas sufridas ordenó copiar en Francia los mosquetes utilizados por los españoles.
Batalla de Vitoria.
La batalla de Vitoria tuvo lugar tras la invasión francesa del norte de España. Con el grueso del ejército combatiendo en Oriente Medio y tras la derrota de la fuerza reunida y puesta al mando del Duque de Medina Sidonia, las tropas francesas se enseñorearon del norte. Prometiendo conservar los fueros intentaron ganarse a la población, pero los rumores provenientes de las tropas recién llegadas de América sobre la crueldad de los franceses en Portobelo hicieron inútiles los intentos.
Un pequeño ejército español se enfrentó al enemigo en las afueras de Vitoria, siendo la clave de la batalla la coordinación entre los dragones y los Tercios de infantería. Estos proporcionaban un refugio seguro a las unidades montadas cuando regresaban de cargar. A su vez la infantería pudo avanzar a ocupar sus posiciones bajo la cobertura de una pantalla de los dragones.
Tras la victoria española el comandante del ejército español, en el propio campo de batalla concedio distintos galardones. Uno de ellos fue un nuevo al regimiento de dragones, que desde entonces se llamaría, "regimiento de dragones de Lusitania" y el uso de un lema "Lusitania tessera omni armatura fortier" (Lusitania es más fuerte con su estandarte que con todas las armaduras).
A los Tercios irlandeses les concedió el derecho de bordar en sus banderas el lema "nomine resonant universae terrae" (por toda la tierra resonará tu nombre) y un arpa como distintivo.
Dice la leyenda que a partir de esta batalla el Cardenal Richelieu, afectado por las bajas sufridas ordenó copiar en Francia los mosquetes utilizados por los españoles.
“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
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Un soldado de cuatro siglos
Serie de TVE “Felipe, el rey planeta”, temporada 4 capítulo 12.
…Rotulo: Puerto de Valencia, 1640
Vemos al general Llopis en el puente de un navío. Ampliamos la visión y vemos una flota atracando en el puerto, y miles de solados preparándose para desembarcar. El general Llopis y el almirante Oquendo desembarcan en el puerto que bulle de actividad.
Un mozo de periódico grita para atraer clientes
Mozo
¡Ultimas noticias! ¡Ultimas noticias! ¡Rebelión en Barcelona! ¡El virrey Dalmau de Queralt, conde de Santa Coloma, asesinado!
Llopis
¡Xiquet! Un periodic
Llopis da un maravedí al niño y coge un periódico que lee en compañía de Oquendo. Vemos la noticia de la sublevación.
Oquendo
¡Santo Dios! ¿Qué está ocurriendo, Don Pedro?
Llopis
No lo sé. Pero debemos acudir de inmediato a Madrid.
Oquendo
Teneís razón. Debemos ponernos a las ordenes de su majestad. Cumplimentemos al Virrey y partamos para Madrid.
Llopis
Vamos a ello. ¡Chico!
Llega corriendo un chico de la calle de los que hacen de correveidiles por unos maravedíes.
Llopis
Acudid al palacio de Nuestra Señora del Carmen. Decid que Don Pedro ordena que preparen un carruaje con escolta para partir a Madrid.
….
…Rotulo: Puerto de Valencia, 1640
Vemos al general Llopis en el puente de un navío. Ampliamos la visión y vemos una flota atracando en el puerto, y miles de solados preparándose para desembarcar. El general Llopis y el almirante Oquendo desembarcan en el puerto que bulle de actividad.
Un mozo de periódico grita para atraer clientes
Mozo
¡Ultimas noticias! ¡Ultimas noticias! ¡Rebelión en Barcelona! ¡El virrey Dalmau de Queralt, conde de Santa Coloma, asesinado!
Llopis
¡Xiquet! Un periodic
Llopis da un maravedí al niño y coge un periódico que lee en compañía de Oquendo. Vemos la noticia de la sublevación.
Oquendo
¡Santo Dios! ¿Qué está ocurriendo, Don Pedro?
Llopis
No lo sé. Pero debemos acudir de inmediato a Madrid.
Oquendo
Teneís razón. Debemos ponernos a las ordenes de su majestad. Cumplimentemos al Virrey y partamos para Madrid.
Llopis
Vamos a ello. ¡Chico!
Llega corriendo un chico de la calle de los que hacen de correveidiles por unos maravedíes.
Llopis
Acudid al palacio de Nuestra Señora del Carmen. Decid que Don Pedro ordena que preparen un carruaje con escolta para partir a Madrid.
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A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
Madrid
—¿Sabéis ya a que se debe la revuelta catalana? —preguntó el almirante Oquendo en cuanto Pedro regreso a casa tras haber visitado a varios de sus agentes para recabar información.
—Aún es muy fragmentario, pero puedo hacerme una idea bastante exacta. —respondió Pedro en cuanto se sentó al lado del fuego con un vino en la mano. —Al final es todo o casi todo un asuntó de dinero.
Parece que todo empezó con la Unión de Armas de Olivares, que no sentó nada bien a las cortes catalanas.
—A las catalanas y a las del resto, Don Pedro, vos sois valenciano y sabéis tan bien como yo los impedimentos que se pusieron a apoyar a Castilla en el sostenimiento de la monarquía católica. Tan solo Valencia, gracias a vuestra intervención, acabó apoyando el proyecto de Olivares.
—Cierto, pero no es menos cierto que es difícil convencer a alguien de apoyar a Castilla cuando esta se lleva todos los beneficios del descubrimiento del Nuevo Mundo. Valencia es diferente, Valencia ha encontrado su propio camino a la riqueza en la industria, pero el resto de territorios no ha ocurrido lo mismo…
—Tenéis razón, pero seguid contándome. Decíais que todo empezó con la Unión de Armas ¿Y después?
—…Parece que todo empeoró con el despegue comercial de Valencia quince años atrás. —respondió Pedro. —La lana de Aragón dejo de ser enviada a Barcelona para ir a Valencia, a causa de los nuevos telares, empobreciendo a los comerciantes barceloneses, incluso el puerto de Barcelona entró en decadencia siendo sustituido por el nuevo puerto de Valencia. Aun peor fue que las nuevas máquinas agrícolas como las cosechadoras, sembradoras, y otras recientes invenciones, dejasen sin trabajo a miles de peones en Castilla. Miles de personas llegaron a Cataluña buscando trabajo en sus pequeñas explotaciones agrícolas, provocando una competencia con los propios labradores que redujo el valor de su trabajo, justo cuando el precio de los alimentos se disparaba a causa de la escasez.
Unamos a esto las quejas por el sostenimiento de las fortalezas de la frontera que los catalanes tuvieron que sufragar. Las negativas de varios municipios a alojar a los ejércitos del rey durante la guerra con Francia, los desmanes de algunas de las tropas españolas en esos pueblos y las deudas por los atrasos en la paga., y un par de cuestiones más, como la no participación de las fuerzas catalanas en el rescate de Fuenterrabía, y tendremos un caldo de cultivo que acabó estallando en una revuelta, precisamente encabezada por aquellos campesinos de los que hablaba, tan perjudicados por la falta de trabajo y la competencia…
—Entiendo. —respondió Oquendo. —¿Pediréis al rey que bloqueemos Barcelona con la escuadra.
—Es una opción, pero esperare a ver cuál es la intención de su Majestad.
—¿No creéis que sea buena idea?
—Es una buena idea…pero hay otras variables que tenemos que tener en cuenta. Hoy han empezado a correr rumores que dicen que Gustavo avanza hacia Viena con su ejército, el Cardenal Infante ha tenido que retirarse otra vez a Flandes tras quedarse sin suministros, por lo que Paris se ha salvado, y corre el rumor que Holanda está reclutando tropas de nuevo. La guerra en Flandes es inminente…
Flandes, Alemania, Francia, Cataluña, y no podemos olvidarnos del turco. Debemos elegir con sumo cuidado…
—¿Sabéis ya a que se debe la revuelta catalana? —preguntó el almirante Oquendo en cuanto Pedro regreso a casa tras haber visitado a varios de sus agentes para recabar información.
—Aún es muy fragmentario, pero puedo hacerme una idea bastante exacta. —respondió Pedro en cuanto se sentó al lado del fuego con un vino en la mano. —Al final es todo o casi todo un asuntó de dinero.
Parece que todo empezó con la Unión de Armas de Olivares, que no sentó nada bien a las cortes catalanas.
—A las catalanas y a las del resto, Don Pedro, vos sois valenciano y sabéis tan bien como yo los impedimentos que se pusieron a apoyar a Castilla en el sostenimiento de la monarquía católica. Tan solo Valencia, gracias a vuestra intervención, acabó apoyando el proyecto de Olivares.
—Cierto, pero no es menos cierto que es difícil convencer a alguien de apoyar a Castilla cuando esta se lleva todos los beneficios del descubrimiento del Nuevo Mundo. Valencia es diferente, Valencia ha encontrado su propio camino a la riqueza en la industria, pero el resto de territorios no ha ocurrido lo mismo…
—Tenéis razón, pero seguid contándome. Decíais que todo empezó con la Unión de Armas ¿Y después?
—…Parece que todo empeoró con el despegue comercial de Valencia quince años atrás. —respondió Pedro. —La lana de Aragón dejo de ser enviada a Barcelona para ir a Valencia, a causa de los nuevos telares, empobreciendo a los comerciantes barceloneses, incluso el puerto de Barcelona entró en decadencia siendo sustituido por el nuevo puerto de Valencia. Aun peor fue que las nuevas máquinas agrícolas como las cosechadoras, sembradoras, y otras recientes invenciones, dejasen sin trabajo a miles de peones en Castilla. Miles de personas llegaron a Cataluña buscando trabajo en sus pequeñas explotaciones agrícolas, provocando una competencia con los propios labradores que redujo el valor de su trabajo, justo cuando el precio de los alimentos se disparaba a causa de la escasez.
Unamos a esto las quejas por el sostenimiento de las fortalezas de la frontera que los catalanes tuvieron que sufragar. Las negativas de varios municipios a alojar a los ejércitos del rey durante la guerra con Francia, los desmanes de algunas de las tropas españolas en esos pueblos y las deudas por los atrasos en la paga., y un par de cuestiones más, como la no participación de las fuerzas catalanas en el rescate de Fuenterrabía, y tendremos un caldo de cultivo que acabó estallando en una revuelta, precisamente encabezada por aquellos campesinos de los que hablaba, tan perjudicados por la falta de trabajo y la competencia…
—Entiendo. —respondió Oquendo. —¿Pediréis al rey que bloqueemos Barcelona con la escuadra.
—Es una opción, pero esperare a ver cuál es la intención de su Majestad.
—¿No creéis que sea buena idea?
—Es una buena idea…pero hay otras variables que tenemos que tener en cuenta. Hoy han empezado a correr rumores que dicen que Gustavo avanza hacia Viena con su ejército, el Cardenal Infante ha tenido que retirarse otra vez a Flandes tras quedarse sin suministros, por lo que Paris se ha salvado, y corre el rumor que Holanda está reclutando tropas de nuevo. La guerra en Flandes es inminente…
Flandes, Alemania, Francia, Cataluña, y no podemos olvidarnos del turco. Debemos elegir con sumo cuidado…
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
Calle del turco, Madrid
—Ha llegado a mis oídos que habéis discutido con el conde-duque. —dijo el monarca mientras caminaba embozado por la ciudad en busca de nuevas aventuras.
—Tenemos diferentes pareceres sobre la estrategia a seguir, señor rey. —dijo Pedro provocando una risa del monarca.
—Tantos años y seguís con ese deje valenciano…pero contadme, contadme a que se deben vuestras diferencias. —quiso saber el monarca.
—Majestad, vos sabéis tan bien como todos que ahora mismo España es un león viejo y herido, acosado por las hienas. El conde-duque quiere enviar la flota y a mí mismo a Flandes, para asegurar aquel frente.
—Y vos creéis que es un error. —dedujo el rey.
—Así es, Majestad. Es un error que podemos pagar muy caro.
—Explicaos, Don Pedro.
—Majestad, un principio ineludible de la guerra es la concentración de fuerzas. Francia no es peligrosa porque sus ejércitos sean mejores que los nuestros o sus soldados mejores, sino porque hay tantos franceses en Francia como españoles en todo el imperio. Su número unido a la concentración en un único lugar les permite perder batallas sabiendo que poco a poco roerán nuestras fuerzas.
—Esa parte la entiendo, Don Pedro. Hace ya una década escribisteis una memoria sobre ello. Lo que preciso es saber por qué sería un error enviaros al norte.
—A eso voy, señor rey. Como os decía, un principio ineludible es la concentración de fuerzas, pero este principio va íntimamente asociado a otro, el eliminar al enemigo para romper esa concentración. En estos momentos España tiene muchos enemigos. ¡Debemos reducir su número de inmediato! Y para reducir su número tenemos que dejar de lado a los enemigos más poderosos y concentrarnos en los más débiles.
—¿Habláis de Cataluña?
—Hablo de Cataluña, y del Imperio Otomano. Son los dos enemigos más débiles. Cataluña no tiene ejército digno de tal nombre, debemos acabar con ella antes de que puedan recibir ayuda.
—Don Gaspar parece creer que Cataluña puede ser sometida sin dificultad, por eso quiere enviaros al norte, y tal vez podamos negociar una tregua con el sultán.
—Lo sé, majestad, pero eso dejara dos enemigos aún vivos en nuestra retaguardia, Cataluña y el turco. Si la decisión sobre Cataluña está tomada, permitidme al menos llevar la flota a Palestina. Buscaremos y destruiremos la flota otomana, con lo que pacificaremos el Mediterráneo. Entonces podéis buscar una tregua, cuando los otomanos hayan dejado de ser una amenaza.
—¿Y Flandes?
—Flandes quedara para la próxima primavera. Aprovecharemos el invierno para reunir una flota de transporte para llevar nuestros refuerzos y las nuevas armas que estamos fabricando. Cuando las tengamos partiré hacia Dunkerque.
—Ha llegado a mis oídos que habéis discutido con el conde-duque. —dijo el monarca mientras caminaba embozado por la ciudad en busca de nuevas aventuras.
—Tenemos diferentes pareceres sobre la estrategia a seguir, señor rey. —dijo Pedro provocando una risa del monarca.
—Tantos años y seguís con ese deje valenciano…pero contadme, contadme a que se deben vuestras diferencias. —quiso saber el monarca.
—Majestad, vos sabéis tan bien como todos que ahora mismo España es un león viejo y herido, acosado por las hienas. El conde-duque quiere enviar la flota y a mí mismo a Flandes, para asegurar aquel frente.
—Y vos creéis que es un error. —dedujo el rey.
—Así es, Majestad. Es un error que podemos pagar muy caro.
—Explicaos, Don Pedro.
—Majestad, un principio ineludible de la guerra es la concentración de fuerzas. Francia no es peligrosa porque sus ejércitos sean mejores que los nuestros o sus soldados mejores, sino porque hay tantos franceses en Francia como españoles en todo el imperio. Su número unido a la concentración en un único lugar les permite perder batallas sabiendo que poco a poco roerán nuestras fuerzas.
—Esa parte la entiendo, Don Pedro. Hace ya una década escribisteis una memoria sobre ello. Lo que preciso es saber por qué sería un error enviaros al norte.
—A eso voy, señor rey. Como os decía, un principio ineludible es la concentración de fuerzas, pero este principio va íntimamente asociado a otro, el eliminar al enemigo para romper esa concentración. En estos momentos España tiene muchos enemigos. ¡Debemos reducir su número de inmediato! Y para reducir su número tenemos que dejar de lado a los enemigos más poderosos y concentrarnos en los más débiles.
—¿Habláis de Cataluña?
—Hablo de Cataluña, y del Imperio Otomano. Son los dos enemigos más débiles. Cataluña no tiene ejército digno de tal nombre, debemos acabar con ella antes de que puedan recibir ayuda.
—Don Gaspar parece creer que Cataluña puede ser sometida sin dificultad, por eso quiere enviaros al norte, y tal vez podamos negociar una tregua con el sultán.
—Lo sé, majestad, pero eso dejara dos enemigos aún vivos en nuestra retaguardia, Cataluña y el turco. Si la decisión sobre Cataluña está tomada, permitidme al menos llevar la flota a Palestina. Buscaremos y destruiremos la flota otomana, con lo que pacificaremos el Mediterráneo. Entonces podéis buscar una tregua, cuando los otomanos hayan dejado de ser una amenaza.
—¿Y Flandes?
—Flandes quedara para la próxima primavera. Aprovecharemos el invierno para reunir una flota de transporte para llevar nuestros refuerzos y las nuevas armas que estamos fabricando. Cuando las tengamos partiré hacia Dunkerque.
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Un soldado de cuatro siglos
La conversación siguió girando en torno a las próximas campañas. Durante ella, Pedro no pudo dejar de hacer constar, que Cataluña constituía un serio peligro que podía acrecentarse si su ejemplo era seguido por otros territorios de la monarquía. No por Castilla, donde el Rey residía. Ni por Valencia, que estaba medrando con rapidez gracias a sus nuevas fábricas y el comercio. Pero si por otros reinos que se sentían agraviados y explotados económicamente, sobre todo desde la Unión de Armas de Olivares.
—Majestad, debéis entender que para vuestros diferentes reinos, la Unión de Armas significó contribuir aún más a las arcas reales sin obtener nada a cambio. Solo una carga cada vez mayor y ningún beneficio.
—¿A qué os referís?
—Por ejemplo a que los comerciantes napolitanos precisan comerciar con las Indias a través de Sevilla. Sus nobles no pueden optar a cargos en la corte, en las Indias o a puestos de embajador. Sin embargo siguen luchando y muriendo por vos, y pagando sus impuestos. Y todo ello por un rey al que no conocen pues salvo vuestro reciente viaje a Nápoles, no salís nunca de Castilla…Tarde o temprano ocurrirá como en Cataluña en algún otro lugar.
Mucho me temo que el mundo avanza imparable hacia un gran cambio que conmocionara el mundo. —dijo Pedro ante la mirada sobresaltada del monarca. —Con la caída del Imperio Romano, el mundo entro en una decadencia de mil años en los que el tiempo pareció detenerse hasta el renacimiento de la cultura clásica en Italia hace ciento cincuenta años.
Ahora en cambio, todo avanza a marchas forzadas, más aún desde la aparición de la imprenta. En las próximas décadas la cultura que antaño estaba reservada a unos pocos monjes, estará al alcance de la mano de cualquier persona, incluso del más humilde porquerizo. Eso sacudirá el mundo si es que no lo está haciendo ya. Si unimos a esto la revolución industrial que está llevándose a cabo en Valencia, que no tardará en ser copiada por el resto de naciones, y la revolución agrícola que está produciéndose con la introducción de los cultivos indianos y las nuevas técnicas agrícolas, el mundo va a cambiar como la noche al día, y tan solo podemos vislumbrar en qué sentido lo hará…
—Majestad, debéis entender que para vuestros diferentes reinos, la Unión de Armas significó contribuir aún más a las arcas reales sin obtener nada a cambio. Solo una carga cada vez mayor y ningún beneficio.
—¿A qué os referís?
—Por ejemplo a que los comerciantes napolitanos precisan comerciar con las Indias a través de Sevilla. Sus nobles no pueden optar a cargos en la corte, en las Indias o a puestos de embajador. Sin embargo siguen luchando y muriendo por vos, y pagando sus impuestos. Y todo ello por un rey al que no conocen pues salvo vuestro reciente viaje a Nápoles, no salís nunca de Castilla…Tarde o temprano ocurrirá como en Cataluña en algún otro lugar.
Mucho me temo que el mundo avanza imparable hacia un gran cambio que conmocionara el mundo. —dijo Pedro ante la mirada sobresaltada del monarca. —Con la caída del Imperio Romano, el mundo entro en una decadencia de mil años en los que el tiempo pareció detenerse hasta el renacimiento de la cultura clásica en Italia hace ciento cincuenta años.
Ahora en cambio, todo avanza a marchas forzadas, más aún desde la aparición de la imprenta. En las próximas décadas la cultura que antaño estaba reservada a unos pocos monjes, estará al alcance de la mano de cualquier persona, incluso del más humilde porquerizo. Eso sacudirá el mundo si es que no lo está haciendo ya. Si unimos a esto la revolución industrial que está llevándose a cabo en Valencia, que no tardará en ser copiada por el resto de naciones, y la revolución agrícola que está produciéndose con la introducción de los cultivos indianos y las nuevas técnicas agrícolas, el mundo va a cambiar como la noche al día, y tan solo podemos vislumbrar en qué sentido lo hará…
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- reytuerto
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Un soldado de cuatro siglos
Después de despedir a Ignacio, no necesite ajustar mucho la rutina cotidiana. Indudablemente la confianza de los estudiantes había subido como espuma después del incendio. Fray Anselmo estaba encantado pues una proporción de los muchos accidentados del Buen Suceso que antes invariablemente morían, ahora luego de ser amputados tenían una segunda oportunidad. Incluso, ya les había hablado de los miembros artificiales que el Marques del Puerto hacía en Valencia para los soldados que habían sido mutilados en batalla.
Sin embargo, no pude quedarme mucho tiempo, pues debía seguir llevando el guano a todos los lugares prometidos. Pedro estaría repartiéndolo en los alrededores de Valencia, Gonzalo de Luna hacía lo propio en sus tierras, con las monjitas y en Barbastro, en donde los terratenientes habían hecho oídos de nuestros ofrecimientos. Con ellos intentaríamos sacar dos cosechas de cereal, una de trigo y otra de maíz (eso sí, las monjitas recibirían el maíz de Tarma y del Valle del Urubamba, para comer el choclo más grande y hermoso aquende la Mar Océano, aunque de menor rendimiento), además de una de papas en los terrenos en barbecho. Y yo ya había entregado guano, maíz y patatas a la pequeña nobleza andaluza que se había interesado en el Guadalquivir, sobre todo en Lebrija, Utrera y San Leandro. Pero las agotadas tierras Tajo arriba cercanas a Toledo, en donde dos tercios de la tierra estaban en barbecho por dos o más años, eran un problema aparte. El acarreo en gabarras era difícil por lo encañonado del rio, e imposible en época de estío. Sinceramente, esperaba que el experimento resultase, pues el acarreo con acémilas estaba agotando rápidamente mi bolsa!
Al menos ya habían llegado semillas nuevas. De la Nueva España me habían llegado diversas variedades de frijoles, además de semillas de calabazas, chile habanero y de tomate. En tanto de Nueva Castilla, una buena provisión de hojas de coca, corteza de quina, semillas de rocoto, ají amarillo y ají colorado, almácigos de molle y de palta, diversas variedades de papas y de maíz. Del Brasil ya me habían llegado almácigos del pimentero de ese país, que espero ya se estuviesen aclimatando a Valencia. Los padres de Eustaquio habían accedido a sembrar pimientos y tomates, en sus tierras de Pozuelo.
Ah, Eustaquio! Fray Santiago era quien había hecho el milagro en tan poco tiempo. Pese a que aún tenía tics, los accesos de coprolalia eran cada vez más infrecuentes. Leía de corrido (de hecho, era lo que hacía en voz alta cada vez que sentía que “le venían” los tics), escribía con letra grande y redonda, para su edad conocía mucho de siembra y cría, y además tenía un oído estupendo, ya le había enseñado las primeras notas con la flauta dulce, pero a él le gusto más el piccolo, el viejo y querido pífano, que hasta que no se masifico el uso de los clarines, fue el instrumento militar por excelencia. Sus padres estaban maravillados, y desde Pozuelo hasta Ávila y Toledo, pasando obviamente por la Villa y Corte comentaban (y bien) de los informes que Isidro de Cuenca pasaba puntualmente al Arzobispado e informaba de los sorprendentes progresos del “poseso”.
Durante la ida y vuelta a Ávila hubo un pensamiento que rondaba mi cabeza: 10 hombres eran insuficientes para la protección del hospital, siendo apenas suficientes para guardar la botica y la impedimenta. Los camilleros, que también se debían ocupar de la limpieza, no podían hacer de guardias. Necesitábamos más soldados, y más mozos. Como no tenía experiencia en el asunto, decidí comentarlo una mañana de sábado con Álvaro, luego de entrenar esgrima en el patio de la casa:
- Habéis mejorado mucho, Francisco: podéis agujerear a cualquier moro, hereje o mal cristiano. Y recordad que a los moros no les gusta la punta.
- Me falta, aun me falta mucho, Álvaro. En batalla la esgrima es igual?
- A fe mía que no, Francisco! Ni remotamente. Es más rápida y brutal. A caballo uno no tiene oportunidad de dar uno o cuando más un par de tajos. A pie, debéis matar con lo que tengáis a mano… incluso con vuestro bordón de villano! Y por buena que sea la ropera que tenéis, no resistirá los rigores de la campaña.
- Creéis que 10 hombres sean suficientes para proteger el hospital?
- 10? Solo dentro de un castillo y para defender vuestra botica de vuestro propio ejército! –bufó el menor de los de Luna- No, necesitareis por lo menos una cincuentena, y deben ser mozos dedicados a las armas. Pensad, tenéis que cuidar la botica, vuestros caudales, la cocina y vuestro tren de bagaje, cuatro espadas os protegerán a vos, y Dios no lo quiera, todos a defender vuestro campo y vuestros heridos si la lucha nos es adversa o si la caballería enemiga entra por una brecha.
- Más de cincuenta hombres…
- Si, además de los mozos que sirven de criados y camilleros. Los cuales también deberán saber de armas, o sus guargueros serán mansamente ofrecidos a los cuchillos de nuestros enemigos. Y debéis tener banderas
- Banderas?
- Si, o si no como sabrán los camilleros donde estáis? Una bandera bien visible. Y no os olvidéis de la música. Nada recupera más la salud de un soldado herido que una buena escudilla llena de gachas calientes y oir los aires de su terruño lejano.
- Os hare caso, Álvaro. Vos sabéis de esto mejor que cualquiera que conozco.
- Vos también sabéis mucho de los grandes generales de antaño.
- Pero yo no he pisado el campo de batalla, y vos sí.
Sin embargo, al lunes siguiente, ni bien entraba en el estrecho local que nos servía de escuela, Maese Juan, el guardaespaladas que me acompaño a Valencia, me abordó:
- Don Francisco, estuve en vuestra casa hace unos días.
- Buscabais algo, Maese Juan?
- Acompañarlo de venida a la escuela o a donde debáis salir, Don Francisco. Mucho se habla de vos, y la envidia es pecado capital. Pude ver a vos y a Don Álvaro cruzar aceros.
- He mejorado mucho, Maese Juan –respondí ufano.
- No, señor. Vos sois un buen señor y un patrón de recibo, pero no peleáis bien con la espada. Tal vez con el bordón con el que practicáis con Fray Santiago pudieseis preservar vuestra vida, pero no con vuestra espada. En la calle seríais hombre muerto antes de lo que canta un gallo. Y vuestra justa fama como ya os dije ha convocado envidias.
- Que decís, Maese Juan?
- Venid, Don Francisco, practicad conmigo. Vos sabéis controlar la hoja y os movéis bien en círculos, tal como a un caballero sabe hacerlo. Pero dejad que os enseñe como pelean las espadas a sueldo. Venid…
Ni bien me puse en guardia, a la española con el brazo recto y ofreciendo el máximo alcance, Juan dio un tajo que elevo mi espada, avanzo dos pasos y dándose vuelta, tomo con su mano izquierda la mitad de su espada (Vamos! haciendo half swording tal como Talhoffer propugnaba en la Edad Media) se acercó y colocando la punta de su acero en mi abdomen me dijo “Don Francisco, estáis muerto. Conoced la torneada”
Nuevamente, nos pusimos en guardia, con un movimiento circular, desvió mi ropera y me vi con la punta de su ropera en la cara: “Don Francisco, estáis muerto. Conoced la garatuza! En guardia VM!”
Ya era frustrante! Con un repentino golpe de la mano izquierda libre, desvió mi espada en tanto su acero apuntaba a mi pecho: “Ea, Don Francisco! Otra vez estáis muerto! Habéis conocido el bofetón!”
Así me tuvo media hora, me mató más de una docena de veces, finalmente en el último lance, me soltó la capa encima de la cabeza y sentí que me pinchaba a la vez que me decía: “Albricias, Don Francisco! Ahora habéis conocido a la encapada, que también os ha matado!”
- Donde habéis aprendido a pelear así, Maese Juan?
- En la calle, donde más?, VM. Y si tengo la edad que tengo, es porque el que ciñe la espada que os cuida las espaldas no es manco.
- Todos esos lances son de muerte.
- Solo para el que no los conoce. Todos estos lances tienen sus contrarios y vos los aprenderéis.
Al ver que el ruido de los aceros cruzándose había convocado a buena cantidad de alumnos curiosos, me avine a preguntarle si había enseñado esos lances a los muchachos.
- Solo lo necesario para que no mueran en el campo de batalla. Para que no tengan miedo si es que un infiel o un hereje viene con cara de perro a querer tomar sus vidas.
- Están ya preparados?
- No, aún están verdes. Algunos aprenderán, pero otros es mejor que jamás toquen una espada. Yo os iré diciendo como van sus progresos.
Estaba terminando con Maese Juan cuando apareció un carruaje doblando la esquina, junto a un rubicundo jinete en una jaca de estupendo porte.
- Sois vos Don Francisco Sánchez de Lima?
- A vuestras órdenes – respondí, notando un dejo extranjero en su castellano- Os conozco?
- No, aun no. Pero debéis de saber que contáis con mi gratitud y la de mi familia. Soy Ferdinando Féderman, de Ausburgo. Vos salvasteis la vida de mi mujer y de mi hija en el incendio de la calle de los Tudescos.
Recordaba a una mujer, rubicunda y robusta como él, a la que le hicimos curas sucesivas, pues tuvo quemaduras en buena parte de la espalda, pero no recordaba a ningún joven, ni quemada ni amputada. Tampoco recordaba al germano, que tal vez se encontraba entre los contusos a los que apenas dedicamos atención.
- Dad gracias a la Divina Providencia, VM. Tanto nosotros como los matafuegos estamos para servir.
- Mi mujer se quemó toda la espalda, pero apenas hizo fiebres durante la semana que estuvo delicada y vi el celo con el que cuidaban sus heridas. Mi hija Margarita, aquí presente, salvo su vida al recibir auxilio de otro de sus ayudantes.
Del carruaje bajo una hermosa jovencita, pelirroja y, como no, también rubicunda como Herr Federmann. La chica auxiliada por Martinico! Llame de inmediato a mis auxiliares más cercanos.
- Él fue quien asistió a su hija, Don Fernando. Es el futuro cirujano militar Martin Núñez. Y este joven, es quien me asistió en a mí la intervención de Frau Federmann –dije esto recalcando el “frau”, para darle a entender que también conocía su lengua- el también futuro cirujano militar Martin de Alcántara.
- Si, a todos ellos vi diligentes en sus oficios. Muchos de los que estábamos en el incendio eran germanos como yo. Y gracias a vuestros afanes, solo tuvimos que llorar a dos. Uno de los cuales se hubiese salvado de haber accedido a perder la pierna.
- Estáis muy lejos de Ausburgo, Herr Federmann.
- Soy encargado de las minas de Almadén, Don Francisco.
- Por encargo de los Fugger, Don Fernando?
- En realidad, por uno de sus herederos, Freiherr Sigmund Hinderofen, Don Francisco. Vos debéis de saber que las minas de Guadalcanal ya no son productivas, pero las de Almadén siguen brindando azogue a manos llenas, y su Católica Majestad aun nos da la concesión.
- Una conversación con vos será interesante, Herr Federmann, si aceptáis ser invitado en mi mesa.
- El incendio alteró nuestra estancia en Madrid, y ni hoy ni mañana podremos atender vuestra invitación, pero acepto con alegría vuestra generosidad para el viernes, si es que vuestros asuntos os lo permiten. Os pido que aceptéis este presente mío y de los demás germanos que salvasteis – dijo entregándome un cofrecillo discreto – y dándole una bolsa a Martinico le dijo – y vos tenéis la gratitud de un padre que ha visto como se arrancaba a su hija de las garras de la muerte.
Despedí a los Federmann y me dirigí con mi asistente a mi diminuto despacho para ver lo que me habían dado los germanos. Mierda! En mi caja relucían 5 monedas húngaras con el efigie de Fernando III, nada menos que 5 enormes piezas de 100 ducados! Además de oír el tintineo de otras muchas otras monedas de oro de varias cecas europeas. La bolsa de Martin no era menos generosa, pues además de taleros de Bohemia, había varios ducados genoveses y venecianos, y no pocos escudos castellanos.
- Albricias, Martinico! Sois un joven próspero! A fe mía que nunca un beso a un gorrino ha sido tan provechoso!
- Ja, ja, ja! Es cierto! Practique con el verraco rey de los herejes! - Rió con ganas el muchacho, dueño súbitamente de una pequeña fortuna.
- Además, la tudesquita no os quitaba los ojos de encima! Os habéis dado cuenta de eso, zagal? Habréis de aprender esa lengua gutural.
- Es muy difícil, Don Francisco?
- Más difícil que la lengua de los herejes de la isla, o de los Países Bajos. Pero bastante menos que la que habla Fray Santiago! No os preocupéis! os bastará con que sepáis decirle en el momento adecuado “Ich liebe dich”... Sabéis, Martinico, con estos dineros, si lo deseáis, podéis estudiar para médico en Salamanca.
- No, Don Francisco. Deseo ser cirujano militar, y después tener un gabinete de dentista como el vuestro. A los médicos de Salamanca se le mueren más dolientes que a vos!
- Gracias por vuestra lealtad, muchacho! Lo decía no por alejaros de mí, sino pensando en vuestro prestigio. Los cirujanos aun somos tenidos como oficio menor.
- Dios hará que eso cambie, cuando el rey nos envié a la guerra! - Me dijo Martin con un brillo emocionado en los ojos- ya lo vera Don Francisco!
- Eso es lo que me temo, Martinico. Que debamos demostrar nuestra valía en una guerra…
Decidí que la mitad de los 900 ducados que me habían obsequiado serian para el equipamiento del hospital de campaña. Pero los otros serian prorrateados entre profesores, alumnos, enfermeros, camilleros y mozos. Todos recibirían su parte de acuerdo a su empleo. También los 4 guardianes serian recompensados, pues pensaba (y con razón) que compartir la súbita prosperidad de la Escuela con todos sus miembros obraría beneficiosamente en la camaradería y espíritu de cuerpo.
Ni bien se estaban apagando los vítores en la Escuela, cuando llego, ciertamente con varias semanas de retraso, el cargamento que me enviaba el Maestro Laínez desde Cadalso de los Vidrios.
- Habéis demorado su llegada, pareciese que Cadalso queda ahora más lejos!
- No, Don Francisco! Perdonad nuestra demora, pero el Maestro Laínez nos advirtió que debíamos hacer el camino despacio, para que este envío llegase a salvo, aunque no a tiempo.
- Tomad, buenos hombres –dije alargándoles unos reales- comed y tomad para reparar fuerzas, y cuando regreséis a Cadalso llevad mi saludo al buen maestro.
Ya los mozos habían llevado las cajas cuidadosamente embaladas en paja al depósito de la botica. Con mucho cuidado, abrí una de ellas y examine el producto que Laínez me enviaba. Un jeringón! Nunca había tenido en mis manos una inyectadora de medio litro, pero el embolo corría suavemente y no perdía agua. Las paredes eran gruesas, resistentes, y eso se notaba en el peso: No sería fácil manipularla llena.
De regreso a casa con Martin, pedí que las 4 espadas me acompañasen. Pues estábamos cargados de dinero, justamente por eso fue que primero recalamos en las dependencias de Vicente Squarzafigo, el banquero genovés con el que regularmente hacia mis transacciones. Los 500 ducados de la escuela, y los casi 40 de Martin serian depositados a un plazo fijo de un año, pero pese a que los intereses eran menos generosos, serian abonables cada mes, así mi joven ayudante desterraría las estrecheces de su vida, pero tampoco se descapitalizaría.
Luego despedí a los guardaespaldas y a Martin, y me dirigí solo a casa. Tenía tanto en que pensar! En primer lugar, intentar recordar cómo estaban las finanzas de los Fugger en 1633, pues sabía que para el reinado de Felipe IV la solidez de los banqueros de Ausburgo dejaba mucho que desear. En segundo término, que intenciones tenían Federmann y los germanos. El encargado además de ser un administrador competente, era lo que en tiempos más cercanos a los míos se conocería como un ingeniero de minas, y un plantel de técnicos entrenados (y los checos y alemanes eran, en minería, de lo mejor de Europa) siempre es un factor a ser tenido en cuenta.
También tenía que hacer un protocolo de reposición volémica. Incluso sin trasfundir sangre, un volumen completo de sangre diluida podría mantener vivo al paciente. 2 litros como máximo, y eso ya era demasiado. 2 litros en 24 horas. Son 8 cuartillos! 8 de esos jeringones, cada uno de los cuales debía ser vaciado en 3 horas. Resistirán las venas tanto maltrato?
Diablos! También tenía que tener listo un concierto para dentro de un par de meses, que el rey pensaba dar un espectáculo de fuegos artificiales a la corte. Felipe IV se mostraba generoso, pues desde que escuchó “mis” composiciones de Pachelbel y Albinioni, me estaba pagando 2500 reales por obra. Había pensado plagiar a Haendel, la Suite en Re Mayor de Water Music. Para espacios abiertos, la fanfarria de trompas y cornetas deberian sonar como era habitual con Haendel: Extraordinariamente bien!
Estaba pensando ya que le daría de comer dentro de tres días a mis próximos invitados alemanes, cuando tocaron la puerta del estudio y al abrir vi que Encarnación me traía una bandeja con una crema ligera de verduras, unas lonchas de jamón cocido, pan y vino.
- Don Francisco, Leonor os envía esto, que es lo que coméis cuando estais aquí encerrado, pues no habéis probado bocado aun.
- Gracias, muchacha! Vosotras abajo me cuidáis demasiado! Regresad… Pero primero decidme si en esta época del año se consigue bacalao en los mercados?
- Bacalao, señor?
- Si, ese pescado blanco y que viene salado desde Santander, Santoña o Galicia.
- Ah, vos os réferis al abadejo salado! Aquí en Castilla se conoce así, pero sé que en otras comarcas la llaman truchuela. Si, VM, ese pescado se consigue todo el año, lo que varía es el precio.
- Habéis probado algún plato que haga Leonor con pescado?
- No, señor. Pocas veces comemos pescado abajo.
- Mañana os daré una lista para el mercado. Os adelanto que comeremos abadejo.
Pase el resto de la tarde y buena parte de la noche esperando que se destilase un azumbre de agua. Lo mezcle cuidadosamente con sal y distribuí la solución salina en 8 frascos de boca ancha con tapa de vidrio y mecanismo de cierre. Los pase por bañomaría para esterilizarlos y esperar que el suero resultante no produjese fiebre cuando tuviese que utilizarlo. Me acosté cansado, pues el día había sido “interesante”.
El martes fue un dia tranquilo, pero para variar, no toda la semana fue así, pues a primera hora del Miércoles, Álvaro llego a la escuela con un jinete pálido como la cera:
- Ea, Álvaro! A quien traéis con vos? …Está muy malherido.
- Es un compañero de la guardia española, lo acaban de herir en San Gines. Podéis salvarlo?
- Veré que se puede hacer, vos sabéis que es voluntad de Dios.
- Hacedlo presto!
No tenía heridas profundas en el torso, o el abdomen. Pero si un corte en la pierna que había cortado la femoral parcialmente. Por eso había podido llegar con vida. La sangre salía a borbotones por el corte, pero la arteria no estaba seccionada. Había corrido con suerte, pues una pulgada más y ya sería cadáver.
- Martin y Miguel, preparad el equipo básico. Y el equipo de suturas y ligaduras completo.
- Pablo, llevad un registro escrito de lo que hacemos, de todo.
- Muchachos poned al doliente en la camilla. Limpiad el brazo con agua, jabón y orujo.
- Ahora Martin, recordáis de que sabor es la sangre?
- Si, Don Francisco. Y es menester reponer la cantidad perdida de sangre con agua salada.
- Es lo que haremos. Traed las 8 frascas con tapa, 2 de las jeringas grandes que nos enviaron el lunes desde Cadalso y 2 de las agujas gruesas con cazoleta que hizo vuestro tío que ya están pasadas por la olla.
- José! Hablad con el herido! No dejéis que deje de hablar y menos que se ponga a dormir!
- Miguel, ayudadme a hacer el torniquete. No, ahí no nos sirve! Comprimid la arteria más alto, a la altura de la ingle! Mantened apretado el vaso mientras yo lo intento pinzar. Bien! Fijaos que el chorro de sangre disminuye! Ahora, ayudadme a secar con esas gasas que voy a suturar el vaso. Secad más, que no veo bien! Eso está mejor! …Hecho esta! Despacio, abrid la pinza sin soltar la arteria.
En tanto, mientras Miguel limpiaba la herida, le enseñaba a Martin como cargar el jeringón con suero, colocar la aguja y ponerla como vía en la vena basílica del brazo.
- Ahora Martin, tenéis que tener paciencia. En tres horas debéis de vaciar el contenido del jeringón en el doliente. Recordad! En tres horas. Después reemplazareis a Pablo con las notas y él os reemplazara a vos. Utilizad el reloj que el Maestro Otamendi hizo para conocer el paso del tiempo.
Fui con Álvaro, ahora la suerte del paciente ya no dependía de nosotros.
- Y bien, quien es el herido?
- Como os dije, un buen compañero de la guardia española.
- De la guardia amarilla? No sois buen mentiroso, Alvaro! Si es un zagal apenas! Acaso no tiene nombre?
- Es un “hijo de la tierra”
- Vamos, hombre! Otro hijo de nuestra católica majestad?
- Ea! Sed más discreto! Sí. Del rey con Luisa de Lujan…
- La prima menor de la Condesa de Paredes?
- No os hagáis el tonto! Acaso conocéis otra Lujan?
- No, pero pensaba que había tomado los votos…
- Y nuestro rey cuando se ha frenado por un hábito?
- Y que haceis vos con él?
- Su tía me pidió que velase por su vida. Se escapó al callejón de San Ginés con las primeras luces de hoy
- Un lance de honor entonces?
- Y hasta de traición. Quien lo provocó ofendió la dignidad de la corona. Ahora está en una paila con el Maligno despachado por vuestro doliente. Pero con la daga de la mano izquierda alcanzo a herirlo en la pierna. Fue una mala herida, no?
- Sí. Un dedo más profunda, o una pulgada más abajo y también vuestro protegido seria cadáver. Es demasiado joven para jugar con espadas.
- A su edad sabe más de espadas que vos de dientes. Se salvara?
- No lo sé. Es un crio fuerte y ya del tamaño de un hombre, pero es primera vez que intento esto.
- Mi quijada también fue la primera que enderezabais.
- Pero vuestra vida nunca estuvo amenazada.
- Cuando lo sabréis?
- Cuando haya repuesto por lo menos dos cuartillos. Estoy reemplazando la sangre perdida, que es casi medio azumbre, con agua salada.
- Por qué con agua salada?
- No os hagáis el tonto –respondí la puya previa de mi amigo con una sonrisa- acaso no habéis probado el sabor de la sangre?
- Vos os estáis burlando de mí!
- No! Álvaro, os estoy hablando totalmente en serio!
A las 5 horas me llamaron los alumnos, el paciente no había perdido la conciencia ni un momento. Aún estaba pálido, la piel un tanto fría pero no húmeda, el pulso no se le había acelerado substancialmente; la respiración aunque más rápida, era profunda. Decidí que deberíamos cambiar de brazo para seguir reponiendo el suero. Cuando quiete la aguja del brazo y le puse una gasa embebida en orujo en el hueco del codo, sentí que la otra mano se posaba en mi hombro y una voz que no había terminado de dejar la infancia me agradecía.
- Gracias. Don Francisco! Es cierto lo que la gente habla de los cirujanos de Sánchez de Lima.
- Cirujanos militares, pero la gente habla demasiado Señor…
- Fadrique de Lujan.
- Callaos, Don Fadrique. Reponed vuestras fuerzas. Y dadme el otro brazo que debemos pincharlo ahí también!
- Tomadlo, pero en lugar de esas frascas he de confesaros que prefiero un cuartillo de vino de San Lucar.
- Todos aquí también! Vuestro brazo ya!
Recién a las doce horas, pudimos ver que el paciente estaba fuera de peligro. Les explique a los muchachos que el doliente había perdido casi un azumbre de líquidos (entre medio azumbre de sangre, otro tanto entre la orina, el sudor y los vapores de la respiración) y que estos debían ser repuestos o el paciente moría como ya lo habían visto en accidentados o reos condenados a muerte. Por lo menos había que reponer 2 cuartillos dentro de los vasos y dejar al doliente en observación antes de inyectar los otros 2, pero ya podíamos hacer que bebiese el suero rehidratante que dábamos a los que tenían el vientre suelto (en dos cuartillos de agua hervida disolver una cucharada de azúcar, una cucharadita de sal y una pizca de soda, otro producto que Pedro producía en Valencia). Le pedí a Pablo sus notas para examinarlas en casa, pero era importante que uno o dos se quedaran para tratar al paciente si es que había fiebre o cualquier otra molestia.
Regresé a casa pensando que una jeringa tan grande era inviable, especialmente en un hospital de campaña. Pesada y de manipulación difícil, exigía mucho esfuerzo del facultativo y necesariamente ata al herido un enfermero necesario en mil otros lados. Sin embargo, hasta no tener mangueras de goma, cualquier otra forma de administrar líquidos por la vena era simplemente impensable.
Así que Fadrique de Lujan! El sobrino de la más importante dama de compañía de la reina y una de las nobles con más alcurnia de todas las Españas; además de ser otro de los hijos que el democrático falo de Felipe IV había hecho por todos los estamentos sociales del reino. Y debía haber sido uno de los primeros hijos hechos por el monarca, pues el muchacho rondaba los 15 años. En fin, ya veremos en que termina esto!
Ya en casa al final de la tarde, vi que Leonor había desalado durante todo el día el bacalao, bueno abadejo. Como la pobre no sabía cocinar al vapor, improvisamos una vaporera con un plato tendido sobre un cuenco en una olla grande. Aparte hice una salsa con la emulsión de mostaza que siempre tenía en la despensa, miel y aceite de oliva de primera prensada. Cuando el agua estaba hirviendo y el pescado sin espinas, colocamos los lomos en el plato tendido y tapamos la olla. En un pestañeo estaba listo. Rico y dulce, como acostumbraban las grandes cortes del siglo anterior, pero también rápido. Eso junto con una terrina de jamón y vegetales que ya Leonor dominaba bien serían los entrantes. Sin embargo, no correría riesgos con el plato principal y encargue a la cocinera que hiciese un buen cochinillo al horno. Y por si no quedaban llenos (tudescos al fin!), una reserva de pasta a la crema estaría dispuesta!
La mañana del viernes, luego de atender dos pacientes en mi gabinete, la pase escribiendo una carta a Pedro. Se hacía necesaria una urgente unificación de medidas en las Españas, pues estas cambiaban no solo de reino a reino, sino incluso de comarca a comarca. Era un infierno la administración de las tierras y eso lo había experimentado con la distribución de guano y semillas: la vara valenciana era diferente a la vara matritense, que a su vez era distinta a la de Toledo, que no se parecía a la sevillana, y las cuatro anteriores más grandes que la que usaban en Barbastro! Peor era con las medidas de líquidos, pues había unas medidas para aceite y otras para vino. Y los pesos? Pues iban desde la libra gallega de Lugo o Pontevedra (diferentes entre si) de más de medio kilo (casi 600 g en realidad), a la aragonesa de Zaragoza que solo era de 350 g. Si a esto le sumamos las alcabalas, las sisas municipales, y el impuesto real, puedo comprender por qué el comercio interno hizo crisis con los últimos Austrias.
Cuando llegaron los Federmann, ya habían acudido los demás profesores y el capellán, mi asistente en un elegante traje nuevo de terciopelo negro y el otro Martin también con galas domingueras. Quise invitar también a Don Gonzalo de Luna, que venía con buenas noticias de Barbastro.
El almuerzo discurrió sin novedades, las terrinas se acabaron en un parpadeo y el abadejo, que fue muy celebrado también. Previsiblemente, la piece de resistance fue el cochinillo, que estaba tierno y crujiente. Y si, debimos servir también la pasta con crema de leche y jamoncitos de cordero en su jugo (un invento de Leonor que no quedo nada mal). El postre, que buena fama había dado a los fogones de mi casa, era el turrón de chocolate. La conversación se hizo más amena cuando pasamos los cordiales, chupitos de licor de almendras, la versión de Sánchez de Lima del amaretto.
- Don Francisco, vuestro abono de las Indias es una maravilla! El trigo está creciendo fuerte y hermoso en Barbastro – comento Alvarez de Luna.
- Me contento por eso Don Gonzalo, espero que la cosecha pueda dar tiempo para poder sembrar el cereal de las Indias.
- Si, recuerdo que disteis a las monjas una semilla diferente que al resto.
- El maíz de las monjas será para nuestro solaz, el de los otros es para alejar el hambre – respondí con una sonrisa.
- Donde aprendisteis a dar vuestro aliento así, joven? – preguntó la matrona germana dirigiéndose a mi ayudante.
Y antes que Martinico metiese la pata diciendo la verdad, le hice el quite.
- Aprendió este tipo de auxilio antes acompañarme a aliviar a su majestad el rey de un flemón.
Ante la respuesta y la mirada de aprobación de Gretchen y sus padres, el afortunado Martinico estaba tocando el cielo con su minuto de gloria.
- Don Fernando, decidme cómo van los cobros de los Fucares a la Corona? – pregunto Don Gonzalo a Federman.
- VM sabrá que nos abonan puntualmente, ni bien llega la plata de las Indias. Además de la plata de Guadalcanal y el azogue de Almaden.
- Pero la veta de Guadalcanal está agotada…
- Es cierto, pero Almaden la suple con ventaja.
- Entschuldigen Sie, Herr Federmann. – le dije en voz baja y de forma privada, casi maleducadamente todo hay que decirlo - sollten die alten Fugger millionen… (Disculpe, Sr. Federman, a los viejos Fúcares les deben millones…)
- Millionen? – dijo con un gesto como quitándole importancia- Ah, Silbermunzen! (millones? Ah, monedas de plata, reales).
- Nein. Herr Federmann. Goldmunzen, dukaten. 500 Millionen Dukaten.
- Le conto eso vuestro banquero genovés, Don Francisco – Me pregunto gravemente el tudesco, ante la mirada de sorpresa de todos.
- No, Don Fernando. No he hablado con ellos de la hacienda del reino.
- Don Segismundo ha de regresar a Ausburgo. Queda a cargo de la casa en Madrid nuestro cajero mayor, Don Andrés Hirus.
- Y vos? Regresáis a Alemania también?
- Deseo seguir en Almadén. Pero si la corona retira la concesión, o mis amos van a la bancarrota por no poder cobrar las deudas abonadas a la Santa Cruzada, deberemos marchar.
- Hombres de vuestra valía siempre son necesarios. Como don Gonzalo sabe, España necesita gente industriosa. Si vos deseáis asentar a vuestra familia en el reino, podemos encontrar una ocupación para que vuestros talentos no estén ociosos. Hace poco, un amigo vino de Santander…
La conversación fue súbitamente detenida por una imperiosa llamada a la puerta. Josefa le abrió a Álvaro que venía con un piquete de guardias. Luego de saludar a los presentes, me dijo.
- Francisco. Vuestra presencia es requerida en el Alcázar.
- La salud del rey? – pregunte – por suerte Martinico está aquí…
- No, no es el rey. Debéis acompañarme solo. La casa de la reina, o mejor dicho la depositaria de las llaves de la casa, la condesa de Paredes, desea conoceros ahora. Vivo, Francisco, vivo…
Sin embargo, no pude quedarme mucho tiempo, pues debía seguir llevando el guano a todos los lugares prometidos. Pedro estaría repartiéndolo en los alrededores de Valencia, Gonzalo de Luna hacía lo propio en sus tierras, con las monjitas y en Barbastro, en donde los terratenientes habían hecho oídos de nuestros ofrecimientos. Con ellos intentaríamos sacar dos cosechas de cereal, una de trigo y otra de maíz (eso sí, las monjitas recibirían el maíz de Tarma y del Valle del Urubamba, para comer el choclo más grande y hermoso aquende la Mar Océano, aunque de menor rendimiento), además de una de papas en los terrenos en barbecho. Y yo ya había entregado guano, maíz y patatas a la pequeña nobleza andaluza que se había interesado en el Guadalquivir, sobre todo en Lebrija, Utrera y San Leandro. Pero las agotadas tierras Tajo arriba cercanas a Toledo, en donde dos tercios de la tierra estaban en barbecho por dos o más años, eran un problema aparte. El acarreo en gabarras era difícil por lo encañonado del rio, e imposible en época de estío. Sinceramente, esperaba que el experimento resultase, pues el acarreo con acémilas estaba agotando rápidamente mi bolsa!
Al menos ya habían llegado semillas nuevas. De la Nueva España me habían llegado diversas variedades de frijoles, además de semillas de calabazas, chile habanero y de tomate. En tanto de Nueva Castilla, una buena provisión de hojas de coca, corteza de quina, semillas de rocoto, ají amarillo y ají colorado, almácigos de molle y de palta, diversas variedades de papas y de maíz. Del Brasil ya me habían llegado almácigos del pimentero de ese país, que espero ya se estuviesen aclimatando a Valencia. Los padres de Eustaquio habían accedido a sembrar pimientos y tomates, en sus tierras de Pozuelo.
Ah, Eustaquio! Fray Santiago era quien había hecho el milagro en tan poco tiempo. Pese a que aún tenía tics, los accesos de coprolalia eran cada vez más infrecuentes. Leía de corrido (de hecho, era lo que hacía en voz alta cada vez que sentía que “le venían” los tics), escribía con letra grande y redonda, para su edad conocía mucho de siembra y cría, y además tenía un oído estupendo, ya le había enseñado las primeras notas con la flauta dulce, pero a él le gusto más el piccolo, el viejo y querido pífano, que hasta que no se masifico el uso de los clarines, fue el instrumento militar por excelencia. Sus padres estaban maravillados, y desde Pozuelo hasta Ávila y Toledo, pasando obviamente por la Villa y Corte comentaban (y bien) de los informes que Isidro de Cuenca pasaba puntualmente al Arzobispado e informaba de los sorprendentes progresos del “poseso”.
Durante la ida y vuelta a Ávila hubo un pensamiento que rondaba mi cabeza: 10 hombres eran insuficientes para la protección del hospital, siendo apenas suficientes para guardar la botica y la impedimenta. Los camilleros, que también se debían ocupar de la limpieza, no podían hacer de guardias. Necesitábamos más soldados, y más mozos. Como no tenía experiencia en el asunto, decidí comentarlo una mañana de sábado con Álvaro, luego de entrenar esgrima en el patio de la casa:
- Habéis mejorado mucho, Francisco: podéis agujerear a cualquier moro, hereje o mal cristiano. Y recordad que a los moros no les gusta la punta.
- Me falta, aun me falta mucho, Álvaro. En batalla la esgrima es igual?
- A fe mía que no, Francisco! Ni remotamente. Es más rápida y brutal. A caballo uno no tiene oportunidad de dar uno o cuando más un par de tajos. A pie, debéis matar con lo que tengáis a mano… incluso con vuestro bordón de villano! Y por buena que sea la ropera que tenéis, no resistirá los rigores de la campaña.
- Creéis que 10 hombres sean suficientes para proteger el hospital?
- 10? Solo dentro de un castillo y para defender vuestra botica de vuestro propio ejército! –bufó el menor de los de Luna- No, necesitareis por lo menos una cincuentena, y deben ser mozos dedicados a las armas. Pensad, tenéis que cuidar la botica, vuestros caudales, la cocina y vuestro tren de bagaje, cuatro espadas os protegerán a vos, y Dios no lo quiera, todos a defender vuestro campo y vuestros heridos si la lucha nos es adversa o si la caballería enemiga entra por una brecha.
- Más de cincuenta hombres…
- Si, además de los mozos que sirven de criados y camilleros. Los cuales también deberán saber de armas, o sus guargueros serán mansamente ofrecidos a los cuchillos de nuestros enemigos. Y debéis tener banderas
- Banderas?
- Si, o si no como sabrán los camilleros donde estáis? Una bandera bien visible. Y no os olvidéis de la música. Nada recupera más la salud de un soldado herido que una buena escudilla llena de gachas calientes y oir los aires de su terruño lejano.
- Os hare caso, Álvaro. Vos sabéis de esto mejor que cualquiera que conozco.
- Vos también sabéis mucho de los grandes generales de antaño.
- Pero yo no he pisado el campo de batalla, y vos sí.
Sin embargo, al lunes siguiente, ni bien entraba en el estrecho local que nos servía de escuela, Maese Juan, el guardaespaladas que me acompaño a Valencia, me abordó:
- Don Francisco, estuve en vuestra casa hace unos días.
- Buscabais algo, Maese Juan?
- Acompañarlo de venida a la escuela o a donde debáis salir, Don Francisco. Mucho se habla de vos, y la envidia es pecado capital. Pude ver a vos y a Don Álvaro cruzar aceros.
- He mejorado mucho, Maese Juan –respondí ufano.
- No, señor. Vos sois un buen señor y un patrón de recibo, pero no peleáis bien con la espada. Tal vez con el bordón con el que practicáis con Fray Santiago pudieseis preservar vuestra vida, pero no con vuestra espada. En la calle seríais hombre muerto antes de lo que canta un gallo. Y vuestra justa fama como ya os dije ha convocado envidias.
- Que decís, Maese Juan?
- Venid, Don Francisco, practicad conmigo. Vos sabéis controlar la hoja y os movéis bien en círculos, tal como a un caballero sabe hacerlo. Pero dejad que os enseñe como pelean las espadas a sueldo. Venid…
Ni bien me puse en guardia, a la española con el brazo recto y ofreciendo el máximo alcance, Juan dio un tajo que elevo mi espada, avanzo dos pasos y dándose vuelta, tomo con su mano izquierda la mitad de su espada (Vamos! haciendo half swording tal como Talhoffer propugnaba en la Edad Media) se acercó y colocando la punta de su acero en mi abdomen me dijo “Don Francisco, estáis muerto. Conoced la torneada”
Nuevamente, nos pusimos en guardia, con un movimiento circular, desvió mi ropera y me vi con la punta de su ropera en la cara: “Don Francisco, estáis muerto. Conoced la garatuza! En guardia VM!”
Ya era frustrante! Con un repentino golpe de la mano izquierda libre, desvió mi espada en tanto su acero apuntaba a mi pecho: “Ea, Don Francisco! Otra vez estáis muerto! Habéis conocido el bofetón!”
Así me tuvo media hora, me mató más de una docena de veces, finalmente en el último lance, me soltó la capa encima de la cabeza y sentí que me pinchaba a la vez que me decía: “Albricias, Don Francisco! Ahora habéis conocido a la encapada, que también os ha matado!”
- Donde habéis aprendido a pelear así, Maese Juan?
- En la calle, donde más?, VM. Y si tengo la edad que tengo, es porque el que ciñe la espada que os cuida las espaldas no es manco.
- Todos esos lances son de muerte.
- Solo para el que no los conoce. Todos estos lances tienen sus contrarios y vos los aprenderéis.
Al ver que el ruido de los aceros cruzándose había convocado a buena cantidad de alumnos curiosos, me avine a preguntarle si había enseñado esos lances a los muchachos.
- Solo lo necesario para que no mueran en el campo de batalla. Para que no tengan miedo si es que un infiel o un hereje viene con cara de perro a querer tomar sus vidas.
- Están ya preparados?
- No, aún están verdes. Algunos aprenderán, pero otros es mejor que jamás toquen una espada. Yo os iré diciendo como van sus progresos.
Estaba terminando con Maese Juan cuando apareció un carruaje doblando la esquina, junto a un rubicundo jinete en una jaca de estupendo porte.
- Sois vos Don Francisco Sánchez de Lima?
- A vuestras órdenes – respondí, notando un dejo extranjero en su castellano- Os conozco?
- No, aun no. Pero debéis de saber que contáis con mi gratitud y la de mi familia. Soy Ferdinando Féderman, de Ausburgo. Vos salvasteis la vida de mi mujer y de mi hija en el incendio de la calle de los Tudescos.
Recordaba a una mujer, rubicunda y robusta como él, a la que le hicimos curas sucesivas, pues tuvo quemaduras en buena parte de la espalda, pero no recordaba a ningún joven, ni quemada ni amputada. Tampoco recordaba al germano, que tal vez se encontraba entre los contusos a los que apenas dedicamos atención.
- Dad gracias a la Divina Providencia, VM. Tanto nosotros como los matafuegos estamos para servir.
- Mi mujer se quemó toda la espalda, pero apenas hizo fiebres durante la semana que estuvo delicada y vi el celo con el que cuidaban sus heridas. Mi hija Margarita, aquí presente, salvo su vida al recibir auxilio de otro de sus ayudantes.
Del carruaje bajo una hermosa jovencita, pelirroja y, como no, también rubicunda como Herr Federmann. La chica auxiliada por Martinico! Llame de inmediato a mis auxiliares más cercanos.
- Él fue quien asistió a su hija, Don Fernando. Es el futuro cirujano militar Martin Núñez. Y este joven, es quien me asistió en a mí la intervención de Frau Federmann –dije esto recalcando el “frau”, para darle a entender que también conocía su lengua- el también futuro cirujano militar Martin de Alcántara.
- Si, a todos ellos vi diligentes en sus oficios. Muchos de los que estábamos en el incendio eran germanos como yo. Y gracias a vuestros afanes, solo tuvimos que llorar a dos. Uno de los cuales se hubiese salvado de haber accedido a perder la pierna.
- Estáis muy lejos de Ausburgo, Herr Federmann.
- Soy encargado de las minas de Almadén, Don Francisco.
- Por encargo de los Fugger, Don Fernando?
- En realidad, por uno de sus herederos, Freiherr Sigmund Hinderofen, Don Francisco. Vos debéis de saber que las minas de Guadalcanal ya no son productivas, pero las de Almadén siguen brindando azogue a manos llenas, y su Católica Majestad aun nos da la concesión.
- Una conversación con vos será interesante, Herr Federmann, si aceptáis ser invitado en mi mesa.
- El incendio alteró nuestra estancia en Madrid, y ni hoy ni mañana podremos atender vuestra invitación, pero acepto con alegría vuestra generosidad para el viernes, si es que vuestros asuntos os lo permiten. Os pido que aceptéis este presente mío y de los demás germanos que salvasteis – dijo entregándome un cofrecillo discreto – y dándole una bolsa a Martinico le dijo – y vos tenéis la gratitud de un padre que ha visto como se arrancaba a su hija de las garras de la muerte.
Despedí a los Federmann y me dirigí con mi asistente a mi diminuto despacho para ver lo que me habían dado los germanos. Mierda! En mi caja relucían 5 monedas húngaras con el efigie de Fernando III, nada menos que 5 enormes piezas de 100 ducados! Además de oír el tintineo de otras muchas otras monedas de oro de varias cecas europeas. La bolsa de Martin no era menos generosa, pues además de taleros de Bohemia, había varios ducados genoveses y venecianos, y no pocos escudos castellanos.
- Albricias, Martinico! Sois un joven próspero! A fe mía que nunca un beso a un gorrino ha sido tan provechoso!
- Ja, ja, ja! Es cierto! Practique con el verraco rey de los herejes! - Rió con ganas el muchacho, dueño súbitamente de una pequeña fortuna.
- Además, la tudesquita no os quitaba los ojos de encima! Os habéis dado cuenta de eso, zagal? Habréis de aprender esa lengua gutural.
- Es muy difícil, Don Francisco?
- Más difícil que la lengua de los herejes de la isla, o de los Países Bajos. Pero bastante menos que la que habla Fray Santiago! No os preocupéis! os bastará con que sepáis decirle en el momento adecuado “Ich liebe dich”... Sabéis, Martinico, con estos dineros, si lo deseáis, podéis estudiar para médico en Salamanca.
- No, Don Francisco. Deseo ser cirujano militar, y después tener un gabinete de dentista como el vuestro. A los médicos de Salamanca se le mueren más dolientes que a vos!
- Gracias por vuestra lealtad, muchacho! Lo decía no por alejaros de mí, sino pensando en vuestro prestigio. Los cirujanos aun somos tenidos como oficio menor.
- Dios hará que eso cambie, cuando el rey nos envié a la guerra! - Me dijo Martin con un brillo emocionado en los ojos- ya lo vera Don Francisco!
- Eso es lo que me temo, Martinico. Que debamos demostrar nuestra valía en una guerra…
Decidí que la mitad de los 900 ducados que me habían obsequiado serian para el equipamiento del hospital de campaña. Pero los otros serian prorrateados entre profesores, alumnos, enfermeros, camilleros y mozos. Todos recibirían su parte de acuerdo a su empleo. También los 4 guardianes serian recompensados, pues pensaba (y con razón) que compartir la súbita prosperidad de la Escuela con todos sus miembros obraría beneficiosamente en la camaradería y espíritu de cuerpo.
Ni bien se estaban apagando los vítores en la Escuela, cuando llego, ciertamente con varias semanas de retraso, el cargamento que me enviaba el Maestro Laínez desde Cadalso de los Vidrios.
- Habéis demorado su llegada, pareciese que Cadalso queda ahora más lejos!
- No, Don Francisco! Perdonad nuestra demora, pero el Maestro Laínez nos advirtió que debíamos hacer el camino despacio, para que este envío llegase a salvo, aunque no a tiempo.
- Tomad, buenos hombres –dije alargándoles unos reales- comed y tomad para reparar fuerzas, y cuando regreséis a Cadalso llevad mi saludo al buen maestro.
Ya los mozos habían llevado las cajas cuidadosamente embaladas en paja al depósito de la botica. Con mucho cuidado, abrí una de ellas y examine el producto que Laínez me enviaba. Un jeringón! Nunca había tenido en mis manos una inyectadora de medio litro, pero el embolo corría suavemente y no perdía agua. Las paredes eran gruesas, resistentes, y eso se notaba en el peso: No sería fácil manipularla llena.
De regreso a casa con Martin, pedí que las 4 espadas me acompañasen. Pues estábamos cargados de dinero, justamente por eso fue que primero recalamos en las dependencias de Vicente Squarzafigo, el banquero genovés con el que regularmente hacia mis transacciones. Los 500 ducados de la escuela, y los casi 40 de Martin serian depositados a un plazo fijo de un año, pero pese a que los intereses eran menos generosos, serian abonables cada mes, así mi joven ayudante desterraría las estrecheces de su vida, pero tampoco se descapitalizaría.
Luego despedí a los guardaespaldas y a Martin, y me dirigí solo a casa. Tenía tanto en que pensar! En primer lugar, intentar recordar cómo estaban las finanzas de los Fugger en 1633, pues sabía que para el reinado de Felipe IV la solidez de los banqueros de Ausburgo dejaba mucho que desear. En segundo término, que intenciones tenían Federmann y los germanos. El encargado además de ser un administrador competente, era lo que en tiempos más cercanos a los míos se conocería como un ingeniero de minas, y un plantel de técnicos entrenados (y los checos y alemanes eran, en minería, de lo mejor de Europa) siempre es un factor a ser tenido en cuenta.
También tenía que hacer un protocolo de reposición volémica. Incluso sin trasfundir sangre, un volumen completo de sangre diluida podría mantener vivo al paciente. 2 litros como máximo, y eso ya era demasiado. 2 litros en 24 horas. Son 8 cuartillos! 8 de esos jeringones, cada uno de los cuales debía ser vaciado en 3 horas. Resistirán las venas tanto maltrato?
Diablos! También tenía que tener listo un concierto para dentro de un par de meses, que el rey pensaba dar un espectáculo de fuegos artificiales a la corte. Felipe IV se mostraba generoso, pues desde que escuchó “mis” composiciones de Pachelbel y Albinioni, me estaba pagando 2500 reales por obra. Había pensado plagiar a Haendel, la Suite en Re Mayor de Water Music. Para espacios abiertos, la fanfarria de trompas y cornetas deberian sonar como era habitual con Haendel: Extraordinariamente bien!
Estaba pensando ya que le daría de comer dentro de tres días a mis próximos invitados alemanes, cuando tocaron la puerta del estudio y al abrir vi que Encarnación me traía una bandeja con una crema ligera de verduras, unas lonchas de jamón cocido, pan y vino.
- Don Francisco, Leonor os envía esto, que es lo que coméis cuando estais aquí encerrado, pues no habéis probado bocado aun.
- Gracias, muchacha! Vosotras abajo me cuidáis demasiado! Regresad… Pero primero decidme si en esta época del año se consigue bacalao en los mercados?
- Bacalao, señor?
- Si, ese pescado blanco y que viene salado desde Santander, Santoña o Galicia.
- Ah, vos os réferis al abadejo salado! Aquí en Castilla se conoce así, pero sé que en otras comarcas la llaman truchuela. Si, VM, ese pescado se consigue todo el año, lo que varía es el precio.
- Habéis probado algún plato que haga Leonor con pescado?
- No, señor. Pocas veces comemos pescado abajo.
- Mañana os daré una lista para el mercado. Os adelanto que comeremos abadejo.
Pase el resto de la tarde y buena parte de la noche esperando que se destilase un azumbre de agua. Lo mezcle cuidadosamente con sal y distribuí la solución salina en 8 frascos de boca ancha con tapa de vidrio y mecanismo de cierre. Los pase por bañomaría para esterilizarlos y esperar que el suero resultante no produjese fiebre cuando tuviese que utilizarlo. Me acosté cansado, pues el día había sido “interesante”.
El martes fue un dia tranquilo, pero para variar, no toda la semana fue así, pues a primera hora del Miércoles, Álvaro llego a la escuela con un jinete pálido como la cera:
- Ea, Álvaro! A quien traéis con vos? …Está muy malherido.
- Es un compañero de la guardia española, lo acaban de herir en San Gines. Podéis salvarlo?
- Veré que se puede hacer, vos sabéis que es voluntad de Dios.
- Hacedlo presto!
No tenía heridas profundas en el torso, o el abdomen. Pero si un corte en la pierna que había cortado la femoral parcialmente. Por eso había podido llegar con vida. La sangre salía a borbotones por el corte, pero la arteria no estaba seccionada. Había corrido con suerte, pues una pulgada más y ya sería cadáver.
- Martin y Miguel, preparad el equipo básico. Y el equipo de suturas y ligaduras completo.
- Pablo, llevad un registro escrito de lo que hacemos, de todo.
- Muchachos poned al doliente en la camilla. Limpiad el brazo con agua, jabón y orujo.
- Ahora Martin, recordáis de que sabor es la sangre?
- Si, Don Francisco. Y es menester reponer la cantidad perdida de sangre con agua salada.
- Es lo que haremos. Traed las 8 frascas con tapa, 2 de las jeringas grandes que nos enviaron el lunes desde Cadalso y 2 de las agujas gruesas con cazoleta que hizo vuestro tío que ya están pasadas por la olla.
- José! Hablad con el herido! No dejéis que deje de hablar y menos que se ponga a dormir!
- Miguel, ayudadme a hacer el torniquete. No, ahí no nos sirve! Comprimid la arteria más alto, a la altura de la ingle! Mantened apretado el vaso mientras yo lo intento pinzar. Bien! Fijaos que el chorro de sangre disminuye! Ahora, ayudadme a secar con esas gasas que voy a suturar el vaso. Secad más, que no veo bien! Eso está mejor! …Hecho esta! Despacio, abrid la pinza sin soltar la arteria.
En tanto, mientras Miguel limpiaba la herida, le enseñaba a Martin como cargar el jeringón con suero, colocar la aguja y ponerla como vía en la vena basílica del brazo.
- Ahora Martin, tenéis que tener paciencia. En tres horas debéis de vaciar el contenido del jeringón en el doliente. Recordad! En tres horas. Después reemplazareis a Pablo con las notas y él os reemplazara a vos. Utilizad el reloj que el Maestro Otamendi hizo para conocer el paso del tiempo.
Fui con Álvaro, ahora la suerte del paciente ya no dependía de nosotros.
- Y bien, quien es el herido?
- Como os dije, un buen compañero de la guardia española.
- De la guardia amarilla? No sois buen mentiroso, Alvaro! Si es un zagal apenas! Acaso no tiene nombre?
- Es un “hijo de la tierra”
- Vamos, hombre! Otro hijo de nuestra católica majestad?
- Ea! Sed más discreto! Sí. Del rey con Luisa de Lujan…
- La prima menor de la Condesa de Paredes?
- No os hagáis el tonto! Acaso conocéis otra Lujan?
- No, pero pensaba que había tomado los votos…
- Y nuestro rey cuando se ha frenado por un hábito?
- Y que haceis vos con él?
- Su tía me pidió que velase por su vida. Se escapó al callejón de San Ginés con las primeras luces de hoy
- Un lance de honor entonces?
- Y hasta de traición. Quien lo provocó ofendió la dignidad de la corona. Ahora está en una paila con el Maligno despachado por vuestro doliente. Pero con la daga de la mano izquierda alcanzo a herirlo en la pierna. Fue una mala herida, no?
- Sí. Un dedo más profunda, o una pulgada más abajo y también vuestro protegido seria cadáver. Es demasiado joven para jugar con espadas.
- A su edad sabe más de espadas que vos de dientes. Se salvara?
- No lo sé. Es un crio fuerte y ya del tamaño de un hombre, pero es primera vez que intento esto.
- Mi quijada también fue la primera que enderezabais.
- Pero vuestra vida nunca estuvo amenazada.
- Cuando lo sabréis?
- Cuando haya repuesto por lo menos dos cuartillos. Estoy reemplazando la sangre perdida, que es casi medio azumbre, con agua salada.
- Por qué con agua salada?
- No os hagáis el tonto –respondí la puya previa de mi amigo con una sonrisa- acaso no habéis probado el sabor de la sangre?
- Vos os estáis burlando de mí!
- No! Álvaro, os estoy hablando totalmente en serio!
A las 5 horas me llamaron los alumnos, el paciente no había perdido la conciencia ni un momento. Aún estaba pálido, la piel un tanto fría pero no húmeda, el pulso no se le había acelerado substancialmente; la respiración aunque más rápida, era profunda. Decidí que deberíamos cambiar de brazo para seguir reponiendo el suero. Cuando quiete la aguja del brazo y le puse una gasa embebida en orujo en el hueco del codo, sentí que la otra mano se posaba en mi hombro y una voz que no había terminado de dejar la infancia me agradecía.
- Gracias. Don Francisco! Es cierto lo que la gente habla de los cirujanos de Sánchez de Lima.
- Cirujanos militares, pero la gente habla demasiado Señor…
- Fadrique de Lujan.
- Callaos, Don Fadrique. Reponed vuestras fuerzas. Y dadme el otro brazo que debemos pincharlo ahí también!
- Tomadlo, pero en lugar de esas frascas he de confesaros que prefiero un cuartillo de vino de San Lucar.
- Todos aquí también! Vuestro brazo ya!
Recién a las doce horas, pudimos ver que el paciente estaba fuera de peligro. Les explique a los muchachos que el doliente había perdido casi un azumbre de líquidos (entre medio azumbre de sangre, otro tanto entre la orina, el sudor y los vapores de la respiración) y que estos debían ser repuestos o el paciente moría como ya lo habían visto en accidentados o reos condenados a muerte. Por lo menos había que reponer 2 cuartillos dentro de los vasos y dejar al doliente en observación antes de inyectar los otros 2, pero ya podíamos hacer que bebiese el suero rehidratante que dábamos a los que tenían el vientre suelto (en dos cuartillos de agua hervida disolver una cucharada de azúcar, una cucharadita de sal y una pizca de soda, otro producto que Pedro producía en Valencia). Le pedí a Pablo sus notas para examinarlas en casa, pero era importante que uno o dos se quedaran para tratar al paciente si es que había fiebre o cualquier otra molestia.
Regresé a casa pensando que una jeringa tan grande era inviable, especialmente en un hospital de campaña. Pesada y de manipulación difícil, exigía mucho esfuerzo del facultativo y necesariamente ata al herido un enfermero necesario en mil otros lados. Sin embargo, hasta no tener mangueras de goma, cualquier otra forma de administrar líquidos por la vena era simplemente impensable.
Así que Fadrique de Lujan! El sobrino de la más importante dama de compañía de la reina y una de las nobles con más alcurnia de todas las Españas; además de ser otro de los hijos que el democrático falo de Felipe IV había hecho por todos los estamentos sociales del reino. Y debía haber sido uno de los primeros hijos hechos por el monarca, pues el muchacho rondaba los 15 años. En fin, ya veremos en que termina esto!
Ya en casa al final de la tarde, vi que Leonor había desalado durante todo el día el bacalao, bueno abadejo. Como la pobre no sabía cocinar al vapor, improvisamos una vaporera con un plato tendido sobre un cuenco en una olla grande. Aparte hice una salsa con la emulsión de mostaza que siempre tenía en la despensa, miel y aceite de oliva de primera prensada. Cuando el agua estaba hirviendo y el pescado sin espinas, colocamos los lomos en el plato tendido y tapamos la olla. En un pestañeo estaba listo. Rico y dulce, como acostumbraban las grandes cortes del siglo anterior, pero también rápido. Eso junto con una terrina de jamón y vegetales que ya Leonor dominaba bien serían los entrantes. Sin embargo, no correría riesgos con el plato principal y encargue a la cocinera que hiciese un buen cochinillo al horno. Y por si no quedaban llenos (tudescos al fin!), una reserva de pasta a la crema estaría dispuesta!
La mañana del viernes, luego de atender dos pacientes en mi gabinete, la pase escribiendo una carta a Pedro. Se hacía necesaria una urgente unificación de medidas en las Españas, pues estas cambiaban no solo de reino a reino, sino incluso de comarca a comarca. Era un infierno la administración de las tierras y eso lo había experimentado con la distribución de guano y semillas: la vara valenciana era diferente a la vara matritense, que a su vez era distinta a la de Toledo, que no se parecía a la sevillana, y las cuatro anteriores más grandes que la que usaban en Barbastro! Peor era con las medidas de líquidos, pues había unas medidas para aceite y otras para vino. Y los pesos? Pues iban desde la libra gallega de Lugo o Pontevedra (diferentes entre si) de más de medio kilo (casi 600 g en realidad), a la aragonesa de Zaragoza que solo era de 350 g. Si a esto le sumamos las alcabalas, las sisas municipales, y el impuesto real, puedo comprender por qué el comercio interno hizo crisis con los últimos Austrias.
Cuando llegaron los Federmann, ya habían acudido los demás profesores y el capellán, mi asistente en un elegante traje nuevo de terciopelo negro y el otro Martin también con galas domingueras. Quise invitar también a Don Gonzalo de Luna, que venía con buenas noticias de Barbastro.
El almuerzo discurrió sin novedades, las terrinas se acabaron en un parpadeo y el abadejo, que fue muy celebrado también. Previsiblemente, la piece de resistance fue el cochinillo, que estaba tierno y crujiente. Y si, debimos servir también la pasta con crema de leche y jamoncitos de cordero en su jugo (un invento de Leonor que no quedo nada mal). El postre, que buena fama había dado a los fogones de mi casa, era el turrón de chocolate. La conversación se hizo más amena cuando pasamos los cordiales, chupitos de licor de almendras, la versión de Sánchez de Lima del amaretto.
- Don Francisco, vuestro abono de las Indias es una maravilla! El trigo está creciendo fuerte y hermoso en Barbastro – comento Alvarez de Luna.
- Me contento por eso Don Gonzalo, espero que la cosecha pueda dar tiempo para poder sembrar el cereal de las Indias.
- Si, recuerdo que disteis a las monjas una semilla diferente que al resto.
- El maíz de las monjas será para nuestro solaz, el de los otros es para alejar el hambre – respondí con una sonrisa.
- Donde aprendisteis a dar vuestro aliento así, joven? – preguntó la matrona germana dirigiéndose a mi ayudante.
Y antes que Martinico metiese la pata diciendo la verdad, le hice el quite.
- Aprendió este tipo de auxilio antes acompañarme a aliviar a su majestad el rey de un flemón.
Ante la respuesta y la mirada de aprobación de Gretchen y sus padres, el afortunado Martinico estaba tocando el cielo con su minuto de gloria.
- Don Fernando, decidme cómo van los cobros de los Fucares a la Corona? – pregunto Don Gonzalo a Federman.
- VM sabrá que nos abonan puntualmente, ni bien llega la plata de las Indias. Además de la plata de Guadalcanal y el azogue de Almaden.
- Pero la veta de Guadalcanal está agotada…
- Es cierto, pero Almaden la suple con ventaja.
- Entschuldigen Sie, Herr Federmann. – le dije en voz baja y de forma privada, casi maleducadamente todo hay que decirlo - sollten die alten Fugger millionen… (Disculpe, Sr. Federman, a los viejos Fúcares les deben millones…)
- Millionen? – dijo con un gesto como quitándole importancia- Ah, Silbermunzen! (millones? Ah, monedas de plata, reales).
- Nein. Herr Federmann. Goldmunzen, dukaten. 500 Millionen Dukaten.
- Le conto eso vuestro banquero genovés, Don Francisco – Me pregunto gravemente el tudesco, ante la mirada de sorpresa de todos.
- No, Don Fernando. No he hablado con ellos de la hacienda del reino.
- Don Segismundo ha de regresar a Ausburgo. Queda a cargo de la casa en Madrid nuestro cajero mayor, Don Andrés Hirus.
- Y vos? Regresáis a Alemania también?
- Deseo seguir en Almadén. Pero si la corona retira la concesión, o mis amos van a la bancarrota por no poder cobrar las deudas abonadas a la Santa Cruzada, deberemos marchar.
- Hombres de vuestra valía siempre son necesarios. Como don Gonzalo sabe, España necesita gente industriosa. Si vos deseáis asentar a vuestra familia en el reino, podemos encontrar una ocupación para que vuestros talentos no estén ociosos. Hace poco, un amigo vino de Santander…
La conversación fue súbitamente detenida por una imperiosa llamada a la puerta. Josefa le abrió a Álvaro que venía con un piquete de guardias. Luego de saludar a los presentes, me dijo.
- Francisco. Vuestra presencia es requerida en el Alcázar.
- La salud del rey? – pregunte – por suerte Martinico está aquí…
- No, no es el rey. Debéis acompañarme solo. La casa de la reina, o mejor dicho la depositaria de las llaves de la casa, la condesa de Paredes, desea conoceros ahora. Vivo, Francisco, vivo…
La verdad nos hara libres
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