Un soldado de cuatro siglos
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- Ubicación: Hoy en mañolandia, mañana ya veremos
Un soldado de cuatro siglos
Memorias
…nunca hasta entonces me había sentido tan humillado como en ese momento. Olivares había decidido hacer la paz con el turco desoyendo tanto mis consejos como el del resto de generales presentes en el consejo de guerra. De nada valió que Oquendo porfiase por emplear el verano en buscar y destruir la flota otomana. El valido del Rey había visto la oportunidad de cerrar un frente y pretendía aprovecharlo. Y no es que yo no desease reducir el número de enemigos de España. Un número que no dejaba de aumentar tras la entrada en la guerra de las Provincias Unidas y el ataque sueco a Baviera.
Quería reducir el número de enemigos, pero quería hacerlo en nuestras condiciones. Sabía ya entonces, y así se lo hice saber a todos los presentes en aquel consejo de guerra, que una paz con el turco antes de destruir su flota, dejaría un enemigo intacto a nuestra espalda. Aun peor, incluso el precio dado a aquella paz, un millón de ducados anuales durante diez años, se me antojaba ridículo, una miseria que no afectaría a las arcas del sultán y le permitiría emplear esos diez años en reforzarse y convertirse en una amenaza aún mayor.
Sin embargo lo peor no era eso. Lo peor era que no contento con esa paz, la flota sería ahora empleada para viajar a Constantinopla a recoger los caudales prometidos, aprovechando ese viaje para llevar abastecimientos a Alejandría. No pude sino sentir que estábamos dando paso tras paso hacia el precipicio. No solo estábamos firmando una mala paz, sino también estábamos perdiendo la oportunidad de acabar con la rebelión en Cataluña con rapidez.
Qué habría de pasar en el futuro no podía saberlo. Pero no era difícil adivinar que los catalanes se harían más fuertes con el apoyo del oro de Richelieu. Un oro que también podía estar detrás de la rebelión de Parma y la nueva ofensiva sueca. Pareciera que nos crecían los enanos por nuestra propia cortedad de miras, y para empeorarlo todo ahora habíamos elegido pan para hoy…veríamos si hambre para mañana.
Tras una última advertencia a su majestad me hice a la mar para ir a cobrar las deudas de la Sublime Puerta…
…nunca hasta entonces me había sentido tan humillado como en ese momento. Olivares había decidido hacer la paz con el turco desoyendo tanto mis consejos como el del resto de generales presentes en el consejo de guerra. De nada valió que Oquendo porfiase por emplear el verano en buscar y destruir la flota otomana. El valido del Rey había visto la oportunidad de cerrar un frente y pretendía aprovecharlo. Y no es que yo no desease reducir el número de enemigos de España. Un número que no dejaba de aumentar tras la entrada en la guerra de las Provincias Unidas y el ataque sueco a Baviera.
Quería reducir el número de enemigos, pero quería hacerlo en nuestras condiciones. Sabía ya entonces, y así se lo hice saber a todos los presentes en aquel consejo de guerra, que una paz con el turco antes de destruir su flota, dejaría un enemigo intacto a nuestra espalda. Aun peor, incluso el precio dado a aquella paz, un millón de ducados anuales durante diez años, se me antojaba ridículo, una miseria que no afectaría a las arcas del sultán y le permitiría emplear esos diez años en reforzarse y convertirse en una amenaza aún mayor.
Sin embargo lo peor no era eso. Lo peor era que no contento con esa paz, la flota sería ahora empleada para viajar a Constantinopla a recoger los caudales prometidos, aprovechando ese viaje para llevar abastecimientos a Alejandría. No pude sino sentir que estábamos dando paso tras paso hacia el precipicio. No solo estábamos firmando una mala paz, sino también estábamos perdiendo la oportunidad de acabar con la rebelión en Cataluña con rapidez.
Qué habría de pasar en el futuro no podía saberlo. Pero no era difícil adivinar que los catalanes se harían más fuertes con el apoyo del oro de Richelieu. Un oro que también podía estar detrás de la rebelión de Parma y la nueva ofensiva sueca. Pareciera que nos crecían los enanos por nuestra propia cortedad de miras, y para empeorarlo todo ahora habíamos elegido pan para hoy…veríamos si hambre para mañana.
Tras una última advertencia a su majestad me hice a la mar para ir a cobrar las deudas de la Sublime Puerta…
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
- reytuerto
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- Ubicación: Caracas, Venezuela
Un soldado de cuatro siglos
Archivo General de Simancas
Inventarios antiguos, Autógrafos y notables
Correspondencia entre D. Francisco de Lima y D. Pedro Llopis Marques del Puerto.
___________________________________________________________________________________________
Dn. Pedro Llopis, Marques del Puerto.
Muy estimado amigo:
Espero que esta carta os encuentre con bien, a vos y a vuestras empresas y afanes, que también son los míos.
Debéis saber los mil y un quebrantos que viví al distribuir semillas y abono en diferentes comarcas del Reino. Es menester acometer a la brevedad lo conversado en Valencia la última vez que nos vimos. Vos podéis utilizar los servicios del sabio Galileo Galilei para que verifique los cálculos que hicimos con las medidas astronómicas disponibles, y si es factible, que de por buena lo que he denominado “vara real” (la medida que nosotros acodamos llamar con el termino griego "metro"), y que verifique igualmente su correspondencia con 100 “centivaras”, es decir, centi-metros en nuestra particular jerigonza.
Envió para vuestra consideración las siguientes tablas de equivalencia. He decido mantener algunas denominaciones y unidades para hacer más fluida la transición. El único inconveniente para el sistema de múltiplos de 10 que os envió, es la milla marina, de gran arraigo entre la gente de mar de España y el mundo. He decidido dejarla sin tocar, al igual que la legua de mar. Otro problema es con el pie, medida muy extendida, pero que corresponde a un número incomodo, pues la he establecido en un tercio de la vara.
Unidades de Área /Ratio /Valor
Caballería Real o Milla Real Cuadrada /1000000 /1000000 m² (1 km²) Principal medida en asuntos internacionales
Yugada /100000 /100000 m²
Fanegada o Cuerda Cuadrada /10000 /10000 m² (1 ha) Principal medida en agricultura
Vara Real Cuadrada /1 /1 m²
Unidades de Longitud /Ratio /Valor
Legua Real /10000 /10 kv
Milla Marina / /1852 varas reales
Kilovara o Milla Real /1000 /1 kv
Cuerda /100 /100m
Estadal /10 /10 m
Braza /2 /2 m
Vara Real Española /1 /100 cm
Nuevo Codo / 1/2 /50 cm
Pie Real / 1/3 /33.33cm
Palmo / 1/5 /20 cm
Pulgada Real / 1/50 /2 cm
Centivara / 1/100 /1 cm
Milivara / 1/1000 /1 mm
Unidades de Peso /Ratio / Valor
Tonelada /1000 /1000 kg
Quintal /50 /50 kg
Arroba /10 /10 kg
Peso Real Español /1 /1000 g El Peso Real equivale a una Botella real de agua destilada.
Libra Real / 1/2 /500 g
Marco / 1/4 / 250 g
Décimo / 1/10 /100 g
Onza Real / 1/40 / 25g
Adarme / 1/200 / 5 g
Tomín o Milipeso / 1/1000 / 1 g : El Tomin equivale a una cetivara cubica de agua destilada.
Unidades de Capacidad Líquidos / Ratio / Valor
Moyo / 200 / 200 lt
Cantara o Arroba / 20 / 20 lt
Azumbre /2 / 2000 cc
Botella Real / 1 /1000 cv cubica (cc)
Botella común / 3/4 / 750 cc
Cuartillo / 1/2 / 500 cc
Copa / 1/8 / 125 cc
Onza Fluida / 1/40 / 25 cc
Tomin Fluido/ 1/1000 / 1 cc
Unidades de Capacidad Áridos /Ratio /Valor
Cahiz /500 /500 lt
Fanega /50 /50 lt
Cesto /5 /5 lt
Celemín Real / 1 / 1000 cv cubica (cc)
Medio / 1/2 / 500 cc
Taza / 1/4 / 250 cc
Los cirujanos militares están próximos a poder servir en campana. He de comunicarle que estamos reponiendo con éxito suero salino a los pacientes parcialmente desangrados: eso, con la gracia de Dios, salvara vidas de vuestros soldados heridos en el campo de batalla. Sugiero que el hospital embarque cuando fuese menester, en uno o dos buques de la Compañía Santa Apolonia, y si el San Cosme está disponible, mejor! He sido autorizado a levantar una compañía de hombres de armas para la protección del hospital de campaña. Os suplico que envíes alguno de vuestros sargentos para que mis levas sean entrenadas de forma moderna.
He tomado la precaución de encargar granadas, picas, espadas, bredas y mosquetes. También estoy probando voladores explosivos nuevos, artilugios sin rabo y de mayor alcance (sé que vos tenéis de estos artefactos mochos, pero la cabeza de guerra de mis artefactos llevan una sorpresa desagradable para los enemigos del reino), y a fe mia, son mejores que los que tienen los otomanos.
Agradeceré una nueva provisión de lejía y del agua blanqueadora, así como de soda. Espero que pronto empecéis a fabricar los conservantes de los que hablamos en la última misiva. Enviadme los costos, para deducirlos de la forma acostumbrada.
Me despido con un abrazo, Dios preserva vuestro bien. Vuestro amigo y servidor.
Fco.
Inventarios antiguos, Autógrafos y notables
Correspondencia entre D. Francisco de Lima y D. Pedro Llopis Marques del Puerto.
___________________________________________________________________________________________
Dn. Pedro Llopis, Marques del Puerto.
Muy estimado amigo:
Espero que esta carta os encuentre con bien, a vos y a vuestras empresas y afanes, que también son los míos.
Debéis saber los mil y un quebrantos que viví al distribuir semillas y abono en diferentes comarcas del Reino. Es menester acometer a la brevedad lo conversado en Valencia la última vez que nos vimos. Vos podéis utilizar los servicios del sabio Galileo Galilei para que verifique los cálculos que hicimos con las medidas astronómicas disponibles, y si es factible, que de por buena lo que he denominado “vara real” (la medida que nosotros acodamos llamar con el termino griego "metro"), y que verifique igualmente su correspondencia con 100 “centivaras”, es decir, centi-metros en nuestra particular jerigonza.
Envió para vuestra consideración las siguientes tablas de equivalencia. He decido mantener algunas denominaciones y unidades para hacer más fluida la transición. El único inconveniente para el sistema de múltiplos de 10 que os envió, es la milla marina, de gran arraigo entre la gente de mar de España y el mundo. He decidido dejarla sin tocar, al igual que la legua de mar. Otro problema es con el pie, medida muy extendida, pero que corresponde a un número incomodo, pues la he establecido en un tercio de la vara.
Unidades de Área /Ratio /Valor
Caballería Real o Milla Real Cuadrada /1000000 /1000000 m² (1 km²) Principal medida en asuntos internacionales
Yugada /100000 /100000 m²
Fanegada o Cuerda Cuadrada /10000 /10000 m² (1 ha) Principal medida en agricultura
Vara Real Cuadrada /1 /1 m²
Unidades de Longitud /Ratio /Valor
Legua Real /10000 /10 kv
Milla Marina / /1852 varas reales
Kilovara o Milla Real /1000 /1 kv
Cuerda /100 /100m
Estadal /10 /10 m
Braza /2 /2 m
Vara Real Española /1 /100 cm
Nuevo Codo / 1/2 /50 cm
Pie Real / 1/3 /33.33cm
Palmo / 1/5 /20 cm
Pulgada Real / 1/50 /2 cm
Centivara / 1/100 /1 cm
Milivara / 1/1000 /1 mm
Unidades de Peso /Ratio / Valor
Tonelada /1000 /1000 kg
Quintal /50 /50 kg
Arroba /10 /10 kg
Peso Real Español /1 /1000 g El Peso Real equivale a una Botella real de agua destilada.
Libra Real / 1/2 /500 g
Marco / 1/4 / 250 g
Décimo / 1/10 /100 g
Onza Real / 1/40 / 25g
Adarme / 1/200 / 5 g
Tomín o Milipeso / 1/1000 / 1 g : El Tomin equivale a una cetivara cubica de agua destilada.
Unidades de Capacidad Líquidos / Ratio / Valor
Moyo / 200 / 200 lt
Cantara o Arroba / 20 / 20 lt
Azumbre /2 / 2000 cc
Botella Real / 1 /1000 cv cubica (cc)
Botella común / 3/4 / 750 cc
Cuartillo / 1/2 / 500 cc
Copa / 1/8 / 125 cc
Onza Fluida / 1/40 / 25 cc
Tomin Fluido/ 1/1000 / 1 cc
Unidades de Capacidad Áridos /Ratio /Valor
Cahiz /500 /500 lt
Fanega /50 /50 lt
Cesto /5 /5 lt
Celemín Real / 1 / 1000 cv cubica (cc)
Medio / 1/2 / 500 cc
Taza / 1/4 / 250 cc
Los cirujanos militares están próximos a poder servir en campana. He de comunicarle que estamos reponiendo con éxito suero salino a los pacientes parcialmente desangrados: eso, con la gracia de Dios, salvara vidas de vuestros soldados heridos en el campo de batalla. Sugiero que el hospital embarque cuando fuese menester, en uno o dos buques de la Compañía Santa Apolonia, y si el San Cosme está disponible, mejor! He sido autorizado a levantar una compañía de hombres de armas para la protección del hospital de campaña. Os suplico que envíes alguno de vuestros sargentos para que mis levas sean entrenadas de forma moderna.
He tomado la precaución de encargar granadas, picas, espadas, bredas y mosquetes. También estoy probando voladores explosivos nuevos, artilugios sin rabo y de mayor alcance (sé que vos tenéis de estos artefactos mochos, pero la cabeza de guerra de mis artefactos llevan una sorpresa desagradable para los enemigos del reino), y a fe mia, son mejores que los que tienen los otomanos.
Agradeceré una nueva provisión de lejía y del agua blanqueadora, así como de soda. Espero que pronto empecéis a fabricar los conservantes de los que hablamos en la última misiva. Enviadme los costos, para deducirlos de la forma acostumbrada.
Me despido con un abrazo, Dios preserva vuestro bien. Vuestro amigo y servidor.
Fco.
La verdad nos hara libres
- reytuerto
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Un soldado de cuatro siglos
Álvaro apenas me dio tiempo a que me lavase la boca y las, hicimos el trayecto hacia el Alcázar a un buen trote, y durante el camino, me iba instruyendo del poder real de la condesa en la Casa de la Reina, pues era ella en última instancia quien determinaba quien podía, y también quien no podía, acceder ante la presencia de los soberanos. Cuando nos apeamos y nos dirigíamos a los Jardines de la Priora, que es donde la condesa me esperaría, Álvaro se despidió de mí con una advertencia:
- Francisco, tened cuidado con la condesa, procurad no tenerla en contra de vos.
Cuando me puso delante de una mujer aun joven, baja, altiva, vivaz y de un unos ojos gris-azulados capaces de enfriar Écija en una tarde de verano. Hice una profunda reverencia, y mientras la hacía, sentí que la condesa me examinaba con la curiosidad de un entomólogo, al tiempo que la escuchaba hablar.
- Es cierto lo que dicen, sois más alto que el Conde-Duque, pero no sois tan corpulento. Y pese a que os calculan la edad del Don Gonzalo de Luna, vos parecéis tener solo los años de su hijo. Sé que ganáis suficiente dinero para comer carne tres veces al día, pero apenas la coméis una o dos veces por semana. Y no es por mezquino, porque repartís 200 cuencos de sopa todos los viernes. Incorporaos, Don Francisco. Acompañadme hasta el Convento de la Encarnación, que al menos, estos jardines no tienen oídos.
- En que puedo servíos, Condesa?
- Vos tenéis mi gratitud, os debemos la vida de mi sobrino. Pero deseo conoceros, para saber si sois digno de recibir el apoyo de la Casa de Enríquez. Decidme, que artes habéis empleado para salvar a Fadrique?
- Por el color de su semblante, supe que había perdido mucha sangre. Introduje en sus vasos medio azumbre de agua salada.
- Si, cirujano. Eso ya lo sé. Decidme si es un procedimiento aprobado por Dios.
- Yo soy lego en asuntos de Fe, Condesa. Cuando tengo una duda teológica, pregunto a Fray Santiago. No hay nada en las escrituras que prohíba lo que hice. Tampoco es reseñado en los libros de los infieles.
- Vos como supisteis que debías introducir agua salada?
- Por el sabor de la sangre, condesa – mentí con convicción – fui probando la disolución de agua con sal hasta que tuvo la el sabor de la sangre.
- No probasteis introducir sangre verdadera?
- No, condesa. La sangre verdadera fuera de sus vasos se pone grumosa. Aún no he conseguido mantenerla liquida. Y a fe mía, aun Fray Santiago no me ha dicho si es un procedimiento pertinente para un creyente.
- Ahora, decidme, como supisteis que vuestro abono serviría tan bien en nuestras tierras agotadas.
- Escuchando a los indios viejos del Reino del Perú, Condesa.
- Vos no os veis como las gentes de ese reino, Don Francisco.
- Pero mi abuela era inga, y se amancebó con un conquistador, para después casar con otro.
- Mis padres conocieron a la hija del Marques Pizarro en Trujillo, y siempre me decían que yo siendo menuda era más alta que ella. Y vos sois, como ya os dije, del tamaño del Conde Duque. Vuestra piel, sin ser blanca, tampoco es roja. Vos no parecéis de ninguna parte, Don Francisco.
- O tal vez de todas, mi señora. Tal vez sea por la sangre de mi padre.
- Padre al que no conocisteis, Don Francisco.
- No, no tengo recuerdos de él, señora condesa.
- Y de vuestra madre?
- Tampoco. Fui entregado a un facultativo amigo de mi padre. Desde joven di vueltas por el mundo.
- Por eso sabéis la lengua del emperador.
- Si, condesa. Aunque lamento no haber aprendido la lengua de los súbditos del buen rey Segismundo.
- Como aprendisteis la lengua de los herejes.
- Sabiendo la lengua del emperador es fácil aprenderla. Así como sabiendo nuestra lengua, es fácil aprender las lengua de Florencia y de Oil, en Francia.
- Pero sé que cuando debéis escribir en latín, recurrís al jesuita de las Indias.
- Es de Cipango, señora condesa. Sí, no soy docto en la lengua de Virgilio, pero Fray Santiago Miki, nuestro capellán me auxilia en esos menesteres…
- Como os decía – me interrumpió sin brusquedad - la cosecha de las vegas del Tajo, aguas arriba de Toledo será excelente Don Francisco.
- Aún faltan seis semanas para la cosecha…
- No seáis necio, cirujano! Mis capataces saben de la tierra tan bien como un médico sabe de un doliente. Y la cosecha será como no se ha visto en muchos años. Tenéis, vos y el Marques del Puerto, el monopolio de ese abono. Pronto seréis rico. Sin embargo, tenéis costumbres extrañas, que no son propias de gente bien nacida.
- Vos diréis, señora condesa?
- Os vestís como mi abuelo. Y aunque a veces como ahora lucís presentable, vuestra apariencia es anticuada.
- Tenéis razón. Sabed que hago esto para no tener que pensar que he de lucir cada día. No soy muy afortunado en vestir de otra manera, no me siento cómodo con ropajes demasiado elegantes y elaborados.
- Sabéis de música, Don Francisco.
- Aprendí desde muy joven a tocar la flauta pequeña, el pífano.
- Eso no es todo, vos habéis aprendido con un maestro.
- Posteriormente, cuando conocí a un músico italiano. El me enseñó a leer música.
- Y como habéis aprendido a que una flauta toque junto a una viola de gamba y un violín?
- Cuando descanso, siento oír la música en mi cabeza –nuevamente tuve que recurrir a una mentira piadosa- entonces toco la melodía que recuerdo, tanto para la flauta como para los arcos. Y cuando ya las he tocado varias veces, hago la transcripción a papel.
- Supisteis defender vuestro honor cuando os trataron de bujarrón. Pero a fe de la verdad, no se os conocen parejas.
- Procuro ser discreto, señora condesa.
- Tan discreto que fuisteis alcahuete del rey.
- Disculpad si mis actos ofendieron a la reina. Pero debo de velar por las partes del rey, que a veces buscan sosiego en humedales poco adecuados para alguien de su alcurnia.
- Y creéis que con esas fundas que le dais es suficiente?
- Es mejor que no tenerlas. Si no tiene llagas en la piel, yo creo que pueden protegerlo una vez cada seis.
- Ademas habéis inventado ese procedimiento, que nombre le dais?, si!, inmunizado a los hijos de la reina. No tendrán viruela?
- No, señora condesa. Os lo puedo asegurar.
- Coméis como pobre. Vos sois hidalgo ahora. Y un hidalgo todos los días come ave.
- Mi señora. Si comiese todos los días carne, pescado o ave, estaría padeciendo de gota, que es la enfermedad que aqueja a la realeza y la nobleza del reino. Mi yantar es sencillo, pero sustancioso. Evito estar obeso, pues creo que debo de ser capaz de las exigencias físicas que a las que someto a los alumnos de la escuela, muchachos de veinte años, en la flor de sus vidas.
- Creéis que una sopa de verduras con pan puede ser vuestra comida.
- Si es solo en la cena, sí señora condesa.
- Os bañáis todos los días.
- Sí, mi señora, VM dice bien. Pero he descubierto que la ropa limpia y el baño con agua y jabón mantiene alejados a los piojos, garrapatas y pulgas. Y contrariamente a lo que se dice, la piel está más sana. Yo me baño todos los días, y todo el personal de mi casa lo hace por lo menos una vez a la semana. Hago lavar la ropa de cama todas las semanas también. Y todos, antes de tomar nuestros alimentos o de prepararlos, es menester lavarse las manos.
- Sí, estoy al tanto de vuestras manías. Pero también sé que cuando amputáis un miembro o tiráis de una muela, los dolientes hacen menos fiebres. Así que algo de cierto tiene lo que vos predicáis.
- Sabéis mucho de lo que ocurre en la escuela, Condesa. Os puedo preguntar como os enteráis?
- No, cirujano! – contestó tajante - os he dicho el milagro, no abuséis de vuestra suerte preguntando por el santo.
- Disculpad mi atrevimiento.
- Eso es otra cosa vuestra. Sois osado, casi un deslenguado. Os atrevéis a decirle a un noble con Grandeza de España que su boca está sucia. O a otro que tiene piedras en los dientes dignas de la sierra de Guadarrama.
- Con todo respeto, condesa, si es que la boca no está limpia, nada de lo que ponga en la boca ha de funcionar.
- Sí, eso también lo sé. Sois deslenguado, pero también sois honesto. De vuestro gabinete nadie ha salido ni engañado, ni robado.
- Creo que eso es lo correcto, señora condesa.
- Sé, como toda la villa lo recuerda, que sabéis romper palas con un bordón, además, estáis haciendo progresos con vuestra ropera. Pero también sé que vos conocéis como pocos las hazañas de los grandes capitanes de antaño. Queréis ser capitán vos también?
- En Polonia aprendí que la carrera de las armas puede ser gloriosa, pero la gloria del campo de batalla tiene como contrapartida la miseria de los heridos y los lamentos de las viudas y de los huérfanos. Primero he de buscar el alivio de los heridos, que es para lo que Dios me hizo capaz. Pero si puedo ayudar al reino con la espada, con la espada será también.
- El joven Luna ha contado a mi sobrino que vos habéis inventado cañones.
- Don Álvaro ha visto los bosquejos. Solo existen en papel, aun.
- Pero los construiréis?
- Yo no, condesa. Un amigo en Santander tiene las indicaciones de cómo hacerlos.
- Haréis unos voladores para el rey?
- Sí, me ha concedido su favor. Y además de los castillos de fuegos de artificio que todos conoceis, también lanzaré voladores de un nuevo tipo. Y también hare la música, que estará basada en trompas y clarines.
- Trabajáis como un bendito. Y vos estáis en condiciones de tener una buena renta.
- Señora condesa, vos sabéis que la tregua con los herejes holandeses está por concluir. Sabéis cual es nuestra debilidad? Que ellos producen más dinero que nosotros. Y la guerra la ganara el que tenga en sus arcas el último ducado. Los nobles herejes buscan el dinero hasta debajo de las piedras. Nuestros nobles creen que el único dinero que vale es el que da la tierra. Y buen dinero es! Pero no es el único! Vos habéis mencionado al Marques del Puerto y sabéis lo que ha hecho en Valencia. Cuando todas las Españas produzcan como lo hace el Reino de Valencia, allí nuestra Católica Majestad podrá reclutar ejércitos capaces de vencer al turco, al mal cristiano y a los herejes. Valor no le faltan a los tercios, le sobran. Lo que falta siempre es el dinero. Por eso yo trabajo, con las manos y con la cabeza, que son los bienes que mi creador me ha dado.
- Vos decís que trabajáis como un hereje…
- Para poder vivir como católico, señora condesa.
- Sois extraño, Don Francisco; pero vuestras palabras no dejan de ser ciertas. Hemos llegado, es hora que os presente a la madre de Fadrique. De ella depende el apoyo de la Casa de Luján. Y aunque sabéis más de lo que decís, coméis como pobre, vestís como viejo, vivís como monje, y os bañáis como cortesana. Pero os creo, y creo que podréis ayudar al reino. Podréis contar con la Casa de Enríquez para apoyar vuestras empresas. Y conmigo, si necesitáis que la Reina os conceda una gracia.
- Francisco, tened cuidado con la condesa, procurad no tenerla en contra de vos.
Cuando me puso delante de una mujer aun joven, baja, altiva, vivaz y de un unos ojos gris-azulados capaces de enfriar Écija en una tarde de verano. Hice una profunda reverencia, y mientras la hacía, sentí que la condesa me examinaba con la curiosidad de un entomólogo, al tiempo que la escuchaba hablar.
- Es cierto lo que dicen, sois más alto que el Conde-Duque, pero no sois tan corpulento. Y pese a que os calculan la edad del Don Gonzalo de Luna, vos parecéis tener solo los años de su hijo. Sé que ganáis suficiente dinero para comer carne tres veces al día, pero apenas la coméis una o dos veces por semana. Y no es por mezquino, porque repartís 200 cuencos de sopa todos los viernes. Incorporaos, Don Francisco. Acompañadme hasta el Convento de la Encarnación, que al menos, estos jardines no tienen oídos.
- En que puedo servíos, Condesa?
- Vos tenéis mi gratitud, os debemos la vida de mi sobrino. Pero deseo conoceros, para saber si sois digno de recibir el apoyo de la Casa de Enríquez. Decidme, que artes habéis empleado para salvar a Fadrique?
- Por el color de su semblante, supe que había perdido mucha sangre. Introduje en sus vasos medio azumbre de agua salada.
- Si, cirujano. Eso ya lo sé. Decidme si es un procedimiento aprobado por Dios.
- Yo soy lego en asuntos de Fe, Condesa. Cuando tengo una duda teológica, pregunto a Fray Santiago. No hay nada en las escrituras que prohíba lo que hice. Tampoco es reseñado en los libros de los infieles.
- Vos como supisteis que debías introducir agua salada?
- Por el sabor de la sangre, condesa – mentí con convicción – fui probando la disolución de agua con sal hasta que tuvo la el sabor de la sangre.
- No probasteis introducir sangre verdadera?
- No, condesa. La sangre verdadera fuera de sus vasos se pone grumosa. Aún no he conseguido mantenerla liquida. Y a fe mía, aun Fray Santiago no me ha dicho si es un procedimiento pertinente para un creyente.
- Ahora, decidme, como supisteis que vuestro abono serviría tan bien en nuestras tierras agotadas.
- Escuchando a los indios viejos del Reino del Perú, Condesa.
- Vos no os veis como las gentes de ese reino, Don Francisco.
- Pero mi abuela era inga, y se amancebó con un conquistador, para después casar con otro.
- Mis padres conocieron a la hija del Marques Pizarro en Trujillo, y siempre me decían que yo siendo menuda era más alta que ella. Y vos sois, como ya os dije, del tamaño del Conde Duque. Vuestra piel, sin ser blanca, tampoco es roja. Vos no parecéis de ninguna parte, Don Francisco.
- O tal vez de todas, mi señora. Tal vez sea por la sangre de mi padre.
- Padre al que no conocisteis, Don Francisco.
- No, no tengo recuerdos de él, señora condesa.
- Y de vuestra madre?
- Tampoco. Fui entregado a un facultativo amigo de mi padre. Desde joven di vueltas por el mundo.
- Por eso sabéis la lengua del emperador.
- Si, condesa. Aunque lamento no haber aprendido la lengua de los súbditos del buen rey Segismundo.
- Como aprendisteis la lengua de los herejes.
- Sabiendo la lengua del emperador es fácil aprenderla. Así como sabiendo nuestra lengua, es fácil aprender las lengua de Florencia y de Oil, en Francia.
- Pero sé que cuando debéis escribir en latín, recurrís al jesuita de las Indias.
- Es de Cipango, señora condesa. Sí, no soy docto en la lengua de Virgilio, pero Fray Santiago Miki, nuestro capellán me auxilia en esos menesteres…
- Como os decía – me interrumpió sin brusquedad - la cosecha de las vegas del Tajo, aguas arriba de Toledo será excelente Don Francisco.
- Aún faltan seis semanas para la cosecha…
- No seáis necio, cirujano! Mis capataces saben de la tierra tan bien como un médico sabe de un doliente. Y la cosecha será como no se ha visto en muchos años. Tenéis, vos y el Marques del Puerto, el monopolio de ese abono. Pronto seréis rico. Sin embargo, tenéis costumbres extrañas, que no son propias de gente bien nacida.
- Vos diréis, señora condesa?
- Os vestís como mi abuelo. Y aunque a veces como ahora lucís presentable, vuestra apariencia es anticuada.
- Tenéis razón. Sabed que hago esto para no tener que pensar que he de lucir cada día. No soy muy afortunado en vestir de otra manera, no me siento cómodo con ropajes demasiado elegantes y elaborados.
- Sabéis de música, Don Francisco.
- Aprendí desde muy joven a tocar la flauta pequeña, el pífano.
- Eso no es todo, vos habéis aprendido con un maestro.
- Posteriormente, cuando conocí a un músico italiano. El me enseñó a leer música.
- Y como habéis aprendido a que una flauta toque junto a una viola de gamba y un violín?
- Cuando descanso, siento oír la música en mi cabeza –nuevamente tuve que recurrir a una mentira piadosa- entonces toco la melodía que recuerdo, tanto para la flauta como para los arcos. Y cuando ya las he tocado varias veces, hago la transcripción a papel.
- Supisteis defender vuestro honor cuando os trataron de bujarrón. Pero a fe de la verdad, no se os conocen parejas.
- Procuro ser discreto, señora condesa.
- Tan discreto que fuisteis alcahuete del rey.
- Disculpad si mis actos ofendieron a la reina. Pero debo de velar por las partes del rey, que a veces buscan sosiego en humedales poco adecuados para alguien de su alcurnia.
- Y creéis que con esas fundas que le dais es suficiente?
- Es mejor que no tenerlas. Si no tiene llagas en la piel, yo creo que pueden protegerlo una vez cada seis.
- Ademas habéis inventado ese procedimiento, que nombre le dais?, si!, inmunizado a los hijos de la reina. No tendrán viruela?
- No, señora condesa. Os lo puedo asegurar.
- Coméis como pobre. Vos sois hidalgo ahora. Y un hidalgo todos los días come ave.
- Mi señora. Si comiese todos los días carne, pescado o ave, estaría padeciendo de gota, que es la enfermedad que aqueja a la realeza y la nobleza del reino. Mi yantar es sencillo, pero sustancioso. Evito estar obeso, pues creo que debo de ser capaz de las exigencias físicas que a las que someto a los alumnos de la escuela, muchachos de veinte años, en la flor de sus vidas.
- Creéis que una sopa de verduras con pan puede ser vuestra comida.
- Si es solo en la cena, sí señora condesa.
- Os bañáis todos los días.
- Sí, mi señora, VM dice bien. Pero he descubierto que la ropa limpia y el baño con agua y jabón mantiene alejados a los piojos, garrapatas y pulgas. Y contrariamente a lo que se dice, la piel está más sana. Yo me baño todos los días, y todo el personal de mi casa lo hace por lo menos una vez a la semana. Hago lavar la ropa de cama todas las semanas también. Y todos, antes de tomar nuestros alimentos o de prepararlos, es menester lavarse las manos.
- Sí, estoy al tanto de vuestras manías. Pero también sé que cuando amputáis un miembro o tiráis de una muela, los dolientes hacen menos fiebres. Así que algo de cierto tiene lo que vos predicáis.
- Sabéis mucho de lo que ocurre en la escuela, Condesa. Os puedo preguntar como os enteráis?
- No, cirujano! – contestó tajante - os he dicho el milagro, no abuséis de vuestra suerte preguntando por el santo.
- Disculpad mi atrevimiento.
- Eso es otra cosa vuestra. Sois osado, casi un deslenguado. Os atrevéis a decirle a un noble con Grandeza de España que su boca está sucia. O a otro que tiene piedras en los dientes dignas de la sierra de Guadarrama.
- Con todo respeto, condesa, si es que la boca no está limpia, nada de lo que ponga en la boca ha de funcionar.
- Sí, eso también lo sé. Sois deslenguado, pero también sois honesto. De vuestro gabinete nadie ha salido ni engañado, ni robado.
- Creo que eso es lo correcto, señora condesa.
- Sé, como toda la villa lo recuerda, que sabéis romper palas con un bordón, además, estáis haciendo progresos con vuestra ropera. Pero también sé que vos conocéis como pocos las hazañas de los grandes capitanes de antaño. Queréis ser capitán vos también?
- En Polonia aprendí que la carrera de las armas puede ser gloriosa, pero la gloria del campo de batalla tiene como contrapartida la miseria de los heridos y los lamentos de las viudas y de los huérfanos. Primero he de buscar el alivio de los heridos, que es para lo que Dios me hizo capaz. Pero si puedo ayudar al reino con la espada, con la espada será también.
- El joven Luna ha contado a mi sobrino que vos habéis inventado cañones.
- Don Álvaro ha visto los bosquejos. Solo existen en papel, aun.
- Pero los construiréis?
- Yo no, condesa. Un amigo en Santander tiene las indicaciones de cómo hacerlos.
- Haréis unos voladores para el rey?
- Sí, me ha concedido su favor. Y además de los castillos de fuegos de artificio que todos conoceis, también lanzaré voladores de un nuevo tipo. Y también hare la música, que estará basada en trompas y clarines.
- Trabajáis como un bendito. Y vos estáis en condiciones de tener una buena renta.
- Señora condesa, vos sabéis que la tregua con los herejes holandeses está por concluir. Sabéis cual es nuestra debilidad? Que ellos producen más dinero que nosotros. Y la guerra la ganara el que tenga en sus arcas el último ducado. Los nobles herejes buscan el dinero hasta debajo de las piedras. Nuestros nobles creen que el único dinero que vale es el que da la tierra. Y buen dinero es! Pero no es el único! Vos habéis mencionado al Marques del Puerto y sabéis lo que ha hecho en Valencia. Cuando todas las Españas produzcan como lo hace el Reino de Valencia, allí nuestra Católica Majestad podrá reclutar ejércitos capaces de vencer al turco, al mal cristiano y a los herejes. Valor no le faltan a los tercios, le sobran. Lo que falta siempre es el dinero. Por eso yo trabajo, con las manos y con la cabeza, que son los bienes que mi creador me ha dado.
- Vos decís que trabajáis como un hereje…
- Para poder vivir como católico, señora condesa.
- Sois extraño, Don Francisco; pero vuestras palabras no dejan de ser ciertas. Hemos llegado, es hora que os presente a la madre de Fadrique. De ella depende el apoyo de la Casa de Luján. Y aunque sabéis más de lo que decís, coméis como pobre, vestís como viejo, vivís como monje, y os bañáis como cortesana. Pero os creo, y creo que podréis ayudar al reino. Podréis contar con la Casa de Enríquez para apoyar vuestras empresas. Y conmigo, si necesitáis que la Reina os conceda una gracia.
La verdad nos hara libres
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Un soldado de cuatro siglos
Finalizadas las vacaciones , retomamos el hilo
Tras regresar a España con el oro de la Sublime Puerta, el marqués del Puerto protagonizó un duro enfrentamiento con el conde-duque de Olivares. El almirante estaba preocupado por la construcción naval otomana y creía que la tregua les permitiría rearmarse. Olivares sin embargo estaba más preocupado por la guerra con Francia y el llamado problema holandés, no prestando atención a la revuelta Catalana y aún menos a la situación en el Mediterráneo. Convencido de la inutilidad de seguir en Madrid, el marqués del puerto abandonó Madrid para recluirse en su palacio valenciano, donde viviría alejado de Olivares y las envidias de la corte abandonando el nido de intrigas y envidias de la corte.
Mientras tanto y como el marqués del Puerto había predicho al rey Felipe IV, la situación en Cataluña se fue degradando, y lo que había empezado como un mero altercado se había transformado en una revuelta generalizada. El marqués del puerto permanecería sin embargo ajeno a estos problemas, centrado en su faceta empresarial y científica.
Su marcha sin embargo tuvo efectos adversos para los intereses de España. En los meses siguientes muchos de sus colaboradores más cercanos, hombres de probada valía en muchos campos especialmente en el de las armas, fueron apartados de sus puestos por Olivares que colocó a sus allegados en ellos...
Tras regresar a España con el oro de la Sublime Puerta, el marqués del Puerto protagonizó un duro enfrentamiento con el conde-duque de Olivares. El almirante estaba preocupado por la construcción naval otomana y creía que la tregua les permitiría rearmarse. Olivares sin embargo estaba más preocupado por la guerra con Francia y el llamado problema holandés, no prestando atención a la revuelta Catalana y aún menos a la situación en el Mediterráneo. Convencido de la inutilidad de seguir en Madrid, el marqués del puerto abandonó Madrid para recluirse en su palacio valenciano, donde viviría alejado de Olivares y las envidias de la corte abandonando el nido de intrigas y envidias de la corte.
Mientras tanto y como el marqués del Puerto había predicho al rey Felipe IV, la situación en Cataluña se fue degradando, y lo que había empezado como un mero altercado se había transformado en una revuelta generalizada. El marqués del puerto permanecería sin embargo ajeno a estos problemas, centrado en su faceta empresarial y científica.
Su marcha sin embargo tuvo efectos adversos para los intereses de España. En los meses siguientes muchos de sus colaboradores más cercanos, hombres de probada valía en muchos campos especialmente en el de las armas, fueron apartados de sus puestos por Olivares que colocó a sus allegados en ellos...
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
Diego se asomó a lo alto del parapeto de la muralla. Su paseo por el adarve le había servido para aclarar las ideas. En alguna ocasión había leído que para animar el reclutamiento de legionarios, los romanos animaban a los voluntarios diciéndole" alistaos y vereis mundo". Pues él ya llevaba un poco recorrido.
Italia, Flandes, Centro Europa, América, la propia península ibérica y ahora...ahora sino estaba en el último estercolero de las posesiones de su católica majestad muy poco le faltaba.
En el fondo sabía que era un poco injusto, Orán no estaba tan mal..o al menos eso intentaba decirse a si mismo..
Italia, Flandes, Centro Europa, América, la propia península ibérica y ahora...ahora sino estaba en el último estercolero de las posesiones de su católica majestad muy poco le faltaba.
En el fondo sabía que era un poco injusto, Orán no estaba tan mal..o al menos eso intentaba decirse a si mismo..
“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
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Un soldado de cuatro siglos
—Señor conde, el marques no suele recibir visitas estos días, pero con vuesa merced hará una excepción y le recibirá en su taller. —explicó el mayordomo antes de guiar al conde a través del palacio con suelos de mármol tan limpios que reflejaban su imagen. Poco después llegaron al taller de grandes dimensiones, este lleno de ingenios y cachivaches de los más diverso. No tardaron en ver al marqués en mangas de camisa, doblado encima de un armazón de madera, mientras dictaba instrucciones a dos ayudantes.
—Señor marqués, el conde de…—empezó a decir el mayordomo.
—Sí, sí, gracias Lorenzo, podéis dejarnos, y mandad que nos traigan vino. —le interrumpió el marqués despidiendo también sus ayudantes. —¡Empezad a trabajar en lo que hemos hablado!
—Don Sancho, sentaos donde podáis. —dijo el marqués mientras se sentaba en aquel armazón de madera. El conde cogió unas planchas de latón perforadas que depositadas en una especie de taburete y las aparto a un lado para sentarse.
—¿Y estas planchas? —preguntó el conde mientras la doncella les servía una botella de vino.
—Un ingenio en el que estoy trabajando, Don Sancho, no os preocupéis por ellas. —dijo el marques antes de despedir a la joven doncella, que había dejado dos botellas de vino y varias pastas saladas, olivas y otros aperitivos. —Y bien, Don Sancho, vos diréis.
—Don Pedro, ambos sabemos que habéis caído en desgracia, y con vos muchos de vuestros allegados. ¡Venid conmigo! Mi señor sabrá trataros como merecéis.
—¿Me pedís que traicione a mi rey, Don Sancho? ¿Me pedís que traicione a España? Os tenía por alguien más inteligente.
—Don Pedro, no seáis estúpido, tenéis muchos enemigos en la corte y lo sabéis. La única razón por la que no fuisteis enviado al exilio fue porque abandonasteis la corte primero. Mi reina os tiene aprecio personal, y el rey me ha autorizado a ofreceros un puesto como comandante de sus ejércitos y un título ducal. Es vuestra oportunidad de salir de este exilió autoimpuesto y medrar en un lugar en el que vuestras capacidades serán apreciadas como es debido.
—Agradezco el ofrecimiento pero perdéis el tiempo Don Sancho, no traicionare a mi señor, y si he de esperar aquí hasta que vuelva a necesitar de mis servicios, lo hare sin dudar.
—Me apena escuchar eso, Don Pedro. Sabéis tan bien como yo que no podéis vencer. Vuestro rey está acosado por enemigos, tanto internos como externos.
—Un león no se preocupa por las hienas, Don Sancho. Lucha con ellas y las derrota una a una.
—A menos que este viejo y cansado, Don Pedro. —dijo el conde levantándose. —Lamento que no hayamos llegado a un acuerdo. Comunicare la negativa de vuesa merced a mi rey.
—Hacedlo, y decidle a vuestra reina que rece por mí. Que rece porque el Rey no me ordene acabar con ella, pues si lo hace, tened por seguro que la destruiré a ella y a todos los suyos…
—Señor marqués, el conde de…—empezó a decir el mayordomo.
—Sí, sí, gracias Lorenzo, podéis dejarnos, y mandad que nos traigan vino. —le interrumpió el marqués despidiendo también sus ayudantes. —¡Empezad a trabajar en lo que hemos hablado!
—Don Sancho, sentaos donde podáis. —dijo el marqués mientras se sentaba en aquel armazón de madera. El conde cogió unas planchas de latón perforadas que depositadas en una especie de taburete y las aparto a un lado para sentarse.
—¿Y estas planchas? —preguntó el conde mientras la doncella les servía una botella de vino.
—Un ingenio en el que estoy trabajando, Don Sancho, no os preocupéis por ellas. —dijo el marques antes de despedir a la joven doncella, que había dejado dos botellas de vino y varias pastas saladas, olivas y otros aperitivos. —Y bien, Don Sancho, vos diréis.
—Don Pedro, ambos sabemos que habéis caído en desgracia, y con vos muchos de vuestros allegados. ¡Venid conmigo! Mi señor sabrá trataros como merecéis.
—¿Me pedís que traicione a mi rey, Don Sancho? ¿Me pedís que traicione a España? Os tenía por alguien más inteligente.
—Don Pedro, no seáis estúpido, tenéis muchos enemigos en la corte y lo sabéis. La única razón por la que no fuisteis enviado al exilio fue porque abandonasteis la corte primero. Mi reina os tiene aprecio personal, y el rey me ha autorizado a ofreceros un puesto como comandante de sus ejércitos y un título ducal. Es vuestra oportunidad de salir de este exilió autoimpuesto y medrar en un lugar en el que vuestras capacidades serán apreciadas como es debido.
—Agradezco el ofrecimiento pero perdéis el tiempo Don Sancho, no traicionare a mi señor, y si he de esperar aquí hasta que vuelva a necesitar de mis servicios, lo hare sin dudar.
—Me apena escuchar eso, Don Pedro. Sabéis tan bien como yo que no podéis vencer. Vuestro rey está acosado por enemigos, tanto internos como externos.
—Un león no se preocupa por las hienas, Don Sancho. Lucha con ellas y las derrota una a una.
—A menos que este viejo y cansado, Don Pedro. —dijo el conde levantándose. —Lamento que no hayamos llegado a un acuerdo. Comunicare la negativa de vuesa merced a mi rey.
—Hacedlo, y decidle a vuestra reina que rece por mí. Que rece porque el Rey no me ordene acabar con ella, pues si lo hace, tened por seguro que la destruiré a ella y a todos los suyos…
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Un soldado de cuatro siglos
La Guerra franco-española de 1638
A principios de 1641 la guerra acababa de entrar en su fase interior. España se vio azotada por las rebeliones de Cataluña y Portugal, que la obligaron a detraer importantes fuerzas del frente francés. Esto unido al recrudecimiento de la guerra en Flandes y a la nueva ofensiva sueca, puso al límite las capacidades españolas, pues pese a que el ejército español aún estaba fuerte se estaba mostrando incapaz de cerrar sus frentes abiertos a lo largo y ancho del globo
En aquellos momentos treinta mil soldados españoles estaban atascados en Egipto, donde tras la remisión de la epidemia de peste que había acabado con entre medio millón y un millón de personas, se vivían tiempos de calma tras la tregua con la Sublime Puerta. Por desgracia para los intereses españoles, aquellos hombres se encontraban entre los mejor instruidos y equipados en el nuevo modelo de guerra. El mejor de los ejércitos de España estaba así condenado a realizar tareas de guarnición lejos de los escenarios bélicos.
En Italia se encontraba el segundo de los ejércitos reformados españoles. Otro ejército de otros treinta mil hombres instruidos y equipados según el nuevo modelo, que priorizaba la potencia de fuego en la infantería, armada con mosquetes, sobre cualquier tipo de arma blanca. Precisamente en Italia, Eduardo I Farnesio había vuelto sus ojos hacia las posesiones españolas en Milán, y ahora libraba una guerra en apoyo de los ejércitos franceses que la acometían desde el oeste. Sin embargo los ejércitos españoles lograron entrar en Parma y saquear varias localidades, tomando Piacenza a la par que frenaban a los franceses en el Oeste. La guerra sin embargo parecía estancada a causa de la abrumadora superioridad numérica francesa. Una superioridad que las nuevas tácticas españolas aún no habían logrado anular.
Peor estaban resultando las cosas en España, donde convivían dos ejércitos de concepciones diferentes. El primero el ejército reformado. Doce mil soldados profesionales, bien equipados y entrenados que constituían un duro núcleo de tropas de reserva, siendo las unidades que no habían embarcado para Egipto tres años atrás. Junto a este, un ejército del doble de tamaño formado principalmente por levas procedentes de los dominios nobiliarios. Tropas bisoñas y sin entrenamiento que aún seguían el viejo estilo, con mezclas de mosquetes pesados, arcabuces y picas como arma principal.
Ante este ejército la rebelión de Cataluña que había empezado como un movimiento de protesta popular, había acabado por implicar a Francia cuando la Generalitat acudió a Paris en busca de ayuda. El intento español de acabar con la rebelión había sido rechazado en Montjuic, obligando a la retirada del ejército español a la par que fuerzas francesas ocupaban Cataluña tras el nombramiento de Luis XIII como conde de Barcelona.
Precisamente los portugueses aprovecharon para revelarse mientras Olivares permanecía preocupado por el problema catalán. En este caso serían principalmente la baja nobleza y la burguesía las que promoverían la independencia como una forma de liberarse de los altos impuestos a los que la administración castellana los sometía a la vez que evitar los ataques a sus dominios y rutas comerciales. Unos dominios y rutas comerciales que además se estaban enfrentando a una dura competencia castellana y valenciana desde la década anterior.
Más al norte, en Flandes, el mayor ejército español y el único que restaba pro reformar, permanecía a la defensiva después de ser rechazado por los franceses a las puertas de Paris. Acosado por los franceses que presionaban desde el sur, y los holandeses que lo hacían desde el norte. Ante tales enemigos el cardenal-infante tan solo podía tratar de resistir…
A principios de 1641 la guerra acababa de entrar en su fase interior. España se vio azotada por las rebeliones de Cataluña y Portugal, que la obligaron a detraer importantes fuerzas del frente francés. Esto unido al recrudecimiento de la guerra en Flandes y a la nueva ofensiva sueca, puso al límite las capacidades españolas, pues pese a que el ejército español aún estaba fuerte se estaba mostrando incapaz de cerrar sus frentes abiertos a lo largo y ancho del globo
En aquellos momentos treinta mil soldados españoles estaban atascados en Egipto, donde tras la remisión de la epidemia de peste que había acabado con entre medio millón y un millón de personas, se vivían tiempos de calma tras la tregua con la Sublime Puerta. Por desgracia para los intereses españoles, aquellos hombres se encontraban entre los mejor instruidos y equipados en el nuevo modelo de guerra. El mejor de los ejércitos de España estaba así condenado a realizar tareas de guarnición lejos de los escenarios bélicos.
En Italia se encontraba el segundo de los ejércitos reformados españoles. Otro ejército de otros treinta mil hombres instruidos y equipados según el nuevo modelo, que priorizaba la potencia de fuego en la infantería, armada con mosquetes, sobre cualquier tipo de arma blanca. Precisamente en Italia, Eduardo I Farnesio había vuelto sus ojos hacia las posesiones españolas en Milán, y ahora libraba una guerra en apoyo de los ejércitos franceses que la acometían desde el oeste. Sin embargo los ejércitos españoles lograron entrar en Parma y saquear varias localidades, tomando Piacenza a la par que frenaban a los franceses en el Oeste. La guerra sin embargo parecía estancada a causa de la abrumadora superioridad numérica francesa. Una superioridad que las nuevas tácticas españolas aún no habían logrado anular.
Peor estaban resultando las cosas en España, donde convivían dos ejércitos de concepciones diferentes. El primero el ejército reformado. Doce mil soldados profesionales, bien equipados y entrenados que constituían un duro núcleo de tropas de reserva, siendo las unidades que no habían embarcado para Egipto tres años atrás. Junto a este, un ejército del doble de tamaño formado principalmente por levas procedentes de los dominios nobiliarios. Tropas bisoñas y sin entrenamiento que aún seguían el viejo estilo, con mezclas de mosquetes pesados, arcabuces y picas como arma principal.
Ante este ejército la rebelión de Cataluña que había empezado como un movimiento de protesta popular, había acabado por implicar a Francia cuando la Generalitat acudió a Paris en busca de ayuda. El intento español de acabar con la rebelión había sido rechazado en Montjuic, obligando a la retirada del ejército español a la par que fuerzas francesas ocupaban Cataluña tras el nombramiento de Luis XIII como conde de Barcelona.
Precisamente los portugueses aprovecharon para revelarse mientras Olivares permanecía preocupado por el problema catalán. En este caso serían principalmente la baja nobleza y la burguesía las que promoverían la independencia como una forma de liberarse de los altos impuestos a los que la administración castellana los sometía a la vez que evitar los ataques a sus dominios y rutas comerciales. Unos dominios y rutas comerciales que además se estaban enfrentando a una dura competencia castellana y valenciana desde la década anterior.
Más al norte, en Flandes, el mayor ejército español y el único que restaba pro reformar, permanecía a la defensiva después de ser rechazado por los franceses a las puertas de Paris. Acosado por los franceses que presionaban desde el sur, y los holandeses que lo hacían desde el norte. Ante tales enemigos el cardenal-infante tan solo podía tratar de resistir…
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
La guarnición de Orán no es que fuera una unidad de élite.
Soldados viejos, antiguos presos comunes a los que se les había perdonado la pena a cambio de servir en este estercolero, gente que huía de algo o de alguien...a Diego le recordaba la primigenia Legión Española.
Por supuesto, allí el mosquete de nuevo diseño no había llegado. Picas y mosquetes de mecha predominaban.
Pero también había alguna ventaja. Las murallas habían sido reforzadas hacía poco. Allí se notaba el dinero que había llegado a la Corona.
También los mogataces eran una buena fuerza de caballería ligera. Sus tácticas ligeras y rápidas eran idoneas para la "guerrita" que se daba en la zona. Incursiones, asaltos rápidos, captura de prisioneros y esclavos...
Como tenía tiempo también Diego decidio que había llegado el momento de casarse. Había varias viudas disponibles, sus maridos habían sido oficiales que habían caido en alguna de las múltiples correrías fuera de las murallas. Supuestamente correrías de combatir...
Sobra decir que la boda fue el acontecimiento social en Orán del año, y casi del siglo...
Soldados viejos, antiguos presos comunes a los que se les había perdonado la pena a cambio de servir en este estercolero, gente que huía de algo o de alguien...a Diego le recordaba la primigenia Legión Española.
Por supuesto, allí el mosquete de nuevo diseño no había llegado. Picas y mosquetes de mecha predominaban.
Pero también había alguna ventaja. Las murallas habían sido reforzadas hacía poco. Allí se notaba el dinero que había llegado a la Corona.
También los mogataces eran una buena fuerza de caballería ligera. Sus tácticas ligeras y rápidas eran idoneas para la "guerrita" que se daba en la zona. Incursiones, asaltos rápidos, captura de prisioneros y esclavos...
Como tenía tiempo también Diego decidio que había llegado el momento de casarse. Había varias viudas disponibles, sus maridos habían sido oficiales que habían caido en alguna de las múltiples correrías fuera de las murallas. Supuestamente correrías de combatir...
Sobra decir que la boda fue el acontecimiento social en Orán del año, y casi del siglo...
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Un soldado de cuatro siglos
Pedro leía el semanario aprovechando para disfrutar de las primeras horas de luz, mientras almorzaba con tranquilidad, descansando del duro entrenamiento de esa mañana.
—La flota francesa está sitiando la isla de Frioul. —explicaba Pedro. —Si nuestra flota no reacciona y acude en su ayuda tendrán que capitular tarde o temprano.
—Ya lo veo, pero la verdad es que lo veo muy difícil. —replicó el Virrey Pascual de Borja Aragón, Duque de Gandía. —Los catalanes ofrecieron sus puertos a Francia, y la flota está tratando de evitar que aquellos galeones recalen en sus puertos.
—Eso es un error. Tenemos una flota impresionante, con casi un centenar de buques de primer orden, navíos de línea y fragatas, y los estamos desperdiciando al dividirlos en escuadras pequeñas e ineficaces.
—Vos sabéis más de la guerra en la mar que yo, Don Pedro, así que habré de creeros…
…Veo que la ofensiva sobre Portugal ha encallado lo mismo que ocurrió con la de Cataluña. Si tan solo pudiésemos enviar nuestras fuerzas al norte… esas sí son tropas profesionales bien entrenadas y marcarían la diferencia.
—Tenéis razón excelencia. ¿No hay posibilidades de enviarlas?
—Me temo que no. El “consell secret” se ha negado, y aunque el rey ha solicitado que le aportemos más tropas dudo mucho que los brazos accedan a enviar más de mil quinientos o dos mil hombres.
—Hum, son malas noticias, pero me temo que si ese es el caso no hay nada que hacer. Veremos si se logra un frente unido contra ellos, de lo contrario los nuestros lo pasaran muy mal.
—Debemos asumir que así será. Las cosas no van bien, y no paran de empeorar. Parece que ha habido problemas en Andalucía.
—¿Son graves? —quiso saber Pedro.
—Sobre todo para nuestro prestigio…
—¿Sabemos algo de la corte?
—Parece que el ambiente está bastante enrarecido. Son ya demasiados problemas los que están saliendo uno tras otro, y sus enemigos en la corte le están atacando con decisión, y en las calles aún es peor
—La flota francesa está sitiando la isla de Frioul. —explicaba Pedro. —Si nuestra flota no reacciona y acude en su ayuda tendrán que capitular tarde o temprano.
—Ya lo veo, pero la verdad es que lo veo muy difícil. —replicó el Virrey Pascual de Borja Aragón, Duque de Gandía. —Los catalanes ofrecieron sus puertos a Francia, y la flota está tratando de evitar que aquellos galeones recalen en sus puertos.
—Eso es un error. Tenemos una flota impresionante, con casi un centenar de buques de primer orden, navíos de línea y fragatas, y los estamos desperdiciando al dividirlos en escuadras pequeñas e ineficaces.
—Vos sabéis más de la guerra en la mar que yo, Don Pedro, así que habré de creeros…
…Veo que la ofensiva sobre Portugal ha encallado lo mismo que ocurrió con la de Cataluña. Si tan solo pudiésemos enviar nuestras fuerzas al norte… esas sí son tropas profesionales bien entrenadas y marcarían la diferencia.
—Tenéis razón excelencia. ¿No hay posibilidades de enviarlas?
—Me temo que no. El “consell secret” se ha negado, y aunque el rey ha solicitado que le aportemos más tropas dudo mucho que los brazos accedan a enviar más de mil quinientos o dos mil hombres.
—Hum, son malas noticias, pero me temo que si ese es el caso no hay nada que hacer. Veremos si se logra un frente unido contra ellos, de lo contrario los nuestros lo pasaran muy mal.
—Debemos asumir que así será. Las cosas no van bien, y no paran de empeorar. Parece que ha habido problemas en Andalucía.
—¿Son graves? —quiso saber Pedro.
—Sobre todo para nuestro prestigio…
—¿Sabemos algo de la corte?
—Parece que el ambiente está bastante enrarecido. Son ya demasiados problemas los que están saliendo uno tras otro, y sus enemigos en la corte le están atacando con decisión, y en las calles aún es peor
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Un soldado de cuatro siglos
Un niño entró corriendo en los baños, casi sin tiempo a descalzarse. Una vez dentro tan solo se detuvo unos segundos mientras observaba a los hombres que allí se encontraban, hasta que diviso a su objetivo. Segundos después se encontraba frente a él ofreciéndole un mensaje.
—¡Don Pedro, noticias para vuesa merced! —dijo entregándole el papel.
—¡Gracias, chiquet! —respondió Pedro recogiendo el papel mientras buscaba unos maravedíes para entregárselos al chiquillo.
Una vez cumplido su encargo el niño salió de los baños. Unos baños que en los últimos lustros se habían convertido en centro de reunión de la nobleza y burguesía de la ciudad, que aprovechaba aquel ambiente distendido para realizar negocios en los que se movían decenas de miles de ducados.
Pedro se acercó a una zona con más luz y abrió el mensaje. Lo que vio le heló el alma y tuvo que sentarse mientras elevaba una oración al cielo.
—¿Malas noticias Don Pedro? —preguntó Alessandro, un banquero genovés radicado en la ciudad.
Pedro necesitó unos segundos para responder. —Las peores posibles, un buen amigo mío ha desaparecido durante una salida en Orán…
—¡Don Pedro, noticias para vuesa merced! —dijo entregándole el papel.
—¡Gracias, chiquet! —respondió Pedro recogiendo el papel mientras buscaba unos maravedíes para entregárselos al chiquillo.
Una vez cumplido su encargo el niño salió de los baños. Unos baños que en los últimos lustros se habían convertido en centro de reunión de la nobleza y burguesía de la ciudad, que aprovechaba aquel ambiente distendido para realizar negocios en los que se movían decenas de miles de ducados.
Pedro se acercó a una zona con más luz y abrió el mensaje. Lo que vio le heló el alma y tuvo que sentarse mientras elevaba una oración al cielo.
—¿Malas noticias Don Pedro? —preguntó Alessandro, un banquero genovés radicado en la ciudad.
Pedro necesitó unos segundos para responder. —Las peores posibles, un buen amigo mío ha desaparecido durante una salida en Orán…
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Un soldado de cuatro siglos
Ante la falta de tercio estoy rehaciendo un poco la historia, espero que ahora no chirríe demasiado
En verano de 1641 Felipe IV convoco de nuevo las Cortes de Valencia, trasladándose una vez más a una ciudad que poco tenía que ver con la que había conocido tres lustros atrás. Las calles de la ciudad estaban recién empedradas y carecían del típico reguero central por el que discurrían los desperdicios. Estos discurrían por las cloacas que corrían bajo las calles, para lo cual las casas tenían tomas que las conectaban directamente con estas cloacas, no teniendo los habitantes que lanzar los desperdicios a las calles. De tanto en tanto había también letrinas públicas, evitando que las gentes hiciesen uso de las calles para sus necesidades. Tan solo los animales seguían haciendo sus necesidades en las calles, y para limpiarlas existían equipos de trabajadores forzosos que recogían el estiércol que luego serviría de abono.
Gracias a esto las calles se mantenían limpias, sin desperdicios ni malos olores. Aunque Valencia era una ciudad con un reciente pasado árabe, y por lo tanto disponía de baños públicos a diferencia de otras ciudades mesetarias, la propia higiene de los valencianos había subido muchos enteros. La suciedad corporal se notaba más si las calles estaban limpias, y los ciudadanos habían seguido la moda de la burguesía y la nobleza de acudir a los baños antes de asistir a misa.
No eran estos los únicos cambios que se notaban. Durante la noche el puerto y las calles principales eran iluminadas con lámparas de gas, alimentadas con los gases procedentes de una cercana planta de coque que transformaba el carbón turolense para alimentar los hornos de la maestranza de artillería y las factorías de vidrio y porcelana. Incluso había seis tanques de sedimentación que trataban los residuos de las alcantarillas, depurando sus aguas antes de verterlas al mar, y que funcionaban como tempranos tanques Imhoff aprovechando sus gases. Posteriormente aquellos mismos desechos, ya digeridos por las bacterias, eran aprovechados como abonos de las huertas cercanas.
Gracias a los nuevos medios de alcantarillado y a la higiene se estaban mejorando la vida de los habitantes de la ciudad, evitándose muchas enfermedades relacionadas con la falta de higiene. Esto unido a las nuevas vacunas y la existencia de hospitales cada vez más eficaces y con mejores medios y procedimientos médicos, la mortandad de la población se había reducido sustancialmente, especialmente la infantil, que se redujo a un doce por ciento en solo diez años. Igualmente se había reducido la mortandad infantil, y eran cada vez más los infantes que superaban los doce años para alcanzar la edad adulta.
Por todo ello se vivía una explosión demográfica, a la que se unía la cada vez mayor inmigración. Cientos o miles de extranjeros llegaban cada año para instalarse en la ciudad; banqueros genoveses y venecianos que acudían para aprovechar los nuevos negocios de exportación de telas, prendas de ropa, porcelana, espejos y vidrio, y manufacturas varias. Marineros que acudían a trabajar en las cada vez más abundantes rutas comerciales que unían la ciudad con los lugares más dispares y alejados del mundo. Maestros artesanos de lo más variopinto que llegaban a instalarse en la ciudad y mejorar su fortuna, en suma, todo aquel que desease una nueva oportunidad de medrar trataba de instalarse en Valencia o sus cercanías.
Mientras descansaba en el palacio real, Felipe IV no pudo dejar de planear visitar las nuevas atracciones de la ciudad. La casa de fieras aún en construcción, que albergaba leones, elefantes, jirafas y extraños animales, como un pájaro traído de una lejana isla del océano Índico. El museo militar, que albergaba armas y banderas traídas de decenas de batallas a lo largo del mediterráneo, incluyendo una galera berberisca capturada años atrás y arrastrada a fuerza de sangre hasta el museo.
Esta fue la ciudad a la que llegó el monarca, una ciudad con su pujante Taula de Canvis, su Real Banco de San Vicente Ferrer que manejaba las finanzas del reino. La Universidad con su nuevo campus y sus modernas enseñanzas, y los amplios jardines por los que paseaban las damas al atardecer, y donde los jóvenes caballeros acudían a galantearlas…
En verano de 1641 Felipe IV convoco de nuevo las Cortes de Valencia, trasladándose una vez más a una ciudad que poco tenía que ver con la que había conocido tres lustros atrás. Las calles de la ciudad estaban recién empedradas y carecían del típico reguero central por el que discurrían los desperdicios. Estos discurrían por las cloacas que corrían bajo las calles, para lo cual las casas tenían tomas que las conectaban directamente con estas cloacas, no teniendo los habitantes que lanzar los desperdicios a las calles. De tanto en tanto había también letrinas públicas, evitando que las gentes hiciesen uso de las calles para sus necesidades. Tan solo los animales seguían haciendo sus necesidades en las calles, y para limpiarlas existían equipos de trabajadores forzosos que recogían el estiércol que luego serviría de abono.
Gracias a esto las calles se mantenían limpias, sin desperdicios ni malos olores. Aunque Valencia era una ciudad con un reciente pasado árabe, y por lo tanto disponía de baños públicos a diferencia de otras ciudades mesetarias, la propia higiene de los valencianos había subido muchos enteros. La suciedad corporal se notaba más si las calles estaban limpias, y los ciudadanos habían seguido la moda de la burguesía y la nobleza de acudir a los baños antes de asistir a misa.
No eran estos los únicos cambios que se notaban. Durante la noche el puerto y las calles principales eran iluminadas con lámparas de gas, alimentadas con los gases procedentes de una cercana planta de coque que transformaba el carbón turolense para alimentar los hornos de la maestranza de artillería y las factorías de vidrio y porcelana. Incluso había seis tanques de sedimentación que trataban los residuos de las alcantarillas, depurando sus aguas antes de verterlas al mar, y que funcionaban como tempranos tanques Imhoff aprovechando sus gases. Posteriormente aquellos mismos desechos, ya digeridos por las bacterias, eran aprovechados como abonos de las huertas cercanas.
Gracias a los nuevos medios de alcantarillado y a la higiene se estaban mejorando la vida de los habitantes de la ciudad, evitándose muchas enfermedades relacionadas con la falta de higiene. Esto unido a las nuevas vacunas y la existencia de hospitales cada vez más eficaces y con mejores medios y procedimientos médicos, la mortandad de la población se había reducido sustancialmente, especialmente la infantil, que se redujo a un doce por ciento en solo diez años. Igualmente se había reducido la mortandad infantil, y eran cada vez más los infantes que superaban los doce años para alcanzar la edad adulta.
Por todo ello se vivía una explosión demográfica, a la que se unía la cada vez mayor inmigración. Cientos o miles de extranjeros llegaban cada año para instalarse en la ciudad; banqueros genoveses y venecianos que acudían para aprovechar los nuevos negocios de exportación de telas, prendas de ropa, porcelana, espejos y vidrio, y manufacturas varias. Marineros que acudían a trabajar en las cada vez más abundantes rutas comerciales que unían la ciudad con los lugares más dispares y alejados del mundo. Maestros artesanos de lo más variopinto que llegaban a instalarse en la ciudad y mejorar su fortuna, en suma, todo aquel que desease una nueva oportunidad de medrar trataba de instalarse en Valencia o sus cercanías.
Mientras descansaba en el palacio real, Felipe IV no pudo dejar de planear visitar las nuevas atracciones de la ciudad. La casa de fieras aún en construcción, que albergaba leones, elefantes, jirafas y extraños animales, como un pájaro traído de una lejana isla del océano Índico. El museo militar, que albergaba armas y banderas traídas de decenas de batallas a lo largo del mediterráneo, incluyendo una galera berberisca capturada años atrás y arrastrada a fuerza de sangre hasta el museo.
Esta fue la ciudad a la que llegó el monarca, una ciudad con su pujante Taula de Canvis, su Real Banco de San Vicente Ferrer que manejaba las finanzas del reino. La Universidad con su nuevo campus y sus modernas enseñanzas, y los amplios jardines por los que paseaban las damas al atardecer, y donde los jóvenes caballeros acudían a galantearlas…
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
Felipe IV caminaba por el andamio que rodeaba la galera otomana situada en el Museo Militar de la ciudad, observándola con detenimiento. —Impresiona ver una galera tan lejos del mar, don Pedro. ¿Cómo la trajisteis hasta aquí? —preguntó el monarca.
—Es largo de explicar, señor rey, fue fácil, pero laborioso. ¿Queréis que os lo explique? —preguntó Pedro para continuar en cuanto el rey dijo “sí, por favor”. —En primer lugar creamos una gran grúa que denominamos “puente grúa” que merecería su propia explicación. Con su ayuda y un tiro de bueyes logramos arrastrar la galera fuera del agua y colocarla sobre un soporte que construimos especialmente para la galera.
—¿Y luego, como la trajisteis hasta aquí? Harían falta tiros de cientos de animales para arrastrar algo como esto…—dijo el monarca.
—En condiciones normales así sería. —explicó Pedro. —pero lo que hicimos fue construir unos armazones, conectando vigas de madera entre sí para crear un camino hasta aquí. El armazón sobre el que descansaba la galera tenía unas ruedas de metal especiales con las que se movía sobre aquel armazón.
—Curioso. ¿No servían las ruedas de siempre y las calles empedradas? —preguntó Felipe IV.
—Es una cuestión de rozamiento. El rozamiento de las ruedas de siempre sobre la calzada es mucho mayor que la que logramos con el sistema nuevo, y a menor rozamiento es necesaria mucha menos fuerza para su arrastre. Es el mismo principio que permite una mayor capacidad de arrastre a un tiro de caballos en un camino de sirga, arrastrando una gabarra, que arrastrando un carro por un camino.
—Entonces ese sistema serviría para solventar los problemas que tenemos en Castilla. —dedujo el monarca.
—Solo si solucionamos los problemas que vimos en ese sistema. Por desgracia aquellos “railes” se destrozaron al pasar sobre ellos, quedando inutilizables. Tendremos que buscar la forma de aumentar su durabilidad.
—¿Hacerlos de hierro? —propuso el monarca.
—Es una posibilidad. Habrá que investigarla. —respondió Pedro.
—Es largo de explicar, señor rey, fue fácil, pero laborioso. ¿Queréis que os lo explique? —preguntó Pedro para continuar en cuanto el rey dijo “sí, por favor”. —En primer lugar creamos una gran grúa que denominamos “puente grúa” que merecería su propia explicación. Con su ayuda y un tiro de bueyes logramos arrastrar la galera fuera del agua y colocarla sobre un soporte que construimos especialmente para la galera.
—¿Y luego, como la trajisteis hasta aquí? Harían falta tiros de cientos de animales para arrastrar algo como esto…—dijo el monarca.
—En condiciones normales así sería. —explicó Pedro. —pero lo que hicimos fue construir unos armazones, conectando vigas de madera entre sí para crear un camino hasta aquí. El armazón sobre el que descansaba la galera tenía unas ruedas de metal especiales con las que se movía sobre aquel armazón.
—Curioso. ¿No servían las ruedas de siempre y las calles empedradas? —preguntó Felipe IV.
—Es una cuestión de rozamiento. El rozamiento de las ruedas de siempre sobre la calzada es mucho mayor que la que logramos con el sistema nuevo, y a menor rozamiento es necesaria mucha menos fuerza para su arrastre. Es el mismo principio que permite una mayor capacidad de arrastre a un tiro de caballos en un camino de sirga, arrastrando una gabarra, que arrastrando un carro por un camino.
—Entonces ese sistema serviría para solventar los problemas que tenemos en Castilla. —dedujo el monarca.
—Solo si solucionamos los problemas que vimos en ese sistema. Por desgracia aquellos “railes” se destrozaron al pasar sobre ellos, quedando inutilizables. Tendremos que buscar la forma de aumentar su durabilidad.
—¿Hacerlos de hierro? —propuso el monarca.
—Es una posibilidad. Habrá que investigarla. —respondió Pedro.
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Un soldado de cuatro siglos
—Me gusta ver la galera aquí, ahora falta colocar una de las nuestras al lado y en posición preeminente. —continuó el rey. —España derrotando al berberisco.
—Lo he pensado, majestad. Y también construir escenas aquí al lado, con muñecos como si se tratase de galeotes, marineros y soldados para mostrar la vida a bordo.
—Bien, bien. —dijo el rey casi como si pudiese verlo. —Avisadme cuando saquéis otro bajel del agua, quiero ver como se hace.
—Como vuesa majestad desee. —dijo Pedro mientras continuaba mostrando al monarca la sala de artillería, decenas de cañones capturados a berberiscos, otomanos y franceses que allí se mostraban, cada uno de ellos con una pequeña placa de latón gravada en la que relacionaba la fecha y condiciones de su captura.
—Decidme, Pedro, ¿trabajáis en más inventos en la actualidad? —quiso saber el monarca. —La pluma de plata y oro que me regalasteis es magnífica.
—Siempre trabajo, majestad. —respondió Pedro. —Ahora mismo estoy trabajando en varios proyectos. El más avanzado es un nuevo telar para mejorar mis factorías, pero aún precisara de mucho trabajo para ser funcional. Otro proyecto que me gusta mucho es un sistema para enviar mensajes y objetos por medio de aire a presión, pero estoy teniendo problemas para crear esa presión. —dijo describiendo la maquina
—¿Utilizáis vapor?
—Esa es mi idea. Un ingenio de vapor comprime el aire, y por medio de un tubo en el que introducimos una capsula que propulsamos con el aire comprimido, enviamos la capsula con el mensaje al otro extremo del tubo…es algo complicado…—respondió Pedro mesándose la barba antes de guiar al rey a la sala de banderas, en la que decenas de banderas capturadas descansaban en las paredes, cada una de ellas con una placa de latón con su descripción…
—Lo he pensado, majestad. Y también construir escenas aquí al lado, con muñecos como si se tratase de galeotes, marineros y soldados para mostrar la vida a bordo.
—Bien, bien. —dijo el rey casi como si pudiese verlo. —Avisadme cuando saquéis otro bajel del agua, quiero ver como se hace.
—Como vuesa majestad desee. —dijo Pedro mientras continuaba mostrando al monarca la sala de artillería, decenas de cañones capturados a berberiscos, otomanos y franceses que allí se mostraban, cada uno de ellos con una pequeña placa de latón gravada en la que relacionaba la fecha y condiciones de su captura.
—Decidme, Pedro, ¿trabajáis en más inventos en la actualidad? —quiso saber el monarca. —La pluma de plata y oro que me regalasteis es magnífica.
—Siempre trabajo, majestad. —respondió Pedro. —Ahora mismo estoy trabajando en varios proyectos. El más avanzado es un nuevo telar para mejorar mis factorías, pero aún precisara de mucho trabajo para ser funcional. Otro proyecto que me gusta mucho es un sistema para enviar mensajes y objetos por medio de aire a presión, pero estoy teniendo problemas para crear esa presión. —dijo describiendo la maquina
—¿Utilizáis vapor?
—Esa es mi idea. Un ingenio de vapor comprime el aire, y por medio de un tubo en el que introducimos una capsula que propulsamos con el aire comprimido, enviamos la capsula con el mensaje al otro extremo del tubo…es algo complicado…—respondió Pedro mesándose la barba antes de guiar al rey a la sala de banderas, en la que decenas de banderas capturadas descansaban en las paredes, cada una de ellas con una placa de latón con su descripción…
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Un soldado de cuatro siglos
Ya en la sala de banderas, el monarca aprovechó para comentar su preocupación sobre la actual situación. Los ejércitos españoles habían sido derrotados en Cataluña, volviendo a perder todo el terreno ganado en los últimos meses. Ahora los franceses habían entrado en Cataluña, y su rey había sido proclamado Conde de Barcelona por las instituciones catalanas. Mientras el frente en Portugal continuaba estancado, lo mismo que el italiano, pero en Flandes la situación cambiaba cada día pues estaba en una ebullición constante.
A la guerra en todos los frentes se había sumado el reciente conato de sublevación del duque de Medina-Sidonia en Andalucía, saldado en este caso diplomáticamente, pero que no dejaba de ser un signo preocupante de la actual situación. —Hay ocasiones en las que no veo solución a esta situación. —llegó a confesar el rey.
—Majestad, por desgracia si una cosa no le falta a España, son enemigos. —respondió Pedro. —En una situación como esta solo podemos luchar, pero una cosa es luchar a ciegas, dando golpes en todas partes como un matasiete cualquiera, y otra muy distinta el luchar como un soldado entrenado, asestando cada golpe con el fin de infligir el máximo daño. En mi opinión aún estamos a tiempo de vencerlos, pero una cosa es ganar la guerra y otra muy distinta el ganar la paz.
—Entonces, ¿Cómo podemos vencer? —inquirió el monarca.
—Debemos contemplar la situación como un todo, buscar los puntos débiles del enemigo, y proceder a destruirlos con el máximo esfuerzo. Y debemos ser rápidos, aun si lográis que las cortes de Valencia os cedan otro millón de ducados, las arcas se están secando con rapidez.
—Podríamos volver a endeudarnos con los genoveses, pero…
—Sí, lo sé, majestad. —dijo Pedro dando cuerpo a las preocupaciones del monarca.
—Por cierto, ¿A qué os referís con ganar la paz? —quiso saber el rey.
—Majestad. Los recientes eventos han demostrado que el actual sistema de organización de los reinos de su majestad es inadecuado pues cada reino o dominio de su majestad va por separado.
—Lo sé, Don Guzmán ya trató de poner remedio a esto con la Unión de Armas.
—La Unión de Armas estaba condenada al fracaso pues era de todo menos una unión. Ciertamente pretendía que el resto de reinos y dominios de su majestad se sumasen a las guerras de Castilla, pero se olvidaba de compartir ciertas prebendas a día de hoy exclusivas de Castilla como el comercio con las Indias. Pero lo peor no es eso. Lo peor es que aquellos reinos no guardan ninguna lealtad para con vuesa majestad, y no la guardan porque no os conocen. ¿Cuántas veces habéis visitado Nápoles y Sicilia, Flandes y el Franco Condado durante vuestro reinado? ¿Cuántas veces los visito vuestro señor padre?
Mucho me temo que los actuales episodios de Cataluña y Portugal van mucho más allá de la Unión de Armas. En ambos casos entroncan con los problemas internos de unos reinos, para cuyos súbditos sois poco más que una figura lejana, en algunos casos incluso para los miembros de la nobleza…
A la guerra en todos los frentes se había sumado el reciente conato de sublevación del duque de Medina-Sidonia en Andalucía, saldado en este caso diplomáticamente, pero que no dejaba de ser un signo preocupante de la actual situación. —Hay ocasiones en las que no veo solución a esta situación. —llegó a confesar el rey.
—Majestad, por desgracia si una cosa no le falta a España, son enemigos. —respondió Pedro. —En una situación como esta solo podemos luchar, pero una cosa es luchar a ciegas, dando golpes en todas partes como un matasiete cualquiera, y otra muy distinta el luchar como un soldado entrenado, asestando cada golpe con el fin de infligir el máximo daño. En mi opinión aún estamos a tiempo de vencerlos, pero una cosa es ganar la guerra y otra muy distinta el ganar la paz.
—Entonces, ¿Cómo podemos vencer? —inquirió el monarca.
—Debemos contemplar la situación como un todo, buscar los puntos débiles del enemigo, y proceder a destruirlos con el máximo esfuerzo. Y debemos ser rápidos, aun si lográis que las cortes de Valencia os cedan otro millón de ducados, las arcas se están secando con rapidez.
—Podríamos volver a endeudarnos con los genoveses, pero…
—Sí, lo sé, majestad. —dijo Pedro dando cuerpo a las preocupaciones del monarca.
—Por cierto, ¿A qué os referís con ganar la paz? —quiso saber el rey.
—Majestad. Los recientes eventos han demostrado que el actual sistema de organización de los reinos de su majestad es inadecuado pues cada reino o dominio de su majestad va por separado.
—Lo sé, Don Guzmán ya trató de poner remedio a esto con la Unión de Armas.
—La Unión de Armas estaba condenada al fracaso pues era de todo menos una unión. Ciertamente pretendía que el resto de reinos y dominios de su majestad se sumasen a las guerras de Castilla, pero se olvidaba de compartir ciertas prebendas a día de hoy exclusivas de Castilla como el comercio con las Indias. Pero lo peor no es eso. Lo peor es que aquellos reinos no guardan ninguna lealtad para con vuesa majestad, y no la guardan porque no os conocen. ¿Cuántas veces habéis visitado Nápoles y Sicilia, Flandes y el Franco Condado durante vuestro reinado? ¿Cuántas veces los visito vuestro señor padre?
Mucho me temo que los actuales episodios de Cataluña y Portugal van mucho más allá de la Unión de Armas. En ambos casos entroncan con los problemas internos de unos reinos, para cuyos súbditos sois poco más que una figura lejana, en algunos casos incluso para los miembros de la nobleza…
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Un soldado de cuatro siglos
Al salir del museo cogerían un coche de caballos para entrar en la ciudad y visitar la lonja de la seda, que a esas horas bullía de actividad. Durante el trayecto no dejaron de comentar la febril actividad constructora que se divisaba en la ciudad. Muchas familias de menestrales estaban vendiendo sus propiedades en la ciudad para a continuación establecerse en extramuros, en las cercanías del puerto donde se concentraban los negocios manufactureros. Esas propiedades intramuros eran así adquiridas por nobles y burgueses, que construían en ellas sus palacios, creando una ciudad monumental.
En la propia lonja el rey pudo conversar con comerciantes, tanto nacionales como extranjeros. Curiosamente eran cada vez más numerosos los nobles, principalmente de la baja nobleza, que acudían a la lonja implicándose en negocios comerciales como accionistas, logrando así un repunte de una clase que hasta entonces había estado ahogada económicamente.
Esa noche acabarían de picos pardos por la ciudad, acompañando al rey de buen grado en sus correrías nocturnas. Al acabar era ya pasada la medianoche, y salían del lupanar para regresar a palacio. Curiosamente la ciudad aún estaba viva y se veía gente en las calles iluminadas por el gas. La mayor parte de estos eran trabajadores que se afanaban en sus quehaceres a la luz de las lámparas. Grupos de carreteros recorrían las calles recogiendo los desperdicios de los animales, llevando montones de estiércol que habían de acabar en los digestores antes de ser destinados al abono de los campos.
Otros carros llevaban alimentos de aquí para allá, especialmente desde el matadero de la ciudad, situado extramuros, hasta las carnicerías locales, pues años atrás se había prohibido q los carniceros realizar la matanza dentro de la ciudad y se les obligaba a utilizar las instalaciones municipales a media legua de esta. Mirase donde mirase, la ciudad vibraba día y noche.
—Amigo mío, venid a verme pasado mañana, precisare hablar con vos de un asunto muy delicado.
En la propia lonja el rey pudo conversar con comerciantes, tanto nacionales como extranjeros. Curiosamente eran cada vez más numerosos los nobles, principalmente de la baja nobleza, que acudían a la lonja implicándose en negocios comerciales como accionistas, logrando así un repunte de una clase que hasta entonces había estado ahogada económicamente.
Esa noche acabarían de picos pardos por la ciudad, acompañando al rey de buen grado en sus correrías nocturnas. Al acabar era ya pasada la medianoche, y salían del lupanar para regresar a palacio. Curiosamente la ciudad aún estaba viva y se veía gente en las calles iluminadas por el gas. La mayor parte de estos eran trabajadores que se afanaban en sus quehaceres a la luz de las lámparas. Grupos de carreteros recorrían las calles recogiendo los desperdicios de los animales, llevando montones de estiércol que habían de acabar en los digestores antes de ser destinados al abono de los campos.
Otros carros llevaban alimentos de aquí para allá, especialmente desde el matadero de la ciudad, situado extramuros, hasta las carnicerías locales, pues años atrás se había prohibido q los carniceros realizar la matanza dentro de la ciudad y se les obligaba a utilizar las instalaciones municipales a media legua de esta. Mirase donde mirase, la ciudad vibraba día y noche.
—Amigo mío, venid a verme pasado mañana, precisare hablar con vos de un asunto muy delicado.
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