Crisis. El Visitante, tercera parte
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Otro magnífico dibujo de ReyTuerto que ya conocemos:
Crucero ligero Galicia en DeviantArt
Crucero ligero Galicia
Atención: el texto está escrito según la historia alternativa narrada en «El Visitante» y por ello se emplean términos como «Alzamiento Nacional», sin que ello indique que el autor tenga inclinaciones ideológicas en tal sentido.
El Plan Miranda de 1915 de expansión de la Armada Española preveía la construcción, entre otras unidades, de cuatro cruceros ligeros. Dos de ellos, inspirados en la clase «C» británica, nacieron ya anticuados y su valor militar fue escaso, pero la otra pareja, la clase Cervera, dio tan buen resultado que fue ampliada en otra unidad. Los Cervera estaban basados en la clase «E» británica aunque con cambios en la distribución de las calderas. Por desgracia, las tres unidades conservaban características obsoletas como los montajes artilleros parcialmente abiertos.
La segunda unidad de la clase, bautizada Príncipe Alfonso, fue redenominado Libertad tras el derrocamiento de la monarquía. Al producirse el Alzamiento Nacional la tripulación se amotinó contra sus mandos y se unió a la flota republicana. Participó en el combate del cabo Cherchel, alcanzando al crucero pesado Baleares al que causó serios daños, y en el del cabo de Palos, donde fue hundido el ya citado Baleares. En 1939 huyó a Bizerta (Túnez) donde fue internado y luego devuelto a la Armada Española, siendo rebautizado Galicia.
En parte por haber quedado en zona nacional los arsenales del Ferrol y de la Carraca, y en parte por desidia, no se había hecho el necesario mantenimiento del buque cuyas calderas estaban en muy malas condiciones. Se decidió aprovechar el periodo de reparaciones para reconstruir el crucero, redistribuyendo el armamento principal (que quedó en los extremos del buque aunque seguía estando en montajes), reforzando la artillería antiaérea, e instalando equipos electrónicos de origen alemán. Volvió al servicio en septiembre de 1941 siendo sus equipos claves en las operaciones subsiguientes. Participó en el hundimiento del Ramillies, los combates de las islas Desertas, San Vicente, bombardeo de Freetown y Rockall, pero tras ser gravemente da-ñado en la acción del Cabo Mayor fue trasladado al Ferrol donde las obras de reparación se demoraron dieciocho meses. Tras su vuelta al servicio operó como escolta de portaaviones hasta el final de la guerra.
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Crucero ligero Galicia
Atención: el texto está escrito según la historia alternativa narrada en «El Visitante» y por ello se emplean términos como «Alzamiento Nacional», sin que ello indique que el autor tenga inclinaciones ideológicas en tal sentido.
El Plan Miranda de 1915 de expansión de la Armada Española preveía la construcción, entre otras unidades, de cuatro cruceros ligeros. Dos de ellos, inspirados en la clase «C» británica, nacieron ya anticuados y su valor militar fue escaso, pero la otra pareja, la clase Cervera, dio tan buen resultado que fue ampliada en otra unidad. Los Cervera estaban basados en la clase «E» británica aunque con cambios en la distribución de las calderas. Por desgracia, las tres unidades conservaban características obsoletas como los montajes artilleros parcialmente abiertos.
La segunda unidad de la clase, bautizada Príncipe Alfonso, fue redenominado Libertad tras el derrocamiento de la monarquía. Al producirse el Alzamiento Nacional la tripulación se amotinó contra sus mandos y se unió a la flota republicana. Participó en el combate del cabo Cherchel, alcanzando al crucero pesado Baleares al que causó serios daños, y en el del cabo de Palos, donde fue hundido el ya citado Baleares. En 1939 huyó a Bizerta (Túnez) donde fue internado y luego devuelto a la Armada Española, siendo rebautizado Galicia.
En parte por haber quedado en zona nacional los arsenales del Ferrol y de la Carraca, y en parte por desidia, no se había hecho el necesario mantenimiento del buque cuyas calderas estaban en muy malas condiciones. Se decidió aprovechar el periodo de reparaciones para reconstruir el crucero, redistribuyendo el armamento principal (que quedó en los extremos del buque aunque seguía estando en montajes), reforzando la artillería antiaérea, e instalando equipos electrónicos de origen alemán. Volvió al servicio en septiembre de 1941 siendo sus equipos claves en las operaciones subsiguientes. Participó en el hundimiento del Ramillies, los combates de las islas Desertas, San Vicente, bombardeo de Freetown y Rockall, pero tras ser gravemente da-ñado en la acción del Cabo Mayor fue trasladado al Ferrol donde las obras de reparación se demoraron dieciocho meses. Tras su vuelta al servicio operó como escolta de portaaviones hasta el final de la guerra.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Un barquito más, este mío partiendo de un dibujo de Gollevainen.
Clase García de los Reyes en DeviantArt
Torpederos clase García de los Reyes
Los destructores ligeros o torpederos de la clase García de los Reyes fueron construidos por la Armada Española durante la Guerra de Supremacía.
Estaban basados lejanamente en los torpederos de las clases Orsa italiana y Le Fier francesa. Este tipo de buques habían sido diseñados por no estar incluidos en los tratados de limitación de armamentos navales de Washington y Londres, pero resultaron demasiado pequeños y no solo tenían capacidad militar limitada sino que resultaron poco marineros, su casco se dañaba con facilidad por el oleaje, y sus ligeras máquinas fueron excesivamente frágiles.
Sin embargo los García de los Reyes, al ser de tamaño algo mayor, solventaron muchos de estos inconvenientes, aunque no podían compararse a los destructores pesados contemporáneos. Fueron construidos en dos series, con casco soldado o remachado, dependiendo de las capacidades de los astilleros, y fueron empleados sobre todo como escoltas antisubmarinos rápidos, desmontando parte del armamento artillero. Posteriormente este fue sustituido por una batería de cañones automáticos Breda de 7,5 cm. De las veinticuatro unidades construidas sobrevivieron dieciséis a la guerra. Las de la segunda serie (de casco remachado) fueron dadas de baja en poco tiempo, pero las de la primera se mantuvieron en servicio hasta los sesenta. Dos que fueron transformados en patrulleros fueron los más longevos.
Características
Desplazamiento: 1,260 Tn estándar, 1.530 Tn a plena carga.
Longitud: 92,15 m (en la flotación). Manga: 9,35 m (9,80 en los Capitán Barreto). Calado: 3,3 m.
Propulsión: 2 calderas Yarrow, 2 turbinas engranadas Parsons, 19.000 HP, dos hélices. Velocidad: 29.5 nudos.
Autonomía: 3.500 millas náuticas a 18 nudos.
Dotación: 175.
Armamento (original): Tres cañones de 10,5 cm, ocho de 3,7 cm, ocho de 2 cm. Dos montajes triples lanzatorpedos de 53,3 cm. Dos varaderos de cargas de profundidad con 24 cargas.
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Torpederos clase García de los Reyes
Los destructores ligeros o torpederos de la clase García de los Reyes fueron construidos por la Armada Española durante la Guerra de Supremacía.
Estaban basados lejanamente en los torpederos de las clases Orsa italiana y Le Fier francesa. Este tipo de buques habían sido diseñados por no estar incluidos en los tratados de limitación de armamentos navales de Washington y Londres, pero resultaron demasiado pequeños y no solo tenían capacidad militar limitada sino que resultaron poco marineros, su casco se dañaba con facilidad por el oleaje, y sus ligeras máquinas fueron excesivamente frágiles.
Sin embargo los García de los Reyes, al ser de tamaño algo mayor, solventaron muchos de estos inconvenientes, aunque no podían compararse a los destructores pesados contemporáneos. Fueron construidos en dos series, con casco soldado o remachado, dependiendo de las capacidades de los astilleros, y fueron empleados sobre todo como escoltas antisubmarinos rápidos, desmontando parte del armamento artillero. Posteriormente este fue sustituido por una batería de cañones automáticos Breda de 7,5 cm. De las veinticuatro unidades construidas sobrevivieron dieciséis a la guerra. Las de la segunda serie (de casco remachado) fueron dadas de baja en poco tiempo, pero las de la primera se mantuvieron en servicio hasta los sesenta. Dos que fueron transformados en patrulleros fueron los más longevos.
Características
Desplazamiento: 1,260 Tn estándar, 1.530 Tn a plena carga.
Longitud: 92,15 m (en la flotación). Manga: 9,35 m (9,80 en los Capitán Barreto). Calado: 3,3 m.
Propulsión: 2 calderas Yarrow, 2 turbinas engranadas Parsons, 19.000 HP, dos hélices. Velocidad: 29.5 nudos.
Autonomía: 3.500 millas náuticas a 18 nudos.
Dotación: 175.
Armamento (original): Tres cañones de 10,5 cm, ocho de 3,7 cm, ocho de 2 cm. Dos montajes triples lanzatorpedos de 53,3 cm. Dos varaderos de cargas de profundidad con 24 cargas.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Otro estupendo dibujo de ReyTuerto con algunos cambios míos:
Junkers 189 en DeviantArt
Junkers Ju 189
El programa de bombarderos pesados de la Luftwaffe avanzaba a buen ritmo desde que el general Ritter von Greim aceptó la sugerencia de Heinkel de desarrollar una versión cuatrimotor del Heinkel 177, el Heinkel 277. El He 277 era un aparato muy avanzado, con capacidad superior a la de los bombarderos cuatrimotores en servicio (el norteamericano B-17 Fortress y los británicos Stirling y Halifax) aunque inferior a la del Boeing B-29, por entonces en desarrollo. Paralelamente Messerschmitt estaba desarrollando el Me 264, un aparato de características aun superiores pero cuyo prototipo aun no había efectuado su primer vuelo. Además el Reichsluftfahrtministerium había solicitado a Messerschmitt que reemplazase los motores Daimler Benz DB 603, con los que se pretendía equipar a varios modelos de aviones del Pacto de Aquisgrán, por el más avanzado y potente Junkers Jumo 214. Con una planta motriz de gran potencia y buen rendimiento a alta cota el Me 264 prometía excepcionales características, pero el desarrollo del modelo sufrió un retraso de varios meses.
Tanto el He 277 como el Me 264 suponían un importante riesgo tecnológico, y de fracasar la Luftwaffe carecería de bombarderos pesados similares a los de sus contrincantes. Como alternativa el RLM encargó a Junkers el desarrollo de una versión de bombardeo de su cuatrimotor de pasajeros Junkers Ju 90, que era una evolución, a su vez, del Ju 89, un bombardero rechazado por el RLM.
Se ofreció a Junkers una prima si conseguía que el nuevo avión estuviese dispuesto antes de seis meses. Para acortar plazos se partió del prototipo Ju 90 V6, conservando la nueva planta alar y la configuración de los planos de cola, pero con un fuselaje más estrecho derivado del Ju 89. El nuevo aparato, que recibió la designación Junkers Ju 189, hizo su primer vuelo el 11 de octubre de 1941, sin mostrar defectos graves. Sin embargo sus prestaciones resultaron mediocres, especialmente el techo operativo y la velocidad máxima. Además, al ser un avión de ala baja la bodega era de pequeñas dimensiones, por lo que la carga máxima de bombas o las armas de gran tamaño solo podían transportarse externamente. Por el contrario, dos incidentes ocurridos con los prototipos V2 y V4 (una fractura del tren de aterrizaje y un accidente en pista con el prototipo del Ju 188) mostraron la gran solidez del aparato, que posteriormente llegaría a ser proverbial.
El RLM estuvo considerando rechazar el nuevo avión, pero el general Von Richthofen decidió aceptarlo a causa de las demoras de los He 277 y Me 264. Además, aunque el Ju 189 fuese inferior en velocidad y techo al Dornier 217, ya en servicio, podía llevar una carga bélica un 50% superior al doble de distancia. El armamento defensivo era más potente y estaba mejor distribuido que en el Dornier.
Finalmente el Ju 189 fue aceptado y fue destinado inicialmente a las secciones de bombardero nocturno y a las de reconocimiento marítimo, en las que suplementó y luego sustituyó a los Focke Wulf 200. El Kampfgeschwader KG 80, creado en enero de 1942 en Galicia (España) para efectuar operaciones aeronavales en el Océano Atlántico, recibió en marzo de 1942 los primeros Ju 189 B-0 de preserie, equipados con el nuevo radar FuG 241 Ries de onda centimétrica, que en mayo efectuaron las primeras misiones de combate.
Aparatos representados:
Junkers Ju 189 V3. Fue el primero equipado con armamento, incorporando una torre defensiva en cola.
Junkers Ju 189 A2. III/KG1 «Hindenburg». Venlo (Holanda), junio de 1942. La A2 fue la primera versión de bombardeo en servicio. Aunque tenía prestaciones limitadas, su gran alcance y sobre todo la resistencia del aparato lo hizo una máquina eficiente, aunque requería escolta para operar. En 1943, tras la entrada en servicio del mucho más capaz He 277, el Ju 189 fue relegado al bombardeo nocturno.
Junkers Ju 189 V4. Este aparato se accidentó en Rechlín al colisionar con un Ju 188, pero los daños fueron escasos y pudo ser reparado, siendo transformado en el prototipo de la versión de reconocimiento marítimo.
Junkers Ju 189 B3. I/KG 40. Labacoya (España), julio de 1942. El Ju 189 se reveló especialmente útil como aparato de patrulla marítima sustituyendo a los vulnerables Fw 200. Este aparato dispone de radiotelémetro FuG 241 (en un carenado en la panza) y de radiogoniómetro FuMB 3 Helgoland, destinado a detectar las emisiones de radiotelémetros británicos (carenado bajo el morro).
Junkers 189 en DeviantArt
Junkers Ju 189
El programa de bombarderos pesados de la Luftwaffe avanzaba a buen ritmo desde que el general Ritter von Greim aceptó la sugerencia de Heinkel de desarrollar una versión cuatrimotor del Heinkel 177, el Heinkel 277. El He 277 era un aparato muy avanzado, con capacidad superior a la de los bombarderos cuatrimotores en servicio (el norteamericano B-17 Fortress y los británicos Stirling y Halifax) aunque inferior a la del Boeing B-29, por entonces en desarrollo. Paralelamente Messerschmitt estaba desarrollando el Me 264, un aparato de características aun superiores pero cuyo prototipo aun no había efectuado su primer vuelo. Además el Reichsluftfahrtministerium había solicitado a Messerschmitt que reemplazase los motores Daimler Benz DB 603, con los que se pretendía equipar a varios modelos de aviones del Pacto de Aquisgrán, por el más avanzado y potente Junkers Jumo 214. Con una planta motriz de gran potencia y buen rendimiento a alta cota el Me 264 prometía excepcionales características, pero el desarrollo del modelo sufrió un retraso de varios meses.
Tanto el He 277 como el Me 264 suponían un importante riesgo tecnológico, y de fracasar la Luftwaffe carecería de bombarderos pesados similares a los de sus contrincantes. Como alternativa el RLM encargó a Junkers el desarrollo de una versión de bombardeo de su cuatrimotor de pasajeros Junkers Ju 90, que era una evolución, a su vez, del Ju 89, un bombardero rechazado por el RLM.
Se ofreció a Junkers una prima si conseguía que el nuevo avión estuviese dispuesto antes de seis meses. Para acortar plazos se partió del prototipo Ju 90 V6, conservando la nueva planta alar y la configuración de los planos de cola, pero con un fuselaje más estrecho derivado del Ju 89. El nuevo aparato, que recibió la designación Junkers Ju 189, hizo su primer vuelo el 11 de octubre de 1941, sin mostrar defectos graves. Sin embargo sus prestaciones resultaron mediocres, especialmente el techo operativo y la velocidad máxima. Además, al ser un avión de ala baja la bodega era de pequeñas dimensiones, por lo que la carga máxima de bombas o las armas de gran tamaño solo podían transportarse externamente. Por el contrario, dos incidentes ocurridos con los prototipos V2 y V4 (una fractura del tren de aterrizaje y un accidente en pista con el prototipo del Ju 188) mostraron la gran solidez del aparato, que posteriormente llegaría a ser proverbial.
El RLM estuvo considerando rechazar el nuevo avión, pero el general Von Richthofen decidió aceptarlo a causa de las demoras de los He 277 y Me 264. Además, aunque el Ju 189 fuese inferior en velocidad y techo al Dornier 217, ya en servicio, podía llevar una carga bélica un 50% superior al doble de distancia. El armamento defensivo era más potente y estaba mejor distribuido que en el Dornier.
Finalmente el Ju 189 fue aceptado y fue destinado inicialmente a las secciones de bombardero nocturno y a las de reconocimiento marítimo, en las que suplementó y luego sustituyó a los Focke Wulf 200. El Kampfgeschwader KG 80, creado en enero de 1942 en Galicia (España) para efectuar operaciones aeronavales en el Océano Atlántico, recibió en marzo de 1942 los primeros Ju 189 B-0 de preserie, equipados con el nuevo radar FuG 241 Ries de onda centimétrica, que en mayo efectuaron las primeras misiones de combate.
Aparatos representados:
Junkers Ju 189 V3. Fue el primero equipado con armamento, incorporando una torre defensiva en cola.
Junkers Ju 189 A2. III/KG1 «Hindenburg». Venlo (Holanda), junio de 1942. La A2 fue la primera versión de bombardeo en servicio. Aunque tenía prestaciones limitadas, su gran alcance y sobre todo la resistencia del aparato lo hizo una máquina eficiente, aunque requería escolta para operar. En 1943, tras la entrada en servicio del mucho más capaz He 277, el Ju 189 fue relegado al bombardeo nocturno.
Junkers Ju 189 V4. Este aparato se accidentó en Rechlín al colisionar con un Ju 188, pero los daños fueron escasos y pudo ser reparado, siendo transformado en el prototipo de la versión de reconocimiento marítimo.
Junkers Ju 189 B3. I/KG 40. Labacoya (España), julio de 1942. El Ju 189 se reveló especialmente útil como aparato de patrulla marítima sustituyendo a los vulnerables Fw 200. Este aparato dispone de radiotelémetro FuG 241 (en un carenado en la panza) y de radiogoniómetro FuMB 3 Helgoland, destinado a detectar las emisiones de radiotelémetros británicos (carenado bajo el morro).
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Tras disfrutar de los trabajos de ReyTuerto (y no abominar demasiado de los míos) vuelta al relato principal:
Si Gerard había puesto a dos hombres de confianza para observar al pelanas de Jirko no solo era por controlarle, algo fácil a la vista de la torpeza con la que se movía: sus intentos de eludir posibles perseguidores no solo eran ineficaces sino que le ponían en evidencia. A quien tenían que controlar era a otro asiduo visitante de la Chausseestrasse que cada vez interesaba más al policía: el general Walter Schellenberg.
A Gerard le parecía que las protestas de Schellenberg por la escolta eran rutinarias, más que nada porque le disgustaba verse con compañía cuando echaba canitas al aire. En realidad, en cuanto supo del riesgo de un atentado el general accedió a ser escoltado, y hasta había autorizado a ampliar el personal de la Central. La impresión de Gerard era que Schellenberg tenía muchas cualidades, pero que entre ellas no estaba el valor personal. O tal vez creyese que su muerte supondría un serio inconveniente para el gobierno. Y también para sus planes, fuesen los que fuesen.
La vigilancia a la que quería someter a Schellenberg implicaba que Gerard tenía problema, que ya desde el primer momento le había preocupado: la selección del personal. No había querido delegarla aunque la dirección de la Central ocupaba cada vez más su tiempo. Aunque la agencia se estaba haciendo demasiado grande para hacerla personalmente, al menos quería dar el visto bueno a cada candidato. A fin de cuentas la mejor cadena no es más fuerte que el más débil de sus eslabones, y Gerard no quería que ningún blandengue entrase en la agencia.
Para un reclutador la cuestión está en el origen de los aspirantes. Schellenberg pensaba que Gerard los buscaría en los servicios de inteligencia, y dado que el antiguo policía había convertido en fiel de su política no turbar los dulces sueños de su jefe, fue precisamente lo que hizo. Reclutó a algunos antiguos miembros del SD y Abwehr, y los destinó a puestos en los que siempre estaban acompañados de hombres —y mujeres— de total confianza… de Gerard. Al antiguo policía —al que cada vez más frecuentemente sus subordinados llamaban simplemente «el Director»— le inquietaban los espías procedentes de otro servicio, pues su lealtad podía estar torcida. Seguramente no serían traidores, sino alemanes honrados que amaban a la Patria tanto como él. Pero los agentes procedentes del RHSA, por patriotas que fuesen, tal vez creyesen que servían mejor a Alemania yendo a otros despachos a contar lo que veían. Eso, sin olvidar que el espionaje era el objetivo preferido de los servicios enemigos, y resultaba más probable encontrar un infiltrado ruso o inglés en el RHSA que en la compañía del gas.
La cuestión de conseguir personal sin fidelidades extrañas tenía sencilla respuesta. Un espía no era sino un criminal. De un tipo especialmente dañino, pero seguía siendo un delincuente. Misión de la policía era perseguir el crimen, y nada como un comisario con experiencia para lidiar con ladrones, aunque no fuesen de dinero sino de información. Gerard no se engañaba y sabía que en la policía también tenían su colección de manzanas podridas, ya que la cercanía del delito siempre resulta contagiosa para hombres sin convicciones. Pero conocía el cuerpo y sabía de las andanzas de sus antiguos compañeros. En su día muchos habían sido relegados por su disconformidad con el nazismo, y fueron los primeros a quienes Gerard llamó, ya que creía que el hombre que se jugaba el trabajo por sus convicciones difícilmente podría estar a sueldo. Lógicamente, primero tuvo que asegurarse de que no habían tenido ningún contacto con organizaciones izquierdistas; buscando sus antecedentes encontró que un par de candidatos tenían antecedentes espartaquistas antes de dejar bruscamente la actividad política; tal vez fuera porque se hubiesen regenerado, pero para la cada vez más paranoica nariz de Gerard, atufaban a agentes durmientes. A esos los puso en cuarentena y reclutó a los demás. Pronto tuvo trabajando a sus órdenes a una docena de antiguos compañeros que eran enormemente valiosos no solo por su capacidad personal sino por conocer todos los cuentos y rumores que corrían por el cuerpo. Algo que le que permitió descartar a otros candidatos con excesivo amor a los marcos o que en su día habían coqueteado con los comunistas; también ayudó el disponer de los archivos del partido comunista alemán. El principal inconveniente fue que los policías tendían a ser muy conspicuos, pues estaban acostumbrados a dominar las calles simplemente andando por ellas. Aprender a pasar inadvertidos les resultó una nueva experiencia.
Gerard también buscó a oficinistas de todo tipo, escogiendo a esas personas grises que venían a ser el lubricante con el que se movía la maquinaria del Estado. Extrañamente, podían ser mejores para las labores de campo que los policías, pues eran de los que conseguían pasar inadvertidos hasta en un escenario. Además eran inteligentes —no todos, pero Gerard también disponía de médicos especialistas en la mente para examinarlos—, tenían más recursos de los que parecía, y era improbable que fuesen infiltrados. Más importante, esos individuos aparentemente insignificantes se consideraban servidores del Estado. Gerard escogía a los de puestos anodinos, como el departamento de Agricultura; no creía que los soviets tuviesen especial interés en saber las necesidades alemanas de abonos.
Tal vez no le gustase a Nicole, pero muchas mujeres nutrieron las filas de la Central. Las primeras fueron familiares de los policías, luego las secretarias que poblaban los despachos berlineses. Después pasó a escogerlas con las máquinas analíticas del sótano de la Central, buscando a las que habían descollado en los estudios pero que la política nazi había relegado a las cocinas. Raramente los espías las temían, ya que demasiados hombres creían que las mujeres solo eran capaces de cocinar, lavar ropa y criar niños. Gerard también incluyó en su nómina a algunas mujeres despampanantes. A las atractivas sin ser deslumbrantes las aleccionó para que no se cuidasen demasiado para que los hombres creyesen que habían descubierto su atractivo interior. A las más llamativas no pensaba emplearlas como cebo, pues hasta el espía más obtuso desconfía cuando una belleza se le acerca para invitarse a una copa. Actuarían como distracción. El paso de una joven escultural enfundada en un vestido ajustado sería como la muleta del torero que ofusca la atención del toro.
Si Gerard había puesto a dos hombres de confianza para observar al pelanas de Jirko no solo era por controlarle, algo fácil a la vista de la torpeza con la que se movía: sus intentos de eludir posibles perseguidores no solo eran ineficaces sino que le ponían en evidencia. A quien tenían que controlar era a otro asiduo visitante de la Chausseestrasse que cada vez interesaba más al policía: el general Walter Schellenberg.
A Gerard le parecía que las protestas de Schellenberg por la escolta eran rutinarias, más que nada porque le disgustaba verse con compañía cuando echaba canitas al aire. En realidad, en cuanto supo del riesgo de un atentado el general accedió a ser escoltado, y hasta había autorizado a ampliar el personal de la Central. La impresión de Gerard era que Schellenberg tenía muchas cualidades, pero que entre ellas no estaba el valor personal. O tal vez creyese que su muerte supondría un serio inconveniente para el gobierno. Y también para sus planes, fuesen los que fuesen.
La vigilancia a la que quería someter a Schellenberg implicaba que Gerard tenía problema, que ya desde el primer momento le había preocupado: la selección del personal. No había querido delegarla aunque la dirección de la Central ocupaba cada vez más su tiempo. Aunque la agencia se estaba haciendo demasiado grande para hacerla personalmente, al menos quería dar el visto bueno a cada candidato. A fin de cuentas la mejor cadena no es más fuerte que el más débil de sus eslabones, y Gerard no quería que ningún blandengue entrase en la agencia.
Para un reclutador la cuestión está en el origen de los aspirantes. Schellenberg pensaba que Gerard los buscaría en los servicios de inteligencia, y dado que el antiguo policía había convertido en fiel de su política no turbar los dulces sueños de su jefe, fue precisamente lo que hizo. Reclutó a algunos antiguos miembros del SD y Abwehr, y los destinó a puestos en los que siempre estaban acompañados de hombres —y mujeres— de total confianza… de Gerard. Al antiguo policía —al que cada vez más frecuentemente sus subordinados llamaban simplemente «el Director»— le inquietaban los espías procedentes de otro servicio, pues su lealtad podía estar torcida. Seguramente no serían traidores, sino alemanes honrados que amaban a la Patria tanto como él. Pero los agentes procedentes del RHSA, por patriotas que fuesen, tal vez creyesen que servían mejor a Alemania yendo a otros despachos a contar lo que veían. Eso, sin olvidar que el espionaje era el objetivo preferido de los servicios enemigos, y resultaba más probable encontrar un infiltrado ruso o inglés en el RHSA que en la compañía del gas.
La cuestión de conseguir personal sin fidelidades extrañas tenía sencilla respuesta. Un espía no era sino un criminal. De un tipo especialmente dañino, pero seguía siendo un delincuente. Misión de la policía era perseguir el crimen, y nada como un comisario con experiencia para lidiar con ladrones, aunque no fuesen de dinero sino de información. Gerard no se engañaba y sabía que en la policía también tenían su colección de manzanas podridas, ya que la cercanía del delito siempre resulta contagiosa para hombres sin convicciones. Pero conocía el cuerpo y sabía de las andanzas de sus antiguos compañeros. En su día muchos habían sido relegados por su disconformidad con el nazismo, y fueron los primeros a quienes Gerard llamó, ya que creía que el hombre que se jugaba el trabajo por sus convicciones difícilmente podría estar a sueldo. Lógicamente, primero tuvo que asegurarse de que no habían tenido ningún contacto con organizaciones izquierdistas; buscando sus antecedentes encontró que un par de candidatos tenían antecedentes espartaquistas antes de dejar bruscamente la actividad política; tal vez fuera porque se hubiesen regenerado, pero para la cada vez más paranoica nariz de Gerard, atufaban a agentes durmientes. A esos los puso en cuarentena y reclutó a los demás. Pronto tuvo trabajando a sus órdenes a una docena de antiguos compañeros que eran enormemente valiosos no solo por su capacidad personal sino por conocer todos los cuentos y rumores que corrían por el cuerpo. Algo que le que permitió descartar a otros candidatos con excesivo amor a los marcos o que en su día habían coqueteado con los comunistas; también ayudó el disponer de los archivos del partido comunista alemán. El principal inconveniente fue que los policías tendían a ser muy conspicuos, pues estaban acostumbrados a dominar las calles simplemente andando por ellas. Aprender a pasar inadvertidos les resultó una nueva experiencia.
Gerard también buscó a oficinistas de todo tipo, escogiendo a esas personas grises que venían a ser el lubricante con el que se movía la maquinaria del Estado. Extrañamente, podían ser mejores para las labores de campo que los policías, pues eran de los que conseguían pasar inadvertidos hasta en un escenario. Además eran inteligentes —no todos, pero Gerard también disponía de médicos especialistas en la mente para examinarlos—, tenían más recursos de los que parecía, y era improbable que fuesen infiltrados. Más importante, esos individuos aparentemente insignificantes se consideraban servidores del Estado. Gerard escogía a los de puestos anodinos, como el departamento de Agricultura; no creía que los soviets tuviesen especial interés en saber las necesidades alemanas de abonos.
Tal vez no le gustase a Nicole, pero muchas mujeres nutrieron las filas de la Central. Las primeras fueron familiares de los policías, luego las secretarias que poblaban los despachos berlineses. Después pasó a escogerlas con las máquinas analíticas del sótano de la Central, buscando a las que habían descollado en los estudios pero que la política nazi había relegado a las cocinas. Raramente los espías las temían, ya que demasiados hombres creían que las mujeres solo eran capaces de cocinar, lavar ropa y criar niños. Gerard también incluyó en su nómina a algunas mujeres despampanantes. A las atractivas sin ser deslumbrantes las aleccionó para que no se cuidasen demasiado para que los hombres creyesen que habían descubierto su atractivo interior. A las más llamativas no pensaba emplearlas como cebo, pues hasta el espía más obtuso desconfía cuando una belleza se le acerca para invitarse a una copa. Actuarían como distracción. El paso de una joven escultural enfundada en un vestido ajustado sería como la muleta del torero que ofusca la atención del toro.
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Tenemos otros dos tanques dibujados por ReyTuerto
Kätzchen y Mangouste en DeviantArt
Kätzchen y Mangouste
El concurso de 1941 para proveer de medios acorazados al Pacto de Aquisgrán preveía renovar el parque de transportes de personal, hasta entonces formado por múltiples tipos, tanto semiorugas como de ruedas o de cadenas, algo que causaba serios problemas logísticos. Prácticamente todas las industrias pesadas de la Unión Paneuropea optaron con diseños de todo tipo, pero la mayoría fueron descartados en la fase previa. Finalmente se aceptaron cuatro prototipos: el SdKfz 250 de Demag, que era una versión a menor escala de su semioruga SdKfz 251. El SdKfz 10 era un vehículo de orugas diseñado por MAN partiendo del Panzer II. BMM concursó con el Kätzchen, un derivado del Panzer 38, y Europanzer con el VAB 41, que se basaba en el transporte Lorraine 39 L. El SdKfz 10 de MAN fue descartado por su reducido tamaño y por ser técnicamente obsoleto. Aunque el SdKfz 250 resultó tener excelentes prestaciones por caminos, las campo traviesa fueron menores, y sobre todo se juzgó que los semiorugas eran excesivamente caros y complejos comparados con los que eran exclusivamente de cadenas.
El SdKfz 280 Vollkettenaufklarer 38 Kätzchen «gatita», producido por Böhmisch-Mährische Maschinenfabrik AG (BMM) en Ostrava (Moravia), fue el que tuvo mejores prestaciones y fue seleccionado por el ejército alemán, Era un vehículo de perfil bajo, con motor central y sin techo, con capacidad para el conductor, un tirador de ametralladora MG34, y hasta ocho infantes.
El Europanzer VAB 41 «Mangouste/Manguste» fue producido por Lorraine en Luneville y por Ansaldo en Génova. Aunque sus prestaciones en camino eran inferiores a las del Kätzchen, lo superaba en terrenos irregulares. El motor delantero no solo aumentaba la capacidad, que era de ocho a diez infantes (más el conductor y el ametrallador) sino que mejoraba la protección. La versión VAB 43 Belette incorporaba un techo para proteger a sus pasajeros de la artillería.
Sin embargo, tanto el Kätzchen como el Mangouste habían sido concebidos como «taxis blindados» y adolecían de protección cuando se empleaban como vehículos de asalto. A partir de 1945 fueron sustituidos por el Schützenjaguar (derivado del tanque Jaguar) en las misiones más comprometidas, aunque se conservaron los SdKfz 80y los VAB 43 para las restantes y para los escenarios en los que el Schützenjaguar resultaba demasiado pesado.
Kätzchen y Mangouste en DeviantArt
Kätzchen y Mangouste
El concurso de 1941 para proveer de medios acorazados al Pacto de Aquisgrán preveía renovar el parque de transportes de personal, hasta entonces formado por múltiples tipos, tanto semiorugas como de ruedas o de cadenas, algo que causaba serios problemas logísticos. Prácticamente todas las industrias pesadas de la Unión Paneuropea optaron con diseños de todo tipo, pero la mayoría fueron descartados en la fase previa. Finalmente se aceptaron cuatro prototipos: el SdKfz 250 de Demag, que era una versión a menor escala de su semioruga SdKfz 251. El SdKfz 10 era un vehículo de orugas diseñado por MAN partiendo del Panzer II. BMM concursó con el Kätzchen, un derivado del Panzer 38, y Europanzer con el VAB 41, que se basaba en el transporte Lorraine 39 L. El SdKfz 10 de MAN fue descartado por su reducido tamaño y por ser técnicamente obsoleto. Aunque el SdKfz 250 resultó tener excelentes prestaciones por caminos, las campo traviesa fueron menores, y sobre todo se juzgó que los semiorugas eran excesivamente caros y complejos comparados con los que eran exclusivamente de cadenas.
El SdKfz 280 Vollkettenaufklarer 38 Kätzchen «gatita», producido por Böhmisch-Mährische Maschinenfabrik AG (BMM) en Ostrava (Moravia), fue el que tuvo mejores prestaciones y fue seleccionado por el ejército alemán, Era un vehículo de perfil bajo, con motor central y sin techo, con capacidad para el conductor, un tirador de ametralladora MG34, y hasta ocho infantes.
El Europanzer VAB 41 «Mangouste/Manguste» fue producido por Lorraine en Luneville y por Ansaldo en Génova. Aunque sus prestaciones en camino eran inferiores a las del Kätzchen, lo superaba en terrenos irregulares. El motor delantero no solo aumentaba la capacidad, que era de ocho a diez infantes (más el conductor y el ametrallador) sino que mejoraba la protección. La versión VAB 43 Belette incorporaba un techo para proteger a sus pasajeros de la artillería.
Sin embargo, tanto el Kätzchen como el Mangouste habían sido concebidos como «taxis blindados» y adolecían de protección cuando se empleaban como vehículos de asalto. A partir de 1945 fueron sustituidos por el Schützenjaguar (derivado del tanque Jaguar) en las misiones más comprometidas, aunque se conservaron los SdKfz 80y los VAB 43 para las restantes y para los escenarios en los que el Schützenjaguar resultaba demasiado pesado.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
A seguir disfrutando con los dibujos de ReyTuerto
Tanque Verdeja en DeviantArt
Tanque Verdeja
El Verdeja fue un carro de combate de proyecto autóctono destinado a reemplazar a los tanques Panzer I y T-26 del Ejército Español. Fue desarrollado por el capitán Don Félix Verdeja Bardales, que estaba al mando de la compañía de Carros de Combate de la Legión. El capitán Verdeja, comprendiendo la necesidad que el Ejército Nacional tendría de tanques, emprendió el diseño de un carro de combate que aunase las mejores características de los tanques Panzer I alemanes y T-26 rusos. Debido a su posición el capitán tenía acceso a los dos modelos, conocía tanto su rendimiento en combate como sus principales defectos, y pensaba que podía diseñar un nuevo tanque que, mejorando los dos carros antes citados, pudiese ser construido por la industria nacional.
A partir de aquí el texto es ucrónico. El Verdeja hubiese debido equipar a las formaciones acorazadas españolas y se aprobó la construcción de un millar, pero el penoso estado de la industria nacional y las dificultades de gestión causadas por imposiciones políticas hicieron que solo se finalizasen tres series de 20 unidades cada una (aunque gran parte de los vehículos de la primera fueron desmantelados para fabricar las siguientes). Los Verdeja tenían deficiencias, relacionadas con la mala calidad de los materiales y la tosca construcción, y cuando Alemania cedió un gran número de tanques Panzer 38 y autopropulsados Marder I, se decidió dar por finalizado el programa. Los carros construidos se emplearon brevemente para la instrucción y no llegaron a ser empleados en combate.
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Tanque Verdeja
El Verdeja fue un carro de combate de proyecto autóctono destinado a reemplazar a los tanques Panzer I y T-26 del Ejército Español. Fue desarrollado por el capitán Don Félix Verdeja Bardales, que estaba al mando de la compañía de Carros de Combate de la Legión. El capitán Verdeja, comprendiendo la necesidad que el Ejército Nacional tendría de tanques, emprendió el diseño de un carro de combate que aunase las mejores características de los tanques Panzer I alemanes y T-26 rusos. Debido a su posición el capitán tenía acceso a los dos modelos, conocía tanto su rendimiento en combate como sus principales defectos, y pensaba que podía diseñar un nuevo tanque que, mejorando los dos carros antes citados, pudiese ser construido por la industria nacional.
A partir de aquí el texto es ucrónico. El Verdeja hubiese debido equipar a las formaciones acorazadas españolas y se aprobó la construcción de un millar, pero el penoso estado de la industria nacional y las dificultades de gestión causadas por imposiciones políticas hicieron que solo se finalizasen tres series de 20 unidades cada una (aunque gran parte de los vehículos de la primera fueron desmantelados para fabricar las siguientes). Los Verdeja tenían deficiencias, relacionadas con la mala calidad de los materiales y la tosca construcción, y cuando Alemania cedió un gran número de tanques Panzer 38 y autopropulsados Marder I, se decidió dar por finalizado el programa. Los carros construidos se emplearon brevemente para la instrucción y no llegaron a ser empleados en combate.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Más de ReyTuerto: nuestro viejo conocido Jaguar (la primera parte).
Tabla de reconociminto del tanque Jaguar en DeviantArt
Tabla de reconocimiento del tanque Jaguar (I)
Durante la larga carrera del Europanzer Jaguar se produjeron gran tipo de variantes: además de las dieciséis principales, hubo ocho blindados auxiliares basados en el mismo chasis, y cuatro versiones principales del transporte acorazado Schützenjaguar. De cada tipo hubo subvariantes y además se hicieron muchas modificaciones locales, especialmente en la posguerra.
Jaguar A0: prototipo con torre del tanque Panzer IV. No considerado apto para el combate por sus defectos mecánicos debidos al motor Gamma.
Jaguar C: versión inicial, similar a las A (italiana) y B (francesa). La C estaba destinada al ejército alemán y llevaba motor Maybach. A pesar de montar la torre del Panther, conservaba el armamento de las versiones finales del Panzer IV.
Jaguar E: vehículo de ingenieros con obús de 10,5 cm y equipo especial. En su mayoría, fueron vehículos de las versiones A, B y C modernizados.
Jaguar F. Llevaba la torre Henschel definitiva, pero conservaba aun el cañón de 75L48. A partir de la unidad 150 recibieron el cañón 75L70.
Jaguar G: similar al anterior con cañón 75L70.
Jaguar M: versión definitiva de la guerra, con cañón 88L60.
Jaguar R: versión de posguerra con cañón 105L42.
Irbis: producido para el ejército ruso, con cañón D5T 75L55.
Kivu 3: Jaguares de modelos antiguos modernizados por Sion con cañón 105L55.
Ocelot: Versión de posguerra con carros dados de baja convertidos en cazacarros con nueva torre y cañón 105L55.
Tabla de reconociminto del tanque Jaguar en DeviantArt
Tabla de reconocimiento del tanque Jaguar (I)
Durante la larga carrera del Europanzer Jaguar se produjeron gran tipo de variantes: además de las dieciséis principales, hubo ocho blindados auxiliares basados en el mismo chasis, y cuatro versiones principales del transporte acorazado Schützenjaguar. De cada tipo hubo subvariantes y además se hicieron muchas modificaciones locales, especialmente en la posguerra.
Jaguar A0: prototipo con torre del tanque Panzer IV. No considerado apto para el combate por sus defectos mecánicos debidos al motor Gamma.
Jaguar C: versión inicial, similar a las A (italiana) y B (francesa). La C estaba destinada al ejército alemán y llevaba motor Maybach. A pesar de montar la torre del Panther, conservaba el armamento de las versiones finales del Panzer IV.
Jaguar E: vehículo de ingenieros con obús de 10,5 cm y equipo especial. En su mayoría, fueron vehículos de las versiones A, B y C modernizados.
Jaguar F. Llevaba la torre Henschel definitiva, pero conservaba aun el cañón de 75L48. A partir de la unidad 150 recibieron el cañón 75L70.
Jaguar G: similar al anterior con cañón 75L70.
Jaguar M: versión definitiva de la guerra, con cañón 88L60.
Jaguar R: versión de posguerra con cañón 105L42.
Irbis: producido para el ejército ruso, con cañón D5T 75L55.
Kivu 3: Jaguares de modelos antiguos modernizados por Sion con cañón 105L55.
Ocelot: Versión de posguerra con carros dados de baja convertidos en cazacarros con nueva torre y cañón 105L55.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Tras el interludio, vuelta a la historia. Espero que no sea demasiado lioso.
Una las primeras mujeres que la Central alistó fue Herta, que iba para señuelo pero acabó siendo, literalmente, una mina de oro. Había sido reclutada cuando Gerard estaba siguiendo a la miríada de espías soviéticos que estaba descubriendo; además de agentes que trabajasen sobre el terreno, se necesitaba personal administrativo que mantuviese a raya la cada vez mayor cantidad de papeles se generaban. La joven había llegado con las mejores recomendaciones: había trabajado en el RHSA hasta que Kaltenbrunner la despidió. Realmente no lo había hecho ese criminal, que no se rebajaba a tratar con personal subalterno, sino su subordinado Werner Best. Se decía que la chica no había mostrado el entusiasmo debido por la causa, y al investigar detenidamente sus antecedentes resultó tener un bisabuelo judío. Sin embargo Gerard sabía que el motivo real era que un gerifalte del Partido había intentado chantajearla para meterse en su cama, llevándose como premio un sonoro bofetón. Ahora el imbécil penaba en Dachau, donde había sustituido a otros presos más inocentes tras los Juicios de Berlín. Pero la chica había quedado marcada y ningún departamento la aceptaba. Salvo la Central.
Herta era una preciosidad. Una belleza rubia que con una mirada podía tentar a un eremita. Excesivamente atractiva para tenerla trabajando en una oficina, pues despertaría pasiones y conflictos entre sus compañeros. Aun así, Gerard la mantuvo en parte por sus antecedentes, pero también pensando que antes o después necesitaría emplearla como reclamo. Sin embargo, al poco de llegar la chica insistió en ser recibida. Gerard pensó en quitarla de en medio: no podría despedirla so pena que hablase más de la cuenta, y los accidentes del Metro no eran su estilo; pero tal vez fuese preciso abrir una delegación en Bagdad. La Central lo que necesitaba era inteligencia y no advenedizas que usasen su magnetismo sexual para ascender.
Ya tenía preparada la orden que la destinaría a clasificar cartas en Memel pero Gerard decidió concederle el beneficio de la duda, pues haber sido perseguida por Kaltenbrunner era en la Central mejor que un título de nobleza. Nada más comenzar la conversación rompió la cuartilla con la orden, pues la joven no era la rubia bobalicona pero ambiciosa que todos pensaban. Tras sus rizos dorados se escondía una aguda inteligencia. La chica ni siquiera intentó camelar a su jefe; le debió bastar una mirada para entender que era hombre de una mujer y que si seguía ese camino se perdería. No por ello el antiguo policía dejó de quedar fascinado; mirándola, se veía que su atractivo no era físico, pues aunque era guapa los ministerios berlineses atraían a las mujeres atractivas con deseos de trepar. El magnetismo de Herta estaba en como sabía emplear su cuerpo, su mirada y su voz para conmover a los hombres. Al poco de empezar a hablar, la joven le confesó a Gerard que se había acostumbrado a emplear su figura como una herramienta más, no por gusto sino porque ser la única manera de lograr alguna oportunidad. En la Alemania nazi las mujeres estaban destinadas a llenar el país de niños rubios, y tenían vetada la promoción profesional. Aunque había sido una estudiante excepcional, con un don especial para las matemáticas, la universidad de Heildelberg la había rechazado. Todos le presionaban para que se casase con un jovenzuelo que casualmente era el hijo del jefe local del Partido. No queriendo atarse a una cocina, Herta se había mudado a Berlín para trabajar en un banco. Allí había sido la secretaria personal de uno de los directores, puesto para el que sus curvas eran la mejor acreditación; no dijo cómo las había empleado pero Gerard lo imaginó. Siendo una mujer despierta no solo fue la mejor secretaria que el directivo había soñado —aunque tal vez no le agradase tanto a su esposa— sino que aprendió cómo se movía el dinero en el Reich. Al comenzar la guerra Herta saltó al RHSA; por extraño que pareciese, hasta las rubias explosivas podían amar a la Patria y querer servirla en esa guerra de la que dependía el futuro. Pero se había desengañado al descubrir la mugre que se ocultaba bajo el oropel. Su departamento, cuya misión hubiese debido ser perseguir a los enemigos del Reich, se dedicaba a atrapar judíos inocentes y despojarlos de sus riquezas para beneficio del aprovechado y rijoso que tenía por jefe. Herta no era una niña recatada de moral monjil, pero le repugnaban los criminales y acabó provocando el «incidente» del bofetón para poder abandonar el departamento.
Pero la joven no quería hablar con Gerard para contarle su historia. Siendo tan brillante había comprendido aun mejor que su nuevo jefe las enormes posibilidades que daba el pleno acceso a la información del Reich. Los sótanos llenos de fichas perforadas contenían no solo la identidad de los habitantes, sino también datos sobre sus inclinaciones y aficiones y, más importante, de sus propiedades. La joven describió cómo el flujo del dinero permitía rastrear casi cualquier actividad. No todas pero sí las importantes. Poco importaba que un soldado comprase un pañuelo para su novia o la llevase a cenar; para esos gastos miserables estaban los anónimos billetes. Pero las empresas y los magnates no se manchaban las manos con el vil metal, y las grandes transacciones se hacían con documentos que dejaban un rastro indeleble.
Gerard comprendió la potentísima herramienta que Herta ponía en sus manos. Al poco de empezar la entrevista empezó a gritar, para beneficio de los curiosos que pudiera haber tras las puertas —aunque era una actividad que no se aconsejaba en la Central, podría haber algún cotilla al acecho— y ordenó que se le diese de baja, murmurando que la chica estaba loca si pensaba que su generoso escote le serviría para lograr un ascenso. Pero realmente la joven se trasladó a otro edificio donde pasó a dirigir una sección todavía más secreta, tanto que no llegó a recibir nombre y pasó a ser simplemente la Sección. La Sección, que tenía poco personal pero de lealtad probada, ocupó un pequeño local en el distrito de Moabit, donde un cartel anunciaba que se dedicaba a la importación y exportación. No era falso, porque esa era una de sus misiones, aunque no de objetos físicos sino únicamente de números. En el sótano también se instalaron máquinas calculadoras similares a las de la Central; cuando se necesitaba más potencia se empleabas las de la agencia aunque no directamente: varias de esas anodinas secretarias que manejaban las máquinas hacían horas extras vigilando a los banqueros del Reich. Para Gerard fue el mejor de los acuerdos: igual que los policías que había reclutado personalmente, la Sección solo dependía de él, y podía infiltrar espías dentro de la agencia de espías. Al Director le parecía que la red de araña que tejía se estaba haciendo cada vez más intrincada, pero no le importaba mientras le transmitiese cualquier agitación.
La primera misión de la Sección fue desentrañar los retorcidos lazos que seguían uniendo al partido nazi con los financieros y los empresarios. Las investigaciones de Herta demostraron que los industriales estaban afianzando sus relaciones con los nazis más intransigentes. Las sanciones de Speer tras el golpe de Halder solo habían tenido efecto superficial. Los magnates, aparentemente, ya solo se dedicaban a ganar dinero fabricando las armas que el Reich precisaba, pero en realidad estrechaban sus relaciones con los nazis más intransigentes. Los más destacados habían sido condenados en los Juicios de Berlín, pero sus paniaguados, en lugar de civilizarse, creían que podrían suplantar a sus antiguos jefes. Ni industriales ni nazis se arriesgaban a dejar pruebas documentales de sus relaciones, pero tampoco hacía falta: el dinero salía de determinadas cuentas al mismo tiempo que sus supuestos receptores mejoraban su nivel de vida: un gerifalte sobornado tal vez guardase sus billetes en la caja fuerte, pero cuando compraba un piso, cuando lograba alguna regalía, dejaba un rastro indeleble. Un archivo especial empezó a recoger la montaña de trapos sucios que la Sección estaba desvelando.
La Sección también se dedicó a otra actividad aun menos confesable, aquella que hizo que contratar a Herta fuese mejor que hallar un filón de oro. Gerard, a fin de cuentas, tenía experiencia de policía, de recorrer calles y de seguir huellas, y para él el dinero se reducía a esos fajos de billetes que atraían a los delincuentes. Pero la joven le enseñó que esos marcos eran solo migajas, ya que las transacciones importantes nunca se hacían en billetes sino que se reflejaban en cifras apuntadas en libros de cuentas. Los banqueros hacían cambalaches con esos números, prestándose enormes cifras aunque solo existiesen sobre el papel, y así creaban dinero de la nada. Para la Sección fue pueril añadir o restar algunos decimales, inventar algunos movimientos, y pronto un río de marcos —virtuales pero tan valiosos como los billetes— inundó la Central. Gerard ya no dependía del favor del general Schellenberg para financiar su agencia, y con esos fondos pudo ampliar la Sección, el departamento solo le debía fidelidad a él y a la Patria. Aunque no olvidó seguir importunando a Schellenberg para que aumentase su presupuesto; si el general creía que con el dinero controlaba a la Central, mejor sería. Gerard prefería no trastornar su alma bendita con preocupaciones mundanas.
Una las primeras mujeres que la Central alistó fue Herta, que iba para señuelo pero acabó siendo, literalmente, una mina de oro. Había sido reclutada cuando Gerard estaba siguiendo a la miríada de espías soviéticos que estaba descubriendo; además de agentes que trabajasen sobre el terreno, se necesitaba personal administrativo que mantuviese a raya la cada vez mayor cantidad de papeles se generaban. La joven había llegado con las mejores recomendaciones: había trabajado en el RHSA hasta que Kaltenbrunner la despidió. Realmente no lo había hecho ese criminal, que no se rebajaba a tratar con personal subalterno, sino su subordinado Werner Best. Se decía que la chica no había mostrado el entusiasmo debido por la causa, y al investigar detenidamente sus antecedentes resultó tener un bisabuelo judío. Sin embargo Gerard sabía que el motivo real era que un gerifalte del Partido había intentado chantajearla para meterse en su cama, llevándose como premio un sonoro bofetón. Ahora el imbécil penaba en Dachau, donde había sustituido a otros presos más inocentes tras los Juicios de Berlín. Pero la chica había quedado marcada y ningún departamento la aceptaba. Salvo la Central.
Herta era una preciosidad. Una belleza rubia que con una mirada podía tentar a un eremita. Excesivamente atractiva para tenerla trabajando en una oficina, pues despertaría pasiones y conflictos entre sus compañeros. Aun así, Gerard la mantuvo en parte por sus antecedentes, pero también pensando que antes o después necesitaría emplearla como reclamo. Sin embargo, al poco de llegar la chica insistió en ser recibida. Gerard pensó en quitarla de en medio: no podría despedirla so pena que hablase más de la cuenta, y los accidentes del Metro no eran su estilo; pero tal vez fuese preciso abrir una delegación en Bagdad. La Central lo que necesitaba era inteligencia y no advenedizas que usasen su magnetismo sexual para ascender.
Ya tenía preparada la orden que la destinaría a clasificar cartas en Memel pero Gerard decidió concederle el beneficio de la duda, pues haber sido perseguida por Kaltenbrunner era en la Central mejor que un título de nobleza. Nada más comenzar la conversación rompió la cuartilla con la orden, pues la joven no era la rubia bobalicona pero ambiciosa que todos pensaban. Tras sus rizos dorados se escondía una aguda inteligencia. La chica ni siquiera intentó camelar a su jefe; le debió bastar una mirada para entender que era hombre de una mujer y que si seguía ese camino se perdería. No por ello el antiguo policía dejó de quedar fascinado; mirándola, se veía que su atractivo no era físico, pues aunque era guapa los ministerios berlineses atraían a las mujeres atractivas con deseos de trepar. El magnetismo de Herta estaba en como sabía emplear su cuerpo, su mirada y su voz para conmover a los hombres. Al poco de empezar a hablar, la joven le confesó a Gerard que se había acostumbrado a emplear su figura como una herramienta más, no por gusto sino porque ser la única manera de lograr alguna oportunidad. En la Alemania nazi las mujeres estaban destinadas a llenar el país de niños rubios, y tenían vetada la promoción profesional. Aunque había sido una estudiante excepcional, con un don especial para las matemáticas, la universidad de Heildelberg la había rechazado. Todos le presionaban para que se casase con un jovenzuelo que casualmente era el hijo del jefe local del Partido. No queriendo atarse a una cocina, Herta se había mudado a Berlín para trabajar en un banco. Allí había sido la secretaria personal de uno de los directores, puesto para el que sus curvas eran la mejor acreditación; no dijo cómo las había empleado pero Gerard lo imaginó. Siendo una mujer despierta no solo fue la mejor secretaria que el directivo había soñado —aunque tal vez no le agradase tanto a su esposa— sino que aprendió cómo se movía el dinero en el Reich. Al comenzar la guerra Herta saltó al RHSA; por extraño que pareciese, hasta las rubias explosivas podían amar a la Patria y querer servirla en esa guerra de la que dependía el futuro. Pero se había desengañado al descubrir la mugre que se ocultaba bajo el oropel. Su departamento, cuya misión hubiese debido ser perseguir a los enemigos del Reich, se dedicaba a atrapar judíos inocentes y despojarlos de sus riquezas para beneficio del aprovechado y rijoso que tenía por jefe. Herta no era una niña recatada de moral monjil, pero le repugnaban los criminales y acabó provocando el «incidente» del bofetón para poder abandonar el departamento.
Pero la joven no quería hablar con Gerard para contarle su historia. Siendo tan brillante había comprendido aun mejor que su nuevo jefe las enormes posibilidades que daba el pleno acceso a la información del Reich. Los sótanos llenos de fichas perforadas contenían no solo la identidad de los habitantes, sino también datos sobre sus inclinaciones y aficiones y, más importante, de sus propiedades. La joven describió cómo el flujo del dinero permitía rastrear casi cualquier actividad. No todas pero sí las importantes. Poco importaba que un soldado comprase un pañuelo para su novia o la llevase a cenar; para esos gastos miserables estaban los anónimos billetes. Pero las empresas y los magnates no se manchaban las manos con el vil metal, y las grandes transacciones se hacían con documentos que dejaban un rastro indeleble.
Gerard comprendió la potentísima herramienta que Herta ponía en sus manos. Al poco de empezar la entrevista empezó a gritar, para beneficio de los curiosos que pudiera haber tras las puertas —aunque era una actividad que no se aconsejaba en la Central, podría haber algún cotilla al acecho— y ordenó que se le diese de baja, murmurando que la chica estaba loca si pensaba que su generoso escote le serviría para lograr un ascenso. Pero realmente la joven se trasladó a otro edificio donde pasó a dirigir una sección todavía más secreta, tanto que no llegó a recibir nombre y pasó a ser simplemente la Sección. La Sección, que tenía poco personal pero de lealtad probada, ocupó un pequeño local en el distrito de Moabit, donde un cartel anunciaba que se dedicaba a la importación y exportación. No era falso, porque esa era una de sus misiones, aunque no de objetos físicos sino únicamente de números. En el sótano también se instalaron máquinas calculadoras similares a las de la Central; cuando se necesitaba más potencia se empleabas las de la agencia aunque no directamente: varias de esas anodinas secretarias que manejaban las máquinas hacían horas extras vigilando a los banqueros del Reich. Para Gerard fue el mejor de los acuerdos: igual que los policías que había reclutado personalmente, la Sección solo dependía de él, y podía infiltrar espías dentro de la agencia de espías. Al Director le parecía que la red de araña que tejía se estaba haciendo cada vez más intrincada, pero no le importaba mientras le transmitiese cualquier agitación.
La primera misión de la Sección fue desentrañar los retorcidos lazos que seguían uniendo al partido nazi con los financieros y los empresarios. Las investigaciones de Herta demostraron que los industriales estaban afianzando sus relaciones con los nazis más intransigentes. Las sanciones de Speer tras el golpe de Halder solo habían tenido efecto superficial. Los magnates, aparentemente, ya solo se dedicaban a ganar dinero fabricando las armas que el Reich precisaba, pero en realidad estrechaban sus relaciones con los nazis más intransigentes. Los más destacados habían sido condenados en los Juicios de Berlín, pero sus paniaguados, en lugar de civilizarse, creían que podrían suplantar a sus antiguos jefes. Ni industriales ni nazis se arriesgaban a dejar pruebas documentales de sus relaciones, pero tampoco hacía falta: el dinero salía de determinadas cuentas al mismo tiempo que sus supuestos receptores mejoraban su nivel de vida: un gerifalte sobornado tal vez guardase sus billetes en la caja fuerte, pero cuando compraba un piso, cuando lograba alguna regalía, dejaba un rastro indeleble. Un archivo especial empezó a recoger la montaña de trapos sucios que la Sección estaba desvelando.
La Sección también se dedicó a otra actividad aun menos confesable, aquella que hizo que contratar a Herta fuese mejor que hallar un filón de oro. Gerard, a fin de cuentas, tenía experiencia de policía, de recorrer calles y de seguir huellas, y para él el dinero se reducía a esos fajos de billetes que atraían a los delincuentes. Pero la joven le enseñó que esos marcos eran solo migajas, ya que las transacciones importantes nunca se hacían en billetes sino que se reflejaban en cifras apuntadas en libros de cuentas. Los banqueros hacían cambalaches con esos números, prestándose enormes cifras aunque solo existiesen sobre el papel, y así creaban dinero de la nada. Para la Sección fue pueril añadir o restar algunos decimales, inventar algunos movimientos, y pronto un río de marcos —virtuales pero tan valiosos como los billetes— inundó la Central. Gerard ya no dependía del favor del general Schellenberg para financiar su agencia, y con esos fondos pudo ampliar la Sección, el departamento solo le debía fidelidad a él y a la Patria. Aunque no olvidó seguir importunando a Schellenberg para que aumentase su presupuesto; si el general creía que con el dinero controlaba a la Central, mejor sería. Gerard prefería no trastornar su alma bendita con preocupaciones mundanas.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Más dibujos del compañero ReyTuerto.
Variantes del Jagdjaguar en DeviantArt
Variantes del Jagdjaguar
El Jagdjaguar fue producido exclusivamente en la factoría Renault de Charleroi (Francia). Sustituyó a los menos protegidos Adolf hasta que apareció el Jaguar M con cañón de 88L60, casi equivalente al 88L71 al emplear munición mejorada. Además un cambio en la doctrina dio prioridad a los carros de combate con torre sobre los cazacarros. Aun así, entre 1942 y 1944 el Jagdjaguar se fabricó en grandes cantidades potenciando la capacidad antitanque de las fuerzas del Pacto de Aquisgrán.
Jagdjaguar A: chasis de Jaguar A y B con cañón de 75L70. Se construyeron solo 350 unidades ya que se consideraba débilmente armado.
Jagdjaguar C: la versión principal de producción, armada con cañón 88L71. Se construyeron 5.850 unidades.
Jagdjaguar Raketen: versión de la posguerra con Jaguares A y C desarmados y equipados con misiles filoguiados X-10. Se transformaron unas 400 unidades.
Sturmjaguar: aunque el aspecto era muy similar al Jagdjaguar, se construyeron en Praga partiendo de chasis de Jaguar F y G averiados. Equipado con obús de 15 cm y equipo de ingenieros. Se transformaron 650 unidades, más 50 Jagdjaguar A rearmados.
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Variantes del Jagdjaguar
El Jagdjaguar fue producido exclusivamente en la factoría Renault de Charleroi (Francia). Sustituyó a los menos protegidos Adolf hasta que apareció el Jaguar M con cañón de 88L60, casi equivalente al 88L71 al emplear munición mejorada. Además un cambio en la doctrina dio prioridad a los carros de combate con torre sobre los cazacarros. Aun así, entre 1942 y 1944 el Jagdjaguar se fabricó en grandes cantidades potenciando la capacidad antitanque de las fuerzas del Pacto de Aquisgrán.
Jagdjaguar A: chasis de Jaguar A y B con cañón de 75L70. Se construyeron solo 350 unidades ya que se consideraba débilmente armado.
Jagdjaguar C: la versión principal de producción, armada con cañón 88L71. Se construyeron 5.850 unidades.
Jagdjaguar Raketen: versión de la posguerra con Jaguares A y C desarmados y equipados con misiles filoguiados X-10. Se transformaron unas 400 unidades.
Sturmjaguar: aunque el aspecto era muy similar al Jagdjaguar, se construyeron en Praga partiendo de chasis de Jaguar F y G averiados. Equipado con obús de 15 cm y equipo de ingenieros. Se transformaron 650 unidades, más 50 Jagdjaguar A rearmados.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Podéis seguir admirando los excepcionales trabajos de ReyTuerto, con algunas modificaciones mías (pocas).
Variantes del Walther
Variantes del Walther
Se conocen como Walther a varios blindados derivados del tanque Jaguar, aunque nunca recibieron tal denominación oficial. Partían del chasis «Adolf», que estaba basado en el del Jaguar pero contaba con motor central, teniendo pues un puesto de conducción delantero (el del ametrallador fue eliminado), el motor, y una cámara de combate posterior con una gran superestructura abierta. Se pretendía equipar a los grupos de artillería de las divisiones acorazadas con estos modelos y se fabricaron en grandes cantidades. Sin embargo, avanzada la guerra fueron reemplazados por los autopropulsados Mantide, con el mismo armamento pero mucho más ligeros. Muchos Walther fueron transformados en transportes acorazados de personal en la posguerra.
Dado que el cambio de régimen no hacía atractivos los nombres de Adolf y Hermann, oficialmente los vehículos fueron rebautizados «Hornisse» y «Hummel», pero sus tripulaciones siguieron empleando las mismas denominaciones. Tan solo se consiguió que la familia de vehículos, llamada originariamente Hermann, pasase a ser llamada Walther.
Adolf: cazacarros equipado con el cañón Kwk 42 88L71. Tenía gran alcance pero al ser la protección mínima, fue sustituido por el Jagdjaguar en cuanto estuvo disponible. Se construyeron 1. 400 unidades.
Adolf B: vehículos Adolf en los que se sustituía el cañón antitanque por uno de 122L46 que podía emplearse para apoyo y como contracarro. Al carecer de reja posterior, llevaba un prominente freno de boca para atenuar el retroceso. Se construyeron 200 unidades. Los Walther B (840 unidades) y Walther C (600 unidades) eran muy similares, pero partían del autopropulsado Walther y del tanque Jaguar G, respectivamente.
Hermann: obús autopropulsado de 15 cm. 2.400 unidades. Era apo-yado por el Hermann munitionsträger, chasis desarmados con munición adicional (conversiones de Walther). 700.
Walther: cañón autopropulsado de 10,5 cm. 1.400. Considerado poco potente, muchos chasis fueron equipados con cañón de 12,32 cm, o convertidos en munitionsträger.
Walther C: aunque tenía el mismo nombre, era un concepto comple-tamente diferente, con un cañón de 10,5 cm en torre giratoria, con chasis de Jaguar. Fue producido en la posguerra en gran número, parte como conversiones de tanques Jaguar dados de baja, parte nuevos, y equipó a la mayor parte de los grupos de artillería autopropulsada alemanes.
Variantes del Walther
Variantes del Walther
Se conocen como Walther a varios blindados derivados del tanque Jaguar, aunque nunca recibieron tal denominación oficial. Partían del chasis «Adolf», que estaba basado en el del Jaguar pero contaba con motor central, teniendo pues un puesto de conducción delantero (el del ametrallador fue eliminado), el motor, y una cámara de combate posterior con una gran superestructura abierta. Se pretendía equipar a los grupos de artillería de las divisiones acorazadas con estos modelos y se fabricaron en grandes cantidades. Sin embargo, avanzada la guerra fueron reemplazados por los autopropulsados Mantide, con el mismo armamento pero mucho más ligeros. Muchos Walther fueron transformados en transportes acorazados de personal en la posguerra.
Dado que el cambio de régimen no hacía atractivos los nombres de Adolf y Hermann, oficialmente los vehículos fueron rebautizados «Hornisse» y «Hummel», pero sus tripulaciones siguieron empleando las mismas denominaciones. Tan solo se consiguió que la familia de vehículos, llamada originariamente Hermann, pasase a ser llamada Walther.
Adolf: cazacarros equipado con el cañón Kwk 42 88L71. Tenía gran alcance pero al ser la protección mínima, fue sustituido por el Jagdjaguar en cuanto estuvo disponible. Se construyeron 1. 400 unidades.
Adolf B: vehículos Adolf en los que se sustituía el cañón antitanque por uno de 122L46 que podía emplearse para apoyo y como contracarro. Al carecer de reja posterior, llevaba un prominente freno de boca para atenuar el retroceso. Se construyeron 200 unidades. Los Walther B (840 unidades) y Walther C (600 unidades) eran muy similares, pero partían del autopropulsado Walther y del tanque Jaguar G, respectivamente.
Hermann: obús autopropulsado de 15 cm. 2.400 unidades. Era apo-yado por el Hermann munitionsträger, chasis desarmados con munición adicional (conversiones de Walther). 700.
Walther: cañón autopropulsado de 10,5 cm. 1.400. Considerado poco potente, muchos chasis fueron equipados con cañón de 12,32 cm, o convertidos en munitionsträger.
Walther C: aunque tenía el mismo nombre, era un concepto comple-tamente diferente, con un cañón de 10,5 cm en torre giratoria, con chasis de Jaguar. Fue producido en la posguerra en gran número, parte como conversiones de tanques Jaguar dados de baja, parte nuevos, y equipó a la mayor parte de los grupos de artillería autopropulsada alemanes.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Tras el paréntesis, se retoma la historia.
La Sección también pasó a encargarse de la vigilancia de Schellenberg. Pero, si Jansen ya era difícil, el general resultaba imposible. Sus escoltas, en realidad agentes de la Central, tenían pretexto para seguirlo, pero el general, según como se mirase su protegido o su objetivo, era una persona con más dobleces que una pajarita de papel y más trampas que una película de chinos. Habitualmente se portaba bien. Seguía las indicaciones de seguridad que Gerard le aconsejaba, y dejaba que fuesen sus discretos escoltas —pues no toleraba a los uniformados— los que examinasen su vehículo antes de atreverse a montar y los que revisasen los locales en los que pensaba entrar. Hasta había cambiado su manera de moverse por las calles: empleaba cada vez más el coche, y cuando iba andando se escondía tras los viandantes o seguía una marcha como de borracho: la manera de eludir a los francotiradores.
Pero continuamente se juntaba con todo tipo de personajes, algunos conocidos, otros no. Intentar vigilar o interrogar a esos contactos era una locura, pues el Director, es decir, Gerard, no sabía si podían tener alguna importancia o si eran cebos con los que el general confiaba en descubrir al incauto que los investigase. Incluso a veces tenía dudas de que la Central era la única agencia clandestina de Alemania. Para comprobarlo encargó a la Sección que analizase los fondos que pasaban por las manos de Schellenberg. Aparentemente no la había: aunque se encontraron muchos agujeros que conducían a bolsillos ajenos —parte sería para sueldos, el resto para sobornos— pero no había signos de otra estructura monumental como aquella en la que la Central se había convertido. Pero también había algunas partidas sin nombre procedentes de Suiza, y desde el principio de los tiempos los cavernícolas helvéticos vivían del secreto. La Sección pudo conocer el origen del dinero: aunque no tenía acceso a los bancos suizos, los industriales no se arriesgaban a cruzar la frontera cargados de marcos sino que hacían transacciones supuestamente seguras, que acababan en establecimientos de Zurich o de Basilea, sin saber que la Sección las monitorizaba. Por si acaso, Gerard encargó a Herta que dedicase algunos de sus hombres —mejor dicho, de sus mujeres— a controlar si alguien, a su vez, les controlaba. Solo cuando la joven le dijo que no había encontrado ningún rastro Gerard quedó tranquilo.
Mientras Schellenberg seguía con sus juegos. Frecuentemente se escabullía, a veces unos minutos, a veces horas. Burlón como siempre, no era raro que saludase con la mano a sus guardaespaldas antes de entrar en alguna casa con doble salida —nunca la misma—, de perderse en grandes cervecerías o en cualquier museo, aprovechando que tienen decenas de puertas y son imposibles de vigilar. Después tardaba algún tiempo en reaparecer. A saber qué motivos podrían llevar a esfumarse de tanto en tanto a una persona que tenía tal aprecio por su vida que hacía el ridículo por la acera escudándose tras matronas. Durante esas desapariciones corría el riesgo de que Jansen o alguno de sus compinches lo encontrase, y Gerard no sabía si los agentes de los rusos tenían órdenes o no de actuar. Schellenberg tampoco lo sabría y aun así se arriesgaba. No sería por nada.
Los guardaespaldas tenían orden de cesar el seguimiento cuando Schellenberg les intentaba dar esquinazo. Si el general se tomaba la molestia de buscar antros con muchas salidas tampoco sería de extrañar que tuviese algunos secuaces que vigilasen si alguien se mantenía a su espalda. Con todo, esas andanzas planteaban un problema que no era banal: era más que dudoso que Schellenberg conociese tantos antros berlineses con varias salidas. Alguien que trabajaba para Schellenberg y que Gerard aun no conocía los había buscado. Herta le había asegurado que no había una segunda Central, pero el general se hacía servir por otros ayudantes clandestinos. Seguramente serían simples matones que Schellenberg conocía y a los que pagaba personalmente, pero el no conocerlos seguía intranquilizando al Director.
Sobre todo, dejaba sin resolver el problema que cada vez más no-ches desvelaba a Gerard: saber qué tramaba el general. Parte de sus andanzas las conocía: de vez en cuando se le veía desde el observatorio de la Chausseestrasse. Gerard también sabía que Schellenberg mantenía algunos apartamentos para celebrar conferencias más carnales que las que puedan tenerse en un cabaret. Hubiese sido extraño que no estuviesen vigilados, y Gerard no quería inquietar a su jefe. Por eso había puesto a algunos agentes bastante conspicuos, de esos que procedían de otros servicios y en los que no podía confiar. Solo vieron pasar la habitual procesión de coristas, cantantes y aspirantes a actriz. Señal que la pasión por la francesita era, como mínimo, una cortina de humo.
La imposibilidad de seguir de cerca al general solo era un inconve-niente, porque había otras maneras de atrapar a una presa juguetona. Para eso existían las agendas y los planos. Gerard anotó en una hoja el lugar de cada desaparición y el tiempo que había durado. Tras descontar las salidas que habían acabado en algún nidito de amor, vio que las restantes solían ser de dos tipos: unas muy cortas, de menos de una hora. Otras largas, de hasta seis. Descartó las primeras pensando que habrían sido intentos de distracción, escapadas para llamar por teléfono, o tal vez citas para que Schellenberg pagase a sus desconocidos esbirros. Luego tomó la lista de las restantes y un plano de Berlín. Marcó los lugares donde el general había desaparecido, tradujo los tiempos por distancias, y dibujó círculos proporcionales. Inicialmente no consiguió nada porque se solapaban. Fue disminuyendo el tamaño de los círculos hasta que dejaron de montarse. Tomó el valor anterior, y vio que varios coincidían en el distrito de Sprengelkiez, muy cerca de la Chausseestrasse. Ya solo fue cuestión de que la Sección enviase a sus chicas a pasear por esas calles, y antes de una semana una vio al general entrando en un edificio algo avejentado en la Wildenowstrasse.
Sabiendo la finca, las máquinas analíticas de la Sección —para ese seguimiento del general no se empleaban las de la Central— encontraron que un piso de la segunda planta pertenecía a unos judíos que habían emigrado de Berlín poco antes de empezar la guerra. Desde entonces el apartamento había estado vacío a pesar de la cada vez mayor necesidad de alojamientos; no había que ser un lince para descubrir la causa. Gerard estableció la vigilancia del departamento con exquisito cuidado. Un tendero del final de la calle, que debía un par de favores a un policía, contrató a una nueva ayudante. La pobre era feúcha y desgarbada, la mujer que un casanova no miraría dos veces y que podía observar a los transeúntes sin que lo advirtiesen. La tienda, por desgracia, estaba un tanto alejada, y en esa calle no cabía el recurso de los anteojos porque tenía árboles muy frondosos. Aun así la chica filmaba la calle cada vez que el general desaparecía. Revisando los fotogramas Gerard pudo ver que una ventana de un apartamento del bloque de enfrente siempre estaba velada con una cortina: ahí debía estar uno de los secuaces de Schellenberg. Con tiempo, la chica acabaría reconociendo a alguien interesante, pero el Director sentía que lo que faltaba era tiempo y que debía tomar una medida más directa.
Iba a tener que investigar al esbirro que vigilaba el refugio de Sche-llenberg; pero tendría que ser una vigilancia muy cuidadosa sin la más mínima posibilidad de ser detectada. Además, necesitaba registrar el apartamento. Gerard no creía que el general confiase todo a su memoria, pero tampoco llevaría encima documentos comprometedores encima. Entrar en el piso era clave pero también muy arriesgado. Para eso necesitaba una muleta.
La Sección también pasó a encargarse de la vigilancia de Schellenberg. Pero, si Jansen ya era difícil, el general resultaba imposible. Sus escoltas, en realidad agentes de la Central, tenían pretexto para seguirlo, pero el general, según como se mirase su protegido o su objetivo, era una persona con más dobleces que una pajarita de papel y más trampas que una película de chinos. Habitualmente se portaba bien. Seguía las indicaciones de seguridad que Gerard le aconsejaba, y dejaba que fuesen sus discretos escoltas —pues no toleraba a los uniformados— los que examinasen su vehículo antes de atreverse a montar y los que revisasen los locales en los que pensaba entrar. Hasta había cambiado su manera de moverse por las calles: empleaba cada vez más el coche, y cuando iba andando se escondía tras los viandantes o seguía una marcha como de borracho: la manera de eludir a los francotiradores.
Pero continuamente se juntaba con todo tipo de personajes, algunos conocidos, otros no. Intentar vigilar o interrogar a esos contactos era una locura, pues el Director, es decir, Gerard, no sabía si podían tener alguna importancia o si eran cebos con los que el general confiaba en descubrir al incauto que los investigase. Incluso a veces tenía dudas de que la Central era la única agencia clandestina de Alemania. Para comprobarlo encargó a la Sección que analizase los fondos que pasaban por las manos de Schellenberg. Aparentemente no la había: aunque se encontraron muchos agujeros que conducían a bolsillos ajenos —parte sería para sueldos, el resto para sobornos— pero no había signos de otra estructura monumental como aquella en la que la Central se había convertido. Pero también había algunas partidas sin nombre procedentes de Suiza, y desde el principio de los tiempos los cavernícolas helvéticos vivían del secreto. La Sección pudo conocer el origen del dinero: aunque no tenía acceso a los bancos suizos, los industriales no se arriesgaban a cruzar la frontera cargados de marcos sino que hacían transacciones supuestamente seguras, que acababan en establecimientos de Zurich o de Basilea, sin saber que la Sección las monitorizaba. Por si acaso, Gerard encargó a Herta que dedicase algunos de sus hombres —mejor dicho, de sus mujeres— a controlar si alguien, a su vez, les controlaba. Solo cuando la joven le dijo que no había encontrado ningún rastro Gerard quedó tranquilo.
Mientras Schellenberg seguía con sus juegos. Frecuentemente se escabullía, a veces unos minutos, a veces horas. Burlón como siempre, no era raro que saludase con la mano a sus guardaespaldas antes de entrar en alguna casa con doble salida —nunca la misma—, de perderse en grandes cervecerías o en cualquier museo, aprovechando que tienen decenas de puertas y son imposibles de vigilar. Después tardaba algún tiempo en reaparecer. A saber qué motivos podrían llevar a esfumarse de tanto en tanto a una persona que tenía tal aprecio por su vida que hacía el ridículo por la acera escudándose tras matronas. Durante esas desapariciones corría el riesgo de que Jansen o alguno de sus compinches lo encontrase, y Gerard no sabía si los agentes de los rusos tenían órdenes o no de actuar. Schellenberg tampoco lo sabría y aun así se arriesgaba. No sería por nada.
Los guardaespaldas tenían orden de cesar el seguimiento cuando Schellenberg les intentaba dar esquinazo. Si el general se tomaba la molestia de buscar antros con muchas salidas tampoco sería de extrañar que tuviese algunos secuaces que vigilasen si alguien se mantenía a su espalda. Con todo, esas andanzas planteaban un problema que no era banal: era más que dudoso que Schellenberg conociese tantos antros berlineses con varias salidas. Alguien que trabajaba para Schellenberg y que Gerard aun no conocía los había buscado. Herta le había asegurado que no había una segunda Central, pero el general se hacía servir por otros ayudantes clandestinos. Seguramente serían simples matones que Schellenberg conocía y a los que pagaba personalmente, pero el no conocerlos seguía intranquilizando al Director.
Sobre todo, dejaba sin resolver el problema que cada vez más no-ches desvelaba a Gerard: saber qué tramaba el general. Parte de sus andanzas las conocía: de vez en cuando se le veía desde el observatorio de la Chausseestrasse. Gerard también sabía que Schellenberg mantenía algunos apartamentos para celebrar conferencias más carnales que las que puedan tenerse en un cabaret. Hubiese sido extraño que no estuviesen vigilados, y Gerard no quería inquietar a su jefe. Por eso había puesto a algunos agentes bastante conspicuos, de esos que procedían de otros servicios y en los que no podía confiar. Solo vieron pasar la habitual procesión de coristas, cantantes y aspirantes a actriz. Señal que la pasión por la francesita era, como mínimo, una cortina de humo.
La imposibilidad de seguir de cerca al general solo era un inconve-niente, porque había otras maneras de atrapar a una presa juguetona. Para eso existían las agendas y los planos. Gerard anotó en una hoja el lugar de cada desaparición y el tiempo que había durado. Tras descontar las salidas que habían acabado en algún nidito de amor, vio que las restantes solían ser de dos tipos: unas muy cortas, de menos de una hora. Otras largas, de hasta seis. Descartó las primeras pensando que habrían sido intentos de distracción, escapadas para llamar por teléfono, o tal vez citas para que Schellenberg pagase a sus desconocidos esbirros. Luego tomó la lista de las restantes y un plano de Berlín. Marcó los lugares donde el general había desaparecido, tradujo los tiempos por distancias, y dibujó círculos proporcionales. Inicialmente no consiguió nada porque se solapaban. Fue disminuyendo el tamaño de los círculos hasta que dejaron de montarse. Tomó el valor anterior, y vio que varios coincidían en el distrito de Sprengelkiez, muy cerca de la Chausseestrasse. Ya solo fue cuestión de que la Sección enviase a sus chicas a pasear por esas calles, y antes de una semana una vio al general entrando en un edificio algo avejentado en la Wildenowstrasse.
Sabiendo la finca, las máquinas analíticas de la Sección —para ese seguimiento del general no se empleaban las de la Central— encontraron que un piso de la segunda planta pertenecía a unos judíos que habían emigrado de Berlín poco antes de empezar la guerra. Desde entonces el apartamento había estado vacío a pesar de la cada vez mayor necesidad de alojamientos; no había que ser un lince para descubrir la causa. Gerard estableció la vigilancia del departamento con exquisito cuidado. Un tendero del final de la calle, que debía un par de favores a un policía, contrató a una nueva ayudante. La pobre era feúcha y desgarbada, la mujer que un casanova no miraría dos veces y que podía observar a los transeúntes sin que lo advirtiesen. La tienda, por desgracia, estaba un tanto alejada, y en esa calle no cabía el recurso de los anteojos porque tenía árboles muy frondosos. Aun así la chica filmaba la calle cada vez que el general desaparecía. Revisando los fotogramas Gerard pudo ver que una ventana de un apartamento del bloque de enfrente siempre estaba velada con una cortina: ahí debía estar uno de los secuaces de Schellenberg. Con tiempo, la chica acabaría reconociendo a alguien interesante, pero el Director sentía que lo que faltaba era tiempo y que debía tomar una medida más directa.
Iba a tener que investigar al esbirro que vigilaba el refugio de Sche-llenberg; pero tendría que ser una vigilancia muy cuidadosa sin la más mínima posibilidad de ser detectada. Además, necesitaba registrar el apartamento. Gerard no creía que el general confiase todo a su memoria, pero tampoco llevaría encima documentos comprometedores encima. Entrar en el piso era clave pero también muy arriesgado. Para eso necesitaba una muleta.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Más dibujos.
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Flakpanzer Jaguar
A pesar de la superioridad de la Luftwaffe en la mayoría de los fren-tes, resultaba cada vez más acuciante la necesidad de proveer a las formaciones móviles de cañones antiaéreos. Los sistemas remolcados (de 2 y 3,7 cm) aunque tenían potencia suficiente, no siempre podían seguir a las unidades acorazadas. Como medida de emergencia se equiparon semiorugas SdKfz 7 con montajes cuádruples de 2 cm o simples de 7 cm, pero la solución no era por completo satisfactoria, especialmente por carecer de protección. También se montaron armas de estos tipos en chasis de tanques antiguos. El más numeroso de estos tipos fue el 2cm Flakvierling 38 auf Panzerkampfwagen VII Flakjaguar, que llevaba un montaje cuádruple de 2 cm en un montaje abierto sobre una plataforma. Se colocaron placas de blindaje pero eran fijas y debían abatirse para abrir fuego, por lo que la dotación del cañón seguía sin protección. Aun así resultó un arma efectiva más móvil que los SdKfz empleados hasta entonces.
En 1943 se presentó el Flakjaguar Wirbelwind, con una torre abierta sin techo, pero giratoria, que proporcionaba alguna protección. Estaba armado con un Falkvierling de 2 cm de un modelo mejorado de menor perfil. Similar fue el Flakjaguar Ostwind, que empleaba la misma torre pero que montaba un Flak 43 de 3,7 cm; a pesar de su cadencia de tiro mucho menor, el cañón tenía un sistema hidráulico de giro más veloz, disparaba proyectiles más potentes capaces de derribar a cualquier cazabombardero aliado, y contaba con un calculador mecánico que mejoraba la puntería. Se prefirió al Wirbelwind y se produjo hasta el final de la guerra. Tanto el Wirbelwind como el Ostwind también se usaron ampliamente contra objetivos terrestres, siendo muy útiles en terrenos urbanos por el grado de elevación de sus cañones.
En la posguerra se consideró que los cañones apuntados manualmente o por medios mecánicos no podrían afrontar la amenaza que suponían los reactores, por lo que se diseñó un vehículo completamente nuevo, el Nordwind. Disponía de un radar Munchen de barrido cónico y estaba armado con dos cañones Flak 47 de 3,7 cm alimentados por cinta, montados en una torre cerrada con protección NBQ. El Nordwind resultó un arma muy eficaz que se mantuvo en servicio hasta los años setenta.
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A pesar de la superioridad de la Luftwaffe en la mayoría de los fren-tes, resultaba cada vez más acuciante la necesidad de proveer a las formaciones móviles de cañones antiaéreos. Los sistemas remolcados (de 2 y 3,7 cm) aunque tenían potencia suficiente, no siempre podían seguir a las unidades acorazadas. Como medida de emergencia se equiparon semiorugas SdKfz 7 con montajes cuádruples de 2 cm o simples de 7 cm, pero la solución no era por completo satisfactoria, especialmente por carecer de protección. También se montaron armas de estos tipos en chasis de tanques antiguos. El más numeroso de estos tipos fue el 2cm Flakvierling 38 auf Panzerkampfwagen VII Flakjaguar, que llevaba un montaje cuádruple de 2 cm en un montaje abierto sobre una plataforma. Se colocaron placas de blindaje pero eran fijas y debían abatirse para abrir fuego, por lo que la dotación del cañón seguía sin protección. Aun así resultó un arma efectiva más móvil que los SdKfz empleados hasta entonces.
En 1943 se presentó el Flakjaguar Wirbelwind, con una torre abierta sin techo, pero giratoria, que proporcionaba alguna protección. Estaba armado con un Falkvierling de 2 cm de un modelo mejorado de menor perfil. Similar fue el Flakjaguar Ostwind, que empleaba la misma torre pero que montaba un Flak 43 de 3,7 cm; a pesar de su cadencia de tiro mucho menor, el cañón tenía un sistema hidráulico de giro más veloz, disparaba proyectiles más potentes capaces de derribar a cualquier cazabombardero aliado, y contaba con un calculador mecánico que mejoraba la puntería. Se prefirió al Wirbelwind y se produjo hasta el final de la guerra. Tanto el Wirbelwind como el Ostwind también se usaron ampliamente contra objetivos terrestres, siendo muy útiles en terrenos urbanos por el grado de elevación de sus cañones.
En la posguerra se consideró que los cañones apuntados manualmente o por medios mecánicos no podrían afrontar la amenaza que suponían los reactores, por lo que se diseñó un vehículo completamente nuevo, el Nordwind. Disponía de un radar Munchen de barrido cónico y estaba armado con dos cañones Flak 47 de 3,7 cm alimentados por cinta, montados en una torre cerrada con protección NBQ. El Nordwind resultó un arma muy eficaz que se mantuvo en servicio hasta los años setenta.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Por petición popular, volvemos con los espías.
Más adelante tanto el portero del inmueble como el vigilante juraron no haber visto nada. El conserje había permanecido en su puesto, bien en la ventanilla, bien en la puerta, sin perder de vista a quienes entraban o salían de la finca. El sicario se mantuvo pegado a su ventana sin perder de vista el tránsito de la calle. No recordaron la preciosidad que había tropezado y que sin llegar a caer había expuesto el atisbo de un escote generoso, ni tampoco vieron a las dos personas que aprovecharon el instante en el que Herta seguía su camino para introducirse en el portal. Eran dos atracadores que Gerard había contratado pues los recordaba como de esos ladrones honrados con código de honor que cada vez eran más infrecuentes. Entraron como el vecino que lleva toda la vida viviendo allí, llevando las ropas arregladas aunque algo desgastadas propias de un barrio populoso en tiempos de guerra; nada de antifaces ni de ganzúas colgando del cinturón. Acceder al piso fue un juego de niños y lo que más costó fue no dejar marcas de su paso. Gerard, previendo que antes o después iba a tener que hacer registros disimulados, los había entrenado en reconocer trampas y en dejar todo como si nadie hubiese pasado. Por eso el pelo pegado con saliva en la puerta o el cordel cubierto de polvo quedaron impolutos.
Una vez en el apartamento los dos agentes se pusieron unos guantes de cirujano, ya que el Director les había advertido con que podrían encontrarse con papeles impregnados de tintes que reaccionaban con la piel. Inspeccionaron cuidadosamente el departamento, tomando esbozos de las marcas de suciedad que encontraban, para no tocarlas y, de ser preciso, «restaurarlas». Poco les costó encontrar una caja fuerte de modelo moderno. Les costó más asegurarse de no dejar marcas que abrirla, pues la Central las tenía de todos los tipos y no fue obstáculo para dos profesionales. Los antes atracadores y ahora agentes fotografiaron los documentos que encontraron. Sin emplear flash, pues podría haber papeles fotosensibles pensados para atrapar espías. Esa misma noche los carretes fueron revelados por la Sección.
No acabó ahí la labor de mis dos asaltantes metidos a agentes. En el apartamento, además de la caja de seguridad, apenas había nada: mesas y sillas, algunos licores, tabaco turco, la peste a humo revenido que parecía la huella personal de Schellenberg, y un teléfono. No lo tocaron pues tenían orden de evitar la manipulación de cualquier objeto conectado a cables. Ya suponía demasiado riesgo haber abierto la caja, obviamente tras comprobar que no estaba enlazada a «sorpresas», pero la probabilidad de que al descolgar el teléfono sonase alguna alarma era excesiva. Eso sí, fotografiaron el aparato para identificar el tipo. Quedaba una última labor: los agentes llevaban un ovillo de cable y un minúsculo ingenio: un micrófono en miniatura, que uno de los últimos fichajes de la Sección, un ingeniero marginado por los nazis —la vesania del Partido estaba resultando un semillero— había construido empleando las válvulas de Lilienfeld. Los atracadores inspeccionaron el piso para ver si había algún lugar seguro donde esconderlo, y lo encontraron tras una rejilla en la cocina. La desmontaron con sumo cuidado, con un finísimo berbiquí hicieron un agujero que llegó hasta una bajante, por allí deslizaron el hilo de metal, situaron el receptor, y colocaron de nuevo la rejilla, reponiendo las marcas de óxido y suciedad.
No había terminado la tarea. Con los diagramas que habían hecho al entrar, revisaron el piso con sumo cuidado, borrando cualquier huella, y emplearon una perita para soplar una capa de polvo allí donde la hubiera y estuviese removida. Después esperaron hasta que hora y media después escucharon un par de bocinazos. Salieron del piso tras restaurar el hilo sucio y el pelo de la puerta. Con un cronómetro esperaron los cinco minutos convenidos y salieron cuando pasó una furgoneta petardeando. Nada indicaba que el piso había recibido una visita inesperada.
Dos noches después las alcantarillas de la calle sufrieron una incursión clandestina. El micrófono quedó conectado a una grabadora que hasta tenía un sistema automático que solo la activaba si había ruidos, y en lo sucesivo un pocero pasó cada dos días para sustituir las cintas y la batería que alimentaba el ingenio. Casi al mismo tiempo, otros operarios —como el pocero, nuevos fichajes de la Sección— repararon unos cables de teléfono, aprovechando una curiosa avería que dejó al barrio sin servicio durante unas horas. Dejaron unos finos alambres que interceptaban las líneas de la manzana, colocados y pintados de tal manera que eran invisibles desde el suelo. Ya solo quedaba esperar a que el general emplease el teléfono la próxima vez que desapareciese.
Más adelante tanto el portero del inmueble como el vigilante juraron no haber visto nada. El conserje había permanecido en su puesto, bien en la ventanilla, bien en la puerta, sin perder de vista a quienes entraban o salían de la finca. El sicario se mantuvo pegado a su ventana sin perder de vista el tránsito de la calle. No recordaron la preciosidad que había tropezado y que sin llegar a caer había expuesto el atisbo de un escote generoso, ni tampoco vieron a las dos personas que aprovecharon el instante en el que Herta seguía su camino para introducirse en el portal. Eran dos atracadores que Gerard había contratado pues los recordaba como de esos ladrones honrados con código de honor que cada vez eran más infrecuentes. Entraron como el vecino que lleva toda la vida viviendo allí, llevando las ropas arregladas aunque algo desgastadas propias de un barrio populoso en tiempos de guerra; nada de antifaces ni de ganzúas colgando del cinturón. Acceder al piso fue un juego de niños y lo que más costó fue no dejar marcas de su paso. Gerard, previendo que antes o después iba a tener que hacer registros disimulados, los había entrenado en reconocer trampas y en dejar todo como si nadie hubiese pasado. Por eso el pelo pegado con saliva en la puerta o el cordel cubierto de polvo quedaron impolutos.
Una vez en el apartamento los dos agentes se pusieron unos guantes de cirujano, ya que el Director les había advertido con que podrían encontrarse con papeles impregnados de tintes que reaccionaban con la piel. Inspeccionaron cuidadosamente el departamento, tomando esbozos de las marcas de suciedad que encontraban, para no tocarlas y, de ser preciso, «restaurarlas». Poco les costó encontrar una caja fuerte de modelo moderno. Les costó más asegurarse de no dejar marcas que abrirla, pues la Central las tenía de todos los tipos y no fue obstáculo para dos profesionales. Los antes atracadores y ahora agentes fotografiaron los documentos que encontraron. Sin emplear flash, pues podría haber papeles fotosensibles pensados para atrapar espías. Esa misma noche los carretes fueron revelados por la Sección.
No acabó ahí la labor de mis dos asaltantes metidos a agentes. En el apartamento, además de la caja de seguridad, apenas había nada: mesas y sillas, algunos licores, tabaco turco, la peste a humo revenido que parecía la huella personal de Schellenberg, y un teléfono. No lo tocaron pues tenían orden de evitar la manipulación de cualquier objeto conectado a cables. Ya suponía demasiado riesgo haber abierto la caja, obviamente tras comprobar que no estaba enlazada a «sorpresas», pero la probabilidad de que al descolgar el teléfono sonase alguna alarma era excesiva. Eso sí, fotografiaron el aparato para identificar el tipo. Quedaba una última labor: los agentes llevaban un ovillo de cable y un minúsculo ingenio: un micrófono en miniatura, que uno de los últimos fichajes de la Sección, un ingeniero marginado por los nazis —la vesania del Partido estaba resultando un semillero— había construido empleando las válvulas de Lilienfeld. Los atracadores inspeccionaron el piso para ver si había algún lugar seguro donde esconderlo, y lo encontraron tras una rejilla en la cocina. La desmontaron con sumo cuidado, con un finísimo berbiquí hicieron un agujero que llegó hasta una bajante, por allí deslizaron el hilo de metal, situaron el receptor, y colocaron de nuevo la rejilla, reponiendo las marcas de óxido y suciedad.
No había terminado la tarea. Con los diagramas que habían hecho al entrar, revisaron el piso con sumo cuidado, borrando cualquier huella, y emplearon una perita para soplar una capa de polvo allí donde la hubiera y estuviese removida. Después esperaron hasta que hora y media después escucharon un par de bocinazos. Salieron del piso tras restaurar el hilo sucio y el pelo de la puerta. Con un cronómetro esperaron los cinco minutos convenidos y salieron cuando pasó una furgoneta petardeando. Nada indicaba que el piso había recibido una visita inesperada.
Dos noches después las alcantarillas de la calle sufrieron una incursión clandestina. El micrófono quedó conectado a una grabadora que hasta tenía un sistema automático que solo la activaba si había ruidos, y en lo sucesivo un pocero pasó cada dos días para sustituir las cintas y la batería que alimentaba el ingenio. Casi al mismo tiempo, otros operarios —como el pocero, nuevos fichajes de la Sección— repararon unos cables de teléfono, aprovechando una curiosa avería que dejó al barrio sin servicio durante unas horas. Dejaron unos finos alambres que interceptaban las líneas de la manzana, colocados y pintados de tal manera que eran invisibles desde el suelo. Ya solo quedaba esperar a que el general emplease el teléfono la próxima vez que desapareciese.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Die Zentrale (novela)
Die Zentrale (la Central) es una novela de intriga especulativa publicada en 2001 por Max Annas y que posteriormente ha sido adaptada al cine. La tesis central, según la cual un complejo sistema de máquinas calculadoras controlaba hasta el último resquicio de la sociedad, causó gran polémica y hasta llevó a la celebración de debates filosóficos sobre los límites de las máquinas y del control del Estado. El personaje principal, Gunther Gerstle, se considera el arquetipo del policía inteligente y atormentado, combinando el distanciamiento frío y la inquebrantable determinación, a veces implacable, con un hondo sentido moral.
Max Annas había trabajado como periodista y era autor de libros sobre política, pero Die Zentrale fue su primera novela. La obra tuvo un gran éxito tanto comercial como literario, siendo galardonada con el Premio Europa de Literatura. Ha sido traducida a más de veinte lenguas y en 2015 se estrenó la película del mismo nombre, dirigida por Wim Wenders.
La novela fue publicada por Trikont-Verlag en Munich. La primera edición, de solo diez mil ejemplares, se agotó rápidamente, y cuando el departamento de control de publicaciones pretendió retirarla ya no había ejemplares disponibles a la venta. El Departamento prohibió la reedición, pero ante las repetidas demandas de la editorial autorizó la publicación de una versión expurgada. Max Annas se negó a modificar su obra y tuvo que ser encargada al ya veterano Dieter Noll. Sin embargo esta segunda edición, a pesar de ser ampliamente publicitada, cosechó un fracaso comercial, y además Annas recurrió contra la Triktont y contra Noll en los tribunales. Finalmente se permitió la reedición de la novela tal como se había publicado inicialmente; parece que en la decisión del Departamento de Publicaciones pesó que se estaba preparando una edición especial en Roma que podría ser distribuida en el Reich gracias al Tratado de Unión Aduanera, y que el proceso estaba teniendo tal repercusión que conseguía una publicidad indeseada. La tercera edición, de un millón de ejemplares, también se agotó en pocos días. Ha sido reeditada ya en seis ocasiones y traducida a veinte lenguas.
La novela está ambientada en un país europeo imaginario llamado Luvania y en su capital Bitterberg, aunque hay una referencia clara al Berlín de la Restauración. Uno de sus personajes, el coronel Schneider, es un reflejo del general Walter Schellenberg. Posteriormente Annas declaró en una entrevista que había pensado situar la acción en Alemania, pero que finalmente decidió trasladarla a un lugar indeterminado para no confundir a sus lectores haciéndoles pensar que existía una base real; probablemente lo hizo para no tener dificultades con la publicación. En la obra el policía Gerstle dirige una agencia llamada la Central que controla hasta los aspectos más ínfimos de la vida de Bittersberg. Enormes máquinas calculadoras ejecutan complicados análisis que no solo permiten desvelar los crímenes y detener a sus autores sino que llegan a deducir los que están por suceder. Gerstle parece dirigir la agencia, pero a medida que la novela avanza el lector comprende que el organismo es tan potente que parece tener vida propia y querer dominar a su director. Gerstle debe prevenir los crímenes que las máquinas predicen, pero debe decidir si esos delitos realmente se van a cometer, o si en realidad está siendo engañado por las máquinas de la Central, que persiguen sus propios objetivos…
FIN DE LA PRIMERA PARTE
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Hola amigos:
Como siempre magnífico maestro. Creo recordar que en la LTR el amigo Schellemberg utilizaba a Coco Chanel (es esa la francesita ¿no?) como canal de comunicación entre él y la inteligencia británica y la resistencia francesa. Imagino que aquí será sólo con la inteligencia británica... Ardo en deseos de ver por dónde van los tiros, aunque supongo que igual tiene un "accidente" y a ver las aventuras en Canarias.
Saludos.
Hasta otra. ><>
Como siempre magnífico maestro. Creo recordar que en la LTR el amigo Schellemberg utilizaba a Coco Chanel (es esa la francesita ¿no?) como canal de comunicación entre él y la inteligencia británica y la resistencia francesa. Imagino que aquí será sólo con la inteligencia británica... Ardo en deseos de ver por dónde van los tiros, aunque supongo que igual tiene un "accidente" y a ver las aventuras en Canarias.
Saludos.
Hasta otra. ><>
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