Un soldado de cuatro siglos

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Valencia, 20 de abril

Desde que el monarca aprobase sus planes, Pedro estaba inmerso en una febril actividad a causa de los muchos trabajos que había que hacer para llevarlos a buen puerto. Trabajando desde el palacio real, se enfrentaba a la tarea de organizar la mayor armada con la que jamás contara España. Utilizaría los nuevos navíos de línea y fragatas, por supuesto, pues estos eran la espada que había creado con la ayuda de Ignacio para blandirla contra el enemigo, pero también eran necesarios muchos otros buques, tanto de guerra como de transporte.

Atrás quedaban los planes de bloquear Portugal por mar, y desembarcar en Lisboa para acabar con la rebelión lusa por la vía rápida. Ahora debía confiar en que el general que el rey nombrase para suprimir la rebelión, fuese capaz de hacerlo con acierto. Él en cambio tenía otra responsabilidad. Le había sido concedido el mando total de la armada, así como el de las tropas españolas en Flandes. Una tarea que en su opinión, le hubiese ido mejor a su desaparecido amigo Diego.

Pero no era el momento de perderse en tales elucubraciones. La armada, que hasta ahora había operado en el Mediterráneo principalmente, se había reunido en Cartagena y la propia Valencia para la anulada campaña de Portugal. Tras ellos quedarían una flota formada por unos veinte galeones reunidos alrededor de la Real Armada de Valencia, recientemente suprimida e integrada en la Armada Española, a cambio del fin del monopolio de Sevilla en el comercio con las indias. Habían sido necesarios diez años de sobornos y negociaciones, pero al final se había logrado una victoria decisiva sobre aquella cámara anquilosada, que tantos perjuicios ocasionaba a la corona.

Pero esa escuadra del Mediterráneo ya no era problema de Pedro. Para él todo se limitaba a la armada que habría de llevar a Flandes a la que aún habrían de unirse nuevas escuadras en su camino a Flandes. Estas eran la escuadra de Dunquerque y de Galicia. La primera con una docena de fragatas dunquerquesas y la segunda con una docena y media de galeones. Por si esto no fuera poco, se habían contratado otras dos docenas de galeones para realizar funciones de transporte, tanto de tropas como de materiales, que ya estaban embarcando en Ferrol. Incluso esto no era todo, pues también se había llamado a muchos de los corsarios del norte de España, para que acudiesen con sus buques privados.

Día tras día aparecían nuevos buques que se sumaban a su armada, todo con el fin de acabar con la guerra de una vez por todas. Y cada nuevo buque que se sumaba a su escuadra, significaba tener que rehacer sus cuentas, planificar necesidades de pagas futuras, de alimentación y de sanidad, además de preparar los equipos y suministros navales que tan necesarios les serían. Una tarea que hubiese sido imposible de no ser por la creación de los Arsenales de la armada una década atrás. Incluso ahora eso no era suficiente pues las arcas del reino se vaciaban tan rápido como se llenaban, y Pedro no tuvo más remedio que empezar a comprar suministros de su propio bolsillo…

Real Fábrica de Armas de Orbaiceta, 23 de abril

En la fábrica de armas de Orbaiceta los trabajadores cargaban las cajas llenas de mosquetes ligeros modelo 1632 en los carros que habrían de llevarlas al puerto. Una vez allí, serían cargadas en buques que las llevarían a Galicia, donde serían trasladadas a su vez a bordo de los galeones de la Armada.

La actividad en la fábrica nunca había sido tan intensa. Desde el año anterior se había ordenado cesar en la producción de armas de modelos antiguos y concentrarse en modernos mosquetes y pistolas, destinados a equipar al ejército situado en Flandes. Un esfuerzo en el que participaban todas las fábricas de armas del reino.

En algún lugar de la meseta, 6 de mayo

Cerca de León, cientos de soldados marchaban por caminos polvorientos en dirección a Galicia. Uno más de los nuevos batallones de reemplazos que habrían de servir para completar los tercios de Flandes tras las bajas sufridas en las últimas campañas. En algún lugar alguien dijo que Don Pedro iba a asumir el mando de aquella guerra, lo que desató un griterío de felicidad entre la tropa. Muchos de ellos empezaron a soñar con grandes saqueos como los que habían tenido lugar en el Mediterráneo.

Los hombres empezaron a caminar con ánimos redoblados, tal vez la suerte de las armas españolas en el norte de Europa habría de cambiar.

Ámsterdam, 14 de mayo

La noticia de la organización de un nuevo convoy de refuerzos por España no había pasado desapercibida por los altos cargos de las Provincias Unidas. Una más de las flotas que España enviaba periódicamente con refuerzos a este frente como ocurriera los dos años anteriores. En aquellos casos no habían sido capaces de impedir su arribada a Dunquerque, pues la flota de refuerzos española se había deslizado antes sus narices. Pero este año esperaban tener más suerte y lograr destruirlos.

Cuando la noticia de que el encargado de traer los refuerzos a Flandes y asumir el mando de aquel ejército era el marqués del Puerto, se les heló el corazón…

Coruña 20 de mayo

Pedro observaba el bosque de velas que rodeaba su navío en la ría de Coruña. Eran tantos los buques que había tenido que salir anclar fuera del puerto. No por ello dejo de bajar a tierra para tomar un baño, obligando a todos sus hombres a hacer otro tanto. Si no cuidaba la higiene de sus hombres en una flota de ese tamaño, no quería ni imaginar que efectos podría haber en una navegación tan larga.

Esa misma noche reunió a sus capitanes cuando faltaba una hora para el amanecer. En esos momentos todos sabían que estaban a punto de llevar anclas para partir rumbo a Flandes. Cuando Pedro les contó sus planes todos quedaron sorprendidos…
Constantinopla

El sultán rumiaba su venganza humillado por la derrota sufrida años atrás a las peurtas de Egipto. Una derrota que había estado a punto de costarle la cabeza. En aquella ocasión había fracasado, pero había aprendido de su error. Sus consejeros afirmaban que la gran ventaja cristiana había sido aquella moderna flota de galeones, y por eso él estaba dedicando todo su esfuerzo en construir una flota propia.

En los astilleros de todo el imperio, ingenieros navales llegados de lugares tan distantes como Inglaterra y las Provincias Unidas estaban dirigiendo la construcción de su nueva flota. Una flota que no dejaba de crecer en tamaño…

Fuerte de Santiago el Mayor, Egipto, 21 de mayo

El capitán Marcelo vigilaba a los trabajadores que estaban construyendo aquel fuerte siguiendo las órdenes de los ingenieros, y había de decir que aquellos ingenieros habían realizado un trabajo endiablado, tanto que él mismo no reconocía algunas de las estructuras que adornaban el fuerte. Por supuesto los ingenieros eran italianos, lo que demostraba su buen hacer, pero le gustaría saber el porqué de aquellos techados de piedra…

Con un suspiro se dirigió de nuevo al pueblo. El estado de aquel reino le sorprendió por su pobreza. La reciente peste había causado decenas de miles de muertes, más de trescientas mil según los informes del gobierno español. Aunque las autoridades habían reaccionado con rapidez, no habían podido controlar totalmente la enfermedad, que se había concentrado entre la desprotegida población musulmana. Esto se debió principalmente a que varios de los grandes y hacinados campos de trabajo fueron contagiados, propagándose la enfermedad entre los trabajadores.

Al llegar al poblado pudo encontrar a una familia musulmana bastante pudiente, preparándose para abandonar el país, posiblemente para buscar la seguridad de algún país musulmán. En teoría estaba prohibido abandonar el reino, pero las autoridades hacían la vista gorda, sobre todo si había alicientes. Poco después comprobó su bolsa, que ahora pesaba bastante más que unos minutos antes, ni tan siquiera miró a aquella familia que se dirigía al este.


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El Gran Convoy de Socorro

Se llamó Convoy de Socorro o Gran Convoy de Socorro, al convoy enviado con refuerzos y suministros a Flandes, bajo el mando del almirante Pedro de Llopis, en primavera de 1642.

Organización

El camino español había quedado cortado a causa de la guerra con Francia, por lo que tras la reanudación de la guerra en Flandes, se tuvo que recurrir a la armada para llevar refuerzos y suministros a aquel teatro de operaciones. En 1640 y 41 las flotas comandadas por Lope de Hoces lograron romper el bloqueo de los mendigos del mar. Con estos precedentes se empezó a preparar un nuevo convoy similar para llevar tropas y refuerzos al año siguiente, pero estos planes cambiarían tras la caída de Bolduque.

La caída de dicha importante plaza, obligo a Felipe IV a concentrar sus esfuerzos bélicos en el norte de Europa, abandonando los planes de suprimir primero la rebelión de Portugal. Esto supuso sumar al convoy de refuerzo, todos los buques que la Armada había preparado para aquella misión. Esta importante flota fue puesta bajo el mando del Almirante Pedro Llopis, marqués del Puerto, que era ya uno de los generales de más confianza de Felipe IV.

El convoy estaba formado por el grueso de la Armada Española, con la totalidad de los navíos de factura moderna en servicio en aquellos momentos. Cincuenta y un navíos de línea, de los que siete eran de 74 cañones y el resto de 64, formando la espina dorsal de la flota. Una fuerza sin parangón en la Europa de aquellos momentos. Junto a los navíos avanzaban treinta fragatas de a 34 cañones. Embarcaciones pequeñas y rápidas, encargadas de explorar las aguas y llevar los mensajes que fuere menester.

Estos eran acompañados por cuarenta y un galeones de las escuadras de Galicia y Las cuatro Villas, encargados de llevar refuerzos y las nuevas armas y materiales al ejército de Flandes. La escuadra de Dunkerque aportaba doce fragatas de diversa capacidad. En Génova se habían contratado siete galeones, en Inglaterra otros doce, y una veintena de urcas en diversos puertos españoles. Incluso otros nueve galeones transportaban agua para el viaje, siendo los llamados buques aljibe, que debían suplir las reservas de agua de la flota si sus reservas se veían mermadas.

La flota se completaba con treinta y seis galeones, zabras y pataches aportados por los corsarios vizcaínos, especialmente por Alonso de Idiáquez, quien fuera veedor de la armada durante unos años por nombramiento especial del propio Pedro. Sin duda una impresionante flota que había reunido 218 velas, la mayor flota que nunca vieron los siglos.

Viaje

A diferencia de otros almirantes de la época, el almirante Llópis prestaba una gran atención a aspectos de la navegación como las corrientes y los vientos, no solo para que le llevasen a su destino, sino también para que su flota estuviese situada en la mejor posición posible en caso de batalla. Debido a esto, en lugar de escoger la ruta más directa hacia Flandes, que le habría llevado a atravesar el canal de la mancha, escogió bordear las islas británicas por el oeste para aprovechar los vientos del oeste y las mimas corrientes que dieron al traste con la Gran Armada de Felipe II, y llegar a Flandes desde el norte.

La flota tras dejar aguas españolas puso rumbo al noroeste, navegando de bolina para aprovechar los vientos del oeste. Tras alcanzar los 60° Norte, la flota cambio de rumbo para dirigirse al este rodeando las islas británicas por el norte. Esto provocaría las batallas navales de “los Pescadores” y de “Frisia”, en las que las armas holandesas sufrieron fuertes reveses afectando la economía de las Provincias Unidas de forma definitiva.

Consecuencias

El Gran Convoy de Socorro daría un vuelco a las operaciones militares en el norte de Europa, devolviendo la iniciativa a las armas españolas y obligando a Suecia a retroceder hacia el norte…


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Puerto de la Habana

Félix trabajaba para la Mutua de Agrupación de Propietarios de Transportesy Bajeles Españoles, compañía de seguros radicada en Valencia, encargada de asegurar muchos de los bajeles que hacían la carrera de las Indias. Para ello, comprobaba las cargas una y otra vez antes de la partida, comprobando que los manifiestos de carga y las cargas embarcadas coincidiesen con exactitud, así como comprobando que ninguno de los buques fuese sobrecargado, casos que excluirían de responsabilidad al seguro.

—Este galeón debe ser aligerado en al menos tres toneladas, capitán. —dijo Felix al capitán del Santa Ana.

—Don Felix, mi armador desea…—intento dar sus explicaciones el comandante de aquel buque.

—Capitán de Hoces, vuesa merced sabe que mi compañía no puede asegurar vuestro galeón en estas condiciones. —respondió Félix interrumpiendo al capitán. —Y vuestro armador debería saberlo también. Tenéis dos opciones, buscar un segundo bajel para repartir la carga o navegar sin seguro. La decisión os corresponde a vos y a vuestro armador. Volveré mañana, espero que para entonces hayáis tomado vuestra decisión.

Roma

El sumo pontífice estaba furioso. La reciente ofensiva española en el norte, había puesto todo el norte de Italia bajo control enemigo, y ahora tenía que contemplar como los españoles tenían dos ejércitos rodeando los Estados Papales. El primero de ellos en Nápoles, a unos pocos días de marcha de Roma, con más de quince mil hombres incluyendo tropas recién llegadas de Egipto. El segundo de ellos en Milán, con más de veinte mil hombres que ahora controlaban los pasos de montaña de los Alpes. Eso sin olvidar a los aliados naturales de España en esa zona, el Duque de Módena, que también tenía varios miles de hombres, o los que ahora pudiesen reclutar en Parma o Saboya, que de facto estaban bajo su control.

Debía buscar aliados para revertir aquella situación, tal vez animando a Venecia con discreción. El problema era que ahora los venecianos dependían en buena parte de España para importar las especias en las que fundamentaban su comercio, así que todo eran problemas, uno tras otro.

Paris

Saboya y Parma habían caído destejiendo toda la red de alianzas que tan trabajosamente había ido montando para combatir a los españoles. Sin duda y como dijo aquel holandés de condenado nombre, tal parecía que Dios era español para obrar tan grande milagro…

Había que buscar nuevos aliados, al menos la situación de Francia no era demasiado mala. Un ejército permanecía en el Franco Condado, cortando el camino español a Flandes aunque sin lograr rendir las mayores ciudades. Un segundo ejército había logrado varias victorias en Flandes, y aunque acababa de ser derrotado en Honencourt, los españoles no habían logrado aprovechar el éxito. Un tercer ejército ya había entrado en Cataluña, y no solo amenazaban la joya comercial española de Valencia, sino que eran los propios catalanes los que lo estaban manteniendo.

Victorias y derrotas, eso no servía. Debía encontrar la forma de derrotar a los españoles de una vez por todas. El cardenal alargo la mano para alcanzar la taza de té, cada día se encontraba más cansado.


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BATALLA DE LOS PESCADORES

Se conoce como batalla de los pescadores en España, o del Arenque en Holanda, a una serie de combates navales que tuvieron lugar en el mar del Norte entre el 11 y el 18 de junio de 1642.

Antecedentes

Tras la reanudación de la ofensiva holandesa en Flandes, el rey Felipe IV se vio obligado a enviar refuerzos a Flandes de forma urgente. El mando de los refuerzos fue puesto en manos del almirante Pedro Llopis, marqués del Puerto, quien en aquel entonces tenía ya una fama de militar duro y resolutivo forjada en campañas navales y terrestres por el mediterráneo, como la de los presidios, la conquista de Egipto, y la campaña de Italia.

Antes de partir el marqués del Puerto, quien ya acumulaba una amplia experiencia como marino, estudió el estado de las Provincias Unidas y sus capacidades militares. Hecho esto decidió que la mejor forma de rendirla, no era buscar la conquista de sus ciudades como habían hecho sus predecesores, sino destruir su economía como forma de eliminar dicha capacidad militar. Para ello trazó una ruta que utilizando los vientos del oeste y las corrientes del golfo, le permitiese rodear las islas británicas y llegar a Flandes a través del Mar del Norte.

La economía de las Provincias Unidas estaba fuertemente influenciada por la pesca del arenque, que movilizaba flotas de hasta cuatrocientos Herring Buss, embarcaciones de pesca que actuaban en grupos escoltados por buques de guerra para defenderse de los frecuentes ataques de corsarios, especialmente de los de Dunkerque. Esto se debía a que la pesca del arenque era muy rentable para las Provincias Unidas, pues generaba un negocio de más de un millón de libras anuales que permitían financiar las campañas militares contratando mercenarios.

Por esta razón el Almirante Llopis escogió dicha ruta aunque era mucho más larga que la que atravesaba el canal de la mancha, pues permitiría a la flota española caer sobre las zonas de pesca del arenque utilizada por los pescadores holandeses. Para enfrentarse a las dificultades de una navegación más larga, el almirante Llopis no dudo en utilizar nueve galeones para transportar agua, haciendo las funciones de naves aljibe.

Desarrollo

La llamada batalla de los pescadores fue en realidad una serie inconexa de combates que se desarrollaron durante once días entre el 11 y el 18 de junio en las zonas de pesca utilizadas por los holandeses en las islas Shetlands y el banco de Dogger. Al llegar cerca de las zonas de pesca, el Almirante Llopis se reunió con sus comandantes y ordenó el despliegue de su flota en ocho divisiones de cinco navíos cada una, separadas cinco millas entre sí. Las fragatas formaron en los flancos de esta formación, aumentando la zona explorada hasta las cien millas, lo suficiente como para asegurar que podrían localizar a los pescadores holandeses mientras avanzaban hacia Dunquerque.

El resto del convoy de socorro seguiría a las divisiones de navíos, quedando así bajo su protección. También tras la flota navegaban los corsarios, formando la reserva junto a los dos navíos de 74 cañones.

Combate del 11 de junio

El 11 de junio la fragata Juno que formaba parte de los exploradores del ala izquierda española, descubrieron las velas de la flota arenquera a unas treinta millas de las islas Shetland. De inmediato comunicó su hallazgo por medio de sus banderas de señales, que fueron repetidas por todos los buques hasta que tres horas más tarde las noticias llegaban a la nave almiranta.

De inmediato el almirante Llopis ordenó a la flota caer sobre los arenqueros, dirigiendo hacia allí su ala derecha al mando del vicealmirante Enrique de Benavides la Cueva y Bazán, III marqués de Bayona, con a las divisiones 1 y 2 al mando de los vicealmirantes Antonio de Anciondo y Zuazola, y Mateo Ulajani. Al mismo tiempo que ordenaba caza libre a las fragatas de Dunkerque al mando de Jodocus Peeters.

Sorprendidos con las redes caladas los arenqueros no tuvieron tiempo de huir, y las tres urcas que los custodiaban no pudieron evitar el enfrentamiento con los navíos que cayeron sobre ellas, destruyendo una y rindiendo otras dos mientras los corsarios se cebaban con los Herring Buss…


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Mapa del Mar del Norte en el que pueden verse las zonas de pesca en las Shetland y Dogger Bank

https://upload.wikimedia.org/wikipedia/ ... map-en.png

Herring Buss
Imagen
https://upload.wikimedia.org/wikipedia/ ... 3.Buis.jpg

Aspecto de una flotilla de pesca escoltada
Imagen
https://upload.wikimedia.org/wikipedia/ ... gvloot.jpg


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A partir del 18 de junio la flota dejo de encontrar nuevas presas en el mar. Hasta ese momento habían destruido tres urcas armadas, de las que actuaban como protección, y capturado otras cuatro, aunque posiblemente tres de ellas tendrían que ser desechadas en breve. Mucho más numerosas habían sido las capturas de los Herring Buss. Hasta ese momento y a falta de que regresasen muchos de los corsarios enviados a la caza, ciento ochenta y tres Herring Buss capturados y una cincuentena hundidos. A todo esto se unía la captura de varios filibotes de los que comerciaban con el norte. Todo en suma sin duda sería un golpe del que sería difícil que los holandeses se recuperasen a corto plazo.

—Como pueden ver, caballeros, la importancia de los vientos es vital en la guerra naval. Tener el viento a favor antes de empezar el combate puede marcar la diferencia entre la victoria y la derrota, nos permite decidir el momento del combate o si este tendrá lugar, al mismo tiempo que el enemigo queda a nuestra merced. —explicó Pedro al capitán de navío, Nicolás Cardona, y a los oficiales de su buque insignia, el 74 cañones Jaime I.

—Pero los vientos son imposibles de prever, mi comandante. —respondió Nicolás, avezado marino con una amplia experiencia a sus espaldas, dando el nuevo tratamiento de los comandantes de la armada. —Es cierto que podemos conocer los vientos predominantes en el mar, pero eso no asegura que esos vientos soplen como queremos, y sobre todo que el enemigo este donde esperamos.

—Por supuesto que no, Don Nicolás, pero puede ayudarnos a planificar nuestras acciones. Hay que tener en cuenta todos los elementos en conjunto antes de actuar…¿No opináis lo mismo, Don Francisco? —preguntó ahora a uno de los jóvenes oficiales del navío, Francisco Fernández de la Cueva, quien pertenecía a una de las familias de mayor alcurnia de España. —Pongámonos en este caso. En estos momentos estamos a punto navegar frente a los puertos holandeses, quienes a esta hora ya deben saber que estamos aquí. Seguro que van a intentar interceptarnos y vengar los daños que acaban de sufrir.

¿En qué condiciones deberíamos entrar en esas aguas, Don Nicolás? —preguntó a continuación.

—El viento del oeste nos permitiría navegar de través o de largo mientras los holandeses lo tendrían de emproada, pero cuando sobrepasásemos a la flota enemiga para entrar en Dunquerque estarían en posición de ventaja al haber quedado al norte. Ese problema lo vamos a ver repetido siempre que el viento no sea del sur, pero en ese caso son ellos los que pueden decidir el combate…es difícil de decidir.

—Exacto, es difícil, pero ahí entra la táctica. Necesitamos un viento que nos permita decidir el momento del combate, así que necesitamos un viento del oeste al noreste. Si decidimos el momento, decidimos la batalla, y si la flota enemiga no acepta el combate dejándonos pasar frente a sus puertos esperando dejarnos pasar para caer después sobre nosotros, les bloqueamos en sus puertos encerrándolos, y nuestro convoy puede llegar tranquilamente a Dunquerque…

—¿Entonces esperaremos a que soplen esos vientos? —quiso saber el capitán.

—Esperaremos. ¡Convocad a reunión a todos nuestros comandantes de división! Vamos a impartir las órdenes para los próximos días. —ordenó Pedro con resolución. En breve se adentrarían en las aguas holandesas…


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Batalla de Frisia, 23 de junio de 1642 20mn al oeste de la isla de Vlie

Tras los combates de los pescadores, la flota española siguió rumbo a Flandes llevando a sus presas con ellos. El almirante español había decidido dividir sus fuerzas, avanzando con la armada para limpiar el camino del convoy de Socorro. Para ello había ordenado caer sobre la costa escocesa y navegar a la vista de esta, esperando disfrutar de los vientos adecuados para entrar en la zona. Estos vientos llegaron el 23 de junio, cuando empezaron a soplar del nornoroeste, momento en el que ordenó poner rumbo a Dunkerque, el ultimo puerto bajo control español en Flandes. Poco después sus vigías localizaron la flota enemiga. La flota holandesa formada por un centenar de naves, trataba de formar una línea para presentar batalla al sureste de su posición, quedando a sotavento, lo que habría de permitirle llevar la iniciativa de la batalla.

Cerca de allí a bordo de su capitana, el almirante Maarten Harpertszoon Tromp contemplaba iracundo la flota enemiga, de la que la separaban aún varias millas. La ruta empleada por los españoles había sorprendido a todo el mundo al circunnavegar las islas británicas, logrando asestar un golpe demoledor a los pescadores holandeses, muchos de los cuales habían sido capturados. Era el peor golpe que había recibido desde que tenía memoria, ni tan siquiera la captura de Breda dos décadas atrás, había causado tanto pesar en las Provincias Unidas como la perdida de una de las mayores fuentes de ingresos de las Provincias Unidas.

En aquellos momentos la flota holandesa navegaba rumbo oeste, obligada a ceñir constantemente contra el viento lo que dificultaba sus intentos de formar una línea de combate. Habían reunido para la ocasión más de un centenar de naves de guerra, más de las que tenían los españoles si se restaban sus transportes, con todo era preocupante que los españoles hubiesen logrado construir tamaña flota en tan pocos años.

Por su parte la flota enemiga que estaba situada al noroeste de su posición, parecía navegar en dos columnas con el viento soplando por su través desde estribor, lo que le daba una buena ventaja en cuanto a velocidad y maniobrabilidad. Poco después pudo comprobar como las dos columnas españolas en lugar de formar una línea de batalla para cañonearse, se dirigían directamente sobre su vanguardia, seguramente y como era habitual en España buscando el abordaje. De seguir así, la flota enemiga caería sobre su vanguardia para destruirla, mientras su retaguardia se veía obligada a ceñir una y otra vez al viento para acudir en su ayuda.

Tenía que tomar una decisión…


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Aún estaba meditando sus opciones cuando el viento empezó a cambiar. Para ese momento aún no habían llegado a distancia de cañón y el viento fue rolando para empezar a soplar del oeste, a la vez que reducía su fuerza. Esto suponía un inconveniente para Tromp, que no podía seguir navegando con el mismo rumbo con el viento en contra. Sin embargo también suponía una oportunidad. Ahora sus buques podían navegar hacia el norte, y eso había de permitirle utilizar su as en la manga.

De todas formas había algo que no le gustaba. La flota española era muy grande, al menos unos ochenta buques, y según sabía, todos ellos habían sido construidos con un único motivo. Combatir. Enfrentarse a ellos en esa situación no parecía demasiado prometedor, por lo decidió retirarse. Utilizaría los vientos del oeste para virar y buscar refugio en puerto. Estaba sin embargo preocupado, así que para ganar tiempo decidió utilizar los brulotes que tenía preparados. Tal vez pudiesen romper las columnas enemigas y ganar el tiempo necesario para que su flota llegase a puerto. Momentos después una docena de brulotes se apartaron de la línea holandesa para poner rumbo al norte, directamente contra aquellas columnas que cada vez estaban más cerca.

A bordo del Jaime I, el almirante Pedro maldijo en silencio. Los brulotes eran la segunda sorpresa de ese día. La primera había sido el que los holandeses formasen una línea de batalla medio aceptable, aunque el cambio del viento había impedido que pudiese enfrentarse a ella. Sabía o más bien suponía que las líneas de batalla habían empezado a ensayarse en esa época, pero no esperaba que nadie la hubiese adoptado aún más allá de los tímidos ensayos que él mismo había probado. La segunda eran por supuesto los brulotes, que creía se utilizaban casi en exclusiva para atacar objetivos al ancla.

—Don Nicolás, orden general, rompan para dejar pasar a los brulotes. —ordeno el almirante Pedro. Por fortuna sus columnas no navegaban en una línea pura sino al tresbolillo, principalmente para evitar que en caso de derribar un mástil y una perdida súbita de velocidad, se produjesen colisiones.

Los navíos reaccionaron con agilidad, cada columna se dividió en dos, cayendo una mitad a estribor mientras la otra lo hacía a babor para dejar pasar a los brulotes sin peligro. Las dos columnas se habían convertido en cuatro en unos segundos. A bordo de su buque insignia, Pedro sopesó sus opciones mientras observaba como uno de los brulotes pasaba junto a su navío. La flota enemiga estaba virando, lo que creaba cierta similitud con Trafalgar, salvo por la dirección del viento. Con el viento a su favor, la flota enemiga podría escapársele entre los dedos, y no estaba dispuesto a permitirlo.

—Don Nicolás. El enemigo esta intentando huir, ahora tienen el viento a su favor, pero el punto débil de una formación tan grande es que las ordenes tardaran mucho en llegar a toda la flota. —explicó Pedro que se llevó el catalejo al ojo observando la flota enemiga unos segundos antes de continuar. —Viraremos hacia el sureste. Si caemos sobre la retaguardia enemiga podremos forzar el combate.

—Si varían en sucesión podemos acabar enfrentados a toda la flota enemiga, mi comandante. —dijo entonces el capitán.

—Lo sé, pero no podemos dejarlos pasar. —decidió Pedro. Segundos más tarde Nicolás comunicaba las ordenes al guardiamarina encargado de las señales…


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Perdon, hilo equivocado...


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—Van a alcanzar a Hendrick. —dijo el almirante Tromp refiriéndose al comandante del quinto escuadrón, Hendrick Corneliszoon de Nijs. —Ha sido demasiado lento en su maniobra. ¡Maldita sea!

—¿Podemos acudir en su ayuda? —preguntó el capitán Barent Barentszoon, comandante del Aemilia, el buque insignia de De Tromp.

—Con este viento será imposible, desde el principio estuvo a favor del enemigo…

—Tenéis razón,y coordinar tantos bajeles ha resultado demasiado lento y difícil. —reconoció Barentszoon.

— Tenemos que regresar a puerto y salvar cuanto podamos…—decidió Tromp. —¿Habéis visto el tamaño de esos bajeles? Son terroríficos, cualquiera de ellos es mayor y está más poderosamente armado que cualquiera de los nuestros…

……………………………………….

Las balas de cañón golpearon el Jaime I haciendo saltar astillas que hirieron a muchos hombres, sin embargo, el buque continuó navegando directo sobre la línea enemiga, soportando el castigo estoicamente mientras avanzaba. En el puente, el almirante Pedro Llopis se mantenía erguido, claramente visible con su armadura de hechura milanesa.

—¡Don Nicolás! ¡Diga a los artilleros que pagare de mi propio bolsillo diez escudos por cabeza si logran menos de cuatro minutos entre disparo y disparo! —gritó con decisión. Viendo como un joven grumete que hacía las veces de correveidile, salía corriendo directo hacia las entrañas del buque.

Ahora el navío de línea de 74 cañones estaba a punto de alcanzar la escuadra enemiga, que como Pedro esperaba había reaccionado demasiado lenta ante los cambios tácticos de la batalla. Todo un problema en una flota tan grande con los deficientes medios de comunicación de la época. Gracias a ello ahora estaba a punto de golpear sobre la retaguardia enemiga, cuyos navios hacían fuego con toda su artillería en un intento de frenarlos.

Por fortuna tras haberse dividido las dos columnas originales para esquivar a los brulotes, los navíos que comandaban cada una de las cuatro columnas eran navíos de a 74 cañones. Mucho más grandes, y poderosos que cualquiera de los buques que tenían frente a sí, y por eso mismo eran buques capaces de absorber gran parte del daño que les hiciesen. En breve alcanzarían la línea enemiga y la atravesarían para destrozarla disparando a dos bandas con sus balas dobles.


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Gaspacher
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Un soldado de cuatro siglos

Mensaje por Gaspacher »

Pedro dedicó unos segundos a contemplar toda la zona para hacerse una idea más acertada de la situación en los momentos previos al caos que habría de seguir cuando entrasen en combate. Unas doscientas varas a popa le seguía el Atrevido, de 60 cañones, y el resto de su columna tras él, aunque tan solo de tanto en tanto podía adivinarse alguna vela al quedar ocultos por el Atrevido.

A babor, hacia el este, quedaban las otras tres columnas que ahora formaba su escuadra, aunque una vez más solo podía ver claramente la de su izquierda, pues esta ocultaba a las otras dos, y había que dedicar mucho esfuerzo y paciencia para lograr divisar al resto entre aquella maraña de cascos y velas. Comprobado que sus fuerzas estaban a punto de entrar en combate, pudo dedicarse a observar el resto del ¿debería decir mar de batalla?...

Justo a proa del Jaime I se divisaba la línea holandesa, que ahora debía estar afanándose en recargar sus cañones tras la última andanada, disparada cuando debían estar a unas cuatrocientas, tal vez cuatrocientas cincuenta varas de distancia. Aquella andanada había causado serios daños al Jaime I, pero no habían logrado detenerlo, y ahora estaban llegando a una línea que presentaba graves deficiencias. Conseguiría atravesarla. Y entonces sabrían lo que es bueno…

Solo para asegurarse de no llevarse sorpresas observo el resto del mar. El grueso de la escuadra enemiga se encontraba al sur-suroeste de allí navegando hacia el este, seguramente buscando un puerto seguro. Por desgracia para ellos esa maniobra que debería haber llevado su flota a la seguridad, había sido interceptada por la propia maniobra de su escuadra, que había logrado cazar a la retaguardia enemiga.

Comprobadas estas cuestiones, dedico unos últimos instantes a observar a su capitán, Nicolás Cardona. El marino parecía estar mejorando a pasos agigantados. Su manejo de las velas y búsqueda de los vientos era cada vez mejor tras las lecciones que había recibido. Y más importante que eso, su comprensión de las nuevas tácticas navales empezaba a ser sobresaliente, digna de tener en cuenta. Si perseveraba en sus quehaceres, sin duda pronto podría conseguir su propio mando independiente.

Una voz del capitán basto para que el timonel y los gavieros trabajasen con precisión milimétrica, cruzando el Jaime I la T enemiga mientras se oían claramente las exclamaciones de los sorprendidos holandeses, que tras sus lecciones de las últimas semanas sabía eran imprecaciones de miedo, pues habían creído que se les estaban echando encima como si quisiesen embestirlos. Pronto los sacarían de su error. Ni se les embestiría ni se trataría de abordarlos, esto iba a ser un duelo al cañón, duro, sangriento, y esperaba que decisivo.

Cuando el Jaime I disparo sus baterías en una doble andanada, a babor y estribor, el navío se sacudió como un potro salvaje…los efectos en los buques enemigos fueron apocalípticos…


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Mensaje por Gaspacher »

Cuadernos navales, numero 287

… vista la precaria situación táctica de su flota, la decisión del almirante Tromp de virar para buscar un puerto seguro fue sin lugar a dudas una decisión correcta. Sin embargo a partir de ese momento se sucedieron una concatenación de errores que dieron al traste con sus ya de por si escasas posibilidades de evadirse con su flota indemne.

El primero de estos errores fue el que al contar con un sistema de comunicación muy deficiente, a décadas del avanzado sistema de banderas de señales utilizado por la armada española, las órdenes tardaron demasiado en llegar al extremo de su línea, lo que contribuyó de forma decisiva a desordenarla. Mientras la vanguardia ya había virado para regresar, a causa del amplio frente que ocupaba la flota, el centro y la retaguardia aún seguían navegando desconocedores del cambio de rumbo, alejándose de la costa y separándose del resto de divisiones.

Para empeorar las cosas la escuadra española varió su rumbo haciendo gala de una gran movilidad, dirigiéndose directamente sobre el centro y retaguardia holandesa. Fue el momento más peligroso de todos, los holandeses lanzaron varios brulotes, entre cuatro y siete dependiendo de las fuentes, sin embargo los navíos lograron esquivarlos y se lanzaron a cortar la T de aquella línea. Esto desencadenaría el segundo error holandés.

Cuando el vicealmirante Hendrick Corneliszoon De Nijs observo como los navíos españoles se le echaban encima, decidió mantener su rumbo para presentar una línea de batalla tan cohesionada como fuese posible. Por desgracia esta decisión provocó que se rompiera el contacto con las escuadras que navegaban a vanguardia, quedando la flota holandesa dividida. El almirante Troomp que navegaba con la primera división, perdió todo contacto con parte de su flota y permaneció ignorante a la difícil situación mientras continuaba alejándose, hasta que fue demasiado tarde.

Para cuando Tromp recibió información de lo sucedido, al norte de su posición sus divisiones quinta y sexta al mando respectivamente de Hendrick Corneliszoon De Nijs, y Johan Evertsen, habían entablado combate en una dura melé, en la que pronto llevaron las de perder. De forma lenta pero inexorable, los galeones, sometidos al castigo ocasionado por los cañones españoles fueron arriando la bandera como señal de rendición. Tromp que estaba sopesando la idea de acudir al combate en ayuda de su retaguarda, contempló aterrorizado como el resto del gran convoy español aparecía por el horizonte.

Sabiendo que con él llegaban otro centenar de buques, desistió de presentar batalla, y ordenó la retirada. Aun tuvo tiempo de ver como uno de sus galeones saltaba por los aires al ser alcanzado en la santabárbara por una andanada enemiga. Al anochecer estaba llegando a la costa con el resto de su escuadra. Había sufrido una derrota sin paliativos, perdiendo veintisiete naves entre las hundidas (seis), las capturadas (catorce), y las siete que embarrancaron en la isla de Vlie. Al amanecer lograrían rescatar dos de estas, pero las fuerzas españolas habían logrado capturar una más al amanecer, y prender fuego al resto…


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Amsterdam, 29 de junio

La doble derrota naval ante la flota española había sumido las Provincias Unidas en un marasmo del que parecían incapaces de salir. La pérdida de casi la totalidad de la flota pesquera suponía una pérdida económica invaluable, y la posterior derrota frente a las islas de Frisia había dejado el mar en manos españolas, que ahora mantenían su flota frente a la costa, bloqueando sus puertos. Esto había levantado las primeras voces contrarias al gobierno holandés, y el propio almirante Tromp era cuestionado y eran ya muchos los que querían utilizarle como cabeza de turco.

—La oposición crece por momentos y ya hay voces que empiezan a exigir la cabeza de Tromp. —dijo el estatúder. —A este paso antes de una semana pedirán la mía por la tregua con España.

—Sí, están muy soliviantados. Necesitamos encontrar la forma de desactivarlos, de volver a separar a republicanos y orangistas. —respondió el Gran Pensionario, Jacob Cats. —Si no lo logramos tendremos graves problemas, mayores que el que conservéis vuestra cabeza sobre los hombros. En el fondo todos saben que por desgracia Tromp no pudo hacer nada. España se ha reforzado mucho durante la tregua, y la ruta empleada permitió que tuviesen el viento a favor, lo que fue decisivo en su éxito.

—Ambos sabemos eso. El problema es buscar la forma de justificar nuestra derrota, de que la utilicen en contra del gobierno.

—Podéis esgrimir la toma de Hertogenbosch. La caída de la ciudad ha abierto la región a nuestros ejércitos y estamos en disposición de seguir avanzando.

—¿Cuánto creéis que podremos actuar con libertad ahora que España ha vuelto a enviar un comandante conocido por su ímpetu? Con Melo lo teníamos fácil, pero con del Puerto no creo que tengamos tanta suerte.

—El marqués del Puerto, el nuevo comandante de los ejércitos españoles en Flandes…—dijo Jacob cogiendo un papel que había sobre su mesa. —Precisamente de él quería hablaros.

—¿Ocurre algo?

—Nos ha escrito una misiva. —respondió el Gran Pensionario mostrando la carta.

—¿Y? No me tengáis en ascuas.

—El marques nos ofrece una tregua si volvemos a nuestras posiciones iniciales de antes de la guerra, y no se bien si decir esto…se ofrece a venir en persona a negociar a la propia Ámsterdam o a alguna ciudad de nuestra elección a medio camino de sus posiciones actuales.

—¿Si nos negamos?

—Si nos negamos… bien, en su misiva simplemente afirma que esta es la única oportunidad de dialogo que está dispuesto a concedernos, así que entiendo que si no negociamos no volverá a ofrecernos la paz, y no se detendrá hasta acabar con nosotros…


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Dunkerque, 30 de junio de 1642

Aunque llevaban ya una semana en Dunquerque, el puerto seguía bullendo en actividad a causa de la presencia de la flota. Los carpinteros se aplicaban con esfuerzo en reparar los daños de la reciente batalla, mientras los estibadores descargaban los suministros llevados por la reciente flota de socorro. En un almacén cercano se acumulaban decenas de miles de uniformes, armas y equipos traídos por el convoy, que servirían para equipar el ejército e irlo transformando en un ejército reformado. Fuera de la ciudad, en el campamento montado con las tropas de refuerzo, se estaban descargando cincuenta mil mosquetes ligeros, y setenta y dos cañones de campaña, las armas para aquellas nuevas unidades. A estos se sumaban pólvora, equipos de campaña como tiendas de “lona de castilla” que eran impermeables, palas, picos, azadones, hachas y sierras, cacillos de latón para la alimentación de los soldados, y por supuesto mochilas. En definitiva todo lo necesario para hacer la guerra.

Para Pedro había llegado la hora de empezar a prepararse para las nuevas operaciones. Nada más tomar tierra había enviado un mensaje al gobierno holandés, esperando poder negociar una tregua o al menos sembrar un poco de cizaña entre sus enemigos. Si lo lograba podría concentrarse en combatir en un único frente, fuese Francia u Holanda.

—El general Francisco de Melo está al caer, mi general. —dijo el capitán Jacques de Bruyne, del regimiento de coraceros Ordenes Militares destacado en Flandes desde años atrás. —En unas horas deberíamos ver sus estandartes.

—Gracias capitán, manténgame informado. —respondió Pedro despidiendo al oficial de guardia, antes de volverse a su estado mayor, formado por todos los almirantes que le habían acompañado en su viaje a Flandes. —Caballeros, hemos sorprendido al enemigo y logrado una increíble victoria. —dijo alzando su copa ante los presentes. —Por favor, briden conmigo. ¡Por el primer soldado de España! ¡Por el Rey!

—¡POR EL REY! —respondieron los presentes con voz atronadora antes de beber.

—De acuerdo, caballeros, es hora de retomar las operaciones. —dijo el almirante a continuación —Vamos a aprovechar que el enemigo está paralizado para llevar la guerra a su corazón. Llevamos muchos años de guerra, hemos logrado increíbles victorias, y sin embargo la guerra sigue sin que haya visos de finalizar. Esto ocurre porque no podemos obtener la victoria en tierra si primero no ahogamos económicamente a nuestros enemigos.

Por eso a partir de ahora nuestras operaciones navales se dividirán en tres frentes; el primero el Báltico, el segundo el Cantábrico/Atlántico portugués, y el mayor de todos, el Atlántico e Índico desde Cabo Verde a Java.
Por primera vez entraremos en el Báltico en una operación a gran escala con la que cortaremos las arterias que mantienen funcionando al ejército sueco en Alemania. Cuando estén desangrados, el Imperio o nosotros mismos acabaremos con ellos. —explicó desatando un conjunto de risotadas. —Y tengan en cuenta que quiero lograrlo antes del invierno…

—El segundo frente será el del Cantábrico y la costa atlántica portuguesa. Sera el frente en el que mantendremos el grueso de nuestras fuerzas pues al mismo tiempo ha de servirnos de reserva. Cada buque portugués de los que hacen el comercio con las indias, cada pesquero, cada envió de fondos, debe ser capturado o acabar en el fondo del mar. La rebelión portuguesa ha sido organizada por tenderos, y van a ver qué ocurre cuando se enfrentan a soldados. —dijo desatando una oleada de nuevas risotadas…

—El ultimo frente naval, y tal vez el más importante de ellos, será el compuesto por el grueso del atlántico y el índico. Una vez más vamos a llevar a cabo una guerra económica a gran escala. Instalaremos escuadras de fragatas en Sudáfrica y Filipinas, con la misión de capturar todos los galeones y filibotes que hacen la ruta de las especias, tanto portugueses como holandeses.

Pero nuestras operaciones no acabaran ahí. En estos momentos estamos reuniendo miles de soldados veteranos con sus familias. A partir del año que viene, la armada realizara operaciones sobre las colonias portuguesas y holandesas en todo el globo. Capturaremos sus ciudades, sus puertos, sus centros de comercio, e instalaremos en ellos a nuestros hombres, sean españoles, italianos, valones, irlandeses, o de cualquier otro lugar siempre y cuando hayan luchado por nuestro Rey. Una a una, cada fuente de riqueza de nuestros enemigos pasara a nuestras manos.

—¡Habrá botines! —gritó una voz en la sala, desatando una oleada de gritos.

—¡SÍ! —gritó a su vez Pedro. —¡Habrá botines! Y los repartiremos entre todos los que participen en cada una de las operaciones. Un quinto de las presas para el rey y otro para la hacienda, y el resto…¡El resto a repartir entre las tripulaciones! —La sala estalló con el griterío que se formó mientras los hombres reían y soltaban bravuconada tras bravuconada…

—Silencio, señores, un poco de calma…—dijo Pedro para calmarlos a todos tras unos momentos. —Ahora pasare a impartir las órdenes particulares…Don Enrique, llevad vuestras dos divisiones al báltico junto a los corsarios vizcaínos. —ordenó señalando el mapa que colgaba de una de las paredes. —Su misión es muy simple, capturen o destruyan cada bajel que surque aquellas aguas con una enseña enemiga, sea la francesa, la holandesa, sueca, o de cualquiera de los principados alemanes que apoyan a estos. Y llegado el caso, no dude en atacar puertos y pueblos pesqueros…

Arrásenlos, y los suecos verán como los principados protestantes les abandonan, como sus ejércitos se quedan sin armas, sin pagas, y sobre todo, sin refuerzos.

—Como vuesa excelencia ordene, mi comandante. —respondió el marqués de Bayona aceptando un legajo que le ofrecía Pedro, en el que constaban sus órdenes y todos los datos conocidos de aquel mar, reunidos durante años por agentes tanto comerciales como secretos, enviados a aquellas aguas. Acababa de nacer la Escuadra Blanca.

—Don Jodocus, la tarea de vuesa merced será el continuar presionando las rutas comerciales de las Provincias Unidas en estas aguas. —dijo a continuación al almirante de los corsarios de Dunquerque. —Lo han venido haciendo durante décadas, así que poco puedo deciros. Ahora mismo estamos bloqueando los puertos holandeses con nuestra flota, pero en breve quedaran libres cuando nuestras divisiones de navíos partan hacia sus objetivos…—dijo entregando un fajo de ordenes al almirante de la escuadra de Dunkerque.

—Don Nicolás, he solicitado vuestro ascenso a su Majestad. La próxima primavera tomareis el mando de una división de navíos con los que deberéis conquistar Cabo Verde, unas islas que serán parte esencial de nuestras operaciones futuras. —se dirigió a continuación al que había sido el capitán de su nave insignia…


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tercioidiaquez
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Mensaje por tercioidiaquez »

Diego apretó suavemente los flancos de su montura. Ya veía las murallas de Orán y alargó el paso del caballo.
La estancia en Estambul había sido de provecho. Aprendió turco, y merced a ser persona de calidad, no tuvo que protegerse cada vez que se le caía el jabón en la ducha. En eso no se pareció al pobre Cervantes. En que el rescate lo pagaran por mediación de los Trinitarios sí.
Había tomado buena nota de la disposición de los arsenales, los fuertes, la guarnición...en sus paseos, escoltado pero relativamente libre. Nunca se sabía si la información sería útil.

Mientras vislumbraba un piquete de mogataces a caballo que se acercaban su mente voló a sus recuerdos. Echaba cosas de menos de su época, otras no. Por ejemplo una suerte de personajillos que pululaban por el mundo sin mas objetivo que el malmeter, reflejo de su vida vacía y pobre. Coroneles mas falsos que la presunta e inexistente virtud que presumían propagar; satélites estivales filofascistas o fechas gloriosas pervertidas. Todos, para dar la razón al poeta, eran ejemplo de "desprecia cuanto ignoran".

Pero a otros si los echaba de menos. Gente cabal, como el muy noble valenciano con el que se reencontró siglos atrás, con el que tenía pendiente tomar un Dom Perignon, bajo la constelación de Capricornio, mientras el Apo(nez)líneo viajaba a la vecina Puxa Asturies, de donde era un tal (L.M) García.

También echaba de menos a algún Autentico enemigo, con mas nobleza que algún patriota con mas boca que cabeza (a reventar), era ejemplo de Urban(o)idad por las Callejas de la ciudad.

Por supuesto echaba a faltar libros de historia, algunos ya habían nacido, como Cayo Julio aunque fuera en el 2004. Otros todavía no, como George S. Patton, aunque de la mas noble tierra argenta. Vecino de un no menos noble cuyo nombre había olvidado, pero que honraba a su tampoco menos noble nación, larga y estrecha como una espada. Vecino también de cierto émulo del autor de la retirada de los 10.000. O de un viejo almirante alemán.

Otros mas difíciles de encuadrar en un texto, como Masakary, o un extraño palabro como Zabopi.
Y es que aunque buscara por todos los rincornes de la tierra no encontraría tampoco a alguien de impronunciable nombre que para él siempre sería Neride (y es que el estilo, se mantiene aunque se cambie el nick).

Y como Diego, a pesar de tener (hablando en román paladino) los huevos negros por el humo de 100 batallas, no pudo, dejar de echar una lagrimita que esta vez no se iría como le pasó al replicante con la lluvia, guardó en su corazón las muestras de cariño (que por ser cibernético no lo eran menos, ya fueran públicas o privadas) para siempre, incluyendo las que por culpa de su flaca memoria (y lo mal que funcionan los buscadores) le demostraron.

Pero eso ya era historia, y ahora tocaba entrar en las puertas de Orán.


“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.

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