Un soldado de cuatro siglos
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Un soldado de cuatro siglos
El soldado español de la guerra franco-española de 1640. A Palacios
…Pese a que los soldados españoles eran comparados con las mulas de Mario por las pesadas mochilas en las que llevaban pesados equipos, uno de los nuevos regimientos o tercios de infantería de línea española llevaba consigo un tren de bagajes considerablemente mayor que el de cualquier ejército de la época. Cada compañía tenía asignadas tres carretas para llevar la impedimenta de sus ciento veinte soldados como los petates, herramientas y tiendas de campaña, una cuarta para los enseres de la compañía como la cocina, filtros de agua, y repuestos, y tres para llevar alimentos, cada una de ellas arrastrada por cuatro mulos o caballos de tiro.
Esto totalizaba treinta y cinco carretas por bandera o batallón, a los que en este caso se sumaba una carreta médica, y tres carros ambulancia, estos de menor tamaño y con un tiro de dos caballos o mulos. En ese momento el batallón o bandera ya sumaba ciento cincuenta mulos y caballos sin contar las monturas de los oficiales, por lo que también era necesario un carromato-fragua para el herrero del batallón, totalizando los ciento cincuenta y cuatro animales de tiro, a los que solían sumarse al menos un 30% de animales de reemplazo que iban en una recua, y generalmente entre uno y dos caballos para los oficiales.
Para el regimiento o tercio tipo, de dos batallones de maniobra se duplicaban los carromatos y las recuas de caballos, y además se sumaban sus propios carros. Los servicios de municiones eran centralizados por la unidad mayor, por lo que era el tercio o regimiento el que tenía ocho carromatos de pólvora, aunque seis de ellos solían ser asignados a las compañías. A esto se sumaban un carro de caudales, y varios destinados a llevar herramientas de sitio y repuestos, y carga general.
En total los mil doscientos soldados de un regimiento o tercio de infantería de línea, arrastraban tras de sí un centenar de carromatos y más de seiscientos animales de tiro. Un esfuerzo logístico sin parangón en la época, y uno de los grandes logros que cimentaron los éxitos de los ejércitos españoles en las décadas siguientes. Gracias a este esfuerzo logístico las bajas en los ejércitos españoles por causas no relacionadas con el combate se redujeron un 90%, siendo especialmente significativa la reducción de los casos de disentería, y fiebre tifoidea.
En los batallones de cazadores de la infantería ligera se sustituían los carros por mulas, generalmente una por cada ocho soldados que formaban un pelotón. Eso permitía reducir el número de carros a tan solo cuatro carretas para todo el batallón, una para el médico, otra de cocina, y dos más encargadas de llevar los suministros y municiones…
…Pese a que los soldados españoles eran comparados con las mulas de Mario por las pesadas mochilas en las que llevaban pesados equipos, uno de los nuevos regimientos o tercios de infantería de línea española llevaba consigo un tren de bagajes considerablemente mayor que el de cualquier ejército de la época. Cada compañía tenía asignadas tres carretas para llevar la impedimenta de sus ciento veinte soldados como los petates, herramientas y tiendas de campaña, una cuarta para los enseres de la compañía como la cocina, filtros de agua, y repuestos, y tres para llevar alimentos, cada una de ellas arrastrada por cuatro mulos o caballos de tiro.
Esto totalizaba treinta y cinco carretas por bandera o batallón, a los que en este caso se sumaba una carreta médica, y tres carros ambulancia, estos de menor tamaño y con un tiro de dos caballos o mulos. En ese momento el batallón o bandera ya sumaba ciento cincuenta mulos y caballos sin contar las monturas de los oficiales, por lo que también era necesario un carromato-fragua para el herrero del batallón, totalizando los ciento cincuenta y cuatro animales de tiro, a los que solían sumarse al menos un 30% de animales de reemplazo que iban en una recua, y generalmente entre uno y dos caballos para los oficiales.
Para el regimiento o tercio tipo, de dos batallones de maniobra se duplicaban los carromatos y las recuas de caballos, y además se sumaban sus propios carros. Los servicios de municiones eran centralizados por la unidad mayor, por lo que era el tercio o regimiento el que tenía ocho carromatos de pólvora, aunque seis de ellos solían ser asignados a las compañías. A esto se sumaban un carro de caudales, y varios destinados a llevar herramientas de sitio y repuestos, y carga general.
En total los mil doscientos soldados de un regimiento o tercio de infantería de línea, arrastraban tras de sí un centenar de carromatos y más de seiscientos animales de tiro. Un esfuerzo logístico sin parangón en la época, y uno de los grandes logros que cimentaron los éxitos de los ejércitos españoles en las décadas siguientes. Gracias a este esfuerzo logístico las bajas en los ejércitos españoles por causas no relacionadas con el combate se redujeron un 90%, siendo especialmente significativa la reducción de los casos de disentería, y fiebre tifoidea.
En los batallones de cazadores de la infantería ligera se sustituían los carros por mulas, generalmente una por cada ocho soldados que formaban un pelotón. Eso permitía reducir el número de carros a tan solo cuatro carretas para todo el batallón, una para el médico, otra de cocina, y dos más encargadas de llevar los suministros y municiones…
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
Grouchy había tomado su decisión. Fijaría al enemigo. Antes o después Condé amenazaría su retaguardia. Si retrocedían sería el momento de atacar con todo. Y si no, quedarían entre dos fuego.
El enemigo era muy superior. Su ataque de sondeo había mostrado una tremenda potencia de fuego y la amenaza de esos árabes no podía dejarse de lado. Había enviado mensajeros a Condé. Mientras se limitaría a esperar y si se daba la ocasión atacaría.
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Condé comenzaba a desesperarse. Los españoles habían llenado el terreno de obstáculos, pero no al azar. Se habían sitaudo de tal manera en los flancos y cerrándose como un embudo le iban canalizando hacia el centro. Esos malditos muros pero sobre todo esos abrojos habían destrozado muchos pies y muchas patas de caballo.. Cada vez que avanzaban desde esos malditos agujeros en el suelo las descargas barrían a sus hombres y cuando intentaban llegar a ellos, salían huyendo. Mientras los malditos moros se interponían y les daban tiempo a retroceder. Así sucesivamente. Y los cazadores. Esos malditos situados en los flancos y desde las colinas tiroteaban sin piedad. Cualquier flanqueo era imposible.
No había solución. Había que seguir atacando. Era superior en número. La carne daba para mucho ante el plomo.
El enemigo era muy superior. Su ataque de sondeo había mostrado una tremenda potencia de fuego y la amenaza de esos árabes no podía dejarse de lado. Había enviado mensajeros a Condé. Mientras se limitaría a esperar y si se daba la ocasión atacaría.
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Condé comenzaba a desesperarse. Los españoles habían llenado el terreno de obstáculos, pero no al azar. Se habían sitaudo de tal manera en los flancos y cerrándose como un embudo le iban canalizando hacia el centro. Esos malditos muros pero sobre todo esos abrojos habían destrozado muchos pies y muchas patas de caballo.. Cada vez que avanzaban desde esos malditos agujeros en el suelo las descargas barrían a sus hombres y cuando intentaban llegar a ellos, salían huyendo. Mientras los malditos moros se interponían y les daban tiempo a retroceder. Así sucesivamente. Y los cazadores. Esos malditos situados en los flancos y desde las colinas tiroteaban sin piedad. Cualquier flanqueo era imposible.
No había solución. Había que seguir atacando. Era superior en número. La carne daba para mucho ante el plomo.
“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
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Un soldado de cuatro siglos
A petición popular
…Un regimiento de artillería estaba compuesto de dos grupos de artillería, y cada uno de estos de tres baterías de a cuatro cañones, generalmente de ocho o doce libras. Para mover los cañones se habían diseñado nuevos tipos de carros de avantrén, tirados por cuatro caballos generalmente de las razas bretona o hispano-bretona, caballos de gran porte especialmente adecuados para las tareas de tiro.
Una batería tenía cuatro carros en avantrén para los cañones y aunque el propio carro-avantrén del cañón llevaba munición de respeto, otros cuatro carros, también con avantrén, para las municiones. Un noveno carro-avantrén de servicio llevaba las herramientas equipajes y enseres de la batería. A esto se sumaban un carro médico y un carro-fragua, siempre con avantrén para el grupo de artillería.
De esta forma un regimiento de artillería tenía veinticuatro cañones, servidos cada uno por entre seis y diez hombres dependiendo del calibre, y un total de cincuenta y ocho carros, cada uno de los cuales precisaba de cuatro bestias de tiro. Eso era un total de doscientos treinta y dos caballos de tiro, aunque generalmente se sumaban otros cincuenta animales como refresco y para sustituir perdidas.
Por último la caballería estaba dividida en treinta regimientos, cada uno de los cuales tenía cuatro escuadrones de a dos compañías de noventa jinetes. Cada escuadrón tenía a su vez dos carros de servicio, un carro fragua y un carro médico. Por lo tanto el regimiento precisaba setecientos veinte caballos de monta, y sesenta y cuatro de tiro, aunque al incluir animales de respeto se alcazaba los ochocientos de monta y el centenar de tiro.
En total el ejército español utilizaba no menos de 70.000 animales de tiro, y otros veinte mil mulos y burros para el transporte a lomo. Diez mil correspondían a caballos de las razas; bretona e hispano-bretona, la mayor parte de ellos criados en las Yeguadas Militares. El resto se repartían entre mulos (muy apreciados por su capacidad de trabajo y dureza), y caballos de diversas procedencias, la mayor parte de ellos mestizos de sangre fría.
En cuanto a los caballos de monta, la mayoría procedían de las yeguadas militares. Como norma general los coraceros montaban caballos de raza española, mientras los húsares y los dragones montaban caballos de raza árabe e hispanoárabe respectivamente. Sin embargo al ir abriendo nuevas yeguadas militares para la cría de caballos de razas napolitana y lusitana, varios regimientos cambiarían aquella norma.
Este esfuerzo en mantener y potenciar la cabaña equina militar tan solo pudo sostenerse al recuperar las ordenanzas dictadas por Fernando el Católico y declarar a los caballos como un bien inexportable…
…Un regimiento de artillería estaba compuesto de dos grupos de artillería, y cada uno de estos de tres baterías de a cuatro cañones, generalmente de ocho o doce libras. Para mover los cañones se habían diseñado nuevos tipos de carros de avantrén, tirados por cuatro caballos generalmente de las razas bretona o hispano-bretona, caballos de gran porte especialmente adecuados para las tareas de tiro.
Una batería tenía cuatro carros en avantrén para los cañones y aunque el propio carro-avantrén del cañón llevaba munición de respeto, otros cuatro carros, también con avantrén, para las municiones. Un noveno carro-avantrén de servicio llevaba las herramientas equipajes y enseres de la batería. A esto se sumaban un carro médico y un carro-fragua, siempre con avantrén para el grupo de artillería.
De esta forma un regimiento de artillería tenía veinticuatro cañones, servidos cada uno por entre seis y diez hombres dependiendo del calibre, y un total de cincuenta y ocho carros, cada uno de los cuales precisaba de cuatro bestias de tiro. Eso era un total de doscientos treinta y dos caballos de tiro, aunque generalmente se sumaban otros cincuenta animales como refresco y para sustituir perdidas.
Por último la caballería estaba dividida en treinta regimientos, cada uno de los cuales tenía cuatro escuadrones de a dos compañías de noventa jinetes. Cada escuadrón tenía a su vez dos carros de servicio, un carro fragua y un carro médico. Por lo tanto el regimiento precisaba setecientos veinte caballos de monta, y sesenta y cuatro de tiro, aunque al incluir animales de respeto se alcazaba los ochocientos de monta y el centenar de tiro.
En total el ejército español utilizaba no menos de 70.000 animales de tiro, y otros veinte mil mulos y burros para el transporte a lomo. Diez mil correspondían a caballos de las razas; bretona e hispano-bretona, la mayor parte de ellos criados en las Yeguadas Militares. El resto se repartían entre mulos (muy apreciados por su capacidad de trabajo y dureza), y caballos de diversas procedencias, la mayor parte de ellos mestizos de sangre fría.
En cuanto a los caballos de monta, la mayoría procedían de las yeguadas militares. Como norma general los coraceros montaban caballos de raza española, mientras los húsares y los dragones montaban caballos de raza árabe e hispanoárabe respectivamente. Sin embargo al ir abriendo nuevas yeguadas militares para la cría de caballos de razas napolitana y lusitana, varios regimientos cambiarían aquella norma.
Este esfuerzo en mantener y potenciar la cabaña equina militar tan solo pudo sostenerse al recuperar las ordenanzas dictadas por Fernando el Católico y declarar a los caballos como un bien inexportable…
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
—Terra Australis. Todo un nuevo continente para explorar y establecer nuevos asentamientos. —dijo el capitán observando la costa que tenía frente a sí.
—La tripulación está ansiosa por desembarcar, capitán. —dijo su primer oficial.
—Lo entiendo perfectamente, pero tenemos órdenes muy estrictas. —respondió el capitán. —La Compañía, no, la Compañía no, el propio presidente Llopis quiere que antes de desembarcar desraticemos el buque.
—Ya lo hicimos antes de partir, capitán. —dijo el primer oficial. —Nunca lo habíamos hecho antes de desembarcar.
—Lo sé, pero según parece en esta isla no hay ratas, y nuestras ordenes son evitar traerlas con nosotros pues podrían destruir la isla. —respondió el capitán a su extrañado primer oficial. —Yo tampoco lo entiendo por completo, pero parece ser que en esta isla las ratas carecerían de depredadores naturales, y por lo tanto se reproducirían sin impedimentos destruyendo la fauna y flora de esta isla, volviéndola inhabitable para nosotros…
—Bueno, el que paga manda, por mi parte ningún problema. ¿Tenemos que establecer un puerto?
—Así es, la compañía pretende establecer aquí un puerto intercambiador. Traeremos aquí los productos de Asía y los bajeles que utilizan la ruta de los cuarenta para acortar el tiempo de navegación. Nuestros buques y marineros ya no precisaran de pasar dos años en el mar haciendo la ruta de las especias y en solo unos meses podrán salir de Cádiz, llegar a esta zona, cargar y regresar a Cádiz.
—Entiendo las ventajas que tiene para los comerciantes, pero la ruta es peligrosa, muy peligrosa.
—Sí, mucho, pero como bien habéis dicho, el que paga manda, y seamos sinceros, pagan muy bien…
—La tripulación está ansiosa por desembarcar, capitán. —dijo su primer oficial.
—Lo entiendo perfectamente, pero tenemos órdenes muy estrictas. —respondió el capitán. —La Compañía, no, la Compañía no, el propio presidente Llopis quiere que antes de desembarcar desraticemos el buque.
—Ya lo hicimos antes de partir, capitán. —dijo el primer oficial. —Nunca lo habíamos hecho antes de desembarcar.
—Lo sé, pero según parece en esta isla no hay ratas, y nuestras ordenes son evitar traerlas con nosotros pues podrían destruir la isla. —respondió el capitán a su extrañado primer oficial. —Yo tampoco lo entiendo por completo, pero parece ser que en esta isla las ratas carecerían de depredadores naturales, y por lo tanto se reproducirían sin impedimentos destruyendo la fauna y flora de esta isla, volviéndola inhabitable para nosotros…
—Bueno, el que paga manda, por mi parte ningún problema. ¿Tenemos que establecer un puerto?
—Así es, la compañía pretende establecer aquí un puerto intercambiador. Traeremos aquí los productos de Asía y los bajeles que utilizan la ruta de los cuarenta para acortar el tiempo de navegación. Nuestros buques y marineros ya no precisaran de pasar dos años en el mar haciendo la ruta de las especias y en solo unos meses podrán salir de Cádiz, llegar a esta zona, cargar y regresar a Cádiz.
—Entiendo las ventajas que tiene para los comerciantes, pero la ruta es peligrosa, muy peligrosa.
—Sí, mucho, pero como bien habéis dicho, el que paga manda, y seamos sinceros, pagan muy bien…
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Un soldado de cuatro siglos
Los regimientos franceses se lanzaron de nuevo al ataque. Lo quebrado del terreno y los abrojos limitaban el frente que podían ocupar.
Los cuatro regimientos avanzaron de manera resuelta. Dos compañías de fusileros españoles intentaron repetir la maniobra; disparar, retroceder y volver a disparar. Pero uno de los capitanes tardó en dar la orden. Y sin la protección de las trincheras valencianas, la descarga de mosquetería francesa acabó con un buen número de españoles. La compañía de su flanco no cumplió su misión e intentando proteger a sus compañeros se mantuvieron en el sitio, recargando para lanzar una nueva descarga. No hubo tiempo. Los piqueros franceses llegaron a la primera compañía y los arrasaron. Varios españoles arrojaron sus armas y salieron corriendo. La segunda compañía logró lanzar una descarga y la las dos primeras filas de un regimiento francés fueron barridas, pero inmediatamente sus compañeros de las filas traseras, pasaron por encima de sus caídos y ensartaron con sus picas a los españoles, cuyas bredas de poco sirvieron ante una falange de picas. Las dos compañías españolas fueron barridas.
El coronel francés que mandaba el regimiento vio la victoria en su mano. Había visto caer a compañeros durante toda la mañana. Lleno de aire sus pulmones y gritó: "Adelante, a por los españoles".
Su regimiento avanzó a toda la velocidad que pudo, y los otros tres que le acompañaban le imitaron.
Delante una larga línea pero delgada les esperaba. 4 batallones disminuidos formaban en filas de a 4. Diego vio la situación. Se caló el chapeo, bajó de su montura y se puso al lado del alférez que portaba la bandera de la milicia de uno de los batallones.
- "La cosa está jodida"-le dijo al oficial.
- "Pero bien jodida", contestó el abanderado.
-"Pues entonces es hora de hacer como quien somos".
Los cuatro regimientos avanzaron de manera resuelta. Dos compañías de fusileros españoles intentaron repetir la maniobra; disparar, retroceder y volver a disparar. Pero uno de los capitanes tardó en dar la orden. Y sin la protección de las trincheras valencianas, la descarga de mosquetería francesa acabó con un buen número de españoles. La compañía de su flanco no cumplió su misión e intentando proteger a sus compañeros se mantuvieron en el sitio, recargando para lanzar una nueva descarga. No hubo tiempo. Los piqueros franceses llegaron a la primera compañía y los arrasaron. Varios españoles arrojaron sus armas y salieron corriendo. La segunda compañía logró lanzar una descarga y la las dos primeras filas de un regimiento francés fueron barridas, pero inmediatamente sus compañeros de las filas traseras, pasaron por encima de sus caídos y ensartaron con sus picas a los españoles, cuyas bredas de poco sirvieron ante una falange de picas. Las dos compañías españolas fueron barridas.
El coronel francés que mandaba el regimiento vio la victoria en su mano. Había visto caer a compañeros durante toda la mañana. Lleno de aire sus pulmones y gritó: "Adelante, a por los españoles".
Su regimiento avanzó a toda la velocidad que pudo, y los otros tres que le acompañaban le imitaron.
Delante una larga línea pero delgada les esperaba. 4 batallones disminuidos formaban en filas de a 4. Diego vio la situación. Se caló el chapeo, bajó de su montura y se puso al lado del alférez que portaba la bandera de la milicia de uno de los batallones.
- "La cosa está jodida"-le dijo al oficial.
- "Pero bien jodida", contestó el abanderado.
-"Pues entonces es hora de hacer como quien somos".
“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
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Un soldado de cuatro siglos
Pedro observaba el cadáver que tenía frente a sí, en este caso el soldado no había muerto en combate o a causa de una enfermedad, sino en un duelo con otro soldado español. Una muerte inútil como pocas que representaba lo que era una verdadera lacra en el ejército.
—Los duelos son un problema caballeros, vamos a ponerles remedio de inmediato. —dijo con decisión. Sabía que prohibirlos no serviría de nada, con un suspiro estaba a punto de darse por vencido cuando recordó una película de su un gran director de su época.
—Los soldados son muy celosos de su honor, mi general. —dijo Idiáquez a su espalda. —Encontraran la forma de hacer caso omiso de la prohibición.
—No vamos a prohibirlo, caballeros. Vamos a regular los duelos. Un duelo resta fuerza a los ejércitos del rey, por lo tanto deshonra al rey. Por lo tanto a partir de ahora y mientras estemos en campaña el honor del rey prevalece sobre el de los soldados. Por supuesto eso no significa que el honor de nuestros soldados no importe, importa y mucho, pero queda en segundo lugar. —explicó Pedro.
—Escribid una ordenanza. A partir de ahora toda ofensa de honor quedara en suspenso hasta que finalice la campaña. Los soldados que se sientan ofendidos deberán acudir a sus sargentos mayores para comunicar la ofensa por medio de dos padrinos. Cuando finalice la campaña los sargentos mayores se dirigirán al ofensor y ofendido si aún siguen vivos, y en caso de no haber acuerdo y desear dirimir la ofensa por las armas, organizaran el encuentro.
—Es una idea...diferente, mi general. Ese tiempo dará tiempo a los hombres para pensar, pero aun así los más belicosos trataran de sortear la ley y batirse. ¿El castigo por quebrantar la ley será capital?
—No, eso les mantendría el honor. Aquellos que vulneren la ley serán expulsados del ejército con deshonor…
—Los duelos son un problema caballeros, vamos a ponerles remedio de inmediato. —dijo con decisión. Sabía que prohibirlos no serviría de nada, con un suspiro estaba a punto de darse por vencido cuando recordó una película de su un gran director de su época.
—Los soldados son muy celosos de su honor, mi general. —dijo Idiáquez a su espalda. —Encontraran la forma de hacer caso omiso de la prohibición.
—No vamos a prohibirlo, caballeros. Vamos a regular los duelos. Un duelo resta fuerza a los ejércitos del rey, por lo tanto deshonra al rey. Por lo tanto a partir de ahora y mientras estemos en campaña el honor del rey prevalece sobre el de los soldados. Por supuesto eso no significa que el honor de nuestros soldados no importe, importa y mucho, pero queda en segundo lugar. —explicó Pedro.
—Escribid una ordenanza. A partir de ahora toda ofensa de honor quedara en suspenso hasta que finalice la campaña. Los soldados que se sientan ofendidos deberán acudir a sus sargentos mayores para comunicar la ofensa por medio de dos padrinos. Cuando finalice la campaña los sargentos mayores se dirigirán al ofensor y ofendido si aún siguen vivos, y en caso de no haber acuerdo y desear dirimir la ofensa por las armas, organizaran el encuentro.
—Es una idea...diferente, mi general. Ese tiempo dará tiempo a los hombres para pensar, pero aun así los más belicosos trataran de sortear la ley y batirse. ¿El castigo por quebrantar la ley será capital?
—No, eso les mantendría el honor. Aquellos que vulneren la ley serán expulsados del ejército con deshonor…
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Un soldado de cuatro siglos
Dos regimientos franceses, los del centro quedaron temporalmente desordenados al perseguir (y matar a las dos compañías de españoles). Los dos regimientos de los flancos mantenían las filas pero quedaron retrasados.
Los franceses sintieron hervir su sangre. Llevaban varias horas detenidos por un puñado de paletos, de campesinos, soldados de domingo, que les habían matado a muchos compañeros. Con la sangre caliente tras acabar con un puñado de ellos, vieron que delante tan solo una larga línea les separaba de la victoria. Los franceses cargaron en un relativo desorden. Lo peor no fue que los oficiales no intentaran detenerlos, es que les animaron a ello poniéndose en cabeza. Algunos "picas secas" incluso adelantaron a sus compañeros mas acorazados.
La descarga de los dos batallones del centro derribó a muchos de ellos. Los españoles no habían disparado esta vez por filas, se había ordenado una descarga masiva. Fue arriesgado pues de haberse impuesto la cordura, los franceses podrían haber aprovechado el momento y arrollarlos, pero no fue así. Conmocionados y con los pocos oficiales que quedaban intentando reorganizar, ahora sí, las filas, les dió tiempo a otra tremenda descarga. Ya fue demasiado, y los dos batallones del centro cedieron.
Los de los flancos, impertérritos, siguieron avanzando. Diego dio unas voces de mando, y marcando el paso mediante un tambor, los dos batallones españoles del centro avanzaron una de sus alas. Así cada uno de los dos regimientos franceses quedó apuntado por dos batallones españoles.
Las descargas de fusilería acabaron con ellos en varios minutos.
-"Huyen" gritó el abandero. "Hemos vencido".
-"No, todavía no. Hay que acabar con ellos.
-"Hemos logrado una gran victoria y estamos demasiado fatigados, tenemos heridos que atender...."
-"No, hoy quedará terminada la invasión de Valencia."
Poco después y siguiendo unos estrechos pasillos marcados con cinta de colores entre los obstáculos, toda la caballería española, mogataces y valencianos, se lanzaron a la persecución de los franceses. El pánico se extendió. Condé al intentar detener la huida cayó de su caballo y aunque su escolta intentó protegerle, los mogataces no atendieron a razones.
Los franceses sintieron hervir su sangre. Llevaban varias horas detenidos por un puñado de paletos, de campesinos, soldados de domingo, que les habían matado a muchos compañeros. Con la sangre caliente tras acabar con un puñado de ellos, vieron que delante tan solo una larga línea les separaba de la victoria. Los franceses cargaron en un relativo desorden. Lo peor no fue que los oficiales no intentaran detenerlos, es que les animaron a ello poniéndose en cabeza. Algunos "picas secas" incluso adelantaron a sus compañeros mas acorazados.
La descarga de los dos batallones del centro derribó a muchos de ellos. Los españoles no habían disparado esta vez por filas, se había ordenado una descarga masiva. Fue arriesgado pues de haberse impuesto la cordura, los franceses podrían haber aprovechado el momento y arrollarlos, pero no fue así. Conmocionados y con los pocos oficiales que quedaban intentando reorganizar, ahora sí, las filas, les dió tiempo a otra tremenda descarga. Ya fue demasiado, y los dos batallones del centro cedieron.
Los de los flancos, impertérritos, siguieron avanzando. Diego dio unas voces de mando, y marcando el paso mediante un tambor, los dos batallones españoles del centro avanzaron una de sus alas. Así cada uno de los dos regimientos franceses quedó apuntado por dos batallones españoles.
Las descargas de fusilería acabaron con ellos en varios minutos.
-"Huyen" gritó el abandero. "Hemos vencido".
-"No, todavía no. Hay que acabar con ellos.
-"Hemos logrado una gran victoria y estamos demasiado fatigados, tenemos heridos que atender...."
-"No, hoy quedará terminada la invasión de Valencia."
Poco después y siguiendo unos estrechos pasillos marcados con cinta de colores entre los obstáculos, toda la caballería española, mogataces y valencianos, se lanzaron a la persecución de los franceses. El pánico se extendió. Condé al intentar detener la huida cayó de su caballo y aunque su escolta intentó protegerle, los mogataces no atendieron a razones.
“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
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Un soldado de cuatro siglos
El mariscal Charles de Schomberg maldecía en silencio. El ejército español se había movido durante la noche para colocarse en una posición de ventaja a media jornada de allí, cortando una vez más su ruta de avance. De esta forma si trataban de avanzar hacia Nancy, las tropas españolas podrían caer sobre su flanco y retaguardia para destruir su ejército. Si por el contrario trataban de atacar la posición española, tendrían que hacerlo cuesta arriba, en un terreno en el que no podrían desplegar con facilidad y tendrían que avanzar encajonados, al alcance de los cañones enemigos.
Era la enésima vez en la que las fuerzas españolas cortaban la maniobra francesa, sucediéndose las marchas y contramarchas durante las dos últimas semanas. El ejército español parecía contentarse con interrumpir aquellas maniobras, pero sin atacar nunca, dejando la iniciativa al ejército francés desde posiciones de ventaja. Los soldados empezaban a agotarse mientras el invierno se acercaba cada vez más.
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Los comandantes españoles estaban intranquilos, casi tanto como unos soldados ansiosos de pelea que no entendían las reticencias de su comandante en atacar. Desconocían que en el fondo a Pedro no le gustaban las picas, y ¡qué demonios! Aún más en el fondo, Pedro deseaba ver si era capaz de destruir aquel ejército sin luchar, lograr el máximo grado de maestría en las armas que mencionase Sun Tzu siglos atrás…
—No atacaremos, caballeros. Hace dos mil años Sun Tzu escribió; “Lo supremo en el arte de la guerra consiste en someter al enemigo sin darle batalla.” Eso es lo que vamos a hacer.
—¿Quién es ese tal Sun Tzu? —preguntó Francisco de la Cueva, Duque de Alburquerque y comandante de la caballería del ejército.
—Un escritor chino que escribió un libro sobre el arte de la guerra. que es una verdadera obra de arte. Todos los comandantes deberían aprenderse ese libro de memoria. En esa cita que he mencionado se refiere a vencer por medio del miedo incluso antes de dar la batalla. Que yo conozca, solo el Duque de Alba lo logro no lejos de aquí. Durante meses maniobro frente al ejército holandés hasta que este se descompuso, azotado por las deserciones.
—¿Pretendéis igualar al Duque de Alba? —dijo con una sonrisa de la Cueva.
—Pretendo salvaguardar al ejército hasta que estemos en posición de lograr una victoria decisiva, luego ya veremos. —respondió Pedro.
—Hemos contactado con Raab, mi general. —explicó el capitán Orsini, uno de los comandantes de caballería —Creo que existe la posibilidad de convencerle.
—Empleen todos los medios necesarios para lograrlo. —respondió Pedro. —Díganles que si desean ver su tierra libre de la amenaza turco más les valdría pasarse a nuestro bando.
Era la enésima vez en la que las fuerzas españolas cortaban la maniobra francesa, sucediéndose las marchas y contramarchas durante las dos últimas semanas. El ejército español parecía contentarse con interrumpir aquellas maniobras, pero sin atacar nunca, dejando la iniciativa al ejército francés desde posiciones de ventaja. Los soldados empezaban a agotarse mientras el invierno se acercaba cada vez más.
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Los comandantes españoles estaban intranquilos, casi tanto como unos soldados ansiosos de pelea que no entendían las reticencias de su comandante en atacar. Desconocían que en el fondo a Pedro no le gustaban las picas, y ¡qué demonios! Aún más en el fondo, Pedro deseaba ver si era capaz de destruir aquel ejército sin luchar, lograr el máximo grado de maestría en las armas que mencionase Sun Tzu siglos atrás…
—No atacaremos, caballeros. Hace dos mil años Sun Tzu escribió; “Lo supremo en el arte de la guerra consiste en someter al enemigo sin darle batalla.” Eso es lo que vamos a hacer.
—¿Quién es ese tal Sun Tzu? —preguntó Francisco de la Cueva, Duque de Alburquerque y comandante de la caballería del ejército.
—Un escritor chino que escribió un libro sobre el arte de la guerra. que es una verdadera obra de arte. Todos los comandantes deberían aprenderse ese libro de memoria. En esa cita que he mencionado se refiere a vencer por medio del miedo incluso antes de dar la batalla. Que yo conozca, solo el Duque de Alba lo logro no lejos de aquí. Durante meses maniobro frente al ejército holandés hasta que este se descompuso, azotado por las deserciones.
—¿Pretendéis igualar al Duque de Alba? —dijo con una sonrisa de la Cueva.
—Pretendo salvaguardar al ejército hasta que estemos en posición de lograr una victoria decisiva, luego ya veremos. —respondió Pedro.
—Hemos contactado con Raab, mi general. —explicó el capitán Orsini, uno de los comandantes de caballería —Creo que existe la posibilidad de convencerle.
—Empleen todos los medios necesarios para lograrlo. —respondió Pedro. —Díganles que si desean ver su tierra libre de la amenaza turco más les valdría pasarse a nuestro bando.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
Madrid
—¡Majestad, los patriarcas de Alejandría! —anunció el mayordomo, dando paso a los patriarcas de Alejandría, Nicéforo de Alejandría de la iglesia ortodoxa griega, Mateo III de Alejandría, de la iglesia ortodoxa copta, y Honorato Caetani, de la iglesia latina.
La invitación de estos patriarcas a la corte había supuesto no pocos quebraderos de cabeza por razones de preeminencia. La conquista de Egipto había procurado tres millones de nuevos pobladores al imperio, de los que dos millones eran musulmanes. Eso significaba que la nueva conquista se apoyaba en gran medida en la minoría cristiana, dividida a su vez en aquellos tres patriarcados, y en la minoría judía. A efectos de protocolo y con la conquista tan reciente, anunciar a uno antes que a otro podría traer problemas entre las comunidades, motivo por el que con el fin de no crear problemas se decidió anunciarlos al unísono.
El rey miro atentamente como aquellos patriarcas se acercaban. Tenían muchas cosas de las que hablar, para empezar la posibilidad de que sus jóvenes se alistasen en el ejército para al menos, defender las fronteras de Egipto y liberar a parte de las tropas españolas que allí permanecían. Aún más importante, si su gobierno de Egipto debía sustentarse en aquellas personas, precisaba incluir a sus seguidores en el gobierno y protegerlos, cuando no fomentar el uso de sus religiones. Por supuesto enviarían misioneros católicos, pero sería para tratar de hacer proselitismo entre los musulmanes, respetando las religiones cristianas autóctonas, algo que al fin y al cabo el propio Papa aceptaba.
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Ducado de Lorena, cerca de Verdún
—…lamento comunicaros que los húngaros y croatas han desertado al campo español, cuyo ejército sigue bloqueando nuestra ruta hacia Nancy. . —dictó el mariscal Schomberg mientras el escribiente se afanaba en escribir aprovechando la luz de la mañana. —El ejército español no deja de maniobrar para cortarnos el paso pero sin presentar batalla.
Por desgracia no estamos en disposición de atacar con nuestras fuerzas actuales, sobre todo tras la defección de la caballería antes mencionada. Si no recibimos refuerzos con presteza, no podremos pasar a la ofensiva y expulsar al ejército español del ducado de Lorena, liberando las ciudades que ocupamos de la amenaza española e imperial…
—¡Majestad, los patriarcas de Alejandría! —anunció el mayordomo, dando paso a los patriarcas de Alejandría, Nicéforo de Alejandría de la iglesia ortodoxa griega, Mateo III de Alejandría, de la iglesia ortodoxa copta, y Honorato Caetani, de la iglesia latina.
La invitación de estos patriarcas a la corte había supuesto no pocos quebraderos de cabeza por razones de preeminencia. La conquista de Egipto había procurado tres millones de nuevos pobladores al imperio, de los que dos millones eran musulmanes. Eso significaba que la nueva conquista se apoyaba en gran medida en la minoría cristiana, dividida a su vez en aquellos tres patriarcados, y en la minoría judía. A efectos de protocolo y con la conquista tan reciente, anunciar a uno antes que a otro podría traer problemas entre las comunidades, motivo por el que con el fin de no crear problemas se decidió anunciarlos al unísono.
El rey miro atentamente como aquellos patriarcas se acercaban. Tenían muchas cosas de las que hablar, para empezar la posibilidad de que sus jóvenes se alistasen en el ejército para al menos, defender las fronteras de Egipto y liberar a parte de las tropas españolas que allí permanecían. Aún más importante, si su gobierno de Egipto debía sustentarse en aquellas personas, precisaba incluir a sus seguidores en el gobierno y protegerlos, cuando no fomentar el uso de sus religiones. Por supuesto enviarían misioneros católicos, pero sería para tratar de hacer proselitismo entre los musulmanes, respetando las religiones cristianas autóctonas, algo que al fin y al cabo el propio Papa aceptaba.
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Ducado de Lorena, cerca de Verdún
—…lamento comunicaros que los húngaros y croatas han desertado al campo español, cuyo ejército sigue bloqueando nuestra ruta hacia Nancy. . —dictó el mariscal Schomberg mientras el escribiente se afanaba en escribir aprovechando la luz de la mañana. —El ejército español no deja de maniobrar para cortarnos el paso pero sin presentar batalla.
Por desgracia no estamos en disposición de atacar con nuestras fuerzas actuales, sobre todo tras la defección de la caballería antes mencionada. Si no recibimos refuerzos con presteza, no podremos pasar a la ofensiva y expulsar al ejército español del ducado de Lorena, liberando las ciudades que ocupamos de la amenaza española e imperial…
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Un soldado de cuatro siglos
Grouchy estaba mas sorprendido que enfadado. ¡Le habían engañado! Pensaba que había cumplido con su misión. Había atacado lo suficiente para fijar al enemigo y que no pudieran huir. Condé debería haber llegado por su retaguardia y haberlos rodeado.
De poco le supo saber que había estado a punto de destruir a su enemigo. En lugar de tener enfrente al grueso, tenía un puñado de milicianos, y muchos, muchos civiles. Esos piqueros de los que sus exploradores le habían informado, no eran mas que civiles con palos afilados, pero desde la distancia parecían soldados. Incluso esos mogataces de prendas blancas, habían resultado ser mujeres y ancianos, montados en todos los asnos y mulos que habían encontrado, envueltos en sábanas.. ¡Con razón los muertos que les habían causado sus hombres, solo eran de uno de los regimientos de milicia! Poco consuelo era que habían sido prácticamente aniquilados. Habían ganado el tiempo suficiente para que cayera la noche.
El amanecer trajo nuevas tropas al campo de batalla, pero no las que esperaba. El enemigo se vio reforzado y fue allí donde se dio cuenta que no podía haber tantos soldados. Le habían engañado de algún modo. Pero el desánimo se extendió entre sus hombres al ver que la victoria fácil que habían barruntado se iba a convertir en otra cosa. Comenzó a dar órdenes para retirarse bajo la presión de la caballería enemiga pero se convirtió en desbandada cuando esos moros enarbolaron una lanza con la cabeza de Condé en un extremo.
¡Bárbaros! pero efectivo. Su pelo rubio había sido difícil de enmascarar. Muchos de sus hombres habían escapado, totalmente desorganizados, pero vivos. Otros muchos habían sido prisioneros.
De poco le supo saber que había estado a punto de destruir a su enemigo. En lugar de tener enfrente al grueso, tenía un puñado de milicianos, y muchos, muchos civiles. Esos piqueros de los que sus exploradores le habían informado, no eran mas que civiles con palos afilados, pero desde la distancia parecían soldados. Incluso esos mogataces de prendas blancas, habían resultado ser mujeres y ancianos, montados en todos los asnos y mulos que habían encontrado, envueltos en sábanas.. ¡Con razón los muertos que les habían causado sus hombres, solo eran de uno de los regimientos de milicia! Poco consuelo era que habían sido prácticamente aniquilados. Habían ganado el tiempo suficiente para que cayera la noche.
El amanecer trajo nuevas tropas al campo de batalla, pero no las que esperaba. El enemigo se vio reforzado y fue allí donde se dio cuenta que no podía haber tantos soldados. Le habían engañado de algún modo. Pero el desánimo se extendió entre sus hombres al ver que la victoria fácil que habían barruntado se iba a convertir en otra cosa. Comenzó a dar órdenes para retirarse bajo la presión de la caballería enemiga pero se convirtió en desbandada cuando esos moros enarbolaron una lanza con la cabeza de Condé en un extremo.
¡Bárbaros! pero efectivo. Su pelo rubio había sido difícil de enmascarar. Muchos de sus hombres habían escapado, totalmente desorganizados, pero vivos. Otros muchos habían sido prisioneros.
“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
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Un soldado de cuatro siglos
Turingia
Los soldados españoles avanzaban en silenció a través de los sombríos bosques alemanes. Ese día habían llamado a generala de madrugada en su campamento en Suhl, poniéndose en marcha antes del amanecer para tratar de sorprender a los suecos. La ruta les llevo a atravesar los bosques de Turingia rumbo a Ilmenau, siguiendo el cauce del Ilm. Hacía poco que había amanecido cuando los exploradores regresaron corriendo.
—El bosque se abre a unas trescientas varas al norte de aquí, mi capitán. —informó uno de los exploradores. —Hasta ahora solo hemos divisado campesinos, ni un solo soldado.
—Gracias, cabo. Regrese a la linde del bosque y mantengan posiciones sin dejarse ver. —ordenó el capitán viendo como segundos más tarde el explorador se alejaba a la carrera, para a continuación volverse hacia sus oficiales. —Enviad mensajeros para comunicar que ya hemos llegado. Los hombres pueden descansar y comer un poco, pero que no enciendan fuego y silencio absoluto. Hemos cumplido nuestra parte abriendo el camino hasta aquí, cuando el resto del ejército nos alcance, saldremos en masa…
—Mi capitán, según creemos los suecos están repartidos por toda la región, desde Gotha a Gera…. ¿Sabemos cuál será la dirección de nuestro ataque?
—Dependerá de las intenciones de los generales von Werth y von Mercy, pronto lo sabremos. —dijo al ver como un grupo de jinetes se aproximaba con sumo cuidado siguiendo las marcas que sus hombres habían estado dejando tras de sí.
Los soldados españoles avanzaban en silenció a través de los sombríos bosques alemanes. Ese día habían llamado a generala de madrugada en su campamento en Suhl, poniéndose en marcha antes del amanecer para tratar de sorprender a los suecos. La ruta les llevo a atravesar los bosques de Turingia rumbo a Ilmenau, siguiendo el cauce del Ilm. Hacía poco que había amanecido cuando los exploradores regresaron corriendo.
—El bosque se abre a unas trescientas varas al norte de aquí, mi capitán. —informó uno de los exploradores. —Hasta ahora solo hemos divisado campesinos, ni un solo soldado.
—Gracias, cabo. Regrese a la linde del bosque y mantengan posiciones sin dejarse ver. —ordenó el capitán viendo como segundos más tarde el explorador se alejaba a la carrera, para a continuación volverse hacia sus oficiales. —Enviad mensajeros para comunicar que ya hemos llegado. Los hombres pueden descansar y comer un poco, pero que no enciendan fuego y silencio absoluto. Hemos cumplido nuestra parte abriendo el camino hasta aquí, cuando el resto del ejército nos alcance, saldremos en masa…
—Mi capitán, según creemos los suecos están repartidos por toda la región, desde Gotha a Gera…. ¿Sabemos cuál será la dirección de nuestro ataque?
—Dependerá de las intenciones de los generales von Werth y von Mercy, pronto lo sabremos. —dijo al ver como un grupo de jinetes se aproximaba con sumo cuidado siguiendo las marcas que sus hombres habían estado dejando tras de sí.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
Dunquerque
—Cargad los carros, rápido. —ordenó el capataz a los estibadores señalando la madera de los buques desguazados durante las semanas anteriores. De inmediato los trabajadores empezaron a trabajar para cargar los carros, que a continuación debían partir hacia el este con aquella madera.
—¿Para qué demonios enviamos esa madera a Luxemburgo? —preguntó uno de los estibadores extrañado.
—Nadie lo sabe pero son órdenes del Lobo. —respondió el capataz. —Enviar toda esa madera a Luxemburgo donde será almacenada hasta nueva orden…
—Como si allí no hubiese madera, si hay unos bosques impresionantes. —comentó el trabajador antes de retomar su trabajo.
Campamento francés, Lorena
La noticia había llegado esa misma mañana, suecos e imperiales habían librado una dura batalla en Jena, y aunque los suecos se habían impuesto, su rey había caído en combate al lanzarse a la carga al frente de su caballería contra uno de regimientos imperiales. De inmediato los comandantes del ejército francés se reunieron para sopesar sus opciones, pues ahora la situación era sumamente precaria.
—¿Qué ocurrió? —preguntó el mariscal francés Schomberg interesándose por la batalla.
—El general von Mercy ataco desde una dirección inesperada, atravesando el bosque de Turingia en lugar de rodearlo. —respondió el mensajero. —Eso permitió a los imperiales caer sobre los suecos que estaban divididos, y el general von Werth logró sorprender un regimiento hesiano en campo abierto y destruirlo con su caballería.
Por fortuna los suecos reaccionaron con rapidez, y formaron para la batalla, que empezó al día siguiente al suroeste de Jena. La batalla empezó con una carga de caballería sueca sobre la de von Weth, que sin embargo logró resistir el primer embate, retirándose ambas caballerías para reagruparse. Mientras tanto la infantería se trabó en combate, con los suecos atacando por el flanco izquierdo con fuerza. los imperiales resistieron el primer asalto, así que los suecos persistieron hasta que finalmente, el propio rey atacó con su caballería en ese punto.
Fue el final, los imperiales por fin se vinieron abajo y empezaron a retroceder, pero el propio rey pagaría caro su atrevimiento, pues un disparo de mosquete le reventó la cabeza. Aun así los imperiales abandonaron el campo, dejando la victoria en manos de los suecos…
—Ya veo…en ese caso los imperiales podrían acudir a Lorena en apoyo de los españoles, así que vamos a retroceder y esperar hasta recibir refuerzos. —decidió el mariscal.
—Cargad los carros, rápido. —ordenó el capataz a los estibadores señalando la madera de los buques desguazados durante las semanas anteriores. De inmediato los trabajadores empezaron a trabajar para cargar los carros, que a continuación debían partir hacia el este con aquella madera.
—¿Para qué demonios enviamos esa madera a Luxemburgo? —preguntó uno de los estibadores extrañado.
—Nadie lo sabe pero son órdenes del Lobo. —respondió el capataz. —Enviar toda esa madera a Luxemburgo donde será almacenada hasta nueva orden…
—Como si allí no hubiese madera, si hay unos bosques impresionantes. —comentó el trabajador antes de retomar su trabajo.
Campamento francés, Lorena
La noticia había llegado esa misma mañana, suecos e imperiales habían librado una dura batalla en Jena, y aunque los suecos se habían impuesto, su rey había caído en combate al lanzarse a la carga al frente de su caballería contra uno de regimientos imperiales. De inmediato los comandantes del ejército francés se reunieron para sopesar sus opciones, pues ahora la situación era sumamente precaria.
—¿Qué ocurrió? —preguntó el mariscal francés Schomberg interesándose por la batalla.
—El general von Mercy ataco desde una dirección inesperada, atravesando el bosque de Turingia en lugar de rodearlo. —respondió el mensajero. —Eso permitió a los imperiales caer sobre los suecos que estaban divididos, y el general von Werth logró sorprender un regimiento hesiano en campo abierto y destruirlo con su caballería.
Por fortuna los suecos reaccionaron con rapidez, y formaron para la batalla, que empezó al día siguiente al suroeste de Jena. La batalla empezó con una carga de caballería sueca sobre la de von Weth, que sin embargo logró resistir el primer embate, retirándose ambas caballerías para reagruparse. Mientras tanto la infantería se trabó en combate, con los suecos atacando por el flanco izquierdo con fuerza. los imperiales resistieron el primer asalto, así que los suecos persistieron hasta que finalmente, el propio rey atacó con su caballería en ese punto.
Fue el final, los imperiales por fin se vinieron abajo y empezaron a retroceder, pero el propio rey pagaría caro su atrevimiento, pues un disparo de mosquete le reventó la cabeza. Aun así los imperiales abandonaron el campo, dejando la victoria en manos de los suecos…
—Ya veo…en ese caso los imperiales podrían acudir a Lorena en apoyo de los españoles, así que vamos a retroceder y esperar hasta recibir refuerzos. —decidió el mariscal.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
Diego se tiraba de los pelos, literalmente.
Había logrado una gran victoria, pero de poco serviría si no podía liberar Cataluña. Las autoridades valencianas se negaban a cruzar el Ebro. Era lo máximo que avanzarían. Sí, sabían que la situación era grave, se hacían cuenta que no había mas tropas cerca, pero...no podían dejar Valencia.
Habían puesto sitio a las plazas que mantenían los franceses hasta el Ebro y nada mas.
De nada había servido los honores que había concedido en nombre del Rey. Honores por otra parte bien merecidos.
Alcalá de Chivert sería a partir de ahora, conocida como "la muy leal y esforzada villa de Alcalá de Chivert" honrando los esfuerzos de sus ciudadanos al cavar trincheras, fosos y simular ser soldados. Incluidos los que cayeron combatiendo.
Pero lo que mas animó al pueblo fue que durante 5 años les serían perdonados los impuestos, igual que los pueblos circundantes.
Esa última medida no hizo mucha gracia a los dirigentes valencianos.
"Que se jodan", pensó Diego. "Si no me dan los soldados, al menos les quito algo de dinero".
Pero la duda era, ¿Cómo proseguir? Con un regimiento escaso de mogataces que había sobrevivido poco iba a poder hacer contras las guarniciones en Cataluña.
Había logrado una gran victoria, pero de poco serviría si no podía liberar Cataluña. Las autoridades valencianas se negaban a cruzar el Ebro. Era lo máximo que avanzarían. Sí, sabían que la situación era grave, se hacían cuenta que no había mas tropas cerca, pero...no podían dejar Valencia.
Habían puesto sitio a las plazas que mantenían los franceses hasta el Ebro y nada mas.
De nada había servido los honores que había concedido en nombre del Rey. Honores por otra parte bien merecidos.
Alcalá de Chivert sería a partir de ahora, conocida como "la muy leal y esforzada villa de Alcalá de Chivert" honrando los esfuerzos de sus ciudadanos al cavar trincheras, fosos y simular ser soldados. Incluidos los que cayeron combatiendo.
Pero lo que mas animó al pueblo fue que durante 5 años les serían perdonados los impuestos, igual que los pueblos circundantes.
Esa última medida no hizo mucha gracia a los dirigentes valencianos.
"Que se jodan", pensó Diego. "Si no me dan los soldados, al menos les quito algo de dinero".
Pero la duda era, ¿Cómo proseguir? Con un regimiento escaso de mogataces que había sobrevivido poco iba a poder hacer contras las guarniciones en Cataluña.
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Un soldado de cuatro siglos
Luxemburgo, puesto de mando español
Pedro leía con detenimiento los informes de sus fuerzas para hacerse una composición de la situación general. La flota enviada al báltico había regresado tras dos meses de campaña en aquellas aguas. Una campaña corta pero fructífera, que había permitido la captura de medio centenar de naves de buen porte y varios cientos de embarcaciones pequeñas por las que habían obtenido cerca de cien mil ducados. Además se habían atacado doce poblaciones costeras alemanas y media docena de poblaciones suecas, todo un castigo para las fuerzas de Gustavo Adolfo y sus intereses en Alemania.
En Alemania el propio rey sueco había muerto en la batalla de Jena, y aunque los suecos se habían impuesto en aquella batalla, la situación era ahora favorable a las armas imperiales. Una ventaja lograda gracias a la destrucción del ejército de Alemania francés había dejado a los protestantes en inferioridad. Si el emperador seguía presionando el próximo año en Alemania, él pretendía seguir obstaculizando el paso de refuerzos a través de Lorena, dejando a los suecos y sus aliados aislados de Francia.
Por lo que leía la situación en Italia seguía estancada tras el cambio de bando de Saboya. España controlaba los pasos alpinos en su vertiente oriental e incluso sus cimas gracias a los cazadores y sus medios de movimiento invernal. Por su parte los franceses controlaban los pasos occidentales, aunque esto no impedía las incursiones de los cazadores españoles en territorio francés, llegándose a enviar refuerzos al Franco Condado, cuya ocupación continuaba aunque en menor medida tras los reveses franceses en Saboya y Lorena.
En los pirineos la situación continuaba estancada. Los franceses mantenían un importante ejército en la Gascuña, obligando al ejército español a mantenerse en Vizcaya y Navarra. Precisamente ese ejército también tenía que enfrentarse a la amenaza catalana, aunque el reciente revés en el avance francés hacia Valencia había limitado las opciones francesas.
Quedaba el problema portugués, donde ni portugueses ni españoles tenían fuerza para operaciones de envergadura. Eso era aprovechado por los lusos para tratar de fortificar sus fronteras, mientras las escasas tropas disponibles por España en aquella zona no podían sino realizar alguna incursión aislada.
En suma eran demasiados enemigos, y era una suerte que los turcos estuviesen derrotados, aunque según los informes el sultán estaba aprovechando la tregua para rehacer su armada construyendo galeones. Con un suspiro cogió el vaso de vino para beber un sorbo antes de leer el siguiente informe, el estado de las fuerzas enemigas...
Pedro leía con detenimiento los informes de sus fuerzas para hacerse una composición de la situación general. La flota enviada al báltico había regresado tras dos meses de campaña en aquellas aguas. Una campaña corta pero fructífera, que había permitido la captura de medio centenar de naves de buen porte y varios cientos de embarcaciones pequeñas por las que habían obtenido cerca de cien mil ducados. Además se habían atacado doce poblaciones costeras alemanas y media docena de poblaciones suecas, todo un castigo para las fuerzas de Gustavo Adolfo y sus intereses en Alemania.
En Alemania el propio rey sueco había muerto en la batalla de Jena, y aunque los suecos se habían impuesto en aquella batalla, la situación era ahora favorable a las armas imperiales. Una ventaja lograda gracias a la destrucción del ejército de Alemania francés había dejado a los protestantes en inferioridad. Si el emperador seguía presionando el próximo año en Alemania, él pretendía seguir obstaculizando el paso de refuerzos a través de Lorena, dejando a los suecos y sus aliados aislados de Francia.
Por lo que leía la situación en Italia seguía estancada tras el cambio de bando de Saboya. España controlaba los pasos alpinos en su vertiente oriental e incluso sus cimas gracias a los cazadores y sus medios de movimiento invernal. Por su parte los franceses controlaban los pasos occidentales, aunque esto no impedía las incursiones de los cazadores españoles en territorio francés, llegándose a enviar refuerzos al Franco Condado, cuya ocupación continuaba aunque en menor medida tras los reveses franceses en Saboya y Lorena.
En los pirineos la situación continuaba estancada. Los franceses mantenían un importante ejército en la Gascuña, obligando al ejército español a mantenerse en Vizcaya y Navarra. Precisamente ese ejército también tenía que enfrentarse a la amenaza catalana, aunque el reciente revés en el avance francés hacia Valencia había limitado las opciones francesas.
Quedaba el problema portugués, donde ni portugueses ni españoles tenían fuerza para operaciones de envergadura. Eso era aprovechado por los lusos para tratar de fortificar sus fronteras, mientras las escasas tropas disponibles por España en aquella zona no podían sino realizar alguna incursión aislada.
En suma eran demasiados enemigos, y era una suerte que los turcos estuviesen derrotados, aunque según los informes el sultán estaba aprovechando la tregua para rehacer su armada construyendo galeones. Con un suspiro cogió el vaso de vino para beber un sorbo antes de leer el siguiente informe, el estado de las fuerzas enemigas...
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