Un soldado de cuatro siglos
- reytuerto
- Mariscal de Campo
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Un soldado de cuatro siglos
Había agradado al rey! Y por lo menos hasta Navidad, la villa y la corte no hablo de otra cosa de los fuegos artificiales de Don Francisco, el Maestro Cirujano dentista del Rey! Y aunque los comentarios de los cortesanos venidos de Levante fuesen más acerca del colorido, seguramente los embajadores de Francia, Venecia e Inglaterra estarían tomando nota de la altura alcanzada por los “voladores”.
Carruaje! Aun no me sentía tan cascado como para necesitar uno. Pero si el rey lo había autorizado, no podía desairarlo dejando de tener uno. Ya debería sacar tiempo para diseñar uno.
Por lo pronto, de aquí al fin del invierno, debería hacer que el hospital se aprendiese a mover con la compañía de mosquetes como una sola unidad. Mientras los reclutas se empezaban a familiarizar con las armas de fuego, los sargentos también los instruían en la defensa y el ataque con la bayoneta, bueno estoque de breda. Y una cosa curiosa, al haber menos de diez arcabuceros y piqueros veteranos, fue relativamente fácil entrenar al resto a con la hasta ahora nueva combinación de arma blanca enastada en un arma de fuego.
Pero dos reclutas recibieron un entrenamiento especial: Fadrique y un rapaz que también tenía habilidades cinegéticas, aunque su comandante y yo suponíamos que de cazador furtivo, Pablo Segoviano, aprendieron a disparar las espingardas. Ambos tenían la paciencia y el ojo de cazadores, y Fadrique ya sabía utilizar armas de fuego con llave de mecha, rueda y miquelete, por lo que no le fue difícil al cabo de poco tiempo, acertar a un tablón a 300 pasos. Segoviano aunque le iba a la zaga, aprendía con rapidez.
Con Álvaro (ayudado por Fray Santiago, todo hay que decirlo) había estado revisando textos clásicos, Julio Cesar y Vegecio principalmente, y aunque deseábamos seguir el patrón romano para establecer un campo fortificado, los números claramente eran insuficientes: una compañía no es una legión.
- No, Francisco, no puedo poner a todos los hombres a cavar, necesitarían 3 o 4 días para hacer el foso y la empalizada, trabajando 12, 15 o 16 horas diarias.
- Tenéis razón, Álvaro. Pero yo había pensado en otra cosa.
- Decidme, os escucho.
- Vos recordáis las guerras de Bohemia contra el hereje Juan Huss?
- El Emperador demoró más de 20 años en domeñar la rebelión de esos malos cristianos.
- Pero sabéis como los herejes derrotaron muchas veces a las huestes del Emperador?
- Lo ignoro.
- Utilizando carros encadenados entre sí, haciendo una fortaleza improvisada, que llamaban wagonburg, en su lengua “villa de carros”.
- Y vos como sabéis eso?
- Porque los polacos se habían aliado con los herejes contra el Emperador! – Otra vez mas tuve que recurrir a una mentira piadosa – y allí aún se hablan de las victorias husitas como victorias polacas.
- Cuantos carros se necesitaran para hacer uno de esos wagonburg?
- Uno que rodee al hospital, por lo menos el triple de carros que hemos encargado.
- Y que haréis?
- Supongo que tendré que encargar el doble de carros y sacar la diferencia de mi bolsa! Y ya nos imaginaremos la forma de tapar los huecos, porque tampoco tenemos mucha gente para cuidar tantos carromatos.
- Ea!, si todos los ricos de este reino fuesen como vos…
- No, Álvaro. Todos los ricos de las Españas deberán hacer que sus fortunas crezcan, si es que quieren que sus privilegios se mantengan. Los tiempos que vienen serán duros, y el reino ya tiene enemigos hasta debajo de las piedras.
- Dios nos coja confesados si todos nuestros enemigos atacan a la vez.
- Mejor que nos coja preparados, Álvaro, y bien preparados, porque no nos darán cuartel.
A principios de Diciembre, con el frio de la meseta castellana calándonos hasta los huesos, hicimos el primer ejercicio: decidí que era hora que el hospital hiciese su primera salida. Dos leguas hasta el castillo de Aulencia, con toda la impedimenta, excepto los medicamentos que se quedaron bajo llave en nuestra botica. La noche anterior estuvimos cargando los carros, revisando las tiendas, contando los víveres. A las siete de la mañana, apenas clareando, salimos de la villa y enrumbamos hacia el norte. El viaje se hacía con una lentitud dolorosa. Cuando fue mediodía, nos dimos cuenta que teníamos alimentos y cacharros, pero no teníamos cocineros, por lo que debimos improvisar una sopa, que demoro dos horas en hacerse. Quienes caminaban pasaron menos frio que los que iban en los pescantes de los carros, o quienes íbamos a lomo de cabalgadura. No llegamos hasta las ocho de la tarde a la aldehuela de Villafranca del Castillo. Allí nos esperaban Álvaro, su alférez y sus sargentos.
- Habéis demorado! Os esperábamos para las 5.
- Ha sido nuestra primera marcha. Nos falta organización en las paradas. Vosotros como estáis en eso?
- Algo mejor: Los hombres ya saben montar un campamento en media hora. He encomendado a Fadrique para que vaya a la vanguardia, con un grupo de exploradores para que escoja el lugar de acampada, siguiendo siempre las indicaciones de Cesar: fácilmente defendible y con agua a disposición.
- Vuestros hombres pueden hacer el trayecto en 4 o 5 horas, pero para los carros 2 leguas es excesivo. La marcha diaria no deberá exceder las 10 millas.
- Venid, debemos de preparar la primera salida del hospital y de la compañía que lo defiende.
- Dejadme que vea como montan el campamento, vos sabéis que el ojo del amo engorada al caballo –dije con una sonrisa cansada- es primera vez que montan el hospital de campaña.
Para que lo dije! Ya era de noche y aún no habían terminado de montar todas las tiendas! Ni habían tenido otra comida caliente. Al menos, siguiendo la disposición del hospital romano de Neuss, teníamos un cierto orden, con un triaje (“selección de heridos”) adelante, dos amplios pasadizos con tópicos de cirugía menor rodeando la central de instrumentos y esterilización, la botica y la administración, para terminar con 4 quirófanos al fondo. Externamente a los tópicos estaban las tiendas de los enfermos y convalecientes. Lejos, a lado de nuestras tiendas, estaba la cocina. Todos se habían aprendido de memoria la distribución, y al menos ya sabían dónde iban las cosas. Pero que verdes estaban haciéndolo!
Al día siguiente, desmontar las tiendas y regresar. Esta vez teníamos preparadas viandas frías, y no nos paramos a almorzar. Pero la cocina del hospital era un problema al que tenía que solucionar, pues es sabido que un ejército anda por el estómago de sus soldados, eso era aplicable tanto para un tercio, una compañía o un hospital de campaña.
A la semana siguiente repetimos el ejercicio, y aunque nos dimos cuenta que la velocidad de marcha no iba a mejorar substancialmente, el tener viandas calientes ayudaba, así que una de las cocinas de fogón cerrado de Pedro puesta sobre un carro se convirtió en la primera cocina de campaña rodante de la historia. Salimos a las siete, pero llegamos al castillo de Aulencia poco antes de las seis. Y llegamos con la panza llena. En eso contribuyo el que ahora el hospital ya tenía un cocinero a tiempo completo: Blas Alarcón, cocinero que el incendio de la calle de los Tudescos dejo desempleado y que había estado dando tumbos de taberna en taberna hasta que lo enganché junto a tres pinchos de cocina, para que sirviese con nosotros. Montamos las tiendas en menos tiempo y la gente estaba animada al ver que habían progresos. En la noche, cenamos una sopa caliente y pan.
Al día siguiente, con el hospital armado, Álvaro decidió probar a sus hombres. Los hizo formar y dio varias órdenes que se cumplieron bien, los sargentos habían hecho bien su trabajo y los reclutas sabían adoptar diferentes formaciones. Pero cualquier formación se deshizo cuando fue menester pasar de un frente al otro a través del hospital. La compañía hasta ahora había entrenado como un todo, pero se hacía imperativo que se dividiese en tres secciones para que pudiese ser más manejable. Luego de terminar el ejercicio con varias asignaciones en suspenso, fuimos todos a misa de doce y el sermón de Fray Santiago más que uno tranquilo propio de un segundo domingo de adviento, fue una fervorosa alocución para que todos empleemos bien nuestro tiempo, pues aunque San Pedro dijese que en el tiempo del Señor un mil años era como un día, en el tiempo de los hombre cada jornada cuenta, y día que no se emplease en aprender o entrenar, era un día perdido. Y tanto compañía como hospital nos sentimos aludidos, que persuasivo había resultado el curita nipón!
Terminamos la tarde saneando la boca de todos los miembros de la compañía. Diente con caries grande, era un diente que iba a doler o abscesarse en campaña, así que afuera! En estos momentos, todos los cuasi cirujanos militares ya habían hecho varias decenas de extracciones, pero indudablemente quien más se destacaba era Martinico, que además tenía como bagaje ser mi ayudante y ahora mano derecha en mi gabinete. En la mañana del lunes levantamos el campamento, pero lejos de regresar a Madrid, el resto de la mañana y toda la tarde, observaron la instrucción militar que daban a los mosqueteros que más adelante los habrían de proteger.
Al día siguiente, antes del alba, Fadrique y dos más, salieron del castillo, luego de desayunar, todos, hospital y compañía, nos pusimos en marcha, con carros, mulas y caballos, una pequeña multitud, pues nunca habíamos entrenado juntos. El orden de marcha ya lo habíamos planificado con Álvaro y era estricto: primero con varias horas de anticipación saldría el grupo de exploradores (Fadrique, Segoviano y dos reclutas que habían sido baqueanos con los muleros) a escoger el lugar del campamento. Después salen los 20 hombres que conforman la vanguardia y el grupo de mando: Álvaro y yo, la bandera (Oh! Aún no teníamos bandera!) con el alferez, el pífano y el tambor, el tesorero. Media hora después, sale el grueso del hospital con carros y mulas, y flanqueándolos, el grueso de la compañía, dos secciones a ambos lados, formando sendas columnas de marcha; una hora después, sale la impedimenta de la compañía con menos carros, pero más mulas; finalmente la retaguardia, de 20 hombres cerrando una formación que serpenteaba varias millas por la campiña castellana.
A las cuatro horas habíamos llegado al lugar escogido por Fadrique: el muchacho se aplicaba pues tenía las características de lo que le habíamos pedido: a legua y media del castillo, no muy lejos del camino, plano, con agua y que no arruinase terrenos cultivados para evitar problemas con la nobleza local. Un problema que detectamos enseguida es que un cirujano debía ir en el grupo de vanguardia: ni bien se llegase al lugar de acampada se tenía que trazar la ubicación del hospital y recién después, los alojamientos y la colocación de los carros para formar el perímetro defensivo, de otra forma se forma el pandemonio que se formó ahora: por dos horas nadie supo dónde que hacer.
Luego de cinco horas, más o menos se tuvo el hospital y el campamento montado y se procedió a ubicar los carros haciendo el muro defensivo. Efectivamente, necesitaríamos más carros, pero la idea era adecuada. Con tablones de madera podríamos cerrar los espacios faltantes. Condenados hussitas, Condenado Jan Zizka!, sus wagonburgs fueron una idea defensiva adelantada a su tiempo!
Recién a las tres de la tarde estuvo montado el campo. Estábamos un poco apretados, y con un caos previsible cuando los heridos entrando y saliendo, nos dimos cuenta que deberíamos tener no una sino dos entradas. Decidimos, pese al frio invernal, que pasaríamos la noche allí. La cena necesariamente tenía que ser consistente, pues para soportar las bajas temperaturas, debería ser hipercalórica, mucho tocino, grasas, grasas y más grasas! Al día siguiente, luego de comprobar que nadie se había congelado la noche anterior, desmontamos el campo, y después del desayuno emprendimos el regreso al castillo de Aulencia. Habíamos aprendido por el camino duro del ensayo y error, como establecer el hospital de campaña.
Ya en Madrid, Álvaro, José de Burgos, su alférez, sus sargentos, Fadrique, los profesores del hospital, fray Santiago, los dos Martines, Pablo, el alumno que todo lo registraba, y yo nos reunimos dos noches seguidas poniendo en claro lo bueno y lo malo de las ultimas marchas. Álvaro, como capitán de la compañía, habló que las “guerras simuladas” enseñan mucho y trocar sangre por sudor era un negocio bueno. Yo les recordé que en la guerra mientras más nos demoremos en levantar el campo, estaríamos más tiempo a merced de la caballería ligera enemiga, sean turcos, bereberes infieles o estradiotes a sueldo, y mientras más demorase el hospital en entrar en función, más cristianos morirían haciendo vanos nuestros esfuerzos. Sacamos en claro varias cosas, se planificó mucho mejor el orden de salida, el ancho de los pasadizos entre tiendas y pabellones, las posiciones defensivas, los turnos para comer y muchos detalles más.
- Don Álvaro, es menester tener una enseña para que los hombres sepan donde reunirse y a quien seguir.
- Si, José. Vos tenéis razón.
- Don Álvaro, las hermanas del convento de la Encarnación han ofrecido que harán vuestra bandera. Vos solo debéis de decir como la queréis.
- Dadle mis gracias, Fadrique. Pero no he pensado aun como ha de ser. Por obligación ha de llevar la Cruz de Borgoña de los Tercios del Rey.
- Debe ser un diseño sencillo, fácil de ver a la distancia, y de colores muy distinguibles – acote yo.
- Tenéis algo en vuestra mente, Don Francisco?
- Algo, pero os anticipo que las buenas hermanas ha de bordar 4 escudos de la reina!
- Y los colores serán chillones, para que se vean a leguas de distancia!
- Decís bien, Fadriqu,, porque justamente había pensado en los colores que advierten de la presencia de apestados!
- Y que colores tendrá el hospital? – Preguntó Martín.
- Una bandera sencilla y fácil de ubicar, que además nos saldrá muy barata porque se hará con los saldos de la Compañía de Santa Apolonia: La Cruz de Alfonso X con los colores invertidos!
- Una cruz roja!
- Vos mismo lo habéis dicho. Una cruz roja orlada! Deberá ondear no solo en el hospital, sino también en la tienda de cada cirujano de las compañías.
- Y como es la bandera de peste?
- Amarilla, con una cruz y una orla negras.
- Y cuantas de esas banderas será menester tener?
- He pensado una por barco, y otra para el hospital, por lo menos.
- Ah! Fadrique! Las hermanas del convento de la Encarnación han de tener mucho trabajo! – bromeó Álvaro con su protegido.
- A fe mía que no! Madre solo hablo de una bandera, la de la compañía… aunque si Don Francisco me da la receta del bizcocho que estamos comiendo con el chocolate, tal vez pueda interceder con las buenas monjas…
- Os ha gustado el pan de navidad?
- Nunca había comido uno así, solo los roscones. Pero este es mejor, mucho mejor! Donde aprendisteis a hacerlos?
- En Milán, pero ahora ya tiene detalles míos –mentí a medias, pues el pan de navidad no es otra cosa que el clásico panettone del norte de Italia – sobre todo cuando los hago rellenos. Si deseáis, quedaos en casa que Leonor hoy va hacer unos cuantos.
- Puedo quedarme yo también, Don Francisco? –tímidamente preguntó Pablo.
- Si vos lo deseáis así, podéis ver las faenas de mi cocina.
- Gracias, Don Francisco!
- Y no robéis todos los secretos!
- No, solo el del pan de navidad, Don Francisco!
El sábado hicimos el camino al castillo de Aulencia, y domingo antes del alba salimos, legua y media de camino en dirección a Toledo y levantar el campamento. Primero el hospital, luego las tiendas, las cocinas y la impedimenta, finalmente los carros cercando todo. Esta vez, las cosas fueron mejor. A las cuatro de la tarde estábamos instalados y comidos. Las últimas horas de la tarde las utilizamos para ver a los mosqueteros disparar, primero solos, luego por descargas, y finalmente entrenarse con las bredas. Fray Santiago hizo una misa vespertina, que fue casi un te deum. Como en casi todas las cosas, la práctica lima las aristas y aceita los ejes: en 10 marchas más, estaríamos listos.
Pero tenía varias cosas rondando en la cabeza. Para comenzar, si algo había sobrado de las cosechas, era el picante: el rocoto se había aclimatado bastante bien, pero pronto descubrí que no era del gusto castellano. Pese a que había hecho conservas y mermeladas, tenía mucho más de lo que jamás podría consumir. Así que decidí convertir todo el excedente de rocoto una suerte de gas lacrimógeno aislando la capsaicina. Sabía que si la paprika picaba como 1500, el rocoto picaba como 200 mil (aunque el chile habanero picaba aún mas), por lo que no era mal punto de partida.
El procedimiento era sencillo, aunque laborioso, por lo que tuve que llamar a una docena de aldeanas de Pozuelo para que aligerasen la labor. Primero había que eliminar todas las semillas (con la advertencia de no tocarse los ojos con las manos mientras estuviesen trabajando con los rocotos), abrir el rocoto y hacerle varios cortes para facilitar el secado. Luego se colocaban en bandejas y se secaban con el calor remanente del horno de pan de un día para otro. Luego de haber procesado varios cajones así, tenía algunos quintales de rocoto seco, muy picante, pero aun no era capsaicina.
Afortunadamente, los laboratorios de Pedro en Valencia, además de hipoclorito de sodio (lejía), jabones, ácidos (sulfúrico, clorhídrico, nítrico), formaldehido, agua oxigenada y tinturas yodadas, también estaba produciendo acetona, un solvente muy útil, y a Dios gracias, yo disponía de varias garrafas. Para hacer interesante la cosa, una porción seria tratada con acetona, pero para el resto utilizaría etanol, el siempre bien ponderado aguardiente de orujo! Una vez el rocoto seco estuvo molido (varias veces, hasta tener la consistencia de polvo) lo mezcle con la acetona, agitando vigorosamente por un cuarto de hora, luego se filtra por un cedazo y llevar a baño maría para evaporar la acetona y alcohol. El polvo resultante era capsaicina casi pura, útil para tanto para cremas que alivian el dolor muscular, como antimicrobiano, pero también lo que en el siglo XX seria conocido por manifestantes de múltiples latitudes como el gas pimienta.
Días antes de Navidad, las mujeres de servicio de la casa tuvieron un gesto enternecedor: Habiendo escuchado las conversaciones, por iniciativa propia hicieron un pabellón para el hospital, utilizando varios retazos de tela que tenía almacenados y que habían servido para hacer las primeras banderas de la ahora próspera Compañía de Santa Apolonia. No sin emoción, que me podía permitir por estar solo con Santiago Miki, agradecí la bandera, que era grande y correspondía exactamente a lo que tenía en mente:
La bandera del hospital coincidía con otro feliz arribo a mi casa: desde las fundiciones del norte llegaban las dos culebrinas de retrocarga encargadas a Ignacio. Cada una venía, no con una docena de recamaras, sino con quince adicionales. Ignacio había extendido los sellos de plomo en la unión de la recamara con el cañón, y además con buen tino, había agregado una cuña de plomo entre la culata y la recamara, además de reforzar toda la culebrina con 3 zunchos de hierro. Además, por la calidad del acabado del anima, podía ver que su barrenadora estaba funcionando bien! Tanto Álvaro como José de Burgos y los sargentos, ardían de curiosidad para ver cómo funcionaba el artilugio que el menor de los Martínez de Luna conocía desde que era un esbozo. En tanto, yo solo esperaba que no perdiese demasiados gases por la culata, ni que reventase a las primeras de cambio.
La cena la Navidad fue sencilla, y la pase sólo en casa, permitiendo que mi personal de servicio se reuniese y comiese con sus familias a sus anchas, dándoles un generoso regalo en metálico (sí, no soy tan tacaño como algunas malas voces dicen en la villa, pero detesto el despilfarro, y procuro sacarle utilidad a todo, hasta a las piedras). Ellos comieron un lechón que Leonor horneo durante toda la noche y que para ser sinceros estaba estupendo. Pero le pedí a mi cocinera que me hiciese el pato a la naranja (Oh! El Pato a la Naranja cuya receta me obsequió una querida colega de la Ciudad de los Caballeros de Santiago de Caracas!, su abuelo paso por los fogones del Palacio de Oriente y fue cocinero del dictador Pérez Jiménez) que le había enseñado a hacer, para utilizar las frutas que el huerto de la casa nos ofrecía en invierno. Leonor también hizo unas compotas de frutas secas y natillas y panettones que relleno de diversa manera (algunas de manera muy ingeniosa, todo hay que decirlo).
Después de fiestas, los padres de Eustaquio vinieron a casa trayendo banderas para el hospital que habían cosido las mujeres de Pozuelo. Buenas gentes! Aún estaban íntimamente persuadidas que lo que tenía su hijo era la influencia del Maligno y que Fray Santiago y yo nos enfrentamos no a la enfermedad sino al mismísimo diablo. Ya teníamos tres!
Esa misma tarde vino Fadrique con dos panettones horneados por las hermanas agustinas, merendamos uno con chocolate, pero reserve el otro para enviárselo “modificado” a su madre a manera de gracias. Por supuesto, el sobrino de la condesa de Paredes venía con chismes: apenas estuviese la bandera de la compañía lista, se la darían a la reina para que ella fuese quien entregase la enseña a Álvaro.
Esa noche, bastante fría por cierto, vacié el panettone (las monjitas replicaron bien las indicaciones que fielmente Pablo copio de Leonor), y lo rellene con una mousse de chocolate, y luego lo bañe con cobertura, igualmente de chocolate, y lo dejé reposar toda la noche expuesto al frio. Hice una esquela de agradecimiento, describiendo como hacer la espuma. Al día siguiente, Fadrique recogió el postre con el encargo de dárselo a su madre “solo para sus ojos, solo para su boca”.
Finalmente, la condesa de Paredes nos indicó que nos acercásemos al Alcázar para el día después de Reyes de 1632. Ese dia Alvaro, en elegante media armadura milanesa, con la espada de combate de acero colado que le obsequie al cinto, su alférez, con morrión emplumado, peto, espaldar y sus mejores galas, Fray Santiago de habito, y yo con mi mejor traje negro y mi espada colada, fuimos recibidos por Doña Isabel de Francia, Reina consorte de España y la depositaria de las llaves de la Casa de la Reina, la condesa de Paredes, nos entregaron la bandera bordada por la madre de Fadrique y sus compañeras de habito. En costoso tafetán bordado con hilos de oro, aparecían repetidas cuatro veces las armas de la Reina, para que inequívocamente estuviese indicada la procedencia de los dineros que permitieron la existencia de la compañía de mosquetes de la Reina y el Hospital.
La bandera fue recibida por Álvaro con solemnidad y luego de desplegarla para que todos pudiésemos apreciar sus brillantes colores, se la entregó a José de Burgos, mientras le oía decir con evidente satisfacción y orgullo “estamos listos!”.
Carruaje! Aun no me sentía tan cascado como para necesitar uno. Pero si el rey lo había autorizado, no podía desairarlo dejando de tener uno. Ya debería sacar tiempo para diseñar uno.
Por lo pronto, de aquí al fin del invierno, debería hacer que el hospital se aprendiese a mover con la compañía de mosquetes como una sola unidad. Mientras los reclutas se empezaban a familiarizar con las armas de fuego, los sargentos también los instruían en la defensa y el ataque con la bayoneta, bueno estoque de breda. Y una cosa curiosa, al haber menos de diez arcabuceros y piqueros veteranos, fue relativamente fácil entrenar al resto a con la hasta ahora nueva combinación de arma blanca enastada en un arma de fuego.
Pero dos reclutas recibieron un entrenamiento especial: Fadrique y un rapaz que también tenía habilidades cinegéticas, aunque su comandante y yo suponíamos que de cazador furtivo, Pablo Segoviano, aprendieron a disparar las espingardas. Ambos tenían la paciencia y el ojo de cazadores, y Fadrique ya sabía utilizar armas de fuego con llave de mecha, rueda y miquelete, por lo que no le fue difícil al cabo de poco tiempo, acertar a un tablón a 300 pasos. Segoviano aunque le iba a la zaga, aprendía con rapidez.
Con Álvaro (ayudado por Fray Santiago, todo hay que decirlo) había estado revisando textos clásicos, Julio Cesar y Vegecio principalmente, y aunque deseábamos seguir el patrón romano para establecer un campo fortificado, los números claramente eran insuficientes: una compañía no es una legión.
- No, Francisco, no puedo poner a todos los hombres a cavar, necesitarían 3 o 4 días para hacer el foso y la empalizada, trabajando 12, 15 o 16 horas diarias.
- Tenéis razón, Álvaro. Pero yo había pensado en otra cosa.
- Decidme, os escucho.
- Vos recordáis las guerras de Bohemia contra el hereje Juan Huss?
- El Emperador demoró más de 20 años en domeñar la rebelión de esos malos cristianos.
- Pero sabéis como los herejes derrotaron muchas veces a las huestes del Emperador?
- Lo ignoro.
- Utilizando carros encadenados entre sí, haciendo una fortaleza improvisada, que llamaban wagonburg, en su lengua “villa de carros”.
- Y vos como sabéis eso?
- Porque los polacos se habían aliado con los herejes contra el Emperador! – Otra vez mas tuve que recurrir a una mentira piadosa – y allí aún se hablan de las victorias husitas como victorias polacas.
- Cuantos carros se necesitaran para hacer uno de esos wagonburg?
- Uno que rodee al hospital, por lo menos el triple de carros que hemos encargado.
- Y que haréis?
- Supongo que tendré que encargar el doble de carros y sacar la diferencia de mi bolsa! Y ya nos imaginaremos la forma de tapar los huecos, porque tampoco tenemos mucha gente para cuidar tantos carromatos.
- Ea!, si todos los ricos de este reino fuesen como vos…
- No, Álvaro. Todos los ricos de las Españas deberán hacer que sus fortunas crezcan, si es que quieren que sus privilegios se mantengan. Los tiempos que vienen serán duros, y el reino ya tiene enemigos hasta debajo de las piedras.
- Dios nos coja confesados si todos nuestros enemigos atacan a la vez.
- Mejor que nos coja preparados, Álvaro, y bien preparados, porque no nos darán cuartel.
A principios de Diciembre, con el frio de la meseta castellana calándonos hasta los huesos, hicimos el primer ejercicio: decidí que era hora que el hospital hiciese su primera salida. Dos leguas hasta el castillo de Aulencia, con toda la impedimenta, excepto los medicamentos que se quedaron bajo llave en nuestra botica. La noche anterior estuvimos cargando los carros, revisando las tiendas, contando los víveres. A las siete de la mañana, apenas clareando, salimos de la villa y enrumbamos hacia el norte. El viaje se hacía con una lentitud dolorosa. Cuando fue mediodía, nos dimos cuenta que teníamos alimentos y cacharros, pero no teníamos cocineros, por lo que debimos improvisar una sopa, que demoro dos horas en hacerse. Quienes caminaban pasaron menos frio que los que iban en los pescantes de los carros, o quienes íbamos a lomo de cabalgadura. No llegamos hasta las ocho de la tarde a la aldehuela de Villafranca del Castillo. Allí nos esperaban Álvaro, su alférez y sus sargentos.
- Habéis demorado! Os esperábamos para las 5.
- Ha sido nuestra primera marcha. Nos falta organización en las paradas. Vosotros como estáis en eso?
- Algo mejor: Los hombres ya saben montar un campamento en media hora. He encomendado a Fadrique para que vaya a la vanguardia, con un grupo de exploradores para que escoja el lugar de acampada, siguiendo siempre las indicaciones de Cesar: fácilmente defendible y con agua a disposición.
- Vuestros hombres pueden hacer el trayecto en 4 o 5 horas, pero para los carros 2 leguas es excesivo. La marcha diaria no deberá exceder las 10 millas.
- Venid, debemos de preparar la primera salida del hospital y de la compañía que lo defiende.
- Dejadme que vea como montan el campamento, vos sabéis que el ojo del amo engorada al caballo –dije con una sonrisa cansada- es primera vez que montan el hospital de campaña.
Para que lo dije! Ya era de noche y aún no habían terminado de montar todas las tiendas! Ni habían tenido otra comida caliente. Al menos, siguiendo la disposición del hospital romano de Neuss, teníamos un cierto orden, con un triaje (“selección de heridos”) adelante, dos amplios pasadizos con tópicos de cirugía menor rodeando la central de instrumentos y esterilización, la botica y la administración, para terminar con 4 quirófanos al fondo. Externamente a los tópicos estaban las tiendas de los enfermos y convalecientes. Lejos, a lado de nuestras tiendas, estaba la cocina. Todos se habían aprendido de memoria la distribución, y al menos ya sabían dónde iban las cosas. Pero que verdes estaban haciéndolo!
Al día siguiente, desmontar las tiendas y regresar. Esta vez teníamos preparadas viandas frías, y no nos paramos a almorzar. Pero la cocina del hospital era un problema al que tenía que solucionar, pues es sabido que un ejército anda por el estómago de sus soldados, eso era aplicable tanto para un tercio, una compañía o un hospital de campaña.
A la semana siguiente repetimos el ejercicio, y aunque nos dimos cuenta que la velocidad de marcha no iba a mejorar substancialmente, el tener viandas calientes ayudaba, así que una de las cocinas de fogón cerrado de Pedro puesta sobre un carro se convirtió en la primera cocina de campaña rodante de la historia. Salimos a las siete, pero llegamos al castillo de Aulencia poco antes de las seis. Y llegamos con la panza llena. En eso contribuyo el que ahora el hospital ya tenía un cocinero a tiempo completo: Blas Alarcón, cocinero que el incendio de la calle de los Tudescos dejo desempleado y que había estado dando tumbos de taberna en taberna hasta que lo enganché junto a tres pinchos de cocina, para que sirviese con nosotros. Montamos las tiendas en menos tiempo y la gente estaba animada al ver que habían progresos. En la noche, cenamos una sopa caliente y pan.
Al día siguiente, con el hospital armado, Álvaro decidió probar a sus hombres. Los hizo formar y dio varias órdenes que se cumplieron bien, los sargentos habían hecho bien su trabajo y los reclutas sabían adoptar diferentes formaciones. Pero cualquier formación se deshizo cuando fue menester pasar de un frente al otro a través del hospital. La compañía hasta ahora había entrenado como un todo, pero se hacía imperativo que se dividiese en tres secciones para que pudiese ser más manejable. Luego de terminar el ejercicio con varias asignaciones en suspenso, fuimos todos a misa de doce y el sermón de Fray Santiago más que uno tranquilo propio de un segundo domingo de adviento, fue una fervorosa alocución para que todos empleemos bien nuestro tiempo, pues aunque San Pedro dijese que en el tiempo del Señor un mil años era como un día, en el tiempo de los hombre cada jornada cuenta, y día que no se emplease en aprender o entrenar, era un día perdido. Y tanto compañía como hospital nos sentimos aludidos, que persuasivo había resultado el curita nipón!
Terminamos la tarde saneando la boca de todos los miembros de la compañía. Diente con caries grande, era un diente que iba a doler o abscesarse en campaña, así que afuera! En estos momentos, todos los cuasi cirujanos militares ya habían hecho varias decenas de extracciones, pero indudablemente quien más se destacaba era Martinico, que además tenía como bagaje ser mi ayudante y ahora mano derecha en mi gabinete. En la mañana del lunes levantamos el campamento, pero lejos de regresar a Madrid, el resto de la mañana y toda la tarde, observaron la instrucción militar que daban a los mosqueteros que más adelante los habrían de proteger.
Al día siguiente, antes del alba, Fadrique y dos más, salieron del castillo, luego de desayunar, todos, hospital y compañía, nos pusimos en marcha, con carros, mulas y caballos, una pequeña multitud, pues nunca habíamos entrenado juntos. El orden de marcha ya lo habíamos planificado con Álvaro y era estricto: primero con varias horas de anticipación saldría el grupo de exploradores (Fadrique, Segoviano y dos reclutas que habían sido baqueanos con los muleros) a escoger el lugar del campamento. Después salen los 20 hombres que conforman la vanguardia y el grupo de mando: Álvaro y yo, la bandera (Oh! Aún no teníamos bandera!) con el alferez, el pífano y el tambor, el tesorero. Media hora después, sale el grueso del hospital con carros y mulas, y flanqueándolos, el grueso de la compañía, dos secciones a ambos lados, formando sendas columnas de marcha; una hora después, sale la impedimenta de la compañía con menos carros, pero más mulas; finalmente la retaguardia, de 20 hombres cerrando una formación que serpenteaba varias millas por la campiña castellana.
A las cuatro horas habíamos llegado al lugar escogido por Fadrique: el muchacho se aplicaba pues tenía las características de lo que le habíamos pedido: a legua y media del castillo, no muy lejos del camino, plano, con agua y que no arruinase terrenos cultivados para evitar problemas con la nobleza local. Un problema que detectamos enseguida es que un cirujano debía ir en el grupo de vanguardia: ni bien se llegase al lugar de acampada se tenía que trazar la ubicación del hospital y recién después, los alojamientos y la colocación de los carros para formar el perímetro defensivo, de otra forma se forma el pandemonio que se formó ahora: por dos horas nadie supo dónde que hacer.
Luego de cinco horas, más o menos se tuvo el hospital y el campamento montado y se procedió a ubicar los carros haciendo el muro defensivo. Efectivamente, necesitaríamos más carros, pero la idea era adecuada. Con tablones de madera podríamos cerrar los espacios faltantes. Condenados hussitas, Condenado Jan Zizka!, sus wagonburgs fueron una idea defensiva adelantada a su tiempo!
Recién a las tres de la tarde estuvo montado el campo. Estábamos un poco apretados, y con un caos previsible cuando los heridos entrando y saliendo, nos dimos cuenta que deberíamos tener no una sino dos entradas. Decidimos, pese al frio invernal, que pasaríamos la noche allí. La cena necesariamente tenía que ser consistente, pues para soportar las bajas temperaturas, debería ser hipercalórica, mucho tocino, grasas, grasas y más grasas! Al día siguiente, luego de comprobar que nadie se había congelado la noche anterior, desmontamos el campo, y después del desayuno emprendimos el regreso al castillo de Aulencia. Habíamos aprendido por el camino duro del ensayo y error, como establecer el hospital de campaña.
Ya en Madrid, Álvaro, José de Burgos, su alférez, sus sargentos, Fadrique, los profesores del hospital, fray Santiago, los dos Martines, Pablo, el alumno que todo lo registraba, y yo nos reunimos dos noches seguidas poniendo en claro lo bueno y lo malo de las ultimas marchas. Álvaro, como capitán de la compañía, habló que las “guerras simuladas” enseñan mucho y trocar sangre por sudor era un negocio bueno. Yo les recordé que en la guerra mientras más nos demoremos en levantar el campo, estaríamos más tiempo a merced de la caballería ligera enemiga, sean turcos, bereberes infieles o estradiotes a sueldo, y mientras más demorase el hospital en entrar en función, más cristianos morirían haciendo vanos nuestros esfuerzos. Sacamos en claro varias cosas, se planificó mucho mejor el orden de salida, el ancho de los pasadizos entre tiendas y pabellones, las posiciones defensivas, los turnos para comer y muchos detalles más.
- Don Álvaro, es menester tener una enseña para que los hombres sepan donde reunirse y a quien seguir.
- Si, José. Vos tenéis razón.
- Don Álvaro, las hermanas del convento de la Encarnación han ofrecido que harán vuestra bandera. Vos solo debéis de decir como la queréis.
- Dadle mis gracias, Fadrique. Pero no he pensado aun como ha de ser. Por obligación ha de llevar la Cruz de Borgoña de los Tercios del Rey.
- Debe ser un diseño sencillo, fácil de ver a la distancia, y de colores muy distinguibles – acote yo.
- Tenéis algo en vuestra mente, Don Francisco?
- Algo, pero os anticipo que las buenas hermanas ha de bordar 4 escudos de la reina!
- Y los colores serán chillones, para que se vean a leguas de distancia!
- Decís bien, Fadriqu,, porque justamente había pensado en los colores que advierten de la presencia de apestados!
- Y que colores tendrá el hospital? – Preguntó Martín.
- Una bandera sencilla y fácil de ubicar, que además nos saldrá muy barata porque se hará con los saldos de la Compañía de Santa Apolonia: La Cruz de Alfonso X con los colores invertidos!
- Una cruz roja!
- Vos mismo lo habéis dicho. Una cruz roja orlada! Deberá ondear no solo en el hospital, sino también en la tienda de cada cirujano de las compañías.
- Y como es la bandera de peste?
- Amarilla, con una cruz y una orla negras.
- Y cuantas de esas banderas será menester tener?
- He pensado una por barco, y otra para el hospital, por lo menos.
- Ah! Fadrique! Las hermanas del convento de la Encarnación han de tener mucho trabajo! – bromeó Álvaro con su protegido.
- A fe mía que no! Madre solo hablo de una bandera, la de la compañía… aunque si Don Francisco me da la receta del bizcocho que estamos comiendo con el chocolate, tal vez pueda interceder con las buenas monjas…
- Os ha gustado el pan de navidad?
- Nunca había comido uno así, solo los roscones. Pero este es mejor, mucho mejor! Donde aprendisteis a hacerlos?
- En Milán, pero ahora ya tiene detalles míos –mentí a medias, pues el pan de navidad no es otra cosa que el clásico panettone del norte de Italia – sobre todo cuando los hago rellenos. Si deseáis, quedaos en casa que Leonor hoy va hacer unos cuantos.
- Puedo quedarme yo también, Don Francisco? –tímidamente preguntó Pablo.
- Si vos lo deseáis así, podéis ver las faenas de mi cocina.
- Gracias, Don Francisco!
- Y no robéis todos los secretos!
- No, solo el del pan de navidad, Don Francisco!
El sábado hicimos el camino al castillo de Aulencia, y domingo antes del alba salimos, legua y media de camino en dirección a Toledo y levantar el campamento. Primero el hospital, luego las tiendas, las cocinas y la impedimenta, finalmente los carros cercando todo. Esta vez, las cosas fueron mejor. A las cuatro de la tarde estábamos instalados y comidos. Las últimas horas de la tarde las utilizamos para ver a los mosqueteros disparar, primero solos, luego por descargas, y finalmente entrenarse con las bredas. Fray Santiago hizo una misa vespertina, que fue casi un te deum. Como en casi todas las cosas, la práctica lima las aristas y aceita los ejes: en 10 marchas más, estaríamos listos.
Pero tenía varias cosas rondando en la cabeza. Para comenzar, si algo había sobrado de las cosechas, era el picante: el rocoto se había aclimatado bastante bien, pero pronto descubrí que no era del gusto castellano. Pese a que había hecho conservas y mermeladas, tenía mucho más de lo que jamás podría consumir. Así que decidí convertir todo el excedente de rocoto una suerte de gas lacrimógeno aislando la capsaicina. Sabía que si la paprika picaba como 1500, el rocoto picaba como 200 mil (aunque el chile habanero picaba aún mas), por lo que no era mal punto de partida.
El procedimiento era sencillo, aunque laborioso, por lo que tuve que llamar a una docena de aldeanas de Pozuelo para que aligerasen la labor. Primero había que eliminar todas las semillas (con la advertencia de no tocarse los ojos con las manos mientras estuviesen trabajando con los rocotos), abrir el rocoto y hacerle varios cortes para facilitar el secado. Luego se colocaban en bandejas y se secaban con el calor remanente del horno de pan de un día para otro. Luego de haber procesado varios cajones así, tenía algunos quintales de rocoto seco, muy picante, pero aun no era capsaicina.
Afortunadamente, los laboratorios de Pedro en Valencia, además de hipoclorito de sodio (lejía), jabones, ácidos (sulfúrico, clorhídrico, nítrico), formaldehido, agua oxigenada y tinturas yodadas, también estaba produciendo acetona, un solvente muy útil, y a Dios gracias, yo disponía de varias garrafas. Para hacer interesante la cosa, una porción seria tratada con acetona, pero para el resto utilizaría etanol, el siempre bien ponderado aguardiente de orujo! Una vez el rocoto seco estuvo molido (varias veces, hasta tener la consistencia de polvo) lo mezcle con la acetona, agitando vigorosamente por un cuarto de hora, luego se filtra por un cedazo y llevar a baño maría para evaporar la acetona y alcohol. El polvo resultante era capsaicina casi pura, útil para tanto para cremas que alivian el dolor muscular, como antimicrobiano, pero también lo que en el siglo XX seria conocido por manifestantes de múltiples latitudes como el gas pimienta.
Días antes de Navidad, las mujeres de servicio de la casa tuvieron un gesto enternecedor: Habiendo escuchado las conversaciones, por iniciativa propia hicieron un pabellón para el hospital, utilizando varios retazos de tela que tenía almacenados y que habían servido para hacer las primeras banderas de la ahora próspera Compañía de Santa Apolonia. No sin emoción, que me podía permitir por estar solo con Santiago Miki, agradecí la bandera, que era grande y correspondía exactamente a lo que tenía en mente:
La bandera del hospital coincidía con otro feliz arribo a mi casa: desde las fundiciones del norte llegaban las dos culebrinas de retrocarga encargadas a Ignacio. Cada una venía, no con una docena de recamaras, sino con quince adicionales. Ignacio había extendido los sellos de plomo en la unión de la recamara con el cañón, y además con buen tino, había agregado una cuña de plomo entre la culata y la recamara, además de reforzar toda la culebrina con 3 zunchos de hierro. Además, por la calidad del acabado del anima, podía ver que su barrenadora estaba funcionando bien! Tanto Álvaro como José de Burgos y los sargentos, ardían de curiosidad para ver cómo funcionaba el artilugio que el menor de los Martínez de Luna conocía desde que era un esbozo. En tanto, yo solo esperaba que no perdiese demasiados gases por la culata, ni que reventase a las primeras de cambio.
La cena la Navidad fue sencilla, y la pase sólo en casa, permitiendo que mi personal de servicio se reuniese y comiese con sus familias a sus anchas, dándoles un generoso regalo en metálico (sí, no soy tan tacaño como algunas malas voces dicen en la villa, pero detesto el despilfarro, y procuro sacarle utilidad a todo, hasta a las piedras). Ellos comieron un lechón que Leonor horneo durante toda la noche y que para ser sinceros estaba estupendo. Pero le pedí a mi cocinera que me hiciese el pato a la naranja (Oh! El Pato a la Naranja cuya receta me obsequió una querida colega de la Ciudad de los Caballeros de Santiago de Caracas!, su abuelo paso por los fogones del Palacio de Oriente y fue cocinero del dictador Pérez Jiménez) que le había enseñado a hacer, para utilizar las frutas que el huerto de la casa nos ofrecía en invierno. Leonor también hizo unas compotas de frutas secas y natillas y panettones que relleno de diversa manera (algunas de manera muy ingeniosa, todo hay que decirlo).
Después de fiestas, los padres de Eustaquio vinieron a casa trayendo banderas para el hospital que habían cosido las mujeres de Pozuelo. Buenas gentes! Aún estaban íntimamente persuadidas que lo que tenía su hijo era la influencia del Maligno y que Fray Santiago y yo nos enfrentamos no a la enfermedad sino al mismísimo diablo. Ya teníamos tres!
Esa misma tarde vino Fadrique con dos panettones horneados por las hermanas agustinas, merendamos uno con chocolate, pero reserve el otro para enviárselo “modificado” a su madre a manera de gracias. Por supuesto, el sobrino de la condesa de Paredes venía con chismes: apenas estuviese la bandera de la compañía lista, se la darían a la reina para que ella fuese quien entregase la enseña a Álvaro.
Esa noche, bastante fría por cierto, vacié el panettone (las monjitas replicaron bien las indicaciones que fielmente Pablo copio de Leonor), y lo rellene con una mousse de chocolate, y luego lo bañe con cobertura, igualmente de chocolate, y lo dejé reposar toda la noche expuesto al frio. Hice una esquela de agradecimiento, describiendo como hacer la espuma. Al día siguiente, Fadrique recogió el postre con el encargo de dárselo a su madre “solo para sus ojos, solo para su boca”.
Finalmente, la condesa de Paredes nos indicó que nos acercásemos al Alcázar para el día después de Reyes de 1632. Ese dia Alvaro, en elegante media armadura milanesa, con la espada de combate de acero colado que le obsequie al cinto, su alférez, con morrión emplumado, peto, espaldar y sus mejores galas, Fray Santiago de habito, y yo con mi mejor traje negro y mi espada colada, fuimos recibidos por Doña Isabel de Francia, Reina consorte de España y la depositaria de las llaves de la Casa de la Reina, la condesa de Paredes, nos entregaron la bandera bordada por la madre de Fadrique y sus compañeras de habito. En costoso tafetán bordado con hilos de oro, aparecían repetidas cuatro veces las armas de la Reina, para que inequívocamente estuviese indicada la procedencia de los dineros que permitieron la existencia de la compañía de mosquetes de la Reina y el Hospital.
La bandera fue recibida por Álvaro con solemnidad y luego de desplegarla para que todos pudiésemos apreciar sus brillantes colores, se la entregó a José de Burgos, mientras le oía decir con evidente satisfacción y orgullo “estamos listos!”.
La verdad nos hara libres
- reytuerto
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Un soldado de cuatro siglos
LA COCINA DE LOS CONVENTOS (2)
Víctor Alperi
PATO A LA NARANJA
(receta de las hermanas agustinas recolatas)
Ingredientes
• 2 pechugas de pato deshuesadas pero con su piel (maigret).
• Ralladura de 1 naranja
• Sal, pimienta.
Los ingredientes de la marinada:
• 2 cucharadas soperas de miel diluidas en 1/2 vaso de vinagre tibio.
• 1 copa de Cointreau o Grand Marnier o cualquier buen licor de naranja.
• 1 cucharada sopera de jengibre en polvo.
• Sal, pimienta.
Para la salsa:
• jugo de 4 naranjas
• 1 copita de vinagre
• 2 cucharadas de miel o azúcar
• 1 taza de fondo oscuro o caldo de res.
• 1 cucharada de brandy (opcional).
Preparación
Hacer unos cortes en cruz sobre la piel del pato pero sin herir la carne. Esto facilitará que la grasa se derrita y escurra por la carne. Salpimentar sobre la cara de la carne, jamás por el lado de la piel.
Macerar durante dos horas, dar la vuelta de vez en cuando (Este líquido se desecha. No sirve para hacer la salsa después)
Introducir en el horno precalentado a 180ºC durante 7 mn por cada lado y si gusta poco hecho solo 5 minutos. Retirar y reservar en una olla tapada para que los jugos de la carne se concentren mientras hacemos la salsa.
Hervir un par de veces la ralladura de naranja, partiendo de agua fría cada vez, para quitar el amargor. Reservar.
Proceder con el caramelo rubio hecho con azúcar y vinagre a partir del que se realizará una salsa agridulce: En una cazuela se pone el vinagre y el azúcar hasta que empieza a ponerse rubia. En ese momento se añade el zumo de naranja. Dejar reducir a la mitad, en este punto se puede flambear con el brandy que es optativo. Añadir el fondo de carne (o caldo concentrado).
Cocinar a fuego muy lento unos 7 mn. Rectificar el punto de sal.
Para terminar cortar unos gajos de naranja e incorporarlas con la ralladura de naranja reservada a la salsa en el último minuto.
PAN DE NAVIDAD DE LAS HERMANAS DE LA ENCARNACIÓN
Ingredientes
• 5 tazas de harina
• 2 cucharadas de levadura
• 1 huevo
• 4 yemas
• 1 taza de mantequilla
• 1 taza de azúcar
• 1 taza de leche
• 1 cucharadita de sal
• 1 taza de pasas negras, rubias, naranjas, limones y membrillos confitados.
Preparación
Desmenuzar la levadura en un cuenco y diluirla muy bien en una tacita de agua tibia. Cernir la harina 3 veces y agregar una taza a la levadura hasta obtener una masa lisa y fina. Cubrir el cuenco con un paño húmedo y dejar fermentar media hora en un rincón tibio y oscuro.
Batir el huevo, las yemas con la leche tibia, el azúcar y la sal. Unir a la masa fermentada y mezclar bien. Añadir poco a poco el resto de la harina siempre mezclando bien hasta tener una masa elástica que no se pega en las manos, pasar la masa a un cuenco más grande previamente enharinado y tapar con un paño húmedo y dejar fermentar por dos horas en el mismo rincón tibio y oscuro.
Cortar la mantequilla en daditos y enharinarlos un poquito. Cuando la masa haya duplicado su volumen agregar la mantequilla y distribuirla por toda la masa. Dejar fermentar una hora más.
Reblandecer las frutas secas y confitadas en agua caliente por 20 minutos, secarlos y trocearlos. Llevar la masa a la mesa de mármol y trabajarla plegándola y replegándola varias veces, incorporar las frutas secas y confitadas y seguir trabajando la masa. Hacer una bola con la masa y disponerla dentro de un molde cilíndrico tapizado con papel encerado, se hace un corte en cruz en la superficie de la masa, se tapa con el paño y se deja fermentar por dos horas más en su rincón.
Hornear el pan de navidad en un horno moderado por una hora. Pinchar con un palillo el centro y si el palo no sale limpio, dejar horneando por una hora más. Dejar reposar y servir a la temperatura ambiente.
COMPOTA DE NAVIDAD CON NATILLAS
(receta de las hermanas agustinas recolatas)
Ingredientes
• 3 tazas de ciruelas pasas.
• 1 taza de orejones.
• 4 manzanas.
• 4 yemas
• 1 taza de leche
• 1 taza de azúcar
• 1 cucharada rasa de fécula de maíz o de papa
• 1 limón
• 1 palito de canela
Preparación
Pelar las manzanas cortarlas en cuartos y cocerlas en agua con el jugo del limón y la ramita de canela por 5 minutos. Añadir las ciruelas pasas y los orejones y una cucharada de azúcar, y dejar hervir por 5 minutos más. Retirar del fuego y reservar.
Aparte, hacer leche condensada, mezclando la leche con el azúcar y dejándola hervir hasta que reduzca su volumen. Retirar del fuego y reservar.
Disolver la maicena en agua fría y mezclarla con las yemas.
En una olla aparte agregar en medio litro agua, la corteza del limón y la leche condensada y cuando este bien caliente vertirlo sobre la maicena con las yemas, mezclar bien y llevar a bañomaría hasta que las natillas espesen ligeramente. Retirar del fuego y reservar.
Poner las frutas en un cuenco, cubrirlas con las natillas y dejarlas enfriar hasta el momento de servir.
ESPUMA DE CHOCOLATE DE DON FRANCISCO
(del recetario de Dña. Leonor Aparicio, cocinera del Cirujano Real Fco. De Lima)
Ingredientes
• 1 taza de chocolate oscuro.
• 1 taza de crema de leche.
• 3 cucharadas de azúcar.
• 2 cucharadas de leche.
Preparación
Derretir al bañomaría el chocolate y mezclarlo con el azúcar y la leche. Dejar enfriar, y luego mezclarlo con la crema de leche batida para incorporar aire.
Cortar el tope de un pan de navidad, y vaciarlo. Rellenar con la espuma y volverlo a tapar. Dejarlo enfriar por 4 horas. Servir a temperatura ambiente.
Víctor Alperi
PATO A LA NARANJA
(receta de las hermanas agustinas recolatas)
Ingredientes
• 2 pechugas de pato deshuesadas pero con su piel (maigret).
• Ralladura de 1 naranja
• Sal, pimienta.
Los ingredientes de la marinada:
• 2 cucharadas soperas de miel diluidas en 1/2 vaso de vinagre tibio.
• 1 copa de Cointreau o Grand Marnier o cualquier buen licor de naranja.
• 1 cucharada sopera de jengibre en polvo.
• Sal, pimienta.
Para la salsa:
• jugo de 4 naranjas
• 1 copita de vinagre
• 2 cucharadas de miel o azúcar
• 1 taza de fondo oscuro o caldo de res.
• 1 cucharada de brandy (opcional).
Preparación
Hacer unos cortes en cruz sobre la piel del pato pero sin herir la carne. Esto facilitará que la grasa se derrita y escurra por la carne. Salpimentar sobre la cara de la carne, jamás por el lado de la piel.
Macerar durante dos horas, dar la vuelta de vez en cuando (Este líquido se desecha. No sirve para hacer la salsa después)
Introducir en el horno precalentado a 180ºC durante 7 mn por cada lado y si gusta poco hecho solo 5 minutos. Retirar y reservar en una olla tapada para que los jugos de la carne se concentren mientras hacemos la salsa.
Hervir un par de veces la ralladura de naranja, partiendo de agua fría cada vez, para quitar el amargor. Reservar.
Proceder con el caramelo rubio hecho con azúcar y vinagre a partir del que se realizará una salsa agridulce: En una cazuela se pone el vinagre y el azúcar hasta que empieza a ponerse rubia. En ese momento se añade el zumo de naranja. Dejar reducir a la mitad, en este punto se puede flambear con el brandy que es optativo. Añadir el fondo de carne (o caldo concentrado).
Cocinar a fuego muy lento unos 7 mn. Rectificar el punto de sal.
Para terminar cortar unos gajos de naranja e incorporarlas con la ralladura de naranja reservada a la salsa en el último minuto.
PAN DE NAVIDAD DE LAS HERMANAS DE LA ENCARNACIÓN
Ingredientes
• 5 tazas de harina
• 2 cucharadas de levadura
• 1 huevo
• 4 yemas
• 1 taza de mantequilla
• 1 taza de azúcar
• 1 taza de leche
• 1 cucharadita de sal
• 1 taza de pasas negras, rubias, naranjas, limones y membrillos confitados.
Preparación
Desmenuzar la levadura en un cuenco y diluirla muy bien en una tacita de agua tibia. Cernir la harina 3 veces y agregar una taza a la levadura hasta obtener una masa lisa y fina. Cubrir el cuenco con un paño húmedo y dejar fermentar media hora en un rincón tibio y oscuro.
Batir el huevo, las yemas con la leche tibia, el azúcar y la sal. Unir a la masa fermentada y mezclar bien. Añadir poco a poco el resto de la harina siempre mezclando bien hasta tener una masa elástica que no se pega en las manos, pasar la masa a un cuenco más grande previamente enharinado y tapar con un paño húmedo y dejar fermentar por dos horas en el mismo rincón tibio y oscuro.
Cortar la mantequilla en daditos y enharinarlos un poquito. Cuando la masa haya duplicado su volumen agregar la mantequilla y distribuirla por toda la masa. Dejar fermentar una hora más.
Reblandecer las frutas secas y confitadas en agua caliente por 20 minutos, secarlos y trocearlos. Llevar la masa a la mesa de mármol y trabajarla plegándola y replegándola varias veces, incorporar las frutas secas y confitadas y seguir trabajando la masa. Hacer una bola con la masa y disponerla dentro de un molde cilíndrico tapizado con papel encerado, se hace un corte en cruz en la superficie de la masa, se tapa con el paño y se deja fermentar por dos horas más en su rincón.
Hornear el pan de navidad en un horno moderado por una hora. Pinchar con un palillo el centro y si el palo no sale limpio, dejar horneando por una hora más. Dejar reposar y servir a la temperatura ambiente.
COMPOTA DE NAVIDAD CON NATILLAS
(receta de las hermanas agustinas recolatas)
Ingredientes
• 3 tazas de ciruelas pasas.
• 1 taza de orejones.
• 4 manzanas.
• 4 yemas
• 1 taza de leche
• 1 taza de azúcar
• 1 cucharada rasa de fécula de maíz o de papa
• 1 limón
• 1 palito de canela
Preparación
Pelar las manzanas cortarlas en cuartos y cocerlas en agua con el jugo del limón y la ramita de canela por 5 minutos. Añadir las ciruelas pasas y los orejones y una cucharada de azúcar, y dejar hervir por 5 minutos más. Retirar del fuego y reservar.
Aparte, hacer leche condensada, mezclando la leche con el azúcar y dejándola hervir hasta que reduzca su volumen. Retirar del fuego y reservar.
Disolver la maicena en agua fría y mezclarla con las yemas.
En una olla aparte agregar en medio litro agua, la corteza del limón y la leche condensada y cuando este bien caliente vertirlo sobre la maicena con las yemas, mezclar bien y llevar a bañomaría hasta que las natillas espesen ligeramente. Retirar del fuego y reservar.
Poner las frutas en un cuenco, cubrirlas con las natillas y dejarlas enfriar hasta el momento de servir.
ESPUMA DE CHOCOLATE DE DON FRANCISCO
(del recetario de Dña. Leonor Aparicio, cocinera del Cirujano Real Fco. De Lima)
Ingredientes
• 1 taza de chocolate oscuro.
• 1 taza de crema de leche.
• 3 cucharadas de azúcar.
• 2 cucharadas de leche.
Preparación
Derretir al bañomaría el chocolate y mezclarlo con el azúcar y la leche. Dejar enfriar, y luego mezclarlo con la crema de leche batida para incorporar aire.
Cortar el tope de un pan de navidad, y vaciarlo. Rellenar con la espuma y volverlo a tapar. Dejarlo enfriar por 4 horas. Servir a temperatura ambiente.
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Un soldado de cuatro siglos
Varias localizaciones, octubre de 1643
La Haya
La ciudad estaba abarrotada a causa de los refugiados procedentes de las zonas del sur, ahora en guerra, sus posadas, casas e incluso establos estaban atestados de personas, por lo que la higiene brillaba por su ausencia. A esto se unía el que como consecuencia del río Lek por parte del ejército español, la llegada de víveres por medios fluviales sufría de constantes interrupciones. Tal vez por ello habían tenido que recurrir al comercio marítimo, principalmente con la cercana Inglaterra. Por desgracia junto a los alimentos traídos de la isla había llegado una virulenta epidemia de fiebres que se había cebado con las personas de la atestada ciudad, ya debilitadas por el hambre.
Pronto la epidemia salto los lindes de la ciudad y empezó a extenderse por las villas cercanas. En cada plaza de la ciudad, en cada pueblo, en cada caserío de la zona se levantaron piras que ardían día y noche para quemar los cuerpos de los fallecidos…
Río Lek
La caballería española cabalgaba una y otra vez recorriendo el río en toda su extensión por ambas orillas, mientras a distancias regulares, tropas de infantería habían creado grandes campamentos provisionales en los que unidades de uno o dos tercios de infantería, con algo de artillería, permanecían en guardia. Este despliegue no era sin embargo para bloquear el ataque de un ejército enemigo, sino un intento de evitar que la epidemia que se había desatado al norte de allí se extendiera hasta las filas imperiales.
Para ello la caballería trataba de localizar todos los posibles refugiados que tratasen de huir hacia el sur, los capturaba y los llevaba a los campos de refugiados, donde eran tratados conforme a las nuevas medidas sanitarias impuestas desde el mando. Sus ropas eran ahumadas cuando no quemadas, para acabar con piojos y pulgas, mientras los refugiados eran obligados a bañarse a conciencia con agua y jabón, antes de ser aislados en una dura cuarentena para impedir el contagio de la enfermedad. Incluso los propios animales que traían los refugiados eran sometidos a un tratamiento similar.
El único dato esperanzador era que no parecía tratarse de viruela, así que para Pedro, posiblemente su vector de contagio fuese algún tipo de insecto más que el contacto directo y el intercambio de fluidos…si era así, tal vez pudiese enviar algo de ayuda a la Haya y sus alrededores.
Bocairent
La pequeña población se había convertido en el mayor depósito de oro de toda Europa gracias a sus cuevas, en las que la Compañía del Carmen guardaba sus caudales, habiéndolas convertido en una verdadera cámara acorazada. La entra a la cueva había sido reforzada con la construcción de dos torres de guardia que alojaban a medio centenar de hombres armados hasta los dientes, todos ellos veteranos con años y años de servicio a sus espaldas. Las propias cuevas habían sido reforzadas con rejas en sus ventanas, puertas y los propios pasillos, pero especialmente en las entradas de cada una de las cámaras en las que descansaban los pesados arcones con los caudales.
Los propios guardias tenían llaves de la entrada a las cuevas y de sus pasillos, pero no tenían las llaves de aquellas cámaras que se mantenían a muchas leguas de allí, en la sede central de Valencia. Desde allí se desplazaba un contable con escota una vez a la semana para hacer un recuento de los caudales allí depositados, y realizar los ingresos o retirada de depósitos que fuere menester. El contable era uno diferente en cada ocasión, y no disponía de los libros de cuentas originales, sino que debía hacer las cuentas en el lugar, para a continuación llevarlas a la sede de la compañía donde era comparada con los libros de balances que allí guardaban.
Si alguien trataba de asaltar aquella cueva precisaría de un pequeño ejército y de mucho, mucho tiempo…
La Haya
La ciudad estaba abarrotada a causa de los refugiados procedentes de las zonas del sur, ahora en guerra, sus posadas, casas e incluso establos estaban atestados de personas, por lo que la higiene brillaba por su ausencia. A esto se unía el que como consecuencia del río Lek por parte del ejército español, la llegada de víveres por medios fluviales sufría de constantes interrupciones. Tal vez por ello habían tenido que recurrir al comercio marítimo, principalmente con la cercana Inglaterra. Por desgracia junto a los alimentos traídos de la isla había llegado una virulenta epidemia de fiebres que se había cebado con las personas de la atestada ciudad, ya debilitadas por el hambre.
Pronto la epidemia salto los lindes de la ciudad y empezó a extenderse por las villas cercanas. En cada plaza de la ciudad, en cada pueblo, en cada caserío de la zona se levantaron piras que ardían día y noche para quemar los cuerpos de los fallecidos…
Río Lek
La caballería española cabalgaba una y otra vez recorriendo el río en toda su extensión por ambas orillas, mientras a distancias regulares, tropas de infantería habían creado grandes campamentos provisionales en los que unidades de uno o dos tercios de infantería, con algo de artillería, permanecían en guardia. Este despliegue no era sin embargo para bloquear el ataque de un ejército enemigo, sino un intento de evitar que la epidemia que se había desatado al norte de allí se extendiera hasta las filas imperiales.
Para ello la caballería trataba de localizar todos los posibles refugiados que tratasen de huir hacia el sur, los capturaba y los llevaba a los campos de refugiados, donde eran tratados conforme a las nuevas medidas sanitarias impuestas desde el mando. Sus ropas eran ahumadas cuando no quemadas, para acabar con piojos y pulgas, mientras los refugiados eran obligados a bañarse a conciencia con agua y jabón, antes de ser aislados en una dura cuarentena para impedir el contagio de la enfermedad. Incluso los propios animales que traían los refugiados eran sometidos a un tratamiento similar.
El único dato esperanzador era que no parecía tratarse de viruela, así que para Pedro, posiblemente su vector de contagio fuese algún tipo de insecto más que el contacto directo y el intercambio de fluidos…si era así, tal vez pudiese enviar algo de ayuda a la Haya y sus alrededores.
Bocairent
La pequeña población se había convertido en el mayor depósito de oro de toda Europa gracias a sus cuevas, en las que la Compañía del Carmen guardaba sus caudales, habiéndolas convertido en una verdadera cámara acorazada. La entra a la cueva había sido reforzada con la construcción de dos torres de guardia que alojaban a medio centenar de hombres armados hasta los dientes, todos ellos veteranos con años y años de servicio a sus espaldas. Las propias cuevas habían sido reforzadas con rejas en sus ventanas, puertas y los propios pasillos, pero especialmente en las entradas de cada una de las cámaras en las que descansaban los pesados arcones con los caudales.
Los propios guardias tenían llaves de la entrada a las cuevas y de sus pasillos, pero no tenían las llaves de aquellas cámaras que se mantenían a muchas leguas de allí, en la sede central de Valencia. Desde allí se desplazaba un contable con escota una vez a la semana para hacer un recuento de los caudales allí depositados, y realizar los ingresos o retirada de depósitos que fuere menester. El contable era uno diferente en cada ocasión, y no disponía de los libros de cuentas originales, sino que debía hacer las cuentas en el lugar, para a continuación llevarlas a la sede de la compañía donde era comparada con los libros de balances que allí guardaban.
Si alguien trataba de asaltar aquella cueva precisaría de un pequeño ejército y de mucho, mucho tiempo…
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
La Haya
—¡Vienen los españoles! —las noticias del avance de la caballería española hacia la ciudad, había desatado el miedo y nerviosismo, viéndose ya las primeras escenas de pánico en la ciudad. Sin murallas tras las que atrincherarse las posibilidades de resistencia eran nulas, por lo que eran muchos los que habían optado por huir hacia el norte, y aún más los que esperaban que las autoridades de la ciudad declarasen la ciudad abierta, y aceptasen la llegada de las fuerzas españolas sin resistir. La segura conquista de la ciudad por las fuerzas españolas se sumaba a la dura enfermedad que recorría las calles causando estragos, y auguraba un duro futuro para sus habitantes.
Nadie sabía que dos días atrás el capitán general Pedro Llopis había partido hacia el norte escoltado por un regimiento de caballería pesada y varios escuadrones de cazadores. Tropas suficientes como para enfrentarse a cualquier peligro inmediato que surgiese durante su viaje que se planteaba corto, solo unas millas hasta la ciudad de La Haya, donde se estaban dando momentos angustiosos solo superados por los que se daban en Ámsterdam, donde los muertos se contaban por millares.
Solo cuando Pedro llegase a La Haya, ciudad que destacaba por no estar fortificada, podría hacerse una idea de la situación real de la epidemia. Esperaba no tener problemas y poder organizar el socorro de la ciudad. Para ello las gabarras cargadas de grano, verduras y salazones esperaban en el puerto de Róterdam, listas para partir hacia el norte.
En un lugar desconocido
—Si queremos continuar la guerra con España necesitamos dinero, mucho dinero. —explicó el hombre embozado de negro. —Y solo hay un lugar en el que podamos encontrar suficiente oro para ello.
—Los franceses lo intentaron unos meses atrás y fracasaron. —explico su interlocutor, cuyo sombrero de ala ancha ocultaba su rostro a la perfección.
—Los franceses fracasaron porque intentaron avanzar todo el camino desde Cataluña hacia el sur. —respondió el primer hombre. —Yo propongo desembarcar desde el mar para apoderarnos de ese oro.
—La armada española...—trató de argumentar el segundo hombre.
—la armada española está concentrada ante la costa portuguesa, eso nos da una oportunidad. —le interrumpió el primero.
—…Asumiendo que sea posible, una vez desembarquemos habría que marchar durante unas diez leguas entre montañas que no conocemos. Diez leguas de ida y diez de vuelta por un terreno abrupto es más de lo que muchos puedan recorrer. Y no nos olvidemos que habría que asaltar el fuerte y luego acarrear los pesadas bolsas de oro hacia el mar, todo ello con la amenaza que supone la milicia del reino de Valencia…se me antoja imposible a menos que se emplee un gran ejército, y para movilizar eso harán falta miles de hombres y decenas de barcos...
—¡Vienen los españoles! —las noticias del avance de la caballería española hacia la ciudad, había desatado el miedo y nerviosismo, viéndose ya las primeras escenas de pánico en la ciudad. Sin murallas tras las que atrincherarse las posibilidades de resistencia eran nulas, por lo que eran muchos los que habían optado por huir hacia el norte, y aún más los que esperaban que las autoridades de la ciudad declarasen la ciudad abierta, y aceptasen la llegada de las fuerzas españolas sin resistir. La segura conquista de la ciudad por las fuerzas españolas se sumaba a la dura enfermedad que recorría las calles causando estragos, y auguraba un duro futuro para sus habitantes.
Nadie sabía que dos días atrás el capitán general Pedro Llopis había partido hacia el norte escoltado por un regimiento de caballería pesada y varios escuadrones de cazadores. Tropas suficientes como para enfrentarse a cualquier peligro inmediato que surgiese durante su viaje que se planteaba corto, solo unas millas hasta la ciudad de La Haya, donde se estaban dando momentos angustiosos solo superados por los que se daban en Ámsterdam, donde los muertos se contaban por millares.
Solo cuando Pedro llegase a La Haya, ciudad que destacaba por no estar fortificada, podría hacerse una idea de la situación real de la epidemia. Esperaba no tener problemas y poder organizar el socorro de la ciudad. Para ello las gabarras cargadas de grano, verduras y salazones esperaban en el puerto de Róterdam, listas para partir hacia el norte.
En un lugar desconocido
—Si queremos continuar la guerra con España necesitamos dinero, mucho dinero. —explicó el hombre embozado de negro. —Y solo hay un lugar en el que podamos encontrar suficiente oro para ello.
—Los franceses lo intentaron unos meses atrás y fracasaron. —explico su interlocutor, cuyo sombrero de ala ancha ocultaba su rostro a la perfección.
—Los franceses fracasaron porque intentaron avanzar todo el camino desde Cataluña hacia el sur. —respondió el primer hombre. —Yo propongo desembarcar desde el mar para apoderarnos de ese oro.
—La armada española...—trató de argumentar el segundo hombre.
—la armada española está concentrada ante la costa portuguesa, eso nos da una oportunidad. —le interrumpió el primero.
—…Asumiendo que sea posible, una vez desembarquemos habría que marchar durante unas diez leguas entre montañas que no conocemos. Diez leguas de ida y diez de vuelta por un terreno abrupto es más de lo que muchos puedan recorrer. Y no nos olvidemos que habría que asaltar el fuerte y luego acarrear los pesadas bolsas de oro hacia el mar, todo ello con la amenaza que supone la milicia del reino de Valencia…se me antoja imposible a menos que se emplee un gran ejército, y para movilizar eso harán falta miles de hombres y decenas de barcos...
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
La Haya
—Me engañasteis. —dijo la joven haciendo un mohín. —No me dijisteis quien erais.
—Sabíais que mi nombre no era Martim, mi señora. —respondió Pedro inclinándose ante ella.
—Cierto, pero no es lo mismo ser un enviado del general enemigo a ser alguien que es visto como la propia encarnación de la guerra. —dijo la joven. —Me dijisteis que no os gustaba la guerra y sois el comandante de las fuerzas españolas.
—Y no me gusta mi señora. —explicó Pedro mirando las calles, por donde un carro pasaba llevando un fallecido durante la pasada noche. Aunque las gabarras cargadas de alimentos que había traído habían aliviado la situación de la población, las muertes seguían produciéndose día a día—La guerra es una desgracia, pero es una realidad y no se va a acabar por mucho que miremos a otro lado.
—Aun así habéis elegido luchar.
—Sirvo a mi rey, mi señora. Si os dais cuenta todas las guerras que libra España en la actualidad, no han sido declaradas por mi rey sino que son todas defensivas. Fueron las Provincias Unidas las que decidieron reanudar las hostilidades al acabar la última tregua. Fue Francia la que declaró la guerra a España y en parte animo a los holandeses con su oro. Y fueron los señores de Cataluña y Portugal los que decidieron traicionar a su señor natural.
—Tal vez porque vuestro Rey ha conquistado demasiados pueblos y estos ansían la libertad.
—Nunca he conocido un pueblo capaz de hablar. Quienes toman las decisiones son personas individuales, no un pueblo. Y esas personas creen siempre tener razón, pues eso sirve para justificar sus actos. El caso de Francia puedo respetarlo, su rey tiene ambición, y por eso va a la guerra. ¿Pero los que traicionan a su señor? A esos no puedo respetarlos como no respeto a Judas Iscariote, pese a que él también creía tener sus motivos para traicionar a nuestro señor Jesucristo. —respondió Pedro. —No mi señora, la traición derrumba todo el sistema social, y eso no puedo respetarlo. Si he de oponerme a mi señor, sea el rey o la Iglesia, lo hago desde la leal oposición, tratando de hacerles entender su error e impulsando los cambios desde dentro.
Pedro disfrutaba realmente de las conversaciones con la joven, y aunque ya había desistido de su intento de atraer a su familia al bando imperial, mantenía una incipiente amistad con varios de sus miembros.
—Me engañasteis. —dijo la joven haciendo un mohín. —No me dijisteis quien erais.
—Sabíais que mi nombre no era Martim, mi señora. —respondió Pedro inclinándose ante ella.
—Cierto, pero no es lo mismo ser un enviado del general enemigo a ser alguien que es visto como la propia encarnación de la guerra. —dijo la joven. —Me dijisteis que no os gustaba la guerra y sois el comandante de las fuerzas españolas.
—Y no me gusta mi señora. —explicó Pedro mirando las calles, por donde un carro pasaba llevando un fallecido durante la pasada noche. Aunque las gabarras cargadas de alimentos que había traído habían aliviado la situación de la población, las muertes seguían produciéndose día a día—La guerra es una desgracia, pero es una realidad y no se va a acabar por mucho que miremos a otro lado.
—Aun así habéis elegido luchar.
—Sirvo a mi rey, mi señora. Si os dais cuenta todas las guerras que libra España en la actualidad, no han sido declaradas por mi rey sino que son todas defensivas. Fueron las Provincias Unidas las que decidieron reanudar las hostilidades al acabar la última tregua. Fue Francia la que declaró la guerra a España y en parte animo a los holandeses con su oro. Y fueron los señores de Cataluña y Portugal los que decidieron traicionar a su señor natural.
—Tal vez porque vuestro Rey ha conquistado demasiados pueblos y estos ansían la libertad.
—Nunca he conocido un pueblo capaz de hablar. Quienes toman las decisiones son personas individuales, no un pueblo. Y esas personas creen siempre tener razón, pues eso sirve para justificar sus actos. El caso de Francia puedo respetarlo, su rey tiene ambición, y por eso va a la guerra. ¿Pero los que traicionan a su señor? A esos no puedo respetarlos como no respeto a Judas Iscariote, pese a que él también creía tener sus motivos para traicionar a nuestro señor Jesucristo. —respondió Pedro. —No mi señora, la traición derrumba todo el sistema social, y eso no puedo respetarlo. Si he de oponerme a mi señor, sea el rey o la Iglesia, lo hago desde la leal oposición, tratando de hacerles entender su error e impulsando los cambios desde dentro.
Pedro disfrutaba realmente de las conversaciones con la joven, y aunque ya había desistido de su intento de atraer a su familia al bando imperial, mantenía una incipiente amistad con varios de sus miembros.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
En algún lugar de Extremadura
Los nuevos reclutas habían llegado. Durante varias semanas habían llegado en grupos, grandes o pequeños y ahora contaba con unos 5000 y en un futuro pudiera haber mas.
Los dias trascurridos desde el comienzo de la marcha hasta llegar al campamento se habían aprovechado bien. Por las mañanas se andaba ligero y se utilizaba para que los reclutas aprendieran sobre el camino a andar en formación y marcar el paso. Por la tarde, después de comer, se les enseñaba los fundamentos de la milicia: manejo del mosquete (ensayando primero con palos y luego con reales), empleo de la bayoneta, hacer un campamento de marcha, cavar trincheras, crear caballos de frisia... Y sobre todo enseñarles a todos el idioma español y clases de religión católica.
Eran buenos alumnos, y tenían ganas de aprender. Su vida había sido dura y tras varios días comiendo de manera regular (con raciones mas grandes de lo acostumbrado hasta que se pusieran a tono) anunciaban que iban a ser soldados fuertes y animosos.
Por los pueblos que pasaban levantaban admiración, rara vez los andaluces y extremeños habían visto tantos negros juntos, y menos cantando canciones, marcando el paso y manejando armas.
Los antiguos esclavos iban a ser unos grandes soldados.
Diego había empleado a varios miembros de las milicias andaluzas y de la raya extremeña como oficiales. Su primera tarea era seleccionar a los mas capaces y nombrarles cabos. En un futuro y si cumplían sus obligaciones, se les había dicho que podrían llegar a ascender.
Diego no tenía duda que los primeros batallones de Pardos y Morenos serían un éxito cuando uno de ellos, el cabo mayor, y representante "oficioso" dirigió la siguiente proclama:
"Y tocándonos a nosotros, amados españoles, compatriotas, estar dispuestos a derramar la última gota de la sangre y perder la vida en el campo del honor, por Dios, por la religión y por el Rey. Asentados en la base de que a nos, los originarios que por cualquier línea tenemos origen en el África, nos han quedado abiertas las puertas de la virtud, los méritos y el talento para ser ciudadanos y obtener todos los goces".
Los nuevos reclutas habían llegado. Durante varias semanas habían llegado en grupos, grandes o pequeños y ahora contaba con unos 5000 y en un futuro pudiera haber mas.
Los dias trascurridos desde el comienzo de la marcha hasta llegar al campamento se habían aprovechado bien. Por las mañanas se andaba ligero y se utilizaba para que los reclutas aprendieran sobre el camino a andar en formación y marcar el paso. Por la tarde, después de comer, se les enseñaba los fundamentos de la milicia: manejo del mosquete (ensayando primero con palos y luego con reales), empleo de la bayoneta, hacer un campamento de marcha, cavar trincheras, crear caballos de frisia... Y sobre todo enseñarles a todos el idioma español y clases de religión católica.
Eran buenos alumnos, y tenían ganas de aprender. Su vida había sido dura y tras varios días comiendo de manera regular (con raciones mas grandes de lo acostumbrado hasta que se pusieran a tono) anunciaban que iban a ser soldados fuertes y animosos.
Por los pueblos que pasaban levantaban admiración, rara vez los andaluces y extremeños habían visto tantos negros juntos, y menos cantando canciones, marcando el paso y manejando armas.
Los antiguos esclavos iban a ser unos grandes soldados.
Diego había empleado a varios miembros de las milicias andaluzas y de la raya extremeña como oficiales. Su primera tarea era seleccionar a los mas capaces y nombrarles cabos. En un futuro y si cumplían sus obligaciones, se les había dicho que podrían llegar a ascender.
Diego no tenía duda que los primeros batallones de Pardos y Morenos serían un éxito cuando uno de ellos, el cabo mayor, y representante "oficioso" dirigió la siguiente proclama:
"Y tocándonos a nosotros, amados españoles, compatriotas, estar dispuestos a derramar la última gota de la sangre y perder la vida en el campo del honor, por Dios, por la religión y por el Rey. Asentados en la base de que a nos, los originarios que por cualquier línea tenemos origen en el África, nos han quedado abiertas las puertas de la virtud, los méritos y el talento para ser ciudadanos y obtener todos los goces".
“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
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Un soldado de cuatro siglos
Goa, noviembre de 1643
Las manos del conde de Aveiras se crisparon sobre las murallas mientras contemplaba la flota española que esperaba anclada no demasiado lejos de allí. Una flota que sin duda había viajado hasta allí con la misión de conquistar o según pensaría el rey de España, recuperar Goa para su corona.
—Unos veinte galeones de gran tonelaje excelencia, parecen transportes de tropas, aunque seis de ellos, de menor tamaño, están erizados de cañones. Seguramente se tratara de no menos de dos mil hombres, tripulaciones aparte. —estaba explicando el capitán Sarmento, que al ver que el virrey no respondía miro en su misma dirección, donde un pequeño bote con bandera de parlamento se aproximaba a la fortaleza, sin duda para entregar una carta de condiciones. —Si movilizamos a todos nuestros hombres incluyendo a los civiles podremos resistir.
—¿Estáis seguro, capitán? Hace ya un año que no llega ningún galeón de Portugal, tal vez el rey haya caído. —respondió por fin el virrey.
—Los mercaderes holandeses dijeron que la armada española había bloqueado los puertos de Portugal… —comentó el capitán.
—Lo cual es casi tan malo como lo anterior pues significa que no podemos aspirar a recibir suministros ni refuerzos, desde luego no con esa flota aquí.
—¿Nos rendimos entonces? —quiso saber el capitán.
—No, por supuesto que no. —respondió el virrey apartando por fin la vista del mar al volverse hacia el capitán. —Si el rey aún resiste en Portugal, cada soldado español que este aquí es un soldado menos para derrocar a nuestro rey. Recibiré al enviado enemigo, pero sus palabras no serán de fiar, vos enviad a algún hombre de confianza para que entable conversación con los marineros españoles. Que se entere de su boca de cuál es la situación real en Lisboa. Cuando la sepamos decidiremos que hacer.
—Como su excelencia ordene…
Las manos del conde de Aveiras se crisparon sobre las murallas mientras contemplaba la flota española que esperaba anclada no demasiado lejos de allí. Una flota que sin duda había viajado hasta allí con la misión de conquistar o según pensaría el rey de España, recuperar Goa para su corona.
—Unos veinte galeones de gran tonelaje excelencia, parecen transportes de tropas, aunque seis de ellos, de menor tamaño, están erizados de cañones. Seguramente se tratara de no menos de dos mil hombres, tripulaciones aparte. —estaba explicando el capitán Sarmento, que al ver que el virrey no respondía miro en su misma dirección, donde un pequeño bote con bandera de parlamento se aproximaba a la fortaleza, sin duda para entregar una carta de condiciones. —Si movilizamos a todos nuestros hombres incluyendo a los civiles podremos resistir.
—¿Estáis seguro, capitán? Hace ya un año que no llega ningún galeón de Portugal, tal vez el rey haya caído. —respondió por fin el virrey.
—Los mercaderes holandeses dijeron que la armada española había bloqueado los puertos de Portugal… —comentó el capitán.
—Lo cual es casi tan malo como lo anterior pues significa que no podemos aspirar a recibir suministros ni refuerzos, desde luego no con esa flota aquí.
—¿Nos rendimos entonces? —quiso saber el capitán.
—No, por supuesto que no. —respondió el virrey apartando por fin la vista del mar al volverse hacia el capitán. —Si el rey aún resiste en Portugal, cada soldado español que este aquí es un soldado menos para derrocar a nuestro rey. Recibiré al enviado enemigo, pero sus palabras no serán de fiar, vos enviad a algún hombre de confianza para que entable conversación con los marineros españoles. Que se entere de su boca de cuál es la situación real en Lisboa. Cuando la sepamos decidiremos que hacer.
—Como su excelencia ordene…
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
RHM
La 2ª Revolución moderna española
VI parte; La estrategia global
…en invierno de 1643 la situación dejaba de estar controlada por España, que se veía acosada en todas sus fronteras de tal forma, que las victorias fronterizas logradas en Valencia y Flandes parecían un espejismo, poco más que una serie de paradas ante los constantes golpes lanzados por sus enemigos. Sin embargo todo entraba en los planes de los comandantes españoles, quienes tras observar que décadas de guerra en Flandes o Francia no habían servido para doblegar a sus enemigos, habían decidido cambiar la dirección de la guerra. Mientras los ejércitos españoles mantenían una actitud defensiva en todos los frentes.
En Milán las tropas españolas mantenían una estrecha vigilancia sobre los ducados de Saboya y de Parma, pero sin realizar nuevas operaciones ofensivas. En la propia España un numeroso ejército situado entre Navarra y Aragón protegía el territorio español de nuevos avances franceses, que tras ser rechazados en Valencia estaban esquilmando Cataluña. En el reino de Valencia las tropas valencianas se habían acogido a sus fueros, y tras una breve y sangrienta incursión que no paso del Ebro, se habían negado a avanzar pues debían proteger sus fronteras.
En la frontera portuguesa se vivía una tensa calma, rota habitualmente por incursiones de tropas españolas o portuguesas que realizaban razias al otro lado de la frontera. Sin embargo los portugueses no estaban tranquilos, pues España llevaba meses reuniendo miles de soldados veteranos en Sevilla y Cádiz, lo que parecía augurar una pronta invasión. Con ello el temor de una rápida reacción que habían sufrido en invierno de 1640 a 1641, el llamado Rey de un invierno, había revivido.
Tan solo en Flandes se luchaba con intensidad, y aunque la veloz campaña del general Llopis parecía reverdecer los laureles de décadas anteriores. Sin embargo todos sabían que pese a la habilidad del Lobo en rendir ciudades, en una campaña tan larga como la de Flandes, la victoria dependía de su capacidad para mantener las conquistas en su poder. Algo que pronto sería puesto en duda por holandeses u franceses que ya estaban reuniendo sus ejércitos.
Sin embargo mientras todos se concentraban en Flandes y el sur de Portugal, los ejércitos de España estaban concentrándose en realizar grandes operaciones ofensivas a lo largo y ancho de todos los océanos y continentes del planeta.
Con el fin de estrangular la economía de los enemigos de España, principalmente Holanda y Portugal, pues ambos dependían casi por entero del comercio para financiar sus guerras, la armada española utilizó el grueso de su flota para bloquear los puertos portugueses, de tal forma que a lo largo de 1643 lograron capturar más de trescientos galeones y otras embarcaciones de gran porte, y un número aún mayor de embarcaciones pequeñas. Tan duro fue el bloqueo que tan solo dos galeones portugueses lograron romperlo y llegar a Lisboa, el uno con especias de oriente y el otro con azúcar de Brasil.
Mientras tanto España pareció desistir de la temida invasión de Portugal, para alivio del rey Juan. Estas tropas habían embarcado en la armada, y acompañadas de las divisiones de fragatas estaban encabezando una serie de operaciones anfibias con el fin de apoderarse de los enclaves portugueses a lo largo y ancho del océano. De esa forma destruirían la economía del reino y castigarían especialmente a la nobleza y burguesía que sostenía al rey luso. Al mismo tiempo las presas y conquistas aumentaban las riquezas de España y permitirían financiar sus próximas campañas reclutando nuevas unidades y pagando las armas que estaban revolucionando la guerra en Europa.
En mayo tropas españolas desembarcaron y conquistaron con rapidez el archipiélago de Cabo Verde, y el mes siguiente una segunda escuadra hizo otro tanto en Santo Tome y Príncipe. En ambos casos las fuerzas de invasión se apoderaron de las plantaciones de azúcar y capturaron miles de esclavos que fueron liberados. En lo sucesivo ambos archipiélagos se convertirían en “apostaderos” de la armada. Bases permanentes en las que se desplegarían unidades navales, principalmente bergantines y fragatas que a partir de entonces habían de patrullar el Golfo de guinea en busca de naves enemigas, especialmente las que hacían el comercio con los reinos africanos en busca de marfil y esclavos.
Serían los primeros de una serie de desembarcos que antes de final de año les habían llevado a San Fernando de Noronha, Ascensión, Mombasa, las Maldivas y Goa. Sometido a un feroz bloqueo naval y por medio de una campaña anfibia, Portugal estaba siendo llevado contra las cuerdas, sin embargo en Lisboa el rey Juan permanecía ignorante de ello. Mientras tanto en Sevilla y Egipto se estaban reuniendo tropas para realizar una segunda fase de la ofensiva para atacar los puertos de las especias portugueses y holandeses…
La 2ª Revolución moderna española
VI parte; La estrategia global
…en invierno de 1643 la situación dejaba de estar controlada por España, que se veía acosada en todas sus fronteras de tal forma, que las victorias fronterizas logradas en Valencia y Flandes parecían un espejismo, poco más que una serie de paradas ante los constantes golpes lanzados por sus enemigos. Sin embargo todo entraba en los planes de los comandantes españoles, quienes tras observar que décadas de guerra en Flandes o Francia no habían servido para doblegar a sus enemigos, habían decidido cambiar la dirección de la guerra. Mientras los ejércitos españoles mantenían una actitud defensiva en todos los frentes.
En Milán las tropas españolas mantenían una estrecha vigilancia sobre los ducados de Saboya y de Parma, pero sin realizar nuevas operaciones ofensivas. En la propia España un numeroso ejército situado entre Navarra y Aragón protegía el territorio español de nuevos avances franceses, que tras ser rechazados en Valencia estaban esquilmando Cataluña. En el reino de Valencia las tropas valencianas se habían acogido a sus fueros, y tras una breve y sangrienta incursión que no paso del Ebro, se habían negado a avanzar pues debían proteger sus fronteras.
En la frontera portuguesa se vivía una tensa calma, rota habitualmente por incursiones de tropas españolas o portuguesas que realizaban razias al otro lado de la frontera. Sin embargo los portugueses no estaban tranquilos, pues España llevaba meses reuniendo miles de soldados veteranos en Sevilla y Cádiz, lo que parecía augurar una pronta invasión. Con ello el temor de una rápida reacción que habían sufrido en invierno de 1640 a 1641, el llamado Rey de un invierno, había revivido.
Tan solo en Flandes se luchaba con intensidad, y aunque la veloz campaña del general Llopis parecía reverdecer los laureles de décadas anteriores. Sin embargo todos sabían que pese a la habilidad del Lobo en rendir ciudades, en una campaña tan larga como la de Flandes, la victoria dependía de su capacidad para mantener las conquistas en su poder. Algo que pronto sería puesto en duda por holandeses u franceses que ya estaban reuniendo sus ejércitos.
Sin embargo mientras todos se concentraban en Flandes y el sur de Portugal, los ejércitos de España estaban concentrándose en realizar grandes operaciones ofensivas a lo largo y ancho de todos los océanos y continentes del planeta.
Con el fin de estrangular la economía de los enemigos de España, principalmente Holanda y Portugal, pues ambos dependían casi por entero del comercio para financiar sus guerras, la armada española utilizó el grueso de su flota para bloquear los puertos portugueses, de tal forma que a lo largo de 1643 lograron capturar más de trescientos galeones y otras embarcaciones de gran porte, y un número aún mayor de embarcaciones pequeñas. Tan duro fue el bloqueo que tan solo dos galeones portugueses lograron romperlo y llegar a Lisboa, el uno con especias de oriente y el otro con azúcar de Brasil.
Mientras tanto España pareció desistir de la temida invasión de Portugal, para alivio del rey Juan. Estas tropas habían embarcado en la armada, y acompañadas de las divisiones de fragatas estaban encabezando una serie de operaciones anfibias con el fin de apoderarse de los enclaves portugueses a lo largo y ancho del océano. De esa forma destruirían la economía del reino y castigarían especialmente a la nobleza y burguesía que sostenía al rey luso. Al mismo tiempo las presas y conquistas aumentaban las riquezas de España y permitirían financiar sus próximas campañas reclutando nuevas unidades y pagando las armas que estaban revolucionando la guerra en Europa.
En mayo tropas españolas desembarcaron y conquistaron con rapidez el archipiélago de Cabo Verde, y el mes siguiente una segunda escuadra hizo otro tanto en Santo Tome y Príncipe. En ambos casos las fuerzas de invasión se apoderaron de las plantaciones de azúcar y capturaron miles de esclavos que fueron liberados. En lo sucesivo ambos archipiélagos se convertirían en “apostaderos” de la armada. Bases permanentes en las que se desplegarían unidades navales, principalmente bergantines y fragatas que a partir de entonces habían de patrullar el Golfo de guinea en busca de naves enemigas, especialmente las que hacían el comercio con los reinos africanos en busca de marfil y esclavos.
Serían los primeros de una serie de desembarcos que antes de final de año les habían llevado a San Fernando de Noronha, Ascensión, Mombasa, las Maldivas y Goa. Sometido a un feroz bloqueo naval y por medio de una campaña anfibia, Portugal estaba siendo llevado contra las cuerdas, sin embargo en Lisboa el rey Juan permanecía ignorante de ello. Mientras tanto en Sevilla y Egipto se estaban reuniendo tropas para realizar una segunda fase de la ofensiva para atacar los puertos de las especias portugueses y holandeses…
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
Durante su estancia en Valencia el rey Felipe III (IV de España), visitó los nuevos Ministerios desde los que se gobernaba aquel reino, los ministerios de la Guerra, de Marina, de Fomento General del Reino, de Hacienda y de Seguridad. Allí quedo gratamente sorprendido por la ingente labor que se realizaba desde aquellos.
Desde el ministerio de Marina se controlaba no solo la desaparecida armada del Reino de Valencia, ahora reducida a una escuadra de bergantines y jabeques que formaba parte de la Real Armada Española, sino todo el grueso de la armada, pues al crear esta, se decidió apoyarse en aquel ministerio ya existente con fines organizativos. Por lo tanto desde allí se controlaban dos centenares de buques a lo largo y ancho de los oceanos, tres grandes arsenales, y los miles de hombres que formaban parte de la armada, desde el más humilde marinero a los almirantes o carpinteros e ingenieros encargados de construir las naves. Todos y cada uno de los datos de los hombres, sus despliegues, las heridas sufridas, los gastos en artillería y municiones, alimentos y cabullaje, e incluso madera y esparto tenían su reflejo en los correspondientes libros de honorarios, diarios, mayores, de renta y de balance, que eran cuidadosamente transcritos por los escribientes. Aquellos libros, realizados siempre por triplicado, eran posteriormente guardados en tres lugares diferentes con el fin de aumentar su seguridad, habiéndose instaurado un servicio postal con el único fin de mantenerse al día de los cambios ocurridos en otras partes del globo.
Otro tanto ocurría en el ministerio de la guerra. A diferencia de unos años atrás en los que el control de los ejércitos del rey se realizaba sobre el terreno y estaba en manos de los capitanes designados por el rey, ahora todo se controlaba desde aquel ministerio. En cuanto un soldado se alistaba, sus datos eran enviados hasta el ministerio que empezaba a controlarlo. Un control que se extendería hasta que causase baja, ya fuese en combate o por jubilación, reflejando sus ascensos, sus destinos, y los méritos que acumulase a lo largo de su vida. Que lejos quedaban los viejos tiempos en los que todo se reducía a las hojas de servicio… Por supuesto desde el ministerio también se controlaban los abastos y las Reales fábricas de Artillería y municiones, en las que miles de trabajadores fabricaban las armas para equipar a los reales ejércitos.
El tercer ministerio por orden de antigüedad era el de Fomento General del Reino, y este a diferencia de los anteriores que eran dirigidos por nobles, lo era por lo que allí llamaban un ciudadano honrado, es decir, un rico-hombre o burgués, que a la postre era quien con sus impuestos mantenía en funcionamiento todo el sistema. Este ministerio de Fomento se dedicaba a construir las grandes obras públicas que estaban dando pie al gran desarrollo del reino. Grandes mapas en las paredes señalaban con diferentes colores las obras en curso o ya finalizadas. Líneas de color verde o rojo representaban las nuevas calzadas, que discurrían desde Vinaroz en el Norte hasta la frontera de Murcia en el Sur, mientras otras líneas llevaban desde Valencia hacia Ademuz, Albacete y Requena para conectar la ciudad con la meseta. Líneas más finas, estas de color rojo, señalaban la red de caminos que interconectaban las grandes calzadas con el resto de poblaciones.
Si las calzadas estaban representadas por el color verde, y los caminos por el rojo, las grandes obras hidráulicas lo estaban por el color azul. De esa forma los embalses de Moixent, Sitjar, y Tous aparecían en azul, al igual que las acequias o acueductos que salían de estos para repartir las aguas por los campos o ciudades cercanas. El cuarto color que aparecía en los mapas era el negro, y este servía para reflejar las grandes obras de control de las aguas residuales, principalmente en las grandes ciudades como Valencia, que contaban con un sistema de alcantarillado cada vez más desarrollado.
Todas estas obras se financiaban desde el ministerio de Hacienda Real, encargada del cobro de los impuestos del reino de Valencia. Una labor que no hubiese sido posible sin que una década atrás se hubiese realizado el censo de habitantes del reino, que ahora se mantenía actualizado gracias a las actualizaciones anuales que llevaban a cabo en las propias villas y pueblos del reino. Tan efectivo era este sistema que el monarca ordenó realizar un gran censo en todo el imperio.
Desde el ministerio de Marina se controlaba no solo la desaparecida armada del Reino de Valencia, ahora reducida a una escuadra de bergantines y jabeques que formaba parte de la Real Armada Española, sino todo el grueso de la armada, pues al crear esta, se decidió apoyarse en aquel ministerio ya existente con fines organizativos. Por lo tanto desde allí se controlaban dos centenares de buques a lo largo y ancho de los oceanos, tres grandes arsenales, y los miles de hombres que formaban parte de la armada, desde el más humilde marinero a los almirantes o carpinteros e ingenieros encargados de construir las naves. Todos y cada uno de los datos de los hombres, sus despliegues, las heridas sufridas, los gastos en artillería y municiones, alimentos y cabullaje, e incluso madera y esparto tenían su reflejo en los correspondientes libros de honorarios, diarios, mayores, de renta y de balance, que eran cuidadosamente transcritos por los escribientes. Aquellos libros, realizados siempre por triplicado, eran posteriormente guardados en tres lugares diferentes con el fin de aumentar su seguridad, habiéndose instaurado un servicio postal con el único fin de mantenerse al día de los cambios ocurridos en otras partes del globo.
Otro tanto ocurría en el ministerio de la guerra. A diferencia de unos años atrás en los que el control de los ejércitos del rey se realizaba sobre el terreno y estaba en manos de los capitanes designados por el rey, ahora todo se controlaba desde aquel ministerio. En cuanto un soldado se alistaba, sus datos eran enviados hasta el ministerio que empezaba a controlarlo. Un control que se extendería hasta que causase baja, ya fuese en combate o por jubilación, reflejando sus ascensos, sus destinos, y los méritos que acumulase a lo largo de su vida. Que lejos quedaban los viejos tiempos en los que todo se reducía a las hojas de servicio… Por supuesto desde el ministerio también se controlaban los abastos y las Reales fábricas de Artillería y municiones, en las que miles de trabajadores fabricaban las armas para equipar a los reales ejércitos.
El tercer ministerio por orden de antigüedad era el de Fomento General del Reino, y este a diferencia de los anteriores que eran dirigidos por nobles, lo era por lo que allí llamaban un ciudadano honrado, es decir, un rico-hombre o burgués, que a la postre era quien con sus impuestos mantenía en funcionamiento todo el sistema. Este ministerio de Fomento se dedicaba a construir las grandes obras públicas que estaban dando pie al gran desarrollo del reino. Grandes mapas en las paredes señalaban con diferentes colores las obras en curso o ya finalizadas. Líneas de color verde o rojo representaban las nuevas calzadas, que discurrían desde Vinaroz en el Norte hasta la frontera de Murcia en el Sur, mientras otras líneas llevaban desde Valencia hacia Ademuz, Albacete y Requena para conectar la ciudad con la meseta. Líneas más finas, estas de color rojo, señalaban la red de caminos que interconectaban las grandes calzadas con el resto de poblaciones.
Si las calzadas estaban representadas por el color verde, y los caminos por el rojo, las grandes obras hidráulicas lo estaban por el color azul. De esa forma los embalses de Moixent, Sitjar, y Tous aparecían en azul, al igual que las acequias o acueductos que salían de estos para repartir las aguas por los campos o ciudades cercanas. El cuarto color que aparecía en los mapas era el negro, y este servía para reflejar las grandes obras de control de las aguas residuales, principalmente en las grandes ciudades como Valencia, que contaban con un sistema de alcantarillado cada vez más desarrollado.
Todas estas obras se financiaban desde el ministerio de Hacienda Real, encargada del cobro de los impuestos del reino de Valencia. Una labor que no hubiese sido posible sin que una década atrás se hubiese realizado el censo de habitantes del reino, que ahora se mantenía actualizado gracias a las actualizaciones anuales que llevaban a cabo en las propias villas y pueblos del reino. Tan efectivo era este sistema que el monarca ordenó realizar un gran censo en todo el imperio.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
Campamento español, al sur de Rotterdam, diciembre, 1643.
—¡Derecha!…¡Ar! ¡Izquierda!...¡Ar! ¡izquierda!...¡Ar! ¡izquierda!...¡Ar! ¡izquierda!...¡Ar! ¡Media-vuelta!...¡Ar! ¡Media-vuelta!...¡Ar! ¡Derecha!…¡Ar! —¡Derecha!…¡Ar! —Las ordenes se sucedían casi sin tregua mientras una compañía evolucionaba por la explanada en un intento de seguir las ordenes, hasta que como no podía ser de otra manera, varios hombres no siguieron el ritmo y equivocaron la dirección, desatando una oleada de quejas. Segundos más tarde el sargento ordenó detenerse, arreciando las quejas de los hombres sobre el ejercicio.
—¡Sargento! Por favor, rompan filas y que los hombres se acerquen aquí. —ordenó Pedro que había estado contemplando el ejercicio.
—¡Señores soldados! Veo que este ejercicio ha dado lugar a quejas, y entiendo el motivo. Y este no es otro que la falta de comprensión sobre su utilidad. —explicó Pedro cuando los hombres hubieron formado un semicírculo a su alrededor. —Como todos los veteranos como los presentes bien saben, un campo de batalla es caótico. Ya lo era hace diez años, cuando las tropas formaban en cuadros de picas y mosquetes, así que imaginad ahora, cuando formamos en líneas columnas móviles que pueden cambiar de dirección en medio de un movimiento, todo ello en medio del humo, los disparos, las ordenes de los capitanes y los quejidos de los heridos franceses. —dijo desatando un coro de risas y exclamaciones sobre la cobardía de los franceses.
—No podemos recrear esas condiciones durante las prácticas, lo único que podemos hacer es este tipo de ejercicio que busca crear caos. —siguió explicando Pedro. — ¡Practicadlo aun a sabiendas de que al final siempre fallaremos! ¡Practicadlo y mejorad día a día. Y tal vez algún día, en medio de una batalla en la que ni tan siquiera veáis al enemigo a causa del humo y al caos reinante, veréis como las órdenes de vuestros capitanes colocan vuestra compañía en el flanco de un cuadro francés y lo destrozáis a disparos ¡sin que puedan defenderse! —acabó en un grito que fue seguido de las exclamaciones de los soldados.
Calmados los ánimos de los soldados, Pedro termino el recorrido de inspección del campamento. La disciplina se mantenía alta, y las medidas sanitarias adoptadas habían impedido la proliferación de enfermedades habituales como el tifus o la disentería, algo vital en medio de una campaña. Había sin embargo algunos problemas que no había logrado atajar, así que ya reunido con su estado mayor, Pedro quiso comentar algunos de los problemas que había detectado, siendo el principal de ellos las deserciones. Claro que en pocos casos se desertaba del ejército, pero existía la costumbre de permitir a los hombres abandonar sus unidades para alistarse en compañías de mayor prestigio, y eso ocasionaba problemas pues impedía conocer la entidad real de las compañías a la hora de asignarles misiones.
Tratándose de una costumbre tan extendida sería difícil ponerle fin. Lo único que podía hacer de momento, era obligar a que las compañías presentasen estadillo de personal diarios para conocer el estado real de las fuerzas, y crear un espirito de corps para evitar las deserciones. Si eso no funcionaba, tal vez si empezaba a dar las mejores misiones a las compañías más afectadas y dejaba a esos capitanes más prestigiosos en el cuartel, las cosas cambiasen.
El siguiente tema a tratar tenía relación con la salud, se habían detectado varios casos de sarna en una de las compañías, y aunque no era una enfermedad incapacitante, si era irritante y contagiosa. Razones más que suficientes como para tratar de poner coto a la enfermedad. —Don Sebastián. ¿Habéis oído hablar del bálsamo? —preguntó Pedro al cirujano jefe del campamento.
—No me suena, excelencia. ¿Qué es? —quiso saber el cirujano.
—He oído de un cirujano que conozco, de la sabia que se extrae de un árbol que crece en las montañas al sur de la Nueva España, tal vez en la audiencia de Guatemala o incluso más al sur.
—¿Sirve para tratar la sarna? Lo averiguare.
—Hacedlo por favor, aunque hay tres árboles que producen sendos bálsamos, así que habrá que ver cuál es el adecuado.
—A menos que tengamos suerte esas medidas tardaran meses. ¿Qué hacemos mientras tanto?
—Aislad a los hombres y comprobad que se lavan todos los días, mientras lo hacen, que toda su ropa incluyendo todo textil que haya en sus alojamientos, sea hervida durante al menos media hora. Si eso no ataja los contagios aumentad el tiempo de hervido.
—¡Derecha!…¡Ar! ¡Izquierda!...¡Ar! ¡izquierda!...¡Ar! ¡izquierda!...¡Ar! ¡izquierda!...¡Ar! ¡Media-vuelta!...¡Ar! ¡Media-vuelta!...¡Ar! ¡Derecha!…¡Ar! —¡Derecha!…¡Ar! —Las ordenes se sucedían casi sin tregua mientras una compañía evolucionaba por la explanada en un intento de seguir las ordenes, hasta que como no podía ser de otra manera, varios hombres no siguieron el ritmo y equivocaron la dirección, desatando una oleada de quejas. Segundos más tarde el sargento ordenó detenerse, arreciando las quejas de los hombres sobre el ejercicio.
—¡Sargento! Por favor, rompan filas y que los hombres se acerquen aquí. —ordenó Pedro que había estado contemplando el ejercicio.
—¡Señores soldados! Veo que este ejercicio ha dado lugar a quejas, y entiendo el motivo. Y este no es otro que la falta de comprensión sobre su utilidad. —explicó Pedro cuando los hombres hubieron formado un semicírculo a su alrededor. —Como todos los veteranos como los presentes bien saben, un campo de batalla es caótico. Ya lo era hace diez años, cuando las tropas formaban en cuadros de picas y mosquetes, así que imaginad ahora, cuando formamos en líneas columnas móviles que pueden cambiar de dirección en medio de un movimiento, todo ello en medio del humo, los disparos, las ordenes de los capitanes y los quejidos de los heridos franceses. —dijo desatando un coro de risas y exclamaciones sobre la cobardía de los franceses.
—No podemos recrear esas condiciones durante las prácticas, lo único que podemos hacer es este tipo de ejercicio que busca crear caos. —siguió explicando Pedro. — ¡Practicadlo aun a sabiendas de que al final siempre fallaremos! ¡Practicadlo y mejorad día a día. Y tal vez algún día, en medio de una batalla en la que ni tan siquiera veáis al enemigo a causa del humo y al caos reinante, veréis como las órdenes de vuestros capitanes colocan vuestra compañía en el flanco de un cuadro francés y lo destrozáis a disparos ¡sin que puedan defenderse! —acabó en un grito que fue seguido de las exclamaciones de los soldados.
Calmados los ánimos de los soldados, Pedro termino el recorrido de inspección del campamento. La disciplina se mantenía alta, y las medidas sanitarias adoptadas habían impedido la proliferación de enfermedades habituales como el tifus o la disentería, algo vital en medio de una campaña. Había sin embargo algunos problemas que no había logrado atajar, así que ya reunido con su estado mayor, Pedro quiso comentar algunos de los problemas que había detectado, siendo el principal de ellos las deserciones. Claro que en pocos casos se desertaba del ejército, pero existía la costumbre de permitir a los hombres abandonar sus unidades para alistarse en compañías de mayor prestigio, y eso ocasionaba problemas pues impedía conocer la entidad real de las compañías a la hora de asignarles misiones.
Tratándose de una costumbre tan extendida sería difícil ponerle fin. Lo único que podía hacer de momento, era obligar a que las compañías presentasen estadillo de personal diarios para conocer el estado real de las fuerzas, y crear un espirito de corps para evitar las deserciones. Si eso no funcionaba, tal vez si empezaba a dar las mejores misiones a las compañías más afectadas y dejaba a esos capitanes más prestigiosos en el cuartel, las cosas cambiasen.
El siguiente tema a tratar tenía relación con la salud, se habían detectado varios casos de sarna en una de las compañías, y aunque no era una enfermedad incapacitante, si era irritante y contagiosa. Razones más que suficientes como para tratar de poner coto a la enfermedad. —Don Sebastián. ¿Habéis oído hablar del bálsamo? —preguntó Pedro al cirujano jefe del campamento.
—No me suena, excelencia. ¿Qué es? —quiso saber el cirujano.
—He oído de un cirujano que conozco, de la sabia que se extrae de un árbol que crece en las montañas al sur de la Nueva España, tal vez en la audiencia de Guatemala o incluso más al sur.
—¿Sirve para tratar la sarna? Lo averiguare.
—Hacedlo por favor, aunque hay tres árboles que producen sendos bálsamos, así que habrá que ver cuál es el adecuado.
—A menos que tengamos suerte esas medidas tardaran meses. ¿Qué hacemos mientras tanto?
—Aislad a los hombres y comprobad que se lavan todos los días, mientras lo hacen, que toda su ropa incluyendo todo textil que haya en sus alojamientos, sea hervida durante al menos media hora. Si eso no ataja los contagios aumentad el tiempo de hervido.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
De Sor Mª dethes a 6 de diz de 1643
Jesus Mª
Señor
Doy a VM la enorabuena deaversabído queserrindio la ciudad de Bolduque, inoJuzgo, por pequeño estebeneficio del Altisimo, quando ningunodignamente le merecemos, i porque los menores favores desumano agradecidos, son prendas y principio de otros maiores, yo deseo aiudar a VM eneste agradecimiento, paraqueno se retire la mano delseñor deasistir a VM, icontinue estavictoria, conotras muchas y maiores, siempre, conozco, ser esta la divina voluntad, y que los impedimentos están de nuestra parte, con las muchas y continuas ofensas, queprovamos su Justa indignación:…
http://bdh-rd.bne.es/viewer.vm?id=0000013739&page=1
Jesus Mª
Señor
Doy a VM la enorabuena deaversabído queserrindio la ciudad de Bolduque, inoJuzgo, por pequeño estebeneficio del Altisimo, quando ningunodignamente le merecemos, i porque los menores favores desumano agradecidos, son prendas y principio de otros maiores, yo deseo aiudar a VM eneste agradecimiento, paraqueno se retire la mano delseñor deasistir a VM, icontinue estavictoria, conotras muchas y maiores, siempre, conozco, ser esta la divina voluntad, y que los impedimentos están de nuestra parte, con las muchas y continuas ofensas, queprovamos su Justa indignación:…
http://bdh-rd.bne.es/viewer.vm?id=0000013739&page=1
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
Varias localizaciones
Egipto
Una vez más la población del reino había caído drásticamente tras la conquista española. Aunque la propia conquista fue poco cruenta, y las bajas se concentraron principalmente entre las tropas movilizadas, la epidemia de 1643 ocasiono entre 400 y 700.000 muertos en un reino cuya población ya había sufrido la epidemia de 1619. Para empeorar las cosas, esas muertes se cebaron principalmente en los campamentos de los trabajadores sometidos a castillaje de religión musulmana, lo que causo un desbarajuste en la proporción de hombres-mujeres entre esa población, justo cuando se promulgaron leyes contra la poligamia.
Automáticamente decenas de miles de mujeres musulmanas perdieron la esperanza de contraer matrimonio, ocasionando fuertes tensiones entre dicha población. Estos padecimientos unidos a los fuertes aumentos de impuestos a los musulmanes, desencadenó el aumento de la emigración de la antigua clase dominante musulmana, que malvendió sus posesiones antes de viajar a tierras del islam. Con todo ello en menos de cinco años la población Egipto cayó a poco más de dos millones de habitantes, de los que casi la mitad eran cristianos y judíos. Esto fue visto como una oportunidad por los gobernantes españoles que promovieron los matrimonios de soldados con egipcias como forma de cristianización…
Alejandría
La ciudad y todo Egipto se habían convertido en un gran cuartel militar de los ejércitos de España, tan solo por detrás en tropas de Flandes y la propia España. Una guarnición de dieciocho mil soldados, repartidos entre los fuertes conocidos como “Los doce apóstoles”, había sido reforzada por la llegada de nueve mil mercenarios llegados de Europa. Tropas capturadas en las campañas del norte a las que se había dado la oportunidad de cambiar de patrón y alejarse de Europa como forma de reducir su influencia en la guerra.
A estas tropas se unieron más tarde varios miles de veteranos españoles. Cerca de cinco mil soldados mayores de cuarenta años, que fueron encuadrados en nuevos batallones y enviados a Egipto junto a sus familias. A todos ellos se les habían prometido tierras en las Indias y se les concedió el permiso para llevar de dos a cuatro trabajadores con ellos dependiendo de sus hojas de servicio. Con ello se esperaba que aunque un soldado fuese mal agricultor o ganadero, tuviese lo necesario para colonizar las nuevas tierras y apegarse a la tierra, donde formaría parte de su guarnición tras la conquista.
Durante esos años miles de soldados se pusieron a buscar esposa y trabajadores tanto en España como en Europa, encontrándolos en numerosas ocasiones entre los católicos de la zona de Alemania, tan castigada por las guerras de religión que se libraban en aquel lugar. Ahora, formados en batallones, los soldados esperaban su orden de embarque rumbo a Diu y Bombay, pero también a la holandesa Batavia o la isla Formosa.
Suez
Una pequeña flota se mantenía a la espera de que mejorase el clima con la llegada de la primavera. Cuando eso ocurriese zarparían para llevar un batallón directamente a Batavia, donde se deberían apoderar de la fortaleza portuguesa y con ello del comercio de las especias. Para ello se habían reunidos cuatro fragatas tres bergantines y una decena de galeones, en los que embarcarían los mil doscientos soldados, veinte cañones y ochenta caballos que formarían parte de la brigada al mando del maestre González de Urrutia.
Tropas más que suficientes como para rendir aquel enclave portugués, si todo iba bien, en dos meses embarcarían para dirigirse directamente al estrecho de Malaca. Pero para eso, los carpinteros del puerto tenían que asegurarse del estado de los buques, por lo que se trabajaba intensamente en ellos.
Sevilla
—Como podéis ver está en edad de merecer y tiene buenas caderas, perfectas para tener hijos fuertes y sanos. —dijo el hombre.
—Eso está bien, pero ¿Tiene carácter? Si la desposo habrá de manejar los asuntos del hogar mientras yo permanezca en filas, y tendrá que controlar a los trabajadores que tengamos en casa.
—¡Perded cuidado! Todas las mujeres de la familia son puro fuego. —explicó desatando una carcajada el soldado.
—Bien, me han concedido diez jornales de tierra y permiso para llevar dos trabajadores (con sus esposas) conmigo. Según me han dicho son tierras perfectas para el cultivo del algodón, un cultivo que está en auge y que cuando empecemos a cosecharlos nos reportara buenos ingresos.
—Os aseguro que el trabajo duro no asusta a mi hija. —respondió el hombre con la esperanza de acordar el matrimonio de su hija con aquel soldado. Con ello lograría un buen matrimonio que mejoraría sustancialmente la posición social de su hija…
Egipto
Una vez más la población del reino había caído drásticamente tras la conquista española. Aunque la propia conquista fue poco cruenta, y las bajas se concentraron principalmente entre las tropas movilizadas, la epidemia de 1643 ocasiono entre 400 y 700.000 muertos en un reino cuya población ya había sufrido la epidemia de 1619. Para empeorar las cosas, esas muertes se cebaron principalmente en los campamentos de los trabajadores sometidos a castillaje de religión musulmana, lo que causo un desbarajuste en la proporción de hombres-mujeres entre esa población, justo cuando se promulgaron leyes contra la poligamia.
Automáticamente decenas de miles de mujeres musulmanas perdieron la esperanza de contraer matrimonio, ocasionando fuertes tensiones entre dicha población. Estos padecimientos unidos a los fuertes aumentos de impuestos a los musulmanes, desencadenó el aumento de la emigración de la antigua clase dominante musulmana, que malvendió sus posesiones antes de viajar a tierras del islam. Con todo ello en menos de cinco años la población Egipto cayó a poco más de dos millones de habitantes, de los que casi la mitad eran cristianos y judíos. Esto fue visto como una oportunidad por los gobernantes españoles que promovieron los matrimonios de soldados con egipcias como forma de cristianización…
Alejandría
La ciudad y todo Egipto se habían convertido en un gran cuartel militar de los ejércitos de España, tan solo por detrás en tropas de Flandes y la propia España. Una guarnición de dieciocho mil soldados, repartidos entre los fuertes conocidos como “Los doce apóstoles”, había sido reforzada por la llegada de nueve mil mercenarios llegados de Europa. Tropas capturadas en las campañas del norte a las que se había dado la oportunidad de cambiar de patrón y alejarse de Europa como forma de reducir su influencia en la guerra.
A estas tropas se unieron más tarde varios miles de veteranos españoles. Cerca de cinco mil soldados mayores de cuarenta años, que fueron encuadrados en nuevos batallones y enviados a Egipto junto a sus familias. A todos ellos se les habían prometido tierras en las Indias y se les concedió el permiso para llevar de dos a cuatro trabajadores con ellos dependiendo de sus hojas de servicio. Con ello se esperaba que aunque un soldado fuese mal agricultor o ganadero, tuviese lo necesario para colonizar las nuevas tierras y apegarse a la tierra, donde formaría parte de su guarnición tras la conquista.
Durante esos años miles de soldados se pusieron a buscar esposa y trabajadores tanto en España como en Europa, encontrándolos en numerosas ocasiones entre los católicos de la zona de Alemania, tan castigada por las guerras de religión que se libraban en aquel lugar. Ahora, formados en batallones, los soldados esperaban su orden de embarque rumbo a Diu y Bombay, pero también a la holandesa Batavia o la isla Formosa.
Suez
Una pequeña flota se mantenía a la espera de que mejorase el clima con la llegada de la primavera. Cuando eso ocurriese zarparían para llevar un batallón directamente a Batavia, donde se deberían apoderar de la fortaleza portuguesa y con ello del comercio de las especias. Para ello se habían reunidos cuatro fragatas tres bergantines y una decena de galeones, en los que embarcarían los mil doscientos soldados, veinte cañones y ochenta caballos que formarían parte de la brigada al mando del maestre González de Urrutia.
Tropas más que suficientes como para rendir aquel enclave portugués, si todo iba bien, en dos meses embarcarían para dirigirse directamente al estrecho de Malaca. Pero para eso, los carpinteros del puerto tenían que asegurarse del estado de los buques, por lo que se trabajaba intensamente en ellos.
Sevilla
—Como podéis ver está en edad de merecer y tiene buenas caderas, perfectas para tener hijos fuertes y sanos. —dijo el hombre.
—Eso está bien, pero ¿Tiene carácter? Si la desposo habrá de manejar los asuntos del hogar mientras yo permanezca en filas, y tendrá que controlar a los trabajadores que tengamos en casa.
—¡Perded cuidado! Todas las mujeres de la familia son puro fuego. —explicó desatando una carcajada el soldado.
—Bien, me han concedido diez jornales de tierra y permiso para llevar dos trabajadores (con sus esposas) conmigo. Según me han dicho son tierras perfectas para el cultivo del algodón, un cultivo que está en auge y que cuando empecemos a cosecharlos nos reportara buenos ingresos.
—Os aseguro que el trabajo duro no asusta a mi hija. —respondió el hombre con la esperanza de acordar el matrimonio de su hija con aquel soldado. Con ello lograría un buen matrimonio que mejoraría sustancialmente la posición social de su hija…
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Un soldado de cuatro siglos
Valencia
En una taberna del puerto
—He visto los palacios que el marques Llopis está construyéndose en la ciudad nueva. ¿Para qué querrá el marques tantos palacios? —pregunto un parroquiano antes de cantar las cuarenta. Se refería claro está a los palacios que Pedro estaba construyéndose en una calle cercana a la avenida del palacio en la llamada ciudad nueva, la ciudad de lujo que estaba naciendo extramuros cerca del palacio real.
—¿Quién sabe? Cosas de ricos. —respondió su pareja justo antes de robar.
—Tiene varios hijos, supongo que alguno será para ellos, así les asegurara el futuro. —comentó otro de los jugadores como si tal cosa, asintiendo el resto.
No demasiado lejos de allí, un grupo de obreros trabajaban con rapidez en uno de los palacios del marqués del Puerto. El edificio contaba con un jardín en el que destacaba un naranjo por el que era conocido oficiosamente como el “palacio del naranjo”.
Aunque el palacio estaba recubierto de andamios y grúas, era en el interior de la construcción donde se trabajaba con en aquellos momentos, pues dos caldereros preparaban unos extraños aparejos de hierro que asombraban a las gentes que los veían, sobre todo cuando descubrían que aquellos extraños aparatos debían calentar todo el palacio sin necesidad de instalar chimeneas en todas las habitaciones. Era solo un nuevo ejemplo de que los tiempos estaban cambiando.
Mientras tanto un grupo de obreros trabajaba en la oscuridad en un recodo apartado de las alcantarillas en el que estaban instalando unos extraños tubos, casi bajo el propio palacio. Aquella extraña cámara, casi oculta a la vista, era una habitación cuadrada en la que se había instalado un tubo para entrar aire desde el exterior.
Lublin, Republica de las dos Naciones
El rey Vladislao se reunió con su hermano Juan Casimiro. Quería que juan viajase hasta España para recabar ayuda del monarca católico para reformar su ejército de forma semejante a como lo estaban haciendo en el Imperio. Él mismo había viajado por toda Europa una década atrás, sirviendo esos viajes para modernizar el ejército polaco. El propio Juan había tratado de alistarse en el ejército español en el Mediterráneo en 1638, sin embargo fue reconocido por agentes franceses y detenido, pasando dos años preso antes de ser liberado y regresar a Polonia.
Era por lo tanto la oportunidad perfecta para regresar a España como embajador. El rey Vladislao era consciente de los nuevos avances españoles. Avances que parecían haber dejado anticuadas las formaciones de piqueros y mosqueteros. Juan viajaría hasta España en primavera con plenos poderes para negociar. Mientras tanto Vladislao enviaría un mensaje para anunciar la embajada y poner en antecedentes al rey Felipe.
En una taberna del puerto
—He visto los palacios que el marques Llopis está construyéndose en la ciudad nueva. ¿Para qué querrá el marques tantos palacios? —pregunto un parroquiano antes de cantar las cuarenta. Se refería claro está a los palacios que Pedro estaba construyéndose en una calle cercana a la avenida del palacio en la llamada ciudad nueva, la ciudad de lujo que estaba naciendo extramuros cerca del palacio real.
—¿Quién sabe? Cosas de ricos. —respondió su pareja justo antes de robar.
—Tiene varios hijos, supongo que alguno será para ellos, así les asegurara el futuro. —comentó otro de los jugadores como si tal cosa, asintiendo el resto.
No demasiado lejos de allí, un grupo de obreros trabajaban con rapidez en uno de los palacios del marqués del Puerto. El edificio contaba con un jardín en el que destacaba un naranjo por el que era conocido oficiosamente como el “palacio del naranjo”.
Aunque el palacio estaba recubierto de andamios y grúas, era en el interior de la construcción donde se trabajaba con en aquellos momentos, pues dos caldereros preparaban unos extraños aparejos de hierro que asombraban a las gentes que los veían, sobre todo cuando descubrían que aquellos extraños aparatos debían calentar todo el palacio sin necesidad de instalar chimeneas en todas las habitaciones. Era solo un nuevo ejemplo de que los tiempos estaban cambiando.
Mientras tanto un grupo de obreros trabajaba en la oscuridad en un recodo apartado de las alcantarillas en el que estaban instalando unos extraños tubos, casi bajo el propio palacio. Aquella extraña cámara, casi oculta a la vista, era una habitación cuadrada en la que se había instalado un tubo para entrar aire desde el exterior.
Lublin, Republica de las dos Naciones
El rey Vladislao se reunió con su hermano Juan Casimiro. Quería que juan viajase hasta España para recabar ayuda del monarca católico para reformar su ejército de forma semejante a como lo estaban haciendo en el Imperio. Él mismo había viajado por toda Europa una década atrás, sirviendo esos viajes para modernizar el ejército polaco. El propio Juan había tratado de alistarse en el ejército español en el Mediterráneo en 1638, sin embargo fue reconocido por agentes franceses y detenido, pasando dos años preso antes de ser liberado y regresar a Polonia.
Era por lo tanto la oportunidad perfecta para regresar a España como embajador. El rey Vladislao era consciente de los nuevos avances españoles. Avances que parecían haber dejado anticuadas las formaciones de piqueros y mosqueteros. Juan viajaría hasta España en primavera con plenos poderes para negociar. Mientras tanto Vladislao enviaría un mensaje para anunciar la embajada y poner en antecedentes al rey Felipe.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
Campamento español, sureste de Róterdam
Salvador entró en la tienda de mando sin anunciarse, como correspondía al hombre de confianza del general, solo para encontrar a este inclinado sobre su mesa leyendo a la luz de un quinqué. Pedro le hizo una seña para que se sentase y esperase mientras acababa de leer.
—¿Buenas noticias? —preguntó Salvador cuando Pedro dejo el papel sobre el escritorio.
—Correo de Descartes…—respondió Pedro. Por supuesto Salvador sabía que desde unos años atrás su patrón mantenía correspondencia sobre algunas de sus obras científicas con aquel filósofo y matemático francés, a quien consideraba una de las mentes más brillantes de su época. —¿Traéis algo para mí?
—Hemos recibido correo desde España. —respondió Salvador quien continuo mientras Pedro servía sendas copas de vino, ofreciéndole una, una costumbre de su patrón a la que no se terminaba de acostumbrar. —Su majestad ha ordenado construir en Madrid ministerios de la guerra y la marina a semejanza de los valencianos.
—Ya era don Salvador, ya era hora… si el rey está en Madrid esos ministerios deben estar junto a él para así ofrecerle consejo con rapidez. —dijo Pedro antes de preguntar si había algo más.
—Según parece la campaña naval marcha a buen ritmo y han sido tomadas muchas islas y puertos en nombre del rey, y hasta la llegada del invierno y la retirada de las naves para la invernada, el bloqueo de Portugal se mantuvo con gran éxito. —explico Salvador. —Por ultimo dos noticias diplomáticas. Según parece el sultán se esfuerza mucho para rehacer su ejército y armada.
—Era de esperar. ¿La ultima?
—El rey polaco ha anunciado que va a enviar una embajada a España encabezado por su propio hermano. Quiere ayuda para modernizar su ejército.
—Interesante… Polonia no tiene fronteras con nosotros así que hay pocas posibilidades de que acabemos chocando con ellos. Eso es una gran ventaja pues no nos va a perjudicar. —dijo Pedro. —Avisad a un escribiente. Quiero escribir al ministerio…
Salvador entró en la tienda de mando sin anunciarse, como correspondía al hombre de confianza del general, solo para encontrar a este inclinado sobre su mesa leyendo a la luz de un quinqué. Pedro le hizo una seña para que se sentase y esperase mientras acababa de leer.
—¿Buenas noticias? —preguntó Salvador cuando Pedro dejo el papel sobre el escritorio.
—Correo de Descartes…—respondió Pedro. Por supuesto Salvador sabía que desde unos años atrás su patrón mantenía correspondencia sobre algunas de sus obras científicas con aquel filósofo y matemático francés, a quien consideraba una de las mentes más brillantes de su época. —¿Traéis algo para mí?
—Hemos recibido correo desde España. —respondió Salvador quien continuo mientras Pedro servía sendas copas de vino, ofreciéndole una, una costumbre de su patrón a la que no se terminaba de acostumbrar. —Su majestad ha ordenado construir en Madrid ministerios de la guerra y la marina a semejanza de los valencianos.
—Ya era don Salvador, ya era hora… si el rey está en Madrid esos ministerios deben estar junto a él para así ofrecerle consejo con rapidez. —dijo Pedro antes de preguntar si había algo más.
—Según parece la campaña naval marcha a buen ritmo y han sido tomadas muchas islas y puertos en nombre del rey, y hasta la llegada del invierno y la retirada de las naves para la invernada, el bloqueo de Portugal se mantuvo con gran éxito. —explico Salvador. —Por ultimo dos noticias diplomáticas. Según parece el sultán se esfuerza mucho para rehacer su ejército y armada.
—Era de esperar. ¿La ultima?
—El rey polaco ha anunciado que va a enviar una embajada a España encabezado por su propio hermano. Quiere ayuda para modernizar su ejército.
—Interesante… Polonia no tiene fronteras con nosotros así que hay pocas posibilidades de que acabemos chocando con ellos. Eso es una gran ventaja pues no nos va a perjudicar. —dijo Pedro. —Avisad a un escribiente. Quiero escribir al ministerio…
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
Campamento español, cerca de Amberes
—Caballeros, no sé si conocen al nuevo gobernador, su excelencia Don Manuel de Moura y Corte-Real, marqués de Castel Rodrigo. —presento Pedro al gobernador, recién llegado para sustituir a Francisco de Melo, quien debía regresar a España junto al duque de Albuquerque.
Tras las presentaciones el general Llopis continuó con el tema de la reunión. —Caballeros, el invierno está pronto a terminar, y como bien saben con ello se reanudaran nuestras operaciones contra el enemigo. Antes de hacer planes tenemos que tener en cuenta que también nuestro enemigo retomara sus operaciones, y para lograr la victoria debemos ser capaces de anticiparnos. Para ello debemos ser capaces de responder a preguntas. ¿Qué piensa hacer el enemigo? ¿Cómo pretende hacerlo? ¿Cuándo va a hacerlo? Y por supuesto ¿Dónde pretende hacerlo? Únicamente si logramos responder a esas preguntas encontraremos la mejor forma de emplear nuestras fuerzas imponiendo nuestro propio ritmo.
En estos momentos tenemos cuarenta y un mil seiscientos hombres en disposición de combatir y cuatro mil quinientos enfermos y heridos, que esperemos puedan recuperarse y reintegrarse a filas. De momento vamos a formar dos ejércitos de unos dieciocho mil hombres. Quince mil de caballería unos dos mil quinientos jinetes, con al menos dos docenas de cañones de campaña. El resto de tropas formaran una reserva que situaremos en una posición central, dispuesta a acudir en ayuda tanto al norte como al sur. —terminó Pedro su explicación inicial.
—¿No vamos a proteger nuestras ciudades? —preguntó Ernst, Graf von Isenburg.
—Las protegeremos desde lejos. Si son atacadas, las ciudades deberán cerrar sus puertas y esperar a que acudamos en su ayuda con uno de nuestros ejércitos. El ejército situado al sur deberá enfrentar a los franceses manteniéndose a la defensiva, mientras al norte mantendremos nuestra ofensiva sobre los holandeses. —respondió Pedro.
—Dieciocho mil hombres es muy poco, el traslado de veteranos al sur nos ha perjudicado demasiado. —intervino el maestre Fernando de Quesada, conde de Garciez. —Mientras tanto, tanto franceses como holandeses han reclutado ejércitos superiores a los nuestros y van a atacar.
—Lo sé, de ahí que precisemos anticiparnos. —dijo Pedro marcando una línea con el dedo sobre un mapa. —Pretendo avanzar hacia el norte por estos canales para llegar a los lagos interiores. El mayor peligro al que nos enfrentaremos durante el avance será que los holandeses rompan los diques para detenernos, así que tendremos que tener especial cuidado. Cuando lleguemos a los lagos interiores emplearemos nuestras cañoneras para atacar Ámsterdam y el comercio fluvial holandés desde el interior mientras el resto de las cañoneras actúan desde la costa. Mientras tanto espero que los Imperiales puedan enviar uno de sus ejércitos a Lorena obligando a los franceses a dispersar sus esfuerzos...
—Caballeros, no sé si conocen al nuevo gobernador, su excelencia Don Manuel de Moura y Corte-Real, marqués de Castel Rodrigo. —presento Pedro al gobernador, recién llegado para sustituir a Francisco de Melo, quien debía regresar a España junto al duque de Albuquerque.
Tras las presentaciones el general Llopis continuó con el tema de la reunión. —Caballeros, el invierno está pronto a terminar, y como bien saben con ello se reanudaran nuestras operaciones contra el enemigo. Antes de hacer planes tenemos que tener en cuenta que también nuestro enemigo retomara sus operaciones, y para lograr la victoria debemos ser capaces de anticiparnos. Para ello debemos ser capaces de responder a preguntas. ¿Qué piensa hacer el enemigo? ¿Cómo pretende hacerlo? ¿Cuándo va a hacerlo? Y por supuesto ¿Dónde pretende hacerlo? Únicamente si logramos responder a esas preguntas encontraremos la mejor forma de emplear nuestras fuerzas imponiendo nuestro propio ritmo.
En estos momentos tenemos cuarenta y un mil seiscientos hombres en disposición de combatir y cuatro mil quinientos enfermos y heridos, que esperemos puedan recuperarse y reintegrarse a filas. De momento vamos a formar dos ejércitos de unos dieciocho mil hombres. Quince mil de caballería unos dos mil quinientos jinetes, con al menos dos docenas de cañones de campaña. El resto de tropas formaran una reserva que situaremos en una posición central, dispuesta a acudir en ayuda tanto al norte como al sur. —terminó Pedro su explicación inicial.
—¿No vamos a proteger nuestras ciudades? —preguntó Ernst, Graf von Isenburg.
—Las protegeremos desde lejos. Si son atacadas, las ciudades deberán cerrar sus puertas y esperar a que acudamos en su ayuda con uno de nuestros ejércitos. El ejército situado al sur deberá enfrentar a los franceses manteniéndose a la defensiva, mientras al norte mantendremos nuestra ofensiva sobre los holandeses. —respondió Pedro.
—Dieciocho mil hombres es muy poco, el traslado de veteranos al sur nos ha perjudicado demasiado. —intervino el maestre Fernando de Quesada, conde de Garciez. —Mientras tanto, tanto franceses como holandeses han reclutado ejércitos superiores a los nuestros y van a atacar.
—Lo sé, de ahí que precisemos anticiparnos. —dijo Pedro marcando una línea con el dedo sobre un mapa. —Pretendo avanzar hacia el norte por estos canales para llegar a los lagos interiores. El mayor peligro al que nos enfrentaremos durante el avance será que los holandeses rompan los diques para detenernos, así que tendremos que tener especial cuidado. Cuando lleguemos a los lagos interiores emplearemos nuestras cañoneras para atacar Ámsterdam y el comercio fluvial holandés desde el interior mientras el resto de las cañoneras actúan desde la costa. Mientras tanto espero que los Imperiales puedan enviar uno de sus ejércitos a Lorena obligando a los franceses a dispersar sus esfuerzos...
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