Un soldado de cuatro siglos

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Gaspacher
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Un soldado de cuatro siglos

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Finalizada la tregua de Semana Santa, retomamos las operaciones ucronicas…

Cerca de la frontera alemana, poco antes del amanecer

Los capitanes españoles se congregaron alrededor del general Llopis para recibir sus órdenes. La noche anterior habían hecho contacto con los franceses, produciéndose algunas escaramuzas entre los exploradores de ambos ejércitos, que remitieron al caer la noche. Ahora, tras una noche de dudoso descanso, los soldados de ambos ejércitos se preparaban para la inminente batalla.

—Caballeros, como bien saben el enemigo es mucho más numeroso que nosotros, más incluso de lo que esperábamos. También saben que nuestro segundo ejército viene de camino, pero tardara de tres a cinco días en alcanzarnos, por lo que su participación es imposible. En circunstancias normales retrocederíamos maniobrando para dar tiempo a reagrupar nuestras fuerzas, pero por desgracia estas no son circunstancias normales… —dijo Llopis mirando a los rostros de sus capitanes en medio de un silencio tan denso que podía cortarse. —Debemos impedir a todo trance que los franceses se reúnan con los suecos y holandeses, y por ello estamos obligados a presentar batalla.

Turena, el comandante enemigo, es un joven general que conoce bien su oficio. Para derrotarlo tendremos que ser más inteligentes que él y lograr sorprenderlo. —continuó Llopis al cabo de unos segundos que parecieron interminables. A continuación Llopis desenvaino su espada y trazó varias líneas en el suelo. —Fíjense bien, caballeros. El ejército de Turena formara una línea de batalla aquí. —dijo trazando una larga línea en el suelo. —Como nos duplican en número, su línea será dos veces más larga que la nuestra sin perder profundidad, por lo que Turena lanzara un ataque total con la intención de rodearnos por los flancos y destruirnos por completo.

Es una buena táctica, así que debemos superarla por medio de la inteligencia. Contamos con dos ventajas que debemos aprovechar, el tiempo y la velocidad. —dijo Pedro trazando tres líneas, estás mucho más cortas que la anterior. —Formaremos nuestro ejército en una triple línea habitual. Sé que algunos pensáis que deberíamos sobrextender nuestra línea para presentar batalla a todo el frente enemigo, pero no lo haremos, y no lo haremos, porque no lucharemos aquí.

Escuchen bien porque esto es lo que haremos. Cuando el enemigo finalice su despliegue y empiece a avanzar sobre nosotros, ordenaremos izquierda y empezaremos la marcha a paso acelerado para abandonar el campo de batalla por la izquierda. Quiero dos líneas de infantería en nuestra derecha, a continuación la artillería con los coraceros, y los dragones a nuestra izquierda, quedando a sotafuego. —dijo ante el asombro de los capitanes. —Pero no se preocupen, porque vamos a atacar. —dijo con una sonrisa maliciosa en su rostro.

Aunque el enemigo ha reducido la proporción de piqueros, su número aún es muy elevado, y de todas formas los cuadros son muy lentos. Además controlar un ejército de ese tamaño, tan extendido sobre el terreno será muy complicado para el enemigo. Por lo tanto abandonaremos en frente por la izquierda antes de dirigirnos al flanco enemigo serpenteando por entre aquellos bosquecillos de nuestra izquierda. Cuando estemos en el flanco enemigo haremos derecha y con un rápido movimiento habremos creado una nueva línea del frente que los franceses no podrán igualar. En ese momento nosotros estaremos formados en línea, mientras los franceses estarán formados en un estrecho frente pero con mucha profundidad, perfecto para castigarlo con nuestra artillería y para destrozarlo poco a poco. —Mientras hablaba había estado dibujando en el suelo varios trazos a punta de espada. De forma que ahora el ejército español aparecía formado a la izquierda del francés en una suerte de extraña T.

—Mi general, esa maniobra no está exenta de peligros. —dijo el de Caracena. —Si el enemigo hace derecha podrán atacarnos concentrando su fuerza en un único punto.

—Toda batalla es un riesgo. —respondió Llopis. —Esperemos que la dificultad de coordinar un ejército de ese tamaño se muestre también en esta ocasión. Además, no podrán contar con la intervención de su artillería pues tendrán que moverla a brazo hasta nuevos emplazamientos.

—Mi general, dijo vuesa excelencia que Turena es un buen conocedor de su oficio. —intervino Visconti. —¿No se dará cuenta del peligro de nuestro movimiento y tratara de impedirlo?

—Sin duda lo hará, caballeros. Por ello debemos ser especialmente cuidadosos. Si Turena actúa como creo, enviara su caballería para tratar de interceptarnos. Debemos rechazarla a pie firme, sin dejar de avanzar. Que la unidad afectada haga derecha para rechazar el ataque, y en cuanto lo logre vuelva a hacer izquierda y continúe el avance a paso redoblado. Vuesas mercedes deberán esforzarse al máximo para adelantarse a los peligros y para que nadie quede atrás.

Hoy el tercio de Nápoles formara a nuestra izquierda de forma que cuando hagamos izquierda encabezara la marcha y su desempeño será vital para abrirle paso al ejército. El de Sicilia estará a la derecha, de forma que cerrara la marcha y deberá proteger nuestra retaguardia. Una tarea ingrata, pero aún más vital que la de vanguardia. Si el Sicilia cede…

—No cederá, mi general. —intervinieron al unísono los capitanes del Sicilia.

—Estoy convencido de ello…dividiremos los tiradores del maestrazgo en dos compañías, una para el Sicilia y otra para el Nápoles… no habrá más ayuda…

¡Prepárense, caballeros!...


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La batalla…

…tras unos primeros instantes de duda, Turena pudo comprobar que el movimiento español no era una retirada sino un movimiento táctico que pretendía colocarse en su flanco. Tras observar como el ejército español abandonaba el campo de batalla haciendo caso omiso a los disparos de la artillería francesa, se convenció de la peligrosidad del movimiento español. Sabiendo que si lo lograban, podría cargar sobre su flanco, Turena ordenó a su propio ejército que se redesplegase para reforzar su flanco derecho presentando un nuevo frente. Sin embargo los cuadros de piqueros eran lentos en actuar, por lo que mientras enviaba mensajeros con órdenes para sus fuerzas, ordenó a la caballería croata y francesa que cargase sobre el flanco español.

La caballería cargo con valor, pero los batallones españoles se limitaron a hacer derecha para presentarles frente, disparando sucesivas descargas que lograron rechazar el ataque. Sin embargo las cargas se sucedieron en varias ocasiones. Casi cuarenta minutos más tarde en la tercera carga lanzada por el regimiento de caballería pesada de la gendarmería, el frente español se rompió. Esto ocurrió cuando el tercio valón de Verdugo se detuvo para hacer frente al ataque y su maniobra no fue advertida por la unidad que la precedía en la marcha, el regimiento alemán de von Thoma, que continuó su marcha a paso redoblado.

El peligro era ahora evidente y los jinetes croatas afluyeron a la brecha, por fortuna el regimiento de coraceros de “Ordenes Militares” cargó sobre estos logrando derrotarlos, dando tiempo al tercio de Verdugo para recomponer el frente al retomar su lugar en la columna.

A las once de la mañana el general Llopis considero que el ejército español se había trasladado a un punto en el que disponía de ventaja, ordenando alto y derecha para dar frente al ejército francés. En ese momento tan solo había dos cuadros del ejército francés frente a la línea española, y se advertía como todo el frente francés se había desorganizado a causa de la lenta reacción francesa, cuyos lentos cuadros, más preparados para avanzar linealmente que para maniobrar en un campo de batalla, lastraban su reacción.

Sin perder tiempo Llopis concedió a sus hombres unos minutos de descanso mientras la artillería se colocaba en posición e iniciaba el bombardeo sobre las fuerzas francesas, cuyos cuadros no tardaron en mostrar los efectos del bombardeo. Momentos más tarde la infantería española empezaba a avanzar, atrapando dos de los cuadros en una pinza a los que no tardaron en descomponer con sus disparos.

Aquello convenció a Turena de la imposibilidad de lograr la victoria. Aunque la artillería de su flanco derecho había logrado colocarse en posición de disparo, la artillería del centro y de la izquierda, que tenía que ser movida a brazo por el campo de batalla, estaba lejos de poder intervenir en el combate. Otro tanto ocurría con sus cuadros de infantería, que tras unos primeros momentos de desorden estaban dirigiéndose hacia la derecha, pero lo hacían en bloques casi separados que de seguir así permitirían a los españoles destrozarlos uno a uno.

Aquello lo que decidió a retirarse para salvar su ejército, ordenando a los cuadros del flanco derecho y a las fuerzas mercenarias, principalmente croatas y escoceses, que aguantasen en la derecha mientras evacuaba el resto del ejército. Una carga de caballería española fue rechazada por la gendarmería, sin embargo el ejército francés estaba a un paso de desmoronarse.

En el flanco derecho los soldados escoceses lucharon con valor ganando un tiempo precioso que permitió a Turena escapar con el grueso de su ejército. Esto convenció finalmente a los comandantes escoceses y croatas de rendir sus fuerzas a las fuerzas españolas, que lograron capturar seis banderas y apoderarse de siete cañones y varios carros de suministros.

Llopis ordenó a sus dragones que persiguieran al enemigo, sin embargo el ejército francés había logrado escaparse con relativa limpieza y conservaba su fuerza, por lo que no pudo llevar la persecución al extremo y tuvo que detenerse mientras los franceses se movían velozmente hacia el sur.


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Campamento español, cerca de Helmond.

El ejército español se había desplazado al norte para interceptar el avance sueco-holandés hacia Eindhoven, acampando a la orilla de un bosquecillo que allí había. Para ese momento el ejército español se había reducido en cerca de dos mil hombres a causa de las pérdidas sufridas en la batalla de Masstricht que había tenido lugar tres días antes. El terreno era prácticamente llano, con solo unas pocas ondulaciones prácticamente inapreciables. Al norte el ejército combinado sueco-holandés avanzaba con decisión hacia allí, mientras el ejército francés permanecía en algún lugar al sur, desplazándose al mando del general francés Turena.

—Los herejes han acampado a una legua y media de aquí y vienen dispuestos a dar pelea. Creo que atacaran mañana. —dijo el marqués de Caracena.

—Era de esperar, su número les hace confiar en la victoria. —respondió Pedro con voz neutra, transmitiendo calma a sus oficiales. —Los suecos y holandeses no me preocupan en demasía, confío en nuestros hombres y en su capacidad de vencer. El peligro es que Turena logre encontrarnos y atacarnos al mismo tiempo que los holandeses.

—¿No se habrá retirado al sur?—preguntó el coronel Vixconti, la derrota tiene que haberles pesado y querrán retirarse a su nación.

—En circunstancias normales lo harían, pero Turena es un buen conocedor de su oficio. Tened por seguro que conoce que cada instante que permanezca en este lugar, aumentan las facilidades que ofrece a los suecos y holandeses aun sin necesidad de presenciar batalla.

—¿Entonces qué haremos? —preguntó Caracena.
Pero nuestros exploradores han perdido la pista a los franceses y no sabemos dónde está Turena. —intervino Caracena. —¿Qué hacemos?

—Mañana tendremos que librar la batalla dejando una reserva capaz de reaccionar para el caso de un ataque francés… el tercio de Nápoles es el que más personal tiene, mucho me temo que mañana no participaran en la batalla.

—Mi general, el tercio bajo mi mando tiene poco más de mil doscientos hombres, son apenas suficientes para decidir esta batalla, pero demasiado pocos para detener a los franceses. —dijo el maestre Jorge de Castellví.

—Os daré la mitad de los tiradores del maestrazgo, y dispondré que los dragones, que estarán en reserva, estén prontos a reforzaros…
Para bien o para mal, ¡Mañana decidiremos la guerra!


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Puesto de mando español, dos horas antes del amanecer

—¡Excelencia, excelencia! —llamó Salvador para despertar a Pedro al mismo tiempo que graduaba el quinqué para que iluminase al máximo. —Es la hora.

Con un suspiro Pedro se incorporó al tiempo que se cubría los ojos con una mano para frotarse las sienes a continuación. Unos segundos más tarde y ya despierto, por fin estuvo en disposición de reaccionar, algo en lo que ayudaba el amargo aroma de café que venía de algún lugar de la tienda de campaña.

—Gracias, Don Salvador. —dijo Pedro dirigiéndose directamente a por el café al tiempo que le ofrecía uno a Salvador. Ya con el café en la mano se dirigió a la mesa de “operaciones”, sobre la que descansaba un mapa, más bien un croquis, de toda la zona, así como múltiples estadillos de las unidades e incluso informes de inteligencia sobre las fuerzas enemigas. —¿Sabemos algo del enemigo? —preguntó por fin Pedro.

—Los últimos informes traídos por los cazadores indican que hace una hora estaban en su campamento a algo más de una legua de aquí. Pusieron doble guardia, pero aún no hay indicios de preparativos para la batalla.

—Eso significa que no atacaran a primera hora, y es bueno, nos da algo de tiempo para preparar nuestras defensas. —respondió Pedro mientras tomaba un frugal desayuno bien regado con café. —¿Sabemos algo de Turena o de Fontaine? ¿No? Bueno…si el tiempo lo permite que los aerostatos se eleven una hora antes del amanecer de forma que ya estén altos cuando amanezca. Debemos impedir ser atrapados entre dos frentes…

Veamos entonces. —dijo cogiendo una pluma estilográfica para empezar a escribir las ordenes que en una hora serían entregadas a las distintas unidades del ejército, mientras las comentaba con su ayudante, Salvador.

—Que los de Nápoles talen árboles para empezar a fabricar erizos (caballos de Frisia), y cubran el flanco con ellos. Los tiradores del maestrazgo pueden ayudarles, pero su función principal debe ser explorar para evitar que nos sorprendan. —dijo pasándole las respectivas órdenes a Salvador. —He visto que cerca del camino, a media legua de las posiciones del Nápoles hay un molino holandés. Que instalen en él un puesto de guardia avanzado y comprueben si es un molino para desecar el terreno o uno de molienda, si llegase el enemigo por allí el molino podría sernos de utilidad de más de una forma...

—Para el resto, colocaremos la artillería desplazada sobre nuestra derecha, de forma que en caso necesario pueda cambiar de posición con facilidad. Que los artilleros rellenen fajinas para proteger los cañones y crear una batería fortificada. Cuando aparezca el enemigo, podremos empezar a batirlo a máximo alcance. El objetivo inicial deben ser los jinetes enemigos por ser un blanco de mayor tamaño, pero no duden en disparar sobre la artillería enemiga o sus carros si se da la posibilidad. —dijo ahora pasando la consiguiente orden a Salvador. —Los disparos sobre la infantería no deben empezar, salvo orden en contra, hasta cuando estén a unas mil o mil quinientas varas de las piezas.

—En cuanto la infantería, sus comandantes deben elegir sus posiciones cuidadosamente. Sé que este es un terreno muy llano, pero que busquen aunque sea la más pequeña ondulación del terreno y se sitúen tras ella. Eso les permitirá tenderse en el suelo durante el intercambio de artillería y mantenerse a salvo de ella. Sé que hay hombres que lo consideran casi una cobardía, pero ya lo hicieron en Nordlingen y podemos repetirlo aquí. Ya habrá tiempo de luchar. La otra mitad de los tiradores del maestrazgo deberá ocupar el bosquecillo de nuestra derecha. Quiero que estén allí antes de amanecer, y qué aprovechen todo el tiempo posible para construir obstáculos y protecciones. Ya sabe, estacadas, muros de troncos, ese tipo de cosas…

—Por último la caballería. Que se refugie en el bosquecillo y se mantenga atenta a mis órdenes.


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El combate se había desatado en el bosquecillo de la derecha, desde donde los tiradores españoles hostigaban las líneas enemigas con sus mosquetes rayados, unas armas que les permitían disparar con una aceptable precisión a distancias de varios cientos de varas. La respuesta holandesa no se hizo esperar, y pronto enviaron varios escuadrones para intentar desalojar a aquellos hombres.

Poco después la artillería sueco-holandesa abrió fuego, momento en el que la infantería se tendió en el suelo para tratar de sustraerse a los disparos. No tardó la artillería española en responder, en un intento de acallar a la artillería enemiga que en aquellos momentos alineaba una treintena de cañones de diversos calibres. la batalla había comenzado, y desde las posiciones españolas se podía ver con claridad como los suecos y holandeses formaban sus escuadrones dispuestos a atacar.

En pie en el centro del dispositivo español, Pedro seguía las evoluciones del combate con ayuda de su catalejo, observando con preocupación el avance enemigo sobre el bosque. Por fortuna los tiradores del maestrazgo estaban entre las mejores tropas de su ejército. Se trataba de hombres reclutados en las agrestes tierras de los maestrazgos valencianos y turolenses, y por lo tanto estaban acostumbrados desde niños a moverse por algunas de las zonas más duras de España. A este hecho se unía el que habían sido equipados y entrenados personalmente por él mismo, y como tales tenían la máxima experiencia a la hora de actuar utilizando el orden abierto y combatiendo en binomios. Una formación que maximizaba su efectividad al enfrentarse a las cerradas formaciones enemigas en aquel terreno.

Una voz a su izquierda lo saco de su ensimismamiento. La caballería sueca había lanzado un ataque sobre su flanco, intentando sin duda llegar hasta su letal artillería. Aquella fue la señal para que la infantería se pusiese en pie y se aprestase para la defensa, enfrentando sus mosquetes a los caballos que se abalanzaban sobre ellos. Momentos después la infantería recibió a la caballería con tres rápidas descargas cerradas en cuanto la caballería llegó a unas cien varas de ella. Los efectos de las descargas fueron devastadores, y decenas de jinetes cayeron derribados, alcanzados ellos o sus monturas.

La caballería había sido rechazada en su primer ataque, pero la mañana seguía avanzando y la infantería enemiga parecía dudar en avanzar. Posiblemente por la presencia de los tiradores en su flanco y mientras la artillería española no estuviese anulada.

—¿Por qué no atacan? —preguntó el marqués de Caracena. —Tienen que saber que son ampliamente superiores en número.

—Posiblemente no se pongan de acuerdo el sueco y Enrique. —respondió Pedro. —Son problemas que pueden surgir en ejércitos con doble mando. Diría que el sueco quiere lanzar un ataque frontal apoyado por su artillería para arrasarnos, pero el holandés quiere esperar hasta que logren asegurar el bosque de su flanco.

Y desde luego así parecía. Mientras se luchaba en el bosque la artillería siguió intercambiando disparos sin lograr ninguna ventaja aparente. Aunque la artillería española era inferior en numero su calidad era muy superior a la enemiga, y gracias a sus balas prerrayadas tenía una mayor precisión que le permitió desmontar tres cañones enemigos y castigar a algunos de sus cuadros. Por supuesto también la artillería enemiga logró algunos éxitos, y aunque la infantería sufrió pocos daños gracias a haberse tendido en el suelo, no pudieron evitar sufrir varias bajas entre los artilleros y ver como uno de sus cañones era desmontado.

—Parece que van a retirarse. —dijo Pedro mirando con detenimiento el despliegue enemigo.

—¿Van a huir? —preguntó alguien a su espalda.

—Lo dudo mucho. No se han empeñado en el combate y conservan toda su fuerza. Diría que van a retroceder para intentar flanquearnos. Sin embargo ese repliegue es un momento de gran peligro para el enemigo. Si cometen algún error lo aprovecharemos. Enviad mensajes a todas las unidades. Que esperen la orden de avanzar.

La oportunidad por fin surgió una hora después. Las tropas suecas que se replegaban se cruzaron en la trayectoria de su artillería que se vio obligada a callar, exponiéndose a un ataque frontal.

—Mi general, señales de los aerostatos. —dijo Vixconti llamando la atención de Pedro cuando estaba dispuesto a ordenar el ataque. Aquello detuvo la orden mientras esperaba las noticias. Uno de los aerostatos, el que había dado la alarma, lanzó una botella con un mensaje sujeta a una argolla a través de su cuerda cautiva. Pocos segundos más tarde el mensaje estaba en el suelo y en manos de un jinete que galopó para llevar el mensaje.

“Un ejército se aproximaba desde el sur”


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La noticia acabó con cualquier posibilidad de lanzar un ataque en aquel preciso momento. De inmediato Pedro tomó las medidas necesarias para rechazar a un nuevo enemigo que apareciese desde el sur, mientras enviaba las unidades de dragones para reconocer el terreno al sur. Sin duda el reconocimiento aéreo era vital para las operaciones, pero para un reconocimiento cercano nada superaba en utilidad a las unidades de caballería ligera.

Dos horas más tarde por fin regresaron los primeros mensajeros enviados por sus exploradores y por fin pudo respirar tranquilo. Aquel ejército situado al sur era el segundo ejército español al mando de Fontaine, y se dirigía a marchas forzadas hacia su posición y sin duda llegaría en unas horas. Por desgracia aquel momento de duda había ocasionado que la ocasión de atacar desapareciese, permitiendo a suecos y holandeses retirarse por donde habían llegado. De todas formas no estaba preocupado, en cuanto se reuniese con Fontaine podría alinear un ejército capaz de enfrentarse en superioridad y derrotar a cualquier enemigo que se cruzase en su camino.

Dos horas más tarde el segundo ejército por fin alcanzaba sus posiciones y podía conferenciar con Fontaine. Este le explico que se habían encontrado con una pequeña fuerza francesa dos días atrás derrotándola, posiblemente alguna unidad desgajada del ejército de Turena tras la derrota de este días atrás. tras aquel combate supo que Turena estaba dirigiéndose al este con intención de superar a las fuerzas españolas para entrar en Alemania y así contactar con los ejércitos suecos y holandeses, por lo que había marchado hacia allí con la intención de interceptarlo. En esas estaba cuando al marchar durante ese mañana, habían escuchado los estampidos de los cañones y habían acudido con decisión hacia la zona.

Era hora de decidir las medidas a adoptar para el día siguiente. Al amanecer el 2º Ejército al mando de Fontaine perseguiría al enemigo intentando obligarlo a entablar batalla, mientras Pedro marcharía con su ejército por la derecha, haciendo de pantalla por si llegaba Turena, y a la espera de poder caer sobre el flanco enemigo si este presentaba batalla…


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Mi guerra en Flandes, Diario de Pedro de Llopis

Al amanecer nos pusimos en marcha para buscar batalla con los suecos y holandeses, que por su parte estaban intentando flanquearnos. Detrás se quedó el marqués de Caracena al mando de los tercios viejos de Nápoles y Sicilia y dos compañías de tiradores del maestrazgo, reforzados para la ocasión con varios escuadrones de dragones y cuatro cañones. Una fuerza que debía cerrarle el paso a Turena si este trataba de acudir al norte en apoyo de las fuerzas enemigas.

Aquel primer día el general Fontaine logró entablar contacto con las fuerzas enemigas, aunque estas parecían remisas a aceptar la batalla. Mientras tanto el ejército bajo mi mando se colocó a unas dos leguas del flanco enemigo, amenazándolo desde su izquierda. Sin embargo el enemigo siguió sin aceptar la batalla, y a la mañana siguiente volvieron a ponerse en marcha hacia el norte, alejándose de Fontaine y de sus posibles aliados franceses.

Una vez más nos pusimos en marcha para tratar de forzar la batalla, cosa que no logramos pues el enemigo avanzó a marchas forzadas hacia el norte. Sin embargo al caer la noche nos encontramos con varias partidas de mercenarios alemanes que se habían separado del ejército enemigo. A estos si pudimos batirlos por separado logrando rendirlos tras unos breves combates.

Era solo el principio y a la mañana siguiente nos dimos cuenta que el ejército enemigo se estaba fracturando. Faltos de pagas muchos mercenarios parecían estar buscando la forma de regresar a Alemania, y la disensión parecía haber aparecido entre las filas enemigas pues los ejércitos holandés y sueco empezaron a separarse. Un problema al que se unía el que muchas de las levas holandesas parecían estar desertando para regresar a sus hogares. Estábamos logrando la victoria sin necesidad de disparar un solo tiro…


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La Rosa de los Vientos; hoy entrevistamos al historiador C. Neville

Presentador; J. Anguita
Usted ha afirmado que la guerra de los ochenta años acabo como un anticlimax.

C. Neville; Si, así es. Tras décadas de guerra y aunque el ejército holandés aún era fuerte, sus tropas se disgregaron sin presentar batalla mientras se retiraban hacia el norte tras fracasar en su intento de enlazar con los franceses, siendo capturados muchos enseres y cañones por los españoles que les perseguían.

Después de eso, los holandeses fueron dejados a su suerte por franceses y suecos que tenían sus propios problemas, y las fortalezas y ciudades que aún resistían fueron cayendo una tras otra.

J.A; ¿Los nuevos morteros de asedio introducidos por España para esa campaña fueron decisivos?

C.N; Sin duda ayudaron mucho a convencer a los holandeses de la futilidad de su resistencia y comprendieron que nunca podrían conquistar las provincias del sur, mientras que la aparición de las nuevas armas españolas, permitía a estos rendir con relativa facilidad sus ciudades. Los holandeses podían defenderse y retomar las ciudades del norte, pero ya era evidente que nunca podrían conquistar las zonas católicas de Flandes. Sin embargo fue el cambio en la doctrina militar española, que paso a considerar como un objetivo prioritario el destruir la economía holandesa como forma de lograr la victoria el que arruinó la capacidad de resistencia holandesa y acabó forzando su rendición.

J.A; Usted ha sostenido que a principios de 1641 Felipe IV estaba convencido de que nunca podría retomar las provincias holandesas.

C.N; Así es. La guerra se alargaba ya décadas y España no había logrado someter a los holandeses, que habían aprendido a rehuir los enfrentamientos con España y convertido la guerra en un juego de asedios que desgastaban a los hombres y causaban más bajas por enfermedades que cualquier batalla que se hubiese conocido.

J.A; Sin embargo España logró dar un vuelco a la situación.

C.N; Así es, en 1641 España estaba acosada en todos los frentes, no solo en Flandes. La guerra con Holanda, Francia, Portugal, Cataluña, Parma, y Saboya, más los apoyos que se veían obligados a prestar al Imperio, estaban arruinando una vez más las arcas españolas. Fue entonces cuando Felipe IV llamó a uno de sus hombres de confianza, el marqués del Puerto y lo puso al mando de sus ejércitos. El marqués del Puerto era uno de los mejores militares de la época, y en lugar de asumir el mando y combatir sin un plan como era habitual, estudió y presento un plan de batalla global que permitiese a España lograr la victoria.

J.A; ¿Puede usted decirnos en qué consistía ese plan estratégico?

C.N; El plan era muy flexible, y consistía principalmente en ir eliminando a los enemigos de España uno a uno, empezando por los más débiles, de esta forma pretendían aislar a su verdadero enemigo, Francia, que era el principal sostén de los enemigos pues era su oro el que animaba a los rebeldes holandeses, alimentaba el ejército sueco, o permitía a los duques de Parma y Saboya el mantener su hostilidad con España.

continuara...


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J.A; Empezó precisamente por Parma y Saboya.

C.N; Sí, Parma y Saboya fueron identificados como los enemigos más débiles de España y por lo tanto se decidió aplastarlos por la fuerza, enviando tropas a la región que permitieron una rápida conquista de Parma en un ataque por sorpresa comandado por el propio marques del Puerto, y el cambio de bando de Saboya tras una dura campaña en el interior de su territorio. Se pensaba acertadamente que cada vez que eliminasen un enemigo pequeño más fuerzas podrían concentrar sobre los grandes enemigos, especialmente Francia.

J.A; Sin embargo después de Saboya no pasó a Portugal que era el siguiente eslabón más débil, sino a Flandes.

C.N; Así es. Los planes iniciales eran el continuar con Portugal y aplastar la rebelión durante el verano del 42, sin embargo la caída de Bolduque obligó a reaccionar y marchar a Flandes personalmente con la mayor parte de las tropas que tenía pensado emplear en Portugal. Por fortuna el frente de Portugal pudo ser dejado en manos de uno de los mejores comandantes de la época, Diego de Entrerrios, barón de Cheb, quien había regresado de Orán donde vivió un oscuro episodio no muy conocido, en el que unos dicen que fue capturado por los moros, pero otros sostienen que viajó a la Meca disfrazado de árabe. Durante los años siguientes el barón de Cheb logró acorralar a los portugueses pese a la escasez de medios y finalmente aplastar la rebelión.

J.A; Sin embargo Holanda no fue aplastada como las anteriores. ¿Por qué?

C.N; Esa es una buena pregunta, y por lo tanto tiene una larga respuesta…(risas)

El marqués del Puerto llegó a la conclusión de que nunca podría aplastar militarmente a Holanda. Por supuesto las nuevas armas de asedio que había diseñado le permitirían rendir las ciudades holandesas, pero sabía que por muchas ciudades que rindiese, los holandeses podrían ir recuperándolas por otro lado como venían haciendo desde el principio de la guerra, llevando la guerra a un estancamiento. Por lo tanto cambió su estrategia y empezó a desarrollar su doctrina de guerra económica. Con ella pretendía arruinar Holanda y agotar así su capacidad de resistencia.

J.A; ¿En qué consistió dicha guerra económica?

C.N; Básicamente consistió en atacar todos los estamentos de la economía de Holanda.

Empezaron con la campaña naval de 1642, que arruinó la flota arenquera holandesa, una ruina que aún se profundizaría más en los dos años posteriores, causando una disminución de las capturas de cerca de un 90%. Ya en 1643 la campaña de guerra económica empezaría también en tierra, en este caso consistente en controlar los grandes ríos y canales que permitían el comercio de alimentos con Alemania, que fueron rápidamente controlados por las fuerzas españolas. Incluso la campaña de 1644 que culminó con la toma de Ámsterdam, tenía como fin último no la conquista de la capital orangista, sino el destruir la flota que en ella había y negar el Zuiderzee con las novedosas cañoneras introducidas para esa campaña. Si a todos estos problemas sumamos la destrucción llevada a cabo por los ejércitos españoles durante sus maniobras por las regiones rebeldes, destruyendo molinos de viento, diques o capturando rebaños y apoderándose de grano y alimentos para el sustento de su ejército, podemos comprender cuan cerca del límite fueron llevados los holandeses.

Fue sin embargo la noticia de las campañas navales en el extremo oriente la que acabó de decidir a los holandeses a solicitar la paz. Desde 1643 se había tenido noticias de las campañas españolas contra las posesiones portuguesas en el Atlántico y el Índico, que permitieron a los españoles apoderarse de importantes puertos y establecimientos lusos en las grandes rutas marítimas con Cabo Verde, Fernando Poo, Fernando de Noronha, y Goa entre los más significativos. Una campaña naval que fue el preludio de la lanzada sobre las posesiones holandesas en 1644, cuando la armada española envió escuadras para apoderarse de Batavia y las Molucas. Seguros de su derrota y con las fuerzas navales españolas bloqueando las rutas comerciales con las Indias Orientales desde sus puertos en el sur de África, la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales (VOC), amenazó con irse a la quiebra llevando a la ruina a la burguesía del país.

J.A; Y eso obligo a los holandeses a solicitar la paz…

C.N; Fue la gota que colmó el vaso. La huida del pretendiente portugues había ocurrido semanas antes, y con un país arruinado y sabiendo que ahora los españoles dispondrían de varios miles de hombres más, no tuvieron más remedio que solicitar la paz. Aquel invierno mientras los enviados españoles y holandeses negociaban la paz en Munster, los ejércitos franceses retrocedieron hasta Francia y los españoles se asentaron al sur de los ríos Mosa y Rin, alojándose en los hogares de conocidos protestantes que fueron obligados a sostener y alimentar a aquellos rudos soldados…


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Palacio de la Aljafería
Diego y su Estado Mayor fueron a descansar. La jornada había sido larga y emocionante. Los Tercios de Soldados Pardos y Morenos habían recibido sus nuevas banderas, bendecidas en el altar de la Virgen de el Pilar, se habían entregado a unos soldados, que a pesar de haber sido advertidos habían visto con cierto asombro, incluso sorna, la ceremonia religiosa que bendecía a unos profesionales de la milicia.

Pero en conjunto Diego estaba satisfecho; el acto había supuesto una inyección en la moral de la ciudad. Las noticias de Europa eran buenas, pero lejanas. Cataluña con los franceses dentro, estaba mas próximo, y seguían en armas contra el Rey.

Mañana se reuniría con sus espias, estos le informarían del despliegue enemigo. Entonces podría trazar un plan. Era el momento con Portugal dominada. Los apuros franceses en Europa a lo mejor no le ayudaban pero seguro que no le entorpecerían su propio ataque.


“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
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Mensaje por tercioidiaquez »

-Entonces ¿Cómo están repartidos?.
Uno de los agentes recién llegados de Cataluña comenzó a hablar mientras señalaba en un mapa.
-La línea del Ebro tiene repartidos en torno a los 4000 hombres. No parece que teman un ataque por allí.
-Es cierto, las milicias del reino de Valencia no cruzarán.
-En la zona de Figueras tienen unos 4000-6000 hombres.
-Muchos son, para estar tan atrás.-Comentó uno de los oficiales.
-Quieren conservar a toda costa la comunicación con Francia-añadió Diego.
El espía siguió hablando.- Unos 12000 en Lérida, otros cuantos más al norte, por la comarca de Balaguer. Unos 5000 en Tarragona. Estos están dispersos guarnicionando y requisando lo que pueden para subsistir. En la comarca de Gerona otros 2000 y un número similar en Berga. En Barcelona hay unos 5000. Además sabemos que hay otros 10000 pero no los hemos podido localizar.
-¿Cúantos catalanes hay con ellos?
-Pocos, algunos agrupados en "Somatents". Son mas bandoleros que otras cosa. Les han prometido libertad y dinero si pelean. No tendrán apoyo aunque nos lo prestarán a nosotros. Están enfadados con la ocupación pero no tanto.
-¿Aunque vengan malas noticias de Francia y de Portugal?
-Los franceses aseguran que terminarán ganando, junto con los holandeses, suecos y tudescos, son demasiados para nosotros...eso afirman.
-Bien-añadió Diego. Y nosotros tenemos unos 3 Tercios de soldados pardos y morenos, otros tantos de extremeños y castellanos, unos 4 de caballería, varias partidas de guerrilleros gallegos y un Tercio de portugueses prisioneros de guerra. ¿Correcto?
-Si, así es Señor.
-Pues estamos jodidos, como de costumbre.
El resto de oficiales sonrio, sabían que había algun plan.


“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
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Mensaje por Gaspacher »

Madrid, finales de otoño de 1644

Felipe IV, que leía los últimos informes llegados de Flandes no pudo evitar que una amplia sonrisa le asomase a los labios. La guerra de Flandes, la ulcera que durante tantas décadas desangrara a los ejércitos de España, por fin había terminado con una aplastante victoria de las armas españolas. Tras las últimas campañas los herejes holandeses por fin se habían visto obligados a capitular al ver como sus arcas se agotaban y los propios mercenarios que hasta entonces habían luchado para ellos se convertían en un problema.

—Os veo contento, Padre. —dijo su hijo Baltasar al verle sonreír.

—Hemos logrado la victoria en Flandes, hijo mío, por fin se van despejando los negros nubarrones que tanto tiempo amenazaran nuestra corona. —respondió el monarca señalando los informes que acababa de dejar sobre la mesa. —Don Pedro ha estacionado el ejército de Flandes al sur del Rin y el Mosa para invernar, alojando las tropas en los hogares herejes de la región, y él descansa y disfruta de su reciente matrimonio, que sin duda ha causado una honda impresión en los herejes. Mientras tanto una legación de las Provincias Unidas se dirige a la corte para solicitar el perdón y renovar sus juramentos de fidelidad. Por desgracia habremos de ser magnánimos con los traidores. Se castigara a algunos, por supuesto, pero la mayoría deberán ser perdonados para no soliviantar a la población.

—¿Don Pedro teme una nueva rebelión de las Provincias Unidas? —preguntó el príncipe de Asturias.

—La situación aún es sumamente inestable. El enemigo está derrotado y sobre todo agotado por la larga guerra, por lo que no es probable que veamos nuevas rebeliones en breve, pero Don Pedro cree que tarde o temprano los herejes volverán a las andadas.

—¿Entonces por qué ha aceptado la petición de paz? —quiso saber el joven. —debería haberlos aplastado de una vez por todas.

—“Nunca acorrales totalmente a un hombre o descubrirás hasta qué punto está dispuesto a luchar cuando no tiene nada que perder”…me lo dijo Don Pedro, y necesitamos esa paz para concentrarnos en los franceses. Mientras tanto Don Pedro ya está tomando medidas para poner a los herejes en su lugar. —dijo el monarca. —De momento ha solicitado que todas las tierras al sur del Rin y del Mosa sean anexadas a las regiones leales de Flandes y en caso necesario repartidas entre nuestros leales súbditos católicos. De momento el ejército de Flandes descansa en las viviendas de los herejes de aquella región, donde son alimentados a expensas de las familias que los han acogido. De todas formas también solicita que impongamos fuertes multas a los burgueses y nobles que financiaron la guerra, y que el comercio de las Provincias Unidas en especias, lana, y varios otros productos se desvíe a puertos amigos en Flandes. Todo ello debilitara la capacidad de los rebeldes para financiar nuevas guerras.

—¿No ocasionara problemas el anexar tierras predominantemente herejes como las que mencionáis a las provincias católicas del sur? —preguntó a continuación el príncipe.

—Don Pedro cree que una vez las familias herejes se vean en la dificultad de alojar y mantener a los soldados, muchas de esas familias decidirán regresar a la verdadera religión…si funciona eso aseguraría el control de los ríos Mosa y Rin para nuestras fuerzas, y establecería en ellas una verdadera frontera que habría de servir de barrera natural en caso de estallar una nueva rebelión. Ello concedería tiempo a nuestros ejércitos para reaccionar. —aleccionó el monarca a su hijo y heredero al tiempo que se levantaba para pasear por la habitación, en una de cuyas esquinas ardía un fuego en una estufa “salamandra”.

—¿Tan importantes son los ríos?

—En nuestro caso sí, sin duda. Reinamos sobre un Imperio en el que no se pone el sol, y eso significa que precisaremos tiempo para reaccionar y agrupar a nuestros ejércitos en caso de conflicto. Los ríos, como otros accidentes geográficos como las montañas o los grandes bosques, son barreras naturales que pueden conceder ese tiempo. —dijo el rey, mostrándole un mapa de Flandes y el norte de Francia a su hijo, quien permaneció pensativo por unos minutos.

—Entonces por qué no hacéis lo mismo en Portugal. —dijo al fin Baltasar Carlos. —castigad a Portugal anexando a Galicia las tierras al norte del Lima o del Tamega, y a Extremadura las tierras al este del Guadiana…


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Mensaje por Gaspacher »

Pedro se permitió disfrutar de unos segundos contemplando la forma en la que la piel de su joven esposa brillaba iluminada por el fuego que calentaba la habitación antes de levantarse. Había llegado la hora de cumplir con su rutina diaria de ejercicios, una carrera por la playa seguida de ejercicios de esgrima, combate y equitación, que le consumía la buena mitad de la mañana antes del almuerzo. Su movimiento sin duda despertó a su esposa, que volvió la cabeza para preguntar. —¿Os vais ya?

—Sí, está a punto de amanecer, así que es hora de empezar el día. —respondió Pedro con una sonrisa viendo como su esposa se arrebujaba entre las ropas de cama. —¿Os veré en los baños? —preguntó a continuación, refiriéndose a los baños “árabes” que habían construido para servir a los oficiales del ejército y que estos compartían con sus esposas y la nobleza de la zona.

—Por supuesto. —respondió su esposa asintiendo. Le había costado un poco, pero tras unas semanas ya se había acostumbrado a los rituales de higiene traídos por las tropas españolas, aunque Pedro sospechaba que acudía a los baños para vigilar a las masajistas orientales traídas de lugares tan lejanos como Siam o Zipango, más que por el gusto a los baños…

Tras despedirse, Pedro salió de la habitación con rapidez, por lo que su esposa empezó a desperezarse. Sabía que Pedro llevaba una vida espartana, y que ella debía dar ejemplo y no remolonear en la cama, de hecho su esposo había tratado de convencerla para que también ejercitase su cuerpo…lo había logrado, solo en parte.

Poco después de desayunar, se dirigió a la oficina que empleaba su esposo para despachar sus asuntos y en la que ella solía conversar con él durante horas. Era curioso lo poco que Pedro se parecía a la idea que ella tenía de un marido, y sin embargo era feliz. Con un vistazo comprobó que todo estaba en orden. El despacho parecía una pequeña biblioteca, con grandes estantes repletos de libros de los temas más variados, desde filosofía a matemáticas. Sin embargo lo verdaderamente importante eran los papeles que descansaban sobre la mesa. Informes de los negocios y buques comerciales que su esposo poseía por los que cualquier competidor pagaría una pequeña fortuna.

Los negocios de su esposo se dirigían desde su sede ventral en Valencia, por supuesto, pero desde aquella se enviaban informes casi diarios para dar cuenta de la marcha de los negocios, prestando especial atención al estado de los buques y los marineros en los que se basaba gran parte del poder comercial de “La Compañía”. Aquello era extraño, desde luego era de esperar que un comerciante se preocupase de sus buques y las cargas que transportaban, y sin embargo su esposo solía preocuparse incluso más por los hombres que trabajaban para él, a los que trataba casi como si fuesen parte de la familia. De hecho a un lado de la mesa pudo comprobar que descansaban nada menos que las notas logradas en el colegio de Valencia de un ahijado de su esposo, el hijo de un simple trabajador al que había apadrinado y al que seguía la pista desde entonces.

Sin duda su esposo era un hombre bondadoso, lástima que también fuese militar, se dijo con una sonrisa. Esa era una realidad a la que no podía sustraerse. Pedro era uno de los mejores generales de España, y era férreamente leal a Felipe IV . Por lo tanto sabía que la próxima primavera sino antes, la guerra llamaría de nuevo a sus vidas…mientras tanto esperaba disfrutar de unos meses más de paz y vida familiar.


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Mensaje por Gaspacher »

Pedro dedicó unos instantes a contemplar la puesta de sol antes de entrar en el palacio en el que se alojaba. Por desgracia la caída de la noche no significaba que su trabajo hubiese acabado. Tras todo un día dedicado a supervisar las tropas puestas a su cargo, llegaba la hora de dedicar un tiempo a sus negocios. Ya en su despacho y mientras su mujer se dedicaba a la pintura, Pedro se sentó para leer los informes llegados desde Valencia y comprobar la marcha de sus empresas.

Por lo que parecía la venta de espejos había caído en los últimos tiempos, aunque en una Europa en guerra cada vez más empobrecida, era de esperar. Tras coger una pluma escribió una pequeña misiva, ordenando a la compañía tantear la posibilidad de abrir nuevos mercados para los espejos en China, la India, e incluso Persia, lugares donde los potentados de toda condición podían estar interesados en sus espejos.

Otro tanto ocurría con las porcelanas y relojes, que cada vez se enfrentaban a mercados más restringidos, y aunque el empleo de mercaderes genoveses le había permitido continuar comerciando con toda Europa pese a la guerra, la nobleza y burguesía europea cada vez era más pobre y conservadora a la hora de gastar dinero en estos lujos. Por desgracia a diferencia de los espejos, la porcelana europea sí tendría competidores en oriente por lo que aquellos mercados le quedaban vedados, así que tendría que asumir las pérdidas o transigir y producir vajillas de calidad media para abrir un mercado para la pequeña burguesía y los pequeños propietarios. Para los relojes en cambio el camino requerido tal vez fuese diferente y pudiese concentrarse en los grandes relojes de torre. Tendría que pensarlo…

Si la guerra era contraproducente para los artículos de lujo como los espejos, en cambio era un fértil campo para otros productos, especialmente como las pieles, fundamentales para el abrigo de los hombres. En las presentes circunstancias las pieles traídas de los virreinatos, a las que en las últimas décadas se habían sumado las traídas de América del Norte y Siberia, eran procesadas y vendidas tan rápido como podían ser descargadas. Las chaquetas, abrigos, y sombreros eran acaparadas en gran parte por los ejércitos imperiales, e incluso se habían dado casos de desabastecimiento en el mercado inglés de sombreros, uno de los mercados a los que más atención había prestado tres lustros atrás. Por desgracia poco podía hacer en dicho aspecto, pues los límites impuestos por la capacidad de los cotos de caza eran los que eran. Tal vez podría intentar enviar más cazadores a aquellos lugares, pero la guerra consumía demasiados recursos y sería difícil encontrar gente adecuada para ello.

Su negocio original de pieles en Siberia marchaba viento en popa, hacía ya dos décadas desde que establecieran los primeros tres puestos de caza en la costa siberiana, y ahora se habían regularizado sus envíos. Allí vivían cerca de diez mil europeos, la mayoría españoles pero también católicos polacos y alemanes, la mayoría en los puertos en los que se centraba el negocio comercial, situados según sus cálculos en lo que fueron las ciudades de Ojostk, la desembocadura del río Amur, y una pequeña península muy útil al norte en la que hubo una ciudad cuyo nombre no recordaba.

En el interior del territorio vivían unos tres mil cazadores, generalmente agrupados en partidas de caza de doce a veinte integrantes. Aquellos hombres formaban la espina dorsal del negocio peletero. Cazaban los animales que luego despellejaban, y comerciaban con las tribus locales para conseguir más pieles que a continuación eran enviadas a los puestos comerciales de la costa, desde donde eran embarcadas dos veces al año para traerlas a España. La zona de la Siberia española estaba delimitada de forma oficiosa por el lago Baikal por el Oeste y el océano pacifico por el Este, por lo que se trataba de millones de kilómetros cuadrados, escasamente poblados, formados por tundras, grandes bosques, e inmensas estepas que en invierno quedaban cubiertas por la nieve.

Una vida dura, pero que muchos hombres apreciaban por la libertad que les otorgaba. Eso no impedía que muchos de los cazadores originales hubiesen regresado ya a España o se hubiesen asentado en Filipinas con los grandes beneficios que les aportó el trabajar para él en la compañía, pero si aseguraba que siempre hubiese hombres dispuestos a sustituirlos y partir hacia el extremo oriente.

Aun así debería estar atento a las consecuencias de haber encontrado a los rusos en la zona del Baikal, de momento no había habido problemas, alguna que otra pelea y poco más, pero debía llevar cuidado pues sabía que Rusia vivía su propio periodo de expansionismo. Otro tanto ocurría con los chinos, pues justo en esos momentos China estaba inmersa en plena reunificación manchú. Derrotados por los chinos en la batalla de Ningyuan, ahora el sucesor de Nurdaci, su hijo Hung Taiji, estaba reforzando su posición al expandirse por la zona de Mongolia, algo que les llevaba demasiado cerca de sus zonas de caza, de hecho el primer año ya habían chocado en su puesto de caza en el Amur, pero la presencia de artillería les había derrotado sin remedio y ahora aquel puesto se estaba convirtiendo en un verdadero fuerte de traza italiana construido en piedra, con obstáculos para la caballería china.

En esto al menos había un apunte positivo, y era que al ser la exploración española mucho menos belicosa que la rusa, al no exigir tributos, los conflictos con los indígenas habían sido muy escasos. El mayor peligro era por lo tanto la expansión rusa, y ante esta poco podía hacer a corto plazo.

Otro de los negocios en boga era el de la castilla elástica con la que confeccionaban los ponchos impermeables y las tiendas de campaña para los ejércitos español e imperial. Aunque la castilla elástica aun carecía de la importancia que habría de alcanzar en un futuro, no debía descartar intentos de espionaje industrial por parte de sus competidores. Y aunque sus propios agentes podían encargarse de la mayor parte de las amenazas, decidió escribir a Felipe IV solicitando que declarase tanto los arboles de castilla elástica como el proceso de vulcanizado como inexportables y secreto de estado.

Continuara…


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Mensaje por Gaspacher »

Amberes

La sombra de Pedro y sus oficiales se proyectaba sobre el patio con los primeros rayos de sol del día ofreciendo un aspecto fantasmagórico. Tal vez por eso o por la simple presencia de su comandante, los soldados del tercio viejo de Sicilia corrían a toda velocidad para ocupar sus puestos en formación. Solo unos minutos más tarde las compañías estaban formadas, y los capitanes empezaron a recibir novedades, antes de comunicarlas a su vez a sus jefes. Pasaban unos minutos del amanecer cuando las tropas estuvieron formadas y sin novedad, dando muestras de una capacidad de reacción envidiable.

—El tercio está formado sin novedad, mi general. —dijo el maestre de campo Jorge de Castellvi, dándole novedades.

—Hoy solo soy un observador, vuesa ilustrísima tiene el mando, pero espero que me conceda el honor de marchar junto a vuesas mercedes. —respondió Pedro que cargaba a sus espaldas una mochila con su equipo y un mosquete, como si de un soldado más se tratase.

—El honor será nuestro, mi general. —respondió Jorge de Castellvi. Pese al invierno las tropas habían continuado ejercitándose seis días a la semana, incluyendo dos marchas de no menos de seis leguas mensuales cargados con todo su equipo. Estas marchas no eran del agrado de todos los soldados, por supuesto, especialmente de los más veteranos. Sin embargo poco podían hacer cuando su comandante marchaba con ellos, sobre todo sabiendo que su general realizaba no dos marchas al mes, sino al menos cuatro acompañando a un tercio diferente cada vez.

Minutos más tarde cerca de dos mil soldados empezaron a marchar llenando los caminos de la zona. Los campesinos y comerciantes observaron el espectáculo con desinterés, los tiempos en los que las marchas causaban asombro y curiosidad parecían muy lejanos ya, y tan solo los niños mostraron más interés al contemplar las tropas en marcha.

De forma lenta pero constante el ejército de Flandes se preparaba para la batalla. Pedro esperaba que la próxima primavera su ejército fuese reforzado alcanzando los cincuenta mil efectivos, repartidos en una treintena de tercios y regimientos de infantería, cada uno de ellos con alrededor de mil doscientos hombres, y ocho mil jinetes en doce regimientos de caballería. Seis de estos regimientos serian de dragones, cuatro de coraceros y los dos últimos de húsares. Además contaría con dos regimientos de artillería de campaña con cuarenta cañones de bronce comprimido. Una fuerza capaz de hacer temblar cualquier campo de batalla.

Sí, la próxima primavera debía ser decisiva.


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