Crisis. El Visitante, tercera parte

Los Ejércitos del mundo, sus unidades, campañas y batallas. Los aviones, tanques y buques. Churchill, Roosevelt, Hitler, Stalin y sus generales.
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Crisis. El Visitante, tercera parte

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De nuevo el U-217 se sumergió, aunque solo lo justo para mantener periscopios y antenas por encima del agua, que hubo que sumergir varias veces cuando el radiotelémetro o el Java detectaban la aproximación de aviones. A mediodía el sonotelemetrista advirtió de un contacto.

—Capitán, se escuchan hélices rápidas por el este.

Con el periscopio no se veía nada, y Reichenbach-Klinke no quiso arriesgarse a emplear el radiotelémetro. Ordenó bajar los mástiles y esperar. El sonotelemetrista siguió punteando los sonidos.

—El volumen ha aumentado pero la demora no se ha modificado. Creo que vienen hacia nosotros.

—¿Distancia?

—Imposible saberlo. Tal vez veinte mil metros.

Excesiva para un ataque. Aun así el capitán se arriesgó a sacar otra vez el periscopio y hacer un barrido visual, pero no vio nada. Inmediatamente lo sumergió: si era una fuerza enemiga, seguramente incluiría portaaviones. Se mantuvo a velocidad reducida, apenas la justa para mantener el control de la nave. Siguió asomando el periscopio a intervalos irregulares, cada diez o quince minutos. Tras la última mirada llamó al segundo.

—Mira a ver qué te parece, Hans.

El oficial miró y silbó.

—Es la Royal Navy entera.

—Eso parece. Y en pocos minutos estará al alcance de nuestros torpedos ¡Periscopio abajo!

—¿Envío un informe de contacto, señor?

—No, Hans. Las instrucciones lo dejan a mi arbitrio, y no quiero alarmar a la presa.

El U-217 aumentó su velocidad a cinco nudos mientras el capitán seguía asomando la lente cada varios minutos.

—Periscopio abajo. Rumbo 270. Viene un destructor.

La tripulación empezó a escuchar el batir de las hélices, y el sonotelemetrista oía los tañidos del sonotelémetro enemigo. El destructor pasó casi por encima, atronando las aguas, pero como el submarino presentaba la proa no consiguió hacer buen contacto. Reichenbach-Klinke esperó un minuto antes de volver a sacar el periscopio.

—Tenemos un acorazado a nuestro alcance. Atacaremos con los tubos de proa, luego viraremos y dispararemos el de popa. Preparen para tiro de velocidad. Marcación. Fuego el uno, fuego el dos— el submarino se sacudió—. Marcación. Fuego el tres, fuego el cuatro. Media potencia, todo a estribor. Marcación. Fuego el cinco. Hans, llévanos al fondo.

El U-217 se inclinó hacia proa. El segundo miraba el cronómetro.

—El primero ha fallado —fue interrumpido por una explosión cercana—. ¡Impacto! —Se escucharon otras dos explosiones—. El quinto se ha perdido —dijo el segundo.

—Tres de cinco, no está mal —sonrió el capitán. Ahora, preparémonos.

—Hélices rápidas acercándose.

—Listos para soportar cargas. Agárrense a algo —el capitán esperó unos segundos mientras el golpeteo de las hélices se acercaba— Todo a babor. Máxima potencia.

El submarino empezó a virar y casi al momento fue sacudido por ocho grandes explosiones. Todo lo que no estaba bien afirmado salió volando por los aires y los tripulantes quedaron aturdidos. Pero el barco parecía que seguía intacto.

—Tenemos una filtración a proa —dijo el segundo—. No aparenta ser grave.

—Preparados para marcha silenciosa.

Las revoluciones de los motores bajaron y el sumergible, ya por debajo de la «capa» (la separación entre las aguas cálidas superficiales y las frías profundas) se dispuso a esperar. Otro destructor pasó y lanzó un rosario de cargas, pero estallaron por encima del submarino.

—Media potencia —el capitán quería aprovechar la turbulencia de las aguas para escapar—. Todo a estribor. Disminuyan revoluciones.

El juego mortal siguió durante seis horas: los destructores hacían pasadas y lanzaban cargas, y el U-217 maniobraba para eludir los ataques. Cuatro explosiones fueron muy cercanas y causaron daños adicionales en el submarino, que empezó a embarcar más agua. Pero cuando habían contado ochenta y siete cargas los ataques cesaron.

—Se escuchan ruidos de hundimiento— el agua que entraba en el barco creaba bolsas de aire que al final se rompían, desgarrando el metal y produciendo un sonido distintivo. Al final dos grandes explosiones se sintieron en el submarino. Sin embargo, Reichenbach-Klinke mantuvo la cota y la velocidad reducida mientras se alejaba. Solo a las cuatro horas se atrevió a volver a cota periscópica.

—Arriba el periscopio— el capitán. Ya era de noche y no pudo ver nada, por lo que ordenó elevar la antena del radiotelémetro, que tampoco detectó buques enemigos.

—Envíe un informe: acorazado británico atacado y probablemente hundido. Posición 32º 9' 11N, 13º 11' 25º.

Luego el U-217 emergió, puso en marcha sus motores diésel y se dirigió hacia el norte, mientras se realizaban las reparaciones de emergencia. Ya había jugado su papel en la batalla.



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Néstor González Luján. La Guerra de Supremacía en el mar. Op. Cit.

La batalla de Mogador

Los planes británicos


Mientras las marinas del Pacto planificaban su futura ofensiva, la Royal Navy también estaba preparando una operación en el área. La situación británica se había deteriorado gravemente durante los dos años de guerra tras las derrotas de Noruega, Francia, Egipto, Irak y Portugal. Ahora la amenaza se cernía no solo sobre las colonias, donde peligraban las posiciones en el África ecuatorial y en el Índico, sino sobre la misma metrópoli. En el Estado Mayor Imperial se pensaba que si la guerra seguía el mismo curso acabaría con la derrota británica en unos meses. Aunque Londres confiaba en que una intervención norteamericana revertiría el conflicto, se temía que Inglaterra no consiguiese resistir hasta entonces.

Había quedado demostrado que la capacidad de las fuerzas armadas británicas era muy limitada. El ejército había sufrido repetidas derrotas (mejor descritas como desastres) y aunque se estaba reconstruyendo gracias a los masivos envíos de armas norteamericanas, se echaban en falta los cuadros, los oficiales y suboficiales veteranos que ahora languidecían en los campos de prisioneros. La ofensiva aérea contra Alemania había fracasado ya que la contraofensiva germana había afectado a la producción aérea y había obligado a la RAF en centrarse en los cazas de defensa. Solo la Royal Navy seguía manteniendo cierta superioridad, pero no era capaz de afectar a una potencia continental como era Alemania. Sin embargo, existía una posibilidad: si se lograba una victoria naval que afectase a las marinas del Pacto no solo mejoraría la situación de la metrópoli sino, sobre todo, se lograría un efecto moral que permitiría resistir hasta que el conflicto se extendiese.

El escenario escogido fue el mismo que el elegido por el Pacto: las aguas próximas a Canarias. Por una parte, la situación de su guarnición, como ya se ha dicho anteriormente, era crítica. Tras los combates de las Salvajes y de San Vicente los ingleses se habían visto obligados a evacuar las islas occidentales, había perdido Lanzarote y Fuerteventura y la mayor parte de Gran Canaria, donde se había pasado en poco tiempo de estar luchando para dominar a la guerrilla a pelear por la supervivencia. La aviación del Pacto desplegada en las islas (sobre todo en Lanzarote y Fuerteventura) había hecho prohibitivos los movimientos durante el día cerca de las islas. Para enviar refuerzos y provisiones se había dependido de buques rápidos que operaban por la noche. Sin embargo, incluso este medio había quedado casi cortado primero por la actividad de aviones de torpedeo nocturno y luego por la llegada de escuadrillas de lanchas rápidas. Aunque estas solo lograron hundir un destructor a cambio de sufrir bastantes pérdidas, se cebaron en las pequeñas embarcaciones y en los muelles auxiliares que los ingleses empleaban para la descarga. Como alternativa, se había intentado construir pistas de aterrizaje, pero lo abrupto del terreno no lo facilitaba. Se construyeron varias pistas muy cortas pero solo resultaban aptas para aviones ligeros, y la de mayor longitud, la de Gáldar, era regularmente bombardeada por la aviación y por la artillería española de largo alcance. En la práctica, a partir de mediados de febrero solo se conseguía mantener un precario enlace mediante sumergibles (sobrecargando a la no muy numerosa fuerza británica) y con hidroaviones de largo radio de acción.

La falta de suministros y de relevos estaba afectando a la capacidad combativa de la guarnición hasta tal punto que el general Deverett, jefe del Estado Mayor Imperial, abogaba por la retirada. Deverett quería evacuarla no solo por la situación estratégica sino porque el ejército de Canadá proporcionaba el grueso de las tropas y su pérdida amenazaría a la ya frágil estabilidad del dominio. Pero tal medida supondría una grave pérdida de prestigio, no solo para Gran Bretaña sino para el Primer Ministro Churchill, que había sido el impulsor de la invasión de las Afortunadas. Según documentos publicados posteriormente Churchill había pensado en convertir a las islas en una colonia británica similar a Gibraltar, Malta o Chipre, aprovechando el gran valor estratégico del archipiélago. Reconocer la derrota probablemente conllevaría el final de la carrera política del primer ministro. Churchill que, como se ha indicado, identificaba su suerte con la del Imperio, apremió a la marina para que preparase un gran convoy con suministros.

Churchill pensaba con razón que el Pacto de Aquisgrán no podría tolerar que los ingleses se afirmasen en las Canarias. En España la reconquista de la mayor parte del archipiélago se había celebrado como una gran victoria sobre el enemigo consuetudinario, y había afirmado la posesión de Franco. Perder las islas podría afectaría a la estabilidad del régimen. Aun peores consecuencias tendría para Francia. Las comunicaciones con sus colonias en el África central habían quedado cortadas, permitiendo que los renegados de De Gaulle se hiciesen con el control de varias. Al producirse la declaración de guerra, los británicos habían realizado varias incursiones contra las posesiones francesas. Habían sido poco decididas y contaban con medios insuficientes, por lo que habían sido controladas con facilidad. Sin embargo, suponían un serio aviso: era cuestión de tiempo que los ingleses reuniesen fuerzas suficientes, bien propias bien de sus dominios, y redujesen las colonias francesas una a una. Los franceses habían empezado a construir a marchas forzadas un ferrocarril transahariano, pero las grandes distancias y lo extremo del clima hacían previsible que las obras tardasen por lo menos un año más. La mejora de la posición en las Canarias había supuesto un gran alivio pues había permitido enviar pequeños convoyes que costeando llegaban a Nuakchot y a Dakar. Si los ingleses reconquistaban las canarias la línea costera volvería a quedar interrumpida y las colonias ecuatoriales, aisladas.

El primer ministro Churchill consiguió convencer al Estado Mayor Imperial, que comenzó a reunir los recursos necesarios. Algo que no resultaba nada fácil a causa de los múltiples compromisos británicos.



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Reunir las fuerzas suficientes no resultó fácil. La Royal Navy había quedado muy disminuida en el periodo de entreguerras a causa de los tratados de limitaciones navales de Washington y de Londres, y en los dos años de guerra había sufrido importantes bajas. Aunque seguía siendo una marina muy poderosa, estaba combatiendo en varios escenarios y no tenía medios suficientes para cubrirlos.

Incluso preparar el convoy de suministros supuso un problema al ser preciso retener en puertos escoceses a los mejores buques de la marina mercante, los más modernos y rápidos. También se asignó al convoy una docena de paquebotes que debían transportar a la 49ª división (West Riding), hasta poco antes destinada a Islandia y que había sido relevada por unidades norteamericanas. Además se precisaría buen número de unidades de escolta pero no se reunirían hasta el último momento. Sin embargo lo más complejo iba a ser organizar la fuerza naval que escoltase al convoy y que derrotase a la flota del Pacto.

La marina británica tenía compromisos globales pero no todos los escenarios tenían la misma importancia. El principal era el del Atlántico Norte, ya que Inglaterra era deficitaria en casi todo (según palabras de Churchill, lo único que se tenía en las islas era «el agua para el té y el carbón para calentarla») y sin los suministros que transportaban los convoyes procedentes de Norteamérica apenas podría resistir unas semanas. Además se estaba pagando un grave error de cálculo: antes del comienzo del conflicto en el Almirantazgo se creía que los submarinos alemanes seguirían tácticas similares a las de la Gran Guerra. Para conjurar la amenaza bastaría con restablecer el sistema de convoyes, y los barcos de escolta, provistos de ASDIC (la versión inglesa del sonotelémetro) detectarían y destruirían a los atacantes. Pero ni el ASDIC resultó tan efectivo, ni había suficientes barcos antisubmarino, y además los U-boot germanos actuaron con gran agresividad. Tácticas como la de atacar en superficie, empleada en la primera parte del conflicto, hicieron inútil el ASDIC. Cuando los británicos empezaron a desplegar más buques de escolta, algunos de ellos provistos de radar (como llamaban al radiotelémetro) los alemanes mejoraron las características de sus sumergibles y modificaron sus tácticas. La coordinación entre submarinos y aviones de largo alcance mejoró la eficacia de la fuerza alemana, que ya no tenía que establecer líneas de vigilancia. Un nuevo problema se planteó cuando los U-boot centraron los ataques en los barcos de escolta: solo en el periodo entre septiembre de 1941 y febrero de 1942, coincidiendo con la campaña de Portugal, se perdieron el 32% de los buques destinados a esta misión. La necesidad de reponerlos hizo que la construcción de otros tipos de buques se detuviese, y para tripularlos fue preciso recurrir a las dotaciones de los barcos de la flota, en los que muchos marinos veteranos que fueron sustituidos por reclutas con el consiguiente deterioro de la eficiencia.

La amenaza submarina no era la única. En 1941 los acorazados y cruceros del Pacto habían efectuado varias incursiones en el Atlántico que aunque no causaron excesivas pérdidas trastocaron el sistema de convoyes durante semanas. Inicialmente la peor amenaza provenía de Noruega, pero tras el traslado de los acorazados a España solo quedó una fuerza de cruceros de los tipos Scheer y Hipper. Tras el combate de las Feroe los británicos creyeron que habían quedado fuera de combate durante unos meses. Esta valoración era errónea, pues solo el crucero pesado (antes llamado acorazado de bolsillo) Admiral Scheer había sufrido daños importantes. Además durante el traslado a Alemania había sido torpedeado por el submarino HMS Osiris, y aunque el Scheer pudo mantenerse a flote las reparaciones llevarían muchos meses. Sin embardo los daños en el Lutzow y el Prinz Eugen eran mucho menores y pudieron ser reparados localmente Además el Scheer fue sustituido por el novísimo crucero Seydlitz.

Creyendo que la fuerza alemana en Noruega estaba fuera de combate el Almirantazgo transfirió las mejores unidades de la Home Fleet a la Fuerza H, que era la que se enfrentaba a la peor amenaza: la «flota combinada» establecida en Gibraltar. Debe señalarse que la delicada situación británica en el Atlántico se debía al irreflexivo ataque de Churchill contra España: las bases en la Península (bien la de Gibraltar, la nueva de Vigo, o las de Cádiz o el Ferrol del Caudillo) estaban adentradas en el Atlántico y a resguardo de ataques navales o aéreos. Solo se puede especular con lo que hubiese podido ocurrir de permanecer España neutral, pero probablemente la situación británica hubiese sido mucho mejor, pues desde Gibraltar se podría impedir la salida al Atlántico de la flota italiana, y hubiese sido más sencillo vigilar las bases alemanas que pudiesen establecerse en Noruega o en la costa occidental francesa.

La «flota combinada» era una agrupación muy potente. Disponía de tres acorazados alemanes modernos (Tirpitz, Bismarck y Gneisenau) y para compensar las pérdidas de San Vicente se le había unido una división de acorazados italianos modernizados mandada por el almirante Bergamini. Se trataba de barcos que habían sufrido una modernización radical en el periodo de entreguerras y aunque su protección dejaba bastante que desear, alcanzaban los 26 nudos y podían operar con los acorazados rápidos; en la práctica, equivalían a los denostados cruceros de batalla británicos. Además la «flota combinada» tenía buen número de cruceros y destructores, algunos de ellos provistos de equipos electrónicos de los últimos modelos. Tan peligrosa como su potencia era su situación. La base de Gibraltar había sido restaurada parcialmente y el dique seco, de nuevo en servicio, permitía atender a las reparaciones más urgentes. Al controlar el Pacto el mar Mediterráneo, se podía contar con las grandes instalaciones de la costa francesa y de la italiana, y el transporte de suministros era mucho más sencillo que a otras bases más alejadas, como Vigo. Además Gibraltar, que estaba a cubierto de ataques aéreos o navales británicos, contaba con la ventaja de la posición central. Desde ahí la flota podía partir sin ser advertida y bloquear las Canarias, efectuar alguna otra incursión en el Atlántico Central o incluso amenazar los convoyes del Atlántico Norte. Tampoco se podía descartar que cruzase el Mediterráneo y el Mar Rojo para aparecer en el océano Índico. La ventajosa posición de Gibraltar obligó a los británicos a dividir sus buques en cuatro agrupaciones.

Tras la transferencia de unidades la Hume Fleet había quedado reducida a dos viejos acorazados (Resolution y Barham) y a un portaaviones casi igualmente obsoleto, el Argus. Este buque, de origen civil, tenía graves problemas con sus máquinas y sufría averías frecuentes. Estaban apoyados por varios cruceros con los que se creía que bastaría para controlar la flota alemana en Noruega. Nominalmente estaban asignados a la Home Fleet otros tres acorazados: el Queen Elizabeth y dos de la clase Nelson (Nelson y Rodney). Estos últimos, aunque lentos (consecuencia del límite de desplazamiento establecido en el tratado de Washington) estaban bien armados y protegidos. El Queen Elizabeth, aunque se trataba del acorazado más viejo de la flota (había combatido en los Dardanelos) había sido reconstruido en los años treinta. Los tres acorazados, como se ha dicho, no operaban con la Home Fleet sino que estaban asignados a la escolta de convoyes en el Atlántico norte y en la práctica podían considerarse una fuerza independiente.

La tercera agrupación era la más potente: la Fuerza H. Inicialmente basada en Gibraltar y luego en Portugal, a principios de 1942 operaba desde las Azores, un archipiélago portugués teóricamente controlado por los oliveristas pero en la práctica ocupado por los británicos. La Fuerza H contaba con los buques más modernos de la Royal Navy: los tres acorazados de la clase King George V (King George V, Prince of Wales y Duke of York), el crucero de batalla Hood (que realmente era un acorazado rápido con armamento y protección similar a los Queen Elizabeth) y el del mismo tipo Renown, transferido desde la Home Fleet tras el combate de las Feroe. Contaba también con los portaaviones blindados Indomitable, y Victorious (este también procedente de la Home Fleet) y acababa de incorporarse el portaaviones ligero Unicorn. Por desgracia, la Fuerza H ocupaba una posición muy deficiente. Como se ha citado la intervención española primero y luego la pérdida de Gibraltar y de Lisboa habían trastornado la estrategia británica pues ya no quedaban bases en el Atlántico central: las del sur de Inglaterra, las más próximas, estaban sometidos a ataques aéreos constantes. Las del norte (que también empezaron a correr peligro cuando Alemania desplegó cazas con mayor autonomía) estaban demasiado alejadas, y más aun las de las islas Bermudas o el Caribe. Si la Fuerza H se establecía en puestos tan alejados resultaría imposible interferir con las operaciones de la flota del Pacto.

En mejor posición estaban Madeira y las Azores. Madeira fue descartada por estar demasiado al sur y por quedar dentro del alcance de la aviación de Canarias. Las Azores, aun estando un tanto alejadas, gozaban de mejor situación, pues desde allí se podía actuar en aguas canarias, en la costa portuguesa, en el Atlántico central o en el norte. A cambio se carecía de fondeaderos adecuados. Los pequeños puertos existentes solo podían acoger a destructores o buques de menor porte. Solo el puerto de Ponta Delgada tenía cierta capacidad, pero en 1941 aun estaba en obras. En él se amarraron dos diques flotantes, necesarios al no haber instalaciones fijas en las islas. Finalmente fue preciso dispersar la flota, empleando varios fondeaderos. Los mejores eran los de Velas y el de Angra do Heroísmo, en la isla de Terceira, pero eran demasiado pequeños. En Praia da Victoria, también en Terceira, se había construido un rompeolas artificial hundiendo varios barcos viejos cargados de rocas, pero en caso de amenaza de temporal del este los buques allí fondeados tenían que abandonarlo.

La operatividad de la Fuerza H quedaba condicionada por tener que operar desde radas tan inadecuadas. El mantenimiento de los buques era difícil, las dotaciones se fatigaban, y la dispersión hacía que la flota tardase casi un día en reunirse. Además, al tratarse de fondeaderos abiertos existía el riesgo de un ataque submarino. Se instalaron redes antisubmarinas, pero un temporal del sur arrastró las de Velas. Fue preciso llevar a las Azores varios «radares», aviones antisubmarinos y barcos de patrulla, debilitando la escolta de los convoyes del Atlántico norte.




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Además de la Fuerza H, la de escolta de convoyes y la Home Fleet había una cuarta agrupación británica que no iba a poder intervenir en la operación planeada, pues se encaminaba a un escenario alejado pero preocupante: el océano Índico. Ahí la Royal Navy se enfrentaba a las consecuencias de la expansión durante los siglos XVIII y XIX, cuando se había construido un imperio colonial basado en el poder naval y las comunicaciones marítimas. Sin embargo el alejamiento de esas posesiones suponía un serio reto para una flota que tras los tratados de limitaciones navales de Washington y de Londres había quedado reducida en número. Lo reducido de la flota había dado aun más valor a la tradicional política exterior británica, que buscaba el control del Mediterráneo y de sus dos salidas. Así la Home Fleet, la Mediterranean Fleet y la Eastern Fleet estaban conectadas y podían reforzarse en un plazo corto. Pero ahora, tras la pérdida de Gibraltar y Suez, las fuerzas británicas habían quedado divididas.

Aunque los buques del Pacto actuaban en prácticamente todos los mares del mundo, se trataba de cruceros auxiliares, muy activos pero incapaces de enfrentarse a buques de guerra, o de submarinos. Precisamente las bases españolas, que no podían ser bloqueadas, habían permitido enviar buques de aprovisionamiento para extender la amenaza submarina; si no era mayor se debía a que Alemania aun no disponía de suficientes U-boot. En esas aguas alejadas la Royal Navy empleaba cierto número de cruceros anticuados y varias decenas de buques de pasaje convertidos en cruceros auxiliares, que bastaban para la protección contra los corsarios. La lucha antisubmarina descansaba en los escasos buques de las marinas australiana e hindú, y en «trawlers», es decir, en pesqueros armados. Eran unidades de capacidad limitada pero permitían proteger los convoyes de mayor valor.

Sin embargo en el océano Índico la situación bélica tenía peor cariz. Era clave para el imperio británico: en sus orillas se encontraban algunas de las principales posesiones inglesas: los dominios de Sudáfrica y de Australia, colonias como Kenia, Adén o Singapur, y sobre todo la India, la perla de la corona imperial. El pobladísimo subcontinente era la posesión de mayor importancia de los ingleses y su ejército era la principal fuerza que disponían los británicos en ultramar, aunque se extendían el rechazo al sistema colonial y las ansias de independencia.

Clásicamente el dominio británico del Índico solo había sido amenazado por los corsarios, y las misiones de la Eastern Fleet se habían limitado a mostrar la bandera, bombardear algún sultanato díscolo y perseguir a los piratas. Por ello la flota del Índico solía estar equipaba con buques anticuados o defectuosos. Pero esos barcos habían tenido que ser dados de baja en parte por los tratados de reducción de fuerzas navales, en parte por la depresión económica. Es importante recordar que en los años veinte, mientras la economía mundial florecía (aunque se encaminaba a la Gran Depresión) el Reino Unido había sufrido un declive consecuencia de las erróneas decisiones de Churchill, por entonces Primer lord del Tesoro. La consecuencia era que la Royal Navy ya no disponía de barcos viejos que enviar al Índico. Además la ruptura de la alianza con Japón y la expansión de su marina habían hecho necesario reforzar la Eastern Fleet, que en caso necesario se reforzaría con la Mediterranean Fleet. Pero las dos flotas habían quedado muy disminuidas en las operaciones de evacuación de Aqaba y de Sudán. Además la pérdida de Suez y de Bab-el-Mandeb significaba que una escuadra del Pacto podía trasladarse en unos días desde Gibraltar hasta Adén y atacar a la India. Ante tal amenaza la Eastern Fleet estaba casi desarmada: su barco más potente, el acorazado Royal Sovereign, estaba siendo reparado tras haber sido torpedeado cuando protegía la evacuación de Sudán. Solo contaba con el portaaviones ligero Hermes (el de escolta Ardent, el antiguo USS Long Island, aun no estaba disponible) y una docena de cruceros, la mitad anticuados. Como la Royal Navy no podía desprenderse de sus acorazados rápidos, tuvo que enviar al Índico tres viejos barcos de batalla de la cosecha de la Gran Guerra: los acorazados Valiant, Malaya y Barham, acompañados por el portaaviones de escolta Archer. Inicialmente se había pensado asignar al Índico al ya citado portaaviones ligero Unicorn, pero la pérdida del Ark Royal y los daños del Furious y del Formidable habían aconsejado mantenerlo en el Atlántico.




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Los planes británicos en Canarias implicaban el envío de un importante convoy de refuerzos para que la flota del Pacto se viese obligada a presentar batalla so pena de perder el control de las islas. Para proteger al convoy fueron transferidos temporalmente a la Fuerza H los acorazados destinados a la protección de convoyes. El más viejo, el Queen Elizabeth, debía proteger las comunicaciones entre la metrópoli y las Azores, mientras que los buques de carga serían escoltados por el Nelson y el Rodney. Como en las últimas millas existía el riesgo de la aviación del Pacto en Canarias, también se asignó a su escolta el portaaviones ligero Unicorn. Hay que tener en cuenta que el Unicorn había sido diseñado como «portaaviones de mantenimiento» antes de ser terminado como portaaviones ligero, y era más lento que los de la clase Illustrious. También se había pensado incorporar los portaaviones de escolta Avenger y Biter, recién entregados por Estados Unidos, pero sus dotaciones aun se estaban entrenando.

Un único portaaviones sería insuficiente para proteger el convoy de ataques aéreos, por lo que se consideraba un requisito imprescindible suprimir las bases aéreas de Canarias, sobre todo las tinerfeñas. Con tal objetivo se amplió la base aérea de Porto Santo (junto a Madeira) para que pudiese acoger bombarderos de gran alcance. Unos días antes de la operación se había planeado que una escuadra de cruceros bombardease durante la noche los aeródromos de Tenerife, Lanzarote y Fuerteventura. Finalmente, cuando el convoy se acercase a las islas los dos acorazados terminarían de destruir las bases. Muestra de lo improvisado de la operación y de la escasa información que se tenía era que no se sabía que en las Canarias se habían construido varias pistas auxiliares que probablemente hubiesen hecho poco efectivo el bombardeo.

Simultáneamente el grueso de la Fuerza H se mantendría en una posición intermedia entre las Azores y el convoy, intentando quedar fuera del alcance de los aviones de reconocimiento del Pacto que operaban desde Andalucía, esperando la salida de la «flota combinada». Dado que el objetivo de la operación no era tanto el refuerzo de Gran Canaria como la destrucción de la flota del Pacto, estaba previsto que si se detectaba su salida el convoy se retiraría y los buques que lo escoltaban (sobre todo los dos acorazados y el portaaviones) se unirían a la Fuerza H.

A principios de febrero se empezó a reunir en Escocia el convoy, que en cuanto se organizase debía partir hacia las Azores con una potente escolta de superficie y antisubmarina.




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La estrategia británica

Como se ha visto el objetivo británico era la destrucción de la flota combinada, pero ni el Almirantazgo ni el almirante Somerville estaban ciegos ante lo arriesgado de la operación. Seguramente la flota del Pacto se mantendría cerca de la costa para mantenerse bajo el paraguas de la aviación propia y para poder refugiarse en puertos como Casablanca. Por tanto, si la Fuerza H deseaba conseguir la victoria tendría que exponerse a la fuerza aérea del Pacto, que ya había demostrado su eficacia en el Mediterráneo y en el Mar Rojo. Sin embargo se confiaba que las medidas tomadas tras el combate de San Vicente diesen frutos. Escuchemos al teniente Bentwick, que servía en el portaaviones Unicorn.

«Hasta la fecha el balance de los enfrentamientos entre la Royal Navy y la aviación alemana (sic) era descorazonador. En el Mediterráneo los hunos habían hundido al valiente Warspite, y la lista de barcos heridos por las bombas era más larga que la hoja de servicios de Somerville. Sin embargo, la experiencia de la batalla de Larache (sic) nos daba cierta confianza. Los cazas del Furious y del Indomitable habían conseguido rechazas a la mayoría de los atacantes y los daños que los alemanes pudieron infligir fueron limitados. Lamentablemente entre las bajas estaba el portaaviones Furious, averiado por una bomba, pero había sido sustituido por el portaaviones acorazado Victorious y por nuestro Unicorn. Además los grupos aéreos habían sido modificados aumentando la proporción de cazas: el Unicorn llevaba veinte Sea Hurricane y doce torpederos Albacore; tanto el Indomitable como el Victorious llevaban treinta y cinco cazas cada uno de los modelos Fulmar y Martlet. También se habían mejorado los procedimientos de control de las aeronaves: se habían instalado en los portaaviones nuevos radares del tipo 281B. Eran equipos muy modernos, con los que no solo seríamos capaces de detectar la llegada de aviones enemigos sino de dirigir nuestros cazas. Además un potente crucero antiaéreo escoltaría a cada portaaviones. En nuestro caso sería el Euryalus, que también llevaba un radar tipo 281».

Según el planteamiento británico, los noventa cazas que iban a llevar los tres portaaviones debieran bastar para controlar la amenaza de los aviones del Pacto.

«En Larache la Fuerza H solo había tenido cuarenta cazas. Aun así bastaron para defender a la flota y para escoltar a los aviones que hundieron al alemán Sachenhost (sic) y dañaron irremediablemente a dos acorazados italianos. Ahora contaríamos con más del doble de cazas, de modelos mejores, y teníamos nuevos sistemas para dirigirlos. Sabíamos que los aviones del Pacto eran muy buenos, pero los informes de Inteligencia decían que los mejores estaban desplegados en el Canal de la Mancha. En Marruecos y en las Canarias el enemigo tenía unos cuatrocientos aviones, la mayoría italianos y franceses de modelos anticuados. Tan solo nos preocupaba una escuadrilla alemana de Stukas y otra española de cazas Focke Wulf. Puede parecer que era temerario exponerse a cuatrocientos o seiscientos aviones del Pacto contando con solo noventa cazas. Pero debe tenerse en cuenta que nuestros aparatos, al operar sobre la flota, podrían realizar más misiones, mantenerse más tiempo sobre nosotros, y controlar los cielos sobre nuestros barcos. Además la experiencia de Larache decía que los alemanes no conseguían coordinar sus escuadrillas, que en lugar de reunirse para lanzar ataques masivos lo hacían una a una, permitiendo que nuestros cazas las diezmaran. Sin embargo el papel de los portaaviones no era solo defensivo: los torpederos Albacore que llevábamos tendrían como misión averiar a los acorazados enemigos. Luego los acorazados de Somerville los rematarían con sus grandes cañones ».

Los informes de inteligencia británicos, sin embargo, subestimaban burdamente a la aviación del Pacto en la costa africana. Durante las semanas previas se habían construido gran número de aeródromos en Marruecos. Se trataba de instalaciones rudimentarias, apenas con una banda de tierra despejada de piedras y algunas tiendas de campaña; al ser tan toscas los británicos creían que aun no eran operativas. Los ingleses también pensaban que las dificultades de aprovisionamiento impedirían el despliegue de una fuerza aérea numerosa. Sin embargo el Pacto llevaba varias semanas acumulando combustible y municiones, y había planificado el traslado rápido de formaciones aéreas desde Italia y el Canal de la Mancha. Estos preparativos se habían llevado con la mayor reserva y el traslado de aviones no comenzó hasta dos días antes de que la flota del Pacto volviese al Atlántico. En pocos días se trasladó una gran masa de aviones y cuando se produjo la batalla los británicos eran superados quince a uno en aviones, y seis a uno en cazas.

Los planes británicos se trastocaron cuando la flota del Pacto dio signos de actividad. Tras salida en falso y la incursión de los cruceros del almirante Regalado en el Atlántico se decidió posponer el envío de refuerzos, y se ordenó a los buques que debían escoltar el convoy que se incorporasen a la Fuerza H. Cuando se detectaron los primeros movimientos de tropas y el traslado de aviones se ordenó a los buques que estaban intentando dar caza a los cruceros de Regalado (el King George V, el Renown y el portaaviones Indomitable) que se reincorporasen a la Fuerza H. Estaban llegando a las Azores cuando se alertó del paso de un importante convoy por el estrecho de Gibraltar.



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Crisis. El Visitante, tercera parte

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Si me paraba a pensarlo parecía una locura. Todo un mayor y además de caballería, sabedor de secretos que harían temblar a las columnas del Reichstag, viviendo una relación que parecía un noviazgo de adolescentes. Un paseo, una suave caricia, un beso furtivo. Yo me moría de deseo al verla, y quería gritarle que cambiase esas ropas grises que la afeaban por otras que revelasen su esplendor. Si mis compañeros de la caballería me viesen echar miradas furtivas a su escote o a su regazo seguro que se reirían a carcajadas. Claro que Katrin tampoco era el modelo de mujer que ellos hubiesen preferido, pues tenían gustos más próximos a los de mi amigo Hans, que buscaba redondeces a las que aferrarse. No es que Katrin fuese una tabla de planchar; sus formas, por lo que permitían ver los vestidos con los que se enfundaba, parecían propias de una diosa. No de una diosa griega voluptuosa sino de las duras propias de nuestras tierras. Aunque cualquier atisbo de severidad naufragaba en sus ojos.

Esa tarde era de aquellas que anunciaban la primavera. Ella llevaba el abrigo pardo de siempre, pero bajo él un vestido más ligero que hacía justicia a su alegría. Ni me lo pensé; al verla me acerqué —cojeando, esa era mi desgracia—, la abracé y la besé, ante las miradas de reproche de las gentes.

No me importaron. Solo existía Katrin.



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Crisis. El Visitante, tercera parte

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Tras llegar a la pensión Savely movió con cuidado el armario y colgó en su parte trasera la bolsa con el fusil. Estaba poniéndolo en su sitio cuando le pareció escuchar un ruido.

—¿Annelie? ¿Estar tí allá?

—Vengo ahora de la cola del pan ¿qué haces tan pronto en casa?

—Máquina romper y encargado decirme no pago. No pago pues yo casa, vuelvo mañana.

—Mejor. Hace una tarde preciosa ¿No te apetece salir un poco?

Savely tomó su tabardo y cerró la puerta de la habitación, sin notar la mirada de reojo de Annelie.

A unos pocos kilómetros de ahí, en un despacho que no existe de una agencia que no existe, un hombre muerto se reúne con sus colaboradores.

—Va a ser imposible, señor Director. Hemos encontrado centenares de vigilantes que cuadran con el perfil. No será posible investigarlos.

—En la central no existe la palabra imposible. Tan solo viene «laborioso» que se traduce por «reto». Pónganse a la labor. Sigan revisando las fichas de los vigilantes y crúcenlas con las de viudas de guerra. También quiero que estudien los registros de las tiendas de los alrededores para ver si han aumentado las ventas.

—Será una labor ímproba.

—Motivo de sobra para que empiecen ahora mismo.

El Alto no había vuelto a dar señales de vida. Johann había hecho varias salidas más dejando paquetes que no habían sido recogidos; Gerard pensaba que se trataba de una maniobra de distracción. Pero mantener la vigilancia de Johann estaba agotando los recursos de la Sección, ya que tras la orden de Schellenberg no podía emplear los de la Central. En la práctica, estaba sumiendo a su agencia en la inoperancia.

No olvidaba que había en curso algo muy serio. Faltaba apenas una semana para la celebración de Metz y seguían sin modificarse las medidas de vigilancia; Gerard había vuelto a alertar a Schellenberg. El general le había dado las gracias y le había dicho que transmitiría su mensaje, pero la Sección comprobó que nada había cambiado. Habían cesado los envíos de «muebles» pero ahora eran barcos mercantes soviéticos los que se estaban deteniendo en rincones de la costa mediterránea. Era posible que se tratase de contrabando; también pudiera ocurrir que le nombrasen cardenal. Pero a pesar de las advertencias no se habían tomado más precauciones. Para el ejército o los servicios de inteligencia solo existía el Este.

Gerard ya sabía que iba a tener que actuar a espaldas de Schellenberg, pero aun no estaba preparado.


Terminamos el capítulo y, por petición popular, vamos a los mapas



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Mapa general del área de operaciones de San Vicente – Madeira – Canarias.

El mapa en Imgur

Se muestra la situación a mediados de febrero de 1942, en vísperas de la batalla de Mogador. Debe tenerse en cuenta que se habían producido cambios en los dos últimos meses.

Bases británicas:

– Azores: situadas a 600 km de Madeira, fuera del mapa. Había va-rios puertos pequeños y de características mediocres, y se habían construido aeródromos en los últimos meses.

– Madeira: en Funchal había un puerto de capacidad media, y en la isla se había construido una pista para cazas, en una terraza junto al mar de la costa este. La principal base estaba en la cercana Porto Santo, que no tenía puerto.

– En Canarias los británicos solo se sostienen en la faja norte de Gran Canaria, con una anchura de unos 10 km. No disponen de bases aéreas o navales.

No había más bases británicas en el área, y la distancia a otras posi-ciones británicas es muy grande: 2.100 km entre Cornualles y las Azores o Madeira, 2.300 km entre las Azores y Cabo Verde, 3.300 entre las islas Bermudas y las Azores (hasta Terceira).

Bases del Pacto de Aquisgrán:

– Dominan toda la costa atlántica. Sin embargo existen dificultades para suministros a las más alejadas: los ferrocarriles existentes comunica-ban Marrakech con la costa mediterránea o Tánger. Se ha tendido una línea hasta Agadir, y desde ahí se está trabajando en otra de vía estrecha que debe llegar a Tan-Tan. Tanto en la Península Ibérica como en Marruecos o las posesiones españolas en África hay bases aéreas. En España las principales bases están en Cádiz y en Gibraltar (la bahía de Algeciras). En la costa marroquí, los puertos mejores son los de Tánger, Casablanca, Safi y Agadir. Hay multitud de pequeños fondeaderos en la costa.

– En las Canarias, en las islas occidentales solo hay bases para hidroaviones. En Tenerife hay varios aeródromos. En Gran Canaria hay aeródromos empleados solo para el transporte. En las islas orientales (Lanzarote y Fuerteventura) están los principales aeródromos. En todas las islas hay puertos, siendo el mejor el de Tenerife, aunque incluso los más pequeños tienen instalaciones para descarga.



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Operación Candelaria

El mapa en Imgur

Una agrupación española al mando del almirante Regalado parte de Málaga y tras cruzar Gibraltar entra en el Atlántico, donde es detectada por un hidroavión inglés. Tras sobrepasar el Cabo de San Vicente la agrupación se dirige hacia el sur, alejándose de Madeira y acercándose a Lanzarote, aprovechando que los aparatos de reconocimiento han sido destruidos por un ataque aéreo.

Una vez en Canarias se bombardea el aeródromo de Gando y el Puerto de la Luz (Las Palmas de Gran Canaria) hundiendo al Ramillies y a otros buques. Luego la agrupación escapa por el sur de Fuerteventura para acercarse a la costa africana.

Una escuadra británica es enviada para interceptarlos, pero Regalado se refugia en Casablanca, mientras que los barcos ingleses son torpedeados. El portaaviones Ark Royal se hunde y del crucero de batalla Renown sufre averías. El Valiant sigue hacia las Canarias, pero se le ordena retirarse por el temor a que fuese sorprendido en solitario.

Tras el bombardeo un convoy costero que se había reunido en Agadir pasa a Tenerife aprovisionando la isla y permitiendo que se trasladen a la isla unidades aéreas. La actividad de la base de Tenerife obliga a evacuar las islas occidentales.



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Combate de las Islas Salvajes

El mapa en Imgur

Los británicos ya no disponen de la base de Gando pero están construyendo otras en las Azores y Madeira (que aun no son operativas) y en las islas canarias de Lanzarote y Fuerteventura.

La agrupación española que había participado en la Operación Candelaria se une en Casablanca con otros cruceros italianos. Se planea una salida para atacar los convoyes que están evacuando Portugal. Pero al salir de Casablanca la flota atacada por un submarino británico, que hunde al crucero italiano Cadorna y avería al español Cervera.

Regalado sigue hacia el noroeste pero es detectado por hidroaviones británicos y casi choca con una escuadra británica. Durante la retirada el crucero Trento se avería y Regalado se ve obligado a librar un combate en retirada, consiguiendo rechazar a los barcos británicos de Pridham-Wippel, que se ve obligado a retirarse. El Malaya no llega a tiempo para intervenir.

Regalado se dirige hacia el sur, bombardea las bases británicas (recién terminadas) en Lanzarote y Fuerteventura, y se refugia en Port Etiénne (Mauritania). El convoy de Tenerife aprovecha la presencia de los barcos españoles para retirarse a Port Etiénne.
Última edición por Domper el 30 May 2018, 11:25, editado 1 vez en total.



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Batalla de San Vicente


El mapa en Imgur

La flota del Pacto realiza un nuevo intento para interferir con la eva-cuación de Portugal. La fuerza de Iachino sale de Gibraltar pero no sabe que ha sido observada y la Fuerza H intenta interceptarlo. A la altura de Larache un submarino británico hunde al crucero Hipper y avería a otros barcos del Pacto. Se detecta a la Fuerza H e Iachino decide retirarse.

Durante la retirada los aviones torpederos embarcados hunden al Scharnhorst y averían a los acorazados Littorio y Vittorio Veneto, y al crucero Gorizia. Pero la Fuerza H es atacada a su vez, pierde un crucero y varios barcos son averiados, y Somerville decide retirarse.

Simultáneamente los cruceros italianos y españoles mandados por el almirante español Regalado bombardean Madeira y siguen hacia el norte. Es seguido a cierta distancia por Ciliax, con el Bismarck y el Tirpitz, que llega tras un crucero en el Atlántico y tras repostar al sur de las Canarias.

Regalado deja atrás a los cruceros destacados desde la Fuerza H pero es perseguido por el Repulse y el Edinburgh. Lo conduce hacia los dos acorazados de Ciliax que los hunden. Los aviones del portaaviones de escolta Archer atacan infructuosamente a Regalado y Ciliax.

La Fuerza H de Somerville intenta socorrer al Repulse pero llega tar-de. Mientras las escuadras de Ciliax y de Regalado se refugian en Tenerife. Tras la batalla apoyan un desembarco en Fuerteventura y luego se retiran a Gibraltar.Con posterioridad a la batalla de San Vicente la flota del Pacto vuelve a actuar: una escuadra de cruceros bombardea Lanzarote y apoya un desembarco en la isla, y posteriormente la flota sigue hasta Freetown aniquilando un convoy. En la retirada se refugia en Tenerife y luego pasa a Gibraltar, apoyando el traslado del acorazado Richelieu a Francia para ser finalizado



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Capítulo 29

Pues sabe, que no es vencido sino el que se cree serlo

Fernando de Rojas. La Celestina



Néstor González Luján. La Guerra de Supremacía en el mar. Op. Cit.

La batalla de Mogador

La salida de la Fuerza H


Los británicos vigilaban el estrecho de Gibraltar con tres medios: observadores en tierra (uno de ellos había alertado de la salida del almirante Iachino tres meses antes), reconocimientos aéreos y submarinos. Sin embargo el dispositivo de vigilancia había perdido efectividad en los meses previos a la batalla. Por una parte, el incremento de la vigilancia policial desarticuló varias redes de espías. Aunque aun quedaban células activas, la vigilancia (gracias a la llegada de varios equipos técnicos alemanes) dificultaba las comunicaciones radiofónicas e impedía que los avisos llegasen a tiempo. El segundo pilar, los submarinos, ya estaba comprometido por lo limitado de la fuerza británica, que tenía que actuar en demasiados escenarios. Además el barrido antisubmarino tras la salida en falso de la flota se había saldado con la destrucción de cuatro sumergibles británicos y daños en otros dos, a cambio de un cañonero y un «bou». Finalmente, tras la pérdida de Portugal los vuelos de reconocimiento tenían que partir de las lejanas Azores o Madeira, por lo que la cobertura era parcial. Además el Pacto había desplegado cazas de largo alcance Me 110 que consiguieron derribar a algunos aparatos de reconocimiento. Como resultado la vigilancia británica del Estrecho era deficiente. Además las agrupaciones del Pacto lo atravesaron por la noche para ocultarse de miradas inoportunas; así se consiguió retrasar la alerta durante unas horas clave.

El primer indicio de la nueva operación del Pacto se produjo cuando varios transportes de tropas de grandes dimensiones entraron en la rada de Tánger y desembarcaron dos divisiones de infantería italianas. Los soldados empezaron a ser trasladados hacia el sur mediante el ferrocarril costero, medio lento pero arriesgado. Indicativo de los defectos en la vigilancia de Gibraltar fue que el primer aviso no llegase de los medios de vigilancia británicos sino del consulado estadounidense en Tánger. Al mismo tiempo otros agentes informaron de la llegada de gran cantidad de unidades aéreas, muchas procedentes del Canal de la Mancha. Sin embargo no se habían detectado movimientos de la flota combinada y todo apuntaba a un intento de refuerzo de las Canarias empleando medios aéreos. Aun así ya hemos visto que el Almirantazgo decidió retrasar la operación de refuerzo aunque el convoy, reunido en el Clyde, estaba casi completo. Asimismo se ordenó que las unidades asignadas a la escolta del convoy se uniesen a la Fuerza H, y que se le reintegrasen los buques que estaban persiguiendo a los cruceros mandados por el almirante Regalado. Casi inmediatamente después un nuevo avistamiento mostró que la operación que estaba iniciando el Pacto iba a ser de mayor calado.

La última noche de febrero un importante convoy cruzó el estrecho y tras él pasó la flota combinada. Esta vez ningún submarino detectó el paso, y solo a mediodía del día siguiente un hidroavión Sunderland partido de las Azores localizó a los mercantes. Sin embargo los avisos radiofónicos del Sunderland no fueron captados, y solo cuando el aparato volvió a su base se supo que un importante convoy que dirigía hacia el sur siguiendo la costa africana. El almirante Somerville, sospechando que el convoy no iría solo ordenó la salida de la Fuerza H; horas después otro Sunderland confirmó la intuición del almirante al detectar la presencia de la flota combinada en el golfo de Cádiz.

A pesar de la rápida respuesta británica el retraso en la detección y las demoras debidas a la dispersión de sus buques hicieron que cuando la flota partió de São Miguel el convoy del ya llevaba veinticuatro horas en el Atlántico y estaba cerca de Casablanca. Aun así la superior velocidad de la Fuerza H aun permitía interceptar a los barcos del Pacto, aunque para ello fuese preciso acercarse peligrosamente a la costa africana. Más importante, los aparatos de reconocimiento indicaron que la flota combinada se aprestaba para defender al convoy. Se trataba de la ocasión para destruir a la flota enemiga que tanto Somerville como Churchill estaban esperando. Se ordenó que la Fuerza H incrementase su andar, aunque fuese a costa de retrasar su reagrupación. Por ello inicialmente se movió en dos agrupaciones separadas, lo que llevó a algunos errores de interpretación por parte del Pacto.



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También fue advertida por sus enemigos la partida de los barcos ingleses. En primero en detectar a la Fuerza H fue el U-118, el prototipo de un revolucionario tipo de submarino que al ser tan sigiloso se estaba usando para la vigilancia de las Azores. Aunque el U-118 no llegó a avistar a los barcos ingleses, sus instrumentos detectaron las características emisiones de sus radiotelémetros. Horas después un avión Focke Wulf Fw 200 Condor avistó a la Fuerza H, aunque el informe contenía errores ya que el avión alemán solo se había detectado tres acorazados y un portaaviones. Desde Casablanca se pidió al Condor que confirmase el avistamiento, pero para entonces el cuatrimotor alemán había sido derribado por cazas ingleses.

Si se creía el avistamiento la flota del Pacto tenía ventaja en blindaje, pues contaba con seis acorazados, aunque no tenía portaaviones. Sin embargo el almirante Ciliax receló creyendo que el informe era incompleto. Por tanto, en lugar de buscar el enfrentamiento decidió mantener los planes originales y modificó curso de la flota combinada hacia el norte, aparentando que buscaba la seguridad de la costa portuguesa. El cambio de rumbo fue inmediatamente detectado por los aviones británicos, pero Somerville no se dejó engañar y siguió dirigiéndose hacia el convoy. Ciliax comprendió que si la flota se seguía alejando el convoy quedaría muy expuesto, y en cuanto oscureció volvió hacia el sur. El nuevo cambio tampoco pasó desapercibido pues la flota combinada era seguida por aviones de reconocimiento británicos que contaban con radiotelémetros. Sin embargo el aviso no llegó a cuatro hidroaviones Catalina de ayuda norteamericana, también provistos de radiotelémetro, que buscaron infructuosamente a los barcos del Pacto para torpedearlos.

Durante la noche Ciliax aumentó el andar de sus buques para acercarse a tierra. Al amanecer estaba a la vista del cabo de Bojador y a menos de cuarenta millas del convoy. Dado que el ataque británico se consideraba inminente se desprendió de una escuadra de cruceros italianos, que se incorporó a la protección de los mercantes. Al tomar esa medida se debilitó, pero pensaba que la escolta del convoy era insuficiente especialmente en armas antiaéreas. Temía que los ingleses se mantuviesen a distancia y empleasen los aparatos de sus portaaviones para atacarlo.

Al mismo tiempo la aviación del Pacto desplegada en Marruecos y Canarias comenzó sus operaciones.




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—Bueno, parece que por fin el mando se ha decidido a acabar con los herejes de las Canarias —nos dijo el comandante Salvador—. Ya sabéis lo costoso que ha sido traer abastecimientos. No solo para nosotros sino también para los herejes cabrones que aun siguen en Canarias. Ahora vamos a lanzar un órdago a la grande, a la chica y a pares. En estos momentos un montón de barcos, protegidos por toda la flota del Pacto, están pasando el estrecho de Gibraltar y se vienen para aquí. No se os escapará que la maniobra tiene más peligro que un mono con una pistola, pues es lo que la pérfida navy estará esperando para machacar a nuestros marinos. Por desgracia, en el mar los ingleses todavía tienen fuerzas como para ponernos la cara como un mapa. No porque sus barcos sean mejores, sino porque tienen portaaviones, y ya se sabe que donde hay un avión los popeyes solo pueden cerrar la mui. Así que se trata de chafarles el plan a los herejes y demostrarles a los herejes que nuestros cazas son tan buenos sobre el mar como sobre tierra ¿Estamos?

El comandante siguió describiendo la operación. No íbamos a escoltar a los bombarderos: dado que se iban a lanzar decenas de ataques, y que por muchos aviones que pudiesen llevar los portaaviones herejes, no tendrían más que unas decenas de cazas, resultaba más económico realizar un primer ataque en masa para lograr la superioridad aérea, y a partir de entonces cubrir a la flota enemiga con una pantalla de cazas e ir derribando a los ingleses a medida que fuesen despegando. No debiera resultarnos muy difícil, ya que la navy seguía empleando aparatos más aptos para un museo —de horrores— que para una fuerza aérea. Es decir, que seguían con los funestos Fulmar, algo así como una furgoneta con alas. Como mucho podríamos ver algunos Martlet de origen norteamericano, que eran coriáceos pero que tenían la maniobrabilidad de un ladrillo. También se apuntaba la posibilidad de que hubiesen embarcado los Hurricane, pero esos trastos, aunque como verdugos de bombarderos no lo hacían mal, tampoco es que nos quitasen el sueño a los que pilotábamos los Mochos.

Amaneció el día de autos con todos nosotros en el cobertizo de alerta, esperando un aviso para salir que no llegaba. Al parecer la flota enemiga estaba bastante lejos, en el límite del alcance de nuestros aviones. Solo partían los bombarderos, que a ellos sí les llegaba la gasofa. Nosotros nos quedamos en tierra, viéndolos despegar y mordiéndonos las uñas. El único aviso fue cuando el radiotelémetro detectó un avión de reconocimiento inglés, al que intentó dar caza —infructuosamente— la patrulla del comandante Salvador. Solo después de comer hicimos una salida en condiciones, pues un informe señalaba la presencia de una fuerza enemiga a doscientos kilómetros al norte de la isla; pero el avión que dio la alerta habría confundido a las marsopas con acorazados, y aparte de mar vacío no encontramos nada. Al no haber combatido costó poco ponerse tras el Bacalao que nos devolvió a casa sin especiales apreturas. Llegamos frustrados, pues del éter saltaban chispas con los gritos radiofónicos de nuestros hombres y, obviamente, de los herejes.



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