Crisis. El Visitante, tercera parte
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Néstor González Luján. La Guerra de Supremacía en el mar. Op. Cit.
La batalla de Mogador
La fase aérea
Casi inmediatamente después del ataque del U-217 comenzaron los enfrentamientos entre los aviones. La primera en actuar fue una escuadrilla de bombarderos pesados ingleses del modelo Stirling. Al detectarse la salida de la flota combinada los bombarderos desplegados a Madeira habían empezado los ataques contra las Canarias, aunque con escasos resultados. En esta ocasión bombardearon el aeródromo de los Rodeos, en Tenerife, sin saber que había sido abandonado y que los aparatos que llenaban sus pistas eran solo señuelos. Aunque los Stirling fueron atacados por cazas españoles ninguno de los dos bandos sufrió bajas. Sin embargo, poco después cayó la primera víctima inglesa del día, augurando el destino de los aviones de reconocimiento aéreo de larga distancia, una de las herramientas con las que contaba Somerville. Fue un hidroavión Catalina que fue derribado por cazas franceses en las inmediaciones de Casablanca. En las horas siguientes los cazas de largo alcance del Pacto, dirigidas por los radiotelémetros de los buques o los situados en tierra, se cebaron con los desprotegidos aparatos de reconocimiento, con lo que en lo sucesivo los británicos tuvieron dificultades para seguir los movimientos de la flota combinada.
Inicialmente Somerville había confiado en llegar al alcance de la flota enemiga durante la mañana. Pretendía emplear la misma táctica que había intentado en Larache: emplear sus aviones torpederos embarcados para debilitar a la flota contraria, para luego acabar con ella empleando a sus buques de batalla. Sin embargo los ataques submarinos y las maniobras precisas para eludir los torpedos hicieron que la distancia entre las dos flotas se mantuviese. No fue hasta mediodía cuando la Fuerza H pudo reemprender la persecución del enemigo. En las cubiertas de sus portaaviones se alinearon los aviones torpederos, prestos para atacar a la flota enemiga. Pero de nuevo, fue el Pacto el que se adelantó.
Los aviones de reconocimiento del Pacto también habían sufrido ante los cazas ingleses y a lo largo de la mañana tres Condor, un Dornier 215 y dos hidroaviones cayeron ante las ametralladoras. Aun así consiguieron mantener el contacto (aunque inicialmente fallaron en detectar a parte de los buques de la Fuerza H) y el general Finck, que había trasladado su puesto de mando a Casablanca, tenía una buena perspectiva de los movimientos de las flotas. Cuando la británica se acercó a menos de 250 millas de tierra empezó a enviar formaciones aéreas; para ayudarles a encontrar a la flota enemiga varios de los aviones de reconocimiento llevaban potentes radiobalizas. En las reuniones previas se había decidido que proporcionar escolta a cada formación resultaría muy complejo dado el gran número de aeronaves implicadas, que además eran de cuatro nacionalidades diferentes. Por ello se decidió escoltar solo a los primeros grupos, para luego establecer un sistema que Finck llamó «defensa por zonas». Según el cual no se buscaba escoltar a los bombarderos sino lograr la superioridad aérea tanto sobre las fuerzas propias (la flota y el convoy) como sobre la escuadra enemiga. Las formaciones de cazas de largo radio de acción (en su mayoría Me 110 alemanes y Potez franceses) se solaparían para que la cobertura fuese continua. Además la primera oleada iba a ir acompañada de cazas monomotores Me 109 y Fw 190 con la intención de arrebatar el control del cielo a los aparatos ingleses. Se trataba de aparatos muy superiores a los ingleses y en un combate de pocos minutos lograron la superioridad aérea. Oigamos al teniente Bentwick:
«Las averías del Victorious supusieron un mazazo para nuestros planes. Aunque el gran barco parecía no correr peligro, tuvo que retirarse y llevándose a la tercera parte de los aviones de la flota. Durante las dos horas siguientes el Unicorn tuvo que efectuar maniobras casi continuas, bien para lanzar y recoger los cazas de la patrulla aérea de combate, bien para eludir contactos submarinos. Afortunadamente no sufrimos ningún ataque y a media mañana se recibió un informe según el cual la flota enemiga estaba a 180 millas, dentro del alcance de nuestros torpederos. Por desgracia el ataque no podía ser inmediato porque las operaciones con los cazas habían obligado a mantener la cubierta despejada, y mantener aviones armados en el hangar se consideraba excesivamente peligroso. La dotación se esforzó al máximo sabiendo que de su trabajo dependía la suerte de la batalla, y a las 13:10 los torpederos Albacore estaban alineados en cubierta».
«Habían empezado a despegar cuando desde el Euryalus nos advirtieron de la aproximación de una gran masa de aparatos. Casi inmediatamente el radar del Unicorn lo confirmó: se acercaba un gran número de aviones, al menos un centenar, que estaban a apenas cincuenta kilómetros de distancia. Los cazas de la patrulla aérea de combate fueron dirigidos contra los intrusos y se ordenó lanzar a los Albacores que quedaban, no solo para atacar a la flota enemiga sino sobre todo para despejar la cubierta y alejar del buque los aviones con su peligrosa carga de combustible y explosivos. Al mismo tiempo la flota adoptó el dispositivo antiaéreo: los destructores y los cruceros formaron un círculo en cuyo interior estaban los buques mayores, pero además un crucero antiaéreo se acercó a cada portaaviones: el Calcutta, un viejo crucero modernizado y convertido en antiaéreo, debía proteger al Indomitable, y el Euryalus a nosotros. Puede parecer extraño que el Eurialus, más moderno, fuese nuestra escolta, pero debe tenerse en cuenta que nuestro portaaviones carecía de coraza y estaba menos armado que los de flota. La nueva disposición se había adoptado tras el combate de San Vicente y teníamos mucha confianza en ella. Mientras en el hangar se trabajaba a toda prisa para abastecer a los cazas que quedaban bajo cubierta. Sin embargo, aun estaba el primero en el ascensor cuando llegaron los alemanes».
«Se trataba de un grupo de bombarderos en picado Stuka. Hubiesen debido ser presa fácil para nuestros Hurricane, pero venían acompañados de la mayor masa de cazas que haya visto nunca: por lo menos un centenar de Messerschmitt y de Fockewulf (sic) que diezmaron a nuestros pobres cazas. Aunque lucharon como leones y derribaron dos decenas de aviones enemigos acabaron siendo barridos de los cielos. Ni pudieron acercarse a los Stuka, que sin ser molestados se dividieron en grupos que se dirigieron cada uno contra uno de nuestros portaaviones. Contra el Unicorn vinieron quince que empezaron a orbitarnos. Toda la flota disparó contra ellos y el Euryalus lo hizo con notable precisión, derribando a dos. Pero los alemanes debían ser veteranos que mantuvieron a formación a pesar de las pérdidas, y al momento se desplomaron contra nosotros. No todos a la vez, sino en grupos de tres o cuatro aviones, que caían con un espeluznante picado vertical. Las sirenas que llevaban aullaban mientras los rodeaban las explosiones. El primer avión en atacar se desintegró al recibir un impacto directo, y al segundo un Pom pom le arrancó el ala pero cuando la bomba ya caía. El artefacto, con notable precisión, alcanzó al portaaviones en la popa, y al estallar hizo caer al ascensor trasero al nivel del hangar. Con esos daños el Unicorn ya no podría recoger aeronaves, pero aun podíamos lanzar los cazas que nos quedaban. Las demás bombas fallaron pero cayeron tan próximas que su metralla causó bajas entre los sirvientes de los antiaéreos».
Mientras dejamos al Unicorn intentando reparar los daños continuamos con el relato del ataque. Los aviones de caza, tras haber acabado con los ingleses, se mantuvieron sobre la flota enemiga. En lo sucesivo se turnarían sobre ella los cazas de largo radio de acción, que atacaban a los aparatos británicos en cuanto despegaban. Al mismo tiempo los bombarderos y torpederos se dirigían contra los barcos principales.
Los primeros en hacerlo, como hemos visto, habían sido los bombarderos en picado Ju 87. Cincuenta de ellos, que llevaban bombas ligeras y depósitos auxiliares para extender su alcance, buscaron a los portaaviones con la intención de dejarlos fuera de combate. Ya hemos leído el ataque al Unicorn. Al mismo tiempo el Indomitable fue atacado pero con menor precisión, y aunque la metralla causó averías el portaaviones no sufrió ningún impacto directo. Menos suerte corrió el averiado Victorious que se retiraba hacia el noroeste. Fue acosado por quince Ju 87 que lo alcanzaron con dos artefactos de 250 kg. En condiciones normales apenas hubiesen sido capaces de arañar la pintura de su cubierta acorazada. Sin embargo ya hemos visto que Somerville había ordenado que el Victorious lanzase sus aviones para transferirlos a otros portaaviones, y los aparatos estaban esperando en cubierta, sin armas y con media carga de combustible, esperando que el barco dañado consiguiese suficiente velocidad. Una de las bombas estalló entre los aviones estacionados e inició un violento incendio que se extendió primero a los otros aparatos y luego al hangar a través del ascensor de popa, por el que cayó la gasolina ardiente. Los sistemas de control de daños ingleses consiguieron extinguir las llamas pero el portaaviones sufrió daños adicionales; Somerville, que ya había perdido quince cazas en el combate inicial, se había quedado sin otros cuarenta aviones.
Junto a los bombarderos en picado llegaron los torpederos. En primer lugar actuó una escuadrilla dirigido por el famoso as italiano Buscaglia. Un error en la coordinación propició que los trimotores Sparviero atacasen cuando aun no se había conseguido el control del aire, y los cazas ingleses se cebaron son los trimotores Sparviero a pesar de los esfuerzos de seis cazas Potez 670. Aun así los italianos, derrochando valor, llegaron rozando las olas para torpedear a los acorazados enemigos. Fue Buscaglia el que consiguió el primer acierto del día al alcanzar al acorazado Duke of York, el más moderno de Inglaterra, en el combés; el torpedo no causó excesivos daños pero limitó la velocidad del blindado. También fue alcanzado el crucero Newcastle, que se unió al Victorious para retirarse hacia Madeira.
El teniente de navío Campbell, que servía en el puente de mando del King George V, buque insignia de Somerville, relata el ataque:
«El almirante quedó impresionado por la primera oleada enemiga. Los cazas de defensa en los que confiábamos habían sido expulsados del cielo como quien barre las hojas de un jardín. Inmediatamente después se produjo un ataque de bombarderos Stuka que con una decisión que nunca habíamos visto se cebaron en los portaaviones. El Indomitable quedó rodeado de piques y lo dábamos por perdido, pero surgió incólume de las cortinas de agua. Sin embargo todos vimos la explosión en el Unicorn, y más allá una columna de humo mostraba que otro buque, seguramente el Victorious, había sido dañado. Apenas tuvimos tiempo para respirar porque estaban llegando los torpederos. Se trataba de trimotores italianos; unos cazas bimotores intentaban defenderlos contra los pocos cazas ingleses que quedaban en el aire. Seis trimotores fueron derribados (realmente lo fueron tres Sparviero y dos Potez 670), pero el resto consiguió atravesar el anillo de escoltas antes de dejar caer sus artefactos. Contra el King George V lanzaron dos que el capitán Patterson consiguió eludir. Sin embargo nuestro gemelo, el valiente Duke of York, no tuvo tanta suerte. Un torpedo estalló a la altura de la primera chimenea, aunque desde el acorazado se informó que los daños no habían sido graves».
«Tras este segundo ataque el almirante pidió al capitán Patterson consejo respecto a si convenía retirarse o no. Los aviones y submarinos del Pacto se habían relevado mucho más eficaces de lo que esperábamos y ya habían conseguido hacer mella en la Fuerza H. Aun así seguíamos siendo muy superiores al enemigo. Además flotaba en el ambiente el chasco de Larache, cuando Somerville había ordenado la retirada sin saber que tenía la flota enemiga a su alcance. No menos importante era que sabíamos que, de retirarnos, la guarnición de Gran Canaria estaba perdida. Sin embargo, en ese momento llegó un informe que situaba a la flota enemiga a solo ochenta millas y dirigiéndose hacia nosotros. Parecía inminente una acción de superficie, y apenas quedaban dos horas hasta que nuestros cañones pesados impusiesen su ley. No sabíamos que iban a ser dos horas en el infierno».
La ofensiva aérea no se detuvo tras la actuación de los torpederos liderados por Buscaglia. Por entonces ya no había cazas ingleses en el aire, y los aviones de reconocimiento se mantenían sobre la flota inglesa. Con sus radiofaros guiaban a las formaciones que llegaban de la costa marroquí, y las organizaban para realizar ataques coordinados. Tras los torpederos de Buscaglia llegó un grupo de bombarderos franceses que lanzó sus bombas desde cuatro mil metros de altura, sin otro efecto que hacer gastar munición a los ingleses. Fueron seguidos de un grupo de italiano equipado con los modernos Savoia-Marchetti SM.84, un aparato diseñado para suceder a los valiosos SM.79. Sin embargo el SM.84, que como bombardero a nivel estaba consiguiendo buenos resultados sobre Gran Bretaña, fracasó en la batalla de Mogador. La mitad de los aparatos estaban cargados de bombas que lanzaron desde gran altura; fueron derribados dos y no consiguieron ningún impacto. Al mismo tiempo una docena de trimotores tomó como objetivo el portaaviones Indomitable. Por desgracia los pesados trimotores eran muy poco maniobreros a baja altura. Tres fueron derribados por las defensas antiaéreas y otros dos se estrellaron al intentar maniobrar. El resto lanzó sus armas desde gran distancia sin conseguir alcanzar al buque inglés.
Tras estos dos ataques fallidos Somerville empezó a recuperar su confianza, pero en ese momento se abatió el desastre sobre los ingleses. Escuchemos al teniente Bentwick:
«Con gran esfuerzo el personal del hangar había conseguido preparar seis Hurricane, pero nada más despegar una decena de bimotores enemigos (n. del a.: se cree que eran Potez 670 franceses) se introdujeron en la barrera de fuego antiaéreo y cayeron sobre los desgraciados cazas cuando intentaban remontarse. Cuatro fueron derribados a cambio de dos bimotores enemigos. Los otros dos cazas se vieron envueltos en una melée con los alemanes y les perdí de vista, ya que en ese momento se cernió sobre el Unicorn una amenaza peor. El radar había detectado una gran fuerza que se aproximaba y el Euryalus se situó a nuestra vera para intentar protegernos. Por entonces ya veíamos que el enemigo se había dividido en dos grupos. Uno era de bombarderos Stuka a los que ya conocíamos; el otro volaba demasiado alto para ser torpederos, y pensamos que se trataba otra vez de pilotos noveles. Sin embargo, esos aparatos se lanzaron en un picado suave, con tal velocidad que los antiaéreos no consiguieron regular su tiro, y cuando estaban cerca dejaron caer unos torpedos de un tipo nuevo, que tenían pequeñas alas y un pequeño paracaídas en la cola. Entraron en el agua casi al lado del Unicorn y fue imposible evitarlos. Aun no nos habían alcanzado cuando escuché el bramido de las sirenas de los Stuka. Al mirar a lo alto vi una bomba que parecía caer directamente hacia mí. Me refugié tras la mampara y al momento todo el buque tembló: el artefacto había atravesado la cubierta de vuelo para estallar en el hangar, a pocos metros de mi puesto. Perdí la conciencia y cuando desperté no reconocí al buque: la torre se había convertido en un amasijo de hierros, y por varios huecos de la cubierta salían chorros de humo y llamas que parecían volcanes. Durante los instantes en los que estuve inconsciente varios torpedos nos habían alcanzado y el pobre portaaviones se estaba escorando. Cuando la inclinación llegó a los 30° se dio la orden de abandonar el barco. Los tripulantes empezaron a lanzar por la borda balsas y salvavidas, y luego saltaron detrás. Me quedé un momento para intentar organizar la evacuación; tuve el consuelo de ver que entre los que abandonaban el barco había bastantes maquinistas, que por lo visto habían conseguido encontrar una vía de escape. Yo salté cuando ya no vi a nadie a mi alrededor, y al volver a la superficie nadé con todas mis fuerzas para alejarme del Unicorn que se hundía».
El portaaviones había sido alcanzado por cuatro torpedos y por seis bombas de media y de una tonelada. Ningún barco podía resistir tal castigo y menos el Unicorn, diseñado como portaaviones de reparaciones y carente de blindaje. Diez minutos tras el ataque el capitán Mackintosh tuvo que ordenar el abandono del buque. Los tripulantes se vieron obligados a saltar al agua donde fueron recogidos por los destructores Nubien y Sikh; quince minutos después el infeliz portaaviones zozobró; apenas llevaba tres meses en servicio y era su primera misión de combate. Sorprendentemente las bajas no fueron demasiado graves y novecientos hombres fueron recogidos. Se perdieron trescientos cuarenta y uno, incluyendo al capitán Macintosh, que prefirió irse con su barco.
El Unicorn había sido la primera víctima del torpedo LT 1300. Se trataba del primer fruto del programa de armas anti navío ordenado por el almirante Marschall un año antes, y consistía en un torpedo aéreo convencional pero dotado de un sistema de frenado por paracaídas que permitía su lanzamiento a mayor altura y velocidad, y que al caer en las proximidades del blando era muy difícil de esquivar. Ya hemos escuchado al teniente Bentwick la descripción de un ataque con estas armas. Tras el Unicorn fue el acorazado Nelson el que sufrió tres impactos en pocos minutos; el coriáceo barco pudo mantenerse a flote pero con daños tan severos que tuvo que retirarse.
En esa fase del combate fue cuando los aviones de la Fleet Air Arm lograron su primer éxito. Los torpederos del Unicorn habían sido presa de los cazas que protegían a la flota; los lentos biplanos, sin escolta, fueron bocado fácil para los cazas y todos fueron derribados; solo sobrevivieron tres tripulantes. Pero los repetidos ataques aéreos habían hecho que la formación inglesa se disgregase. Aunque eso disminuyó la eficacia de su fuego antiaéreo, permitió que el portaaviones Indomitable escapase durante cierto tiempo a la vigilancia aérea y que aprovechase el intervalo para lanzar sus torpederos Albacore. Sufrieron parecido destino a los del Unicorn, pero tres consiguieron atacar al crucero Gorizia, que formaba parte de la pantalla protectora. El crucero recibió un torpedo en la proa y tuvo que refugiarse en la cercana Esauira.
Tras los torpederos alemanes llegaron más bombarderos franceses que no consiguieron resultados apreciables pero que mantuvieron en tensión a los marinos ingleses. Al momento fueron torpederos italianos Sparviero los atacantes, que consiguieron averiar al crucero antiaéreo Charybdis. Durante unos minutos pareció que el chaparrón de bombas escampaba, pero en realidad se estaba preparando el ataque más intenso del día. El primero en ser alcanzado fue el acorazado Queen Elizabeth. Este buque, al haber tenido que maniobrar para evitar un ataque torpedero, había quedado separado de la flota. Ahora recibió una bomba en el caparacho de la torre X que produjo un peligroso incendio de pólvoras y que obligó a inundar el pañol popel. El portaaviones Indomitable fue alcanzado por dos artefactos de 500 kg, pero al contrario del Unicorn se trataba de un buque blindado y la cubierta acorazada hizo que las averías fuesen mínimas. El crucero pesado Kent fue torpedeado, quedando al garete. El que sufrió lo peor del ataque fue el acorazado Duke of York, que ya estaba dañado por el ataque anterior. En pocos minutos recibió cuatro bombas y otro torpedo. La coraza y el sistema antitorpedos del acorazado limitaron los efectos de las explosiones, pues no en vano era el más moderno de la flota. Aunque no estaba en peligro inmediato tuvo que unirse a la caravana de buques lisiados que navegaban en demanda de Madeira y de las Azores y que iba a sufrir el acoso de los submarinos.
Este último ataque puso a Somerville ante un dilema: su flota había quedado muy debilitada; a cambio, la tarde estaba cayendo y la falta de luz obligaría a la aviación enemiga a interrumpir sus ataques. Además el enemigo estaba muy cerca: el radar del King George V había detectado un gran contacto a veinte millas, y poco después desde la cofa se avistaron los palos de los acorazados enemigos. Somerville aun podía retirarse pero significaría casi con seguridad el sacrificio de los barcos dañados; por el contrario, si mantenía el curso aun podía imponerse sobre los menos potentes acorazados del Pacto.
Esto no son dos párrafos, creo.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Avioncitos, avioncitos, de nuevo gracias a reytuerto.
Heinkel He 111 H-6 en DeviantArt
El Heinkel He 111 fue desarrollado como un avión civil rápido que pudiese transformase en bombardero, y de hecho la inmensa mayoría de los aparatos producidos fueron de la versión militar. Su bautismo de fuego fue en España, donde formó la espina dorsal de la «Legion Condor». Cuando comenzó la Guerra de Supremacía las versiones más antiguas estaban siendo sustituidas por las versiones P u H; la característica más llamativa era la adopción de una cabina delantera completamente acristalada sin escalón para el parabrisas. También se había modificado el ala que ya no era de planta elíptica sino rectangular para facilitar la producción.
El He 111, aunque no tenía prestaciones descollantes (tanto el Do 17 como el Ju 88 eran más rápidos) era muy resistente y tenía buenas características de vuelo a bajas velocidades. Debido a ello se desarrolló la versión H-6 de ataque naval, que podía llevar dos torpedos. Cuando se produjo la batalla de Mogador estaba siendo sustituido por el más capaz Ju 88, a pesar de lo cual aun quedaban varios centenares de He 111 H-6 en servicio. Su letalidad aumentó gracias al empleo del torpedo de lanzamiento de alta cota LT 1300.
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El Heinkel He 111 fue desarrollado como un avión civil rápido que pudiese transformase en bombardero, y de hecho la inmensa mayoría de los aparatos producidos fueron de la versión militar. Su bautismo de fuego fue en España, donde formó la espina dorsal de la «Legion Condor». Cuando comenzó la Guerra de Supremacía las versiones más antiguas estaban siendo sustituidas por las versiones P u H; la característica más llamativa era la adopción de una cabina delantera completamente acristalada sin escalón para el parabrisas. También se había modificado el ala que ya no era de planta elíptica sino rectangular para facilitar la producción.
El He 111, aunque no tenía prestaciones descollantes (tanto el Do 17 como el Ju 88 eran más rápidos) era muy resistente y tenía buenas características de vuelo a bajas velocidades. Debido a ello se desarrolló la versión H-6 de ataque naval, que podía llevar dos torpedos. Cuando se produjo la batalla de Mogador estaba siendo sustituido por el más capaz Ju 88, a pesar de lo cual aun quedaban varios centenares de He 111 H-6 en servicio. Su letalidad aumentó gracias al empleo del torpedo de lanzamiento de alta cota LT 1300.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
El combate de Esauira
A últimas horas del a tarde del primer día de marzo de 1942 dos flotas se aprestaban a dirimir la cuestión que veintiséis años antes había quedado pendiente en Jutlandia ¿conseguirían derrotar decisivamente al enemigo? En aquella ocasión Jellicoe había dicho «soy el único hombre que puede perder la guerra en una tarde» y tal responsabilidad le había atenazado, obligándole a actuar con tal precaución que dejó escapar a la flota de alta mar alemana y condenó a los soldados ingleses a seguir peleando en las trincheras durante dos años más. Ahora Inglaterra estaba en una situación mucho más peligrosa: en Jutlandia la Royal Navy había luchado para vencer. En Mogador, lo hacía para sobrevivir. Solo una victoria daría alientos a la nación para que siguiese resistiendo el aplastante poder del Pacto de Aquisgrán, igual que Trafalgar dio fuerzas a sus tatarabuelos para luchar contra Napoleón.
Muchas cosas habían cambiado desde Jutlandia. Los buques que iban a combatir eran, aparentemente, muy similares, y varios de los participantes ya estaban en servicio en 1916. Los grandes cañones eran similares cuando no los mismos. Pero el alcance de la artillería se había duplicado gracias a la mayor elevación de los tubos, las mejoras en los proyectiles y los nuevos calculadores de tiro. Los acorazados modernos alcanzaban velocidades que en 1916 solo los cruceros de batalla podían soñar. Los cruceros eran el doble de grandes, y los destructores llevaban armamento comparable al de los cruceros de antaño. Pero los mayores cambios los habían impuesto la aviación y la electrónica. En 1916 la Grand Fleet inglesa había partido dejando atrás a sus barcos portahidroaviones, y la Hochseeflotte tampoco había podido contar con la ayuda de los dirigibles. En Mogador los aviones de reconocimiento informaban puntualmente a los almirantes de los movimientos de las agrupaciones enemigas, y los de ataque extendían el alcance de las armas de la flota a centenares de millas. Los barcos estaban erizados de antenas de equipos electrónicos y de comunicaciones: en Jutlandia los barcos se reconocían con bombillas de colores, su radio de detección se reducía a lo que pudieran ver los serviolas desde las cofas, e incluso se veían obligados a emplear banderas de señales para comunicarse. Ahora aviones, radios y radiotelémetros iban a cambiar la guerra naval para siempre.
Con el atardecer remitieron los ataques aéreos de la aviación del Pacto. Fue entonces cuando los sistemas de vigilancia electrónica del King George V (el buque insignia de Somerville) detectaron las emisiones de equipos electrónicos del Pacto, que por su potencia y proximidad tenían que proceder de la flota. Quince minutos después, a las 17:30, el radar del King George V detectó a los buques enemigos a 35.000 metros de distancia, y Somerville ordenó que aumentase el andar de sus buques para entablar cuanto antes el combate, pues la situación táctica le favorecía: aunque no iba a poder cruzar la «T» al enemigo, el sol poniente ocultaría su aproximación y cegaría a los apuntadores del Pacto. Para aprovechar los pocos minutos con luz favorable que le quedaban decidió no esperar a que se incorporase el Queen Elizabeth, que se había retrasado a causa de las maniobras que había tenido que hacer para esquivar los ataques aéreos. Para complementar la línea se le unieron los cruceros pesados Suffolk, Berwick, London y Devonshire, cuyos cañones tenían un alcance similar al de los acorazados, aunque por su blindaje, o mejor dicho por su casi ausencia, se asemejaban a los funestos cruceros de batalla.
Escuchemos al teniente Campbell:
«De haber sabido lo que nos esperaba yo creo que el almirante hubiese ordenado el repliegue, pero nadie imaginaba lo que iba a ocurrir. Los italoalemanes habían atacado con decisión y acierto, privándonos de dos acorazados y hundiendo al desventurado Unicorn. Tal vez esos reveses eran aviso de que nuestra flota se estaba quedando anticuada. Pero seguíamos confiando en la superioridad de nuestros barcos. Además desde el King George V se detectaban las emisiones de la flota enemiga, y cuando al avanzar la tarde remitieron los ataques aéreos, todos creímos que había llegado el momento. No nos preocupaba que la noche se acercase: hasta entonces, el sol poniente cegaría a los alemanes, y después, llevábamos años preparándonos para combatir en acciones nocturnas y sabíamos que los alemanes no eran duchos en tal técnica. Sin embargo nuestra escuadra era más lenta que la enemiga, y cuando el radar detectó que el enemigo nos presentaba la popa hubo que aumentar el andar a sabiendas de que el Queen Elizabeth ya no podría incorporársenos. Finalmente el radar descubrió que la flota enemiga viraba para aceptar el combate. Minutos después desde el puente del King George V pudimos ver las siluetas de los acorazados enemigos. Eran seis: al parecer nuestra aviación había sido menos efectiva que en Larache. El enemigo tenía ventaja táctica pero el sol debía estar cegando a sus apuntadores; era el momento de acortar distancias para no exponer la débil coraza horizontal de los cruceros de batalla».
Somerville no había tenido en cuenta que los buques alemanes disponían de equipos de detección al menos similares en potencia y alcance a los británicos, y que los aviones de reconocimiento del Pacto operaban con libertad. Su contraparte Ciliax no solo recibía información sobre la posición de la escuadra enemiga, sino que el radiotelémetro del Tirpitz había detectado la aproximación de la Fuerza H mucho antes de que fuese visible. El almirante era consciente de su mala posición táctica y del entrenamiento de los británicos en acciones nocturnas; sin embargo, contaba con la mayor velocidad de su agrupación y con el crepúsculo. Al ver que se aproximaba el enemigo ordenó aumentar el andar hasta los veintisiete nudos (la flota británica no superaba los veintiuno del Rodney) y cayó a estribor durante media hora para mantener la distancia. Una vez el sol se acercó al horizonte viró al noroeste. Así Ciliax había logrado la mejor posición táctica imaginable: no solo cruzaba la «T» a la flota enemiga, sino que el astro rey, muy bajo en el horizonte, ya no le cegaba sino que silueteaba los barcos enemigos, mientras que los suyos eran difíciles de distinguir en la penumbra. Además el radiotelémetro de control de tiro del Tirpitz era capaz de proporcionar datos a la dirección de tiro independientemente de la visibilidad.
La distancia empezó a caer rápidamente. Somerville sabía que la flota contraria era más numerosa por lo que decidió centrar su fuego en los primeros buques de la formación enemiga, esperando poner fuera de combate a alguno antes de que pudiesen intervenir los acorazados italianos, más retrasados. A las 18:12 dio órdenes de disparar y el King George V abrió fuego contra el Tirpitz.
Las primeras andanadas británicas centraron al blindado alemán, pero el capitán Topp modificó hábilmente el curso de su buque consiguiendo que ningún proyectil le alcanzase. Aun así caían cada vez más próximos, decidiendo a Ciliax a responder a pesar de la distancia. A las 18:19, cuando la distancia era de 18.000 m, el Tirpitz lo hizo contra el King George V. En los minutos siguientes el fuego se generalizó y toda la línea del Pacto disparó contra el primer buque inglés. El King George V se vio rodeado de piques, tan numerosos que dificultaron la puntería; parece que en esa fase fue tocado por un proyectil que se aplastó contra el cinturón blindado sin causar daños. Se cree que procedía del Gneisenau o de alguno de los italianos. Aunque Somerville hubiese preferido reducir distancias, comprendió que mantener el curso era insostenible y, a su vez, ordenó caer a babor, adoptando un curso paralelo a la escuadra de Ciliax para permitir que todos sus barcos se incorporasen al combate.
La flota del pacto disparó contra el punto en el que viraban los acorazados británicos, consiguiendo varios impactos, y posteriormente escogieron sus objetivos por su posición en la fila: el Tirpitz sobre el King George V, el Bismarck sobre el Hood y el Gneisenau contra el Rodney. Los acorazados italianos debían hacerlo sobre el resto de los barcos ingleses, pero el contraalmirante Bergamini identificó correctamente a los últimos como cruceros y decidió concentrar el fuego de sus tres acorazados contra el cuarto barco de la línea inglesa, que parecía otro King George V. Sin embargo se trataba de unidad mucho más vulnerable: el crucero de batalla Renown, gemelo del Repulse. Se trataba de un tipo de barco fruto de la imaginación de «Jackie» Fisher que debía combinar la potencia de fuego de un acorazado con la velocidad del más rápido crucero aunque, por desgracia, a costa del blindaje. Cuando fueron botados su coraza apenas equivalía a la de los cruceros ligeros y en algunas zonas la cubierta de protección tenía tan solo 25 mm de espesor. Después de Jutlandia se había reforzado el blindaje aunque seguía siendo deficiente. En el periodo de entreguerras el Renown fue reconstruido varias veces y en 1939 salió del astillero con un aspecto muy moderno que recordaba al de los King George V. La protección también había aumentado, aunque sin ser comparable a la de los acorazados, y la cubierta de protección seguía siendo muy débil en algunos puntos.
El capitán de fragata Capponi, director de tiro del Andrea Doria, relata el combate:
«El Doria era el segundo buque de la línea, tras el Cesare, el buque insignia de Bergamini. En las instrucciones previas se había indicado que en caso de combatir en línea cada unidad debía disparar contra la enemiga que estuviese en el mismo puesto, evitando en lo posible “saltar” barcos contrarios para impedir que pudieran tirar a placer».
Nota del autor: en Jutlandia los británicos habían cometido ese error y en la primera fase de la batalla se saltaron al Seydlitz, que pudo apuntar con tranquilidad y acabar con el crucero de batalla británico Queen Mary. De ahí las instrucciones de Ciliax. Pero sigamos escuchando a Capponi:
«Dado que nuestra división seguía a la alemana, el Doria era el quinto barco en la formación y le correspondería tirar contra el quinto británico. Pero el anteojo de la dirección me permitió comprobar que ese buque tenía la característica silueta de un crucero pesado con sus tres chimeneas, mientras que el cuarto parecía un acorazado moderno de la clase King George V. Se lo comuniqué al capitán Gaetano, que a su vez informó al almirante Bergamini, y solicité autorización para cambiar de objetivo; la recibí y segundos después disparamos contra el acorazado enemigo. Al momento lo hizo también el Duilio. El barco enemigo se vio rodeado de piques; tantos que no era fácil distinguir una salvas de otras a pesar de disparar de manera escalonada para que cronometrando pudiéramos distinguir el fuego de cada buque. Mi primera salva quedó corta y desviada a la derecha; la segunda quedó centrada en dirección y la cuarta, en alcance. A partir de entonces ordené el tiro rápido. Durante unos minutos no ocurrió nada: el enemigo devolvía el fuego, disparando contra el Cesare pero afortunadamente sin precisión. Pero de repente vi una alta llamarada en el centro del barco. Comuniqué a mis ayudantes que el barco enemigo estaba incendiado, pero aun no había terminado de hablar cuando una enorme columna de humo lo ocultó. Cuando se despejó vimos la proa del buque dar la voltereta».
Solo seis hombres sobrevivieron al desastre, entre ellos el guardiamarina Edwards, cuyo puesto estaba en el puente y que fue testigo de lo ocurrido:
«Aunque la línea enemiga era muy poderosa, estábamos seguros de la superioridad de nuestros barcos y sobre todo de nuestros potentes cañones. Además el Renown parecía tener suerte, pues no había sufrido ningún ataque aéreo. Ahora parecía que el enemigo no nos estaba disparando. A las 18:23 viramos a estribor para descubrir la torre de popa y el capitán Jeffery ordenó abrir fuego contra el cuarto barco de la formación enemiga, un acorazado italiano. Sin embargo el Renown solo llegó a disparar dos andanadas antes de ser rodeado por los piques enemigos: era como si media flota enemiga estuviese tirando contra nosotros. El capitán ordenó repetidos cambios de rumbo pero no pudo impedir que un proyectil alcanzase al puente de mando de popa, que quedó fuera de combate. Las comunicaciones internas se cortaron y mientras se enviaba un mensajero, me ordenaron que revisase los daños visibles desde el puente superior. Desde ahí no parecía que fuesen importantes pues la torre de popa seguía orientada contra el enemigo. En ese momento el barco se estremeció y mi visión quedó oscurecida por una columna de color marrón que brotó por las ventilaciones con la fuerza de un soplete. El Renown empezó a escorarse y se ordenó el abandono del crucero. Aun no había podido salir del puente alto cuando se sumergió en el agua. Inicialmente la succión me arrastró al fondo pero una gran burbuja de aire me devolvió a la superficie. No vi a nadie más y pensé que era el único superviviente. Media hora después fui recogido por el Achates».
Como en Jutlandia y en San Vicente, se había demostrado que el concepto de Jackie Fisher estaba equivocado. Parece que había sido un proyectil del Duilio (aunque no puede descartarse que fuese el Doria el responsable) el que cayendo con gran ángulo atravesó la fina cubierta blindada. La investigación posterior del Almirantazgo estableció como causa más probable el incendio del pañol de la batería antiaérea de 4,5 pulgadas que posteriormente se comunicó al pañol de popa que estalló a su vez, partiendo y desventrando al infortunado crucero de batalla.
La desgracia del Renown no interrumpió el combate. El King George V fue alcanzado cuatro veces más por el Tirpitz, el Hood tres por el Bismarck, y el Rodney tres por el Gneisenau. A su vez Tirpitz soportó otros dos impactos, y el Gneisenau uno del Rodney que afectó al hangar. Ciliax tuvo que ordenar a sus barcos que se descentrasen; los cambios de rumbo y la escasa visibilidad (entre la escasa luz del crepúsculo y el humo) afectaron al fuego de ambas partes. Solo el Tirpitz siguió castigando al King George V; el acorazado germano estaba dotado de una modernísima dirección de tiro con calculadora electrónica conectada con el radiotelémetro. Mientras los tres acorazados de Bergamini tomaron por objetivo a los cruceros ingleses, que aun no estaban oscurecidos por el humo y contra los que ya apuntaban los cruceros pesados de Cattaneo. En poco tiempo fueron alcanzados el Berwick y el London. Se trataba de barcos aun menos protegidos que los cruceros de batalla y los cañonazos italianos los arrasaron: en el Berwick las dos torres de proa quedaron fuera de combate y fue destruida la sala de turbinas de popa, cayendo la velocidad a quince nudos. En el London un proyectil del Doria destruyó el puente matando a los presentes, incluyendo al capitán Servaes. Los dos cruceros se salieron de la línea y Bergamini tomó por objetivo de su división al Rodney, el acorazado más retrasado.
La retirada de los cruceros no dejó otra alternativa a Somerville que romper el combate. Ordenó un cambio de rumbo a babor protegiéndose por una barrera de humo, mientras lanzaba sus destructores contra la línea enemiga. Sin embargo volvió a cometer el error de Evan-Thomas en Jutlandia y los buques viraron en el mismo punto, permitiendo que la flota del Pacto disparase contra cada buque al pasar por el punto de la virada. El Hood fue alcanzado por al menos seis proyectiles que causaron un peligroso incendio en las cajas de urgencia de la munición antiaérea, aunque el que resultó más dañino fue uno de 380 mm (probablemente disparado por el Bismarck) que alcanzó su cinturón blindado bajo la flotación hundiendo una placa de acero y causando la inundación en la sala de calderas de proa. El Rodney tuvo más suerte porque aunque fue alcanzado cinco veces, se trataba de proyectiles relativamente ligeros (de 28 cm alemanes y 32 cm italianos) que estragaron las superestructuras pero apenas afectaron a su capacidad combativa; tan solo la torre C quedó atorada durante treinta minutos. Más aparatoso fue sido el incendio de una caja de urgencia de un lanzacohetes antiaéreo, que estalló en una gran bola de fuego; desde la flota del Pacto se creyó que el Rodney había sufrido el mismo sino que el Renown, pero en realidad los daños fueron relativamente escasos. Por el contrario, peor lo pasaron los dos cruceros pesados que quedaban, que sufrieron un castigo peor que el del Exeter en el Río de la Plata: casco y superestructuras quedaron agujereados como queso de Gruyere y tuvieron que abandonar la línea como antes sus dos hermanos. El Suffolk, alcanzado por al menos seis proyectiles pesados y varios más de veinte centímetros, acabó hundiéndose durante la madrugada.
Ciliax ordenó caer al estribor para acortar distancias y rematar la victoria, pero la visibilidad ya era muy reducida y además los radiotelémetros detectaron la aproximación de una docena de buques de pequeño porte que solo podían ser destructores. Combatir contra ellos de noche era suicida, como ya había experimentado el contraalmirante Vierna en el Baleares. El almirante alemán ordenó caer a estribor por divisiones para mostrar la popa a los posibles torpedos enemigos y aumentar la distancia. Al mismo tiempo Somerville, al detectar con sus radares el viraje enemigo, reclamó a sus destructores. Las escuadras se separaron, la británica con rumbo noroeste, la alemana hacia el suroeste.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Se ha colado un error, donde pone «LT 1300» debe poner «LT 850a». Lo siento y saludos
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Sales, Pedro Miguel. Armas de la Luftwaffe. Tikal Ediciones. Madrid, 1991.
Torpedo LT 850b
Desde antes del comienzo de la Guerra de Supremacía la Luftwaffe había estudiado los modos de aplicar la superioridad aérea a la guerra naval. La experiencia del anterior conflicto mostraba al mismo tiempo la vulnerabilidad de Gran Bretaña al bloqueo naval y la incapacidad de la Hochsee Fleet para derrotar a la Royal Navy. El desarme forzado durante el periodo de entreguerras había debilitado aun más a la Kriegsmarine, y llevaría años recuperar la desventaja frente a las marinas aliadas. Sin embargo la fuerza aérea podía recomponerse más rápidamente, y si se conseguía que en el campo naval la superioridad aérea tuviese el mismo papel que en tierra, Alemania podría derrotar a sus sempiternos enemigos aunque dispusiesen de flotas muy superiores a la suya.
Fruto de tales estudios fueron el desarrollo de tácticas novedosas como el empleo de minas magnéticas en las bocanas de los puertos enemigos. Sin embargo, y a pesar de la experiencia española, se seguía creyendo que la bomba era el arma antibuque definitiva, especialmente cuando era lanzada por los Junkers Ju 87 Stuka. Los Stuka eran bombarderos muy precisos que en manos de pilotos expertos conseguían una precisión superior al de las primeras armas guiadas. En la campaña de Polonia los resultados de los bombardeos de los puertos polacos parecieron confirmar las predicciones, pero en las de Noruega y Francia los resultados de los bombarderos en picado fueron mucho peores.
La relativa ineficacia de los bombarderos en picado fue una sorpresa ya que cuando los Stuka bombardeaban objetivos terrestres conseguían colocar el 50% de sus bombas en un radio de diez metros del blanco, más que suficiente contra concentraciones de tropas, artillería, e incluso trenes o tanques. Sin embargo, los buques resultaron ser objetivos mucho más difíciles. Las bombas lograban resultados magros, en parte porque no las había de más de 500 kg (incapaces de perforar la cubierta blindada de los acorazados o portaaviones ingleses), y porque cuando lo lograban su reducida carga explosiva causaba escasos daños. Cuando se empleaban contra barcos sin blindaje (destructores o buques mercantes) no era raro que los atravesasen sin estallar. Cuando se empleaban bombas de alto explosivo se aplastaban contra el blindaje, y si llevaban espoletas instantáneas producían importantes destrozos en las superestructuras o en las cubiertas superiores, pero no afectaban a la maquinaria o a los pañoles ni afectaban la integridad del casco. Sol los barcos de pequeñas dimensiones corrían algún riesgo frente a los Stuka. Además los buques de guerra eran objetivos difíciles, pues estaban erizados de armas antiaéreas, eran rápidos y solían virar durante los ataques. Como estaban sólidamente construidos las bombas que caían al mar, incluso a pocos metros de los costados, causaban daños mínimos. Como resultado el porcentaje de aciertos de los Stuka en Noruega, en la evacuación de Dunkerque o en la primera fase de la «Batalla de Inglaterra» no superó el 10%. En los meses siguientes varios grupos de la Luftwaffe se especializaron en el ataque naval y lograron mejores resultados, pero ni con las nuevas bombas perforantes de una tonelada era fácil hundir buques pesados.
La resistencia de los buques a los daños por encima de la flotación era un clásico de la guerra naval, y la consecuencia obvia era el empleo del torpedo. No solo burlaban el blindaje (aunque los acorazados modernos incorporaban sistemas para mitigar el efecto de las explosiones submarinas) sino que incluso cuando causaban daños pequeños provocaban inundaciones que ponían en peligro al buque alcanzado. Sin embargo la Luftwaffe había prestado escasa atención a los torpedos en el periodo de entreguerras. En parte porque por las malas relaciones con la marina se desconocían las características de la guerra en el mar (como demostraron los malos resultados logrados en Noruega o Dunkerque) pero también porque los torpedos eran armas muy caras y tan pesadas que afectaban a las prestaciones de los aviones existentes en la época. Aun así la Luftwaffe había adquirido la patente de un torpedo noruego desarrollado por Schwarzkopf, el F5 de 45 cm (o LT 1, Luftwaffe Torpedo tipo 1). Por desgracia el F5 no era muy superior a los empleados durante la Primera Guerra Mundial. Estaba pensado para ser lanzado por biplanos a velocidad muy baja, y sus prestaciones eran tan malas que se consideraba inadecuado para la guerra moderna. Se intentó optimizar el diseño original, pero el F5a apenas mejoraba las características del F5. Solo el posterior F5b (LT 1 A1), que fue desarrollado con la asistencia de la Kriegsmarine, fue apto para su empleo en combate, entrando en servicio en 1941. Debido a los retrasos hubo que adquirir un lote de torpedos Whitehead italianos que fueron denominados F5w.
En combate los F5w y F5b fueron muy poco eficaces. Hay que tener en cuenta que los buques de guerra modernos no estaban inermes ante los aviones, e igual que a principios de siglo se habían equipado con artillería de tiro rápido para hacer frente a los barcos torpederos, en los últimos años habían sido equipados con gran número de cañones automáticos y de ametralladoras. Estas armas tenían un alcance reducido por lo que resultaban poco peligrosas contra bombarderos de alta cota o en picado, pero eran letales contra los aviones torpederos. Se debía a que los torpedos aéreos solían requerir parámetros de lanzamiento muy estrictos, con alturas y velocidades máximas, y como tenían poca velocidad y alcance había que lanzarlos cerca del objetivo. Para la artillería antiaérea ligera acertar un avión torpedero que volaba bajo, despacio y directamente hacia el buque era un ejercicio de puntería. Estos defectos se agravaban en los F5w y sobre todo en los F5b, que eran demasiado frágiles, siendo preciso lanzarlos desde menos de 80 m de altura y a velocidades inferiores a 200 Km/h. Los aviones modernos de altas prestaciones tenían velocidades de entrada en pérdida no muy inferiores, significando que cualquier maniobra brusca o cualquier impacto en la fase final del ataque conllevaban estrellarse contra el agua; fue una de las causas por los que los bombarderos rápidos Dornier 17 fracasaron como torpederos. Además los torpedos citados tenían poco alcance (menos de 2.000 m) y velocidad reducida, siendo sencillo evitarlos: para conseguir impactos había que emplearlos en masa y lanzarlos a distancias muy cortas, de apenas unos cientos de metros. Incluso cuando los torpedos alcanzaban al blanco un porcentaje importante fallaba a causa de defectos de las espoletas, y llevaban una carga explosiva tan reducida que los daños que causaban no solían ser graves.
Buscando torpedos de mejores características se acudió a Japón. Aunque los gobiernos de Berlín y Tokio estaban enfrentados por las crisis de Indochina y de las Indias Orientales, la Kriegsmarine y la marina imperial japonesa mantenían buenas relaciones e intercambiaban sus desarrollos más avanzados. A cambio de la patente de los radiotelémetros navales Alemania consiguió la del torpedo japonés tipo 91, que fue producido como F5j (LT 850). El F5j, aunque tenía las mismas dimensiones y pesos que los torpedos aéreos alemanes e italianos, era más fiable, alcanzaba mayor velocidad y llevaba una carga explosiva un 30% superior. También se podía lanzar a cotas y velocidades algo mayores, aunque por desgracia los torpederos siguieron siendo muy vulnerables. Por desgracia el F5j solo estaba disponible en pequeñas cantidades cuando se produjo la batalla de Mogador: la consecuencia fue que los ataques realizados con torpedos convencionales fueron muy poco efectivos.
Coincidiendo con la adquisición del torpedo tipo 91 la Kriegsmarine inició, a instancias del Grossadmiral Marschall, el programa Hammerhai (tiburón martillo). Estaba destinado a desarrollar armas antibuque de características mejoradas que equilibrasen la superioridad numérica británica con la ventaja técnica alemana, y produjo artefactos como los misiles Ludwig X y XX (lanzados por buques, submarinos y aviones), las bombas guiadas Fritz X, XIII y XV, las bombas planeadoras Henschel 293 y 393, o las guiadas por infrarrojos y por televisión Ruhrstahl X-10 y X-12. A pesar de ser armas primitivas prometían revolucionar la guerra naval, pero iban a requerir largos plazos de desarrollo, como mínimo de 18 meses, y en algún caso (como en el de la bomba X-12) fue de años. La carencia de un arma antibuque efectiva era un inconveniente porque en 1941 se admitía que la estrategia periférica contra Inglaterra, es decir, atacar su imperio, no estaba consiguiendo llevarla a la mesa de negociaciones.
El programa Hammerhai prestó atención prioritaria a las armas submarinas, desarrollándose diversos tipos de minas que fueron empleadas con buenos resultados en la segunda fase de la Batalla de Inglaterra. E lo referente a los torpedos la Luftwaffe prestó atención a los desarrollos de la Kriegsmarine, que había modificado sus torpedos G7 (empleados por buques de superficie y submarinos) para que tuviesen mayor velocidad y alcances o para llevar propulsión eléctrica discreta. También estaba empezando a emplear sistemas de búsqueda, primero por sonotelémetro pasivo y luego activo. Inspirándose en estas armas en 1942 entró en servicio el torpedo LT 10, que era un equivalente al G7 naval, y en la segunda mitad de 1942 el LT 10/FaS, guiado por sonotelémetro pasivo. Pero el LT 10 era un torpedo pesado y de grandes dimensiones, que solo podía ser lanzado por bombarderos pesados. Además el sistema de dirección era ineficaz por debajo de los 20 nudos; por consiguiente aunque los LT 10 fuesen muy útiles en los ataques contra los convoyes, resultaban inútiles contra las unidades militares.
Al mismo tiempo la Kriegsmarine había sido informada de un original desarrollo italiano: la Motobomba FFF, que fue adquirida por la Luftwaffe como F6w/LT 350. Se trataba de un torpedo ligero que al contrario que otros modelos era de mayor diámetro pero más corto. En lugar lanzarse de la manera convencional, se hacía desde altura algo mayor (unos cientos de metros) y caía al agua casi verticalmente. Luego el torpedo seguía un patrón más o menos circular hasta finalizar el combustible. Estaba pensado para ser empleado contra concentraciones de buques lentos, bien surtos en puerto, bien en convoyes. Sin embargo el F6w era muy primitivo y carecía de controles de profundidad y de dirección. Navegaba a profundidades variables, y en lugar de describir círculos seguía espirales o curvas irregulares. El F6w acabó siendo un fracaso pero demostró que para lanzar un torpedo no era preciso volar a baja altura.
Viendo las limitaciones del LT 350 se inició el desarrollo de un arma equivalente pero de prestaciones muy superiores, que no se basaba en el torpedo italiano sino en el más efectivo LT 850 de origen japonés. El LT 1300 era un arma muy avanzada que prometía ser la respuesta contra la superioridad naval aliada. Estaba pensada para ser empleada en ataques de saturación: en lugar de ser lanzada a baja cota como un torpedo convencional, la llevarían los bombarderos pesados en gran cantidad (el He 277 podía llevar seis). Los grupos de bombarderos, volando a alta cota para eludir a la antiaérea y los cazas enemigos, tenían que lanzarlos como si fuesen bombas aunque intentando que quedasen unos cientos de metros cortos. Los LT 1300 caerían verticalmente frenados por un pequeño paracaídas. Una vez en el agua un mecanismo giroscópico debía orientar al torpedo en el curso prefijado. Dada la técnica de lanzamiento se suponía que su precisión sería muy reducida, al menos hasta que se desarrollasen cabezas buscadoras adecuadas, pero se esperaba que el número compensara los fallos. Sin embargo el desarrollo del LT 1300 resultó ser mucho más difícil de lo esperado. En las primeras pruebas, realizadas con torpedos LT 350 modificados, la mayoría de los prototipos se dañaron al caer al agua con velocidad excesiva. Con un paracaídas mayor disminuyó la tasa de fallos pero la dispersión fue excesiva. Cuando se intentó el lanzamiento a baja altura pero con alta velocidad los torpedos rebotaron en el agua o se dañaron los timones y hélices.
Curiosamente, la solución de esos problemas resultó ser muy sencilla: se vio que el morro redondeado de los torpedos causaba los rebotes, que no se producían al colocar una cubierta plana de madera ligera que se rompía al chocar con la superficie. Para proteger timones y hélices bastó con otra cubierta de contrachapado. Aun así los prototipos del LT 1300 siguieron fallando a causa de la escasa fiabilidad del mecanismo giroscópico. Sin embargo, el sistema de lanzamiento actuó tan bien que se pensó incorporarlo a los torpedos aéreos convencionales.
La Luftwaffe tenía almacenados cierto número de torpedos F5 y F5a, tan frágiles que no se habían podido emplear en combate, y decidió emplearlos en pruebas de modos mejorados de lanzamiento. Las cubiertas de madera funcionaron muy bien, pero el principal obstáculo fue el paracaídas de frenado: si era demasiado pequeño el torpedo caía horizontalmente y se dañaba a pesar de los protectores, pero si era demasiado grande y el frenado era excesivo el arma caía verticalmente y no seguía el curso prefijado. Por tanto, el torpedo frenado por paracaídas estaba resultando tan exigente con los parámetros de lanzamiento como los convencionales, salvo que podía hacerse desde mayor altura. De nuevo la solución fue simple: bastó con sustituir el paracaídas convencional por uno de globo. Se trataba de un dispositivo parecido a un aerostato pero de menor tamaño. Tras el lanzamiento una cápsula de gas comprimido lo inflaba inicialmente, y seguía hinchado mediante unas bocas que se mantenían abiertas con arandelas de alambre. Estas entradas tomaban más o menos aire según la velocidad de caída: si era mayor, el globo frenaba más; si era baja, se deshinchaba y la caída se aceleraba. Una válvula muy simple (una cubierta de goma flexible) impedía que el globo se inflase excesivamente. Bastó con ajustar el tamaño de las bocas de toma de aire y de la válvula de salida para lograr un sistema que se autorregulaba y que hacía que la velocidad de caída fuese constante. Tras añadir unas aletas sustentadoras (también de madera y que se desprendían al caer al agua) se logró que el torpedo mantuviese el ángulo de caída y así prescindir del complejo sistema giroscópico que estaba retrasando al LT 1300. Estos aditamentos permitían que los torpedos fuesen lanzados a altas velocidades y desde altura mayor: el torpedo F5, que originalmente requería ser lanzado desde menos de 25 metros de altura y a menos de 140 km/h, ahora podía serlo desde 1.000 m, a 300 km/h y en picado ligero. El mucho más eficaz LT 850a (F5j-s) podía ser lanzado incluso a 2.500 m de altura y con ángulos de picado de hasta 40˚ para asegurar la puntería, aunque en esas condiciones el porcentaje de fallos alcanzaba el 40%.
Provisionalmente fueron transformados trescientos ejemplares del torpedo F5w (como F5w-s), y se modificaron sesenta aviones Do 217 E-5 con un visor giroscópico Lotfernrohr Lofte 7E diseñado para ataques navales: contaba con un selector en el que se indicaba el rumbo del blanco (derecha o izquierda) y su velocidad (0, 10, 20 o 30 nudos). Situando en el visor el buque objetivo, el sistema proyectaba en el visor del bombardero un retículo que indicaba cuándo lanzar para que el torpedo cayese a 250 m de distancia del blanco y algo por delante para no darle tiempo a reaccionar. El torpedo había sido modificado y alcanzaba una velocidad de 45 nudos aunque con un alcance de solo 1.000 m (comparado con los 42 nudos y 2.200 m del original). La táctica recomendada era efectuar lanzamientos por ambas bandas del buque enemigo de tal manera que fuese imposible evitarlos. También se distribuyó a unidades que no disponían del visor Lofte 7E y en esos casos se instalaron miras fijas algo menos eficaces. Estas armas, denominadas LT 850a, fueron empleadas con gran éxito en el combate de Mogador. Cuando a partir de marzo de 1943 los LT 850b (modificados para alcanzar velocidades superiores) y posteriormente los LT 1300 fueron desplegados en gran número la letalidad de los ataques aéreos de la aviación del Pacto se multiplicó, haciendo que para los aliados fuese muy arriesgado operar dentro del radio de acción de la aviación terrestre.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Día y noche, noche y día. Los días, para la patria, las noches para Katrin. Cada minuto que me dejaban libres mis obligaciones con el regente era para ella. Pensaba en lo que me ocurría y me parecía increíble: todo un mayor, veterano de guerra y confidente de las más altas autoridades del Reich, enamorado como un escolar. Pero ¿qué podía decir de Katrin? Era bellísima, pero no con la hermosura de una modelo, sino con una gracia y simpatía que la rodeaban como un halo. Sin embargo, no era una venus de cabeza hueca, sino que parecía un paquete con una espléndida envoltura que al abrirlo muestra una joya preciosísima.
El día que la vi me enamoré de su aspecto. Los días siguientes, de ella. No parábamos de hablar, y su conversación mostraba que en la cabeza de Katrin había más inteligencia que en toda la Universidad de Berlín. Charlábamos de lo divino y de lo humano, aunque ella entendió que había temas de los que no podía hablar. Aceptó mis silencios y me bastaba con una suave sonrisa para que ella entendiese que de aquello mis labios estaban sellados. Ella me describía como era la vida en Alemania desde los ojos de una mujer. Me contaba que había sido tratada como una hermosa flor, como un placer para los sentidos pero que se deja en una estantería como adorno. Primero en su pueblo, donde todos los muchachos rivalizaban para salir con ella, siempre deseando llevarla a algún rincón para introducir la mano en su escote o bajo la falda. También sus padres, que se oponían a que estudiase pues la querían matrimoniar con el hijo de un personajillo que dirigía el partido del pueblo. Tuvo que escapar a Berlín empleando como pretexto que la patria la llamaba, pero sólo para encontrarse con otro nazi más atrevido que los demás, de los que creían que una mujer era un terreno labrado en so que plantar su repugnante simiente. De nuevo tuvo que escapar pero solo le sirvió para cambiar una y otra vez de oficina, pues siempre recalaba en antros de imbéciles que querían emplearla como secretaria de día y de noche. Solo ahora, me dijo, tenía un jefe que la respetaba. Triste era que hablase de respeto y no de la admiración que todos debiéramos rendirle.
Más de una vez nos sorprendió el amanecer. Ni el tiempo de Berlín in mi pie me permitían pasear por las calles, pero había locales con reservados, y la relación con el regente abría muchas puertas. En el bar de algún hotel, rodeados de noctámbulos, nos sentábamos en algún cualquier para hablarnos y para mirarnos. Apenas nos tocábamos más allá de las manos o de un casto abrazo, pues los dos comprendíamos que habíamos encontrado el afecto de una vida que no había que malograr con ligerezas.
Hoy volvemos ya a la rutina y a las entregas cortas. Habrá que esperar a que pase la noche para saber lo que ha pasado
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Savely se apartó de Annelie ocultando su disgusto. Le gustaban las mujeres, y aunque la alemana tal vez fuese demasiado rechoncha para su gusto, tenía un pasar. Pero lo que odiaba eran sus exigencias. Ella pensaba que Savely era un pobre refugiado y que tendría que ir besando el suelo de la mujer que le protegía. Besar el suelo, y complacerla hasta en sus más mínimos detalles, aunque implicasen lametones en una región que raramente veía el jabón.
—Fricis, no te vayas y abrázame —dijo Annelie en tono insinuante pero a la vez exigente— Hazme esas cosas que tú sabes.
El agente se introduzco entre las sábanas soportando una vaharada que casi le produjo náuseas, algo que no era fácil provocar en un curtido veterano de Finlandia y de los campos.
—¡Sigue así, mi Fricis! ¡¡Sí!!
Jadeando se separaron. Savely, cansado, se durmió en un momento. Annelie le miró con sospecha. Tantas idas y vendas solo podían ser debidas a una amante. La descubriría, y su amigo en la policía sabría qué hacer con ella. A la mañana siguiente registraría a fondo el cuarto de Fricis.
En un sótano no demasiado alejado las máquinas echaban humo y los agentes revisaban expedientes, pero seguían sin encontrar rastros del Alto. Fuese donde fuese que se hubiese escondido, lo había hecho sin dejar rastros. Lo malo es que aun no sabían cómo era y, careciendo de un retrato, o simplemente del bosquejo de unos rasgos, era inútil vigilar las pensiones clandestinas.
—Con lo de las pensiones solo estamos perdiendo el tiempo. Necesitamos otra vía de abordaje. Pensad en lo que haríais si fueseis espías infiltrados. Espero vuestras ideas.
—Yo creo que lo del alojamiento nos puede guiar hasta el Alto —dijo el director adjunto de operaciones.
—Elmer, esa vía no nos está llevando a ningún sitio.
—Tiene razón Director, pero estaba pensando que para alojarse el Alto necesitará dinero. Supongo que habrá traído marcos pero no podrá pasearse con una cartera colmada de billetes o llamaría la atención de sus compañeros o del primer policía que le registrase. No, me imagino que llevará consigo lo justo para sobrevivir y un poco más, y aparte habrá traído algunos activos fáciles de vender. Oro, joyas, diamantes, alguna cosa así. No creo que haya acudido a ninguna joyería sino a algún perista.
—Buena idea. Buscad a vuestros antiguos confidentes —varios de los presentes habían sido policías— y decidles que estén al tanto. Más ideas, por favor.
Fue el jefe de operaciones monetarias el que dio la siguiente sugerencia—. Señor Director, si el Alto se pasea por Berlín antes o después será abordado por la policía.
—En la última entrega se disfrazó de tullido.
—Sí, pero ese cuento le servirá de poco, porque si la policía encuentra a un impedido con acento extranjero lo deportará.
—No estamos seguros de que no sea alemán.
—Tiene razón, Director, pero parece probable que haya estado mucho tiempo fuera de Berlín. Yo asumiría que aunque sea alemán, tendrá un acento raro y no querrá arriesgarse a ser interrogado y tener que justificarse. Sin embargo, hay una manera de que un inmigrante procedente del este se mueva por Berlín sin temer los registros, y es conseguir un empleo. Si lo ha encontrado, la empresa habrá tramitado el Auschweiss.
—Entiendo —dijo Gerard—. Nada más encontrar donde residir habrá buscado trabajo, y oportunidades no le habrán faltado. Ya podemos añadir otra característica a la descripción del Alto: seguramente dominará algún oficio o alguna tarea especializada, porque estará trabajando en algún puesto imprescindible para el esfuerzo de guerra. Bien, ya sabéis qué tenéis que hacer: hay que buscar trabajadores que hayan entrado en las empresas en las dos semanas siguientes a la llegada del Alto.
—Señor Director, un detalle.
—¿Sí, Elmer?
—Aunque el Alto haya traído documentos falsos, no creo que quiera exponerse a usarlos. Es probable que el empleo que haya buscado no figure en los registros.
—Entiendo. Si ha hecho eso las máquinas no lo encontrarán ¿Qué propones?
—Identificar las factorías con mayor demanda de trabajadores, e interrogar a algún empleado para ver si han llegado nuevos obreros.
—Pero si haces eso el Alto se enterará y escapará.
—Es posible, pero si el Alto está en Berlín es porque tiene alguna misión y tal como las gastan en Moscú no creo que se arriesgue a volver sin realizarla. Podríamos hacer como el cazador que persigue una perdiz, que usa un perro para asustarla y que vuele, y entonces dispararle. Yo estaba pensando que podríamos buscar obreros de trayectoria proba, a ser posible veteranos de guerra o miembros del partido, mejor aun si no tienen borrones en su conducta, es decir, que no defrauden, que no beban, que tengan familia estable y esas cosas. Lo mismo con las pensiones, buscamos residentes que nos parezcan respetables, para que no les extrañe que les visite un policía con su flamante uniforme, pidiéndoles confidencias sobre sus compañeros. El policía tendrá que sugerir que tal vez haya algún espía, pero no decirlo a las claras, pues se supone que serán alemanes formales que callarán una confidencia pero que correrán a contar los rumores. Igual hay suerte y conseguimos identificar al espía. Pero si no pillamos al Alto solo habrá que esperar a que alguno de esos buenos alemanes se vaya de la lengua. Seguro que el Alto estará atento a lo que se dice, y si cree que nos cernimos sobre él, querrá cambiar de ambiente y buscará otro escondite. Será entonces cuando lo atraparemos.
Como veis, seguimos con señoritas... bueno, señoritas no, pero más o menos.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Tengo billetes pero no digo para cuando. Hasta entonces seguiremos:
Capítulo 30
La victoria pertenece al más perseverante.
Napoleón Bonaparte
Había llegado el gran momento. El coronel Möller nos dijo que se había detectado una gran fuerza enemiga que estaba intentando interceptar a un convoy costero al que protegía la flota del Pacto. Era un escenario que ya habíamos previsto, y se había decidido que mi escuadrilla se reservaría para atacar de noche: no valía la pena emplear a la luz del día mi escasa fuerza—ocho Heinkel torpederos, dos ametralladores y dos Dornier con radiotelémetros, amén de los aparatos de transporte—, pues sería un granito en un granero, comparado con el enorme efecto que podría tener durante la oscuridad.
En teoría tendría que haber estado durmiendo, pero en cuanto supe lo que se preparaba apenas pude esperar en el catre. Como Möller había salido con el resto del grupo y no me podía abroncar me acerqué al barracón de mando a escuchar el transcurso de los combates. Pero con la radio poca idea pude hacerme de lo que pasaba, y solo conseguó estremecerme al oír más de un grito final de compañeros que caían en llamas. Por suerte las preocupaciones se despejaron al volver los aviones. De mi grupo no faltaba ninguno. Ni siquiera el del coronel, qué se le va a hacer. Además llegaron más contentos que chupita, contando que se habían cargado a media flota inglesa. Ya sería menos, pensé. Como buen oficial, en vez de recrearme con las batallitas que relataban me centré en lo importante: la caza enemiga había brillado por su ausencia, los aviones habían podido atacar a placer y los barcos enemigos desaparecían entre las bombas. Como a esas alturas ya tenía experiencia en la guerra aeronaval me imaginaba que en lugar de hundirse, lo que hacían era esconderse bajo alguna nube, pero algún pepino se habrían comido.
Hubo otro detalle que me animó, y era que los antiaéreos enemigos no habían conseguido cargarse ningún avión del grupo, aunque varios Junkers llegaron por los pelos, que parecían coladores de los agujeros de la metralla. El hospital de la base tuvo que acoger a media docena de tripulantes heridos por los fragmentos. Pero siempre es mejor llegar a trozos que no llegar, y de noche tendrían más difícil darme.
Los aparatos que estaban más o menos enteros salieron para un nuevo ataque, lo que significaba que volverían de noche y me sería imposible despegar al oscurecer como me había ordenado el coronel. Mejor que mejor, pues yo prefería salir de madrugada. Así, si algún avión se encontraba con dificultades o con ventilaciones adicionales obra de la antiaérea, podría aprovechar las primeras luces para tomar tierra. Aprovechando que Möller tenía un cara a cara con los ingleses me hice el remolón y hasta la una no remontamos el vuelo. Según los informes la flota enemiga estaba en algún lugar del océano a unas doscientas millas al norte. Como también la nuestra rondaba por esas aguas iba a necesitar un cuidado exquisito para no meterle un torpedo al Tirpitz, logro que no creo que Möller viese con buenos ojos.
Capítulo 30
La victoria pertenece al más perseverante.
Napoleón Bonaparte
Había llegado el gran momento. El coronel Möller nos dijo que se había detectado una gran fuerza enemiga que estaba intentando interceptar a un convoy costero al que protegía la flota del Pacto. Era un escenario que ya habíamos previsto, y se había decidido que mi escuadrilla se reservaría para atacar de noche: no valía la pena emplear a la luz del día mi escasa fuerza—ocho Heinkel torpederos, dos ametralladores y dos Dornier con radiotelémetros, amén de los aparatos de transporte—, pues sería un granito en un granero, comparado con el enorme efecto que podría tener durante la oscuridad.
En teoría tendría que haber estado durmiendo, pero en cuanto supe lo que se preparaba apenas pude esperar en el catre. Como Möller había salido con el resto del grupo y no me podía abroncar me acerqué al barracón de mando a escuchar el transcurso de los combates. Pero con la radio poca idea pude hacerme de lo que pasaba, y solo conseguó estremecerme al oír más de un grito final de compañeros que caían en llamas. Por suerte las preocupaciones se despejaron al volver los aviones. De mi grupo no faltaba ninguno. Ni siquiera el del coronel, qué se le va a hacer. Además llegaron más contentos que chupita, contando que se habían cargado a media flota inglesa. Ya sería menos, pensé. Como buen oficial, en vez de recrearme con las batallitas que relataban me centré en lo importante: la caza enemiga había brillado por su ausencia, los aviones habían podido atacar a placer y los barcos enemigos desaparecían entre las bombas. Como a esas alturas ya tenía experiencia en la guerra aeronaval me imaginaba que en lugar de hundirse, lo que hacían era esconderse bajo alguna nube, pero algún pepino se habrían comido.
Hubo otro detalle que me animó, y era que los antiaéreos enemigos no habían conseguido cargarse ningún avión del grupo, aunque varios Junkers llegaron por los pelos, que parecían coladores de los agujeros de la metralla. El hospital de la base tuvo que acoger a media docena de tripulantes heridos por los fragmentos. Pero siempre es mejor llegar a trozos que no llegar, y de noche tendrían más difícil darme.
Los aparatos que estaban más o menos enteros salieron para un nuevo ataque, lo que significaba que volverían de noche y me sería imposible despegar al oscurecer como me había ordenado el coronel. Mejor que mejor, pues yo prefería salir de madrugada. Así, si algún avión se encontraba con dificultades o con ventilaciones adicionales obra de la antiaérea, podría aprovechar las primeras luces para tomar tierra. Aprovechando que Möller tenía un cara a cara con los ingleses me hice el remolón y hasta la una no remontamos el vuelo. Según los informes la flota enemiga estaba en algún lugar del océano a unas doscientas millas al norte. Como también la nuestra rondaba por esas aguas iba a necesitar un cuidado exquisito para no meterle un torpedo al Tirpitz, logro que no creo que Möller viese con buenos ojos.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
El metal se golpea cuando está caliente, y las guerras se deciden en las persecuciones. Aunque la noche había interrumpido los combates iba a ser una tregua transitoria. Aparte del acorazado que desde el Tirpitz habíamos visto deshacerse habría otros con graves daños que intentarían renquear hacia sus bases. La más cercana, Madeira, estaba lo suficientemente lejos como para poder darles caza: teníamos una ocasión excelente para rematar a la Royal Navy.
Lo primero fue restañar las heridas. Las del Tirpitz eran leves: un proyectil había perforado el cinturón blindado pero había sido frenado por la cubierta de protección, causando escasos daños. Otro había atravesado las superestructuras sin estallar pero lanzando esquirlas como metralla; hubo bastantes bajas pero las averías fueron pocas. El Gneisenau informó que un impacto había destruido el hangar y otro la torre doble popel de quince centímetros. El Bismarck también había recibido las atenciones enemigas saliendo peor parado. Los tres proyectiles pesados que lo habían alcanzado habían deshecho el hangar —debían atraer a los proyectiles enemigos—, dañado la barbeta de la torre César, que estaba fuera de servicio, y causado una vía de agua a popa, contenida con palletes. En cualquier caso, se trataba de averías que no impedían que los barcos siguiesen combatiendo. De los italianos, el Cesare había sido cañoneado por los cruceros ingleses y tenía un par de agujeros, pero nada grave.
Aunque la flota enemiga estaba cerca el almirante Ciliax no quiso arriesgarse a un combate nocturno. Pocos de los buques de la combinada tenían radiotelémetro y, sobre todo, el almirante dudaba de la cohesión de una flota que apenas había aprendido a comunicarse y que no había entrenado semejante situación. Bastante era que se hubiesen ensayado maniobras como los cambios de rumbo por giros simultáneos; aun así, durante el combate Ciliax había intentado en todo momento operar por divisiones (la alemana, la de los acorazados de Bergamini y la de los cruceros de Cattaneo), dejando alguna separación entre ellas y sin hacer fantasías que quedan muy bien en las maniobras pero que en medio de un combate y con barcos de características muy diferentes entre unos y otros, solo producen confusión. Si ya tenía miedo de lo que pudiese pasar de día, intentarlo en medio de las tinieblas era como jugar con gasolina. Por eso prefirió que nos mantuviésemos a distancia y que los equipos electrónicos —especialmente los de nuestro Tirpitz y los del crucero español Miguel de Cervantes, los más modernos— nos salvasen de encuentros inesperados como el que en Skagerrak costó el desastre del acorazado Pommern. La combinada, que seguía navegando a veinticinco nudos a pesar del gasto de fuel que implicaba, mantuvo el rumbo suroeste. Dos horas después arrumbamos al oestesuroeste para acercarnos a las Canarias. Aun estábamos lejos de Lanzarote cuando Ciliax ordenó poner la proa al oeste y, finalmente, al noroeste: su intención era aprovechar la noche y la velocidad de nuestra escuadra para rodear por el sur a la flota inglesa y al día siguiente caer sobre los barcos dañados.
A bordo se envió a parte de la dotación a descansar, pues el día había sido largo y el que se avecinaba podía serlo más. Sin embargo los de los antiaéreos seguimos al pie del cañón porque en el cielo seguía la actividad. Varias veces el radiotelémetro detectó el paso de aviones, e incluso uno de ellos lanzó dos bengalas —una roja y una azul, la manera establecida de «preguntar» quienes éramos—, siendo preciso encender las luces de identificación. Al rato mis compañeros de estribor pudieron ver cascadas de iluminarias, probablemente sobre los barcos ingleses. Un par de veces la flota corrigió el rumbo cuando los radiotelémetros detectaron al enemigo, pero poco a poco fuimos dejándolos atrás, si no a toda la escuadra al menos a parte. Una hora antes del amanecer los buques volvieron a aprestarse para el combate.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Estoy actualizando algunos dibujos y aprovecho para colgarlos aquí. Algunos están vistos, otros no.
Me 218 A-1/B
Me 218 A-1/B en DeviantArt
El Me 218 demostró tener prestaciones excepcionales, superando el récord de velocidad alcanzado por el Messerschmitt Bf 219 (récord que ya había sido batido por el Heinkel He 280, aunque la marca se mantenía en secreto) y teniendo un alcance superior al de los bombarderos cuatrimotores con escasa merma de la agilidad. Se aprobó su construcción en serie, primero acompañando y luego sustituyendo en las cadenas de montaje al Bf 109 del que derivaba. Tras seis prototipos y doce aparatos de preserie se construyeron cincuenta aviones de la versión A-1 de caza, y 430 de la A-1/B de escolta de muy largo alcance, con capacidad para llevar hasta tres depósitos de combustible lanzables, uno en el segmento central del ala y otro bajo cada semiala. También podía llevar diversas combinaciones de bombas, cohetes y hasta un torpedo, aunque este modelo tenía estructura ligera y se adaptaba mal a las misiones de ataque, en las que rara vez fue empleado. Sin embargo, su gran autonomía hizo que ningún territorio europeo quedase fuera de su alcance. Sesenta ejemplares fueron convertidos en A-1/R2 de reconocimiento sustituyendo el depósito central por un contenedor con cámaras. Estos aparatos resultaron inmunes a la intercepción por cazas aliados.
Me 218 E-2/N
Me 218 E-2/N en DeviantArt
En diciembre de 1941 los primeros aviones británicos De Havilland Mosquito iniciaron sus misiones sobre la Unión Europea, causando honda preocupación en la Luftwaffe. El nuevo avión británico era capaz de sobrevolar Alemania en pleno día eludiendo a los interceptores. Más preocupante aun fue cuando al mes siguiente comenzaron los ataques nocturnos contra ciudades alemanas. Operando individualmente y llevando cargas pequeñas, los Mosquito solo podían causar daños ligeros, y las dificultades de navegación hicieron que la mayor parte de las bombas que lanzaron cayesen en el campo. Sin embargo, en esas misiones solo se perdieron dos aviones debido a accidentes, y ninguno fue derribado por los cazas nocturnos alemanes.
El general Von Richthofen creó un grupo de estudio que debía analizar las contramedidas contra el nuevo avión. Interceptarlos conllevaba retos de gran dificultad: por ejemplo, su célula de madera producía una señal radiotelemétrica de retorno muy baja, siendo la prealerta tan pequeña que los escuadrones de caza nocturna (equipados con los Messerschmitt Bf 110 y Junkers Ju 88) no eran capaces de interceptarlos. El desarrollo de una nueva generación de radiotelémetros terrestres y aerotransportados prometía proporcionar alerta con más tiempo, pero aun así se precisaba un caza nocturno de mejores prestaciones que los existentes.
La Luftwaffe tenía dos cazas pesados en desarrollo. Uno, el Heinkel He 219, prometía ser un excelente caza nocturno, pero problemas con los motores estaban retrasando su desarrollo. El otro, el Messerschmitt Me 218, concebido como caza de escolta, parecía inadecuado para la misión. Sin embargo y ante la falta de alternativas Von Richthofen apremió a Messerschmitt ofreciendo una sustanciosa recompensa económica. Se probaron varias configuraciones con antenas fijas en los extremos alares que no funcionaron. Finalmente se decidió situar un equipo FuG 411 Prague de onda centimétrica en un vistoso carenado situado en el segmento central del ala, protruyendo más allá del disco de las hélices para evitar interferencias, y que fue llamado «Pimmel» (o más obscenamente, «Kammhuber pimmel»).
El prototipo V12 era un aparato aligerado propulsado por dos motores DB 605 AS(M), optimizados para volar a alta cota. Tenía dos cabinas para el piloto a la izquierda y para el radiotelemetrista, a la derecha. Se mantuvo el armamento original de dos cañones MK 103 de 30 mm. Inesperadamente, el efecto aerodinámico del contenedor fue reducido; tan solo se necesitó añadir unas extensiones en el estabilizador central para compensar la tendencia a bajar el morro. En diciembre de 1943 los primeros Me 218 E-1/N empezaron a operar desde bases de la costa europea con gran éxito, no solo contra los Mosquito sino contra todo tipo de bombarderos. Tan solo se criticó el armamento, relativamente poco potente para la lucha contra polimotores, por lo que se desarrolló la versión E-2/N, con capacidad para llevar contenedores subalares con armamento adicional (raramente empleado) o cohetes aire aire BR 21. Estos últimos tenían baja velocidad por lo que se consideraban insatisfactorios para el ataque a tierra, pero disparados de noche a corta distancia, y estando equipados con espoleta de proximidad, resultaron letales para los aviones aliados. El éxito de esta combinación de fuego hizo que el Me 218 acabase equipando a los grupos de caza nocturna de la Luftwaffe, hasta que en 1944 empezó a ser complementado por el Me 262 B-2/N.
Me 218 A-1/B
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El Me 218 demostró tener prestaciones excepcionales, superando el récord de velocidad alcanzado por el Messerschmitt Bf 219 (récord que ya había sido batido por el Heinkel He 280, aunque la marca se mantenía en secreto) y teniendo un alcance superior al de los bombarderos cuatrimotores con escasa merma de la agilidad. Se aprobó su construcción en serie, primero acompañando y luego sustituyendo en las cadenas de montaje al Bf 109 del que derivaba. Tras seis prototipos y doce aparatos de preserie se construyeron cincuenta aviones de la versión A-1 de caza, y 430 de la A-1/B de escolta de muy largo alcance, con capacidad para llevar hasta tres depósitos de combustible lanzables, uno en el segmento central del ala y otro bajo cada semiala. También podía llevar diversas combinaciones de bombas, cohetes y hasta un torpedo, aunque este modelo tenía estructura ligera y se adaptaba mal a las misiones de ataque, en las que rara vez fue empleado. Sin embargo, su gran autonomía hizo que ningún territorio europeo quedase fuera de su alcance. Sesenta ejemplares fueron convertidos en A-1/R2 de reconocimiento sustituyendo el depósito central por un contenedor con cámaras. Estos aparatos resultaron inmunes a la intercepción por cazas aliados.
Me 218 E-2/N
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En diciembre de 1941 los primeros aviones británicos De Havilland Mosquito iniciaron sus misiones sobre la Unión Europea, causando honda preocupación en la Luftwaffe. El nuevo avión británico era capaz de sobrevolar Alemania en pleno día eludiendo a los interceptores. Más preocupante aun fue cuando al mes siguiente comenzaron los ataques nocturnos contra ciudades alemanas. Operando individualmente y llevando cargas pequeñas, los Mosquito solo podían causar daños ligeros, y las dificultades de navegación hicieron que la mayor parte de las bombas que lanzaron cayesen en el campo. Sin embargo, en esas misiones solo se perdieron dos aviones debido a accidentes, y ninguno fue derribado por los cazas nocturnos alemanes.
El general Von Richthofen creó un grupo de estudio que debía analizar las contramedidas contra el nuevo avión. Interceptarlos conllevaba retos de gran dificultad: por ejemplo, su célula de madera producía una señal radiotelemétrica de retorno muy baja, siendo la prealerta tan pequeña que los escuadrones de caza nocturna (equipados con los Messerschmitt Bf 110 y Junkers Ju 88) no eran capaces de interceptarlos. El desarrollo de una nueva generación de radiotelémetros terrestres y aerotransportados prometía proporcionar alerta con más tiempo, pero aun así se precisaba un caza nocturno de mejores prestaciones que los existentes.
La Luftwaffe tenía dos cazas pesados en desarrollo. Uno, el Heinkel He 219, prometía ser un excelente caza nocturno, pero problemas con los motores estaban retrasando su desarrollo. El otro, el Messerschmitt Me 218, concebido como caza de escolta, parecía inadecuado para la misión. Sin embargo y ante la falta de alternativas Von Richthofen apremió a Messerschmitt ofreciendo una sustanciosa recompensa económica. Se probaron varias configuraciones con antenas fijas en los extremos alares que no funcionaron. Finalmente se decidió situar un equipo FuG 411 Prague de onda centimétrica en un vistoso carenado situado en el segmento central del ala, protruyendo más allá del disco de las hélices para evitar interferencias, y que fue llamado «Pimmel» (o más obscenamente, «Kammhuber pimmel»).
El prototipo V12 era un aparato aligerado propulsado por dos motores DB 605 AS(M), optimizados para volar a alta cota. Tenía dos cabinas para el piloto a la izquierda y para el radiotelemetrista, a la derecha. Se mantuvo el armamento original de dos cañones MK 103 de 30 mm. Inesperadamente, el efecto aerodinámico del contenedor fue reducido; tan solo se necesitó añadir unas extensiones en el estabilizador central para compensar la tendencia a bajar el morro. En diciembre de 1943 los primeros Me 218 E-1/N empezaron a operar desde bases de la costa europea con gran éxito, no solo contra los Mosquito sino contra todo tipo de bombarderos. Tan solo se criticó el armamento, relativamente poco potente para la lucha contra polimotores, por lo que se desarrolló la versión E-2/N, con capacidad para llevar contenedores subalares con armamento adicional (raramente empleado) o cohetes aire aire BR 21. Estos últimos tenían baja velocidad por lo que se consideraban insatisfactorios para el ataque a tierra, pero disparados de noche a corta distancia, y estando equipados con espoleta de proximidad, resultaron letales para los aviones aliados. El éxito de esta combinación de fuego hizo que el Me 218 acabase equipando a los grupos de caza nocturna de la Luftwaffe, hasta que en 1944 empezó a ser complementado por el Me 262 B-2/N.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Más avioncitos, esta vez lo he perpetrado yo.
Dornier Do 17 Z-11 «Súper Bacalao»
Dornier Do 17 Z.11 en DeviantArt
Cuando tras el ataque británico a las Canarias España entró en la Guerra de Supremacía su fuerza aérea, aunque numerosa, estaba anticuada, y entre otras carencias destacaba la de la aviación de reconocimiento. Empleaba aviones Heinkel He 70 y Dornier Do 17 (de los tipos E y P) supervivientes dela guerra civil, que desde el primer momento se mostraron inadecuados. Los He 70 ya habían mostrado sus limitaciones durante la guerra civil y en unas pocas operaciones sobre Lisboa se perdieron cinco aparatos. Los supervivientes fueron relegados a frentes secundarios. Los Do 17 eran más capaces pero había pocos ejemplares. Además ya no tenían ventaja de velocidad sobre los cazas británicos, y eran de las primeras versiones, escasamente armadas y vulnerables a los daños en combate. Aunque fueron reforzados por una veintena de Do 17P procedentes de la Luftwaffe, se trataba de un avión superado y era urgente su sustitución.
Además en el conflicto con Inglaterra el combate aeronaval estaba adquiriendo cada vez mayor importancia. Un problema de los cazas era que carecían de sistemas de navegación que les permitiesen operar sobre el mar con alguna seguridad. Los aviones de reconocimiento como los hidroaviones Heinkel 59 y Heinkel 115 disponían de navegadores y de sistemas electrónicos de orientación, pero eran aparatos demasiado lentos y obligaban a que los cazas, para seguirlos, tuviesen que hacer eses que consumían mucho combustible.
El Dornier 17 resultaba ideal para esas misiones: su velocidad de crucero (no la máxima) era parecida a la de los cazas, y desde el primer momento se había revelado como un aparato muy ágil, hasta tal punto que había llegado a ser fabricado como caza pesado. Su principal limitación, el corto alcance, podía ser remediada sustituyendo el equipo militar por tanques de combustible suplementarios.
Para cubrir las bajas España recibió cuarenta Dornier 17 Z-2 que tenían el fuselaje anterior completamente rediseñado y armamento defensivo potenciado. Fueron muy apreciados no solo por sus cualidades de vuelo sino por ser el tipo con menor tasa de pérdidas del Ejército del Aire. Para su empleo naval se solicitó una versión específica, el Z-11. Derivaba del Z-5 de ataque naval, aunque como se quería emplear únicamente como avión de reconocimiento y para guiar formaciones de aviones, se instalaron depósitos adicionales de fuel en la bodega de bombas. También se redujo el blindaje y el armamento defensivo, que incluso se retiraba en determinados casos. A cambio llevaba sistemas electrónicos mejorados, con radios, radiofaros y goniómetros. Para aligerarlo se modificó el morro, que pasó a tener una superficie acristalada menor. En algunas unidades se llegaron a sustituir los cristales por placas de contrachapado.
Los Z-11, apodados «Súper Bacalaos» (los Do 17 de las versiones E, F y P, de aspecto aplastado, eran llamadas «bacalaos» por su parecido con el pescado seco) operaron primero sobre Portugal y luego en Canarias, donde tuvieron un papel de gran importancia en la batalla aeronaval de Mogador. Posteriormente fueron suplementados y luego sustituidos por los más potentes y veloces Dornier Do 215 y Junkers Ju 88. Los ejemplares supervivientes no fueron dados de baja sino que se les empleó en frentes secundarios hasta 1944, y luego para la instrucción. El 22 – 31 se conserva en el Museo del Aire de Cuatro Vientos y lleva el camuflaje que llevaba en 1942: estaba pintado en verde caqui y gris azulado, sobre los cuales se habían dibujado rayas con pintura lavable.
Dornier Do 17 Z-11 «Súper Bacalao»
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Cuando tras el ataque británico a las Canarias España entró en la Guerra de Supremacía su fuerza aérea, aunque numerosa, estaba anticuada, y entre otras carencias destacaba la de la aviación de reconocimiento. Empleaba aviones Heinkel He 70 y Dornier Do 17 (de los tipos E y P) supervivientes dela guerra civil, que desde el primer momento se mostraron inadecuados. Los He 70 ya habían mostrado sus limitaciones durante la guerra civil y en unas pocas operaciones sobre Lisboa se perdieron cinco aparatos. Los supervivientes fueron relegados a frentes secundarios. Los Do 17 eran más capaces pero había pocos ejemplares. Además ya no tenían ventaja de velocidad sobre los cazas británicos, y eran de las primeras versiones, escasamente armadas y vulnerables a los daños en combate. Aunque fueron reforzados por una veintena de Do 17P procedentes de la Luftwaffe, se trataba de un avión superado y era urgente su sustitución.
Además en el conflicto con Inglaterra el combate aeronaval estaba adquiriendo cada vez mayor importancia. Un problema de los cazas era que carecían de sistemas de navegación que les permitiesen operar sobre el mar con alguna seguridad. Los aviones de reconocimiento como los hidroaviones Heinkel 59 y Heinkel 115 disponían de navegadores y de sistemas electrónicos de orientación, pero eran aparatos demasiado lentos y obligaban a que los cazas, para seguirlos, tuviesen que hacer eses que consumían mucho combustible.
El Dornier 17 resultaba ideal para esas misiones: su velocidad de crucero (no la máxima) era parecida a la de los cazas, y desde el primer momento se había revelado como un aparato muy ágil, hasta tal punto que había llegado a ser fabricado como caza pesado. Su principal limitación, el corto alcance, podía ser remediada sustituyendo el equipo militar por tanques de combustible suplementarios.
Para cubrir las bajas España recibió cuarenta Dornier 17 Z-2 que tenían el fuselaje anterior completamente rediseñado y armamento defensivo potenciado. Fueron muy apreciados no solo por sus cualidades de vuelo sino por ser el tipo con menor tasa de pérdidas del Ejército del Aire. Para su empleo naval se solicitó una versión específica, el Z-11. Derivaba del Z-5 de ataque naval, aunque como se quería emplear únicamente como avión de reconocimiento y para guiar formaciones de aviones, se instalaron depósitos adicionales de fuel en la bodega de bombas. También se redujo el blindaje y el armamento defensivo, que incluso se retiraba en determinados casos. A cambio llevaba sistemas electrónicos mejorados, con radios, radiofaros y goniómetros. Para aligerarlo se modificó el morro, que pasó a tener una superficie acristalada menor. En algunas unidades se llegaron a sustituir los cristales por placas de contrachapado.
Los Z-11, apodados «Súper Bacalaos» (los Do 17 de las versiones E, F y P, de aspecto aplastado, eran llamadas «bacalaos» por su parecido con el pescado seco) operaron primero sobre Portugal y luego en Canarias, donde tuvieron un papel de gran importancia en la batalla aeronaval de Mogador. Posteriormente fueron suplementados y luego sustituidos por los más potentes y veloces Dornier Do 215 y Junkers Ju 88. Los ejemplares supervivientes no fueron dados de baja sino que se les empleó en frentes secundarios hasta 1944, y luego para la instrucción. El 22 – 31 se conserva en el Museo del Aire de Cuatro Vientos y lleva el camuflaje que llevaba en 1942: estaba pintado en verde caqui y gris azulado, sobre los cuales se habían dibujado rayas con pintura lavable.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Finiquitadas las vacaciones, vuelta a Mogador.
Los dos Dornier exploraban por delante, precediendo a mis aviones ametralladores y a los torpederos. No llevábamos ni una hora en el aire cuando los instrumentos de un Do 217 detectaron una gran formación. Con mi suerte serían de los nuestros y ordené que se comprobase el contacto. Desde el avión lanzaron un par de bengalas, y los barcos respondieron adecuadamente: antes de salir se había establecido un método de identificación según el cual nosotros lanzaríamos las luminarias y la flota contestaría con sus lámparas de señales; un método sencillo pero que los ingleses no podrían reproducir, pues no pensábamos repetir la misma combinación de luces.
Unas decenas de millas más allá el mismo Dornier detectó más barcos y lanzó otra pareja de bengalas, pero esta vez, en lugar de emplear la combinación anterior —roja y azul—, fueron dos verdes. Era por desconfianza: en la batalla de Skagerrak nuestros barcos consiguieron imitar las combinaciones de lámparas inglesas y sorprendieron a más de un incauto. Solo faltaba que los ingleses nos hubiesen visto y nos la quisiesen dar con queso. No iba descaminado pues los británicos, haciéndose los listos, respondieron con la misma combinación que nuestra flota —señal de que estaban al loro— aunque así en lugar de engañarnos se identificaron como enemigos. Inmediatamente el Dornier lanzó un rosario de luces que desvelaron la presencia de varios grandes buques; cualquier duda que quedase sobre su identidad se disolvió cuando respondieron con cañonazos.
Siguiendo el mismo procedimiento que la semana anterior, el Dornier se mantuvo bastante alto mientras cambiaba continuamente de cota y de rumbo, lanzando bengalas a intervalos irregulares. Los ingleses seguían tirando contra él aunque con poca fortuna, mientras mi Heinkel ametrallador se plantaba sobre su formación sin ser advertido. Escogí como banco un acorazado de aspecto moderno; parecerá un tanto excesivo para mi Heinkelito pero qué menos, si se puede con Inge se puede con todo. Me mantuve a mil y pico metros, que no es lo mismo verse con un destructor que con una flota, apunté y solté una buena ráfaga. No había calculado bien la distancia —el barco era tan grande que pensé que estaba más cerca— y casi todas las balas cayeron al mar. No pasa nada, rectificar y vuelta. Esta vez el chorro de trazadoras levantó chispas en el combés. Así convencí a la escuadra enemiga de que mi avión era un blanco más interesante que el Dornier, los proyectiles empezaron a estallar cerca y mi avión a sacudirse. Yo rezaba para que no nos delatase la luna o algún brillo, mientras cambiaba de dirección y altura antes de soltarle otra al mamut blindado. Intentaba alcanzar las superestructuras, que era donde se emplazaban los antiaéreos. Ya sabía que las ametralladoras o el cañón de dos centímetros de mi Heinkel no harían ni cosquillas a la coraza de un acorazado, pero los puestos de los antiaéreos ligeros estaban abiertos por arriba, que les ametrallasen igual los distraía un poco, y con un poco de suerte podía hacer un estrapalucio en el puente alto. En ese sitio los acorazados llevan muchas cosillas a las que no les sienta bien un cañonazo del dos.
Me vi recompensado por una llamarada, señal de que le había dado a algo. El comandante del acorazado debió hartarse porque los focos del barco se encendieron y empezaron a buscarme. Suspendí el fuego, no por temor —la ventaja de ser un inconsciente es el superpoder de inmunidad al miedo— sino porque el principal objetivo de mi ataque era marcar el objetivo, y con el reflector él mismo se revelaba. Esta vez los torpederos no llevaban encendidas sus luces, pues llevaban el torpedo nuevo —el LT 850 que había probado contra un barco español— y podían atacar desde más arriba. Aun así, entre el resplandor lunar y la vacilante luz de las bengalas conseguí distinguir como pasaba una forma negra de cuya panza caía algo blanco: estaba viendo el paracaídas del torpedo. Como si fuese un ejercicio de tiro entró en el agua justo a la altura de la proa, para segundos después estallar contra el costado del acorazado. Al momento vi una segunda columna de agua: habíamos herido al coloso otra vez. Otros dos torpedos debieron fallar, una pena, pero lograr la mitad de aciertos en un ataque nocturno estaba mejor que bien.
Quedaban otros cuatro Heinkel con torpedos, pues del nuevo tipo cada avión solo llevaba un arma. Tenía que optar entre rematar al acorazado o buscar otra presa. Mandar al fondo al titán de acero me tentaba, que hundir un buque de guerra estaría bien visto y significaría alguna otra medallita que compensaría la indefectible carta de Inge. Aunque siempre había tiempo para pensárselo y dejé que los Dornier siguiesen su búsqueda. Buena idea porque al momento fue el otro el que empezó a lanzar bengalas. Decidí acercarme a curiosear, que ya habría tiempo para finiquitar al herido. Entonces vi la característica cubierta plana de un portaaviones y se me fueron las dudas.
Una bengala más acertada me dejó ver que en cubierta había varios aviones. Debían estar preparándolos para intentar interceptarnos, algo para lo que necesitarían mucha suerte, pero no les iba a dar opción. Un par de ráfagas y se formó una nube de llamas sobre el barco enemigo cuando uno de los aparatos se incendió. Me acercaba para soltar otra ración de acero y explosivos cuando un destructor me pilló con su haz de luz; si consiguieron verme debía ser porque el encargado del reflector contaba con algún minino en su árbol familiar. Empecé a hacer giros lo más cerrados que pude, pero volando a mil metros con un pesado Heinkel solo me escudaba la noche, e iluminado como una polilla en el haz de una linterna toda la flota se dedicó al tiro al Freitag. La metralla empezó a sacudir al avión como si fuese granizo y, de repente un destello y una sacudida denotaron que me habían alcanzado.
El pobre Heinkel se sacudía como si estuviese en un ciclón; algo en parte afortunado porque despistó a los del destructor que no nos pudieron seguir con el reflector; supongo que la ráfaga que les endosó mi compañero también tuvo que ver. Entonces el motor derecho se paró, empezó a echar humo, y el ala izquierda se elevó; si el Heinkel seguí en el aire sería por efecto de las plegarias. Instintivamente tiré de la palanca para compensar pero parecía atascada. El avión empezó a caer lateralmente y, por extraño que parezca, solo pensé en la cara que pondría Inge cuando le devolviesen su próxima carta. Tan preocupado estaba con mantenerme vivo que ni había visto como en el segundo ataque mis compañeros lograban alcanzar al portaaviones con otro torpedo. Freitag dos, ingleses uno.
Los dos Dornier exploraban por delante, precediendo a mis aviones ametralladores y a los torpederos. No llevábamos ni una hora en el aire cuando los instrumentos de un Do 217 detectaron una gran formación. Con mi suerte serían de los nuestros y ordené que se comprobase el contacto. Desde el avión lanzaron un par de bengalas, y los barcos respondieron adecuadamente: antes de salir se había establecido un método de identificación según el cual nosotros lanzaríamos las luminarias y la flota contestaría con sus lámparas de señales; un método sencillo pero que los ingleses no podrían reproducir, pues no pensábamos repetir la misma combinación de luces.
Unas decenas de millas más allá el mismo Dornier detectó más barcos y lanzó otra pareja de bengalas, pero esta vez, en lugar de emplear la combinación anterior —roja y azul—, fueron dos verdes. Era por desconfianza: en la batalla de Skagerrak nuestros barcos consiguieron imitar las combinaciones de lámparas inglesas y sorprendieron a más de un incauto. Solo faltaba que los ingleses nos hubiesen visto y nos la quisiesen dar con queso. No iba descaminado pues los británicos, haciéndose los listos, respondieron con la misma combinación que nuestra flota —señal de que estaban al loro— aunque así en lugar de engañarnos se identificaron como enemigos. Inmediatamente el Dornier lanzó un rosario de luces que desvelaron la presencia de varios grandes buques; cualquier duda que quedase sobre su identidad se disolvió cuando respondieron con cañonazos.
Siguiendo el mismo procedimiento que la semana anterior, el Dornier se mantuvo bastante alto mientras cambiaba continuamente de cota y de rumbo, lanzando bengalas a intervalos irregulares. Los ingleses seguían tirando contra él aunque con poca fortuna, mientras mi Heinkel ametrallador se plantaba sobre su formación sin ser advertido. Escogí como banco un acorazado de aspecto moderno; parecerá un tanto excesivo para mi Heinkelito pero qué menos, si se puede con Inge se puede con todo. Me mantuve a mil y pico metros, que no es lo mismo verse con un destructor que con una flota, apunté y solté una buena ráfaga. No había calculado bien la distancia —el barco era tan grande que pensé que estaba más cerca— y casi todas las balas cayeron al mar. No pasa nada, rectificar y vuelta. Esta vez el chorro de trazadoras levantó chispas en el combés. Así convencí a la escuadra enemiga de que mi avión era un blanco más interesante que el Dornier, los proyectiles empezaron a estallar cerca y mi avión a sacudirse. Yo rezaba para que no nos delatase la luna o algún brillo, mientras cambiaba de dirección y altura antes de soltarle otra al mamut blindado. Intentaba alcanzar las superestructuras, que era donde se emplazaban los antiaéreos. Ya sabía que las ametralladoras o el cañón de dos centímetros de mi Heinkel no harían ni cosquillas a la coraza de un acorazado, pero los puestos de los antiaéreos ligeros estaban abiertos por arriba, que les ametrallasen igual los distraía un poco, y con un poco de suerte podía hacer un estrapalucio en el puente alto. En ese sitio los acorazados llevan muchas cosillas a las que no les sienta bien un cañonazo del dos.
Me vi recompensado por una llamarada, señal de que le había dado a algo. El comandante del acorazado debió hartarse porque los focos del barco se encendieron y empezaron a buscarme. Suspendí el fuego, no por temor —la ventaja de ser un inconsciente es el superpoder de inmunidad al miedo— sino porque el principal objetivo de mi ataque era marcar el objetivo, y con el reflector él mismo se revelaba. Esta vez los torpederos no llevaban encendidas sus luces, pues llevaban el torpedo nuevo —el LT 850 que había probado contra un barco español— y podían atacar desde más arriba. Aun así, entre el resplandor lunar y la vacilante luz de las bengalas conseguí distinguir como pasaba una forma negra de cuya panza caía algo blanco: estaba viendo el paracaídas del torpedo. Como si fuese un ejercicio de tiro entró en el agua justo a la altura de la proa, para segundos después estallar contra el costado del acorazado. Al momento vi una segunda columna de agua: habíamos herido al coloso otra vez. Otros dos torpedos debieron fallar, una pena, pero lograr la mitad de aciertos en un ataque nocturno estaba mejor que bien.
Quedaban otros cuatro Heinkel con torpedos, pues del nuevo tipo cada avión solo llevaba un arma. Tenía que optar entre rematar al acorazado o buscar otra presa. Mandar al fondo al titán de acero me tentaba, que hundir un buque de guerra estaría bien visto y significaría alguna otra medallita que compensaría la indefectible carta de Inge. Aunque siempre había tiempo para pensárselo y dejé que los Dornier siguiesen su búsqueda. Buena idea porque al momento fue el otro el que empezó a lanzar bengalas. Decidí acercarme a curiosear, que ya habría tiempo para finiquitar al herido. Entonces vi la característica cubierta plana de un portaaviones y se me fueron las dudas.
Una bengala más acertada me dejó ver que en cubierta había varios aviones. Debían estar preparándolos para intentar interceptarnos, algo para lo que necesitarían mucha suerte, pero no les iba a dar opción. Un par de ráfagas y se formó una nube de llamas sobre el barco enemigo cuando uno de los aparatos se incendió. Me acercaba para soltar otra ración de acero y explosivos cuando un destructor me pilló con su haz de luz; si consiguieron verme debía ser porque el encargado del reflector contaba con algún minino en su árbol familiar. Empecé a hacer giros lo más cerrados que pude, pero volando a mil metros con un pesado Heinkel solo me escudaba la noche, e iluminado como una polilla en el haz de una linterna toda la flota se dedicó al tiro al Freitag. La metralla empezó a sacudir al avión como si fuese granizo y, de repente un destello y una sacudida denotaron que me habían alcanzado.
El pobre Heinkel se sacudía como si estuviese en un ciclón; algo en parte afortunado porque despistó a los del destructor que no nos pudieron seguir con el reflector; supongo que la ráfaga que les endosó mi compañero también tuvo que ver. Entonces el motor derecho se paró, empezó a echar humo, y el ala izquierda se elevó; si el Heinkel seguí en el aire sería por efecto de las plegarias. Instintivamente tiré de la palanca para compensar pero parecía atascada. El avión empezó a caer lateralmente y, por extraño que parezca, solo pensé en la cara que pondría Inge cuando le devolviesen su próxima carta. Tan preocupado estaba con mantenerme vivo que ni había visto como en el segundo ataque mis compañeros lograban alcanzar al portaaviones con otro torpedo. Freitag dos, ingleses uno.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Volvemos con los avioncitos que agradecer a reytuerto:
El Heinkel He 111 H-6 en DeviantArt
El Heinkel He 111 fue desarrollado como un avión civil rápido que pudiese transformase en bombardero, y de hecho la inmensa mayoría de los aparatos producidos fueron de la versión militar. Su bautismo de fuego fue en España, donde formó la espina dorsal de la «Legion Condor». Cuando comenzó la Guerra de Supremacía las versiones más antiguas estaban siendo sustituidas por las versiones P u H; la característica más llamativa era la adopción de una cabina delantera completamente acristalada sin escalón para el parabrisas. También se había modificado el ala que ya no era de planta elíptica sino rectangular para facilitar la producción.
El He 111, aunque no tenía prestaciones descollantes (tanto el Do 17 como el Ju 88 eran más rápidos) era muy resistente y tenía buenas características de vuelo a bajas velocidades. Debido a ello se desarrolló la versión H-6 de ataque naval, que podía llevar dos torpedos. Cuando se produjo la batalla de Mogador estaba siendo sustituido por el más capaz Ju 88, a pesar de lo cual aun quedaban varios centenares de He 111 H-6 en servicio. Su letalidad aumentó cuando empearon los torpedos de lanzamiento de alta cota LT 850b y LT 1300, aunque de estos tipos habitualmente solo se llevaba uno en cada avión.
El Heinkel He 111 H-6 en DeviantArt
El Heinkel He 111 fue desarrollado como un avión civil rápido que pudiese transformase en bombardero, y de hecho la inmensa mayoría de los aparatos producidos fueron de la versión militar. Su bautismo de fuego fue en España, donde formó la espina dorsal de la «Legion Condor». Cuando comenzó la Guerra de Supremacía las versiones más antiguas estaban siendo sustituidas por las versiones P u H; la característica más llamativa era la adopción de una cabina delantera completamente acristalada sin escalón para el parabrisas. También se había modificado el ala que ya no era de planta elíptica sino rectangular para facilitar la producción.
El He 111, aunque no tenía prestaciones descollantes (tanto el Do 17 como el Ju 88 eran más rápidos) era muy resistente y tenía buenas características de vuelo a bajas velocidades. Debido a ello se desarrolló la versión H-6 de ataque naval, que podía llevar dos torpedos. Cuando se produjo la batalla de Mogador estaba siendo sustituido por el más capaz Ju 88, a pesar de lo cual aun quedaban varios centenares de He 111 H-6 en servicio. Su letalidad aumentó cuando empearon los torpedos de lanzamiento de alta cota LT 850b y LT 1300, aunque de estos tipos habitualmente solo se llevaba uno en cada avión.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Aquí tenemos a los aviones de Freitag; nótese que hay un error con la designación del torpedo, que en lugar de ser el LT 1300 debiera ser el LT 850b:
Heinkel Heinkel He 111 H-6/R3 y H-11/R2
Aunque el He 111 estaba siendo superado como torpedero y bombardero con base terrestre, resultó insustituible como bombardero torpedero nocturno. Sus buenas características de pilotaje a baja cota y la visibilidad que proporcionaba su amplia cabina acristalada lo hicieron más eficaz en ese tipo de operaciones que el más avanzado Junkers 88. Una escuadrilla de ataque nocturno basada en Fuerteventura resultó clave en el bloqueo de Gran Canaria y tuvo un papel destacado en la batalla de Mogador.
Los He 111 H-6/R3 (R3 indicaba las modificaciones para su empleo nocturno como los apagallamas) solían operar conjuntamente con Dornier Do 217 equipados con radiotelémetros y con los He 111 H11/R2. Estos últimos eran una versión especializada en el ametrallamiento nocturno, en la que se había desmontado el armamento defensivo sustituyéndolo por una batería de ametralladoras y de cañones de 20 mm que disparaban por el lado derecho del avión. Normalmente los He 111 H11/R2 orbitaban sobre su objetivo (que solía ser iluminado con bengalas por los Do 217) y suprimían las armas antiaéreas ligeras de los buques de guerra, que no solían contar con protección, preparando el ataque de los torpederos.
Heinkel Heinkel He 111 H-6/R3 y H-11/R2
Aunque el He 111 estaba siendo superado como torpedero y bombardero con base terrestre, resultó insustituible como bombardero torpedero nocturno. Sus buenas características de pilotaje a baja cota y la visibilidad que proporcionaba su amplia cabina acristalada lo hicieron más eficaz en ese tipo de operaciones que el más avanzado Junkers 88. Una escuadrilla de ataque nocturno basada en Fuerteventura resultó clave en el bloqueo de Gran Canaria y tuvo un papel destacado en la batalla de Mogador.
Los He 111 H-6/R3 (R3 indicaba las modificaciones para su empleo nocturno como los apagallamas) solían operar conjuntamente con Dornier Do 217 equipados con radiotelémetros y con los He 111 H11/R2. Estos últimos eran una versión especializada en el ametrallamiento nocturno, en la que se había desmontado el armamento defensivo sustituyéndolo por una batería de ametralladoras y de cañones de 20 mm que disparaban por el lado derecho del avión. Normalmente los He 111 H11/R2 orbitaban sobre su objetivo (que solía ser iluminado con bengalas por los Do 217) y suprimían las armas antiaéreas ligeras de los buques de guerra, que no solían contar con protección, preparando el ataque de los torpederos.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Seguimos con barquitos. Al primero ya lo conocíamos:
El García Barreto en DeviantArt. En esa página puede verse el dibujo original (para el FMG se ha disminuido el tamaño y cambiado la resolución).
Torpederos clase García de los Reyes
Los destructores ligeros o torpederos de la clase García de los Reyes fueron construidos por la Armada Española durante la Guerra de Supremacía.
Estaban basados lejanamente en los torpederos de las clases Orsa italiana y Le Fier francesa. Este tipo de buques habían sido diseñados por no estar incluidos en los tratados de limitación de armamentos navales de Washington y Londres, pero resultaron demasiado pequeños y no solo tenían capacidad militar limitada sino que resultaron poco marineros, su casco se dañaba con facilidad por el oleaje, y sus ligeras máquinas fueron excesivamente frágiles.
Sin embargo los García de los Reyes, al ser de tamaño algo mayor, solventaron muchos de estos inconvenientes. Aunque no podían compararse a los destructores pesados contemporáneos, eran equivalentes a los destructores de escolta norteamericanos o a los ligeros de la clase Hunt británicos. Los García de los Reyes fueron construidos en dos series, con casco soldado o remachado, dependiendo de las capacidades de los astilleros, y fueron empleados sobre todo como escoltas antisubmarinos rápidos; para adecuarlos a esta misión era frecuente que se desmontase parte del armamento artillero. En algunas unidades se maximizó la capacidad antiaérea sustituyéndolo por una batería de cañones automáticos Breda de 7,5 cm. De las veinticuatro unidades construidas sobrevivieron dieciséis a la guerra. Las de la segunda serie (de casco remachado) fueron dadas de baja en poco tiempo, pero las de la primera se mantuvieron en servicio hasta los sesenta. Dos que fueron transformados en patrulleros fueron los más longevos.
Características
Desplazamiento: 1,260 Tn estándar, 1.530 Tn a plena carga.
Longitud: 92,15 m (en la flotación). Manga: 9,35 m (9,80 en los Capitán Barreto). Calado: 3,3 m.
Propulsión: 2 calderas Yarrow, 2 turbinas engranadas Parsons, 19.000 HP, dos hélices. Velocidad: 29.5 nudos.
Autonomía: 3.500 millas náuticas a 18 nudos.
Dotación: 175.
Armamento (original): Tres cañones de 10,5 cm, ocho de 3,7 cm, ocho de 2 cm. Dos montajes triples lanzatorpedos de 53,3 cm. Dos varaderos de cargas de profundidad con 24 cargas.
El García Barreto en DeviantArt. En esa página puede verse el dibujo original (para el FMG se ha disminuido el tamaño y cambiado la resolución).
Torpederos clase García de los Reyes
Los destructores ligeros o torpederos de la clase García de los Reyes fueron construidos por la Armada Española durante la Guerra de Supremacía.
Estaban basados lejanamente en los torpederos de las clases Orsa italiana y Le Fier francesa. Este tipo de buques habían sido diseñados por no estar incluidos en los tratados de limitación de armamentos navales de Washington y Londres, pero resultaron demasiado pequeños y no solo tenían capacidad militar limitada sino que resultaron poco marineros, su casco se dañaba con facilidad por el oleaje, y sus ligeras máquinas fueron excesivamente frágiles.
Sin embargo los García de los Reyes, al ser de tamaño algo mayor, solventaron muchos de estos inconvenientes. Aunque no podían compararse a los destructores pesados contemporáneos, eran equivalentes a los destructores de escolta norteamericanos o a los ligeros de la clase Hunt británicos. Los García de los Reyes fueron construidos en dos series, con casco soldado o remachado, dependiendo de las capacidades de los astilleros, y fueron empleados sobre todo como escoltas antisubmarinos rápidos; para adecuarlos a esta misión era frecuente que se desmontase parte del armamento artillero. En algunas unidades se maximizó la capacidad antiaérea sustituyéndolo por una batería de cañones automáticos Breda de 7,5 cm. De las veinticuatro unidades construidas sobrevivieron dieciséis a la guerra. Las de la segunda serie (de casco remachado) fueron dadas de baja en poco tiempo, pero las de la primera se mantuvieron en servicio hasta los sesenta. Dos que fueron transformados en patrulleros fueron los más longevos.
Características
Desplazamiento: 1,260 Tn estándar, 1.530 Tn a plena carga.
Longitud: 92,15 m (en la flotación). Manga: 9,35 m (9,80 en los Capitán Barreto). Calado: 3,3 m.
Propulsión: 2 calderas Yarrow, 2 turbinas engranadas Parsons, 19.000 HP, dos hélices. Velocidad: 29.5 nudos.
Autonomía: 3.500 millas náuticas a 18 nudos.
Dotación: 175.
Armamento (original): Tres cañones de 10,5 cm, ocho de 3,7 cm, ocho de 2 cm. Dos montajes triples lanzatorpedos de 53,3 cm. Dos varaderos de cargas de profundidad con 24 cargas.
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